Los atletas checos sí usan drogas. Históricamente las películas deportivas han dejado un sabor agridulce en el espectador promedio, como si el cine no pudiese congeniar con aquellas disciplinas que involucran una competencia reducida a un espacio específico. Si bien este precepto se aplica a casi todas las pugnas de índole grupal, las individuales han corrido con mejor suerte por la plasticidad del paladín solitario frente a los esquemas más tradicionales del séptimo arte, en especial el “camino del héroe”, una premisa dramática que se amolda de maravillas al tríptico entrenamiento/ certamen de turno/ gloria implícita o explícita. Por supuesto que el boxeo es la gran estrella del firmamento, con una multitud de obras prodigiosas a lo largo del tiempo. Pensemos en ejemplos varios como la catarata de bodrios estadounidenses sobre el béisbol, los convites alegóricos en la línea de Invictus (2009), las bizarreadas simpáticas símil Escape a la Victoria (Victory, 1981), la adrenalina apasionante de Rush (2013) o esos films de tono acartonado en sintonía con Carrozas de Fuego (Chariots of Fire, 1981). Alejada por completo del ideario de esta última, Juego Limpio (Fair Play, 2014) por un lado respeta algunos de los motivos prototípicos de las realizaciones deportivas y al mismo tiempo se aparta de ellos volcándose -sobre todo en la segunda mitad- hacia el drama testimonial, las tragedias familiares y el thriller de espionaje, en una mixtura que curiosamente funciona muy bien. La propuesta checa se mete en lo que fue el régimen comunista local y narra el periplo de Anna (Judit Bárdos), una velocista que sueña con participar en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. Lamentablemente es seleccionada por la cúpula gubernamental para formar parte de un programa basado en el suministro de Stromba, un poderoso anabólico que pronto genera consecuencias nocivas como la aparición de vello en “zonas masculinas” y el retraso del período menstrual. Entre tramas paralelas de distinta naturaleza, este estado de cosas eventualmente derivará en un colapso, una visita al hospital, la reticencia de la señorita para con los esteroides y una respuesta de la contraparte que no tardará en llegar. Sin duda los mayores logros de la cineasta Andrea Sedlácková pasan por la dirección de actores (se destacan tanto la protagonista como Anna Geislerová y Roman Luknár, en los roles de su madre y su entrenador) y la construcción de un relato seco que analiza con gran sensatez un ecosistema político apuntalado en el terror, la burocracia y la docilidad de los ciudadanos (la quimera del viaje al exterior está homologada a la posibilidad latente de recuperar la libertad). Combinando el suspenso en torno a la Cortina de Hierro y esa angustia producto de los desniveles inherentes a la preparación física, Juego Limpio es una pequeña anomalía que insólitamente llega a una cartelera argentina demasiado aletargada…
Postales de la cortina de hierro. La caída del sistema socialista en Europa a principios de los años noventa, tras una larga agonía durante los ochenta, condujo a una revisión de la historia reciente de estos países, que tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial quedaron bajo la hegemonía de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El cine de esas naciones oscila inevitablemente entre un cierre de las heridas, una discusión sobre el pasado y una postura ideológica anticomunista, como en algunas de las películas más destacadas que han llegado hasta nosotros: Good Bye Lenin! (2003), La Vida de los Otros (Das Leben der Anderen, 2006) y Westwind (2011). En Juego Limpio (Fair Play, 2014), Anna, una joven atleta checoslovaca, se entrena con mucho ahínco, esfuerzo y disciplina a principios de los ochenta para clasificar y representar a su país en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. El entrenador de Anna le ofrece, junto a altos ejecutivos del deporte del país, usar anabólicos para mejorar sus músculos con el fin de llegar mejor a la competencia. La joven acepta pero los efectos secundarios la conducen a un colapso físico y a replantearse el uso de la droga. La trama crece y se complejiza con la historia de la madre de Anna, quien era una talentosa atleta con mucho futuro como su hija, no obstante desafortunadamente para su carrera tuvo una participación activa en los acontecimientos de la Primavera de Praga y fue condenada al ostracismo limpiando pisos en las dependencias públicas. Cuando uno de sus antiguos compañeros de militancia le pide que transcriba unas declaraciones en contra del estado, la mujer acepta ayudar a la causa para denunciar la represión y la persecución policial a los ciudadanos que ejercían sus deberes cívicos de participación. La película deja al descubierto exitosamente la represión mental que estos estados ejercían para generar adeptos a su sistema económico y político, y los problemas sociales que la cultura socialista causaba a través de estas mismas prácticas represivas que utilizaba para proteger el modelo de vida comunista. Las buenas actuaciones de todo el elenco y un gran aprovechamiento de las locaciones -que aún mantienen las mismas fachadas- constituyen lo mejor de una película que por momentos se estanca en escenas que pierden el hilo historicista para concentrarse en redundancias sobre la carrera de la joven. A pesar de esto, Juego Limpio deja su marca en un género revisionista que siempre interesa por su alcance y la posibilidad de tener una visión más acerca de un problema sociohistórico que aún está vigente y es motivo de debates y confrontaciones sobre el destino de las naciones en el campo político.
Con la meta en occidente La película enviada por la República Checa al premio Oscar, toma al deporte como ejemplo de sacrificio en años de comunismo en el país de Europa del Este. Si bien la idea no es original termina siendo funcional al drama de época que narra clásicamente, pero carece de profundidad en los personajes siendo la construcción de víctimas (los disidentes) y victimarios (el régimen) una versión acartonada del conflicto. Anna (Judit Bárdos) es una joven atleta que entrena sacrificadamente para representar a su país en los próximos juegos olímpicos de Los Ángeles (Estados Unidos). Autoridades del régimen la obligan a consumir una droga experimental –complejo de anabólicos- para fortalecer su rendimiento. Ella se niega a escondidas y pone en riesgo a su madre (Anna Geislerová) y entrenador (Roman Luknar). La fecha se acerca y ella necesita el apoyo de su país pero su propio cuerpo está en juego. Corre la década del ochenta. Últimos años de la Checoslovaquia soviética. El régimen está en crisis y la sensación de sofocamiento en los ciudadanos disidentes es severa. El clasicismo efectuado por la directora Andrea Sedlácková lo denota, utilizando una iluminación fría que pinta de colores apagados a toda la película. En ese sombrío universo aparecen los estereotipados personajes: los buenos, sufridos y sacrificados personajes en pos de un futuro mejor, y los malos, burócratas del régimen que no tienen ningún tipo de matiz ni humanidad. El deporte atraviesa el relato escenificando la situación: el sacrificio de los buenos, para alcanzar un futuro esperanzador en occidente, y los malos, poniendo trabas en el camino, obstaculizando la meta. No por nada, es el atletismo la destreza en cuestión. Con estas premisas básicas, la película funciona en el plano superficial, sin agregar ni estimular a la reflexión en ningún otro momento. Aquello que discursivamente dice es eso que se ve y nada más, resultando innecesaria la insistencia visual y auditiva para remarcar el sufrimiento del pueblo checo en esos años. Dicho esto, Juego Limpio (Fair Play, 2014) se deja ver por su simpleza narrativa más allá de algunos lapsos densos y parsimoniosos pero, insistimos, le falta desarrollo y potencia cinematográfica para conmover y hacer realmente una critica efectiva al sistema de aquel entonces.
Es tan poco el cine que no proviene de Hollywood o del INCAA en estos días que el hecho de que un film checo se estrene en este medio ya es para celebrar. Más si, como en este caso, está bien narrado y nos transporta sin problemas a otro mundo que parece estar en este. El film narra la historia de una atleta extraordinaria a la que, secretamente, comienzan a suministrarle esteroides -por otro lado ni controlados ni legales. El panorama es el del final de la Guerra Fría, y la protagonista tiene como meta ir a los Juegos Olímpicos de Los Angeles, aquellos boicoteados por el Pacto de Varsovia. Es decir, un contexto complejo, y en medio de ese contexto, la historia de una decisión moral y ética declinada en femenino. Respetando las reglas del drama deportivo (ya en sí un género) y otorgándole saludables vueltas de tuerca, Juego Limpio se nos hace entretenida y querible. Habría que verla para que no quede perdida así nomás en medio de los tanques que nos aplastan semana a semana.
