Una cuestión de perspectiva Durante las últimas dos décadas el exorcismo y su colección de rituales complementarios se transformaron en uno de los tópicos preferidos del cine de terror, tanto en su vertiente indie como mainstream, lo que generó una retahíla inacabable de propuestas que suelen respetar el mismo esquema narrativo de siempre, el cual se remonta a ese film insuperable de William Friedkin de 1973 que todos conocemos: en primera instancia nos presentan a la víctima de turno, luego nos torturan con los jump scares habituales, de a poco traen a colación la historia del exorcista encargado de la purificación y todo termina en un clímax en donde se produce la ansiada batalla entre el secuaz de Mefistófeles y el representante de Cristo (a esta altura no importa que la señorita o señor en cuestión, el poseso, esté siendo mancillado cíclicamente, ya que lo fundamental es la artillería visual del exorcismo en sí). Resulta hasta gracioso que por regla general se obvie por completo lo que sucede después, algo que La Crucifixión (The Crucifixion, 2017) viene a corregir porque comienza en el momento en que la mayoría de las obras del rubro suelen finalizar, léase el exorcismo: en Rumania, en 2004, una monja llamada Adelina Marinescu (Ada Lupu) muere luego de ser atada a una cruz -sin agua ni comida- durante tres días, a lo largo de los cuales un sacerdote y varias monjas se la pasan tirándole agua bendita y -desde ya- recitando pasajes de la Biblia en pos de que el demonio diga su nombre para expulsarlo del cuerpo de Marinescu. Como los responsables del exorcismo terminan presos y acusados de asesinato, el caso llama la atención de la periodista estadounidense Nicole Rawlins (Sophie Cookson), quien viaja al pueblito donde ocurrió todo, Tanacu, para investigar el sutil entramado de fondo. Como no podía ser de otra forma, Rawlins siente animadversión contra el credo católico (su madre devota murió de cáncer, casi rendida a su destino frente a la confianza en la dialéctica de la cruz) y por ello su enfoque inicial es condenatorio para con el sacerdote y la ignorancia oscurantista de los pueblerinos, pero cuando ella misma empieza a experimentar el acecho de una presencia satánica, su óptica cambia al ritmo de las creencias del Padre Anton (Corneliu Ulici), un clérigo local que la ayuda en su serie de entrevistas con allegados a Marinescu. Si bien la película se nos presenta como un gran “a posteriori” de los acontecimientos, a decir verdad suele hacer trampa con flashbacks muy ilustrativos del progreso de la posesión, cada uno obedeciendo al relato de un personaje en especial. Aun así, la lucha entre las perspectivas -a favor y en contra de la fe- guía el derrotero narrativo. El film contaba con las credenciales suficientes para ofrecer algo realmente novedoso dentro del subgénero pero lamentablemente se queda a mitad de camino, arrinconado en un desarrollo mecánico y sustos que no terminan de satisfacer por recurrencias ya vistas hasta el cansancio (cual J-Horror trasnochado, aquí nos topamos con caripelas femeninas espectrales que se le aparecen a Rawlins de la nada): el director francés Xavier Gens viene de entregar la excelente La Frontera del Miedo (Frontières, 2007), la pasable Hitman: Agente 47 (Hitman, 2007) y la interesante The Divide (2011), y los guionistas Chad y Carey Hayes -por su parte- son recordados por La Casa de Cera (House of Wax, 2005) y El Conjuro (The Conjuring, 2013), dos grandes obras recientes del género. Cookson cumple bastante bien aunque el convite en sí desperdicia la oportunidad de trastocar en serio los clichés y engranajes tradicionales del rubro, conformándose a fin de cuentas con otra triste reformulación a nivel del ideario individual de la protagonista sin mayor sustento dramático que un pasado de cotillón y una amenaza diabólica que nunca llega a convencer del todo…
Otra de exorcismo trucho, y van… Basada en hechos reales, la nueva película del director Xavier Gens (Hitman, The Divide) aborda un caso de exorcismo seguido de asesinato por crucifixión, como reza el título de la película. Al director francés se suma un elenco de múltiples orígenes con la inglesa Sophie Cookson, el rumano Corneliu Ulici y el más conocido español/argentino Iván González. En el año 2004, un pequeño pueblo ubicado en las afueras de Bucarest, Rumania fue el escenario de un brutal asesinato, cuya resolución todavía hoy está lejos de ser clara. El padre Dimitru, párroco de la localidad, fue arrestado junto a un reducido grupo de su congregación luego de que le practicara un exorcismo trunco a una de las monjas de su monasterio, Adelina Marinescu, de 23 años de edad, quien murió camino al hospital luego del ritual inconcluso. Esta película que da cuenta del hecho retoma los acontecimientos desde la perspectiva de Nicole Rawlins (Cookson), una periodista neoyorquina cuyo interés por el caso la lleva hasta Rumania para intentar desentrañar una verdad que mucho tiene que ver con sus propios demonios personales. Películas de terror sobre exorcismos hemos visto miles, desde ideas retorcidas e inverosímiles hasta grandes producciones que trascienden el género como puede ser El Exorcismo de Emily Rose. El caso de La Crucifixión está emparentado con esta última porque ambas cintas están basadas en casos reales. Pero solo por eso. Porque lo que tenemos es un relato chato, que empieza por contar el caso de exorcismo devenido a asesinato antes mencionado para pasar inmediatamente a la óptica de la protagonista de la cuestión que es la periodista Nicole Rawlins. Tanto sus descubrimientos sobre el caso como su pasado con una madre que muriera tras rechazar un tratamiento médico por motivos religiosos en ningún momento logran captar la atención del espectador que a duras penas puede mantenerse atento en busca de ser sorprendido por lo extraordinario del caso que, recuerden, ocurrió realmente. Como representante de su género, la película sólo asusta cuando recurre al viejo truco del impacto mediante alguna cara fantasmagórica o una aparición repentina. No se usa la música para inducir al clima que antecede al susto y la historia por sus propias características está lejos de propiciar ese ambiente. Las actuaciones, poco destacadas también, tienen poco con qué trabajar en un contexto en el que incluso desde el director se atenta contra ellas a partir de varios planos para las escenas dialogadas que obligan a los actores a mirar directamente a la cámara, recurso que lejos de aportar algo narrativa o dramáticamente les quita verosimilitud a los ya de por sí flojos parlamentos de los personajes. El público amante del cine de horror podrá apreciar ciertas locaciones y ambientaciones propias del género, la buena calidad técnica de las escenas más sangrientas o simplemente sumar una más a su lista de historias terroríficas vistas en la gran pantalla. Pero nada más.
