Según la definición del diccionario, un sonámbulo es una persona que mientras está dormida tiene cierta aptitud para ejecutar algunas funciones correspondientes a la vida de relación exterior, como las de levantarse, andar y hablar. Y si bien una de las protagonistas padece esta condición (algo que además parecen presentar varios miembros de su familia), la directora se refiere metafóricamente a ese estado de letargo que muchas veces se puede apreciar en las familias con relaciones estancadas y vínculos totalmente autoimpuestos para respetar ese clan del cual uno forma parte. Y aquí podría estar describiendo infinidad de películas donde se presentan problemáticas en el seno familiar, pero Paula Hernández («Herencia», «Un amor»), va aún más allá para escarbar aquellos secretos oscuros que esconden ciertas familias y las miserias humanas que se encuentran a flor de piel y que suelen aflorar en los encuentros familiares previos a las fiestas de fin de año. El largometraje se presenta como un drama familiar con tintes de coming of age, que se centra en Luisa (Erica Rivas), una madre preocupada por su hija de 14 años, sonámbula, en pleno crecimiento y despertar sexual. El matrimonio que lleva ella con Emilio (Luis Ziembrowski) se encuentra en una crisis caracterizada por el silencio de ambas partes ante los problemas que son claramente visibles. Frente a la llegada del verano y las fiestas, la pareja junto a la joven Ana (Ornella D’Elía) deciden irse a la casa de campo familiar para reunirse con el resto: abuela, hermanos, tíos y primos. Y es allí con el calor del verano que vendrán ciertas tradiciones, nuevos conflictos, algunas revelaciones perturbadoras y un lugar propicio para que aquellos «sonámbulos» vayan despertando. El film se va desarrollando como un pesado drama que con el correr del metraje se va volviendo más violento, perturbador y oscuro. Está muy bien trabajada la tensión entre los distintos personajes y se ve reflejado en la forma en que el relato maneja los tiempos narrativos (mérito también para el trabajo de montaje). Lo cierto es que a medida que la trama avanza esa violencia tácita comienza a revelarse para volverse física y/o verbal. Para ello fue primordial la interpretación de Erica Rivas, que nuevamente saca a relucir todo su abanico actoral en esta cinta donde intenta salir del estancamiento afectivo y profesional al mismo tiempo que sale a defender con capa y espada la integridad de su hija. Acompañan muy bien Ziembrowski, D’Elia como gran revelación juvenil, Daniel Hendler y Rafael Federman. Por otro lado, la tensa cámara en mano y los largos travellings de seguimiento que van sucediendo en aquella asfixiante casa de campo embellecen la experiencia visual del relato. «Los Sonámbulos» es una película potente que se apoya en su elenco, en una dirección acertada con una visión madura de su autora y un guion más que interesante que no dejará indiferente a ningún espectador. Un drama con todas las letras que nos dejará cavilando sobre diversas cuestiones.
Dormidos al borde del abismo. Crítica de “Los Sonámbulos” de Paula Hernández. En el cierre de la Competencia Internacional del 34 Festival de Cine de Mar del Plata, se proyectó la cuarta película de Paula Hernández. Un viaje hacia los oscuros secretos de una familia. Por Bruno Calabrese. Luisa (Erica Rivas), llega con su hija de 14 años y su marido a compartir unos días con la excusa de festejar fin de año a la casa de campo de su suegra. La joven es sonámbula y está en pleno despertar sexual, mientras los padres se encuentran inmersos en una crisis silenciada. Una familia matriarcal, que gira alrededor de las decisiones de la señora mayor.Luisa es la única nuera dentro del grupo familiar, por lo cual es el blanco de todas las indirectas de la suegra. Su esposo (Luis Szebrowski) es el mayor de los tres hermanos. El resto de la familia está compuesta por Daniel Hendler, un bohemio separado y padre de tres hijos y Inés, una madre soltera que carga con el peso de tener un hijo recién nacido y una madre que no coopera en nada, y encima, la manipula. De manera inteligente y totalmente natural, Paula Hernández nos inserta en la dinámica familiar de ese fin de semana. La sorpresiva llegada de Alejo, el hijo mayor de Hendler, el nene mimado y protegido de la abuela provocará una revolución. Coqueteos con Luisa y con su hija. Mirada celosas de la joven hacia la madre, todo dentro de un contexto familiar de discusiones por la venta de la casa, competencia entre hermanos, peleas entre parejas y entredichos familiares Los tiempos de la película están manejados de manera eficiente y la trama familiar se despliega con total espontáneidad. Nos inserta dentro de su conflictiva dinámica, hasta llevarnos a naturalizar cada discusión que se va sucediendo. Sodomiza al espectador, con situaciones que parecen no tener sentido pero que resultan necesarias para meternos dentro del seno familiar. Así es como veremos una simple pelea de migas de pan entre Alejo y Ana se transforma en un peligroso juego de seducción que tendrá graves consecuencias en el final, mientras los adultos discuten por conflictos económicos relacionados con la venta de la casa Luisa huele el peligro en Alejo para con su hija. Pero todo un entorno desfavorable, con una marido que no le da lugar a sus opiniones y la trata de sobreprotectora con su hija, la hará cuestionarse y no dejarse llevar por lo que ella siente. Toda esa tensión imperante explotará en el final. Con una Erica Rivas impecable, que estallará como un volcán ante una situación familiar que la sobrepasa y una tragedia que se veía venir pero que todos obviaron o no quisieron ver. Lo maravilloso de “Los Sonámbulos” es que te envuelve en una telaraña familiar y te sodomiza poco a poco, hasta clavarte el aguijón en ese vertiginoso y angustiante final que se podía prever pero que todos pasamos por alto. Puntaje: 90/100.
La familia es el centro de Los sonámbulos de Paula Hernández (aquí la entrevista), que en su cuarta ficción luego de Un amor, Lluvia y Herencia, indaga sobre un clan presidido por Meme (la gran Marilu Marini) una madre tremenda que sigue siendo ineludible en la vida de sus hijos ya mayores (Daniel Hendler, Luis Ziembrowski y Valeria Lois) pero también en la de su nuera Luisa (Érica Rivas) y hasta su nieta adolescente Ana (Ornella D’Elía). Es entre Meme y Luisa que se estructura el relato, una tensión que empieza emerger en el comienzo de la película, en una madrugada calurosa en el departamento de Luisa que se despierta sobresaltada, que recorre un departamento silencioso -extraordinario y perturbador plano secuencia- hasta encontrar a su hija Ana afuera, mirando sin ver la puerta del ascensor, desnuda y con la entrepierna ensangrentada. Sonámbula. Luisa, una extraña desde el centro, una observadora desde en el vórtice de los entendidos sin enunciar, de los conflictos larvados, de los secretos, es también la involuntaria encargada del diagnostico sobre el elemento oscuro que tiene como representación al sonambulismo familiar. La reunión de fin de año en una quinta en las afueras, con Meme como anfitriona, claro, reúne a toda la familia, a la que se suma la presencia inesperada de Alejo (Rafael Federman), un sobrino veinteañero con el que Ana enseguida establece una complicidad, con el componente inocultable de la tensión sexual. La decisión de Meme de vender la casona explicita las relaciones de fuerza en la familia, los conflictos económicos y también cuestiones que tiene que ver con una historia en común plagada de frustraciones, silencios, celos y postergaciones. Los síntomas están allí y Luisa junto a Meme parecen ser las únicas capaces de registrarlos aunque también son incapaces de conciliar, mientras una registra el derrumbe de su matrimonio y la otra asiste a la desintegración familiar. Con Los sonámbulos, Paula Hernández alcanza una madurez extraordinaria como realizadora y junto a un elenco notable -Rivas y Marini son definitivamente deslumbrantes-, plantea una puesta desde el terror, el thriller familiar y elementos fantásticos, para un relato devastador y tenso que inexorablemente va avanzando hacia la tragedia, de la que únicamente se sale escapando. LOS SONÁMBULOS Los sonámbulos. Argentina/Uruguay, 2019. Guión y dirección: Paula Hernández. Intérpretes: Érica Rivas, Daniel Hendler, Luis Ziembrowski, Ornela D’Elía, Marilu Marini, Valeria Lois y Rafael Federman. Fotografía: Ivan Gierasinchuk. Música: Pedro Onetto. Edición: Rosario Suárez. Dirección de arte: Aili Chen. Sonido: Martín Grignaschi. Duración: 107 minutos.
Los Hipócritas Luego de varios años sin filmar, su último trabajo data de 2011 con Un amor, la directora argentina Paula Hernández regresa al cine con Los Sonámbulos (2019), película que puede ser leída como una relectura de La ciénaga (2001), de Lucrecia Martel, veinte años después. Una familia de clase media acomodada venida a menos se reúne en una casa de campo para pasar juntos las fiestas de fin de año. Los conflictos no tardan en aparecer y con ellos los reproches, celos, indiferencias y demás cuestiones que hacen que la convivencia se torne insoportable. La historia de Los Sonámbulos comienza con una adolescente desnuda que camina dormida por la casa. Su madre (Erica Rivas descomunal como siempre) la llama para que despierte. Elipsis temporo-espacial y la familia que conforman junto a Luis Ziembrowski está en un automóvil yendo al campo. Ese comienzo no es casual sino que resulta el prólogo para una historia sobre una serie de personajes que caminan dormidos para no ver lo que sucede a su alrededor y que tal vez les llegó la hora de despertar. Hernández construye un relato coral sobre un grupo familiar de personajes muy disimiles que se encuentra baja el ala protectora de la matriarca interpretada por Marilú Marini, controladora de todo y a la que todos satisfacen más por cierto interés que por afecto. A medida que las horas transcurren, y un nuevo personaje se suma a la reunión (Rafael Federman) los conflictos no tardan en aparecer. Primero superfluos como la asignación de habitaciones, luego medianos como la noticia de que la casona está en venta y finalmente trágicos. Los Sonámbulos dialoga con la ópera prima de Lucrecia Martel por lo que cuenta, casi como si se tratara de un desprendimiento de la historia y uno de esos personajes atravesó el tiempo y el espacio para repetir los errores del pasado. La diferencia subyace en la manera de contar el relato, mucho más lineal y narrativo y de la forma personal de trabajar una puesta en escena sutil, de primeros planos gestuales y diálogos para nada impostados. Aunque también hay claras referencias a cierto tipo de cine francés contemporáneo donde los conflictos familiares están a la orden del día pero siempre evitando el regodeo intelectual que lo caracteriza. Con un punto de vista femenino, visualmente elegante, actuaciones que siempre están al límite pero que nunca derrapan y una tensión latente que se respira en el aire y que se incrementa de manera sutil hasta que la bomba hace que todo estalle en mil pedazos, la historia de Los Sonámbulos es como uno de esos retratos familiares que está en un lugar estrátegico de la casa pero que a pesar de verlo a diario uno nunca mira. Hasta que un día uno se cansa y lo estrella contra la pared.
