Tras los pasos de Steve Las biografías cinematográficas, los biopics, son un terreno que genera permanente interés tanto en productores como de cine como en los espectadores del mundo. Cada biografía promete trasladar el interés por el personaje directamente a la taquilla. Pero como una forma de qualité moderno (biografías existieron siempre, pero hoy se multiplican) creen que si el personaje tiene valor la película también la tendrá. Se puede filmar una biografía de infinitas formas, no siempre ajustándose a la realidad o preocupándose por crear un estilo afín al protagonista. ¿Cómo decide el director de Jobs encarar la película? Lo hace con los habituales saltos temporales, intentando arrancar de forma tal que las nuevas generaciones entiendan su importancia para el mundo actual. Pero en esa primera escena las cosas se complican. Y si eso ocurre es por su protagonista, Ashton Kutcher. El gran flagelo de las biografías en el cine son los actores. Maquillaje y actuación parecen ser los únicos rubros interesantes, y así tenemos que observar con resignación la forma en la cual el actor de turno sale a hacer su mejor imitación del personaje. Hay actuaciones que se alejan de esta característica, por ejemplo Morgan Freeman haciendo de Mandela en Invictus de Clint Eastwood, Daniel Day Lewis en Lincoln de Steven Spielberg, entre otros. Pero para los demás, la regla general parece ser la imitación perfecta. No se trata de ganar el Oscar a mejor actor, sino a mejor imitador. Kutcher tiene poco vuelo y esto podría beneficiarlo, pero cuando imita la forma de caminar de Steve Jobs, la película completa lo sufre. Si el actor pasa de irrelevante a molesto durante todo el metraje, el guión no ayuda mucho a que la historia sea interesante. Interesa, y mucho, lo que Jobs hizo, pero está contado de forma tal que cuesta sentirse contento con el resultado. Lo mejor del film es cuando pasa información concreta, cuando parece un mediocre documental televisivo. Luego, cuando quiere resolver de forma poética y creativa las escenas más importantes de la vida del protagonista, la película muestra con mucha más claridad su mirada mediocre. Cuando se aleja de la información, pierde, pero tampoco es un documental, por lo cual tiene que crear formas de ficción, aunque terminen resultando mediocres. A pesar de lo emocionante que podría resultar observar en primera fila los grandes cambios de la historia, es muy probable que un especial de televisión resulta más entretenido, justo e interesante que esta película que apenas si araña la cáscara de este gran personaje. Mención aparate merece la reflexión final que el film hace, marcando más el triunfo empresarial que la revolución que el mundo ha vivido en las últimas décadas.
La venganza de los nerds ¿Qué pasa cuando alguien está más adelantado que la época en la que vive? Cuando alguien ve más allá de lo que existe, de lo que la sociedad puede ofrecerle, cuando alguien no se conforma y quiere modificar el mundo, dejar su marca en el mundo. ¿Qué pasa cuando alguien desea crear algo para lo que la sociedad no está preparada? Cuando pone a prueba sus propias limitaciones y las de los demás. Ahí, es que surgen los genios, las mentes brillantes y los productos que revolucionan la historia. Lo cierto es que a todos se nos ocurren ideas constantemente, el tema es qué hacemos con esas ideas, y cómo las llevamos a cabo, si es que estamos dispuestos a hacerlo...
Si a esta altura hay alguien que no sepa quien fue Steve Jobs, cerremos todo y pongamos un parripollo. El excéntrico magnate de las computadoras, creador de el ipod, ipad, iphone, co-fundador de Pixar y mayor accionista de Walt Disney Company, es lo mas parecido que tenemos a un Charles Foster Kane contemporáneo. APPLE II jobsEl film esta escrito por Matt Whiteley ¿Quien?, si eso mismo me pregunté yo, si lo buscas no vas a encontrar ni una foto, lo que pasa es que es su primer acercamiento al mundo del cine o por lo menos eso es lo que dice Imdb. Dirige Joshua Michael Stern que quizás lo conozcan por haber hecho una película con Kevin Costner donde era el único que podía elegir al próximo presidente de USA. Steve (Ashton Kutcher) es un joven que cursa sus estudios universitarios pero no tiene idea que camino tomar, y esa indecisión le hace abandonar sus estudios, por suerte tiene a su amigo Woz o Steve Wozniak (Josh Gad) quien es un joven ingeniero que le encanta realizar sus propias invenciones. Jobs no es lerdo y aprovecha el conocimiento de Woz para llevar a cabo la primer computadora hogareña. La película va a ir atravesando las vivencias de Steve, desde que es un joven emprendedor hasta que apple, la compañía fundada por el, lo vuelve a re-contratar como CEO. El metraje de Stern comienza bien, muy avanzado en el tiempo, cuando Jobs en una conferencia interna de los empleados de Apple, devela el artefacto que cambiaría la historia de la compañía, el iPod, el reproductor de música insignia de la marca. Después de esto volveremos a la juventud de Steve para ver como ocurrió todo. Machintosh 128k La película transita por momentos de altos y bajos, pero podemos decir en el conjunto que los bajos son bastante aburridos. El problema radica que a veces las explicaciones y los tecnicismos son demasiado extensos y se convierten en algo poco cinematográfico. La película es demasiado solemne a la figura de Steve Jobs a pesar de que narra algunas partes éticamente incorrectas de su personalidad. Toma un arco argumental tan grande que los problemas reales o interesantes se diluyen con facilidad, la vida de Steve no fue tan fácil y esta llena de subtramas que se pueden hacer una película de cada una de ellas. Whiteley (el guionista) decide omitir algunas de las partes mas importantes de la vida del empresario, como la adquisición de pixar y de como este tipo que era un fanático de las computadoras logró cambiar el cine de animación para siempre. En esa linea también decide omitir una de las grandes motivaciones de Jobs que fue su enfermedad y de como su proceso creativo se vio surcado por un deadline verdadero. steve-jobs-movie iPod “Jobs” es prolija en cuanto a su técnica como toda película de este presupuesto, puedo decir que me sorprendió Kutcher, su inmersión en el personaje es realmente sorprendente, sin embargo el arco argumental le juega una mala pasada y no termina de brillar porque la historia no lo acompaña. El resto de los actores que lo siguen no desentonan y sorprenden en su parecido con las personas verdaderas en las que se basó esta historia. Punto aparte para la música que a pesar de su contemporaneidad no desentona para nada con las instancias en donde aparece, y no me refiero a la compuesta especialmente para la película, sino a la que fue elegida para los momentos de transición. Conclusión Aquel personaje iconico que se paseaba en polera negra y zapatillas New Balance, tiene su película. El inconveniente es que el film no aprovecha toda la riqueza de la historia que ese personaje tuvo en vida, sienta sus bases sobre secuencias inconclusas, poco llevaderas para el espectador que no generan ningún interés y trata de resolver todo con discursos mediocres poco inspiradores , sin embargo si sos un fanático de apple (como hay muchos) la película quizás pueda ser un poco mas llevadera en ciertos momentos.
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Salí de ver Jobs con una idea en la cabeza, como ha cambiado el cine a lo largo de los años. La referencia inmediata que vino a mi mente fue la de otra “biopic” sobre un magnate, Citizen Kane del y con el maestro Orson Welles; sus miradas sobre el poder son tan distintas, tan ideológicamente opuestas que al segundo comprendí que era inútil continuar con esa comparación. Aún generalizando podemos encontrar películas biográficas sobre grandes personalidades de la humanidad, o por lo menos que dejaron su huella; pero Jobs es heredera del éxito de Red Social y el camino parece ser otro, el de la benevolencia. En los primeros veinte minutos de este film de Joshua Michael Stern encontramos sus más grandes falencias, y es cierto que luego mejora bastante. Una presentación ante empleados en 2001 del propio Steve Jobs para adelantar el lanzamiento de un invento revolucionario que cambiará la vida de las personas, así es representado, el Ipod, para quienes no lo sepan un reproductor digital de música. De este modo abre el film para luego pasar directamente a escenas en la universidad del personaje que a la manera de un hippie se viste andrajosamente, no usa calzado alguno y no tiene otro rumbo que no sea descansar, pasar sus días y engañar a sus amoríos; todo finalizado con una secuencia cuasi musical en la cual Steve salta por un prado mientras resuena un poupurri de éxitos de los setenta. Jobs se propone relatarnos la vida de un genio de la computación desde sus primeros años creativos al término de la universidad hasta casi la actualidad cuando vuelva a ser nombrado CEO de su multinacional Apple y la lleve a ser la empresa con mayor valores cotizados en bolsa. En primer lugar, la duda más grande, y lo que mayor expectativa creaba, Ashton Kutcher cumple en su caracterización casi mimética. El modo de caminar, mirar, hablar y actuar es muy similar al Steve Jobs real, y el carisma del actor ayuda cuando se quiere demostrar la habilidad en los negocios; este es el mayor acierto del film. Los roles secundarios también son otro acierto, pese a que muchos nombres conocidos pasen como un cameo de una escena; los personajes de Woz (Josh Gad) la mente creativa originaria detrás de Apple y Mark Markkula (Dermot Mulroney), el inversor original, tienen el peso necesario y se roban muchas escenas, más aún Gad como una suerte de comic relief. Pero detrás de los personajes bien delineados lo que encontramos es una historia que avanza a saltos, que muestra momentos importantes y trascendentales de una vida, y que hace énfasis en un mensaje de progreso cueste lo que cueste. La idea de mostrar a Jobs como un ser ambicioso, (casi) inescrupuloso, que pase sin más de ser un idealista a un empresario cuyo único objetivo sea el bienestar económico, no parece ser inocente; y aún en los obligados y escasos momentos cuestionables de su vida que se exponen, para cada uno de ellos habrá un momento de redención. Es más ni siquiera se lo enfatiza como un genio informático, prevalece un lugar empresarial dejándole la creación en manos de otros. Stern hace un buen trabajo de recreación de época e imprime tensión a la historia como un thriller de negocios; también habrá momentos logrados con una cuidada fotografía; pero la idea cuasi heroica copa todo el relato y la sensación de ve estar viendo un institucional de Apple es más fuerte que la de ver una verdadera historia de vida. Es extraño decir esto de una biopic, en Jobs sobran los aspectos técnicos pero falta el aspecto vital.
“JOBS” (USA, 2013), de Joshua Michael Stern, biopic sobre la vida de uno de las mentes revolucionarias más importantes de los últimos tiempos, Steve Jobs, destaca por la soberbia actuación de Ashton Kutcher en la piel del genio rebelde. La cinta arranca en una asamblea de empleados de Apple (del año 2001) en la que se presenta el revolucionario iPod. Cámara en mano y registrando la espalda de Jobs, conoceremos las oficinas de la empresa que en el año 2012 se convirtió en la más valiosa del mundo entero. Luego la acción se retrotrae a la década del 70 del siglo pasado, una década en la que conoceremos a un Jobs libre de prejuicios, impregnado del flower power y el hipismo y drogas duras. Esa libertad con la que se manejaba será la que luego intentará mantener en toda su vida, chocando con todo aquel que se oponga a, por ejemplo, sus ganas de no utilizar calzado o falta de higiene. Jobs es rebelde, o eso cree, y no desea que nada ni nadie lo ate a nada, así, en una película condescendiente con él, que continúa con la construcción de un mito de bronce intocable, no veremos profundizar sobre sus problemas psicológicos, su misoginia, y mucho menos su abandono para con su primera hija, ni hablar de su deterioro y enfermedad. Estos claroscuros son apenas enumerados. La película se enfoca, más que nada, en la construcción de Apple. En cómo de un pequeño garage, un grupo de inadaptados (nerds, solitarios) empezó a erigir tras la visión y manipulación de Jobs uno de los proyectos más influyentes e inspiradores de la historia. El proceso obviamente no será fácil, y mucho menos cuando las decisiones que se tomarán para avanzar casi siempre dejan de lado a alguno de los miembros originales del proyecto (algo que deja muy claro “JOBS” es que para triunfar y avanzar se debe traicionar a todo el mundo y en la cinta dejan en claro que Jobs siempre fue su peor enemigo). Si bien la película posee una estructura y narración líneal y tradicional, es en la reconstrucción de época (vestuario, viviendas, movilidad) y en una efectiva banda de sonido en que destaca. Vaticino una nominación en la temporada de premiación para Kutcher por su gran labor (excepto en dos escenas en la que se escapan alguno de sus tics tradicionales, en casi todo el metraje compone con exactitud la impronta de Jobs). Si me equivoco, al menos acérquense al cine para ver si podría o no estar errado.
