Pasión y deber. El comienzo de Hedi (Inhebek Hedi, Mohamed Ben Attia, 2016) es algo tedioso, incluso anodino. La cámara se desenvuelve de forma intermitente entre el abatimiento de un personaje que parece un pusilánime (Hedi) y la excesiva vitalidad de su familia más cercana, su madre, su hermana y el hermano que ha emigrado a Europa y vive en París. El contexto del comienzo del film es la preparación de una boda entre Hedi y su prometida, Khedija, con todo el protocolo cultural que se manifiesta en la Turquía tradicional islámica. Hasta aquí visualizamos un relato sobre un país emergente como Turquía, con una cultura en transición hacia las formas más modernas de libertad laboral, democrática y social, pero con la sombra opresora de una política ideológica tradicional en lo religioso. No hay denuncia, sino una radiografía algo tediosa sobre las relaciones culturales y de parentesco dentro de las familias. En este primer tramo la película adopta las formas de un cine independiente y de denuncia basado en una planificación sin fuerza emocional, demasiado preocupada por el aspecto “documental” del relato. Sin embargo, la película cambia de registro cuando Hedi tiene que pasar una semana en un hotel mientras realiza visitas a las empresas del entorno, ya que se gana la vida como comercial de un concesionario europeo de coches. En su estancia en el hotel conoce la pasión y el amor en forma de libertad sexual cuando entable una relación con Rym, un personaje de gran fuerza, gracias a la exuberante y vitalista interpretación de Rym Ben Messaoud, una actriz en estado de gracia que supone el mayor acierto de la película. Son sus apariciones, filmadas con un una luminosidad mediterránea, con el calor y el erotismo de unas vacaciones en la playa, en la lujuriosa felicidad del ocio, lo que realza la película y, además, insufla emoción a los planos de Ben Attia, que a partir de este momento propone un juego interesante entre la oscuridad del domicilio familiar de Hedi y la festiva luz de su huida hacia los brazos libertarios de Rym. No obstante, la cámara sigue oscilando, aunque ahora adquiere sentido esta estética ondulante de una cámara algo nerviosa, pues nos transmite la inseguridad e indefinición de Hedi, sus miedos, alegrías, dudas y decisiones. La complejidad se instala en la película, planteando una interesante denuncia de la opresión cultural y familiar, frente a las llamadas de libertad y modernidad de Europa (Francia está presente de forma omnipresente en todo el guion). Aunque, no nos equivoquemos, estamos ante una comedia romántica, o un melodrama familiar y juvenil. En ningún momento encontramos la contundencia de un film ideológico o de un documental, más o menos de ficción, sobre una realidad opresora. Aquí de lo que se trata es de mostrarnos las incertidumbres del amor, de los primeros encuentros eróticos y de la asociación, vital por otra parte, entre la libertad sexual y las ansías de cambio y progreso. Ben Attia ha filmado una película agradable, sincera y cercana, estrechando las diferencias culturales, asociando la tradición con la modernidad (la escena del baile tradicional es magistral en este sentido), convirtiendo de nuevo el Mediterráneo en un mar de lazos culturales, para alejar el fantasma inhumano de la xenofobia contra la inmigración. Hedi es una llamada a la vitalidad, encarnada en el magnífico personaje de Rym, lo más emocionante de la película.
Réquiem para la tradición El primer largometraje del realizador Mohamed Ben Attia, coproducido por los hermanos Jean-Pierre and Luc Dardenne, es un drama sobre la libertad, influido por los nuevos problemas sociales y el espíritu y las políticas democráticas que florecieron tras la revuelta popular que derrocó al gobierno del presidente Zine El Abidine Ben Ali en 2011, en el país del norte de África. Hedi es un apagado y desmotivado vendedor de autos de Peugeot que está a punto de casarse con una bella joven en un casamiento arreglado por su madre con la ayuda de su hermano que vive en Francia. Pero el muchacho es un extraordinario dibujante cuyo sueño es la publicación de la historieta en la que está trabajando. Debido a la crisis económica que golpea la industria automotriz, Hedi es enviado en viaje de negocios a una ciudad costera cercana, en la que no tiene mucho éxito. Pero allí comienza una relación amorosa con una coordinadora de actividades en el hotel en que se hospeda. De pronto, la realidad que lo asfixiaba pasa a segundo plano y el protagonista desafía las convenciones de la tradición tunecina y a su familia con sus acciones. El film construye relaciones conflictivas en base a la necesidad de Hedi de crear su propio camino y encontrar la libertad individual en medio de los cambios políticos para abandonar la tradición que lo sofoca. Esta ópera prima es una refrescante brisa emancipadora que utiliza un eje narrativo tradicional familiar para aportar una visión política relevante sobre la situación de su país a través de un guión extraordinario y una dirección deudora de lo mejor del cine social europeo. Bienvenido este réquiem a la tradición y su oda a la libertad.
Es una opera prima del tunecino Mohamed Ben Attia, producido por los hermanos Dardene, revelación del Festival de Berlín 2016. Y cuenta la historia individual de un joven de 25 años, que se debate entre la libertad de tomar sus propias decisiones y liberarse para disfrutar de sus deseos o someterse a las rígidas convenciones del pasado. El director lo estructura como un reflejo de lo que ocurrió en Túnez, que en el 2010 vivió la llamada “revolución de los jazmines” luego de muchos años de gobiernos autoritarios, en un cambio de caminos todavía inciertos. Sin perder nunca la frescura, sin que las interpretaciones políticas interfieran en sus sentimientos verdaderos, Hedi el protagonista comienza un cambio inesperado en su vida. A punto de casarse con una novia elegida por su madre, que decide todo en su vida, la casa, el trabajo, lo que debe hacer y vivir, una casualidad de su empleo lo lleva a una ciudad costera donde conocerá a una mujer distinta y libre que despierta su pasión y su necesidad de autonomía. Que alcanza para olvidarse de la familia, los compromisos y un jefe perseguidor. Y ese tiempo de rebeldía del protagonista, que tiene un final abierto es un logro del director, de sus muy buenos actores.
Los hermanos Dardenne están detrás de este drama sobre los mandatos y una sociedad que se impide evolucionar hacia un lugar en el que cada ser pueda decidir por sí mismo. A punto de casarse, Heidi, un hombre sometido por su madre, descubre el verdadero amor y subvierte aquello que tenía predestinado para su futuro. La principal virtud de la propuesta es evitar caer en lugares comunes, como así también, en regodearse con excentricidades y localismos. El tono preciso de las actuaciones, sumado a la tensión in crescendo de su trama, hacen de “La Amante” un interesante hallazgo.
