Una expiación tercerizada. La cartelera argentina es un tanto limitada en lo que respecta a la oferta de cine francés, ya que -de acuerdo al período sopesado- casi todo se reduce a un predominio de las comedias por sobre los dramas o viceversa. Esto por supuesto no implica que de vez en cuando nos topemos con propuestas de otros géneros, por fuera de las dos fuerzas conductoras más distintivas del cine galo, pero resulta indudable que las distribuidoras autóctonas gustan de adquirir películas que responden a lo que consideran que el público local espera de aquellas latitudes, clichés en materia de “consumo cultural” mediante. Ya sea por adoctrinamiento comercial, tradición fosilizada o falta de una verdadera apertura, el ciclo tiende a repetirse. Ahora bien, dentro del apartado trágico históricamente una de las grandes vedettes ha sido la vertiente sádica, suerte de garantía en tiempos remotos de selección en festivales, una mini polémica y un plus interesante en boletería. El problema principal de La Religiosa (La Religieuse, 2013) es que llega muy tarde al tren de los debates y/ o controversias de ocasión, específicamente en torno al sustrato temático: hablamos de la tercera adaptación de la novela homónima de Denis Diderot del siglo XVIII, un ejercicio iluminista contra la práctica social de desembarazarse de determinadas señoritas bajo el halo de la existencia monástica y la hipocresía de la Iglesia Católica, una institución de control autolegitimante. Claramente la que se llevó el privilegio de haber despertado condenas varias -allá lejos y en su época- fue la soporífera versión de 1966 de Jacques Rivette. Ya para la relectura de 1986 a cargo del delirante de Joe D’Amato todo había mutado en orgías sadomasoquistas intra convento, léase “nunsploitation”. Hoy la estructura es más rígida si la comparamos con la de las anteriores: aquí seremos testigos del calvario que padece Suzanne Simonin (Pauline Etienne), una hija ilegítima a quien su madre asigna como “expiadora oficial” de su culpa producto de un amorío. Por más que la joven repite incansablemente que no desea tomar los hábitos, su entorno familiar y sus futuras colegas le exigen que se convierta en una monja. En esta oportunidad los castigos nunca llegan a superponerse porque se dividen según la Madre Superiora de turno, así tenemos la dimensión psicológica (Madame de Moni), el baluarte físico (Supérieure Christine) y una mixtura de ambas vía el ingrediente sexual (Supérieure Saint-Eutrope). Lo único que enmarca la actuación de Etienne y la dirección de Guillaume Nicloux es la mediocridad, la cual a su vez obedece a un pulso apesadumbrado que termina aburriendo en función de este bucle de una irreverencia individual/ tibia y una contraofensiva clerical/ salvaje. Por suerte la obra levanta un poco el nivel en su último tramo gracias al trabajo de una Isabelle Huppert muy inspirada y un desenlace sardónico…
La novela del enciclopedista Denis Diderot fue un escándalo en el siglo XVIII y también lo fue la adaptación que hizo Jacques Rivette en 1966. Esta nueva puesta en escena es de una enorme precisión y aborda el tema de la religiosidad, la obediencia y la justicia desde una mirada moderna. Algo que podría inclinar el film al anacronismo, pero no: lo que hace de este film una buena película es comprender a sus personajes en su contexto y aun así volverlo relevante para nosotros.
Cuando pensamos en películas personificadas por monjas inmediatamente se vienen a la cabeza una lista que comienza por La Novicia Rebelde (The Sound of Music), Cambio de Hábito (Sister Act), Historias de una Monja (The Nun´s Story), La Duda (Doubt), la ganadora del Oscar Ida (Ida) y ahora se suma un nuevo nombre, La Religiosa (La Religieuse), remake del film homónimo de Jacques Rivette protagonizado por Anna Karina en 1966. Ambientada en el Siglo XVIII, Suzanne es una joven bastante devota que, más a pedido de su familia que por propia decisión, se instala por un tiempo en un convento. Ese tiempo, que en un principio era algunos meses hasta que pudieran casar a su hermana mayor y reacomodar la situación económica, nunca terminó. Prácticamente incomunicada con su familia, Suzanne entabla una amistad con la madre superiora que la escucha y comprende la incomodidad que está viviendo. Pero cuando la anciana muere -de manera dudosa- la reemplazante le hará la vida imposible. Paralelamente, Suzanne se entera que ya no podrá regresar a su hogar porque es fruto de una aventura que ha tenido su madre antes de conocer a su padrastro. Mientras intenta sobrevivir, y con ayuda de un letrado, Suzanne es trasladada a otro convento con normas no tan rígidas y con una madre superiora muy cariñosa para la época y el cargo. Un nuevo calvario deberá enfrentarse esta joven de 16 años que añora con una libertad impedida. La Religiosa refleja la prisión en los conventos. Pauline Etienne interpreta con pureza su personaje tras los hábitos que vuelve real el pedido de socorro. Su desamparo se siente más atroz cuando ingresa al segundo convento, comandado por una Isabelle Huppert descontrolada y posesiva. De este modo, el director Guillaume Nicloux convierte en ficción una denuncia hacia las instituciones religiosas de una época que también se puede ajustar a nuestra realidad.