El padecimiento del pueblo Checo luego de la derrota de la primavera de Praga por parte de la burocracia pro soviética de ese país fue inteligentemente retratado a lo largo de la obra de este gran escritor. Fair Play (2014) aporta a esa denuncia la descripción de las atrocidades cometidas por el gobierno en el mundo del deporte olímpico. Un régimen que ya fue vaciado de ideas necesita sostenerse sobre la base de la represión y persecución al que intente alzar la voz y el relato de éxitos políticos, militares, artísticos y deportivos. De ésta necesidad política son víctimas los protagonistas de la película. Cuenta la historia de Anna, una promesa joven del atletismo que es obligada a consumir una sustancia para mejorar su rendimiento sin medir las consecuencias sobre su salud. Mientras su madre, ex atleta, brinda ayuda a un opositor pasando a máquina algunos textos lo que desata una persecución particular por parte de la policía secreta. Con una fotografía que reconstruye la época retratada con una belleza cautivante y excelentes actuaciones la película pone en juego el dilema encarnado en la joven: utilizar el éxito deportivo y el consecuente viaje a los juegos olímpicos de Los Ángeles 1984 como una manera de escapar de su país y su realidad o quedarse y mantener el vínculo con sus raíces y sus seres queridos pero a costa de soportar las barbaridades del régimen y frustrar su carrera deportiva. Quizá un punto flojo sea el poco desarrollo que tiene el personaje del opositor lo que deja el conflicto político en un lugar superficial que no logra ir mucho más allá de la maniquea oposición (tan alimentada por el cine de Hoolywood) entre dictadura comunista y occidente libre.
Ética versus resultado Juego limpio es una película checa, co producida junto a Eslovaquia y Alemania, de la directora Andrea Sedlácková, que funciona en muchos niveles, léase como película deportiva que respeta todo el código y la dialéctica a rajatabla, como drama familiar seco y no lacrimógeno y, lo más interesante, como drama testimonial para reflejar una época donde las libertades individuales se encontraban a merced de los gobiernos autoritarios, en países pertenecientes a la zona de la Cortina de Hierro. Sin embargo, desde el punto de vista deportivo lo que está en juego en la trama es la contraposición entre la ética y el resultadismo propio de todo proyecto competitivo. La protagonista Anna (Judit Bárdos) es una joven promesa velocista, quien aspira a mejorar su marca para poder representar a su país en los juegos olímpicos de Los Ángeles 1984, aunque debe someterse -si es que pretende conseguir el objetivo- a un tratamiento médico secreto donde se le aplican inyecciones de esteroides. La ventaja deportiva a cualquier costo, más allá de los dilemas morales por tomar un camino no verdaderamente limpio, contrasta con el derrotero de esta joven para quien la presión de un entrenador riguroso (Roman Luknár) sumada a la de su madre (Anna Geislerová) –antigua deportista- la someten a conflictos internos y profundos. El pleno rechazo de las drogas por parte de la protagonista también la dejan poco margen para cumplir la meta y derrotar, entre otros enemigos externos, a las atletas alemanas hasta contar con la oportunidad de brillar en Los Ángeles. Sin embargo, el régimen socialista y la persecución a todo tipo de disidencia comprometen su tranquilidad y concentración en los entrenamientos, mientras que las posibilidades del exilio forman parte de una utopía en un país cooptado por un estado policíaco, propio de aquella época, que para el caso del film, funciona como telón de fondo. Juego limpio (2014) mezcla a conciencia elementos del thriller de espionaje, pero no abandona a sus personajes a esa idea central para lograr un equilibrio entre las historias de cada uno de ellos con peso dramático suficiente y sin solemnidad expositiva. Una propuesta recomendable en una cartelera, que esta semana en particular genera cambios al exhibirse otro tipo de pantallas que seguramente encuentren su público.
Vigilar y castigar Una mirada despiadada y sin concesiones a la Checoslovaquia comunista de 1983 y, más precisamente, a las presiones políticas y a las miserias en el deporte de alto rendimiento. Anna (Judit Bárdos) es una joven corredora en la Checoslovaquia comunista de 1983. Su entrenador le ve condiciones para integrar el equipo preolímpico (se avecinan los JJ.OO. de Los Angeles ’84) y le ofrecen participar de un programa estatal para deportistas de alto rendimiento que incluye un tratamiento con esteroides anabolizantes. Las cosas no serán nada sencillas para nuestra rebelde antiheroína. Los efectos secundarios no tardarán en aparecer (las hormonas masculinas hacen estragos) y las presiones irán in crescendo, sobre todo porque su padre ha emigrado a Austria y su madre (Anna Geislerova), una ex tenista, está vinculada con un disidente. Fair Play resulta un interesante acercamiento casi de índole documentalista a las miserias del deporte de élite (los checos estaban obsesionados con competir no sólo con las potencias occidentales sino sobre todo con los rusos y los alemanes del este), pero se convierte en un drama bastante convencional y previsible cuando ofrece una mirada algo demagógica y manipuladora del sistema de vigilancia, persecución y delación instaurado por los regímenes comunistas. Como La vida de los otros, pero con menos vuelo (además hay una veta romántica con un joven músico que tampoco agrega demasiado) Ensayo sobre el control, el sacrificio, la mentira y la culpa, Fair Play está rodado con bastante sobriedad por la checa Andrea Sedlácková y sostenido por un sólido elenco. El resultado, aunque no del todo convincente, es valioso porque nos acerca a un universo y a un tiempo que es interesante conocer y, sobre todo, no olvidar.
La historia de una joven atleta checoslovaca, con una madre deportista, que se destaca para los juegos olímpicos. Los médicos del estado la medican con esteroides anabolizantes para mejorar su rendimiento sin avisarle. De la sumisión a la rebeldía, aunque el precio sea demasiado alto. Denuncia y calidad.
El cuerpo y el Estado El film de la realizadora checa hace gala de una límpida narración clásica y una evidente intencionalidad revisionista. El cuerpo y el Estado. O, más concretamente, el uso de los cuerpos por el Estado. Ese es el tema, tanto en un sentido metafórico como literal, detrás de la anécdota y las particularidades que mueven los engranajes de Fair Play - Juego limpio, film de la checa Andrea Sedlácková que hace gala de una límpida narración clásica y una evidente intencionalidad revisionista. Los últimos años del comunismo en Checoslovaquia (los mismos de la Alemania oriental de La vida de los otros, película de Florian Henckel von Donnersmarck con la cual tiene varios puntos de contacto) y la historia de una joven atleta, corredora profesional con altas posibilidades de competir en las Olimpíadas de Los Angeles de 1984. Ironía que sólo un desconocedor de la historia de esos juegos puede considerar un spoiler, Anna (impecable Judit Bárdos, como el resto del reparto) nunca llegará a viajar a los Estados Unidos para participar de las competencias de sprint: todos los países del bloque soviético, con la excepción de Rumania, terminarían retirándose como efectiva forma de boicot, una de las últimas escaramuzas de una Guerra Fría a la que le quedaban pocos años de vida.Pero Fair Play no es una película de deportes en un sentido estricto, a pesar de la principal actividad de su protagonista, y ese final anunciado para el espectador ducho es apenas el broche final y la consumación última de un caso de uso y abuso de los poderes estatales sobre los ciudadanos. Anna se somete a un tratamiento con esteroides anabólicos a sabiendas de su carácter ilegal, consciente de sus posibilidades y peligros; también de las consecuencias de no acceder a firmar ese contrato. El film presenta a los representantes del organismo deportivo que proveerá las dosis de manera ominosa y al entrenador Bohdan como un ser vencido por las circunstancias, algo ambicioso, es cierto, pero fundamentalmente servil y pusilánime. Bohdan es apenas un poco mayor que Irena, la mamá de Anna, una mujer que aún no terminó de quebrarse –incluso luego de algunos encontronazos con los encargados de ejecutar las leyes–, y que se anima a ayudar a un amigo con la transcripción de textos “subversivos”. Es en el choque entre esas generaciones, la de Anna y la de aquellos nacidos y criados durante los primeros años de comunismo, donde la realizadora encuentra el centro del conflicto y las chispas de un posible cambio, en principio personal.Porque a fin de cuentas, más allá de las temibles alteraciones que su cuerpo comienza a sufrir como consecuencia del uso de los anabólicos, la elección de Anna será de índole moral y por oposición a un estado de las cosas que considera opresivo e injusto. No se trata de la lucha entre David y Goliat sino de la mucho más pequeña –aunque del mismo grado de relevancia– entre la ética individual y las normas coercitivas de un colectivo. El inteligente guión de la misma Sedlácková entrelaza el relato central con otras subtramas que aportan interés e iluminan el centro de la escena, esencialmente a partir de la relación de Anna con un joven amante y con un padre ausente, exiliado en el extranjero, y también la de su madre con ese escritor proscripto, peligroso contacto que hace navegar al film, temporalmente, en las aguas del suspenso y el thriller político. Resulta interesante que una película diáfanamente anticomunista pueda ser interpretada de otra manera, si el espectador se permite un sencillo ejercicio de inducción. Al fin y al cabo, la idea de rendimiento máximo sin tener en cuenta los costos no es exclusiva de una única ideología. No es casual que Fair Play termine como comienza: Anna corriendo sola. Libre, al menos por unos minutos, de imposiciones propias y, sobre todo, ajenas.
