Aprender a valorarse La ópera prima de Anne-Gaëlle Daval es una muestra sobre la crisis de la mediana edad en un contexto de situaciones personales adversas. La comedia dramática es un género difícil para lograr un buen balance entre estos dos estilos que, a primera vista, parecen opuestos. Pero en realidad es uno de los lugares del lenguaje cinematográfico donde más verdades de la vida real se pueden encontrar. La más bella (De Plus Belle, 2017), el debut de Anne-Gaëlle Daval como directora, habita este espacio de tristezas y felicidades en momentos difíciles de la vida. Lucie (Florence Foresti) es una madre soltera de mediana edad luchando contra el cáncer y, a su vez, contra las consecuencias que esto involucra. Desde los primeros planos en una discoteca, la película hace un buen trabajo en mostrar la vida y la personalidad de esta mujer. También como sobrevivir a un cáncer afecta sus diferentes aspectos, desde su relación con la madre y su hermana hasta su costado amoroso. Acá es donde aparece Clovis (Mathieu Kassovitz) que al principio de la película se convertirá, sin esperarlo, en uno de los detonantes para hacer un cambio en el modo de encarar su enfermedad y su femineidad, incluyendo un grupo de autoayuda con otras mujeres que será primordial para el personaje. Florence Foresti actúa excepcionalmente en mostrarse débil pero a la vez fuerte, fría pero también sensual. Ayuda mucho que esté rodeada por un interesante grupo de personajes secundarios que, a decir verdad, hubiese estado mejor poder conocerlos un poco más. En especial el interés romántico de Mathieu Kassovitz que no está del todo desarrollado y sus apariciones hacen que la película caiga en algunos lugares comunes que, por suerte, muchas veces la directora evita con esmero. Con algunos momentos realmente graciosos y otros que tocan el corazón, lo mejor de la película es que trata el tema con respeto (aunque sin profundizarlo demasiado) y no es tanto sobre el problema de salud en sí sino cómo afecta la autoestima, cómo hacer para superar los obstáculos de aceptarse a sí mismo y, a fin de cuentas, dejar que los demás también nos acepten.
Contradicciones conceptuales La más bella (De plus belle, 2017), el primer largometraje de Anne-Gaëlle Daval, pretende ser una comedia romántica que retrata el mundo femenino y su relación con una enfermedad muy transitada por el género. Lucie (interpretada por Florence Foresti) se recupera luego de haber padecido cáncer de mama. Intenta animarse y seguir adelante pero el hecho de no hallarse cómoda con su nuevo cuerpo se lo impide. En este momento conoce a Clovis (Mathieu Kassovitz), un seductor arrogante que se siente muy atraído por ella. Durante toda la película se impone de manera constante un concepto bastante antiguo del “qué es una mujer”. Pero al mismo tiempo busca convencer de que el tema está abordado desde un lugar rebelde y empoderado, por lo que grandes contradicciones a nivel premisa quedan en evidencia todo el tiempo. En la parte romántica presenta una mujer tímida y sola atravesando grandes conflictos con ella misma, y a un galán que literalmente tiene un manual para seducir mujeres y fingir interés en ellas con un único objetivo sexual, pero que con la protagonista “es diferente”. Por un lado hay una intención noble a la hora de hablar de la diversidad física, el amor propio y la belleza que trasciende estereotipos. Pero al mismo tiempo se agarra con fuerza de conceptos como la tan cuestionada “feminidad”, y con esto llena la película de mensajes superficiales y generalidades femeninas que atrasan bastante. Sobre la comedia, los momentos de humor efectivos escasean y abundan los chistes machistas. Lo más interesante resultan ser los vínculos entre la protagonista y su familia, con momentos hacia el final que logran tocar algunas fibras sensibles. Particularmente el vínculo mejor construido es el que tiene con su hermano (Jonathan Cohen) que además es el médico que la atiende durante su tratamiento. Un buen retrato de la confianza física y la incondicionalidad fraternal, pero no mucho más.