De represiones y calvarios La tercera adaptación de la novela de Denis Diderot, La religiosa, plantea desde el primer minuto hasta el último el drama de Suzanne Simonin -Pauline Etienne-, una joven de 16 años obligada a recluirse en un convento hasta que su familia consiga casar a su hermana y así recuperar un poder económico debilitado. En ese sentido, el calvario interno de la protagonista comienza apenas llegada al lugar con una madre superiora sumamente estricta, aunque no tan abusiva como su reemplazante más joven al quedar a cargo de todas las monjas del lugar. La lucha personal de Suzanne, durante su pesadillesca estadía monacal funciona en paralelo a la crítica sobre las prácticas religiosas -recordemos que está ambientado en el siglo XVIII- y los tormentos que debe padecer al ser considerada impura. A eso debe sumarse un constante y alusivo juego de represión sexual, que junto al deseo de libertad, encuentran la mayor expresión en las conductas durante todo el relato. La soledad de esta joven, quien además se entera que su madre mantuvo una aventura adúltera y que ella es hija bastarda, suma una nueva espina a su corona. No obstante, la voluntad y la necesidad de libertad hacen de la lucha personal de Suzanne uno de los pilares de esta película dirigida correctamente por Guillaume Nicloux, a pesar de la extensa duración que por momentos la vuelven un tanto densa y reiterativa en cuanto al planteo central. La religiosa es una propuesta francesa atendible para una cartelera local tomada por el cine mainstream y más aún por toda la oferta para chicos, tratándose de frías vacaciones de invierno.
Suzanne es una adolescente cristiana de clase alta que vive en pleno siglo XVII, quien decide entrar por su propia voluntad en un convento de monjas. Lamentablemente para la joven novicia, su estancia que parecía corta, se verá alargada cuando su acomodada familia enfrente una profunda crisis económica. Es entonces cuando Suzanne se ve obligada a tomar los votos y aceptar la vida monástica para siempre, incluyendo crueles castigos a los que se verá sometida cuando sus ansias de libertad sean más grandes que su fe. Rezo por vos La Religiosa es una película francesa del año 2013, la cual llega a nuestro país un par de años atrasada, tendencia que parece nunca terminar. Está basada en la obra del famoso enciclopedista francés Denis Diderot, La Religieuse del año 1760. No es la primera vez que la historia es llevada a la pantalla grande, previamente, allá por el año 1966, fue el director Jacques Rivette quien adaptó la obra. La cinta compitió en la 63° edición del Festival de Berlín, y al ver al Oso de Plata en las placas del inicio, al menos nos hacemos la idea de que no nos va a defraudar. Y eso es exactamente lo que sucede. El film, detalladamente ambientado a su época, con un vestuario y una fotografía esplendida, no decepciona en absoluto por su costado visual, incluyendo planos intimidantes que no hacen más que acentuar el drama. Mucho menos lo hace desde lo narrativo. Su buen trabajo de guión permite una inmersión profunda en la trágica historia de Suzanne, interpretada de gran manera por Pauline Etienne, quien fuera nominada al Premio Cesar como Mejor Actriz Revelación. Ella está acompañada a la perfección por sus compañeras de reparto, sobre todo por la inoxidable Isabelle Huppert interpretando a la Madre Superiora del convento Saint-Eutrope, que será quien nos regale los momentos más dramáticos e incómodos de la película. Seguramente algo que le jugará a contra a esta propuesta es el hecho de que la mayoría de las escenas –por no decir casi todas– son puramente habladas, sin detenimiento, y más allá de las grandes actuaciones por momentos los diálogos se vuelven algo cansinos, provocando que el espectador se distraiga si no se presta suficiente atención. Y si bien la cinta está narrada totalmente en retrospectiva, hilando más fino, podemos encontrar como un punto en contra el hecho de que el film carece de ubicación en el tiempo, no nos sitúa temporalmente en la línea narrativa, provocando que no sepamos si pasó un año o dos décadas entre algunas escenas. Conclusión La Religiosa no es una película para todos, no porque desborde teoremas filosóficos complejos, una trama intrincada, o sea difícil de entender, sino porque el ritmo lento del que sufre en determinadas partes, hace que si el espectador busca un poco más de dinamismo, termine decepcionado. Las actuaciones, la recreación y la fotografía son hermosas. Más allá de determinados problemas, en líneas generales no defrauda en absoluto. Recomendada para aquellos que disfrutan del cine europeo, y de los dramas algo cansinos pero interesantes.
Sólo Dios perdona Pauline Etienne e Isabelle Huppert se lucen en esta nueva transposición de la célebre novela de Denis Diderot. Basada en la célebre novela escrita por Didier Diderot en 1760 y llevada previamente al cine en 1966 por Jacques Rivette, esta película dirigida por Guillaume Nicloux -un cineasta con una bastante larga carrera con títulos no demasiado conocidos- es una sobria y por momentos muy lograda transposición de la la historia de una joven francesa que es enviada a un convento contra su voluntad y tiene que sobrevivir allí a una serie de situaciones complejas y humillaciones de todo tipo, mientras trata de no dejar sus creencias de lado por culpa de la corrupción de la institución. La película, seca e intensa, cuenta con una gran actuación de Pauline Etienne en el papel principal, mientras que Isabelle Huppert aparece sobre la segunda parte encarnando a una madre superiora bastante particular. La irrupción de Huppert es efectiva en sí misma, pero lleva a este film del realizador de La llave, El secuestro de Michel Houellebecq y Valley of Love estrenado en la Competencia Oficial del Festival de Berlín 2013 a una zona casi humorística, debido a la manera en la que encarna a su personaje, más cerca del sketch cómico que del drama que la precedía. Lo suyo divierte, es cierto, pero parece salido de otra película. (Esta reseña fue publicada en nuestro blog Micropsia durante la cobertura del Festival de Berlín 2013)
