El aura de Klimt. Tras la anexión de Austria por parte de Alemania en marzo de 1938, los ciudadanos de origen judío fueron hostigados, perseguidos y expropiados en un principio para luego ser deportados a los campos de concentración. Sus pertenencias pasaron a formar parte en muchos casos de jerarcas del Partido Nazi y tras la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, siguieron un derrotero que las condujo a colecciones privadas o museos alrededor del mundo, en el mejor de los casos. La Dama de Oro (2015) narra la historia del litigio encabezado por María Altmann (Helen Mirren), sobrina de un empresario checo de origen judío, Ferdinand Bloch-Bauer, que le había encargado al pintor secesionista austríaco Gustav Klimt una serie de cuadros que retrataban a su esposa Adele, y su abogado Randol Schoenberg (Ryan Reynolds), nieto del genial compositor Arnold Schoenberg, por la propiedad de estas obras. En la historia en cuestión, basada en las memorias de Altmann, una refugiada austríaca en Estados Unidos, la nonagenaria mujer decide analizar la posibilidad de recuperar el primer retrato de su tía Adele Bloch-Bauer, un emblema del museo estatal Belvedere de Viena, tras la muerte de su hermana, al encontrar unas cartas en las que ella había indagado sobre el tema tras la finalización del conflicto mundial. A principios de los años noventa Austria es presionada internacionalmente para revisar su pasado y se impulsan leyes para devolver objetos de arte expropiados por los nazis a sus dueños originales. Esta ley de restitución es aprobada en 1998. Al conocer esto, Maria decide actuar y contrata los servicios de un abogado hijo de una amiga para realizar la investigación judicial. El abogado convence a la reluctante Maria de volver a Viena para presentar la demanda sobre la restitución de las obras expropiadas por el estado nazi y cedidas al museo, pero rápidamente se encuentra con la hostilidad de todos los funcionarios austríacos, quienes no están dispuestos a devolver su pieza más preciada. A su regreso a Estados Unidos, Schoenberg descubre que puede demandar al Estado austríaco en Estados Unidos bajo una ley norteamericana, lo que destraba el caso a través de una decisión de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. La película abre de esta manera el debate sobre la apropiación y las políticas de restitución de las obras de arte, asimismo que analiza -aunque un poco más solapadamente- la propiedad del cuadro como símbolo y patrimonio de una nación. La actuación de Mirren es excelente, y es acompañada por un buen elenco en el que se destaca un comprometido Daniel Brühl que interpreta a un periodista austríaco, Hubertus Czernin, que ayuda a Maria en su búsqueda de documentación en Viena. Con una gran reconstrucción de la época y un gran trabajo de edición en los pasajes del presente al pasado y viceversa, en flashbacks y recuerdos que encantan a la protagonista con la calidez de sus alegres y terribles penurias, La Dama de Oro consigue entrar y comprender las reglas del mundo del arte y comparar su estado vivo, su aura y su historia, a la vez que realiza una crítica sagaz de los funcionarios que politizan la obra de arte y las convierten en un símbolo. Sin embargo en ocasiones, por esta misma razón, el film adolece por su visión sesgada del asunto, ya que la historia está basada en las entrevistas realizadas a Altmann, Schoenberg y Czernin en tres documentales realizados en la década pasada respecto del litigio jurídico. De todos modos, la ficción sale airosa del trance y da lugar a un debate interesante sobre las cuestiones jurídicas referidas al arte, a la vez que recorre las calles de la hermosa capital de Austria.
Retratos y batallas Cuando en 1907 Gustav Klimt culminó luego de tres años de trabajo el primer retrato de Adele Bloch-Bauer, difícilmente imaginaria la odisea de la cual sería testigo ese óleo hecho por encargo de un marido orgulloso de la belleza de su esposa. Si bien la obra de Klimt es actualmente muy conocida y valorada, no fue hasta hace unos años atrás que empezó una real fiebre por su arte en la cultura popular y hoy sus obras se pueden ver representadas y copiadas por doquier. La dama de oro es un film que relata las peripecias legales afrontadas por María Altmann, sobrina de Adele y única heredera viva de la familia hasta ese momento. Como es de público conocimiento, hasta el día de hoy quedan muchas obras de arte robadas durante la Segunda Guerra Mundial que no han sido devueltas a sus verdaderos dueños y Retrato de Adele Bloch-Bauer I o La dama de oro, como se la conoció comúnmente durante su estadía en Austria, es una de las tantas que han atravesado una real suerte al haber regresado de manos ajenas a sus originales propietarios. Es justamente el incidente legal que involucró a la única heredera y al gobierno austriaco por mantener la tenencia sobre la obra en lo que se centra el film con ciertos altibajos en su historia, haciendo mucho hincapié en la relación entre Maria Altman y su abogado, representados por Helen Mirren (The Queen, RED) y Ryan Reynolds (Green Lantern, The Amityville Horror). Si bien la historia es relatada de forma entretenida y por momentos realmente atrapante, presenta altibajos constantes que convierten a la película en una verdadera montaña rusa narrativa que deja un agridulce sabor a que podría haber sido contada mucho mejor si se le hubiera prestado más atención a ciertos detalles de guion y actuación. Mientras Helen Mirren cumple con su rol de una forma más que adecuada y correcta convirtiéndose en uno de los pilares del fim, Reynolds concede grandes dudas en su actuación y deja al espectador con ganas de mucho más de parte del personaje que toma en forma. La dama de oro es una cinta que no se destaca en sus individualismos, si no en su forma completa, ya que lo que falta de un lado es solventado del otro, y logra sacar unas buenas carcajadas por momentos que son más que bien agradecidas para disfrutar la historia, aun sin estar enfrente a un film cómico. Y es este factor jocoso el que tal vez rescate al film de la vacía mediocridad en la que cae por momentos. Si bien el director Simon Curtis es un experimentado director de series y películas de televisión, aun demuestra falta de tacto ante este, su segundo film para la pantalla grande, después de la buena My Week with Marilyn (2011). Sin dudas La dama de oro es un film entretenido de ver, pero el cual sacrifica buena parte de su historia sin terminar de convencer del todo. Aun así es una buena opción entre los estrenos de la semana para quienes estén buscando una película entretenida, sin caer del todo en el drama ni en lo cómico, pero congeniando ambos para dar como resultado una buena película.
Pertenece en un museo Nunca la restitución legal de bienes ha sido tan excitante como en La dama de oro (Woman in Gold, 2015), en la que una viejita inicia una causa judicial contra la República de Austria por “La Mona Lisa de Austria”, una obra de Gustav Klimt robada por el nazismo hace más de medio siglo. De entrada Maria Altmann (Helen Mirren) posee la superioridad moral y legal, así como el favor del público, porque las personas son más simpáticas que los gobiernos, sobre todo cuando la historia está “basada en hechos reales”. El retrato le pertenece, sí, y le ha de ser devuelto, sí. El problema es, ¿qué pasa si no se lo dan? Lo único que le falta al personaje es una motivación fuerte, algo que nos convenza de que hay más en juego de lo que presentimos. La película sabe esto e intenta remediarlo con una serie de flashbacks a la Viena nazi en la que Maria es puesta bajo arresto domiciliario, destituida de sus bienes y finalmente intenta escapar con su marido en una persecución bastante tensa. ¿Qué tiene que ver todo esto con la resolución del conflicto central? Nada. La película genera mucha simpatía hacia Maria, pero nunca termina de conciliar sus dos mitades, que funcionan como dos historias por separado: la historia del abuso y éxodo de la familia Altmann, y la batalla legal por una pintura. Helen Mirren compone a un personaje inteligente y elegante, bella como siempre y salida directamente de otra época. Todo esto se sobreentiende. Irónicamente la sorpresa de la película es Ryan Reynolds como su abogado, Randy Schoenberg (descendiente del compositor), quien para variar interpreta a un hombre no solo sumamente inseguro de sí mismo sino que cambia lentamente a lo largo de la historia. El resto del elenco es competente: Daniel Brühl hace de periodista vienés y aliado de Maria y Randy. Su único propósito en la película es ilustrar que no todos los austríacos goy son malos. Katie Holmes, condenada a interpretar a La Esposa del Protagonista, es la esposa del protagonista. Charles Dance y Jonathan Pryce, siempre buenos, tienen breves apariciones. El dueto principal está muy bien, y la historia tiene potencial, pero La dama de oro jamás termina de ponerse tan interesante o atrapante como podría serlo. Todo el drama se ha reservado para la mitad histórica de la película, mientras que la otra mitad avanza sin demasiados inconvenientes excepto los que el guión requiere de manera sumamente artificiosa. El personaje de Mirren se establece como alguien preciso y resuelto, por lo que no se explican sus inesperados cambios de voluntad, que son varios y se ponen reiterativos. Quiere ir a Austria, pero no quiere ir a Austria. Le importa la pintura, pero no le importa la pintura. Un personaje menos caprichoso hubiera llegado al final de la película media hora antes.
