Mi Amigo el Dragón, la nueva película de Disney, nos cuenta la historia de Pete (la traducción del nombre original de la película es “El Dragón de Pete”), un niño que al perderse en el bosque es rescatado por un Dragón que lo cuida, y ambos se adoptan como amigos, familia y hermanos. Esa paz se ve interrumpida cuando una guardabosques encuentra a Pete, y de esa manera, se tiene que separar de Elliot (el dragón). En la tradición de las películas de Disney, (esta es una remake de la película de 1977 con el mismo nombre que combinada animación clásica con actores), la cinta logra todos los puntos que esperamos de ella. Todos. Desde los golpes bajos hasta hacernos sentir que Elliot es real, y nos encantaría tenerlo de mascota. Uno de los grandes logros de la película, es lo que han hecho con el dragón. Lo han transformado en una criatura querible, para nada amenazante, dándole rasgos y actitudes caninas, siendo de alguna manera, un perro enorme, que resulta que vuela. Según el director, David Lowery, dijo a la revista IGN, que prefería un dragón que uno quisiera abrazar, y de ahí el cambio estético. Prefería para la historia eso que el tipo de dragón de Game of Thrones, que se ve bien, pero parece peligroso y frío. La única critica que le haría, es que el 3D no le suma nada a la historia, es mas, por momentos distrae, sobretodo si se la ve subtitulada. En conclusión, la película es un gran entretenimiento, muy bien filmada, con grandes actuaciones (Oakes Fegley, de 12 años, en el papel de Pete esta impecable y Robert Redford como siempre cumple), con una historia simple pero emocionante, que de alguna manera nos permite fantasear con un mundo donde existen los dragones, y nos gustaría tener uno como Elliot.
Dos amigos inseparables se enfrentarán con un mundo adulto, a veces terrible y a veces amoroso. La figura del gigante ha visto muchísimas facetas durante los años. En numerosas civilizaciones, algunas sin relación entre sí, se contaban historias terribles sobre estos humanoides enormes. Cuando todavía se creía que podían existir, eran representados como criaturas feroces y sedientas de sangre, pero con el tiempo se los comenzó a incluir en todo tipo de narraciones, convirtiéndolos en verdaderos personajes, más que en un obstáculo que los protagonistas deben sortear. La relación niño-gigante es una de las más visitadas por el cine, y explora casi siempre la idea de que es posible ser enorme e inocente a la vez. Se dice hace años que, en una ciudad del norte de EEUU, un dragón merodea el bosque circundante. Sólo Meacham (Robert Redford) lo ha visto, pero nadie cree sus historias. Su hija Grace (Bryce Dallas Howard) que es guardabosques, tampoco. Todo cambia cuando encuentra un niño salvaje, Pete (Oakes Fegley), que hace años vive en ese bosque tan amado por ella, pero le extraña que un niño tan pequeño haya sobrevivido allí solo. Los relatos de Pete sobre Elliott, su amigo dragón, le harán creer a Grace en las historias de su padre e impulsarán a algunos ambiciosos a emprender una terrible cacería. La primera versión de Pete’s Dragon fue una película musical estrenada en 1977 y a pesar de que no es una gran obra se convirtió en un clásico para la familia. La combinación de live-action y animación fue muy explorada por los estudios de Disney; algunas de sus producciones más famosas que usan este recurso son Mary Poppins (1964) y Tron (1982). En la nueva versión, la trama es muy diferente a la original, pero se ajusta muy bien al vínculo niño-gigante que se ve en la gran pantalla hoy, al estilo de The BFG (Steven Spielberg, 2016) o The Iron Giant (Brad Bird, 1999). Por otro lado, el mensaje ambientalista es muy evidente, pero no todo gira en torno a él: no es una de esas películas para niños completamente interesadas en adoctrinar. Su director y guionista es David Lowery, que a pesar de no tener una larga carrera en dirección, trabajó como editor en Upstream Color (2013) y co-guionista en Pit Stop (2013). Su película más celebrada, Ain’t Them Bodies Saints (2013), ganó un importante premio en el Festival Sundance de ese año. Entre los actores adultos hay muchas caras conocidas. Bryce Dallas Howard, en el papel de Grace, es conocida por su trabajo en Jurassic World (2015). Su padre es interpretado por Robert Redford, un señor con una larguísima carrera actoral, famoso hace décadas por trabajos como Propuesta Indecente (1993) y El Gran Gatsby (1974). Los acompañan Karl Urban (Dredd, 2012) y Wes Bentley (The Hunger Games, 2012). El pequeño Pete es interpretado por Oakes Fegley, que a pesar de no tener una larga carrera mostró mucho talento y química con el resto de los actores. Si bien Pete’s Dragon sobresale entre ellas, viene de una larga lista de películas recientes que, con muchos golpes bajos, buscan lograr el llanto del espectador. No es esta razón suficiente para descartarla, tampoco hay muchas maneras de concluir una narración así (ver The Iron Giant), pero tal vez ya sea hora de cambiar un poquito esa mano lacrimosa y apoyarse en otros fuertes para generar emociones en el público. Hace muchas décadas que se abusa de esta fórmula, el momento de evolucionar llegó.
Cuando era chico me encantaba la película original sobre la cual se hizo esta remake. Tenía algo muy Disney en la composición de sus personajes interactuando y cantando con el dragón verde animado. Mi hermano era gran fan y la veía una y otra vez así que me la sabía de memoria e incluso a esa corta edad me daba cuenta que era profunda porque había partes que me ponían triste. Por suerte todo eso se mantuvo y se actualizó el ritmo (y por su puesto los efectos) para dar vida a uno de los mejores estrenos infantiles del año. Esta es la segunda película del director David Lowery, la primera (Ain’t them bodies saints, 2013) no se estrenó en Argentina y es una verdadera pena porque demuestra gran habilidad en la dirección de actores y construcción de situaciones. En esta oportunidad aborda la fantasía con la película original como guía pero adaptada para el público del año 2016 por lo que se eliminaron las escenas musicales y cuestiones sinsentido. La historia es tierna, entrañable y te hace pasar de las risas a las lágrimas en cuestión de segundos y viceversa gracias a su personaje principal: Pete, interpretado por un niño actor llamado Oakes Fegley, y el Dragón Eliot que si bien está hecho con un CGI a veces notorio su cara tierna y sentimientos genuinos hacen que eso importe muy poco. La historia es muy simple, incluso básica. Y me gustó que se ambientara en un pueblo y en el pasado cercano donde aún no existían los celulares. La relación de amistad entre el chico y el dragón está muy bien acompañada por Bryce Dallas Howard y Robert Redford, quien legitima todo lo que hace solo con respirar. Un final bien emotivo y esperanzador es el cierre perfecto para salir del cine con una gran sonrisa y deseando ser chico otra vez. Mi amigo el dragón es lo mejor que se ha visto en años en materia infantil, no dejen de llevar a sus hijos, sobrinos o cualquier niño a verla.
Mi amigo el Dragón se encuentra lejos del estilo de la fusión Disney - Pixar.Si bien en las películas que pone la mano este último hay otro tipo de “riesgo” y/o aggiornamiento, aquí se retorna al clásico film familiar, en el que se cuenta una bella historia fantástica y se deja el tan mentado “mensaje” de apreciar los valores primordiales como la confianza, el compañerismo, creer en la familia, por sobre todo, y en la amistad. Por supuesto que el dragón aquí —más que ser un animal mitológico— posee la ternura y hasta el aspecto de una mascota. Es muy dulce y, a pesar de ser una animación excelentemente lograda, tiene toda la química con Pete, el niño protagonista. Justamente, la historia narra cómo Pete, tras un fatal accidente en el que mueren sus padres, se pierde en el bosque y es rescatado por este cálido dragonzote. Pasan seis años y de repente una guardabosques descubre al pequeño en un estado semisalvaje. A partir de aquí la historia deviene como casi todas las familiares de Disney: se descubre al dragón, lo quieren cazar hombres ambiciosos, el niño y sus nuevos amigos lo defienden, hasta que cada cosa se acomoda en su lugar. El gran acierto es que se cuenta desde punto de vista del joven protagonista, esto le confiere un afecto y una mirada tan sensible a la historia que es imposible no sentir empatía. La cosa funciona: el ritmo de aventura constante, el asombro por lo maravilloso más la apuesta a lo emocional. Ni hablar del paisaje de ensueño en el que todo remite al típico cuento de hadas, donde existe un dragón bueno y ecológico, y la maldad proviene solo por parte del hombre. Si bien Mi amigo el Dragón no descubre nada nuevo y, por el contrario, regresa a las raíces de ese Disney más clásico y conservador, se nota el amor que confiere el director, tanto por la historia como por los personajes. Una apuesta a un público infantil que bien podrá disfrutar de la aventura y la magia de tener un dragón en casa.
Disney, en versión clásica y mod Una película que remite al mejor cine de aventuras y fantasías de Steven Spielberg. Si las fichas técnicas no aseguraran lo contrario, daría toda la sensación de que 2016 será uno de esos años en los que, como 2005, 2002 o 1993, Steven Spielberg estrena dos películas en un año. La primera, la que es oficialmente de su autoría, es El buen amigo gigante, que pasó con más pena que gloria por la cartelera comercial de vacaciones de invierno. La segunda no la filmó él, llega este jueves y se llama Mi amigo el dragón. El espíritu aventurero, la capacidad para amalgamar fantasía en un mundo de coordenadas “reales” –o al menos todo lo “real” que puede ser una película de Disney– y una mirada lúdica pero no pueril son algunas de las marcas spielbergianas que sobrevuelan de punta a punta en el segundo largometraje de David Lowery, un director sin experiencia previa en las grandes ligas pero con buenos antecedentes como editor y realizador en el ámbito indie. Basado en el film homónimo de 1977, Mi amigo el dragón logra ser estéticamente contemporánea y mantener un cálido e inocentón espíritu felizmente anacrónico, convirtiéndose en una pausa del ritmo vertiginoso y de la búsqueda de espectacularidad de las superproducciones de los últimos años. El protagonista es un chico huérfano de diez llamado Pete y su mejor amigo, Elliott, un dragón que vive escondido en un bosque contiguo a un pequeño pueblo en donde es una figura casi mitológica. Uno de los pocos que afirma haberlo visto es Meacham (Robert Redford), padre de la mucho más descreída guardaparques Grace (Bryce Dallas Howard). Menuda sorpresa se llevará ella cuando Pete, a quien encuentre durante una de sus recorridas, afirme que vive allí con un dragón. Grace se dispondrá entonces a comprobar qué tan ciertas son esas afirmaciones. Lowery desandará los caminos habituales de este tipo de relatos con seguridad y convencimiento, alejándose de la mirada pop y canchera que campea en los productos old-fashioned. Es cierto que la subtrama ecologista nunca termina de adquirir peso específico y que sobre el final evidencia la búsqueda emotiva encadenando tres secuencias de clausura, cada cual más lacrimógena que la anterior, pero también que el verdadero núcleo del relato está en otro lado, en una apuesta por la magia y por la recuperación de un tempo narrativo caído en desuso pero que, queda claro, todavía tiene bastante por entregar.