Retrato familiar Los sonámbulos es la nueva película de la directora argentina Paula Hernández, autora también de otras obras como Herencia (2002), Lluvia (2008) y Un amor (2011). En esta nueva propuesta, veremos los distintos vínculos que se van manifestando en el contexto de una reunión familiar en una quinta de verano, pre año nuevo. La película comienza con Luisa (Érica Rivas) que descubre a su hija Ana (Ornella D’Elia) pasando por un caso de sonambulismo, un problema que también sufren otros miembros de su familia pero que ya no le ocurría tan seguido. A esto se le suma la llegada de su primer período y la situación complicada que al parecer tiene Ana con su madre, ya que no parecen ser muy cercanas para hablar de estos temas complicados. Por la inminente llegada de año nuevo deciden irse a pasar las fiestas a la quinta de verano de la madre de Emilio (Luis Ziembrowski), padre de Ana y esposo de Luisa. Al llegar se encontrarán justamente con la abuela, primos y tíos. Con el correr de los minutos las asperezas que comienzan al principio con comentarios por lo bajo entre la familia y discusiones entre Luisa y Emilio, se van intensificando más y más. La trama de Hernández está muy bien compuesta. Desde un comienzo enigmático, yendo de una presentación de personajes muy buena hasta una conclusión abrumadora, que va mostrando el lado más real de aquellas personas que no aguantan más su propia hipocresía y obviamente explotan. El papel de los más jóvenes esta también muy bien retratado, ya que divagan entre la pérdida o no de la inocencia, y que luego culmina con último acto fuerte y que te deja reflexionando sobre algunas cuestiones. Aparte de una historia rica en narración y que no cae nunca en la monotonía –un punto a favor ya que muchas situaciones pueden resultar demasiado comunes en cualquier familia- las actuaciones se dejan lucir de una manera brillante. Las que más se destacan son las de Érica Rivas y las de Ornella D’Elia. Rivas, quien deja en claro que lo suyo va en serio en cada interpretación que hasta el momento decidió encarnar y D’Elia es la gran revelación, que habrá que seguir bien de cerca en próximos proyectos. Los sonámbulos tuvo una recorrida muy buena en festivales yendo por San Sebastián, Toronto y recientemente por Mar del Plata; es una gran película dentro del cine nacional, un drama bien equilibrado y con una dirección fuerte y concisa. Una buena sorpresa dentro de los estrenos semanales.
Paula Hernández como directora y guionista hace que la cámara acompañe todo el recorrido de una familia con secretos oscuros, como un miembro más. En el comienzo una situación tensa que parece preanunciar un film de terror que cierra el círculo con la violencia final. En el centro, inteligentemente realizado, esta una madre angustiada por su propia existencia, siempre preocupada, casi obsesivamente por su hija adolescente, que acaba de menstruar, en realidad todos los cuerpos están atravesados por una transformación. Un festejo de fin de año lleva a los miembros de la familia a la casona habitada por una mujer manipuladora, van sus tres hijos, su sangre otra vez. El sonambulismo que atraviesa generaciones, que alude también al despertar tan largamente esperado para todos. La madre y la hija son casi expulsadas de esa familia endogámica. Y la presencia de un joven que regresa es como catalizador de un drama que estalla. Al talento de la realizadora y su equipo técnico de factura impecable, se suma un elenco de lujo. Dos mujeres, tremendas actrices, que se conocen y compartieron trabajaos, Erica Rivas y Marilú Marini. Son palabras mayores. A ellas se suma una chica joven que es toda una revelación Ornela D´Elía. Completan el reparto con su maestría Luis Ziembrowski, Valeria Lois, Rafael Federman y Daniel Hendler. Una película rigurosa, de ideas claras, particularmente inquietante, y perturbadora.
Una reunión familiar muy poco agradable “Los sonámbulos” (2019) es una película dramática dirigida, escrita y producida por Paula Hernández (Lluvia, Herencia). Coproducida entre Argentina y Uruguay, la cinta está protagonizada por Érica Rivas y Ornella D’Elía. Completan el reparto Marilú Marini, Rafael Federman, Daniel Hendler, Valeria Lois, Luis Ziembrowski, entre otros. La obra tuvo su estreno mundial en la competencia Platform del Festival Internacional de Cine de Toronto, además luego se presentó en la sección Horizontes Latinos del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. En vísperas de año nuevo, Luisa (Érica Rivas), su hija de 14 años Ana (Ornella D’Elía) y su marido Emilio (Luis Ziembrowski) viajan hacia la casona familiar campestre para celebrar. Allí se encuentran con Meme (Marilú Marini), suegra de Luisa, y con los dos hermanos de Emilio, Sergio (Daniel Hendler) e Inés (Valeria Lois). Cuando aparezca Alejo (Rafael Federman), primo de Ana, la tensión en la relación de madre e hija irá en aumento, provocando que la estadía en el caserón sea cada vez menos placentera. El nuevo filme de Paula Hernández se centra en los vínculos familiares durante el comienzo del verano en un caserón alejado de la ciudad. Discusiones con respecto a la venta del hogar, comentarios mal intencionados de la suegra hacia la crianza que le está dando Luisa a su hija, problemas en el matrimonio, diferentes opiniones sobre el futuro de la editorial que es fuente de trabajo de la familia y la lista puede continuar. Pero, por sobre todo, la película consigue un reflejo bastante genuino de la difícil etapa de crecimiento, donde el cuerpo va cambiando y se va delineando la personalidad del adolescente. Luego de un largo proceso de casting, la directora consiguió a la joven que necesitaba para ser coprotagonista. Y la elección de Ornella D’Elía no habría podido ser mejor. La actriz se luce en el papel de Ana, una chica que pasa a ser mujer y está en pleno despertar sexual. Ana es de las que prefiere encerrarse en su habitación y estar todo el tiempo con los ojos en la pantalla del celular en vez de expresar lo que le sucede. Junto a Érica Rivas, que encarna a una madre tan preocupada como sobreprotectora, D’Elía constituye lo mejor dentro de esta producción que desde el inicio está marcada por lo sombrío, anticipándonos que el desenlace, aunque abrupto, va a ser tremendo. Gracias a un guión bien pensado y estructurado, al espectador le es fácil sentirse identificado ya sea con Luisa como con su hija. Mientras que la primera no se siente cómoda alrededor de la familia de su marido, la segunda atraviesa un enamoramiento juvenil que desde afuera sabemos que va a terminar mal, pero desde su perspectiva se ve como emocionante, nuevo y arriesgado. Al fin y al cabo, “Los sonámbulos” expone las consecuencias terribles que pueden suceder por la incomunicación. Con una atmósfera cada vez más opresiva, la película mantiene atrapado al espectador gracias al manejo de cámara, las actuaciones naturales y, por sobre todo, las complicadas relaciones humanas.
Tres generaciones se encuentran en una casona campestre para pasar allí las fiestas de fin de año. La abuela Meme (Marilu Marini) recibe a sus dos hijos, Emilio (Luis Ziembrowski) y Sergio (Daniel Hendler), quienes llegan acompañados por sus respectivas familias. Más allá de su estructura coral (hay tiempo suficiente como para entender las características, comportamientos y reacciones de los distintos personajes), Hernández le entrega el punto de vista al grupo de Emilio y, más precisamente, a su esposa Luisa (Érica Rivas) y a su hija Ana (Ornella D'Elía), quien a los 14 años suele padecer extraños episodios de sonambulismo (algo que al parecer viene de familia). El matrimonio no pasa precisamente por su mejor momento y la adolescente está en pleno despertar sexual. Los conflictos no tardan aparecer y no solo entre ellos tres. En un almuerzo surge un tema pendiente: Meme (quien ha perdido a su marido) y Sergio quieren vender la propiedad, mientras que Emilio pretende mantenerla. Por su parte, la tardía llegada de Alejo (Rafael Federman), hijo de Sergio y un seductor compulsivo que ha regresado hace poco al país, no hace más que amplificar las tensiones. Calor, campo, piscina, alcohol, coqueteos, comilonas, discusiones no exentas de cinismo, ironía y resentimientos... Los sonámbulos dialoga en un principio con cierto cine francés del estilo de Las horas del verano, de Olivier Assayas, o Verano del '79 (Le Skylab), de Julie Delpy, aunque sin caer en excesivos devaneos intelectuales (pese a que varios personajes forman parte del negocio editorial) y luego va derivando hacia algo más denso, perturbador y, en definitiva, siniestro. Es precisamente el desenlace lo que seguramente mayores incomodidades y debates generará entre el público, aunque también es cierto que Hernández sintoniza sin hacerlo demasiado obvio, recargado ni subrayado con estos tiempos en los que la violencia machista y las búsquedas de empoderamiento y sororidad femeninas están reconfigurando el mapa social. Más allá de que no todos los conflictos tienen el mismo espesor dramático, la misma implicancia emocional o la misma sutileza en su resolución, Los sonámbulos es una obra de indudable maestría, inteligencia y madurez desde la puesta en escena (los planos secuencia, la cámara en mano, el uso de la luz natural, etc.) y, en especial, desde una asombrosa dirección de intérpretes (a las notables actrices y actores citados hay que sumarle a una Valeria Lois que carga en su Inés con todas las secuelas del puerperio y el amamantamiento). Así, entre el coming-of-age con sus deseos de pubertad, sus inevitables angustias y sus ritos de iniciación; el drama familiar en el que quedan expuestas en toda su dimensión la incomunicación, la degradación (desintegración) de ciertos vínculos y las diferencias generacionales; el amor y los códigos de lealtad que afloran en una relación madre-hija; y una tensión creciente que nos permite avisorar algún estallido de violencia, Los sonámbulos encuentra recursos, hallazgos y atractivos suficientes como para mantener “despierto” al espectador.