Daño colateral del nazismo, apropiación ilegal de obras de arte que a pesar de los esfuerzos de sus reales dueños siguen en algunas galerías privadas y museos alejados de las paredes o los espacios en los que realmente deberían estar. En la historia de “La dama de oro” (Inglaterra, Usa, 2015), de Maria Altmann (Helen Mirren/ Tatiana Maslany) hay un intento por reflejar varias de estas historias y que desde una lógica de apropiación mercenaria y sangrienta lo único que hizo fue manchar con sangre cada obra de arte que se exhibe con orgullo en un museo. Cuando Maria tuvo que exiliarse, y dejar su Austria natal, muy a su pesar, para evitar de esa manera ser asesinada, puedo armar a la distancia un camino en el que la nostalgia y el recuerdo amoroso le permitieron seguir adelante a pesar del dolor. Pero cuando ya adulta, y con su vida hecha en California, contacta a Randy (Ryan Reynolds), un abogado al que cree con todas las capacidades para poder ayudarla en la recuperación de su patrimonio, su mundo cambiará de un día para otro al verse envuelta en un conflicto que de lo privado pasará a ser una cuestión de estados y en el que no está muy segura de entrar “La dama de oro” se pone al lado de “Operación monumento” (USA, 2014) para reflexionar sobre los crímenes del nazismo, su modus operandi y su intransigencia ante lo que pensaban, siendo el robo de obras de artes un hecho tangencial y tan doloroso como los anteriores. La película de Simon Curtis (“Mi semana con Marilyn”) deambula entre el drama casuístico, con lugares comunes, y el film histórico que intenta narrar un hecho verídico con algunas libertades y licencias. El flashback como estructura cinematográfica posibilita el ir y venir en el tiempo, y profundizar en el pasado de Maria para comprender muchas de las actitudes que toma y asume en el presente, principalmente sus recelos a la hora de exponer su caso ante tribunales internacionales para que la tomen en cuenta. Las interpretaciones de Maslany (la revelación de Orphan Black) como así también la de Mirren contrasta con el intento de Reynolds por construir un verosímil de abogado aguerrido que pese a todos los obstáculos intentará por cumplir con su tarea cueste lo que cueste, pero nunca termina de convencer. Hay una serie de secundarios como Jonathan Pryce, en el papel de un juez, Katie Holmes, como la mujer de Randy, y la recuperación para la pantalla grande de una estrella de los años ochenta del siglo pasado como Elizabeth McGovern que refuerzan la calidad de la propuesta. Pero la principal falencia de “La dama de oro” es su repetición de fórmulas, el poco vuelo en las imágenes que hablan del presente de Altmann y el innecesario “explicar todo” con el que se avanza en la narración. Mirren se pone en la piel de Maria como solo ella puede interpretar con naturalidad cada uno de los papeles que viene regalándonos en el cine, ella es la verdadera mujer de oro de esta propuesta basada en hechos reales.
Con el encanto de los años La dama de oro es un reciente estreno que lleva a Helen Mirren protagonizando la historia real de María Altman -una mujer austríaca residente en los Estados Unidos- quien tras la decisión de las políticas de restauración de arte apropiados durante el nazismo, llevadas a cabo por el gobierno austríaco, solicita un retrato particular de su tía, elaborado por el pintor Gustav Klimnt. El cuadro, valuado en más de 100 millones de dólares, resulta ser una peculiar pieza que conserva la memoria de su familia y sus recuerdos más oscuros de un pasado que atentó y modificó su vida. Para ello, decide convocar a un joven abogado y compatriota, en quien apuesta su afinidad austríaca para lograr juntos tal cometido. El film traza una línea metafórica en la que una insignificante pieza-objeto -aunque valga millones-, representa en sí misma, y en la acción de restituirla a sus dueños originales, la forma en que un estado tiene de reparar y pedir perdón por las atrocidades permitidas durante el periodo oscuro del nazismo, y de cómo la sociedad contemporánea se replantea ese pasado y sigue sosteniendo implícitamente en grandes instituciones las justificadas políticas llevadas adelante. La película que cuenta nada menos con la afamada Helen Mirren, y Ryan Reynolds en el rol de su abogado defensor, es una gran muestra de cómo una gran actriz puede aportar todo su carisma y adoración para sostener un film que carece de golpes bajos y de excesos dramáticos. Con la simpleza de su presentación, Helen hace de María Altman un personaje adorable, con gran sentido del humor y gran contención maternal hacia su partenaire, demostrando que es posible desarrollar y sostener una historia semejante. Sin grandes destellos ni sobresaltos y una trama simple pero cautivante, La Dama de Oro se suma a la extensa lista de películas sobre el nazismo; lo hecho y sobre lo que queda por hacer, pero en este caso, atravesada por la mirada y cuerpo de una gran actriz, quien tras 50 años de carrera, demuestra lo que puede generar en la gran pantalla.
La Mona Lisa de Austria Con dos héroes tan improbables como sus resultados, esta película narra la historia real de Maria Altman, una mujer de origen judío despojada de todo durante la incorporación de Austria a la Alemania nazi. Sabemos que Hollywood se especializa en contar historias biográficas de manera heroica, americanizada y llevada a tonos a veces ridículos. Al menos para el espectador experimentado en este tipo de dramas. Pero en “La Dama de Oro” son pocos los clichés y muchos los aciertos. Aunque ya conozcamos lo crudo de la historia, aunque preveamos el final o ya lo sepamos por tratarse de hechos reales, la película nos atrapa y las actuaciones conmueven. Helen Mirren está impresionante como la protagonista, prácticamente irreconocible y perfectamente sintonizada con su versión joven: Tatiana Maslany. Con una serie de flashbacks que nos remontan al pasado de Maria Altmann en oportunos momentos de la trama, vamos conociendo sobre su historia, su familia y sus motivaciones. Lo que ella actualmente busca es recuperar el famoso cuadro de Klimt que ilustra a su tía Adele y le pertenece legítimamente. Esto supone una verdadera odisea por tratarse de un ícono considerado reliquia nacional por sus compatriotas. La persistencia y determinación de los protagonistas se pondrá de manifiesto con el objetivo de encontrar lo que la búsqueda de María realmente implica: justicia. O al menos una versión de ella, en la que su antigua comunidad deba admitir que acogió al régimen nazista. En este sentido, el guión se maneja con mucha delicadeza sobre la responsabilidad de cada Nación , y hasta desliza notas de sutil humor sobre las implicancias de contar una historia así en una película con perspectiva americana. Hay incluso una referencia que da la clave para entender el tono de esta ópera: En un guiño que reivindica un mito reforzado en cientos de películas hollywoodenses, “La Dama de Oro” nombra a Argentina, no como refugios de criminales nazis y cómplice de los horrores, sino como un ejemplo que sienta precendente en la lucha de Maria. Con escenas de suspenso muy bien logradas, la película mantiene un ritmo excelente y francamente difícil de lograr con una historia de estas características. Sostenido por las actuaciones de grandes figuras que desfilan por pantalla junto a los protagonistas: Daniel Bruhl, Charles Dance, Jonathan Pryce y Katie Holmes son de la partida. Ryan Reynolds destaca junto a Mirren en el papel de un abogado dispuesto a todo por recuperar parte de su pasado familiar y herencia cultural, una vez que su relación con Austria y el destino de Maria toquen una fibra sensible en él. Hay historias que no pueden ser contadas si resultan demasiado inverosímiles, ese es el problema con la ficción. Pero cuando la realidad la supera, le da un asidero firme del cual sostenerse para narrar con gracia y credibilidad, saliendo victoriosa como esta película.