Nunca es tarde para animarse Florence Foresti, Mathieu Kassovitz, Nicole García y Olivia Bonamy protagonizan esta comedia dramática cuya autoría corresponde enteramente a Anne-Gaëlle Daval, quien por primera vez se aleja de su área de especialización como es el diseño de vestuario no sólo para escribir sino para dirigir esta promisoria ópera prima. Lucie (Foresti) es una simpática señora de mediana edad que divide su tiempo entre la crianza de una hija adolescente algo conflictiva y la ayuda laboral que le proporciona a su madre en la particular profesión del mantenimiento -si es que puede llamarse estético- de un cementerio. Pero ni los vaivenes en la relación con su hija, las constantes críticas de su madre o incluso la aparentemente superada etapa que la viera padecer un cáncer bastante cruento motivan la verdadera preocupación de Lucie. No hay muchos nombres o adjetivos para referirse a lo que le pasa. Es algo así como una constante opresión en el pecho, una angustia permanente causada por esa horrible sensación de nunca haberse dedicado a uno mismo, de estar siempre pendiente de los demás o de satisfacer las expectativas que otros tenían para su propia vida, la de Lucie, quien paradójicamente nunca la sintió como propia. Encontrar una profesión que le apasione, le dicen algunos; encontrarse un buen marido, le dicen otros (su madre); o simplemente pensar primero en sí misma, en lo que ella quiere, le dicen los de más allá (su hija). Pero por más sugerencias que le den, Lucie sigue a la deriva. La película se plantea como una comedia bastante sutil que inicialmente puede dar la sensación de que encontrará sus momentos más dramáticos a partir de la grave enfermedad que padece la protagonista a pesar de encontrarse ya en estado de remisión. Pero la cosa no viene por ahí. Con ese tono de sutileza cómica, esta historia construye lentamente a un personaje algo inseguro, sufrido y altamente propenso a ganarse la empatía del espectador para utilizar el tema de la enfermedad como un motor de cambio para problemas mucho más profundos cuyo origen se remonta a un período muy anterior a ese en el que las células cancerosas empezaron a desarrollarse en el cuerpo de Lucie. Y esto se traduce en una maravillosa escena en la que la charla que la protagonista mantiene con una vendedora de pelucas se pasa un poco de los límites de la normalidad que uno podría esperar entre alguien que quiere concretar una venta sin salirse del marco de la sensibilidad mínima que hay que conseguir con un cliente que busca cubrir las huellas de una enfermedad que casi la mata. Porque Lucie no encuentra la respuesta a sus dudas existenciales hablando con su madre o tratando de limar asperezas con su hija. Ni siquiera por medio de la relación que empieza a construir con el carismático y sensual Clovis (Kassovitz). La solución viene de la mano de un peculiar grupo de baile/terapia de grupo conformado por varias mujeres que sufren tanto como Lucie y cuya profesora es nada menos que la vendedora de pelucas. La más bella es una historia de superación, amor a la vida, esperanza y segundas oportunidades que consigue plasmar en forma de comedia no tan ligera la idea de que la satisfacción que podemos llegar a tener con nuestra parte exterior o física en todos los niveles y nuestra capacidad para asignarle la cuota justa de importancia tiene su raíz en cuestiones internas mucho más difíciles de ver o asimilar pero tanto más valederas y potentes como agentes de la felicidad.
Una mujer tímida, de conflictiva relación con su madre, de tirante relación con su hermana, de entrañable conexión con su hermano cirujano, debe sobrellevar, no solo su soledad sino también una operación de mamas, un cáncer que resurge. Pero lo que pinta como un drama lacrimógeno, por obra y gracia e ingenio de la directora y guionista, Anne- Gaelle Daval, con la colaboración de grandes actores (Florence Foresti a la cabeza), se transforma en una comedia de humor negro, por momentos tierna y en ocasiones feroz. Habla del reconocimiento del propio cuerpo, de la necesidad de atreverse a la vida, al placer, al rol de madre responsable, y por sobre todo a la propia valoración, al lujo del deleite. La protagonista encontrará aliados impensables en su realidad oscura: Una profesora de danzas muy particular que la invita a ser vedette, un seductor empedernido que se intriga de tal manera con ella que hará hasta los imposible por conquistarla, y un entorno familiar (la parte mas floja en su resolución) que finalmente la acompañará.