Verano + familia + pileta + alcohol = La Ciénaga. Es imposible ver Los sonámbulos sin pensar en la obra maestra de Lucrecia Martel, porque los elementos primarios de la puesta en escena son similares y porque esta también es una película de climas, con tensiones que atraviesan a un clan que se reúne, como siempre, para celebrar el Año Nuevo en la casa de campo familiar. Hay aquí un elenco excelente para darle credibilidad a esta familia encabezada por una matriarca (Marilú Marini) que tiene una fuerte influencia sobre sus tres hijos (Luis Ziembrowski, Daniel Hendler y Valeria Lois), su nuera Luisa (Érica Rivas) y sus cuatro nietos. Bajo la cordialidad de la superficie corren ríos subterráneos de conflictos motivados por las mayores pulsiones de la humanidad: sexo y dinero. Te acercamos historias de artistas y canciones que tenés que conocer. El humo que flota en el ambiente es una metáfora de que algo espeso y turbio se está cocinando entre esa parentela de clase media ilustrada, y cualquier anomalía -la llegada de un joven díscolo (Rafael Federman), la posible venta de la casa- puede hacerlo estallar. La atmósfera se va cargando mientras se ponen en juego los roles, alianzas y antipatías familiares. Paula Hernández centra la mirada en Luisa, que, a los cuarentipico, está inmersa en una crisis existencial. Esa cámara que capta con maestría la intimidad familiar registra la mayor parte del tiempo el agobio de esta mujer que ve, azorada, cómo se sacuden los cimientos de su vida. Su matrimonio, su oficio y, en especial, el vínculo con su hija (Ornella D’Elía, una revelación), que está entrando física y mentalmente en la adolescencia, y se aleja de ella cada vez más. En esa rivalidad madre-hija están condensados los planteos de la película en torno a la maternidad (y la paternidad). Una gran pregunta flota en Los sonámbulos: hasta qué punto es posible evitar los peligros que acechan a los cachorros. Como el de Paola Barrientos en La afinadora de árboles, el de Luisa es un personaje imbuido en el aire de la época: rodeada por hombres incomprensivos, inútiles o amenazantes, su (intento de) despertar parece simbolizar el de todas las mujeres.
Texto publicado en edición impresa.
El nuevo film de Paula Hernández, "Los sonámbulos", transita magistralmente los agitadas aguas de una reunión familiar con muchas pulsiones ocultas y el eje puesto sobre la mirada femenina. Con apenas cuatro films en dieciocho años, Paula Hernández construyó una filmografía pequeña y delicada en donde lo primero que resalta es la diversidad en los tonos y temáticas. Desde aquella "Herencia" que ponía el foco entre un personaje cansado que necesitaba una renovación, y la relación con un inmigrante que debía ubicarse en el nuevo territorio; al drama familiar que plantea "Los sonámbulos", las similitudes no parecieran ser muchas. Una realizadora inquieta, que privilegia los vínculos entre sus personajes, y vuelve a dirigir un largometraje luego de ocho años de ausencia. Aquella directora que surgió dentro de la primera camada renovadora del Nuevo Cine Argentino (debutó en la mítica "Historias Breves I") y se fue diferenciando de sus pares al poner el foco en personajes de clase media, con un suave costumbrismo, florecientes historias de amor maduro, y conflictos introspectivos sin caer en la anomia de lo críptico y apático. Si bien se trata de cuatro propuestas diferentes, podemos encontrar una constante en los personajes femeninos fuertes, los que guían el relato. Estos tiempos en los que el feminismo pareciera estar en la agenda de muches cineastas quizás exigía su regreso, y aquí está entregándonos la potente y frágil "Los sonámbulos". Un film que demuestra que se puede poner el feminismo como cuestión central sin necesidad de recurrir a lo obvio y subrayado. Las temporadas festivas han dado mucha tela para cortar en el cine. Época de balances, y sí, reuniones que no siempre elegimos mantener. Eso es lo que atraviesa Luisa (Érica Rivas), quien junto a su familia, se dirige a pasar las fiestas a una casa de campo, o quinta, de la familia de su esposo - de clase media acomodada con crisis económica -, en la que se llevarán a cabo las veladas que la reúnan con su suegra, y sus cuñados. Todos confluirán en esa casa grande en donde el calor y las tensas relaciones fermentarán una situación agobiante. Desde la primera escena intuiremos que las cosas no vienen bien. Su hija adolescente, Ana (Ornella D’Elía) transita la noche padeciendo el sonambulismo que heredó de su familia paterna. No solo camina dormida, también tiene su primera menstruación. Esa sangre pesada escurriéndose entre las piernas simboliza más que mero flujo. Los sonámbulos permite que observemos lo detalles simbólicos para descubrir un lenguaje subcutáneo. Luisa intenta conectarse de todas las formas con Ana, pero esta está cada vez más distante. Madre e hija se van convirtiendo cada vez más en rivales, quizás porque tienen mucho que decirse y ninguna se anima a revelarlo. Luisa fue perdiendo voz dentro de ese núcleo familiar, claramente las cosas con Emilio (Luís Ziembrowski) no están bien; y la familia de él pareciera tener la necesidad de integrar a todos sus miembros, haciéndoles perder su origen. ¿Luisa tiene familia propia? No importa, pareciera que hace años su familia es la familia de su esposo, por más que Memé (Marilú Marini), la suegra, no pierda oportunidad para demostrarle que la desprecia. Todo en ese hogar es como en una cristalería abarrotada, en la que hay que caminar en puntas de pie para no iniciar una avalancha destructiva. Sergio (Daniel Hendler), e Inés (Valeria Lois), los hermanos de Emilio también están en esa reunión, y aportan su propio caldo a la situación. Sergio viene a pecho inflado no sabemos bien por qué, queriendo remover viejos vínculos, Inés rompe en llanto espontáneamente. No hay vínculos sanos. Memé es una matriarca patriarcal. A su propia hija Inés también la menosprecia frente a sus dos varoncitos que tienen lo suyo pero no importa. Durante sus 107 minutos veremos una tensión constante, acumulada y atrapante, digna de un film de suspenso, pero inmersa en un poderoso drama que apenas apela a algunas pinceladas de comedia para relajar. Los roles en esa familia están designados; y cuando finalmente llegue Alejo (Rafaél Federman), el hijo de Sergio, un adolescente tardío y consentido por su padre y su abuela, que no hace nada de su vida pero siempre cae bien parado, ese frágil equilibrio mostrará sus grietas. Ana se siente atraída por su primo, y Luisa muestra su dualidad, entre la preocupación maternal y su propio deseo. Nada nos hará advertir la tragedia que se puede desatar aunque se palpe en el aire. Hernández pone en el centro el rol de la mujer dentro de la familia, es la que simula controlar el juego siendo una falsa déspota, o baja la cabeza y obedece. Luisa no puede más, y se nota. Clara heredera de la Lucrecia Martel de "La ciénaga" y "La niña santa", Paula Hernández demuestra un pulso muy firme para describir las relaciones e incomodar al espectador sin necesidad de subrayar o remarcar. Todo transcurre con naturalidad y fluidez, inquietante naturalidad y fluidez. El uso de la cámara en mano y el plano subjetivo, ese bosque laberíntico, tan usual en este tipo de propuestas, adquiere una razón de ser para demostrar la convulsión interna de sus dos protagonistas. Madre e hija estallan. En el plano interpretativo, Hernández se destaca como una directora capaz de darle su espacio a cada uno. Todos se lucen en su medida. Marilú Marini compone un personaje que ya le vimos hacer, igualmente es un deleite verla actuar. Hendler y Lois en personajes corridos de lo habitual, muy correctos, con gestos controlados, centrados. A Luis Ziembrowski quizás le toque el personaje más difícil. Emilio es un ser irritante, molesto, que no despierta la menor empatía, hiriente, que pretende ser algo que no es, demostrar un poder que en verdad no tiene. El actor de "Un amor" jamás pierde el registro y consigue transmitir todo lo debido. Claro, el foco está puesto en ellas, Érica Rivas y Ornella D’Elia. Entre madre e hija existe la química/anti química exacta y verosímil. D’Elía es toda una revelación, pero quien se lleva las palmas es una Érica Rivas arrolladora, con múltiples capas, siempre al borde del precipicio emocional pero nunca desbordada en histrionismo; como si guardase la lágrima que está por salir, porque tiene que mostrarse fuerte. "Los sonámbulos" es un film que genera comezón, que ahoga y sofoca, inquieta, y termina generando una sensación que nos acompaña mucho tiempo después de abandonar la sala. Paula Hernández regresa al cine como una realizadora madura, actual y con mucho para decir. Los sonámbulos es uno de los grandes títulos de esta temporada.