Un Gustav Klimt en manos de los nazis En tiempos en los que lo que más se valora es la programación y presentación de productos, desde hace ya un par de décadas nueve de cada diez películas vienen, como se sabe, preformateadas. No sólo las de Hollywood. La dama de oro es, sin ir más lejos, mayoritariamente británica. Los formatos de los que echa mano este film basado en hechos reales (lo cual podría considerarse un formato más) son: la película de nazis, la de vuelta atrás (si es a los tiempos de la Segunda Guerra, mejor) y una variante no comédica de la buddy movie, subgénero en el que dos personajes opuestos terminan por hacerse amiguísimos. El hecho real en el que se basa el film administrado por el amanuense Simon Curtis –trabajador a destajo de la tevé británica– es la recuperación, por parte de una ciudadana judía alemana, de uno de los cuadros más famosos en la historia del arte: el llamado La dama de oro, pintado por el artista vienés Gustav Klimt. Tan famoso que es uno de los que más frecuentemente pueden hallarse colgados, en formato poster, de paredes de consultorios o estudios jurídicos o contables.Los filamentos de oro sobre los que trabaja Gustav Klimt en los planos iniciales señalan algo que subyace al film, aunque por conveniencia dramática se intente disimularlo: La dama de oro transcurre entre gente de alta alcurnia y gran poderío económico. La protagonista, Maria Altmann –a quien en el presente del relato encarna una Helen Mirren de acento tan germánico como el de Werner Herzog en sus documentales– desciende de una familia vienesa capaz de tener un Klimt en su piso, vecino del de Sigmund Freud. Lo que cuelga allí no es un poster, por cierto, sino el original recién pintado. Adele Bloch-Bauer, tía de Maria, era esa bella señora morocha que sirvió de modelo no sólo a La dama de oro, sino a muchos otros óleos del artista austrohúngaro. Cuando llegue la piara nazi, acaudillada por un SS tan repulsivo como indica el arquetipo, se mostrarán tan interesados en conseguirles a los Bloch-Bauer un tren a Auschwitz como en hacerse cargo de sus tesoros. Incluidos los que cuelgan de las paredes.En el presente del relato, una agria y arrogante Maria Altmann, ya octogenaria, busca la ayuda de un abogadito inexperto, pero portador de alto apellido: es el nieto de Arnold Schoenberg. Juntos atravesarán el Atlántico para reclamar lo que corresponde a los Bloch-Bauer (eso cree Maria, al menos), después de que Frau Altmann se convenza de hacerlo: si algo se propuso la mujer es no volver jamás a la ciudad en la que los nazis la dejaron sin familia. El regreso traerá los flashbacks y los flashbacks aflojarán la imperial acritud de la anciana, permitiendo que la audiencia y el doctor Randy Schoenberg (el siempre impávido Ryan Reynolds) disfruten de la señorial simpatía de la reina. Todo está formateado en función de la identificación del público con la protagonista. Para eso no hay nada mejor que la condición de víctima de la mayor atrocidad conocida por el siglo XX. Aliada, si se puede, al gran arte y la más alta alcurnia.
La historia detrás de un cuadro famoso En Frau Adele Bloch Bauer (uno de los más famosos retratos de matronas vienesas que Gustav Klimt pintó a comienzos del siglo pasado), "la gente ve una obra maestra de uno de los más exquisitos artistas de Austria, pero yo veo a mi tía", dice más o menos la protagonista de este film que interesa más por la historia que reconstruye que por sus valores cinematográficos. No es un film sobre el cuadro, sino sobre la larga y trabajosa lucha por su recuperación, que desarrolló su legítima heredera, gracias a la cual la obra, que había sido confiscada por los nazis en los años 30 y es representativa del estilo art nouveau de Klimt y de su gusto por lo decorativo, los fondos dorados, las líneas curvas y la sensualidad de sus mujeres, puede verse en Nueva York desde 2006, cuando lo compró el empresario de cosméticos Ronald Lauder, fundador de la galería Neue Galerie de Manhattan, y la convirtió en el cuadro mejor vendido de la historia hasta ese momento. El film de Simon Curtis se centra en el laborioso proceso judicial contra Austria, que emprenden en los años 90 Maria Altmann, sobrina de la dama del cuadro y ya octogenaria, y su joven abogado (a su vez descendiente de otro austríaco célebre, el músico Arnold Schoenberg), y abarca distintos momentos. El presente de la acción es el de ese prolongado proceso, que una y otra vez pone a prueba la determinación y a veces también la intrepidez de los dos personajes, concebidos un poco a la manera de Philomena. El rival por enfrentar es sobre todo el estado austríaco, que considera a la pintura su Mona Lisa y se niega a reconocer los derechos de la heredera. Aquí, los que luchan por la restitución encuentran un socio ideal y, quizá, menos real que la obra de la ficción escrita por el dramaturgo Alexi Caye Campbell, que por supuesto hace otros aportes a partir de las historias de Altmann y Schoenberg para que el film no pierda su emoción y su carga melodramática. Los pantallazos de la infancia y juventud de la protagonista y de su acaudalada y refinada familia judía, desde los tiempos de Klimt y la pintura del admirado retrato hasta los días en que los nazis son recibidos en Austria con los brazos abiertos y comienzan los atropellos y la persecución de los judíos, incluidos el despojo de sus bienes materiales y de sus tesoros artísticos, se presentan en forma de flashbacks convocados en la memoria de Maria por el regreso, indeseado pero necesario, a su ciudad natal. Son situaciones de diverso tono incorporadas a una historia que mezcla nostalgia, justicia, emoción, tolerancia, redención y algunas mínimas gotas de humor. A pesar de esa construcción convencional, pero resuelta con eficacia, se percibe que la historia pudo haber sido mejor aprovechada. A Helen Mirren le sobra oficio para asumir el papel de Maria con su habitual autoridad; Ryan Reynolds hace lo posible por no desentonar demasiado y lo logra en buena medida; el músico Martin Phipps se deja llevar por alguna grandilocuencia innecesaria. En cambio, vale destacar el trabajo de la ambientación, sobre todo en los tramos que transcurren en la Viena del pasado.