La Guerra Fría en el deporte La Guerra Fría, ese enfrentamiento que ilustraba el nuevo orden mundial surgido al cabo de la Segunda Guerra no sólo se manifestó en lo político, lo ideológico, lo económico, lo tecnológico y lo militar, sino también en lo deportivo. La misma obsesión por la victoria que guiaba en esos años la carrera espacial o los triunfos científicos también exacerbaba las competencias atléticas entre los representantes de los dos bloques: el comunista, encabezado por la Unión Soviética, y el capitalista, liderado por los Estados Unidos. Superar al rival es en esos casos el objetivo excluyente, y ya se sabe que en esa empecinada batalla por la gloria deportiva, lamentablemente, no siempre son lícitos los métodos que se emplean, tema del que hoy, ya muy lejos de la Guerra Fría, suele haber noticia frecuente. Ese tema -el del juego limpio o mejor, de su deliberada violación- es uno de los que abordan esta consistente realización de Andrea Sedlácková al contar la historia de una joven atleta vigilada de cerca por su entrenador y, a través de ella, exponer cómo el viejo régimen comunista buscaba controlar la voluntad de sus ciudadanos. Otro, estrechamente vinculado con el anterior, es el arduo dilema de decidir el exilio, la emigración. Una experiencia que la realizadora checa ha vivido en carne propia: dejó su país en 1988 y ha residido, desde entonces, entre Praga y París. La película, ambientada en la década de los 80, sigue la historia de Anna, una velocista de excepcionales condiciones que aspira a competir en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y con ese objetivo se prepara día tras día, junto a una compañera igualmente dotada y bajo la mirada vigilante y rigurosa del mismo entrenador estatal, cuyo objetivo es más político que deportivo: sin que la adolescente lo sepa, ha sido incorporada a un programa secreto que incluye el uso de esteroides anabólicos. La muchacha es asimismo estimulada por su madre, Irene, ex atleta que ya sabe lo que supone resistirse a esos deberes deportivos considerados patrióticos y también las penas a que podría exponerse su hija si se negara a colaborar, para el régimen una falta equiparable a cualquier otro tipo de disidencia. La mujer ve en el futuro de la chica la posibilidad de una salida del país, quizá siguiendo el camino de su marido, que las dejó para refugiarse en Europa. Las dos líneas del relato -la historia protagonizada por Anna, que en algún momento percibirá los nocivos efectos secundarios de un tratamiento al que ha sido sometida sin su consentimiento, y la de Irene, vulnerable a las presiones del entrenador por más de un motivo- se desarrollan paralelamente o se vinculan entre sí sobre el fondo desesperanzado, gris, desolador y represivo de la Checoslovaquia de esos años que serían los de la etapa más avanzada de la Guerra Fría. Tanto en la descripción de esa atmósfera como en la sólida construcción del drama testimonial y en su aspecto puramente formal (es notable el tratamiento de las imágenes), el film se inscribe a la altura de la tradición del cine checo. A su vez, los excelentes trabajos de la eslovaca Judit Bárdos (Anna) y la checa Anna Geislerová (Irene) dan sustancia y convicción al progreso dramático de sus personajes, rodeadas de un elenco en el que no se aprecian altibajos.
La decadencia de un sistema Anna es una joven atleta que al ingresar al programa nacional de deportistas de su país es obligada a consumir, de forma confidencial, una ilegal sustancia anabólica que mejorará su rendimiento de cara a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Pronto ella comienza a sufrir los graves efectos secundarios de la droga y se cuestiona sobre la ética deportiva y sus prioridades en la vida dentro de un déspota Estado Socialista. Pero no solo esto, las diferentes tramas nos van contando los múltiples conflictos surgidos a partir del contexto que en el que se vive en ese país. La película también retrata el vínculo con unos padres dañados por el sistema y sobretodo una madre que quiere resolver sus la frustraciones a través de la hija; la ambición de un Estado derruido que exige obediencia y somete porque es lo único que le queda; y relaciones no genuinas basadas en la conveniencia. Con una lúgubre atmosfera Fair Play nos traslada a la Checoslovaquia de principios de los ochenta. Una bella elección de planos, la fotografía y la correcta paleta de colores nos sitúan cómodamente en tiempo y espacio, a lo que suma también el delicado trabajo de arte. El guion acompaña, empatizamos con Anna, entendemos sus enojos, tristezas, su soledad. El resto de los personajes también funcionan, provocan lo que se pretende, de todas formas, en el total de la narración, el final se demora en llagar. Es una película que cualquier espectador que frecuente festivales y cine arte, podrá ver sin fastidiarse y disfrutar de varios de los elementos que Andrea Sedlácková ha puesto en su film.
