Luego de que su padre sufra una segunda embolia, Mario lo lleva a su casa y empieza a deambular por el lugar. Sin proponérselo, da con un libro donde se relata el pasado de su papá como Montonero en Argentina. Así es como Mario deberá investigar, en esos años de lucha clandestina de su padre, para averiguar su verdadera identidad. Estamos ante quizás uno de los films argentinos más ambiciosos de los últimos años, en cuanto a temática. Sí, todos amamos Relatos Salvajes y su humor, pero ésta película propone un viaje al interior de la propia alma de Argentina, en su momento más oscuro. Para quienes no sean de dicho país, les cuento que el grupo Montonero luchó desde la ilegalidad, contra el maltrato laboral en las empresas, previo al golpe de estado por parte de los militares en 1976, y luego contra el gobierno de facto que hacía “desaparecer” a cualquiera que osara pensar distinto. Es así, como la mitad de la película se centra en esa época, con un joven Miguel (Chino Darin) tomando parte de dicho conflicto, acompañado de su amigo Pacho, y con el amor de su vida, Diana. Mientras, en la otra mitad (y con la que van alternando las dos tramas), vemos a Mario leyendo el libro junto con su ex pareja, ambos intentan indagar en la frágil memoria del viejo Miguel (un excelente Miguel Ángel Solá). Es así como Mario, no solo buscará saber el pasado oculto de su padre, sino su propia identidad, y a la vez viejos sentimientos surgirán entre él y su antigua novia. Pese a lo que pueda parecer obvio, en lo personal me pareció mucho más interesante la trama que sucede en España, con el hijo buscando que fue de su madre, y reviviendo un viejo romance. No solo por el desarrollo de ésta, que se va dando de forma mucho más orgánica y paulatina, sino que también está mejor actuada, con un Solá que se devora cada fotograma en la que aparece. Por desgracia, la trama montonera pese a que también se va dando de a poco, cae en el cliché más de una vez. Quizás, para el público fuera de Argentina le parezca algo nuevo y guste bastante más, pero para quienes nacimos en dicho país, conocemos la historia y no se nos muestra nada nuevo, de hecho peca de efectista, y peor aún, no hay que mirar demasiado o escuchar tanto para ver y oír cosas fueras de contexto. Y si nos remitimos a cómo está interpretada, pierde bastante contra la trama de los adultos. Pese a que tanto Marco Antonio Caponi (Pacho) y la bella Carla Quevedo (Diana) cumplen con su papel, el protagonista de esta historia, el Chino Darin, esta un escalón por debajo de sus compañeros de elenco o de “historia”. Una pena, porque dicha parte es el grueso del film. 1imagen Por suerte, tanto la dirección de Diego Corsini, como el guión (con Corsini como co guionista) sabe ir alternando entre una historia y la otra, por lo que rara vez la película en si se pone densa (aunque en el tramo final pareciera que el film es más largo de lo que en realidad es). Pasaje de Vida hubiera sido una interesante película que retrata la lucha montonera, y a la vez, la pérdida de identidad. Pero el flojo trabajo de guión en uno de sus arcos argumentales, que además también padece la poca calidad del actor principal, echan por tierra un film que podría haber sido muchísimo más redondo. Entretiene, no es mala, pero tampoco pasará a estar entre lo mejor del año (lejos está de serlo).
Ojos de piedra Indagar en el pasado traumático de un país es buscar concluir una historia, analizar lo sucedido, ver desde distintos ángulos para entender con afán de conocimiento. El cine es una herramienta muy poderosa en este sentido, con la capacidad de reconstruir historias, convertirlas en parte de una épica y situarlas en un contexto. Pasaje de Vida (2015), el segundo largometraje del director, guionista y productor Diego Corsini, es una obra que, de la mano de la época, intenta indagar a partir de hechos reales, en la historia de la militancia política argentina de mitad de los años setenta en plena efervescencia revolucionaria.