La crucifixión, de Xavier Gens Por Ricardo Ottone En 2012, el realizador rumano Cristian Mungiu (el mismo de 4 meses, 3 semanas, 2 días, ganadora de la Palma de Oro en Cannes) estrenó Más allá de las colinas, un film intenso y dramático que contaba un caso sucedido en un convento de la iglesia ortodoxa en la Rumania rural con la muerte de una novicia que, según el sacerdote acusado de homicidio, estaba poseída por el diablo. La muerte de la joven se produjo en el hospital como producto de un cruento exorcismo de varios días que incluyó el cautiverio y señales de haber sido atada. Ahora el realizador francés Xavier Gens estrena aquí La crucifixión, con una premisa endemoniadamente similar, donde Adelina, una monja en un convento de la Rumania rural, muere luego de un cruento exorcismo que incluye privación de sueño, de alimentos y hasta una crucifixión. Lógicamente, el sacerdote a cargo es encarcelado por homicidio. La variante aquí es que Nicole, una periodista norteamericana impactada por la noticia, viaja a Rumania a investigar el hecho porque “la gente merece saberlo”. Nicole va con toda la idea de que se trata de un caso donde la ignorancia y el fanatismo de la Iglesia se cobraron la vida de la víctima. Investigando el caso in situ va a ir descubriendo que el sacerdote no estaba tan errado y que la presencia que se instaló en el cuerpo de la joven monja todavía anda dando vueltas por ahí. Está bien, el film de Mungiu está basado en una novela de no-ficción de la escritora rumana Tatiana Niculescu-Bran y el de Gens afirma estar basado en hechos reales, así que uno podría concluir que ambos están basados en el mismo episodio real abordándolo de una manera, digamos, diferente. Donde el primero elegía un abordaje realista tocando temas como la fe, el libre albedrío y la represión sexual, el más reciente toma el episodio como base para una relato de terror donde la estrella es una vez más el Señor de las Tinieblas. Igualmente basta mirar las imágenes del exorcismo en La crucifixión para darse cuenta de que el realizador francés vio el film de su colega rumano y tomo prestada más de una idea. De todos modos, acá no somos policías y sabemos que si fuéramos a condenar el robo en el mundo de las películas tendríamos que cargamos gran parte de la historia del cine. Por la web se puede leer a algunos críticos extranjeros indignados. Muchachos, no es para tanto. Si mencionamos las similitudes es porque si medimos la calidad de un robo por su capacidad de ocultar sus rastros acá las huellas están por toda la escena del crimen. La crucifixión es entonces la versión clase B que opta decididamente por la vertiente sobrenatural. Claro, es un film de terror y no vamos a aceptar otra cosa que a Satán o alguno de su legión de demonios. La elección no está mal y el planteo tiene sus potencialidades. El tema es qué se hace con eso, y el film de Gens comienza de forma prometedora pero se queda a medio camino, con momentos densos e imágenes potentes (una enjambre de insectos saliendo de la entrepierna de la poseída) mezcladas con intentos fallidos de atmósferas basadas en luces que se prenden y apagan, puertas que se abren y cierran, y sustos baratos con el espíritu de la poseída apareciendo cada tanto a los gritos. Lo que funciona mejor son los flashbacks que se intercalan para contar la historia previa de cómo Adelina fue paulatinamente cayendo en poder del Maligno. El carácter de investigación periodística es la que da esta posibilidad a través de las entrevistas que Nicole va haciendo con los diferentes testigos de la desgracia de Adelina: el cura acusado, su mejor amiga, el obispo y hasta la psiquiatra que le diagnosticó esquizofrenia, con la posibilidad de ilustrar estos testimonios. Esto también parece prestado de otra fuente, esta vez de El exorcismo de Emily Rose (2005), pero son los momentos que mejor funcionan y donde se ven las imágenes más interesantes. Por cierto más que la línea de tiempo presente con sus sobresaltos poco imaginativos y una conclusión de manual. Gens no se merece ir al infierno por robo sino al purgatorio por las ideas desaprovechadas. Sabe elegir a sus víctimas pero no cómo explotar el botín. LA CRUCIFIXIÓN The Crucifixion. Estados Unidos, Reino Unido, Rumania. 2017 Dirección: Xavier Gens. Intérpretes: Sophie Cookson, Corneliu Ulici, Brittany Ashworth, Matthew Zajac, Diana Vladu. Guión: Carey Hayes, Chad Hayes. Fotografía: Daniel Aranyó. Edición: Adam Trotman . Música: David Julyan.Duración: 90 minutos.
Cada jueves que una película de terror arriba a la cartelera local se renuevan las expectativas de encontar a las próximas El conjuro o La Bruja, verdaderos hallazgos contemporáneos del género, pero lamentablemente el noventa por ciento de los casos arroja resultados decepcionantes. Hablando de El conjuro, ni siquiera la mano de sus productores y guionistas -los hermanos Carey y Chad Hayes, que aquí replican funciones- puede elevar los méritos de la modesta La crucifixión.
No, no y no. Por más que se venda este producto clase B como heredero (en producción) de algunas películas que renovaron el último cine de género, acá TODO suena a falso y huele a naftalina. Una joven llega a un pequeño pueblo a investigar la muerte de una monja y en el camino se enamora de un cura, vive en carne propia el miedo, y, obviamente, es poseída. Malas actuaciones, pésima puesta, horribles efectos especiales hacen de “La Crucifixión” un estreno más que olvidable.
Luego de que una monja muera en pleno exorcismo, una periodista norteamericana falta de fé, decide viajar a Rumania para investigar lo ocurrido y ver si en realidad dicha práctica era real, o los involucrados cometieron asesinato cegados por su religión. Pero el mal la estará esperando, y Nicole deberá enfrentar viejos asuntos pendientes con su propia fé. Hoy nos toca hablar de una película en la que tenemos que serles sinceros, y decirles que es de lo más flojo en cuanto a terror internacional que hayamos visto en mucho tiempo. No queremos ser malos, pero eso es lo que representa La crucifixión. No solo lo decimos por la historia mil veces vista, los clichés que se repiten constantemente, o por el abuso de los jumpscares (sustos por subidon de volumen); sino porque vemos algunos errores dignos de estudiantes de primer año de realización de cine. El más evidente son los horrores de continuidad que se hacen presente en la hora y media que dura La crucifixión (aunque parece que durara mas). Elementos que desaparecen y re aparecen de las manos de los protagonistas, ropa que se cierra sola o deja de ser usada en cambios de planos, e incluso hasta el pelo de Nicole cambia. Y eso que estamos ante una película de estudio, con el presupuesto necesario para contratar a una actriz conocida (quizás no de nombre, pero todos recordaran a Sophie Cookson por Kingsman). Y hablando de Cookson, la pobre chica parece no tener suerte en sus proyectos, y eso que demuestra ser buena actriz, y que puede cargarse a sus espaldas el rol protagónico; y eso queda claro en La crucifixión, porque es de lo poco destacable que tenemos. Aunque el hecho de que luzca como una adolescente pese a que ya no lo es, no la termina ayudando para nada en el papel, y termina dándonos la sensación de ser un cast fallido. La crucifixión es una pobre película, que no solo termina siendo mala como producto en sí; sino que es otro film que será usado en los debates por aquellos que aseguran que el género de terror como tal, ya está casi muerto y no se hacen películas destacables. Véanla si son fans de las cintas de exorcismos, de lo contrario, es mejor seguir esperando mejores realizaciones, o buscar por el mercado local o latinoamericano; mientras esperamos la próxima película de terror dirigida por James Wan.