Martirio El realizador Guillaume Nicloux transpuso la novela de Denis Diderot (llevada previamente al cine por Jacques Rivette en 1966), sobre una joven que es obligada a convertirse en monja. La religiosa (La Religieuse, 2014) cuenta con un austero y preciso trabajo de Pauline Etienne. Suzanne tiene 16 años y es obligada por su familia a internarse en un convento. Por más que ese no sea su deseo, por motivos que no develaremos, la orden familiar se cumple a rajatablas. Más tarde, durante su temprana estadía en la orden religiosa, ella alzará la voz (siempre con calma, jamás con sumisión); Suzanne quiere una vida en la que Dios esté presente pero, claro, fuera de la institucionalidad eclesiástica. La religiosa es un film de época que se concentra en los detalles más que en la grandilocuencia. El relato de Diderot desató un escándalo cuando se publicó, en 1670, pero hoy en día no puede aspirar a tal reacción. No obstante, la película de Nicloux conserva la posibilidad de reflexionar sobre los dogmas, la antítesis entre individuo y sociedad, y las exigencias y condicionamientos de la mujer en una época en la que estaba en una situación altamente desfavorable en comparación con la del hombre. La primera parte está destinada a retratar la vida del personaje en familia, y opera un poco a la manera de Balzac, otro gran escritor francés que diseccionaba el corpus social en cada uno de sus relatos. Aquí, la mirada está atenta sobre los mecanismos de constricción familiar, las costumbres y los rituales urbanos (el matrimonio de las hermanas y la búsqueda de candidatos rentables). Luego, la película se concentra en la llegada de Suzanne al convento, con su micro-clima que la película grafica de manera precisa, merced a un logrado trabajo de arte y fotografía. El personaje primero entabla una muy buena relación con la madre superiora, hasta que más tarde llega una nueva, representante del peor autoritarismo religioso. Etienne logra un trabajo mesurado y a la vez desbordante, por más que su drama sea transitado más interna que externamente. Hacia la segunda mitad de la película llega una nueva madre superiora, interpretada por Isabelle Huppert, quien introduce el elemento sexual de una forma disruptiva. La presencia de este personaje funciona como un nuevo episodio sobre el sufrimiento de Suzanne en el convento, una “gota que rebalsa el vaso”. Aunque no sea el trabajo más destacable de Huppert, no deja de ser una fortuna verla en la pantalla grande, en un duelo actoral que, claro, apuntala más a la joven protagonista.
Basada en la novela de Didier Diderot, dirigida con acierto por Guillaume Nicloux. La historia de una chica obligada a tomar los hábitos contra su voluntad, un gran trabajo de la joven Pauline Etienne y una actuación especialísima de Isabelle Huppert. Una interesante mirada a la hipocresía y al siglo XVIII.
El juego de las diferencias Nueva adaptación cinematográfica de la novela de Jac- ques Diderot (novela inconclusa, es bueno recordarlo, y publicada luego de la muerte de su autor), La religiosa versión 2013 fue dirigida por Guillaume Nicloux y estrenada mundialmente en la edición del Festival de Berlín de ese año. Y si bien la famosa frase sigue rezando sobre lo odioso de toda comparación, resulta casi inevitable no pensar en la versión de 1966 de Jacques Rivette, a su vez traslación de su propia y exitosa puesta teatral, ambas con la presencia inestimable de la musa nuevaolera Anna Karina. En todo caso, la pregunta pertinente podría ser la siguiente: ¿qué le decía la versión Rivette de un clásico literario del siglo XVIII a la sociedad de los años ’60 y qué ideas puede brindar la mirada de Nicloux, en pleno siglo XXI, sobre la historia del sometimiento de una mujer obligada a tomar los hábitos? En principio, y sin llegar a encaramarse en el anaquel del tratado feminista, La religiosa 66 buscaba y encontraba –con su puesta en escena impiadosamente rigurosa– varios vectores de sometimiento y asfixia en común entre ambos mundos; de allí, tal vez, que el film se convirtiera en un no tan pequeño escándalo en el momento de su estreno.No es para nada casual que el final de esa película –creado por Rivette y Jean Gruault, tomando la posta a partir del último capítulo escrito por Diderot– registre las últimas desventuras de la joven Suzanne luego de escapar de su segunda prisión en forma de convento, convertida primero en prostituta y en mártir suicida más tarde. Tampoco es fortuito que Nicloux y su coguionista Jérôme Beaujour hayan optado por un cierre absolutamente disímil, casi opuesto, tal vez más “novelesco” y por cierto mucho más optimista. Esta nueva La religiosa opta por un tipo de relato menos duro, más accesible y empático, cercano por momentos al film de época al uso. ¿Será cierto que algunas luchas ya han sido ganadas? A pesar de su carácter limitadamente combativo, de no ofrecer una crítica tan clara o al menos tan dura a la institución religiosa en su conjunto, es posible hallar no pocas virtudes en el registro naturalista elegido por el realizador y en esta nueva Suzanne interpretada por Pauline Etienne con prestancia y total entrega.Otra notoria variación entre ambas protagonistas es el cambio de mirada, de víctima pura (en la versión de Rivette) a una actitud más férrea de rebelión y enfrentamiento en esta nueva adaptación: si bien ambas son monjas que no quieren serlo, la Suzanne de Nicloux está más cerca de encarnar cierto ideal de heroína moderna y no tanto la víctima sacrificial rivettiana. Por supuesto, siguen estando presente las torturas psicológicas y físicas a la protagonista, el paso de un monasterio dirigido con mano férrea por una dictatorial Madre Superiora a otro donde los crecientes avances sexuales de la abadesa (Isabelle Huppert en un rol que le calza como anillo al dedo) ponen a Suzanne nuevamente entre la espada y la pared. Si los últimos pasos de la joven luego de ser rescatada parecen dirigirla hacia una posible libertad personal o, por el contrario, implican un simple cambio de dueño –del corset de la vida en el claustro a la recaída en el patriarcado por vía de la búsqueda de los orígenes biológicos– dependerá bastante del punto de vista del espectador. Algo es indudable: la sensibilidad de esta nueva religiosa es indiscutiblemente contemporánea y cierto carácter de liviandad, a pesar de los hechos retratados, una de las virtudes pero, también, el mayor pecado del film.