Identidades partidas El cine vuelve a retratar una de las épocas más oscuras del pasado reciente en la Argentina. En este caso toma la última etapa de Montoneros antes del Golpe de Estado, la clandestinidad, muerte y exilio posterior de los sobrevivientes. Mario (Javier Godino), hijo de un ex militante que debió irse a vivir a España, regresa para contactarse con Miguel (Miguel Ángel Solá), su padre, luego de que éste sufriera una segunda embolia. Ya en su casa, Miguel demuestra que aun vive conectado con fuerza al pasado y por momentos le cuesta reconocer a su hijo, a quien ve como una amenaza o un enemigo. Mario, que desde bebé también fue llevado a tierras españolas, intenta un acercamiento con él, para tratar de terminar de cerrar y darle un sentido a su historia.
Después de tanto andar queriendo siempre volver Las diferencias fundamentales entre este gobierno de facto iniciado el 24 de marzo de 1976 y los que le antecedieron fueron las metodologías y políticas que se utilizaron para lograr la disciplina en la sociedad argentina de la época: violencia sistemática y generalizada, donde se utilizó la fuerza de las armas y la anulación de los derechos de los ciudadanos. Incluso el más básico: el derecho a la vida. En Pasaje de vida se vuelve a retratar una de las épocas más oscuras del pasado reciente en la Argentina, pero no desde la mirada de los desaparecidos, sino directamente desde el plano del militante, donde el protagonista es un montonero. Y ese es el fuerte de esta película. El relato de Diego Corsini alterna pasado y presente de la vida de Miguel (Chino Darín / Miguel Ángel Solá), donde vemos por un lado a un joven, obrero en una fábrica en la que las injusticias lo llevan a pasar a la acción, en compañía de Pacho (Marco Antonio Caponi) y Gloria (Carla Quevedo), con quien comienza una relación amorosa en medio de la militancia revolucionaria, y deberán tomar decisiones arriesgadas, en medio de discusiones y aprietes de los dirigentes sindicales; y por el otro lo identificamos como un adulto viviendo en España, con escasos momentos de lucidez, quien continúa arraigado a su pasado y por momentos cuesta reconocer a su propio hijo Mario (Javier Godino), a quien ve como enemigo. Será él quien deba reorganizar las piezas para armar su propia historia, acontecida entre Argentina y España. Si bien por momentos el guion resulta desparejo al intentar explicar algunas cuestiones que ya damos por hecho mientras se asienta el relato, es destacable que la bifurcación entre ambas épocas permite que la narración sea dinámica y llevadera. Otro punto a resaltar es el gran equipo de producción con el que cuenta este film: seguramente al tratarse de una coproducción entre Argentina y España haya posibilitado poder contar la historia con firmeza en ambas tierras, pero desde el lugar de ambientación de la época setentista argentina, se encuentra impecablemente lograda. Finalizando con aspectos técnicos, el trabajo de fotografía a cargo de Germán Vilche (responsable de varios clips musicales y publicidades como para Claro y Toyota) no es un punto menor a lo largo de toda la película. Dentro de las actuaciones, es impecable el trabajo de Miguel Ángel Solá y Charo López, quienes nos siguen dando cátedra de excelentes interpretaciones actorales. Y no son menores las buenas actuaciones de Carla Quevedo y Chino Darín, a quienes sus personajes les permiten desenvolverse dramáticamente. Pasaje de vida no justifica a los protagonistas por sus actos y se limita a colocar a cada uno en las acciones en las cuales se involucraron. Sin dudas es una película distinta a otras que hemos visto referidas a la cruda época de nuestro país, y al igual que Mario intenta armar el rompecabezas de su identidad, es necesaria ver para organizar las piezas de nuestra historia.
