Nebraska es la última película de Alexander Payne. Comedia y road movie a la vez, cuenta el viaje por el medio oeste de un padre y un hijo, a través del cual logran un entendimiento previamente imposible. El padre, el terco y taciturno Woody (Bruce Dern), ya está lejos de su plenitud. Pero cuando recibe una notificación sobre un premio de un millón de dólares, cree tener una última chance de ser importante en la vida. Por lo tanto, insiste en viajar desde Montana hasta Nebraska (un trayecto de 1.207 km), donde espera recolectar su premio, sin tener en cuenta ciertos detalles, como sus dificultades para caminar y su desorientación casi permanente. Preocupado por su estado mental, su hijo David (Will Forte) decide acompañarlo en su viaje. La travesía a lo largo del vasto y despojado medio oeste conlleva diversas aventuras y accidentes, y brinda a sus protagonistas la oportunidad de reconectarse con sus raíces familiares, cuando inesperadamente se ven forzados a parar en Hawthorne, Nebraska, el pueblo donde Woody creció. Allí, se les unen su mujer Kate (June Squibb), una señora que, pese a su aspecto de adorable abuelita, no tiene pelos en la lengua, y el hermano de David (Bob Odenkirk), un exitoso presentador de noticiero. El elenco se competa con el ex socio de Woody (Stacey Keach), quien pronto se convierte en su antagonista...
Tótem y tabú. No cabe la menor duda de que Alexander Payne con el transcurso de los años se ha convertido en un verdadero experto en lo que hace a las comedias dramáticas con un fuerte dejo de costumbrismo y una melancolía todo terreno. Si bien encontramos desniveles en cuanto a los elencos involucrados y la configuración concreta del relato, lo cierto es que el norteamericano fue puliendo progresivamente una fórmula sustentada en clanes disfuncionales, viajes de autodescubrimiento, un ritmo narrativo aletargado, estrellas hollywoodenses de primera línea, una dirección de actores tan perspicaz como certera, y distintos detalles preciosistas, siempre en pos de retratar esa mítica “América Profunda”. La vejez y sus correlatos han sido analizados en innumerables ocasiones a lo largo de la historia del cine: sin la intención de trazar un árbol genealógico, sólo diremos que estamos ante una suerte de “secuela conceptual” de Las Confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002), aquella pequeña maravilla en la que un jubilado descubría de a poco que el mundo que había construido a su alrededor no era tan fácil de “enmendar” como él creía. El realizador en esta oportunidad utiliza la misma estrategia de casting, reemplazando a una “bestia sagrada” por otra similar (Bruce Dern entra en lugar de Jack Nicholson), en un intercambio de tótems reverenciales del séptimo arte y/ o la memoria anímica colectiva. Bajando la intensidad de los apuntes trágicos coyunturales y eliminando todo quiebre en lo que respecta al dinamismo de la trama, Payne se juega por diálogos lacónicos, una bella fotografía en blanco y negro de tonos ocres, y un naturalismo conspicuo para al desarrollo de personajes. Woody Grant (Dern) es un hombre mayor que vive junto a su esposa en una relación un tanto “ajetreada”, incomunicación y muchos reproches de por medio. Un buen día recibe una carta en la que se le informa que ha ganado un millón de dólares, o al menos eso es lo que cree. Dispuesto a cobrarlo y luego de varias fugas del hogar, su hijo menor David (Will Forte) decide llevarlo a destino para darle el gusto y hacerse con el “premio”. Mientras que la primera mitad del film funciona como una road movie sobre la senilidad y el amor parental, la segunda parte es una comedia sutil de “pueblo chico, infierno grande”, en la que la desazón acumulada se equiparará con la sonrisa irónica generada por esas cosas que no cambian nunca. El mérito principal de Nebraska (2013), más allá de las grandes actuaciones de Dern y Forte, reside en develar con una enorme inteligencia el pasado en cuestión, ese tabú que determinó al anciano de hoy: la muerte, el alcoholismo y la Guerra de Corea conforman ese sustrato ríspido que recorre el trasfondo, el mismo que deambula entre una camioneta y un compresor de aire, entre un almohadón y un triste sombrero…
Postales. El título seco de esta nueva película de Alexander Payne conduce al peligro de encontrarse con una road movie igual de seca. La sequedad no es algo malo. Es, en el caso de Payne, una virtud. Su cine rebota en los géneros para no casarse con ninguno de ellos; sus personajes y derroteros atraviesan estados de ánimos contrapuestos sin escalas. No por nada hay en el último tramo de su filmografía un gusto agridulce por esto de viajar: un último paseo de soltería, antes de surcar “la ceremonia funesta del casamiento” en Entre Copas, el (re) ordenamiento en la vida del protagonista de Las Confesiones del Sr. Schmidt y el rastreo del paradero del amante de la esposa de George Clooney en Los Descendientes. En Nebraska, el viaje y -también- la idea de búsqueda tienen un carácter más tangible, el viejo Woody Grant (Bruce Dern) quiere llegar a Lincoln, cerca de Billings (su pueblo) para cobrar un millón de dólares. Tal idea suena perfecta si no fuera porque se trata de una “estafa legal”, producto de una idea marketinera para atraer subscriptores para una revista. Woody es el único que se rehúsa a ver esta “estafa”, solo puede ver la carta que le dice que ha ganado el dinero. Sólo su hijo David se apiada al ver que es imposible convencerlo y decide iniciar un viaje -en apariencia- corto para complacer a su padre alcohólico y extremadamente débil para movilizarse.
Nebraska es una película impecable de visión obligatoria para todos aquellos que gustan del buen cine con una historia y una interpretación tan natural como la vida misma. Si bien el trasfondo de lo que sucede no es para nada divertido, el guión brinda una comedia brillante, sin golpes bajos ni dramas densos, con un desenlace bellísimo y emotivo. La premisa es...
La letanía de la fortuna. La ilusión es un motor que mueve las acciones de los hombres, pero anhelar algo puede convertirse también en una obsesión y obnubilar todos los sentidos en el camino. Nebraska (2013) es una comedia dramática en blanco y negro dirigida por Alexander Payne (The Descendants, 2011) que se apoya en la estructura de las road movies para narrar la búsqueda de un propósito en la vida. Una publicidad fraudulenta acerca de un servicio de subscripción a revistas lleva a un anciano alcohólico al borde de la senilidad a emprender un viaje absurdo a través del frío de Montana hasta el centro de Nebraska con su hijo. En un estilo sobrio pero cínico el humor se tamiza en los huesos cansados de los protagonistas, hartos de las consecuencias de los cambios introducidos en las estructuras del nuevo capitalismo que han dejado a las ciudades periféricas al borde de la bancarrota con una población joven en franco declive que debe emigrar en busca de oportunidades. En este viaje inconducente, Woody (Bruce Dern) hace una parada en su pueblo natal, Hawthorne, junto a su hijo menor, David (Will Forte). Allí se encuentran con la familia de Woody y sus viejos amigos en un pueblo sumido en la desidia cuya población envejecida es el recuerdo constante de la agonía de la ciudad.
Perdidos El mayor mérito de "Nebraska"(USA, 2013) es el de poder construir un relato intenso y llevadero a partir de una pequeña anécdota. Un círculo virtuoso sobre la cual todo el tiempo el realizador (Alexander Payne, en un cuidado trabajo de guión) volverá para sumar intensidad y dramatismo a la historia. Hay un señor en plena decadencia física y mental(Bruce Dern) quien se ha creído una de las estafas más conocidas y populares que ha tenido diferentes versiones: acerquese a nuestras sucursales, usted ha ganado un millón de dólares contra presentación de este título. Nadie puede quitarle de la cabeza la idea que si llega a Nebraska para retirar el premio se convertirá en millonario. Ni su mujer (June Squibb), ni mucho menos su hijo (Will Forte), quien terminará llevandolo en su automovil para evitar que se siga escapando por las noches para cumplir con esta misión. El hijo sabe que el padre està mal, pero aún así se embarca en la travesía de seguir adelante por las rutas del país cuando éste le demuestra que no tiene ningún objetivo claro en la vida (su mujer lo abandonó y su trabajo -vendedor de electrodomésticos- no avanza). "Nebraska" habla de los vínculos, de la familia, de la amistad, pero no desde un lado positivo, sino desde la crudeza de la realidad. El "nunca conocemos a nadie en profundidad" como máxima. La puesta en escena, primero en la ruta (porque sí, la película es en parte road movie) y luego en abandonados hogares atiborrados de objetos inútiles, hacen que algunas escenas y diálogos (muchos parecen improvisados) sean memorables. No hace falta deducir que el premio obviamente no llega, pero así como Woody (Dern) lo creyó, habrá muchos incautos que también pensarán que podrán cobrarse o bien deudas del pasado (Ed Pegramm, interpretado por Stacey "Mike Hammer" Keach) o pedir ayuda económica. En medio de la confusión el cansancio de la mujer (que no puede ni con ella misma), el agotamiento del hijo, el crecimiento de un hermano (Bob Odenkirk, un "anchorman" de una pequeña emisora regional) y una de las historias familiares más potentes de los últimos tiempos (con una fotografía bellisima de Phedon Papamichael), pero también dolorosa. PUNTAJE: 8/10
Conduciendo por un sueño Woody Grant (Dern) vive en Montana y es un hombre mayor que vive con su esposa en una relación de más de cuarenta años que está plagada de incomunicación, quejas y muchos reproches. Un día este señor recibe una carta en la que se le informa que ha ganado un millón de dólares, o al menos eso es lo que cree; sin embargo; la carta esconde un engaño y una estafa perfectamente legal. Luego de varios intentos por parte de la esposa y los hijos, de hacer entrar en razón a su padre con respecto a la naturaleza de la carta que ha ocasionado que Woody se fugue del hogar; su hijo menor David (Will Forte, a quien muchos sólo conocíamos por su faceta cómica en Saturday Night Live) decide llevarlo a destino (que no es otro que Nebraska) para darle el gusto y hacerse con el supuesto“premio”. Durante la primera parte del film, Payne acude a la belleza en términos visuales para narrar lo que será una road movie centrada en la senilidad y la fragilidad de la relaciones; sobre todo las parentales. En esos momentos podemos ver las grandes panorámicas que aún siendo un film en blanco y negro, colman de color al interior más profundo de Estados Unidos, con caminos amplios casi tanto como el recorrido que Woody hará, además de cielos con ausencia de construcciones altas que acompañan inocentemente el relato. Mientras que la segunda parte se situa ya en el viejo Hawthorne, el pueblo natal de Woody y su esposa; lugar que se puede definir como “pueblo chico, infierno grande” ya que a partir del cambio económico del protagonista resurgen nuevas viejas amistades, y con ellas, su intento de beneficiarse del octagenario. Esta segunda mitad; a diferencia de la primera está cargada de más situaciones de humor negro e irónico que a la vez; rozan lo melancólico constantemente. En esta ocasión Payne apuesta por diálogos lacónicos que armonizan con una bella fotografía en blanco y un degradé de negro, además de un naturalismo intimista para contar una historia simple; que aunque atraviese distintos estados de ánimo y sensaciones a lo largo de casi dos horas; en definitiva de lo que trata es de la muerte y de como el paso previo si bien puede ser doloroso; también puede tomarse como una aventura y una oportunidad para sincerarse y expresar lo antes reprimido. Todo esto se acompaña de un pasado marcado por el alcoholismo; la Guerra de Corea y los pequeños entretenimientos de un pueblo detenido en el tiempo; sin ambiciones ni perspectivas de cambio. En Nebraska todo parece funcionar a la perfección (excepto la familia Grant) ya que los recursos visuales cargan de emotividad un relato inundado de buenas y grandes interpretaciones; sobre todo las de Dern y Forte que realmente logran trasladar sus sensaciones a los espectadores con quienes compartirán risas y momentos de nostalgia y añoranza por igual. Luego de la polémica en torno al estreno del nuevo film de Alexander Payne que finalmente llega a los cines este jueves 20; sólo podemos agradecer por la oportunidad de ver dentro de la cartelera local historias tan personales como esta.
An emotional journey into Americana At a time when Hollywood produces more and more crowd-pleasing blockbusters and comedies, Alexander Payne’s tender, heartfelt movies (About Schmidt, Sideways, The Descendants), have a place of their own for they are a near perfect antidote to uninspired mainstream cinema. They are talkative, but not that much and in a good way, restrained instead of excessive, low-key and never hot-blooded. In other words: they are a cinematic pleasure to watch. Nebraska, his new film nominated for six Academy Awards including Best Picture and Best Director, is likely to be his best feature: an engagingly sharp and sweetly emotional piece which achieves that elusive perfect balance between the comedy and tragedy of life and old age. A film that doesn’t eschew the pains of growing old, but neither does it depict them through the prism of depression. A rare piece that benefits from second viewings where you can catch seemingly unimportant details that you missed before — you know, the kind of details that speak about an entire little-known universe. Woody Grant (Bruce Dern) is an alcoholic old man in his late seventies who firmly thinks — and couldn’t be more wrong — that he’s won a million-dollar Mega Sweepstakes Marketing prize. So without consulting anybody, he resolves to travel from Montana to Nebraska, more precisely to Lincoln, to claims his prize. Leaving aside his old age, there’s another big problem: he’s semi-coherent half of the time, and the other half he’s just lost. So it shouldn’t be surprising that neither his mouthy wife Kate (June Squibb) and his eldest son Ross (Bob Odenkirk) are willing to go along with what could certainly be his last whim. In fact, they strongly oppose and are unafraid to show it in all possible ways. But there’s also his second son, David (Will Forte), who does decide to humour his old man after he has unsuccessfully tried, many times, to make him see that the million-dollar prize is nothing but a hoax to get people to buy magazine subscriptions. But since Woody won’t believe it, off they go, father and son, on a road trip that will take them through Woody’s old hometown. Typical of road movies, this is not only a literal trip, but above all a metaphorical one that will bring them closer to understanding one another. The synopsis does sound like overworked fare because, in many senses, it is. In the hands of a merely competent and somewhat clever director, it would result in an ordinary film with a couple of findings. As imagined by a Hollywood major director, it would be an awful picture. But made by Alexander Payne, it’s nothing of the above. What makes a good film is not so much what it is about, but how it’s told. And the supreme joy of Nebraska is its most smart, wondrous way of examining and probing deep into the many nuances of its compelling characters. That’s what makes it exceptional. In the emotional, yet unsentimental and bittersweet script by Bob Nelson (a television writer now proudly debuting in cinema with an Oscar nomination for Best Script), the Grant family is allowed to live and breathe in an utterly credible fashion, with their insecurities and fears slipping through the cracks of everyday life. Even Kate and Ross, who in the end do show up for the unscheduled family reunion, have a profundity depth that goes beyond their supporting roles. As Kate fusses Woody around, often badmouthing him in a sometimes shocking way, you can surely see the years of love, frustration and life they share. Seasoned thespian Bruce Dern (Oscar nominated for Best Actor in a Leading Role) has been rightfully lauded for personifying Woody. No wonder. As he drifts through the film with his unruly white hair and a stiff determination to get to Nebraska —come what may — he fully fleshes a character who is both a noble figure and a very ordinary man, lost in time and in reality too. Sometimes he’s funny, other times he’s touching, but he’s never a ridiculous cartoon figure to make viewers laugh out loud or move them to tears. See, he’s just a wonderful man who goes places. Will Forte is also notable as hides all traces of his well known comedic persona and becomes the sweet, caring David who goes along the ride only to get to spend some time with his Dad. His performance, while not nearly memorable as that of Dern, is occasionally arresting and always convincing. The same cannot be said of Bob Odenkirk, who plays the first son, whose performance is just correct. Now, that of June Squibb (Oscar nominated for Best Actress in a Supporting Role) is an altogether different story: she marvellously steals a handful of scenes by showing that Kate can be both a tyrant and a helper, bad-tempered but also warm and caring, and politically and socially incorrect, yet always aware of what’s really going on in people’s minds and hearts. Shot in spectacular, smooth black-and-white (and accordingly nominated for Best Cinematography), Nebraska may look like a relapse to simpler times. In a way, it is. This is an age-old story of family, love and connections made and missed. It’s also a story about not always knowing how to understand the people you’ve loved all your life. Or how to love the people you don’t understand. In any case, it’s an ostensibly small film that as it unfolds it lets you see all its delicate, full splendour
El viajante y el camino Parece que para el director Alexander Payne las transformaciones se producen luego de atravesar un camino de aprendizaje que implica retroceder hacia el pasado pero siempre con los ojos para adelante. Es ese recuerdo y la búsqueda el que traza la dirección en todos sus personajes y para los cuales el trasvasamiento generacional –evitemos las alusiones políticas del término- es fundamental. Padres e hijos a veces presentes y otras desde la propia ausencia transitan un sinuoso pero fructífero viaje iniciático y así duelan el ayer para asimilar el aquí y ahora transformado. Con Nebraska, la operación resulta similar a lo que ocurría con otro film del director también protagonizado por un anciano, Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), en ambas la idea reparadora funciona como un legado para los otros cuando las instancias de la propia existencia se ven confrontadas con el inevitable paso del tiempo y con el inminente final. Por eso un autoengaño es el pretexto que motoriza un reencuentro entre padre e hijo bajo la excusa de ir a reclamar un premio de un millón de dólares por una carta que bajo la argucia publicitaria funciona de carnada para la pesca de incautos o desesperados. Claro que el protagonista, Woody Grant (Bruce Dern), viene de un mundo en el que la palabra tenía un valor y por ese motivo considera que lo que está escrito es prueba contundente para realizar un viaje de más de mil kilómetros en la topografía mustia de la América más profunda y bajo el aletargante recorrido, que tiene como destino su pueblo natal, Billings, sus familiares tan lacónicos como él y su historia de vida a través de los relatos ajenos. Su hijo David (Will Forte) llega a comprender a regañadientes que no se trata del viaje insólito en el que se ve atrapado por culpa o cierta lástima ante la fragilidad mental de Woody sino sencillamente compartir la experiencia para llegar a conocer a ese hombre que bajo su mirada sesgada no es otra cosa que un alcohólico irremediable. El resto de los personajes entre quienes se destaca la esposa de Will, Kate (June Squibb) y su otro hijo (Bob Odenkirk) funcionan como el espejo donde esta relación padre e hijo se refracta, como así también el bloque de personajes secundarios, sin otra característica que la de resaltar su ambición y la necesidad de congraciarse con el futuro millonario a quien siempre consideraron un perdedor. El desfile de pueblo chico con miseria grande en Nebraska llega como contrapunto de los rasgos más nobles de Woody y David, tal vez un tanto caricaturizado en su antagonista, quien parece dominar el centro con su éxito a expensas de los demás pero nunca Alexander Payne juzga a sus criaturas por sus actos ni por su conducta ética frente a los demás porque los ubica en el corazón de la inercia que precisamente se encuentra en el extremo opuesto a la idea del viaje. Despojado de todo espíritu aleccionador y sin forzar moralejas simplistas, el planteo de Nebraska reconcilia con la importancia de mantener la dignidad frente a los obstáculos que se presentan a lo largo del camino. Convertirse en un viajante, a veces a pie como al comienzo del film, solitario, errático y otras acompañado para recoger los frutos y poder transmitirlos a aquellos que valorizan la búsqueda interior sin atajos ni premios millonarios que nos conviertan en otra cosa.