Magia a la Disney Pedro y el dragón Elliot es una película de 1977 que tuvo un rotundo éxito en cuanto a críticas, taquilla y nominaciones a premios importantes. Casi cuarenta años después, los productores de Disney decidieron hacer la remake de uno de sus tantos éxitos y así fue como nació Mi amigo el dragón (2016). Esta nueva versión cuenta con una historia más aggiornada, efectos especiales dignos del estudio, y particularidades muy notorias que pueden gustar o no, depende quién lo mire.
SOBRE LA RECONFIGURACIÓN DE LA FAMLIA Mi amigo el dragón es sin duda un pequeño hallazgo de los estrenos semanales. David Lowery, un director de poca trayectoria, es quien estuvo a cargo de hacer esta impecable remake del film de 1977, manteniendo su espíritu general al tiempo que hace su propia recreación a través de todos los recursos que la tecnología actual brinda al cine industrial. El Pete´s Dragon (1977) de Don Chaffey, al igual que esta versión, apostaba por narrar la historia original de Seaton Miller, a través del registro fílmico. Pero dadas las limitaciones tecnológicas, Chaffey incluyó a Elliot, el encantador dragón que entabla una relación con Pete, a través del dibujo animado. Por su lado, Lowery logra digitalizar a Elliot haciendo que niño y bestia logren compartir, para los ojos del espectador, el mismo registro, además de que estos efectos se ven potenciados por el hecho de que el film estará disponible en 3D. Pero esta remake interactúa con la primera versión de la historia en varios niveles que merecen la pena ser señalados. Mientras que el film de la década del 70 estaba ambientado a comienzos del siglo XX, esta nueva versión también desdeña ser contextualizarla en su propia contemporaneidad, optando por una coyuntura de la década del 70 con su estética y dispositivos comunicativos que ahora se confrontan con la tecnología actual que posibilita un film como el que estamos presenciando; tal vez en una suerte de homenaje al film de Chaffey. Y sin duda, lo más interesante atañe a las modificaciones relativas a la historia original, tanto del libro como del film de Chaffey. La primera versión fílmica también hace referencia a la historia de la relación entre un huérfano y un dragón, pero aquel Pete intentaba “escapar” de su familia adoptiva y el film, de alguna manera, invitaba a repensar la configuración de la identidad familiar. Este espíritu se conserva en la trama de la nueva versión de Pete´s Dragon pero esta búsqueda de identidad familiar y de reconfiguración de la necesidad afectiva se ve fuertemente reforzada y complejizada. El choque entre orfandad y la presencia de Elliot emerge de inmediato en la vida de Pete reforzando tal vez la sensación de ambigüedad entre ficción y realidad que vive el protagonista. Por otro lado, Pete conoce a Grace (Bryce Dallas Howard), la guardabosques del lugar quien, al igual que él, ha perdido a su madre y quien vive con su padre Meacham, interpretado por el genial Robert Redford, único habitante que afirma haber visto al dragón por aquellos parajes. Grace por su lado, mantiene una relación afectiva con Jack (Wes Bentley) padre de una niña que tampoco posee madre, aunque el film no se detiene en cuestionar la ausencia de esta figura materna. El entramado de todos estos personajes sumados a la particular experiencia de Pete y Elliot, quien también presuponemos como un dragón “perdido”, enriquecen esta historia que comienza siendo una narración simpática y simple sobre la existencia de seres fantásticos para terminar configurando una historia más compleja sobre la manera en que se tejen las relaciones interpersonales. Sin duda, un film que, considerando que está pensado para asistir con toda la familia, merece la pena ser considerado como una opción interesante para esta semana. Un diálogo entre el registro de lo fantástico y el del realismo. MI AMIGO EL DRAGÓN Pete´s Dragon. Estados Unidos, 2016 Dirección: David Lowery. Intérpretes: Oakes Fegley, Robert Redford, Bryce Dallas Howard, Wes Bentley. Guión: David Lowery, Toby Halbrooks. Historia: Seaton Miller, S. S. Field. Duración: 102 minutos.
Otra película de la década del 70, puntualmente de 1977, año en el que también llegó Star Wars al cine, es tomada como punto de partida para una nueva versión cinematográfica, en este caso de Mi Amigo el Dragón. Estamos ante un film que posee un director que proviene del cine independiente, David Lowery, y que transcurre en algún momento de los 90 o principios del 2000: aquí Disney mezcla un personaje animado con actores y escenarios reales para narrar maravillosamente las aventuras de Pete y su particular amigo, Elliot. Disney volvió a ser Disney parcialmente luego de El Buen Amigo Gigante (The BFG, 2016). No porque la película dirigida por Steven Spielberg haya sido mala, sino porque le faltó chispa, esa magia y empatía características de la fábrica de fábulas animadas. Con Mi Amigo el Dragón, la cual homenajea a obras de género fantástico como Cuentos Asombrosos, La Historia sin Fin (imposible no pensar en este film en una escena particular que involucra a los dos protagonistas), El Gigante de Hierro, otra vez E.T. El Extraterrestre y Cuenta Conmigo (luego de ser manoseadas por los fans y la crítica de series como Stranger Things); hoy Disney toma su propia película y la resignifica por completo. Contrata a un director casi ignoto para que reimagine una historia llena de mensajes positivos, excelentes actores y una bestia más que encantadora. En la segunda “reversión” de Disney del año (ya que también se estrenó El Libro de la Selva), se distinguen varios puntos en común entre las dos remakes. Esta historia sigue a Pete (Oakes Fegley), un niño de apenas cinco años que, durante un viaje con sus padres, sufre un accidente en la ruta y estos pierden la vida. Pete, aferrándose a su mochila roja y a las últimas palabras que le regaló su madre, queda solo en el medio del bosque hasta que aparece un Dragón verde con un colmillo partido y un rostro similar al de un perro. Su tierna mirada y la del pequeño y temeroso jovencito se unen para dar inicio a una relación que durará seis años de manera ininterrumpida. La llegada del hombre y sus máquinas, su codicia y sus ánimos destructivos (aquí encontramos referencias a la obra de Herman Melville), aparecerán para contaminar esta hermosa relación inocente y de amor puro. Pero en el medio se encuentra Grace (Bryce Dallas Howard), una luchadora de la preservación de los bosques que empatiza rápidamente con Pete. Apta para todo público, tanto niños como adultos serán testigos de una obra pensada verdaderamente para todos, donde los más pequeños recibirán un mensaje positivo, lleno de esperanzas, de sueños y generador de sentimientos como la valentía y el respeto a la naturaleza. Pero la propuesta también apunta a los adultos, con otro tipo de mensaje, uno más comprometido que abarca muchos frentes: el concepto de familias ensambladas, el amor y la comprensión hacia los más jóvenes, y el hecho de creer en las ideas y sueños de los niños y, sobre todo, en sus cuestionamientos. La película alimenta la percepción. A diferencia del film dirigido por Spielberg, la historia de Pete y su Dragón color césped sintético tiene alma, cosa que no poseía el vínculo entre el Gigante y la pequeña Sophie. Pese a que El Buen Amigo Gigante es una obra interesante del director de E.T. El Extraterrestre, se sintió la ausencia de ese algo, faltó esa magia que irradian las obras de Disney. Pero en esta no, en esta propuesta dan justo en la tecla. El diseño de esta nueva criatura tiene personalidad, poder visual, se ve amenazante cuando la película lo requiere y cuenta con una mirada que se destaca entre sus homólogas de las bestias y personajes fantásticos del cine reciente. David Lowery, recordado por la premiada Ain’t Them Bodies Saints (2013), es claramente responsable del tono y el registro conseguido para este film. Hay un trabajo con los actores muy especial, muy puntual sobre la gesticulación y las manos (ejemplificar con algunos de los planos más bellos sería robarle al lector los mejores momentos de la película). Por último, y mérito también de Lowery, hay que destacar el trabajo impecable del pequeño Fegley. Para actores con trayectoria es muy difícil hablarle a la nada misma, imagínense al actor que interpreta a Pete dialogando todo el tiempo con un Dragón que recién podrá disfrutar en la isla de edición. Más allá de las escenas que tiene con Elliot, el miedo que se refleja en sus gestos y movimientos cuando es llevado al pueblo, es propio de un trabajo impecable. Una pequeña promesa para el futuro de Hollywood, sin duda. El resto de los actores están correctos todos, inclusive Karl Urban, que poco incide en la historia pero cumple. En este relato no hay teléfonos celulares o computadoras, no existen las redes sociales ni la realeza. Tampoco hay actores de renombre (está Robert Redford, pero no tiene tanta importancia en la trama), no hay un director de larga trayectoria y tampoco forman parte de la historia animales antropomorfos, pero nada de ello importa: no hizo falta para contar una de las historias más bellas del año. Disney vuelve a ponerse la 10 para abordar la historia de un pequeño huérfano que quizá en la naturaleza encontró el resguardo que necesitaba, o la naturaleza lo encontró a él para dejar de esconderse y descubrir a Elliot, uno de los dragones más valientes y carismáticos que haya conocido la historia del cine.