Es la cuota de terror de la semana, pero merece que le prestemos atención por distintos aspectos. Su director Xavier Gens, que con el fotógrafo Daniel Aranyó le saca provecho y brinda belleza, sugestión y misterio al paisaje rural rumano, que tantas leyendas generó. Y es destacable por el guión de los gemelos Hayes, Carey y Chad, no tiene mucho de donde agarrarse y esta poblado de lugares comunes del género. Que puede aportar la aclaración de que se trata de hechos reales, no mucho a esta altura, pero si conviene aclarar que es un film de contenido cristiano que habla de los problemas de la fe y los peligros que acechan cuando esta flaquea. La historia es la de un cura exorcista encarcelado por la muerte de una monja consecuencia del rito. Una periodista atea, con madre creyente que ya murió, viaja a investigar los hechos y a pesar de su rigor para trabajar, advierte que el demonio hará de las suyas, especialmente vulnerable por no tener fe. Lo que se ve es lo habitual del tema en estos films, con los lujos que le contamos por los realizadores.
El exorcismo según Ionesco Permítaseme comenzar con algo personal. Décadas atrás un periodista, bastante bueno en lo suyo, me hizo la propuesta de escribir un guión para un film. Género: “terror”, repetía. Bien. Había trasegado ingentes dosis de vhs en copias abominables que por entonces circulaban producto de ediciones locales que lindaban con lo delictivo. Había bocetado un diagrama compuesto de minutos y de intensidades en las cuales –según su estudio sesudo- había que emitir mandobles audiovisuales, para “impactar” al espectador. Había escrito una sucinta escaleta de casa tomada o cosa semejante; aunque aquí no me mostró los planos. No sabía dibujar. Pregunté “¿y entonces qué es lo que puedo hacer?” Muy suelto de cuerpo me zampó, “con la memoria que tenés y con todos los films que viste se trata que cada mazazo te encargues de excavarlo de tantas escenas guardadas en tu coleto”. La transcripción del diálogo corre por mi cuenta… Desde luego que todo quedó en nada y finalmente dirigió una película con actores disfrazados de pobres. Lo que en aquel tiempo fuera un absurdo ahora ha regresado y vuelto miles de bodrios. Uno de ellos, de factura inglesa-rumana con director francés, y posiblemente con utilero de Andorra, ha caído como maligno aerolito en surtidas salas porteñas. Una periodista con cara de estar siempre en Babia y que se pasea como media hora linterna en mano por vericuetos de la campiña rumana, y por interiores de mampostería ominosa, seguramente en busca de los fragmentos ebrios de un guión insensato, debe llevar a cabo una investigación para un barbón editor ubicado en Nueva York y que dice tonterías mediante celulares que no fallan nunca. Debe investigar –en fin- sobre un sacerdote de la iglesia ortodoxa rumana que ha practicado un exorcismo sobre una monja a la que le ha provocado la muerte debido a su celo sacerdotal, cuando al parecer podía haber sido curada con ribotril y chalecos de fuerza. Al estar la cosa desarrollada en Rumania, uno podía imaginar que se acercarían o que tan siquiera buscarían la hospitalaria y sabia compañía de Mircea Eliade. En realidad, y por la indecible cantidad los absurdos puestos a destajo, ha sido su paisano Eugène Ionesco el numen inspirador. La tal Nicole –se llama así- bobea de un lado para el otro, obtiene la ayuda de un sacerdote local que arroja sobre ella y nosotros una chorrera de información verbal extraída de una entrada improvisada de wikipedia. “Posesión”, “demonio”, “libre albedrío” y demás, sin la menor intención de buscar algún correlato objetivo o segunda historia –conocida también como puesta en escena- para afincar tamaña teología de crucigrama. Así, como mi legendario periodista de terror cronometrado ansiaba entonces, abundan bichos, con preferencia por arácnidos, gritos, ojos en blanco (a veces los ponen en negro), puertas y ventanas que se abren a capricho, para culminar en toda serie de levitaciones en diversas posiciones calisténicas, y una cantidad de cruces vistas con criterio turístico, y que al parecer sobraron del presupuesto inicial y las repartieron por todos lados. Hay también campesinos torvos, gitanos amenazantes, sueños húmedos de Nicole con el cura –y sí, qué creían- y todas las chapucerías imaginables de shock fotográficos sin la más mínima ilación entre ellos. En todo caso luego viene una didascalia soporífera donde se nos dice en un inglés defectuoso, qué diablos –más que nunca- terminamos de ver, en caso de no haber antes huido raudos de la sala, o de habernos entregado a los brazos de Morfeo; el mejor crítico cinematográfico que pueda existir. Curiosamente el film –llamémoslo así- tiene buena intenciones en cuanto a lo religioso, pero no cae en la cuenta que aquí no se trata de un cursillo acelerado de demonología, sino de cine; y para ello debe saber tramar primero y poner en escena después. Se tiene la torpe ilusión desde que Regan Teresa MacNeil, fuera poseída in illo tempore, que se trata tan solo de manotear cruces, sumar hemoglobina, salpimentar con griteríos, vestir a partiquinos con sotanas, y demás, para tener siquiera algo parecido a un film sobre exorcismo. Desde luego obviando dos factores esenciales: Friedkin y Blatty. Mi periodista y cineasta en ciernes -ya legendario- se me aparece ahora como pequeño demonio burlón, y me grita satisfecho “¿no te dije?”