Es difícil abordar el último trabajo de Paula Hernández desde una sola perspectiva. Si bien la realizadora desde su ópera prima “Herencia” (2001) ha construido siempre retratos con mujeres como fuertes protagonistas –desde incluso hace casi veinte años donde el cine no les daba estos roles tan preponderantes como ha ido apareciendo en los últimos tiempos-, que luego ratificó con sus trabajos en “Lluvia” y “Un Amor”, ahora en “LOS SONAMBULOS” no solamente dos mujeres son el centro del relato, sino que incorpora la mirada de un entorno familiar preponderantemente masculino y las diferentes tensiones que surgen dentro del seno de una familia, con motivo de una típica reunión de fin de año. En la casa quinta de Meme (Marilú Marini) y justamente teniendo como excusa los festejos de la llegada de un nuevo año, se reunirán sus tres hijos (Luis Ziembrowski, Daniel Hendler, Valeria Lois), cada uno acompañado de su familia. Emilio (Ziembrowski) llega junto a su esposa (Érica Rivas) y su hija adolescente Ana (Ornella D’Elia), Sergio (Hendler) va con los hijos de su segundo matrimonio, tras una aparente separación dado que todo el tiempo estará presenta la figura de “la mamá de los chicos” como un personaje más dentro del entramado familiar e Inés (Valeria Lois), única hija mujer de la familia quien va con su bebé, instalándose dentro de la trama la decisión que ha tomado de ser madre (con todo lo que eso implica a nivel familiar) y de haber querido tener un bebé sola. Las tensiones no tardan en aparecer y siempre las reuniones familiares le han dado material, tanto al cine como el teatro, con un amplio abanico que va desde el ritmo de comedia como en “Feriados en Familia” de Jodie Foster o Wes Anderson con “Los Excéntricos Tenenbaums” hasta abordar tintes más dramáticos como “Agosto: Condado de Osage”, la icónica “La Celebración” de Vinterberg o la que puede emparentarse más con el tono que propone Hernández para este relato, que es la española “Las Furias” de Miguel del Arco. De este modo, se instalan con facilidad temas neurálgicos que en todo grupo familiar parecen estar presentes: los celos, los mecanismos de poder, la disputa del amor maternal, el cumplimiento de los mandatos familiares, la crianza de los hijos -que se plantea tan disímil entre cada uno de los hermanos- , los recuerdos, las cuentas pendientes y los rencores, que hacen el ambiente propicio para que aparezcan los conflictos y las rivalidades. El guion de la propia directora, presenta cada uno de estos temas sutilmente, a través de respuestas disparadas en los diálogos o con ciertos detalles que va introduciendo en la puesta en escena, que responde perfectamente a un relato coral en donde cada uno de los personajes tiene un desarrollo y su propio lucimiento. La figura matriarcal de Meme, dirigiendo todos los hilos de poder entre sus hijos, marcando notoriamente las diferencias –en su incansable tarea del “divide y reinarás”- y sentenciando sobre cada uno de sus actos encuentra una fuerte oposición en Luisa (Rivas) que marca la diferencia de no pertenecer a esa familia más que en un vínculo político. Luisa debe lidiar con la tensión que le genera el acompañamiento a su propia hija adolescente que está pasando por el tránsito de su desarrollo y su descubrimiento sexual, situación que la tiene preocupada, como así también el tema del sonambulismo que parece haber heredado de la familia de su padre. Un elemento adicional enciende la chispa para que la pareja que viene a buscar algunos días de calma (que parecen hacerle mucha falta), encuentre aun, un mayor desequilibrio: Meme planea vender la casa familiar y el único que se encuentra en desacuerdo con esa idea es Emilio, quien se quiere hacer completamente cargo de la casona, con todo el esfuerzo –no sólo económico- que ello implica con el particular agravante que no lo ha consensuado previamente con su esposa quien queda completamente desdibujada frente a esta situación. Sobre esta línea, Hernández instala subyacente, el tema de una familia reinada por las decisiones de los hombres, que a su vez están subordinados a un aparente poder matriarcal pero que raspando un poco las cáscaras. Meme parece ser claramente la continuadora de una línea fuertemente masculina y digna sucesora de su marido, recientemente fallecido: basta sólo ver cómo descalifica a su propia hija y cómo desautoriza permanentemente a su nuera frente a su propio marido y frente a su hija adolescente, para mostrar en pequeños hechos, su poder despótico y sus manejos de dinero para plantear diferencias. A la situación ya de por sí, de delicado equilibrio, aporta un elemento discordante más, la llegada de Alejo, el hijo mayor de Sergio que ha regresado hace poco al país y de cuyo pasado, de acuerdo a lo que vamos rearmando en ciertas conversaciones familiares, no tenemos las mejores referencias. Alejo instalará fuertemente una tensión sexual con Luisa y comenzará a despertar el deseo en Ana generando una nueva capa dentro del relato, mucho más espesa, con ribetes de sordidez y violencia que el ojo de Hernández maneja sin subrayados pero sin dejar librado a sobreentendidos, para desatar un epílogo realmente antológico. No solamente los diálogos y la situaciones que planta el guion están resultas con una mirada que se instala en la filmografía de Paula Hernández como una bisagra para sus nuevos trabajos sino que además se vuelve a mostrar como una solvente directora de actores. Los trabajos de Érica Rivas y Marilú Marini son de una precisión que los hacen enteramente disfrutables, aun en sus facetas más oscuras y están excelentemente acompañadas por un notable Ziembrowski y los trabajos de Lois y Hendler que son sumamente funcionales a lo que propone la trama. Ornella D’Elia como Ana, asume un importante rol protagónico que implica una gran exigencia y que logra sortear con solvencia, aún con ciertas observaciones, para un personaje complejo y con sus típicas contradicciones adolescentes a flor de piel. Injustamente ignorada a la hora de las premiaciones en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, “LOS SONAMBULOS” es una de las mejores propuestas de cine nacional del año con una mirada diferente a una temática actual, encarada con sobriedad y madurez.
Toda familia es una jerarquía, y esa jerarquía puede no estar basada en quién vino al mundo primero. El abuso de poder, algo que estamos muy acostumbrados a ver en la cara de políticos y capitanes de la industria, también se puede manifestar en el íntimo seno de una familia. En este contexto, Paula Hernández nos narra Los Sonámbulos. Un microcosmos sobre el poder. El sonambulismo al que alude el titulo, inherente en la familia protagonista al parecer por herencia genética, sirve como una metáfora de la prisión emocional implicada por los mandatos tanto familiares como patriarcales. Romper ese ciclo nocivo vendría a ser el despertar. No hay un solo integrante de esta familia que tenga a alguien encima de ellos, que tenga poder sobre ellos: la protagonista se encuentra subyugada a su marido, prácticamente obligada a ser sumisa, encendiendo un cartucho emocional de dinamita prácticamente desde el principio; por otro lado, su marido desea hacerse con la casa familiar a ser vendida, pero su hermano no lo va a permitir. También tenemos a la hija de la protagonista, quien mantiene una tensión sexual con su primo que no tarda en adquirir ribetes abusivos y, finalmente, a la matriarca, el típico rol empecinado en mantener las formas incluso si eso mata por dentro a los miembros de su familia. La libertad del mandato es el deseo, la presión social es el arma opositora, y la munición es la triste ley del mayorazgo, esa figura inexistente y a la vez tristemente vigente en nuestra sociedad del “tanto tenés, tanto vales, y si no tenés, no tenés poder”. En este intimo entorno, la realizadora desarrolla volúmenes del poder imperante que nos rodea como sociedad y como nación, al igual que plantea la necesidad de romper con la tradición cuando está comprobado que se trata de un maltrato perpetuado, al que la inercia y la cobardía mantienen vivos. Una inercia y una cobardía de la cual la protagonista lentamente se libera. En materia técnica, Los Sonámbulos no tiene mayores rimbombancias ni rebusques; esta ahí al servicio de la marcación actoral. No obstante, hay que señalar la habilidad de Paula Hernández al utilizar la oscuridad como elemento para mantener la tensión, en particular durante una escena de abuso sexual en la que no vemos mucho, pero lo que se oye eriza la piel. En materia actoral el reparto es prolijo y se muestra a la altura de la complejidad emocional de la historia. Sin embargo, quien destaca es Erica Rivas que se lleva al hombro un protagónico desafiante bordándolo con enorme sensibilidad.
FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2019 (10): LO IRRESPIRABLE por Marcela Gamberini - Festivales 18 Nov, 2019 09:07 | Sin comentarios Sobre la última película de Paula Hernández. Compartir en Tumblr El plano de apertura de la nueva película de Paula Hernández es paradigmático: el rostro de una mujer que duerme visto al revés. Ese rostro, esa nuca, esa cabeza y ese cuello serán los ojos a través de los cuales se narrarán los acontecimientos futuros; el punto de vista femenino será el eje a partir del cual se sostiene la narración. La secuencia inicial es realmente perturbadora: después de ese plano, la mujer se levanta de la cama y recorre un departamento a oscuras, buscando a Ana. El espacio laberintico, denso y húmedo del departamento es la atmosfera en la que se desarrollará toda la película, a pesar de que en breve va a cambiar de escenario. Cuando la mujer encuentra a Ana, dormida, parada frente a una ventana, también ve sangre en sus piernas. Este comienzo revela una seguridad narrativa y formal, una maestría en la conducción de la cámara, el establecimiento del punto de vista y el escamoteo de los conflictos. Estos tres elementos recorrerán toda la película de punta a punta. Esa familia, en cierta medida sonámbulos todos, y no solo Ana, esconde más que lo que muestra. La madre –excelente Érica Rivas-, la niña Ana y el padre se van a reunir con el resto del grupo familiar a la casa de campo de la abuela para celebrar año nuevo. Este segundo comienzo en el nuevo espacio abierto del campo, recuerda un poco a La ciénaga, no sólo en algunas decisiones formales sino en el tratamiento de sus personajes, sobre todo de las mujeres. En Los sonámbulos las mujeres hacen avanzar el relato de la mano de Luisa o más bien, desde la cabeza de Luisa. Es ella la que transpira, la que suda, la que necesita un lugar, la que busca, y es finalmente ella la que encuentra el camino. Los sonámbulos adhiere sin miramientos a los temas contemporáneos la avanzada del feminismo y la lucha contra la violencia familiar; sobre la mitad de la película estos temas se vuelven relevantes, decisivos. El cambio de espacio, de ese adentro oscuro y denso del departamento a ese afuera luminoso, el del campo, implica también un cambio de registro. De la intimidad de la madre y la percepción de la hija pasamos a una distancia que se establece entre los integrantes de la gran familia; cada uno de sus integrantes está en su mundo, y resulta casi imposible el diálogo y la confianza. La cofradía y la camaradería resultan imposibles. Es así como de la intimidad se pasa a la lejanía y de esa lejanía, nace el ultraje y se violenta, también se subleva; se vuelve a la intimidad de madre e hija cuando se escapan y se alejan, del mundo de los hombres. Salir del núcleo enfermo de lo familiar, donde las informaciones se escamotean, donde el dolor se esconde y donde nadie escucha, ni siquiera el llanto de un bebe, allí donde los sonámbulos recorren espacios y tiempos sin vivirlo es lo que se debe evitar y aquí filmar. El telos narrativos es preparar la huida o no de ese círculo infernal de lo familiar. La película es formalmente impecable: el manejo de cámaras para seguir a Luisa y a Ana, la luminosidad tenue de la casona que no deja de verse como un lugar más que sombrío, el concepto sonoro del comienzo inquietante ya aludido y el final esperado, sumado a un elenco también sobresaliente hacen de Los sonámbulos una película sólida que trastabilla un poco cuando se vuelve más dura y más intransigente; cuando se abandona el camino de la sugerencia y las intrigas domésticas para definitivamente plegarse a la modernidad que implica el tratamiento de lo femenino y de la violencia familia, allí se pierde algo. Apenas un poco. Marcela Gamberini / Copyleft 2019
Tres generaciones se encuentran en una casona campestre para pasar allí las fiestas de fin de año. El espacio abierto resulta de todas maneras claustrofóbico a medida que van surgiendo los reclamos familiares, las cuentas pendientes y las tensiones sexuales de algunos de los integrantes de la reunión. El calor agobiante vuelve todo aún más tenso e inquietante. El trabajo de dirección, la fotografía y el montaje le dan a la película una calidad visual digna de mención, pero no hay nada en la historia que resulte novedoso o marque una diferencia para construir una película que se vuelva interesante. La sensación de lo ya visto, tanto en el cine argentino como en, por ejemplo, el cine francés –tan cercano a esta clase de historias en esta clase de espacios- va en contra de las situaciones que se suceden. Pero más que el guión el problema son los actores, que deciden hacer un trabajo en el sentido menos interesante del término actuación. Distancian y no suman, parecen preocupados por su intensidad y no confían en el impecable trabajo de la cámara para contar la historia. Jugando en diferentes tonos, la parte técnica de la película se luce y la actoral no.
La nueva película de Paula Hernández (Herencia, Un amor) aborda los conflictos familiares que se potencian durante una estadía en la casona familiar, cercana a las fiestas de fin de año. - Publicidad - Luisa (Érica Rivas) es una traductora que se encamina junto a su marido Emilio (Luis Ziembrowski) y su hija adolescente Ana (Ornella D’Elía) a la quinta familiar en la que vive Meme (Marilú Marini), madre de Emilio y también de sus dos cuñados, Sergio (Daniel Hendler) e Inés (Valeria Lois), quienes también van con sus hijos. De esta manera, el lugar se llena de personas que, supuestamente, irán a descansar y a compartir un momento, aunque lo que sucede allí dista mucho de ser un encuentro feliz. La de por sí tensa situación entre Luisa y Emilio (por lo visto, los años han desgastado la convivencia) se potencia cuando ella descubre que Ana tiene un episodio de sonambulismo que, al parecer, se remonta a antecedentes hereditarios. En este ambiente en donde también se discute sobre cuestiones editoriales (actividad que desarrolla parte de la familia), no tardarán en aparecer otros núcleos de tensión, derivados al mismo tiempo de la intención de Meme de vender la bella casona. La llegada del Alejo (Rafael Federman), el hijo mayor de Sergio (todo un bom vivant) introducirá el eje de la seducción y, claro, surgirán nuevos motivos para que nada termine bien. Del cuadro antes descripto, Hernández se interesa por generar fuertes encuentros personales en los que, como si se trataran de capas geológicas, se superponen recuerdos, cruces, pequeñas revelaciones. Poco a poco, la violencia heteronormativa pasará a ser uno de los temas de la película y alcanzará su pico en un final abrupto y en buena medida polémico (pero absolutamente funcional con lo que vimos antes). Su cámara se interesa por capturar los rostros y extraer así todo el pathos que el relato amerita, pero a la vez se percibe un delicado trabajo de encuadre y de abordaje de las luces (sobre todo, en los momentos nocturnos) que hacen que el ingrediente más dramático encuentre una correlación con la forma de graficarlo. En suma, Los sonámbulos es un drama puro y duro, una nueva mirada a la familia que encuentra a una directora en su mejor forma.
LA INSCRIPCIÓN DE LA MIRADA La primera escena de Los sonámbulos marca el tono e introduce el malestar que regirá su duración. No es espeluznante en sí, lo tenebroso en todo caso es lo que nunca se dice. La imagen de una chica desnuda, sonámbula, con sangre menstrual, es el anticipo de los temas que atraviesan la historia: la incomodidad, el cuerpo, los miedos, los vínculos familiares. Como ocurre en gran parte del cine contemporáneo, la única forma posible para expresar el pesar es con la cámara en mano, pegada a los personajes y planos cerrados cuya sensación de asfixia buscan corresponderse con la de los protagonistas. A medida que avanza la trama pocas cosas suceden porque todo apunta a un estallido familiar. Sólo falta quien prenda la chispa de la discordia. En una casa de campo madre, padre e hija, van a pasar año nuevo, sin embargo, la dificultad de las relaciones no tarda en hacerse presente. El sopor, la incomodidad y las molestias propias de una situación que se hace cada vez menos aguantable para Luisa (Érica Rivas) aumentan la tensión y marcan los signos recurrentes en esta clase de historias donde se describe, se diseca y se exprime al máximo esa sensación de vivir prestada en un mundo masculino y desagradable, en un orden familiar de apariencias y rituales robóticos. La centralidad del cuerpo y su cercanía con la mirada instalan un campo de interrogación, un extrañamiento ante un universo regido por códigos retrógrados. Y entonces el escenario visible (una vez más) es aquel que muestra la desapasionada relación del sujeto con el entorno y con los otros. La única preocupación de la madre es la hija y lo que le pasa mientras absorbe sus propios cambios y transita su camino en medio de todo esto. ¿Qué pasa con el tiempo de esas mujeres? La respuesta es el carácter exploratorio que propone la puesta en escena de Paula Hernández. Lamentablemente, lo que conduce a ciertos climas genéricos vinculados con el terror, deriva en otro camino bastante trillado, sobre todo por esa huella “Martel” que asoma como una sombra determinante. Con una atmósfera opresiva a base de miradas y reproches silenciosos, todo aquello que parecía contenido estalla al final de manera similar a los episodios televisivos de la década del ochenta como Atreverse. Y si la película hace hincapié en la afección que sufren las mujeres, se vuelve afectada por tanto cálculo despojado e incorporación de clisés tan caros a la agenda del presente: el mundo es un lugar horrible del cual hay que huir de manera urgente. Los sonámbulos se presenta como un registro sólido y técnicamente impecable. Sin embargo, obedece al imperativo conceptual antes que a otra cosa, como si cada plano pidiera a gritos ser codificado en la vivencia corporal de sus mujeres protagonistas en un tono monocorde o por lo menos compartido con gran parte de la producción cinematográfica actual que circuló en festivales como el de Mar del Plata. Reparar en esta recurrencia parece irritar a parte de una crítica atravesada por el progresismo, amiga de los y las cineastas, temerosos de ofender la corrección política de la que son esclavos. Es el mismo sector que legitima y sostiene la agenda que les conviene para ver qué cargo pueden ocupar, las nuevas estrellas del establishment que se indignan si no programan o premian a sus corderos. Por supuesto que es un problema que excede a Hernández y a su película, pero existe y allí están los acusadores para confundir las opiniones sobre cine con cruzadas que apoyan ficticiamente y que encima quieren obligar a los demás a ver y a entender las películas como ellos desean que así sea.
El tardío despertar Tras varios años lejos de la cámara, Paula Hernández vuelve al ruedo con este opus que tiene bastante tela para cortar y que rápidamente puede reflejarse en un tipo de cine y desechar todo tipo de comparación injusta. El sonambulismo del título llega en carácter alegórico más que literal, aunque una de las protagonistas de este relato coral sea sonámbula. Se trata en primer lugar de un “sonambulismo” compartido por herencia de la rama paterna y con una madre que procura despertar a todos en varios sentidos. El detonante de los conflictos, que llegan de manera pormenorizada a partir de la resolución de mini conflictos, se da en el seno de una familia venida a menos, con fuerte presencia matriarcal (Marilú Marini), que bajo el pretexto de una reunión para recibir un nuevo año en la casa de campo genera todos los condimentos para el estallido de secretos, celos, traiciones e incesante pase de facturas entre hermanos y la propia matriarca, viuda hace más de una década. El despertar sexual tiene rostro de mujer y nada menos que cuerpo desde la conducta errática de la adolescente (Ornela D’Elía), mientras sus padres (Érica Rivas y Luis Ziembrowski) no se ponen de acuerdo en cómo ayudarla más allá de sus crisis como pareja, rasgo evidente en el trato cotidiano. Sin embargo, el emergente de todo el conflicto es un primo venido de lejos. La consabida oveja negra de toda familia pero también la tentación de quebrantar cierta abulia en medio de la tranquilidad del campo. Ecos del cine de Lucrecia Martel, más precisamente de su película La ciénaga sobrevuelan el ambiente retorcido de este opus, pero rápidamente se disuelven cuando emerge una energía propia y personalidad que distinguen a la autora. Autora en doble sentido, tanto en la dirección con una cámara inquieta y primeros planos asfixiantes como en el guión de diálogos filosos, precisos y sumamente austeros para terminar redondeando una buena película sobre la hipocresía y los tardíos despertares de algunos personajes.