Va a llegar el día en que el mundo se haga cargo del horror que fue el comunismo (y que sigue siendo todavía en algunos lugares del planeta). Ese día, las películas como Juego limpio ya no tendrán razón de ser, o serán vistas apenas como reliquias obsoletas de una era superada. Es que, en su gran mayoría, las películas que revisitan el tema toman la forma de denuncia altisonantes y subrayadas que no hacen avanzar al cine, más bien lo frenan, lo transforman en apenas una variante del panfleto o del documental edificante. Los directores más hábiles, como Christian Petzold en Bárbara, pueden ingeniárselas para no caer en la trampa de la denuncia obvia y fijarse en cosas como la vida cotidiana de sus personajes, o tratar de atisbar un cierto clima de época que no sea el mismo que nos cuentan una y otra vez los programas del History Channel. Otros, como Pavel Pawlikowski en Ida, pueden indagar las secuelas que esos regímenes dejan en las personas, incluso en algunos de sus antiguos adherentes: la tía de la protagonista, con su cinismo, su alcoholismo y su final trágico, es apenas una esquirla más que el gobierno polaco deja a su paso. Por su parte, Andrea Sedlá?ková, directora de Juego limpio, parece cumplir a rajatabla con los mandatos de esta clase de relatos sin interesarse demasiado por el mundo y las criaturas que tiene delante suyo. Hay que decir, sin embargo, que la película es ágil y que tanto el guion como las imágenes rezuman una notable vitalidad: Sedlá?ková filma escenas brevísimas, a veces con pocos o ningún diálogo y apelando a una singular economía de planos. Es imposible aburrirse con Juego limpio y con la historia de Anna, joven corredora del equipo nacional checoslovaco que entrena duramente para llegar a las Olimpíadas. La película se apropia en parte del dinamismo del género de deportes y de su fisicidad: incluso sin ser una atleta de verdad, la actriz despliega en la pantalla un notorio esfuerzo corporal que le aporta credibilidad al relato. Las escenas de entrenamiento son escasas pero efectivas: tanto en distintos tipos de pistas como en la montaña o en la nieve, el cuerpo de la protagonista deja ver el gasto físico de cada pique y de cada carrera. Digamos que la película viene bien, incluso que entusiasma, hasta que se hace presente el conflicto central. Un reducido grupo de médicos y políticos de aire siniestro convence al entrenador de Anna, y luego a ella, de tomar Stromba, un anabólico que ayuda a hacer crecer los músculos y que no deja rastros en el cuerpo si se lo abandona unos días antes de la competencia. De ahí en más, la trayectoria de la película se vuelve previsible y reiterativa: Anna mejora su rendimiento pero padece dolores y malestares, y se entera de que la droga puede provocar la muerte, pero tanto su entrenador como su madre insisten en que la siga tomando porque creen que es la única forma de clasificar para los juegos olímpicos. Del retrato dinámico de la vida de una joven atleta que fue en un principio, Juego limpio se transforma en un pesado fresco de época cuyos temas son el autoritarismo, el miedo y el quiebre de los lazos sociales más primarios. El engaño de los médicos sobre los posibles peligros del consumo del anabólico es replicado por la propia madre cuando cambia unas vitaminas por cápsulas de Stromba para que Anna las tome sin darse cuenta, aunque eso implique poner en riesgo la vida de su hija. El padre ausente y emigrado desde hace tiempo a Occidente parece haber olvidado por completo a su familia, y cuando Anna lo llama por teléfono, la trata casi como si fuera una desconocida. El entrenador, primero una figura paterna que vela por el destino de su protegida, se revela enseguida como un tirano que fuerza a sus atletas hasta el límite sin importarle las consecuencias. La madre es amenazada por la policía secreta para que delate a un antiguo amante, ahora un activo opositor al régimen, para el cual ella transcribe a máquina y a escondidas textos prohibidos por el gobierno. La velocidad del comienzo cede a los lugares obligados de la denuncia política que condensa magistralmente (por lo torpe) y subrayada, la escena en la que Anna y su madre van a pedir una visa para que la hija viaje al exterior a pasar unos días con el padre, al que no ve hace casi una década: la empleada, maleducada y pedante, viene a ser una alegoría grosera de la omnipotente burocracia comunista que dirige caprichosamente la vida de los ciudadanos. Lo que sigue es la predecible degradación de las dos mujeres, cada vez más sospechadas y perseguidas por los brazos de un Estado prepotente que vive a la caza de la más mínima disidencia. Los hechos se suceden de forma tal que puedan confirmar la tesis de la película, y la partida intempestiva del novio de Anna y de su familia, y el impacto que produce en ella, hacen acordar a la muerte gratuita del final en La vida de los otros, cuyo fin era también propinar un golpe de gracia al protagonista y, de paso, certificar el horror que supone vivir en países con regímenes totalitarios. Pero todo eso ya lo sabíamos de antes, y que el cine está para otras cosas también.
Lúcida reflexión sobre deporte y totalitarismo Las películas de atletas olímpicos suelen estar repletas de mensajes de fe y esperanza. Ésta no. Probablemente sea debido a que el asunto deportivo quizá sea sólo la excusa para que la directora se atreva a describir su visión de la vida cotidiana en la Checoslovaquia de principios de la década de 1980. La trama presenta a una chica que hace un tiempo brillante en la carrera de 200 metros, lo que podría calificarla como candidata a representar a su país en las Olimpíadas de Los Angeles de 1984. La madre presiona tanto a su hija como para provocar quejas del entrenador. Es que la madre era una notable tenista del equipo nacional checo, que por insinuar actitudes disidentes en la rebelión del 68, interrumpió su carrera y la relegó a un trabajo de fregona de edificios del Estado. Para ella, el buen desempeño de su hija implica armar un plan para darle una vida mejor en el mundo capitalista. Para su entrenador es una oportunidad de poder competir con los mucho más preparados atletas de países comunistas como la Unión Soviética o la Alemania Democrática. Por eso para casi todos los personajes, menos para la pobre atleta, la solución es aceptar lo que recomienda el estado socialista: una droga llamada "stromba" a inyectarse en dosis masivas. Además de provocar depilaciones urgentes y modificar su período menstrual, más ataques graves hepáticos y cambios metabólicos a granel, el tratamiento a base de "stromba" mezcla de esteroides y anabólicos totalmente ilegales- implica tal presión gubernamental como para generar que, aun los personajes mejor intencionados, no encuentren otra opción que traicionar de distintas maneras a la chica maravilla, aun cuando promediando el film ya califica formalmente para el equipo olímpico. La mezcla de atletismo y totalitarismo convierte a esta película en algo que merece verse, sobre todo por los detalles asombrosos de una sociedad en la que hasta la delación está planteada a través de contratos formales entre los individuos y el Estado. La gran cualidad y el principal defecto de "Fair play" es tratar de contar demasiadas cosas a la vez, dualidad que deriva de un gran rigor narrativo: toda minima subtrama está realmente bien contada por la directora y coguionista, lo que lleva a que el espectador experimente cierta frustración al querer saber más acerca de cada una de esas historias adicionales. En sus mejores escenas, "Fair Play", mas que un drama, casi se convierte en un thriller paranoico-deportivo. Empezando por la atleta y su madre (Judit Bardos y Anna Geislerová) las excelentes actuaciones de todo el elenco y la estética básicamente ascética pero generosa en detalles visuales y en la ambientación de época y lugar ayudan a equilibrar un film no siempre parejo, a veces un tanto ingenuo y con riesgos melodramáticos. Y casi totalmente carente de humor, aunque con cierta dosis de ironía solapada.
