La casa Gucci es una de las películas más esperadas del año. Basada en hechos reales, reúne un elenco soberbio, dirigido por el inoxidable Ridley Scott. Con todos los condimentos para tentar al espectador… ¿cumple las expectativas? De qué trata La casa Gucci Maurizio Gucci (Adam Driver), miembro de la familia italiana productora de artículos de lujo, conoce a Patrizia (Lady Gaga), una ambiciosa mujer de origen humilde. Los juegos de relaciones y codicia ponen en jaque a la firma de moda, allanando el camino para un desenlace fatal. Con qué te vas a encontrar En primer lugar, te recomiendo no googlear la historia real antes de ver la película, así el desenlace tendrá más impacto. Yo fui a ver la película con una vaga idea de lo que iba a pasar y aun así no dejó de resultarme atrapante. A veces, la gracia no es saber cómo termina sino cómo se gesta ese final que ya conocés. Ahora, más allá de lo asombroso de la historia, el punto fuerte de la película es el sólido elenco protagonista. Jeremy Irons y Al Pacino interpretan a los patriarcas de la familia Gucci, mientras que Adam Driver y Jared Leto son los herederos. Entre ellos –los Gucci y los actores experimentados- aparece Lady Gaga / Patrizia en un papel mucho más desafiante que “Nace una estrella”. En su primer gran protagónico en la película que dirigió Bradley Cooper no había nada que cuestionar, pero también es cierto que, al fin y al cabo, interpretaba a una cantante, como en la vida misma. Ahora es cuando realmente tenemos la oportunidad de apreciar su potencial, al dar vida a una mujer que no se le parece ni en el acento. Una transformación total en la que se luce. Otra de las interpretaciones que no deja indiferente es la de Jared Leto. Su Paolo Gucci es el personaje más cómico –el único- de La casa Gucci. Un rol genial que coquetea con lo caricaturesco y en el que, lo admito, no me lo imaginaba. Y no quiero olvidarme de Salma Hayek, quien cumple muy bien en un rol secundario pero clave para la historia, como una vidente que se vuelve confidente y amiga de Patrizia Gucci. Aun con las 2 horas y media de metraje, la película fluye y entretiene. La historia amerita su duración y no se dispersa en detalles. Además de la impecable dirección de arte, vale destacar la poderosa banda sonora, por momentos pop, por momentos tan italiana. Finalmente, un comentario sobre lo único que me hizo ruido apenas comenzó la película: los actores hablando inglés con un fuerte acento italiano. ¿Debieran haber hablado con su inglés real o está bien que finjan un inglés con un acento exagerado? ¿Será que no terminó de sentirse del todo natural? Esto no opaca la película, pero es como un zumbido que no molesta, pero está. En resumen Mezcla de glamour, ambición y una tragedia cocinada a fuego lento, Ridley Scott logra una película sólida que, aunque sin ser extraordinaria, cumple con lo que promete: un elenco estelar contando una buena historia que entretiene de principio a fin. La casa Gucci (House of Gucci) Puntaje: 7.5 / 10 Duración: 158 minutos País: Estados Unidos / Canadá Año: 2021
Melodrama del poder Gucci, compañía italiana asentada principalmente en Florencia y dedicada a la fabricación de artículos de cuero para el segmento social más pudiente, fue fundada en 1921, hace cien años, por Guccio Gucci, quien había trabajado de maître en Londres durante un tiempo y conocía de primera mano el gusto de la alta burguesía. Amparado en el trabajo de artesanos de mediados del Siglo XX y en una buena selección de materias primas y tomando como patrón lo visto tanto en Londres como en París, Guccio creó primero una tienda de maletas que se fue diversificando de a poco para incluir bolsos, cinturones, mocasines, guantes y baúles, consiguiendo sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial al sustituir el cuero, uno de los faltantes en la economía bélica, con materiales alternativos como el lino y el algodón, lo que no redujo su popularidad entre el segmento aristocrático y el jet set de la época. Con motivo del óbito de Gucci en 1953, son sus tres hijos cruciales quienes se hacen cargo del negocio para modernizarlo con técnicas de posicionamiento de marca e internacionalizarlo mediante sucursales, así Vasco se concentró en Florencia, Rodolfo pasó a controlar una nueva tienda en Milán y Aldo se trasladó a Nueva York para desembarcar en el mercado estadounidense. El crecimiento de la empresa fue monumental durante los 60 y 70 pero el esquema de poder cambia luego del fallecimiento en 1975 de Vasco, generando una partición de acciones entre Rodolfo y Aldo que eventualmente provocaría una leve mayoría del primero sobre el segundo. Rodolfo había intentado salirse de la familia siendo actor bajo el seudónimo de Maurizio D’Ancora pero al volver al clan jamás le dedicó el tiempo que Aldo le ofrecía a la compañía, quien a su vez ninguneaba a su propio hijo, Paolo, por considerarlo un diseñador de moda mediocre y beneficiaba al vástago de su hermano, Maurizio, el cual había estudiado abogacía y no tenía experiencia alguna en los negocios. Rodolfo muere en 1983 y su hijo pasa a controlar la mayoría de las acciones y opta por traicionar a Aldo para hacerse de la firma, por ello lo denuncia ante el fisco norteamericano por declaraciones fraudulentas y evasión, movida que le genera un año de prisión, y el tío después se venga denunciando que falsificó la firma de su padre en los documentos del traspaso sucesorio accionario en Italia, obligándolo a exiliarse en Suiza. Maurizio había utilizado el dinero de Investcorp, un buitre árabe de inversiones asentado en el Reino de Bahréin, para expulsar a Aldo pero termina él mismo echado de la compañía por sus gastos inflados y su incompetencia como cabeza de la empresa, la cual en los 90 es dirigida por el otrora abogado de la familia, Domenico De Sole, y su diseñador estrella, Tom Ford, hasta que Investcorp la vende a Kering, un conglomerado francés de marcas de lujo propiedad del magnate François Pinault que se hace cargo del management, ya en el nuevo milenio. Ahora bien, toda esta historia sería una más dentro de esas perfidias y el sustrato caníbal, impiadoso y maquiavélico del capitalismo si no fuera por la bizarra intervención de Patrizia Reggiani en una fase muy específica de este periplo, hablamos de la esposa entre 1972 y 1994 de Maurizio Gucci: Patrizia, apellidada en un inicio Martinelli, era hija de una tal Silvana que vivía en la pobreza y que la crío como madre soltera hasta que a la edad de 12 años la chica fue adoptada por el flamante marido de su progenitora, Ferdinando Reggiani, un ricachón del gremio del transporte con una generosa flota de camiones a su disposición, estratagema de súbito ascenso social mediante el sexo y el antiguo arte de saber elegir al macho que Patrizia eventualmente reproduciría cuando a los 24 años se casa con Maurizio, a quien había conocido en una fiesta y con el cual novió bajo la condena de un Rodolfo que rápidamente se dio cuenta que estaba delante de una arpía trepadora en busca de la fortuna de su hijo, planteo conflictivo que de todos modos generaría una suerte de reconciliación a principios de los 80, justo antes de la muerte del patriarca, fundamentalmente debido al nacimiento de los vástagos del matrimonio, Alessandra en 1976 y Allegra en 1981, únicas nietas del jerarca agonizante. Se supone que Reggiani, devenida Gucci, fue fundamental en la guerra contra las falsificaciones de artículos y las infracciones de marca intra parentela y en la metamorfosis de Maurizio desde un abogado que como su primo, Paolo, deseaba abandonar el clan por considerarlo asfixiante hacia el inusitado “redescubrimiento” de su identidad como miembro del linaje y esa eclosión de una ferocidad empresaria con vistas a controlar en exclusividad el emporio, influencia que por cierto pagó muy cara ya que la mujer era un tanto posesiva y no vio con buenos ojos que la abandonase en 1985 en un supuesto viaje de negocios a Florencia que derivó en la separación definitiva de la pareja y un nuevo vínculo entre el hombre, por entonces cabecilla máximo de Gucci a la par del jerarca de Investcorp, Nemir Kirdar, y Paola Franchi, amiga de la infancia de Maurizio y ex esposa del acaudalado Giorgio Colombo. Patrizia, obsesionada con no perder a su mina de oro y sobre todo con evitar el casamiento con Franchi porque significaría la reducción a la mitad de su pensión alimenticia, en 1995 no tuvo mejor idea que contratar a un sicario, Benedetto Ceraulo, el dueño de una pizzería con deudas, para que mate a su marido vía una intermediaria y amiga, Giuseppina “Pina” Auriemma, psíquica algo estrafalaria. Reggiani recibió una condena de 29 años de prisión por el asesinato de Maurizio que luego bajaron a 26 porque sus abogaron supieron alegar que en 1992 padeció de un tumor cerebral que fue eliminado aunque pudo afectar su estado mental, saliendo libre en 2016 luego de 18 años tras las rejas para encarar una batalla legal con sus hijas por el patrimonio de su ex marido. Ridley Scott llevaba prácticamente dos décadas queriendo rodar este accidentado derrotero desde que se topó con La Casa Gucci: Una Historia Real de Asesinato, Locura, Glamour y Codicia (The House of Gucci: A True Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed, 2000), crónica de la periodista especializada en moda Sara Gay Forden, por ello para su díptico de regreso a la dirección, la presente La Casa Gucci (House of Gucci, 2021) y la inmediatamente previa El Último Duelo (The Last Duel, 2021), luego de las relativamente lejanas Alien: Covenant (2017) y Todo el Dinero del Mundo (All the Money in the World, 2017), decidió enfocarse en las matufias de las elites, en la dialéctica de las apariencias y el estatus social y concretamente en esa frontera difusa en la que lo privado se convierte en lo público porque ambas dimensiones están unidas desde el vamos, pensemos en este sentido que El Último Duelo puede transcurrir en la Francia del Siglo XIV y La Casa Gucci en la Europa y los Estados Unidos de las décadas del 70, 80 y 90 pero las dos son melodramas fastuosos del poder en el que se subraya no sólo el puterío y las miserias mundanas de la oligarquía sino asimismo la dinámica estándar de la hegemonía en términos de disputas o ataques institucionales y personales que implican un proceso de fagocitación del pez más pequeño -o peor “situado” en un instante específico- por parte del depredador más grande. Analizando en simultáneo los pormenores que llevaron al homicidio de Maurizio Gucci el 27 de marzo de 1995 por una andanada de disparos, justo cuando ingresaba a su oficina en Milán, y los diferentes estadios del ascenso al poder en Gucci por parte de la futura víctima de su esposa y de la adquisición de la empresa a instancias de la Investcorp de Kirdar, ya poseedora de nada menos que Tiffany’s, la película que nos ocupa explora con inteligencia y desparpajo los ardides de Patrizia (Stefani Joanne Angelina Germanotta alias Lady Gaga) para primero engatusar a Maurizio (Adam Driver), vástago de Rodolfo (Jeremy Irons) y sobrino de Aldo (Al Pacino), y luego matarlo cuando pretende abandonarla en pos de una relación con Franchi (Camille Cottin), todo vía el sicario reglamentario, Ceraulo (Vincenzo Tanassi), y su confidente de siempre, Auriemma (Salma Hayek), lo que incluye además la decisiva intervención de Tom Ford (Reeve Carney), gran responsable del resurgimiento comercial de la marca en medio de las luchas internas, y la sociedad oportunista e ingenua de Maurizio con De Sole (Jack Huston) y Kirdar (Youssef Kerkour), precisamente el dúo que lo terminaría expulsando de su propia firma al extremo de finiquitar de allí a futuro la participación de todos los miembros del clan en Gucci, típico destino de las compañías de estructura familiar en el nuevo capitalismo de la década del 70 en adelante porque la figura del millonario todopoderoso fue dejando lugar a la de la junta de accionistas mayoritarios. A decir verdad resulta maravilloso y hasta hilarante que en tiempos de corrección política demacrada y un cine mainstream cada día más aniñado y hueco el inmenso Scott opte por narrarnos la historia de una trepadora maloliente desde un entramado retórico prototípico para adultos lejos de idealizaciones, lo que desencadena una película exquisita que combina esa faceta de melodrama prostibulario del jet set capitalista a la que apuntábamos antes, suerte de burbuja de lujos herméticos y paranoicos, con primero el thriller de usurpación empresaria, lógica psicopática de nunca acabar amparada por Estados ausentes, y segundo la faena de parentela en crisis o en franco proceso de descomposición, riña fraternal que es asimismo intergeneracional e incluso una especie de autoperfidia identitaria porque tanto en el caso de Maurizio como en su homólogo de Paolo (Jared Leto) estamos frente a intentos rudimentarios de abrirse del negocio heredado, el primero mediante la abogacía -su padre lo había hecho con su olvidable carrera cinematográfica- y el segundo a través del diseño de vestimenta, que derivan en desastre mayúsculo y luego en triste aceptación del rol que el destino familiar les había asignado, así es cómo Maurizio se transforma en una mixtura de la frialdad de Rodolfo y el ímpetu mercantil de Aldo y Paolo muta en un constante chiste viviente ya que nadie lo toma en serio como modisto y para colmo termina traicionando a su padre, ya que de hecho él es quien le pasa a Maurizio el dato sobre la evasión impositiva, y facilitando la salida de su rama del clan de la firma al entregarle en bandeja a su primo tanto las acciones propias como las de su progenitor, derrotado luego de su estadía de un año en el presidio e incapaz de detener el traspaso de titularidad a Investcorp. La Casa Gucci cuenta con un guión muy parejo, en cuanto a semejante retrato coral, del debutante en el terreno del largometraje Roberto Bentivegna y la veterana Becky Johnston, aquella de Under the Cherry Moon (1986), de Prince, El Príncipe de las Mareas (The Prince of Tides, 1991), de Barbra Streisand, y Siete Años en el Tíbet (Seven Years in Tibet, 1997), de Jean-Jacques Annaud, y ofrece un gran desempeño por parte de Driver, Pacino, Irons, Hayek, Huston, Kerkour, Cottin y una Lady Gaga que continúa compensando como actriz de cine, luego de lo hecho en Nace una Estrella (A Star Is Born, 2018), dirigida y protagonizada por Bradley Cooper, todos esos discos de mierda que editó como cantante desde que empezó a robar en plan de diva recauchutada del pop más reluciente y más anémico contemporáneo. Mención aparte merece un demencial e irreconocible Jared Leto componiendo a un Paolo muy histriónico que quiebra el registro interpretativo naturalista del film y acerca al convite en su conjunto, de la mano de cada una de sus intervenciones, hacia una parodia del costado afectado y autofarsesco de los hijos de segunda y tercera generación de oligarcas de antaño. Como siempre el realizador inglés se rodea de colaboradores habituales e impecables, en sintonía con el diseñador de producción Arthur Max, la editora Claire Simpson, el director de fotografía Dariusz Wolski y el compositor Harry Gregson-Williams, y echa mano de canciones populares que inserta de manera perfecta dentro del andamiaje narrativo para condimentar el relato y situarlo no sólo en términos históricos sino anímicos en lo