Una “religiosa” no muy fiel a Diderot, pero interesante Libre adaptación de la novela más famosa de Diderot, "La religiosa" que acá vemos tiene sus atractivos, unos cambios justificados, otros deplorables, y un desenlace que lleva paz al alma después de varias desazones. También apreciables, el director Guillaume Niclaux, la joven Pauline Etienne, nuevo rostro del cine francés, y el iluminador Yves Cape. Polemista inquietante del siglo XVIII, Diderot publicó "La religiosa", inspirado en una monja que acudió a Tribunales para deshacer su voto, y acaso también inspirado en su propia hermana, que terminó loca dentro de un convento. Lo acusaron de ateo, pero su personaje jamás desespera de Dios, y sólo tiene reproches para quienes causan daño en su nombre. Claro, son reproches muy graves. Escrita en primera persona como el relato de una monja fugada del convento, la obra denuncia a las familias que se sacaban de encima a las hijas no casaderas o problemáticas encerrándolas en los claustros, que las aceptaban a cambio de aportes económicos (peor aún si eran "hijas del pecado", obligadas a purgar la culpa de su madre). Pide por las chicas llevadas a una vida sin vocación. Describe tres formas de manejar la voluntad, por la "charla", el terror, y el acoso sexual, formas que de ningún modo son exclusivas de las monjas. Reclama el control civil y eclesiástico de las instituciones. Y alarma sobre la desgracia de quien quiere decidir sobre su propia persona sin estar preparada ni socialmente amparada para ello. Con un sentido moderno de la narración, los últimos párrafos de esa historia en primera persona parecen escritos por una mujer en situación extrema, y quedan inconclusos. La primera versión cinematográfica de esta novela (Jacques Rivette, 1966) imaginó entonces un final terrible. Del resto era bastante fiel, con diálogos bien transcriptos, puesta en escena un tanto bressoniana, predominio de tonos grises, un breve informe inicial sobre dotes y claustros, y sendas frases de dos grandes predicadores que exigían la vocación religiosa como único motivo para tomar los hábitos. La versión que ahora nos llega prescinde de informaciones y frases clave, aunque el público de hoy ignora aún más que el de 1966 las cuestiones atinentes a la vida monacal en viejos tiempos. Se salta conversaciones clave, pinta a una chica mística como tonta y a la buena madre Mori como hipócrita, no consigna sus buenas acciones y le destina una muerte abrupta en vez de la despedida rodeada de amor que figura en la novela (peor, deja circulando dos informaciones sobre esa muerte, una más antojadiza que la otra). Luego cambia el repertorio de la protagonista en el coro (una cancioncilla profana en vez de unas líneas de "Castor et Polux"), e impone un desnudo completo y una escena de cama. Cierto que en la novela hay algo de eso, pero contado desde la inocencia del personaje. En la novela también hay referencias a un cierto marqués de Croismare como posible receptor de las memorias de la monja, a quien ella escribe esperando su protección. De esa punta se toman Niclaux y su coguionista Jérome Beaujour para insertar cada tanto a dos personajes leyendo esos textos, y darle a través de ellos un final reconfortante a las penurias de la pobre chica. Diderot no lo pensó, pero los tiempos actuales piden finales felices, o al menos luminosos. A favor de esta nueva versión se anotan el predominio de tonos radiantes, buenas actuaciones, y atractivo despliegue visual en la ceremonia de los votos, previo agregado del mortificante corte de cabellos. Otro detalle, de apreciable actualización: la cruel superiora Christine es llamativamente joven, lo que hace pensar en tantas ejecutivas y funcionarias jóvenes que se complacen en ser malas practicando su poder sobre un personal indefenso.
Una aparición luminosa Basada en una novela publicada en 1760 del francés Didier Diderot, figura clave de la Ilustración, esta película de Guillaume Nicloux -director casi desconocido en la Argentina que en 2014 estrenó una película protagonizada por el polémico escritor Michel Houellebecq- pone el foco en las penurias de Suzanne, una joven de 16 años, la menor de las tres hijas de una familia del siglo XVIII, que es obligada a recluirse en un convento donde no la pasará nada bien. Su familia tiene problemas económicos y vislumbra la supuesta protección de la vida religiosa como una solución razonable. Casi de inmediato, Suzanne empieza a sufrir el tedio y la presión de un ambiente cargado de rigidez y autoritarismo. Intenta liberarse de ese compromiso no deseado y eso desata una serie de maltratos que incluyen la tortura física y psicológica. Naturalmente, para la época en la que Diderot publicó su novela, el planteo del derecho que tiene una mujer a tomar sus propias decisiones era osado. Hoy ha perdido cierta vigencia. Y de algún modo eso también se ve reflejado en el tono de la película, morosa, solemne, por momentos realmente aburrida y decididamente inferior a la versión que en 1966 filmó Jacques Rivette. Lo que la mantiene viva es la formidable actuación de su protagonista, Pauline Etienne, que recuerda en más de un pasaje a la inolvidable María Falconetti de La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer, y la aparición en la segunda mitad del relato de esa formidable actriz que es Isabelle Huppert, la madre superiora de un convento al que la protagonista es trasladada luego de que un funcionario eclesiástico de alto rango comprueba las crueldades que Suzanne tuvo que tolerar con entereza en su destino original. El personaje de Huppert parece llegado de otra historia: se enamora perdidamente de la jovencita y termina perdiendo los estribos, una situación anómala que quiebra el acartonamiento que caracterizaba a la historia hasta ese momento. Huppert juega ese papel oscilando entre la ternura y la perversión, y renueva el aire de la película. Ese inesperado amour fou será la última zozobra que vivirá la protagonista, decidida a salir a conocer el mundo y encontrar su verdadera identidad, escondida detrás de un secreto que su familia se había negado a revelarle y que descubrirá lejos de la irracional severidad de los conventos.