LIBERTAD DEL DESEO _ Ojalá experimentara eso yo misma – anhela Anna. _ Lo harás – la alienta su madre Irena. _ Una vez soñé que estaba parada ahí y se me olvidaba la letra del Himno. Fue terrible; quería cantar pero no sabía qué. El deseo de Anna parece cada vez más cercano: llegar a los Juegos Olímpicos y obtener la ansiada medalla de oro. Pero antes debe pasar una serie de pruebas para conseguir clasificarse. Para ello, el entrenador Bohdan no sólo aumenta el nivel de exigencia en los entrenamientos – carreras alpinas, en la nieve o dentro de una pileta llena de agua–, sino que altera también su tratamiento médico. En una reunión, más que sospechosa, junto a miembros del Centro Nacional de Deportes, Bohdan hace que Anna firme un contrato que alude como ciertos médicos particulares crean programas de “medicina moderna” para expandir las capacidades de los atletas. En el caso de la corredora, el reemplazo de la vitamina B por el Stromba, un medicamento que ayuda al crecimiento del tejido muscular y aumenta la velocidad de la regeneración. Si bien, a pesar de las dudas, Anna acepta la condiciones con tal de conseguir su sueño, tanto los efectos del Stromba en su cuerpo como la comprensión de que las mejorías del estado físico no se deben a sus esfuerzos, sino a la droga, harán que la joven decida interrumpir el tratamiento en secreto, con el único conocimiento de su madre. Lo más interesante de Juego limpio es percibir cómo a partir de la historia de la protagonista se desprenden una serie de micro relatos con cierta autonomía pero que, leídos en conjunto, refuerzan su significado mayor. Tres de las cuestiones más diferenciadas por la directora Andrea Sedlácková son los aspectos políticos, sociales y deportivos. En el primer caso, se reconstruye la Checoslovaquia de los años 80 aún bajo la forma de república socialista. Para ello trabaja desde la acumulación de situaciones breves como puede ser la migración (como posibilidad de futuro o como acción ya efectuada) y el contraste por la negación de los permisos para salir del país, las investigaciones policíacas hacia los ciudadanos para detectar subversivos, los tratados de voto de silencio, la mención de un occidente infame o la justificación de ciertas acciones por la patria. La directora trabaja el tratamiento del lenguaje por el cuidado en los diálogos, por el uso de la sugerencia, o a través de la repetición de la palabra camarada o un locutor de radio que saluda “están escuchando Radio Europa libre”. El trabajo de la cuestión social se subraya en la oposición entre quienes tienen un poco de poder (los médicos del Centro Nacional de Deportes, el entrenador, la policía) frente a los ciudadanos. Los ejemplos por excelencia son Anna frente a su entrenador e Irena contra el jefe de policía. La joven se rebela al dejar de tomar el medicamente prescripto y, pese a un engaño provisorio y a algunos inconvenientes, mantiene su línea de conducta hasta el final. Por su parte, la madre actúa de la misma manera: ayuda a un disidente copiando material considerado subversivo en más de una ocasión y esto le acarrea problemas con la policía no sólo por en encubrimiento, sino por la misma propagación del material. Y ambas, al final del filme, vincularán mucho más su modo de obrar. La representación del mundo deportivo funciona como excusa para las cuestiones antes mencionadas, aunque la directora busca también poner en escena el uso de drogas para conseguir determinados niveles físicos y la aceptación o el impulso desde el aparato médico. A pesar de que se trata de crear una gran polémica, bastante evidente entre los personajes de la película, no termina por conseguir profundidad en el tema; por el contrario, queda un poco apagada por el fuerte contexto político, como en la escena donde el entrenador intenta justificar frente a la madre el uso del Stromba y le explica que todos los atletas toman la droga, de lo contrario, sería imposible pensar en los resultados de Alemania del Este o la Unión Soviética. La maraña de relatos se desarma hacia una línea más uniforme, hacia una simbiosis completa en las escenas finales, donde las palabras sobran y los gestos lo son todo. Porque, a veces, los deseos que parecían claros terminan por volverse brumosos mientras que los principios y valores aún construyen carácter y singularidad; tal vez el esfuerzo pareciera ser en vano pero, a final de cuentas, recibe su merecido. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Carrera contra la opresión .Con un guión sólido, cargado de suspenso, retrata eficazmente la opresión comunista. Es inevitable vincular a Juego limpio con La vida de los otros, por la época en la que está situada (principios de los '80) y, sobre todo, por su temática: ambas se dedican a revisar la opresión que el comunismo ejercía contra los opositores detrás de la Cortina de Hierro, y mostrar las prácticas persecutorias que el régimen utilizaba para conseguir sus fines de control absoluto. La vida de los otros transcurría en la República Democrática Alemana y Juego limpio en Checoslovaquia, pero podrían haber ocurrido en cualquiera de los países satélites o en la propia Unión Soviética. Se centra en Anna, una de las promesas del equipo nacional de atletismo checo, que está preparándose para clasificarse a los Juegos Olímpicos de Los Angeles '84. Y entra -engañada, como centenares de atletas- al plan de dopaje sistemático que realmente se implementó en los países del Este en los años '80, especialmente en Alemania oriental. Hay una encrucijada moral en torno a esta cuestión, y otra en torno a la deserción y el exilio, en apariencia la única alternativa para los opositores que no querían soportar humillaciones o terminar en la cárcel. Es un tema cercano a la directora, Andrea Sedlácková, que se fue de su país en 1988 y desde entonces ha construido su carrera como cineasta y montajista entre Praga y Francia. Con un guión bien construido y buenas actuaciones, Juego limpio retrata eficazmente una época y echa algo de luz sobre un asunto -el del dopaje planeado desde el Estado- quizá no muy conocido. La objeción que se les puede hacer a esta clase de películas es su falta de riesgo y hasta de ingenio; en fin, su excesiva corrección política. Porque (casi) todos estamos de acuerdo en condenar las atrocidades del comunismo, así como las del nazismo y, llevando la cuestión al plano local, también las de la última dictadura militar. Entonces, a esta altura del partido, cuando ya no cabe el mote "película de denuncia" para temas tan "denunciados", volver sobre estas cuestiones requiere buscar una vuelta de tuerca que esta película no tiene. Ese giro puede ser poético, como en La vida de los otros; humorístico, como en La vida es bella o en Bastardos sin gloria; tomando el punto de vista del enemigo, como en Lore, o el de un niño, como en Infancia clandestina. En fin, los ejemplos sobran: son títulos que pueden no gustar, pero que no se limitan, como sí lo hace Juego limpio, al ejercicio obvio de glorificar a las víctimas y condenar a los victimarios.
Historias de olimpiada Juego limpio (Fair Play) llega a nuestras salas siendo la primera película de su directora que tiene la oportunidad de ser estrenada en el país. Andrea Sedlácková es una total desconocida para el público local, y en cierta forma también se podría decir lo mismo del internacional, es que Juego limpio es la única de sus producciones como realizadora que ha sabido abrirse un camino al mercado fuera de su República Checa natal. No es coincidencia en este caso que la misma película haya sido la seleccionada por su país para competir en los premios Oscar como mejor película extranjera, claramente este reconocimiento desde la propia industria local le ha merecido oportunidades en el exterior, aun cuando no consiguió atravesar las diversas preselecciones posteriores de la competencia. Juego limpio se nos presenta desde sus primeros minutos con toda la impronta que uno podría esperarse de un film situado en la Checoslovaquia de los años 80. Los tonos fríos y apagados y los ocres tan característicos de la época marcan la paleta que no dará descanso a la sensación de olvido y opresión que presentaba el territorio por aquel entonces. Y sin ir más lejos el guion hace de lo suyo otorgándonos una historia acorde e interesante, pero que por momentos parece excederse con una narración que peca de lenta y pesada. Sin lugar a dudas Juego limpio presenta varios altibajos en el ritmo, y es aquí donde se refleja una de las mayores falencias de su directora narrando una historia que podría haberse presentado de una forma fluida y entretenida, pero que termina llevándose por adelante todo el peso de la época por encima, con todo lo que ello significa. Hay un público específico para este tipo de películas; un espectador avezado y capaz de disfrutar de un cine europeo de estas características, y queda claro que es justamente a esté a quien el film se dirige.
De aquel lado del muro No hace falta ser Gonzalo Bonadeo para saber que todo atleta centroamericano o soviético relevante de los años 80 ha recurrido al dopaje. Y tampoco hay que ser muy lúcido como para entender la inmensa hipocresía que suponen los controles antidoping que aplican las mismas instituciones que luego exigen a sus atletas más y mejor rendimiento. Juego limpio parece que habla un poco de este tema. Tenemos en principio la historia de Anna (Judit Bárdos), una joven atleta checoslovaca que entrena en el equipo nacional para llegar a competir en los Juegos Olímpicos de 1984. Sí, el año del boicot, hecho histórico que inspiró ese chiste fundacional en la historia de Los Simpson: aquel del concurso de hamburguesas gratis patrocinado por Krusty. Es decir, rápidamente sabemos al menos el destino deportivo de la protagonista, pero claro, la película de Andrea Sedláková se va a centrar en hablar (una vez mas) de cómo fue vivir en aquel lado del Muro. La directora despliega, no sin gracia, un catálogo de lugares comunes de las cosas que podían sucederte si eras alguno de los oprimidos ciudadanos de la tardía y decadente Unión Soviética de mitad de los años 80. Hablamos de gente obligada a emigrar, persecuciones políticas, acción política clandestina, etcétera. En el caso particular de Anna, el Estado le proporciona esteroides para que mejore su rendimiento, ya que obviamente, los atletas soviéticos deben demostrar ser los mejores. En Juego limpio, el Estado soviético es un ente absolutamente negativo que sólo está allí para molestar y hacer el mal. En contraposición, Anna, la deportista que aborrece los esteroides, es el símbolo de la libertad: de hecho, en alguna línea ella dice no ser parte de ese sistema. Estamos quizás ante una mirada política un tanto simple o superficial. Si fuera un producto de Hollywood se lo achacaríamos sin piedad, pero siendo una película de la ex Unión Soviética, la reflexión que no deja de ser insuficiente cobra otra dimensión. Y por otro lado, estamos ante un melodrama que explora las emociones de los personajes, que por suerte lucen y se entienden legítimas. Porque también podríamos decir que Juego limpio atenta contra cierta verosimilitud, dado que alrededor de Anna suceden un montón de conflictos al mismo tiempo, pero entendemos que funciona dentro de los territorios del género. Además, a pesar de cierta repetición y alguna escena decididamente superflua, la película de Sedlácková sostiene el interés en todo momento, con un ritmo continuo y libre de distracciones que incluso nos hace olvidar que algunos personajes desaparecen repentinamente y no los volvemos a ver ni en IMDB. Una rareza para nuestra habitual grilla de estrenos que a la vez es una pequeña grata sorpresa. Un melodrama deportivo con bastante deporte (hay largas secuencias de entrenamiento) que demuestran que la buena de Judit Bárdos deja todo por esta historia. Muy diferente a la situación de Gago.