Grises Hay un punto de contacto entre Nebraska y La cacería (2012), del danés Thomas Vinterberg: en ambas –nominadas al premio Oscar, en distintas categorías– se echa a correr un rumor que la desconfianza y la tozudez de algunos va convirtiendo en certeza. Sin embargo, si en Vinterberg eso es pretexto para perturbar al espectador, sometiéndolo a una tensión incómoda, en Alexander Payne (1961, Omaha, EEUU) es una excusa para demostrar cómo el dinero puede alborotar la vida gris de un grupo de personas sencillas: no sólo por la natural tendencia de los seres humanos a la codicia, sino también por la ilusión de poder satisfacer postergadas aspiraciones. Al mismo tiempo, hay aquí una mirada comprensiva hacia los adultos mayores y las relaciones paterno-filiales. El motor que impulsa la historia es el empecinamiento de un anciano con síntomas de demencia por retirar un premio resistiéndose a los consejos de su malhumorada mujer y su paciente hijo, que intentan hacerle entender que no es más que una promesa vana. Padre e hijo irán, finalmente, en busca de esa supuesta fortuna, encontrándose en el camino con una serie de personajes (familiares, vecinos, viejos amigos), algunos parcos y queribles, otros maliciosos. Algo de esta road movie recuerda a Una historia sencilla (1999, David Lynch), con más guiños humorísticos y, sobre todo, una exploración en la Estados Unidos más marginal o escondida plena de sinceridad. Esto último Payne lo lleva a cabo con una cámara atenta a la belleza melancólica de viejas casas, cafeterías, calles y carreteras, registradas a veces en silenciosos primeros planos, con una conmovedora fotografía en blanco y negro (valiosa labor de Phedon Papamichaels). Como agridulce retrato pueblerino, Nebraska no llega a la estatura de La última película (1971, Peter Bogdanovich), pero remueve capas sensibles en el espectador sin ahogarlo, cubriendo de ternura lo que podría haber sido mero patetismo. Por otra parte, así como en sus anteriores Election (1999), Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Entre copas (2004) y Los descendientes (2011) Payne supo exprimir las posibilidades de actores conocidos y no tanto, lo mismo consigue en Nebraska, sacando partido de la cara de bueno y mirada tristona de Will Forte (Saturday Night Live) y aprovechando la autoridad de los veteranos Bruce Dern y June Squibb. Duro en innumerables westerns y películas de acción, Dern es aquí un entrañable anciano bebedor frecuentemente extraviado, conservando algo de su inocencia (“Su problema es que cree lo que le dice la gente”, dice su hijo) como si fuera un raro modo de esperanza. Squibb, en tanto, actriz de larga trayectoria teatral y televisiva, asoma como una matrona grosera e impaciente para, de a poco, ir dejando entrever sentido común e incluso revelar –en su última escena– inesperada ternura. Salvo algun subrayado aislado, las caracterizaciones de estos y otros personajes están hechas de detalles y matices. “Son tiempos de depresión, y quizá eso se filtró en la atmósfera del film”, afirmó el director. Ciertamente, la predecible estructura de comedia dramática de Nebraska, gracias a su estilo y las expresiones de sus actores va siendo ganada por un persistente estado de ánimo, permitiendo percibir sutilmente el paso del tiempo e intuir el discurrir de otras vidas.
Dentro de lo que fue esa gloriosa camada de artistas nuevos que surgieron en el cine independiente norteamericano de los años ´90, Alexander Payne es uno de los casos más interesantes. Un director que desde su ópera prima, Citizen Ruth (con Laura Dern) logró mantener el mismo nivel de calidad en todas sus películas. Puede ocurrir que tal vez como espectador te enganches más con alguna historia que otra, pero al recorrer su filmografía (Election, Las confesiones del señor Schmidt, Entre copas, Los descendientes) no encontrás una película mediocre o decepcionante. Nebraska, su nueva producción, califica entre los mejores trabajos de su carrera. Historias sobre personajes que emprenden un largo viaje por la ruta y en el camino logran reconectarse entre sí se hicieron a patadas en el pasado. Lo que hace especial a Nebraska es la manera en que el cineasta trabaja la propuesta y las tremendas actuaciones que consiguió de su reparto. Queda claro otra vez que Payne es un gran director de actores Su nueva película tiene mucho más humor de lo que daban a entender los trailers y es completamente honesta en retratar la humanidad y miserias de sus personajes. No hay melodramas forzados ni panfletos existencialistas y esto permite que uno pueda conectarse mucho más con estos personajes y las situaciones que atraviesan, ya que los vemos como personas reales. Una producción que por momentos me remitió muchísimo a Una historia sencilla, una joya de David Lynch. Si bien los protagonistas son distintos, la manera en que la película te envuelve con el relato y los personajes secundarios que se presentan traen al recuerdo aquel film de 1999. La diferencia es que Nebraska tiene varios momentos desopilantes que te sorprenden cuando menos lo esperás. Algunas escenas como la situación de la dentadura del protagonista, la cena familiar o los comentarios en el cementerio de la genial June Squibb (About Schmidt) son memorables en esta película. Después de 35 años de haber sido nominado al Ocar por Coming Home (uno de los primeros dramas hollywoodenses sobre la guerra de Vietnam), Bruce Dern logró encontrar otro rol protagónico con el que pudo lucirse en su carrera. Dern fue parte de la camada de artistas que surgieron con filmes de Roger Corman en los años sesenta y luego se estableció en el cine principalmente como un gran actor secundario. En el último tiempo venía haciendo filmes independientes y de acción clase B para el dvd y Alexander Payne lo hizo resurgir nuevamente con esta película. La interpretación que brinda de Woody Grant es brillante y se vio potenciada también por la excelente química que logra con Will Forte, quien sorprende con un rol distinto a sus trabajos como humorista. También resultó un acierto la fotografía en blanco y negro que convirtió a esos paisajes de Nebraska en un personaje más del film y además se conecta muy bien con esa fijación al pasado que tienen los protagonistas. Algo que contribuyó a convertir el viaje de Woody Grant y su hijo en una experiencia mucho más intimista. Otra gran película de Alexander Payne que no se puede dejar pasar.
Una historia sencilla El realizador de La elección (Election, 1999), Entre copas (Sideways, 2004) y Los descendientes (The Descendants, 2011) confirma nuevamente su talento con esta pequeña road movie rodada en blanco y negro en donde se destaca la labor actoral de Bruce Dern y Will Forte. Alexander Payne es un realizador prolífico. Tiene la habilidad de construir una carrera sólida sin concesiones, si bien es cierto que la presencia de actores consagrados (Jack Nicholson, George Clooney) le ha dado cierto espaldarazo. En Nebraska (2013) vuelve a la road movie, aquel género que tan bien exploró en Las confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002) y Entre copas. Género difundido como aquel que retrata un viaje físico que es a la vez psíquico; es decir, que produce un cambio en la psiquis del protagonista. Bueno, a veces no es tan así, pero lo interesante es que en Payne esa transmutación es tan verdadera que el devenir de sus personajes jamás parece responder a ninguna fórmula. Bruce Dern compone a Woody Grant, un anciano que recibe una carta informándole que ha ganado un millón de dólares. Se trata de un chiste obvio, pero el viejo cascarrabias se obstinará en ir a buscarlo a Nebraska, cual Quijote moderno. Su quejosa esposa y sus dos hijos intentarán, sin éxito, que entre en razón. Finalmente, el hijo menor se ofrecerá para llevarlo en su auto y evitar que su frágil salud se degrade aún más. La película tiene rasgos en común con Una historia sencilla (The Straight Story, David Lynch, 1999), pero también encuentra una afinidad en la narrativa de Raymond Carver. Payne nos ofrece una cantidad de secuencias en donde la observación de lo cotidiano revela capas de sentido más profundas, de forma similar a los cuentos del gran escritor norteamericano. Esto no imposibilita el humor, desde ya, que aparece a cuentagotas y nunca tuerce el límite de lo paródico. En ese sentido, Payne es un gran humanista, que estudia a sus personajes y, aún en sus miserias, no deja de tener una mirada empática. El blanco y negro del film va a tono con su melancolía y adquiere mayor espesor cuando el anciano se reencuentra con un grupo de personas que lo conocieron cuando era más joven. Podremos saber qué fue de cada uno de ellos a medida que van apareciendo, como si la historia condensara el paso del tiempo de manera gradual, integrándose al relato sin sobresaltos y atendiendo a cada personaje. Párrafo aparte, cuesta creer que esta pequeña joya casi no se haya estrenado.
Una pequeña joya. Este film sensible y auténticamente conmovedor en su sencillez hasta puede parecer una rareza. Aquí lo que importa son los personajes en cuanto seres comunes, de carne y hueso, sin rasgo alguno de excepcionalidad. E importa la interacción entre ellos, que ahonda, con la mayor naturalidad y sin darse importancia ni hacer alardes, en las distintas facetas de la naturaleza humana. En Nebraska , aunque Alexander Payne trabaja por primera vez sobre un guión ajeno (de Bob Nelson), ha dejado sus marcas personales, las que definen su cine. Están presentes en sus temas (la relación entre padres e hijos, por ejemplo); en la estructura narrativa (ya es un experto en road movies); en el ambiente geográfico y humano que le es familiar (el de la Norteamérica profunda); en la atmósfera tenuemente melancólica (que aquí recibe la decisiva contribución de la fotografía en blanco y negro de Phedon Papamichael); en su acercamiento compasivo y solidario a los personajes, una mirada discretamente afectuosa y humanitaria, pero nunca sentimental. Cada elemento de la imagen importa para exponer el recorrido por ese mundo modesto, pequeño y provinciano lleno de signos que hablan de un pasado más feliz y de un lento y prolongado deterioro: es el mismo en Billings, Montana -donde residen los protagonistas-, en Hawthorn o en Lincoln, Nebraska, adonde los llevará una quimérica expedición. Componen la familia de un viejito malhumorado y un poco senil que, engañado por un equívoco folleto publicitario, cree haber ganado un premio millonario en dólares y está empeñado en ir a retirarlo a 1500 km de su casa para poder comprarse una nueva camioneta y recuperar el compresor que hace siglos prestó y nunca le devolvieron. Todo un dolor de cabeza para su mujer y para su hijo menor, que a cada rato debe ir a rescatarlo de algún camino al que se lanzó, a pie, en busca de su objetivo. No hay muchas soluciones. Es el encierro en un asilo, como proponen la dueña de casa y el hijo mayor, o acompañarlo a que cumpla su fantasía, que es lo que el menor -quizá deseoso de estar más cerca del hombre al que tan poco conoce- decide hacer: en el fondo, se trata solamente de ayudarlo a que tenga un motivo para ponerse en marcha, un motivo para vivir, como lo era el parque infantil para el inolvidable protagonista del film de Kurosawa. Pero Nebraska no es sólo el retrato del lazo que se tiende entre esos dos viajeros tan reservados y parcos en palabras. Un regreso al lugar donde creció la familia y el encuentro con parientes y amigos que se muestran muy sensibles al perfume del dinero (todos ven a Woody como inminente millonario) extienden el horizonte del film y enriquecen su panorama humano y su delicada y contenida emoción. La nostalgia asoma, y también a veces la tristeza, casi siempre entre pinceladas poéticas (como la visita a la desvencijada casa donde creció la familia), pero también hay muchos momentos decididamente graciosos. En esos aspectos, ha sido un hallazgo la elección de los actores. Si Bruce Dern resulta irreemplazable como Woody (hay que verle los ojos mientras su cabeza se llena de recuerdos de tiempos vividos en cada uno de los cuartos del antiguo hogar), no menos destacable es el difícil papel de Will Forte, el hijo cuya sensibilidad no necesita de manifestación exterior. En cuanto a June Squibb (candidata al Oscar al igual que Payne, Dern, el guionista Nelson, el fotógrafo Papamichael y el film entero), es, con su desenfado y su vivacidad, el motor de la familia y también, en muchos casos, del propio relato. Habría sido penoso que Buenos Aires se quedara -como se temió en algún momento- sin conocer esta obra tan entrañable como valiosa.
Un camino hacia mí Que se estrena. Que se suspende el lanzamiento. Finalmente, tras muchas marchas y contramarchas, llega por suerte a los cines argentinos esta pequeña gran obra del talentoso realizador de Citizen Ruth (1996), La elección (1999), Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Entre copas (2004) y Los descendientes (2011) que, además, fue nominada a 6 premios Oscar: película, director, guión original, actor protagónico (Bruce Dern), actriz de reparto (June Squibb) y fotografía. Alexander Payne regresa aquí al universo de las road-movies tragicómicas (más cómicas que trágicas) que ya transitara con Las confesiones del Sr. Schmidt o Entre copas con una apuesta rodada en blanco y negro y que en su esencia remite a los trabajos patagónicos del argentino Carlos Sorín y, sobre todo, a Una historia sencilla, de David Lynch, aunque -claro- con esos toques entre absurdos, cínicos y finalmente queribles propios de este cineasta nacido, precisamente, en Nebraska. A los 77 años, el gran Bruce Dern (consagrado como mejor actor en el último Festival de Cannes por este trabajo) se luce interprendo a Woody Grant, un anciano en plena decadencia física y mental que está decidido a viajar desde su pueblo de Montana hasta la Nebraska del título para retirar el premio de un millón de dólares que una carta (que evidentemente contiene un engaño) le promete. Mientras su esposa no para de quejarse y los vecinos se burlan, uno de sus hijos (Will Forte) decide acompañarlo en el largo y caótico trayecto (luego más gente se irá sumando a la travesía). Las películas de viajes, la mirada a esa Norteamérica profunda un poco patética y las relaciones entre padres e hijos son temas que parecen obsesionar a Payne, quien maneja este agridulce relato -que tiene otro hallazgo como recuperar a Stacey Keach en un nuevo papel de malvado- con ligereza y, al mismo tiempo, con sensibilidad y rigor, sin descuidar la belleza de las imágenes conseguidas por el DF Phedon Papamichaels. Un film cuyo abanico va desde la sátira más impiadosa hasta un profundo humanismo. En definitva, una fórmula ganadora.