Mirren, adorada Helen Mirren es un imán. Como Meryl Streep, puede simplemente servir un té y lo hace sublime Todo hecho histórico tiene coletazos en los individuos, y esas consecuencias suelen servir como ejemplos, o al menos como tramas de ficciones basadas, entonces, en hechos reales. Maria Altmann era una ciudadana austríaca que logró escapar de la ocupación nazi -y del exterminio nazi que no pudo evadir su familia judía- y se afincó en California, EE.UU. Tras la muerte de su hermana, en 1998, Maria encuentra una carta que desencadena una investigación, y con ella el sufrimiento de una familia y el pedido de restitución de unas obras de arte -entre ellas, un retrato de su tía realizado por Gustav Klimt, el que da título al filme- de la que se apropiaron en su momento los jerarcas de Hitler. Como Austria a fines del siglo pasado hacía esfuerzos para mejorar sus relaciones internacionales, y uno de ellos consistía en crear un comité que decidiera si esas propiedades debían ser devueltas a sus dueños originales, Maria se conecta con un joven abogado, Randol Schoenberg (que era nieto del compositor Arnold Schoenberg) y, juntos, se embarcan en una epopeya. Porque la galería vienesa donde está colgado el cuadro no quiere desprenderse de su tesoro. Así se encuentran la señora que le convida strudel y le limpia los anteojos, y que es dueña de una simpatía inigualable, al leguleyo que se aventura y compromete en el litigio con el gobierno austríaco, primero porque observa que las pinturas a recuperar tienen un valor que supera los 100 millones de dólares. Ningún vuelto. El director Simon Curtis, el mismo de aquella maravilla ficción sobre la relación entre Marilyn Monroe y un joven Colin Clark que se llamó Mi semana con Marilyn, se centra en Maria. Y lo bien que hace, no sólo porque es el personaje más atractivo, sino porque Helen Mirren lo construye de adentro hacia afuera, que parece ser el camino inverso al que hizo Ryan Reynolds. Y porque a Maria no le interesa el dinero, sino la justicia -algo que, como toda película con metáfora que de eso también se trata La dama de oro-, le deja de consejo a Schoenberg, que bien pronto lo aprende. La película va y viene con flashbacks para mostrar el horror de la ocupación, y también cómo Klimt realizó la pintura. Pero, de nuevo, la atención está en esa señora que puede ser tan desafiante como dulce, amarga como gentil, darse por derrotada como ser sencilla en la victoria que todos suponemos que tendrá. En el cine, recuerden, los buenos casi siempre ganan.
La “Dama de oro” es un film basado en la vida de Maria Altmann, una mujer que tuvo que escapar de Viena con su marido perseguida por los Nazis y llegó a Estados Unidos buscando paz. El relato está principalmente situado en el presente (1998), pero también el film funciona como una especie de biopic de la protagonista y vemos muchos flashbacks de su niñez y su vida durante el comienzo y parte del desarrollo del Nazismo. En 1998 Maria Altmann se comunica con Randy Schoenberg (nieto del compositor vienés Arnold Schoenberg) para decirle que quiere recuperar unos cuadros que fueron apropiados por los Nazis y que les corresponden a la familia. Randy y Maria tienen que volver a Viena para empezar un juicio que durará unos años para ver si pueden recuperar lo que le corresponde a ella por derecho. María en éste viaje deberá enfrentarse a su pasado y a los austriacos que apoyaron al Nazismo en su momento y que no se quieren hacer cargo de lo que hicieron. La película del director Simon Curtis (Fives Days, My week with Marilyn) está bien contada, al tomar la decisión de contar todo el juicio, tuvo la necesidad de elipsar muchos meses en el medio, mostrando pequeñas porciones de tiempo de determinados años, dejando sólo lo necesario y haciéndolo más llevadero. Los flashbacks ayudan a comprender los dos momentos de la época de manera correcta, generando esa tensión, odio y humillación que sufrían los judíos en el pasado, criticando todo lo que fue el Nazismo y lo que quedó de eso. Lo más destacado de la película es la actuación de la gran Helen Mirren, que le da vida a la Maria Altmann del presente, que durante toda la película cambia de estado y hace de la típica abuela que todos queremos abrazar y junto con Ryan Reynolds llevan bien la trama y las emociones de la película. Lo que más se le puede criticar al film es la bajada de línea que hace, no al momento de criticar los Nazis, sino a la hora de hablar y mostrar lo perfecto que Estados Unidos.
Emocionante operación para restituír lo que es propio Helen Mirren encarna a la descendiente de una familia vienesa embarcada en la lucha por recuperar una valiosa obra de arte robada por los nazis. Ryan Reynolds se suma como el abogado en esta historia real que mantiene la intriga y la emoción. El tema de las obras de arte robadas en tiempos de guerra dio origen a Operación Monumento, la película que en su momento pasó sin pena ni gloria y protagonizó George Clooney, y ahora el tema es abordado nuevamente pero de manera biográfica por el realizador Simon Curtis, el mismo que filmó Mi semana con Marilyn. La actriz ideal para encarnar a María Altmann, la descendiente de la familia vienesa Bloch-Bauer, no es otra que la siempre convincente Helen Mirren, una judía que mantiene su negocio de ropa femenina en Estados Unidos y huyó de Viena durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. El abogado Randy Schoenberg - Ryan Reynolds, que bien le sientan los papeles de este tipo - trabaja para un poderoso buffet de abogados con el enigmático Charles Dance a la cabeza. Mientras mantiene en alto el nombre de su abuelo, el célebre compositor, se dispone a ayudar a María, a quien los nazis le robaron el "Retrato de Adele" del pintor Gustav Klimt, que pertenecía a su familia. El relato, basado en una historia real, está narrado entre un presente ambientado en 1998 en Los Angeles y un pasado al que la protagonista vuelve para mostrarle al espectador las persecuciones que sufrió el pueblo judío en manos de los nazis, las injusticias a las que los sometieron y al robo de la obra de arte que se mantuvo colgada en las paredes del Museo Belvedere de la capital austríaca hasta 2006. El film expone con astucia historias que se entrelazan y que impulsan un presente en el que entran en juego una despiadada lucha entre abogados especialistas en temas de expropiaciones ilegítimas, una jueza y el arribo del sonante caso a la mismísima Corte Suprema. A los buenos trabajos de la dupla protagónica, se suma el personaje de Daniel Brul, que colabora para que todo llegue a buen puerto. La anciana que extraña a su familia y tiene una vida sin sobresaltos asume el extenso camino, lleno de obstáculos, para que aquello que considera suyo sea restituído en una contienda judicial que podría haber llegado a convertirse en una suerte de guerra diplomática entre países. La dama de oro pinta una época a la vez que mantiene la intriga de un pasado que vuelve con fuerza para modificar el presente, emocionando al espectador.
El film lo dirigió Simon Curtis, el mismo de Mi semana con Marilyn. Y en un lenguaje tradicional, con saltos en el tiempo y algún golpe bajo, se pone al servicio de una historia real conmovedora: cómo logró María Altman la restitución de obras robadas por los nazis a su familia en Austria, en especial el famoso cuadro de Gustav Klimt que le da título al film. Una excusa para hablar de la justicia y reparar que el racismo en Viena todavía está a flor de piel para muchos. Con un trabajo conmovedor de Hellen Mirren y un sorprendente Ryan Reynolds
Publicada en edición impresa.