Metáfora íntima para un retrato social La película producida por los hermanos Dardenne, con cuyo cine tiene varios puntos en común, consigue verdad en sus detalles. Más allá de la cuestión de su origen africano –continente cuya producción cinematográfica no suele llegar hasta estas costas y que, por esa misma razón, puede antojarse como algo exótica– la ópera prima del tunecino Mohamed Ben Attia juega en ligas narrativas relativamente tradicionales: en su relato acerca de un joven inmerso en una disyuntiva que puede alterar completamente su futuro personal pueden apreciarse algunas de las mejores armas del cine “autoral” a la europea. Hedi (el nombre del protagonista y, a su vez, el título internacional de la película), habitante de la ciudad de Kairuán, en el noreste de Túnez, parece haber vivido toda la vida bajo la sombra de su madre, figura de poder y autoridad a la cual el término matriarca le queda chico, y la de aquel hermano mayor que ha emigrado a Francia en busca de mejores oportunidades, casándose y formando allí una familia. El muchacho trabaja como vendedor en una concesionaria de vehículos Peugeot, donde parece irle relativamente bien en términos económicos, y está a punto de desposar a una bella joven a la cual apenas si conoce, en un típico caso de matrimonio convenido con antelación (y conveniencia) por ambas familias según el ritual musulmán local. Pero (y aquí ese “pero”, bajo el disfraz de la casualidad, es esencial al nudo del conflicto), durante un viaje de trabajo temporario a una ciudad costera cercana, Hedi conoce a otra mujer. Rym es una empleada del hotel donde se aloja, encargada de entretener a los huéspedes con juegos y bailes, por la cual comienza rápidamente a sentir cosas completamente inesperadas y desconocidas, encendiendo las primeras luces de la pasión y abriendo un resquicio para una libertad que le parecía vedada. En otras manos o con otras intenciones, la misma historia podría haber zigzagueado hacia el terreno del sentimentalismo, el melodrama convencional y/o hacia un típico relato “exotista” sobre los lastres culturales que las sociedades imponen a los individuos. El mayor logro de Ben Attia –cuya película participó de la Berlinale hace dos ediciones, llevándose a casa dos premios importantes, entre ellos el de mejor ópera prima– es haber logrado un relato que concentra gran parte de su potencia en los detalles. Un film que logra ir más allá de los mojones que el guion disemina como puntos de quiebre o del vaporoso suspenso que el realizador maneja hábilmente para mantener atrapado al espectador. No parece casual que la película haya sido producida, entre otros nombres oriundos de varios países coproductores (Francia, Bélgica, Qatar y los Emiratos Árabes) por Jean-Pierre y Luc Dardenne: en La amante puede apreciarse la influencia del ethos de los famosos hermanos belgas, pacientes constructores de psicologías y sociologías, cultores de las decisiones éticas personales como centros de irradiación narrativos. Quizá como homenaje, hay diseminados por aquí y allá dos o tres de sus famosos “planos-nuca”, mientras la cámara sigue a su protagonista por los pasillos y playas del hotel donde se juega el inicio del resto de la vida de Hedi. Una breve conversación entre los amantes durante uno de sus paseos (que tiene lugar, no ingenuamente, muy cerca de un cementerio), el guion introduce ligera pero firmemente el contexto político. En diciembre de 2010, a raíz de un estudiante auto inmolado por las condiciones sociales imperantes, Túnez fue el primer país del universo árabe en ser testigo de una convulsión social de relevancia en tiempos recientes, conocida posteriormente como la Revolución de los jazmines. Hedi afirma en ese momento haber estado presente, pero, más allá de ese detalle casi anecdótico, de allí en más es imposible no apreciar la historia como una metáfora personal e íntima acerca de la lucha por las libertades (individuales y colectivas) de todo un pueblo.
Que se estrene comercialmente en las salas argentinas una película africana es de por sí un acontecimiento cinéfilo, pero que además se trate de una muy sólida ópera prima tunecina reviste ya características extraordinarias. Doblemente premiada en el Festival de Berlín del año pasado, esta historia sobre las tribulaciones afectivas de un veinteañero que se debate entre sus propios deseos y los mandatos familiares en el contexto de la desintegración de la Primavera Arabe es una demostración contundente de que el buen cine se consolida en todos los rincones del planeta. Este joven guionista y director tunecino Mohamed Ben Attia ganó el premio a Mejor Opera Prima de la Berlinale 2016, mientras que su protagonista (Majd Mastoura) fue distinguido como Mejor Actor de la Competencia Internacional. Esta vez, ambos galardones resultaron muy merecidos, lejos del paternalismo primermundista de “ayudemos al cine africano porque queda bien y nos lava las culpas”. Es que si la sinopsis del film puede sonar en primera instancia algo obvia y remanida, el balance artístico es bastante más logrado y provocador. Hedi trabaja como empleado de Peugeot a las órdenes de un jefe abusivo, vive con su madre dominante y tiene un hermano mayor que está radicado en Francia y siempre ha tenido mayores libertades. El protagonista -un veinteañero recto y tímido que tiene un don para el comic pero nunca se ha animado a desarrollar profesionalmente esa faceta- está a punto de casarse en un matrimonio arreglado con una novia a la que no conoce en profundidad y con la que no ha tenido nada de intimidad. Pero en un viaje laboral conoce a una mujer de 30 años bastante atractiva e impulsiva que se gana la vida bailando para turistas y despierta en él una pasión desconocida. Con ella puede abrirse y confesarse como nunca lo había hecho y hasta se plantea la posibilidad de huir juntos a Francia, la tierra prometida para tantos magrebíes. La desintegración de la efímera Primavera Arabe sirve como reflejo social de las inseguridades, contradicciones y decepciones de nuestro antihéroe, que pendula entre los dictados de una sociedad (y una familia) opresiva y los deseos de liberación tras tanta sumisión. Coproducida por los hemanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, La amante resulta bastante más audaz, moderna y cuestionadora que la mayoría del cine africano. Puede que sea más del gusto europeo, pero en términos estrictamente cinematográficos es de una solidez y una contundencia que pocas óperas primas (de cualquier origen) pueden ofrecer.