que atañe al fluir y los cambios en la idiosincrasia de los personajes, recordemos el uso del señor de temas como Faith (1987), de George Michael, Ashes to Ashes (1980), de David Bowie, Heart of Glass (1978), de Blondie, y Here Comes the Rain Again (1983), de Eurythmics. El análisis del cruel pragmatismo empresario siempre es complejo y en esta ocasión se evitan las simplificaciones habituales de Hollywood porque cada personaje se divide en un interior vulnerable aunque no tan vulnerable y una máscara que se ventila en sociedad para dar una imagen de fortaleza o hasta quizás valentía, es por ello que el principal núcleo de la faena, Patrizia, puede ser por un lado una tarada que no lee nada porque se aburre y que confunde una obra de Gustav Klimt con una de Pablo Picasso, en una recordada escena inicial en la mansión del Rodolfo del magnífico Irons, y por el otro lado una fémina muy perspicaz al momento de identificar a parásitos disfrazados de consejeros devotos, como De Sole, de aprovecharse de palurdos que no sirven para nada, como Paolo, y de avizorar la infidelidad de su marido con otra hembra aunque más “tranquila” a escala psicológica, una Franchi que se conformó con el dinero del divorcio de Colombo a diferencia de la ambiciosa, pasional y acaparadora Reggiani, mujer que no es demonizada al cien por ciento en La Casa Gucci aunque tampoco recibe lo que podría haber sido una lavada de cara feminazi/ marketinera/ publicitaria si la propuesta hubiese caído en manos maniqueas o simplemente distintas a las del sabio Scott, quien en ningún momento la acerca a los roles mentirosos de la víctima o la heroína tácita ni recurre en su perfil al tumor cerebral con vistas a desembarazarla de sus acciones, ese detallito de pagar por el asesinato de su ex para castigarlo por osar marcharse y contradecirla. El clásico subibaja emocional de las familias latinas, siempre moviéndose en consonancia con el peso variado de las figuras masculinas y femeninas que las dominan, reaparece en especial a través de la ciclotimia de Aldo, quien pasa de celebrar el nacimiento de Alessandra por considerar que hacen falta más mujeres en Gucci a pedirle a Patrizia que no se meta en asuntos de hombres y en esencia no olvide que todo lo que tiene su esposo -y por elevación, ella misma- es producto del hecho de que acobijó a Maurizio después de que su padre lo echase por el casamiento con Reggiani, situación que enfatiza tanto la mutua dependencia incestuosa del poder como su naturaleza transitoria y su evidente fragilidad…
Ridley Scott vuelve a demostrar su capacidad en "House of Gucci", una película muy esperada, por su estelar elenco y por ser un caso apasionante. Los comienzos, en la década del 70' nos permiten conocer la intimidad de la familia que formó el Imperio Gucci , y a causa de la ambición y control desmedido de una mujer culmina con un escándalo. La historia de Becky Johnston y Roberto Bentivegna está basada en el libro " The House Of Gucci" de Sara Gay Forden. Una ambiciosa Patrizia Reggiani (Lady Gaga) y el tímido aspirante a abogado, Maurizio Gucci (Adam Driver) se conocen en una fiesta en 1978. Su apellido cautiva su atención cuando se presenta, es demasiado fuerte para ignorar, así que la joven hará que "casualmente" vuelvan a encontrarse. El heredero cae preso de su encanto y aún con la desaprobación de su padre Rodolfo (Jeremy Irons), por los orígenes humildes de la joven, decide casarse con ella a costa de perder familia y fortuna, aunque es sólo por un tiempo, ya que Patrizia es muy astuta y lentamente revierte la situación. Así conoce al resto de la familia: Aldo (Al Pacino), hermano de Rodolfo y su hijo Paolo (un irreconocible Jared Leto). Conforme la pareja va tomando fuerza en las decisiones de la Empresa, su relación se va debilitando por la forma en la que Patrizia va manipulando a cada uno de los Gucci. Siguen años turbulentos en los que la familia intenta que la marca se consolide a pesar de algunos problemas económicos. Sin ánimo de spoilear, por si no conocen la historia real, sólo diré, que aunque un poco extensa (157'), es muy disfrutable al mezclar en partes iguales corrupción y amor en el apasionante mundo de la moda (para los que somos fans del tema, es atractiva visualmente 100%), con un nivel de opulencia y excesos que sólo puede vivirse en esos niveles, con el misterio de un asesinato en el que también se ve involucrada Pina Auriemma (Salma Hayek) una vidente poco confiable que Patrizia consulta continuamente. Las actuaciones, impecables y con seguras nominaciones para Lady Gaga en una actuación destacada como una inteligente mujer que va mutando mientras asciende económica y socialmente. Adam Driver, también se destaca al mostrarse al principio reservado y luego astuto. Los personajes secundarios, tienen lucimiento: Al Pacino es el confiado tío que impulsa a la pareja a entrar al negocio y Leto presenta un gran abanico de emociones en la composición del inútil Paolo. Mención aparte para varios rubros técnicos: la diseñadora de vestuario Janty Yates, que logra recrear décadas de moda de manera deslumbrante, el director de fotografía Dariusz Wolski, una banda de sonido magnífica a cargo de Harry Gregson-Williams y el gran diseño de producción de Arthur Max que aporta el glamour y la ostentación que la casa italiana merece.
Ridley Scott ha logrado convertir la trágica caída de la casa Gucci en las mieles de una ópera bufa sin privarse de nada: personajes rimbombantes, maquillajes y prótesis estrafalarias, un inglés con acento italiano y el mejor sentido del espectáculo. Lógicamente, Lady Gaga le abre los brazos a su Patrizia Reggiani para convertirla en el corazón ardiente de la película, exuberante y magnífica, dispuesta a defender ese apellido conquistado con la sangre fresca de su vendetta. Si Scott demostró que podía convertir la épica de la Edad Media en la verdad de su trasfondo económico en El último duelo, estrenada hace pocas semanas, ahora explora la historia familiar de una de las casas de moda más legendarias de Italia con los excesos de un melodrama de la realeza. Una realeza inventada al ritmo infernal del siglo XX, confeccionando zapatos para las estrellas de Hollywood, oscilando entre el cuero de la Toscana y los rascacielos de Nueva York, destinada a erigir su imperio en una era en la que el arte y la alta costura todavía no cotizaban en bolsa. Scott entiende desde el comienzo que el crimen por encargo es apenas una anécdota, una costura final en un tejido de estafas y traiciones, heredero de los tonos ocres de la Sicilia de los Corleone y de la opulencia de los Borgia en aquel Vaticano del Renacimiento. La historia comienza con la inconfundible voz de Patrizia (Lady Gaga), soñadora como en los cuentos de hadas, para llevarnos a la Milán de 1978 donde conoce al joven Maurizio Gucci (Adam Driver) en una fiesta. Gaga escalona la progresiva transformación de su personaje a través de actos concretos: la seducción de un tímido Maurizio en la pista de baile y con un trazo de lápiz labial en un parabrisas; los cambios de vestuario y cortes de pelo; una corporalidad segura y dominante sobre la escena. Pero sobre todo la ilumina con la percepción de las duplicidades de ese entorno que disfraza sus oscuras raíces con el oro del despilfarro, tanto el pragmático Aldo (Al Pacino) y sus réplicas de Gucci para amas de casa, como el cadavérico Rodolfo (Jeremy Irons) y sus ataduras a los fantasmas que sellarán su destino. Impulsada por la ambición, por el mismo hechizo que Gucci consagró para la moda italiana, Patrizia habita en un mundo que reclama como propio, pintado como una opereta barata, doloroso como una tragedia griega. El cine de Ridley Scott a menudo se vio prisionero de una pesada seriedad, una galería de solemnes ejercicios de arqueología de género –Gángster americano (2007)-, de ridícula reconstrucción histórica –Robin Hood (2010)- o de pomposa ciencia ficción –Prometeo (2012)-, que dejaban para Tony Scott la vertiente kitsch de esa hermandad original. Pero La casa Gucci no puede ser más disfrutable, tan desenfadada como lo permite el mainstream, con Pacino gesticulando como Michael en el abrazo a Fredo de El padrino II, con Jared Leto bailoteando con su calva plástica y sus pucheros impostados. Con esa misma osadía filma un casamiento al ritmo de “Faith” de George Michael y la codicia en las notas de “Sweet Dreams” de Eurythmics, imagina las correspondencias más grotescas con envidiable soltura, el sexo como el clímax de una ópera. Scott se sacude las exigencias de la historia real, la trasciende haciendo conscientes a sus criaturas de su condición de títeres del destino, mostrando sus mayores miserias como el eco necesario de sus anteriores grandezas. “Gucci no es Tiffany’s. Gucci es una empresa familiar y por lo tanto supone problemas familiares”, declara uno de los inversores dispuestos a salvar a la marca de sus turbulencias financieras e impulsarla a una nueva era de ganancias y modernidad. La película encuentra quizás su única meseta en la bisagra que divide el relato entre los 80 y los 90, que coincide además con la breve salida de Patrizia del centro de la escena. Lo que se descubre en esa instancia es que esas astucias corporativas que intentan arrebatar a Gucci del griterío familiar son también aquellas cuyo protagonismo socava la potencia del melodrama, deja algunos retazos en el histrionismo de Leto en la mesa de una audiencia y revela que Scott se mueve mejor en los alaridos de la desolación que en las pasarelas de los desfiles. Toda esa amalgama impensable que resulta la película adquiere vida en las más rocambolescas traiciones, las vacas del matadero de Toscana, la bóveda fantasmal en la que Rodolfo Gucci pasa sus días, las extravagancias de Aldo, la tontería irremediable de Paolo, la letal cobardía de Maurizio. Y en el corazón, la combustión perfecta que ofrece Patrizia, la maestría de Gaga en cada una de sus apariciones. Scott consigue hacer de la casa Gucci el cielo y el infierno, la gloria de su creación y la sangre de su caída, dioses y monstruos dormidos para siempre en el panteón.
Texto publicado en edición impresa.
Ridley Scott dice presente una vez más en las salas de todo el mundo. Resulta que, en el último año, viene trabajando full time y dio luz verde a su serie televisiva futurista sobre androides: «Raised by Wolves» (septiembre, 2020). También, hace apenas un mes, debutó la súper apuesta medieval protagonizada por Matt Damon, Ben Affleck, Adam Driver y Jodie Comer: «The Last Duel». Lamentablemente la recepción del público no fue la esperada y el director salió con la mira apuntada a los millenials como culpables del fracaso. Así es como llegamos a lo que nos reúne hoy en este artículo: «House of Gucci» llega a nuestros cines y promete levantar la baja recaudación de su antecesora, a pesar de las críticas mixtas que tuvo en Norteamérica. El octogenario cineasta no es para nada un improvisado. Recordemos que en su haber tiene cintas tan emblemáticas como «Alien» (1979), «Blade Runner» (1982), «Thelma & Louis» (1991), «Gladiator» (2000), «Hannibal» (2001), «Black Hawk Down» (2001) y «The Martian» (2015). Sin duda, es dueño de una carrera prolífica que, aunque tenga algunos traspiés, cuenta con aciertos tan rotundos que es inevitable tenerlo en la historia del séptimo arte como uno de los grandes. Sin embargo, a pesar de su buen trabajo, en el último tiempo Scott viene siendo noticia por sus polémicas declaraciones. Por ejemplo, recientemente se sumó a la discusión en torno al cine de superhéroes, optando por situarse al lado de colegas como Martin Scorsese que no están a favor de su poderío cinematográfico. A fin de cuentas, lo importante es que sigue los pasos de Clint Eastwood, el productor incansable, y ya está trabajando en una próxima película sobre Napoleón («Kitbag»), spin offs de «Alien» y «Blade Runner» y hasta proyecta una segunda entrega de «Gladiator» más adelante. «House of Gucci» relata la historia real de Patrizia Reggiani, interpretada por Lady Gaga, dentro de la familia Gucci. Se trata de una narración clásica de ascenso y descenso de un personaje dentro de un círculo cerrado. Ese sistema fue replicado hasta el hartazgo en cintas masculinas en torno a la mafia o sociedades delictivas. Lo interesante acá es ver cómo funciona con una protagonista femenina. Ya sabemos que Ridley tiene varias cintas encabezadas por mujeres, y todas resultaron icónicas (la teniente Ripley en «Alien», por ejemplo). En cuanto a su realización, había un punto fundamental: la estética. Inevitablemente, al tratarse de una reconstrucción del clan Gucci, la cinta debía destilar glamour y elegancia. Afortunadamente, el requerimiento está satisfecho. La sofisticación de los vestuarios y la pulcritud de los escenarios le aportan ese detalle de distinción y buen gusto necesario. A pesar de eso, no es algo excéntrico que empalague con una imagen sobre estimulada, se mantiene contenida dentro de una atmósfera verosímil. Otro factor primordial en materia de estilo radicó en su elenco. Jeremy Irons como Rodolfo Gucci es exquisito y sigue su misma línea Adam Driver, quien interpreta a su hijo Maurizio. En un segundo peldaño encontramos a Al Pacino como el hermano derrochador Aldo Gucci y su hijo Paolo, interpretado por un irreconocible Jared Leto. Los último dos, más encargados del aspecto alegre y terrenal de la cinta. Es bueno destacar que, aunque estemos frente a un drama trágico familiar, el tono general del film es divertido. Tiene muchos gags y un ritmo dinámico que se sustenta de un guion bien diseñado por Roberto Bentivegna y Becky Johnson. Estamos hablando de una película que sobrepasa ampliamente el común de las dos horas y no se siente pesada. Lo intrincado de los sucesos, la popularidad de todo su soundtrack y el buen ritmo te absorben durante toda su duración, especialmente si no se conoce al detalle la historia real. Dejamos para lo último a la reina indiscutida del largometraje. La enorme Lady Gaga se encuentra en la cresta de la ola, y el cineasta supo dirigirla para que maneje los hilos de la trama con gran solidez. Gaga comenzó su carrera artística en 2005 como cantante, y fue un éxito mundial desde el 2009. El foco siempre estuvo puesto en la escena musical hasta que, en 2018, dio un radical giro al coprotagonizar «A star is born» junto a Bradley Cooper. La película la consolidó como una actriz prometedora. Anteriormente, también había recibido elogios por su trabajo en «American Horror Story: Hotel» (2015). Su Patrizia Reggiani resulta atrevida, astuta, decidida y profundamente ambiciosa. Sin dudas se va a ganar el aprecio del espectador. No por sus actos, sino por su carisma. El único detalle, que seguramente se gane algunos detractores, es su inglés con falso acento italiano que suena un poco extraño en las primeras apariciones en pantalla. Nada descabellado, pero los puristas siempre están a la orden del día cuando se trata de resaltar lo negativo. «House of Gucci» funciona como un nuevo relato de los conflictos internos, con finales trágicos, dentro de las altas esferas de la sociedad. Sin ser una obra maestra, cumple con su cometido de transportarnos dentro de la ególatra, ambiciosa y elegante familia Gucci. Nos permite disfrutar de una buena ambientación, grandes interpretaciones y un excelente manejo del ritmo.