Cuestión de fe Últimamente las películas de terror se dividen entre las que son una bomba como No respires (Don’t Breath, 2016), It (It, 2017) y las que no asustan a nadie, como Siete deseos (Wish Upon, 2017), Satanic: El juego del demonio (Satanic, 2017) ). Crucifixión, dirigida por Xavier Gens (La Piel Fría, 2017) se acerca mucho al segundo bando, aunque tiene una serie de buenas intenciones que hacen que no merezca ser catalogada como “mala”. En un lejano pueblito de Rumania, un exorcismo termina con la muerte de la monja poseída. El cura que lo practicó y otras monjas más, son condenados a prisión. Nicole (Sophie Cookson), una periodista neoyorquina, siente afinidad con el caso por motivos que no quedan del todo claros pero están relacionados con la muerte de su madre y logra que la autoricen a cubrir la noticia. Una vez allí va recabando testimonios, siendo su escepticismo el principal obstáculo a la hora de verificar que efectivamente la posesión existió. Se nos advierte que los hechos están basados en sucesos reales, y en efecto, allá por 2005, la hermana Maricica Irina Cornici falleció en un monasterio del distrito de Vaslui, tras un exorcismo practicado por el sacerdote Daniel Petre Corogeanu asistido por varias monjas, que incluyó tres días de ayuno absoluto y crucifixión. La película arranca con unos movimientos de cámara que, recorriendo el pueblo y el monasterio, meten al espectador enseguida dentro de la trama, en los momentos previos al exorcismo. Logran captar la atención pero el interés se diluye pocos minutos después, cuando pasamos a Nicole en la redacción del periódico donde trabaja. La protagonista no tiene nada en particular que nos genere empatía. Es una periodista que no parece enfrentarse a ningún desafío de investigación, ya que la mayor parte de la película solamente se entrevista con los allegados a la monja, sin ningún hilo conductor que la guíe. A Nicole le pasan cosas, sí, pero ninguna es intensa como para identificarnos con ella y querer acompañarla en el recorrido: la investigación se suma al deseo de superar la muerte de su madre y a cierto interés amoroso que surge, pero son elementos aislados que fragmentan su foco antes que respaldar sus acciones. Y como el hilo de la investigación, la respuesta que fue a buscar tampoco está clara, al espectador le da lo mismo qué pase. Hay, a través de la relación que establece con el padre Anton (Corneliu Ulici), el cura joven con quien enseguida hace buenas migas, un intento de preguntarse qué es la fe a lo largo de las diferentes conversaciones y de una complicación que surge al final, pero como todo, carece de fuerza y se termina diluyendo. Este podría haber sido el punto diferencial de la película, su identidad, su marca registrada, y queda supeditado a un par de líneas de diálogo perdidas en la trama. En paralelo al misterio principal, vamos asistiendo a través de diferentes flashbacks a la relación de la monja fallecida con su entorno, lo cual nos abre algunas pequeñas pistas sobre la resolución general, pero con el mismo nivel de debilidad y arbitrariedad que todos los otros elementos de la trama. Entretenida, para público poco exigente, es de esas películas que olvidas automáticamente después de verlas. Podría haber explotado mucho mejor algunas vetas, como la pregunta sobre qué es la fe o indagar en esos hechos reales que la motivan, pero elige apegarse a mostrar sucesos sobrenaturales y generar sobresaltos desde el montaje y el sonido, dando un resultado tan desganado e insulso como su protagonista. *Review de Ayelén Turzi
La crucifixión: ni la realidad justifica su existencia "Basada en hechos reales" parece ser el mejor artilugio para justificar tanto las limitaciones creativas como las más absurdas y caprichosas resoluciones. Nicole (Sophie Cookson), una periodista afectada por la muerte de su madre, se aventura en la Rumania rural para desentrañar la verdad detrás de la crucifixión de una joven, hecho que comenzó como un exorcismo y concluyó como un asesinato. A diferencia de clásicos del género como El exorcista y de sus mejores relecturas como El exorcismo de Emily Rose, aquí no hay tensión posible entre la razón y la fe, y la concepción del ritual y de la creencia adolece de la misma vacuidad que su representación.
Para no clavarse Una película sobre posesión diabólica que no genera miedo ni tensión Desde la memorable El exorcista (1973) pasando por otros exponentes como El exorcismo de Emily Rose (2005) y La posesión de Verónica (2017), esta realización del francés Xavier Gens se inscribe dentro del subgénero que acuña legiones de seguidores y buscadores de emociones fuertes. El caso, ambientado en la Rumania rural de 2004 cuando inicia la acción, presenta a Adelina Marinescu (Ada Lupu), una monja poseída que termina muerta y una investigación que lleva a la periodista norteamericana Nicole Rawlins (Sophie Cookson) hacia Tanacu, una aldea que parece perdida en el tiempo. Los extraños acontecimientos terminaron con un sacerdote encarcelado y la trama intenta desmarañar si esas acusaciones fueron falsas o si realmente se trató de posesión demoníaca. La crucifixión recurre a clichés a través de un relato que sigue el periplo de Nicole, la profesional incrédula desafiada por su jefe (“Otra oportunidad para que reafirmes tu fe”) que comienza a sentir en carne propia los misteriosos sucesos, ayudada por el Padre Anton (Corneliu Ulici), un clérigo local. Una serie de flashbacks muestran a un monje que se arroja desde lo alto de una torre, a Adelina poseída con insectos en su zona genital y en un ritual con ojos negros, para centrarse luego en un presente que instala el suspenso (como la escena desarrollada en los maizales) y pone el acento sólo en los sobresaltos, desaprovechando una historia que tenía aristas interesantes para explotar en esa zona aislada y con costumbres diferentes. El cielo y el infierno confluyen en este hecho ocultado por las investiduras sagradas y se suma la inquietante presencia de un niño gitano que acosa a la protagonista. No hay mucho más en esta realización de terror, vendida con la sugerente frase “basada en hechos reales”, que se alimenta de lugareños enigmáticos, contorsiones físicas y transferencia demoniaca, recursos mejor utilizados en otras propuestas. Los guionistas Chad y Carey Hayes, escritores y productores de la saga El conjuro, dejan escapar el terror que surge del convento rumano, limitándose al susto fácil generado por el sonido estridente, situaciones vistas hasta el hartazgo y un tono crepuscular. La visión religiosa fagocita el suspenso y la escena con lluvia invertida en el granero resulta atractiva pero no alcanza para generar tensión dramática. Los seguidores de este tipo de filmes se encontrarán con un desenlace que deja sabor a poco y con la cara del demonio borroneada.
