Dan Fogelman es reconocido sobre todo por ser productor y guionista de películas como “Loco, Estúpido, Amor” (2011) o series como “This is Us”, sin embargo como director está estrenando recién su segundo largometraje, luego de haber realizado “Danny Collins” en 2015. Con “La Vida Misma” nos acercamos a un registro bastante parecido al de la producción televisiva, donde nos ofrece un drama profundo y conmovedor, al mismo tiempo que nos otorga un mensaje optimista sobre el amor y las relaciones. “La Vida Misma” comienza de una manera un tanto confusa, donde no entendemos bien quién es el protagonista, quién está narrando los hechos (a partir de la voz de Samuel L. Jackson) o qué está sucediendo, ya que se nos presenta un relato enmarcado dentro de otro, haciendo que el público se encuentre un poco perdido en la narración. Pero después la historia se va acomodando poco a poco, permitiéndole al espectador meterse de lleno en la vida de los protagonistas. La cinta se divide en distintos capítulos, los cuales siguen a diversos personajes que están relacionados entre sí de alguna manera u otra. En el primer caso, tenemos la historia de Abby (Olivia Wilde) y Will (Oscar Isaac), una relación amorosa que aparentemente no termina de la mejor manera, ya que en el presente Will está pasando por una crisis pronunciada. A partir del recurso de flashbacks nos vamos enterando sobre el pasado de este vínculo y cómo se llega a la actualidad. Al igual que en la serie “This is Us” estos vaivenes temporales se dan de una forma muy natural, cuando un personaje recuerda algo o cuando vive una situación similar, al mismo tiempo que se utilizan otros recursos narrativos como la propia visualización de un personaje hacia un escena del pasado. El resto de los capítulos tienen que ver con personas vinculadas a estos protagonistas, pero que es mejor no adelantar nada para no arruinar la sorpresa que nos depara el film. Al principio tenemos giros narrativos más pronunciados y sorprendentes, que se diluyen un poco con el correr del metraje, donde algunos se vuelven más predecibles. Pero en todos los casos nos encontramos con historias muy bonitas que se van volviendo más dramáticas con el paso del tiempo, para avalar el concepto de la “vida misma” y mostrarnos que a pesar de que la vida nos ponga de rodillas, el hecho de levantarnos y seguir peleando siempre va a ser más satisfactorio. Sin dudas nos vamos a encontrar con momentos conmovedores, con lugar para el llanto tanto de emoción como de tristeza, a partir de una manipulación de nuestros sentimientos. La película consigue que la audiencia empatice rápidamente con los distintos personajes, para luego hacerlos transitar por instantes complejos de la vida. De todas maneras, ese fue su objetivo desde el comienzo y lo consigue sin ninguna dificultad. A su vez, también ofrece momentos cómicos a partir del humor negro o fuera de lugar para descontracturar un poco el drama generado. La empatía con los personajes se logra también a partir de la buena interpretación de todo el elenco, que si bien destacamos a Oscar Isaac, con un papel de hombre desquiciado al borde de la locura, y a una Olivia Wilde muy fresca y radiante, tenemos otras figuras de renombre como Antonio Banderas, Laia Costa (“Victoria”), Mandy Patinkin, Olivia Cooke, Jean Smart, entre otros, que también se encuentran muy bien en su rol. Lo interesante es que el relato está hablado tanto en inglés como en español, según la nacionalidad de los actores, para hacerlo aún más creíble. En cuanto a los aspectos técnicos, nos encontramos con algunos recursos atractivos, como mostrar el paso del tiempo de un niño a adulto de una manera muy natural; la forma en la que intercalan los flashbacks o conectan las historias. También se destaca una fotografía cálida y algunos silencios en momentos oportunos que dicen más que una simple banda sonora que acompañe. “La Vida Misma” es como un rompecabezas, donde al principio tenemos todas las piezas mezcladas y acumuladas y a medida que se las va separando y armando la figura nos encontramos con un panorama mucho más claro. Y una vez que logramos armar este rompecabezas, el dibujo general nos conmueve de la mejor manera. Tal vez pueda pecar de manipulación emotiva, pero la película consigue plasmar eso de la “vida misma”, de los buenos y malos momentos por los cuales puede transitar una persona, una familia, y salir airoso por la lucha y el amor de los que nos rodean. Como un capítulo extenso de “This is Us”, Dan Fogelman nos ofrece personajes con los que nos encariñamos rápidamente y los acompañamos por este viaje de altibajos.
Los caminos de la vida… y los desvíos del dramón. Para aquellos adeptos a la idea de que cada suceso de nuestra vida guarda una correlación con inexorable nuestro destino, La vida misma (Life Itself, 2018) es una película que les viene como anillo al dedo. La excusa perfecta para ver en pantalla dicha idea expresada de forma liviana y descontracturada… bueno, al menos durante los primeros quince minutos. El director y guionista Dan Fogelman, creador de la aclamada serie This Is Us, nos presenta en apenas su segundo largometraje un relato compuesto por historias interconectadas, en diferentes líneas de tiempo y en dos continentes distintos. Lo que comienza como el racconto de cada uno de los pasos estereotipados de la típica pareja hetero americana (se conocen en la universidad, se enamoran, se van a vivir juntos, se casan y proyectan una familia) interpretados por Oscar Isaac y Olivia Wilde, termina decantando en un drama pesado, doloroso de transitar, tan agobiante que hace perder de vista el mensaje, aquella idea o reflexión que se intentaba hacer llegar inicialmente al espectador. Como anticipamos, los primeros minutos arrancan de la forma más animada con una narración en off de Samuel L. Jackson, introduciendo al personaje que creemos va a ser el centro del relato, sólo para contradecirse a sí mismo en cuestión de minutos. Tras este inicio auspicioso el film cambia de tono drásticamente al profundizar sobre la historia de Abby y Will (Wilde y Isaac), quienes se ven envueltos en un suceso trágico, cuyas repercusiones se vuelven una suerte de combustible que alimenta tanto directa como indirectamente los cinco capítulos en los que se divide la narración. Fogelman juega desde el principio con la idea de que no se puede confiar en el narrador omnisciente, sugiriendo que lo contado por este puede no ser del todo confiable. Este concepto también es vertido sobre algunos personajes de La vida misma, generando cierta desconfianza respecto de la historia que se está desarrollando ante nuestros sorprendidos ojos. Si bien se entiende que se trata de un mero artilugio para generar intriga y dar profundidad al relato, la mayoría de las veces el yeite termina desgastando y agotando a su audiencia. El guión supo ser uno de los integrantes de la famosa black list hollywoodense, esa lista que reúne los proyectos más buscados por los productores y los estudios, esas historias que (se supone) deberían ser un éxito garantizado en las salas. Tal vez el único hecho que escapó a la mente de todos los involucrados es que la creación de Fogelman está convencida sobre su función heroica de sacarnos la venda de los ojos, de exponer ante nosotros una realidad supuestamente vedada, cuando en realidad entrega verdades dignas de un libro de autoayuda, en un relato que recrudece el drama para buscar un golpe de efecto y la lágrima fácil. Además de los mencionados, otros interpretes del calibre de Antonio Banderas, Annette Bening, Mandy Patinkin y Olivia Cooke son desaprovechados en una obra que debería haberle hecho caso a esos quince minutos iniciales, evitando amargar innecesariamente a sus espectadores en pos de demostrar una moraleja tan obvia que termina generando vergüenza ajena.
Ex guionista de Disney (Enredados, Bolt, Cars 2) y uno de los responsables de la prestigiosa serie This Is Us, Dan Fogelman debutó como director en 2015 con Directo al corazón, una comedia previsible e incluso un poco pava, pero menos aleccionadora que graciosa, honesta antes que moralista. Las búsquedas y resultados son diametralmente opuestos en La vida misma, su segundo largometraje. La película comienza en Nueva York y encuentra a Will (Oscar Isaac) a punto de tener un hijo con Abby (Olivia Wilde). La primera de tantas desgracias llegará cuando ella sufra un accidente que empuja a él hasta un destino igualmente trágico. De allí el film salta a España, más precisamente a la hacienda de un millonario solitario (Antonio Banderas) que asciende a capataz a uno de sus mejores empleados, a quien además le deja la casa para que se instale con su familia. No conviene adelantar mucho más, puesto que el efecto sorpresa ante la escalada de desgracias y azares es una de los involuntarios atractivos de un film que, siempre desde la solemnidad más acartonada, somete al espectador a un largo y aleccionador recorrido por varias generaciones de estas familias. La vida misma se presenta como uno de esos dramones románticos de largo aliento temporal que entrecruza los destinos de sus protagonistas. Todas las situaciones tienen como fin máximo buscar la emoción del espectador. Una emoción que llega muchas a veces a raíz de situaciones forzadas e inverosímiles aun en una película cuyo universo tiene reglas lo suficientemente laxas como para permitir que pase prácticamente cualquier cosa.