¿Vieron cuando van a un restaurante bueno, piden un plato que ya probaron, o se lo recomendaron, y terminan sintiéndolo insípido, con gusto a nada? La casa Gucci trata sobre ese clan familiar de Milán, y es como una milanesa de soja recalentada, que le sirvieron a la mesa a Lady Gaga. Muchos buenos ingredientes, pero una cocción desafortunada. Y sí. Es raro. Ridley Scott era (¿era? ¿ya no es?) de los pocos directores con chapa de grande que difícilmente tuvieran una película floja. Podrían entretener más o menos, pero pagar la entrada para ver una de Scott era una garantía. Y si hace semanas marcábamos que en El último duelo, su filme anterior, la cosa mejoraba cuando primaba la acción y no las palabras, en La casa Gucci, en la que casi no hay acción… Pero analicemos qué pasa en House of Gucci, de la que todo el mundo hablaba para estar ahí, peleando por el Oscar, y puede terminar ahí, peleando por los Razzies. El director de Blade Runner, Alien, Thelma & Louise, Gladiador y Misión Rescate contó con un elenco estelar. Como suele tener siempre a su disposición. ¿Falló la historia? La película cuenta el ingreso de Patrizia Reggiani (Lady Gaga) a la familia Gucci. O al imperio Gucci, habría que decir. Patrizia conoce de casualidad a Maurizio (Adam Driver) y queda clarísimo que a la hija de un empresario de camiones lo único que le interesa es pescar al anteojudo heredero del imperio. Es algo que Rodolfo Gucci (Jeremy Irons) le pronostica a su hijo. Pero ya sabemos que el amor es ciego, y muchas veces, sordo, y Maurizio abandona el hogar paterno para pasar a ser camionero y terminar esposando a Patrizia. Por supuesto que volverá al seno de la familia, pero será cuando Patrizia convenza al tío Aldo (Al Pacino) de abrazar a su sobrino. Aldo, que vive en Nueva York, se lleva pésimo y hasta trata de inútil a su propio hijo, Paolo (Jared Leto, irreconocible con la cantidad de prótesis en el rostro y el cuerpo). El resto es historia, si usted no sabe qué paso con el imperio Gucci, las peleas internas en la empresa familiar de moda, zapatos y carteras, y por qué todo se transformó en un resonante caso policial no se lo vamos a spoilear aquí. ¿Fallaron las actuaciones? Lady Gaga y Driver (que estuvo en El último duelo) son de lo mejorcito del elenco, aunque la peor parte del matrimonio le toque al actor de Paterson y la última trilogía de Star Wars. Tiene textos increíbles, y pasa de la devoción a la familia a traicionarla y volver a confiar sin que medie explicación o actitud alguna. Jared Leto es otro que puede ampararse en lo físico para al menos zafar, y sumar su falso acento italiano. Pero lo de Pacino e Irons no tiene nombre. Al venía parodiándose a sí mismo, y aquí no parece tener control, ni que nadie le hubiera puesto límites. Y el ganador del Oscar por Mi secreto me condena está en piloto automático hasta cuando termina en un cajón. ¿Falló la dirección? Y, sí. Extraño que los nuevos y habituales colaboradores de Scott -el director de fotografía Dariusz Wolski, la editora Claire Simpson, el músico Harry Gregson-Williams- no le hayan advertido que el asunto se venía poniendo denso, espeso, larguísimo (dos horas 37 minutos) y aburrido.
Drama criminal en torno al asesinato en 1995 de Maurizio Gucci, nieto del fundador del imperio de la moda Gucci, que apareció asesinado por orden de su exmujer Patrizia Reggiani, conocida como la «viuda negra de Italia».
Diseñada para los Oscar. Amor, traición y mucho glamour, La Casa Gucci narra la vida de Maurizio Gucci, heredero de la marca de renombre hasta su asesinato en manos de su ex esposa. Basada en el libro de Sarah Gay Forden, el drama dirigido por Ridley Scott nos presenta a Adam Driver y Lady Gaga como protagonistas, mientras que Salma Hayek, Al Pacino, Jared Leto y Jeremy Irons acompañan en papeles secundarios. Como toda propuesta la película presenta grandes aciertos y grandes fallos también, que mezclados el uno al otro dan un resultado neutro, donde el filme no resulta el mejor del año ni tampoco el peor. En los aspectos técnicos, tanto el vestuario como la fotografía y ambientación a través de los años, Ridley Scott y su equipo se llevan todos los méritos. El director no es ajeno a filmes de época como lo fueron Gladiador, Robin Hood o El último duelo, que también vimos este año. Un director exigente que a su vez permite brillar a sus actores. Todo bien con Adam Driver o Lady Gaga, de quienes hablaré más adelante, pero debo destacar que Jared Leto es quien más se lució en este filme. A la hora de transformarse físicamente el actor demuestra que hace suyo su personaje y se compenetra de tal maneraque da escalofríos por el asombroso parecido con Paolo Gucci. Lo hizo con el Joker en Escuadrón suicida, lo hizo con Mark Chapman -el asesino de John Lennon- en Chapter 27 o en El club de los desahuciados al interpretar a una travesti. ¿No lo va a hacer con un filme de este calibre? El resto está bien en sus roles, son actores que venden, atractivos y siempre suman. En cuanto a los protagonistas, tenemos a un gran Adam Driver, que afortunadamente me hizo olvidar su paso bochornoso por Star Wars. Por otro lado, Lady Gaga, que la recuerdo en Nace una estrella, donde la química con Bradley Cooper era brillante, en este filme no logra replicarla con Driver. Pero en cambio su interpretación de la ambiciosa Patrizia Reggiani es espléndida, aunque resulte un tanto dudoso su acento italiano. Si algo debo objetarle a la propuesta de Scott es la duración de casi tres horas, donde parece que sobre el final se dio cuenta que debía terminar la película y tuvo una pronta resolución del conflicto. La Casa Gucci es un deleite para los amantes de la moda y las biopics, que sin duda van a disfrutar ¿Si es una candidata al Oscar? Definitivamente sí, doy todas mis fichas para Jared Leto como actor de reparto, el diseño de producción y me animaría a decir que a Mejor película.
Codicia, glamour y muerte. Sin perder el pulso Ridley Scott decide retratar a modo de melodrama, como se desencadenó el asesinato de Maurizio Gucci, nieto del fundador de la reconocida marca de moda. Todo un imperio que destaca por sus artículos de lujo, fundado en la década del 20´ por el diseñador italiano Guccio Gucci. Pero la película hace un recorte desde el punto de vista de Maurizio (Adam Driver) y sobre todo de su entonces mujer Patrizia Reggiani (Lady Gaga). Más precisamente es una adaptación del libro de Sara Gay Forden, publicado en 2001, The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed. Maurizio, hijo de Rodolfo Gucci (Jeremy Irons) y una actriz alemana, es un joven elegante nacido en cuna de oro que estudia abogacía. En una fiesta conoce a Patrizia, muy contrario a su parco existir, ella una bomba sensual traccionada a pasión. A pesar de su timidez la atracción florece entre ambos como una ráfaga de fuego. Ellos se enamoran, pero bajo la mirada descontenta de Rodolfo quién no considera a Patrizia digna de su hijo. Es así que lo hecha de su casa y Maurizio se refugia en la familia de su novia, sin no antes proponerle matrimonio. Se casan y pasado un tiempo Patrizia muestra interés porque su esposo se relacione con su familia (o mejor dicho con su fortuna). Por lo que se ponen en contacto con el tío Aldo Gucci (Al Pacino), quien se encuentra al frente de la empresa e insiste incorporar a Maurizio ya que lo siente mucho más capaz que a su propio hijo, Paolo Gucci (Jared Leto), para heredar el mando. A partir de aquí comienza un espiral en donde pujan el ansia de poder, la ambición, las disputas familiares, la propia traición y la muerte. Como en un juego de ajedrez cada miembro de la familia, hará su jugada. El verborrágico y grotesco Aldo será traicionado por su sobrino y su hijo; Patrizia, quien persuade todo el tiempo a su marido y toma decisiones, de un día para otro será abandonada y dejada a un lado, situación que exacerbará su vehemente temperamento. House of Gucci tiene varios aciertos, comenzando por las actuaciones; están todos magníficos, incluido un sobreactuado Jared Leto que forma una dupla muy acertada con Al Pacino. El personaje de Lady Gaga se va transformando de a poco, en un comienzo tiene mucha frescura y hacia el final se torna turbia, oscura y amargada; en contraste al carácter glacial de su marido. La forma narrativa de soup opera, no solo mantiene el ritmo de la historia también el interés en el espectador, que queda embelesado ante estos personajes todo el tiempo al borde del absurdo. Scott en vez de ponerse serio ante un tema tan escabroso, decide hacer una especie de farsa en donde satiriza los comportamientos humanos, los excesos del poder, y el resultado es culposamente disfrutable.
Los nuevos Corleone En términos de lo que la industria llama “valores de producción”, la nueva realización del director de "Gladiador" tiene todo lo que el dinero puede comprar, empezando por su elenco. Pero "La Casa Gucci" parece más el proyecto fallido de una serie que no fue que la película que pretende ser. Las casas Versace y Gucci aman las líneas paralelas. No en el comienzo: el Imperio Gucci nació a comienzos del siglo XX, cuando su fundador, Guccio Gucci, abrió en Florencia su primera casa de artículos de cuero, tras haber trabajado como maletero en hoteles de París y Londres. La milanesa Versace se fundó, en cambio, a fines de los 70. Ambas llegaron a ser dos de las firmas más prestigiosas de la moda internacional, y dos de las empresas más poderosas de Italia. Gucci fue adquirida a fines del siglo pasado por un conglomerado francés, Versace lo sería veinte años más tarde, por parte de un holding estadounidense. Gianni Versace, creador de la marca, murió asesinado en 1997. Dos años atrás había corrido la misma suerte Maurizzio, último descendiente de su linaje comercial. En 2018 la cadena de televisión FX puso al aire American Crime Story: The Assassination of Gianni Versace. Tres años más tarde la compañía Universal estrena La Casa Gucci, película de final anunciado, basada en un libro cuyo título tira toda la carne al asador: La Casa Gucci: una historia sensacional de asesinatos, locura, glamour y codicia. “¡Cómprela!”, les faltó haber puesto en el título. Lo de Ridley Scott es increíble. A una semana de cumplir 84 años y con una película en cartel en Argentina (El último duelo), hora lanza ésta, su opus 27 como realizador. Mientras tanto está filmando otra, tiene tres más en carpeta (entre ellas una precuela de Alien y una secuela de Gladiador) y un montón como productor... ¿Qué toma este hombre? La casa Gucci no es su mejor película, pero eso no quiere decir nada, porque hay muchas que no son sus mejores películas. Sin tiempo para leer declaraciones al respecto, este cronista juraría que el nuevo film del autor de Alien no nació como tal, sino como serie o miniserie. Eso es lo que parece, en envase de luxe. Ex camarógrafo, se sabe que no hay película de Scott que no luzca bien. Los soleados exteriores italianos ayudan (aunque buena parte de la película transcurra en la no tan soleada Milán), y si no se trata de la nieve de St.Moritz. Los interiores, captados por el excelso Dariusz Wolski, son delirantemente costosos, vastos, palaciegos. Montaje, diseño de producción, dirección de arte: todo top notch, como dicen los estadounidenses. De primera. En los protagónicos, Ella: Lady Gaga, que viene de romperla en su debut en cine, junto a uno de los actores más buscados del cine contemporáneo, Adam Driver (coprotagonista de El último duelo). Como quarterbacks, Al Pacino y Jeremy Irons. ¿Puede fallar? En términos de lo que la industria llama “valores de producción”, no. Como película, sí. Y vaya que falla. La historia es una suma de déjà vus y clichés raciales, bien filmados y no siempre bien musicalizados. Joven heredero ingenuo y desinteresado no quiere heredar el negocio familiar, hasta que a la muerte del padre se decide a hacerlo, y con mano de hierro (¿Michael Corleone?). Milonguita de arrabal se aprovecha de la credulidad del muchacho y se casa con su fortuna, conspirando de allí en más (¿Lady Macbeth?) para que Maurizio barra con el resto de la familia y se quede (y la deje) con todas las acciones. Ante la imposibilidad de que esto suceda, Patrizia tomará medidas que la familia Corleone reservaba sólo a los hombres, con ayuda de una pitonisa que la asesora (¿?). Todo esto, sonorizado en ocasiones con pasajes de ópera, puede verse como contracción de Dinastía, remozada y puesta al día. De hecho Lady Gaga está más parecida a Joan Collins que a Elizabeth Taylor, con quien en ocasiones la comparan. Pero Scott y sus guionistas no se deciden a hacer de ella una Alexis Carrington como la soap opera manda, y entonces Patrizia queda demasiado buena para hacer de mala. Pero hay una patinada peor y es el primo Paolo (Jared Leto, engordado, pelado, completamente irreconocible), en quien Scott ve a una suerte de Pulcinella descerebrado, ambicioso, ridículo y kitsch. Un trozo chirriante de ópera bufa, en medio de una película que no ríe.