El cuarto film de Xavier Gens, "La crucifixión", toma un supuesto caso real para plantear una típica película de exorcismos más solemne que en otras ocasiones. El director galo Xavier Gens tomó fama cuando en 2007, su ópera prima La frontera del miedo se convirtió en uno de los emblemas del nuevo terror francés; aquel que apostaba al gore, las escenas de alto impacto, y un ritmo/montaje rabioso. Tres films después, algo pendulares, nunca alcanzando el nivel de aquella, pasando por la acción, presenta "La Crucifixión" con la que se anunciaba su vuelta al terror más puro. Una película de exorcismos. Si tenemos en cuenta que, la que para un amplio sector, es la mejor película de terror de todos los tiempos – "El exorcista" – pertenece a este género, y cuenta con el mito de que varios espectadores huyeron despavoridos y aterrados de sus proyecciones; "La crucifixión" tenía una buena base para crear el clima de sugestión correcto. Por otro lado, también sabemos que los exorcismos y las posesiones son caldo de cultivo para el cine más estilo clase B, con bajo presupuesto, hectolitros de sangre, y cierta incoherencia que para los fanáticos puede resultar entretenida. Ni una cosa, ni la otra. "La crucifixión", un poco como la recordada "El exorcismo de Emily Rose", se planta en la solemnidad del rótulo incierto de "Basada en hechos reales", para intentar crear una historia verosímil, casi documentada, sobre un caso que, pudo o no haber incluido sucesos paranormales. Así como la historia real de Anneliese Michel insipiró "El Exorcismo de Emily Rose" y la alemana "Requiem" (que buscaba darle una explicación más lógica y racional), el conocido como Exorcismo de Tanacu, o la historia de la monja Maricica Irina Cornici, también tiene dos versiones fílmicas. En 2012 el rumano (lugar en el que ocurrió el caso) Cristian Mungiú presentaba "După dealuri", lógicamente más dramática y terrenal, como podría esperarse del director de "Cuatro meses, tres semanas y dos días", y de un film en competencia del festival de Cannes. "La Crucifixión" retoma ese hecho desde una postura más de género, pero también como si fuese una crónica. Los guionistas Chad y Carey Hayes (mismos de ambas "El conjuro", entre otras) le otorgan el punto de vista a Nicole Rawlins (Sophie Cookson), algo así como el paralelismo de la abogada que encarnaba Laura Linney en Emily Rose, la mirada externa, incrédula, que vivirá la experiencia para creer o reventar. Nicole es una periodista, típica ávida en conseguir una noticia que le permita ascender, que deberá investigar el caso de un sacerdote que fue encarcelado en Rumania, acusado de haber crucificado y asesinado a la monja Adelina Marinescu (la Maricica Cornici ficcional) durante un proceso de exorcismo rara vez permitido por la Iglesia Católica. Ella viaja a Rumania y comienza a relacionarse con el hecho, a recolectar información, manteniendo su postura de periodista profesional que busca la racionalidad de los sucesos. Lógicamente, a medida que Nicole se involucre más y más en la historia de Adelina, comenzará a sentir ella misma la posesión de la que tanto mencionan. Los Hayes y Gens estructuran el relato a través de flashbacks continuos, que nos llevan a la historia de la monja, su posesión demoníaca y su exorcismo; y la investigación de Nicole, y los acontecimientos que ella misma vivenciará. Este ir y venir en el tiempo, Gens lo utilizará para ir creando clima a través de los clásicos jump scares, en su mayoría falsos. La mayor cantidad de escenas de “miedos reales” las encontraremos en los flashbacks de Adelina, apuntando a cierta adrenalina escénica de crear impacto con gritos, sonidos fuertes, y una cámara sucia; pero nunca eleva al juego a un temor fuerte. La historia de Nicole por sí misma nunca termina despegar y generar un interés real, como sí lo hacía Emily Rose con su protagonista que se debatía entre la moral de su profesión y lo que veían sus ojos. Nicole es una simple reportera, casi una guía turística de lo que "La crucifixión" nos quiere contar. El ritmo impreso tanto desde el montaje, su banda sonora, como desde lo argumental, es más bien solemne; buscando que el espectador crea en la realidad o veracidad de lo que ve. Al tener a una periodista como eje movilizador y punto de vista, más de una vez pareciéramos asistir a un largo informe sensacionalista, o a esos programas de canales documentales que manipulan ciertos hechos para causar algún impacto. Siempre manteniendo una visión religiosa en primer plano. No obstante, pese a cierta quietud, y a no generar la suficiente cercanía con sus personajes (en lo cual, las interpretaciones no ayudan), "La crucifixión" no llega a aburrir, y si no se busca saltar de la butaca ni estar aferrado a puro nerviosismo de tensión, es un producto que puede llegar a resultar satisfactorio. El subgénero de exorcismos ha dado mucha tela para cortar de toda clase. "La crucifixión" es una prueba de algo ya visto y conocido, que intenta buscar nuevas formas, aunque quizás no sean las correctas. Queda el plus para nosotros espectadores argentinos de observar los momentos en que aparezcan los locales Javier Botet (y otra de sus creaciones monstruosas) e Iván González.
El subgénero de los exorcismos está acabado. A menos que resurja de las cenizas como lo hizo con la brillante The Conjuring, no hay que volver a tocar el tema de posesiones demoníacas por un largo tiempo. Triste, porque esperaba maravillas del equipo técnico y el tiro les salió por la culata, ofreciendo en The Crucifixion un pastiche masticado de lugares comunes del género, que ni sirven para aplacar el hambre de horror de todas las semanas.
Cuando un caso de exorcismo termina en muerte, un cura y sus monjas ayudantes son acusados de asesinato. Nicole Rawlins (Sophie Cookson), una periodista interesada en casos de este estilo, es enviada a investigar lo sucedido. Con la ayuda del padre Anton (Corneliu Ulici), Nicole, que es una persona poco creyente, irá descubriendo que quizás el mal demoniaco sí existe y fue lo que llevó a la hermana Adelina (Ada Lupu) a la muerte. ¿Podrán Nicole y el padre Anton descifrar el misterio de esta muerte? Tenemos muchas películas de este tipo de género por año. La historia no aporta nada nuevo, es la misma que vimos una cuantas veces antes, con la diferencia tal vez del paisaje. Pero al momento de trasmitir miedo, que es la emoción que debería genéranos, se queda corta, más allá de uno o dos momentos rescatables. La actuaciones no son impresionastes, no trasmiten mucho y realmente podrían haber estado mucho mejor. Lo único realmente rescatable de la película es la fotografía, que está muy bien lograda. Sinceramente se llegan a apreciar los hermosos paisajes de Rumania. Por lo tanto, podemos decir que “La Crucifixión” no es una película novedosa para el género, pero entretiene a quien disfruta de este tipo de historias.