Poner las cosas en contexto El creciente fundamentalismo y la renovación de la influencia religiosa en el mundo es un fenómeno mundial muy actual y con aparente potencia, el terrible atentado en París a la revista humorística Charlie Hebdo habla por sí solo. Sin embargo, hubo tiempos peores. La adaptación de Guillaume Nicloux de “La Religieuse”, célebre novela del escritor francés Denis Diderot, nos retrotrae a una época ajena, genera un rechazo diferente de aquel que pudo tener la obra original, y al mismo tiempo, diferente del que pudo ocasionar la película de 1966 hecha por Jacques Rivette. Porque el mundo cambió y el poder de la religión sobre nuestras vidas también lo hizo. Pero algo no cambió en la raíz del film: la crítica a la autoridad, al rol de la mujer en la sociedad, a la imposición familiar de un trabajo sobre el individuo. Hay que tener en cuenta que la obra fue escrita a fines del 1700, momento en el cual decir todo esto tenía un significado muy fuerte. La concepción de individuo, propia del capitalismo, no existía, entonces muchos de los problemas de Suzanne Simonin (Pauline Etienne) que se reflejan en la obra suenan antiguos, lejanos, pero hasta ahí. Porque la economía, la familia y la sociedad siguen limitando los deseos del individuo. Suzanne Simonin es una chica creyente de 16 años, forzada por su familia a entrar a un convento, a pesar de no sentir la vocación religiosa de dedicar su vida a Dios. Con rebeldía, intenta evitar su estadía en el lugar, pero choca con el rigor de la tortura y la jerarquía eclesiástica. Su lucha la lleva a enfrentarse a varias monjas superioras que imponen su deseo de diferente forma en distintas casas conventos, aún así, ella mantiene el objetivo de librarse de una vida que no eligió. La Religiosa es una película muy intensa, la gran actuación de su protagonista nos lleva a vivir su dolor, a sentir su pena y sufrir con ella. La cuidada y excelente ambientación, junto a la genial fotografía, logran su objetivo de hacernos viajar en el tiempo, a otro contexto, donde la religión domina todo, donde el pecado se lleva de nacimiento y el obispo tiene la misma importancia que Dios (con mayúscula). ¿Pero cuál es mensaje que deja en nuestras cabezas este film en este momento actual? Convengamos que se trata de un film de 2013, el mismo año de la asunción del papa Francisco, y dos años antes de Charlie Hebdo. El fenómeno del fundamentalismo islámico viene en crecida desde hace un tiempo, por lo tanto, las religiones en el mundo están fortaleciendo su potencia. La película claramente no alude a esto, pero cuesta evitar este pensamiento al introducirla en este contexto. La crítica de la obra no es al cristianismo en sí, en ningún momento cuestionan sus creencias o sus ritos, quizás por eso parezca una crítica devaluada. Es más bien una reflexión sobre las libertades individuales, la vocación y el deseo opacado por la institución, religiosa en este caso, pero amplía su universo cuando su protector le devela las verdaderas razones de la ayuda que le brinda. Esta versión de “La Religiosa” muestra tres tipos de la autoridad: la compasiva, la dictadora y la abusadora, interpretada de forma genial por Isabelle Huppert. En definitiva, se trata de la historia de Suzanne, una mujer creyente en una religión (cristianismo en este caso) que se ve obligada a seguir un destino que no le corresponde para tapar las culpas de otro, curar un “pecado” que no cometió (aunque en teoría ella sea ese pecado), porque de acuerdo a las normas religiosas, las reglas se cumplen o se es infiel. La autoridad se respeta, o hay problemas, por más que haya abuso. Ahí es cuando entran en la cabeza las atrocidades de Estado Islámico. La imposición y brutalidad religiosa que retorna a la primera plana, que se encuentra lejos del cristianismo hoy, sí, pero no muy distante de lo que exhibe este film. Por eso, a pesar de ser una película que parece blanda en su mensaje crítico, sacada de otro contexto y otra realidad, cobra una relevancia actual importante, para no olvidar que, más allá que el Iluminismo – época en la cual Diderot se desarrolló – tuvo sus equivocaciones y no resolvió efectivamente el problema, todavía es necesario volver a recordar parte de su mensaje, que sigue presente pero está amenazado. No olvidar que tener fe religiosa no es malo, el problema es cómo quieren hacernos interpretar (o imponer) esa fe.
Desde Francia llega La Religiosa, para renovar las salas porteñas. Basada en la novela de Denis Diderot, La religiosa no es la primera adaptación que llega al cine, existiendo en 1966 una película de Jacques Rivette. A su vez, la novela se basa en la historia real de una joven monja, Suzanne Simonin, que al rechazar los votos es procesada y encerrada en pleno siglo XVIII. Pauline Etienne es la encargada de dar vida a esta adolescente en esta versión ahora dirigida por Guillaume Nicloux. Una muchacha que es forzada a tomar los votos pero se resiste y así es encerrada y torturada por diferentes madres superioras (Françoise Lebrun y Louise Bourgoin ambas muy bien en sus personajes). Cuando ya más cerca del último tramo las cosas parecen por fin, tras tanto calvario, mejorar, es cuando entra en escena, ya bastante entrada la segunda mitad del film, la grande Isabelle Huppert como una nueva madre atenta, quizás demasiado, a las necesidades de Suzanne. Apostando a una fría teatralidad, La Religiosa tiene una narración lineal sin muchas sorpresas y no se siente nada arriesgada. Aun así logra poner en escena temas suficientes como para generar en el espectador una reflexión (porque no parece haber intención de plasmar una dura crítica ella misma) sobre la religión y sobre el derecho de la mujer a su libertad, especialmente en una época en que la mujer parecía tener sólo dos destinos posibles: ser esposa y madre o entregarse a Dios. Gran parte de los logros de esta adaptación recaen en cada una de sus actrices, pero también se destaca que la búsqueda de emociones nunca se siente forzada, todo está plasmado de manera delicada. La Religiosa es correcta e interesante pero con una temática que podría haberle permitido jugársela un poco más en lugar de optar por un retrato más bien liviano sobre un tema siempre complejo.