Mucha Wikipedia, poco cine Lo que menos merecía Steve Jobs era una biopic común y corriente como la de Joshua Michael Stern (el mismo de Un papá muy poderoso / Swing Vote). Al genio de la innovación tecnológica y del diseño había que hacerle una película a su medida y no un film como este -correcto y cuidado, obvio y previsible- de esos que se pueden ver de a decenas en una tarde de zapping en la TV por cable. El título de la crítica alude a la concepción del guión que Matt Whiteley: una sumatoria de hechos, conflictos y personajes que se pueden leer en Wikipedia o en cualquier sitio que informe sobre los hitos de una personalidad como Jobs. Lo peor no sólo de la propuesta del autor sino también de la dirección de Stern y de la actuación de Kutcher es que no “sentimos” la grandeza del protagonista, la “épica” de su lucha contra los ejecutivos burócratas que llevaron a Apple al borde de la quiebra, ni mucho menos el espíritu de época que un film sobre esta “revolución” debería irradiar. La película no muestra, no comparte, no piensa a un hombre y su tiempo sino que dice, explica, recita, repite. Es más un informe periodístico que un ensayo con alguna mirada o teoría propia que permita discutir o pensar (al film y al personaje). El film arranca de la peor manera (una poco atractiva escena en la que Jobs les presenta a sus empleados el iPod en 2001, y luego una serie de viñetas de la vida universitaria en 1974 donde el protagonista tiene una suerte de viaje místico, lisérgico y revelatorio, con epifanías y gurúes espirituales que le servirán de inspiración). Por suerte, la cosa mejora bastante cuando el film regresa al mundo real con el jovencísimo Jobs y su grupo de patéticos colaboradores (no falta el gordito nerd) luchando en la Stanford de los años '80 por imponer (y vender) su idea de una computadora personal. Y así comienza la escalada hasta la cima, y las sucesivas caídas, y las posteriores recuperaciones. Y las confabulaciones empresarias. Y las traiciones. Y los regresos con gloria. Todo con música estridente y algún que otro golpe de efecto. ¿Es aburrida? No. ¿Está “mal” construida? Tampoco. Pero allí donde Red Social -película de inevitable comparación porque también reconstruía los inicios de otro “mesías” tecnológico como Mark Zuckerberg- tenía un gran guionista (Aaron Sorkin), un notable director (David Fincher), tensión, humor, contradicciones y miserias personales, aquí todo resulta mucho más obvio y explícito, más chato y -claro- menos fascinante. Seguramente no será la última película sobre Jobs (ya hay decenas de libros y documentales sobre su vida). Quiero creer que el cine puede (y debe) sumergirse con mayor hondura e inteligencia en los vericuetos íntimos de alguien que supo crear varios de los productos más extraordinarios de las últimas décadas.
American Hero Story Según Wikipedia, un héroe es un “personaje eminente que encarna la quinta esencia de los rasgos claves valorados en su cultura de origen”. A partir de esta definición, se puede pensar a jOBS (2013) como una suerte de mitologización, de construcción épica de la figura de Steve Jobs. Creador de Apple, multimillonario más joven del año 1982 y número 110 en la lista de millonarios que confecciona la revista Forbes al momento de su muerte, la figura de Steve Jobs es clave en ese mondongo conceptual tan de moda que mezcla nociones supuestamente metafísicas con clases de liderazgo empresarial, y crea términos tan divertidos como “coaching ontológico”. Las frases que el guionista Matt Whiteley le hace decir a Jobs apuntan justamente a esto: un humanismo de mercado. “El diseño es el alma de todo lo creado por el hombre”, vemos decir a Jobs rodeado de jóvenes, como un Sócrates/CEO. Ese es la primera razón de la existencia de jOBS: el ensalzamiento de la figura de Steve Jobs. Y también es el mayor error: en lugar de construir un personaje humano, contradictorio, se retrata a un Jobs que incluso cuando se enoja, cuando se caga en sus amigos, y los “garca” impunemente, es groseramente un héroe. Entonces, el primer motivo es ya un error: el ensalzamiento termina en condescendencia. Lo que podría haber sido un retrato de un personaje complejo, termina en una especie de caricaturización superficial. El segundo motivo es Ashton Kutcher. Una de las grandes sorpresas al momento de la muerte de Jobs y la proliferación de imágenes suyas, fue el enorme parecido entre uno y otro. Además, cuando la producción de jOBS había empezado a tener retrasos, y ya se hablaba de su cancelación, fue el aval de Kutcher lo que posibilitó su finalización. Y aquí llega el momento de responder la gran pregunta: ¿Está Kutcher a la altura de las circunstancias? Dejenme contestar con una metáfora. Las propiedades ópticas de la materia se dividen, básicamente, en tres. Transparente, translúcido y opaco, según la cantidad de luz que dejan pasar. Se puede pensar la caracterización en las biopic de la misma manera: la transparencia de aquel actor que se deja atravesar por su personaje, que funciona casi como un transmisor, incluso potenciándolo. El Johnny Cash de Joaquin Phoenix en Johnny & June: Pasión y locura (Walk the Line; 2005) funciona de esta manera: Phoenix aparece atravesado, casi transfigurado por Cash. La translucidez aparece, por ejemplo, en el Andy Kaufman que Jim Carrey compone en El mundo de Andy (Man on the moon, 1999). Vemos destellos de Kaufman, pero distorsionados bajo el filtro de Carrey. Lo cual no está mal, muchas veces la caracterización es también un trabajo de autor, una declaración identitaria del actor, una ecuación interpretativa. Y justamente en eso reside el logro de Carrey. El Jobs que compone Kutcher es opaco. No sólo tapa cualquier posibilidad de ver en él a Jobs, sino que él se pone en el medio. Es como cuando un pelado se nos sienta adelante en un cine. Lo que verdaderamente nos va a molestar no es no ver la película, sino que va a ser ese cráneo brillante y rotundo, emplazándose en el lugar de la pantalla. Ashton Kutcher es uno de los hombres más atractivos de la industria hollywodense, y es también muy buen comediante. Pero no tiene talento: es como un James Franco desprovisto del talento interpretativo. Otro de los errores de jOBS es el fragmentarismo en el que involuntariamente cae. Hay espacios y problemáticas mal resueltas: por ejemplo la negación de Jobs a aceptar a su hija, que se resuelve de manera abrupta, poco creíble. O todo lo que pasa entre su despido de Apple y su posterior regreso. Con la música pasa lo mismo: durante las escenas que retratan al joven Jobs (con un montaje que mezcla imágenes de él tomando ácido y viajando a la India) suena Dylan, suena The house of the rising sun. Luego asistimos al endurecimiento de Jobs, su versión adulta y garca, ¡y sigue sonando rock sesentoso! Si bien la historia de Steve Jobs es parecida a la de Mark Zuckerberg, que David Fincher retrató, carece del ritmo adictivo y los diálogos brillantes de Red Social (The social Network, 2010). La fábula posmoderna del software de garaje, el auge de los nerds que conquistan el mundo, aquí deviene en mito plomizo, en fanatismo infértil, ramplón. Por suerte, Aaron Sorkin, guionista de Red Social, anunció que está trabajando en una biopic sobre Jobs que se estrenaría en 2014. La esperamos con ansias.
Jobs es una película que antes de ser estrenada genera polémica. Muchas personas (que aún no la han visto) ya la critican y dicen que es mala. ¿La razón? Ashton Kutcher interpretando al mítico fundador de Apple. Que equivocados que están estos detractores, ya que la labor de Kutcher es increíble no solo por haber sacado un tono de voz similar e idéntica manera de hablar y caminar, sino que también logró captar su esencia. Se nota que Steve Jobs era alguien a quien el actor respetaba y admiraba mucho. Amén de que la caracterización física (peinado, maquillaje, ropa, etc) está perfecta. Dicho esto, que es el punto más fuerte y más importante, queda hablar de la película en sí. Y el film es muy bueno pero no es excelente, le falta épica y una gran comparación para hacer al respecto es con Red Social (2010) en donde el gran David Fincher supo convertir una interesante historia de un genio y traiciones en un apasionante thriller nominado al Oscar. En este caso, tal vez habría que culpar al casi ignoto Joshua Michael Stern cuya filmografía obviamente ni se asemeja con la del director de Seven (1999) y aún tiene mucho que probar. Jobs merecía otro director de más renombre, alguien que pudiera tomar decisiones más jugadas y contar la historia desde otros puntos para hacerla más relevante. La historia de este genio tiene mucha pasta para película de Oscar pero lamentablemente se quedaron en el camino. Sin embargo, lo que el novato guionista Matt Whiteley optó por contarnos no es escaso como algunos declaran sino que es incompleto. O sea, no abarca toda la vida de Jobs sino una parte: los años más turbulentos y no los de consagración absoluta y los de sus inspiradores discursos, enfermedad y muerte. Otros señalan que faltó mostrar aún más las peleas con Bill Gates y el enfrentamiento con Microsoft, pero eso ya se vio en Piratas de Silicon Valley (1999) y repetirlo no tenía sentido, aunque la escena en la cual Jobs putea a Gates por teléfono es genial. Fotografía correcta, banda sonora decente y un buen reparto acompañan a Kutcher en este gran relato de uno de los hombres más importantes de la historia moderna. Y para los que conocen muy poco sobre aquel tipo que creó la manera en la cual hoy escuchamos música o nos relacionamos con la tecnología, esta buena película es una gran opción. No se dejen llevar por comentarios de personas que no vieron Jobs. Juzguen por ustedes mismos y, citando el famoso eslogan de Apple, “Piensen diferente”.
Las dos caras de un genio Visionario y narcisista: así se muestra al fundador de Apple, con una personificación -más que interpretación- admirable de Ashton Kutcher. Tan visionario como narcisista es el Steve Jobs que retrata la película que protagoniza Ashton Kutcher. Las biopics atraen, y más cuando la figura central ha hecho tanto para la vida diaria -como Jobs con las computadoras personales-, y ha muerto recientemente. La personificación, más que la interpretación, de Kutcher, es admirable. La primera imagen de Jobs, entrando en un auditorio para presentar su nueva gema -el iPhone-, impacta. Realmente creemos que es el verdadero Jobs. Jobs era un nerd, tal vez, pero lo visionario que fue en la tecnología no lo fue en su vida privada. La película de Stern deambula entre la biografía lineal, arrancando en 2001 y yendo hacia atrás, en saltos temporales, y abocándose a su genio creativo. Lo que queda claro es que todo lo iluminado que fue con respecto a la nueva tecnología, no lo fue en su ámbito más íntimo, siendo mal esposo, mal padre y abusando de sus amigos. Es recién después de un quiebre (notable en la construcción del filme) que nos encontramos con un Jobs que recompone la situación con la hija a la que, de movida, no quiso. La película es muy diferente entre el arranque, cuando se genera Apple en el garage de los padres adoptivos de Jobs, y luego cuando la empresa ya es un monstruo, y en vez de dirimir cuestiones entre las herramientas del taller de papá, tienen lugar los enfrentamientos de la junta directiva a lo largo de una mesa y en cómodas sillas. Esto es: cuando de un grupo de amigos se pasa a un grupo de empresarios. Cuando la corporación se engulle la historia. No yerra la película cuando muestra a Jobs como un hombre sin reglas, autosuficiente, rudo, cruel. Eso está en la película. Pero ni una mención a su pancreatitis. Jobs no está basada en la biografía best seller de Walter Isaacson. Y la mirada final que queda es que Steve Jobs, con sus zancadillas a amigos desde su juventud (le da menos dólares a Steve Wozniak de los que debería cuando éste cuando eran jóvenes lo saca de un brete) es una suerte de profeta en una tierra por erigirse, al que se le deben perdonar esos deslices, como si el bien supremo (¿la Mac?), el fin justificara los medios. Por ahí queda flameando la idea de que Jobs se creyó autosuficiente como una necesidad de superar el abandono familiar que padeció de pequeño. El director Joshua Michael Stern (Swin Vote, con Kevin Costner, no estrenada aquí) le da un tono de telefilme que sigue a su personaje, y mientras lo idolatra, traza y describe, opta por no profundizar sino por mostrar. A Kutcher lo rodearon bien. Matthew Modine (Birdy) está perfecto como el marketinero que dejó Pepsi para arribar a Apple, y Dermot Mulroney, que tan bien sabe mutar en los personajes secundarios, tienen dos personajes tan ambivalentes como retorcidos. Como Jobs, un hombre genial, sin piedad.
Un solemne biopic, que retrata al creador de Apple como un guru moderno, mas cercano al bronce que a la debilidad humana. Utilzando la tecnica del flashback, para llevarnos de la presentacion del IPod a los primeros años de este revolucionario llamado Steve Jobs, el filme funciona de a ratos, sobre todo cuando actua como un thriller moderno, con toques de drama. Cuando se torna discursivo y demasiado minimalista, el metraje se hace denso y extenso. De todas formas, el peso de la historia y el personaje recaen obviamente en Ashton Kutcher quien cumple con creces su tarea. Su Jobs puede parecer mimetico por momentos, pero luce real en las distintas facetas de la vida que le toca retratar, ya sea como CEO de la compañia o hippie universitario y soñador. Logrado en sus rubros tecnicos, vestuario, iluminacion y recreacion de epoca, es un filme pequeño, sobre un hombre gigante.