Juventud clandestina “No me gusta el mate. Es amargo, como la Argentina.” Tal el leitmotif de Mario, que le ha servido siempre para mantener una distancia con sus orígenes y con su historia. Hasta que la embolia de Miguel, su padre, quien parece haber retornado al pasado, le afloja alguna coraza y lo impele a investigar aquello que ha negado durante unos 40 años. La película de Diego Corsini avanza en dos tiempos, el actual en España, adonde los envió el exilio, y el pasado en la Argentina. Son los últimos tiempos del gobierno de Isabel Martínez de Perón, el momento de pasaje de los Montoneros de la militancia gremial y estudiantil a la lucha armada. Y de la brutal contraofensiva oficial. Con ello, constituye también el momento del pasaje a la clandestinidad. Pasaje hubiera sido su título ideal. Se trata de un film que aborda nuestra historia reciente con respeto y cierta distancia, la que necesitó Corsini para tratar una trama que algo tiene que ver con la de su propia familia, aunque se permita ciertas libertades creativas. Los tiempos del pasado están filmados con una fotografía de tonalidad más baja, con impecable recreación de época y ambiente en la parte artística, mientras el presente es más luminoso, de paleta más alta y colores saturados. Si las escenas del pasado logran una tensión y suspenso sobre todo en los momentos de acción, Corsini agrega una subtrama romántica en el presente, que poco se relaciona con la historia y la ablanda dispersivamente (se supone viene a poner una nota de esperanza en el futuro). El elenco es profuso y actúa ajustadamente: Miguel Ángel Solá hace su reaparición en esta historia argentino-hispánica -como él, y también como el director- en su representación del Mario adulto, y Chino Darín lo encarna en su juventud con solvencia. No parece acertada la elección de Charo López como Gloria, otra argentina sobreviviente que tras cuarenta años en España ha perdido todo su acento originario al hablar, y hace esfuerzos para usar el vos, o para tomar mate. Carla Quevedo es la burguesa contestataria, como fueron tantas, aunque su personaje parezca estereotipado, congelado. El film desatará polémicas, como en su momento las generó Infancia clandestina, sobre el accionar de los grupos clandestinos, sobre las confabulaciones y arbitrariedades de los dueños del poder, que llegan a la traición familiar. Se discutirá la posición de los hijos, que han desarrollado una mirada hipercrítica hacia la militancia de sus padres, que la película acentúa en su uso de la luz y el color. Resulta algo inverosímil la ignorancia en la que eligió vivir Mario, la nueva generación, aunque sabemos que esto también sucede.
Un logrado thriller sobre el pasado y la recomposición familiar El thriller político de Diego Corsini revisa el pasado nefasto de la Argentina mientras reorganiza un presente caótico en esta historia familiar que juega con la intriga, la violencia y la búsqueda de la identidad. El cine argentino ha buceado por su pasado nefasto en varias oportunidades para revalorizar el presente democrático o para intentar comprender el accionar de personas en función de movimientos políticos o de luchas por sus ideales. El film de Diego Corsini -Solos en la ciudad- es un thriller político pero también es un intento de recomposición familiar a través de una historia que alterna presente y pasado, y toca varias cuerdas: la intriga, la violencia y la emoción en su último tramo. Pasaje de vida parte de una buena idea y funciona a manera de un rompecabezas cuyas piezas el espectador deberá ir ordenando con el correr de los minutos. Mario -Javier Godino- intenta sobrellevar en su casa la segunda embolia que sufre su padre Miguel -Miguel Angel Solá- cuando encuentra un libro que relata el pasado de éste como Montonero en la Argentina. De ese modo, se abren las páginas de una historia pasada -y pesada- que repercute en un presente incierto y en la que aparece Diana -Carla Quevedo- como pìeza clave del conflicto. El film, que cuenta con una lograda reconstrucción de época, acerca el pasado de Miguel -encarnado en su juventud con convicción por Chino Darín- y su lucha como Montonero contra la injusticia laboral de las empresas, antes del golpe militar en 1976. Y ese combate personal lo llevó adelante de la mano de su compañero Pacho -Marco Antonio Caponi- en medio de una ola de violencia en la que las personas desaparecían en un abrir y cerrar de ojos. La búsqueda de la identidad mueve el andamiaje de la película que concentra desesperación, amor por la familia y presencias peligrosas y tangibles que se mueven desde las sombras. En ese sentido, Diego Alonso juega correctamente con su rol de villano y traidor junto a Carolina Barbosa, Alejandro Awada, Andrea Frigerio, como la madre de Diana, y la española Charo López en un papel que no adelantaremos para no develar las idas y vueltas que presenta la trama. A la sólida factura técnica se suma la elección de un elenco sin fisuras que responde a los requerimientos del guión y un manejo de la intriga y el suspenso que retratan una época sin olvidarse del entretenimiento.
