Esclavo del delirio. En el campo de las películas decepcionantes sobre temáticas que daban para mucho más, La Jugada Maestra (Pawn Sacrifice, 2014) definitivamente lleva la bandera porque la prolijidad del director Edward Zwick no alcanza para ocultar que estamos ante otra biopic que hace uso y abuso del costado menos luminoso del protagonista de turno, una suerte de “herramienta formal” entre fatua y sensacionalista que podemos rastrear hasta Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), aquella obra maestra de Martin Scorsese que -mal que pese- influyó muy negativamente en los retratos cinematográficos de viejas glorias (no siempre la estela de los prodigios resulta gratificante, más allá de los méritos específicos de cada opus en su contexto). Hoy le toca a Bobby Fischer ser el núcleo de un relato que parece ponderar más su paranoia anticomunista y antihebrea que el ajedrez que lo hizo famoso en todo el globo. A pesar de las buenas intenciones y el tono aguerrido detrás de la interpretación de Tobey Maguire, quien encarna al norteamericano desde la adolescencia hasta el recordado Campeonato Mundial de 1972 contra Boris Spassky (el período central que cubre el film), el guión monocromático de Steven Knight termina jugándole en contra a una propuesta que podría haber balanceado las distintas facetas de Fischer sin necesariamente resaltar en cada una de las escenas que su entorno no supo cómo impedir el deterioro psicológico gradual, prefiriendo soportar su arrogancia y caprichos por “amor al arte” o en pos de usufructuar con las competencias. Subsanando en parte las torpezas en torno al viaje en espiral del protagonista, junto a su representante Paul Marshall (Michael Stuhlbarg) y su colega Bill Lombardy (Peter Sarsgaard), la trama sí conjuga con inteligencia el ABC de la Guerra Fría. Si bien la película no profundiza en la estratagema política del enfrentamiento entre Fischer y Spassky, por lo menos se esmera en examinar sutilmente las repercusiones en los jugadores -a nivel individual/ íntimo- de la rivalidad polimorfa entre Estados Unidos y el bloque soviético, el telón de fondo en el ascenso del ajedrez a la primera plana de la manipulación ideológica y la altanería como mecanismo de supresión discursiva del “otro”. De hecho, la efusividad de Maguire encuentra su contraparte en la quietud que enmarca al maravilloso desempeño de Liev Schreiber como Spassky: ambos fueron títeres de sus respectivos países y hasta pueden ser leídos como ejemplos paradigmáticos de la imagen que las administraciones del momento pretendían vender al público más vasto (hablamos de aquella soberbia ausente e incontrolable por un lado y de la imperturbabilidad por el otro). Recién durante el desenlace tenemos una mínima variación dramática pero ya es demasiado tarde, debido a que la repetición anuló toda posibilidad de sorpresa en base a las idas y vueltas cognitivas del pobre Bobby, a quien -para colmo- no se le concede la amplitud narrativa que podría haber aportado un ámbito profesional mejor desarrollado (dentro de una historia con muchas imprecisiones y poco análisis del ajedrez, el antihéroe se mueve como un esclavo de sus propios delirios y a veces como un alienado que se alejó de todos, incluyendo a su familia y allegados). La Jugada Maestra cae en el atolladero de tantas realizaciones similares porque está repleta de lagunas fácticas y no va más allá de la fábula del “genio torturado”, siempre a la espera de que la figura en sí otorgue casi de manera automática ese encanto que debería ser construido por los responsables detrás de cámaras…
Lejos de explorar la multifacética personalidad del ajedrecista estadounidense Bobby Fischer, La jugada maestra -2014- toma el camino del reduccionismo en la coyuntura de la guerra fría para abandonar de inmediato al personaje y sumirlo en una catarata de paranoia y delirio poco atractivo en base a su contribución al ajedrez. Las históricas partidas entre Bobby Fischer –Tobey Maguire- y Boris Spassky -Liev Schreiber- no solo son recordadas en el mundillo ajedrecístico como hitos, sino que cobran un sentido extra por desarrollarse en el contexto de la guerra fría. Ambos contendientes, más allá de sus destrezas mentales, formaban parte de un intrincado tablero geopolítico donde dos potencias como Estados Unidos y Rusia anhelaban la caída y el jaque mate del otro en todos los terrenos donde se midieran inteligencias y logística más allá de las diferencias políticas entre ambos países. Lo cierto es que tanto Fischer como su oponente no eran otra cosa que peones al servicio de intereses que la jugada maestra 4superaban la rivalidad del juego ciencia y por supuesto la derrota en el torneo que los enfrentaba necesariamente generaba un cambio de posicionamiento en el tablero mayor. Pero si esa hubiese sido la idea rectora en el guión esquemático de Steven Knight el resultado de este opus de Edward Zwick debería haber sido otro que el que finalmente consigue, por no apartarse de ese esquematismo vinculado a los delirios de Fischer; a sus terrores personales con el avance de la penetración comunista y en definitiva al sufrimiento de su propio entorno al ser testigos de un deterioro mental en constante avance. Se sabe que el destino de Fischer no fue nada auspicioso, pero el film no indaga en ninguna de sus circunstancias más que como dato sumario en un epílogo desganado y que rápidamente queda en el olvido tras haberse tomado demasiado tiempo en no avanzar algunos casilleros en la atribulada vida de este genio incomprendido que revolucionó el ajedrez. Tobey Maguire se pone la piel de Fischer, pero con un énfasis muy acentuado en sus aspectos psicológicos, en sus obsesiones y no logra transmitir esa inteligencia que lo caracterizaba, más allá del cruce anecdótico de las partidas, las estrategias que descolocaban al rival ruso, elemento fundamental para que Fischer comenzara a sacar ventaja. Del ajedrez y las distintas maneras de jugarlo el film de Edward Zwick profundiza muy poco, quizás por haber un interesante número de películas más logradas que esta y sin ánimo de repetir fórmulas la búsqueda se orientó hacia los aspectos periféricos o a resaltar las contradicciones humanas que llevaron al sufrimiento a Bobby Fischer. En definitiva, La jugada maestra -2014- no es un film atractivo ni esclarecedor sobre un personaje con muchas aristas para explorar, pero que lamentablemente siempre termina encasillado en el mismo lugar: el delirante y paranoico Bobby Fischer.
Una biopic muy bien realizada a la cual no le deben temer los que no son adeptos al juego de ajedrez, ya que la película se ocupa más de la genialidad de Bobby Fischer y de sus lamentables problemas mentales que de las partidas, y cuando se focaliza en ellas...
Aquellos que, como quien escribe, no estén familiarizados con el ajedrez no se verán impedidos de aproximarse a esta biopic de corte clásico sobre Bobby Fischer, campeón norteamericano que brilló entre los 60 y los 70 y que posteriormente descendió a los infiernos de la locura. En La jugada maestra se estudian estrategias minuciosamente y cada movimiento en una partida corta el aire, pero el juego resulta apenas un excusa para mostrar hasta qué punto los deportes individuales (aunque está en discusión si el ajedrez es efectivamente un deporte o se trata de mera ciencia) pueden corroer la psiquis de quién los practica. La elección de que Tobey Maguire encarne al errático Fischer es más que acertada pues su rostro parece ideal para captar el progresivo deterioro del astro del ajedrez. Narrada en forma cronológica, la película comienza con los días en que el pequeño Bobby era un niño prodigio en Brooklyn hasta su veloz ascenso, cuando en paralelo va volviéndose un ser egocéntrico, mesiánico y paranoico. Cabe destacar que el apogeo de Fischer sucede en plena Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, lo que produce que el protagonista lleve su delirio de persecución a niveles inimaginables (es capaz de revisar los teléfonos de cada hotel donde se hospeda en busca de micrófonos escondidos). Seguido de cerca por su abogado (Michael Stuhlbarg) y un cura que hace las veces de padrino (Peter Sarsgaard), Fischer será una efímera celebridad en su país, tan chauvinista para encolumnarse detrás de un héroe como para luego condenarlo al ostracismo (Fischer vivió sus últimos años prácticamente como un homeless, con un franco deterioro mental). Merece un capitulo aparte el eterno duelo entre Fischer y el ruso Boris Spassky (Liev Schreiber), su eterno rival, cuyas partidas paralizaban a dos naciones. Son estos los mejores pasajes de una película que nunca llega a consumar el jaque mate.