La enfermedad y la mortalidad, a riesgo de mencionar lo obvio, están íntimamente ligados y son un detonante poderoso a la hora de hacer a un lado la mirada de los otros y concentrarnos más en la nuestra. No obstante, son verdaderamente escasos aquellos ejemplos donde la mortalidad se da por sentado y el temor está fijado en otra cosa, resultando ser un punto de partida más que rico para otra discusión, para desarrollar un conflicto al que cotidianamente priorizamos pero que el cine no ha encontrado la manera de abarcar dignamente sin que sea percibido como vanidad. Este es el desafío del que sale airoso La Más Bella. Le Full Monty Lucie se ha recuperado de un cáncer de seno pero las secuelas de la quimioterapia la han dejado con una tremenda inseguridad sobre su cuerpo, y desde luego en su psiquis. Todo esto empezará a cambiar cuando conozca a un hombre y, junto a las enseñanzas de una profesora de striptease, trate de conseguir perderle el miedo a la vida. La mayoría de las películas que tienen por conflicto dramático principal al cáncer se inclinan por tomar como tema el confrontar a la muerte. Es en este detalle donde La Más Bella se separa del montón, ya que el tema que abarca la película es el de la desnudez, tanto física como emocional. La de mostrarse al mundo tal y como uno es, ser aceptado (incluso amado) por ello. Las escenas no reducen el conflicto meramente a la necesidad de la protagonista de ocultar al mundo los estragos estéticos que la quimioterapia hizo en su cuerpo, sino que muestra paulatinamente el progreso hacia dicha auto-aceptación; no solo en cuestiones románticas, sino también en cuestiones familiares (y dentro de estas, generacionales) así como emocionales, recurriendo con iguales niveles de sutileza -cuando la situación lo requiere- tanto a la comedia como al drama. Este es uno de esos pocos títulos que puede oscilar entre ambos géneros de una forma nada abrupta y sin caer en la trampa del golpe bajo de uno o la exageración del otro. Un equilibrio que es menester para tratar dignamente una historia sobre los estragos que puede generar una enfermedad como la abarcada aquí. En materia actoral la película descansa en los hombros de su protagonista, Florence Foresti, dueña de una gran riqueza expresiva en su rostro y movimientos. Su gracia es un elemento fundamental para que el tema de la película llegue a buen puerto. La acompaña muy apropiadamente Mathieu Kassovitz, que sabe cuándo dar la cuota extra de sensibilidad y sinceridad para un personaje que, desde donde se lo mire, es un galán de turno. Conclusión La Más Bella triunfa por igual, y con gran sutileza, tanto en la comedia como en el drama. La inteligencia y sensibilidad arraigadas en su guion y en sus actuaciones son lo que hacen de este título una propuesta recomendable.
Dice un dicho que la suerte de la fea la linda la desea, y esta película propone un juego entre el refrán y la realidad que termina por narrar, de manera entrañable, los vaivenes de la protagonista y su pretendiente. Realista, verosímil, entretenida, simpática, en la segunda parte del relato, que suma el espíritu de “Full Monty”, no hay secretos ya por revelar, solo la esencia humana desnudándose frente a los demás.
Lucie es una mujer de 40 años con una hija de 15 y un cáncer de mama recién curado, pero con secuelas todavía visibles. A raíz de un encuentro casual en un bar conoce a Clovis, un hombre entrador y simpático que no oculta su deseo de seducirla. Charla va, charla viene, poco a sus intentos empezarán a dar indicios de resultados positivos. Inscripta en un contexto íntegramente femenino, la historia de La más bella parece hablar, en un principio, de un tema instalado en la agenda argentina –y de gran parte del mundo- como el rol de la mujer en el entramado social. La hermana, la madre, la hija, una particular profesora de danza… son ellas quienes llevan la voz del relato y las encargadas de empoderar el derecho a decidir cómo quieren llevar sus vidas adelante. Sobre la segunda mitad, ya con Clovis corrido del centro de la escena, el film de Anne-Gaëlle Daval profundizará la línea argumental de la enfermedad y sus consecuencias. Hay algo por momentos mecanizado en el avance de los hechos y los diálogos, aunque también un punto de partida genuino y un evidente interés de Daval por evitar que su ópera prima caiga en el terreno del mensaje obvio y subrayado. El resultado es, pues, un film correcto, ligero, previsible y módicamente disfrutable.
Lucie salió de un cáncer de mama, y libra ahora un combate con la desnudez, tanto física como emocional. La más bella no es un filme con una protagonista que enfrenta a la muerte, como suelen ser mayoría las películas que abordan esa terrible enfermedad. Lucie está rehabilitada, pero hay algo en su psiquis que no termina de hacerla sentir libre. Hacer una comedia con un personaje que sale de una enfermedad, y que puede recaer, no es ni común ni habitual en ningún tipo de cine. Anne-Gaëlle Daval se le anima y sale airosa, pese a algunos clisés que no logra evadir, aunque tal vez no haya sido su idea esquivarlos o escaparles. En su opera prima (hasta ahora se desempeñaba en el cine como diseñadora de vestuario) va marcando a Lucie con lujo de detalles, aunque no así a los personajes que la circundan -sus hermanos, su hija, su madre, la profesora de striptease (Nicole García) que le renovará las fuerzas; el seductor que encarna aquí como actor Mathieu Kassovitz (Amelie; realizador de El odio)-, que aparecen estereotipados. Pero lo que le interesa a Daval es Lucie. Por eso Florence Foresti está en casi todas las tomas y en todas las escenas. La más bella juega con la comedia y con el drama, con la sensación de vacío y de ridículo, de soledad y de amor que tiene la protagonista. Enfrentar una situación como la que vivió, la que vive y la que vivirá no es sencilla, y el tándem directora/actriz la saca a flote.