El guionista debutante Matt Whiteley y el director Joshua Michael Stern consiguen, mediante diversos procedimientos, convertir una biografía de Steve Jobs (1955-2011) en una película anodina. Todo un logro para el lado de la desgracia. Steve Jobs, nada menos que uno de los hombres que cambió el mundo. ¿Les suenan Apple, las computadoras personales, la música en pequeños artefactos portátiles, la interfaz gráfica, el diseño minimalista aplicado a la tecnología, Pixar? Y ni hemos empezamos a hablar de todo aquello en lo que estuvo involucrado Jobs, una figura quizás hasta demasiado grande para una película, o al menos para una como ésta. Para mejor (o para peor), Jobs tuvo no pocas zonas oscuras con amigos, con familia y en su vida laboral. Stern y Whiteley toman muchas decisiones equivocadas, como simplificar mediante procedimientos de telefilm apurado temas como "la droga", "la India", "el rechazo a la paternidad", etcétera. Así, en esos momentos logra lo peor de los actores, que tienen que hacer frente al mandato de "explicar con la cara en segundos lo que podría no haberse contado, o podría haberse contado con más tiempo o con alguna elipsis elegante". No hay elegancia ni fluidez en esta película rústica, indigna estéticamente de Jobs. Además, en un cine como el norteamericano, que tiene entre sus fundamentos una película biográfica como El ciudadano (inspirada en la vida del magnate William Randolph Hearst) y una excelente y reciente sobre Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, como Red social , el planteo de Jobs es de una descontextualización hasta ingenua. En la actuación de Kutcher, que ha demostrado gran capacidad en películas como Amigos con derechos y que es parecido a Jobs, hay también ingenuidad en la imitación casi caricaturesca de la manera saltarina de caminar de Jobs: bastaba con actuar, y Kutcher no lo hace mal cuando no se desplaza. Por otro lado, se agregan en este relato momentos concentrados "para que estén", pero no adquieren relevancia, no se desarrollan. La relación entre Jobs y Bill Gates se reduce a un grito telefónico. La relación entre Jobs y su primera hija trata de resolverse con una elipsis, pero no se logra, y da toda la sensación de que quedó perdida en el montaje. La única línea que tiene mayor desarrollo es la laboral, con sus altas traiciones empresarias, pero Jobs tampoco se concentra totalmente en eso y lo deja a medias. La película no toma decisiones valientes, decide no sacrificar apuntes al paso. Pero en una biografía fílmica hay que tener mirada, un punto de vista unificador que vaya más allá de la acumulación. No hay tema en Jobs , hay apenas amontonamiento de situaciones. Si la película se salva del desastre absoluto es por una cierta corrección (aunque más propia del telefilm que del cine), y sobre todo porque el biografiado es de una relevancia difícil de exagerar. Así y todo, director y guionista quedan muy cerca de lograr una biografía sin vida alguna.
Mezcla de genio y Mesías insoportable Suerte de creador renacentista, rebelde antisistema, romántico incurable, trepador de temer, duro negociador, vendedor astuto, showman y megalómano peligroso, el Jobs de Jobs no es un santo, sino un inventor visionario, lleno de claroscuros. La primera escena de Jobs hace temer lo peor. En varios sentidos. Una de las preguntas básicas del espectador ante el biopic de un personaje conocido (“¿Estará parecido el actor?”) está resuelta para el traste. Al eludirse de modo ostensible mostrar el rostro del actor, no una sino dos o tres veces, se genera una expectativa de película de monstruos: ¿qué pasa con ese rostro que no lo muestran? Lo curioso es que no pasa nada que sea necesario ocultar o disimular, porque Ashton Kutcher está razonablemente parecido a Steve Jobs. Pero ése está lejos de ser el principal problema de esa escena. El principal es el sentido que se le da, el punto de vista sobre el personaje. Un sobreimpreso informa que es el año 2001. Ante un auditorio expectante, Jobs anuncia un invento que no sólo revolucionará la vida cotidiana, sino que además “tocará el corazón humano”. Y lo que presenta es un simple aparatito: el primer modelo de iPod. Aparatito que, como sabemos, permite grabar y almacenar un montón de música. Nada más que eso. Sin embargo, y eso es lo preocupante, el auditorio responde como si el hombre acabara de anunciar la cura definitiva contra el cáncer. La música rompe en un sinfonismo grandilocuente y emocional, saludándolo como al descubridor de la vida eterna. Ante semejantes bombos y platillos, el espectador se prepara para presenciar, de allí en más, la más ramplona glorificación del personaje. Sin embargo y por suerte, no es eso lo que sucede en las restantes dos horas. Con guión escrito por el debutante Matt Whiteley y dirección de Joshua Michael Stern (cuya interesante Swing Vote fue aquí directo a DVD), Jobs no es la vida de un santo, sino la de un inventor visionario, lleno de claroscuros. El Jobs de Jobs es un personaje (o mito) típicamente (norte)americano. Suerte de creador renacentista, loner, entrepreneur, rebelde antisistema, romántico incurable, “trepa” de temer, duro negociador, vendedor astuto, showman, genio del marketing y megalómano. Un verdadero hijo de puta, además. Capaz de pegarle a su mujer embarazada o pisar la cabeza de cada uno de sus amigos, con tal de llegar hasta ese destino manifiesto de la tecnología del futuro, al que se considera dirigido. Lo interesante de Jobs es que ese conglomerado salvajemente contradictorio no se experimenta como previamente armado en el guión, sino que se va desplegando, haciendo y deshaciéndose a ojos del espectador, nunca seguro de saber del todo who the fuck es Steve Jobs. Lo contrario del biopic tradicional, que siempre cree tener el conocimiento total del biografiado, presentándolo mediante una esquemática alternancia de luminosas virtudes públicas y aberrantes vicios privados. Yendo de unos años ’70 de campus, ácido y summer of love –en tiempos en que el inventor de Apple era un estudiante veinteañero– hasta la tecnoactualidad comunicacional, Jobs es también la biografía de tres o cuatro décadas tan cambiantes como su protagonista. De barba y pelo largo, el joven Steve pasa de viajar a la India en busca de alguna iluminación a tenerla, mientras trabaja como técnico en Atari: diseña su primer salto adelante, que también puede ser visto como una pelotudez. Se trata del clásico jueguito del ping pong electrónico, que su jefe recibe boquiabierto. “Este tipo es un genio”, nos dice esa escena. Pero también: “Este tipo sabe que es un genio... y ése es su problema”. El problema con sus compañeros, que no lo soportan. De allí en más, Jobs no dejará de comportarse de acuerdo con ese patrón, creando Apple en el garaje de la casa de sus padres adoptivos (variante computacional del rock de garage) junto a un grupo de amigos. Amigos a los que llegado el momento les bajará el pulgar, sin que le tiemble la mano. Se irá de Apple porque parecería que a este visionario toda empresa le queda chica, por gigantesca que sea, y volverá más tarde como salvador, organizando un golpe de Estado contra el tipo que lo trae. De allí en más, camino expedito para la plena invención. En el camino, claro, el sueño o la sanata de poner la computación poco menos que en manos del pueblo, la realidad de que Apple siempre fue demasiado cara y sofisticada aun para la clase media, y el carácter irrevocablemente quimérico de un tipo cuyo modo de caminar, medio encorvado hacia delante, hace pensar como posible borderline. Pero Ashton Kutcher, que está absolutamente brillante, no compone a Mr. Jobs como freak, sino como una mezcla de genio individualista, Mesías insoportable, maquinador visceral, motivador nato y Moisés de jeans y zapatillas, capaz de llevar a quienes se animen a seguirlo a la Tierra Prometida del futuro. O sea: el presente. Más bien uno de todos los presentes, que nunca es uno sino muchos. Un presente que nos tiene pegados a la Mac, el iPhone, el iPod, los iTunes y todas las autopistas informáticas cuyo peaje nuestro bolsillo nos permita atravesar.
Hippie con fines de lucro Luego de su muerte, a los cincuenta y pico, y en el mejor momento de su carrera, Steve Jobs se convirtio en un ídolo de multitudes, una especie de rockstar que había dejado este mundo. Gente que un año antes no sabía quién era, ponía su foto en el muro de Facebook o tuiteaba sus frases. La película comienza con la presentación del iPod, con un auditorio aplaudiendo a Jobs, y festejando otro logro más de su empresa. Steve muestra una gran capacidad de oratoria, y presenta el nuevo producto de forma épica, hablando no solo de los logros técnicos y de diseño, sino de los sueños que se pueden alcanzar. Luego la película vuelve en el tiempo, y lo vemos en sus años universitarios, como un estudiante bohemio, que andaba descalzo y a pesar de su gran capacidad intelectual parecía no poder encajar en ninguna parte, cursaba estudios muy diversos, que combinaba con experiencias de ácido y viajes a la India. Una vez abandonados sus estudios, el mercado laboral tampoco parecía tener un lugar para él, hasta que descubre que lo suyo no es trabajar para otros, sino lanzarse a poner en práctica sus propios proyectos y su ilimitada capacidad de crear. Es así como Apple nace en el garage de la casa de sus padres, con un grupo de apasionados geeks, de los que sin dudas él es el líder, no solo porque es quien tiene las ideas, sino también -como descubre por esos años- una enorme capacidad de negociar, de insertarse en el mercado, y de hacer dinero. Con Ashton Kutcher en la piel de Jobs, lookeado para la ocasión y llevando a cabo una correcta interpretación, con algunos gestos muy logrados -como el caminar o los nervios reflejados en el movimientos de las manos-, la película recorre la vida del fundador de Apple, mostrándolo no solo como un genio -que es el modo en que obviamente lo ve la sociedad norteamericana- sino también como un tipo que tenía sus miserias, comenzando por un ego demasiado grande. La película no escatima detalles para mostrar sus excentricidades, su obsesión por el trabajo, la falta de comprensión hacia los demás, y un perfeccionismo que finalmente quedó reflejado en sus productos. Pero sin embargo no terminamos de entender del todo el por qué de sus actitudes, y nos quedamos en la superficie, con una enorme cantidad de particularidades, sin entender del todo qué pasa dentro de ese personaje tan complejo. Sin dudas los mejores momentos de la película son aquellos que muestran los comienzos de la empresa, donde se logra transmitir la pasión con la que trabajaron. Del mismo modo queda reflejado cómo algunos de esos sueños se fueron transformando o desapareciendo cuando la empresa se convierte en lo que finalmente llegó a ser Apple, y los días de garage quedan en el pasado. Estamos ante un filme de una gran calidad, con muy buena fotografía, prolija por donde se la mire, y con muy buenas interpretaciones, entre las que se destacan Dermot Mulroney, interpretando a Mike Makkula, el primer inversor de Apple o podriamos decir "el primero que la vió", y Josh Gad quien interpreta a Steve Wozniak, el geek que acompaña a Jobs desde sus comienzos, para dejar la empresa cuando las cosas dejan de ser lo que eran. La película pretende reflejar la vida de un genio sin terminar de captar su complejidad, mostrando demasiados detalles que luego quedan en la nada, de los que no terminamos de entender las razones, pero dejando muy en claro que alguien que triunfa en este mundo del modo que Jobs lo hizo, no solo tiene que tener imaginación, capacidad de soñar y una gran inteligencia sino también un enorme pragmatismo, y una gran capacidad de adaptarse a un mercado que se come vivo a más de uno. Y que detrás de las computadoras de colores y el hombre del "Think different" hubo abogados, publicistas, acciones en la bolsa, y sobre todo, gente haciendo números.
Para los que saben la historia de Steve Jobs, esta biopic mostrará sus problemas, personajes importantes reducidos, reacciones que ocurren sin mucha explicación y algún toque místico. Para aquellos que no son fanáticos del revolucionario empresario, se encontrarán con un trabajo de Ashton Kutcher, un tanto exterior y un crescendo narrativo entretenido de un hombre obsesionado con la perfección, cruel y genial al mismo tiempo, solitario y mal amigo, increíblemente talentoso. Sin demasiada explicación de lo que ocurrió salvo su ambición y sus sueños.
Este biopic desangelado sobre Steve Jobs, el profeta del capitalismo digital del siglo XXI, más que una hagiografía audiovisual parece una discreta estampita en movimiento de larga duración acerca de un santo heterodoxo propio de un sistema económico y social que sólo puede reinventarse infinitamente –al menos es lo que aquí se sugiere- gracias a los raros y marginales del sistema. Ya en el plano inicial en el que Jobs presenta al mundo el famoso iPod, la inteligencia asociativa de Jobs puesta al servicio del bienestar de la humanidad se equipara sesgadamente con la agudeza intelectual de Einstein, figura clave que acompaña –como Bob Dylan- todo el desarrollo imaginario de este presunto genio. Jobs, supuestamente, fue tanto un genio como un rebelde, aunque la tosca psicología didáctica del film sugiere que también fue un neurótico obsesivo bastante desalmado, dotado de un olfato singular para los negocios. Del año 2001 en el que Jobs dio a conocer ese aparato extraordinario capaz de almacenar 1000 temas musicales, el film de Stern recorre una línea recta que arranca en 1974, antes de que Jobs se convierta en mito, cuando éste caminaba descalzo por el campus de la universidad, tomaba ácidos y viajaba a la India. Lo que viene luego no es otra cosa que su peregrinación y ascenso a la cúspide del capitalismo contemporáneo, su transformación impredecible de un hippie tardío en un yuppie poco ortodoxo; Jobs finaliza a mediados de los ’90 cuando recupera el mandato de su empresa tras que el CEO de Apple lo dejara virtualmente afuera de su propia creación. La genealogía del universo dactilar de los iPhone y iPod queda en un radical fuera de campo, lo que sucede también con la infancia de Jobs que fue un niño adoptado (lo que explica su rechazo inicial a su paternidad) y su muerte por cáncer de páncreas en 2011. El parecido físico de Aston Kutcher es sorprendente, y en su composición entre mimética y hermenéutica del gurú de la manzana reside lo mejor del film, cuya puesta en escena esquemática no parece estar en sintonía con la alabanza a la creatividad constante, valor esencial en el credo de Jobs. La falta de proporción entre los episodios de la vida de Jobs, un abuso flagrante de la elipsis (el más evidente: la aceptación repentina por parte de Jobs, previo a una negación sistemática, de su primera hija llamada Lisa), una musicalización excesiva en casi todas las escenas (que sin duda cabe en la memoria de un iPod) y un concepto entre nulo y mecánico de cada encuadre, son una prueba de la supina mediocridad cinematográfica que predomina en Jobs. El máximo hechicero del Capital, quien concibió “objetos endemoniados” cuyas “sutilezas metafísicas y reticencias teológicas” deslumbran aún a millones de usuarios en el mundo entero merecía una película a la altura de las circunstancias.