Recomponer memorias Pasaje de vida, el segundo film de Diego Corsini (Solos en la cuidad) inicia presentándonos a Mario (Javier Godino), quien regresa a España luego de algunos años para visitar a Miguel (Miguel Angel Solá), su padre, que sufre una enfermedad neurológica. A partir de ese cuadro clínico, Miguel tiene lagunas mentales, no recuerda demasiados acontecimientos recientes, y se le dificulta diferenciar el pasado y lo actual. Sin embargo, este hombre ya mayor, repite constantemente frases y nombres, en especial el de Diana, a quien dice querer encontrar. Pero ¿quién es Diana? Con más dudas que certezas, Mario comienza a investigar y rastrear el pasado de su padre, ya que cree que estos dichos, tienen algo que ver con sus años de militancia en Montoneros, justo antes del Golpe de Estado en 1976, hecho por el cual éste debió exiliarse en el país europeo. Así, mientras la enfermedad crece, Mario intenta recomponer la relación con su padre, a la vez que lo ayuda a armar el rompecabezas histórico que lo viene perturbando. En ese punto, la trama de Pasaje de Vida comienza a bifurcarse. Por un lado se muestra la historia actual de ambos hombres en España, junto a una ex novia de Mario, que los ayuda a evocar recuerdos, y a buscar pistas en viejos libros y álbumes de fotos. Por otro se narra el pasado mostrando a un joven Miguel (Chino Darín) junto a Diana (Carla Quevedo), durante sus años de juventud e inicio de militancia. “Pacho” (Marco Antonio Caponi), completa el equipo, como uno de los obreros de la fábrica donde todos trabajan, y como conexión directa entre la joven pareja, y el líder montonero de la zona (interpretado por el propio Corsini). Con idas y vueltas entre ambos universos temporales, Pasaje de vida relata una de las peores y más oscuras épocas de nuestro país, pero lejos de caer en el lugar común de ubicar la narración en un centro de detención, Corsini opta por poner el foco en la militacia, con todos los aciertos y errores en que incurre el joven grupo de –así llamados en esa época- “subersivos”, elección que distingue al film, de otros con la misma temática. A pesar de tal innovación, el guión por momentos resulta tedioso, ya que cae en ciertos clichés que le quitan intensidad o emotividad, generando que sólo unas pocas situaciones de tinte romántico o cómico, se sientan genuinas; mientras que los momentos de supuesta tensión o de intensidad, resultan fallidos, en parte por la pobre laboral actoral de Darín y Quevedo, al punto incluso de sentir que al film le sobran unos cuantos minutos. Como contraposición, las interpretaciones de Solá y Caponi resultan lo mejor del film, generando verdadera empatía y vigor en una película que no teme los riesgos. Sin embargo, Pasaje de Vida resulta una producción interesante de ver, sobre todo para comprender y tener un panorama más completo de cómo era la vida durante esos años, y que disyuntivas morales se presentaban en estos jóvenes, antes de accionar o planificar un operativo en pos del futuro bien común.