Lance Armstrong, el gran ciclista americano, confesó en 2012 que utilizaba distintas hormonas y transfusiones de sangre para aumentar el rendimiento físico en cada competencia. Por esta revelación, la Unión Ciclista Internacional anuló todos sus galardones desde 1998. La directora checa, Andrea Sedlácková, propone una historia donde el desafío personal y el conflicto mundial participan de la misma carrera. La película Juego Limpio (Fair Play), pone en el centro de la cuestión a una atleta que desea clasificarse para los próximos Juegos Olímpicos en Los Angeles en 1984. El problema radica en que la protagonista vive en Checoslovaquia, su padre vive del otro lado del telón de acero y su madre es perseguida por subversiva. En este contexto Anna (Judit Bárdos) debe someterse a la presión del Comité Atlético y aceptar aplicarse inyecciones de anabólicos para lograr clasificarse. Claro, todo contra su voluntad. Anna no para de correr, entrena con el agua hasta las rodillas, con nieve, subiendo montañas y en la cinta fija, y así y todo su entrenador y los ejecutivos de escritorios le exigen cada vez más. Como si esta presión no fuera suficiente, su madre, ex tenista porque el sistema la envió a limpiar baños, es cómplice de la atrocidad que puede afectar el físico de su hija a futuro. Todas las noches, ella aplica una dosis de Stromba, un fuerte anabólico, para que Anna logre mejores marcaciones cada vez que cruza la línea de llegada. Sedlácková, propone una historia donde el desafío personal y el conflicto mundial participan de la misma carrera. Además de la alta exigencia corporal, por culpa del pasado tormentoso de su madre, le niegan el permiso para visitar a su padre mientras que su novio se traslada con su familia a Austria. Anna se encuentra sola y detenida en el tiempo: el ayer que no se puede nombrar mientras divisa un futuro bastante incierto. La directora en esta película ficciona una historia con un marco realista. Los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú en 1980 sufrió el boicot de Estados Unidos y otros 65 países aliados a la decisión del presidente Carter. Cuatro años después, Moscú junto a 14 países ligados estrechamente se negaron a participar de la nueva edición realizada en Los Ángeles.
Dirigida por Andrea Sedlácková, se estrena el film que República Checa envió para que los Premios de la Academia tuvieran en cuenta en su pasada entrega. Juego Limpio. República Checa en la década de los 80. Se acercan los Juegos Olímpicos de 1984 y Anna, una joven atleta, está dispuesta a todo por participar de ellos y así lograr salir del país. Anna entrena incansablemente bajo las miradas críticas de su entrenador y de su madre, quien ve proyectada en su hija sus frustraciones. Para que Anna pueda convertirse en la atleta que desea, su entrenador junto a un médico comienzan a darle anabólicos, sustancias de las cuales no saben demasiado y que a simple vista le producen una gran ayuda pero poco a poco comienza a dejar secuelas en su organismo. Juego Limpio fusiona dos tramas que durante gran parte de su metraje no parecen tener mucha conexión narrativa: por un lado, la de Anna como atleta, y por el otro la de su madre, que se acerca más al lado político de la historia, que es continuamente amenazada por su amistad con un disidente. Es esta última subtrama la que está más desdibujada y sólo en el último tercio parece tener razón de ser. En el medio, el guión hace un poco de agua en algunas partes. Por ejemplo, en el retrato de Anna como adolescente convirtiéndose en mujer, y la relación de noviazgo que comienza como un joven. Hay ciertos momentos interesantes pero cuando su trama principal, aquella en la que el deporte y la extraña sustancia “Stromba” comienzan a predominar, el personaje del novio desaparece durante un largo trecho para luego tener que suponer que en realidad siempre había estado ahí. Hay una clara falta de desarrollo especialmente por ese lado. Juego Limpio termina siendo el retrato de una época no tan lejana, con una puesta en escena más bien fría y gris (tal como su relato lo exige), pero no deja expuestos más que ciertas reflexiones de una manera bastante subrayada. Son destacables las dos actuaciones femeninas, Judit Bárdos como Anna y Anna Geislerová en el papel de su madre.
Tomando como punto de partida el inmenso mecanismo soviético de “creación” y “mejoramiento” de atletas “Fair Play” (República Checa, 2014) resulta una película ardua y dolorosa sobre la explotación de los cuerpos en pos de el medallero olímpico. Concentrándose en Anna (Judit Bardos), la realizadora Andrea Sedlackova pone su mirada en el trabajo de la joven para poder alcanzar los niveles óptimos exigidos en las competencias de atletismo a las que desea aspirar y ganar. Apoyada por su madre (Anna Geislerova) una ex competidora que ahora se dedica a la costura, Anna posterga sus sueños reales para poder cumplir el sueño de los demás. Porque su juventud está ahí, latente, debajo de su equipo de gimnasia, al igual que su cuerpo, un cuerpo latente, expectante, que comienza a cambiar cuando el régimen y su entrenador (Roman Luknar) deciden sumar a sus vitaminas esteroides. La madre duda al principio, pero decide apoyar la decisión tomada y con engaños inyecta diariamente a la joven. Pero cuando al tiempo ella comienza a ver cambios notorios físicos y corporales, la duda y la decisión de continuar con la transformación de Anna en una máquina ganadora le empieza a pesar. Justamente “Fair Play” habla de eso, y lo hace a través de hermosas imágenes que intentan contrastar con la dureza del estricto entrenamiento al que día a día se someten las jóvenes para poder llegar a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. En el medio la amenaza del control por espionaje y la posible traición latente hacen que la narración avance entre esos dos frentes, uno sobre la exigencia corporal y otra sobre el pedido moral por encima de cualquier especulación con la salida del régimen. Con una estructura clásica que prefiere detenerse en Anna, aunque también su madre es objeto de la mirada, “Fair Play” busca explicaciones sobre el cómo se llegó en medio de la miseria y la explotación corporal a la excelencia deportiva. Sedlackova busca respuestas en imágenes sobre este punto en el que cualquier explicación desde los participantes, sus familias, y todo el régimen involucrado hicieron posible un sistema que expulsó a los más débiles. Anna lo es, pero el esfuerzo y el ímpetu que le impregna su madre sólo es comparable con el que su padre, un exiliado, también le brinda aunque sea por un instante, a través de una comunicación telefónica. Como película de superación “Fair Play” es correcta, pero no aporta nada nuevo a un panorama en el que ya se han contado muchas de estas historias, de ficción y documentales. La mayor virtud de la película es poder plasmar un instante de una época en la que todos los objetivos y las metas estaban depositados en el deporte, porque se creía que desde ahí también se podía legitimar a un régimen autoritario y negador, algo que en este país hemos conocido sin buscarlo.