Es raro encontrarse con una película de ajedrez. Si se saca del mapa a dos obras maestras como lo fueron El séptimo sello (1957) y al cortometraje famoso de Pixar del 97′, solo se puede tener en cuenta a The chess players (1977), del maestro Satjayit Ray, o Searching for Bobby Fischer (1993), de Steve Zaillian, siempre y cuando se tomen en cuenta películas de ficción. La jugada maestra es un biopic sobre el desquiciado maestro americano del ajedrez Bobby Fischer, que supo enfrentarse, en plena Guerra Fría, a todo el estado Soviético sentado frente a un tablero. El film va desde los inicios del ajedrecista hasta la famosa partida a doce juegos contra el soviético Boris Spasski. Algunos espectadores sabrán el resultado final, pero lo importante de la nueva película de Edward Zwick (El último samurai, Diamante de sangre) es descubrir la personalidad de un prodigio. Durante la mayor parte de la película se podrá ver a un Bobby Fischer ya consagrado, encarnado por Tobey Maguire, un actor que hace rato no aparecía en la industria. La otra porción de relato se refiere a la niñez y adolescencia del protagonista. Hay que decir que Maguire lo hace realmente bien. Los cínicos gestos de Fischer, así como sus repentinos cambios de humor y ataques paranoicos, están representados con sumo respeto y fidelidad. Es que la vida de Fischer deja una rica historia que contar. Lo que importa excede su carrera y la rivalidad con Spasski (Liev Schreiber) de la manera que se cuentan el relato, sino que lo que interesa es descubrir la complicadísima personalidad de uno de los mayores genios de la historia del deporte. A medida que la historia avanza se ve un Fischer más desenfrenado, egoísta, caprichoso, paranoico y psicótico: Maguire lleva a flote todo un desafío. Da la sensación que al tratar de insertar todo lo relevante de la vida del personaje se pierde la capacidad de contar una historia meramente cinematográfica, que es lo que acostumbra Zwick. El director intenta crear de todo esto un thriller, o más bien una película de retos con un “gran pleito final” y todo termina siendo una explicación de la locura que conlleva el ajedrez y una serie de sucesos que desembocan en un final anunciado poco antes pasada la mitad del filme. El espectador podría preguntarse si es en el minuto 114 en donde realmente termina la película. Es interesante el tratamiento del personaje de Liev Schreiber, Boris Spasski. Sin incidencia más que con la presencia amenazante digna de un gran rival durante la primera mitad, se expone en la segunda, cuando se descubre su personalidad y logra poner en una distinta posición al gran duelo entre los dos maestros. A lo que respecta el ajedrez como objeto de suspense, Zwick le buscó la vuelta correctamente. No importa si el espectador sabe las reglas del ajedrez o no, en La jugada maestra es algo que no es de vital importancia. No importan los movimientos en el tablero de Fischer o Spasski sino que el enfoque está en las personalidades y en las lamentablemente graciosas y exhuberantes decisiones físicas que toman los personajes. Si bien la locura de Fischer avanza hasta un punto determinado, luego aparecen las reincidencias. Zwick juega con este aspecto con la primera escena, anticipo de un Fischer desenfrenado en una habitación sin contarle al espectador por qué.
Una historia en jaque. No es necesario ser un entendido o conocer mucho sobre ajedrez para que el nombre de Bobby Fischer nos suene familiar, posiblemente porque representó mucho más que a un jugador de tan apasionante juego: en los años 70 fue -posiblemente sin desearlo- un ícono de Estados Unidos en medio de la Guerra Fría sostenida entre americanos y soviéticos. Uno espera, sin embargo, que la película enfatice aquel jugador soberbio, obsesionado con el juego y sus variantes, no obstante decepciona un poco que se haga tanto hincapié en todos los puntos bajos de su persona y en su paranoia constante, temiendo convertirse en objeto de investigación, no solo de los rusos sino también de sus propios compatriotas. Tobey Maguire, en el papel de Fischer, no desentona pero tampoco aporta una actuación que pueda quedar en la memoria de muchos, sí es notable en cambio la performance de Liev Schreiber como su rival en el tablero Boris Spassky, un talentoso jugador soviético que se verá en gran medida afectado por la paranoia de Fischer y cederá ante algunos pedidos absurdos del jugador americano. La mayoría del argumento se centra en el campeonato mundial de ajedrez del año 1972, donde estos dos oponentes, simples jugadores de mesa, se convirtieron en soldados sin armas, representantes de sus países en una guerra en la cual -sin duda- solo fueron peones de un tablero manejado por gente con fines más allá del juego. El personaje de Bobby Fischer fue realmente un hombre conflictivo, para sí mismo y para su entorno, una persona llena de dilemas internos, de batallas personales, en las cuales, en contraposición a los resultados de sus partidas, se lo vio vencido la mayoría de las veces. Llegó a ser un vagabundo en su vejez, una persona no grata para ese mismo país que tanto lo expuso en el momento en el que más lo necesitaba. El film se vuelve, de alguna manera, maniqueo con el personaje que trata de retratar y nos deja con una sensación de que se podría haber contado mucho más y mejor sobre aquel pequeño hombre que quiso convertirse en rey y terminó siendo un peón de turno.
La historia de Bobby Fischer, ese genio del ajedrez que pasó de ser un anticomunista absoluto a un perseguido por el Estado norteamericano, debería ser contada íntegra. Aquí aparece algo, pero el núcleo son sus duelos en Islandia contra Boris Spassky. Lo interesante, quizás un poco disuelto por el diseño de producción, es la relación entre eso inasible que llamamos “genio” y la locura, algo que no fue ajeno para Fischer. Tobey Maguire realmente transmite las emociones del personaje con justeza.