Lejos de quedar en el olvido, la siniestra historia argentina de los 70 no deja de tener impacto en el presente. Por supuesto, desde la llegada de la democracia, a fines de 1983, el cine se ocupó de revisar aquellos tiempos nefastos. De hecho, La Historia Oficial, aún hoy el ejemplo más paradigmático, ganó el Oscar a la Mejor Película Extranjera. La mayoría de esas películas retratan cuestiones relacionadas con los Desaparecidos, pero no suelen adentrarse en la psiquis de quienes, a pesar de las fuerzas armadas, decidieron arriesgar sus vidas por una visión. Pasaje de Vida toca ese punto exacto. En la España actual, Mario (Javier Godino) trata de recuperar la relación con su padre, Miguel (Miguel Ángel Solá), quien viene de padecer una nueva embolia. En sus intentos por saber más sobre ese hombre que no le inspira demasiada confianza, que parece anclando en otro tiempo, Mario comenzará a investigar sobre el pasado de su progenitor. Pronto dará con una novela inédita, con detalles del pasado de Miguel como militante de la agrupación Montoneros, en una Argentina de clima cada vez más áspero. Pero, sobre todo, será el punto de partida para descubrir la lucha de una joven pareja en medio de una creciente violencia política. El director Diego Corsini combina pasado y presente para contar dos historias relacionadas entre sí. Por un lado, la de un hijo haciendo lo imposible por comprender a su padre y averiguar la verdad sobre su verdadero origen. Por otro, la de Miguel (en su versión setentera, Chino Darín) y Diana (Carla Quevedo), dos obreros de una fábrica que, guiados por sus ideales, incursionan en una militancia basada en graffitis y otros actos de protesta inofensivos, para luego reemplazar los aerosoles por armas de fuego. La película permite mostrar la intimidad de estos empleados devenidos en guerrilleros, sin condenarlos pero sin endiosarlos, sino presentándolos como personas siendo fieles a sus creencias y sentimientos en un país donde los cadáveres no paran de apilarse, por parte de todos los bandos. Al igual que Solos en la Ciudad, su ópera prima, Corsini trae una nueva epopeya intimista sobre una relación puesta a prueba, pero cambiando el tono de comedia romántica por el de un drama histórico con elementos de thriller y algunos toques de humor que funcionan para descomprimir un poco la dureza del tema y otorgarle humanidad a los personajes. Tampoco le escapa a las escenas de acción, ya que incluye un vibrante plano secuencia de un tiroteo. Pero el peso mayor del film recae en los actores. Por el lado de los protagonistas, Chino Darín continúa afianzándose delante de cámara y Carla Quevedo sigue siendo una estupenda mezcla de juventud, talento, belleza y carisma. Miguel Ángel Solá hace gala de todo su oficio para componer a un hombre mayor, enfermo y atormentado por su pasado, muy bien acompañado por Godino. En cuanto a los secundarios, el debutante en cine Marco Antonio Caponi se destaca dentro de un estupendo elenco que, a veces con pinceladas, tiene su lucimiento: Diego Alonso, Carolina Barbosa, Alejandro Awada, Silvia Abascal, Manuel Callau, Andrea Frigerio y la reaparecida Charo López. Con un sabor similar al de El Secreto de sus Ojos (donde también participaban Godino y Quevedo), Pasaje de Vida es una película sobre amor y supervivencia en un entorno hostil, y acerca de cómo el pasado repercute en la actualidad.