Pobre Suzanne (Pauline Etienne), la protagonista excluyente de “La religiosa” (Francia, 2013), de Gillaume Nicloux, una joven obligada a recluirse en sórdidos conventos con el claro objetivo de apartarla de su familia para, de esta manera, ahorrar en costos. Pero ese ahorro que deciden hacer sus padres desde la reclusión, se convertirá en el calvario de Suzanne, a quien: primero, no le interesa la religión, segundo, desea conocer un hombre con el cual relacionarse y posteriormente casarse, tercero, la música es su única vía de escape cuando logra conectarse nuevamente con ella. Desde un primer momento nunca le aclararon que esa corta estadía en uno de los claustros a modo de “enseñanza” sería, realmente, la condena con la que caminaría día a día a pesar de sus frustrados intentos de rebelión y autopenitencias impuestas. Nicloux maneja con gran soltura la estructura narrativa para lograr hacer empatizar desde inmediato con el personaje de Suzanne. En sus gestos, sus lágrimas, en su cuerpo joven que comienza a deteriorarse y abandonarse por el encierro, es en donde “La Religiosa” comienza a reflexionar sobre la Iglesia y los miembros que llegan a ella por elección y sobre los que no. Dividida en tres claras partes, en donde el tormento de la joven es el vector, la primera se destaca por ser la que introduce el tema sobre la religión y sus derivados y por como erige la imagen fuerte de Suzanne ante los embates que recibe. En esta primera etapa, más allá de alguna complicidad con las otras novicias, es en la madre superiora en donde la joven intentará canalizar sus miedos, anhelos, sospechas y, claramente, su poco amor hacia Dios. Luego de ser expulsada del convento, es obligada a reingresar y allí será el inicio de la segunda etapa de la película, ya que al morir esa madre superiora con la que tenía cercanía, aparece una mucho más déspota, autoritaria, exigente, de la que Suzanne buscará alejarse. En este tramo el filme se vuelve mucho más oscuro, con una clara denuncia sobre prácticas intimidatorias y coercitivas sobre los cuerpos, y que también intenta profundizar sobre un inmenso aparato que ha determinado por siglos cuestiones morales sin siquiera atender a lo que pasaba dentro de los claustros. Este punto también se avanzará en la tercera y final parte, en la que Suzanne es reubicada en otro convento, luego de eternos enfrentamientos con su anterior madre superiora, un lugar mucho más amable y comprensivo en el que, en un primer momento, le permitirá descontracturar el calvario que hasta ese punto vivió. Pero Suzanne no sabe que detrás de los muros que rige la nueva madre superiora, interpretada por Isabelle Huppert, una situación lasciva la colocará en el lugar de “preferida” con todo lo que ello implica por lo que de una tortura física y moral ahora se verá envuelta en una tortura sexual y en acoso constante por parte de la Sor Mayor. Crudo testimonio sobre una joven que sólo quería seguir los pasos de todos los adolescentes de su época, de disfrutar, de ser feliz, y que por cuestiones ajenas a ella, terminará involucrada en un dogma que hacia afuera buscaba aprobación y compromiso, pero que hacia adentro sólo refregaba las miserias en cada una de las novicias y aspirantes a monjas.
LAS DESVENTURAS DE SUZANNE SIMONIN En 1760 se publicaba La religiosa de Denis Diderot, una novela polémica y provocadora que iba de acuerdo a su formación enciclopedista, crítica y atea. Era el siglo XVIII y muy pocos pudieron comprender su objetivo: desestabilizar el pensamiento heredado el cual profesaba obediencia absoluta sin cuestionamientos. Al fin y al cabo lo que Diderot soñaba era el nacimiento de una nueva sociedad de seres críticos, portadores de nuevas ideas a través de su texto que emanaba denuncias concretas sobre la vida dentro de los claustros, producto de una experiencia autobiográfica sufrida por su propia hermana, víctima de la humillación y coerción proferida dentro de los mismos. Suzanne Simonin es una niña estigmatizada por haber nacido como fruto de un amor prohibido. Marcada por el destino del infortunio su presente lentamente se va transformando en pesadilla cotidiana. Obligada a tomar los votos (deberá pagar el “error” cometido por su madre pecadora) es recluida en un convento, lugar del que pronto es excluida por negarse a jurar el abandono definitivo del mundo pagano. Segundo error. Ya no sólo es la presencia corporea del pecado, sino que también es una hereje. Como consecuencia, su madre descorazonada, la recluye por meses en su cuarto hasta localizar otro convento en donde poder alojar a la joven (o más bien, donde abandonarla). Una vez en el segundo convento, mucho más alejado de la civilización, Suzanne es definitivamente enclaustrada. Pero las cosas tampoco funcionan y luego de una serie de eventos muy desafortunados (caminatas sobre vidrios, paseos desnuda por las instalaciones, falsos exorcismos, etc) debe ser trasladada a un tercer convento. Donde, obviamente, nada sera muy distinto a las anteriores experiencias. La horrible vida de Simonin no sólo fue contada por Diderot, sino que también por Jaques Rivette (1996) y por Guillaume Nicloux (2013), filme del cual se hablará oportunamente. Casi tomando al pie de la letra las palabras de Diderot, Nicloux, hizo de La religiosa una