El hombre hecho máquina. En 1974 la gente de Atari recibía el primer ataque de un tal Steve Jobs. El tipo acababa de tener ideas increíbles, bajo los efectos de cierta sustancia consumida durante su período de vida hippie. Nunca dejó de serlo, pero lo cierto es que con o sin alucinógenos, Steve fue un visionario indiscutido. Le llevó mucho tiempo a este genio incomprendido convencer a sus pares de que sus ideas realmente revolucionarían al mundo. Tomó clases de caligrafía en la universidad, aunque ni siquiera estaba ahí como estudiante. Fue discípulo de un guía espiritual y viajó por la India buscando la paz interior. Sin embargo, nunca la encontró. Su exigente mente superior lo empujaba permanentemente a romper las barreras de lo establecido, y no le permitía trabajar con otra gente. Él necesitaba independencia… Hasta que finalmente decidió unirse a su amigo Steve Wozniak y fundó la famosa Apple Inc. A partir de allí su inspiración comenzó a volar mucho más alto, ya que su colega (capo de la ingeniería) tenía algunas ideas locas para cualquiera, pero más que viables para Jobs. El empresario de la manzanita no reparaba en gastos… Ni en consecuencias. Pero sabía muy bien por qué lo hacía; él había visto el futuro. Inspirado en un televisor, comenzó a mentar su primer gran invento, bajo el sello de ‘Palo Alto Copyright’. En la convención de Stanford, su primera hija no fue bien recibida, y lo ‘único’ positivo que escupió ese viaje fue el famoso nombre de la marca y el interés que mostró un revendedor en negociar. Steve Jobs no tardó en transformar ese negocio en una compra efectiva, y de a poco comenzó a ganarse la confianza de nuevas personas. Sumó más trabajadores al equipo y tuvo la suerte de ser abordado por Mike Markkula en su propio garaje (sede de la empresa, en aquél momento). Mike se convirtió en el primer inversionista que depositó fe en Jobs y su humilde equipo, pero los problemas no tardarían en llegar. Lamentablemente, la personalidad de Jobs lo convirtió a él mismo en su propio enemigo. Fue expulsado de todas partes y desentendido de sus más grandes creaciones, casi como si no hubiera tenido nada que ver en su nacimiento. El tiempo pasó y Jobs se volvió cada vez más intratable, lo cual lo forzó a aislarse del mundo tecnológico. Sin embargo, ese nuevo mundo no funcionaba sin él y fueron los mismos que lo expulsaron, quienes vinieron a buscarlo nuevamente. Steve nunca cambió, tan sólo aprendió a no tomar tantas decisiones erradas como cuando contrató al jefe de marketing de Pepsi. Finalmente, en el año 2001, y luego de atravesar infinitos dolores de cabeza oscilando entre Apple y Macintosh, Jobs le presentaba al mundo el famoso iPod. En ese punto es donde comienza la película y vemos a un Ashton Kutcher lookeado en sus cuarenta y tantos. Personalmente, rescato esa como la mejor escena de la película, ya que se muestra al hombre que gozaba de caminar descalzo, como un ser pacífico y emprendedor, que no revela la locura bajo la que vivió durante tantos años. Me gustó el biopic de este gurú de la tecnología, pero no descarto las dudas que siempre se presentan en torno a la absoluta veracidad de este tipo de relatos. Como decía el propio Steve: “Lo que importa no es qué, sino para qué.” @CinemaFlor
Un apologético telefilm Dado que Steve Jobs murió hace menos de dos años, la idea de una película biográfica suena un poco apurada, y necesariamente poco objetiva, dado que en estos casos los guionistas no suelen tener otra misión que algún tipo de apología funeraria. Sobre todo, si el apuro tal vez se deba a que el otro cofundador y visionario técnico de Apple, Steve Wozniak, fue contratado por otra producción que también contará la historia de la empresa pionera en la difusión masiva de la computadora y todos sus derivados que cambiaron el mundo. Justamente entre los variados problemas de "jOBS", el principal es intentar enfatizar todo en el protagonista, sin preocuparse por resolver de una manera verosímil la participación de otra gente que no sea Steve Jobs (al que le otorgan algunos fantasmas personales que en realidad no resultan muy interesantes dramáticamente). Por otro lado, todo guiño a los riquísimos detalles de la historia de la tecnología están casi obviados por completo, y también se soslayan las enormes posibilidades narrativas y visuales de los cambios sociales que provocaron las ideas de Apple (y de hecho, de Pixar, el estudio pionero en la animación digital asociado a Disney, del que Jobs se ocupó cuando fue excluido de su manzanita). De todos modos, hasta que aparezca otro film más imaginativo e históricamente distante y objetivo, este "jOBS" podría percibirse como un buen telefilm; para empezar, la composición absolutamente exterior a cargo de Ashton Kutcher es típica de una producción para la pantalla chica. Para un largometraje, no lo es, y este defecto se nota más por culpa de las sólidas actuaciones del resto del elenco, empezando por el talentoso Josh Gad como Wozniak. Luego , se luce especialmente Matthew Modine, y hay varios muy buenos actores tan desaprovechados que ni vale la pena mencionarlos, aunque ayudan a darle un nivel correcto a una película que se deja ver y no está del todo mal, aunque tampoco da para recomendársela a nadie.
iSteve El trabajo sobre el guión de Jobs comenzó tiempo antes de la muerte del co-fundador de Apple pero, si bien lo sucedido en octubre del 2011 no es representado en la película –de hecho lo retratado llega hasta una década antes del fallecimiento-, esto supone un terrible lastre para lo que el escritor Matt Whiteley acabó por entregar. Lo que ocurre es que el planteo primigenio al pensar una biopic, es decir si se elige hablar de la persona o del mito, inevitablemente se resuelve en favor de lo segundo, lo que impide que el film de Joshua Michael Stern tenga vuelo propio por fuera de la estampa audiovisual en la que resulta. Quien se ha decidido a comprar uno de los productos de la compañía que ha vuelto a ser "cool" hoy tiene una duda básica que resolver antes del pago: ¿blanco o negro? El director y su guionista parecen preguntarse lo mismo al pensar en el visionario Steve Jobs, lo que cierra la puerta a las muchas tonalidades de gris que su figura comporta. Como va a ocurrir con toda película centrada en un genio informático, va a ser difícil no establecer paralelos con la cercana The Social Network de David Fincher, que si bien transcurre en un período menor de tiempo que al que Jobs aspira, hace de su enfoque algo todavía más acotado en favor de lo cinematográfico. El que mucho abarca poco aprieta se dice habitualmente, refrán que ejemplifica lo que ocurre con la búsqueda de la película de Joshua Michael Stern. Es que una revisión sobre las tres décadas de actividad de su protagonista ofrece inagotable material como para ser tratado en forma apropiada, especialmente cuando se sufre de la parálisis de la cita. Steve Jobs es aquí un monumento. Su creatividad es innegable y su vida es a todas luces muy interesante, no obstante en la elección del mito sobre el hombre hay muchos conflictos que se pierden. Whiteley se encarga de señalar las grietas de su persona –su relación con su novia de la universidad y con la hija que rechaza, el cuestionable olvido de sus compañeros de ruta, el abandono sufrido por sus padres biológicos- para luego pulirlas en el acabado de la efigie. El problema asoma y luego se lo ignora, lo que importa es Apple, Next, Macintosh, básicamente iSteve. A pesar del amontonamiento de viñetas biográficas y citas, la película logra mantener un buen ritmo y hasta se permite jugar en terrenos cómicos con buenos resultados. Con una vida tan sobresaliente, es difícil que la historia de uno de los genios del último siglo resulte tediosa; hay demasiado para contar como para que la película se caiga de forma completa. Es en lo que se refiere a la canalización de un espíritu de época donde Jobs logra destacarse, algo que se nota bien al principio con rabiosos planos fugaces y luminosos. El paso de las tres décadas a través de los ojos de pioneros de la informática sin duda es llamativo y la caracterización de cada uno de los personajes es acertada. Ashton Kutcher, seleccionado por su condición de "estrella" para un film independiente aunque guarde un parecido físico con el personaje, ofrece una de las mejores interpretaciones dentro de una carrera en cine que no ha logrado salir de la medianía. Por decisiones creativas el peso de la película recae sobre sus hombros y está en condiciones de soportarlo por fuera de ciertos deslices hacia un terreno over the top. Necesita, desde luego, estar rodeado de otros como Josh Gad y Dermot Mulroney que logran acompañarlo con solidez, sin embargo el poco acertado criterio de los realizadores los aparta de a poco en pos de lo que resulta ser un retrato superficial de una figura repleta de complejidades.
"¿Qué pensaría Steve Jobs de ver su vida, signada por la polémica, la creatividad y la audacia, reflejada en una película tan timorata, débil, políticamente correcta e intrascendente como esta?". Escuchá el comentario. (ver link).
A la espera de la que seguramente será una gran producción en términos económicos, luego de que la Sony adquiriera los derechos de la biografía autorizada de Steve Jobs, escrita por Walter Isaacson, la maquinaria de Hollywood se puso en marcha más rápido que un bombero. “Jobs” nació a partir del asombroso parecido de Ashton Kutcher al Steve Jobs de la década del ‘70. Hay un director casi novato y un guionista más novato aún. ¿Qué esperar? Para cualquiera que haya buscado en you tube algún video del creador de Apple, y lo haya visto caminar, la primera escena resulta casi fantasmal y contradictoriamente real. Ashton Kutcher camina, habla y se mueve igual en una demostración de búsqueda y composición del personaje. En esos primeros 4 o 5 minutos vemos como Steve presenta el i-pod. Flashback Ahora estamos en 1974, donde todo comenzó. El director se toma su tiempo para retratar. Para trabajar el entorno. Rituales de plaza, contexto socio-políticos, la música de la época (tomando como centro a Cat Stevens y Bob Dylan), y un personaje que ya se dibuja como un pensador fuera del cuadrado. Algo engreído, autosuficiente. Él sabe que su intelecto sobresale por encima de la media, pero todavía no sabe como potenciarlo. Hasta que conoce a aquellos que van a conformar su equipo de trabajo a lo largo de los años, los que “comparten su visión”. Porque si algo tiene muy claro éste hombre es cómo funcionan las finanzas, el capital, las ganancias y además tiene visión, esa visión especial para anticiparse a aquello que en cualquier otro ser humano sonaría ridículo e irrisorio. En esta, y las siguientes dos décadas, se centra el relato aunque llega a abarcar algo del siglo XXI. A medida que pasan los años la narración crece en velocidad, pero sólo en eso. Como si no hubiera más tiempo o presupuesto para retomar el ritmo de la primera hora, por lo que las elipsis resultan algo forzados. También, para aquellos que conozcan al genio en mayor profundidad, faltarán episodios insoslayables como la pelea con Bill Gates (que aquí apenas se menciona y queda al borde del cabo suelto). No es lo único suelto en “Jobs”. Hay personajes poco desarrollados, como el profesor que compone James Woods al principio ¿Qué aporta a la construcción del personaje? ¿Aporta? Sin embargo todos estos detalles se diluyen ante la fuerza del título. El mundo sabe quien era Steve Jobs y su muerte no hizo más que agigantar la figura. Una verdadera ventaja para esta película porque, adicionalmente a lo que el espectador sabe, cuenta con un muy buen trabajo de todo el elenco, en especial los de Dermot Mulroney como Mike Markkula, el primer financista de la historia de Apple, Josh Gad en el papel del ejecutor de las ideas, y un Lukas Haas maduro y pensativo ya lejos de la mirada inocente que tenía aquel chico amish de “Testigo en peligro” (1985). “Jobs” resulta un emotivo y entretenido relato sobre un genio. Si se quiere, a los efectos de conocerlo a fondo, funciona como una introducción efectiva que seguramente lo dejará con ganas de más y con el recuerdo de la interpretación de Ashton Kutcher.