Siempre me ha gustado el cine de Alexander Payne. Si bien entiendo muchas de las críticas que se le hacen –y comparto algunas– hay algo de su mundo y de sus personajes que me atrapa. Tipos como Paul Giamatti en ENTRE COPAS, George Clooney en LOS DESCENDIENTES o el propio Will Forte en esta película son la clase de protagonista con las que me gusta compartir experiencias. Tipos confundidos pero honestos que tratan de hacer lo mejor posible pero no siempre pueden, que se enredan en situaciones ridículas por su propia incapacidad o falta de claridad. Uno podría definirlos como perdedores, pero no lo son del todo. Son tipos, digamos, normales, identificables, algo que no suele pasar en buena parte del cine norteamericano en el que las cualidades humanas que mejoran o empeoran a una persona están catalogadas como si los guionistas/directores fueran más que nada terapeutas. En NEBRASKA, David (Forte) se ve enfrentado a una situación compleja. Su padre, Woody (Bruce Dern), es un anciano veterano de guerra alcohólico que sufre algún tipo de trastorno mental que lo lleva a actuar de maneras impulsivas, a olvidar lo que le pasa y –en una de sus características más bizarras– a creer cualquier cosa que le dicen. Esa rara inocencia lo lleva a creerse que ha ganado un premio cuando recibe por correo un certificado por un millón de dólares que es, evidentemente, una promoción para una compra de revistas. Y por más que todos le digan que no existe tal millón, no hay forma de convencerlo. El quiere ir a Lincoln, Nebraska (desde Montana) a que le paguen. Y si hay que hacerlo caminando, así será. nebraskaUn poco para evitar mayores problemas y otro poco para pasar un tiempo con su padre anciano, David acepta acompañarlo en su travesía, por más que su madre, Kate (June Squibb), insista en que ese “viejo loco” no está en condiciones de salir de su casa. NEBRASKA contará la peripecias de ese viaje, centrándose específicamente en el fin de semana que, por motivos de fuerza mayor, se ven obligados a pasar en Hawthorne, Nebraska, el pueblito en el que Woody nació y vivió buena parte de su vida. Allí se encontrará con viejos amigos y familiares que, al saber que Woody ganará un millón de dólares (no les dicen cómo, es por eso que se lo creen, en la decisión más obviamente forzada del guión) reaparecen en su vida para pedirle dinero. Filmada en blanco y negro con un look muy similar a ciertas películas norteamericanas de los años ’70, como THE LAST PICTURE SHOW (LA ULTIMA PELICULA), de Peter Bogdanovich, NEBRASKA tiene un tono algo más relajado y tranquilo que las otras películas de Payne que incluyen viajes y complicadas relaciones familiares como ENTRE COPAS, LOS DESCENDIENTES y LAS CONFESIONES DEL SR. SCHMIDT, a la que más se parece de las tres. Hay algo que se impregna en el espectador que está ligado a los paisajes desolados y la evidente crisis económica que ha convertido a muchos de estos pueblos y ciudades del interior profundo estadounidense en lugares casi fantasmagóricos. nebraska2Es por ese clima de realismo “setentista” que transmite la película (o la referencia al disco homónimo de Bruce Springsteen) que otro de los recursos usuales del cine de Payne, como sus giros cómicos más clásicos, no terminan de funcionar del todo bien. Más allá de los dos personajes principales (y, en cierto sentido, la madre), el resto de los personajes de NEBRASKA funciona como un algo excesivo contrapunto cómico que banaliza por momentos el encanto de la película, especialmente los hermanos y primos del protagonista, jugados en excesiva clave paródica, hasta cruel, al borde de la humillación. Esa gente simple, de pueblo, siempre fue un poco “burlada” en el cine de Payne (con afecto, tal vez, pero burlada al fin), pero aquí el contraste con la parte –si se quiere– más sensible del relato es más fuerte. Si uno logra no irritarse por eso (algo parecido sucede en algunos momentos de la inminente película de los Coen, INSIDE LLEWYN DAVIS), NEBRASKA es una extraordinaria y emotiva historia sobre la relación entre un padre y su hijo. Woody (Dern, en una actuación tan impecable que uno por momentos piensa si al propio actor no le “faltan algunos jugadores” también) se conduce con una honestidad brutal que lo convierte en un personaje por momentos desagradable. Bebe, además, todo el tiempo, lo que duplica esa sensación. Pero a la vez es un hombre golpeado, inocente que, a su manera tosca, intenta “dejar algo” a su deshilachada familia. nebraska1Y su hijo (más que su mujer, irritada con él de por vida) es el que intenta acercarse y no dejarse expulsar por el comportamiento de su padre. David, que tiene sus propios problemas aunque no están del todo explorados en el filme, se da cuenta que es la oportunidad única para conocer un poco más a su padre y se dispone a tolerar sus más bizarros comportamientos. La relación que ambos tienen con el alcohol es un detalle interesante y muy bien tratado en el filme, lejos de la opción “políticamente correcta” que uno siempre espera en el cine americano. Y algo similar pasa con los recuerdos de Woody, que aparecen y desaparecen de la memoria de manera muy curiosa. La melancolía vuelve con todo en la última parte del filme, una vez que dejamos atrás a la familia alocada y a los viejos socios rencorosos para avanzar en el incierto camino hacia ese premio. Allí vuelven a ser padre, hijo, el auto, la ruta, y un extraño paso de postas entre generaciones.
En busca del premio perdido Además de su virtuosa fotografía, son tan extraordinarias todas las actuaciones de Nebraska, desde la de Bruce Dern como ese viejo testarudo hasta la del último granjero que aparece por allí, que las palabras quedan chicas. “Vos también serías alcohólico si vivieras con tu madre”, le dice Woody Grant a David, que de sus dos hijos es el que le tiene más paciencia. Más paciencia que el hijo mayor, que quiere meter ya mismo al viejo en un geriátrico, y desde ya que más paciencia que su esposa Kate, que vive recordándole que es un borrachín, un perdedor, un viejo chocho que se olvida de todo, está en la luna y ya casi no oye. Todo lo cual es estrictamente cierto, como todo lo que dice, siempre en su estilo de cirugía mayor sin anestesia, mamá Kate. Como Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Nebraska es una clase especial de película de caminos, a la que podría denominarse road movie geriátrica. Con las variaciones del caso, aquí, como allá, el camino funciona como agente catalizador del pasado (y su revisión), de reconocimiento de la propia identidad y de reencuentro familiar. ¿Que todo esto suena a fórmula? Sí, suena. Pero como suele suceder con las películas de Alexander Payne (recordar la propia Sr. Schmidt, Entre copas, Los descendientes), Nebraska es una de esas películas en las que todo posible artilugio de guión queda en un segundo plano, imponiéndose algo más grande y valedero: la verdad cinematográfica que la película entera respira. Woody Grant (Bruce Dern, en un regreso a toda gloria) sale al camino, de a pie nomás en la primera escena, con la intención de ir a cobrar lo que supone es un premio de un millón de dólares. Se trata en verdad del truco publicitario de una editorialita de tres por cuatro, cuya verdadera intención es vender suscripciones. Además de todo lo que la pequeña Kate (June Squibbs) le echa en cara con su sinceridad brutal, Woody es un obcecado que no escucha a nadie, no entra en razones y encima ahora, pisando los 80, está senil. Así que vayan a convencerlo de que nunca va a cobrar ese millón de dólares. Consciente de que si alguien no lo acompaña se va a largar solo a la ruta, David (Will Forte, de las huestes de Saturday Night Live) se arma de paciencia, pide unos días en el empleo y sienta a papá al asiento del acompañante de la 4x4... aunque papá está convencido de que podría manejar él perfectamente. Los Grant vive en Billings, Montana, y para “cobrar el premio” deben trasladarse a Lincoln, Nebraska: una distancia casi equivalente a la que hay de Buenos Aires a Neuquén. Truquito de guión, camino a Lincoln, en el pueblito de Hawthorne, nació y pasó buena parte de su vida Woody. Lo cual dará ocasión a que vengan, más que los recuerdos (a Woody, la nostalgia le importa un pito, como todo), el pasado mismo, en la figura de su ex socio en un taller mecánico (el gran Stacy Keach, otra reaparición para festejar), de una ex novia de la cual nadie sabía nada (una actriz memorable llamada Angela McEwan) y la vieja granja familiar, que irán a visitar en contra de los deseos de Woody. Granja que recuerda mucho, en su estado ruinoso, a la de La mujer deseada (The Lusty Men, Nicholas Ray, 1952), donde cumplía la misma función dramática. “Qué cuentas, Woody”, pregunta, por compromiso, el hermano (¡mayor!) de Woody cuando se reencuentran. “Nada”, contesta el otro. “¿Y tú?” “No mucho”, responde el otro, y él sus hijos con aspecto de escuerzos siguen viendo la tele. Todas las escenas familiares de los Grant (ese primer encuentro, la presencia de los primos ultra white trash, el encuentro familiar ampliado con todos los hermanos viendo la tele en silencio) están entre las más geniales escenas cómicas que este cronista haya visto en mucho tiempo. Porque, claro, como todo film de Alexander Payne, Nebraska es una tragicomedia. Como las películas de John Ford, pongámosle. Hay mucho de John Ford en la combinación de acidez anglo y sensibilidad irlandesa, en el humanismo disfrazado de sequedad, en el Cinemascope en blanco y negro que Phedon Papamichael maneja de modo magistral, en los espacios abiertos y desolados y en el rigor de la puesta en escena. Son sumamente escasos, y reservados sólo para las escenas emotivamente más cargadas, los primeros planos de Nebraska. Predominan planos generales en los que la figura humana parece perderse en el paisaje, y planos americanos, que tienden a realzar tanto la interacción entre personajes (el tamaño permite que entren varios en el encuadre) como la distancia. Una distancia que más que espacial parecería temporal (materialización del pasado que pesa sobre el presente de Woody) y humana (el distanciamiento familiar propio de los Grant). ¿No piensa hablar el crítico de las actuaciones? No, porque son tan extraordinarias (todas, desde la de Bruce Dern hasta la del último granjero que aparece por allí) que las palabras quedan chicas. Apenas decir que pocas veces se vio en cine a alguien tan perdido como Bruce Dern aquí, un hijo tan bancador como el que compone Will Forte y un flashazo tan fuerte como el que supone descubrir, de un solo golpe, a la hasta aquí desconocida June Squibbs, metro y medio de dinamita pura.
Una cálida manera de ver el mundo Después de hacer Los descendientes en Hawaii, el director Alexander Payne (Entre copas, Las confesiones del Sr. Schmidt) trasladó su universo de personajes al estado del "Midwest" estadounidense. Excelente Bruce Dern. Woody Grant (Bruce Dern), un anciano que está a punto de cruzar la línea sin retorno de la senilidad, va a recibir un premio de un millón de dólares pero necesita ir a cobrarlos a Nebraska, a unos 1300 kilómetros de la casa que comparte su malhumorada esposa Kate (si hay un mínimo de justicia en este mundo, el Oscar para June Squibb debería ser apenas un trámite) en Billing, Montana. Porque Woody, que nunca fue de tener fuertes deseos ni grandes expectativas, decide que ya es hora y se lanza una y otra vez a pie a la carretera, con el papel de una revista que dice que es dueño de una fortuna. Poco y nada señalan los paisajes donde se ubica la historia de la película, lugares tan anónimos e inusuales para el cine como las locaciones elegidas para Los descendientes, la anterior película de Alexander Payne, donde el personaje de George Clooney se daba por enterado que su esposa en coma lo había engañado, mientras tenía que decidir cuestiones tales como el futuro de sus hijas, el propio y el de toda una comunidad Entonces Nebraska, Montana o Hawaii bien pueden ser estados de ánimo, con personajes solitarios como Woody (formidable Dern), que en las grietas de la nebulosa en que vive se da cuenta que si bien su deseo está motorizado por una estafa en pequeña escala, también puede ser la señal de algo más trascendente. Así lo entiende David (Will Forte), que decide acompañar a su padre en el viaje hacia ninguna parte porque después de todo no es que tenga gran cosa que hacer y lo intriga ese hombre mayor, de pocas palabras, que nunca demostró gran interés por él ni por su hermano. Así que el film es un viaje, género transitadísimo en el cine para llegar a algún tipo de aprendizaje o verdad para los protagonistas. Lo que hace de Nebraska un relato delicioso es que su tristeza es amable pero no condescendiente, con una historia llena de familiares poco agraciados, amigos miserables, mujeres que se conformaron, otras que perdieron y algunas que lograron una existencia razonablemente feliz. Personajes curiosos, retratados en un apabullante blanco y negro que resalta y enmarca que están un poco al margen,de los que en un primer vistazo apenas se destacan sus agachadas de cabotaje, pero que sin embargo, en ese interior profundo y aparentemente anodino, cada una de esas vidas también es interesante, con pasados gloriosos que contabilizan grandes momentos y pasiones desatadas como puntos ciegos y años enteros de rutinaria calma. Divertida, irónica, con un final tan hermoso como simple en su resolución, de esos que llegan a las emociones de los espectadores más encallecidos, Nebraska hace bien por su cálida manera de ver el mundo.
Una realidad que a todos toca Sorprende la intensidad y el humor de los diálogos y la perfección del guión, donde todo va cerrando, lenta, pero rigurosamente. El paisaje y los cielos son un placer, la música acaricia y las interpretaciones, especialmente la de Bruce Dern, como Woody (imperdible caracterización) son para recordar. Lo primero que se ve es la imagen de una carretera. Un viejo desorientado y un policía que lo lleva al hospital. El anciano se llama Woody Grant (Bruce Dern), está en los últimos años de su vida, sufre de Alzheimer y se le metió entre ceja y ceja cobrar un premio tramposo, que hace décadas le prometió un millón de dólares. Nadie le cree, pero aunque vea el engaño, David (Will Forte) su hijo menor, un cuarentón que se siente fracasado, termina por subir a su auto con su padre y ambos toman la carretera y emprenden un viaje agotador. Viaje que incluye el Monte Rushmore, ese que conocemos todos por el filme de Alfred Hitchcok, "Intriga internacional". Descenso al mundo de las Grandes Llanuras, del Medio Oeste americano, donde uno está esperando algún asentamiento indígena con muchos búfalos alrededor, como lo indican los carteles que testifican el lugar. Recorrida al universo pedestre de esos habitantes casi rurales, de la ironía pronta, de la desconfianza al que no es del palo, inmersos en soledades y extensiones casi patagónicas, al borde de la nada. De "Nebraska" se disfruta de un relato con música inolvidable y exquisita fotografía en blanco y negro, realizada por el fotógrafo que siempre acompaña al director Alexander Payne, él que no por nada lleva el pomposo nombre de Phedon (Papamichaels), ese del libro de Platón que hablaba de la esencia y la apariencia y de la importancia de la reminiscencia, justamente temas que trata el filme, donde lo valioso parece tonto, pero no lo es. FALSOS PERDEDORES "Nebraska" es un filme de falsos perdedores, de ilusiones perdidas con notables momentos donde las máscaras caen y los más tontos se revelan odiosos y los más dulces, peligrosos (ver el almuerzo familiar, similar al del filme "Agosto", pero con gerontes y "tontos" temibles). Sorprende la intensidad y el humor de los diálogos y la perfección del guión, donde todo va cerrando, lenta, pero rigurosamente. El paisaje y los cielos son un placer, la música acaricia y las interpretaciones, especialmente la de Bruce Dern, como Woody (imperdible caracterización) son para recordar. También se destaca June Squibb, como la esposa Kate y Will Forte en el papel de David, el hijo. Los que están acompañados por un grupo de excelentes actores veteranos que van desde Stacy Keach, intenso y justo, hasta Angela Mc Ewan, la novia que olvidó Woody y que se reencuentran a través de un diario barrial.