El buen amigo dragón Son odiosas las comparaciones, no hay nada peor que hablar de un film y medirlo con otro pero se hace inevitable al analizar Mi amigo el dragón (Pete’s Dragon, 2016). Remake de la cinta del mismo nombre de 1977, nos hace pensar en El buen amigo gigante (The BFG, 2016) la reciente película que Steven Spielberg realizó para los estudios Disney tomando el clásico cuento de Roald Dahl. El director de E.T. El extraterrestre (1982) intentó realizar un film dirigido, principalmente, para una generación que en los años ochenta disfrutaba de films familiares de aventuras. El resultado final no logró plasmar en imágenes la nostalgia que si transmite Mi amigo el dragón de David Lowery, film entrañable sobre la profunda amistad entre un niño llamado Pete (Oakes Fegley) y Elliot, un dragón gigante. La historia de Mi amigo el dragón comienza con un giro para Pete, drástico, de aquellos a los que Disney nos tiene acostumbrados: la muerte de los padres y la orfandad como paradigma narrativo, marcando la necesidad de relacionarse con un misterioso y mágico dragón verde en el medio del bosque. Tiempo después del primer encuentro, la narración nos lleva a un pequeño pueblo maderero en el que un anciano (Robert Redford), sigue deslumbrando a niños locales con historias de dragones, y de cómo vio sobrevolar los árboles a uno de ellos. Cuando por casualidad un grupo de cazadores, encabezado por Gavin (Karl Urban), detecta a Pete y a Elliot en el medio de la nada, deciden que capturar al dragón es la gran oportunidad para hacerse ricos y famosos sin medir las consecuencias de sus acciones. David Lowery construye los dos mundos que se enfrentan en esta contienda de manera concreta y delimitada: la urbanización como espacio de lucha comercial y el bosque como horizonte para seguir fortaleciendo lazos de amistad únicos. El director lo hace con tomas aéreas y amplios planos en los que la inmensidad de Elliot se presenta en toda su majestuosidad contrastando con la pequeñez de los hombres. Y en esa construcción de antagonistas, hay una nostalgia por aquello que ya no está, algo que viene trabajando el cine y la TV (el caso de Stranger Things es paradigmático sobre este punto) retratado en imágenes de gran virtuosismo, coloridas, y dinámicas, que remiten a ese acercamiento amistoso entre un niño y un ser diferente como La Historia sin Fin (Die unendliche Geschichte, 1984), Los Goonies (The Goonies, 1985), Laberinto (Labyrinth, 1986) y otros films icónicos de los años ochenta, pero también otros más recientes de la factoría Disney como Un gran dinosaurio (The Good Dinosaur, 1985). En los denodados esfuerzos por atrapar al dragón por parte de Gavin, que no logra entrar en razón por su ambición, también hay cierta reminiscencia al mito de King Kong, con esa idea del hombre tratando de atrapar aquello que desconoce para sacar rédito y así también coronarse como el verdadero rey de la naturaleza. Un film nostálgico y bello que se presenta como una de las sorpresas más gratas de la producción cinematográfica de este año para ver en familia. “Hay magia en el bosque si sabes dónde buscarla”.
UN NIÑO, SU DRAGÓN Y LA FANTASÍA Es una nueva versión de la película de Disney de 1977. Claro que ese origen no la perjudica, todo lo contrario. Esa mirada tradicional sobre lo que ocurre la hace más efectiva. Un niño queda huérfano, en el medio de un bosque y el chiquito sobrevive porque se encuentra con un dragón. Una especie de tarzanito que cuando interactúa con los humanos, depredadores y protectores del medio ambiente, pondrá en peligro a su amigo peludo verde. La gracia de la película, además del magnífico alarde de la perfección técnica, es esa amistad entre los distintos, el niño y la bestia. Con mucha acción, con una posición clara en cuanto a la conservación del bosque y la aceptación de los distintos, tiene una gran carga emotiva (busca la lágrima) pero se permite el lujo de la fantasía. El resultado es un entretenimiento muy bien hecho y para toda la familia.
Bajo el signo de la fantasía Spielberg. Adaptación del film homónimo de 1977, la nueva versión combina acción en vivo con animación tradicional, representa una apuesta artística de riesgo y se propone como una fábula tradicional, que toma sensible distancia del vértigo vacuo del cine industrial actual. En el film de David Lowry se cuenta la historia de amistad entre un chico y un dragón verde. Cada tanto el cine ofrece algún prodigio inesperado, que llega sin la parafernalia del marketing invasivo de los grandes tanques de Hollywood. Mi amigo el dragón, de David Lowery, es uno de esos raros milagros. Es cierto que se trata de una película producida por Disney, uno de los emporios más grandes del mundo del cine –sino el más grande–, que en su trama reúne muchos de los elementos que forman parte del imaginario sobre el que dichos estudios edificaron su identidad artística, hasta convertirla en marca registrada. Sin embargo, está lejos de ser una de ésas en las que se invierten millones para instalarla en el mercado muchos meses antes de su estreno, como ocurre con las animadas o las de superhéroes, por hablar de otros productos de la misma empresa. Eso no significa que no se trate de una apuesta importante, pero seguro que nadie estaba esperando su estreno contando los días con ansiedad. Más allá de eso, Mi amigo el dragón representa sobre todo una apuesta artística de riesgo, en tanto algunas de sus características la vuelven un producto anacrónico. Se trata de hecho de una fábula de forma y tono tradicional, que toma sensible distancia de la velocidad y el vértigo que definen al cine industrial moderno. Gran parte de ese carácter parece ser un legado de su origen como adaptación de un film homónimo que el mismo estudio lanzó en 1977, en la que se combinaban la acción en vivo con animación tradicional y que incluía a Mickey Rooney en el reparto. Un típico musical Disney con una banda sonora emotiva y eficaz, que mereció dos nominaciones a los Oscar, incluyendo una para la canción “Candle on the Water”, interpretada por la actriz australiana Helen Reddy (la película completa o sus fragmentos musicales se pueden ver en YouTube). En ambos casos se cuenta la historia de la amistad entre un chico y un dragón verde, aunque con diferencias notorias en los detalles. En la original, ambientada a finales del siglo XIX, un huerfanito que había sido comprado como esclavo por una familia adinerada se escapa junto a un dragón que es su mejor amigo, en busca de un destino más grato. En cambio en ésta el nene pierde a sus padres en un accidente de autos cuando se iban de vacaciones y se extravía en el bosque, donde es salvado de los lobos por un dragón que habita ahí. Anclada en los 80, la nueva versión parece sumarse a una espontánea ola de homenajes a aquella época, cuyo pico acaba de marcar la exitosa serie de televisión Stranger Things. En ese detalle, en la decisión de ubicar la narración en esos años que para el cine, y sobre todo para el cine de adolescentes y niños, representan una estética particular y reconocible, también hay una explicación para el mentado anacronismo. Porque Lowery, también guionista, no se priva de tejer una red de referencias y homenajes al cine de los 80, aunque no tan amplia como la de la mencionada serie, que por momentos parece un muestrario de películas de la época. Sin ir más lejos, la propia criatura se asemeja menos a la del film original, cuyo diseño respondía al del clásico dragón-reptil, que al famoso Fujur, el dragón-perro de La historia sin fin (Wolfgang Petersen, 1984), con el que guarda inocultables analogías morfológicas y de conducta. Y hasta los efectos especiales, sobre todo los elegidos para mostrar los vuelos del monstruo sobre el bosque, por momentos lucen algo retro. Por ese mismo carril Mi amigo el dragón también comparte muchos elementos con la reciente El buen amigo gigante, de Steven Spielberg, en donde otra huérfana traba amistad con el personaje del título durante esa misma década. Pero en realidad toda la película de Lowery se encuentra atravesada por el espíritu spielbergiano. Si la sola idea de la amistad entre un niño y una criatura fantástica, y el modo en que esta es resuelta por el director, resulta inevitablemente cercana a E. T. (1982), lo mismo puede decirse del personaje encarnado por Robert Redford. Como un encantador Peter Pan arrugado, su papel es el de un abuelo que es el único adulto de la historia que se permite mantener viva dentro de sí la magia de la infancia. “Si van por la vida viendo sólo lo que tienen delante se perderán un montón de cosas”, le dice el abuelito Redford a un grupo de nenes luego de contarles por enésima vez la increíble historia de un dragón que, él insiste, vive en el bosque cercano al pueblo, aunque nadie le cree. Nadie salvo los chicos, claro, último reservorio de pureza en el que la fantasía sobrevive.
Publicada en edición impresa.
David Lowery, director y guionista de este proyecto, traza una historia cautivante de principio a fin como nunca se vio entre la amistad de un niño y su mejor amigo, un dragón llamado Elliot.Elliot no es un dragón de los que estamos acostumbrados a ver, no emite ninguna palabra, pero desborda una personalidad amable y juguetona, como si fuera un cachorro de 15 metros al que sólo le interesa jugar y tener la compañía de su mejor amigo, Pete (interpretado por Oakes Fegley). Elliot y Pete tienen una química única, no sólo hay amistad entre ellos, sino también los une los trágicos eventos de sus vidas: los dos son “huérfanos”, están perdidos y aislados en su propio mundo en medio del bosque. Ellos son un ejemplo clave en las “grandes amistades del cine” y cuando la película llega a su fin, los presentes en la función van a lamentar que no existan “elliots” en este mundo; pero el mundo es grande y la película no tiene miedo a mostrarlo. Un gran elenco secundario rodea a estos dos amigos. Karl Urban, Bryce Dallas Howard, Wes Bentley y el gigante de Robert Redford acompañan y consiguen hacer sus papeles de forma correcta sin quitar el lugar privilegiado a los verdaderos protagonistas. No hay ningún villano en esta historia, sólo gente y sus decisiones, no esperen ningún caza dragón o corporación misteriosa que tenga conocimientos ocultos.La película es realista y se muestra como tal, utilizando el folklore para dar vida a la leyenda. Una gran banda sonora a cargo de Daniel Hart consigue trasladar el aire de campo, sus caminos y laberintos al oído del público. Escuchar las melodías en conjunto con el trabajo de fotografía de Bojan Bazelli hacen que la experiencia sea más placentera. Mi gran amigo el dragón en mi opinión es uno de los verdaderos tanques del año, lo demuestra en su calidad total que expresa lo justo y necesario sin llegar a extremos. Es para todo público, grandes o chicos, sólo basta que quieran ver buen cine, y acá lo van a tener y van a querer más. Sin dudas, recomendada.