El proyecto de llevar al cine el libro sobre la historia de la familia Gucci lleva dando vueltas por Hollywood muchos años, tantos que pasaron una docena de actrices y de actores actores por los castings previos, incluido Robert De Niro. Ridley Scott maneja esta mascarada sobre una familia italiana poderosa que se autodestruyó de manera desmadrada, tanto que todos hablan en inglés con acento italiano y el registro actoral va de lo shakesperiano a lo caricaturesco, como si parte del elenco estuviera en una película y el resto en otra. El pastiche funciona y se entiende más cuando el director pone como referencia de todo esto nada menos que a la serie “Dinastía”. Una de las claves para entender todo es recordar a Joan Collins en aquella serie y ver a Lady Gaga interpretando a Patrizia Reggiani. Para los que no tengan presente de qué estamos hablando, vamos a meternos un poco en la historia real. La marca Gucci navegaba mansamente en el mercado de la moda, un poco estancada, pero segura y clásica en su estilo. Ellos sabían atender a su público exclusivo y a la vez llenar las calles con productos falsificados realizados por ellos mismos, finalmente todo iba a la misma cuenta bancaria. Según parece Aldo (Al Pacino) y Rodolfo (Jeremy Irons) casi ni se reunían porque la cosa funcionaba y ya se sabe que no hay porque arreglar lo que funciona. El problema es que ninguno de sus hijos parecía tener mucha idea sobre cómo manejar el asunto. Para ser más justos, digamos que el hijo de Aldo quería hacerlo pero el pobre Paolo (Jared Leto), era de una mediocridad tan poderosa que a ninguno de los dos Gucci originales se les hubiera ocurrido poner la marca en sus manos. Maurizzio (Adam Driver), el hijo de Rodolfo, por su lado apenas quería ser un abogado del montón y no parece al momento de comenzar la película que tuviera especial fascinación por el mundo de la moda. La que sí estaba fascinada por el negocio era Patrizia Reggiani, que desde el primer momento en que se cruza con Maurizio sabe que quiere entrar a esa familia y a ese mundo. La Patrizia que interpreta Lady Gaga es un malvada notable, manipuladora y despiadada que se mete en la familia y que va tejiendo de a poco un plan que logra que luego de una feroz pelea entre padre e hijo, que aleja a Maurizio del negocio, el grupo familiar termine implosionando y acá paramos de contar para que el espectador disfrute de lo que cuenta la película. Muchos pueden quedar sorprendidos por el tono desaforado pero a la vez televisivo, al estilo de “Dallas” o “Dinastía”, que eligió Ridley Scott, pero el elenco está impecable. Hay en la película varias posibles candidaturas a recibir algún Oscar aunque lo más increíble de ver sea lo que hace Jared Leto. El personaje de Paolo está tan llevado al extremo, que termina siendo el único personaje con el que el espectador puede sentir alguna empatía, porque al fin y al cabo en un medio ambiente donde todos parecen ser lobos feroces, el más estúpido termina siendo el personaje con el que uno se siente más identificado. LA CASA GUCCI House of Gucci. Estados Unidos/Canadá, 2021. Dirección: Ridley Scott. Guión: Becky Johnston y Roberto Bentivegna. Elenco: Lady Gaga, Adam Driver, Al Pacino, Jeremy Irons, Jared Leto, Jack Huston, Salma Hayek, Camille Cottin, Youssef Kerkour, Reeve Carney. Producción: Ridley Scott, Kevin J. Walsh, Mark Huffam y Giannina Facio. Duración: 157 minutos.
Hay que decirlo con todas las letras: La casa Gucci es una película magnífica, en la que el cine vive en cada fotograma, en cada personaje, en cada línea pronunciada por sus actores y actrices, quienes hacen un trabajo para enmarcarlo en la memoria del cine hecho con pasión, con fuerza, con arrolladora capacidad narrativa. El octogenario Ridley Scott (tiene 83 años) es el responsable de que la película fluya con una naturalidad pasmosa, en la que se destacan desde los protagonistas principales (Lady Gaga y Adam Driver) hasta los secundarios (Al Pacino, Jeremy Irons y Jared Leto), pasando por la fotografía (a cargo de Dariusz Wolski), la música (con una adecuada selección de canciones), la ambientación de época (que va de 1978 a 1997) y los detalles del vestuario. Tenía que ser alguien de la vieja escuela quien viniera a recordarnos que el cine no solo es superhéroes o productos pasatistas. Aquí hay una tradición cinematográfica presente y un director con una maestría absoluta para manejar el desarrollo de la trama. Scott sabe que el cine es contar una buena historia con personajes atractivos, y que las películas tienen que tener humor, drama y enredos amorosos. Y sabe cómo introducir con delicadeza la manera de pensar la moda en distintas décadas. Los elementos de los géneros que aborda funcionan como engranajes de una pieza mayor y los actores aportan sus características distintivas. Al Pacino despliega sus tics característicos en la piel de Aldo Gucci; lo mismo con el irreconocible Jared Leto como Paolo Gucci, el más histriónico y exagerado. Inspirada en la historia de la famosa familia dueña de la casa de moda Gucci, a partir del libro de Sara Gay Forden, el filme está contado como una biopic cómico-dramática con estructura de película de mafia, con bujería de telenovela, amor interesado, venganzas y traiciones incluidas, y en donde cada escena está filmada con efectividad pragmática. La casa Gucci es una película sobre las traiciones, sobre la ambición, sobre las ganas de ascender en la escala social a toda costa. Maurizio Gucci, interpretado de manera brillante por Adam Driver, es el personaje más complejo. No sabemos por qué pasa de ser alguien desinteresado a asumir el mando para malgastar el dinero de la empresa. Pero es justamente esto lo que lo humaniza y, a su vez, lo que lo transforma en un personaje funcional a la trama de traiciones y de negocios familiares turbios. En cuanto a la trepadora de origen humilde interpretada por Lady Gaga, Patrizia Reggiani, esposa de Maurizio, hay que decir que es un personaje que la consolida como una actriz de pura cepa, capaz de transmitir sensaciones encontradas. Es el personaje más desarrollado y el que se permite ciertas licencias que se agradecen, como su complicado acento italiano y sus insinuaciones anatómicas. El personaje de Al Pacino es entrañable, un fraudulento y simpático empresario que exuda humanismo. Jeremy Irons como Rodolfo Gucci, padre de Maurizio, es un ejemplo de refinamiento y valores aristocráticos, a pesar de lo duro que es con los demás. Ver La casa Gucci es una experiencia gratificante porque es una película deleitable, entretenida, humorística, con actuaciones descomunales y diálogos inteligentes, y narrada con ritmo y sustancia. No se puede pedir más en el contexto del cine que se hace hoy en día.
Hoy nos toca hablar de la última película de Ridley Scott, La Casa Gucci, inspirada en el asesinato de Maurizio Gucci ideado y comandado por Patrizia Reggiani, su mujer. El film cuenta con un elenco de lujo, el protagonismo lo llevan Lady Gaga y Adam Driver, pero acompañan Jeremy Irons, Al Pacino, Jared Leto y Salma Hayek. La Casa Gucci es una película con varios aciertos, pero el primero que debemos rescatar es la forma en que Ridley Scott nos cuenta este drama y es dándole un toque de comedia, increíblemente logra divertirnos viendo la decadencia de la familia Gucci, toda la gloria y todo el glamour se va haciendo pedazos con cada minuto de metraje. En este sentido el trabajo de dirección destaca más por su tono narrativo que por la fotografía y la cámara. Ahora bien, pasemos al apartado actoral, creemos que es muy posible que La Casa de Gucci tenga varias nominaciones a los Oscars por sus actuaciones, el dúo protagónico tiene muy buena química ya sabemos que Adam Driver es un gran actor así que en este sentido quien nos sorprendió fue Lady Gaga, acá demuestra todo el potencial que tiene y tiene el peso de ser uno de los personajes menos risibles del film. Si nos detenemos en quienes secundan, hay una lucha interpretativa entre Al Pacino y Jared Leto que sorprende, sin dudas quien mejor actúa en todo el film es Jared Leto (casi irreconocible por su maquillaje, por cierto), Jeremy Irons se encuentra sobrio, pero no llega a destacar, distinto es el caso de Salma Hayek quien está muy debajo de sus colegas. Si bien La Casa Gucci es una muy buena película, tiene sus fallas, la primera es el ritmo del tercer acto, se siente muy pesado en comparación con lo que veníamos viendo, baja su intensidad y se alarga haciendo muy pesada la última media hora. El otro error puede ser más subjetivo, es el uso de la música, si bien carece de temas originales tiene un buen acompañamiento musical de temas pop de los 70’s y 80’s, pero peca en repetirlos varias veces y eso puede llegar a molestar. La Casa Gucci es una película muy recomendada si te gustan los films basados en historias reales, acá nos vamos a meter de lleno en las internas de una de las familias más ricas de Italia y reconocida mundialmente en los círculos de la moda. Drama y comedia por partes iguales y unas actuaciones sobresalientes. En fin, no duden en verla en el cine porque es una muy buena opción.
Ridley Scott vuelve al territorio de la riqueza de dinastías famosas, y al escenario italiano como lo hizo en “Todo el dinero en el mundo”, con el secuestro del joven Paul Guetty. En este caso con la familia Gucci que supo edificar un imperio de la moda y el buen gusto. Como si se tratara de una trama operística muestra el ascenso, poder, intrigas, sangre y muerte de una mujer ambiciosa que se integró a esa familia tradicional a fuerza de codicia y sed de poder. El personaje le cae como anillo al dedo a Lady Gaga que ofrece una intensa y eléctrica actuación, la mejor de todas, con su atractivo magnético. A su lado Adam Driver, en un registro calmo muy logrado, es un hombre rebelde dentro del clan, que poco quiere saber del negocio familiar, que es la presa fácil de la feroz Patricia que lo inicia en un juego de trama escalofriante, donde aprende de que se trata. Patricia es una mujer vulgar que se reinventa elegante y sabe hacer alianzas que le permiten su ascenso social, aun a costa de crueles prácticas. Un torbellino que cuando es despreciado no duda en precipitar su propio destino. Un elenco de notables donde Al Pacino, Jeremy Irons, Jared Leto, Salma Hayek aportan lo suyo. Una exquisita ambientación, un vestuario impresionante a cargo de Janty Yates y excelencia de rubros técnicos, atemperan las dos horas y media de película que igual entretienen al espectador, con una historia de ribetes policiales muy conocidos y juegos de dominio que no tienen límites.
Reseña emitida al aire en la radio
Entré a sala a ver «House of Gucci» con mucha expectativa. El portentoso elenco y la dirección de Ridley Scott presagiaban un nuevo hit dentro de uno de sus géneros favoritos: el drama mafioso familiar. Sin embargo, luego de más de dos horas y media de metraje, mi sensación es que la cinta no es un producto equilibrado, sino un equipo que gira exclusivamente en torno a la luminosa Lady Gaga, la reina de todas las miradas en esta realización. Ya hemos visto que Gaga, posee una capacidad interpretativa descollante. Lo ha demostrado en «A star is born» y aquí vuelve a ratificar todas sus condiciones, jugando a una chica italiana de clase popular, que seduce y conquista a uno de los grandes herederos del emporio Gucci en una trama plagada de intrigas, descontrol y asesinato. La historia es quizás, una más de aquellas mujeres que se fijan un objetivo en la vida, y se comprometen más allá de sus límites para lograrlo (¿se acuerdan de «To die for» de Gus Van Sant con Nicole Kidman?). Lady Gaga aquí es Patrizia Riggiani, una fémina que conoce a Maurizio (Adam Driver) y en dos o tres pasos define su estrategia para enamorarlo. El forma parte de una prestigiosa familia que reina en el campo de la moda, y convertirse en su esposa, es el primer escalón que ella se propone. Dentro de la trama, la primera parte presenta el inicio del romance (una relación de alto voltaje, anticipamos) de la pareja principal (con algunos condimentos como Maurizio trabajando con el padre de su mujer) para luego ir presentando a los grandes nombres que trae esta cinta: Al Pacino, Jared Leto, Jeremy Irons. Ante todo, la familia unida (?). Lo que vendrá después, debo decir que ya se lo imaginan. Una trama donde el deseo de poder crece y se va devorando a cada personaje a su tiempo. Es interesante ver la composición de Driver, quien logra mostrar una curva consistente en relación a la ambición que su personaje tiene en distintas épocas de la vida. Lady Gaga, debemos decir, siente que la cinta es suya y actoralmente barre con el resto, incluso con los grandes nombres de la industria que la escoltan. Ella es un volcán en erupción todo el tiempo. Se siente Patrizia y termina por convencernos, que si no hubiese sido por su trabajo, difícilmente pudieramos aprobar este trabajo de Ridley Scott. Encontrarán estafas, frases grandilocuentes, traiciones y odios en distintos grados. Cada elemento, por supuesto, bien «coreografiado» por el director, quien trata de administrar con experiencia el tiempo de cada «monstruo» en pantalla, ofreciendole su lente para dichos lucimientos personales. Pero… Leto luce sobreactuado (lo siento Jared pero tenía que decirlo!), Pacino y Irons trabajan a reglamento en roles que podrían tener más color, pero extrañamente Salma Hayek salva su ropa jugando como Pina, otra mujer a la que hay que prestar atención. En cuanto a la dirección artística y la banda de sonido, nada que decir. Excelentes ámbas. Quizás si el metraje hubiese sido más ajustado y la última parte, consistente (el tema del asesinato de Maurizio), hablaríamos de una obra muy destacada en la filmografía de Scott. Sin embargo, me atrevo a decir dos cosas. Por un lado, será muy nominada en la temporada de premios. Segundo, insisto, sin el carisma y la interpretación visceral de Lady Gaga, sería difícil elegir esta historia como una cinta memorable. En lo que obtenga, la actriz y cantante deberá ser reconocida por su aporte central en esta propuesta. Sólo por ella, (al menos esta vez), la experiencia de su visionado es más que satisfactoria, aunque esperabamos más de un elenco que con seguridad, tenía todas las condiciones para obtener un film sobresaliente. No lo fue, pero más allá de eso, la disfrutarán seguramente.
Ridley Scott se mete de lleno en el universo de una de las más legendarias casas de moda para narrar una historia de ascenso y caída, nada menos que, del amor, con una potente puesta que se apoya en las logradas interpretaciones de su elenco protagónico. “¿Por qué no te encontré antes”?, le pregunta el tímido y estructurado Maurizio Gucci a una chispeante Patrizia Reggiani, en una de las primeras escenas de House of Gucci, “Porque no buscaste bien”, le responde ella. Scott decide contarnos ese primer tramo del idilio amoroso, de la explosión sexual, del enfrentamiento de Maurizio con su padre, su salida de la familia, los encuentros esporádicos con otros miembros del imperio, con un tono cuasi de comedia romántica. Primeros planos, belleza, escenarios lujosos, a lo Pretty Woman, pero con una mujer poderosa y decidida a ir por todo en el centro, nada de prostitutas soñadoras, acá solo hay ambición, pero también amor, porque eso se desprende de cada una de las escenas en las que Maurizio y Patrizia se encuentran. Luego la traición, la cárcel familiar, el desamor, las discusiones, la ferra decisión de si no es conmigo no vas a estar con nadie. De aquella comparación con Elizabeth Taylor, a las miradas amenazantes, al miedo de Maurizio por lo que se viene (la escena del resurgimiento de la marca en el desfile con Tom Ford, donde el hombre alucina ver a su ex entre la gente). Scott, con pericia, pero también con un conocimiento muy claro del melodrama, transforma la historia en un thriller de venganza, en donde, con trazos de Atracción Fatal, esta traición, en todos los sentidos, comienza a tener un acto final tenso, en donde el hecho conocido por todos, será el cierre de un relato vivo, que se apoya en las magistrales interpretaciones de Lady Gaga, Adam Driver, Jeremy Irons, Al Pacino, Jared Leto, y también en Salma Hayek, como esa médium que terminó alimentando la locura de Patrizia.