Restitución necesaria La Dama de Oro narra la historia -basada en hechos reales- del proceso judicial que inició hacia 1999 María Altmann (Helen Mirren), sobrina de un empresario judío, Ferdinand Bloch-Bauer, que en época previa a la Segunda Guerra Mundial, encargó al pintor austríaco Gustav Klimt varios cuadros donde se retrataba a su esposa Adele, tía de María. A partir del fallecimiento de su hermana, la anciana señora Altmann se entera que todos esos cuadros donde Adele se lucía, fueron sustraídos ilegalmente por los nazis, hasta que años después llegaron a formar parte de la colección del museo estatal Belvedere de Viena. María siente particular apego a un cuadro realizado con óleo y oro sobre tela (Retrato de Adele Bloch-Bauer I ) que popularmente se conoció en Viena -y en el mundo- como La Dama De Oro. De esta forma, ella comienza a investigar y descubre que en 1998 en Austria, se promulgó una ley -iniciada por presiones internacionales-para restituir obras expropiadas por el estado nazi. En esta batalla legal y moral, María encuentra dos aliados: su abogado Randol Schoenberg (Ryan Reynolds) y un periodista austríaco, Hubertus Czernin (Daniel Brühl), que la ayudan en la búsqueda de documentación en Viena. Sin embargo, no todo es tan simple, porque si bien la ley está promulgada, el actual gobierno austriaco se opone al pedido de Maria, ya que el cuadro principal por el que justamente ella reclama, es considerado “La Mona Lisa de Austria”, y con esta justificación, los responsables del ministerio encargado, se oponen a que ella “sustraiga” esa obra que está instalada en la cultura local. Por ello irán presentándose obstáculos de distinta índole, tales como costos judiciales económicos, y restricción de acceso a archivos históricos, en el intento por que Maria desista del juicio. La Dama de Oro nos presenta dos tiempos en la narración: el actual -situado en 1999 cuando el reclamo comienza- y el pasado, presentado primero en los recuerdos de niñez de Maria -mostrando el gran vínculo emotivo que mantiene con su tía- y luego en la adultez y matrimonio de Maria, pasando por el preciso momento en que los nazis irrumpen en su casa y confiscan obras y demás elementos valiosos, hasta llegar a la dura situación de tener que abandonar su país de origen. Con un guión efectivo, y un gran trío actoral principal encabezado por la siempre magnífica Helen Mirren, La Dama de Oro pasa por diferentes estados emocionales: melancolía, tristeza, impotencia para terminar con una necesaria reflexión sobre el pasado más oscuro de la historia humana, y sobre el rol de los gobiernos actuales para con las víctimas del Holocausto. Por Marianela Santillán
Relato que acumula tonos y géneros Como ocurriera en Operación monumento (2014), dirigida y protagonizada por George Clooney, el segundo largo de Simon Curtis también refiere al nazismo pero desde una óptica diferente, más relacionada al mundo artístico que al conflicto bélico. En efecto, si aquel discreto film reunía a un pelotón de soldados listos por recuperar pinturas hurtadas por los nazis, La dama de oro repara en un hecho real, aquel que tuvo como protagonista a María Altmann (Helen Mirren) dispuesta a enjuiciar al gobierno austríaco y así recuperar las obras robadas a su familia durante la Segunda Guerra. “Parece una trama de una película de James Bond con Sean Connery”, dice María Altmann en una definición casi perfecta para una película, que amenaza mucho más de aquello que concreta en cuanto a su sistema narrativo y cruces genéricos. El director Curtis, por un lado, no escamotea cierto costado prestigioso del argumento, ya que la obra hurtada refiere a Gustav Klimt, en tanto, el abogado de la protagonista se llama Randy Schoenberg (Ryan Reynolds), nieto del fundador de la música dodecafónica, Arnold Schönberg. En contraste a estas referencias exquisitas, la película propone un relato que acumula tonos y variables genéricas (comedia, drama, cine bélico) aunado a un ida y vuelta entre el pasado (con los nazis de protagonistas) y el presente (con los austríacos que niegan la devolución de la obra). Además, la historia suma algunos textos bien escritos para el lucimiento actoral y la repercusión inmediata en el espectador, sumada a la reconstrucción de época y al transparente humor muy al estilo británico que invade más de una escena. Sin embargo, cierta pereza del director, o en todo caso, la imposibilidad por ir más allá de lo que se establece en el guión no permite que la película levante demasiado vuelo. Pero Simon Curtis parece ser un tipo con suerte, ya que en su ópera prima, Mi semana con Marilyn (2011) contó con el apabullante protagónico de Michelle Williams, en tanto en La dama de oro, la performance de la gran Helen Mirren por momentos disimula el carácter híbrido e inestable de la historia. Sin ambas, las películas serían (casi) olvidables.
Mucho más que un festival, Helen Mirren Helen Mirren es sinónimo de buenas películas, pero más allá de que "La dama de oro" es un festival del talento de la actriz de "Excalibur" y "La Reina", este film cuenta una historia real tan importante como poco conocida: la de la restitución de las obras de arte robadas por el régimen nazi. Mirren encarna a una anciana que, al revisar la herencia de su hermana recién fallecida, descubre elementos para pensar que el famoso cuadro "La dama de oro", de Gustav Klimt, en la práctica un retrato de su tía robado por los nazis al tomar el poder en Austria, podría ser objeto de estas revisiones sobre el destino de las obras de arte de familias judías. Ryan Reynolds, en un tipo de papel poco habitual, interpreta a un abogado no especialmente experto que lleva a la anciana a Austria para tratar de que el comité de restitución de obras de arte entienda que el cuadro había sido robado. Sólo que, tal como define un vienés, "La dama de oro" es algo así como la "Mona Lisa" de Austria, y por ningún motivo alguna autoridad austríaca permitirá su restitución. El productor y director televisivo Simon Curtis dirige con inteligencia esta historia, logrando que los cambios de planos temporales entre el presente y los recuerdos de la protagonista se sucedan con fluidez. Algunas de las escenas del pasado por supuesto incluyen la reconstrucción de la llegada de los nazis a Austria con la aprobación de la gran parte del pueblo austríaco y el despliegue de producción es notable, igual que la crudeza con la que están planteados los hechos. Dado que básicamente éste sería un drama tribunalicio, estas escenas imprimen atractivo visual y dinamismo, especialmente cuando el film prácticamente se convierte en thriller al narrar la fuga de la joven Helen Mirren de Austria en un momento realmente tenso. Pero toda "La dama de oro" está muy lograda, y sobre todo es una película con algo que decir. Dado que Reynolds interpreta al nieto del compositor Arnold Schönberg, entre los varios matices del film hay que mencionar un concierto con la asombrosa música de su abuelo.
Desde sus primeros minutos es que Woman in Gold expondrá en forma precisa sus mecanismos, aquellos que la harán funcionar a lo largo de unos extensos 109 minutos. Cualquier tópico grave que se aborde estará sumergido en un baño de candidez y humor inofensivo, con una Helen Mirren en el rol de una mujer mayor, inteligente y obstinada, capaz de entablar conversaciones ágiles con cualquiera pero sin perder los modos cariñosos de una "abuela". Es una forma cada vez más recurrente de encarar biopics sobre temáticas que pueden considerarse delicadas, un enfoque liviano y fácil de digerir para el espectador, que tiende a funcionar pero que no aporta nada nuevo a la mesa. Una vez más, Simon Curtis se muestra como un director competente pero que no termina de excavar toda la profundidad que sus propuestas tienen para ofrecer. My Week with Marilyn ya había probado la superficialidad de su mirada, no obstante en ella era la actuación de Michelle Williams la que elevaba la calidad general de la propuesta. En esta ocasión, el habitual destacable trabajo de Mirren, un Ryan Reynolds aceptable en la piel del abogado y un Daniel Brühl más bien en piloto automático no alcanzan para enaltecer lo que termina siendo una "feeel good movie" mediocre, que quiere capitalizar el éxito de Philomena pero con menor tino. La cuestión legal en torno a los cuadros de Gustav Klimt, legítima propiedad de la familia Bloch-Bauer, no alcanza por sí sola para completar un largomentraje de casi dos horas -se fueron al otro extremo y se extiende más de la cuenta-, sobre todo cuando hay saltos temporales de meses para seguir el proceso jurídico. Entonces, el guión de Alexi Kaye Campbell va hacia atrás y adelante en el tiempo, enfocándose en los años de ocupación nazi en Austria que condujeron a padecimientos de la propia protagonista y su familia, así como también en el presente de 1998, cuando emprende la titánica misión de recuperar su patrimonio, aún si eso significa demandar al Gobierno europeo. Hay una intención de parábola sanadora en los tiempos del film, el conseguir las pinturas es para Maria Altmann una posibilidad de cerrar una herida que el Holocausto dejó abierta en su vida. El problema es que todo se hace con tal liviandad, siguiendo un férreo manual, que nunca termina de convencer. Se aspira a encontrar un equilibrio entre la emotividad -quizás que pueda llevar al espectador a las lágrimas, pero no lo suficiente para angustiarlo- y las dosis de humor, bastante frecuentes gracias a la fórmula de la dupla dispareja en la que se basa. Así, ni el buen elenco de protagonistas, la importante cantidad de actores secundarios en roles mínimos -el que más brilla es Allan Corduner como el padre de Maria, mientras que Katie Holmes está pintada- o la siempre efectiva musicalización de Hans Zimmer pueden sobreponerse a un tratamiento mediocre de lo que podría ser una historia potente. Un film intrascendente, que no merece el destino de ninguna de las obras de arte que incluye.