Disney le sigue apostando a la nostalgia y nos arranca un par de sonrisas y suspiros. Además de reversionar sus clásicos animados en aventuras live-action, Disney también le da una nueva oportunidad a esas películas que, en el pasado, no rindieron los frutos esperados. Es el caso de “Mi Amigo el Dragón” (Pete’s Dragon, 2016) que cambia a su alada criatura animada de 1977, por una más “realista” y suavecita, realizada completamente por imágenes generadas por computadora. Está versión siglo XXI igual mantiene esa esencia nostálgica de una época más simple y una historia que necesita moraleja. La película de David Lowery –un realizador que viene directamente de la escena independiente- no tiene más aspiraciones que entretener a toda la familia, conmover con sus personajes queribles y, de paso, dejar deslizar un mensaje ecologista que nunca está de más, sin ser apabullante. El pequeño Pete (Oakes Fegley) está de paseo con sus padres por el bosque. Un terrible accidente lo deja huerfanito y a merced de la naturaleza, pero no está solo, entre los árboles se esconde una enorme criatura fantástica sólo visible a los ojos de unos pocos, un dragón verde y peludo con el que, en seguida, hace buenas migas y forma un lazo de amistad. Elliott -así apoda el nene a su gigantesca mascota- es pura ternura, un cachorrito juguetón que también perdió el rumbo y lleva muchos años viviendo en los bosques y alimentando leyendas que, obviamente, nadie cree, salvo el señor Meacham (Robert Redford), un carpintero del lugar que asegura haber tenido un encuentro con el dragón tiempo atrás. El cuento no se lo cree ni su hija Grace (Bryce Dallas Howard), guardabosques bastante escéptica que, tratando de evitar la tala indiscriminada, se cruza con Pete que ya lleva seis años viviendo en la espesura. El nene y Elliott se separan, y así comienza su odisea para reencontrarse, una acción que puede poner en peligro a la criatura cuando los lugareños descubren su existencia. Lowery no complica demasiado la historia. Los malos no son tan malos, solo personas asustadas que no ven lo inofensivo que puede resultar el escupefuego. Por su parte, Pete necesita volver a conectar con otros seres humanos y sentirse querido, un rol que llevará a cabo Grace y su familia, incluyendo a su hijastra Natalie (Oona Laurence), una pequeñita que congenia inmediatamente con él mostrándole un estilo de vida muy diferente del que el nene solo tiene vagos recuerdos. Elliott es el alma de esta historia, el personaje más querible, del que todos querremos tener un peluchito al salir de la sala. Tan imponente como torpe, el personaje en CGI y su relación con Pete, en seguida nos recuerda a “Un Gran Dinosaurio” (The Good Dinosaur, 2015) y, por qué no, la más reciente “El Libro de la Selva” (Jungle Book, 2016), un lazo inquebrantable de amistad que va más allá de lo real y lo imaginario con el que todos nos podemos identificar. El resto de los personajes son correctos y bastante estereotipados pero, una vez más, se ajustan a la perfección en esta historia con olorcito a “rescate emotivo” que se ambienta en una época no especificada y, al mismo tiempo, lejana a la convulsionada actualidad. Desde lo visual, “Mi Amigo el Dragón” maravilla cada vez que Elliott emprende el vuelo y nos lleva de paseo por los imponentes paisajes boscosos, un 3D que vale la pena y nos sumerge de lleno en una aventura para disfrutar en familia, inocua, sin violencia ni grandes conflictos, como si una máquina del tiempo nos llevara a pasear por la década del ochenta.
Parece que Disney no sólo se dedica a reformular sus clásicos de siempre, como lo hizo sin ir mas lejos el pasado abril con la fabulosa The Jungle Book, sino que también está desempolvando su muestrario más anticuado, a veces hasta llegar al punto de lo ignoto como el caso de Pete’s Dragon. Basada en la de 1977 -de la cual no tenía idea de su existencia hasta que se anunció la consiguiente remake– pero sin estar plagada de números musicales y ahora con un dragón totalmente digital, la segunda película de David Lowery es una historia tan sentida y sensible que es imposible no derretir hasta al más duro espectador. Por momentos tan mínima que parece de factura indie, en un claro contraste a la masificación del gigante animado, Pete’s Dragon sigue la amarga historia del pequeño del título, que por una tragedia queda huérfano a la merced de un bosque inmenso pero bajo la gigante ala de un adorable dragón que lo adopta sin miramientos. Lo que sigue es un edulcorado relato de compañerismo y familia, casi con cero conflicto a excepción del que tiene que surgir para empujar la historia a su acto final. La elección de Lowery como director, luego de su sensación festivalera Ain’t Them Bodies Saint, es más que acertada porque tiene una visión muy particular para contar la historia que por momentos trasciende ciertas barreras de un guión ya transitado varias veces, en el estilo de cine sobre criaturas fantásticas. Su labor está en los detalles y no en lo masivo, algo de lo que la película se favorece mucho y se nota en las inspiradas secuencias en donde interactúan Pete y su amigo alado Elliot. Es más que evidente que las ventas de merchandising se dispararán con la (re)aparición en escena de este último y no es para menos. El gigante verde es todo un personaje en su propia ley, con un nivel de delicadeza alucinante, y comparte todo el protagonismo con la revelación que es Oakes Fegley en otra inspirada elección de elenco. Él es hipnotizador y se lleva todos los aplausos, estando incluso frente a luminarias como Bryce Dallas Howard y el mismísimo Robert Redford. Pete’s Dragon guarda mas de un paralelo con las aventuras de Mowgli pero son productos muy diferentes, aunque igual de satisfactorios. Sigo valorando mucho estas reimaginaciones, que traen viejas historias a nuevas generaciones sin bombardearlas con canciones y con un nivel técnico sublime. Es un gran entretenimiento para toda la familia, con personajes maravillosos y una linda moraleja. ¿Para que complicarla si la fórmula funciona?
En Mi amigo el dragón brilla la mascota menos pensada Mi amigo el dragón sorprende con un estilo clásico y una historia de cuento de hadas, muy simple, con mucha fantasía, pero con el acento puesto en los sentimientos humanos. Mientras la cartelera está llena de superhéroes que intentan salvar al mundo del apocalipsis, acá sólo hay chicos, adultos y un dragón que necesitan cuidar y querer incondicionalmente a otros, es decir, ser parte de una familia. Como la mayoría de las historias de Disney ésta también comienza con un chiquito que pierde a sus padres. Tras un accidente automovilístico, Pete (Oakes Fegley) queda solo en el bosque y es adoptado por un dragón, que además de volar tiene la capacidad de hacerse invisible. Seis años después Grace, una guardabosques (Bryce Dallas Howard), lo encuentra y pronto quedará al descubierto que la leyenda del dragón que se esconde en el bosque es real. Pete empieza a revivir lo que es un hogar y una familia, encariñándose con Grace, su novio Jack (Wes Bentley) y la hija de éste, y el hermano de Jack se lanza a cazar al dragón. Mientras tanto, Meacham ( Robert Redford ), el padre de Grace, se encuentra con la oportunidad de probar que la historia que siempre le cuenta a los chicos del pueblo tiene algo de realidad. Basada en una película de 1977 del mismo título, que mezclaba animación y acción real, Mi amigo el dragón no tuvo una actualización total al presente. El uso del 3D y los efectos especiales impecables marcan que es un film producido en 2016, pero tiene un aire de nostalgia que está siempre presente, tanto en las características de los personajes como en las canciones folk de la banda de sonido y en la narrativa visual clásica. Las actuaciones dan en la nota precisa, la misma que proponen el resto de los elementos de la película. Los chicos tienen mucha frescura y Howard tiene la presencia necesaria para ser protagonista, además de carisma. Redford sigue impresionando como en cada uno de sus trabajos frente a la cámara. La escena en la que le cuenta a su hija la verdadera historia sobre su encuentro con el dragón es una prueba de que conserva intactos su talento y capacidad para construir un personaje a partir de trazos sencillos.
Una de las sorpresas de esta semana, al menos para mí, fue "Mi Amigo El Dragón", nueva versión de uno de los clásicos de Disney de 1977, pero ahora, con un dragón animado y no dibujado como en ese año. Si tengo que definir la película, te digo que es totalmente familiar, de esas que hacía Disney y salías del cine con una sonrisa tatuada en el corazón. David Lowery (director) logra que durante una hora cuarenta la pasemos increíble... la forma en que te definiría lo que viví mientras miraba la peli es super simple: Lowery captura la magia de las películas de los ochenta que tanto amamos y hace que nuestro cuerpo experimente emociones constantemente mientras sucede la historia. Robert Redford y Bryce Dallas Howard (padre e hija) son el balance justo para que todo esté bien. Oakes Fegley, quien interpreta a Pete, se pasa de buen actor... sobre todo cuando demuestra en sus ojos sus sentimientos con su amigo el dragón. Hermosa remake, con corazón sincero y como dije antes, con la magia que tanto nos gustaba experimentar viendo películas como "ET", "Goonies", "Laberinto" y varias más. No se la pierdan, vale la pena verla una y otra vez.