Una biografía sin sorpresas Dirigido por Joshua Michael Stern, "Jobs", invita a preguntarse ¿qué hubiera pasado si esta película, hubiera tenido como motores a David Fincher, el director de "Red social", sobre Mark Zuckerberg, el creador de Facebook y a su impecable guionista Aaron Sorkin?. Se hubieran gestado atmósferas sugerentes y ambientes más imaginativos, que de alguna manera podían hacer pensar en los objetivos de Jobs, el creador de Apple, aunque él también se metió en la filosofía de la India y el universo de la paz, la droga y el amor libre. Pero no, a "Jobs" le tocó Joshua Michael Stern de director y Matt Whiteley de guionista, que hicieron una biografía de Steve Jobs (1955-2011) filmada tradicionalmente, sin sorpresas, que informa sobre el personaje relativamente, más bien a base de secuencias, casi flashes básicos y poco explicativos. EN LA INTIMIDAD Desde sus inclinaciones orientalistas, su amor por las computadoras, su ingreso al Hewlett Packard Club con jóvenes que mostraban sus nuevos productos, la relación de Steve Jobs, con Steve Wozniak (Josh Gad) con quien crea Apple en el garaje de su casa y las instancias que con los nombres de Pixar, iPod, iPhone, transformaron el universo cotidiano del hombre común. Hay toques sobre su mal carácter, su sagacidad comercial, su obcecación y su creatividad. Nada se cuenta sobre sus problemas de hijo de madre soltera, que lo dio en adopción, luego de su relación con un ciudadano sirio. Sí se habla de la casi repetición de la acción materna, al no querer reconocer a la hija que tuvo de una colega estudiante. Hija a la que recién terminó de aceptar cuando era adolescente y a la que Steve Jobs decide pagarle una excelente educación universitaria. UN HOMBRE SOLO Avatares como su expulsión de Apple, su posterior retorno llamado por la empresa y las nuevas creaciones tecnológicas, son algunos de los momentos de esta visión simple de un hombre que se hizo solo y pasó del abandono inicial de una madre adolescente, a controlar un imperio tecnológico que ya no sería igual al comienzo de Apple. A los cincuenta y seis años falleció dejando un futuro ilimitado para el mundo, a través de nuevas herramientas hacia mundos virtuales y once mil millones de dólares, salidos de un modesto garaje californiano. Es buena la interpretación de Ashton Kusher (Steve Jobs) y superior la de Josh Gad (Steve Wozniak), el amigo de Jobs, cofundador de Apple.
El evangelio de un mesías tecnológico Ashton Kutcher hace un buen papel como el creador de Apple en “Jobs”. Pero la película es un homenaje fallido a un hombre famoso por haber introducido el concepto de belleza en el mundo de las computadoras. A la biografía cinematográfica de Steve Jobs le faltó trabajo, podría decirse en un fácil juego de palabras bilíngüe. El cadáver del creador del Apple estaba todavía caliente cuando empezó el rodaje y se sabe que Matt Whiteley se puso a escribir el guion no bien se enteró de que Jobs abandonaba la dirección de su empresa para someterse a un tratamiento contra el cáncer del páncreas. No fueron los únicos morbosos en esta especie de proceso de santificación que ha experimentado la figura de Jobs desde su muerte en octubre de 2011. Cualquier personaje influyente e icónico del planeta es susceptible de recibir el mismo tratamiento. Si fueron un gran negocio en vida, ¿por qué no lo serían después de muertos? Lo reprochable es que no hayan aplicado a la película los principios de máxima calidad que Jobs predicaba e imponía a los productos que lanzaba al mercado. En este punto, no es exagerado hablar de una traición estética, un homenaje fallido a un hombre famoso por haber introducido el concepto de belleza en el mundo de las computadoras. Pero antes de presentar la lista de reclamos, hay que señalar el mérito principal: Ashton Kutcher. Más allá de la notable semejanza física con el joven Jobs y de imitar su forma de caminar como un ganso, el actor consigue recrear ese efecto de "campo de distorsión de la realidad" que los amigos y los empleados de Jobs sentían en su presencia y que los hacía rendir al máximo de sus posibilidades. Lamentablemente, la nómina de los problemas es un poco más larga. Por empezar, el recorte arbitrario de segmentos importantísimos de la vida de Jobs: su infancia de niño adoptado, la reconciliación con su hija, su casamiento y la lucha contra su enfermedad. Todo eso se omite o se cuenta de pasada, como si una biografía pudiera permitirse no examinar los puntos neurálgicos de la existencia de su biografiado o como si se tratara de un evangelio contemporáneo que difundiera el mensaje de un mesías tecnológico. En el intento por explicitar la filosofía jobsiana de "pensar diferente", se desaprovecha la oportunidad de usar a la persona que mejor encarnó el drama de las corporaciones actuales para explorar a través de ella el conflicto entre la fase de creatividad y la fase de maximización de beneficios del capitalismo. Jobs fue un nerd carismático y visionario, mucho más cercano a Edison que a Einstein, con el que la película trata de asimilarlo de manera mecánica (mostrando un retrato gigante del físico matemático en la casa de Jobs). No era necesario santificarlo en una ceremonia new age, sólo había que entenderlo.
Un comerciante como cualquier otro En octubre del 2011 murió Steve Jobs. Pionero de los sistemas de software contemporáneo, Jobs fue el fundador de una de las empresas más trascendentes en lo que respecta a innovaciones informáticas: Apple Computers. Pero más allá del genio informático, Jobs fue para muchos, un gurú espiritual, un ser misterioso, ambiguo que cambió la manera de relacionarnos. Si los 90’s fueron de Microsoft y su fundador, Bill Gates, el siglo XXI le pertenecería, por once años a este visionario que fundara su empresa en un garaje durante los años 70s y que tuvo a fines de la misma década y principios de los ’80 una cúspide de éxito que lo pondría por encima de IBM. Aunque la fama duró poco...
A una semana de su estreno comercial en los Estados Unidos, y a punto de cumplirse dos años de su fallecimiento, llega a las salas de nuestro país el primer largometraje enfocado en la vida de Steve Jobs, co-creador de Apple (en 1976, junto a Steve Wozniak y Ronald Wayne), co-fundador de Pixar y máximo accionista individual de The Walt Disney Company. ¿Por qué digo el primero? Porque, en medio de ciertas polémicas (Wozniak dice que hay muchas cosas erradas y omitidas en este film, por lo cual lo responsabiliza a su protagonista, Ashton Kutcher), ya se está preparando otra versión, una biopic basada en la biografía autorizada escrita por Walter Isaacson. El encargado del guión es el "oscarizado" Aaron Sorkin, escritor de "Red Social". Pero lo que nos concierne aquí es evaluar esta producción dirigida por el poco conocido Joshua Michael Stern y escrita por el debutante Matt Whiteley. A pesar de las fallas evidentes en cuanto a lo que se incluyó en el argumento -y lo que no- hay que destacar el trabajo de Kutcher, quien se pone en la piel del excéntrico empresario y magnate de las computadoras (el parecido físico es increíble) de una forma muy convincente para lo que le toca interpretar y expresar a través de este personaje un tanto desaprovechado. No está del todo mal pero tampoco está del todo bien. El relato de la película, que realiza un recorrido por algunos de los momentos decisivos de su vida, incluyendo éxitos y fracasos (como el proyecto "Lisa") del hombre que revolucionó el mundo de la tecnología y el entretenimiento allá por la década del 80, se inicia en el año 2001 cuando Jobs devela, a sus 46 años en una conferencia interna de los empleados de Apple, el artefacto que cambiaría la historia de la compañía, el famoso iPod, el reproductor de música insignia de la marca de la manzanita que permitía tener 1000 canciones en el bolsillo. Luego, la trama se traslada a la juventud de Steve, sus primeros años como un joven hippie rebelde, el abandono de sus estudios universitarios (no tenía idea qué rumbo tomar), sus motivaciones y las personas que lo acompañaron en el camino que lo llevó a convertirse en uno de los más venerados emprendedores creativos del siglo '20. Uno de ellos, es precisamente Steve "Woz" Wozniak (Josh Gad), un joven ingeniero electrónico cuyo invento, una placa madre, es el que los lleva a desarrollar la revolucionaria Apple I, primera computadora hogareña, y la posterior Apple II, un éxito en ventas. Pero lo que sucede es que muchos de los aspectos de su vida personal y como hombre de negocios, algunos de ellos turbulentos, o son omitidos o son desarrollados fugazmente quedando sin resolver, perdiéndose en medio del metraje. Por ejemplo su experimentación con alucinógenos, el rechazo a reconocer a su primogénita, el origen del logo de Apple, la relación con Bill Gates, la creación de NeXT software o la adquisición de The Graphics Group, posteriormente conocida como Pixar, etc. Si bien hay equivocaciones, lo que hay que tener en claro es que "JOBS" se remite a repasar sólo veinte años en la vida de este gurú de la tecnología, centrándose únicamente en él y en sus actitudes (muchas de ellas cuestionables), su éxito, y su manera de lidiar con éste durante los primeros años de Apple Computers hasta su regreso en 1996 para ocupar el mando de la empresa que él mismo creó y de la cual había sido forzado a dejar, lo que llevó al lanzamiento sucesivo de productos reolucionarios como el iPod, el iPhone y el iPad.
La formidable vida del señor de las pantallas Los grandes personajes tienen poca suerte en el cine. La ficción siempre cuestiona la reconstrucción. Steve Jobs es una figura formidable, un tipo avasallante y talentoso que le puso su marca a una civilización que aprendió a latir al compás de sus increíbles invenciones. No es un filme sutil ni profundo, pero se ve con interés. La vida de Jobs tiene más de un aspecto sobresaliente y la película hace lo que puede para ir contando sin grandes saltos las instancias relevantes de una biografía tan llena de cumbres y encrucijadas. Lo muestra como un tipo genial, arbitrario, un motivador impresionante y gran negociador, un hombre que se entregó con alma y furia a lo que sintió como un mandato casi divino. También lo retrata en sus arrebatos y en sus logros, dejando ver las muchas sombras de un hombre que empezó a soñar en un garage y nos cambió la vida. Déspota, genial, implacable, Steve sólo tiene corazón para su incansable imaginación, que arrancó en el 2001 con el iPod del 2011 y que no ha dejado de cautivarnos (¿y esclavizarnos?) con sus criaturas. No está su trágico final ni sus grandes charlas, pero el guión se las ingenia para brindar algunas frases que dejó como un legado: exigió siempre lo máximo y enseñó a creer en la fuerza, en los ideales del hombre y en la necesidad de desafiar su tiempo y sus límites. Vale la pena asomarse a su vida
Un profeta Hacia el desenlace del film, un empleado de Apple se encuentra con un Jobs que vuelve a la empresa que fundó en calidad de “asesor” tras su periodo en neXT. Obviamente hay un aura de respeto sacro hacia su figura que la película no duda en resaltar entre los gestos de Ashton Kutcher y las miradas atónitas de los extras, sumando una iluminación amable y amarillenta, que se complementa con el diálogo donde el muchacho le dice que la empresa necesita recuperar su “visión”. El Jobs de Kutcher se emociona y se produce un silencio en el plano general. Le habla de cómo hay que recuperar sus ideales, que creía que se basaban en la necesidad de que las partes informáticas sean una extensión biológica del cuerpo humano. Todo esto, que es un panfleto condescendiente e inverosímil que podría servir como una sinécdoque de la película en su conjunto, se diluye rápidamente, pero no porque uno busque información por fuera de la película (como, por ejemplo, las entrevistas a Steve Wozniak donde manifiesta lo inexacta y desacertada que resulta Jobs) sino porque en ningún momento el relato muestra esta “visión” de Steve Jobs. Y aquí está el más terrible error del film, junto a su extensión, que la hace un trayecto aburrido por una biografía indulgente y almibarada: si miramos la película nunca entenderemos ni la visión ni lo que Jobs representaba. En su lugar tenemos a una especie de Jesús informático, un profeta, un visionario que “ilumina” a jóvenes estudiantes y que tiene hábitos extraños porque, bueno, ¿qué genio no tiene hábitos extraños en las películas? La cuestión con Jobs no es que sea real lo que haya sucedido, sino que sea verosímil o que, en caso de ser inverosímil, problematice sobre su figura o el fenómeno que implicó alguna de sus invenciones. En lugar de ello, la película de Joshua Michael Stern se queda intentando reproducir los “hits” (Apple, Apple II, Macintosh, neXT, Ipod) de la vida de Jobs desde la perspectiva del mismo personaje, que en Kutcher encuentra una actuación caricaturesca que sólo se limita a copiar gesticulaciones que ya vimos en una innumerable cantidad de fotos. Si a esto sumamos diálogos que parecen sacados de libros de autoayuda (pero esto es más culpa de la leyenda que se generó tras su muerte), tendremos un film olvidable que encuentra mayor autenticidad en los momentos sentimentales, sea o no cierto que sucedieron: la mejor secuencia es cuando, tras su renuncia de Apple, se dirige a su padre y recibe un abrazo. Así de simple. El resto es un pantano mesiánico con música grandilocuente.