El juego estratégico A Hollywood siempre le interesaron las historias de héroes comunes. Personas que ante las vueltas del destino se ven involucradas en la posibilidad histórica de convertirse en patriotas abanderados de su país. Historias que sirven para reafirmar los discursos bélicos norteamericanos y sus luchas fronteras hacia afuera, ocultando de paso, problemas internos. Esta es una de ellas, la de Bobby Fischer (Tobey Maguire), el ajedrecista norteamericano capaz de ganar la batalla él sólo contra la Unión Soviética en plena Guerra Fría. El dominio de la potencia comunista en la década del sesenta en el ajedrez era indiscutible, teniendo a su máximo exponente en Boris Spassky (Liev Schreiber), campeón mundial de la destreza. Bobby Fisher oriundo de Brooklyn, de clase trabajadora y obsesionado con el juego, se convierte en representante inesperado de Estados Unidos en su lucha simbólica contra el comunismo. Su popularidad asciende y también sus conflictos de paranoia que le afectan su desarrollo social. La jugada maestra (Pawn Sacrifice, 2014) sigue la estructura de una película deportiva con las características cerebrales y la inacción que el juego plantea. Ante esa cuestión anti cinematográfica, la película hace todo lo posible por imponer ritmo y fluidez al relato. Pero su mayor problema se encuentra en la falta de profundidad del conflicto. Como siempre las películas que describen acontecimientos históricos lo suelen hacer desde un único punto de vista -el estadounidense- obviando otros, eludiendo así cuestiones en pos del mensaje patriótico a trasmitir. El director indicado para ubicarse detrás de cámara es Edward Zwick, de tantas patrióticas épicas en sus espaldas como Tiempos de Gloria (Glory, 1989), pasando por Leyendas de pasión (Legends of the Fall, 1994) hasta El último Samuray (The Last Samurai, 2003). Siempre comprendiendo “La” historia desde un punto de vista de triunfo americanista. La historia adquiere una narración clásica de esas donde el mensaje aleccionador se hace más efectivo. Y claro, ante semejante escenario macro, el film centra su conflicto esencial en lo micro: los problemas psíquicos de su protagonista Bobby Fischer. El hombre real fue usado como tantos otros para ser abanderado ocasional de su nación y luego desechado y olvidado por la misma cuando dejó de hacerlo. En la película son sus propios desórdenes mentales que lo acosan y causan la sensación de paranoia -tan común en la época- de ser espiado pro agentes rusos, aquello que ocasiona el desequilibrio y auto exilio del hombre. Es así como le hace insufrible la convivencia a sus acompañantes, su amigo el Padre Bill Lombardy (Peter Sarsgaard), y su representante Paul Marshall (Michael Stuhlbarg, Un hombre serio). Además de lo mencionado, la actuación de Tobey Maguire se torna por momentos insoportable. La suma de tics y exceso de gestos terminan rompiendo con la identificación hacia el personaje al punto que se hace difícil empalizar con él. Un problema para un relato clásico acartonado que depende de dicha identificación del espectador para construir su discurso trillado.
Se estrena La jugada maestra, dirigida por Edward Zwick y protagonizada por Tobey Maguire, sobre la vida del ajedrecista estadounidense, Bobby Fischer. Quedan pocos aficionados del lenguaje clásico, la vieja escuela estadounidense de narración. Contemos juntos… Spielberg, Eastwood… y Edward Zwick. El director de Tiempos de gloria, Contra el enemigo y El último samurái siempre consigue un resultado notable a la hora de contar historias reales con el tempo y dramatismo justo, sin dejarse influenciar por elementos externos y extracinematográficos como una puesta demasiado distractiva, efectos especiales o escenas épicas muy elaboradas. Zwick prioriza siempre el relato. Le gusta el drama, pero prefiere tenerlo como excusa para generar tensión, e incluso en el terreno de la comedia sabe moverse con completa versatilidad, como fue el caso de Del amor y otras adicciones. Si bien Zwick no ha construido una filmografía integrada por obras maestras o trascendentales, es su buen pulso de narrador clásico lo que permite destacarlo por sobre la mayoría de los realizadores industriales contemporáneos. Por esto mismo es que en La jugada maestra, evita realizar la típica biopic. Todos los elementos biográficos de la historia del ajedrecista estadounidense Bobby Fischer sirven simplemente como preámbulo para comprender el accionar del personaje en la segunda mitad del relato, el central, que es su enfrentamiento con el campeón mundial soviético, Boris Spassky. Pero más allá de la cronología acerca del histórico enfrentamiento que tuvieron Fischer y Spassky en la final del Campeonato Mundial de 1972 en Islandia, lo que más le interesa a Edward Zwick es hacer un retrato del contexto político que rodeó el enfrentamiento, y que llevaron al protagonista a la paranoia y locura total. La jugada maestra no es un enfrentamiento de ajedrez, no tiene el ingenio matemático de un partido, sino la precisión de un thriller sobre la guerra fría. Zwick demuestra de que forma, la persecución psicológica de los Estados Unidos contra el régimen comunista termina influenciando en el carácter de Fischer, desde su infancia hasta el partido en sí, infiriendo incluso en el armado de la jugada que le dio la victoria en el round 6, y que es considerada la mejor de todos los tiempos. Fischer consiguió abstraerse y aislarse de la sociedad en su propia mente para conseguir esa jugada, y Zwick construye todo un relato paranoico que muestra ese momento, más que detenerse en la construcción de la jugada en sí. En ese sentido es muy interesante la interpretación de Tobey Maguire, que consigue un personaje bastante extremo. De la sobreactuación de la primera parte a una austera construcción posterior, lo de Maguire es mucho más notable a nivel de evolución del personaje y su locura, que lo de Russell Crowe en Una mente brillante. Por el contrario, a Zwick, le importa menos el personaje que las circunstancias y no intenta que el público empatice por él. Incluso se puede decir, que aún en su fría y gélida interpretación, completamente austera, es más cálido y empático lo de Liev Schreiber como Spassky, que lo de Maguire. Pero por otro lado, la mala fama que se ha ganado el ex Peter Parker en los últimos años, lo orientan como un Bobby Fischer ideal. Relato con una puesta en escena por momentos paranoica –siempre hay alguien observando a la distancia- y por otros claustrofóbica –Fischer prefiere los cuartos con poco movimiento o estar arrinconado- La jugada maestra trasciende al retrato del personaje para construir un contexto histórico que aun hoy resulta tan misterioso como atractivo. El clasicismo de la narración, previsible, aun así atrapante, sin golpes de efecto pero manteniendo la tensión sumado a un sólido elenco donde también se destacan Peter Sarsgaard y Michael Stuhlbarg dan como resultado La jugada maestra, un film que no será memorable, pero que no deja de interesar un momento y poner en jaque al espectador.
El nombre del juego Bobby Fischer fue el mejor ajedrecista de todos los tiempos, pero también dueño de una vida llena de gloria y decadencia. Ideal para una biopic más que digna como esta. Pocas figuras más “cinematográficas” (es decir, con tantos matices, atractivos, apogeos y derrumbes) que Bobby Fischer, el mejor ajedrecista de todos los tiempos. Sobre él se escribieron libros, se hicieron documentales (hay uno bastante reciente de Liz Garbus) y ahora se estrena La jugada maestra, con una muy correcta dirección (clásica, sin ostentaciones) del realizador de El último samurái y Diamante de sangre. De niño prodigio (autodidacto) a campeón precoz, de genio irascible a loco incontenible, de figura mediática a profeta con discurso incómodo, de pibe humilde de barrio a misántropo con un ego enorme y exigencias desmedidas, de héroe de Occidente en plena Guerra Fría a enemigo público número uno del pueblo estadounidense... la vida de Fischer merecía una biopic con un actor de la ductilidad de Tobey Maguire, quien logra hacer poco menos que fascinante a un personaje que en primera instancia es bastante poco empático y agradable. Si bien el pico dramático del film es el mítico enfrentamiento de 1972 en Reykjavik, Islandia, entre el propio Fischer y Boris Spassky (Liev Schreiber), el gran maestro soviético, en un período muy especial de la historia del mundo (Vietnam, Watergate, tenso enfrentamiento entre las superpotencias), La jugada maestra intenta abarcar -no siempre con los mismos resultados- las distintas etapas de su vida, ya que hay de flashbacks que describen su niñez pobre en la Brooklyn de los años '50 hasta un intento por exponer los diferentes contextos sociopolíticos que acompañaron las distintas etapas de su vida (murió en pleno estado paranoico y psicótico en 2008). Puede que en la era de Netflix y con tantas series dando cátedra de puesta en escena, una película como la de Zwick resulte algo convencional (yo a esta altura reivindico cierto clasicismo), pero por las dudas ahí está la minuciosa, impecable actuación del ex Hombre Araña para elevar siempre la apuesta y el nivel. Jaque Mate.