La grandilocuencia acompaña a La vida misma desde su título y no la abandona a lo largo de sus excesivos 117 minutos. A través de sus cinco historias, esta película coral intenta transmitirnos todo el tiempo un profundo mensaje existencial: una voz en off se encarga de bajarnos línea mientras ante nuestros ojos se van sucediendo los edificantes episodios que buscan hacernos reír y llorar (como la vida misma). Si fuera un libro de cuentos, aconsejaríamos leer sólo el primero (El héroe) y, después, dejar el volumen de lado. Porque es el único en el que cierta acidez y oscuridad compensan la empalagosa dulzura que impregna a toda la película. En él, un lucido Oscar Isaac interpreta a un hombre que está en una sesión de terapia intentando superar el final de su pareja. Lo que se cuenta no es extraordinario, pero funciona porque el tono es juguetón. En el comienzo se activa un dispositivo que intenta emular el ingenio de un Charlie Kaufman, y durante el episodio se incluyen algunas reflexiones sobre el propio procedimiento narrativo, con un planteo sobre la cuestión del “narrador poco fiable” que amaga -sólo amaga- con ser interesante. En esa búsqueda de sorpresa, también se usa y se abusa de un mecanismo temporal de cajas chinas, con flashbacks dentro de flashbacks. En esta sumatoria de recursos narrativos se nota que, antes que director (este es su segundo largometraje), Dan Fogelman es guionista (creador de la exitosa serie This Is Us, también escribió, por ejemplo, los guiones de Cars 1 y 2 y Loco y estúpido amor). Luego, el humor y el espíritu lúdico van desapareciendo. La pirotecnia narrativa va apagándose: cuando caen los adornos, lo que queda a la vista es el contenido edulcorado, lacrimógeno y sensiblero de esas fábulas. Que se van encadenando, pero para que esos eslabones queden unidos -al fin y al cabo, es la historia de una familia-, se fuerzan coincidencias que cierren el círculo de los personajes. Una patología mundialmente conocida como Mal de la Coralidad.
Narrada en varios capítulos, este drama refleja principalmente la vida amorosa de Abby Demsey (Olivia Wilde) y Will (Oscar Isaac). Ellos están muy enamorados y esperando una hija. Pura felicidad. Hasta que la tragedia golpea sus vidas. Will queda devastado, lo internan en un neuropsquiátrico y tiene sesiones regulares con la Dra. Cait Morris (Annette Bening) pero no logra salir de su depresión. Perdió al amor de su vida y ya lo dijo al principio, “el único que iba a tener”. Su hija Isabel es criada por sus abuelos ante la imposibilidad de su padre de hacerse cargo. Las vueltas de la vida hacen que la historia viaje por New York y por España y todo encastre. Justamente en España, el millonario Mr. Saccione (Antonio Banderas) tiene de todo menos el amor de una familia y de una pareja. El se encarga de fabricar aceite de oliva y le ofrece a su empleado de máxima confianza, Juan, que sea su Encargado y se mude allí junto a su novia. Al poco tiempo tienen un hijo, que es la debilidad de Mr. Saccione, Rodrigo González (Alex Monner), y Elena (Lorenza Izzo), su madre, también comienza a serlo... el destino hará el resto. Los que me leen, saben que nunca spoileo. Vean la historia por ustedes mismos si se sienten atraídos. Yo sólo diré que el Director y guionista Dan Fogelman (creador de “This is Us”) en su segundo largomentraje, hizo un trabajo que al principio parece rebuscado, no se sabe para donde va, pero luego los mismos personajes nos van mostrando el camino. Quizás un poco melosa para los hombres, pero a las mujeres les va a gustar, porque es romántica, algo dramática, es emotiva y las historias cierran y conectan bien. Las actuaciones son todas buenas, porque el director supo rodearse de un elenco sólido. --->https://www.youtube.com/watch?v=Lu8tX9LBpPo ACTORES: Olivia Wilde, Antonio Banderas, Oscar Isaac. Olivia Cooke, Annette Bening, Mandy Patinkin. GENERO: Romance , Drama . DIRECCION: Dan Fogelman. ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 118 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 06 de Diciembre de 2018 FORMATOS: 2D.
Lazos de familia Dan Fogelman (Directo al corazón) ha creado las series y películas más exitosas de los últimos tiempos, siendo This is Us (2016) el ejemplo de cómo se puede recuperar el melodrama en la televisión, ofreciendo a nuevas generaciones una relectura sincera de éste e imponiendo nuevas tendencias y clásicas fórmulas que repercuten positivamente en la audiencia. Con La vida misma (Life itself, 2018) ese conocimiento sobre el género se potencia al imaginar una historia cruzada, que va y viene a partir de flashbacks y forwards en el tiempo, para configurar un almibarado relato sobre la familia, el amor, la amistad y la búsqueda de ideales. Samuel L. Jackson narra en off las vicisitudes que envuelven a los protagonistas (Olivia Wilde y Oscar Isaac), la elección de voz en off (que luego aparece en un cameo) no es ingenua y posiciona el contrato de lectura de la propuesta. Dan Fogelman homenajea a Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) con una escena en la que Will le pide matrimonio a Abby, vestidos como Mia Wallace y Vincent Vega, en medio de una fiesta, y en lo que aparenta un rechazo, termina luego brindando el escenario para que comiencen a entrecruzarse historias y relatos a lo largo de países y continentes desde esta unión. En la ambiciosa tarea de hilvanar y mostrar los personajes, La vida misma se presenta como una épica sobre el amor, sobre los encuentros y desencuentros, sobre la vida golpeando a las personas y la capacidad, a partir de la resiliencia, de reconstruir, desde la nada misma, nuevos y potentes vínculos y encuentros. De Nueva York a un pequeño pueblo de España, sin escalas, el viaje que propone Fogelman reposa su verosímil en la reiteración de relatos, y en el subrayado de emociones a partir de la presentación de cada uno de los personajes, protagonistas cada uno de su propia historia de amor, sea pasional, filial o simplemente vincular y ocasional. La vida misma es una película que prefiere buscar la empatía con el espectador con sentimientos expuestos a flor de piel. En esa recuperación del melodrama, en la tradición de sus tiempos y estructuras, y en preferir detenerse en detalles, como en la explicación acerca de la riqueza del potentado hacendado español que interpreta Antonio Banderas, es en donde Fogelman va preparando el escenario en el que las pasiones librarán sus luchas y encuentros. Si por momentos la ágil propuesta inicial se pierde en el letargo del melodrama que encarnará el personaje de Banderas, con una pareja a la que abordará como propia (interpretada por Laia Costa y Sergio Peris-Mencheta), eclosionando en ella, rápidamente la nueva vinculación propone un estadío diferente que repercute en la totalidad de la obra. Y tal vez en la necesidad de estar atentos a no perder conexiones, a relacionar unos con otros a los protagonistas, es en donde el artificio de La vida misma comienza a jugarle en contra, con un sinfín de giros y revelaciones, ya previstos, que atentan con la esencia de la historia central. Así y todo, en las genuinas sensaciones que transmiten los actores, en la banda sonora, que envuelve y acompaña, creada por Federico Jusid, y en la utilización de todo el soporte para potenciar la historia, La vida misma se propone como un logrado ejercicio melodramático, potente, honesto, con algunos diálogos muy lúcidos, sobre vínculos y sus derivados.