La crucifixión, de Xavier Gens, es una de las encargadas de encabezar los estrenos de su género en la cartelera local, anunciándonos, tristemente, que, en lo que refiere a su modo de entender el terror, nuevo año no significa nuevas películas. Quizás lo peor de las películas de terror de los últimos tiempos no sea que repiten tópicos. Sabido es que lo malo no es partir de un cliché. Lo malo es llegar a uno. “Otra película de exorcismos” no debería ser razón para, de por sí, despertarnos malos augurios sobre lo que está por venir. El problema es cuando la película no se encarga ni se interesa en desprenderse de ese hálito de insuficiencia. Es difícil encontrar puntos a favor en un producto que pareciera castigarse a sí mismo imprimiendo una historia ya vista, sin mínimas aspiraciones a ofrecer aristas novedosas y, esto es lo peor, sin ni siquiera estar a la altura de un mal cliché. Repetir errores descaradamente y con un orgullo que insulta la inteligencia del espectador es mucho peor que repetir tramas. ¿Está este costado de la industria maldito o habrá que asumir que, resentido, luego de años de prejuicios, finalmente se volvió todo lo frívolo y desapasionado que los prejuiciosos de turno habían pronosticado? La crucifixión es otra muestra de este cine sin corazón, cine enmarcado en un género que, en lugar de regodearse con altura en su innegable y creciente popularidad, decide, en su mayoría, abusar de ella y se muestra, por lejos, mucho menos pasional que sus seguidores que tienen que acudir a rebuscadas concesiones para poder validar la existencia misma de la obra. Como si eso fuera necesario. Como si aún estuviéramos luchando por despojar al terror de su carisma de hermanito menor y vulnerable que necesita que siempre se lo rescate. Ya sos grande Terror, miralos a los ojos y deciles: “no me coman”. Poseída por el demonio de la comodidad, La crucifixión se pasea por una historia que pareciera desconocer códigos y herramientas, con personajes y conflictos que no son estereotipos sino caricaturas desdibujadas y pretenciosas. Nicole Rawlins (Sophie Cookson), joven periodista, viaja a un pueblo aislado y atrapado en el tiempo, obsesionada con un caso que la relaciona directamente con sus dilemas personales: una monja apareció muerta tras un confuso episodio de exorcismo. ¿Realmente murió esa monja por culpa de una posesión? ¿Hubo “mala praxis” por parte del cura de turno y su congregación? ¿Qué fue lo que sucedió realmente? ¿Descubrir eso podrá ayudar a Nicole a asimilar y superar sus conflictos con la fe? Los fieles adictos al terror seguirán subidos a la cruzada de soportar aberraciones con el argumento de que, a veces, hay que valorar las buenas intenciones de los que mantienen vivo al género, sin percatarse de que entregan sus almas a demonios audiovisuales que usurpan el cuerpo sólo para violentarlo, desgastarlo hasta el cansancio, destruirlo.
Desde el estreno de El Exorcista, la relación del catolicismo con la posesión demoníaca ha sido moneda corriente en el cine de terror. No obstante, en los últimos años este subgénero ha estado sufriendo de dos carencias específicas. Primero, la falta de un tema distinto al de la fe (o por lo menos una forma innovadora de encararlo), y segundo, la falta de estrategia en el uso de los sobresaltos, aunque este último detalle ya afecta al género de terror en general, claro está, con sus honrosas excepciones. Dicho esto, la frecuencia de ciertas exageraciones y descuidos narrativos dan la pauta de que en La Crucifixión el “Basado en una historia real” es tanto una declaración inicial como una justificación. Ver para creer Nicole Rawlins, una periodista neoyorkina, descubre la historia de una mujer en Rumania que murió crucificada a manos de un sacerdote y su séquito de monjas. Ella viajará hacia allí para indagar en profundidad el asunto: descubrirá lentamente que esto se aleja de ser un típico caso de asesinato y que está más cerca de una posesión sobrenatural. En materia guion, la historia de La Crucifixión se plantea bien estructurada, con una protagonista fuertemente escéptica en cuestiones religiosas, factor que se volverá determinante en el desarrollo de la trama. De ese último tema, como un todo, debe decirse que empieza con ritmo y sabe detonar la curiosidad del espectador, pero pasada la mitad de la película no consigue sostener el mismo interés. Un error bastante concreto es haber querido convertir a la protagonista paulatinamente en la víctima de una nueva posesión, si bien esto puede ser atractivo en materia de punto de vista y desarrollo de personaje, el riesgo que se corre es que el desenlace no nazca de una acción directa de ella. Toda buena historia es sobre una transformación, pero esta debe venir de la protagonista, caso contrario, y por más arraigado que esté en la realidad, es hacer trampa narrativamente hablando. En materia técnica, si bien la dirección sucumbe bastante seguido a extravagancias visuales y sobresaltos típicos (lo que no quiere decir efectivos) del género, no se puede negar que cuenta con algunas propuestas peculiares. Por ejemplo, las escenas de entrevistas están bastante bien trabajadas, como si lo viéramos todo literalmente a través de los ojos de la protagonista. También es de destacar el uso de los insectos como simbolismo y generador de tensión (por breve que esta sea). Lamentablemente, dichas propuestas también se pierden pasada la primera mitad del film. Conclusión Aunque prolija en lo actoral y con suficientes propuestas interesantes desde lo visual, La Crucifixión no consigue los mismos resultados desde el punto de vista narrativo. Presenta curiosidad, pero no tensión. Presenta identificación de personaje, pero no crecimiento. Apunta a ser diferente y, tristemente, resulta ser una más. Es una “realidad” que el espectador va a apreciar, pero no se va a sentir atemorizado por ella.