La odisea de Woody comienza cuando decide ir por sus propios medios desde Montana hasta Nebraska -más de mil doscientos kilómetros- para cobrar un millón de dólares que supuestamente ganó. Este deseo no resultaría caprichoso si nuestro personaje principal fuera joven y no padeciera de algunos signos de demencial senil. Ante la insistencia de Woody y la negativa de algunos de los integrantes de la familia, es su hijo menor, David, quién decide llevarlo y cumplir con la fantasía. Nebraska_EntradaDe paisajes desolados y cielos encapotados, el viaje no solo será espacial sino también temporal. Un viaje al pasado del padre, a su juventud, a sus vínculos y a sus afectos. Pero también es el momento para que David conozca quién fue su padre, sus anhelos y sus virtudes. Salvando las distancias -paradójicamente- la película Philomena, narra el viaje de una madre en busca de su hijo perdido. En cambio, en Nebraska, es el hijo quién busca reencontrarse con su padre en la proximidad de la distancia. El film, compuesto de escenas cotidianas con diálogos típicos que puede tener una familia estancada en un pueblo donde no sucede nada. Donde por culpa de la “crisis” solo se toma cerveza y se ocupan de la vida ajena. Ahí, cuando todos malgastan su tiempo frente a la televisión o simpatizar con Woody por ser ahora millonario, David descubrirá los porqué de su padre. En esta búsqueda, sucede una de las escenas más emocionantes cuando si saberlo conoce a una antigua novia de su papá, dueña del único diario (ahí donde las no-noticias son noticias), poseedora de un pasado vivo en papel. Payne retrata en Nebraska, la reconstrucción de lazos familiares. Los personajes y situaciones poseen características reales tan similares como la vida, donde las personas se lastiman y orinan. Con una puesta en blanco y negro, el director Alexander Payne, narra con simpleza la vejez y la madurez. En descubrir y aceptar el momento donde nuestros padres se volvieron viejos y los hijos en padres.
lexander Payne nos entrega una pequeña gran odisea en la que un padre y un hijo se redescubren como individuos. ¿Qué tan bien conocemos a nuestros padres? Esa es la pregunta que nos plantea Nebraska. Una pregunta que no muy a menudo hacemos, y que no siempre la hacemos dos veces desde el mismo prisma. Por un lado, el prospecto de que esa figura que nos cría haya sido también un joven despreocupado es algo que lógicamente creemos pero nos cuesta imaginar y por el otro, algo que si podemos creer e imaginar por igual, son los deseos y ambiciones individuales que quedan arraigados en ellos y no llegan a realizarse. Este título, aunque en apariencia la historia de un padre y su hijo, es la de un hijo que poco a poco empieza a verse a sí mismo en su padre. ¿Cómo está en el papel? Woody Grant, un jubilado que vive en Montana, recibe una carta de una revista en la que es proclamado ganador de un millón de dólares, y para reclamar ese premio deberá ir a las oficinas de la revista en Nebraska. Todo el mundo puede ver que se trata de una estratagema para vender más revistas, salvo Woody, por lo que su mujer y su hijo mayor creen que ya es hora de meterlo en un geriátrico. No obstante, su hijo menor, David, que si bien al igual que todos puede ver claramente que el hombre está para atrás, es también por otro lado el único que más o menos simpatiza con su fantasía; principalmente porque percibe que su viejo está más cerca del arpa que de la guitarra, y no le quedan muchas alegrías, no le quedan muchos objetivos. Por esto, se decide a llevar a su padre en auto hasta Nebraska, pero una parada inesperada en el pueblo natal de Woody los confronta no tanto con el pasado, sino con toda la historia de su padre. Amén de trabar pinzas con mucha gente que quiere sacarle algo de “dinero” a Woody. Son varios los temas que se despliegan en Nebraska, tanto en su superficie como en el subtexto. Uno de los muchos temas, a nivel superficial por supuesto, es como el interés nos rodea de amigos. Woody llega a su pueblo, donde la mayoría lo descarta como un pobre borracho, y que por el “premio” que ganó se convierte de la noche a la mañana en el blanco de un afecto exagerado por parte de un grupo de personas de las cuales, en la mayoría de los ocasiones, no hay que ser psicólogo para darse cuenta que tienen intereses ulteriores. Otro tema sería el de un hijo que trata de cumplirle uno de sus últimos deseos a su padre. Si nos quedáramos con estas definiciones, acertaríamos en sobre que trata la película, pero sería un acierto incompleto. Como todas las buenas películas, Nebraska consigue ser una película excelente por como utiliza estas cuestiones superficiales como puerta de entrada para tratar temas más profundos. Con esto último me refiero a que habla sobre la espina que mueve a cada ser humano, que es lo que lo motiva a hacer las cosas que hace. Es sobre aquellos rasgos que vemos en nuestros padres, los que poseemos por herencia, y la asimilación que hacemos de ellos casi imperceptiblemente. Es sobre como el pasar de los años puede llegar a pesar por la concientización de que no hemos hecho lo suficiente de nuestra vida. Pero más que nada es sobre como esa jerarquía, esa cadena de mando, se vuelve difusa; no tanto con la diferencia de edad y la sanidad mental, sino que empieza en el reconocimiento del otro como individuo, quien como todos, tuvo una juventud despreocupada, al igual que sueños y deseos que se llegan a frustrar. ¿Cómo está en la pantalla? Nebraska es la primera película de Alexander Payne que es un guion original (la última fue su debut en la dirección, Citizen Ruth, en 1996) y la primera cuyo guion no escribió, y sin embargo es una película que lo confirma, al menos desde mi perspectiva, como uno de los pocos autores de este nuevo siglo. La historia apela, como en el resto de sus películas, a las pequeñas ambiciones y deseos de los seres humanos, y como la melancolía generada por una frustración, posible o concreta, de esas ambiciones o deseos cala hondo en nosotros. También hay un uso constante de trompetas y trombones en la banda sonora, como apelando a una suerte de patetismo del payaso triste de un numero circense; una característica que acompaña a gran parte de los personajes de Payne. Pero, y del mismo modo cuando hablé del guion de esta película, decir que estas son marcas autorales seria una definición acertada pero incompleta. Lo autoral, al menos en esta película, está en cómo Payne hace suya la historia a nivel visual. Filmar esta historia en Blanco y Negro no es un capricho estético, como suelen ser la mayoría de las películas filmadas de esta manera, sino que tiene un por qué. Ese por qué es, al menos para mí, es el blanco y negro como la noción de recuerdo. Como una historia que David, teniendo la edad de Woody, le cuenta en el futuro a sus hijos sobre ese último viaje que hizo con el abuelo. Esta noción aumenta su riqueza por unas hermosas composiciones en Cinemascope y que opta por una nitidez en su tratamiento del Blanco y Negro, que casi la acerca al color. Esto solidifica su condición de recuerdo pero la hace accesible como una historia del aquí y ahora; a contrapelo de la mayoría que filma en Blanco y Negro que pone los contrastes al mango. La película, en muchas ocasiones, tiene tiempos muertos, planos sostenidos y alguna que otra repetición que en apariencia pueden llegar a aburrir. Pero no obstante, esto tiene un por qué, y va de la mano con la intención de la película que bien podría ser la memoria de David al relatar esta historia tratando de recordar cada detalle y cada personaje de esa historia que tiene en su cabeza. Por el costado actoral, Bruce Dern (quien ganó en el Festival de Cannes el premio al Mejor Actor por este papel) esta, como se podía esperar, formidable en su composición de Woody. Gracioso en sus desvaríos y conmovedor en su lucidez. Lo brillante de la labor de Dern es como se las ingenia para hacer convivir estas dos caras al mismo tiempo. No solo sabe con qué expresión debe predominar en cada escena, sino que se las ingenia para muy sutilmente se vean atisbos de la otra expresión. Will Forte (a quien tendrán fresco por Saturday Night Live), quien da vida a su hijo David, entrega una interpretación contenida e identificable. Un ejemplo más que agregar a lista de aquellos cómicos que llegan a sorprender por sus incursiones dramáticas. Pero la que se lleva las palmas es definitivamente June Squibb, como la mujer de Woody; muchas de las grandes carcajadas de la película vienen de su impecable interpretación. Conclusión A base de un guion solido, una propuesta estética impecable y unas interpretaciones totalmente identificables, Nebraska es una de las grandes películas de lo que va de este año. Cabe destacar que no es apta para impacientes; Payne se toma su tiempo, pero si usted lector lo deja hacer se verá enormemente recompensado. La lentitud y el detenimiento que a muchas películas les sobra –más seguido que no, por capricho–, acá está completamente justificado, y eso es algo que solo los buenos directores pueden hacer. Pero el gran acierto de Payne, y del guionista Bob Nelson, fue el tomar una historia común y corriente de padres e hijos, y calar mas hondo de lo que haría la mayoría. Porque lo que hace verdaderamente extraordinaria a Nebraska no es el redescubrimiento de Woody y David tanto como familia, sino como individuos. - See more at: http://altapeli.com/review-nebraska/#sthash.3F2B4a3m.dpuf
Sueños compartidos Gran película sobre las relaciones familiares, y el orgullo sincero. Vaya uno a saber si Woody Grant tiene lo que quiere, o lo que quiso en la vida. Allí va, caminando por la ruta, con su cuerpo cansado, solo, a buscar su recompensa. De esto trata Nebraska: de recibir. De dar, de jugarse, de dejar algo. De actuar, en el sentido de vivir. Los cobardes, nos dice Nebraska, no actúan. Woody es un anciano que recibe un cupón en una revista y cree que en verdad ha ganado un millón de dólares. Está obsesionado. Tanto, que duerme aferrado a la carta. Y quiere viajar desde su casa en Montana hasta Nebraska, a recibir el premio. No entiende que es un engaño, una estafa. Los personajes de Nebraska son gente de pocas palabras. Pero las tienen, y las dicen en el momento preciso. “¿Tiene Alzheimer”?, le preguntan a David, su hijo menor. “Sólo cree lo que la gente le dice”. Más claro... El tipo necesita algo por qué vivir. No se trata del dinero, sino de seguir con la fantasía. ¿Qué haría Woody con un millón de dólares? Comprar una camioneta nueva. Su sufrida esposa, con un millón, lo pondría en un asilo... Y allí van, en auto, Woody y David, rumbo a Nebraska, y pasarán de camino a visitar familiares. Y las ciudades, como despersonalizadas, estarán tan presentes como un personaje más. Alexander Payne es un especialista en retratar relaciones familiares, sean las que fueran. El director de Las confesiones del Sr. Schmidt, Entre copas y Los descendientes tiene una habilidad encomiable en ese ámbito. Para pintar un vínculo, con alguien, o con algo, le basta un pantallazo. Puede mostrar la casa de la infancia del protagonista, derruida, o hacerle decir a David “Quiero que vuelvas” a su ex, y “Casarnos, separarnos... Hagamos las dos cosas. Hagamos algo”, le reprocha la ex, que lo dejó después de dos años. Woody es un tipo de buen corazón, pero alcohólico y, parece, fue mujeriego. “Tú también beberías si estuvieras casado con tu madre”, le dice a David. “¿Dejarla? Terminaría con otra que estaría molestándome todo el tiempo”. Nebraska habla de la sabiduría que dan los años. De saber cuándo dejar una Mountain Dew para compartir una cerveza con el padre. Y de una generación que no se separaba nunca, y otra que sí. De los buitres que hay en toda familia cuando aparece dinero, y de recuperar algo, al menos, de lo extraviado. Como encontrar cosas perdidas o dientes postizos entre las vías del ferrocarril. Son tal vez sueños postizos. Sueños derruidos, sueños compartidos entre padre e hijo que siente orgullo por el otro. Y por algo Payne eligió que en el karaoke del bar suene Time After Time, de Cindy Lauper, por aquello de que " Si estás perdido, puedes buscar y me encontrarás una y otra vez Si caes te sujetaré, estaré esperando una y otra vez”. Los últimos 5 minutos son los mejores que haya rodado Payne en toda su carrera. Probablemente Nebraska no gane ninguno de sus seis Oscar a los que está nominada, pero se los merece todos.
Estamos ante una poética cinta dramática, rodada en un bellísimo y cautivante blanco y negro por el interesante ALEXANDER PAYNE, quien maneja con pericia los climas de una historia intimista plagada de emoción. El clima naturalista del filme puede atentar contra la paciencia de los espectadores acostumbrados al cine más comercial, pero para aquellos que busquen una producción de autor, festivalera y hasta con cierto tono experimental, NEBRASKA no los defraudara, y los hará gozar de una experiencia cinematográfica de enorme impacto visual y emocional. Para exigentes.
Family road movie Woody Grant (Bruce Dern) es un hombre mayor, de esos que ya van perdiendo contacto con la realidad, y quien al recibir una publicidad en su correo se convence de que ha ganado un premio millonario por el que debe ir hasta Nebraska a retirarlo. Luego de que su familia agota paciencia y recursos en explicarle que no ha ganado nada, su hijo David (Will Forte) decide seguirle el juego, llevándolo hasta Nebraska y con esa excusa pasar unos días con su padre. Ambos salen a la ruta en el auto de David, se embarcan en un viaje con pocas palabras, donde al principio los esfuerzos del hijo por conectarse con su padre parecen en vano. Pero una parada obligada en el pueblo natal de su progenitor le permite descubrir retazos de su pasado, y de su entorno familiar, que le mostrarán todo lo que no conocía de su padre, ayudándolo a comprenderlo. Entre el humor y la melancolía, con una hermosa fotografía en blanco y negro que le otorga más nostalgia al relato; sin filtros, con mucha crudeza y bastante ironía, "Nebraska" es una historia familiar donde no hay moralejas ni finales felices, simplemente muestra eso que está ahí, la apatía de los pueblos pequeños, las miserias familiares escondidas, y una relación padre e hijo real, con pocos diálogos, pero muy buenos.
Emotiva comedia dramática con gran protagónico de Bruce Dern Alexander Payne es el autor de "Las confesiones del señor Schmidt", "Entre copas" y "Los descendientes", tres buenas comedias dramáticas de guiones muy cuidados y brillante elenco, sobre las inquietudes de gente común en conflictos familiares y personales algo fuera de lo común. Hizo otras cosas, pero esas tres son las mejores. Ahora suma una cuarta, de similares características y algunos toques distintos, dolorosa, tierna, despojada: "Nebraska". Nebraska es un Estado del Medio Oeste. Grandes campos, larga carretera, pueblos chicos con habitantes de ilusiones chicas y mentes reducidas. El es de ahí, aunque hijo de inmigrantes. Conoce el paño. Dakota del Sur es más o menos igual. El guionista Bob Nelson es de ahí. Parte de Montana también es más o menos igual. Desde Montana sale un día un viejo percudido por la edad, el trago y los fracasos. Está decidido a hacer 1.450 kilómetros cruzando las Grandes Llanuras con tal de cobrar un supuesto premio que lo sacará de pobre. Sólo él cree en ese premio. Quizá gane algo mejor: el mayor cariño de uno de sus hijos, un poquito de dignidad, y un desquite personal frente a los vecinos de mala entraña. Ese es el cuento, tan sencillo y con momentos tan hondos en su sencillez, y descansos tan graciosos en pleno relato, que sólo cabe acompañar sin más las andanzas, desgracias y malicias de sus personajes, y descubrir las sorpresas y enseñanzas que nos reserva el camino. Protagonista, en el rol de anciano que ha ido perdiendo las neuronas, Bruce Dern, 76 años al momento del rodaje, ese mismo Bruce Dern que en su juventud, con dientes de rata y mirada de loco, fue el malo preferido de "El clan Barker", "Trama macabra", "Los cowboys", donde asustaba a los niños y mataba al abuelo, "Regreso sin gloria", "Justicieros del Oeste", "Driver" (la versión buena). Ahora lo vemos como un pobre viejo infeliz, pero es un pedazo de historia, y un actor de los mejores. Ganó en Cannes con este personaje, y está entre los candidatos al Oscar. Robándole escenas en el papel de esposa gruñona y lengua larga, June Squibb, 74, candidata como actriz de reparto. Regocijante, su visita guiada al cementerio para hablar mal de los muertos. De apoyo, Will Forte, Bob Odenkirk, Stacy Keach, buena lista. Fotografía, Phedon Papamichael, que estuvo en las últimas de Payne y acá ilumina en hermoso blanco y negro, para redoblar la sencillez de la historia, y también para asimilarse un poco a Preston Sturges y Peter Bogdanovich, autores de recordadas historias sobre la América Profunda. El fotógrafo también va al Oscar, dicho sea de paso. Y el libretista, el director, y la película, por supuesto. Productores, Albert Berger y Ron Yerxa ("Pequeña Miss Sunshine").
"Nebraska" tiene 6 nominaciones a los premios Oscars, incluido "mejor película", y realmente lo vale. Alexander Payne, director de "Entre Copas" y "Los Descendientes", entre otras, vuelve a sorprender con una historia simple pero tremendamente gigante. Rodada en blanco y negro, hace que cada una de las tomas se sientan como una fotografía en movimiento, sumándole a eso, las perfectas actuaciones de Bruce Dern, Will Forte, Stacy Keach, etc... Todos funcionan a la perfección. Una película que se puede catalogar como "comedia", pero que al mismo tiempo tiene "drama"... o sea, es simple, como la vida misma. Buenas líneas de guion, y un trayecto hacia el final, que solo Alexander puede lograr. Emocionante, maravillosa y con una banda sonora para enamorarse. "Nebraska" finalmente se estrena (parecía que no) y tenes que verla.