En busca de la palabra "no" Producida por los hermanos Dardenne, este sensible drama del tunecino Mohamed Ben Attia muestra a un joven en un punto de inflexión de su vida. “Había algo especial en el aire, algo nuevo. Cómo la gente hablaba y se miraba mutuamente. No sé, como si de repente todos nos amáramos unos a otros. Fue solo un pequeño paréntesis”. Hedi recuerda con nostalgia los días de la Revolución de los Jazmines, en 2010/2011, cuando el pueblo de Túnez se rebeló contra la dictadura de Ben Ali y encendió la mecha de la Primavera Arabe. El tiene trabajo como agente de ventas de Peugeot y está a punto de casarse: a los 25 años, su vida parece resuelta. Pero resuelta por otros: su jefe, que lo tiene de acá para allá, y su madre, que arregló el matrimonio, vive con él y controla hasta cuánto gasta su hijo por día. La cuestión es si, como sus compatriotas, Hedi se animará a decir que no. El primer largometraje de Mohamed Ben Attia llega con el sello de garantía de los hermanos Dardenne (fueron dos de los productores) y el sello de prestigio de la Berlinale, donde en 2016 ganó el premio a la mejor opera prima y el Oso de Plata al mejor actor (Majd Mastoura). Este tipo de antecedentes pueden fallar, pero en este caso se confirman: Ben Attia -él mismo fue empleado de Renault durante doce años, hasta que renunció para dedicarse al cine- construye un drama profundo y emotivo sobre los momentos de quiebre. Y con una segunda lectura posible, en clave política, apenas sugerida. Un tema clásico -la dicotomía entre tradición y libertad, entre la seguridad de lo establecido y el riesgo de lo desconocido- aparece aquí con una mirada fresca y sensible. Los personajes están delineados con una precisión notable, empezando por esa madre autoritaria y avasallante que muestra que los italianos y los judíos no tienen el monopolio en ese rubro. A primera vista parece difícil establecer algún tipo de empatía con Hedi, ese joven pusilánime e inexpresivo que se deja mandonear y anda por el mundo siguiendo obedientemente los caminos que los demás le trazaron. Pero debajo de esa máscara de apatía, se asoma un alma en ebullición: con apenas un par de gestos o actitudes corporales, Mastoura sabe mostrarnos que en el interior de su personaje quizás haya algo más que lo que se puede observar a simple vista. Y que tal vez sea la fuerza para abrir un pequeño paréntesis.
A los admiradores de Luc y Jean-Pierre Dardenne les interesará saber que Les Films du Fleuve coprodujo Hedi, debut del tunisino Mohamed Ben Attia que el próximo jueves desembarcará en la cartelera porteña con el título de La amante. De hecho, esta porción de público reconocerá el sello cinematográfico de los hermanos belgas en la crónica de los últimos días de soltero que transita el joven de 25 años cuyo nombre inspiró el título original del largo ganador de dos premios, a la mejor ópera prima y al mejor actor protagónico, en el 66º Festival de Berlín. El novio protagonista deambula con resignación por la vida que su progenitora diseñó sin consultarlo y con precisión milimétrica. Los espectadores lo conocemos justo cuando, por motivos laborales, debe desviarse momentáneamente del programa impuesto. Ben Attia nos invita a evaluar la envergadura de la impasse que se abre en ese momento y que pone en riesgo los planes maternos. Allá en el fondo se proyecta la sombra de la llamada ‘Primavera árabe’ que floreció años atrás y ahora parece marchitarse en Túnez. La mención nostálgica de una última concentración popular antes de la vuelta a la normalidad (o a lo que–se supone– es la normalidad) basta para recordar la suerte histórica que corrió aquel movimiento con pretensiones revolucionarias. Acaso Hedi transite un camino similar en el marco de su vida privada. El título en castellano traslada a la mujer causante de ese amague de insurrección personal el protagonismo exclusivo que el título original le acuerda al personaje principal. Seguro fundada en motivos comerciales, la elección de los distribuidores adelanta el alcance (y los límites) de la liberación que describe Ben Attia. Qué hacemos con lo que nuestra familia, la escuela, la sociedad hicieron de nosotros parece el leitmotiv de esta crónica de un amague de emancipación individual, reflejo de cierto devenir nacional. Al estilo de los Dardenne, Ben Attia narra una historia potente mientras sigue de cerca al joven que Majd Mastoura compone con lucidez y sensibilidad.
Inhebek Hedi, debut del director Mohamed Ben Attia galardonado como mejor ópera prima en el Festival de Berlín de 2016, narra la liberación de un joven de las ataduras culturales musulmanas que lo unen a su madre. También se expresa como un relato universal, un símil de género coming of age -con la salvedad que el personaje de Hedi tiene 35 años, entre otras cosas-, en donde la vida del protagonista pega un vuelco que lo lleva de la triste monotonía a la alegre incertidumbre que suscita el amor.
Una rareza, opera prima escrita y dirigida por un tunecino que llega a nuestras salas, La amante es la historia de un joven tímido y obediente, empleado de una automotriz, que a punto de casarse en un metrimonio arreglado, conoce en viaje de trabajo a otra, con la que vive una pasión liberadora. Una realización despojada, con un notable protagonista cuyas transformaciones mínimas parecen resonar en asuntos más grandes.
Un melodrama hecho y derecho: él se está por casar, su madre tiene todo listo y, cuando menos se espera, se enamora de una chica que trabaja en resorts, viajando por todo el mundo. La tensión crece y el amor, el breve encuentro, pone al protagonista entre el deber familiar y el propio deseo. Pues bien, como todo melodrama, es el contexto social el que interfiere entre los protagonistas, aunque hay algo de mecánico en la resolución final. Una postal interesante.
Por cuestiones de lejanías, hay determinados territorios que desde la cultura occidental despiertan nuestro interés por el “simple” hecho de las marcadas diferencias respecto a nuestras costumbres. Costumbres que pueden ir desde una forma de vestir, a posturas ideológicas marcadamente disímiles. Del amor en Túnez: Quizás ese elemento cultural sea el principal atractivo de La Amante, que pone al amor y sus obligaciones en primer plano, pero dejando en claro que detrás se intentan expresar otras cuestiones. A principios de esta década, los países de Medio Oriente se vieron atravesados por los acontecimientos conocidos como la Primavera Árabe. Un movimiento consistente en una serie de manifestaciones reclamando mayor apertura cultural acorde a los tiempos que corren, sobre todo teniendo en vista el espejo occidental (muchos de esos movimientos fueron financiados por las potencias que ya podemos imaginarnos). En este marco se desarrolla La Amante y la vida de Hedi (Majd Mastoura, ganador en Berlín como mejor actor), vendedor en una concesionaria de autos, de 25 años, y presionado por una familia muy tradicionalista. Mientras que los suyos, comandados por su madre, se muestran exultantes e histriónicos, Hedi es un ser opaco y taciturno, casi como si no se animase a expresar lo que siente y cargase con toda la presión sobre sus espaldas. De hecho, es así: se encuentra a los pies de un matrimonio arreglado por su familia con una mujer que no desea; pero teme revelarse. Una luz encendida: ¿Cuál será el detonante para que las cosas comiencen a cambiar? Hedi debe realizar un viaje de trabajo; para eso sale de su entorno y se instala en un hotel. Será ahí que conozca a Rym (Rym Ben Messaoud), una mujer guía turística, alegre y extrovertida que lo cautivará… pero que no es la que su familia eligió para él. Hedi se balancea de un costado hacia el otro, y lo mismo hace la cámara de Ben Attia. Los contrastes entre las escenas con su familia y con Rym son notorios, y cada una expresa algo puntual. La familia es la férrea postura tradicional, oscura e inflexible, casi anticuada. Rym es la libertad del amor, del sexo, del deseo de escapar hacia otro lugar: es la ventana occidental, europea, al mundo de Medio Oriente, expresa plena luz, festividad y riesgo. Claramente, hay una postura asumida. Si en su primer tramo La Amante parece más inclinada a una denuncia hacia una cultura castradora tunecina o de Medio Oriente en general, pronto abandona ese costado más serio para inclinarse hacia la comedia romántica tradicional, con un dejo de tristeza. Las analogías aparecen de modo bastante explícito. Como resultado, La Amante no será uno de los films con mayor énfasis en las cuestiones sociales generales, optando más bien por una arista particular y una mirada liviana no del todo original, apoyada en el buen lucimiento de la pareja protagónica. Conclusión: Con aspectos técnicos correctos, sin aprovechar demasiado los espacios abiertos y haciendo foco en los movimientos de cámara y juegos de luces contrapuestos, Mohamed Ben Attia apuesta con La Amante a un guion que esté a la altura de quienes no conozcan a fondo las cuestiones culturales de su país. De tono amable y entretenida, no será uno de los pilares del nuevo cine cultural de Oriente Medio, pero su balance no deja de ser satisfactorio.