Mezclando el thriller político con el drama familiar, Pasaje de Vida arma un eficaz relato sobre la identidad y la memoria. Cicatrices del pasado Durante el período comprendido entre 1976 y 1983, Argentina vivió uno de sus momentos más oscuros con el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Desde su caída, esta dictadura militar inspiró un sinnúmero de películas que retrataban los sucesos vividos en el país, abordándolos de manera directa o a través de sus secuelas en el tiempo, y el impacto en la vida de quienes realmente la padecieron. Pasaje de Vida intenta ser un poco de ambas cosas. Por un lado tenemos un thriller político centrado la vida y la lucha de una joven pareja de Montoneros. Y por el otro un drama familiar, la historia de un hijo intentando rearmar los lazos que lo unen con su progenitor. Cuando Mario (Javier Godino) asiste a un hospital de España a ver a su padre Miguel (Miguel Ángel Solá) estos apenas tenían una relación. Pero ahora que la enfermedad neuronal que sufre parece haber vuelto más agresiva que nunca, Mario tendrá que acompañarlo en su casa para asistirlo. Miguel parece haberse quedado en el tiempo, preguntando por gente que ya no existe y un confuso pasando en Argentina, y particularmente repitiendo un solo nombre: Diana. Esto hará que inevitablemente Mario quiera saber más sobre el pasado de su padre y así poder resolver deudas pendientes sobre su propia identidad. Esta historia se irá entremezclando con los recuerdos Miguel (interpretado por Chino Darín en el pasado). De la época en la que los militares estaban en el poder y él recién comenzaba a dar sus primeros pasos dentro de la organización Montonera. Y de como allí se enamoró perdidamente de una chica: Diana. La película está basada en una historia real, y uno puede deducir fácilmente que es hecho que toca de cerca a su director Diego Corsini. No solamente porque la película está dedicada a sus propios padres, también por el sentimiento que lleva detrás. Algo que se nota sobre todo en la trama que involucra a al hijo intentando reconectarse con su padre, y que está interpretada por Javier Godino y Miguel Ángel Solá en una de sus mejores versiones. Podríamos decir que por allí pasa el verdadero grueso de historia del film, ya que posee un arco argumental más definido. Por otro lado, tenemos la trama que transcurre en el pasado y que involucra a Darín y Carla Quevedo. Esta se centra en el nacimiento de la relación entre ellos y su posterior romance ya como parte de la organización de izquierda. Y si bien cuenta con una buena labor de arte y continúa la linea de buenas interpretaciones que venía ofreciendo, le cuesta algo más de trabajo abrirse paso entre su historia. Especialmente en determinados momentos del segundo acto, que parecen renegarle a su cualidad de thriller y resuelve rápidamente situaciones que, en definitiva, son las que terminaban dándole esa identidad. Pero esto no termina de privar a la película de poder darse algunos lujos desde lo técnico, como un memorable plano secuencia durante una escena clave del film. Conclusión Pasaje de Vida funciona mejor cuando indaga en las heridas abiertas que dejó la dictadura militar, incluso en las generaciones que no la sufrieron en carne propia. Es también un thriller correcto, pero que a contramano de lo que uno podría imaginar se vuelve tediosa durante esos ratos que debería suceder todo lo contrario. Así y todo es una película recomendable, de buena factura técnica y actoral, con gran labor secundaria de Miguel Ángel Solá, Carla Quevedo en un papel diferente en el que da gusto ver y un Chino Darín en su mejor versión hasta ahora.
Rearmando la historia Mario (Javier Godino) vive en España desde muy pequeño, hace unos años se ha ido a vivir lejos del pueblo donde pasó su infancia, se alejó abruptamente de su novia y de Miguel (Miguel Ángel Solá) -su padre-, con quien nunca tuvo una buena relación, ya que siempre había sido muy frío y hermético con él. Cuando su padre sufre un embolia cerebral y es ingresado a una clínica, Mario debe regresar para cuidarlo, con todas las complicaciones que eso implica. A causa de su enfermedad Miguel tiene lapsus en los que se desconecta de la realidad, y cree estar en el pasado, confundiendo a Mario con otra persona, y hablándole así de cosas que su hijo no sabía. Todo esto lleva a Mario a investigar sobre el pasado de su padre, y su propia identidad, a partir de palabras sueltas y un libro sin editar que encuentra en la casa. Así comienza a conocer y a entender el pasado de su padre cuando vivía en Argentina y era un joven que militaba en montoneros, donde conoce al amor de su vida, Diana (Carla Quevedo), la madre de Mario. Pasado y presente se alternan en esta historia, que con la relación padre-hijo como eje, retrata la militancia de montoneros previa al golpe del 76, su realidad, su accionar. Mostrando los hechos y motivos, que en una época dura y complicada, llevaron a muchos jóvenes a tomar las armas, cuando sintieron que la vía política ya no era suficiente. La excelente fotografía y la detallada reconstrucción de época ayudan a comprender aún más el clima que se vivía en el país, aunque por momentos los diálogos parezcan demasiado pedagógicos o recitados, probablemente porque es una coproducción española, y las cosas deben quedar claras para ambos públicos. Solá y Godino realizan muy buenas interpretaciones, como dos hombre que deben reconciliarse con el dolor del pasado, y así recuperar su relación. Es destacable también la interpretación de Charo López quien en tan solo una escena junto con Javier Godino, realiza una interpretación inolvidable. El equipo joven de la historia sale bastante airoso con sus actuaciones, especialmente Marco Antonio Caponi, como un jóven comprometido con su ideología, y capaz de dar la vida por sus ideales, algo difícil de entender en estos tiempos. Una simple y sólida historia entre padre e hijo muy bien interpretada se convierte en un marco para narrar una época oscura y triste, difícil de exponer sin la corrección política que ya hemos visto en muchas películas argentinas - tal vez demasiadas-, pero esta vez narrada sin idealizar personajes, ni dar lecciones, simplemente mostrando una época y tratando de entender el pasado.