En un relato algo convencional se luce sin embargo la excelente Helen Mirren “La dama de oro” (“Woman in Gold”) es una historia real que refiere al robo de cuadros de pintores famosos durante la Segunda Guerra Mundial. El título corresponde a una famosa pintura de Gustav Klimt y la “dama” en cuestión (“la Mona Lisa de Austria”) es la bella Adele Bloch-Bauer (Antje Traue), que fue una de las tantas víctimas del nazismo durante la ocupación de Austria. Quien la recuerda es su sobrina Maria Altmann, que logró escapar del Holocausto y radicarse en California. Han pasado más de cincuenta años y una anciana María (Helen Mirren) contacta al joven abogado Randy Schoenberg (Ryan Reynolds), nieto del famoso músico, al enterarse de que el cuadro que pertenecía a su familia está en la Galería Nacional de Viena. El relato no aporta demasiada originalidad y alguien hasta lo podría tildar de convencional, pero se sigue con interés. La actriz de “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante” y ganadora del Oscar por “La reina” logra una gran composición al hablar en un inglés con acento alemán, evitando como su propio personaje lo afirma utilizar esta última lengua, que tan malos recuerdos le trae. Esta negación de numerosos inmigrantes ha sido algo frecuente y no sólo entre los de origen judío. En el último Festival de Cannes la película “Amnesia” de Barbet Schroeder planteaba una situación similar cuando una mujer de habla germana (Marthe Keller) le hablaba en inglés a un joven alemán (Max Riemelt) y al padre de éste (Bruno Ganz), de dudoso comportamiento durante la Guerra. Daniel Bruhl (“Goodbye Lenin) compone al periodista Hubertus Czernin, personaje progresista, que hubiese merecido mayor desarrollo dado que ayudó en la demanda judicial que, hicieron desde Estados Unidos María y su abogado. Pese a que ella había jurado no volver a Europa, otra actitud habitual en muchos emigrados, finalmente regresa a Viena de la que se ven algunos de los lugares más típicos (Prater, Schoenbrunn, Ringstrasse). Hay también numerosos “flashbacks” donde se muestra la persecución y exterminio a que fue sometida gran parte de la población judía de Viena y el dramático escape de María a los Estados Unidos. En roles secundarios es posible descubrir a varios actores relativamente famosos como Jonathan Price, Charles Dance, Katie Holmes, los alemanes Moritz Bleibtreu y Nina Kunzendorf (“Ave Fénix”) y la otrora más popular Elizabeth McGovern. Dirigió “La dama de oro” su esposo, Simon Curtis, cuyo film anterior (y debut en la realización) es el logrado “Mi semana con Marilyn”, que fue sin embargo un fracaso de boletería pese a la buena interpretación de Michelle Williams.
Con La dama de oro estamos en presencia de una muy buena película, con una gran fotografía y ambientación de época, plenamente disfrutable y de gran calidad, que no debemos dejar pasar. Pero presenta un problema para los espectadores exigentes, pues en el momento de plasmar la historia en el guión....
En búsqueda del Klimt perdido María Altmann (Helen Mirren) es una anciana judía que intentará recuperar el Retrato de Adele Bloch-Bauer, robado por los nazis y en la actualidad expuesto en la galería del Estado de Austria. El resto de los ciudadanos lo rebautizó como La dama de oro o La Mona Lisa vienesa, aunque para ella simplemente se trate de la imagen viva de su tía sobre un lienzo, pintada por el simbolista Gustav Klimt cuando era apenas una niña. Mirren es camaleónica, ahora dueña de una tienda de ropa y hace algunos años la reina Isabel II, en ficciones o historias reales hace de la primera persona su patria. En sintonía, el director inglés -había filmado Mi semana con Marilyn y David Copperfield- comparó esta historia con la lucha de David contra Goliath. En 1998, luego del fallecimiento de su hermana, Altmann revisa viejas pertenencias cuando encuentra una carta que es el detonante de la investigación. Para el asesoramiento jurídico llama al hijo de una amiga, el joven ambicioso Randol Schoenberg (Ryan Reynolds) que acaba de entrar en un prestigioso estudio de abogados pero encuentra los tiempos para especializarse en arte, cuando averigua que la pintura en cuestión es una de las más cotizadas en el mundo. Ya en Viena, reciben la colaboración de un periodista (Daniel Brühl, ex bastardo sin gloria) que investiga el pasado nazi en Austria y, de la misma manera, hace una suerte de reparación histórica con sus orígenes. ¿Helen Mirren hace de Helen Mirren? La ganadora del Oscar encuentra un personaje que no solamente le queda cómodo, sino que podría ser hasta ella misma. Desde su vestuario y postura hasta su soberbia. Sigue siendo una femme fatale. El gobierno de su país la enfrenta en una batalla legal donde siempre parece indefensa, la estrategia es que desista o que muera. Ella siempre mantiene una calma que llega a exasperar, sobre todo cuando cambia de pareceres con su abogado. “Le encantarías a la prensa”, dice Schoenberg en un momento y algunos rieron en la sala. Entre los momentos más dramáticos de la película está el saqueo del violonchelo Stradivarius de la casa de la familia Altmann. Era del padre de María, en los momentos de mayor violencia y represión, él seguía tocándolo todos los días a las 6 de la tarde. Como analogía de la orquesta del Titanic. El soundtrack está a cargo de dos pesos pesados: Martin Phipps y Hans Zimmer. Las actuaciones son correctas y la mano del director -vasta experiencia en documentales- se hace notar en los flashbacks de la protagonista, en la medida que recuerda los tormentos del Holocausto por las calles donde ahora vuelve a transitar. Parecen imágenes de archivo. La contextualización está bien lograda y los climas también; con la misma temática, mayor presupuesto y un mejor reparto hicieron un bodrio como Operación Monumento. Las referencias al Tercer Reich terminan inevitablemente relacionando algo con Argentina. Hubiera sido un buen plan para un domingo en la casa de China Zorrilla.
...es Helen Mirren, que ya sabemos que levanta cualquier fotograma donde aparezca. Acá es una señora que intenta recuperar arte robado por los nazis y maneja sus secuencias con la autoridad de una, bueno, de una Helen Mirren. En el elenco está también el siempre decepcionante Ryan Reynolds, pero más allá del tema “importante” y la sobriedad de la imagen, tenemos a la actriz, que hace que el viajecito seudotrascendente valga la pena.