Esta película de Túnez (en coproducción con Francia y Bélgica) gira en torno no a la infidelidad, al menos no como tópico principal tal cual uno podría esperar por el título con el que se estrena, sino sobre un joven veinteañero que comienza a preguntarse qué quiere de su vida al mismo tiempo que otras personas le arman un futuro trazado. Hedi está a punto de casarse con una joven mujer a la que apenas conoce. Es bella y amable pero apenas han compartido unos pocos momentos. Fue su madre la que organizó todo, el matrimonio y el casamiento que se va suceder en pocos días. Mientras tanto, él sigue trabajando en la parte de ventas de Peugeot teniendo que viajar bastante por trabajo. Así, Hedi acepta su destino sin chistar, sin decir nada. Por parte de una madre autoritaria y un jefe abusivo que ni siquiera le cede las vacaciones para su luna de miel en fecha. Así vive él, en modo automático, en realidad existiendo en lugar de viviendo. En uno de esos viajes laborales, en una ciudad turística junto a la playa, conoce a una mujer que lleva un estilo de vida totalmente opuesto al suyo. Una bailarina que se gana la vida bailando para turistas y que está dispuesta a moverse a donde el viento la lleve. Sin un plan definido, prefiriendo vivir antes que simplemente existir. Y así es que sin proponérselo lo conquista a Hedi, quien empieza un amorío con ella a escondidas y encuentra o inventa razones para volver a ese hotel y dejar de atender las llamadas de su jefe. Como adelantaba, la infidelidad no es el tema principal del film. El problema no parece ser nunca que Hedi esté engañando a su futura mujer, sino que todo ese tiempo parece haberse engañado a sí mismo. Es esa infidelidad simplemente el modo en que encuentra Hedi para comenzar a hacerse preguntas. Qué quiero hacer de mi vida. Por qué tengo que trabajar de algo que no me gusta. Por qué tengo que relegar lo que me gusta, dibujar, a un hobby o una mera fantasía irrealizable. Así, de a poco ese Hedi que simplemente aceptaba lo que otros le imponían, sin quejarse ni emitir opinión, comienza a vivir, a elegir moverse, a cuestionarse. La cuestión es que ningún extremo es bueno, y la libertad con la que ella se mueve por la vida también lo asusta. ¿Hasta qué punto está dispuesto a arriesgarlo todo? ¿Por amor? ¿Por ser fiel a sí mismo? ¿Se puede vivir sin ningún tipo de plan? ¿O ese estilo de vida tiene una fecha de caducidad? La trama de esta ópera prima de Mohamed Ben Attia podría sonar trillada y poco original, pero hay que tener en cuenta que el protagonista se mueve dentro de una sociedad regida por otras reglas y convenciones. Así una historia minimalista, pequeña, cobra magnitud. La revolución (esa Primavera Árabe a la que hacen alusión en algún momento) reflejada en un personaje. Sin muchos artilugios, apostando al realismo al mejor estilo de los hermanos Dardenne (que no por nada la producen), La amante es una película que deja expuesto que la vida puede estar llena de caminos pero es uno quien opta por dónde quiere y puede ir. Y eso que le pasa a Hedi es algo tan universal que más allá de presentar una sociedad que nos resulta ajena y algo añeja de repente es probable que nos encontremos ahí haciéndonos preguntas similares.
El director debutante muestra la realidad política y social tunecina, al mismo tiempo que va mezclando una relación de amor y a través de la cámara se va presentando a cada uno de los personajes. Por un lado está el rosto, la sencillez de un joven callado Hedi (Majd Mastoura, logra una estupenda interpretación) que sigue al pie de la letra sus costumbres culturales y religiosas, es lo que le enseñó su familia, es lo único que conoce. Su madre viuda es dominante y autoritaria, además lo considera débil, y ya le tienen asignado una joven Khedija (Omnia Ben Ghali), como su prometida. Pero el destino lo lleva a conocer otro lugar y entablar una relación con Rym (Rym Ben Messaoud) una bailarina, decidida, lanzada, desinhibida sexualmente, alguien con otro tipo de costumbres, un ser libre, juntos viven un apasionante romance y se enfrentan a un choque de culturas. La fotografía es bella y ofrece cierto grito de libertad, su ritmo por momentos es demasiado pausado y decae un poco. Cuenta con una buena banda sonora que mezcla canciones árabes con otras occidentales y acompaña en todo momento apoyando diferentes climas. Su desenlace final deja cierto sabor amargo.