El cine queda en deuda con Steve “Jobs” pretende ser una biografía del célebre creador de la computadora Apple y de una serie de innovaciones tecnológicas que han marcado la industria del sector entre finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Una historia que todo el mundo conoce por ser contemporánea y ampliamente difundida por todos los medios de comunicación. Steve Jobs fue sin dudas un genio, un creativo y un hábil negociador. Pero la película de Joshua Michael Stern, con guión del debutante Matt Whiteley, apenas si se queda en un esbozo, en un apunte más cercano a la maqueta que al retrato. Da la sensación de que el tema le queda grande y lo desborda permanentemente y vacila entre la figura del protagonista, con su propio peso específico, y la historia de la compañía que él creó, un gigante que adquirió vida propia y que también merecería una investigación aparte. En definitiva, se queda a mitad de camino entre ambas opciones y ofrece un salpicado de información superficial que no satisface la curiosidad del espectador. La biografía arranca en el año 1974, cuando el joven vegetariano Steve se pasea descalzo por los jardines del college, tratando de encontrar su verdadera vocación, mientras en sus ratos libres experimenta con drogas como el LSD y otras, de consumo típico en la época. Hijo adoptivo de un matrimonio de clase media, sigue su inspiración y, con el apoyo de sus padres, empieza a dar los primeros pasos de lo que sería la computadora personal de su invención, en el garaje de su casa, con la ayuda de un grupo de amigos, todos típicos nerds de la electrónica. Y como todo el mundo sabe, lo que empezó siendo una aventura casi adolescente, adquirió luego dimensiones extraordinarias capaces de poner en jaque al emporio de la informática IBM y hasta, como dicen los especialistas, de cambiar el mundo. Pero la película no profundiza en ninguna de estas cuestiones, tal vez dando por descontado que el espectador ya está suficientemente informado al respecto, y trata de ventilar aspectos de la personalidad de Jobs, a quien muestra como un genio contradictorio, capaz de ser cruel y despiadado con sus amigos y también con quien fuera su pareja y madre de su primera hija, a quien se resiste a reconocer. El guión sigue de manera lineal en el tiempo la sucesión de hitos que marcaron la evolución de la firma Apple, que primero surgió como una plaqueta que podía ser conectada a un monitor o televisor y que cualquiera podía armar en su casa, hasta los nuevos chiches como el IPod y demás. Y brinda algunas pistas de las rencillas internas que se generaron en la empresa, que hasta en algún momento desplaza a su propio creador de la conducción de la misma. Un tema tan interesante que hubiera justificado una película aparte pero que aquí apenas se queda en el apunte. Lo que sí es verdaderamente destacable es el trabajo de caracterización que hace el actor Ashton Kutcher, quien aprovechando su parecido físico con Jobs, copia sus gestos y su modo de caminar hasta provocar casi una ilusión óptica, aunque eso no se traduce en otros logros que hubieran sido necesarios para dar una verdadera carnadura al personaje. Los realizadores también tuvieron la misma dedicación en la caracterización de todos los otros personajes, en lo que se ve una preocupación bastante acentuada por la apariencia, para que su fisonomía se ajuste lo más posible a la de cada uno de los verdaderos protagonistas. Se hace deseable que hubieran tomado la misma dedicación para ahondar en la historia.
El gran motivador El primer (y algo apresurado) retrato de Hollywood sobre Steve Jobs no corrió con la mejor suerte. “Jobs” es una película que naufraga en varios sentidos, y que se debería haber reservado como un biopic televisivo, porque la pantalla del cine le queda demasiado grande. El director Joshua Michael Stern narra la vida del fundador de Apple en forma cronológica, desde sus días de joven hippie hasta su consagración como un empresario visionario, un motivador brillante y un gurú tecnológico del siglo XX. También muestra su lado oscuro de megalómano y trepador. Sin embargo, la película no se juega por una visión propia, y así termina siendo una simple enumeración de hechos. “Jobs” se excede en la cantidad de discursos, aplausos y frases hechas que se recitan como en un acto escolar. La música que viene a remarcar la mayoría de las escenas aturde y agobia, y a veces uno tiene la sensación de estar frente a un interminable videoclip. Además, con una vida tan rica en matices, es increíble que la película llegue a aburrir en algunos pasajes. Lo único que sostiene el relato es la actuación de Ashton Kutcher. Si bien su imitación de la particular forma de caminar de Jobs es algo molesta, el resto del tiempo realmente convence.
El fin por sobre los medios Hay unos cuantos problemas en esta devaluada biografía de Joshua Michael Stern sobre la figura del desaparecido magnate de la tecnología digital Steve Jobs (1955-2011). El primero de ellos arranca aún antes de ver el filme terminado y me refiero, desde luego, a la elección de Ashton Kutcher para el rol principal. En un ambiente en el que rara vez la gente se pone de acuerdo la capacidad del actor de That 70’s Show ha sido unánimemente cuestionada. Para interpretar a Jobs se necesitaba de alguien que transmita inteligencia por sobre todas las cosas y está claro que Kutcher no era la persona adecuada. En una biografía tan absorbente como ésta la presencia en pantalla del personaje es absoluta y por desgracia Kutcher no está a la altura por más que se esfuerce en copiarle los gestos y movimientos al co-creador de Apple. Como Tom Cruise cuando quiere volcarse a papeles de cierta exigencia dramática, Kutcher se saca un 10 en voluntad y un 2 en talento para llevarlo a cabo. Desde el aspecto físico se observa un parecido razonable pero no es suficiente: aquí hay un terrible error de casting que resiente un material ya de por sí precario y con serias omisiones históricas. De la dura experiencia familiar de Jobs en su infancia no hay referencias, el director se olvida de la hija a la que el genio de 160 de CI decidió no reconocer para luego en el final incorporarla a la historia sin mencionar qué lo llevó a cambiar de opinión; los años de madurez y la lucha contra el cáncer tampoco se muestran ni siquiera por encima, etc. No son irrelevantes precisamente todos estos tópicos y sin embargo el guionista Matt Whiteley no los contempla. De por sí Jobs fue un hombre ambiguo, con muchas luces y sombras, y para comprenderlo mejor esos episodios eran indispensables. ¿Será un despropósito pensar que los responsables del film no han tenido la independencia creativa para desarrollar el proyecto? El corte de montaje que ha llegado a las salas carece de profundidad y parece un collage parcial de la vida de un innovador tecnológico formidable pero con falencias insoslayables en las relaciones interpersonales. La película, o más bien su director, parece no haber meditado sobre cuál es su postura al respecto. Ya en la primera parte del relato, ambientada en los 70s, que describe a un Jobs joven, pujante y siempre egocéntrico, la pasión creadora del hombre no condona una escena tan cruel como aquella en la que echa de su casa a la novia que acaba de revelarle que van a ser papás. El año del nacimiento de su hija Lisa, a quien no reconoce con argumentos pueriles, Jobs bautiza con ese nombre a un ordenador que venía desarrollando con su equipo de trabajo. Al marcarle la obviedad de que la computadora y la niña se llamaban igual Jobs tuvo el cinismo de asegurar que no existía vinculación alguna entre ellas y que LISA era sólo el acrónimo de Local Integrated Software Architecture. Ése era Jobs. ¿Quién podría identificarse con un sujeto con semejante comportamiento por más brillo intelectual que tenga? jOBS, la película, no oculta algunas actitudes odiosas de su protagonista pero no las condena y ni siquiera se toma el tiempo para redimirlas (algo maduró Jobs con los años modificando decisiones desafortunadas de su juventud). Todo lo que le importa es plasmar en imágenes tan prolijas como chatas el ascenso del californiano en la industria. Joshua Michael Stern prefirió concentrarse en la lucha de poder ocurrida dentro de Apple allá por los 80’s. La batalla de un Jobs insoportablemente narcisista con el director de la junta de accionistas Arthur Rock (J.K. Simmons con un peluquín imposible) y luego con el as del marketing John Sculley (Matthew Modine), un aliado devenido en enemigo, le insume muchos minutos de metraje a Stern. A un espectador promedio esas escenas no podrían importarle menos. ¿El pobrecito billonario, padre negador y persona de nulos valores humanos la pasa mal? Qué pena… Sin embargo, ése es el aspecto saliente de esta biopic que resalta los logros económicos y tecnológicos de Jobs que ayudó con su creación a que la gente se conecte. Irónicamente era él el menos idóneo para hacerlo en su vida privada. Son las paradojas de un nerd al que la película trata con admiración ciega pero sólo por ser materialmente exitoso. De los actores del reparto merecen un aprobado Josh Gad como el amigo ingeniero de Jobs Steve Wozniak y el eterno segundón Dermot Mulroney en el rol clave del inversor Mike Markkula que el actor juega con su habitual aplomo y naturalidad sin perder nunca la convicción. Es asimismo magnífica la caracterización de Ron Eldard (interpreta al diseñador Rod Holt), a años luz de aquel flaquito que admiráramos en La Casa de Arena y Niebla (Vadim Perelman, 2003). En una breve participación al comienzo del filme asoma su ahora blanca cabellera el único actor genio del gremio (con 180 de CI): el invariablemente intenso James Woods. He aquí una propuesta interesante para una biopic. Al menos yo iría a verla…
Las melosas aventuras del empresario iluminado Inevitablemente, la película sobre Steve Jobs finalmente es. ¿Y qué es? Una algarabía sin disimulo hacia el genio detrás de Apple y Macintosh. O también: un film dedicado a celebrar con buena memoria al gran empresario. A diferencia del abordaje expuesto por David Fincher en Red Social (2010), con Mark Zuckerberg como figura eje pero también excusa desde la cual localizar una transición de época, en donde Facebook aparece como bisagra -extraordinaria pero delatora-, en Jobs el planteo se reduce al recorrido almibarado, idealizado, sobre su personaje emblema. En este derrotero, el Jobs de Ashton Kutcher -de poses y andar miméticos con el original, sin matices, sin dramática- se corresponde con una película preocupada por trazar el recorrido de un iluminado, de un marginal provisto de ideas para el mañana, casi imposibles. Manipulador, obsesivo, seguro de sí, inclemente pero genio. Ah, y gran empresario. De esta manera, con referencias puestas en su caminar descalzo y las prédicas de gurú de los '70, más el ácido y la comprensión de unos padres siempre amables (mamá tiene lista la fruta para el nene, papá el garaje donde éste arme sus juguetes computarizados), Jobs sobrevendrá como líder de un grupo de "marginales" que tomarán por asalto el mundo de las computadoras personales. Pero nada es tan fácil, harán falta mecenas y también algún demonio; aquí entonces: Bill Gates. La exposición argumental es tan sencilla, banal, didáctica y babosa por la figura que reseña, que mal podría pensarse en un retrato de vida que exponga fisuras, sino en todo caso en la plasmación de un "visionario", de alguien que ha "cambiado el mundo", cuyas armas hubieron de asomar desde el empeño, la persistencia, etc. Para arribar, por último, al panteón mayor: el éxito económico. Porque la película es esto y nunca otra cosa. Exito económico. Jobs es quien es porque hizo ganar dinero. Y el slogan final de la película lo corrobora. Slogan y no frase cualquiera, porque se trata de un film eminentemente publicitario, enamorado de la lógica a la que pertenece. Jobs, así, es la marca registrada mayor, a respetar, a querer seguir. Va el slogan: "Apple se convirtió en la empresa más valiosa", del mundo seguramente. Qué importante. Qué grande Jobs. Cuántos son los que, seguros de tal superioridad, eligen seguir su ejemplo, idolatrarle, tenerle fe. A la par de libros como Maquiavelo y la empresa o cosas similares. Nada de lo dicho es estrafalario. Sino que está implícito en "el mensaje" del film. Por ejemplo: Jobs habla y un contraluz del más allá le ilumina, Jobs presenta el iPod y la multitud queda boquiabierta, Jobs vuelve al garaje paterno y papá le asiste comprensivo (ay, Jesús carpintero...), más una resolución que permitirá equilibrar responsabilidad familiar con obsesión por su trabajo. Insoportable.
Muchas veces aceptamos como normales, o damos por sabidas, aquellas cosas que creemos de público conocimiento. Pero en muy pocas ocasiones nos damos la oportunidad de profundizar para saber bien como son las cosas en realidad. En el mundo de la informática nombres como Steve Jobs son reconocidos por casi todos y aun así nadie cuestiona como es que obtuvieron tal reconocimiento o se quedan, en todo caso, con lo poco que se sabe al respecto. En el nuevo film Jobs tenemos la posibilidad de conocer más en detalle la vida de este ícono de la era informática que supo revolucionar el mercado de una forma que seguramente hasta ahora desconocíamos. El director Joshua Michael Stern, muy poco conocido en el mundo del cine, encara la tarea de contarnos de forma meticulosa los hechos que llevaron a Steve Jobs al ascenso en el mundo de los negocios. Desde un joven universitario hasta sus últimos días en Apple. Él, acompañado por Ashton Kutcher quien ofrece una interpretación peculiar e interesante, nos adentran en la vida de este curioso personaje. El film nos ofrece de forma cronológica cada uno de los hitos en la vida de Steve Jobs, con un agregado que ayuda a la ficción y hace que la trama se vuelva atrapante para todo aquel que es curioso. Si bien muchas cosas son producto de la ficción, podemos decir que su director hace una buena mezcla entre lo que es real y irreal a favor de la historia. Como decíamos, Ashton ofrece una peculiar actuación. Si bien estamos acostumbrados a verlo en comedias, esta vez parece inmerso en ese personaje hasta en los más últimos detalles, incluyendo sus gestos y caminar. Desde el punto de vista de la actuación podemos decir que está 100% ajustada a lo que requiere el film para hacernos creer la historia. Si bien muchos pensarán que es un film para aquellos interesados en la informática, podemos decir que la película abarca a todos los públicos ya que desde el principio nos pone en contexto para que podamos entender la biografía que intenta contarnos, por lo cual cualquiera que se digne a verla podrá verse atrapado en la hitoria de este genio. Jobs ofrece una historia interesante sobre un personaje más que interesante. Es un film de asistencia obligatoria para aquellos que gusten de buenos dramas biográficos. Pese a que dure unas dos horas, el film te llevará sin practicamente notar el tiempo en este interesante viaje hacia la vida de Steve Jobs.