Unas chicas del calendario con acento francés No hay mucho debajo de la superficie de La más bella. Todo está a la vista y es bastante redundante: los conflictos, deseos y miedos de su heroína, Lucie; la estructura que cruza la comedia romántica con el drama de enfermedad; el arco dramático con sus puntos de inflexión calculados al milímetro. La ópera prima como realizadora de Anne-Gaëlle Daval (usualmente abocada al diseño de vestuario) la encuentra comandando un film amable y con pretensiones de masividad, una de esas historias que suelen señalarse como crowd-pleasers, cuyas idas y vueltas están orientadas a complacer a toda clase de audiencias. De plus belle es también un vehículo para su protagonista, la comediante Florence Foresti –poco conocida por estos pagos, pero muy popular en su país–, secundada por dos grandes nombres del cine francés, la actriz Nicole Garcia y el actor Mathieu Kassovitz, en ambos casos interpretando papeles unidimensionales, casi peones de la trama: respectivamente, la dueña de una particular pyme dedicada a la reconstrucción de la autoestima femenina y un locuaz y enérgico donjuán. Lucie acaba de superar un cáncer de mama que ha mermado considerablemente el aprecio a sí misma, no sólo a un nivel físico sino también psicológico, condición no ayudada por la complicada relación con su hija adolescente. Ya en la primera escena, durante una salida nocturna que se adivina excepcional, Foresti construye a una Lucie que, de tan incómoda, parece querer salirse de su propio cuerpo. La peluca que el personaje debe utilizar como consecuencia de la quimioterapia es utilizada gestualmente por la actriz para remarcar precisamente esa incomodidad, que estalla luego de que un cliente que anda de levante intenta entablar conversación. Que ese mismo hombre se transforme de a poco en el interés romántico de Lucie y viceversa es una de las tantas incongruencias de la trama, algo que no está ligado necesariamente a la incompatibilidad de caracteres y modos de vida (la historia del cine está poblada de romances entre el agua y el aceite) sino por la forma en la cual la película da por sentados los vaivenes de las emociones de los personajes sin tomarse el tiempo necesario para construirlos. Mediante un giro que le debe alguna idea al hit británico Chicas de calendario, Lucie y un grupo de mujeres que, por diversas razones, no se sienten del todo cómodas con su cuerpo, se embarcarán en un proyecto de baile de varieté, strip tease incluido. Alternando algunos momentos de intensidad genuina (lo mejor es la relación de la protagonista con su hermana y hermano y, muy particularmente, con su dura y a veces agresiva madre) con otros donde reina la ñoñez, La más bella es una película nacida y criada con las mejores intenciones. Intenciones que la película manipula como un bien de consumo que debe ofertar en todas las escenas, transformándose de esa manera en una publicidad cuyo producto a la venta no es otro que ese mensaje/cliché aprendido de memoria desde que somos pequeños: “La belleza verdadera es la interior”. ¡Qué novedad!