Casorios arreglados y amantes que llegan y desarreglan todo Melodrama familiar que cuenta una historia muy transitada pero siempre vigente: un treintañero a punto de casarse con candidata elegida por la mami, conocerá a otra y todo se va a pique: novia, mami y futuro. Hedi, el protagonista, es el novio programado. Trabaja en una concesionaria Peugeot, pero la que le gerencia su vida es la mami, una señora dominante y manipuladora que lo ha ido postergando y le ha ido eligiendo todo. Su novia es otra víctima: tímida, frágil, ansía casarse más que nada para irse lejos de sus padres. Progenitores difíciles, como se ve. Planean la boda sin consultar demasiado a los contrayentes. Como si fuera un cumple infantil. Hedi asume ese pacto matrimonial como un deber familiar. Su hermano vive y trabaja en Francia y gracias la distancia ha podido zafar de la mano larga de una mami omnipresente. Pero Hedi sigue ahí. Hasta que un día, este opaco vendedor de Peugeot, conocerá a Rym, una chica que anda en otra cilindrada y le dará un vuelco definitivo a su corazón. El anda vendiendo planes en ciudades cercanas, y ella es animadora en el hotel donde el aburrido se aloja. Rym es simpática, libre, vital. Tiene nombre de timbre y el tipo llama. Después pasará lo de siempre: sonrisas, arrebato, flechazo, pasión incontrolable. A su lado Hedi se olvida del casorio, de los Peugeot y del libreto materno. ¿Qué hacer? ¿Responder al mandato familiar o responder a su deseo? Y será ese amor que entra por la ventana la llave liberadora que le abrirá puertas que ni él sabía que existían. Al final el mañana asomará difícil, como todos los mañanas, pero mostrará a un Hedi triste y aliviado. Este film africano mira con ojos críticos la cultura de su gente. Está bien contado, pero le falta potencia emocional. Es sobrio y creíble, pero tiene poca sustancia y lugares comunes. Detrás están los hermanos Dardenne que, por lo que se ve, han sido productores e inspiradores. La puesta en escena tiene el sello de ellos: sencillez expositiva, marcación naturalista, cámara inquieta, relato pausado y personajes chiquitos. Su exigencia es conocida: hay que elegir, no queda otra y eso a veces alegra y a veces duele. Está bien contada y no exagera. La aridez del paisaje tunecino y los ecos de la primavera árabe asoman por detrás para darle aliento extra al afán libertario de este hijo obediente que, gracias al amor, explotó. Los ecos de la revuelta primavera rodean a estos seres. Aparecen proyectos, “que no son sueños”, como le dice Rym. El futuro es incierto pero le pertenece. Hedi se quedó sin primavera, pero al menos pudo hacer la revolución en casa.
Una historia cuyo secreto mejor guardo se resume en una palabra: Atreverse El mundo árabe es muy tradicionalista, las costumbres se conservan y respetan desde hace siglos. Las relaciones familiares se obedecen a rajatabla. Transgredir un rito que manche a la religión y a las convenciones culturales instaladas es una afrenta imperdonable, especialmente frente a la sociedad que la circunda. Bajo estas circunstancias, apremiado y presionado por dos bandos, Hedi (Majd Mastoura) se encuentra entre la espada y la pared. No sabe cómo manejar la situación, sólo acata y sigue. Continúa su vida siempre concentrado, pensativo, circunspecto, con un rostro inexpresivo, porque, por un lado, con 25 años de edad, su madre Baya (Sabah Bouzouita) le arregló el casamiento con una chica, Khedija (Omnia Ben Ghali), que apenas conoce y él no la quiere, aunque ella está muy entusiasmada porque otro objetivo que formar una familia, no tiene. Y del otro lado, está la exigencia de su jefepara que salga a vender autos a empresas de otra ciudad, porque la economía del país está muy deprimida y en su lugar de trabajo no hay ventas. El protagonista es una olla a presión y no sabemos en qué momento puede estallar. El director Mohamed Ben Attia, en su ópera prima, nos acerca y nos transmite cómo se maneja la sociedad tunecina en la actualidad, que pese a estar actualizados tecnológicamente y conectados e informados con el resto del mundo, sostiene su idiosincrasia, sin dejarse influir por la modernidad, y esos conceptos tradicionales suelen chocar con los pensamientos de ciertos jóvenes que ven recortadas sus posibilidades de ser como los de otras culturas y deben resignarse a ser y a actuar como sus antecesores. Durante su estadía en un hotel de lujo, ubicado en la ciudad donde lo mandaron a visitar potenciales clientes, Hedi conoce a una chica, Rym (Rym Ben Messaoud), una bailarina de ritmos caribeños que, junto a otros compañeros, trabaja de hotel en hotel, no sólo en Túnes sino en otros países europeos, entreteniendo las noches de los turistas. El amor entre ellos es instantáneo, intenso y Hedi no puede despegarse de ella. La disyuntiva que se plantea en su vida es si continúa con los mandatos impuestos por su madre dominadora y omnipresente, o abandonar todo por un amor verdadero; Continuar sometido a las exigencias no deseadas o desafiar lo institucionalizado; Quedarse y aceptar todo lo impuesto por otros o trazar su propio destino; Perder una vez en la vida la cabeza y guiarse por sus deseos o continuar el resto de la existencia lamentándose lo que no se aventuró a hacer. Todas estas preguntas y reflexiones retumban en la cabeza de Hedi durante los momentos en el que permanece solo, y el silencio es su aliado y consejero. Con una actuación precisa de cada uno de los componentes del elenco, las transformaciones gestuales y de carácter del protagonista les demuestra a los demás que no está anestesiado, producen una historia mínima y creíble cuyo secreto mejor guardado reside en una sola palabra: atreverse.
El despertar del amor en medio de la Primavera Árabe La vida de Hedi se debate entre dos mundos, entre dos tiempos, entre dos mujeres. A punto de casarse con la bendición familiar con una mujer a la que apenas conoce, Hedi descubre que hay otro horizonte para su silenciosa rebeldía, un horizonte lejano, pero tangible, allí en la costa de una ciudad cercana. La amante, ópera prima del tunecino Mohamed Ben Attia, celebrada desde su debut en el Festival de Berlín de 2016 como el cine de la Primavera Árabe, cuenta el despertar del primer amor como el nacimiento a un nuevo presente, a un nuevo país que despierta de una larga y conflictiva búsqueda. Y Ben Attia elige para ello una puesta en escena exenta de ornamentos, cargada de una emoción sutil y subterránea que anuncia ese mundo por venir. Trailer de La Amante (Inhebek Hedi) Los cambios políticos y culturales que agitaron a Túnez en 2010, conocidos como la Revolución de los Jazmines y protagonizados por las nuevas generaciones que demandaban pertenencia y representación, inspiraron a Ben Attia para contar una historia propia y universal. Propia porque nace de su vínculo con el pasado y el presente del mundo árabe, y de su propio país, y universal porque en esa historia de amor que imagina se condensa la mirada sobre las expectativas de los jóvenes y el deseo de llevar una vida según sus propias reglas. Hedi trabaja como vendedor de Peugeot en un tiempo de crisis, prepara su casamiento en un tiempo de espera, soporta los mandatos de su madre y hermano como antesala de su propia libertad. Regido por las decisiones de otros, el viaje a la costa de Mahidia para una promoción de automóviles será la excusa perfecta para ensayar una vida propia, para encontrar un amor que no esté regulado por ceremonias y rituales. La amante del título es algo más que la otra mujer: es la presencia verdadera de una realidad posible, imprevista, nacida de esa primavera que parecía anunciarse en el aire. Si su madre, con su insistente presencia, es la voz de la tradición, la joven Remy, sin promesas ni ataduras, será lo que el futuro, con todo lo incierto y ambiguo que resulta, tiene para ofrecerle. La amante escapa a los escenarios tradicionales con los que se retrata a los países árabes y elige espacios de tensa cotidianidad y abierta liberación. La interpretación de Majd Mastoura como Hedi (cuyo nombre significa calma, serenidad) transmite una calidez única, una incomodidad silenciosa que se entrega, como nunca, a un deseo inesperado.