Dan Fogelman se ganó un lugar entre los narradores de emociones más reconocidos de la actualidad de Hollywood, tanto en la TV como en el cine. Pero aquí no hay ninguna señal que se aproxime al drama familiar observado con sensibilidad y genuina compasión ( This Is Us) ni al cálido relato sobre las segundas oportunidades ( Directo al corazón) que llevan la misma firma. Hasta podría decirse que Fogelman tiene un otro yo que parte de los mismos temas de sus anteriores trabajos y decide reescribirlos desde un lugar mucho más cruel y hasta sádico disfrazado de película sobre temas "importantes". Con una lógica temporal completamente inverosímil, Fogelman entrelaza vidas al estilo de Babel o de Vidas cruzadas con la pretensión de mostrar que es posible superar las tragedias más extremas. Pero lo único que consigue es desplegar sin anestesia un muestrario de sufrimientos gratuitos. Aquí, el miserabilismo es el común denominador: una pareja que espera con profundo deseo un hijo se destruye por un accidente que, para peor, se repite con impiadoso exhibicionismo. Más tarde, un joven recibe la mejor noticia de su vida en el mismo momento en que le anuncian una catástrofe familiar. La manipulación emocional se mezcla con un psicologismo pueril y edulcorado a la fuerza desde la fotografía y la música. Mientras tanto, los cotizados intérpretes parecen haberse contagiado de todos los padecimientos de sus personajes.
Las vueltas del destino “La Vida Misma” (Life Itself, 2018) es una película dramática dirigida y escrita por Dan Fogelman, creador de la serie “This Is Us”. El reparto incluye a Oscar Isaac, Olivia Wilde (El Precio del Mañana, Rush), Olivia Cooke (Bates Motel, Ready Player One), Antonio Banderas, Laia Costa (Nieve Negra), Sergio Peris-Mencheta, Álex Monner, Annette Bening, Isabel Durant, Lorenza Izzo, entre otros. Tuvo su premiere mundial en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF). La historia gira alrededor de variados personajes tales como Will (Oscar Isaac), su pareja embarazada Abby (Olivia Wilde), su psicóloga (Annette Bening), la joven Dylan (Olivia Cooke), un niño que presenció un accidente terrible, su padre Javier (Sergio Peris-Mencheta) y el jefe de éste. A medida que avance el relato, las conexiones entre cada uno se irán revelando. Difícil hablar de un filme donde cualquier pequeño detalle puede ser considerado un spoiler. Ya por el tráiler, donde veíamos a distintas caras conocidas, no se podía distinguir de qué iba la trama. Dividida en capítulos de cada integrante de esta historia (el primero narrado por Samuel L. Jackson, que también hace un cameo innecesario), se puede decir que la cinta tiene uno de los comienzos más extraños ya que tardamos en dilucidar a qué apunta lo que se nos está mostrando. Una vez que el foco pasa a estar puesto en Will y la relación con su mujer Abby, el interés se acrecienta debido a que, como espectador, queremos saber qué es lo que sucedió para que ya no estén más juntos. No obstante, cuando Antonio Banderas entra en escena la película pierde todo el atractivo y conexión que venía manteniendo. Aparte de que desde ese momento el filme pasa a ser en español, el extenso monólogo de Saccione (Banderas) no puede importarnos menos ya que no aporta absolutamente nada relevante al relato. A medida que pasan los minutos, las sospechas se convierten en realidad: el largometraje no es más que un rejunte de golpe bajo tras golpe bajo que pretende a toda costa emocionarnos pero no lo consigue de ninguna manera, en especial por lo forzado y aleccionador que es. Enfermedades, accidentes, abusos, problemas con el alcohol, traumas, suicidio y hasta la muerte de una mascota se hacen presentes en una película mal guionada y estructurada. Con un recalcado mensaje sobre la importancia del amor y de seguir adelante a pesar de los obstáculos, “La Vida Misma” tiene uno de los desenlaces más inverosímiles y ridículos en donde se descubre quién era la voz en off de casi toda la trama. Una lástima que tantos buenos actores hayan sido desperdiciados para tan pesado empalague.
La segunda película de Dan Fogelman como director, "La vida misma", es un melodrama coral tan sobrecargado que termina por agobiar al espectador. Dan Fogelman se hizo un nombre dentro de la industria de Hollywood. Como guionista, varias películas de Disney ("Enredados" y "Bolt") y Pixar ("Cars" y su secuela), tienen su firma. "Loco y estúpido amor", clásico instantáneo de la comedia romántica actual, también tiene guion suyo. Lo mismo para "Last Vegas", que sin ser una gran película, es de lo mejorcito de ese fatídico género de ancianos comportándose como jóvenes ridículos. También es conocido en la televisión por la popular "This is Us", con la que terminó por posicionarse como guionista de oro. Sin embargo, a la hora de dirigir, pareciera no tener el mejor tino para encarar proyector. "Danny Collins", su ópera prima, es una de las peores películas que encaró el actual Al Pacino de capa caída. Ahora, en su segundo trabajo, "La vida misma", lejos de mejorar el promedio, lo tira para abajo. "La vida misma" sigue la mecánica que hizo popular Robert Altman, y estandarizó excelentemente Richard Curtis en "Realmente amor". Pero aparte de ellos dos, son pocos los que han tenido fortuna a la hora de presentar un drama, o comedia dramática coral, empezando por el último Garry Marshall, y terminando con este Fogelman. Una historia que va y viene en el tiempo, con distintas generaciones, de un continente a otro, que se linkean apenas lo suficiente para tener ilación, y se ramifican hacia todos los costados. Este juego es una tentación para perderse en dar consejos de vida y autoayuda, poner a los personajes a arrojar máximas y hacerlos vivir situaciones edificantes; y Fogelman cede demasiado rápido y profundo. Marisa Tomei decía en "Sólo Tu", que el destino está escrito en las estrellas, como una forma poética de decir que el destino ya está escrito y que siempre nos alcanzará. Claro, en aquel film romántico, era un postulado para luego ser desmentido y querer demostrar que en verdad el destino, o el amor, es inesperado, y hay que salir a buscarlo. Por el contrario, "La vida misma" se toma la cosa del destino muy en serio, y jugando al efecto mariposa de un modo obvio, hará que los hechos de uno, repercutan en otras historias, a lo largo del tiempo, como una larga cadena de buena fe. El relato en off de Samuel L. Jackson guía, al principio nos engaña, pero no, los protagonistas o epicentro son Olivia Wilde y Oscar Isaac, o Abby y Will; una pareja prototípica que cumple el sueño de todo normado. Se conocen estando en la universidad, y de ahí la relación irá quemando todas las etapas, la convivencia, el matrimonio y la proyección de la familia; pero no, hay que empezar con los dramas. Esta parejita será el disparador para todo lo demás, componiendo un total de cinco episodios intercalados. Quizás, cada uno de estos cinco, presentados de forma individual, hubiesen servido de base para capítulos de "Alta Comedia" o "Teatro como la vida", o "La comedia de Darío Vittori"; todas cosas que veinte o más años atrás funcionaban, en otro contexto, en otro formato, que no es para nada, lo que propone Dan Fogelman. A Isaac y Wilde (Jackson es sólo voz en un off y una pequeña aparición), se le suman Antonio Banderas (porque la historia va de Nueva York a España), Olivia Cooke, Laia Costa, Annette Bening, Mandy Patinkin, Jane Smart, y Sergio Peris Mencheta, entre otros; todos actores de peso y renombre que Fogelman trata de conducir de modo correcto, aunque apenas lo logra, en medio de un guion de vuelo muy bajo. La idea pudo resultar simpática, de haber sido tomada a la ligera, pero no, el tono edificante, y la permanente búsqueda de verosimilitud, es lo que termina por arruinarlo todo. Desde el guion, Fogelman se encargó de darle forma a un proyecto que hace años rondaba por Hollywood, y al que nadie se la animaba por su megalomanía, pero que parecía un número puesto de éxito. Como prueba de que el destino no es tan certero, lo que en la previa parecía que no podía fallar, plasmado como película se estanca y no despega de su pantanosa moralina. "La vida misma" está tan empecinada en arrojar consejos, en hacernos ver que nuestros actos tienen consecuencias, y en marcarnos cómo debemos actuar frente a determinados hechos, que se olvida de construir una narración sólida y de interés. Abunda el melodrama, el golpe bajo, la moralina, y el inverosímil comportamiento biempensante. Escasea la frescura y la naturalidad. Quizás, más cercano a "La vida misma" sea aquel film dirigido por Chaz Palminteri, "Noel". Pero aún aquel, con sus escasas intenciones, conseguía un relato coral más simple y entretenido. Fogelman tenía en sus manos algo enorme y se empalaga, comienza a arrojar consejos y lugares comunes, a forzarnos el llanto o la emoción. En el medio, se olvida que todo lo que debía hacer era construir una película para esta época navideña de buenas, pero sobre todo, pasatistas intenciones. "La vida misma" es tan pasatista en estas fiestas como una nuez tragada entera con cáscara y todo; indigerible.