película inserta dentro de los parámetros del melodrama clásico. ¿Qué más puede pasarle a Suzanne que no le haya pasado ya a la heroína de las novelas de la tarde? Sin embargo, sin bien las peripecias de la protagonista se vuelven un poco obvias y excesivas, el valor de la obra de Nicloux no se cierne sobre el tema sino más bien sobre la puesta en escena. De fotografía y escenario pictórico, La religiosa, plasma en un sentido relato audiovisual la historia de una niña con agallas quien más allá del designio moral, social o cultural supo confiar en si misma para cumplir su sueño: ser una mujer de mundo. Pero la vida no es fácil, por lo tanto la de Suzanne tampoco lo será. La religiosa es un viaje místico que recorre los recovecos más íntimos de los claustros cristianos, algunas veces en clave irónica (el rol de Isabelle Hupert como madre superiora) y otras tantas bajo el sello dramático del melodrama. ¿Quién fue Suzanne Simonin? Es la pregunta que la misma Suzanne repite silenciosa tras las rejas de la prisión religiosa. Y es esa búsqueda identitaria la que acompaña la poesía cinematográfica de esta película que encuentra la llave para ingresar en lo más profundo de la vida monástica de la mano de, una cámara inteligente y un texto adaptado de quien fuera uno de los más cultos y complejos literatos del siglo XVIII. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Sin vocación Basada en la novela de Diderot y ambientada en el siglo XVIII, esta película cuenta la historia de Suzanne (Pauline Etienne), una chica de 16 años, la menor de tres hijas, a quien su familia obliga a tomar los hábitos, ya que no tienen dinero para su dote. La joven no tiene vocación religiosa y hace todo lo posible por librarse del mandato familiar, pero no lo logra. Suzanne enfrenta con estoicismo la dura vida en el convento, que se transforma en un calvario con la llegada de una nueva madre superiora, una mujer que representa lo más oscuro y retrogrado de la institución. Rezando y manteniendo la fe, Suzanne nunca deja de luchar para conseguir su libertad. La historia muestra lo peor de la doctrina religiosa, en una época donde la mujer estaba en inferioridad de condiciones, y ni siquiera podía decidir sobre su vida; el mandato social y familiar estaba por encima de ellas. Con una detalladísima reconstrucción de época y una hermosa fotografía, la historia es narrada de forma lenta, minuciosa y prolija. Los largos diálogos y la falta de dinamismo la hacen un tanto densa y demasiado lineal. Tanto Pauline Etienne como Isabelle Huppert realizan excelentes actuaciones, en una interesante historia que además de describir como era el lugar de la mujer en esos tiempos, muestra los dos lados de la religión: el de la institución que representa poder y el personal, que utiliza la fe como esperanza y resistencia.
Que el cielo juzgue la nueva versión de un clásico A 50 años del estreno de la versión original de Jacques Rivette, censurada por las tijeras moralistas en Argentina, se acaba de lanzar una nueva mirada del legendario libro del siglo XII por Diderot. Actúa Isabelle Huppert. Cuando en los años '60 Jacques Rivette estrenó la primera adaptación de La religiosa, el contexto en su versión más pacata no soportó las transgresiones temáticas de la puesta en escena en donde el personaje jugado por la bella Anna Karina se resistía a su destino de monja. Así, aquella película de 1966 se estrenó en Argentina con más de media hora de censura propiciada por las tijeras moralistas. Casi medio siglo después, el irregular cineasta Guillaume Nicloux volvió a adaptar la obra de Denis Diderot (publicada en 1760) con la intención de modernizar el texto y construir un relato al mismo tiempo respetuoso y libre del libro original. En ese pasaje, el film gana y pierde la partida. Por un lado, las raíces de la palabra escrita y las referencias a los tiempos narrativos provenientes de la versión de Rivette surgen desde la prolijidad de la puesta en escena, los encuadres perfectos y un uso de la luz con intenciones dramáticas. También, el protagonismo de Pauline Etienne en la piel sufriente de Suzanne Simonin está a la altura de aquella performance de Anna Karina. Las licencias en la transposición literaria, sin embargo, se ejemplifican en el tono al borde de lo paródico de su último segmento, al momento en que Suzanne es recluida en un monasterio a cargo de la Monja Superiora Saint-Eutrope, en un rol que le calza ideal a la camaleónica Isabelle Huppert y sus pecas pecaminosas. En esas escenas jugadas por ambas actrices, donde se describe la pasión entre ambas y las preguntas sin respuestas sobre el destino, la versión de Nicloux coquetea con la ironía en forma original, pero a una distancia importancia de todo aquello que se había narrado en la primera hora del film. Ocurre que el tránsito que padece el personaje central, primero obligado a convivir en una orden religiosa debido a la pobreza económica de su familia, tiene un verosímil adusto y solemne, acorde al mejor cine académico francés. Más adelante, vendrán las escenas con la superiora encarnada por Huppert, donde allí sí la película no encuentra su mejor punto de equilibrio entre la gravedad del asunto y cierto tono sardónico que se manifiesta de una manera que permitiría la discusión y el debate.