El último beso La mano de un hombre ajusta lentamente una corbata sobre su camisa blanca. El encuadre es cerrado. El gesto indolente marca el peso de la costumbre. Las primeras imágenes de la película parecen una advertencia: el hombre pasa una soga alrededor de su propio cuello. Mohamed ben Attia filma un drama social íntimo y emotivo, atento a los matices de su protagonista. Hedi es un personaje opaco, indiferente, testigo de un destino que lo supera. La sobria puesta en escena se estrecha sobre el protagonista tratando de romper su cáscara. La cámara lo sigue impulsada por una fuerza invisible. Pero a pesar de los planos cerrados que lo encuadran constantemente, el rostro de Hedi permanece insondable. Su única forma de expresión es el dibujo: sus bocetos dejan entrever un sufrimiento interior que sólo explotará en un enfrentamiento memorable con su madre. A primera vista, se trata de la clásica historia del hombre a punto de casarse que se enamora de otra mujer. La novia de Hedi es una joven hermosa del mismo pueblo, aunque visiblemente elegida por su madre. En varias escenas cómicas, descubrimos en la madre un personaje entrañable y autoritario al mismo tiempo que reina en su territorio. A lo largo de la película, el director logra representar espacialmente las relaciones sociales y la liberación del protagonista: el ambiente asfixiante de la casa familiar se duplica en los encuentros clandestinos con su futura esposa dentro del coche, mientras que el espacio abierto por un requerimiento laboral se desvía rápidamente hacia una playa que hace posible otra vida. La obligación se convierte en oportunidad. El encierro del principio da paso a otras perspectivas. En el nuevo espacio entre el hogar y el trabajo, Hedi comienza un idilio con Rim. El principal motor dramático es la epifanía de Hedi que se produce cuando Rim le pregunta por lo que realmente quiere hacer con su vida. La sombra de la primavera árabe tiñe el relato: la opresión familiar se desarrolla sobre un conflicto social latente. Hedi aspira el aire de la libertad, casi sin darse cuenta, en una noche de revolución que recuerda con un encanto singular. Mohamed Ben Attia entrega una ópera prima sincera e intuitiva que desemboca en un final sorprendente tejido entre los delicados juegos del amor y la energía revolucionaria de la juventud.
Los mandatos y yo Toda una sorpresa es el estreno de esta película africana, dirigida por el tunecino Mohamed Ben Attia. Producida por los hermanos Luc Dardenne y Jean-Pierre Dardenne, La amante (Inhebek Hedi, 2016) se vincula a la estética de los directores de Rosetta (1999) y El chico de la bicicleta (Le gamin au vélo, 2011) y reflexiona sobre el impacto de los mandatos familiares en un joven de 25 años. Más que merecidos fueron los dos premios que cosechó en la Berlinale del año pasado el film de Mohamed Ben Attia; el galardón a la Mejor Ópera Prima y el de Mejor Actor para Majd Mastoura, quien compone a Hedi, un muchacho que trabaja como vendedor de Peugeot y debe afrontarse a un inminente matrimonio del cual su madre ha sido la principal promotora. Frente a este panorama no ayuda para nada su carácter introspectivo, la sumisión con la que acepta todo lo que se le impone, desde las intromisiones de su progenitora hasta la forma despótica con la que lo trata su jefe. Hedi tiene una pasión “oculta”: es historietista. Pero fuera de ese vínculo placentero con el arte, nada de lo que le provee la realidad le permite expresarse. Para colmo, su hermano mayor funciona como un “modelo a seguir”. Así, entre su escaso margen de acción y un presente laboral poco estimulante, el joven pasa sus días casi como si fuera un autómata. La película tiene un quiebre –claro- y ese quiebre se produce cuando aparece en su vida (durante un viaje laboral) una mujer de 30 años, bailarina en el comedor de un hotel. Lo que parece una aventura pre-matrimonial se transforma en un enamoramiento y en la posibilidad para Hedi de replantear su presente y, en consecuencia, proyectar un futuro mejor. Con este planteo, La amante se reafirma como una ficción intimista y dilemática, en sintonía con el cine de los hermanos Dardenne. Mohamed Ben Attia demuestra en su primera película solidez para construir atmósferas opresivas en el seno familiar. Su puesta potencia el drama interno de un personaje que no se caracteriza por su verborragia, precisamente. Lo que pudo haber sido un culebrón de trazo grueso se transforma en un relato conciso (la película dura poco menos de 90 minutos) capaz de desmenuzar las contradicciones entre la modernidad y la tradición y de apuntar contra la institución familiar sin dejar de considerar que es allí donde también reposan los primeros afectos.