Alguna vez hemos escuchado esta frase típica de la industria de Hollywood, algo así como "resuma el guión en 25 palabras". Era en la época dorada en la cual el poder de síntesis era fundamental para que un guionista lograra que la entrevista frente a un productor o un jefe de los grandes estudios durara más de 3 minutos. Cómo si en más de ese número de palabras se daba por hecho que la cosa no funcionara en la boletería, y en menos faltara solidez a la historia. Si hiciéramos este ejercicio con “La Dama de Oro” debería resultar en una oración parecida a: Una mujer, heredera de cuadros famosos, enjuicia al gobierno de Austria para recuperarlos buscando justicia, pues le fueron robados a su familia durante el nazismo. No está de más el juego porque esta historia real convertida en guión se parece mucho a los de esa época. De hecho todo; desde la producción a la puesta; y desde la dirección al tipo de actuación en tanto construcción de personajes, remiten a los viejos axiomas sobre los cuales se basaba la posibilidad de existencia de una obra cinematográfica. Contar una historia con buenos condimentos que genere drama, humor, emoción y, por supuesto, que termine bien. Será entonces en algunas pinceladas de otro tipo de detalles inherentes al contexto en donde el guión de “La Dama de Oro no ha quedado encajonada en algún escritorio. Claramente la más importante es la presencia de Helen Mirren. Sin una actriz de este aporte prácticamente no habría película, porque las acciones del eje dramático recalan en su capacidad para actuar el derrotero del personaje. Si es por esto, cada intervención suya genera admiración, placer, y obviamente verosimilitud. Es, el de María Altmann, el tipo de personaje que genera competencia entre posibles candidatas. Meryl Streep, Judy Dench, Maggie Smith, Glenn Close, etc, podrán haber sido descartadas por distintas razones, pero nunca una actriz por debajo de estas condiciones actorales. El resto del elenco gira en torno a ella, como ocurrió una y mil veces con este tipo de producciones, a las que en definitiva las podemos considerar como "redondas" en un sentido integral. ¿Qué más nos queda luego? La corrección política o el desafío de ir más allá. Apostar por otro tipo de denuncia es animarse a no tener que "quedar bien con todo el mundo". En esto sí, uno podría esperar un plus en el siglo XXI. Al menos con un hecho generado en 1940 y con resolución consumada y cerrada en 2006, una conclusión más conceptual en lenguaje de imágenes que las que pueden entregar frases de epílogo al final de la proyección. Son elecciones artísticas simplemente. Nada le quita a éste estreno ser una obra que genera sensaciones genuinas provenientes de la narración pura y no desde el efectismo. Buenos momentos graciosos, y otros tantos emotivos, aún sin tener en su estructura un antagonista real más que un presente burocrático o un conflicto de intereses plasmados a través de personajes que no pasan de la seriedad de un jurado de concurso de baile. Estamos frente a una historia como las de antes. De otra época. Esa autoconciencia es el mejor apoyo y no es poca cosa.
Con la soberbia actuación de Helen Mirren que a sus 69 años ya es dueña de: el Oscar, el BAFTA, el Globo de Oro y el Premio del Sindicato de Actores. Basada en hechos reales. El film gira en torno a María Altmann (interpretada con excelencia por Helen Mirren) una sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial y cuyo ser interior se moviliza cuando muere su hermana en 1998. Ella vivió en Los Ángeles hasta su fallecimiento en febrero de 2011, conocida porque reclamó al Gobierno de Austria cinco pinturas de propiedad familiar del artista Gustav Klimt robada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El director Simón Curtis (“Mi semana con Marilyn”) se encarga de mostrar como esta mujer luchó para recuperar parte de su patrimonio. Vivía cómodamente en Estados Unidos lugar donde se refugió de los nazis como tantas personas. Para esto María Altmann contrata a un joven abogado austriaco sin experiencia llamado Randol Schoenberg (Ryan Reynolds) hijo de una amiga y además nieto del prestigioso músico Arnold Schoenberg. Él se encargara de todos los trámites legales ya que ella no quiere viajar a Austria porque no desea encontrarse con su pasado. Pero finalmente por diversas razones debe viajar y una vez allí la invaden los recuerdos. A través del flashback nos aclara los distintos momentos vividos por la protagonista, resulta muy interesante la reconstrucción de época. En cada lugar vivió situaciones felices, triste, con un impecable desarrollo y muestra finalmente como pudo escapar con su esposo dejando a toda su familia y echar raíces en otras tierras en un destierro obligado. El film una vez más habla de la apropiación de las obras de arte. Aquí el estado austriaco no quiere entregar el cuadro donde se encuentra el rostro de su tía Adele Bloch-Bauer pintado a comienzos del siglo pasado por Gustav Klimt, considerado como si fuera la Mona Lisa. Entre otros temas abre un estupendo debate sobre la política, la usurpación, las pertenencias y el patrimonio de una nación. Contiene interesantes diálogos entre Altmann (una vez más la actuación de Mirren es excelente, su interpretación impecable, no se parece a ninguna otra), Schoenberg quien también es judío (Ryan Reynolds, correcto) y Czernin (Daniel Brühl interpreta a un periodista austríaco, se luce). Momentos atrapantes, situaciones dramáticas y toques de humor, filmada como los dioses, una película histórica y bellísima.
Un relato sobre la memoria que contribuye a la paz “La dama de oro”, del director Simon Curtis, llama a encontrar sentido a la revisión del pasado. “Nunca admitirán lo que hicieron, porque si admitieran una cosa tendrían que admitir todo. Nunca fueron víctimas. La mayoría arrojaba flores y recibía a los nazis con los brazos abiertos. Esa es la pura verdad". Esta y otras afirmaciones que calan profundo en la conciencia, se le atribuyen en el guión de La dama de oro a María Altmann, austríaca de origen judío, quien logró llevar al Estado de su país de origen al estrado, para lograr la restitución de valiosas obras de arte de su familia, robadas durante la ocupación nazi en Viena. Tras un litigio que alcanzó, incluso, los fueros internacionales, la mujer se reencontró con el retrato de su tía Adele Bloch-Bauer, realizado por Gustav Klimt, que había desaparecido de su vida 68 años antes y durante más de medio siglo se exhibió en el Museo Beldevere de la capital europea, siendo conocido como "la Monalisa austríaca". Ese cuadro se exhibe actualmente en la galería de arte Neue de Nueva York. La cinta de Simon Curtis (Mi semana con Marilyn) recorre el doloroso proceso de recuperación del cuadro que enfrentó Almann con asesoramiento jurídico del joven Randy Schoenberg, nieto del compositor, enlazando pasado y presente con múltiples flashbacks que cuentan sobre los Altmann y su entorno social, sus propiedades y su destino, similar al de tantas víctimas del Holocausto. Un Estado austríaco que promueve una ley de restitución de propiedades a las víctimas de tan horrorosa historia mientras pone trabas para su real cumplimiento, y un joven periodista que se ofrece a ayudar a los reclamantes en la causa, representan los polos de una sociedad con heridas profundas, que no encuentran cura en la memoria por sí misma, sino en la justicia que se obtiene a partir de su ejercicio. Entre Nueva York y Viena, el tránsito entre aquel pasado y un presente que confronta a la protagonista se da ante el espectador sin piedad pero sin traumas: en definitiva, no hacen falta golpes bajos para producir la empatía o rechazo buscados entre el público y los distintos personajes. Una vez más, Helen Mirren se lleva los laureles en la encarnadura de María Altmann y en una historia para no olvidar. La banda musical de Hans Zimmer es una compañía que se agradece.