Son cada vez más las obras de cine de terror de bajo presupuesto que desfilan por las salas de nuestro país. El resultado muchas veces no es el deseado y, lejos de brillar, pasan sin pena ni gloria. Quizás esa apuesta a nivel mundial por arriesgar con productos pequeños pero que podrían generar gran impacto sea el camino a seguir. Así el peligro de inversión se minimizaría. Así los productos que triunfen se destacarían. Así fue como obtuvimos a un miembro del género dentro de las nominadas a Mejor Película en los Premios de la Academia pero, lamentablemente, ¡Huye! (Get Out, 2017) hay una sola. ¡Huye! es ese pez que nada en el mar, se diferencia del resto y convive con peces de todo tipo, peces que no se destacan y forman parte de la mayoría. De este tipo de peces es La Crucifixión (The Crucifixion, 2017), film que se estrena y cuenta con el colchón de ser de los guionistas que llevaron a cabo El conjuro (The Conjuring, 2013) y Annabelle (2014). Las primeras secuencias de la película nos hace creer que esto va enserio pero, luego del primer acto, los clichés abundan a más no poder. Resulta que, tras la muerte de una joven monja, un cura le cuenta a una periodista la presencia de un ser diabólico en su cuerpo y, por eso, el motivo del fallecimiento. Desde esa premisa, ya con la escasez de fundamentos que justifiquen la presencia de la periodista al frente de la investigación, las escenas de impacto no aparecen y la pesquisa pasa a un segundo plano sin que nada se posicione en el primero. El film queda en la tibieza entre ser una película de suspenso y misterio o girar a los sustos más sufridos como una criteriosa obra de terror. El resultado es un largometraje que no logra entretener, que abunda en situaciones obvias y deja un gusto a poco y nada. Tener a la pluma de Chad y Carey Hayes a cargo del film podía garantizar una historia ideal para irse, debido al miedo, de la sala a toda velocidad. El haber sido los guionistas de películas como El conjuro, de lo mejor del cine de terror de los últimos años, no significa que obra que toquen puede resultar un ejemplo del género. A los hechos nos remitimos con La Crucifixión y, años atrás, el haber escrito un film como La casa de Cera (House of Wax, 2005). Si algo nos queda claro de todo esto es que, atrás de El conjuro y todo su universo cinematográfico que viene está un verdadero ícono de hoy en día del cine de terror. Estamos hablando de James Wan, un visionario a principios de la década del 2000 con El juego del miedo (Saw, 2004) y, más acá en el tiempo, las saga de La noche del demonio (Insidious). Quien comanda La Crucifixión es el francés Xavier Gens, que cuenta en su historial con ser el director de películas vapuleadas por la crítica como The Divide (2011), Frontera(s) (Frontiers, 2007) y Hitman (2007). Sin dudas la dirección en La Crucifixión es un punto flojo y, de esta forma, el francés sigue extendiendo su lista de películas muy poco exitosas. ¡Huye! nos enseñó que si se quiere obtener un producto de calidad y con mirada crítica a la sociedad, se puede. Por más que hoy en día se acuse que el film de Jordan Peele (Keanu) podría estar sobrevalorado, logra lo que muy pocas obras consiguen: divertir, entretener. Y ese mismo es el objetivo de una película que se estrena en la pantalla grande, el de pasarla bien, sea con sustos o risas. ¡Huye! hay una sola, no hay dudas. Pero estamos seguros que cada vez serán más los productos que aparezcan, que se arriesguen y que se asemejen a esos peces que tratan de sobresalir del resto. Podría estar mal la comparación, La Crucifixión va por un lado distinto a ¡Huye! pero la aparición de diversos productos amplía el panorama. En la diversidad está la riqueza.
La “The Crucifixión” dice que se basa en hechos reales y se rodó en Rumanía, lugar donde se desarrollaron los acontecimientos, su fotografía se destaca y está dirigida por el francés Xavier Gens (“Hitman”). Su ritmo resulta pausado, cuenta con interesantes planos y una fotografía grisácea. En varias escenas de este film se utiliza el flashbacks y de fondo la voz en off, los sustos que pretende conseguir de los espectadores resultan bastantes flojos, es reiterativa y tradicional, no genera demasiado, ni el hecho que se encuentra basada en situaciones reales. Tiene algunos puntos en común con “El exorcismo de Emily Rose” y “El exorcista” o pretende, uno de los puntos a favor es que tiene una corta duración. Puede llegar a gustar a los muy fans del género.
Vale por sus detalles originales rumanos Uno de los climax del film transcurre durante una antigua ceremonia campestre que el conserje de un hotel define como una especie de Halloween rumano. Hay gente con máscaras horribles y malas vibraciones que sirven para recomendar al turista a que elija alguna otra fiesta popular, tipo el Día de los enamorados rumanos. Esta coproducción con Rumania que asegura contar los pormenores de un exorcismo real que culminó en la crucifixión de una monja presuntamente poseída tiene a su favor la presencia de locaciones rumanas atractivas, que le dan un plus a una película irregular. El principal problema es que la trama sobre una periodista neoyorquina tan fascinada por el caso de la monja crucificada viajar a cubrir la historia a Rumania no es la mejor manera de enfocar el tema. Si bien el director intenta darle clima terrorífico, hay que esperar a la mitad de la proyección para que la acción sobrenatural comience en serio. Ahí las cosas mejoran como para que este producto mediano califique como visible, especialmente por sus detalles originales rumanos.
TODO MENTIRA Pocas cosas son más ridículas que las películas de terror sobrenatural basadas en hechos reales. Pero cualquier excusa es buena para empezar una trama y algunas películas del género han decidido empezar por ahí. ¿Cuánto de lo que aparece en el film es real y cuanto son los eventos reales que sirvieron de punto de partida? Nunca lo sabremos, pero es fácil darse cuenta de que cada elemento sobrenatural que aparece es mentira. Como eran mentira El bebé de Rosemary, El exorcista y La profecía y sin embargo son obras maestras. Nadie necesita realismo, solo que la película funcione. La crucifixión encuentra algunos de sus hallazgos en empezar como un policial, con una periodista investigando la muerte de una monja en relación con un exorcismo. No es mala la idea de que un exorcismo no sea otra cosa más que un acto de locura criminal. Pero claro, no es esa clase de película y la trama comienza a acercarse al terror poco a poco y pierde su única originalidad. Es posible que alguna vez una película se anime a llevar hasta el final la idea de que el exorcismo no tiene ningún elemento sobrenatural y que el diablo no existe, mientras tanto, las únicas películas con demonios son aquellas que son excelentes películas. Aunque algunos no lo crean, el buen cine de terror aun existe y puede dar nuevas obras.
Desde un punto histórico y cultural, es probable que las películas de exorcismo sean la última manifestación popular de arte religioso cristiano. Más allá de que ante una ficción uno deja en suspenso la incredulidad, la premisa de esta clase de relatos es que existe un orden invisible en el que Dios y el diablo están en un combate perpetuo por las almas humanas y que la fe es un instrumento esencial de esa lucha. Es cierto que también en las películas fantásticas funciona ese mecanismo de suspensión de la credulidad. Pero no hay en el mundo un equivalente al cristianismo que opere como institución en la guerra contra los dragones, por ejemplo. La Iglesia es una máquina de proyectar e imponer una visión de la verdad. En ese sentido, las historias de exorcismo siempre son propaganda religiosa (o antirreligiosa en los pocos casos en que optan por una explicación psicologista del fenómeno de la posesión diabólica). Crucifixión está lejos de ser una buena película sobre el tema. Tiene demasiados errores básicos (por ejemplo: en una escena en que despierta tras un sueño erótico, la protagonista tiene la camisa abierta y se le ven los senos, pero al sentarse en la cama, la camisa aparece abotonada casi hasta el cuello). Sin embargo el énfasis que pone en su mensaje de fe hace que ese carácter propagandístico se vuelva más obvio, casi una prédica a través de las imágenes. Una joven periodista (Sophie Cookson) viaja a Rumania para investigar el caso de una monja que murió en una sesión de exorcismo y por el cual un sacerdote y cuatro monjas están acusados de asesinato. En el lugar de los hechos (presentado casi como una aldea medieval con automóviles), se enfrenta a dos versiones clásicas de los hechos: 1) la muerta estaba loca y la asesinaron unos fanáticos. 2) la muerta estaba realmente poseída y murió porque el exorcismo no concluyó como debía. Los errores de continuidad (algo increíble en el cine profesional del siglo 21) no son el único problema de Crucifixión como producto. El guion, que tan bien maneja los clichés del misterio en el largo planteo narrativo y que se las ingenia para introducir varios flashbacks sin alterar el ritmo creciente del suspenso, se cae a pedazos cuando llega a su punto de mayor dramatismo y se convierte en una especie de melodrama maniqueo. Ahí ya no hay suspensión de la incredulidad que valga.