OASIS ¿Hasta qué punto una persona conoce a otra? ¿Y a sí misma? ¿En qué medida un sueño no es más que un proyecto que necesita de cierta consistencia para volverse posible? Estas preguntas irrumpen en la esquemática vida del protagonista y ponen en duda tanto el mandato social como su búsqueda personal. Porque, en definitiva, lo único que Hedi tiene en claro es que le gusta dibujar historietas y debe hacerlo en secreto, como algo oculto. Entonces, ¿qué es lo que realmente espera de su vida? Frente a una mostración rutinaria del joven de 25 años y agente comercial de Peugeot, la ópera prima del tunecino Mohamed Ben Attia trabaja tres fases de la mujer: la madre, como cabeza familiar luego de la muerte del marido y fuerte parámetro de la tradición; la novia, en tanto figura que obedece los preceptos sociales y carece de deseos propios y la amante, como encarnación de autonomía, experiencia, liberación y cierta fugacidad porque ella trabaja de bailarina en el hotel donde se conocieron (él fue a Mahdia por trabajo) y cambia de paradero de forma constante. Las dos primeras lo restringen desde el deber ser, los mandatos sociales, la falta de conocimiento del otro o, incluso, de ambición propia; mientras que Rym lo envuelve en su “rebeldía” de presentarse ante el mundo como espíritu libre que disfruta de cada momento. En La amante, se pueden asociar las construcciones de las mujeres de acuerdo a los espacios dónde se desenvuelven o que habitan, puesto que la madre se encarga de la casa y de todos los arreglos de la futura boda de Hedi, la novia vive con sus padres y debe salir a escondidas para verse con su prometido en el auto y la amante no tiene un sitio propio, ella está en constante pasaje. De hecho, el director plasma dos espacios bien diferenciados: el que sería catalogado como “real”, ordinario, de trabajo o familiar y uno con tintes oníricos, en esa suerte de micro-hábitat del hotel, las habitaciones, la playa o los paseos por la ciudad, donde la experiencia en sí misma simula una ilusión. Más allá de esto, el protagonista nunca termina de constituirse más que como hombre estructurado y amante del cómic, ni siquiera cuando está con Rym o en las escenas del final con la madre y el hermano mayor. Porque si bien hay destellos o decisiones que lo alejan de los parámetros establecidos por la cultura y la sociedad, a final de cuentas Hedi tampoco entiende cómo transformar el sueño del cómic en un proyecto efectivo como le dice Rym. Entonces, la fortaleza del discurso de independencia, complicidad o conocimiento con el otro y consigo mismo queda sujeta a ese micro-hábitat del hotel, como si se tratara de una fantasía, un deseo o la propia puesta en cuestionamiento para develar el preciado secreto que queda desdibujado en el aire: ¿qué es lo que quiere hacer de su vida? O ¿cómo es Hedi en realidad? Por Brenda Caletti @117Brenn
Ganador del Premio a Mejor Ópera Prima y al Mejor Actor en el Festival de Berlín, el cineasta Mohamed Ben Attia presenta su primer film La amante que refleja, a partir de una historia de amor, la realidad de los jóvenes en Túnez después de la Primavera Árabe. La Primavera Árabe fue una estación de esperanza colectiva: “El pueblo quiere la caída del régimen”, entonaron millones de voces en las calles y plazas de seis países árabes. Túnez fue la cuna de la Revolución de los Jazmines, una intensa campaña de resistencia civil frente a la dictadura de Ben Ali. Seis años después el camino hacia la democracia no les resulta fácil, en medio de la transición y luego de tres elecciones y una Constitución, enfrentan tensiones políticas y el ascenso del yihadismo. Sólo que esta vez el optimismo se marchitó. Esta decepción y su influencia en la mirada de los jóvenes influyó en la construcción del guion de La amante. Hedi es un joven de pocas palabras, casi inexpresivo y que vive una vida controlada por otros. Su madre, autoritaria y conservadora, organiza su casamiento con Khedja y su hermano mayor, que viajó desde Francia para la celebración, opina constantemente sobre cómo debe comportarse. A días del enlace, debe lidiar con el abusivo de su jefe que lo manda a la ciudad de Mahdia a vender autos Peugeot. Allí conoce a Rym, una bailarina de un hotel, y su mirada de la vida cambia completamente. No sólo se enamora sino que toma conciencia de cómo su vida está controlada por los mandatos de la sociedad y su familia. La conexión entre los dos lo lleva a reflexionar sobre su destino y cuestionar las decisiones de su madre. Frente a esta nueva realidad, Hedi deberá elegir entre dos mundos diferentes. Cabe destacar que si bien el personaje principal es masculino, la mujer no queda al margen de la historia. Al contrario, el film denuncia la situación actual en la que viven, mucho peor que los hombres, respecto a la represión a las que las someten las viejas tradiciones.
La película tunecina producida por los hermanos Dardenne se centra en un hombre que, en un viaje laboral, conoce a una mujer de la que se enamora, poniendo en peligro el casamiento que su familia tenía arreglado para él. El filme de Ben Attia cuestiona las tradiciones de su país de una manera sutil e inteligente a la vez. El nombre, como coproductores, de los hermanos Dardenne, lleva al espectador a suponer con qué se puede encontrar en LA AMANTE (HEDI, en el original), la película del tunecino Mohamed Ben Attia. Y ese elemento está, claro, pero la película es otra cosa también, jugándose en el límite del drama tradicional y una búsqueda un tanto más personal del autodescubrimiento dentro de una cultura reglamentada en cada uno de sus aspectos. Uno podría pensar que el filme tendría algo de versión masculina de MUSTANG, ya que es la historia de un hombre que es llevado por la tradición a casarse en un matrimonio arreglado con una mujer muy bella pero con la que no parece tener suficiente empatía. Empujado por su madre a casarse, este empleado de Peugeot –que es también maltratado y abusado en su trabajo– tiene una especie de quiebre personal durante una semana en la que se va a una ciudad turística a vender autos, pero lo que más hace ahí es pasar el tiempo en el hotel. Allí conoce a una bailarina y su vida parece dar un vuelco. No solo se descubre enamorado de la chica –algo que parece ser mutuo– sino que toma de una vez por todas conciencia de no estar viviendo la vida que desea sino la que le han armado para ser un marido funcional, profesional, adecuado. Su madre y su hermano juegan un rol importante en la conformación de este combo. Pero la aparición de esta mujer y la relación que inicia con ella –mostrada de una manera bastante audaz para una película proveniente de un país árabe– le deja en claro que hay una vida allí afuera que puede ser más interesante y rica, y en la que él puede tomar las decisiones por su cuenta. Ese es el universo en el que se maneja la muy sólida y sensible película de Ben Attia que compitió en el Festival de Berlín. Es cierto que desde lo formal –más allá de algunos momentos dardennianos en el uso de la cámara– no se trata de una película particularmente audaz, pero sí logra que el espectador se involucre en ese otro lado de la cultura árabe, uno que pone también a los hombres a vivir y atravesar situaciones que no son ni de su elección ni de su agrado. De algún modo, en esa elección entre seguir una vida estipulada por la tradición y decidirse a tomar el toro por las astas y hacer su propia aventura uno puede leer a LA AMANTE como una metáfora de Túnez desde la primavera árabe hasta el presente. Es un hecho al que el filme hace directa referencia y en el que se contrapone claramente el hecho de hacerse cargo de las propias decisiones vitales o seguir ciegamente tradiciones impuestas por siglos. Y la decisión de la película es más que inteligente, devolviendo casi al espectador la obligación o la posibilidad de tomar esa decisión. Y de hacerse cargo de los resultados.