Juego de tronos La llamada Guerra Fría ha sido reflejada desde diferentes puntos de vista en el cine: en ellos se ve cómo la disputa política entre Estados Unidos y la Unión Soviética afectó a sus propias sociedades y al mundo en general. Pero todavía no había sido presentada como una simple partida entre dos prestigiosos ajedrecistas que puso en vilo (una vez más) esa tirante relación. En efecto, La jugada maestra narra la historia de la preparación y del legendario enfrentamiento por el campeonato del mundo entre Bobby Fischer (Tobey Maguire), campeón de ajedrez estadounidense, y el campeón ruso Boris Spassky (Liev Schreiber). El duelo, que tuvo lugar en 1972, en plena Guerra Fría, fue mucho más que un conjunto de partidas para conquistar un campeonato; prueba de ello es que captó la atención de todo el mundo. El film muestra la vida de Fischer, poniendo en primer plano cómo inicia su pasión por el ajedrez y va evolucionando hasta alcanzar un nivel superlativo para luego desaparecer misteriosamente de la escena pública. A su vez, se va presentando la forma en que su obsesión por el juego afecta su salud mental, llevándolo a creer en constantes conspiraciones y persecuciones. Esta personalidad tan fuerte es llevada con altibajos por Maguire, que logra transmitir bien lo excéntrico del personaje pero que por momentos resulta desencajado o exagerado, aportando un poco de confusión más que credibilidad. Por su parte, Schreiber realiza una labor sobria como contrapunto del protagonista. La película posee una fluidez narrativa, priorizando la fidelidad a la hora de presentar los hechos, realizando una gran tarea de inserción de los actores dentro del material de archivo existente. No se destaca un gran trabajo de puesta en escena, ni secuencias sobresalientes: el director Edward Zwick apunta básicamente a contar la historia de Fischer y la repercusión a nivel político de aquel enfrentamiento ajedrecístico, sin aportar ningún virtuosismo. Quizás lo más interesante se encuentra en el contexto de la situación, cómo los medios, la política y por consecuencia, la sociedad, se volcaron hacia un deporte no muy atractivo y de difícil comprensión sólo por derrotar al “enemigo”. La rivalidad existente entre ambos países llevaba a que en aquella época cualquier disputa entre ellos, ya sea hasta en un partido de metegol, representara resaltar el orgullo de quien ganaba. Sólo Rocky logró que estas sociedades pudieran respetarse en el final de aquella inolvidable cuarta parte de la saga del boxeador de Filadelfia. En definitiva, La jugada maestra resulta interesante para conocer otro hecho más que afectó a aquel momento político mundial, como también para saber sobre la vida de Bobby Fischer, quien pasó de ser un ídolo nacional a un linyera olvidado. Sin embargo, como película, no aporta mucho más, sólo presentar algo poco conocido pero sin innovar demasiado.
Mentes brillantes, política y ajedrez La Guerra Fría estuvo repleta de episodios excéntricos. Uno fue, sin duda, la increíble partida de ajedrez que enfrentó a Boris Spassky y Bobby Fischer, llevada a cabo en Islandia en 1972. Desde 1948, la Unión Soviética dominaba las competencias internacionales del deporte, un dato que según las autoridades comunistas confirmaba su superioridad intelectual respecto de Occidente. La aparición de un genio disfuncional como Fischer puso esa certeza en peligro de extinción. El film de Edward Zwick (El último samurái, Diamante de sangre) empieza con Fischer poniendo patas para arriba la habitación de su hotel en Reykjavik. Paranoico desatado, suponía que la KGB lo espiaba. De inmediato, la trama viaja a la infancia de Fischer para explicar los orígenes de esa persecuta: su madre simpatizaba con el comunismo y era el FBI el que seguía de cerca sus pasos. El trauma infantil como motor de conductas futuras, una resolución elemental que cuadra bien en una narración que respira clasicismo por los cuatro costados. De ahí en más, lo que importa son los febriles prolegómenos del match por el título mundial, una guerra de nervios en la que Fischer tiene un rol preponderante. Y Tobey Maguire consigue transmitir la paranoia y la fragilidad del personaje con notable solidez. En lugar de la reproducción mimética (el recurso de Philip Seymour Hoffman en Capote, por ejemplo) elige la construcción de su propio arquetipo, un ajedrecista full time, provocador, sensible y caprichoso cuya relación con todo aquello que no sea peones, torres y alfiles es decididamente problemática, incluyendo la sexualidad. Liev Schreiber también inventa un Spassky muy particular, inmutable en apariencia y controlado siempre por obsesivos guardianes soviéticos. Es evidente que su trabajo estuvo enfocado a esquivar la caricaturización que Hollywood moldeó durante años para cualquier personaje que representara a la URSS. La película no profundiza sobre la vida de Fischer luego de esa extenuante y accidentada partida (murió en 2008, exiliado justamente en Islandia), un derrotero errático cargado de comentarios incendiarios sobre el judaísmo e Israel, actitud de rebelión contra sus propias raíces que también fue símbolo de su extravagancia. Pero esa restricción colabora con la eficacia de todo lo que mantiene en foco: por un lado, su intensa relación con las dos personas que eran su auténtico soporte legal y emocional, el enigmático abogado Paul Marshall (Michael Stuhlbarg) y un paciente y equilibrado sacerdote experto en ajedrez, encarnado con mucha prestancia por Peter Sasgaard; por el otro, la tensión de la propia partida, sintetizada en un arqueo de cejas de Schreiber o un pequeño gesto de Maguire, siempre atento al tablero, pero también a un contexto que siempre consideró agresivo. La jugada maestra es la historia de un hombre cuya racionalidad se agrieta a medida que crece su capacidad como ajedrecista, pero también una prueba más de cómo la cultura norteamericana crea celebridades en serie para destruirlas cuando percibe que es hora de desecharlas.
La lucha entre dos mentes brillantes Entre la locura interna de Bobby Fischer y el descontrol global, el filme apasiona y humaniza a los protagonistas. Sacrificar una pieza en el juego de ajedrez implica entregarla y obtener a cambio cierto rédito táctico. Puede desconcentrar o, mejor, desconcertar al adversario. El peón es la pieza de menor valor en el juego, pero también la que puede volverse reina. El sacrificio del peón es la traducción literal del título original de La jugada maestra, el filme de Edward Zwick (Tiempos de gloria, El último samurai, Leyendas de pasión), un director con un espíritu patriótico a toda prueba. Pero para relatar la vida -y el sacrificio- de Bobby Fischer, por suerte no apeló a resortes manipuladores. La película se centra en el llamado Match del siglo, aquel que en Reykjavik, Islandia, mantuvieron Bobby Fischer, maestro estadounidense, con Boris Spassky, campeón ruso, en 1972. Los vientos de la Guerra fría entre las dos potencias arreciaban. Zwick toma al atormentado genio del ajedrez, desde su infancia en Brooklyn, pasando no velozmente por el momento en que desde el gobierno de los Estados Unidos le preguntan si “es un patriota”. Fischer, con su juventud, retó al imperio soviético precisamente en lo que era de muchas maneras el deporte nacional, el ajedrez. Y el ajedrez fue el campo de batalla en el que la supremacía soviética se ponía, entonces, en jaque. El filme se mete en la mente de Fischer, donde entran a pugnar muchas cosas. Demasiadas. Desde su paranoia hasta convencerse de que los rusos harían cualquier cosa por impedir que se convirtiera en campeón mundial, a su anitisemitismo -siendo, como era un judío de Nueva York...-. El guión de Steven Knight (Promesas del Este) va llevándonos como en un carrito que asciende a la montaña rusa. Así, pasan las obsesiones de Fischer, y los que lo secundan, desde el Gobierno, el cura que era casi su sparring (Peter Sarsgaard) y su madre promiscua (Robin Weigert), hasta que llega al punto alto de la montaña: el match del siglo. A partir de ahí habrá que creer que el mérito es cuestión del director Zwick. No sólo porque la transformación de Tobey Maguire como el hombre angustiado, agobiado y que se autotortura, es mayúscula, sino porque dentro de tamaña locura -la interna del personaje y la externa de la situación global- humaniza a los dos protagonistas. Son peones de una confrontación, pero también individuos con los que empatizar desde la butaca, y eso no es siempre sencillo. Habrá quien prefiera la biografía, y quién se quede con la segunda mitad, seguramente más rica y apasionante.