La nueva película de Disney sigue la línea que retomaron este año El libro de la Selva y Mi buen amigo gigante. Esta vez sin un director de tanto renombre, David Lowery, quien dirigió una bella película claramente inspirada en Terence Malick, Ain't Them Bodies Saints. La excusa es una remake de la película de 1977, en la cual el personaje al que se refiere desde el título de la película es un dibujito animado. En este sentido, la construcción del dragón desde lo visual, la película se adapta a nuestros tiempos, donde creer en la magia parece cada vez más difícil y se intenta entonces que se torne lo más realista posible. Mi única crítica con respecto a esta parte del film es que el dragón, al ser peludo y no escamoso como los que viven en nuestra imaginación colectiva, en muchos planos cercanos no parece precisamente un dragón. Más allá de este detalle, a la larga menor, los efectos están muy bien logrados. La historia comienza justamente como una simbiosis entre las dos películas de Disney mencionadas anteriormente. Pete es un niño que viaja en el auto con sus padres camino a una aventura mientras lee un libro sobre un perro, Elliot, que se pierde. Y entonces en menos de cinco minutos, la película ubica a su protagonista en la situación en la que siempre están los personajes principales de Disney: tras un accidente los padres se mueren y él se queda solo. En el bosque. Y su única compañía pasa a ser un dragón, enorme y poderoso pero cariñoso con él y con la virtud de poder camuflarse. Los años pasan y la película nos presenta a los otros protagonistas. Aparece en escena Grace (Bryce Dallas Howard), una guardabosque y madre de una nena que lucha con la empresa que quiere talar árboles en aquel bosque que tanto ama y cree conocer. Como el pueblo es pequeño y todos se conocen y están relacionados, es el hermano de su marido el que vendría a ser el villano en esta película. Grace se crió con las historias que su padre (Robert Redford) le contaba, en las cuales aseguraba haber visto un dragón pero al crecer dejó de creerlas, ahora sólo cree en lo que ve. Y un día lo ve a Pete, quien estuvo seis años sobreviviendo en ese bosque. Mi amigo el dragón es entonces una película para toda la familia, mágica aunque también peca, me imagino para un público pre adolescente incluso, se sentirse un poco atrasada. El hecho de que en la película no haya tecnologías o de que su narración no esté cargada de acciones podría alejar a un espectador acostumbrado a un cine más efectista. La interpretación de Oakes Fegley como el niño protagonista es un gran hallazgo. Logra reflejar muchas emociones y estadíos de una manera precisa. Bryce Dallas Howard, lejos del estereotipo que Hollywood quiere imponer constantemente, es una mujer normal, madre y trabajadora, con ideales, hermosa. Robert Redford termina de aportar con su innegable presencia. A la banda sonora por momentos se la siente un poco invasiva en su afán de reforzar lo emotivo, lo mismo con algunos lugares comunes en los que cae la trama, pero no por eso deja de funcionar como la película nostálgica que es. El film emociona, tiene magia. Y eso es algo que agradecer. Cierra esta especie de trilogía de Disney de una manera muy concisa y grata.
Un poco de Miyazaki, otro de King Kong, algo de El Libro de la Selva, y otro de Jurassic World -incluida la presencia de la colorada Bryce Dallas Howard-. Con todo eso, curiosamente, se obtiene una feliz sorpresa del cine de aventuras para toda la familia como Mi amigo el Dragón. Es la historia de Pete, que crece en el bosque al amparo de Elliot, el dragón verde que lo protege hasta que, claro, la civilización, tan contenedora como amenazante, descubre que estuvieron ahí todo ese tiempo sin que nadie supiera. Hay grandes emociones sin golpes bajos, aventuras fantásticas y personajes queribles, tanto humanos como animales.
Mi amigo el Dragón, presenta a Peter, un niño huérfano, que perdido en un enorme bosque traba relación con un gigante Dragón al que bautiza con el nombre de Elliot. Pronto esta amistad se verá amenazada por el avance del hombre y una compañía deforestadora. Esta hermosa película familiar de Disney, es un entretenimiento cálido, emocionante, un ejercicio sobre la nostalgia y las fantasías infantiles que cala hondo. Un elenco sólido que se luce, en el que encontramos a el eterno Robert Redford desbordando carisma en cada plano que le toca jugar. Más allá de los efectos digitales y lo bien que interactúan el gigantesco ser mitológico con los actos reales, el filme luce contundente en todos sus apartados técnicos: una fotografía brillante en la paleta de los verdes, decorados majestuosos y una puesta general de primer nivel. Es esta una experiencia fílmica para vivir en familia y creer en la magia y los cuentos de hadas.
Crítica emitida por radio.
La remake del clásico de Disney de 1977 regresa con ternura y muestra el choque de dos mundos con logradas escenas. En esta versión el niño perdido en el bosque es adoptado por un dragón con comportamientos caninos. Otra vez la magia dice presente en Mi amigo el dragón, un relato donde el concepto de aventura cobra vida a la manera de las películas clásicas, colocando a un niño frente a una criatura gigantesca y mitológica. El film es una remake del clásico de Disney de 1977, donde asomaba un dragón verde que interactuaba con los actores. Con lo últimos adelantos de la tecnología digital -que acá aparecen al servicio de la narración y no al revés-, la versión 2016 juega acertadamente con el choque de dos mundos. Pete -Oakes Fegley- queda solo y perdido en el bosque luego de un accidente automovilístico que sufre junto a sus padres y, en su peligrosa travesía, se topará con un dragón que lo cuidará de los peligros y amenazas del lugar. Durante seis años, Pete crece de manera salvaje y se acurruca en la panza de su amigo para poder conciliar el sueño, un monstruo mitológico nada amenazante y querible que muestra comportamientos caninos. Con su tono ecológico, secuencias vertiginosas de vuelos y sin olvidarse del público al que apunta, la película de David Lowery da en el blanco por los climas que plasma y por la trama desfilan la guardabosques Grace -Bryce Dallas Howard, la misma de Mundo Jurásico- y su padre Meacham -el legendario Robert Redfrod-, como el único hombre que ha visto a la criatura años atrás y al que nadie le cree. El mundo adulto versus la imaginación infantil, la recuperación de las leyendas en un mundo moderno que avanza sin tregua contra la naturaleza y la fragilidad de un niño para enfrentar el presente, son algunos de los temas que aborda esta realización que muestra el promisorio debut del director detrás de cámaras. Muy recomendable para el público familiar que siguió de cerca El libro de la selva y El buen amigo gigante.
Un peluche enorme Esta remake de una película de Disney de 1977 es ideal para niños pequeños. Mi amigo el dragón es un nuevo producto reciclado que nos llega desde ese desierto de la imaginación llamado Hollywood. No muchos recuerdan la película original, de 1977, en la que el dragón era un simpático dibujito animado de pelo púrpura y cuerpo verde, que interactuaba con actores de carne y hueso (entre los que estaban Mickey Rooney y Shelley Winters). En esta remake, la criatura es una sofisticada CGI (imagen generada por computadora), del mismo estilo realista de los animales de la reciente El libro de la selva. No es la única coincidencia: la historia también aborda el tema del niño criado en lo salvaje y su choque con la civilización. Perdido en medio del bosque luego de un accidente automovilístico en el que mueren sus padres, Pete es rescatado de los lobos por un dragón amistoso al que bautiza Elliot. Conviven durante seis años en la espesura, hasta que un día son descubiertos y su supervivencia se ve amenazada. Lejos de los temibles reptiles de Game of Thrones, aquí el dragón tiene la textura de un peluche gigante y el comportamiento juguetón de un cachorro. Las mejores escenas lo tienen en primer plano a él y su entrañable -y muda- relación con el nene. Mezcla entre la mencionada colección de cuentos de Rudyard Kipling y Tarzán, con algo de El corcel negro, la trama de la película es simple e ideal para niños pequeños. Como gran parte de las películas de Disney, viene con moraleja, que en este caso apunta a la ecología y al fomento de la creatividad y de ese fenómeno infantil que son los amigos imaginarios. Otro sello Disney es la búsqueda de la emotividad a toda costa, algo que en este caso está demasiado subrayado por la empalagosa banda sonora y los ojos permanentemente húmedos de Bryce Dallas Howard. Como suele ocurrir con estas reencarnaciones de películas que marcaron la infancia de una generación, los fanáticos del filme de los ‘70 pusieron el grito en el cielo diciendo que poco quedaba en esta remake del espíritu de la original, haciendo hincapié sobre todo en la falta de sentido del humor. Es probable: el propio director lo admitió. Pero más allá de las comparaciones, nadie dejará de tener ganas de abrazar a este nuevo Elliot.
Esta es una nueva versión de la película de 1977 del dragón de Pete. Narra los días de un huérfano criado por un dragón en el bosque, algo similar a Tarzán quien fue criado en la selva, por monos y que adquirió todos los conocimientos en ese lugar a la hora de sobrevivir. Su desarrollo resulta muy previsible, con toques emotivos, su trama sin embargo resulta encantadora, la fotografía deslumbrante y se capturan bien los silencios. Un film agradable y con un buen trabajo interpretativo del actor estadounidense, Oakes Fegley,”Hasta que la muerte los juntó"). Una historia de amistad entre un niño y una criatura muy especial un hermoso dragón, similar como sucedía en “ET: el extraterrestre” de Spielberg en 1982. Como villano Karl Urban quien se enfrenta a los protagonistas. Una historia para toda la familia, tierna, que habla de la amistad de dos seres diferentes, del amor y deja más de un mensaje.
La nostalgia se ha encargado este año de jugarnos buenas pasadas. Nuevamente la magia de Disney se hace presente, y esta vez lo hace desde la remake de su clásico de 1977, Mi amigo el dragón, donde varios años después el CGI permite que veamos a este dragón bastante tiempo más en escena, lo cual para nada le juega en contra a esta nueva versión. La historia no es una novedad, sino que se hace eco de los films clásicos, donde un niño vive la aventura, y en esta oportunidad lo hace junto a una criatura gigantesca y fantástica. Pero sí resulta novedoso que Disney retome con historias de estas características, y remita al mejor cine de Disney. El niño es Pete (Oakes Fegley), quien al quedar solo y perdido en el bosque luego de un accidente automovilístico junto a sus padres, se encuentra con un dragón color verde quien lo cría de forma salvaje. Ambos mantienen una química y amistad, unidos a la historia propia de cada uno que se asemeja en muchos puntos. David Lowery genera muy buenos climas y dirige un elenco secundario muy bien plantado: Karl Urban, Bryce Dallas Howard, Wes Bentley y el gran Robert Redford acompañan en sus papeles de forma correcta, otorgándole el lugar estelar a Pete y Elliot (el dragón). El soundtrack bajo la responsabilidad de Daniel Hart nos hace ingresar en medio de esos escenarios laberínticos y de largos caminos, en conjunto con la labor fotográfica de Bojan Bazelli, quien logra traspasar los colores y sombras de la pantalla a la butaca. Los más chicos y sobre todo los adultos que dejen volar la imaginación, recuperarán mucho de los valores perdidos gracias a esta película, donde la simpleza y alejarse de la exageración, la dotan de un encanto que hace tiempo no vemos en el cine.