Dos generaciones de familias unidas por la tragedia, y cómo más allá del entendimiento de ésa fragilidad, la búsqueda del ser humano sigue siendo el amor que puede coincidir en la existencia de nuestros progenitores. Un relato un tanto antojadizo –a menos que se piense en que la autenticidad del pasado no pueda sino llevarnos de nuevo al germen de ese sentimiento tan puro. En el comienzo cuenta con actuaciones de medio pelo de Oscar Issac, Olivia Wilde o Annette Bening que desarrollan unos de los cinco capítulos que arman la película, pero que más tiene que ver en una fallida estructura de los primeros diálogos donde se abusa de la información, como también del ritmo o los pulsos dramáticos (beats) que retrasan lo importante. Sin embargo, a partir de la segunda historia todo mejora considerablemente. El guión se arma de una manera coherente y juega con diferentes enfoques del relato, como los que alguna vez nos regaló la maravillosa película de Tim Burton “El gran pez”, algo así como que la vida es como la contamos, importa poco cómo sucedió. Los diálogos parecen escritos por otra persona y aunque algunos pueden parecer un poco golpe bajo, están sustentados por enormes actuaciones, como un desafiante monólogo de Antonio Banderas quien demuestra que los años en esta profesión no son en vano; y que se complementa con la talentosa actriz –también española- Laia Costa, la de la famosa película alemana “Victoria”. La película tiene una intervención de Samuel L Jackson. Si te interesa este tipo de estructura en las películas, te recomiendo CRASH del años 2005 que dirigió Paul Haggis y que fuera ganadora del Óscar a mejor película y que trata de las tensiones raciales que involucran a varios residentes de Los Ángeles. Otra es Magnolia de Paul Thomas Anderson, quien ganó el Oso de Oro en Berlín en el año 2000. La última y menos conocida es “Short Cuts” de 1993 de Robert Altman. (Calificación 7/10)
La vida misma, de acuerdo con cómo te agarre y cómo te pegue emocionalmente, no es una película para ver, sino para experimentar. A mí me pasó eso. Fui viviendo diferentes emociones y situaciones a medida que avanzaba la cinta. Al minuto diez, no entendía bien qué ocurría. Me desconcentraba la constante ruptura de la cuarta pared, y Samuel L Jackson haciendo de sí mismo. Al minuto veinte, ya estaba completamente enganchado con la propuesta y el código. Enamorado de los personajes e intrigado. A los cuarenta minutos estaba devastado por un plot twist inesperado, y fascinado por ese gran recurso de guión no lineal. A la hora, me convertí en adicto de este film y de todo su universo maravilloso. Y la segunda mitad la disfruté a más no poder, secando lágrimas y con varias sonrisas. Dan Fogelman, creador de la genial serie This is us, escribe y dirige, con un claro norte de hacer emocionar y reflexionar sobre la familia y el amor, tal como lo hace semana a semana con el citado show de televisión. Y aunque en el póster y trailer se marcan dos claros protagonistas, la realidad es que es un film más bien coral. Cada uno de los personajes tiene su centro y peso. El gran Oscar Isaac, vuelve a demostrar una vez más que no importa lo que haga, será excelente. Aquí como el tipo más enamorado, hasta el más loco y sufrido. Una Olivia Wilde que sorprende, mostrando su lado más humano. Mandy Patinkin, el mismísimo Inigo Montoya de The princess bride (1987), y tantos otros papeles, compone mi personaje favorito en esta oportunidad. Como padre y como abuelo. Antonio Banderas muestra matices que hace rato no le veía, en un rol que causará divisiones en la audiencia. El resto del elenco está a la altura y cada uno brilla en lo suyo. En cuento a la puesta, me gustaron mucho varias de las transiciones de escena a escena, pero la verdad que no es original, Coppola la hacía cuarenta años atrás. La película es correcta desde lo técnico en cuanto a la fotografía, y tiene una muy buena banda sonora con el tema Make you feel my love de Bob Dylan como protagonista e hilo conductor. Asimismo, no escapa al cliché ni a que el espectador se adelante a ciertas situaciones un tanto previsibles. Pero no importa porque ya estamos muy inmersos en todo. Sin dudas es una película que volveré a ver, y será el tiempo el que dirá si se mantiene de la misma manera o si incluso se le encuentra más capas en visionados posteriores. Pero también puede ser que desencante… Para concluir, y parafraseando un poco, la vida misma es la que narra, la película es un ejercicio sobre narradores y el destino. Y nosotros (los espectadores) los protagonistas de esta gran experiencia.
El drama a través de distintas generaciones, el amor, las decepciones, los corazones rotos y todo eso que le da forma a la vida. Life Itself es una película que hace uso de todos los elementos que su director, Dan Fogelman, conoce por excelencia, todo con el aparente fin de hacer llorar a los espectadores, pero se le va mano y la historia tambalea. El resultado es un drama que se pasa de meloso e irregular.
Cuando quien les escribe cursaba la carrera de periodismo y crítica cinematográfica, tenía un profesor que no aprobaba el uso de la expresión “como la vida misma” en referencia al cine. A este docente le resultaba problemático el que se empleara ya que, en su concepción, el referirse a un film como una obra con elementos que la asemejan a la vida misma no hacía más que depositar contrariamente una diferenciación entre ambos. Entendiendo esta idea, el director Dan Fogelman crea un film donde el núcleo del mismo es sentir la experiencia de vida de sus personajes, haciéndolo a través de la evidencia del artificio narrativo del cine —y sin que ello impida la inmersión del espectador dentro de sus historias. Fogelman se pasea entre tres historias ligadas entre sí: no hay una separación de las mismas sino que todas las historias en realidad son una sola. Marcando un engañoso tono de comicidad, el film comienza con la voz de Samuel L. Jackson como narrador de un relato que nos indica falsamente los personajes que seguiremos en esta historia y el tono de la misma. La comedia (lo irónico) está presente pero no es más que un mero escape, ya que cuando la tragedia se abre paso con la misma velocidad que un autobús atropella a uno de los personajes, es cuando el factor humor deviene en tristeza y depresión para los personajes y para el espectador —el director lo hace trasladando el concepto literario del narrador poco confiable al lenguaje cinematográfico. Abby (Olivia Wilde) le dedica su tesis a la idea del narrador poco confiable. En ella formula un paralelismo con la experiencia de la vida, aludiendo a que, de su azar y sorpresas, surge su similitud con el famoso recurso narrativo. Siendo ésta la visión del director y el cálido corazón del film, La vida misma se sirve de tres historias de vida que ganan su fortaleza con el amor y el cariño con el que son retratados sus personajes. La historia de amor y pérdida entre Abby y Will (Oscar Isaac) concatena la serie de hechos que enlaza a éste, quizás el mejor de los tres arcos argumentales, con el de Dylan (Olivia Cooke), una joven que lidia con la muerte de sus padres a los que nunca conoció, mientras que del otro lado del continente se encuentra Javier (Sergio Peris-Mencheta), un humilde hombre español que quiere brindarle lo mejor a su hijo y su mujer Isabel (Laia Costa), aunque esto conlleve abandonarlos para dejarlos al cuidado amoroso y el bienestar económico de su jefe (Antonio Banderas). Los logros del film se encuentran en la forma en que las historias se desarrollan y unen de manera armoniosa, con naturalidad. Incluso entran en juego distintos tiempos narrativos, como el uso desordenado de flashbacks o saltos en el tiempo que lejos de volver caótica la narración, logra que cada pieza a contar ocupe su lugar sin nunca resultar algo forzado. Lo que sí supone cierto problema es el hecho de que lo que comienza como una serie vivencias que no escatima en humor ni en la crudeza de sus tragedias, conforme se adentra uno en el film, pasa a descubrir un exceso de mensajes y relaciones por demás cursis que terminan edulcorando el tono del film. La historia de Abby y Will, que funciona como disparador y como punto de unión del resto de sucesos y personajes, goza de un balance de los elementos mencionados, incluyendo el uso del narrador poco confiable como factor de humor y como engaño narrativo, para generar una sorpresa o fuerte reacción en el público. Esto se convierte en el núcleo del film gracias a la construcción que hace de sus personajes, la base de la que se sirve Fogelman para sostener las historias periféricas que nacen a partir de ella. Ese corazón del film lo mantiene vivo, si bien el mismo pierde fuerza en el uso melodramático, cuasi telenovelesco, con mensajes que solo están para explicitar lo que con otras historias o recursos el film ya se había encargado de hacer entender. Así como el narrador poco confiable siembra dudas o confusiones en su manera de contar, Fogelman termina haciendo lo mismo con su film, no con el fin de engañar al espectador sino en la forma que escoge contar su historia, ya que la impresión de su subjetividad como autor hace que la focalización de la narrativa conserve su discurso central, pero alivianándolo con un cambio de visión en busca de una identidad más optimista que termina excediéndose de forma melosa. En definitiva, Fogelman brinda un film que logra disfrutarse en su totalidad pero que no mantiene el nivel de narración y encanto tragicómico de su comienzo, algo que en parte lo vuelve un director poco confiable.