Los primeros minutos resultan inquietantes, la cámara recorre la casa en una madrugada con poca luz, descalza por el lugar camina Luisa (Erica Rivas), se escuchan las gotas de una canilla, ropa en el piso y Ana (Ornella D’Elia, buena interpretación, su trabajo anterior “Tigre”) parada, desnuda, sangrando a causa de su ciclo menstrual y con la mirada fija, interesante su planteamiento, resulta un buen juego de imágenes para ir enriqueciendo la trama. Después sabremos que Ana es sonámbula. Lo que sigue es una gran reunión familiar en un caserón de campo, amplio y con muchos árboles, piscina y un rio. Los protagonistas: Luisa, Ana, Emilio (Luis Ziembrowski), esposo de Luisa, Meme (Marilú Marini), Sergio (Daniel Hendler), Inés (Valeria Lois), Alejo (Rafael Federman) y varios niños. Se disponen a pasar juntos el fin de año, pero en los días previos se refleja la personalidad de cada uno de ellos, comienzan a revelarse: las asperezas, los rencores, los egos, las vanidades, reproches, acusaciones, secretos y celos. Además habla de las relaciones familiares, los vínculos y la incertidumbre. Entre los personajes hay tensión y resquemor, entre Luisa y Meme, todo está en sus miradas, en sus silencios, actitudes y a lo largo de diversas situaciones tanto Erica Rivas como Marilú Marini están brillantes, hay un plano secuencia entre ambas que resulta excelente, dos actrices que se sacan chispas en cada escena. A lo largo de la cinta se pueden observar interesantes climas, se ve la rebeldía y la crisis adolescente, esa necesidad de desapego, el despertar sexual, el alcohol, en otros momentos se utiliza la cámara en mano dándole lugar a las situaciones feroces y a las incomodidades, ningún personaje desentona, todos están a la altura del film y con un desarrollo que nos lleva a un desenlace final estremecedor y de alto impacto.
Protagonizada por Érica Rivas, Daniel Hendler, Valeria Lois, Marilú Marini, Luis Ziembrowski y Ornella D’Elia, entre otros, la película narra la implosión de un grupo familiar en medio de los festejos de fin de año. Manejando climas y atmósferas con sutileza, y con una historia que dialoga con las agendas de los medios, en la madre que encarna Rivas y que se despierta de su letargo, tras la irreversible descomposición familiar a partir de un hecho inesperado, por momentos la tensa calma desestabiliza e inquieta al espectador.
Despertares Rara avis de la cinematografía nacional éste filme de la directora Paula Hernandez, la misma de “Herencia” (2002), se presenta con argumentos válidos, como pretenciosa en el sentido de aspirar a decir algo más que lo expuesto en pantalla. Y lo logra. Las lecturas posibles en la relación metafórica sobre el relato mismo y extenderlo a un universo más general está claramente indagado, no es casualidad, y se percibe. Todo esto tiene como origen el título mismo, si bien hay personajes que padecen de esa anomalía, el sonambulismo del título, el aletargamiento no es sólo por la acción del sonámbulo sino de todos aquellos que conforman ese clan familiar. Con una buena puesta en escena, trabajada desde la cámara utilizando en la medida justa el recurso del travelling, siguiendo a sus personajes, sin juzgarlos. La historia concentra en días festivos, navidad y año nuevo, reunión en la casona del campo que la familia posee, y presentándola como un gran matriarcado con Meme (Marilu Marini) como principal referente del clan. Desde el guión va realizando un desgarrador relato sobre la ruptura interna, no exenta de tensión, bien trabajado a partir del desarrollo de la narración, si bien todos los personajes tiene un buena estructura en su constitución y ninguno carece de importancia. El texto se centra desde el cuento en dos personajes. Una mujer ya en sus cuarenta y pico, Luisa (Erica Rivas), y Ana (Ornella D´Elia) su hija de 14 años, quien además de sonámbula, transita a pleno su despertar sexual. Sobre la relación entre ellas dos se centra la mayor parte de la cinta Sin embargo ayuda a la progresión dramática del texto la introducción y evolución del matrimonio conformado por Luisa y Emilio (Luis Ziembrowski), quienes asimismo circulan, en términos de sin salida, por una crisis que se produce sobre todo a partir de los silencios, secretos y alguna mentira. La presentación de toda esta familia protocolar, clase media acomodada, culta, endogámica y claramente disfuncional. va a dar cuenta de estos “atributos”, sin embargo la directora elige llevarnos de a poco a un desenlace que en realidad funcionaría como una apertura. Todos reunidos al compás y mando de la abuela, cada uno con sus miserias y angustias, Sergio e Inés (Daniel Hendler y Valeria Lois, respectivamente), hermanos de Emilio, cargan con sus dificultades conyugales y existenciales. Por momento el filme coquetea con la dualidad, las sugerencias, nunca nada queda en certeza absoluta, utilizando planos generales para mostrar, como desde lejos, todo aquello que los personajes encerrados en sí mismo y en la dinámica grupal, con su ruptura a cuestas, no pueden ver o no quieren. Sin embargo, cuando requiere especial atención a los conflictos individuales la cámara se cierra en primeros planos, esa circulación de un plano a otro no se muestra como disruptivo gracias a la delicadeza del montaje. Todas las bondades de la realización se encuentran sustentados en las muy buenas actuaciones, destacándose Erica Rivas, lo que no es novedad, haciendo un despliegue de sus recursos histriónicos sin límites, mientras que la sorpresa que representa la revelación de la joven Ornella D´Elia queda por ahora en las virtudes de la directora como tal, Habrá que esperar una segunda interpretación de ésta intérprete para confirmar, como parece, que estamos frente a una gran actriz. En síntesis, una radiografía exhaustiva de una familia disfuncional que, además de desplegarse sobre todos y cada uno de sus integrantes, puede leerse como una exposición de la sociedad en la que está inmersa.
No siempre el título de una película preanuncia el contenido, pero sí lo hace en el caso del filme de Paula Hernández ("Una vida"). Ayuda a entender la primera escena, que por su estructura pareciera iniciar un filme de terror y no un drama familiar. Pero si la vida es sueño, como decía el poeta afinando la metáfora, esta familia, como la mayoría, sufre pequeños trastornos que dificultan las relaciones, los deseos y las realizaciones, mientras otros como la abuela Meme o la adolescente Ana, en una karmática herencia, son víctimas de trastornos del sueño que las dejan en estado de indefensión. Llegar a la casa de Meme, la matriarca familiar, y encontrar un cartel de venta sin haberlo sabido preocupa a los hijos, Emilio (Luis Ziembroski), esposo de Luisa; Inés (Valeria Lois) y Emilio (Daniel Hendler). Justamente la primera discusión será por esa venta no comentada, que Meme explica haciendo gala de una solidez que Emilio parece haber heredado para dirigir su imprenta. Una discusión que abrirá la puerta a que comience a temblar el delicado equilibrio familiar. Porque todo parece vibrar sin razón haciendo juego con la inseguridad maternal, que en el caso de Luisa apunta a una rebelde hija adolescente, mientras que en Inés tiene como destinatario un bebé que parece haber desubicado a una madre ya no tan preparada para recibirlo. Si Luisa duda ante una hija que la cuestiona, también lo hace frente a un marido incapaz de hilar fino como Emilio, el cuñado más sensible, permeable a comprender ciertas profundidades y arrojar esperanzas amorosas de intimidad hacia una Luisa prudente pero coqueta. En fin, la familia aparece con sus poco a poco develados secretos, aislada en el medio de un bosque, cercana como nunca a una cámara Gesell capaz de transparentar sus más escondidas intimidades. UNIVERSO SECRETO La directora crea un universo que se rarifica con la suba del calor, la caída de la noche y la inesperada presencia de otro adolescente, también rebelde pero seductor, el hijo mayor de Emilio, que visita la casa luego de estar ausente de la familia vaya a saber desde cuándo. Entonces el enrarecimiento se corta con un cuchillo ante el pedido de los chicos de acampar juntos. Y será en el bosque, donde una ceremonia carnavalesca de leños encendidos, bengalas y juegos, mezcla de escondidas y gallo ciego, precederán a lo inesperado. Porque la presencia del chico rebelde, a la manera del visitante de "Teorema", desata el drama preanunciado por la sangre y la oscuridad del comienzo en un despertar sexual que teñirá a la familia de inesperados colores y precipitará los cambios que afloraban en Luisa y en su hija. "Los sonámbulos" intercambia líneas con "La ciénaga", de Lucrecia Martel, y momentos de "Tigre", de Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola. Un cuidadoso desarrollo narrativo, el acompañamiento de la Naturaleza con los caracteres que parecen ir madurando ante el ascenso de la temperatura y la llegada de la oscuridad, caracterizan a la película de Paula Hernández. Un filme donde los individuos aspiran a conocerse y la llegada de un tercero desatará el comportamiento final. La directora, con mano segura, conduce el relato, integra la Naturaleza como un peligro de brasas encendidas y libertades desatadas -a la manera de "El señor de las moscas" y cuida las interpretaciones de figuras como la notable Erica Rivas, Marilú Marini, Ziembroski y Hendler, que se suman al sugerente rostro de Ornella D"Elía ("Tigre"). Cuidada la puesta en escena y los demás rubros técnicos.