Jobs es una interesante historia para conocer, pero construida más como una biopic destinada para la televisión que para la pantalla grande. Ashton Kutcher realiza una excelente interpretación y el resto del elenco acompaña con un muy buen trabajo. La recreación de época es correcta, al igual que todos los demás rubros técnicos, incluida la dirección. Pero aunque todo ...
Lo que menos tiene la biografía de Steve Jobs es innovación. Y eso, considerando la fama del hombre que retrata la película, es poco menos que imperdonable. Se trata de una biografía cinematográfica a la antigua, de las que casi no se hacen más (tampoco se puede hablar de telefilme, porque ni los telefilmes se hacen así ya) y que consta en mostrar los grandes e importantes episodios de una persona, casi a la manera de santo o martir. Lo único diferente que la película se atreve a hacer es mostrar ciertos aspectos no del todo amables del creador de Apple (su egoísmo y falta de escrúpulos en muchos aspectos, su dificultad momentánea a la hora de reconocer a su primera hija, Lisa), pero tampoco profundiza demasiado en ellos. Son convenciones actualizadas de las biopics de los años ’30, no mucho más que eso. Otro problema que tiene el filme, uno que en este caso no me molesta, es que más que una biografía de Jobs es una historia de Apple. No sólo porque no se muestra casi nada de los trabajos de Jobs para otras compañías (como Pixar, nada menos), sino porque casi no profundiza en su vida fuera de lo laboral y lo que se muestra de ella sólo está para volver a conectarlo con lo profesional. Digo que eso no me molesta -en este caso- porque, tomando en cuenta el flojo nivel de la película en general y del guión en particular, creo que habría sido peor contar demasiado de su vida privada. De hecho, cuando uno se da cuenta que el filme no es demasiado creativo ni interesante, lo mejor que puede hacer es refugiarse en el universo Apple y verlo casi como una serie de “grandes momentos” en la evolución de las computadoras. jobs2Lo mejor que se puede hacer con los más de 130 minutos de JOBS es verlos desde ese lado, analizando la relación entre los nerds de los ’70 que inventaron las computadoras personales y cómo se conviertieron en multimillonarios egocéntricos, ver los cambios culturales que se produjeron alrededor (casi todo el filme transcurre en la era pre-internet y termina con el lanzamiento en 2001 del primer iPod) y, más que nada, disfrutar observando los cambios tecnológicos, de las primeras Apple a las Macs transparentes, pasando por la vieja y fallida Apple Lisa y las primeras Macs. Todo un viaje en el tiempo, al menos para los que nos fascina ese universo. Si los detalles de época no están mal, habrá que decir que el problema de la película tampoco es Ashton Kutcher. Si bien su performance nunca pasa del todo de la imitación (especialmente notable en la forma saltarina de caminar de Jobs), es una actuación digna, aceptable y medida. Y lo mismo pasa con el resto de los amigos/socios/adversarios de Jobs a lo largo de su carrera. El problema es otro y tiene que ver con una estructura narrativa trillada, escenas con grandes momentos musicalizados y llenas de revelaciones “importantes”. jobs3La película recorre y no detalla, está organizada como una rutinaria nota periodística sobre el tema, una llena de datos que podría estar escrita por un redactor apurado para sacarse el asunto de encima, consultando Wikipedias y otras fuentes de información online. El problema, parecería, es que ese redactor/guionista nunca entendió que su nota/guión necesitaba algún tipo de eje, de punto de vista. Y el editor/director, evidentemente, tampoco supo dárselo. Y si hay algo que la película deja en claro respecto de Steve Jobs es su obsesión por la presentación de sus productos y por la innovación tecnológica y estética, por pensar en desafíos a futuro, por resolver problemas aún no planteados en la industria. Siguiendo los razonamientos que hacía el propio Jobs, la película sobre su vida parece haber sido hecha por Microsoft.
Jobs, el retrato superficial de Steve Jobs Teniendo en cuenta lo mucho que significó Steve Jobs para el mundo, merecía algo mucho mejor que esto. La película protagonizada por Ashton Kutcher, quien interpreta al fundador de Apple, no es clara en cuanto a si decide glorificarlo por sus logros o condenarlo por su carácter megalomaníaco. Una cosa es segura: Steve nunca habría dejado de trabajar en el guión hasta que estuviera perfecto y contara su vida de forma muy muy diferente, para evitar ser una biopic común y corriente como el resto. Mientras más creemos conocer a Steve, peor nos cae, pero no nos podría importar menos porque si bien Kutcher logra un trabajo digno en su interpretación y con los minutos le creemos cada vez más, la película carece de un encanto que tenía Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) en Red Social que nos intrigue en saber cómo sigue. El guión de (y perdón por la comparación pero es inevitable) Aaron Sorking (quien está trabajando en otra adaptación de Jobs) era irresistible y convincente por los qué y los cómo de la historia. Jobs decide contar cosas que terminan por ser irrelevantes y pasa muy por alto otras que podrían haber funcionado mejor. Kutcher desaparece en el personaje y logra expresar su temperamento y la determinación que tiene por las cosas que quiere, pero Jobs cambió el mundo en tantas formas y aún así el guión de Matt Whiteley no se molesta en ahondar en la psicología de Jobs para explicar qué lo llevaba a ser así, o porque fue tan mercurial e indiferente en cuanto a la relación con las mujeres y principalmente con su primer hija. Los personajes secundarios tampoco son muy bien aprovechados, sobre todo el del co-fundador de Apple, Steve ‘Woz’ Wozniak, interpretado por el siempre cómico Josh Gad, quien aporta mucha calidad y sensibilidad al film que lo termina por desperdiciar, así como al resto de los personajes que van apareciendo y que sufren del carácter de Jobs en primeros planos y en silencio. Siempre es un reto transmitir qué es lo que conlleva ser un icono cultural. Veinte años fue lo que se necesitó para que el concepto de una computadora personal pasara a ser de un objeto que generaba curiosidad a una necesidad. Jobs peca por creer que tan solo el hombre y el nombre es necesario para basarse en él durante toda la película. Lo es, pero dado lo importante que fue Steve para las últimas generaciones, tal personaje merecía una película más incisiva. En cambio, el film brinda la teoría de que sin Steve Jobs al mando de Apple nunca podría haber evolucionado y llegar a ser la gran compañía que es hoy, sin entrar en detalles de su revolución e innovación. Puede que no todas las vidas (muchas veces aburridas) de genios como Steve Jobs merezcan ser retratadas en el cine, pero lo justo y cierto es que debería haber sido retratado con menor superficialidad, mayor grandeza y magnetismo. En otras palabras, Steve no habría dudado en mandar a reescribir varias veces el retrato de su historia, no solo para lograr una película mejor, sino algo que marque la diferencia, como lo hizo su carrera.
Trazos demasiado gruesos La película enfoca el período 1974/1996 en la vida de Steve Jobs. La fundación de Apple, los problemas que lo llevaron a abandonar la compañía y el modo en el que recuperó el control de la firma. Hace pie en la relación de Jobs con sus socios y en el proceso de creación de los revolucionarios productos de Apple. Cuando se quieren contar -y mostrar- tantas cosas en dos horas suelen pasar estas cosas. La velocidad del relato, esa ambición por abarcar tanto deriva en que no se aprieta nada. Mejor dicho: en que la superficialidad gana la partida. ¿Cuál es el foco de "Jobs"? Buena pregunta sin respuesta. Lo más interesante se ve al comienzo. Son las aproximaciones más genuinas a Steve Jobs. Ese viaje iniciático a la India, el jugueteo con el ácido lisérgico, la ambivalente manera de relacionarse con las mujeres. La burbuja estalla cuando Joshua Michael Stern, acicateado por el guión de Matt Whiteley, se larga a narrar 20 años en la vida de Jobs con témperas y crayones. Adiós a los trazos finos, a las pausas para construir personajes, al tratamiento profundo de los conflictos. El Jobs de Stern es tan caprichoso como arbitrario y despótico. También un líder infinitamente creativo e inspirador. Rasgos inherentes a (casi) todo genio. Nada que no supiéramos o intuyéramos. A la película le falta el decisivo paso más allá. Stern se cuida de meterse bajo la piel del icono. ¿Qué había detrás de los actos de Jobs? ¿Por qué actuaba como actuaba? Pisar ese terreno habría modificado el eje de "Jobs". Lo más sencillo fue acumular anécdotas con forma de hitos históricos. Hacer desfilar a los verdaderos laderos de Jobs por la pantalla, pero lo suficientemente rápido como para no contarnos quiénes eran (son) en realidad Mike Markkula (Dermot Mulroney), Steve Wozniak (el siempre correcto Josh Gad), Daniel Kottke (irreconocible Lukas Haas) y siguen las firmas. Mientras tanto, Ashton Kutcher camina como Jobs y habla como Jobs. Se sabe lo mucho que hizo para obtener el papel. No tiene la culpa de los tropiezos de la película. La superpelea Apple vs. Microsoft se resume a una llamada telefónica con Bill Gates. La vida familiar de Jobs se resume a una viñeta de telefilm. Los ejemplos eximen de mayores comentarios.