PASADOS DE AGUA BENDITA Hace muy poco se estrenó La posesión de Verónica, historia de posesiones basada en hechos reales en España, cuyo testimonio principal partía del mismo inspector que encontró flotando el cuerpo de la chica en medio de un trance difícil de explicar, lo cual convirtió el incidente en algo digno de ser filmado. Claro que no se trató ni de la primera ni de la última vez que se aprovecharía algo así para crear una ficción terrorífica sobre demonios que gustan de poseer cuerpos inocentes. De hecho unos cuantos años atrás también se abría paso El exorcismo de Emily Rose, con inquietantes detalles sobre un juicio abierto a los responsables de la muerte de una presunta víctima de posesión. En el caso de La crucifixión, todo parte de la condena penal que se le extiende a un sacerdote rumano, el padre Anton (Corneliu Ulici), y a su equipo por provocar la muerte de una monja. La misma, en dichos de los propios testigos, se hallaba poseída y su deceso no se produjo por la práctica religiosa extrema, sino por la misma reticencia del demonio a abandonar el cuerpo. La reportera Nicole Rawlins (Sophie Cookson) se interesa en el caso y le pide al director del medio en que trabaja (su propio tío) permiso para viajar y cubrir la historia; éste al principio se niega y alega que ella está influenciada por la muerte de su madre tiempo atrás, pero finalmente accede. Cuando la reportera llega, ve como su curiosidad y falta de fe se ven recompensadas por actos que la pondrán a prueba, y en peligro real. La película de Xavier Gens (Hitman, Agente 47 en su versión 2007) no aporta nada nuevo al género pero no sólo eso le quita relevancia sino que además tampoco logra provocar empatía con los personajes, ni desarrollar su background o lo que les suceda de allí en más. La cronista tiene un problema para sostener su fe gracias a un incidente relacionado con el tema religioso que provocó la muerte de su madre. Esta simple motivación para el descrédito no resulta suficiente y mucho menos cuando algunos diálogos pretenden tener un dramatismo casi de culebrón, con los personajes sosteniendo un diálogo mientras miran ambos a cámara, y otros detalles más escabrosos -o erróneamente hilarantes- que el exorcismo mismo. Tampoco faltan los clichés, los sustos forzados y las imágenes robadas a clásicos como El exorcista o La profecía. Se pueden reconocer algunas imágenes verdaderamente fuertes, como un pubis tapado de insectos (aparece en el tráiler) u otras con cierto balance de transgresión y creatividad, pero no hace una diferencia sustancial. Y en ese contexto, los intérpretes tampoco pueden lucirse aunque no hagan un mal trabajo como para verse ridículos o fuera de timing. Como detalle de color, en el elenco que tiene actores de varias nacionalidades (propio de este tipo de coproducciones) podemos encontrar a Iván González, el hijo del cantante argentino Jairo, quien ya había participado en otras películas del mismo director. Sin destacarse en su breve personaje, no aporta algo significativo pero como argentinos que somos, podemos señalar el dato muy por arriba (porque tampoco es que dé algo para sentir tanto orgullo). En definitiva hay muy poco que pueda rescatarse de esta producción que resultará olvidable hasta para los seguidores del género. Y no porque el tema esté agotado (reitero el caso de La posesión de Verónica, que logra destacar en una notable construcción de climas) sino por pura impericia y subestimación del producto, o mejor dicho, del público al que está dirigido. En algún momento este género debería ser sometido a un exorcismo que le quite los vicios que le restan sustancia a la hora de encararlos.
Ante todo el axioma: cuando un filme viene precedido del maldito cartel “basado en hechos reales”, entonces no le creas. Lo cual llevaría a preguntarse cuáles son los hechos reales verdaderos, y la respuesta inmediata es que no tendría ninguna importancia si fuese un buen producto. Por lo tanto, esa leyenda del principio tiene en si mismo un rol de justificación, por lo que se va a contar. De hecho, este filme rumano arranca bien, casi como un thriller, una periodista neoyorkina se entera que un sacerdote cristiano será llevado a juicio por asesinato, hecho ocurrido durante la práctica de un exorcismo a una joven monja Ese interés primario instalado dura muy poco, rápidamente todo se va inclinando hacia el género del terror, articulándose en lo inverosímil. De estructura narrativa clásica, con algunos flashback explicativos, pero con grandes falencias en su escritura, si le sumamos los errores de continuidad, algunos de diseño de producción, saltos temporales injustificados. Eso sumado no sólo a la catarata de lugares comunes típicos de estas producciones, asimismo es un catalogo de clichés, tanto en la historia como en la presentación, construcción y desarrollo de los personajes,primarios y secundarios. Hay modificación, claro, pero a la altura de los acontecimientos no sólo aburrió sino que tampoco se lo creemos. Los exabruptos sonoros como único medio para sobresaltar al espectador, daríamos cuenta de la pobreza de la película. No estoy hablando de los costos de la misma, sino casi desde el desdén con que fue pergeñada, constituida y estrenada. Lo único destacable es la fotografía que aprovecha al máximo las locaciones en donde transcurren las acciones, su belleza natural, lo fascinante, misterioso de la campiña rumana, madre de infinidad de leyendas durante el medioevo, es explotado al máximo por el trabajo en tanto dirección de fotografía y puesta de cámaras. Demasiado poco.
No solemos ocuparnos con cierta extensión de la mayoría de las películas de terror que se estrenan (a un promedio de una por semana) durante el año, pero alguna vez teníamos que explicarlo. El género es un fenómeno con un núcleo duro de seguidores que lo ven todo y lo sostiene incluso cuando la mayoría de estos films están lejos de cualquier excelencia -claro que hay excepciones-. Es el caso de esta película: por una parte, curas condenados por la muerte de una monja en un aparente exorcismo (lo que recuerda El exorcismo de Emily Rose, muy buen drama psicológico antes que parte del género), después, una periodista que investiga y un atractivo cura que quizás sea la clave de todo. Y sustos, más sustos, sobreabundancia de sustos. Es decir, el puro efecto que cualquiera puede lograr subiendo de golpe el sonido de la TV. El verdadero cine de terror es el que nos cuestiona, nos genera miedo y fascinación y nos acompaña a la salida de la sala. No la mera colección de sustos, como en este caso.