Cuando el protagonista es un observador. Metáfora de cómo transcurrimos en el presente. Nada es casual. Vidas que se cruzan, historias que se repiten, la influencia de los antepasados y sus consecuencias, que abarcan un amplio espectro de emociones y sucesos. Gente simple, aunque diferente, quienes como común denominador deberán atravesar por situaciones muy difíciles. Dan Fogelman, conocido por ser el creador de la exitosa serie This Is Us , nos entrega un drama escrito y dirigido por él. Protagonizada por Oscar Isaac, Olivia Wilde, Mandy Patinkin, Olivia Cooke, Laia Costa (protagonista de Victoria, película alemana muy recomendable), Anette Bening, Antonio Banderas y Sergio Peris-Mencheta. El film está dividido en cinco actos y comienza con Samuel L. Jackson como relator, rompiendo estructuras del lenguaje cinematográfico cuando se presenta y nos habla, y en donde nos topamos con la voz del autor y su estilo. Se trata de una historia de amor multigeneracional, contada en cinco actos que abarca décadas y continentes, desde las calles de Nueva York hasta la campiña española, todas conectadas por un solo evento. La vida misma nos habla sobre la actitud que tomamos en la vida ante traumas que pueden ser superados o no, desde una perspectiva profunda, de las herramientas con las que contamos de acuerdo a lo aprendido y de familias de diferente procedencia que deben lidiar con el dolor y a su vez vinculadas por las mismas emociones. La esencia del guion supone la interrelación de las experiencias humanas y su conexión con algo más extenso, junto a la idea de que la vida es impredecible y que algunas decisiones pueden cambiarla para siempre. Fogelman le brinda a los actores la libertad necesaria para generar una singular fluidez y naturalidad, e intenta descubrir un sentido detrás del velo de la oscuridad y el cinismo para encontrar el amor, desde un punto de vista optimista y romántico, aunque sin olvidar que la vida puede ser extremadamente difícil y triste. Existe una evidente reminiscencia a El curioso caso de Benjamin Button (2008), ya que si “eso” no hubiese ocurrido exactamente como ocurrió, cual efecto dominó, todo hubiera sido diferente, y al film Amores perros (2000), con respecto a un suceso filmado desde varias perspectivas. Los acontecimientos pueden ser mágicos si te detienes a contemplar, sientes con más fuerza o si te tomas todo el tiempo para asimilar, concluye el mensaje del film. Es necesario dar un respiro a la mente y permitirnos reír, llorar y emocionarnos, esa es la invitación que nos propone La vida misma.
Dan Fogelman y el desafío de seguir después del éxito televisivo “This is us”, que hizo correr tsunamis de lágrimas y por la que obtuvo muchos premios. En este caso la historia comienza con trampas para el espectador, con vueltas de tuercas caprichosas en una historia de amor y tragedias que llevan con encanto y atracción actores como Oscar Isaac, Olivia Wilde, Annete Bening. Desde un comienzo impactante, un desarrollo no convencional a fuertes golpes emotivos que desde ese momento seguirán los vaivenes de una historia familiar con romances, por sobre todo desgracias, momentos felices, como una suerte de telenovela de gran nivel pero con todas las técnicas del melodrama usadas al máximo. Y si bien la primera parte impacta, la segunda se pone más obvia, con una historia mas dedicada a los latinos, donde Antonio Banderas tiene un curioso rol de observador, paciente protagonista y poco ritmo en un relato demasiado previsible de amores desencontrados, enfermedades y sustos traumáticos. Como una madeja demasiado enredada que termina anudando los cabos sueltos. Ideal para quienes amen las historias de amores de folletín.
La vida misma es el título del segundo largometraje como director de Dan Fogelman, de una extensa carrera como guionista en series de televisión. En ella utiliza un reparto lleno de estrellas de cine como Oscar Isaac, Olivia Wilde, Antonio Banderas, Annette Bening, Sergio Peris-Mencheta, Olivia Cooke y Mandy Patakinentre otros, para contar una historia de amor que transcurre a lo largo de varias generaciones y entre diferentes personajes cuyas vidas se entrecruzan en diferentes épocas y lugares. Con una estructura narrativa dividida en capítulos, cada uno con una placa que indica quien es el protagonista de cada uno de ellos. Formando así un rompecabezas cuyas piezas pueden estar en diferentes países y épocas, pero al final pero se terminan uniendo, como ocurría en Babel de Alejandro Gonzalez Inarritu o en Tres colores: rojo, película que cierra la trilogía de Kristoff Kieslowki. Pero como sucede con la primera y no así con la segunda, acá esta estructura dramática se ve forzada, y la conexión entre todas las historias se dejan ver mucho tiempo antes del final. Pero el principal problema de La vida misma es que es un melodrama que busca abarcar demasiado, y esta todo tan fríamente calculado que termina resultando inverosímil y por lo tanto poco interesante. La idea de avanzar y retroceder en el tiempo en el primer capítulo, por ejemplo, hace que perdamos la sorpresa y no empatizemos con la historia de amor, y las voces en off explican lo que se nos podría mostrar en pantalla y resultar muchísimo más interesante. A esto se le suman una larga serie de golpes bajos que al irse acumulando anestesian al espectador y le generan aburrimiento, porque termina siendo una regla en cada capítulo. La película falla también desde el punto de vista técnico, con su excesiva iluminación y escenas de una perfección publicitaria, donde no faltan los lugares comunes de estas. Y el error es que hasta las escenas más duras de la película respetan esta estética, en la que se ve lindas las cosas más terribles. A esto hay que sumarle la banda sonora del músico argentino Federico Jusid, que en lugar de generar un contraste musical que pueda conmover, lo convierte en redundante. En conclusión, La vida misma es un melodrama donde todo está fríamente calculado, y por lo tanto se le resta toda emoción. Porque los personajes hacen y dicen cosas románticas, pero caen tanto en lugares comunes o se explican tanto mediante el uso de voces en off que no resultan creibles. Y este el error en el que ningún melodrama puede caer, porque se puede ver lo artificial de su diseño de producción, como ocurre con Mouline Rouge por ejemplo, pero para que funcione no tienen que ver los hilos es en los sentimientos de los personajes.