Yo admiro profundamente a Steve Jobs. Me dolió mucho su muerte - ocurrida en Octubre del 2011 -, porque estoy convencido que el tipo era una especie de leyenda viviente de la industria informática, un visionario capaz de crear revoluciones por su propia cuenta y definitivamente un individuo capaz de modificar el mundo tal como conocemos. En cuanto a su trabajo, muchísimos detractores saldrán a decir que nada de lo que él hizo es original - desde las tablets a los smartphones, pasando por los sistemas operativos gráficos, eran pre-existentes a la época en que Jobs y Apple presentaron sus versiones -, pero sólo Jobs pudo combinar los factores de manera correcta y convertirlos en impresionantes éxitos comerciales. El transformó a las computadoras en objetos de culto; las desarrolló con altisimos standares de calidad - algo que pronto intentaron imitar con escaso éxito sus competidores -; creó productos diferentes a partir de ideas existentes y los desarrolló en sus versiones definitivas; cambió la historia de las artes visuales al patrocinar bajo su ala a un pequeño emprendmiento llamado Pixar, llevándolo a la cúspide de su creatividad y popularizando la industria del entretenimiento digital; y masificó la computación a niveles nunca antes vistos, creando la tablet definitiva - un dispositivo de tan fácil manejo que cualquiera, sin conocer computación y en menos de 10 minutos, podía ponerse a ejecutar aplicaciones y juegos, y conectarse a Internet con una sencillez pasmosa -, un producto que fue copiado hasta el cansancio. A los 56 años perdimos a una luminaria que aún estaba en condiciones de crear muchísimas revoluciones digitales más; y, hoy en día, carecemos de un reemplazo válido, con lo cual la velocidad de nuestro avance en el campo de la tecnología se verá sensiblemente afectado al no tener alguien capaz de visualizar (y materializar) el futuro como solo él podía hacerlo. Si como técnico y visionario era brillante, también me resulta admirable su heroico regreso a la empresa que fundó, rescatándola en su peor momento y convirtiéndola en la corporación tecnológica más valiosa de todo el planeta. Oh, si, el tipo era un genio y nadie puede discutir eso. Pero también es cierto que los genios triunfan por tener personalidades excéntricas - y, sobre todo, egocéntricas -. Son tipos que surgen de uno en un millón, creen tener razón en todo, son obstinados a muerte y se manejan con un esquema de valores morales muy sui generis. Mientras que uno alaba los logros del genio, por otro lado se compadece de quienes deben estar a su lado, ya se tratan de tipos desequilibrados; eso que los hace tan especiales también los convierte en individuos de personalidades torturadas y torturantes, tipos detestables que operan con un estricto sentido del pragmatismo y que se guían por su propia conveniencia. Steve Jobs combinaba los dos factores, siendo un héroe de la industria a los ojos del público, pero un individuo aborrecible de las puertas adentro, ya fueran de su casa o de su empresa. Yo recuerdo la entrevista - publicada hace unos años atrás - hecha a un ejecutivo argentino que tuvo la ocasión de reunirse con Jobs, y al cual intentó venderle un sistema de comunidad global de WiFi, un emprendimiento al cual Apple podía sumarse. Aún con toda la admiración que le profesaba, bastaron cinco minutos para que todas sus expectativas dieran por el suelo. Jobs le dijo simplemente que conocía su sistema, que era obsoleto y que Apple estaba desarrollando algo idéntico por lo cual no lo precisaba en absoluto (poco más le dijo que iba a aplastar a su empresa). Mostró una arrogancia intolerable y terminó por denigrar a su interlocutor. Así como él hay muchísima gente que trabajó con Jobs - o tuvo la desgracia de convivir con él - y terminó padeciendo su impulsividad y su verborragia destructiva. El problema con semejante individuo es cómo presentarlo de una manera íntegra; que uno sea capaz de comprender las dos caras de la moneda y, especialmente, entender que la carencia de una cara sea, de algún modo, lo que impulsa el éxito de la otra. Aún cuando está muy lejos en cuanto a estatura intelectual y caracter revolucionario, la historia de Steve Jobs no difiere demasiado de la esbozada en Red Social: cómo un nerd se vuelve exitoso gracias a un producto genial y después termina destrozando a toda la gente que osa interponérsele en el camino, la mayoría de los cuales son tipos que lo acompañaron en un principio y sin cuyo aporte el éxito les hubiera resultado imposible. La macana es que aquí no hay un David Fincher en la dirección, con lo cual jOBS termina siendo una obra muy errática. En general soy enemigo de las biopics hechas cuando el cadáver del personaje en cuestión aún está tibio, con lo cual lo que tenemos es meramente un proyecto oportunista. A mi juicio una biografía sólo resulta válida cuando han pasado 10 o 20 años de un suceso (o del fallecimiento del protagonista), con lo cual uno tiene perspectiva histórica, recoge testimonios y puede calibrar en su justa medida la magnitud de la obra del sujeto en cuestión. Pero, más que nada, tener la oportunidad de tratar una personalidad conflictuada con la objetividad que merece para valorarla como corresponde. Sin lugar a dudas el fundador de Apple era un personaje extremadamente complicado, y jOBS le hace un flaco favor a la hora de ilustrar el complejo funcionamiento de su personalidad. En realidad el filme tiene tan poca profundidad que pareciera que el guionista lo hubiera escrito basándose en el resumen que aparece en la Wikipedia; sólo atina a vomitar datos y recrear eventos con la profundidad propia de un docudrama, careciendo de fluidez al pasar de una instancia histórica a la otra, y sin que haya un mísero momento de vuelo creativo - a excepción del viaje drogón del principio, clonado íntegramente de la secuencia del trigal de Danza con Lobos -. El filme tiene muchos problemas, de los cuales la elección de Ashton Kutchner para el papel resulta ser el menor. Posiblemente sea la mejor perfomance de la carrera de Kutcher - elegido únicamente porque posee una pasmosa similitud física a Jobs -, pero tampoco es una actuación notable o equilibrada: hay escenas en las cuales está bien, y hay otras en las que parece una caricatura - especialmente a la hora de imitar la manera de caminar del fundador de Apple , o recreando de manera forzada la pose clásica que aparece en la tapa de su biografía -. Pero el drama de jOBS es que no sabe qué hacer con el personaje sobre el cual se centra. La primera hora se dedica a demonizarlo como un vago arrogante que abandona a su suerte a su novia embarazada, negocia de manera agresiva con los pocos individuos que confían en su emprendimiento, y se dedica a fastidiar groseramente a aquellos que lo acompañaron cuando comenzaba con su proyecto. Después el filme, reconociendo su incapacidad de manejar dramáticamente el personaje, se dedica a enterrar su vida personal y se centra en ilustrar su desempeño empresario, mostrándolo como un perfeccionista empedernido y haciendo un compendio de los grandes hits de Apple. Es difícil sentir algo por un individuo tan aborrecible al momento en que las cosas se le dan vuelta y, en la empresa que fundó, los accionistas terminan por dar un golpe de estado que lo deja literalmente en la calle. Ni siquiera está desarrollado como corresponde la etapa post Apple de Jobs - en donde fundó Next, compró Pixar y se transformó nuevamente en un pope de la industria, amén de haber aparentemente una reconstrucción moral de su vida personal, casándose, teniendo chicos y reconociendo a la niña a la que antes le negaba su identidad -, a la cual apenas se le dedica cinco minutos y que pronto plantea como un regreso para vengarse de aquellos que lo echaron. Tampoco funcionan los discursos grandilocuentes y visionarios, los cuales están intercalados de manera desubicada entre las escenas en las cuales el personaje de Ashton Kutcher actúa de manera viciosa y arrogante. Definitivamente jOBS es mediocre. No humaniza al personaje en cuestión, nunca entendemos las razones que tuvo para tomar semejantes decisiones, jamás termina por mostrar un lado simpático o admirable. Cuando el Jobs del filme decide ponerse épico, sólo resulta pedante, y ni siquiera los hitos de Apple están expuestos de una manera que resulte impresionante. Como suele decir James Berardinelli, a veces las biopics pecan de ambiciosas (cuando no, son cocinadas de apuro); para él, la única manera en que funcionan no es presentar toda la vida de un hombre en 90 minutos, sino centrarse en un puñado de años vitales de la historia del personaje, y eventualmente presentar flashbacks que nos informen de hechos puntuales y relevantes de su pasado; sólo de esa manera podemos convivir de manera lineal con un ser pensante y llegar a conocerlo en un mínimo grado de profundidad. Aquí tenemos un collage desparejo y desprolijo, el cual no da una sensación cabal de nada y sólo termina por ilustrar la vida de un tipo pedante y camorrero, lo cual es una visión muy parcial e injusta de alguien que. en la vida real, resultó tan admirable como complejo. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/jobs.html#sthash.219IIDuh.dpuf
Del director Joshua Michael Stern, y basada en la vida del genio fundador de Apple, Steve Jobs es un intento fallido de retratar la genialidad de una persona que amaba lo que hacía y lo llevaba a la perfección. Desafortunadamente, en un año plagado de películas biográficas (Lovelace, Diana, etc), Jobs se queda en un intento muy vago de reflejar la vida de Steve y no muestra ni sus problemas personales ni los laborales. Ashton Kutcher es quien interpreta al nativo de California, y lo hace de forma correcta (mas no brillante). La mayor parte de la película no lo reconoces a él y te crees que sí es el inventor de apple, y sin embargo, aunque empieza en un viaje difuso de su adolescencia, mientras avanzamos a la creación de la apple 1 con su amigo Steve Wozniak, pareciera que la película va por buen camino. Pero -porque siempre hay un pero- empezamos con saltos temporales completamente confusos y terminamos con la parte "dramática" del filme y de aquella sonada despedida de la empresa que fundó. Con pintas de ser un telefilme (sin lograr el efecto "lágrima" que muchos de ellos tienen), la película termina por caer en una especie de línea temporal en la que muestran lo que pasó: 1976, funda apple; 1977 sale la apple II, 1984, lo expulsan de apple; 1996, regresa a apple. Y básicamente es el resúmen del filme, que más que dar spoilers, en cualquier libro no autorizado se encuentra mayor información que lo que vemos en la cinta Insípida, con una dirección que termina por arruinar la película (en donde se nota la inexperiencia del director para dirigir un filme sobre el que se esperan grandes cosas), un guión que no supo si dirigirse al ámbito personal y mostrar los problemas por los que atravesó, o dirigirse al ámbito financiero, mostrando los altibajos de la compañía de la manzana. jOBS es, en todos sentidos, una película decepcionante.
No hay dudas de que Steve Jobs es una de las personalidades más influyentes del siglo XX (y XXI), el nombre clave en establecer el puente entre las computadoras y las personas, en quitarle a la tecnología el halo de misterio e introducirlo en nuestra vida cotidiana. Sin dudas su personalidad volcánica y la capacidad de invención proveían un gran tema para una película. Desgraciadamente, e incluso si el tempo es el justo, el film que retrata su vida -incluso teniendo en cuenta el más que decente trabajo de un maduro Ashton Kutcher, quizás la mejor elección para el rol- es algo así como el “Billiken” de la computación contemporánea. Contrariamente a una obra maestra de tema similar (La red social, de David Fincher) el film no retrata innovación con innovación, originalidad con -al menos- la búsqueda de otra originalidad formal, sino que se contenta con enhebrar los “grandes éxitos” de una vida. Peor incluso: tal no sería un problema si al menos la película lograse transmitir algo de la electricidad que rodaba a Jobs, o al menos proponer una hipótesis para explicarla. Nada: Kutcher realiza una lograda imitación, el diseño de imagen que recorre tres décadas clave en la historia de la comunicación humana (que no es más que la del universo conocido) es funcional y hau poco más para ver salvo un artículo de Wikipedia correctamente fotografiado.
El i-vangelio según Hollywood Probablemente Steve Jobs nunca se vio al espejo tan bonito como Ashton Kutcher. Probablemente sus fans sí y la elección de Kutcher los complazca. Lo único seguro es que Kutcher entrega una de sus mejores actuaciones en este film, mientras el film resulta una pálida recreación de alguien que transformó las comunicaciones en la era digital. Lejos del ritmo vertiginoso de Red social (la biopic sobre Mark Zuckerberg es un punto de referencia inevitable), la primera parte de Jobs resulta un racconto de sus años hippies en California, el abandono de los estudios y su viaje a la India. La narración se vuelve interesante cuando afloja lo estrictamente biográfico y muestra a un Jobs volado, que toma ácido y sueña con un campo de trigo en donde visualiza el futuro: un mundo global, interconectado. El encuentro con Steve “Woz” Wozniak (Josh Gad), sus trabajos conjuntos en el garaje de los Jobs en Silicon Valley (el Monte Sinaí de la religión informática), la tarde en que Woz sugirió conectar un televisor a una computadora (y así, voilà!, nació la PC), la creación de Apple y el posterior enriquecimiento de Jobs son un período crucial que la película retrata bien, al punto de recordarnos cómo esas reuniones informales, domésticas, cambiaron el curso de nuestras vidas. El resto de Jobs (su expulsión de Apple, tramada por el tristemente célebre CEO John Sculley; su regreso triunfal y la presentación del iPod, con la cual cierra la historia) son escenas que se hilvanan con el mero fin de cerrar la narración. Para los muchos fans de Apple que queden con gusto a poco, sepan que, al menos, Sony prepara una nueva biopic supervisada por el mismísimo Steve Wozniak.
Publicada en la edición digital #254 de la revista.
Un retrato impreciso El material que hay disponible sobre Steve Jobs, su vida y su obra, sumado a todo lo que esté relacionado con Apple, es probable que impreso en papel supere el espacio físico de varias bibliotecas. Con todo esto dando vueltas, el dulce problema que surge cuando se plantea hacer una película biográfica es qué partes resaltar del personaje que se aborda. En Jobs (un acierto en el escueto y directo título) da la impresión que el director Joshua Michael Stern no supo encontrar un camino coherente y duda dónde hacer definitivamente pie. De todas maneras, esta sensación que se genera no puede achacársele del todo al realizador: Steve Jobs no era para nada un tipo simple, y el mundo en el que se movía se volvía más complejo al mismo tiempo en que las computadoras eran cada vez más rápidas. Lo que el filme no alcanza a mostrar del todo es el fondo, esa complejidad. Pero si lo que el espectador quiere ver es un paneo en la vida de una persona que se convirtió en el gurú de la estética digital, puede que salga satisfecho. Jobs ofrece aquellos comienzos de garaje y locura, cuando lo que sobraba eran ideas y lo que escaseaban eran los dólares para financiarlas. También presenta los dimes y diretes que se dan cuando la empresa incipiente se transforma en un gigante que cotiza en bolsa, y mete algunos puñados de la psicología del personaje. Queda bien claro el planteo de que se trató de un visionario y un genio en computación, y aunque se utilizan demasiados minutos en la parte humana, la cinta patina cuando se trata de mostrar que el tipo no servía demasiado para las cuestiones familiares y el trato con las amistades. Cuestión de casting. Probablemente, Ashton Kutcher debe ser una de las estrellas jóvenes del universo hollywoodense más vilipendiadas por sus actuaciones. Se lo ha liquidado de tal manera en la mayoría de las películas que protagonizó, que cuando se erige en protagonista de una nueva producción ya surge el prejuicio. La pregunta inevitable ante esto es si los encargados del casting no encontraron otro actor para interpretar a quien para muchos es poco menos que un mito. No está mal la performance de Kutcher, y su rostro tiene rasgos parecidos a los de Jobs, por lo que sale relativamente airoso. Claro que se cuidaron de rodearlo de secundarios eficientes, entre los que sobresalen los ya veteranos Matthew Modine y Dermot Mulroney. Es inevitable comparar esta biopic con Red Social, donde se retratan los días universitarios de Mark Zuckerberg y las situaciones que derivaron en la creación de Facebook. Esta última tuvo la ventaja de contar con un guion bien pulido y la mano firme de un director con sobrado talento como David Fincher. Habrá que ver la palabra final de los seguidores de Steve Jobs y de la marca Apple. El público más exigente estará compuesto por ellos.