En Nebraska veremos la historia de Woody Grant, un anciano mecánico deslizándose rápidamente hacia la senilidad de sus últimos años. Su escape es aferrarse fuertemente a la idea de que ha ganado un millón de dólares e irá a cobrar su premio cueste lo que cueste, con o sin el apoyo de su familia. Lo tragicómico de la situación es que el pueblo donde Woody se crió lo recibe como a un héroe y todos lo ven, en menor o mayor medida, como una celebridad. Explorando nuevamente un trasfondo familiar como ya lo hizo en su anterior The Descendants, Alexander Payne vuelve a jugar las mismas cartas, con resultados aún mayores y mas ricos en variedad que en el film protagonizado por George Clooney. Ya no estamos hablando de la muerte dentro del grupo y el culto de tradiciones funerarias alrededor del mismo, sino que la trama familiar pasa por la desidia y la codicia de un clan numeroso que se reúne como excusa para festejar al pariente -aparentemente- y de paso sacar una tajada utilizando sucios ardides cuando la cortesía ya no surte el efecto deseado. El factor comédico de ver interactuar a la familia Grant en su totalidad contrasta con la tristeza que cargan en sus espaldas los protagonistas, y la maestría de Payne se deja en clara evidencia al poder mechar los momentos de comedia con el drama más puro, sin que ningún género opaque al otro. A primera vista, parecería que los académicos le dieron más peso a la edad y la carrera de un avejentado Bruce Dern por sobre la jovialidad de Will Forte. Finalmente el primero consiguió una nominación por sobre la brillante demostración de apatía por parte de Forte, quien deja bien claro que su arte en la comedia es una cosa y que si se lo propone puede trabajar con un registro extremadamente dramático y ganar por goleada. Pero a medida que pasan los minutos, el naturalismo y la intermitencia que refleja Dern en su cansado y abatido Woody demuestra la excelencia de un actor en la cima de su carrera. La profundidad de su caracterización es tan inmersiva que de a momentos el espectador realmente siente que está en presencia más de un documental sobre la tercera edad que un drama de ficción. Siento que lo digo demasiadas veces en la temporada de Oscars, pero realmente es una clase maestra de actuación. Dejando de lado a Dern y Forte, y sin olvidar mencionar al excelente trabajo de casting que se hizo para el film -los habitantes del pueblo de Hawthorne son fascinantes en su vacua existencia- ciertos momentos le pertenecen completamente a June Squibb, esta veterana escondida bajo las rocas hollywodenses que llega pisando fuerte y con una candidez envidiable se roba casi todas las escenas en las que está presente. Como Kate, la esposa de Woody, Squibb es un personaje inestimable al que no le preocupa decir todo lo que se le pasa por la mente, una de esas personas tan cotidianas en la vida de cualquiera que genera tanto odio como amor absoluto, una persona que incluso dormida no quita esa cara a medio camino entre la ternura y el enojo eterno. La protagonista que nadie se imagina es la gran fotografía a blanco y negro de Phedon Papamichael, un gran recurso estilístico que le otorga otro color -ejem- al film de Payne, donde la escala de grises contrasta perfectamente con la animosidad de los personajes y los subsiguientes secundarios en el camino de la familia Grant. Alexander Payne se marca con Nebraska otro puntito más y se consolida como uno de los directores americanos con más sustancia del medio actual. Nuevamente queda demostrado que con una historia pequeña y grandes actores se puede tener como resultado una película emotiva y totalmente gratificante.
Million Dollar Oldie Alexander Payne da cátedra acerca de cómo, a partir de la sencillez, se puede construir una maravillosa obra cinematográfica. Nebraska no se enreda ni pretende presumir demasiado. Tampoco lo necesita. Simplemente transcurre, a su ritmo, manso, de carácter agradable, simpático y sensible a la vez. Y con esa sinceridad que se hace presente en cada una de las escenas le basta y le sobra para conquistar al público. Con seis nominaciones a los Oscars, el film nos enseña la historia de Woody Grant (labor magnífica de Bruce Dern), un anciano con divagues y síntomas de demencia que insiste en emprender viaje hacia Nebraska para cobrarse un millón de dólares tras recibir una carta que contiene, en su enunciación, un claro y evidente engaño. Pero por más que sus familiares intenten hacerlo entrar en razón, al bueno y testarudo de Woody nada parece detenerlo. Allí interviene uno de sus hijos, David, encarnado por Will Forte (el otro bajo la interpretación de Bob Odenkirk, el propio Saul Goodman de Breaking Bad), para acompañarlo en su obstinada y loca odisea. Payne acierta cuando combina el tinte cómico con el drama. Logra que los silencios no se sientan incómodos ni densos. Los gags nunca quedan fuera de lugar al mezclarse con el dejo melancólico constante que caracteriza y tan bien le sienta al relato. La película triunfa desde la naturalidad y honradez con que se reflejan las situaciones: el sentimentalismo jamás se percibe forzado y por eso se expande con mayor fuerza. Fuerza que se complementa y crece con la fotografía en blanco y negro para adecuar la narración aún más a la realidad y adornarla así con un refinado baño de delicadeza. Este road movie recorre con franqueza absoluta las relaciones afectivas entre los seres humanos, con ironías, valores e intereses que aparecen repentinamente. Pone en evidencia el acercamiento por conveniencia de las personas hacia alguien que se vería involucrado en un suceso que lo beneficiaría económicamente. La codicia entra en juego; los pedidos y favores empiezan a asomarse cada vez más. Y Woody, entre su locura y su tozudez, afirma que será acreedor de la suma monetaria. La difícil tarea de David a la hora de escoltar al anciano es recompensada cuando comienza a conocer más a su padre, intercambiando charlas y revelaciones que oscilan entre momentos de trastornos y recuerdos que guardan algo de lucidez. Woody se pierde, se cuelga y se confunde. Pero no baja los brazos. Su absurda esperanza transporta al espectador a una aventura absorbente, dulce y encantadora. Solo es cuestión de dejarse llevar y disfrutar lo que ofrecen las circunstancias, el dúo protagónico y los secundarios. Muchas veces las cosas más sencillas ocasionan o despiertan los sentimientos más profundos. Y Nebraska es uno de esos casos: la simpleza y sinceridad de su historia cala hondo, conmueve y termina dejando un gran sabor. LO MEJOR: las actuaciones, principalmente de Bruce Dern. El blanco y negro. La carga emotiva que conlleva. La música, tenue y cautivante. Tierna, casi perfecta. LO PEOR: en algunas instancias de la primera hora tarda en encontrar el rumbo justo. PUNTAJE: 9
Por suerte, después de varios idas y vueltas, se estrenó Nebraska en Argentina. Alexander Payne dibuja, en el mejor estilo de su cine, una comedia ácida y con referencias a road movie. Una hermosa fotografía en blanco y negro para retratar una historia chica y profunda, acerca de la dignidad y las relaciones humanas. Con varias nominaciones al Oscar, es perfecta en lo suyo. Escuchá el comentario. (ver link).
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Serás lo que debas ser o no serás nada Hay formas y formas de escaparle a la vida rutinaria. La que tiene Woody Grant (estupendamente interpretado por Bruce Dern) es huir de su hogar y de su verborrágica esposa. Así lo muestra la primera imagen de la película antes de que David, su hijo, lo rescate en la ruta. El director Alexander Payne vuelve una vez más sobre la idea del viaje como recurso para desenmascarar identidades y con personajes cuyo dilema pasa por moverse o estancarse dentro del entorno que les toca. En algún punto, el asunto remite a Una historia sencilla de David Lynch. Sin embargo, allí el móvil de la insólita travesía era recuperar el afecto de un hermano; aquí es el dinero. Woody quiere ir sí o sí a Lincoln, Nebraska, porque dice haber ganado un millón de dólares pese a que sus hijos intentan persuadirlo de que es un embuste publicitario. No es un dato menor. Esta pequeña historia de tensa calma se disfruta como experiencia estética (extraordinaria la música de cuerdas que acompaña la geografía desolada fotografiada en blanco y negro) pero también tiene bastante por decir. Lo bueno es que no lo grita ni lo subraya y lo transmite en sutiles pinceladas que se trasuntan en breves diálogos, miradas y pequeñas acciones. Vivir en Billings, Montana, no es fácil. Tampoco lo es en los lugares que los personajes recorren tratando de refundar un sentido para un pasado gris, anodino. Una adorable anciana dice en un determinado momento “sucede a una edad temprana aquí. No hay mucho más que hacer. Estos niños viven mirando traseros de vacas y de cerdos”. Y en efecto, la galería de personajes estáticos que desfilan, impávidos, sólo se concentran en hablar de autos mientras miran un partido de fútbol americano por televisión. No obstante, lo único que quiebra la monotonía es la creencia de que Woody es millonario; es ahí cuando todos se alteran en torno a esa posibilidad. El dinero es el único móvil de salvación pero afrontar que no se lo tiene es aún peor. Nebraska habla también de la dificultad de restituir lo que nunca existió: una familia, el lugar de la infancia, la felicidad. Sin desdeñar el absurdo como vía humorística, detrás de la gracia de los personajes se encuentra el dolor, la frustración de una vida que pudo ser, las cicatrices de una guerra y un cuerpo que apenas aguanta moverse. El único que se apega a la falsa ilusión del padre es David. El sabe que el viaje debe hacerse porque, más que el dinero, hay una cuestión que se vincula con el descubrimiento interior, con la fuga hacia otra realidad menos asfixiante. Para él también es una forma de huir de un trabajo en el que apenas puede vender algo en medio de una crisis galopante. El otro costado de la familia, la madre y Ross, representan la productividad, el ocupar el tiempo. El resto de los personajes se mueven en el terreno del disparate cuando ponen en evidencia sus intereses, pero no dejan de ser muy simpáticos. Así de honesta se muestra la última película de Payne, sin poses manieristas ni excesos de ridículos gags. Con su moderación, conjuga una mirada sobre la vejez pero también sobre los efectos del capitalismo.
Las preguntas del millón Alexander Payne es uno de los tipos mimados de Hollywood hoy en día. Película que hace termina nominada al Oscar, gana alguno, le va muy bien en la taquilla, y los actores se pelean para trabajar con él. En esta última película suya pareciera como si, siguiendo en esa línea de hijo pródigo, dejara todo eso de lado para buscar una nueva estética y una nueva cara para contar básicamente lo mismo de siempre: un tipo atribulado, que necesita cambiar de aire para reencontrarse a sí mismo. Lo hizo con About Schmidt (¿es muy ambicioso decir que es la mejor actuación de la carrera de Jack Nicholson?) y con The Descendants (¿es muy arriesgado decir que es… la mejor actuación de la carrera de George Clooney?), y ahora lo vuelve a hacer con Nebraska (acá sí es muy jugado decir que es la mejor actuación de la carrera de Bruce Dern, pero… ¡quizás lo sea!). Pero, ojo, no es una fórmula repetida hasta el hartazgo: ¡a Payne le sale bien! Y cuando algo sale bien, hay que explotarlo con todo, siempre y cuando, y sólo siempre y cuando sea con diferentes formas de contarlo. Nebraska es una alternativa a la filmografía de Payne. En un blanco y negro realmente no muy justificado pero que apoya muchísimo la parsimonia de un relato casi estéril de sentimientos con la cámara, y que contrasta a la perfección con la nula cantidad de matices por parte de los personajes, la película pasea (nunca mejor dicho) por un feedback magistral por parte de Dern y Will Forte. La relación padre-hijo es el centro de la narración, a partir de la cual se desata una serie de situaciones extremadamente cómicas, pero a la vez muy tristes. Payne logra algo muy difícil: filmar la ignorancia, y con esto, explicar la inocencia. La inocencia de un señor de tercera edad, senil y casi devastado por el alcoholismo, y un principio de Alzheimer que le devora los recuerdos con la misma facilidad que la monumental ingesta de cerveza diaria lo hace con su hígado, personificado formidablemente por Dern, quien logra crear un monstruo adorable del que cuesta no compadecerse. Nebraska es ese camino final, no sólo del recorrido de los personajes, que deben ir a ese estado para retirar un supuesto premio valuado en un millón de dólares con el que fue engañado el viejo Woody Grant (Dern), sino también como metáfora del final de la vida. El premio traza un paralelismo contundente sobre los “gustos” que nos podemos llegar a dar a modo de aspiraciones en la vida, aun así ya no sean de ningún tipo de utilidad. Y también, para aquellos que una vez llegados a la meta se encuentran con la desilusión de que la vida no les tenía preparado un premio, están los consuelos. Allí asoma la familia como tesis final de Payne y el guionista Bob Nelson, ese inestable pero recurrente abrazo reparador que sirve como el mejor motor para intentar llegar a esa línea final. Nuevamente tenemos la trama básica payneana (?): un hombre que arrastra a su familia en un viaje interior, que se exterioriza con la partida a otras tierras para buscar algo. Con About Schmidt, el personaje de Nicholson buscaba algo más filosófico y espiritual, y eso le terminó costando la partida de su esposa, mientras que con The Descendants todo era más terrenal y simple, pero no por eso menos profundo, con la pérdida de la figura sabia femenina también como detonante. En ambas películas hay una crisis, como en la genial Sideways (2004), donde los dos protagonistas van en dos direcciones opuestas pero también buscan ese “algo” teniendo que ir a un lugar puntual los dos juntos. Así, Payne ya se perfila como tal vez el mejor director de road movies existenciales del cine contemporáneo, y si bien Nebraska es una nota discordante en cuanto a estética, no lo es en cuanto a la narrativa, con un trabajo excelente con los actores (June Squibb se roba las escenas en que aparece) y diálogos muy elaborados en cuanto al uso del timing. Los personajes de Payne son buscadores de tesoros que antes no pudieron encontrar en sus vidas y deben salir a buscar llevando todo su bagaje con ellos, todas sus cosas, recuerdos y deudas. Y nosotros somos los acompañantes privilegiados, una vez más.
Un hombre mayor recibe una publicidad engañosa que le avisa que se hizo acreedor de un millón de dólares. Sin advertir la “letra chica” del aviso, y sin abrigar ninguna duda sobre su legítimo derecho, el viejo pretende cobrar su premio. El anciano sufre episodios de ausencia y es alcohólico, y ya entró de lleno en la etapa en la que los adultos abandonan cualquier tipo de freno y se expresan con absoluta crudeza. Integrante de uno de los estratos más bajos de la clase media norteamericana, el hombre convive con su mujer, una anciana que lo abruma con reproches y le recrimina su empecinamiento por viajar a una ciudad lejana para obtener el premio que cree haber ganado. El gastado núcleo familiar se completa con dos hijos adultos. Uno de ellos transita por un plano ascendente en su carrera como periodista televisivo. El otro se encuentra inmerso en el frustrante proceso de separación de su pareja y sobrevive con un empleo como vendedor de electrodomésticos. Alexander Paynelogra mostrar con crudeza uno de los costados menos frecuentados de “la familia americana” y toma la etapa final de la vida de una pareja de padres como plataforma para analizar las consecuencias de un sistema de vida que muestra demasiadas fisuras como para ser tomado como ejemplo. Cuando el hijo menor comprueba que su padre está llegando al final del camino, decide tomar el toro por las astas y darle el gusto de realizar el viaje para que cumpla con su último sueño y, además, para intentar compartir algo más que el apellido con su padre. Ambos inician un viaje que incluirá una parada en el pueblo natal del anciano, donde el reencuentro familiar desnudará, de distintas maneras, el desapego que caracteriza a los grupos familiares. En esa etapa, en la que el viejo se ufana de haber ganado un millón de dólares, surgen los intereses de sus viejos conocidos y de sus parientes: todos quieren ganar algo con su suerte. Filmada en blanco y negro, —recurso que le otorga a historia una pátina nostálgica conveniente para el carácter de “vuelta al pasado” que el director le imprime al filme, con recuerdos de romances, rencillas familiares y otras circunstancias que afloran en la visita del anciano a su pueblo natal—, la película es un fresco de una novedosa situación que afronta la sociedad occidental en la que cada vez hay más ancianos y las familias enfrentan el dilema de cuidar personalemnte a sus padres o internarlos en un geriátrico. También patentiza el abismo cultural que se abre entre aquellos que mantienen tradiciones y se apegan a normas sociales que hoy resultan absolutamente anacrónicas para las nuevas generaciones. Con un buen balance entre la comedia y el drama, Payne consigue redondear una buena película, con la descollante actuación de su protagonista y el efectivo abordaje de uno de los nuevos problemas a los que deben hacer frente de las sociedades occidentales.
PREMIO INESPERADO Después de recibir un falso premio por correo, Woody Grant, un anciano con Alzeheimer, cree que se ha vuelto rico y obligará a su hijo David a emprender un largo viaje para ir a cobrarlo. Poco a poco, la relación entre ambos —rota durante varios años por las borracheras de Woody— irá adquiriendo singulares matices. Es un típico filme de Alexaner Payne (“Entre copas” y “Los descendientes”), con personajes grises, relaciones humanas conflictivas, gente perdedora, y el viaje y el camino como desafío y revelación. Comedia dramática, agridulce y sensible, que tiene en Bruce Dern -un conmovedor Woody- el mayor exponente de un elenco actoral sin fisuras. Otra historia sencilla, melancólica y emotiva que reflexiona sobre el paso del tiempo, por supuesto, sobre las difíciles relaciones familiares, pero que también echa un poco de luz tristona sobre esos pueblos perdidos a los que la crisis los dejó inmóviles y casi desiertos, paisajes mustios poblados por una veteranía desganada que gasta sus horas y sus últimas ilusiones en la cerveza, el bar la TV. Son seres dominados por la rutina a quienes una fantasía (ese falso premio), los despertará y les obligará a revelar el verdadero rostro de sus intereses: codicia, tedio, violencia, hastío, mentiras. Y por allí andará Woody, quien a falta de mejores horizontes, apostará sus últimas horas a soñar con algo en algo, porque –como dice el hijo cuando van a buscar ese millón de dólares- “él cree lo que la gente le dice”. Al final, tuvo sentido tanto recorrido: el viaje con su hijo fue el mejor premio.