Una remake que supera ampliamente al original A casi 40 años del original (una comedia musical anticuada para la época), la Disney vuelve con esta bella historia contada como un relato fantástico al estilo clásico y con un dragón realizado con los mejores efectos. Éste es uno de esos rarísimos casos en los que una remake no sólo tiene sentido dada su aproximación totalmente distinta a la misma historia, sino que supera ampliamente al film original. "Mi amigo el dragón", la producción de Disney de 1977, era una comedia musical sobre un chico y un dragón animado que resultaba anticuada para su época, se desarrollaba en tiempos antiguos con una ambientación bastante ridícula y llena de números musicales insoportables y chistes sólo disfrutables por los más chiquitos. En cambio, la nueva "Mi amigo el dragón" dirigida por David Lowery tiene una ambientación actual y un tono creíble, más un diseño realista que ayuda a darle interés a la parte humana del cuento. Y además tiene un dragón realizado con efectos digitales que realmente se encuentra entre lo mejor que se haya visto en este subgénero del cine fantástico que empezó en el cine mudo cuando Fritz Lang hizo que Sigfrido matara un gigantesco dragón mecánico en el clásico primer film de la saga "Los Nibelungos". Y justamente los estudios Disney son expertos en el tema, con la que hasta ahora sigue siendo la obra maestra "Dragonslayer" ("El verdugo de dragones", 1981) de Matthew Robbins. Para todo público Lo bueno es que esta "Pete's Dragon" funciona como un relato fantástico contado al estilo clásico, disfrutable tanto por los chicos como por cualquier adulto. Es una linda película para público de todas las edades, sobre un chico que sobrevivió hasta los seis años solo en un bosque en el que según la leyenda habitaba un dragón. Obviamente, el dragón no es ninguna leyenda, pero tiene el poder de volverse invisible. La película está muy bien actuada por el chico estelar, Oakes Figley, además de un muy medido Robert Redford, que a esta altura de su carrera hace su primera película para los estudios Disney. Ahora, claro, lo que impacta increíblemente es este dragón diseñado con el mayor realismo y que está perfectamente integrado al relato en cada una de sus impresionantes apariciones. Recomendamos no perderse el placer de esta excelente película.
Cuando nos preguntábamos en que momento Disney iba a volver a sus amadas raíces, llega Mi amigo el dragón, y nos devuelve toda la magia que tanto extrañábamos de la productora del famoso ratón. Disney vuelve a ser Disney en esta bella historia y vuelve a serlo con lo que amamos y, también, con lo que odiamos. El film inicia con la clásica muerte parental, que desde el clásico Bambi, nos somete un poco al golpe bajo, cómo si no lo recordáramos termina siendo un ciervo quien se cruza en la ruta y deja sin vida a los padres de Pete, un niño de 5 años, quien se encontrará perdido en el bosque. Allí conoce a Elliot, un dragón que lejos de tener aspecto temible, parece casi un perro gigante, con un pelaje verde símil a un peluche, nos lleva inmediatamente a recordar aquel dragón de "La Historia sin fin". Asimismo, muchas de las escenas más recordadas y emblemáticas de estos film, encuentran su punto en común en el vuelo que estos dos amigos emprenden. De esta manera, Elliot adoptará a Pete y durante seis años, serán la única familia que cada uno tiene hasta que los adultos intervengan en la trama, otra línea argumental que siempre funciona en este tipo de propuestas. El bosque donde ellos viven, es cuidado por Grace (Bryce Dallas Howard, quien ya había trabajado con animales computarizados de tamaños dantescos, en Jurassic Wolrd), una mujer devota de su trabajo, pero quien de alguna manera ha perdido la fe o la magia de no creer en aquello que no. Su padre (Robert Redford) la única persona quien asegura haber visto un dragón cuando era niño, será de la partida cuando las cosas se compliquen. El papel de adulto malo, que luego por supuesto encontrará redención, es llevado a cabo por el cuñado de Grace, un talador que no sólo busca la destrucción del parque sino, al toparse con Elliot, querrá lucrar con el animal en cuestión. Como si el nombre Elliot, la relación entre un niño y un amigo en particular, no nos llevará a recordar el clásico de los 80, "Et", en las figuras de la policía y de esos adultos en pos de la caza de Elliot. El film toca la fibra de sensaciones y sentimientos de aquel extraterrestre que nos llevaba a las lágrimas al separarse de su amigo. El papel de Pete, es interpretado por Oakes Fegley, quien como el brillante actor de "El libro de la selva", con su corta edad y carrera parecen profesionales en la manera de desenvolverse en pantalla, considerando que la mayoría de sus escenas son con un coprotagonista que no se encuentra presente. Mi amigo el dragón emociona, reflexiona sobre el valor de la amistad, de la familia, la que nos toca y la que se elige y, sobre todo sobre la manera en que optamos por ver el mundo, como un lugar seguro, donde tenemos consciencia de todo aquello que pasa, donde no arriesgamos en busca de nuevas aventuras, o si tenemos suerte y sabemos mirar, tal vez podamos encontrar la magia que lleva cada uno dentro, y por qué no, hacernos amigos de un dragón. Disney, con productos de calidad en la conjugación de animación por computadora y de actores reales de precisa interpretación, nos deja volver a ser niños, a dejarnos sorprender y a volver a creer que todo puede ser posible. Valoración 9/10
Mi Amigo el Dragón se une a la lista de la ola reciente de remakes live-action de Disney, que nuevamente logra crear una nueva película manteniendo elementos de la original. Esta cinta, dirigida por David Lowery (Ain't Them Bodies Saints), reinventa la película de 1977 del mismo nombre (que no fue tan conocida en Latinoamérica) dejando de lado la animación tradicional 2D que poseía para Elliot el dragón, y la parte musical, para avocarse en una nueva versión de la historia. Pete (Oakes Fegley) es un niño huérfano que vive en el bosque junto con su misterioso amigo Elliot. Pete se cruzará en el camino de Grace (Bryce Dallas Howard), una guardabosque, quien tratará de ayudarlo a descubrir su propia identidad y la verdad sobre Elliot, junto con la ayuda de su padre (Robert Redford) y Natalie (Oona Laurence). Pero descubrirán que Elliot corre peligro ya que el cazador Gavin (Karl Urban) intentará atraparlo. En referencia al elenco, está perfectamente elegido y todos los actores logran que nos empaticemos con ellos. La película mezcla distintos elementos que vimos últimamente en los remakes de Disney, como una animación computarizada increíble y realista, utilizada en este caso para traer a la vida a Elliot, con un diseño que difiere de su encarnación original ya que obviamente parece más real y con mucho más pelaje, pero no deja de ser igual de tierno y entrañable. También, se puede destacar que posee una historia simple, pero sólida y que no falla en hacernos emocionar ya que toma elementos narrativos de clásicos del cine de los 80 y 90 como E.T. (Steven Spielbierg) o Liberen a Willy (Simon Wincer) en cuanto a la relación del protagonista y su amigo peludo, y el conflicto que los quiere separar. La fotografía es muy buena y está a cargo de Bojan Bazelli (El Llanero Solitario). Las tomas aéreas del bosque y las escenas de vuelo de Elliot son impactantes que por un segundo uno cree estar volando junto con él. La iluminación de cada escena es correcta y refleja los distintos climas emotivos por los cuales transitan los personajes como la escena nocturna alrededor de la fogata de Elliot y Pete o la escena inicial. Como siempre, uno de los elementos que me parecen totalmente importantes tal como lo es la fotografía, es la banda sonora. Aquí, el joven y nuevo compositor Daniel Hart (Ain't Them Bodies Saints) logra transmitir y acompañar los momentos más emotivos y fantásticos con una música que engloba la magia de la película. A pesar de que el elemento musical que poseía la película de 1977, acá es descartado, esta posee una canción creada especialmente y se titula “The Dragon Song”, interpretada por Bonnie “Prince” Billy, y es el leiv motiv de la película que es cantada a menudo por los protagonistas e interpretada instrumentalmente como música incidental que representa la amistad entre Pete y Elliot. Durante los créditos, hay otro tema muy bueno llamado “Something Wild”, interpretado por la famosa violinista de YouTube Lindsey Sterling y Andrew McMahon in the Wilderness que merece ser escuchado. En conclusión, se puede decir que Mi Amigo el Dragón es una propuesta perfecta para verla en familia y que no decepcionará a grandes ni chicos, con una historia que seguramente hará derramar alguna que otra lágrima, personajes con los cuales uno se encariñará, un muy buen uso de efectos especiales y una banda sonora espléndida. Valoración 9/10
Se supone que esta película una remake (o una “reimaginación”) del semi clásico de Disney del mismo nombre, que era una mezcla de animación y acción en vivo. Es bastante distinta, por cierto, y tiene la curiosidad de ser más bien “spielberguiana” (hay algo de E.T. en todo esto), lo que lateralmente demuestra que don Steven es el mejor alumno de Mr. Walt -y su continuador-. La mezcla de esos dos cineastas parece conciente por parte del realizador David Lowery, que cuenta la historia de un huérfano cuyo amigo es un dragón oculto en un bosque con la sensibilidad necesaria para que creamos en ella. Eso sí: le falta el lirismo y la fuerza que Jon Favreau le insufló a El libro de la selva, un estreno de este mismo año -hecha por Disney- o la creatividad visual de Mi buen amigo gigante -Spielberg más Disney, qué cosa. Las tres películas, de todos modos, parecen indicar la necesidad de cierto regreso a una inocencia perdida. Aquí ese camino funciona, gracias a que, además, los actores (Robert Redford, Bryce Dallas Howard) creen en lo que están haciendo.