Con su premiere mundial en Toronto, Los sonámbulos continuó su recorrido por festivales como San Sebastián, Chicago, Busan y Mar del Plata. Siendo este el quinto largometraje de la directora argentina Paula Hernández, quien si bien ha trabajado siempre con historias protagonizadas por mujeres, denota con su último film que hoy ya no hay espacio para las sutilezas y nos presenta un despertar social extremadamente necesario. La sinopsis del film nos habla sobre Luisa (Erica Rivas), una mujer madura, y Ana (Ornella D’Elia), su hija de 14 años, sonámbula, en pleno despertar. Un matrimonio en los bordes de una crisis silenciada. Una familia ritualista, matriarcal y endogámica. Abuela, hermanos, primos. Un nuevo verano, sudor, alcohol, tradiciones. Cuerpos desnudos, cuerpos que cambian y las miradas sobre esos cuerpos nacientes. Un nuevo festejo de fin de año en la vieja casona histórica familiar parece ser la encerrona para que los sonámbulos finalmente despierten. Es difícil desglosar en pocas líneas la cantidad de temáticas que la historia atraviesa, expone y genera, pero podría decirse que se habla principalmente sobre el rol de la mujer en la sociedad y su cuestionamiento del espacio “asignado”, sobre las diferentes formas de maternidad y sobre sus consecuentes vínculos y autopercepciones dentro de una casi invisible pero sistemática violencia heteronormativa familiar. El comienzo del film se plantea con un primer plano de Érica Rivas dormitando sobre la cama, su presentación se da con un encuadre corrido de su horizontalidad. Es que la directora ya nos plantea, desde el comienzo, que estamos frente a una persona que se ha descuadrado a sí misma, una persona que si bien duerme lo hace en estado de alerta. Sonidos acuosos extradiegéticos envuelven la imagen, tensionándola misteriosamente. De repente Luisa despierta de su ensoñación, el sonido de agua corriendo pasa a ser diegético y, por corte directo, comenzamos a deambular junto a ella por los pasillos de un amplio departamento a través de un tenso plano secuencia penumbroso. Luisa va llamando con resquemor a su hija Ana, hasta que da con ella, en el palier del edificio, totalmente desnuda y de pie frente al ascensor. Dueña de una enajenación inmóvil y con la mirada perdida, hilos de sangre recorren su entrepierna mientras la luz nocturna dibuja sobre ella la silueta melancólica de una mujer. Luisa la toma delicadamente por la espalda, evitando despertarla mientras la conduce sigilosamente a su habitación, donde la viste, la limpia y la acuesta, devolviéndonos a escena a la niña que sus ojos maternales ven. Aquí comenzamos a comprender que la sangre de Ana se debe a su ciclo menstrual y que es poseedora de un trastorno del sueño hereditario conocido como sonambulismo. Simbólicamente, y en base a todo lo expuesto en la secuencia de presentación, comprenderemos, llegando al final de esta historia, que hay una circularidad en la mirada de la propia directora sobre la fragilidad que conllevan los cuerpos gestantes. La película transcurre mayormente durante los festejos de fin de año en una casona campestre perteneciente a la abuela Meme (Marilú Marini) quien, a través del vínculo con sus hijxs: Sergio (Daniel Hendler), un divorciado con tres hijos varones de diferentes madres, Inés (Valeria Lois), madre soltera con un hijx en plena lactancia, y Emilio (Luis Ziembrowski), esposo de Luisa y padre de Ana, pondrá en evidencia la falta de comunicación de una familia atravesada por “secretos familiares” donde prevalece un tenso matriarcado machista. Con una estructura coral, este drama intimista se irá desarrollando a través de un cosmos similar a los de La ciénaga de Lucrecia Martel, donde el punto de vista se sitúa en la familia de Emilio, recayendo principalmente sobre su esposa Luisa y su hija Ana, un reflejo de matrimonio que no está pasando precisamente por su mejor momento y con una adolescente en pleno despertar sexual. En todo este marco que pone en cuestionamiento al sistema patriarcal, se desatarán conflictos que tensionarán los vínculos entre ellxs. Principalmente impulsados por los propios cambios que atraviesan les cuerpes de nuestras protagonistas, pues Ana se encuentra en una nueva relación con su cuerpa y el deseo y Luisa consigue ver de frente a una mujer que ya desea dejar de ser.Sin necesidad alguna de spoilear la trama, porque la película realmente merece que les espectadores vivamos cierta incertidumbre familiar que nos interpela, no podría dejar de mencionar el sobrio trabajo de planteamiento de tono elegido desde dirección, el cual consigue, a través de un montaje prohibido, despertar al espectador sonámbulo, quien se convierte en testigo directo de un desenlace crudo y necesario para los tiempos que corren. Los sonámbulos es un drama familiar intimista donde lo “no dicho” eclosiona en diferentes conflictos hasta llegar a un gran sin retorno, donde avanzar implicará alejarse pero jamás olvidarse.
Las temibles reuniones familiares para las fiestas, observadas con agudeza, pueden dar gran material para buenas películas. La directora de Los Sonámbulos, Paula Hernández, lo consigue al convocar, como en un film francés de todo tiempo, a distintas generaciones en una casa fuera de la ciudad. Una madre (Marilú Marini) y sus dos hijos con sus familias. Pronto el juego de observaciones hace foco en los conflictos latentes o más expuestos en la familia de uno de los hijos, Emilio (Luis Ziembrowski), su mujer, Erica Rivas, y la hija adolescente, que es sonámbula. Pero Hernández no se queda ahí: las tensiones aparecen, el calor es pegajoso, llegan personajes nuevos, los despertares sexuales se ponen de manifiesto. Hasta una deriva más pesada, que acaso no sea la más feliz de las decisiones.
La mayoría de los intérpretes comprende bien tanto la historia como a sus criaturas Al mismo tiempo melodrama familiar y thriller de suspenso (montado sobre el melodrama familiar, claro), esta película de Paula Hernández bucea en el tejido a veces roto de las relaciones familiares. Lo hace con un clima que genera constante tensión y bienvenida incomodidad. La mayoría de los intérpretes comprende bien tanto la historia como a sus criaturas, y logran que la tensión se mantenga durante todo el relato.
La quinta película de Paula Hernández ciñe su relato al machismo. Dicho así, solamente, se perdería la variante del caso. Es una forma distendida, acaso cool, del machismo, propio de una clase media intelectual en la que la ejecución del poder luce menos evidente. El goce del dominio del otro está en la entonación y el uso de palabras y asimismo en la administración ya no solamente del dinero, sino también del capital simbólico. Un buen ejemplo: en el imaginario de los hombres de Los sonámbulos, al personaje de Érica Rivas le corresponde traducir a otros, no escribir su propia literatura, una versión menos ostensible del ama de casa abnegada lavando platos y planchando camisas.
Bajo la frase “todo queda en familia” se pueden encerrar las mayores atrocidades. Eso se desprende de “Los sonámbulos”, el logrado filme de Paula Hernández que interpela a una familia porteña de buen nivel social, cuyos referentes son socios de una editorial y todos confluyen en una casa de campo para pasar unos días en vísperas de fin de año. Hay charlas tribiales mezcladas con dramas personales, de pareja, pujas entre hermanos, temas laborales y diálogos intimistas. El clima de la película remite a “La ciénaga”, de Lucrecia Martel, pero hay un hecho dramático que acciona de punto de quiebre a partir del vínculo de un joven de la onda “vale todo” y su prima adolescente (la bella Ornela D´Elia, gran promesa como actriz). La directora pone la cámara en la madre de esa joven (enorme rol de Erica Rivas), y la sigue en su relación con su marido (Ziembrowski) y en las dificultades de crianza de su hija. La película genera tanta empatía como rabia y es el cruel reflejo de las familias de clase media alta que tienen por hábito esconder la basura debajo de la alfombra.
Una familia, una casa de verano, el alcohol y la pileta. Podría estar hablando de La ciénaga, de Lucrecia Martel, pero no. Hablo de Los sonámbulos, la nueva película de Paula Hernández la cual, lejos de parecerse a… , traza su recorrido, con la habilidad necesaria para dejar su propia marca. Hasta allí llega Luisa (Érica Rivas), junto a Emilio (Luis Ziembroski) y Ana (Ornella D’Ellia), la hija de este matrimonio, para pasar fin de año. Los recibe la familia de él: su madre Meme (Marilú Marini) y sus hermanos, Inés (Paula Lois) -figura de una madre luchona desesperada con un bebé al cual no logra amamantar- y Sergio (Daniel Hendler) con sus hijos de distintos matrimonios.