La ópera prima de Anne-GaëlleDaval gira en torno a Lucie, una mujer soltera, madre, que acaba de superar una batalla contra el cáncer de mama. Un cáncer que la dejó además de los traumas psicológicos propios de la enfermedad, con muchas inseguridades sobre su cuerpo, su forma de mirarse y por lo tanto de esperar que la vean los otros. Aunque su hermano, un doctor que es mucho más relajado en su manera de ser y ser percibido, le dice que tiene que aprovechar y vivir su vida. Es fácil decirlo pero no hacerlo, hasta que Clovis aparece en escena, un hombre soltero y seductor, Lucie comienza a plantearse y replantearse un montón de cosas sobre sí misma. Así es que llega a Dalila, una señora que tiene un negocio de pelucas en el frente y un estudio detrás donde enseña a otras mujeres que pasaron por situaciones similares, a quererse, a mirarse, a acariciarse. Y cuyo diploma sería un espectáculo burlesque protagonizado por todas ellas, mujeres normales en lencería sexy, bailando y desvistiéndose. Lucie, en este camino hacia volver a enamorarse de ella, lidia además con la imponente figura de su madre, que le reclama todo el tiempo que debería encontrar un hombre que cuidara de ella, y es además quien decide hasta cómo tiene que vestirse cada mujer en su mesa. Una mesa en la cual Hortense, la hija de Lucie, no se siente ni nunca se va a sentir cómoda de la manera que esperan. Toda la película está llena de cuestiones sobre las diferentes nociones de ser mujer. Las impuestas por una sociedad a lo largo de tantos años, y las que nos imponemos nosotras mismas. “Una no nace mujer, se hace”, ya lo dije Simone De Beauvoir y es Dalila quien se los va a recordar a aquellas mujeres que no se muestran porque no se ven lo bella que en realidad son. Para Lucie no va a ser sencillo. No quiere decirle a Clovis de su enfermedad pero al mismo tiempo esto los va separando. “La más bella” es una comedia romántica que en realidad no gira principalmente en torno a esta relación, sino que es una de las aristas que Lucie tendrá que trabajar para conseguir la meta principal: aceptarse así de bella como es. Un retrato sobre mujeres, enmarcado por lo difícil que es transitar una batalla como la del cáncer, pero también aquellas que luchan contra mandatos sociales. La buena esposa, la buena madre, la buena hija; conceptos construidos para controlar. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Si bien el film apunta a este estilo de comedia romántica interesante, en el que no es la necesidad de estar con un otro lo principal de la cuestión, no termina de aprovechar los elementos que tiene en sus manos. Algunos clichés, ideas subrayadas y una composición de personajes que no siempre funciona rondan a lo largo de un film que en el apartado técnico tampoco tiene mucho para destacar. De todos modos se agradece la delicadeza y el tacto con el que está tratado una temática que fácilmente puede llevar a lugares comunes. La película escrita y dirigida por Daval es entonces un amable, más cercano al drama ligero que a la comedia romántica en la cual se encuadra, retrato sobre ser mujer y la necesidad de escapar a los moldes que otros nos imponen y sentirse cómoda en la propia piel.
Lucie viene de largos tratamientos de quimioterapia e internaciones, y enfrenta otros tratamientos agresivos sobre su cuerpo. La vemos desorientada, hasta añora la vida organizada y las costumbres hospitalarias. Este relato de autoayuda cae en cuanto atajo adocenado exista en el cine obcecado en demostrar algo banal desde el minuto uno. Así, la aceptación del propio cuerpo y la reconexión con él se ilustra con frases y situaciones que no respiran nunca, porque siempre están al servicio de alguna tesis. Tanto es así, que el personaje de Matthieu Kassovitz se revela claramente como un mero adorno.
"El cabaret me mostró la desnudez, y la desnudez me mostró la feminidad. La cual se aprende por mimetismo. Las hijas imitan a sus madres. ¿Pero qué pasa cuando una madre no supo bordar su propia feminidad?". Así dice la vestuarista francesa Anne-Gaelle Daval, madre de hijas adolescentes y autora de esta comedia amable sobre una mujer que se quiere poco y nada, hasta que cae en buenas manos. Se entiende: esa mujer tiene una hermana linda, hermano exitoso, simpático, madre gruñona, exigente, hija antipática, y ella es bastante poco atractiva, y encima ha sufrido un tumor que amenaza volver con más fuerzas. Aun así, un flaco canchero insiste en conquistarla. Esto no se entiende, pero no importa. Lo bueno es que un día ella se cruza con alguien que le canta la precisa y le enseña cómo quererse a sí misma, salir de tacos altos por la vida y hasta desnudarse en público, en un espectáculo de señoras outlet como ella. "Para mí, la piel es una suerte de ropaje que 'viste' el alma", dice Anne-Gaelle Daval, que en su primera película se muestra como buena observadora, define bien personajes y conflictos, inserta dos o tres sanos consejos y sin mayores fantasías gratifica al público femenino.
Esta es una comedia romántica en la que el personaje principal es Lucie, quien se encuentra estresada, se siente sola, insegura con su cuerpo, sufre psicológicamente por su cuerpo maltratado por los distintos tratamientos por el cáncer de mamas por lo tanto tiene una gran inestabilidad emocional. Ella tiene una familia disfuncional: una hermana, un hermano y una madre que no la ayudan de la misma manera. Su hija adolescente de 15 años Hortense (Jeanne Astier) es quien la impulsa a realizar ciertos cambios en su persona, es así que conoce a Dalila (Nicole Garcia, estupenda interpretación) quien se encarga de levantar la autoestima a través de distintos ejercicios y a liberarse, a desnudarse de cuerpo y alma. Además conoce circunstancialmente a Clovis, es simpático y algo arrogante, aunque le hará vivir nuevas experiencias, a comprender ciertas cosas y analizar. Es un tema difícil el de las enfermedades pero aquí en ningún momento apela al golpe bajo y cuenta con las maravillosas actuaciones de Florence Foresti y Mathieu Kassovitz, es una película previsible pero muy agradable, te reis, te emocionas y te deja un mensaje, para ver y sentirse bien.