Ridley Scott es la personificación del dicho «viejo, pero no obsoleto». A sus 84 años el cineasta conserva todas las cualidades que lo llevaron al podio de los grandes Podría decirse que es de esos, no solo directores cinematográficos, sino artistas a los que la edad no les quito la heterogeneidad a sus proyectos. La película se basa en la trágica historia real de la familia Gucci, foco infeccioso de traiciones, manipulaciones y hasta de asesinatos, todo a fin de controlar el imperio de la moda que fue (y es) la marca. El reparto está mamadisimo de estrellas. Adam Driver nos prueba sus dotes camaleónicos en el rol de Maurizzio Gucci, un tímido abogado al que la codicia y hambre de ser un noble como su familia lo empieza a contagiar. La conversión del personaje no sería nada de no ser por Patrizia Reggani, interpretada por Lady Gaga. La elección de casting es una de las mejores que se hicieron, la cantautora cumple con todo lo que el personaje necesita para ser lo que es en pantalla, totalmente verosímil y el elemento mejor controlado de la película. Jeremy Irons y Al Pacino hacen de Rodolfo y Aldo Gucci, los patriarcas de la familia. Irons es siempre sinónimo de calidad, se sabe, es ir a lo seguro, pero con Al la cosa se puso inesperada. Tras unos pares de años de fracasos, al actor le costo volver. La maldición se le terminó con su paso victorioso como Jimmy Hoffa en EL IRLANDES de Martin Scorsese, el tipo volvió al ruedo y acá desborda el carisma que lo caracterizó por años. A pesar de la CLARA edad, el tipo se desenvuelve con excelencia haciendo de la parte comercial de la marca, el visionario que complemento la visión de Rodolfo y la llevo a lo largo del olaneta. Para completar tenemos a un locuaz Jared Leto haciendo de Paolo Gucci, la oveja torpe de la familia. Una interpretación que intenta representar el lado bizarro de la marca, funciona y el personaje es copado, pero desentona y distrae un poco con lo que la historia quiere contar. Noto que los directores le dan a Leto una libertad que no se le da a ningún otro actor, una libertad algo injustificada ya que rara vez sus decisiones interpretativas cumplen con lo necesario. A nivel narrativo la tragedia que cuentan está construida con excelencia. Todo está armado para que el final sea lo que en un principio se nos adelanto, es como Gucci a lo Shakespeare. Lo visual acompaña a la historia muy bien, remarcando la personalidad de cada uno con detalles sutiles muy bien puestos por el señor Scott. Por ejemplo, siempre que alguien llega a la mansión de Rodolfo Gucci (Irons) el plano es el mismo, vemos al personaje ser recibido a traves de un ventanal y de fondo se visualiza el mismo juego de jardín ubicado de la misma forma, simbolizando lo conservador del personaje. Se puede percibir como en un principio intentaron fichar a Scorsese para la película, el ritmo tiene mucho de su cine e intenta recrear el tono del cineasta para contar la historia. La puesta en escena es buena, no MARAVILLOSA, pero buena. Muestra el mundo de la moda de forma realista y, como nos tiene acostumbrados Ridley Scott, la película parece filmada en la época en la que nos situa el tema en cuestión. House of Gucci es una película funcional y hecha con buena visión. Si bien la historia y la dirección de la trama se torna algo desprolija en ciertos momentos, el resultado final es un cine de calidad que deja de lado agendas políticas y modas actuales para enfocarse en contar una historia con todos los elementos que eran necesarios para retratar el caso. Calificación 8/10
"Estilo, poder y dinero" Por Denise Pieniazek La casa Gucci (House of Gucci, 2021) es un largometraje inspirado en hechos reales que tienen como protagonista a la familia Gucci y su respectiva marca de diseño de moda, fundada en 1909 por Guccio Gucci. El relato basado en el libro La Casa Gucci: una historia sensacional de asesinatos, locura, glamour y codicia (The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed, 2001) escrito por Sara Gay Forden, tiene principalmente como protagonistas a Maurizio Gucci -nieto del fundador de la marca- y a su esposa Patrizia Reggiani, a quien recordemos la prensa italiana apodó mediáticamente como "la viuda negra" por planificar el asesinato de su ex marido. La película inicia con un prólogo situado en 1995 en donde la cámara sigue a Maurizio Gucci, interpretado de forma contundente y acertada por Adam Driver, dejando la secuencia en suspenso. Luego, mediante el hilo conductor de la voz over del personaje de Patrizia Reggiani, la escena se sitúa en Milán, Italia en 1978, para dar comienzo al inicio del vínculo sentimental de la pareja protagónica. En esta historia que gira entorno a los conceptos de dinero, familia, poder, ambición, romance, traición y asesinato, Patrizia Reggiani (interpretada carismáticamente por Lady Gaga) es representada como una “cazafortunas”, como una mujer calculadora, temperamental, a quien le gusta atraer la atención masculina, en contraste con la ingenuidad inicial del personaje de Maurizio, caracterizado como ingenuo e inocente. Sin embargo, a pesar de esta rotunda determinación de los personajes, según avance el relato, veremos que acertadamente también se complejiza el estatuto de los mismos transformándolos in crescendo en el desarrollo dramático. Asimismo, La casa Gucci construye su narrativa de forma acertada y exhaustiva desde varios puntos de vista, es decir que muestra cierta empatía con cada uno de sus personajes, pero exponiendo también sus características “negativas”. Patrizia, la única protagonista femenina dentro del esquema actancial, es caracterizada no sólo de acuerdo al phisique du role de Gaga respecto a Reggiani, sino también como explicita el personaje de Maurizio Gucci en su primer encuentro, con un aire de las divas del cine como “Elizabeth Taylor”, Gina Lollobrigida, Ava Gardner y Sophia Loren, quien además aparece personificada fugazmente en la película vistiendo la marca Gucci. Esto no es para nada casual si pensamos en los tipos de personajes que dichas estrellas representaban, en la mayoría de los casos mujeres belicosas, o como por ejemplo Loren en That Kind of Woman (1959) en donde dos hombres se enamoran de dos mujeres que van en busca de sus “sugar-daddies”. La película dirigida por Ridley Scott (All the Money in the World, Gánster Americano, Gladiador, Thelma y Louise, etc.) se centra en los vínculos emocionales y las tensiones de poder entre los integrantes de la familia Gucci, es decir, desde el punto de vista económico, más que desde el diseño de moda o la creatividad. La casa Gucci narra entonces, la caída de una dinastía, de un imperio del cual nadie quiere desprenderse, porque Gucci es “sinónimo de seducción, riqueza, estilo y poder… pero ese nombre también era una maldición” parafraseando el relato del personaje de Patrizia. En consecuencia, el filme en donde predomina el tono shakesperiano que oscila entre el deseo, la codicia y la traición de esta familia descendiente de La Toscana, puede compararse -salvando las distancias- con aquellos relatos de Scorsese en donde se muestra la vertiginosa caída de los lideres de la mafia. En dicho sentido, el personaje de Aldo Gucci, encarnado por el siempre convincente Al Pacino, dialoga implícitamente con sus actuaciones anteriores (The Godfather y Scarface) como líder o patriarca de las familias y sus respectivos negocios, porque como pronuncia en una escena “Gucci es lo que yo digo que es”. Al respecto, es preciso mencionar que todos los integrantes del elenco se destacan y tienen una escena celebre de lucimiento actoral. Cada uno de ellos es caracterizado tanto física como psicológicamente con sus respectivas excentricidades, acompañados por un decorado que, si bien es impactante, es utilizado en función de resaltar la psicología de cada personaje en su entorno. De este modo, Rodolfo Gucci (Jeremy Irons), el padre de Maurizio, parece representar la versión masculina de Norma Desmond en Sunset Boulevard (1950), puesto que es un hombre en su ocaso, solitario en su gran mansión, que no logra superar el pasado, desde la nostalgia por sus días de actor de cine (su nombre artístico en sus cuarenta películas realizadas era Maurizio D´Ancora, por eso llamó a su hijo igual), hasta la pérdida de su esposa. Por otro lado, Paolo Gucci, hijo de Aldo, es interpretado por Jared Leto quien por primera vez después de mucho tiempo no abusa de las prótesis maquillaje y la máscara que éste produce, de forma que logremos ver al personaje y al actor en acción, es decir que hay un equilibrio entre el artificio y la actuación. Paolo es representado en cierta forma como una caricatura, lo que causó varias molestias en quienes lo conocieron realmente, porque es configurado como un personaje torpe y patético, utilizado como el comic-relief del filme. Quien se pronunció al respecto fue Tom Ford, diseñador de moda y director de cine (A Single Man, Nocturnal Animals), quien escribió sus pensamientos tanto positivos como negativos respecto de la película en un ensayo para Air Mail. Su palabra es más que autorizada, puesto que fue director creativo de Gucci de 1994 a 2004, e incluso como personaje tiene una breve aparición en la película.Por ejemplo, respecto al talento de Paolo, nunca se menciona que colaboró en diseñar el famoso logotipo de la doble G, característico de Gucci, aunque también es cierto que al parecer no era hábil para los negocios como se muestra en la película. En adición, la mayoría de lo que se narra cinematográficamente se apega a las versiones que se conocen del caso, a excepción de algunos detalles que son simplificados y condensados respecto a los últimos años del matrimonio y a sus dos hijas. En la preproducción de La casa Gucci, François-Henri Pinault, el dueño de Gucci al momento de la producción de la película (y esposo de Salma Hayek, quien también actúa en el filme), mostró su apoyo otorgando el acceso al equipo técnico a los archivos de la compañía. El resultado de todo lo descripto anteriormente es una película muy entretenida y atrapante, en donde cada uno de estos peculiares personajes se destacará gracias a las grandes actuaciones de sus intérpretes. En La casa Gucci cuyos escenarios oscilan principalmente entre New York e Italia, se esbozan cuestiones que van más allá de los sentimientos y valores antes mencionados, como por ejemplo la evasión de impuestos, la administración empresarial y la falsificación de marcas de moda que permiten el acceso a las mismas por parte de las clases bajas. Mediante la música pop ecléctica de los ´80 y el esquema de personajes entorno a los enfrentamientos familiares, se deja entrever que -citando uno de los parlamentos de la película-“Versace es el rock, Ralph Lauren el cine y Gucci, el Vaticano de la moda”, porque parece ser que “La casa/familia Gucci” posee sus propias reglas y jurisdicciones por fuera de la ley, allí es donde conviven y se enfrentan ángeles y demonios.
La casa Gucci representa una adición decente a esa segunda categoría de la filmografía de Ridley Scott conformada por películas que pueden ser apreciadas en el momento de su estreno y luego quedan en el más completo olvido. Son producciones que tienen una factura técnica impecable pero las historias que brindan no generan el atractivo necesario para repasarlas en posteriores visionados. Otros ejemplos del pasado fueron Un buen año, Red de mentiras, El abogado del crimen y más recientemente Todo el dinero del mundo. En este caso la propuesta desarrolla la crónica de los hechos que derivaron en el homicidio del empresario Maurizio Gucci en 1995 y el principal gancho del espectáculo pasa por disfrutar a Lady Gaga en el rol de Patrizia Reggiani. Una especie de Lady MacBeth de la vida real que fue un catalizador importante en la caída de la dinastía de empresarios italianos, cuyos conflictos internos parecen salidos de una telenovela de los años ´80. Los hechos verídicos que se narran en el film tienen todos los ingredientes de un culebrón televisivo, donde no faltan la traiciones entre los miembros de la familia, la codicia y los juegos de poder. Pese a un acento complicado, que por momento remite a una espía rusa, Gaga ofrece una muy buena interpretación dramática que además cuenta con una lograda caracterización física del personaje. Su labor se complementa muy bien con los trabajos de Adam Driver, Jeremy Irons y Salma Hayek, quienes salen muy bien parados de esta producción. Para variar, Jared Leto vuelve a caer en una de sus "Leteadas" con el fin de brindar la mejor sobreactuación del 2021. En esta oportunidad el genio del arte toma al Fredo Corleone de esta historia, Paolo Gucci, y lo convierte en una especie de Marios Bros grotesco que representa la mirada estereotipada que tienen los norteamericanos de los italianos. El acento exagerado y el modo en que se desenvuelve el personaje no sólo van a contramano del resto de reparto sino que se contrapone con el tono general del film. En ese sentido La casa Gucci ofrece dos películas en una. El drama que llevan adelante Gaga y Driver se combina con el sketch de Saturday Night Live de Jared que cuenta con algunas escenas desopilantes, especialmente las que comparte con Al Pacino. Hace unos días la hija de Paolo Gucci manifestó en la prensa su indignación por la payasada que hace el actor en este film y la verdad que no se le puede objetar nada porque el personaje termina siendo una burda caricatura. La gran paradoja de esta cuestión, también es justo mencionarlo, es que sin el espectáculo adicional de Leto, esta producción hubiera resultado un tedio absoluto. Sobre todo en el tercer acto cuando la trama desplaza a Gaga a un plano secundario para concentrarse en las internas comerciales de la empresa Gucci. Aunque esta propuesta no represente los más destacado de Ridley Scott, quien ya cumplió este año con una gran producción, para quienes no estén familiarizados con este caso mediático la temática de la historia podría resultar un poco más interesante.