UNA BROMA DE MAL GUSTO Hay un par de secuencias en La vida misma que juegan con el humor y fallan bastante estrepitosamente: la primera sucede al comienzo, involucra una breve aparición de Samuel L. Jackson y pretende utilizar la comedia para abrirle paso al drama de manera totalmente abrupta e inadecuada; la segunda recurre a una situación de embarazo, coquetea con la idea del aborto y finalmente convierte todo en un pésimo chiste para básicamente dejar mal parado a un personaje, y es tan indefendible que causa gracia pero por las razones equivocadas. Ambas escenas pintan de cuerpo entero a una película que, por más que quiera acumular lecciones de vida cada treinta segundos, no hay que tomarse muy en serio. En La vida misma se quiere hacer hincapié en cómo acciones, decisiones y eventos que solo parecerían afectar a un pequeño grupo de personas en verdad afectan a muchos más individuos, por más que estén alejados espacial y/o temporalmente; porque todos somos parte de historias que nos trascienden e incluyen a la vez; y claro, nuestras existencias son impredecibles en su desarrrollo. O sea, algo a mitad de camino entre Babel y El efecto mariposa, dos films terribles, por cierto. Acá el asunto no llega a tanto, aunque la película de Dan Fogelman hace su esfuerzo, partiendo de una pareja (Oscar Isaac y Olivia Wilde), que se conocen en la universidad, se enamoran, se casan y están por tener un bebé hasta que…bueno, interviene la película, con su ferviente deseo de acumular tragedias, desgracias y miserias por doquier, porque la vida se trata de eso, de muchas cosas horribles y alguna que otra cosa relativamente buena. Dios te quita, Dios te da, dirían los creyentes. Acá es Fogelman el que quita y da, a su antojo. Dividida en capítulos como si fuera un libro (para, de paso, dar pie a disquisiciones literarias bastante obvias e insustanciales), La vida misma se la cree tanto que por momentos haría sonrojar a cineastas como Alejandro González Iñárritu, y eso es decir. Esta autoindulgencia la lleva a que se pretenda seria, reflexiva, profunda, disruptiva e intrincada narrativamente, cuando en verdad la historia que hilvana es totalmente lineal, superficial y extremadamente previsible, particularmente en su media hora final. De hecho, hay una enorme cantidad de situaciones en el relato que se podrían haber contado de formas más simples y efectivas (el film podría haber durado tranquilamente 40 o 50 minutos menos), pero Fogelman siempre está metiendo mano desde el guión para complicar todo de balde, incapaz de darle libertad a sus personajes, quitando toda chance de sorpresa y conduciendo al aburrimiento. La intención de conectar personas y subtramas de formas originales, que le había funcionado bastante bien a Fogelman como guionista de Loco y estúpido amor y creador de This is us, acá es un completo desastre, que atraviesa una multitud de tópicos –depresión, suicidio, abuso sexual, abandono, maltrato, violencia y más depresión- sin profundizar cabalmente en ninguno. Ese caos temático y sensiblero posee una explicación básica: en la película dirigida por John Requa y Glenn Ficarra, y en la serie ganadora del Globo de Oro los personajes toman decisiones, eligen con un margen de autonomía, aún en circunstancias que pueden parecer antojadizas. En La vida misma, el que elige es el realizador, que desde el guión quiere acomodar todas las piezas a su antojo, porque todo está en función de un discurso moralista. En el medio, se pierde la chance de encontrar rastros de humanidad y verdadera sensibilidad en los protagonistas, que naufragan a la par del relato. De ahí que solo quede un film que quiere ser importante y trascendente, pero no pasa de lo banal, y que ni siquiera funciona como comedia involuntaria.
La Vida Misma: Lágrima Fácil. Dan Fogelman (creador de This is Us) nos propone este drama lacrimógeno donde se nos muestra los vínculos afectivos y su yuxtaposición con el azar, la casualidad y/o el destino. Las películas corales eran moneda corriente hace algunos años con grandes y originales exponentes como los films de Iñárritu (21 Grams, Babel y Amores Perros) o historias livianas del estilo de New Year’s Eve, Valentine’s Day y He’s Just Not That into You. En un punto intermedio se encuentra Life Itself (título original de la obra de Fogelman) que arranca de manera interesante y con el correr del metraje se va diluyendo e incurriendo en varios clichés, dejando personajes poco desarrollados, golpes de efecto predecibles y manipulación emocional a más no poder. El largometraje comienza contando la trágica historia de Will (Oscar Isaac) y Abby (Olivia Wilde) una pareja que va construyendo su relación y posteriormente su familia a través del tiempo, pasando de ser una pareja universitaria hasta casarse y tener un hijo. Paralelamente el personaje de Abby intenta desarrollar su tesis sobre “el narrador no fiable” y como todos los narradores son infiables debido a la arbitrariedad y lo azaroso de la vida. Como la vida misma es un narrador sospechoso también. Ahí es donde se va gestando una idea atractiva yendo y viniendo en el tiempo y mostrando la decadencia del vínculo de esta pareja a partir de esta tesis. Al mismo tiempo, los primeros 15 minutos nos otorgan algunos recursos interesantes donde Samuel Jackson comienza a contar enmarcadamente parte del relato. No obstante, esto se acaba prontamente para desembocar en un segundo acto apresurado, con personajes que no terminan de desarrollarse y que no cuentan con el peso suficiente que tenia los protagonistas anteriores. A fines prácticos y para evitar spoilers no entraremos en detalles de lo que viene pero el elenco estelar compuesto por los ya mencionados intérpretes sumados a Olivia Cooke (Ready Player One), Mandy Patinkin (Homeland), Antonio Banderas (La Piel que Habito), Annette Bening (American Beauty) y Laia Costa (Victoria) son sumamente desaprovechados en una historia por momentos predecible, donde se ven sus hilos y su mecanismo de manipulación. Por otra parte, hay varios golpes bajos que se sienten innecesarios y que sólo buscan la lágrima fácil del espectador y un golpe de efecto convencional que se podría haber arreglado desde la construcción misma de los personajes y de una manera más visual y no desde la sobre-explicación y la exposición mediante diálogos. Si resulta destacable todo lo relacionado con la edición del film y su banda sonora que le dan cierto carácter e identidad al relato. Una película que no presenta ningún tipo de reproche desde lo técnico. Quizás Fogelman peca de intentar explotar una premisa similar a la que utiliza en This Is Us pero en una cinta de dos horas de duración donde tiene menos tiempo para desarrollar a una enorme cantidad de personajes, conflictos y cruces entre los mismos. El formato televisivo le permitía ahondar más en estas cuestiones de una forma más armónica y menos forzada. La Vida Misma es una película que gustará a los fanáticos de Fogelman y su serie de TV, los que disfruten de los dramas lacrimógenos y los largometrajes corales. Para el resto de los espectadores no quedará mucho más que un drama con varios golpes bajos y con un potencial que no termina de explotarse.