Sensibilidad e ironía Lucie parece tener todo en contra. Aunque su problema más grande sea el control de un cáncer de mama en remisión, ella siente que tiene todo en contra: una madre autoritaria que desacredita sus palabras y sus acciones, con la que además comparte su trabajo; a los 40 se siente fea y poco atractiva y siente que su vida se acabó. A pesar de las circunstancias dramáticas que le impuso al personaje central de su ópera prima, la directora y guionista Anne-Gaëlle Daval se permite abordar todas las desgracias reales o imaginarias que persiguen a Lucie (Florence Foresti) con un humor que aparece como relámpagos en medio de su desolación. El giro de la trama lo da la aparición casual de una especie de terapeuta emocional que propone una alternativa superadora a mujeres en crisis de salud o de autoestima, además de la recuperación del control sobre su cuerpo, aunque esté mutilado por alguna enfermedad. Sin forzar ningún aspecto de la trama ni a favor del dramatismo ni del humor forzado, la película acompaña a la protagonista en el tránsito doloroso de reconocerse y aceptarse. Y aunque por momentos cede a las convenciones, Daval resulta una narradora sensible de las problemáticas y conflictos femeninos entre los que no excluye la relación con los hombres.
La más bella, de Anne-Gaëlle Daval Por Marcela Gamberini En este relato de autoayuda, de superación personal, la protagonista deja atrás un cáncer de mama que ha dejado como resultado no sólo bajarle la autoestima sino reforzar sus ásperas relaciones con la madre (esa madre!!), con la hermana, con su hija y con el contexto que la rodea. Enojada con el mundo y a veces parece que el mundo con ella; Lucie se esconde debajo de su peluca que tapa los efectos de la quimioterapia en su cuerpo. El cuerpo de Lucie es el protagonista de la película; afectado, invadido, agredido lo lleva como puede, como los demás la dejan. En algún momento, por casualidad, entra en un grupo de mujeres que hacen ejercicio con el cuerpo, lo mueven, lo desnudan, lo exhiben. Lucie puede finalmente mostrarse tal como es. Nada hay en esta película que no esté en la superficie más llana, más banal. Los conflictos son los que se ven en pantalla. La puesta en escena es básica, como básica es la película misma. Una película agónica que no tiene aire, que no se oxigena, atada a un guion férreo, hecho de sentido común y frases de “sobrecitos de azúcar”. Los personajes parecen caricaturas de sí mismos, dibujos de cada línea del guión. En este presente donde la voz de las mujeres se eleva, se discute, se piensa, se reversiona, La más bella, que podía haber trabajado en este sentido, vuelve a los cánones del patriarcado, de constituirse bajo la mirada del hombre, ése que personifica Matthieu Kassovitz, que finalmente no es más que una especie de ancla, donde Lucie se sostiene. Una lástima ya que tanto la protagonista como la directora podrían haber levantado la voz y salir de ese cine cómodo, clásicamente engañoso. Deberían haberse sacado la peluca en la primera escena y ver los efectos de sentido que provoca este acto. LA MÁS BELLA De plus belle. Francia/Bélgica, 2017. Guión y dirección: Anne-Gaëlle Daval. Elenco: Florence Foresti, Mathieu Kassovitz, Nicole Garcia, Jonathan Cohen, Olivia Bonamy, Norbert Ferrer, Sébastien Deux, Perrette Souplex, Lola Ingrid Le Roch y Josée Drevon. Fotografía: Philippe Guilbert. Música: Alexis Rault. Distribuidora: IFA Cinema. Duración: 97 minutos.