Padre e hijo A veces el cine ofrece joyas resplandecientes –por más que no estemos ante un film particularmente luminoso– y entrañables –por más que los sentimientos afloren a cuentagotas– como Nebraska. Con esta obra extraordinaria pero a la vez sencilla y austera, inocultablemente local pero de aliento universal, el cineasta Alexander Payne se coloca en un lugar referencial de la cinematografía mundial, luego de ofrecer títulos valiosos como la formidable Entre copas y la interesante pero algo sobrevalorada Los descendientes. Con indudables reminiscencias de Una historia sencilla de David Lynch, por su tratamiento formal y narrativo, Payne alcanza con esta pieza niveles sublimes tanto en el plano expresivo como en el dramático y emocional. E internándose en terrenos en los que la comedia y la parodia también se suman a los variados estímulos artísticos propuestos. Una película cuyo ramillete de nominaciones de la Academia, merecidas pero que no revalorizan especialmente a un film que no parece estar concebido con ese propósito, posee claros componentes que la podrían ubicar dentro del subgénero de la road-movie. Pero Nebraska es mucho más que eso. A través del disparador de un hombre mayor y arrasado por el alcohol que pretende retirar un premio que una tramposa carta le promete, se pondrá en marcha una regocijante y a la vez melancólica aventura caminera de padre e hijo, con otros sustanciosos personajes que irán interviniendo. El paso del tiempo, la incomunicación y la avaricia familiar son temáticas que Payne aborda con una extraña mezcla de distanciamiento y profundidad. La excepcional fotografía en blanco y negro fortalece aún más el factor dramático de interpretaciones tan verosímiles como soberbias de Bruce Dern, June Squibb y Will Forte. Y una bellísima banda sonora realza el poder de los paisajes y las criaturas que los habitan.
Nebraska, el nuevo filme de Alexander Payne, se aleja de los estándares del cine hollywoodense y compone el retrato de la masa silenciosa que habita Estados Unidos, y su pobreza espiritual. En un período signado por el exceso y la velocidad, ver una película de Hollywood sin cocaína, mujeres desnudas, millonarios inescrupulosos y psicópatas es una anomalía. La regla pide profusión de efectos visuales y exhibicionismo psicológico: realidad anabólica en 3D y personajes narcisistas. Nebraska debería ser leída como la intrusión en pantalla del gran fuera de campo del cine mainstream estadounidense. Aquí se ve y es protagonista la masa silenciosa que habita Estados Unidos. La pobreza espiritual es espantosa, y el estándar económico de un vasto número de pobladores no alcanza para paliar la escasez simbólica que los determina. Todos los personajes de Nebraska festejan el presunto millón de dólares que un mecánico retirado y ex combatiente de la Guerra de Corea cree haber ganado en un concurso de una revista. Los juegos de azar y los concursos constituyen una metáfora primitiva de un sistema económico que se regula mágicamente por una mano invisible. Alexander Payne circunscribe su relato a una obsesión. Woody Grant (extraordinario trabajo de Bruce Dern) tiene dos hijos, vive con su esposa (June Squibb, notable), de carácter fuerte, en Billings, y transita su insignificante jubilación con indicios de un peligro en ciernes: el Alzheimer. Los tres planos iniciales funcionan como un riff que se repite y define a Nebraska: Woody camina en la banquina de la ruta rumbo a Lincoln, hasta que alguien lo rescata. Según él, tiene que cobrar un premio millonario cuyo vencimiento apremia. Las panorámicas de la ruta y pueblos aledaños funcionan como un protagonista secundario. Vastedad sin misterio desprovista de horizonte, aquí no hay ningún lugar adonde ir para cambiar de vida. Uno de sus hijos accede a llevarlo a cobrar el premio. En algún momento, a mitad de camino, visitarán a unos familiares en Hawthorne, donde Woody nació y creció; más tarde se sumarán al periplo su otro hijo y la mujer de Woody. El encuentro familiar, por cierto, implicará también visitar viejos conocidos. El rumor de que Woody es millonario se convertirá en noticia, y un pequeño pueblo vivirá el devenir millonario de Woody como un triunfo colectivo. Payne sugiere y no subraya. Una sola línea alcanza para entender por qué estos personajes gastan su tiempo frente al televisor, en el karaoke o tomando cerveza como una práctica deportiva: "Esta economía ha destruido a Hawthorne", dice uno de los personajes. También puede ser suficiente una lectura irónica de un monumento nacional: en el viaje, padre e hijo se desviarán para ver el Monte Rushmore. La interpretación de Woody sobre el monumento es más que relevante, acaso un inesperado espejo de su propia vida. La austeridad sentimental elegida por Payne no proscribe algunos instantes de legítima ternura. Si el final es un poco forzado, ver al hijo escondido en una camioneta para que su padre maneje por las calles de su viejo pueblo compensa la resolución del filme. Un solo gesto en el momento preciso sintetiza el invisible lenguaje de los sentimientos.
Un film verdaderamente notable Hay veces que algunos films parecerían que no llegan nunca a nuestro país. Con esta película paso algo parecido. La distribuidora primero dio fecha de estreno para después decir que la central en el país del norte había decidido no estrenarla en Argentina. Finalmente, por el pedido de periodistas y gente del ambiente entre otros, resolvieron que se estrenara está semana. Este film resulto ser una película que uno como periodista debía ver ya que está nominado al Oscar, y que después se da cuenta que casi se pierde uno de los mejores films de los últimos tiempos. Eso sucedió con “Nebraska”. Alexander Payne es un director que, cuando quiere, sabe como comunicar historias, conmover y hasta sostener la tensión sin estridencias y con un nivel de belleza que no se ve mucho en el cine actual. “Nebraska” es un claro ejemplo de esto. Una historia quizás menor, filmada en blanco y negro, narrada sin prisas (pero sin pausas) y con un nivel de ternura en cuanto a lo emocional y de belleza en lo visual que se merece, y con creces, la nominación al Oscar, incluso, porque no, merecería ganarlo, aunque es difícil por el nivel de política y economía que se mueve alrededor del premio. Como película está entre los mejores estrenos del año. La historia es simple : Woody es un anciano que recibe una carta que le dice que gano un millón de dólares en un concurso, pero que tiene que ir a cobrarlo a Lincoln, Nebraska. Por esto cada vez que puede se escapa y empieza a caminar por la ruta en pos de cobrar su premio, sin darse cuenta que el premio es una de esos tantos concursos imposibles de cobrar, una engañosa forma de suscribir gente. Luego de que tuviera que ir a buscarlo varias veces a la comisaría que lo encuentra caminando por la ruta, su hijo menor, David, decide llevarlo a Nebraska para que se de cuenta del engaño. Allí comenzara esta tierna historia de un padre anciano con problemas seniles y un hijo que lo único que quiere es volver a entablar una relación que los problemas de bebida del padre cuando él era chico rompió. A ellos se sumaran en el medio del camino hermanos y familiares de Woody cuando tienen que hacer una para pasar la noche y también se unirán, la cascarrabias mujer de Woody y su otro hijo. A partir de allí afloraran mentiras y verdades, virtudes y miserias, pero por sobre todo florecerá la vida misma de una familia y sus vivencias. La actuación de Bruce Dern (Nominado al mejor actor quien junto a Matthew McConaughey por “Dallas Buyers Club” es entre quienes tendría que estar el ganador) compone un trabajo sublime acompañado por un elenco que lo secunda y lo acompaña a la perfección. La fotografía, y todos los aspectos técnicos en general, son una maravilla. Alexander Payne vuelve a demostrar su talento en “Nebraska”, un film para ver, disfrutar y recordar como se puede hacer cine de altísima calidad sin estridencias, sin presupuestos millonarios, solo con un gran guión, excelentes actuaciones y una dirección increíble.
QUEREMOS TANTO A LAS ROAD-MOVIES Sergio “Brujito” Olivera Relaciones conflictivas entre padres y sus hijos, viajes en los que el destino es menos importante que lo que se descubre en el camino, el regreso al pueblo natal y el torrente de recuerdos y viejas relaciones que esto reflota, la naturaleza misma de las personas y sus vínculos; todos puntos temáticos que abundan en la historia del cine. Combinados o por cuenta propia, infinidad de historias se apoyaron en ellos, los usaron como puntos de partida. Hoy por hoy, no vamos a descubrir nada nuevo diciendo esto. Hace años que la originalidad y la destreza de los directores no recae en lo novedoso que puedan llegar a contar, sino en cómo cuentan lo que ya se ha contado tantísimas veces. NEBRASKA (2013) es un punto alto dentro de esa idea. Alexander Payne logra, en su última película, aunar esa enorme cantidad de núcleos temáticos y salir bien parado. El film se abre a nosotros en forma paulatina, descubriendo progresivamente los pequeños detalles que terminarán conformando esta gran historia y que nos introducirá en la vida de una familia típica. Un padre anciano, que alterna momentos de lucidez y extravío. Un hijo menor con una vida gris, no mediocre, simplemente común. Una madre cansada, hastiada con la vida que lleva junto a su esposo (más bien, la vida que lleva por culpa de su esposo). Un hermano mayor que, comparativamente, es el exitoso de la familia. Payne los embarcará a todos en una road-movie en la que un falso premio funciona como motor de arranque e hilo conductor. Woody (un tremendo Bruce Dern, galardonado en Cannes por su interpretación), un anciano con atisbos de un naciente Alzheimer, se obsesiona con la idea de haber ganado un millón de dólares al punto que decide viajar a Nebraska a cobrar lo que le pertenece, así sea caminando. Su hijo David (Will Forte) decidirá llevarlo a su destino, obviando la clara oposición de su familia, con ánimos de darle a su padre una razón por la que vivir. En el camino, la pareja viajante hará una parada en el pueblo natal de Woody, donde sus familiares y amigos harán acto de presencia en la historia y en el camino (como personas) que recorrerán el padre y el hijo. Este viaje marcará a la familia en un modo no hollywoodense, ya que no ejercerá grandes cambios epifánicos, sino que los reunirá como núcleo y los pondrá en contacto con aquellas personas con que habían cortado lazos. El acierto de Payne es alejarse de los relatos clásicos estadounidenses, no hay personajes de cualidades exaltadas, no hay grandes revelaciones, ni cambios drásticos en los comportamientos de los protagonistas. La película retrata a la gente común, los habitantes de un pueblo semi-desolado. El director centra el relato en las historias mínimas del pueblo, en la historia mínima de Woody y su hijo, y en los lazos de éstos con el lugar de nacimiento del viejo. Así, NEBRASKA se convierte en una experiencia pequeña y gigantesca al mismo tiempo. Una película con un despliegue ínfimo (un respiro ante tanta basura grandilocuente) que retrata aquello que el director conoce más, la gente común de la zona del país en la que nació. Un retrato de familia. Más allá de todo lo que puedan vivir Woody y David durante el viaje, el foco siempre está puesto en lo que no se dice, en las relaciones, en los lazos que los unen y que se extienden a sus familiares y vecinos. Cuando en el pueblo natal del viejo se corra la voz del premio que ganó su antiguo coterráneo, cada cual sacará a relucir su verdadera cara. Las pretensiones de unos y otros se harán presentes y desnudarán a las personas que están detrás de las máscaras de amabilidad. Nada más que la vida misma. Hay que advertir que la película suma todos aquellos elementos que generan un cierto rechazo en el espectador (gracias por la magia, Hollywood). Hoy por hoy, decir que una película está filmada en blanco y negro, con un ritmo lento, sin sucesos explosivos y con muchos diálogos es casi condenarla al fracaso. Lo positivo es que se revalorice este "otro" cine, que figure entre las nominadas a Mejor Película (entre otras nominaciones) en unos premios tan mercantiles como los Oscars es un paso adelante. Al menos un empujoncito más a este brillante film que toma los elementos que dije recién y los mixtura con una serie de paisajes bellísimos, de personajes memorables (June Squibb interpretando a la esposa de Woody y madre de David es simplemente genial), una banda sonora estremecedoramente bella y momentos inolvidables. Imposible no terminar de verla, tarareando y con una sensación de bienestar alrededor de uno. Siempre es bueno que una película nos genere eso. Siempre es necesario.
El encanto de perderse en un film Desde lo inmediato, hay un recuerdo de cine que en Nebraska este cronista revive: las ganas de que la película no termine. Otro tanto sucedía con Entre copas, del mismo Alexander Payne. En aquel caso, Paul Giamatti era uno de los motivos. Aquí pasa otro tanto con Bruce Dern. No por ser exclusivamente admirables -de hecho, lo son-, sino por aparecer como el eje perfecto de sus películas. Nebraska, esencialmente, es una historia de padre e hijo. Hay un millón de dólares que Woody (Dern) insiste haber ganado. Para ello, hay un viaje a realizar al que uno de sus hijos, David (Will Forte), finalmente accede. No es ningún millón de dólares, sólo un anuncio de publicidad tramposa. Pero Woody está algo perdido, y no hay modo de hacerle entender lo contrario. Le complementa una esposa de ceño fruncido, voz chillona, temperamento desatado (June Squibb), quien le recrimina lo loco y viejo que está. El viaje a Nebraska, entonces, como túnel del tiempo. Porque antes de llegar, será menester atravesar el pueblo de toda la vida, con sus amistades y amores pretéritos. Un reencuentro del que no se sabe hasta qué punto Woody es conciente -tan ambigua, brillante, es la caracterización de Bruce Dern-, mientras quien descubre el pasado, así como a su propio padre, es David. Algo similar ocurría, dado el caso, en ese otro viaje de vida -narrada desde la voz amorosa de Albert Finney- que es El gran pez, de Tim Burton. Entre el silencio obcecado de Woody y el parloteo de su esposa se cifra algo complejo, sólo posible de ser alcanzado en este periplo de reencuentro, en este intento -para David- de develación. Porque, ¿cómo puede ser que estén juntos? "A mí me gusta coger, ella es católica". Ése es el cálculo y justificación que el propio Woody hace de su historial como padre, de su cantidad de hijos. David, atónito. Pero nada es lo que parece, porque hay algo muchísimo más enorme, que la caricia sobre el cabello despatarrado de Woody ella profesa. En medio de todo esto, Woody aparece como luminaria devuelta a su ciudad, a pesar suyo, incapaz de ocultar el premio que le aguarda. Y despierta, así, las intenciones peores, a veces mejores, de quienes le rodean. Su silencio inmaculado, de pocas palabras, enaltece una dignidad que la película se ocupará -como sólo el cine puede- de validar. Nebraska está filmada en blanco y negro, con lo cual recuerda que la elección del color debiera ser siempre estética. No hay modo de pensarla diferente. Con sus planos encontrados en el azar, entre fachadas, árboles, graneros, rutas, bares. Dan ganas de estar allí y de irse de allí. La apacibilidad figurada no es necesariamente atractiva, finalmente develada como ciénaga donde quienes quedan, parece, gustan de chapotear.