La nueva película de la realizadora de “Herencia” se centra en la tensa reunión de fin de año en una casa de campo de una problemática familia. Con Erica Rivas, Luis Ziembrowski, Ornella D’Elía, Rafael Federman, Daniel Hendler, Valeria Lois y Marilú Marini. La escena inicial de LOS SONAMBULOS –un largo plano secuencia– es misteriosa, casi espeluznante. Una mujer se levanta en medio de la noche y recorre su casa vacía. El agua del baño corre y hay ropa tirada en el piso pero no vemos a nadie. En penumbras la mujer sigue circulando y buscando a alguien que no está allí. Hasta que se topa con la puerta abierta de la casa y una joven mujer, desnuda y sangrando, parada frente al ascensor. El tono es ominoso y bordea el clima de película de terror. Pronto sabremos que el problema de Ana (Ornella D’Elía), la hija adolescente de Luisa (Erica Rivas), es que es sonámbula y que la sangre en cuestión es simplemente menstrual, pero la explicación no alcanza a quitarle el espectador la sensación de que algo oscuro, tenebroso, está inscripto en esta historia. Es que pocos minutos después, LOS SONAMBULOS entra en otro espacio y otro tono. Luisa, Ana y su marido Emilio (Luis Ziembrowski) viajan en coche hacia el campo, a pasar fin de año con el resto de la familia. Allá los espera la abuela paterna Meme (Marilú Marini) y los hermanos de Emilio, Sergio (Daniel Hendler) e Inés (Valeria Lois), el primero con dos niños y la segunda con un bebé, ambos sin pareja a la vista. Pese a la amabilidad del reencuentro pronto se empiezan a notar las grietas familiares. Luisa, especialmente, se siente marginada por Meme, quien parece juzgar a todos con su mirada. Eso se exacerba cuando llega Alejo (Rafael Federman), el hijo mayor de Sergio que hace mucho que no ve a la familia, y a nuestro trío protagónico lo mandan a un cuarto más viejo y alejado del casco central. Las cosas tampoco están del todo bien entre ellos. Ana está todo el día con su celular y le presta muy poca atención a su madre. Y Luisa, por su parte, vive siempre al borde de la pelea con el demandante Emilio. Los conflictos generales aparecen en la primera comida cuando se confirma lo temido por Emilio: Meme quiere vender el campo. El no quiere saber nada pero parece ser el único que se resiste, lo cual empieza a tensar los hilos familiares. Y, por otro lado, Alejo empieza un raro juego de seducción tanto con su prima Ana como con su tía Luisa, aprovechando casi instintivamente la fragilidad aparente de ambas mujeres que se sienten un poco oprimidas y marginadas en ese mundo. LOS SONAMBULOS va preparando de a poco una receta que se adivina explosiva. La molestia da paso a la irritación, la irritación a la pelea y no pasará mucho tiempo para que empiecen a circular acusaciones (hay líos ligados también al trabajo) y gritos. Luisa sobreprotege a Ana y su hija se pone celosa cuando ve que el seductor primo hace un viaje al pueblo con su madre. Cuando, la segunda noche, el alcohol empiece a circular copiosamente las discusiones por la venta de la propiedad serán secundarias al infierno familiar que se adivina. Hernández presenta un cuadro familiar extendido y un escenario (una casa campestre rodeada de una zona boscosa, piscina, río) y hábitos (conversaciones familiares, alcohol, tensiones subterráneas) que recuerdan, inevitablemente, al universo de Lucrecia Martel, en especial a LA CIENAGA. Y si bien la película difiere mucho en su propuesta estética y en su más clásicamente organizado relato, es una referencia insoslayable a la hora de mirar las acciones que se desarrollan. LOS SONAMBULOS explora un universo de deseos, frustraciones, cuentas pendientes, celos y broncas familiares que afloran ante una presencia que se adivina casi diabólica de parte de Alejo. No en un sentido literal, claro, pero si esa familia es de por sí complicada el chico viene a ser una suerte de ángel del mal dispuesto a sacar todo eso a la luz. LOS SONAMBULOS hace referencia a la afección que sufre Ana pero también otros miembros de esa familia aunque, metafóricamente, el título intente hablar un poco de la manera en la que muchos miembros de ese grupo se conducen por la vida. Madre e hija –los puntos de vista que utiliza Hernández, casi a modo de espejo– parecen atrapadas en un círculo de microagresiones y violencia sutil que se manifiesta en pequeños detalles que acaso no lo sean tanto. En la costumbre de Meme de recortar de las fotos a las personas con las que se lleva mal, en las historias del pasado del abuelo Lacho, en las disputas entre los hermanos por el control de la editorial familiar y de la casona. Luisa y Ana lo observan pero prefieren hundir la cabeza (en el alcohol o en el teléfono) y tolerarlo todo al punto de terminar enfrentándose entre ellas, las más obvias víctimas de esos manejos, si se quiere, patriarcales. Visualmente elegante y con un clima que va creciendo en inquietud, actuada a la perfección por un elenco sin casi fisuras (la joven D’Elía es una revelación), LOS SONAMBULOS tiene un desenlace un tanto brutal que puede ser un poco difícil de digerir, más allá de que es totalmente consecuente con el desarrollo de la historia. Es allí donde la película abandona la sutileza y va directo por el golpe al estómago. La sensación es desagradable pero el impacto es furibundo. Allí la película retoma la oscuridad y negrura del comienzo y torna a este drama familiar en un relato de terror, de esos en los que solo sobreviven los que se escapan a tiempo.
por Mishell Patiño ¿Cuándo es momento de despertar? Al ignorar y reusarnos a aceptar quiénes somos y lo que queremos hasta el punto de vernos sometidos por nuestro entorno, se puede decir que llegamos a ser sonámbulos. Aunque algunos pueden despertar a tiempo, a otros les puede costar mucho. En Los sonámbulos (2019), la Directora y Guionista Paula Hernández vemos un matrimonio en los bordes de una crisis silenciada, una familia conservadora y endogámica. Abuela, hermanos, primos. Verano, sudor, alcohol, tradiciones. Todo eso es lo que llevarán a Luisa (Érika Rivas) y a su hija de 14 años Ana (Ornella D’Elía) a los límites de la tolerancia emocional durante el viaje de fin de año a la casona histórica familiar. A través de los ojos de la madre y la hija poco a poco se revela la dinámica opresiva de esta familia disfuncional gracias a un guión lleno de conflictos, silencios y breves diálogos. Paula Hernández, transforma este trama dramática de trasfondo psicológico, el motor del film y se apoya en el uso casi exclusivo de planos cerrados (siempre enfocado en los rostros del dúo protagónico) junto a una fotografía con juegos de luces y sombras, para generar una estética tanto agradable como enigmática y difusa a tono con sus personajes. La suma de estos detalles con la llegada de Alejo (Rafael Federman), primo distanciado y mimado de la familia, de actitud rebelde y seductora siempre al acecho de la fragilidad de las protagonistas genera la ansiedad que solo logra liberarse ante el climático final. "Como fallos se pueden señalar la ansiedad y no el suspenso que generan tantos planos cerrados en un principio, cierta falta de profundidad en su argumento ya que no hay espacio para conversaciones o explicaciones largas, lo que conlleva a una historia un tanto predecible. Sin embargo, su excelente ejecución, la muy buena interpretación y calidad de sus elementos hacen de la película una gran pieza audiovisual que intriga y vale la pena disfrutarla hasta el final." Calificación: 8.5/10 Título original: Los sonámbulos Año: 2019 Duración: 107 min. País: Argentina Dirección: Paula Hernández Guion: Paula Hernández Música: Pedro Onetto Fotografía: Iván Gerasinchuk Reparto: Érica Rivas, Daniel Hendler, Luis Ziembrowski, Ornela D'Elía, Marilu Marini, Valeria Lois, Rafael Federman Productora: Coproducción Argentina-Uruguay; Tarea Fina / Oriental Films / INCAA Género: Drama | Familia
Este film de Paula Hernandez arranca con un primer plano vertical, que nos muestra recta a Luisa (Erica Rivas) dormida, acompañado del sonido del agua de fondo, luego se despierta y camina a buscar a su hija Ana, la cual la encuentra desnuda y sonámbula. Juntas se van a la habitación de ella solas. Y esto va a ser una escena simplificadora del tema mas importante en el film. Personas sonámbulas que no están despiertas, pero tampoco dormidas, no están lo suficientemente conscientes de lo que viven o les pasa a su alrededor. El primer plano funciona como buena síntesis del estado de los personajes. Porque Ana no es la única que esta dormida y esta despertando como mujer. Quiere hacer lo que quiere, tomar alcohol, ir al rió con los primos, etc. Pero ella aun no esta consciente de eso al plantearle dudas a su madre. En cambio, Luisa esta despertando con sus deseos de ser escritora y también se esta revelando ante su marido demostrándole sus diferencias y poco deseo o atracción que tiene hacia el. Las escenas mas simplificadoras son cuando ella le dice que no quiere tener sexo o cuando luego del almuerzo familiar, le dice que no esta de acuerdo en quedarse con la casa. Dos mujeres que están despertando en sus vidas, están cambiando por su bien emocional. El plano que narra esto es cuando se están poniendo el traje de baño juntas, en el mismo plano. Pero este cambio no solo es necesario para sus libertades, también el problema de vender la casa, siendo el tema que los incumbe a todos los personajes. Meme y Emilio los mas arcaicos idiologicamente y de edad, son los que quieren mantener el hogar o metáfora de una estructura familiar que oculta varios secretos o deseos reprimidos. Es interesante que el personaje de Luisa tenga el trabajo de traductora y no sepa traducir a Ana, únicamente entendía a su marido y a su familia, pero claramente al final cuando ella decide ser escritora, tener su propia voz, sus propias decisiones, va a entender a su hija, y se irán lejos de esa familia conflictiva. Otra conflicto no fundamental en la trama, pero notorio, es el control familiar. La lucha por quien toma las decisiones, quien ordena a quien, quien hace el asado o quien saca la foto. Todas peleas de relación en cuanto al poder. Como decía Foucault: “mas que poder, hay relaciones complejas de poder”. Esto se transmite en las escenas entre adultos, mas bien entre Sergio y Emilio, o Meme y Luisa, etc. Este conflicto de controles culmina en el clímax del final donde todos discuten y se golpean entre si. La película tiene claras referencias a “La cienaga” de Martel o a el libro Distancia Rescate de Samanta Schweblin debido a la distancia que esta la madre de su hija y el peligro que eso puede conllevar. En cuanto a disgustos, el film se pierde en generar de nuevo situaciones que ya habían quedado claras, por ende se alarga un poco la llegada del final. Y hay ciertos personajes como la empleada o Ines que no fueron tan necesarios y capaz que si no estaban, la trama o lo que quería contar la directora funcionaba igual.