Relato indeciso entre lo edulcorado y lo trágico que intenta pasar por filosofía “Lo único predecible sobre la vida es que es impredecible” y “Somos el resultado de aquellos que nos engendraron” son dos conceptos clichados principalmente porque se sobrentienden en el día a día. Sin embargo, cada tanto aparecen narraciones como La Vida Misma que insisten en presentarlo como una verdad revelada que más que conmover termina por empalagar. Acompáñenme a ver esta triste historia La Vida Misma cuenta la historia de amor entre Will y Abby, como se conocieron, enamoraron, se encaminaron para formar una familia y como dicho romance quedó trunco a raíz de un accidente que dejó a Will destrozado y tratará de salir adelante con la ayuda de una psicóloga. Primero estoy en la obligación de mencionar que esta historia, la que venden una gran mayoría de los trailers es apenas la primera de cuatro líneas narrativas, postura entendible dado a que es la única que tiene actores de renombre por los cuales un espectador podría apostar a pagar una entrada. Por otro lado, las historias están tan conectadas entre sí que es una de esas películas que al querer contar de qué se trata, se acabaría por contarla en su totalidad. Sin embargo el problema de La Vida Misma no es ese. El problema del guion es que trata demasiado en absolutos. Las cuatro historias atraviesan el mismo arco de la misma manera: toda una primera mitad maravillosa; rosa, rebosante de tolerancia y amor incondicional, y después del accidente mencionado desciende en una segunda mitad oscura; una constante y repetida sucesión de desgracias. Este trato en absolutos, completamente carente de altibajos, es el que conspira principalmente contra cualquier posibilidad que tiene el espectador de encariñarse con estos personajes. ¿Puede verse a sí mismo en estos personajes? Sí. ¿Desea que les vaya bien? Les va a dar igual. Es cierto, hay que concederle que propone una teoría muy interesante sobre el “narrador poco confiable”, pero el espectador quiere ver un drama que lo enganche, no una tesis académica, y al final de todo, en cuanto a como lo desarrolla, La Vida Misma no funciona ni como una cosa ni como otra. En materia actoral, Olivia Wildeentrega una digna interpretación. No obstante, su pareja protagónica, Oscar Isaac, es el que destaca más a nivel interpretativo, particularmente en las escenas con la psicóloga que encarna Annette Benning. El resto de los intérpretes son eficientes también; no hay mucho para criticar pero tampoco para elogiar. El costado técnico esta apropiado, salvo en algunas ocasiones donde absorbe tanto lo rosa del guion que acaba por parecer más publicitario que otra cosa. Tan publicitario que, valga la redundancia, recuerda a las publicidades de OSDE, esas que terminan con “en cada latido”
Dos familias para un drama romántico Se dice varias veces durante las casi dos horas de La vida misma que “la vida es el narrador menos confiable que existe”. Ex guionista de Disney (Enredados, Bolt, Cars 2) y uno de los responsables de la reputada serie This Is Us, Dan Fogelman no será el narrador menos confiable pero sí uno con el que hay que tener cuidado. Su segunda incursión en la realización de largometrajes después de la amable Directo al corazón es uno de esos dramones románticos de largo aliento temporal y con tintes fabulescos que entrecruza a los integrantes de dos familias, siempre con la voluntad de pulsar los botones emocionales de la platea. Un tipo de cine que mide su éxito en lágrimas derramadas y, por lo tanto, reorienta las marchas y contramarchas del guión según ese objetivo, relegando la coherencia y el verosímil a un lejano, lejanísimo lugar secundario. Aquella frase se repite a intervalos regulares, como para que hasta el espectador menos avispado se percate de su importancia, y es dueña de una grandilocuencia que se condice con las aspiraciones del film de abordar “temas importantes” como el amor, la muerte, la familia y, claro, el destino. Fogelman ata la suerte de sus personajes a un sinfín de situaciones que van de lo trágico a lo fortuito y de allí a lo involuntariamente risible, dejándolos sin un instante de paz o estabilidad. No hay nadie que no cargue con un pasado en el que todo lo que podía salir mal, salió peor. Allí está, por ejemplo, el buenazo de Will (Oscar Isaac), que pasa del sueño de formar una familia con Abby (Olivia Wilde, una de las actrices más fotogénicas que haya pisado la Tierra) a la desgracia absoluta luego de un accidente de tránsito. Por su parte, Abby estaba embarazada y era huérfana desde los siete años, cuando sus padres murieron en un choque de autos del que ella sobrevivió, y luego estuvo a cargo de un tío abusador al que le pegó un tiro en la pierna. Otro detalle: en aquel accidente papá murió decapitado y la nena estuvo una hora viéndolo antes del rescate. Imposible que Will termine bien. De allí la acción se traslada a España, donde un solitario hacendado de billetera abultada (Antonio Banderas, que no suma arrugas ni canas en los más de veinte años que recorre su personaje) asciende a capataz a uno de sus mejores empleados. Este muchacho, a su vez, tiene una novia con la que luego tendrá un hijo. Al principio todo es alegría y felicidad, pero a Banderas le cae muy bien el pibe. Tan bien que el padre se manda a mudar. Ambas líneas narrativas terminarán confluyendo nuevamente en Nueva York, no sin antes incluir un cáncer (al que no se lo menciona como tal) que terminará en otra muerte. Tanta desgracia es borrada de un plumazo durante un desenlace que reivindica la importancia del linaje con los primeros planos de todos los protagonistas (tooodos los muertos y los pocos sobrevivientes) mirando a cámara, en una secuencia que podría funcionar muy bien como comercial de Coca Cola.
Una historia coral que se divide en cinco capítulos muestra a Will (Oscar Isaac) vive angustiado porque queda viudo de su amada Abby (Olivia Wilde) estaba embarazada y se queda solo con su pequeña hija Dylan Dempsey, ante una serie de traumas intenta sacarlo a flote la doctora Cait Morris (Annette Bening). Luego a parecen otros personajes: Irwin (Mandy Patinkin), Linda (Jean Smart) y el narrado por Samuel L. Jackson. Los flashbacks nos llevan a distintos años (abusando un poco de esto), con momentos que en la vida tienen altos y bajos por otra parte están los roles que juegan personajes como: Javier (Sergio Peris-Mencheta), Isabel (Laia Costa) el hijo de la pareja, Rodrigo (Alex Monner) y el Sr. Saccoine (Antonio Banderas) todos ellos atrapados en las vicisitudes de la vida llena de emociones, conflictos y deseos. Todas las historias se terminan entrelazando, son las vueltas que dan la vida, entre el arrepentimiento, la angustia, la tragedia, la pena, la alegría, el amor, armonizando con una pincelada de humor, con actuaciones desparejas, se destacada la banda sonora de Federico Jusid (“Neruda”, “El secretos de sus ojos”) y la fotografía de Brett Pawlak. Tiene ciertos toques de telenovela, uno de los problemas de la cinta resulta algo monótona, aburrida y algún espectador terminara mirando el reloj.
Se podría decir que La vida misma pertenece a una especie de subgénero del drama romántico mainstream, cuyas principales características son el tono de autoayuda, la puesta en escena de telenovela, la historia dramática con pretensiones aleccionadoras, el romance con alta dosis de cursilería, la música de dudosa calidad. El director Dan Fogelman (quien también es el guionista) hace todo esto como si quisiera respetar a rajatabla las reglas básicas del manual del mal gusto. Pero el verdadero problema del filme es la mirada de Fogelman, innecesariamente cruel y torpemente manipuladora, casi como si no pudiera concebir la posibilidad de que sus personajes dieran un paso sin que les suceda algo terrible. La tragedia de los primeros minutos es el primer desatino de una larga sucesión de despropósitos sádicos. Will (Oscar Isaac) queda traumado tras perder a su mujer, a punto de dar a luz a su primera hija, en un accidente absurdo. Su vida queda al borde de la locura y recurre a una psicóloga. Dylan, la hija de Will y Abby que sobrevive al accidente, crece con su abuelo paterno porque el director mata a la abuela también, además de haber matado a los padres de Abby (Olivia Wilde), porque acá se trata de llevar el fatalismo y la desgracia al extremo para que la enseñanza y la conmoción sean más efectivas. Ni hablar de lo que pretende hacer con un álbum de Bob Dylan de 1997, Time Out of Mind. Quizás sea el homenaje más innoble a un ganador del Premio Nobel. La película quiere a toda costa hablar de temas importantes como el destino y la vida, y para eso empieza a contar la historia de un empleado de una hacienda en España, cuyo dueño es un millonario interpretado por Antonio Banderas. Esto da pie al entrecruzamiento de los destinos de los personajes. Y no conviene contar más porque lo que sucede está puesto como un ingrediente sorpresa. Plagada de golpes bajos, La vida misma busca en todo momento arrancarle lágrimas al espectador. Quiere ser como la vida misma, pero se parece más a una mala publicidad de una institución para enfermos terminales.
Este segundo filme en calidad de director del conocido guionista Dan Fogelman, el que escribiera “Loco y estúpido amor” (2011), empieza demasiado arriba, con un narrador estableciendo la relación ficticia de los personajes, para cerrar en que todo esto, demasiado al parecer totalmente desarticulado, es producto del proceso de escritura de un futuro guión de cine. Lo que dura esa secuencia, unos 5 minutos, se ve lo mejor de la realización, o más propiamente dicho lo único bueno. Tan arriba se establece que cuando se precipita lo hace en caída libre sin posibilidad de recuperarse. Termina por ser un producto manipulador establecido a través de un filme romántico con tintes dramáticos, o si quiere trágicos. Historias de amor que se despliegan en el tiempo a partir de un mismo hecho ocurrido en las calles de Nueva York, casi como una versión edulcorada y banal de “Amores perros” (2000) sin tener exactamente esa misma estructura, pero muy parecida Will (Oscar Isaac) y Mary (Olivia Wilde) se conocen en una fiesta universitaria y rápidamente se enamoran. A partir de ahí comenzará una historia de amor que atravesara distintas generaciones, décadas de manera intercontinental, empezando por las calles de la gran manzana hasta llegar a España, donde podremos ver a Antonio Banderas y Laia Costa en personajes escritos para ellos, sin lugar a dudas, antes al maravilloso Mandy Patinkin, sin faltar a la fiesta de la actuación la todavía muy bella Annette Bening. Todos los personajes son buenas personas, así presentados, así construidos y desarrollados, por lo que la vida misma pasa a ser el “antagonista”, estableciéndose entre el deseo de los personajes y lo que realmente les va sucediendo. El problema no está en las rupturas temporales ni en los cambios de narradores, ni en los diversos puntos de vista que va proponiendo, el problema real se establece a partir del narrador omnipresente que quiere emocionar al público, pero sus herramientas son demasiado empalagosas, acrecentadas por la banda de sonido, empática, precediendo a las imágenes y acentuando el sentimiento propuesto nunca logrado. Quiere por momentos establecerse como un filme aleccionador y eso termina de hundirlo. Una buena fotografía y muy buena actuaciones dando vida a un guión que se muere demasiado rápido.