¿Un tema puede ser anacrónico? ¿O es la forma de tratarlo lo que lo descontextualiza? Es una buena pregunta para hacerse con éste estreno. También vale preguntarse por la efectividad del adjetivo “polémica” a la hora de calificar una sensación transmitida por un texto cinematográfico. “La religiosa”, basada en la novela de Denis Diderot, cuenta la historia de Suzanne Simonin (Pauline Etienne), una mujer que a mediados del siglo XVIII es conminada por su propia familia a un convento en el que sufre humillaciones, vejaciones, y distintos tipos de torturas, sólo para potenciar cierto costado del triunfo del espíritu y combatir esa condición, a la vez de exponer los mandatos religiosos y culturales de una época. El tratamiento del guión transita por dos andariveles que aparentan ser distintos, pero pertenecen a la misma pileta de natación. Por un lado la decisión estética: vestuario, dirección de arte, diseño de producción, peinados, maquillaje, fotografía, sonido, recreación de época, son de un despliegue notable. Todo parece muy bien supervisado en función de la corrección enciclopédica. Como hizo Milos Forman en “Valmont” (1989), una película que por no jugarse a tomar posición en serio frente al tema que trataba fue opacada por “Relaciones peligrosas” (1989), cuyo director, Stephen Frears, sí pudo traspasar las fronteras del tiempo en el que transcurría la acción y hacer una obra que sin dudas interpelaba al espectador en su moral y en su morbo. Algo parecido ocurre con “La religiosa”, si se la compara con la adaptación de la década del 60 llevada a cabo por Jaques Rivette. Y aún sino se hiciese el ejercicio de poner una versión frente a la otra, la sensación que deja éste estreno es que no se pudo, o no se supo, cómo aggiornar este claustro, este sometimiento, a los códigos de estos tiempos. Pese a la corrección política y a la confianza intrínseca en que los diálogos y las acciones bastan para instalar el conflicto, es en el trabajo actoral en donde “La religiosa” encuentra su mejor forma, pues al tener en el elenco a Pauline Etienne en el rol principal y a Louise Bourgoin e Isabelle Huppert en los personajes antagónicos, el director Guillaume Nicloux se asegura el fortalecimiento de un vínculo muy sólido que sirve como apoyatura para sostener la estructura dramática. Si es por el tipo de tratamiento la polémica quedará para otra propuesta, y yendo a las preguntas del principio, sí. En la forma está el secreto para avivar el fuego de cualquier tema, o dejar todo en la misma temperatura.
Calvario Cuando algunos espectadores indicaban que el castigo de cierto personaje (trataré de evitar spoilers para quienes no estén al tanto) hacia el final de la quinta temporada de la archifamosa serie Game of Thrones resultaba inhumano y había sido llevado a la pantalla con el mayor sadismo posible, algo que se puede argüir desde algunas elecciones de dirección, lo cierto es que George R. Martin indicaba que se basó en elementos del catolicismo. ¿A qué viene todo esto, hablando de La religiosa, de Guillaume Nicloux? Si tomamos en cuenta el calvario que atraviesa Suzanne en esta película basada en un escrito de Denis Diderot (1713-1784), no nos costaría demasiado comprender de dónde proviene la inspiración de Martin. Drama denso, con un vigor narrativo que por momentos nos puede abrumar, en particular por el clima opresivo que atraviesa el film, La religiosa plantea una adaptación con un tono oscuro acorde a la crítica del texto que parece moderno a pesar de resultar del Siglo XVIII. Suzanne (Pauline Etienne) pertenece a un sector de la acomodada burguesía francesa y, con sus 16 años, aguarda para llevar una vida semejante a la de sus hermanas, que se encuentran casadas. Las profundas creencias cristianas de la familia y el sentimiento que parte de esta convicción, la hacen sin embargo padecer cuando encuentra que, a pesar de haber decidido ir a un convento, la vida religiosa no es para ella. Aún peor se ponen las cosas cuando su familia, por cuestiones económicas, decide que su mejor decisión es vivir en un convento porque de lo contrario no tendría ningún tipo de apoyo económico para casarse. Forzada por las tensiones con su familia, termina ingresando a regañadientes y forma parte de la vida de un convento de clausura. El sufrimiento y las humillaciones a las que se le expone tras la muerte de la madre superiora que comprendía el tormento de la joven, la pondrán en una situación de sufrimiento y encierro que la llevarán a buscar todo artilugio posible para renunciar a sus votos y la vida en el convento. Por supuesto, no le será nada fácil y, cuando cree haber encontrado una salida las cosas se ponen aún peor. El relato encierra incluso un elemento subversivo al denotar que la única salida está por fuera de la lógica interna del sistema: un escape facilitado por la eventualidad. Parece muy fácil pensarlo desde la actualidad, pero tengamos en cuenta que la crítica del relato se sitúa en el Siglo XVIII, cuando el drama socioeconómico y religioso que plantea era contemporáneo. Pauline Etienne sostiene con su cuerpo y gestos secuencias donde el calvario de la pobre Suzanne se torna intolerable, en particular la degradación a la que es sometida cuando Christine, quien reemplaza a la difunta madre superiora, se da cuenta de que planea renunciar a sus votos. La dirección de Nicloux, que tiene algunos cortes notables en su edición -particularmente interesante es la secuencia de una pesadilla de Suzanne, que recuerda un episodio de horror con la monja Bénedicté desde apenas un solo plano de un corredor- y una fotografía mucho más expresiva de lo que parece -fíjense cómo el blanco trabaja el rostro de Christine, a pesar de que conocemos la oscuridad del personaje en sus acciones-, logra conjugar un relato de tono opresivo que mantiene la intriga hasta el momento en que, a pesar de poseer la llave para salir del convento, vemos que Suzanne tiene dificultades para salirse (un momento cargado de simbolismo que habla de la economía dramática de Nicloux). Con La religiosa, Nicloux logra un film intenso que por momentos puede resultar denso, pero que en sus climas dramáticos y actuaciones entrega un relato cargado de energía e intrigas que nos invitan a conocer el destino del sufrido personaje.