La partida arranca mal, pero mejora El genial ajedrecista estadounidense es un personaje difícilmente aprensible, y más si se lo aborda con armas convencionales. Por eso, aunque la primera hora del film naufraga en su intento de biopic, luego levanta con el match por el título del mundo. El ajedrecista estadounidense que se coronó campeón más joven (a los 12 años), el que obtuvo más temprano que nadie el título de Gran Maestro (a los 15), renunciante a la práctica de ese deporte a los 21, campeón mundial a los 29 años, perdedor del título por exigencias absurdas, jugador genial e imprevisible, arrogante, asocial y cuasi célibe, neurótico a más no poder, semi retirado del mundo como un ermitaño durante sus últimos cuarenta años, Robert James “Bobby” Fischer (1943/2008) es un personaje difícilmente aprensible. Mucho más si se lo quiere abordar con armas convencionales, como es el caso de este film dirigido por el amanuense Edward Zwick (Tiempos de gloria, Diamante de sangre). Sobre guión de Steven Knight (Promesas del Este), La jugada maestra (“Sacrificio del peón” es la traducción del título original) bracea durante una hora un intento de biopic que no funciona; la segunda parte la dedica enteramente al match por el título del mundo contra Spassky, y ahí sí funciona.Carne de un diván al que por supuesto jamás accedió, el antisemita, negacionista y macartista Bobby Fischer era hijo de una mamá judía, a la que el FBI le sospechaba filiación comunista, tras largos años de radicación en la URSS (migró de allí cuando Stalin empezó con sus purgas). En su primera parte, La jugada maestra usa como hilván del relato una serie de fotos tomadas por agentes del FBI, desde la infancia de Bobby hasta la partida de 1972 en Islandia. Después, la película se olvida de ese eje y lo abandona, como quien tira un pañuelo descartable usado. Lo que no abandona es una línea muy interesante: la del modo en que el solitario “combate” que Fischer libró durante toda su carrera contra el sistema ajedrecístico soviético resonó en el marco de la Guerra Fría. De uno y otro lado. En un momento dado, a Bobby (Tobey Maguire, que no sólo no se parece a BF sino que tampoco logra evocarlo, en carne o espíritu) se le arrima un abogado (Michael Stuhlbarg, protagonista de Un hombre serio, de los hermanos Coen), que extrañamente se ofrece a asesorarlo ad honorem. Y que confiesa ser tan “patriota” como él, y tener contactos en Washington (eventualmente lo pondrá en línea con Henry Kissinger, interesadísimo en ganarles a los rusos). Del otro lado, Boris Spassky (Liev Schreiber, completando gran doblete luego de En primera plana) anda siempre seguido por dos komissars.Más vale dejar de lado esa primera hora, cuando Fischer dice “¿vamos a California?” y le siguen planos de surfers y chicas en bikini, y dar paso a la segunda, cuando guionista y realizador aciertan en concentrar la acción del que está considerado el momento más alto en la historia del ajedrez, en un tiempo que sin ser real se siente como tal. El tiempo se condensa, el espacio también (el del escenario del teatro islandés), la acción se reduce (los dos contendientes, el tablero, detrás de bambalinas los asesores), los planos se acortan (un leve sonido hipersensibiliza a Fischer, la cámara se concentra en sus ojos, sus oídos, su alarma), la tensión crece (Fischer obliga a apagar una cámara porque le molesta el siseo, Spassky siente que su sillón vibra), la imprevisibilidad alfora (Fischer no se presenta a la segunda partida y se pone al borde del KO). Sí, OK, su primera victoria es celebrada desde la banda de sonido con “Listen to the Music”, de los Doobie Brothers. Fina, la película no es. Pero durante una hora es efectiva, y eso ya es bastante.
La jugada maestra se desarrolla en plena guerra fría, cuando el ajedrecista prodigio de Estados Unidos, Bobby Fischer es utilizado para enfrentar al gran maestro de la disciplina en la Unión Soviética, Boris Spassky. Tobey Maguireretrata la genialidad y locura de un personaje único en esta cinta que cuenta con una gran reconstrucción de época y el clima épico de un match para el infarto. Cercana a la dramatización y estética de un telefilme, funciona como mirada incisiva al universo interior de Fischer. Para darle credibilidad a la puesta, el director Edward Zwick se vale de material de archivo real, que en el montaje total del metraje logra trasladarnos hasta la convulsionada época de tensiones entre Estados Unidos y los soviéticos, y logra poner al espectador frente al tablero de ajedrez para sentir a través de los ojos de Maguire la tensión y la obsesión por conseguir el movimiento perfecto. Un filme que sin ser un jaque mate, resulta efectivo.
Crítica emitida por radio.
La partida del siglo Estados Unidos, Rusia ,capitalismo ,comunismo ,una guerra , ningún arma, muchas amenazas, una competencia deportiva interminable, un peón, una reina, un rey, un yankee, un rojo, Bobby, Boris, un juego y la locura. Una guerra de percepciones. Edward Zwick, el director de El último Samurái (The Last Samurai, 2003) y Diamante de sangre (Blood Diamond, 2006) dirige esta película que relata la historia de Bobby Fischer, el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos, el cual vivió su vida sintiéndose paranoico y perseguido por la URSS, por su fuerte actividad deportiva durante la Guerra Fría. El film cumple con creces lo que propone y logra una gran atención de parte del público. Con pequeños toques de comedia, un soundtrack muy sesentoso y una gran actuación de todo su elenco logra contar una historia que refleja el clima sociopolítico y deportivo del mundo que vivió Fischer durante esos años. Tobey Maguire Se ve que cuando Tobey no hace de Spider-Man, le sale el buen actor de adentro y nos da una performance de alta calidad. Interpreta un Bobby Fischer paranoico y sumamente engreído, el cual se le podría haber ido de las manos y terminar siendo exagerado, pero no, maneja bien el personaje y sorprende gratamente. Liev Schreiber Este gran actor de origen alemán da vida a Boris Spassky, el gran contrincante contemporáneo de Fischer. De su actuación se puede elogiar la gran fluidez del idioma ruso de parte de Schreiber y esa paranoia que de apoco empezaba a parecer en Spassky.