Cuando lo que importan son los temas, el tan mentado mensaje, y no el cine, lo que sucede son narraciones como La más bella. Películas de las que uno puede sospechar que fueron animadas por la buena voluntad pero que, sin embargo, los resultados se alejan de todo concepto de lo cinematográfico para convertirse solo en un facilitador, en un puente por el que transitan las enseñanzas que se le quieren verter al espectador. “El medio es el mensaje” brilla por su ausencia; más bien, aquí el mensaje es el mensaje y el medio importa poco y nada. No hay quien dude de las buenas intenciones de la guionista y directora Anne-Gaëlle Daval (este es su primer largometraje), pero el problema, que arranca en el guion mismo, se extiende, cual pandemia, a todos y cada uno de los aspectos del film. Lo que ocurre, finalmente, es que su realización termina por acercarse a los postulados de “usted puede sanar su vida” y de cualquier otro libro motivacional de Louise L. Hay y congéneres, y acaba por plantarse, sin lugar a dudas, en las antípodas de la obra de, digamos, una Agnès Varda. A fuerza de su carismática fotogenia, un desperdiciado Mathieu Kassovitz trata –a pesar del poco tiempo en pantalla, a pesar de lo endeble de su personaje, a pesar de ciertas situaciones enclenques en las que se ve envuelto– de colorear e insuflar vida a su Clovis, un simpático don juan que intenta seducir a Lucie (Florence Foresti). Pero Lucie sufre. Sufre mucho. Y sufre no solo porque recién sale a flote de un cáncer de mamas (esta única situación ya era suficiente para un señor drama), sino porque también el miedo a una recidiva la paraliza; siempre se ha sentido fea; piensa que nadie la quiere y hace mucho que no tiene sexo; no se halla con su peluca ni con su cabeza pelada por la quimioterapia; la madre continúa vapuleándola; la hija adolescente no le habla; y, además, está sola, es tímida, torpe y no sabe bailar. En definitiva, se siente una extraña en su propio pellejo. Entonces, la aceptación, como un deus ex machina, le llega de la mano de una bella y sabia señora quien, por las vueltas del guion, primero vende pelucas y luego enseña danza; y de un entrenamiento en el arte del striptease, que trae aparejado, como bonus track, el aprender a valorar y a querer el propio cuerpo. En este drama en clave de comedia se confunden los traumas de la niñez con las cicatrices que deja la enfermedad y no queda bien en claro ni lo uno ni lo otro. Al argumento le faltó decisión (qué historia contar, qué rol juegan los personajes secundarios, a qué darle importancia y a qué no) y esto se reflejó en la puesta en escena. Al mismo tiempo, el relato, tanto desde lo visual como desde lo sonoro, no aporta más que obviedades y lugares comunes que, para colmo de males, no se asumen como tales. En el marco de esta historia, por ejemplo, que el galán invite a bailar a la protagonista mientras suena “You Are so Beautiful”, por Joe Cocker, por más que se lo quiera vender como un gesto autoconsciente, se transforma en un recurso tosco, predecible, muy poco elaborado. El revoltijo de ideas apenas esbozadas, de máximas aleccionadoras y de filosofía de manual se hace tal que nada logra sustraer al espectador de la agria sensación de que se ha banalizado todo tratando de cubrirlo con la apariencia de lo profundo. Al querer ser “verdaderos” se olvidaron de ser verosímiles. Difícil es, por ende, para el público, correr la pátina de representación que impregna todas las secuencias, suspender su incredulidad y dejar de lado el hecho de que se trata de una ficción y así creer en esta Lucie sufriente, aunque también combativa. De esta manera, nada termina por cuajar, ni la comedia ni el drama. Porque, en última instancia, lo que pretende La más bella es lo real y solo consigue raspar lo superficial. No es mala voluntad, es peor, es impericia. Torpeza o anhelo de transmitir un mensaje, “el mensaje”, el corolario es el mismo: lo que hace bello al cine no está.