La fuerza del cariño El guionista y el director del filme se juega para presentarnos una película intimista, por concepción y relato, y una road movie como excusa para la estructura, con el sólo fin de contarnos una preciosa fábula en la que las relaciones paterno-filiales son el motor y la idea de la herencia hacia nuestros descendientes, lo que se pone en movimiento, como ya lo había sugerido en “Los descendientes” (2011), trabajando temas como el pasado sin resolver, los angustias vitales (en el sentido de vida, no de importancia únicamente) de la virtud del perdonar y de los afectos incondicionales La historia gira en torno de Woody Grant (Bruce Dern), un octogenario alcohólico, y su hijo David Grant (Will Forte), quienes emprenden un viaje juntos desde Billings, en Montana, con destino a Lincoln, Nebraska. Lo hacen en apariencia con un objetivo común, una excusa que los una, el cobro de un premio de un millón de dólares que respecto del cual Woody está convencido de haber sido el afortunado ganador en una de esas rifas que llegan por correo de manera nominal, pero que no son más que una estafa casi legal, y su hijo termina accediendo sólo para que la duda se transforme en certeza en la deteriorada psiquis de su padre. En definitiva, la odisea se resume en el viaje de la esperanza para ese padre y en el viaje hacia ningún lugar que ya conoce, pero ya olvidado, del hijo. Siempre hay asuntos pendientes. Ese traslado implicará al mismo tiempo un retorno al pueblo de origen del viejo con la firme decisión de cerrar con las heridas del pasado, al mismo tiempo que para el hijo es un viaje de recuperación, un trayecto para reconocer y reconectarse, con la imagen inscripta de su padre, quebrando todas las defensas que los apartan, retratado todo con un humor cínico por momentos, impasible o imperturbable, sobre las relaciones de sangre, transformando al texto en una gran tragicomedia familiar extendida, poniendo en jaque la confianza y el cariño, a través del egoísmo y la envidia mal entendida. El realizador, al que ya se lo puede catalogar de autor, no importa si es responsable del guión o no, construye un universo que le pertenece, que le es propio por antecedentes, la ya nombrada película del 2011, al que también entra en los cimientos de ese universo la maravillosa de “Entre copas” (2004) o “Las confesiones del Sr. Schmidt” (2002). En el espacio que se siente a gusto haciendo jugar a sus criaturas humanas Payne habla con gentileza, dolor, ternura, perspicacia, por momentos socarronamente, de la orfandad con la que sobrevive esa gente. Con una estructura lineal y progresiva, que nunca abandona la idea de road movie, ya sea que se instale por momentos como un viaje interior de cada uno, al mejor estilo de “Una historia sencilla” (1999), de David Lynch, y en otros de competencia y necesidad mutua como en “Aaltra” (2004), de Gustave de Kervem y Benoit Delepine. Una de las grandes diferencias con otros filmes que trabajen temas similares, es que si bien el relato es de carácter universal, se asienta sobre unas formas estéticas atemporales, por lo que la elección estética, y no sólo por el uso del blanco y negro en la fotografía, es que está puesta más en función de crear clímax que apuntalar lo dramático. Igualmente la posición y el movimiento de cámaras, junto con los planos y los tiempos elegidos para cada uno, son los que van desarrollando el relato de manera constante y detallada. Esa forma de impregnar la pantalla con espacios interiores pequeños, pero fríos distantes, y los exteriores intimistas, aplastantes, pocas veces consiguen lograr el objetivo propuesto (en Argentina tenemos un maestro en tal sentido en Carlos Sorin). Por supuesto que en cuestiones de funcionalidad y empatia el diseño de sonido, la banda sonora en general, esta en plena concordancia con la imagen y el ritmo del relato, por momentos como apoyatura, pero en otros en función narrativa. Pero el elemento que termina de catapultar esta pequeña y grandiosa producción cinematográfica, al rango de pequeña obra maestra, son las actuaciones, en las que parece ser un gran retorno del gran Bruce Dern (recuerdo su interpretación en “Regreso sin gloria” -1978-, y me emociono) compite con la magistral criatura creada por Will Forte. Sin olvidarnos de algunos personajes secundarios importantes como el de la esposa, tempestuosa, quejosa, diestra, inteligente, cínica, más tolerante de lo que quiere figurar, interpretada maravillosamente por June Squibb, o la reaparición de Stacy Keach como el ex socio de Woody. En realidad todo el elenco de actores es increíblemente eficaz y maravilloso, lo que sólo puede lograrse con un gran director como hacedor de la obra.
Una historia en línea recta Es muy probable que Alexander Payne no haga nunca eso que, con no poca ampulosidad, se suele llamar obra maestra. Entre tanto están sus películas (movies), para las cuales nos preparamos en cada ocasión como si fuéramos a recibir a un pariente querido, o a un amigo que no nos molesta recibir con puntillosa regularidad. Esos trazos familiares, lógicamente, se mueven: hay una especie de dandysmo subterráneo en Payne, que hace películas como si buscara algo pero pareciera estar seguro, al mismo tiempo, de que no irá a encontrarlo jamás. Ese algo es el futuro, una vida nueva, una brisa humana, la posibilidad de recuperar un sueño que se creía perdido tras lo que corren sus personajes. Incluso puede ser una sensación de bienestar, esa clase de cosa inasible que se vuelve esquiva a causa de su propia naturaleza. Tal vez de ahí surge esa ironía melancólica que sus personajes llevan como una carga en sus espaldas o una falla congénita. Mejor dicho: el director tiene esa carga –ese signo– del que se desliza por los paisajes y escenarios con una incertidumbre cruel que se le ofrece al espectador en forma de fluctuación, de titubeo, y que los protagonistas de sus películas destilan como los restos infértiles de una implosión, una catástrofe interior a la que apenas atinan a poner en palabras. Nebraska nos trae los ecos del disco de Bruce Springsteen del mismo nombre para lanzar a los personajes a las rutas del interior profundo de los Estados Unidos. Un viejo tozudo (Bruce Dern) cree haber ganado un millón de dólares en una revista por suscripción. La primera imagen de la película lo encuentra caminando peligrosamente por el medio de una autopista. No se sabe si es la senilidad u otra clase de locura lo que lo lleva a creer que puede atravesar dos estados caminando para ir a reclamar su dinero a la dirección que figura en el folleto donde se lo designa presunto ganador del premio. En todo caso, en el cine de Payne suele estar primero la voluntad y después la acción compulsiva, esa pendiente hacia el derrumbe por la que ruedan inconscientes los personajes hasta que se dan cuenta de que ya no parece que vayan a tener oportunidad de dar vuelta atrás. El hijo menor del hombre (un oscuro vendedor de equipos de audio, abandonado por su mujer y con el aura maldita de un alcoholismo heredado latente en la sangre) decide cargarlo en el auto y llevarlo a destino, aunque está seguro de que el mentado premio no es nada más que un truco publicitario. El director aprovecha entonces para filmar carreteras, carteles de avisos plantados en el camino, cielos siempre nublados, sembradíos grises, tractores abandonados, paisajes desiertos que parecen salidos de un mundo paralelo en el que la vida diaria se reduce a esperar la muerte sentados en la galería con una lata de cerveza en la mano. Payne se revela en esos momentos como un maestro para hacer de la impresión de derrota un motivo visual, ciertamente no exento de belleza. El blanco y negro de las imágenes es deslumbrante, y el control sobre la emoción obligada de ese viaje insensato de padre e hijo es siempre pertinente y oportuno. La nobleza de Payne como cineasta elude con elegancia el golpe de efecto y nos hace avanzar con fluidez por los tramos de su historia de redescubrimiento de los lazos de familia en medio de esos paisajes mustios. Pero hay una pregunta inevitable: ¿Hacia dónde van en realidad los personajes de la película? ¿Hacia la gracia que brilla al final del camino mediante una purga concienzuda de las desavenencias del pasado? ¿Hacia la salvación por el reconocimiento, al fin, de los valores filiales y la puesta en valor de la historia personal en relación a la cuotas de felicidad a las que se puede aspirar? Pero quizá más importante todavía es interrogarse hacia dónde va el cine del director. La seguridad que exhibe Payne en la composición de cada imagen –de un preciosismo ausente hasta ahora en su filmografía– y en el carácter lineal de la estructura narrativa parece ir a contracorriente del credo que se adivinaba en algunas de sus mejores películas, ese modo casi aleatorio en el que los personajes solo pueden esperar verse a sí mismos cada vez más perdidos. La comicidad conmovedora del cine de Payne residía en parte en saber administrar el dolor y el desconcierto de los personajes, de manera que tuvieran siempre una contrapartida de dignidad en medio del descalabro. En Nebraska no hay un solo plano capaz de hacernos estremecer como el que cierra Las confesiones del Sr. Schmidt, ni una desesperación tan genuina y ridícula como la que embarga a George Clooney corriendo por una calle cuesta arriba en chancletas en Los descendientes. Es decir, esos momentos físicos que iluminaban sus películas, esos giros sorpresivos que rompían con una cierta dosis vulgaridad la unidad del relato. Payne se hizo adulto, tal vez menos sensible a las sorpresas y a los raptos de emoción, aunque estuviera teñida de comedia. También se volvió un poco previsible. Acaso su película más redonda resulta también una de las menos inspiradas.
Que ves el cielo Woody Grant es un hombre de pocas palabras. Quizás pronuncie menos palabras que esta misma y breve reseña. Parece estar más distraído que ido. Sus hijos temen que sea el principio del fin, su mujer en cambio solo demuestra estar harta de sus mañas. A él no parece importarle mucho nada, solo cobrar un muy dudoso premio contenido en un cupón, pero para eso hay que viajar hasta Nebraska. Alexander Payne vuelve al terreno que mejor conoce, el del viaje como excusa para reencontrarse con uno mismo, clave en sus anteriores trabajos, en particular en Las confesiones del Sr. Smith (2002), con la que guarda mayores similitudes, pero también habrá que mencionar Entrecopas (2004) y Los descendientes (2011). El tema tan caro para el cine Indie de la familia disfuncional viajando por la norteamérica profunda no es nada original pero está muy bien logrado. ¿Fórmula?, sí, pero hay que saber hacerla. Y todos demuestran que saben muy bien que hacer, desde Bruce Dern, que ganó el premio a mejor actor en Cannes por este trabajo y ahora está nominado al Oscar hasta Phedon Papamichaels, responsable de la bellísima fotografía en blanco y negro. El resto acompaña muy bien, en particular los dos hijos, interpretados por cómicos salidos de Saturday Night Live que cambian acertadamente de registro. Como era de esperar, el viaje se irá complicando lo suficiente para promover desocultamientos, módicas revelaciones. Más allá de la fría y austera belleza del paisaje hay seres que respiran y son capaces de ofrecer iguales dosis de patetismo y ternura. Lo más notable de Payne es su capacidad para querer a sus personajes.
Al comienzo de la película vemos a un anciano encorvado que deambula con paso lento y cansino, como inmerso en un trance hipnótico. El movimiento por el movimiento mismo cobra fuerza en esta primera escena despojada y a su vez tan emocionalmente intensa. Pero la policía irrumpe y nos trae a la realidad cotidiana, más aún cuando aparece en la comisaria el hijo de este viejito quién parece tener la costumbre de escaparse de su casa y caminar sin rumbo. Pero al cabo de un rato nos damos cuenta que Woody (interpretado por un extraordinario Bruce Dern) no camina sin rumbo, sino que va en busca de un falso sueño: un millón de dólares. El alzheimer mezclado con el alcohol y la desidia logran que Woody actúe impulsivamente buscando algo o a alguien que logre sosegar tanto vacío existencial. Muy alejada del mainstream la película ausculta el interior profundo de los EE.UU. donde se notan los resabios de la crisis, donde el sueño americano agoniza y no hay cabida para grandes lujos, solo vemos a gente trabajadora tratando de subsistir. Aquí a los personajes se les nota el paso del tiempo, tienen vicios, están enfermos, se pelean entre sí… son tan reales e irregularmente “normales” que podrían formar parte de cualquier familia. En el universo Payne todo funciona, las relaciones fluyen con total naturalidad al igual que la estructura narrativa y el ambiente está imbuido por una melancolía lírica (seguramente la fotografía en blanco y negro tiene mucho que ver) que se amalgama en todo instante con un humor equilibrado y catártico. A partir de una premisa tan sencilla Alexander Payne narra una road movie conmovedora y de un grado de sensibilidad pocas veces visto en el cine estadounidense. Una historia sensible, pero no sentimentalista, donde hay tópicos reiterados pero no clichés, donde las miradas significan más que las palabras y la honestidad se respira en cada fotograma. Por María Paula Rios redaccion@cineramaplus.com.ar
De Alexander Payne (Los Descendientes), nos llega Nebraska, la historia de Woody Grant (Bruce Dern), quien es un anciano con principios de Alzheimer que cree ganar la lotería por un billete que encuentra en una revista, y decide iniciar un viaje al estado de Nebraska, sin importar lo que diga su esposa, y se embarca en un viaje con su hijo, que termina siendo un viaje personal. Las historias de Payne siempre son personales y esta no es la exepción. No necesita grandes locaciones a pesar de ser una especie de road-movie, y mientras recordamos un poco de la juventud del hombre millonario y vemos la ambición de la gente que en un principio lo ayudó pero que ahora ve la oportunidad de sacar provecho de ello, también viajamos por los problemas que supone cuidar de las personas adultas y su manera tan particular y un poco distorsionada de ver el mundo. Las nominaciones de June Squibb y Bruce Dern no suenan tan descabelladas al hacer de sus personajes algo realmente humano y cotidiano. Si sumanos la premiación de Dern en Cannes entendemos esta decisión, en una categoría sumamente competida. Es en el apartado de mejor película en donde dudamos que merezca su nominación puesto que no existe ninguna limitante en cuanto al número de nominadas, es decir, pareciera que está de relleno aún cuando no es necesario alcanzar un número mínimo de filmes a premiar. Y en director que no parece ser uno de los productos más fuertes de Payne, aún cuando había otras opciones como Allen o Jonze. Como sea, nebraska parece ser una historia para ver un domingo familiar y reir un poco con las ocurrencias de nuestros ancianos protagonistas que sin duda, son los que rescatan el filme.
Una historia potente que contiene: excelentes actuaciones, buen ritmo, emoción, humor y más de un momento para la reflexión. El director de cine y guionista estadounidense Alexander Payne (53) que viene del mundo del cine independiente tiene un buen estilo. Sus narraciones son bien intimistas y sabe poner su mirada contando historias de vida, satirizando a la sociedad norteamericana, con toques de humor, maneja muy bien los afectos y tienen cierta ternura.En tiempo de los Premios Oscar casi siempre logra ser nominado, recordemos: “Election” (1999); “Entre copas” (2004); “Los descendientes” (2011) y ahora por “Nebraska” en este caso con seis nominaciones. Cuenta la historia de Woody Grant (Bruce Dern, "Django sin cadenas"), un anciano caminado solo, desgarbado y cansado por la carretera que es llevado a un hospital (ex combatiente de la Guerra de Corea) y lo pasa a buscar su hijo David Grant (Will Forte, “Son como niños 2”), luego nos enteramos que tiene el cupón de una revista y cree que ha ganado un millón de dólares y duerme aferrado con una carta. Es testarudo, vive obsesionado con esto y deja entrever problemas de demencia senil. Su esposa Kate Grant (June Squibb, “Las confesiones del Sr. Schmidt”), se pasa luchando con la situación, su hijo mayor Ross Grant (Bob Odenkirk, "Breaking Bad" Serie-TV), ocupado con su trabajo y su hijo menor David a pesar de los distintos problemas que vive, se decide a emprender el viaje desde Montana hasta Lincoln, Nebraska (unos 1200 kilómetros), ahora juntos inician este road movie, a raíz de esto encontramos cierto paralelismo con “Las confesiones del Sr. Schmidt”; “Entre copas” , “Una historia sencilla” de David Lynch, entre otras. Esta gran aventura los lleva al reencuentro que tiene un padre ya anciano con su hijo, luchar con los problemas de alcoholismo de Woody Grant y otros momentos complejos. A través de varios kilómetros pasan por distintas situaciones, se chocan con distintos personajes y se suma lo pintoresco en esa gran travesía, parando por el Monte Rushmore donde están los Presidentes de roca (George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt). Luego llegan al pueblo que lo vio crecer, vamos viendo esa jungla de personajes, momentos en que salen a la luz: la hipocresía, las mentiras, los celos, los fracasos, los engaños, las miserias, donde una vez más ante ciertas circunstancias muestran sus verdaderas caras. Es es una historia muy: humana, emotiva, honesta, divertida, atrapante, tiene momentos dramáticos pero tiene una cuota de humor, de una gran belleza visual, filmada en blanco y negro esto es lo que le pone el tono poético, la nostalgia y la tristeza, contiene un muy buen manejo de la cámara y de planos, como por ejemplo planos bien abiertos mostrando lo desolado, bien a los personajes, entre otros. Acompañado de un gran elenco Bruce Dern y Will Forte deslumbran con sus actuaciones (miradas, gestos, actitudes e interpretación) y los actores secundarios maravillosos, un sólido guión y dirección. Algo que todo el público argentino tiene que conocer es que la distribuidora central había decidido no estrenarla en nuestro país pero la jefa de prensa a pedido de los periodistas, entre otras personalidades gestionó y logró que dicho estreno se lleve a cabo. La película se encuentra con seis nominaciones a los Premios Oscar que se entregarán el domingo 2 de marzo.
Seguramente ha visto Mr. Schmidt y Entre copas, de Alexander Payne. Nebraska tiene más de un punto en común con ambos y continúa la exploración sobre las relaciones (familiares, afectivas en general) que el director de Los descendientes emprendió en su obra. Ni lacrimógena ni hilarante, con el tono justo, cuenta la relación entre un padre y un hijo que apenas se conocen en un viaje hacia un probable tesoro. Bruce Dern no merece un Oscar, sino dos.