El nuevo trabajo del director Edward Zwick (El último samurái) presenta una biografía del jugador de ajedrez norteamericano Bobby Fischer, quien protagonizó la denominada partida del siglo en julio de 1972 frente al campeón de la Unión Soviética, Boris Spassky. La película toma como eje este duelo, que en su momento tuvo connotaciones políticas en plena Guerra Fría, para construir la historia del polémico ajedrecista norteamericano. El film narra sus orígenes y primeros acercamientos a esta disciplina, la obsesión de Fisher por convertirse en el mejor jugador del mundo y su desequilibrio mental que eventualmente representaría su caída. Zwick hizo un muy buen trabajo a la hora de trabajar la paranoia del protagonista y sus problemas emocionales pero no llega a profundizar en la importancia que tuvo en su momento el duelo del norteamericano con el campeón ruso. Es como si la narración del director nunca se terminara de definir por tratar los conflictos personales de Fischer o su figura como genio del ajedrez. Tobey Maguire brinda una gran interpretación dramática en un rol complejo que nunca llega a despertar ninguna simpatía por la manera en que se abordó la historia. Esta es tal vez una debilidad que tiene la película, donde se tratan temáticas interesantes, pero el relato en general nunca llega a ser apasionante. Lo mejor de esta producción pasa por el modo en que el director abordó las partidas de ajedrez con el suspenso necesario para hacerlas atractivas en una pantalla de cine. Muy especialmente para el público que no tiene nociones de estrategias o técnicas de juego. La jugada maestra si bien llega a ser una biografía correcta de Bobby Fischer nunca logra generar un gran entusiasmo por la historia de vida que se cuenta. Motivo por el cual será más valorada por aquellos espectadores tengan un mayor aprecio por el ajedrez.
Biopic testimonial Como aficionado al ajedrez, debo decir que esperaba el estreno de La Jugada Maestra (Pawn Sacrifice, 2014) con muchas expectativas. No es común encontrar películas sobre este apasionante deporte y mucho menos con un director de la talla de Edward Zwick (El Último Samurai, Diamante de Sangre, entre otras) detrás de las cámaras. En este sentido, no hay dudas de que el personaje que más elementos reunía para ser llevado a la gran pantalla (sobre todo para la etnocentrista mirada hollywoodense), era Bobby Fischer: por su incasillable talento, por su obsesiva –y patológica- personalidad, por el boom publicitario que generó y, fundamentalmente, porque fue utilizado como un recurso más de cooptación en la guerra psicológica que enfrentó a EE.UU con la Unión Soviética en la segunda mitad del siglo XX. La película retrata entonces la vida de este excéntrico ajedrecista, desde su meteórico ascenso durante su juventud hasta el mítico torneo de 1972, donde se consagró campeón mundial con tan sólo 29 años. En ese derrotero, la rivalidad con el soviético Boris Spassky (Liev Schreiber) ocupa un lugar central, como así también sus trastornos psicológicos signados por una obsesividad flagrante y una marcada paranoia anticomunista y antijudía. En ese sentido, el guionista Steven Knight decidió trabajar la figura de Fischer a partir de la dicotomía genialidad/locura, es decir, la idea de un prodigio único que sólo es tal en función de los demonios que lo acechan. Este enfoque causal resulta muy trillado si tenemos en cuenta la recurrencia de este concepto en muchas biopics anteriores (“Una mente brillante”, por ejemplo). Además, el énfasis puesto en la soberbia y excentricidades de Fischer -sumadas a la hiperbolizada y artificial actuación de Tobey Mcguire- hace que, como espectadores, nos sea muy difícil empatizar con él. Por otra parte -y en lo que respecta al desarrollo de la historia- el film padece las consecuencias de un guión superficial, demasiado preocupado en el avance cronológico de los acontecimientos y muy poco ocupado en la descripción dramática de lo que va ocurriendo. Así sucede, por ejemplo, con la relación de Fischer y su madre que, siendo una veta interesante para conocer más al personaje, termina pasando rápidamente por el relato sin demasiado desarrollo. En otras palabras, si la regla “Show, don’t tell” (Muestra, no cuentes) es una de las condiciones fundamentales para la narración de historias (escritas o audiovisuales), La Jugada Maestra hace exactamente lo contrario: explica mucho y muestra poco. En conclusión, más allá de algunos aciertos (el principal: la inserción de la historia en el contexto de la guerra fría), la película termina siendo una biopic testimonial, literal y muy superficial. Una lástima, porque daba para mucho más.
La Jugada Maestra nos muestra los momentos previos y el ya mítico juego de ajedrez entre los respectivos campeones de sus países; Bobby Fisher por Estados Unidos, y Boris Spassky por la Unión Soviética; en pleno apogeo de la Guerra Fría.Biopic sobre un partido de ajedrez, que en algunos países de Latinoamérica es estrenado un par de años después de su lanzamiento en Estados Unidos. No, no salgan corriendo lectores, primero lean la review y después si salgan corriendo despavoridos.Si son de los que no saben ni cómo mover una ficha de ajedrez, y piensan que dos hombres sentados moviendo piezas sin hablar por horas es algo aburrido; imaginen esto llevado a una película donde el clímax es eso, la serie de juegos de ajedrez entre ambos campeones nacionales.No estamos ante una película totalmente aburrida; pero luego de verla queda claro que con lo que se quería contar, daba mucho más para hacer un buen documental que indagara en la vida de Bobby Fisher y sus allegados, y no queriéndonos contar que detrás de esa genial mente para el juego de estrategia, había una persona paranoica y con grandes problemas de relación con otras personas.Que quede claro algo, hay films que tocan temas que quizás a uno no le interesen demasiado y que terminan siendo peliculones; como es el caso de Rush y el automovilismo que a mucho nos aburre. Otros casos son como el que vemos en La Jugada Maestra (Pawn Sacrifice en su idioma original), donde por más que se quiera hacer entretenido el asunto, no hay forma de que enganchen al público promedio.A esto hay que sumarle que a nivel actoral no vamos a ver grandes trabajos. Tanto Liev Schreibery Peter Sargsgaard dan papeles correctos como suelen tenernos acostumbrados, pero es que Tobey Maguire exaspera con su eterna cara de sufrido; es peor cuando en La Jugada Maestra intenta parecer pensativo y solo entreabre la boca como único recurso.La Jugada Maestra es una película que comete el grave error que ningún film debe cometer, y es el de dejar indiferente al espectador. Se puede terminar haciendo una buena o mala película, pero si en el producto final no se genera nada para quien la vio, estamos hablando de una propuesta fallida cuanto menos.Quizás a los amantes del ajedrez les sume un plus volver a ver una historia que es clave en el mundo de dicho deporte, pero para el público en general, desde este humilde lugar le decimos que contemplen otras opciones a la hora de entrar a la sala de cine.
Esta es la historia de Bobby Fischer interpretado por un gran Tobey Maguire (“Spider-Man”). Bobby fue criado bajo la sombra de la guerra fría, por una madre comunista que era espiada por el gobierno. Él encontró refugio en el ajedrez y se transformó en una obsesión que lo llevó a ser el mejor del país cuando era sólo un niño. La película cuenta cómo este joven alejó a todas las personas que lo rodeaban para dedicarse de lleno a lo que realmente amaba. De a poco este juego y la vida a la cual la acostumbró su madre lo transformó en una persona extremadamente paranoíca y solitaria.
La Guerra Fría en otro tablero
La película aborda los conflictos personales de Bobby Fischer y el contexto histórico, pero de manera superficial. Así, se queda a mitad de camino entre lo que podría haber sido un gran thriller político o una gran biopic. Escuchá la crítica completa.