La Dama de Oro, o el Retrato de Adele Bloch-Bauer I, es una obra de Gustav Klimt perteneciente a la familia judía Bloch-Bauer, que fue “confiscada” por los nazis en la década del 30’. Durante muchos años, esta pintura fue exhibida en la galería austríaca Belvedere, siendo uno de sus principales atractivos, algo así como una especie de símbolo nacional, una Mona Lisa austríaca. La película de Simon Curtis cuenta la historia del caso de María Altmann (sobrina de Adele Bloch-Bauer y exiliada a los Estados Unidos en 1938) vs. la República de Austria, el intento de María de recuperar esta obra y todo lo que esta simboliza, pero con el contratiempo de que el gobierno austríaco no la quiere largar ni a gancho -vale agregar que la pintura está tasada en 135 millones de dólares. Helen Mirren interpreta a María, una mujer mayor, medio estirada y quisquillosa pero que en el fondo es una copada, y el “talentoso” Ryan Reynolds a Randol Schoenberg, su joven e inexperto abogado. Curtis cuenta de manera atractiva algo que en la vida real debe haber sido alto embole. Alternando flashbacks de la ocupación nacionalsocialista en Austria desde el punto de vista de María y mechándolos con el tiempo presente, la cosa se hace más dinámica y entre dramón e injusticia aparecen siempre chistes (mediocres) que le sacan algunos kilitos de angustia a la historia. No hay una gran química entre Mirren y Reynolds, que por más que le quiera poner onda no es Steve Coogan en Philomena (Stephen Frears, 2013), pero la cosa se hace llevadera. Simon Curtis logra que nos involucremos con la causa de María hasta la médula. Tengo una teoría berreta, pienso que películas como esta, que implican ganarle una pulseada a los nazis, siempre van a atrapar al espectador, que vive este tipo de relatos con impotencia y como propios. Simon Curtis logra que nos involucremos con la causa de María hasta la médula, porque si gana significa un punto menos para los nazis, y nos atrapa y nos lleva de las narices hasta el final aunque sepamos la resolución (y aunque sepamos que ese “punto menos” tampoco cambia el resultado). Por último, como gran producción norteamericana, esta película nos trasmite un hermoso discurso pro-yanqui que ya es bastante conocido, algo así como “Estados Unidos es una tierra de justicia y libertad y los norteamericanos son los salvadores del universo y de todas las galaxias far, far away“. La Dama de Oro es una película entretenida, para pasar el rato, indignarse, recordar hechos nefastos de nuestra Historia y lagrimear un poco, pero algunas cosas estaría bueno tomarlas con pinzas, no nos olvidemos de que esta historia está filtrada por una Melita yanqui.
EL PASADO NUNCA SE VA Es una historia real: la lucha de María Altmann, hija de una familia judía, que viaja de Estados Unidos a Viena, su ciudad natal, para tratar de recuperar las posesiones que los nazis le confiscaron a su familia. La pieza más valiosa es la célebre obra de Gustav Klimt, el Retrato de Adele Bloch-Bauer. Adele fue tía de María y la búsqueda confrontará con el gobierno de Austria y con sus recuerdos. No está sola. Randy Schoenberg, un abogado inexperto y entusiasta, descendiente también de judíos, la acompañara en una lucha llena de altibajos. La estructura del film es parecida a la de “Philomena”, aunque cinematográficamente está muy por debajo. Es una de esas películas cuidadas, correctas, irreprochable en su discurso y en su factura, que no tiene nada fuera de lugar, pero tampoco va más allá de ser un retrato más sobre la nazismo, la responsabilidad de los que miraron para otro lado cuando llegó el horror y la puja entre los recuerdos y el olvido. Alterna las imágenes de hoy con los recuerdos dolorosos de María. Y su victoria final es una manera de convertir a su exigencia en una batalla que tiene mucho de justicia y de reivindicación. María volverá a Viena, donde dejo todo su pasado y ese cuadro será el símbolo de un rescate más generoso. Ha perdido tanto en el camino que recuperar algo es todo un mandato. En su largo tramitar interviene la Corte Suprema de Estados Unidos y el gobierno de Austria, que no quiere ceder esa obra, María le dará sentido a su vida. Aunque su mayor litigio es con esa ciudad, donde dejó mucho más que un cuadro. “Hay que dejar ir al pasado”, le dice María a su abogado. Una manera de empezar a cerrar las heridas.
El discreto encanto de las biografías noveladas “La dama de oro”, película escrita por Alexi Caye Campbell, dirigida por el británico Simon Curtis (“Mi semana con Marilyn”) y protagonizada por Helen Mirren, está basada en un caso real: la historia de Maria Altmann, una mujer austríaca, de origen judío, que durante la ocupación nazi a su país logró exiliarse junto a su marido y una hermana en Estados Unidos. Resulta que Maria, quien falleció en 2011 cuando tenía 94 años, tiempo antes de morir llevó adelante una batalla judicial contra su país de origen para recuperar parte del patrimonio familiar que fuera confiscado por los nazis y que luego el Estado austríaco reclamó como propio. El objeto más preciado de dicho tesoro es el famoso cuadro, “La dama de oro”, pintado por Gustav Klimt a comienzos del siglo XX, por encargo de un tío de Maria, Ferdinand Bloch-Bauer, quien le solicitó al pintor un retrato de su esposa, Adele. La película se concentra en los trámites legales que decide emprender Maria, quien al morir su hermana, descubre entre sus papeles una carta que le revela algunos asuntos oscuros que rodearon al destino que corrió la famosa pintura, considerada como “La Mona Lisa de Austria”, y que durante muchos años fue el cuadro favorito del Palacio Belvedere. Maria es una mujer que no parece seguir los impulsos de la ambición sino actuar en base al deseo de recuperar parte de su historia familiar. Al final de sus días, se ve conmovida y emocionada por los recuerdos, y la posibilidad de aliviar algunas de las muchas heridas del pasado la lleva a encarar una batalla en apariencia desmesurada, pero que con la asistencia de un joven abogado y con el auxilio de organizaciones austríacas interesadas en limpiar un poco la historia oscura de su patria, llegó a un final satisfactorio. El abogado en el que confía Maria tiene a su vez su parte interesada en el asunto porque es nieto del famoso compositor, también de origen austríaco, Schömberg, quien, al igual que la familia de Maria, debió exiliarse durante la ocupación nazi. El ser ambos demandantes de origen austríaco les granjeó las simpatías de ciertos sectores del público, sin embargo, el juicio no prosperó en la Justicia del país europeo y se tuvo que llevar a cabo en Estados Unidos. El caso concitó la atención mundial. Maria hizo valer sus derechos como única heredera de su tío Ferdinand y tras recuperar la pintura, considerada una de las más valiosas del mundo, fue adquirida en 2006 por el coleccionista Ronald Lauder, propietario de la Neue Galerie de Nueva York. El film es una coproducción entre el Reino Unido y Estados Unidos, y está concebido en un formato clásico, donde todo gira en torno al personaje principal, interpretado con el carisma y la solvencia que caracteriza a la gran Helen Mirren. Mientras en el tiempo presente se desarrolla la puja judicial, el relato apela a numerosos flahs backs pare reconstruir esa parte de la historia que dormía en la memoria de Maria y que se va despertando a medida que el juicio avanza. Si bien en un principio, la mujer presenta algunas resistencias a enfrentarse con sus recuerdos, por sus secuelas dolorosas, poco a poco va tomando coraje y puede lidiar con todos los fantasmas, consiguiendo saldar una importante deuda con sus familiares y amigos, muchos de los cuales no pudieron escapar a la crueldad de los nazis. Paralelamente, el joven abogado, papel que encarna un correcto Ryan Reynolds, también puede llevar a cabo su propio duelo personal y familiar, de la mano de su clienta, con quien termina unido por una fuerte amistad. Ambos son acompañados por un periodista austríaco, papel confiado con acierto a Daniel Brühl, quien hace de anfitrión y guía de los demandantes, asesorándolos para que consigan superar los escollos. Aunque la trama resulta un tanto preestructurada, como suele ocurrir cuando se trata de narrar hechos reales, sobre todo si son recientes, tiene el encanto de las biografías noveladas ya que refiere a sucesos y emociones genuinos. Como bien señala un crítico, se trata de una buena historia “como las de antes”.