Anna prefiere correr El deporte es salud es una frase que hemos escuchado miles de veces. Pero también sabemos que el deporte del alto rendimiento suele estar bastante lejos de una vida saludable para sus atletas. No todos los deportes, no todos los atletas, no todas las épocas, pero sí, claramente, hay muchos ejemplos de cómo el deporte de elite suele destruir la salud de los deportistas. Anna es una joven deportista checa que está siendo entrenada para competir en los Juegos Olímpicos de Los Angeles de 1984. Son los últimos nefastos años del comunismo en Checoslovaquia. El interés por obtener medallas olímpicas lleva al estado a intentar mejorar a una atleta a través de medios ilegales con sustancias prohibidas. El estado a través de su organismo deportivo, el entrenador e incluso la madre de Anna son cómplices del delito. Cada uno tiene sus motivos, cada uno sus excusas, pero quien pondrá el cuerpo y sufrirá los riesgos es la joven deportista. Sin duda la película, clásica, directa, apuesta a una denuncia contra el régimen comunista y por extensión a todos los manejos oscuros alrededor del deporte de elite. La madre de la protagonista es una ex deportista que ahora vive limpiando casas. Su figura representa la de muchas personalidades del deporte que fueron castigados por no estar completamente alineados con el régimen comunista. Hasta el mismísmo Emil Zatopek, la locomotora humana, fue barrendero luego de sus legendarias hazañas deportivas y sus medallas en los Juegos Olímpicos. La descripción del deporte de elite está bien captada a pesar de ser una producción bastante humilde, y también es un excelente registro de la época. Quienes amen el atletismo disfrutarán de la manera en que está tratado y quienes busquen una denuncia política también tendrán material de interés. La película sin duda alguna vale la pena en ambos aspectos. Al final de Fair Play Anna vuelve a ser Anna, el placer de correr vuelve a aparecer, el gobierno no ha logrado quebrar su placer por el deporte, ella corre, libre, el comunismo está llegando a su fin, vuelve la libertad. Fuera de la competencia feroz, ella se vuelve a encontrar a ella misma.
La soledad de la corredora olímpica Hay una especie de belleza secreta en la artesanía sin concesiones de Juego limpio. Pequeña, discreta, sin la menor estridencia; hasta se podría decir televisiva. La película es sobre una chica que en la Checoslovaquia comunista de la década del setenta se prepara para participar en los Juegos Olímpicos. Los colores de las ficciones de los años setenta parecen inventariar un estado de ánimo cercano a la tristeza. La película tiene esos colores como motivo sustancial: estado emocional, naturaleza de las cosas mustias, ligeramente apagadas. La angustia corroe el alma de las corredoras, de Anna y su compañera en el equipo, incluso aunque no se den cuenta. El espectador, en todo caso, se da cuenta. Hay todo un espectro de emoción callada en Juego limpio, una naturaleza invernal de las cosas: las calles vacías, la arquitectura que se ha vuelto ascética, funcional; las palabras que flotan en una suerte de media lengua, la lengua de los que llevan la opresión dentro suyo, naturalizada, vuelta parte de la cotidianeidad. Anna solo quiere correr. Pero, ¿quiere eso en realidad? ¿O quiere escaparse? La primera escena de la película la muestra corriendo por un parque desierto. La última escena parece replicar la del principio, como si Anna regresara a una situación límpida en la que puede correr libremente, lejos de la mirada del entrenador, un funcionario de Estado seco, elusivamente melancólico. He ahí una pista de la película: todos son funcionarios, o aspiran a serlo; todos hacen circular esa tristeza intrínseca del Estado, de un estado de cosas; todos son cuerpos estatales, materia a merced de normativas, diligencias, revisaciones periódicas. A todos se les inyecta una dosis de Estado, como a Anna, que se le suministra algo, probablemente una hormona, llamado Stromba. Con eso en sus venas, difuminándose por su cuerpo de atleta, Anna podrá ser una deportista más completa, podrá “ganarles a las alemanas”, ser más competente; podrá ascender de categoría, tener cosas, “privilegios con los que de otro modo no podrías soñar”. Anna es cuerpo del Estado, entonces; ese cuerpo debe “funcionar” como es debido. O sea rendir más. A Anna le salen pelos en los pezones, le crece más rápido que de costumbre el vello de las piernas; algo le patea el hígado. Cuando convence al entrenador amable, rígido, de bigote riguroso, que le permita a su madre darle la inyección en su lugar, Anna se queda sola en el vagón de tren, baja la ventanilla y su cara parpadea por un segundo de felicidad. Pocas películas recientes son capaces de exhibir un pequeño triunfo como si fuera una victoria definitiva con esa clase liberadora de pudor y de alegría insensata. La chica tiene un plan minúsculo: convencer a la madre de que el mencionado Stromba, esa medicación de la que nada se sabe, no es bueno, de que no lo quiere tomar más. La madre acepta. Dejan el Stromba, pero después confiesan en una consulta médica haberlo dejado y el entrenador monta en cólera. Si paga él van a pagar ellas, pero también los jefes directos del entrenador, que esperan un buen resultado deportivo. Seguramente, también, pagarán otros, que están a su vez encima de aquellos. En Juego limpio hay cadenas de responsabilidades, como hay obediencias debidas que no pueden soslayarse; no se puede “hacer la vista gorda”, mirar a un costado y dejar pasar las cosas, porque siempre en algún lado se enteran y salta todo, como piezas de dominó al servicio de los mandatarios de más alto rango. La película tiene un tono discreto, conmovedoramente intenso cuando más concentrado y libre de énfasis se presenta. Anna tiene un novio con el que sale cada tanto, practica el sexo en una cama fría en la casa de sus padres. En la primera salida de la pareja vemos un grupo de música, un dúo metódicamente irrelevante –unos especie de Pedro y Pablo pero todo mal, con canciones que parecen de amor juvenil, muy cursi e inofensivo– , pero lo curioso es que, como en toda buena película, la canción que los vemos interpretar no suena mal, incluso alcanza una fuerza tan convincente que, por el breve momento en que se escucha, se derrama por las imágenes con una capacidad de evocación infinita. Juego limpio ofrece ráfagas de una emotividad distintiva en ocasiones como esa. Si el mundo es un lugar extraño, sus habitantes deben moverse como criaturas extrañas, inasibles, libres incluso bajo un régimen de carácter dictatorial: Anna quiere correr, pero no acepta, por puro convencimiento íntimo, salido de algún lugar desconocido de su constitución como persona esencialmente libre, seguir ingiriendo eso que le dan; decide que no quiere someterse, no acepta continuar con el tratamiento al que la obligan mediante la ingesta de esa droga misteriosa. La película hace su centro en esa lucha de Anna, pero también de su madre, esa mujer que veinte años antes fue deportista olímpica pero se volvió revoltosa y terminó como barrendera en un teatro. A Anna y a su madre les hacen las mil y una. La negativa a tomar la droga (un anabólico en fase de prueba, en definitiva) sirve argumentalmente para mostrar la naturaleza burocrática del mal encarnado en el Estado policial. Por si fuera poca ofensa, la madre pasa a máquina los manuscritos políticos de un disidente al régimen con el que tiene un amorío errático. Si la descubren peligra la carrera deportiva de su hija. Pero son las inyecciones del anabólico que la chica decide no tomar más las que disparan el desencanto original, abriéndolo y dejándolo al aire, como una revelación. Al principio Anna cree que puede dejar la droga y seguir entrenando sin avisarle al entrenador, por ende engañando a las autoridades. Después advierte que no, que no puede escapar: debe hacer caso, aceptar lo que el sistema ha preparado para ella como peón del Estado, representarlo, ganarles a las alemanas y a las estadounidenses; no puede dejar de “hacer carrera”. Es decir, no puede no querer representar a la República Socialista. El no, ese pequeño gran gesto, puede hundirla pero al mismo tiempo liberarla. Puede llevarla a terminar sus días en una fábrica, manipulando bulones en la fragua. La madre puede quedar presa por colaborar con un subversivo. Merced a un giro inesperado del destino, la modesta revancha de Anna es que Checoslovaquia, recibiendo consejo de la Unión Soviética, decide no mandar delegación a los Juegos Olímpicos. Los últimos planos de la película la muestran corriendo otra vez por el medio de un parque vacío. Anna podría estar sonriendo, quizá por dentro. No avanzó como deportista; tampoco pudo, como se le había ocurrido en un momento aceptando el plan de su madre, salir del país, emigrar como su novio y antes su padre. El “no”, la palabra no, flota en el aire como un signo de beligerancia que tiñe todo de colores apagados, hermosos a su manera. Juego limpio, esta pequeña gran película, es una criatura perdida, un “sí” melancólico acerca del carácter difuso del mal con minúscula, burocrático, convertido en razón de Estado, y de una chica que corre para salvarse. A Anna no le alcanza para todo: salva una parte y se queda sola, corriendo. La soledad de la película es olímpica. El deseo de libertad también.