UN MATCH HISTORICO El ajedrez, lástima, no tiene suerte en el cine. Siempre lo filman mal. También aquí hay más de un momento que no tiene nada que ver con el juego (Spassky en plena partida gozándolo a Bobby y hablándole). Pero lo demás se sostiene porque muestra, exagerados, los aspectos escandalosos del colosal mach mundial entre Spassky y Fischer, en Islandia. Y hasta alcanza a dibujar la personalidad de Bobby Fischer, ese genio absoluto del ajedrez que doblegó al reinado ruso. Su heroico triunfo en plena guerra fría se sumó a una lucha política que se jugaba en diversos campos de batalla. Excéntrico, inestable, caprichoso, paranoico, su derrotero marca los ritmos de un camino que empezó en una infancia desgraciada, alcanzó la gloria al coronarse campeón mundial indiscutido y acabó en la locura. Es cierto, hay descuidos, a Bobby se lo muestra más como un loquito que como el genio que fue. Y uno quisiera saber más sobre los entretelones de un título que tuvo al mundo en vilo. Entre peones y reyes, Watergate, Kissinger y los desconsolados rusos le ponen temperatura y contexto a una lucha que a los dos los acabó destruyendo: Bobby nunca volvió de la gloria, y Spassky cayó en desgracia al ser vencido por un norteamericano en plena Guerra Fría.
El ajedrez, lamentablemente, ya no despierta las pasiones de antes. No se repiten batallas épicas en el tablero, como la de Gary Kasparov contra la máquina Deep Blue -de la que se cumplieron 20 años en los últimos días-, las del mencionado Gran Maestro y Karpov o las de Bobby Fischer contra toda Rusia. La de este último es una historia apasionante y, como tal, se refleja en Pawn Sacrifice. Una biopic clásica, enfocada principalmente en sus años de ascenso y gloria hasta 1972, tiene el curioso mérito de consagrar y defenestrar a su protagonista por partes iguales, concentrándose en forma primaria en los muchos demonios internos que lo acechaban.
Es raro el recorrido de La jugada maestra. Lo primero que uno sospecha al verla es que este es otro caso de biopic diseñado para pescar algún Oscar. La intersección de “basado en hechos reales” con personaje conflictuado y cierta relevancia político-social es la Santa Trinidad de la búsqueda de una estatuilla sin riesgo ni esfuerzo alguno. Como mínimo, el actor principal pega nominación y luego eligen al más exacerbado como ganador. En los ejemplos recientes podemos contar a Regreso con gloria (Trumbo), Foxcatcher, El código Enigma y La teoría del todo, por nombrar algunas. Cada tanto se cuela una película en serio como Steve Jobs, que excede el chimento y la anécdota y se convierte en una obra artística real con forma y discurso propios, pero son las excepciones en el mundo del biopic americano. Sin embargo, La jugada maestra, que es del 2014, pasó por festivales sin generar ruido y estrena acá meses más tarde que en USA, en las semanas de vacío post-Oscar. La jugada maestra se encuentra a mitad de camino entre ambas opciones, sin derrapar hacia el bochorno pero tampoco elevándose demasiado por encima de la línea de flotación. La película de Zwick se centra en dos ejes: la decreciente salud mental de Fischer y la utilización política de su duelo con Spassky. Una escena inicial en la que su madre, comunista ella, le explica que los están espiando parece amenazar con la pavada psicologista del trauma infantil para explicar todo, pero por suerte no pasa de esa escena. Maguire compone el personaje sin caer en el exceso, lo que ayuda a evitar los peores vicios de este tipo de films. Fischer es retratado como un individuo en urgente necesidad de ayuda que le es negada en pos de que cumpla su función: ganarle al ruso. Sus allegados notan el problema, pero no lo remedian, a pesar de las obvias señales. En ese punto encuentra parentezco, por la ruta de la ficción, con otra película de este año: Amy, el documental sobre Amy Winehouse. Ambos ponen el foco en una figura cuyo final estaba anunciado y cómo, no por ignorancia sino por conveniencia, nadie hizo nada. Esta idea es central en el film y su mayor fortaleza. Una de las bellezas del cine yace en la posibilidad de hacer comprensible y fascinante a pura narración un universo completamente ajeno al del espectador. Uno puede no conocer ni una regla del béisbol, pero ver una película en ese mundo y entender todo lo que sucede, y puede detestar la violencia del boxeo pero emocionarse hasta las lágrimas viendo Rocky. Seguramente lo mismo pueda hacerse con el ajedrez, pero no es La jugada maestra la que va a demostrarlo. La relevancia del juego es clara, pero no siempre sus detalles. Los movimientos a veces son explicados y a veces no, y el director no logra convertirlos de elemento de la trama a lenguaje cinematográfico. Zwick, que no es ningún gran autor pero supo alcanzar la excelencia al menos una vez gracias al toque mágico de nuestro querido Tom Cruise, demuestra su profesionalismo al narrar la historia de Fischer, pero no mucho más. La existencia de la película termina siendo irónica: al contrario que su protagonista, pasa sin pena ni gloria.
Rompiéndose el mate “La jugada maestra” retrata la vida del extraño y paranoico Bobby, desde su niñez hasta la consagración como campeón del mundo en el ajedrez. Ilógicamente, el papel del protagonista (Tobey Maguire) se centra en sus problemas mentales, y no especifica nada sobre su genio "Hay más jugadas posibles en un juego de ajedrez que estrellas en la galaxia. Así que sólo eso puede llevarte a un abismo”, dice el sacerdote Bill Lombardy (Peter Sarsgaard) intentando justificar a su compañero y colega en el ajedrez Bobby Fisher (Tobey Maguire). Con esa premisa arranca “La jugada maestra”, filme que retrata la vida del extraño y paranoico Bobby, desde su niñez hasta la consagración como campeón del mundo en ese deporte. Desde pequeño, Fisher mostró avidez y disciplina para el juego de estrategia por excelencia, aunque el retrato que se nos va planteando es el de un joven más tosco que inteligente. El ajedrecista crecerá en plena guerra fría y sus mayores enemigos serán los integrantes del equipo de la Unión Soviética -que dominan por completo las primeras posiciones mundiales- y su cabeza, que comienza a hundirlo en la paranoia a medida que su juego evoluciona. En la superficie Una historia clásica en el acervo hollywoodense, que se enfoca en las mentes brillantes pero que evita, por ser políticamente correcto, o cuestiones simplemente comerciales, socabar en temas profundos. “El código enigma” y “La teoría del todo” fueron los exponentes más cercanos en el tiempo, y “Una mente brillante”, protagonizada por Russell Crowe, el más significativo en la narración de biografías en clave americana. En 2002, el filme que ganó el Oscar a mejor película obvió tocar el tema de la bisexualidad de John Nash, su protagonista. En esta ocasión, ilógicamente, el papel de Maguire se centra en sus problemas mentales, y no especifica nada sobre su genio, más que el aplauso de su oponente al verse en problemas en su partida contra él. Su forma de jugar, considerada agresiva y novedosa a la vez, no es un punto importante para el director Edward Zwick (“El último samurai”, “Diamante de sangre”) y allí falla. Sólo vemos un loco sobreactuando con un entorno indiferente a su problema y que lo deja ser, haciendo que sus problemas empeoren.