hecho histórico reconocido mundialmente que aún tiene un impacto significativo. Ridley Scott eligió la historia de la familia Gucci para realizar, “HOUSE OF GUCCI” esta nueva película basada en hechos reales… ¿Fue realmente todo lo que esperábamos? El film se destaca notablemente por sus estéticas tan espectaculares. Todo lo que vimos en el trailer en cuanto a ambientación y vestimentas se vuelve realidad. Una maestría de producción que apunta a llevarse algún premio Oscar. La trama avanza de manera lenta, pero esto hace que el desarrollo de los personajes sea más interesante. Los matices y cambios de personalidades llegan a notarse y disfrutarse gracias al tipo de narración pausada que eligió Ridley para su película. Las actuaciones están por encima de la media. Todos cubren sus papeles con excelencia. Al Pacino, Lady Gaga y Jeremy Irons son las interpretaciones que más me sorprendieron. El resto del cast está muy bien pero no siento que se hayan destacado por encima de los anteriormente nombrados. Jared Leto vuelve a tener un personaje que genera amores y odios, a mi particularmente me gustó, aunque es cierto que su sobreactuación satura un poco la pantalla. Para los que no conocen la historia es una gran película que los dejará reflexivos de los sucesos. Yo conocía los sucesos y aun así la disfruté muchísimo. No coincido con la crítica especializada, no es una película más, se nota desde la concepción artística el empeño que se le puso a la dirección y a las interpretaciones. Presiento que estará nominada a varios premios, es difícil que gane, pero sin dudas estará participando de las grandes galas de Hollywood. “HOUSE OF GUCCI” es una gran opción para disfrutar en el cine. La pantalla gigante siempre es la mejor opción, sobre todo cuando hay una superproducción de escenarios y vestuarios detrás de un relato histórico tan trascendental para el mundo occidental de la moda como lo fue el desenlace del clan Gucci. Por Leandro Gioia
Lady Macbeth nunca fue tan chic Ridley Scott (Alien, Gladiator, The Last Duel) estrena su segunda película en el año, y es una que no se pueden perder. ¿De qué va? El inicio de la historia de amor entre Patrizia Reggiani y Maurizio Gucci, y cómo la obsesión por el poder y la grandeza la transformó en una telaraña de traiciones y palabras vacías. Entrar a la sala a ver una de Ridley Scott es, hoy en día, uno de esos momentos únicos que no hay que dejar pasar. El simple hecho de ser uno de los directores más longevos que siguen produciendo sus films dentro de la industria (con sus respectivos traspiés) nos hace dar cuenta de la vasta experiencia que consiguió a lo largo de los años. De la ciencia ficción a dramas épicos y bélicos, Ridley desarrolló un increíble ritmo en contarnos sus historias, brindándonos aventuras que duran, casi siempre, más de dos horas, pero sin caer en la repetición o el hartazgo (toma nota, Disney). Sin embargo, uno de los detalles que siempre lo definió, y que con House of Gucci lo coloca en el pedestal, es el trabajar con un gran nivel actoral, sin rebajarlo en la parafernalia de su nombre y/o éxitos pasados. Podemos poner muchos nombres en un poster, en una misma escena o incluso se puede tomar al actor más galardonado del planeta, pero eso no significa nada sino se sabe cómo dirigirlo, cómo guiarlo a través de lo que la historia y el personaje necesita. Lady Gaga, Adam Driver, Al Pacino, Jeremy Irons, Jared Leto (con más látex que un guante para lavar los platos), grandes nombres que te aseguran un par de salas llenas, pero Ridley no se conforma solo con eso, sino que los lleva a los límites actorales que los representa, reinventándolos tanto como artistas y como personas. Es este uno de los motivos por los que House of Gucci no solo divierte con su relato de obsesión, traición y muerte, también es un ejemplo, hecho y derecho, de cómo el cine de industria puede ir más allá de múltiples pantallas verdes y actores inexpresivos gritándole a un CGI insulso. Siguiendo los pasos de Patrizia Reggiani (Lady Gaga), nacida en el ceno de la pobreza italiana, y más tarde adoptada por el empresario Ferdinando Reggiani, conocemos el inicio de una relación que comenzó como una luz de esperanza y terminó, décadas después, como la exclamación de la obsesión más desenfrenada y mortal. Fraternizando con un joven y enamoradizo Maurizio Gucci (Adam Driver), que enfrenta a su padre Rodolfo (Jeremy Irons) por defender a la mujer que ama, Patrizia teje, entre miradas lascivas y sonrisas encantadoras, una telaraña que atraviesa a una de las familias más famosas de la moda, no solo para pertenecer en ella como una larva que se aprovecha de la fama y el dinero, sino para transformarse en la Gucci definitiva. Gracias a una Gaga que desprende una actuación tan empoderada como sutil, el viaje junto a esta Lady Macbeth se transforma en una experiencia más que gratificante. Continuando con este reparto de ensueño, cabe destacar cómo cada uno sirvió de forma exquisita para armar este árbol genealógico lleno de traiciones y excesos ridículos. Pacino y su Aldo Gucci, el tío conciliador que busca la alianza y la estrategia más favorable para que la empresa familiar no muera; Leto y su Paolo, un verborrágico e inútil heredero, confiado de poseer un don que dispararía a Gucci hacia el primer puesto de la moda; Driver y su Maurizio, el hijo pródigo que pasa de ser una babosa ingenua a ser la cabeza de un negocio que arrastras más deudas que sueños y Irons con su Rodolfo, el padre que representa el símbolo de lo arcaico, de aquel pasado que fue “mejor”. Todos y cada uno de ellos logran, gracias a sus diversos matices, crear a una familia tan desequilibrada como rica de presenciar. Los Gucci de Scott son un experimento que nos muestra cómo la traición no inicia por querer poder, sino por no saber controlarlo. Pero no todo es actoral, ya que el guion de Becky Johnston (The Prince of Tides, Seven Years in Tibet) y Roberto Bentivegna es un deleite de secuencias que dan ejemplo de cómo una historia verídica necesita, para funcionar como narración, de una estructura que no se apoye enteramente en el hecho de informar lo que sucedió, sino en la acción de contar una historia, con sus respectivas peripecias y personajes que sufren a través de una aventura transformadora. De nada sirve un conglomerado de escenas inconexas entre si que narran sucesos que creemos que “transforman” a personajes que no son más que calco insulso de los actuantes reales. Esto es ficción, por más que haya un hecho real que lo dispare. Es un recorte, y cómo tal se necesita de las herramientas correctas para hacerlo funcionar. Para hacer un Live Aid que funciona como un clímax excusero a la falta de trama, me lo voy a ver a YouTube, gracias. Y para llevar más de dos horas y media a pantalla, que mejor opción que Ridley Scott, un director que sabe de ritmo, cómo contar y transmitir. Si hay alguien que no tiene pelos en la lengua es él, y no por sus verborrágicas respuestas a la prensa, sino por su elocuente forma de transmitir a través de la lente. Acá no hay planos que se asemejan a obras de arte, ni mucho menos movimientos de cámara extremadamente complejos; acá hay planos y contraplanos esclarecedores, detalles que resignifican un elemento y primeros planos que se completan con actuaciones formidables. Gracias, Ridley, por darnos el ejemplo de que la cámara es solo la carretera para este viaje formidable. Es así que House of Gucci se transforma en una de las experiencias más divertidas y placenteras de este año, brindándonos uno de los lados más oscuros y aterradores de la moda, y de cómo una víbora es capaz de desbaratar una familia fragmentada, llena de sueños rotos y promesas vacías.
El poder, la fama, el ego y la venganza se visten de gala Ridley Scott y su visión del asesinato de Maurizio Gucci. La nueva película de Ridley Scott, la segunda en este año luego de El Último Duelo, se mete de lleno en una historia que sacudió el mundo hace casi 30 años, la muerte de Maurizio Gucci. El por entonces dueño y CEO de la famosa marca de vestir que tuvo su explosión en la década de los 80 y 90 dejando atrás la primera ola exitosa de la marca familiar italiana. En esta dramedia Adam Driver interpreta al mismísimo Maurizio Gucci y Lady Gaga a su esposa, Patrizia Reggiani, y a ambos se los podrá ver desde el momento en el que se conocen y comienzan a saborear la fama del renombre de Maurizio y como, poco a poco, el nombre Gucci fue escalando de ser una reconocida marca de ropa italiana hasta terminar siendo el símbolo del poder, la fama y el dinero a tal punto en que las traiciones terminarán siendo una moneda corriente en la rutina de cada uno de los integrantes de tal prestigiosa familia y de cómo dichos elementos fueron nublando la visión de todos sus integrantes hasta terminar en uno de los escándalos internacionales más grandes de todos los tiempos. La Casa Gucci (House of Gucci, 2021) es una dramedia -drama y comedia negra- que sigue las convenciones naturales del género en donde básicamente se cuenta una historia de conocimiento popular de forma pintoresca para pode expandir la, ahora, leyenda del caso puntual. Desde ese lado la película sigue la fórmula básica: Presentar personajes, mostrar los inicios de cada uno y su evolución de, en este caso puntual, el éxito gracias a la expansión internacional de la marca en cuestión hasta los últimos días del ya mencionado Maurizio. Desde ese punto todo normal, todo clásico. Pero claro, al mando de semejante historia se encuentra Ridley Scott para imprimirle, o intentar, su sello característico y picante cómo para que la película no sea solamente ver el relato de un tiempo pasado. Acá, al mejor estilo Succession (2018-actualidad) el fuerte de la película, más allá del gran diseño de producción y vestuarios, es la ridiculización de esta familia en la que la fama y el dinero corrompió absolutamente todo y cómo todo lo que importaba era el dinero bajo el pretexto de hacer crecer una marca. Ahí es donde la película toma su propio vuelo y sumado a gran, grandísimo, trabajo de producción se termina concretando un filme que es hipnótico desde que empieza. Claro que no todo es perfecto, los puntos más bajos tienen que ver con algunas caracterizaciones de personajes en donde toda la construcción parece un poco trillada y que termina cayendo en los lugares comunes de alguien que puede estar interpretando a alguien italiano. De la mano con esto, la selección musical está plagada de hits y un poco hacen distraer al espectador. La repetición constante de canciones populares, ya históricas, hace que aquellas escenas que si son potenciadas por la música se pierdan entre tanto uso del mismo recurso, y además no todas las escenas quedan bien con los temas elegidos. También, el guion escrito por Becky Johnston y Roberto Bentivegna termina quedando un poco largo, no porque lo que se cuenta no haya pasado o esté estirado sin ningún tipo de base histórica, sino porque llega un punto que la cinta parece haber llegado a un punto muy alto, incluso teniendo un clímax muy marcado, y a partir de ese momento y de lo genuino que se siente, la atmósfera creada se va desvaneciendo. Las actuaciones y el elenco seleccionado caen perfecto para esta película, que necesitaba un derroche de clase y una presencia marcada en cada plano, en cada escena y en cada toma. A los mencionados Adam Driver y Lady Gaga, que se comen la película sin ningún tipo de dudas, se le suman Jeremy Irons, Al Pacino y un, excesivamente, caracterizado Jared Leto que configuran una marquesina repleta de talento y que, encima, cada uno está muy bien en el rol y el papel que le toca. Salvo, un poco, por el mencionado cantante de 30 Seconds To Mars. Su actuación, escondida debajo de prótesis y maquillaje, es lo que más ruido hace dentro de la película porque todo se ve demasiado exagerado y plantea a su personaje como un alivio cómico, que por un momento cumple su cometido pero que a la larga se vuelve un poco insoportable al momento de sólo escucharlo hablar. La Casa Gucci es una película que obnubila y convoca por su estética, su producción y por su elenco repleto de estrellas. Por suerte para Scott, su segundo trabajo del año no se queda en eso y va a fondo en una historia repleta de excesos, de egos y de encontronazos familiares en donde él puede poner su sello, marcar su estilo y al mismo tiempo que Gucci lo hace con la ropa, Ridley lo hace con sus películas.
“Gucci no pertenece a un shopping mall, sino a un museo”. La frase vuela en una discusión familiar y resume algunas de las tensiones que se agitaron en el corazón de una de las más prestigiosas casas de la industria del lujo. Prestigiosa empresa familiar, al menos hasta los ochenta, cuando empezaron los escándalos que llevaron a la cárcel a Aldo Gucci (Al Pacino, en el film que estrena hoy). El hombre responsable de la expansión internacional de la marca de artículos de cuero fundada por su su padre, Guccio Gucci. También sirve la frase para ilustrar las diferencias de origen entre Maurizio Gucci (Adam Driver) y Patrizia Reggiani (Lady Gaga). Él, un joven heredero más bien tímido. Un tipo fino, culto, y bastante frío. Abogado, sin mucho interés por la empresa que ha hecho a su familia rica. Ella, una chica ‘de barrio’, sin demasiada instrucción, pero con decisión y aspiraciones. De las destinadas a contentarse con accesorios truchos de la marca, porque jamás podría pagar uno original. Pero también de las decididas a torcer ese destino: capaz de escribir su teléfono en la Vespa de Maurizio, al que persigue, con el labial que luego maquilla su boca. Entre el true crime y el culebrón glamoroso, House of Gucci, un proyecto largamente planeado y dirigido por Ridley Scott, traslada a imágenes el inicio, ascenso y caída de esa historia de amor que acompaña a los de la maison italiana. Una historia que acaparó los titulares de los diarios y noticieros, consumida con el morbo que provocan las catástrofes de ricos y famosos. Una fascinación que se mantiene, tantos años después, gracias al enorme atractivo de ese universo de lujo. Los entretelones de una gran casa de moda: House of Gucci debe ser la película más hypeada del año. Claro, el otro factor es Lady Gaga, en un nuevo papel importante en cine luego del impacto de A Star is Born. Sobre su preparación para este personaje real (además, Reggiani vive y ha cumplido una larga temporada en la cárcel) se ha comentado mucho. El entrenamiento en el acento italiano, la forma de caminar y moverse con ese vestuario y joyería recargados, el estudio serio que realizó sobre el gusto y la onda de Patrizia. Hay algo en su excéntrica interpretación a tono con la apuesta general: operística, recargada y al borde de lo caricaturesco. Basta ver al Paolo Gucci de Jared Leto (el hijo “idiota” de Aldo que aspira a convertirse en diseñador), al afectado Rodolfo (el padre de Maurizio, a cargo de Jeremy Irons), o a la bruja mediática de Salma Hayek, para entenderlo enseguida. Ver a Lady Gaga en pantalla es todo un espectáculo. Una performance que sostiene las excesivas 2.37 horas de duración de la película, incluso en sus tramos menos entretenidos. Es que hay un nervio en su primera parte, cuando Maurizio y Patrizia se conocen y su historia avanza, que se va perdiendo con el correr de los minutos. Cuando empiezan a sucederse una serie de escenas insustanciales o alargadas de más que, sin resoluciones visuales destacables, llevan a desear el final que conocemos de antemano. A House of Gucci le falta una idea potente o pequeñas ideas que transmitan algo de la inspiración de que es capaz el director de Blade Runner, de Alien o este mismo año El último duelo. A un true crime sobre el clan Gucci, dirigido por Ridley Scott, no debería pasarle eso. Si bien se conjugan varios elementos de peso para que House of Gucci nos haga pasar un buen rato. La gracia de los intérpretes, incluso aquellos a cargo de personajes inverosímiles; un soundtrack plagado de temas conocidos de los ochenta y noventa (de Blondie a Eurythmics a Bowie a Tracy Chapman); y cierta chispa final, con la aparición de, por fin, algo de la moda, de la mano de Tom Ford. El texano que sacó a Gucci de la crisis para convertirla en una de las brands más exitosas del planeta. Sin ningún Gucci en su directorio.