En La más bella, su ópera prima, la directora francesa Anne-Gaëlle Daval propone una historia que hace foco en la presión que imprime la norma social sobre el individuo, apostando a una reivindicación que resulta tibia por terminar apoyándose, justamente, en un prototipo. La más bella atraviesa con inocencia y seguridad la temática que abarca. Si bien no hay una fuerza superadora en el mensaje, tampoco hay timidez. Todo lo contrario a lo que le pasa a su protagonista, la reticente Lucie (Florence Foresti), una mujer madura que acaba de atravesar una dura lucha contra el cáncer de mama y vive sometida a la mirada familiar y social que espera de ella una superación que no puede sentir como propia. No basta con ser una sobreviviente, la vida hay que desearla. Anne-Gaëlle Daval presenta una comedia dramática que arranca cuando Lucie conoce a Clovis (Mathieu Kassovitz). Entonces, todo su universo pide el necesario e inminente cambio. Tomando esta historia de amor como piedra angular, Lucie se entrega a sus peripecias de autoconocimiento, a su reinserción de sí en sí. Lucie tiene que redescubrirse para poder asimilarse, desatenderse de juicios y prejuicios propios y ajenos y volver a disfrutar de su sexualidad, una sexualidad que siente arrebatada, ya agotada. No deja de ser interesante la mirada que se pone sobre ella, sobre todo porque Foresti logra una interpretación fresca, transmitiendo una fragilidad sólida en todos sus matices. Daval, a su vez, encuentra los puntos de inflexión necesarios para otorgar leves cuotas de humor a un proceso que implica un dolor que se presiente interno, global y real. Del mismo modo, resulta atractiva la relación de Lucie con Dalila, una profesora de danza con un aura muy particular que auspiciará de guía para que nuestra protagonista deje de odiarse o temerse en tanto mujer. Y, para ser sinceros, tampoco está mal el cuadro familiar, caricaturesco pero funcional: hermanos que son dos caras de una moneda, frases de libros de autoayuda, la madre como figura de autoridad que es puesta en jaque y es deconstruida por sus hijos. El problema de La más bella es la historia de amor de Lucie y Clovis: una historia muy por fuera del tono, inorgánica, que termina confundiendo la inocencia con la artificialidad. El personaje al que da vida Kassovitz es unidimensional, no causa empatía en su rol eternamente bienintencionado de Don Juan sentimental, pícaro y desinhibido. Cada vez que Lucie está con Clovis, lo que le sucede en otros ámbitos pierde peso, dimensión. Hay algo en los pormenores del romance, en la química que nunca se crea, que aleja a la película de lugares que le quedan mucho mejor y donde se mueve con una gracia superior.
VISIBILIZAR LA ESENCIA “Mirense al espejo y digan lo que ven”. El pedido parece sencillo, cotidiano y hasta ingenuo, pero lo cierto es que ninguna mujer del grupo puede cumplirlo: algunas cierran los ojos, otras esquivan el reflejo, muchas echan un vistazo a las compañeras hasta que una de ellas se atreve. “Veo una vaca gorda, con piernas flácidas”. La docente le pide que cierre los ojos y vuelva a tocarse los muslos. La cámara acompaña la caricia y, casi de manera milagrosa, la misma voz contesta: “son suaves”. Atónita, lo repite una y otra vez contagiando a las demás para que realicen la prueba. Las manos comienzan a reconocer cada parte de los cuerpos en silencio; un momento íntimo que cumple la doble función de ser singular y colectivo al mismo tiempo. Entonces, una pequeña chispa que creían extinta brota desde el interior de cada una y empiezan a redescubrir su valor. Ese es el poder femenino. Es que la ópera prima de Anne-Gaëlle Daval construye fuertemente y de manera natural ese vínculo inexplicable que se genera cuando mujeres desconocidas se reúnen para compartir alguna charla o actividad; un lazo de pertenencia, apoyo y entendimiento que alienta a superar los propios miedos y a reconocerse tanto en las singularidades como en comunidad. En este caso, ellas practican para realizar un “Full Monty” para familiares y amigos pero también para autoconocerse y explorar su femineidad. Todas ellas están quebradas de alguna forma y despojarse de la ropa implica no sólo quitarse los prejuicios y temores, sino también volverse visibiles para sí mismas. El otro eje importante que aborda la película es la familia, más allá de posibles dinsfuncionalidades. Mientras que Lucie se apoya incondicionalmente en el hermano tanto como confidente como médico, la relación con la madre, la hermana y la hija oscila entre asperezas y acercamientos, en especial, la conversación con la madre cuando ésta toma su riguroso café. La más bella podría dividirse en dos grandes partes: la primera ligada a la reinserción de la protagonista en la vida social tras superar el cáncer de mama, enfocada desde las tareas que desempeña en el regreso a la empresa familiar de flores como también en las salidas con Clovis, un hombre que conoció en un boliche cuando acompañaba a la hermana. La segunda prioriza su restablecimiento personal gracias al grupo de mujeres, a la práctica del striptease y a la forma de convivir con el cáncer y la soledad. “Dicen que sólo la gente hermosa se mira al espejo. No es verdad. Los que se miran son los que no se quieren”, le confiesa Lucie a la madre y a la hermana mientras se retoca, una vez más, la peluca, el único objeto que le impide hallar confianza. El arte de desnudarse implica afrontar la propia vulnerabilidad frente al mundo y salir fortalecido. Como mirarse al espejo y desafiar el propio reflejo. Entonces, ¿qué ves? Por Brenda Caletti @117Brenn