Un niño de 1930, otro de 1977 y alguno de 2016 comparten algunas cosas y en otras son criaturas sin temas en común. Lo que sin duda se mantiene en todos es la obligación y necesidad de aprender. La plasticidad para relacionarse con diversas creencias es constitutiva de la infancia. En cierta forma, Mi amigo el dragón escenifica la experiencia misma de creer; es lo que sucede con el “pequeño salvaje” Pete y también lo que vindica el personaje que interpreta Robert Redford. El que cree no cree que cree, simplemente cree. Todo empieza con una escena idealizada atravesada inesperadamente por una desgracia. Pete está aprendiendo a leer y va de viaje con sus padres. La lección del día consiste en incorporar el término “aventura”, pero el niño adquirirá también otro concepto en su vocabulario, el de “pérdida”. Perdido en el bosque, el huérfano precoz será adoptado por un dragón. El encuentro inicial es magnífico. “¿Soy tu alimento?” le pregunta el niño a la gigantesca entidad verde y alada, probablemente el dragón más querible en años. Seis años después, el niño y el dragón tienen una amistad extraña y entrañable. Viven juntos en el bosque, juegan, se acompañan y se protegen. Hay algo que remite a la misteriosa relación que se establece con los perros cuando ese vínculo no se circunscribe al lugar común de percibir al animal como una mera mascota. Pero ese mundo autosuficiente y sin riesgos se pondrá en juego cuando Pete y Elliot se vean forzados a interactuar con el mundo de los hombres. Es que tarde o temprano Pete tendrá que volver con los suyos, y todo lo que sucederá en el film es justamente la elaboración de ese pasaje cualitativo en la vida del niño, transformación que viene acompañada de aventuras, aunque un poco diferentes a la que sus padres tenían en mente cuando le enseñaban el sentido de la palabra. La nobleza del film de David Lowery es la misma que tenía la versión original de 1977. El universo simbólico del film es el ET de Steven Spielberg, el cual revive un cierto clasicismo para niños que suele estar en extinción en las animaciones saturadas de colores y ruidos, no exentas de crueldad, destinadas a los niños cautivos de la era digital de Pixar.
Corazón de dragón Esta remake del filme homónimo, producido en 1996, tiene la capacidad de emocionar a partir de un cuento tan fantástico como sencillo. Algunos de los temas que circulan durante todo el filme son la amistad, el amor, el refugio de la fantasía, la incredulidad, y ver para creer. Durante toda su vida el Sr. Meacham (Robert Redford), el narrador del relato, es ahora un viejo tallador de madera, ha encantado a los niños de la región con sus cuentos acerca de un dragón que reside en el bosque del Noroeste del Pacífico. Para su hija Grace (Bryce Dallas Howard), una hermosa guarda forestal, estas historias no son más que cuentos para niños, pero ella se ha visto influenciada por los mismos, sin que tenga registro consiente de esta situación, de ahí su elección de vida. Hasta que conoce a Pete (Oakes Fegley). Todo un misterioso, un niño de sólo 10 años, no tiene familia ni hogar, y que asegura que vive en el bosque con un gigante dragón verde al que llama Eliott, con la ayuda de Natalie (Oona Laurence), una niña de 11 años cuyo padre es dueño de la serrería local. Al descubrir a Pete, Grace partirá en busca de respuestas que develen de dónde viene éste singular niño, una mezcla de Tarzan pequeño y kaspar Hauser, cuál es su verdadero hogar, y por casualidad descubrirá la verdad acerca de ese dragón. Muy bien filmada, con un buen montaje, que hace que el ritmo que no decaiga, con destacvadas actuaciones, y mejor diseño de sonido haciendo especial referencia a la banda sonora. También es de muy apropiada la factura el diseño del dragon, con un muy buen planteo de presentarlo con imagen amable, no habla, pero expresa, no da miedo, un perro verde, gigante, con alas, casi un emulo de Shrek Si se puede decir que hay un débil desarrollo de los personajes, le falta divergencia y profundidad emotiva en unos y lógica verosímil en otros, además que por momentos cae en sentimentalismos que el texto no requiere. No por eso deja de ser un producto pensado para todos, que funciona de maravilla.
Disney lo hizo de nuevo Casi 40 años después el dragón Elliot vuelve a rugir. "Mi amigo el dragón" fue una película que dejó huella en una generación cuando se estrenó en 1977, con Mickey Rooney en el rol que hoy tiene a cargo Robert Redford. Ahora, lo que antes fue un dibujo animado interactuando con actores, es una monumental obra de la tecnología. Con una trama simple, el filme relata la historia de Pete, un chico que se pierde en un bosque después que sus padres mueren en un accidente. Allí es rescatado de lobos por el dragón Elliot lo que da inicio a una amistad de varios años. Los primeros minutos mudos, tienen todo lo que luego será desarrollado durante casi dos horas: suspenso, aventura, dramatismo, emoción, esto último subrayado y remarcado por la banda de sonido y la dirección. En el desarrollo todo resulta simple y accesible para el público al que está dirigida esta película que tiene a su favor algunas notables actuaciones, entre ellas la de Redford, como un abuelo que insiste en convencer a los chicos del barrio que la magia y la fantasía está allí, y sólo hay que saber encontrarla. Con los tópicos de la familia, la lealtad, los villanos contra los héroes y la ya explotada idea de un salvaje en conflicto con la civilización el filme avanza sin sobresaltos, de forma previsible, pero con la eficiencia comprobada de Disney.
Es curioso el caso de ese imperio llamado Disney. En lo cinematográfico, al menos, parece funcionar como un monstruo de varias cabezas que no suelen tener mucho que ver entre sí. Por un lado, via su adquisición de Marvel y Lucasfilm, tienen casi asegurados algunos de los primeros puestos del ranking cinematográfico de cada año, con películas enormes, de producción y marketing gigantescos. Con Pixar (y sus otros filmes de animación), por otro lado, tienen controladísimo el mercado infantil, con apuestas por lo general inteligentes y sin abuso de secuelas. Pero hay otra pata que funciona en paralelo y que es de la que quiero hablar ahora. A falta de un título oficial, la llamaré Disney Classics. Podríamos definirlas como esas películas (no de animación) que mantienen una tradición de cine para toda la familia que ya es clásico en la compañía, que incluyen películas de aventuras, con familias en peligro, con animales de todo tipo, musicales, comedias, etc. Y remakes de casi todas ellas. Esa tradición en su versión más modesta parecía estar un poco en baja en una compañía que parecía haber decidido ir por los grandes tanques, aún en esas categorías, con ejemplos que van desde PIRATAS DEL CARIBE hasta la más reciente pero muy efectiva versión de CENICIENTA. Pero este año –acaso por casualidad, acaso por la decisión de algún ejecutivo nostálgico de la empresa–, Disney decidió mirar hacia atrás con cariño, elegancia y apostando a cierto estilo old fashioned de narrar. Me refiero a su nueva versión de EL LIBRO DE LA SELVA, a la adaptación que hizo Steven Spielberg del libro de Roald Dahl EL BUEN AMIGO GIGANTE y ahora con MI AMIGO EL DRAGON. Si bien EL LIBRO DE LA SELVA fue un éxito importante, la película de Spielberg no lo fue y es probable que MI AMIGO EL DRAGON tampoco lo sea. Son películas infantiles en un sentido, si se quiere, clásico de la palabra. No apuestan a esa idea del “niño contemporáneo” que ya está de vuelta de todo a los ocho años sino a aquel pre-tecnología que todavía soñaba con magia, con aventuras, con personajes imposibles y con cuentos fabulosos antes de irse a dormir. Apuestan a que padres e hijos compartan una experiencia que no implique la fascinación de uno (el chico) y el fastidio del otro, sino a combinar ambas sensibilidades. Es obvio que no es fácil conseguirlo, pero el intento por realizarlo es defendible, celebrable, hasta podría decirse… noble. MI AMIGO EL DRAGON es, como la de Spielberg (a quien también homenajea en su estructura y estilo “ochentoso”, en una variante más apta para todo público que STRANGER THINGS de las producciones Amblin de esa época), una película que apuesta a la magia del cine, al choque que se produce cuando un niño en problemas entra en un mundo extraño y oscuro con personajes en apariencia siniestros pero finalmente amables. Las tres películas de este año iban por el mismo lado y MI AMIGO… hasta podría definirse como un mash up de EL LIBRO DE LA SELVA y EL BUEN AMIGO GIGANTE, con su trama de un niño que vive en una jungla durante años bajo el cariñoso cuidado de un aparentemente peligroso pero finalmente tierno y gigantesco dragón. De las tres, la película de David Lowery (un director y editor proveniente del cine ultraindependiente) es la más claramente nostálgica –se basa, después de todo, en otra película de Disney de 1977– y utiliza ese universo de pueblo chico tan caro al cine ochentoso al que antes hacía referencia. Hay una familia que se topará con el niño (Bryce Dallas Howard con su atemporal look es la madre), un abuelo (Robert Redford) que cuenta historias de un dragón y a quien nadie le cree, un encuentro complicado entre unos y otros, y una confrontación final que servirá, entre otras cosas, para cerrar con moño este rito de pasaje infantil que cuenta la película, una historia clásica y redonda sobre pérdida de la inocencia y familias sustitutas tan caras a la casa que construyó Mickey Mouse. Hay algo del tono del filme elegido por Lowery que lo relaciona a los clásicos de la literatura de aventuras –el homenaje más claro está en la primera y un tanto fuerte escena– con citas o veladas referencias a Jack London, Robert Louis Stevenson, Mark Twain o el propio Kipling. Las desventuras de Pete y su dragón Elliott no se alejan casi nunca del manual utilizado tanto en esos clásicos como en el universo creado por Spielberg para lidiar con similares problemas –me refiero específicamente a su capacidad de mezclar lo mágico y sorprendente en lo cotidiano desde la mirada de un chico– y si bien no sorprende con nada nuevo u original, su fidelidad a hacer un cine lo-fi en estos tiempos de puro impacto sensorial y escenas de destrucción masiva es más que bienvenida. Es una especie de reposo para el alma, un reencuentro con nuestra propia mirada maravillada, temerosa pero finalmente esperanzada del mundo.