Ridley Scott filma con una llamativa velocidad. Su prolífica trayectoria acumula títulos. Su curiosidad no deja género por explorar: cine épico (“Gladiador”), cine de época (“Los Duelistas”), cine de acción (“Lluvia Negra”), cine de ciencia ficción (“Blade Runner”), cine de gángsters (“Gángster Americano”), cine de aventuras (“Thelma and Louise”). Cine en 24 x 7. Afín al producto de corte industrial, ha sabido imprimir su concepción autoral, más bien artesanal, a un cuerpo de obra que supera los cuarenta títulos. Tampoco le resulta ajeno el hecho de estrenar dos películas en un mismo año, una rareza para Hollywood. Pero el incansable de Scott ya lo ha hecho, en dos ocasiones previas. En 2001, lanzó la oscarizada “Black Hawk Down” seguida de “Hannibal”, sobre la novela de Thomas Harris. Luego, repitió la gesta en 2017, con “Todo el Dinero del Mundo”, sobre la vida de John Paul Getty y “Alien: Covenant”, su eterno regreso al universo que pergeñara allá por 1979. Y aquí, en 2021, renueva Scott la apuesta doble, meses después de sorprendernos con “El Último Duelo”. La última película del hermano mayor del tristemente malogrado Tony Scott, está basada en el libro fenómeno de ventas “The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed”, autoría de Sara Gay Forden. Pueden las cuatro impactantes palabras que condensan su título (asesinato, locura, glamour y codicia) hacernos predecir la atmósfera del voluminoso metraje -más de dos horas y media- del film. Una apasionada recreación del crimen por encargo de Maurizio Gucci, tercera generación regada en sangre. Se trata del nieto del fundador de la emblemática firma de lujo italiana, con sede en Florencia. ¿La ideóloga del plan criminal? Su ex compañera sentimental, Patrizia Reggiani. Que las palabras ‘historia’ y ‘sensacional’ conjuguen, también, el entramado del título literario, alimenta las expectativas puestas sobre un dantesco culebrón familiar. No habría otro destino para la benemérita ‘casa Gucci’. Un apellido marcado por el poder, la fama y la gloria, en igual medida que por la ambición, la avaricia y la maldición. La casa iba a volar por los aires, iba a incendiarse, o iba a ser acribillada a balazos. Una operística criminal que esconde intereses, celos y deseos de venganza, trazando ciertos lazos con la maquinaria de su lograda “El Abogado del Crimen” (2013). Tal y como es su costumbre, Scott se rodea de un portentoso elenco, reuniendo a Lady Gaga, Adam Driver, Jared Leto, Jeremy Irons, Salma Hayek y Al Pacino. Un lujo del que pocos directores pueden presumir. No menos curioso resulta que, con excepción de Adam Driver (protagonista de su penúltimo film), el resto de los intérpretes hacen su debut bajo la lente del veterano cineasta. Cada uno de ellos ofrece prodigiosas composiciones, convirtiéndose en el aspecto más sobresaliente de un film con destino de ceremonia de Oscar. El implacable, camaleónico y fríamente calculado retrato proferido por Lady Gaga confirma su glorioso futuro como actriz, luego de su brillante personificación en “Ha Nacido una Estrella”. El detallismo gestual, la transformación corporal y el trabajo fonético de un irreconocible Jared Leto conforman los valores de una de las performances más impactantes de las últimas décadas. Lo de Al Pacino es, francamente, una sinfonía actoral; no podríamos imaginar otro que el inmenso intérprete de raíces italoamericanas para ponerse en la piel de una de las cabezas del polémico clan empresarial. A sus ochenta años sigue dando cátedra; verle cada segundo en pantalla es pura leyenda cinematográfica. No menos elogio merece la breve pero intensa intervención de Jeremy Irons, auténtica estampa masterclass de un líder de familia en franco crepúsculo. Adam Driver gravita como el centro convergente del relato, suyo es un tour de forcé emocional concebido con absoluto profesionalismo, si bien la evolución psicológica de un personaje ambivalente como Maurizio Gucci merecía algunos minutos más de interés. Allí está también Jack Huston, haciendo las veces de abogado del diablo y, hablando de un legado que atraviese generaciones, porta el joven un apellido ilustre hollywoodense cuyo tenor rastreamos desde su abuelo John o su bisabuelo Walter. En otro registro, un deslucido rol de profética oportunista cae en manos de Salma Hayek, quizás el único apellido ilustre que no haya estado a la altura de semejante all star cast. Mediante una lograda recreación de época y una cuidadosamente elegida banda sonora (con excepción de la…¡salsa brasileña!) que coloca nuestra atención en coordenadas temporales atravesadas por melodías de George Michael o David Bowie, el film nos sumerge en la lucha sin tregua que compendia veinte vertiginosos años para el imperio del diseño. Hay un apellido que cuida sus apariencias haciendo gala de un conservadurismo que rechaza a quienes no pertenecen a su clase social. Sin demasiado preámbulo, un idilio nupcial difumina toda barrera que el dinero no pueda comprar. Atención, no es oro todo lo que reluce. Pronto, la tragedia dará curso. Jefes de familia que perecen, hijos renegados que persiguen la independencia económica, miembros expatriados que buscan una segunda oportunidad y una mujer de dudoso pasado que viene a infiltrarse con oscuros intereses, sazonan de interés tan putrefacta saga. La intriga se cuece puertas adentro de fastuosas mansiones cuyas paredes parecen abrazar espectros fantasmales proyectados por celuloide. Puede el clan vivir atrapado por su propio pasado o puede resurgir de sus propias cenizas. Los palacios albergan celebraciones y agasajos que no escatiman banquetes de comida autóctona y fina cristalería. Enormes habitaciones decoran sus paredes con arte de eximio paladar, las apariencias primero. Todo luce muy chic y más vale no combinar colores pastel con sacrílego marrón, mientras algunas referencias a la idiosincrasia italiana y latiguillos idiomáticos infaltables buscan minimizar el hecho que el monopolio americano rueda una biopic de raigambre italiana. Hollywood todopoderoso, lo has hecho de nuevo. Los Gucci tienen prosapia, quien lo negaría. ¿Estará la recién llegada a la familia a la altura? Lady Gaga mira a la cámara, señala su anillo y afirma pertenecer al clan. Se siente una especie de salvadora, una enviada. Cuida sus intereses y los de su compañero, aunque se lleve historia del arte a marzo. Solo para entendidos: Picasso no es Klimt, aunque la intrusa del clan no sepa distinguir uno de otro. El paso de los años y las tendencias en boga nos hacen apreciar un Rotko de pura cepa colgados en las oficinas centrales, un decenio después…moda que no es vanguardia. Ostentan los Gucci un mobiliario que presume de un fino gusto estético, del cual ya muchos quisieran presumir. Pero ni todo el dinero del mundo (no pund intended) puede comprar la paz y la armonía familiar. “La Casa de Gucci” es una radiografía acerca del ascenso, auge y caída de un apellido de ascendencia humilde y meteórica escalada hacia la cima del poder. Desde los campos de toscana al pudiente Norte italiano. De un sinuoso sendero signado por un mal augurio, marcado en igual grado por la férrea tradición a unos principios conceptuales inquebrantables tanto como por la desunión familiar y el conflicto de intereses monetarios. Divide y reinarás, dicen quienes calzaron sobre su sien la corona y no de espinas, aunque el camino no esté desprovisto de esto último. La monetaria ruleta de intereses y el rumbo que dicta el mercado nos habla también acerca de un período de adaptación radical, desde la bisagra existente entre los años ’80 y ’90, conformando un cúmulo de influencias y nombres propios insoslayables (Versace, por ejemplo, objeto de estudio de la serie “Crímenes Americanos”, de Rayn Murphy) claves para el mapa de época forjado. Scott profundiza en los motivos de la traición, haciendo eclosión el conflicto en el seno familiar, tanto en la batalla legal por la tajada de acciones de cada uno de los integrantes del imperio, como en el espiral autodestructivo en el que se ve sumido el matrimonio interpretado por la dupla Driver-Gaga. La corrupción del linaje, cuya herencia de sangre ha desaparecido por completo de la marca en nuestros días, nos evidencia un monumental friso de decadencia. El envenenamiento es moral, comprometiendo las conductas y las motivaciones de cada integrante involucrado. La puñalada puede provenir del propio árbol genealógico o de inversores extranjeros bañados en vil metal. El beso de Judas que no disfraza su verdadera intención. Un insulto que diluye la imagen de una institución, también acechada por la competencia desleal que representa la réplica falsificada de productos. Las cartas estaban echadas, mucho antes de que ella ordenara apretar el gatillo.
Ridley Scott es un cineasta raro. Su filmografía es particularmente ecléctica y amplia. No solo por la variedad de los temas y géneros de su obra, sino porque ha sido capaz de realizar obras maestras y bodrios infames. Este año estrena dos películas importantes, ambas son de época, pero mientras que una transcurre en el medioevo, otra está ambientada en el mundo de la moda en los años noventa. La casa Gucci gira en torno a hechos reales ocurridos dentro del clan familiar fundador de la conocida casa de moda. Un asesinato que conmovió a Italia y que tal vez no sea tan conocido en otros países. El centro de la trama es la historia entre Patrizia Reggiani y su esposo Maurizio Gucci (Adam Driver), nieto de Guccio Gucci, fundador de la empresa. La película busca retratar ese vínculo, las internas de la familia, los intereses empresariales externos y el contexto en el cual todas estas cosas ocurren. La casa Gucci funciona más en las escenas que en la totalidad. Lady Gaga es el corazón del film pero también su principal problema. Ella es magnética, atractiva en un sentido completo del término, pero también actúa y se nota. Al personaje extrovertido lo compone a la vista y eso hace ruido. Pide a gritos un Oscar que posiblemente le den. Ni hablar del siempre, pero siempre insufrible Jared Leto, otra vez apostando a ser un actor fuera de serie y logrando solamente ser un intérprete fuera de tono. Al Pacino y Jeremy Irons se divierten más, porque saben jugar en sus roles secundarios. Saben que su mejor época ya pasó y les queda el disfrute. Usan la historia de los Gucci para verse reflejados. Adam Driver, por supuesto, busca ser más sobrio, como era de esperarse. Por mérito de Scott o de los protagonistas, Driver y Gaga consiguen destellos de química muy sutiles, pudiendo ellos con su actuación explicar cosas que el guión descuida. La película tiene la suerte de que ambos hayan combinado adecuadamente. Algo de genuina sensualidad surge, de la misma manera que aparece en el vestuario, algo completamente esperable debido a la temática del film. Pero en su conjunto, La casa Gucci no termina de convencer y se ve como un film caro y algo barato a la vez.
TODO SUPERFICIE Lo que viene sucediendo con Ridley Scott es cuando menos llamativo: indudablemente es un tipo al que le gusta filmar y por eso trabaja sin parar (este año también estrenó El último duelo y se está preparando para rodar un biopic sobre Napoleón), pero no logra en lo más mínimo que eso se traslade a su más reciente filmografía. Sus películas existen y transcurren, pero no persisten, son incapaces de mantenerse en la memoria del espectador. De vez en cuando exhibe energía y vocación narrativa, como en Misión rescate, pero la mayoría de su cine es efímero, incluso sin un propósito definido más allá de la mera existencia. Y esto aplica más que nunca a ese larguísimo desfile de modas que es La casa Gucci. Esa sensación de vacío constante que atraviesa la película es un tanto sorprendente, teniendo en cuenta que había mucho para contar. Quizás eso sea parte del problema, porque estamos ante un relato basado en hechos reales que aborda múltiples procesos, figuras históricas y temáticas. La primera parte, centrada en el romance entre Maurizio Gucci (Adam Driver), heredero de la dinastía familiar de la moda, y Patrizia Reggiani (Lady Gaga), de orígenes bastante más humildes, es por lejos la más llevadera. No tanto por la puesta en escena de Scott, sino por la empatía que generan Driver y Gaga, a partir de cómo fusionan introversión y extroversión desde sus respectivos personajes. Ese tramo, para nada innovador pero efectivo, delinea algunas de las tensiones por venir, ya que estamos ante una pareja de outsiders que, eventualmente, se van a ver metidos de lleno en el negocio familiar, donde jugarán roles decisivos. Sin embargo, ya entrada la segunda hora, todo se empieza a complejizar y La casa Gucci pasa a ser muchas películas a la vez. Por un lado, un retrato de una etapa de transición entre los ochenta y los noventa, con el ascenso de figuras como Gianni Versace y Tom Ford, pero también el final de las empresas familiares y el surgimiento de las grandes corporaciones dentro del ámbito de la moda. Por otro, la historia de la decadencia de la estructura y el sello familiar de los Gucci, con todas sus intrigas cuasi palaciegas. Y, además, el proceso de disolución matrimonial entre Maurizio y Patrizia, que termina derivando en un homicidio por encargo. A Scott parece importarle más lo segundo, aunque se vea arrastrado y comprometido a focalizarse en lo tercero, mientras que lo primero lo deja casi de adorno. Sin embargo, no puede amoldar las tres vertientes, con lo que se dedica a administrarlas más que narrarlas. De ahí que La casa Gucci se limite a contar todo casi como un mero trámite burocrático, sin ninguna pasión y confiando en lo que puedan dar los rubros técnicos. Eso hasta le hace perder la chance de explotar a fondo el tono paródico y paroxístico de las actuaciones de Gaga, Driver, Jared Leto, Salma Hayek, Al Pacino y Jeremy Irons, que quizás entendieron mejor que Scott el artificio y el grotesco que poblaban los eventos narrados. El tono plano e indefinido, donde importa más el lujo exhibido que los conflictos, o la banda sonora más que el diseño de los personajes, convierten a la película en un objeto desapasionado, carente de vigor, que solo puede explicar lo que sucede desde la palabra y no desde las acciones. La incapacidad -o la pereza- de Scott para desplegar los distintos elementos de la trama es tal, que, a pesar de sus dos horas y media, La casa Gucci termina resolviendo todo a las apuradas, sin claridad y consistencia. En el medio, los protagonistas condenados a ser meras caricaturas, en una película insulsa y que desaprovecha una historia que tenía mucho más potencial.