Justo a nosotros nos quieren hacer llorar así de fácil. Primero, a no confundir con “Al Cine con Amor” (Life Itself, 2014), el documental sobre Roger Ebert, el cual termina siendo una obra más auténtica y emotiva que el drama de Dan Fogelman, un realizador mucho más cómodo con su lado televisivo e historias exitosas como la de “This Is Us”. Este formato manipulativo que salta en el tiempo no funciona con “La Vida Misma” (Life Itself, Dan Fogelman, 2018), una película que con cada fotograma intenta deliberadamente arrancarnos una lágrima y dejarnos un mensaje valioso. Oiga, señor Fogelman, nosotros también transitamos por este mundo al igual que sus creaciones humanas y entendemos que, muchas veces, la vida es una caca. Hecha la aclaración, este relato dividido en capítulos arranca con la voz en off de Samuel L. Jackson y una joven parejita de nueva York a punto de convertirse en padres. Will (Oscar Isaac) y Abby (Olivia Wilde) se conocen en la universidad, se enamoran, se casan y planean una familia, como tantos otros. Pero esta historia de amor tiene varios giros inesperados que se irán conectando con otros personajes y situaciones, más allá de la Gran Manzana. Todo es muy spoiler alert, pero Dylan Dempsey (Olivia Cooke), Vincent Saccione (Antonio Banderas), Javier Gonazlez (Sergio Peris-Mencheta), Isabel Diaz (Laia Costa) y Rodrigo Gonzalez (Alex Monner) se van a ir sumando a esta cadena de eventos que atraviesa el tiempo y el espacio. Sí, “La Vida Misma” se mueve a través de varias generaciones y épocas, el problema es que Fogelman no sabe diferenciarlas, o no lo hace, a propósito, para meternos de lleno en este juego narrativo que va agregando tragedia tras tragedia. Ya les dijimos que es el creador de “This Is Us”, ¿no? La clave acá es el “narrador poco confiable” (unreliable narrator), el mismo que toma Abby para su tesis universitaria; el mismo que utiliza Will para tratar de explicar su propia historia y el mismísimo Samuel Jackson al comienzo de la película. Al final, nosotros también dudamos de que todo eso que nos contaron a lo largo de dos horas sea realmente verdad, o simplemente una obra de ficción dentro de la obra de ficción, convirtiendo a Fogelman en un Keyser Söze cualquiera. En pocas palabras, un manipulador que solo busca el golpe de efecto. Ahí reside el verdadero problema con “La Vida Misma”, ya que nunca logramos ubicarnos temporalmente. Ojo, no es un error del realizador, sino otro de sus trucos para que cuando caigamos en la cuenta, lloremos un poquito más fuerte. Fogelman nos presenta su drama romántico desplegado casi en un mismo plano donde las historias parecen moverse horizontalmente, en vez de forma vertical. Muchos personajes se destacan -principalmente Will y Abby-, pero otros tantos sólo son esa excusa para sumar melodrama y darle coherencia a un relato que, en realidad, no lo tiene. Lo extraño de todo esto es que, al principio, el realizador se permite coquetear con el absurdo y un poquito de humor negro, jugando con los puntos de vista muy al estilo de las obras de Charlie Kaufman. Con un par de escenas se gana nuestro cariño, pero con una vuelta de página, la historia se empapa de monotonía y todos los lugares comunes del género que, como ya dijimos, pueden funcionar para la TV, pero no para el formato cinematográfico. “La Vida Misma” no es una historia coral y por ese motivo no nos deja disfrutar (suficiente) de los personajes y de los actores que los interpretan, quienes salen de cuadro casi tan rápido como entran, volviendo de tanto en tanto cuando la narración los necesita. Entonces, ¿cómo podemos enamorarnos de esta historia y estos protagonistas? De ahí, otro de los grandes dilemas de la película, que pretende que armemos un todo con cada pequeña pieza, creamos en un sinfín de casualidades y causalidades, y descubramos las maravillas de la vida, la cual te golpea hasta cuando estás en el piso, pero también te define. Lástima que Fogelman no sigue el camino visual (y el humor) que encarna en esas primeras escenas. Después, el relato se vuelve monótono y poco inspirador, básicamente una de esas películas para TV del montón, con la diferencia de que acá tenemos un gran elenco y no un grupo de actores que brillaron en la década del noventa. “La Vida Misma” es ese tipo de film que subestima al espectador y lo manipula con sus giros ultra archi dramáticos, muchas veces, carentes de coherencia. Sí, sí, entendemos perfectamente cómo viene la cosa y cómo se conectan estas personas, pero si empezamos a hacer las cuentas, se nos cae el artificio. Justamente, todo termina siendo un artificio y pierde relevancia como narración en sí misma. Si querés llorar, mejor quédate con la historia de los Pearson. PUNTAJE: 4.5 LO MEJOR: - Samuel L. Jackson como narrador, en todas las películas, porfa. - Un gran elenco que no llegamos a apreciar. - Sorprende Antonio Banderas. LO PEOR: - La manipulación emocional que maneja Fogelman. - No, a nosotros tampoco nos dan las cuentas.
La vida misma es ese esquema pasado por lavandina, con una ambición multinacional y un resultado unilateral y tedioso. Una de las cosas que enseñó cierta tendencia del cine independiente americano de los noventa fue un esquema de producción: contar una historia familiar y simple con acento en los problemas a través de un multielenco para que pueda hacerse algo largo con pocas escenas de cada actor. La vida misma es ese esquema pasado por lavandina, con una ambición multinacional y un resultado unilateral y tedioso. Como la vida misma, amigos: por eso vamos al cine.
Un drama que llega al corazón de los espectadores Dan Fogelman, el creador de la serie de culto "This is us" redobla la apuesta melodramática en este largometraje cargado de sentimiento Will (Oscar Isaac) y Mary (Olivia Wilde) se conocen en una fiesta universitaria y rápidamente se enamoran. A partir de ahí, comenzará una historia de amor multigeneracional que se desarrolla en diferentes décadas y varios continentes. Este segundo largometraje de Dan Fogelman como director tiene varios puntos en común con su serie más famosa, This Is us, un drama sobre el amor y las relaciones con varios aciertos, y porque no, algún golpecito bajo. La película, episódica, está narrada a partir de un guion laberíntico que puede confundir en un principio al espectador, pero que a medida que avanza el metraje va tomando coherencia y sentido hasta desembocar en la intimidad más profunda de los protagonistas. Cuando se lograr armar el rompecabezas argumental, el filme resulta sumamente efectivo. Play La utilización de flashbacks y recursos narrativos que permiten descubrir el pasado de los personajes conviven con la actuación naturalista de todos los intérpretes, un dream team actoral al servicio del filme. Es verdad que pasan demasiadas cosas en la película, y que por momentos parece que Fogelman ha querido comprimir en 2 horas los conflictos de toda una temporada de una hipotética serie. Pero también es veraz que los giros dramáticos sorprenden, y que la tragedia por momentos artificial, digna de culebrón, logra calar hondo y hacer que la empatía con los protagonistas sea instantánea. Un filme lacrimógeno, sin sutilezas, para ver con un pañuelo al alcance de la mano.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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