Corre, Ana, corre Para representar a su patria en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, Anna (Judit Bárdos) resiste los 1001 mandamientos de la Checoslovaquia pre-perestroika. Con tal de correr, la chica tolera a un entrenador brusco, Bohdan (Roman Luknár, que encarna sin fisuras el estereotipo deportivo soviético), y prácticas extenuantes hasta en la nieve, pero pone un freno cuando las autoridades la coaccionan a inyectarse Stromba, suerte de anabólico que mejora el rendimiento. Al principio, la droga la estimula, pero tras una práctica es internada y de ahí en más finge la continuación del tratamiento. La película, estrenada el año pasado en el festival checo de Karlovy Vary, es algo llana para mostrar el autoritarismo del régimen, pero desnuda con inteligencia sus secuelas. Irene (Ana Geislerova), la madre de Anna que en el pasado representó a su país como tenista, se opone al régimen y colabora con un exnovio complotado en la clandestinidad. Sin embargo, cuando descubre que Anna abandonó la droga, una parte suya querrá complacer a los médicos del Estado y haría cualquier cosa para que su hija llegue a las Olimpíadas.
Ganar, ganar, ganar y ganar En su película “Fair play”, la realizadora checa Andrea Sedlácková se propone describir una situación, una experiencia vivida en su país a principios de la década de los ‘80 del siglo pasado, cuando la Guerra Fría todavía estaba plenamente vigente y no se avizoraba aún su derrumbe. El conflicto de los habitantes del otro lado de la cortina de hierro ha sido descripto varias veces en el cine. Esa vida gris, estructurada al máximo, vigilada hasta el acoso paranoico, familias destruidas porque algunos de sus miembros deciden emigrar o porque fueron exterminados por el régimen, castigos sutiles y no tanto a los que se quedan pero evidencian alguna inclinación crítica, una vida sin ambiciones ni expectativas y en ese marco, la posibilidad de destacarse en algún deporte para quizás poder acceder a una vida con algunos lujos. Sedlácková apela al relato clásico, al estilo del realismo socialista, para poner en primer plano la historia de una joven atleta checa, Anna, una muchachita que vive con su madre, una ex tenista frustrada que trabaja como empleada de limpieza, cuyo padre ha emigrado a Alemania hace más de quince años y desde entonces no lo ve y apenas se escriben. Anna es una velocista que muestra condiciones destacadas, lo que le abre la posibilidad de ser inscripta en un plan de entrenamiento especialmente diseñado para aumentar los resultados de los atletas seleccionados y así competir en los Juegos Olímpicos, un objetivo seductor para el régimen, ante la posibilidad de demostrar al mundo y sobre todo a sus rivales rusos y alemanes, que ellos también pueden destacarse en esas disciplinas. El plan debe mantenerse en secreto y consiste en la aplicación de unas inyecciones diarias que le otorgarán un aumento de la masa muscular y una mayor resistencia y rendimiento. No tardará mucho Anna en enterarse de que se trata de la aplicación de anabólicos, drogas no solamente peligrosas para la salud sino prohibidas en las competencias por ser consideradas doping. Anna sufre una fuerte presión de su entrenador y de los médicos que llevan adelante el plan, presionados a su vez por sus superiores. Todos están siempre bajo la amenaza de perder sus trabajos (privilegiados en un contexto de servidumbre y opresión) y jugarán fuerte cuando la jovencita quiera dejar el tratamiento, al advertir que afecta su cuerpo de un modo indeseable. Ella ama el atletismo y le agradaría participar en las competencias internacionales, pero las condiciones que le imponen en su país van minando su entusiasmo y llevándola a una situación de conflicto, que la enfrentará incluso con su madre, acosada y presionada a su vez, porque el régimen sospecha que colabora con subversivos. La situación que describe Sedlácková expone las contradicciones de un sistema social con sus premios y castigos administrados de manera arbitraria, la falta de libertades individuales y al ambivalencia que sufren tanto Anna como su madre entre el deseo de evadirse y el apego al terruño. Sometidas ambas a una tensión extrema, deciden permanecer fieles a sus convicciones y no aceptar las exigencias a que pretenden someterlas, aunque les signifique ser sometidas a algunos castigos y penalidades. No obstante, el conflicto planteado en “Fair play” se resuelve de una manera que deja a salvo la relación entre madre e hija y también concluye afirmando la voluntad personal y los valores éticos que deciden asumir ambas. Como anticipando lo que sería, años después, la caída de un sistema y la apertura hacia Occidente.
La otra Europa La película cuenta la historia de una joven atleta que vive en la Checoslovaquia socialista de 1983. En el Cine Arte Córdoba. Una hipótesis: un joven de 20 años, casi la misma edad del personaje de Anne, la protagonista de esta película, se dirige a una sala y le dedica 100 minutos de su vida a ver Juego limpio, la tercera película de Andrea Sedlá?ková. Si este joven no ha tenido ningún interés en la historia del siglo 20, sacará una conclusión inmediata: los regímenes socialistas de Europa del Este eran temibles y microfascistas, la vigilancia era una forma de vida y hasta el propio cuerpo no era otra cosa que una máquina del Estado. Evidencia indiscutible: los funcionarios eran malísimos, los ciudadanos gente de bien, a veces temerarios, mayoritariamente dóciles. Juego limpio sitúa su relato en 1983. En plena vigencia de la doctrina Brezhnev, la vida en Checoslovaquia es un socialismo con rostro totalitario. La Primavera de Praga es ahora un invierno absoluto. En este contexto, Anne se entrena a todo o nada para competir en las Olimpiadas de Los Ángeles. Es una promesa deportiva, y como tal, no se trata solamente de una competición: el deporte, como la exploración del espacio y el desarrollo de las artes, eran en aquel entonces parte de una carrera espiritual por la supremacía de un sistema. En efecto, el atleta, eslabón del gran organismo socialista, corría en el nombre de una idea. Y si esto implicaba tomar una droga para el mejoramiento del rendimiento, el consentimiento del deportista era secundario. Parte de la tensión dramática del filme reside en las inyecciones que recibe de stromba, una sustancia secreta que no es otra cosa que un anabolizante androgénico esteroideo. El problema no se circunscribe a los prominentes bigotes o a la aparición de pelos en los pechos, sino a ciertos desequilibrios orgánicos que indican un riesgo mayor. A esta incursión del Estado en el cuerpo de la protagonista se suma otra desgracia. La madre de Anne, alguna vez atleta, ahora empleada de limpieza, suele mecanografiar material disidente para un amigo. La policía desconfía, vigila, y los antecedentes no son los mejores: su exesposo se escapó al extranjero. La ausencia paterna para Anne no es menor y pronto conocerá otra faceta de una pérdida afectiva. La construcción narrativa es aquí demasiado restrictiva, acaso una tesis simple que viene a reforzar todos los lugares comunes del período. El filme de Sedlá?ková es mucho más interesante cuando pone atención al trabajo físico del atleta y trabaja sobre la relación del cuerpo con el espacio natural y público. El mejor plano del filme es aquel en el que la joven se detiene un momento en la vía pública y un inmenso monumento con la figura de Karl Marx está detrás suyo. La soledad del individuo frente a la abstracción de un sistema se visualiza en un segundo. No faltaba mucho para la Revolución de Terciopelo, pero lógicamente Anne no podía saberlo. Tampoco su madre y los entrenadores, menos aún el novio de la atleta. ¿Qué dirían hoy todos ellos de aquel tiempo? Una respuesta es la de Sedlá?ková.