Una mente en jaque La vida de Bobby Fischer llevada al cine descuida al que posiblemente sea su público más fiel. Y diluye la profundidad de la historia, en medio de la guerra fría. Hay dos tipos de público para esta película sobre Bobby Fischer. Por un lado, los amantes del ajedrez que conocen la biografía y la forma de jugar del gran ajedrecista norteamericano. Por otro lado, el resto de las personas. Se supone que los segundos suman más que los primeros y es lógico que La jugada maestra apunte a ellos como sus eventuales espectadores. Sin embargo, esa decisión racional se garantiza la decepción de lo que podría haber sido el público más fiel, ese que ha estudiado las partidas de Fischer y no ha dejado de asombrarse por la precisión y la agudeza de sus jugadas. De modo que no es el Fisher del tablero el que muestra esta película, sino el Fischer de los manuales de psiquiatría. Hay un acuerdo más o menos generalizado en que el gran campeón norteamericano sufría síndrome de Asperger y que esa condición derivó en una paranoia, ya evidente incluso en el momento en que enfrentó a Boris Spassky por el título mundial en Islandia, en 1972, cuando tenía 29 años. En la trama de La jugada maestra, el mapa de esa mente brillante y perturbada es superpuesto al mapa político de la Guerra Fría, en uno de los períodos de máxima intensidad, a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, cuando el equilibrio de fuerzas planetario parecía estar a punto de sucumbir en un apocalipsis nuclear. En ese sentido, la película no agrega nada a lo ya se sabía acerca de las presiones que ejerció el gobierno de los Estados Unidos para transformar a Fischer en una pieza importante de su aparato de propagada anticomunista. El mismo secretario de Estado de la época –nada menos que Henry Kissinger– lo llamó personalmente para comunicarle el significado patriótico de la partida. Lo más interesante de esta biopic –además de las actuaciones de Tobey Maguire como Fischer y Liev Schreiber como Spassky– es la distancia clínica y la profunda comprensión histórica del director y los guionistas para exponer las características de ese tiempo conflictivo sin caer en tentaciones moralistas ni ideológicas. Si se suman la excelente reconstrucción de época y la destreza para infundirle tensión a una serie de episodios más patéticos que dramáticos, el resultado es una buena película sólo no recomendable para los amantes obsesivos del ajedrez.
La Jugada Maestra (Pawn Sacrifice) es la nueva película de Edward Zwick (Diamante de sangre, El último samurai) en la que recrea la corta pero agitada carrera de Bobby Fischer camino al título de Campeón Mundial de Ajedrez. Esos Rojos Maestros La guerra Fría enfrentó a las dos superpotencias de entonces en cada ámbito donde pudieran encontrar forma de competir y lógicamente el deporte fue un campo de batalla muy concurrido. Durante cuarenta años los ajedrecistas entrenados en la escuela soviética dominaron la escena con muy poca resistencia del resto del mundo, hasta que un adolescente autodidacta de Brooklyn comenzó a llamar la atención fuera de su país al lograr convertirse en la persona mas joven hasta entonces en conseguir el título de Gran Maestro. Después de diez años arrasando en cada torneo en el que se presentara llegó a enfrentarse por el título con el entonces campeón del mundo Boris Spassky en Islandia, donde comienza la película con el anuncio de que Fischer no se presentó a jugar el segundo partido de los veinticuatro pactados. Un momento después de verlo encerrado en su habitación y con evidentes signos de estar sufriendo alguna clase de desequilibrio mental importante, La Jugada Maestra nos lleva de regreso a su etapa de formación durante la adolescencia y el ascenso a las mas altas posiciones dentro del mundo del ajedrez, mostrando al mismo tiempo su progresivo deterioro mental. Rocky en un tablero No hubo otro momento, anterior o posterior, en que el ajedrez gozara de la popularidad que tuvo durante la carrera de Bobby Fischer, aunque quizás lo que realmente le atraía a parte de gente no era tanto su actividad como sus poco diplomáticas declaraciones y las excentricidades que expresaba cada vez que tenía la oportunidad. Que un joven de supuestos orígenes humildes llegara con escaso apoyo a enfrentarse a la estructura estatal soviética fue sin dudas una imagen explotada para valorizar los ideales capitalistas de forma similar a como lo hicieron los soviéticos y la película no se queda atrás en ese aspecto, comparando varias veces sin sutileza la diferencia de poderío en cada equipo, asegurándose de demostrar que todo lo que tiene Fischer lo consiguió con su propio esfuerzo. Las partidas son intrascendentes hasta para los seguidores del deporte, que lo máximo que recibirán es la mención de algunas aperturas y estrategias sin mayor análisis o explicación porque La Jugada Maestra se encarga de repetirnos que Bobby es un genio pero nunca nos da ningún argumento para sostener esa afirmación. Tampoco profundiza en los problemas que tiene para relacionarse con la gente, controlar sus altos niveles de ansiedad ni cómo fue desarrollando el profundo sentimiento antisemita y anti estadounidense que más adelante le causarían varios problemas con la prensa y la opinión pública. Por esta variedad de enfoques inconclusos es que no queda claro cuál es la intención de la película, porque no parece ser la exaltación nostálgica de un héroe olvidado ni una reconstrucción histórica con intenciones de ser precisa sino casi lo opuesto a ambas posibilidades. Si la esquizofrenia de John Nash funcionaba para construir el personaje y hablar de sus esfuerzos, la paranoia de Fischer sólo parece servir para minar la credibilidad de sus polémicas opiniones, inapropiadas para el icono del american way que se pretendía que fuera en el enfrentamiento con el comunismo. Conclusión La Jugada Maestra es endeble. La historia principal no tiene mucho para contar, principalmente porque no hay forma atractiva de mostrar en la pantalla un deporte donde todo el talento de los participantes está atrapado dentro de sus cerebros, invisible a las cámaras. Intenta complementarlo con la historia personal del ajedrecista y el contexto político, pero en ambos casos lo hace de forma tan tibia y simplificada que las líneas secundarias se deshacen en el aire antes de solidificarse en algo interesante, al punto que la mayoría de los personajes secundarios podrían nunca abrir la boca sin que se note su ausencia.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
La historia de Bobby Fisher, el genial ajedrecista, que inmerso en la guerra fría, aumenta su manía persecutoria y una locura de la que nadie se ocupa. En ese entonces los enfrentamientos con los maestros rusos y el joven “maravilla” se vivían como causas nacionales. Un film construido con suspenso que explica algunos misterios y permite el lucimiento de Tobey Maguire (que también la produjo) y Liev Sfchreiber.
Por pocas cosas se recuerda a Tobey Maguire luego de la trilogía Spider Man. Quizá su protagónico en Hermanos (2009), remake del film de Susanne Bier, o su rol en la remake de El gran Gatsby (2013). Encarnar al legendario Bobby Fischer, en un film que además coproduce, parecía un buen plan para escapar, si no de la falta de originalidad, al menos de la telaraña en que quedó su recuerdo. Maguire tiene cuarenta años, pero conserva un perfil de baby face que lo ajusta al protagónico. En principio, la idea es buena. Tras ver el film, cuesta creer que, al menos por el momento, Maguire haya dejado atrás su disfraz de Hombre Araña. Bajo la dirección de Edward Zwick (El último samurái), esta biopic hace una narración cronológica en la vida de Bobby Fischer, desde su infancia en Brooklyn, sus tempranas demostraciones de genio y el padrinazgo de Carmine Nigro (Conrad Pla), preludio que desemboca en su coronación de campeón norteamericano de ajedrez. Superada la adolescencia, Maguire lo representa en sus años veinte, con la vista puesta en la ex Unión Soviética y su obsesión por quitarle el título mundial al ruso Boris Spassky (Liev Schreiber). La paranoia al borde de la psicosis que embarga a Fischer recuerda en algo a El aviador, el film de Scorsese acerca de Howard Hughes, pero la locura que interpreta el actor es controlada, más un fin en sí mismo que la posibilidad de una exploración. La versión de Zwick, con guión de Steven Knight (Promesas del Este), hace un dramático (y no fallido) foco en la rivalidad Fischer-Spassky, y todo lo que acabó en el “Match del siglo” de 1972; afuera quedan la sanción de los Estados Unidos y las obsesiones antisemita y antinorteamericana del ajedrecista, con su retiro en Islandia. Demasiado complejo para un biopic, Fischer es retratado por la ficción apenas en la superficie.