Tras un accidente automovilístico, Pete se pierde en el bosque y encuentra la amistad de un dragón montañés, si tal cosa es posible. En unos indeterminados setenta u ochenta (no existe el celular), en una aldea cercana al hecho, el viejo Meecham (Robert Redford) cuenta historias del dragón, y años después, durante un desmonte, aparece Pete, un niño salvaje, la punta del ovillo para hallar a la criatura. Pero el film de Disney cuenta todo más deshilvanado, no sabe si ir por una cacería tipo King Kong, una fantástica historia de amistad (el dragón tiene un colmillo roto y algún ADN del perro gigante en La historia sin fin), o hacer ambas cosas. Y así lo hace, mete todo y genera cierta irritación por tanta torpeza. Una pena. Disney junta a un chico selvático a la Kipling con un dragón de animación en las Montañas Rocallosas, y hace creer que, por momentos, tal cuadro es posible. No es poca cosa.
EL PERRO VERDE Lo primero que sorprende de “Mi amigo el Dragón” (Pete’s Dragon, 2016) es su director David Lowery, cuya última película fue la gangsteríl con aspiraciones de profundidad “Ain’t Them Bodies Saints” (2013). Lo segundo es que en esta era de remakes de cuentos clásicos a los que nos viene sometiendo Disney (Alicia en el país de las maravillas, Alicia a través del espejo, Cenicienta, Maléfica, El libro de la Selva y La Bella y la Bestia para el año que viene) “Mi amigo el Dragón” haya resultado una muy buena película. La película empieza a romper el corazón de entrada, el niño Pete (Oakes Fegley), está en un viaje por la carretera junto a su familia cuando el automóvil que los transporta choca y mata a sus padres y lo deja literalmente sólo en el bosque. Por suerte no pasa mucho tiempo antes de que se haga amigo de “Elliott”, un dragón peludo que también pueden camuflarse de vistas indiscretas. Los dos vivirán juntos y relativamente felices en la naturaleza durante seis años. Hasta que la encargada forestal Grace (Bryce Dallas Howard, aquí sin tacos), el lumberjack Jack (Wes Bentley) y su hija Natalie (Oona Laurence) descubren a Pete. El padre de Grace (un otoñal Robert Redford en otra actuación en tono) ha estado contando la historia de un dragón en el bosque durante años, pero no es hasta que Pete afirma haber sobrevivido gracias a la ayuda de “Elliot” que las personas comienzan a tomar en serio la leyenda. Eso incluye el hermano de Jack (Karl Urban), que hace que su objetivo sea capturar a la criatura. “Mi amigo el Dragón” comparte la misma premisa básica que la película original de 1977, que algunos recordamos vagamente haberla visto en TV. Todas las marcas de Disney están presentes en esta remake: el niño que encuentra la libertad en lo salvaje, los padres muertos (Hola Bambi) y la amistad con los animales que son siempre adorables. En este caso el dragón funciona por sus actitudes y por como está diseñado como un perro, todo su lenguaje corporal es el de una mascota con lo cual la identificación del espectador es instantánea. Una banda sonora hermosa tanto en el score de Daniel Hart como las canciones con demasiado buen gusto para el standard Disney (Leonard Cohen, The Lumineers, Bonnie “Prince” Billy, St. Vincent) acompañan un narrativa que nunca acelera, ni siquiera en el tercer acto que llega natural y que si bien recorre caminos tradicionales nunca pierde el tono de su núcleo emocional. En un verano norteamericano de tanques decepcionantes, el dragón peludo es un éxito por mostrar dos cualidades que a veces parecen olvidadas, coherencia narrativa y un poco de corazón.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Grandes emociones Luego de la burocrática Buscando a Dory y la apenas eficiente La vida secreta de tus mascotas -Pixar debería recuperar su arte, la marca ya está clara; Illumination nunca tuvo la gloria de Pixar-, Mi amigo el dragón aparecía, temible, como un caso más de mucho despliegue publicitario y poco cine. Pero algunas recomendaciones efusivas de gente que valora el cine y no sólo los eventos, los acontecimientos inflados, me hicieron ir. Y Mi amigo el dragón es la recuperación del cine para niños -bah, apto y recomendable para todos- en formato grande, la película que debería contagiar al resto, la que debería señalar el camino. No lo va a hacer, pero mientras la vemos creemos, esperanzados, que todo va a mejorar, también las películas (y hasta el comportamiento del público en el cine, pero ese es otro tema). Entre gente revolviendo lo más ruidosamente posible pochoclos, Mi amigo el dragón se juega y comienza con una extraordinaria economía narrativa y simbólica. El fin de una familia, de la protección frente al mundo, el inicio de la lectura, un accidente fuera de campo, el peligro, el contacto con el dragón, que se define como personaje en apenas segundos. Títulos, ya estamos adentro. Los personajes se miran, saben mirarse, saben contar historias, otros saben escucharlas: Robert Redford en modo confiable, de vuelta de todo, como mensajero de la sabiduría acumulada en décadas, en otras décadas, que en esta película -y no en las banalidades de Truth- encuentra su verdadero hogar. Bryce Dallas Howard con sonrisa franca, mirada demoledora y un físico de belleza más contundente que nunca: calidez maternal y erotismo inmediato vestida hasta el cuello. Las buenas películas brindan dimensiones diversas sin necesidad de enfatizarlas, sin hacerlas explícitas. Mi amigo el dragón es la remake de la película de 1977 con el dragón dibujo animado en modo cartoon y con colores llamativos, de la que no recuerdo casi nada más allá de que nunca estuvo entre mis favoritas de Disney de la niñez. Mi amigo el dragón siglo XXI va por otros lugares y con un dragón que no está dibujado. Es una película en la que la naturaleza -Nueva Zelanda como set de filmación- se impone, y además también es una película truffautiana, por un lado porque las referencias a L’enfant sauvage (El niño salvaje, 1970) son muy claras, pero además por la orfandad como tema, por la búsqueda de la familia sustituta (y ensamblada), y sobre todo porque la película filma con mucha más emoción y empatía a niños, mujeres y hombres reflexivos que a hombres “de acción”. Y también porque la extraordinaria música de Daniel Hart tiene algunos puntos de contacto con las memorables composiciones de Georges Delerue. Mi amigo el dragón es una película de gran lirismo que proviene de sus seguridades y no de exceso alguno, de saber beber en las fuentes clásicas modernizadas según la usina eterna del cine de los setenta; no tanto de Mi amigo el dragón 1977 sino más bien de las muchas ejemplares enseñanzas de no apurarse y tampoco pausarse en la narrativa, de la confianza en el poder de una historia contada de forma convencida y convincente. La película anterior del director David Lowery, Ain’t them Bodies Saints, era de tema malickiano (por Badlands). Y St. Nick, de 2009, conecta con Mi amigo el dragón porque trata de dos hermanos viviendo en el bosque. La salida a la naturaleza, las huidas por las rutas del país profundo, temas del cine de los setenta. Mi amigo el dragón exhibe con orgullo la seguridad de un montaje prístino (Lowery tiene gran experiencia como editor): “va a venir alguien más” dice Bryce, porque se le ocurre en ese momento, corte directo, aparece Redford en el auto, como se hizo siempre en la mejor tradición narrativa, y todo en esa línea. La banda de sonido no sólo descarta los rellenos en piloto automático y las agachadas promocionales sino que se integra en el fluir de una narrativa poderosa como pocas sin estruendo alguno. Como dijo Richard Brody en The New Yorker sobre Ain’t Them Bodies Saints, también Mi amigo el dragón fluye como una balada. Y si una película puede fluir y llegar a picos emotivos como lo hace “So Long, Marianne” de Leonard Cohen, estamos sin duda ante el poder de la magia del cine, el arte que más impactó en el siglo XX. En el XXI, mientras se duda de su poder, Mi amigo el dragón estremece y nos recuerda su grandeza incomparable. Esperamos con ansias tu Peter Pan, David Lowery.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
En un año plagado de grandes producciones que, en su gran mayoría fueron grandes decepciones, Disney vuelve a lo clásico contando una mágica fábula que apuesta más al factor emocional y los personajes que al impacto de la acción y el desenfreno, bajando un cambio y generando un sinfín de lecturas.
Vuelve Elliot! "Pete's Dragon" es una de esas películas positivas, familiares y bien realizadas de Disney que estrenan cada tanto. Toman una historia clásica de la factoría y la llevan a la acción real con excelentes efectos audiovisuales y algunos elementos que la modernicen, lo cual es totalmente entendible. El problema que tengo con este tipo de productos tiene que ver con ese aura exagerado de tv film que le imprimen, en el que los personajes están bastante estereotipados y todo está seteado para hacerte emocionar, todo! Es verdad que es una película familiar, pero no por eso tiene que ser tan obvia. Más allá de esto, creo que se disfruta y a los chicos les va a gustar, que es lo más importante. Si algunos recuerdan, "Pete's Dragon" trata sobre un niño huérfano y con una vida trágica que conoce a un dragón, Elliot. Ambos se hacen grandes amigos y se protegen uno al otro hasta que algunas personas peligrosas descubren de la existencia del animal y se embarcan en la empresa de capturarlo y sacarle un rédito económico a semejante hallazgo. Una familia local se encariña con Pete y Elliot y los ayudan a vencer a los cazadores sin escrúpulos. Esa es la base. Para esta nueva entrega se hicieron algunas modificaciones, pero la esencia es la misma. Lo mejor del film es sin dudas su dragón. Caricaturesco pero sin ser poco creíble, tierno pero imponente, mágico pero por momentos nos hace creer que puede llegar a haber algo parecido en algún páramo inhóspito del mundo. Su relación con Pete es muy linda aunque por momentos se les va la mano con la dulzura y la musicalización excesiva de escenas para cargarlas de emotividad. El mensaje del film también es muy lindo. Habla de la importancia de la amistad, la familia, la aventura y la magia que hay en el mundo. Para un niño y por qué no, para los más grandes, es una historia que toca el corazón y que sirve para tener siempre en claro qué es lo que realmente importa en la vida. "Pete's Dragon" se disfruta aunque me hubiera gustado que se equilibrara un poco mejor la búsqueda de emoción constante.