El Hombre del Millón de Dólares Como describir un filme maravilloso? Solo recomendarlo...? Sugiriendo que no hay que perdérselo..? Alexander Payne -el director- hasta el momento ha hecho filmes de calidad, filmes queribles y memorables para algunos cinéfilos: "Las confesiones del Sr. Schmidt", la genial "Entre copas" o "Los descendientes", por citar algunas vistas. Ahora la emprende con la historia de un viaje a Nebraska, por parte de un anciano disperso y gruñón junto a su hijo menor, ambos hay que agregar no han llevado una buena vida de afectos entre ellos por ejemplo o de entendimiento mutuo. Verdadero canto a a la vida, plagado de paisaje gris, de postal de frío invierno, sin embargo a la melancolía que rodea el argumento le cabe una historia con mucho humor, agudo, cínico y estupendo. Nos cala honda y demasiado auténtica la situación del viejo intentando reclamar algo que desde el vamos es imposible, nada menos que un millón de dolares surgidos en alguna carta de propaganda inútil. Hay otros personajes de gravitancia que se unen al hilo narrativo: una madre obsesiva, terrible, y con algunos de los mejores momentos de humor del filme, y un hermano mayor exitoso. Una inmejorable "Road-movie" que en cierto punto puede emparentarse con otras pelis sobre la vejez inolvidables como "Umberto D" (1956, Vittorio De Sica) o "Una historia simple" (1998, David Lynch), sumando una galería impagable de secundarios personajes -los miembros de la familia que van frecuentando a lo largo de la trama- que dan acabada formalidad a la propuesta. Bruce Dern esta magnífico en su viejo Woody, un papel que se dice en un primer momento se ofreció a Gene Hackman -que está retirado ya-, y que da de marcada, increíble manera con sus gestos, su caminar y sus largas miradas, el hijo que hace Will Forte es un perfecto soporte, y la brillante June Squibb, que como la esposa del protagonista se roba cada escena suya terriblemente.Y hasta hay un villano Stacy Keach que sobresale, es decir nadie desentona, todos estan formidables. Payne parece decirnos que la vida es un camino, no una meta, así que debemos disfrutar de ella, lo que el viaje nos depare siempre será lo de menos.
En el ocaso de la vida de Woody Grant (el nominado al Oscar como mejor actor Bruce Dern), su hijo menor David, preocupado por su aparente senilidad se ve obligado a conectarse con él intentando alcanzar la meta de cobrar un millón de dólares de los que supuestamente es el ganador. Woody recibió uno de los clásicos "Usted ha ganado un millón de dólares. Venga a retirarlos en X lugar" y se la creyó, y por mucho que su mujer y sus hijos le expliquen que eso es una estafa, el obstinado anciano no descansará hasta llegar a Nebraska, lugar de la cita para cobrar su millón. De camino hacia Nebraska, la road-movie de Alexander Payne aprovecha a hacer una parada en la ciudad natal de Woody, en donde conoceremos a los lugareños típicos de un pueblo pequeño de Estados Unidos. Y esta resulta ser la oportunidad ideal para pintar un retrato burlón y tierno de este pequeño pueblo y su gente. Fiel al estilo del director, Nebraska toma un sendero melodramático en donde se cuenta con simpatía y respeto un tema que en el fondo se entiende bastante penoso. Pero también gracias a la notable naturaleza humana de la historia y a sus personajes corrientes interpretados con igual cantidad de virtudes que defectos, Nebraska se convierte en un viaje de descubrimiento en un paisaje gris muy cercano a la realidad. El director demuestra su costado más humano y su excelente tacto a la hora de dirigir actores como Bruce Dern y June Squibb cuyo registro es muy distinto y acertado en ambos casos. Nebraska es el epítome del cine de autor americano producto de esa industria paralela que fundó Robert Redford con el festival de Sundance con talentos como David O. Russell y el mismo Alexander Payne. Ya el comienzo del film con el viejo logotipo de Paramount es toda una declaración de intenciones que resalta el espíritu clásico del otra época. Payne nos cuenta la historia de esta suerte de Quijote del oeste de los Estados Unidos con una sencillez y plenitud minimalista que permite que el espectador aprecie detalles a los que el cine de Hollywood nos tiene desacostumbrados.
Una buena oportunidad para emocionarse y reconocerse Un mar de sensaciones produce Nebraska, el excelente filme de Alexander Payne que tuvo seis candidaturas en los pasados premios Oscar. No ganó ninguno, pero los mereció todos. Alexander Payne (Entre copas, Los descendientes) creció y vive en Nebraska. Por eso filma en ese estado de gente pueblerina y granjas interminables; por eso, directamente, le dio el bautismo a esta nueva película que fue candidata a mejor película, guión y dirección en la última entrega de los premios Oscar y colocó a Bruce Dern y a June Squibb en las nominaciones a mejor actor y mejor actriz de reparto, luego de una favorable temporada de premios. La fotografía también tuvo su reconocimiento. Su originalidad y acierto connotativo lo merecen. En blanco y negro y Cinemascope, como las películas de antaño, le dio al relato una entidad que no hubiese sido la misma con los soportes actuales. La pantalla despojada de ruidos visuales, se dedica al cuento sin grandilocuencias. Lo hace, además, a través de las interpretaciones de actores que no son estrellas. Sí trabajadores de los personajes y las escenas. Bruce Dern, con una candidatura a los Oscar en 1978 por Regreso sin gloria, se planta a sus 77 de edad en la piel de un hombre como muchos a nuestro alrededor. A través de un pasado en el que todo parecía eterno y el tiempo sobraba para casarse sin ganas, beber hasta perder todo, dejarse estafar por desidia y tener hijos porque practicar sexo suele acarrearlos y ya, Woody Grant, llegó sin pensarlo demasiado a un presente frágil y en el borde de la senilidad. Con aspecto de escapado de un geriátrico y la postura tenaz de un toro lo encuentra la policía al costado de la autopista, tratando de emprender a pie un viaje de un par de miles de kilómetros hasta Nebraska, con idea de cobrar un millón de dólares que, según le indicaron por carta, ganó en un sorteo. La voluntad del viejo, que su hijo mayor y su esposa rechazan por irracional, convence en cambio a su hijo menor, quien acaba de terminar una relación de dos años de convivencia. Pedirse un par de días en un trabajo que no mueve demasiado y acompañar a su padre antes de que termine atropellado por un auto, no es, después de todo, gran cosa. Así se embarca este hijo con su padre, y padre con su hijo, al encuentro de una quimera, pero también de una historia que para ambos ha perdido varios capítulos. En ese camino, hay familia, vecinos, rostros reconocibles bajo la pátina que dan las arrugas, las canas, los desaciertos, las carencias económicas, las frustraciones y algún que otro logro. Se trata de personas comunes y corrientes, con vidas monótonas, que de vez en cuando realizan su pequeño acto heroico y alcanzan a levantar su cabeza y corazón por sobre el alrededor. La sensación de familiaridad hace a la belleza del relato más simple y a la empatía del espectador con esos seres. En sus dramas, aflora el sentido del humor que aliviana las cargas y vuelve las actitudes más piadosas para con uno y con los demás. Es esa enseñanza que Payne regala y se disfruta si se está dispuesto a sentarse y atender. Porque Nebraska tiene el espíritu de esos clásicos que el cinéfilo gusta de revisitar, cuando entre sus escenas halla motivo para reírse, emocionarse y reconocerse.
"...Me gustó, pero no me encantó, esta lejos de encantarme ese filme..." Escuchá la crítica radial completa en el reproductor (hacé click en el link).
Dentro de las enormes historias (en su mayoría historias reales) de los films seleccionados para los premios Oscar, Nebraska parece desencajar. Es ese tipo de historias en las que poco sucede y a la vez sucede todo. Con actores poco conocidos pero indudablemente talentosos, en blanco y negro y un protagonista muy anciano, Nebraska es una historia sencilla y profunda, tan insólita como cotidiana. Woody es un anciano bastante perdido y obsesionado con un supuesto millón de dólares que reclama como ganador. Luego de intentar disuadirlo, uno de sus hijos, lo acompaña en un viaje desde Montana hasta Lincoln, Nebraska a buscar este inexistente premio. Como es de esperar, este road trip nos adentrará en una nueva relación padre e hijo, entre otras cosas. Si hay algún adjetivo que define con justicia a este film podríamos decir bello. Una fotografía impecable e imponente de hermosos paisajes norteamericanos de pueblos inhóspitos, una música acorde y conmovedora, diálogos simples pero profundos y actuaciones que calan hondo, todo eso hace de Nebraska una joya cinematográfica de la actualidad. Con pasajes de humor, escenas que hacen brotar las lágrimas… todo logrado a partir de los sentimientos y momentos más simples y sinceros del ser humano. El leit motiv que sostiene esta película es el de la fantasía. La idea de que cuando nuestros padres llegan a la última parte de su vida, somos los hijos quienes cuidamos de ellos y los roles se invierten. Así, David llevará hasta el final la fantasía de su padre de ser el ganador, y por eso el héroe. Lo defenderá frente a las burlas, actuará de mediador entre su padre y su madre que se pelean como hermanos y ante todo, lo protegerá del sufrimiento y el dolor. Woody se comporta como un niño encaprichado e ilusionado con este último deseo de ganar el dinero para comprarse una nueva camioneta y un compresor. En este sentido es que la actuación de Bruce Dern se vuelve emocionante y perfecta: conserva todos los defectos de haber vivido mucho y una sabiduría que se esconde detrás de un cuerpo debilitado y un hombre de pocas palabras, al mismo tiempo que deja ver la sensibilidad de un niño y la dureza de un hombre con un pasado áspero. El dinero y el alcohol son dos elementos que rondan como principales durante toda la historia: los familiares del pueblo natal de Woody, ante la noticia del incipiente millonario “sacan los trapitos al sol” de su alcoholismo y comienzan a pedir dinero como forma de arreglar antiguas cuentas. Así, la familia, los fantasmas, las heridas, engaños y afectos salen a la luz en medio de este viaje que hace que muchos aspectos de padre e hijo antes escondidos ahora se conozcan. Esta es una road movie que pone en foco el afecto, el amor de un hijo hacia su padre por medio del cumplimiento de un deseo que parece imposible, una locura. Resulta difícil que el espectador no se encuentre identificado con esta historia que muestra las situaciones familiares más corrientes que por alguna razón tratamos de negar. Una película sincera, un guión de pocas pero justas palabras, como su protagonista, que con un “no se” y un “no me importa” parece decirnos los aspectos más enormes y elementales de la vida.
Molinos de viento. En un subgénero tan cerrado, conocido y probado como el de la road movie, existen pocos que sepan expandirse como Alexander Payne. Tras satirizar las polémicas del aborto y las campañas políticas durante los años noventa en Citizen Ruth y La Elección, respectivamente, la llamada al camino de las rutas lo llevó a ejercitar la velocidad de su fluidez entre comedia y drama, creando, con obras como Las Confesiones del Señor Schmidt, Entre Copas y Los Descendientes, su imagen de intimista a la pequeña vida estadounidense. Ahora, con su nuevo film nominado a seis Oscars (Película, Director, Actor Principal, Actor Principal, Actriz Secundaria, Guión Original y Cinematografía), Nebraska (2013), él vuelve a su hogar natal, echando una mirada agridulce a una tierra olvidada. Woody Grant (Bruce Dern) ganó un millón de dólares. O eso cree. Aunque toda su familia en Billings le dice que no, que es una simple estafa para que él compre revistas, el anciano se cuelga a la esperanza del sobre que cayó en sus manos, y sale caminando en el viaje de 1.366 kilómetros a Lincoln, Nebraska para reclamar su premio. No es difícil entender su situación; con los huesos desgastados y la demencia ingresando a su vida, el temor a la fatalidad le llega rápido, como la cadena de hechos que lo devuelve para encontrarse con su hijo menor, David (el ex-SNL Will Forte, en una cuidada performance callada), quien tampoco pasa por un buen momento. Dejado por su novia y estancado en la confusión de la mediana edad, el cuarentón mira a su desgastado padre con una mezcla de pena y rencor por una relación arruinada por el alcohol y el mal temperamento. Buscando pasar tiempo, la fantasía de su progenitor le da la excusa perfecta para acompañarlo, y se ofrece a llevarlo a su invisible fortuna. Nebraska (1) Tras esa introducción, Payne (en su primera película no escrita por él o por su colaborador Jim Taylor, sino por el guionista Bob Nelson) agita la mezcla habitual cuando una serie de maltrechos fuerza a los familiares a detener la travesía y descansar en Hawthorne, el pueblo donde Woody creció. Al ver la locación, una comunidad rural de quizás treinta manzanas que parece morir lentamente tras quedar encerrada en el ayer, se revela la verdadera razón por la cual la producción fue filmada en ese monumental blanco y negro. Claro que ese callado lugar queda revolucionado con las falsas noticias de la suerte de Woody, quien en instantes se vuelve sujeto de admiración, felicitaciones, y la usual llegada de los buitres, en un fin de semana por el cual David descubrirá la verdad sobre (quien está dejando de ser) su padre. Repitiendo temas habituales de su filmografía (familia, la naturaleza del tiempo, la tentación del dinero), Alexander aprovecha la historia para dar el retrato definitivo de la tierra de su niñez, vapuleada por una sociedad que la ignoró. Aunque su visión podría haberse ido fácilmente a la crítica como en ese pequeño infierno texano que Peter Bogdanovich plasmó tan bien en La Última Película, el director de 53 años logra darle algo de calidez al decaimiento y la desesperación, generando humanidad incluso en basuras de carne y hueso como Ed Pegram (Stacy Keach, eterno actor secundario que ahora ilumina), un aprovechado conocido de Woody que detiene sus maquinaciones para sacar dinero para cantar algo de Elvis Presley en el karaoke. Nebraska (2) Pero sin dudas, el centro del apasionado pedido de Payne queda en la forma de Dern, otro perpetuo actor de fondo que ahora tiene su chance de brillar, y que la aprovecha en cada forma posible (no por nada se llevó el premio a Mejor Actor en Cannes). Hecho una sombra de sí mismo, atrapado por los engaños y la cerveza, bailando en cada segundo entre la coherencia y el olvido, y sabiendo que no tiene mucho por delante, su Woody Grant es un Don Quijote de nuestros tiempos, tan patético como cercano, pero con una dedicación admirable. La prueba definitiva de su mortal golpe a nuestros sentidos es cuando su historia lo arrastra a los pocos dolores de su vida que recuerda, como prueba una visita a un cementerio con su hijo y su esposa, Kate (June Squibb, la bomba humorística del film, en una excelente entrega de comentarios mordaces y corazón). Al mismo tiempo que ella lanza la historia de aquellos que ya no están en este mundo y aprovecha para presumir sus dotes de la juventud (en más formas de lo imaginado), Woody se hace un fantasma, y muestra sin palabras toda la pena que un hombre puede contener. Este momento, otra evidencia del balance demencial de drama y risas por Payne, hace que uno estire el alcance de sus ojos a más no poder, porque uno quiere ver cada segundo de esa gente, tan palpable en su pequeña existencia. Esta es vida, que como ese pueblo armonizado en la nostalgia de Mark Orton, sólo se disfruta por ese instante caprichoso nuestro.
Publicada en la edición digital #259 de la revista.
Publicada en la edición digital #259 de la revista.
Delirios y locuras en Nebraska La primera vez que nos encontramos con Woody Grant (Bruce Dern) lo vemos caminando al costado de una autopista de Montana con temperatura bajo cero; rengueando pero con paso decidido. Un patrullero para a su lado y sale un policía, que, con una amabilidad propia del Noroeste de Estados Unidos, le pregunta hacia dónde está yendo. Más tarde conocemos a su hijo David, que lo va a buscar a la comisaría, y se entera de que su padre pretendía caminar hasta Lincoln, Nebraska –casi dos estados más abajo-, a reclamar un premio por un millón de dólares que cree haber ganado. Woody: "Voy a ir a Lincoln aunque sea lo último que haga, y no me interesa lo que piense la gente". David: "Escuchame, no ganaste nada. Es una estafa total, así que tenés que parar, ¿ok?". Nebraska es el último film de Alexander Payne, el mismo cineasta de Entre Copas y de Los Descendientes. Con esta película rodada completamente en blanco y negro, Payne crea una historia que intenta retratar –lejos de la condescendencia- una sociedad oportunista y dejada, y un par de soñadores que quedaron atrapados en el medio. Y Bruce Dern se luce de una manera nunca antes vista, inaugurando una nueva etapa fílmica de su carrera con la encarnación del viejo y frágil Woody, golpeado por años de abusos del alcohol y al borde de la senilidad. Su interpretación es enternecedora y tragicómica; la de un anciano "de pocas palabras" que ya perdió los cabales, pero que mantiene resplandecientes esos reflejos de una juventud dolorida. El ex SNL Will Forte, June Squibb de A propósito de Schmidt y el abogado chanta de Breaking Bad, Bob Odenkirk, terminan de completar la familia Grant, un ensemble humorístico perfecto para el guionista Bob Nelson, que se especializó por mucho tiempo en escribir sketches, y que le da a Nebraska una frescura que contrasta con el drama de trasfondo, que ronda entre la melancolía y la locura. Es que la historia de Payne es la de un hombre en una búsqueda terca e implacable por algo más. Lo único que planea comprarse con su "fortuna" es una nueva camioneta y un compresor que le prestó una vez a un vecino y nunca le devolvió. "¿Por qué querés ese millón de dólares?", le pregunta su hijo. "Quiero dejarles algo", responde simplemente. Nebraska es eso; es el camino hacia la estabilidad emocional, disfrazada de una ilusión financiera. Es una de las joyas cinematográficas más desequilibrantes de la temporada, que juega con el espectador, dejándolo a veces al borde de las lágrimas, pero siempre con la carcajada a flor de piel.