LA CAÍDA DE LA CASA GUCCI Corría una modesta leyenda cuando, en los inicios primaverales de algo llamado “cinefilia” se buscaba asentar su incipiente prestigio en recurrir a pergeñar guiños privados, códigos secretos y un “ábrete sésamo” primigenio mediante rastros –como objets trouvés de un tardo dadaísmo– y florilegios de citas cuanto más extravagantes mejor, excavadas de films ya no B o C sino únicos, ricos y extraños… ¿Films Ómicron? Por qué no. Uno de estos veneros–¡qué duda cabe!– fue La mancha voraz (The Blob, 1958), opus uno y único de Irvin Yeaworth, en donde además debutara Steve McQueen, ya para entonces dotado con ese gesto y porte de un primo segundo o tercero de un Mitchum que ha leído a Jack Kerouac y está pagando una motocicleta en cuotas. En esta gema modesta y perfectamente arcana, había un rito de pasaje iniciático consistente en contar las veces que Steve, con su pétrea facha, decía “I don’t know”. Cosa que hacía a cada rato mientras una suerte de turgente gelatina Royal o de viscoso áspic rosado avanzaba incontinenti para devorarlo todo a su paso. Aquí, en esta costosa y delicuescente maratón de insensateces, vulgaridades, camelos varios y surtidos llamada House of Gucci, el sufrido espectador puede hacer el recuento de las veces que se dice la palabra… “Gucci”. Posiblemente el sonoro troqueo italiano sirva como gong repetido para que el pobre espectador, lanzado a la deriva en este piélago de calamidades, despierte del merecido sueño en que ha caído desde que se inicia este diorama o tren fantasma de ripios, tics, caricaturas charras y multiuso. También y de consuno para que, entre cabezazos somnolientos, actúe como precario memento de qué diablos trata el desfile de sombras propaladas a velocidad simétrica a la ostentosa insignificancia a la que está siendo sometido. “Ah, sí”, dice entonces el pobre ser singular –atrapado en esas butacas incomodísimas– que se asemeja (si tuviese los beneficios de una cultura clásica) a los esclavos de la alegoría de la Caverna platónica. Aunque esos entes ficticios no creo que fueran sometidos en la imaginación socrática a semejante ludibrio audiovisual como el que debe soportar este neo esclavo de la vulgaridad serializada. Su acompañante ocasional podría entonces codearlo sucintamente en el costado y recordarle que trata aproximadamente de una familia italiana, más aún, florentina –si leyó la gacetilla correspondiente–, dada a la confección de bolsos, cinturones y relojes, así como de mocasines de gamuza atravesados con la tricolor italiana. Y tras columbrar la pizza o fugazzetta que sueña zamparse en el sucucho más cercano, y mucho más en confianza, es posible que pregunte a su partner por qué los miembros de esta familia embutida en sedas y linos entallados, y con sus meñiques anillados y departiendo entre historiados mármoles de Carrara, no son felices, pobres, cuando están siempre inmersos en interiores todos calma, lujo y voluptuosidad… “Es que son decadentes”. “¿Qué cosa?” “Bueno, es como, a ver…son tan, pero tan refinados y perversos que no pueden con su genio y conspiran tiempo completo y pervierten también la impoluta pureza de las mores anglosajonas, que vos sabés (aquí el apodo íntimo que corresponda…) son de una impolutez total; ya que no se confiesan con curas en iglesias y abadías atiborradas de frescos del Trecento, sino que confiesan sus pecados fiscales sobre sus también albas declaraciones impositivas…” “Sí, sí, te entendí. Pero ¿cuánto falta para que termine?” Esta cosa no es un film sino un rejunte de viñetas rodadas al azar, salpimentadas de todo aquello que el fascino (de allí deriva fashion, por cierto) y el disegno italiano pueden dar y hasta regalar como la madre generosa que siempre ha sido, puesto que no por nada su emblema es una ubérrima loba que abasteció a los gemelos luego cainitamente divididos in illo tempore. Todo es a la vista y al voleo. No hay personajes sino vanas siluetas y muecas de actores en autoparodias permanentes, o de jóvenes carentes de gracia y con menos aura que un agujero negro. Por si esto fuera poco, adoban sonoramente el film, o más bien lo rellenan, con una seguidilla de las arias de óperas más socorridas “ Nobleza obliga y más aún. Intentamos aquí cumplir, en esta columna de A Sala Llena, y por respeto a su director y amigo –así como a cierto lector consecuente–, con una crítica de cine stricto sensu, si bien a esta inmundicia infame, torpe, estúpida, cutre e informe le cabe el peor círculo del infierno estético. De todas maneras, no podemos evitar sumar que se trata de una acción vil y mercenaria pocas veces vista o recordada. Tal vez nuestra memoria la purifique, pero no creemos exagerar. El film es todo un repetido y archiconocido panfleto de prejuicios históricos anti italianos que incluye el trío ya mencionado por nosotros en alguna ocasión: casanovismo, maquiavelismo y jesuitismo. Nada nuevo bajo el sol; mejor dicho, bajo la niebla inglesa. Desde Enrique VIII, sino antes. Así que, en esto, novedad cero. En todo caso, la leyenda negra es de una torpeza comparable a la de El código Da Vinci, que paradójicamente debe haber conseguido conversiones en masa al catolicismo. Pero dejemos. Este es, digamos, también un film de tesis. Burdo y de un contenidismo abyecto y ramplón, pero que aquí adquiere un matiz especial. Entre tamaño desaguisado nos topamos con la señora Hayek, que hace de bruja consultora de la señora Gucci; rol brujeril que –hay que admitirlo– cumple a la perfección sin esfuerzo alguno. Sigamos. La tesis de ese bodrio es que los Gucci eran unos torpes, incompetentes y malvados integrantes de un descocido grupo familiar para manejar una empresa más que centenaria… que ahora sí está en buenas manos, eficientes, exitosas y la mar en coche. ¿Y quién es el dueño presidente, capitoste, del consorcio que ha llevado a esta casa Gucci desde las tinieblas florentinas y sumido en las mefíticas auras del secretario florentino y un toque de Borgias, a la pura y eficiente maquinaria que fabrica bolsos de cuero para millones de chinos nuevos ricos? ¿Quién? A ver, un minuto, dos, tres… Sí, adivinó: el señor esposo de la bru…, digo de la señora Hayek. Pocas veces la indecencia moral ha celebrado unas bodas alquímicas tan perfectas con la bajeza y la ruindad estética. Otrosí. Hoy cierto correctismo impuesto ya sabemos desde dónde, y que es –ya hay que gritarlo– el mayor intento de despolitización y neutralización que pueda concebirse, donde está prohibido terminantemente siquiera intentar acuñar o esbozar a un personaje o rol femenino que sea medianamente negativo. Pero hay excepciones: todavía pueden fabricarse femmes fatales, putas, malas y manipuladoras. Eso sí, tienen que ser latinas y católicas. Como aquí Patrizia Reggiani-Gucci. Una tendencia desde luego que acuñada en las mismas vetustas usinas ideológicas pero que siguen produciendo a destajo. Desde Juana de Arco a Evita, pasando por Lucrezia Borgia, Caterina Sforza o las dos reinas Médici, pueden ser histéricas, putas, manipuladoras, monstruos, si previamente son latinas y católicas. Porque si antes del puritanismo victoriano, que las encorsetó, hubo y sigue habiendo excepciones en el mundo latino y católico, con mujeres muy poderosas, éstas no pueden ser más que histéricas, putas, o dementes. Esto debe hacer reflexionar a todos y a todas –aquéllos y aquéllas– que piensan que un “causismo” puede estar separado de una decisión política completa, plena, histórica. Donde amigo y enemigo sean determinados no ocasionalmente y al capricho de algunos, sino dictado por hechos y derechos históricos y polémicos. Que Ridley Scott sea un fotógrafo cursi y sin talento alguno no es novedad alguna. Su cursilería es sólo comparable a la de su paisano Kenneth Loach; con una diferencia: éste es un cursi con conciencia social. Mientras Scott no tiene conciencia alguna.
La oscura historia de Patrizia Reggiani Por Jebús! Debo decir, antes de comenzar, que me da cierta impresión y hasta vergüenza lo que voy a adelantar al respecto de House of Gucci. Caramba, estoy hablando de Ridley Scott. ¿Quién se atrevería a puntuar con una “regular” a una película de semejante monstruo simbólico del cine? Bueno, acá voy. El elenco de Gucci es casi el mejor disponible. Pesos pesados de antaño que aún se bancan un par de rounds como Al Pacino y Jeremy Irons, y las (no) tan nuevas generaciones como Lady Gaga y Adam Driver. No creo que se pueda pedir más en este punto. Mención especial a la pitonisa compuesta por Salma Hayek. Le película explota de color y grandilocuencia. Cuenta con las mejores locaciones, tiene todos los espacios abiertos con las mejores vistas para las recreaciones de los diferentes sucesos de la vida de Gucci. Los interiores son magníficos también y se ajustan a lo que una producción de este tenor necesita. ¿Qué es lo que sale mal? No podría decir que el retrato general parece una caricatura; eso por fuera de la sobre exageración de Jared Leto, a la que ya todos como espectadores deberíamos estar acostumbrados, en su plan “no-me-quiero-parecer-a-mí- para-que-me-den el-Oscar-por-eso”. Pero sí que juega fino, muy fino, con el límite de una tragicomedia burlesca sobre una familia italiana que se vuelve imperio de la moda, y hasta se inventa una fábula y un mito acorde a su historia. Con el paso de los minutos el desparpajo, la ostentación, a través del desempeño intachable de Gaga y Driver se desinfla, no por ellos mismos y sus capacidades, más bien debido al vuelco de la narración que en tren de atarse a los acontecimientos usa las herramientas disponibles para mantener el interés y ponerle algo de humor pero de la mitad hacia el final del film esto no alcanza y ahí es donde todo pierde peso, y el desenlace se pierde en su propio laberinto. Una pena porque Gucci podría haber sido una excelente oportunidad para un director más que prolífico de arrasar con premios por doquier, pero seguro tendrá más de un reconocimiento. Mientras tanto sigue con varios proyectos en danza y uno en rodaje actualmente.
“La Casa Gucci” nos presenta una mirada sobre la vida de Maurizio Gucci nieto heredero del fundador de la marca, Guccio Gucci. Esté emblemático personaje fue asesinado el 27 de marzo de 1995 por órdenes de su ex esposa Partizia Reggiani quién deseaba recibir parte de la herencia cuanto antes. Basada en el libro “The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed” escrito por Sara Gay Forden, “La Casa Gucci” es un largometraje estadounidense estrenado el pasado 24 de noviembre de 2021. Estamos ante una historia interesante con respecto a la vida de la familia, aunque hay ciertas inconsistencias en el guión y tiene un ritmo algo lento. Es demasiado larga y de hecho parece que se tratan de dos películas diferentes; de mitad para atrás es una y de mitad para adelante es otra. También hay que remarcar que aquí la marca no es la principal protagonista, sino que este lugar está ocupado por la familia. Sin lugar a dudas lo mejor de esta producción es el vestuario y el maquillaje que logran que el espectador se transporte a esa época. Un aspecto curioso es que en la versión en inglés los actores hablan en ese idioma con acento italiano a pesar de que estamos ante artistas cuya lengua materna es el inglés. Se destacan las actuaciones de Salma Hayek (Giuseppina Auriemma), Jeremy Irons (Rodolfo Gucci) y Lady Gaga (Patrizia Reggiani). Si les gustaría ver otro lado de la familia Gucci sin lugar a duda les recomiendo ver este largometraje. Actualmente se encuentra disponible en cines.
Ridley Scott filma sin ganas una biopic de manual y su desesperación por sumarse a la temporada de premios le hace perder más credibilidad. Por lo menos Jared Leto entiende el juego y prefiere moverse como si estuviera en una comedia de enredos.
Cuando se juntan 5 actores de renombre, un director legendario y una marca con una historia inmemorable, polémica y controversial, se obtiene La Casa Gucci, uno de los estrenos de cine de la semana del 25 de noviembre. Durante las dos horas y media -demasiado para lo que se quiso contar-, el film se enfocará en la relación entre Maurizio Gucci (Adam Driver), uno de los herederos de la lujosa marca de moda, y Patrizia Reggiani Gucci (Lady Gaga), empleada en la empresa de camiones de su padre. Casándose más allá de las objeciones de la familia de él, es gracias a ella que Maurizio logra entrar a la empresa y así empezar una guerra de poder que tendrá consecuencias catastróficas (no es spoiler, ya que es una historia conocida). Las expectativas de una película como esta eran tan altas que, al terminar de verla, el espectador posiblemente no se sienta tan satisfecho. El mundo que retrata el director Ridley Scott atrapa al principio, pero aproximadamente en la última hora empieza a hacer agua y deja un sabor un poco amargo. Está de más decir que el realizador no escatimó en gastos cuando de elenco se trata y es donde mejor se disfruta La Casa Gucci. Lady Gaga puede tranquilamente recibir su segunda nominación como Mejor Actriz Principal por su rol como Patrizia, esta mujer poderosa, ambiciosa y protectora de lo propio a toda costa. Con un acento casi exacto a la verdadera persona, Gaga saca a la italiana pasional que tiene adentro y la lleva perfectamente bien. Más, si a esto se le agrega la calma y la sutileza actoral de Adam Driver, correcto como Maurizio. La combinación es dinamita. Por otra parte, a sus 81 años, Al Pacino demuestra por qué sigue siendo uno de los más grandes de todos los tiempos. Su Aldo Gucci tiene una presencia y un charm que acaparan la pantalla cada vez que aparece. Los papeles secundarios de Jeremy Irons, Salma Hayek y Jack Huston dan lo justo, no era necesario mucho más. Sin embargo, quien quiso dar la nota y derrapó fue Jared Leto como Paolo Gucci. Habría estado bien si la película hubiese tenido otro tono, pero lo único que consigue es exagerar el estereotipo italiano y, aunque por momentos entretiene, no está a la altura del elenco que lo acompaña. Vale aclarar también que varios de los acentos de los personajes suenan bastante extraños, y que por ser personajes de habla italiana, hablan demasiado en un inglés chamuscado. Parece un detalle menor, pero a la larga, el oído no se acostumbra. La música va al lado del relato, utilizando hits de David Bowie y Blondie mezclado con clásicos de la ópera como La Traviata y Madame Butterfly, ambienta los más hermosos paisajes y las villas del norte de Italia, al igual que enmarca la ropa, tan icónica y lujosa, que intitula el film. La Casa Gucci tiene su atractivo desde todos los lados, pero al final decae. Lo que no significa que verla en la pantalla grande no valga la pena, y más con semejante elenco.
La historia, que incluye rivalidades al estilo Succession entre miembros de la familia, múltiples juicios, evasión de impuestos, encarcelamiento y, por supuesto, asesinato, proporcionaron un amplio material creativo para Scott.