Después de la primavera árabe, muchas cosas han cambiado en Túnez. Algunas son simplemente el modo de pensar, y la posibilidad de incorporar sentimientos de libertad. En esa atmósfera transcurre la historia de Hedi, un joven de 35 años sencillo e introvertido que trabaja en una concesionaria de autos y está a punto de contraer matrimonio con una chica elegida por su familia. Poco antes de su boda, Hedi viaja por trabajo a Mahdia, donde conoce a Rym, una chica bella y simpática, llena de proyectos y muy independiente. Este encuentro lo llevará a replantearse su vida y su forma de pensar. Esta película que es coproducida por Túnez, Francia y Bélgica, trae a las carteleras porteñas un aire de renovación, ya que es difícil que se estrenen en nuestro país films africanos. Y es gratificante, además, que sea de muy buena factura, y esté contada en un ritmo preciso y fresco. La metáfora del camino que entrecruza toda la trama, nos introduce al dilema del personaje que debe elegir un sendero, que puede ser tanto el que espera la sociedad o el que elija con libertad. Y allí está puesta la fuerza del relato, en esa búsqueda interior. Nos dice Mohamed Ben Attia, director y guionista, “en esta película no hay armas, no hay piquetes, no hay manifestaciones. Ningún héroe blande una bandera ni trepa por las barricadas, ofreciendo el pecho a las balas. Mi intención ha sido levantar el velo que esconde la vida de estos jóvenes cinco años después de la revolución, la caída de Ben Ali y lo que el mundo llamó “la primavera árabe”, jóvenes que intentan encontrar un camino, que a veces consiguen ir hacia adelante y otras solo pueden ir hacia atrás.” El título original Hedi, que es el nombre del protagonista, significa calma, serenidad. El nombre se impuso como título de la película porque no solo define al personaje principal, sino también a la situación en la que se encuentra cuando comienza la historia. Hedi es la calma antes de la tormenta. Y como numerosos jóvenes tunecinos, conoce el peso de la tradición, y tiene que saber si la puede o no enfrentar para construir su propio destino. La película está muy bien actuada por sus protagonistas Majd Mastoura, Rym Ben Messaoud, Sabah Bouzouita, Omnia Ben Ghali y Hakim Boumsaoudi, y tiene una muy buena fotografía a cargo de Frédéric Noirhomme, que logra construir matices en los diferentes escenarios por los que transcurre la historia. Si bien la película podría encuadrarse como un melodrama de amor, nos habla también de otras problemáticas que trascienden lo meramente individual: la tradición, las costumbres y la libertad. Plantea la situación de una generación que intentaba vivir sin hacer demasiadas preguntas, y de repente ve que hay otros caminos. Mohamed Ben Attia, director y guionista, nació en Túnez en 1976 y estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad de Valenciennes, Francia. Tiene en su haber cinco cortometrajes que han sido aclamados por el público y la crítica. Todos se han estrenado en cines comerciales en Túnez y han participado en diversos festivales internacionales. La Amante es su primer largometraje. Ganó el premio a Mejor Opera Prima de la Berlinale 2016, mientras que su protagonista (Majd Mastoura) fue distinguido como Mejor Actor de la Competencia Internacional.
El cine africano es prácticamente desconocido en nuestro país, y que se estrene en Rosario una película con producción de Túnez, Francia y Bélgica ya es un motivo de festejo. "La amante" llega con buenos pergaminos: ganó el premio a mejor ópera prima y a mejor actor en el Festival de Berlín en 2016, y además está coproducida por los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, directores de joyas como "La promesa", "El silencio de Lorna" o "Dos días, una noche". La película del joven guionista y director tunecino Mohamed Ben Attia se centra en Hedi, un veinteañero tímido y reservado que vive bajo la sombra de una madre autoritaria y trabaja como vendedor en una concesionaria de Peugeot. Hedi se está por casar con una joven a la que apenas conoce, en un matrimonio arreglado por las familias de los novios de acuerdo al ritual musulmán. Pero su destino cambia cuando, en un viaje por trabajo, conoce a Rym, una mujer de 30 años encantadora y liberal que trabaja bailando para los turistas en el hotel donde él se hospeda. A través de la relación con Rym, Hedi empieza a experimentar una sensación de libertad que no tiene nada que ver con la vida gris que lo asfixiaba. "La amante" plantea temas universales (la tensión entre la tradición y la libertad, por ejemplo) con un estilo bastante convencional, pero el director nos mantiene siempre expectantes, a través de pequeños detalles, sobre los dilemas que van estallando silenciosamente en el interior del protagonista. Ese universo privado se manifiesta con gran sensibilidad, y es el mayor encanto de la película. El punto flojo es la falta de atención al contexto político. Sólo en un diálogo se menciona la revolución tunecina de 2010/2011, aunque la desintegración de la Primavera Arabe está flotando en el aire.
AIRES DE CAMBIO Lo curioso de La amante, ópera prima del tunecino Mohamed Ben Attia, es que hay un momento de la película en que uno se siente tentado de juzgar como caricaturas a los personajes femeninos que circundan la vida de nuestro protagonista, Hedi. Sin embargo hay un detalle fundamental: la cámara nunca se aleja de la figura de este personaje apático y ocasionalmente un tanto patético, su punto de vista es fragmentario y como si se tratara de un mosaico caótico, estas mujeres toman relieve en oposición a Hedi, sin que la película necesite profundizar en sus motivaciones. Incluso podemos adivinar fuera de campo el dolor de un personaje como Khedija, que se puede antojar algo desdibujado en prácticamente todo el film. Por lo tanto es un film más complejo de lo que parece, más allá de las impresiones iniciales. En el film nuestro muchacho Hedi (interpretado con desesperante sutileza por Majd Mastoura) se encuentra trabajando para una sucursal automotriz mientras prepara su casamiento con la joven Khedija con el asesoramiento un tanto invasivo de su madre. Las cosas cambiarán abruptamente para él cuando en un viaje de negocios en Mahdia se encuentre con Rym, una mujer independiente cuyo trabajo en hotelería la lleva a rotar por distintas ciudades del mundo que lo terminará cautivando y modificando sus planes. Lo que inicialmente se desarrolla como una historia romántica, un culebrón entre la historia de un matrimonio esbozado por convenciones sociales más que por el amor y otra de dos amantes que se estrellan por la pasión, termina siendo un viaje introspectivo del protagonista cuyo resultado no es una “salida fácil” sino que resulta en un cambio interno a partir de la experiencia. El film acierta en dar un ritmo sosegado a la acción, con diálogos que aparecen constantemente interrumpidos hasta que Hedi fluye en la conversación con Rym, dándole otro perfil al personaje. Este cambio actúa de gatillo para que los problemas en la comunicación que veíamos inicialmente con su madre o su hermano lleven eventualmente a un momento catártico y planos largos que recordarán al cine de los hermanos Dardenne (la discusión y el reingreso a su hogar para armar su equipaje). Por lo tanto, esto que veíamos en el guión desde lo narrativo a través de los diálogos se traduce también en lo visual, a los planos cortos, las interrupciones de la introducción, que se contraponen a los que son largos y secuencia del desenlace hasta la abrupta mirada del final cargada de significado. Drama de aristas más filosas de lo que parece en un principio, empaquetado en lo que se asemeja a un melodrama, La amante ofrece un film que levanta más preguntas que respuestas, pero al final se sabe que el trayecto recorrido es de crecimiento interior para su acomplejado protagonista.