Una coproducción argentino-española dirigida por Diego Corsini que juega en dos planos: el pasado de militancia montonera del protagonista, encarnado con justeza por Chino Darín, y el presente del mismo personaje, que hace Miguel Ángel Solá. El director tiene una historia personal con el pasado, que le permite mostrarlo con una crudeza que provocará polémicas. En el presente hay una historia de amor absolutamente superflua. Aún con momentos muy bien hechos y otros menos logrados, vale.
Mirada que privilegia el suspenso Una mirada al afiche publicitario permite anticipar drama, acción y romance. Eso es lo que prometen las imágenes elegidas para el diseño del poster y eso es lo que la película entrega en dosis moderadas. Porque más allá de que su relato transcurra entre un presente en España y un pasado argentino en tiempos previos al golpe del ‘76 (el film es una coproducción en pleno derecho, con actores y técnicos de aquí y de allá); más allá de que su protagonista, Miguel (Chino Darín entonces, Miguel Angel Solá ahora), supo militar en las bases de la Juventud Peronista, entroncando el film en la tradición de un cine necesariamente político; más allá incluso de que el realizador basó la historia libremente en vivencias reales de sus padres, Pasaje de vida no deja de ser esencialmente un film genérico, atravesado por lugares recurrentes ya visitados con anterioridad.“¿Qué esconde, qué cosas no me ha contado?”, dice la mirada de Mario (Javier Godino), luego del accidente cerebral que ha dejado a su padre desorientado y olvidadizo. El encuentro con un manuscrito inédito volverá a despertar ese y otros interrogantes sobre el pasado, fundamentalmente aquellos sobre su madre desaparecida. Alternando esas dos temporalidades, el film juega al suspenso, ocultando datos que serán develados lentamente, relegando el más importante para los últimos minutos. De rigurosas patillas, pantalones Oxford y camperas ligeras de cuero (en notoria sobreactuación del diseño de arte), los Montoneros de Pasaje... alternan enérgicas discusiones con pintadas y huelgas en una fábrica, mientras el drama de la vida política argentina se pone cada vez más espeso.Resulta interesante que Corsini haya optado por ubicar su crónica tras la muerte de Perón pero antes de la caída de su viuda –y no en plena dictadura– y hay incluso escenas que plantean polémicas sobre el rol de los “perejiles” en la organización (debate que será zanjado sobre el final con un breve discurso reivindicativo), pero es apenas un detalle en una estructura narrativa que privilegia los mecanismos del suspenso y las emociones primarias sobre cualquier otra disquisición. El film persigue la empatía con los personajes mediante la historia de amor entre el personaje de Miguel y Diana (Carla Quevedo), compañeros de lucha y luego de armas, equilibrando la turbulencia de esos tiempos con la aparente calma del presente europeo. Avanzando previsiblemente con cada cambio de plano y golpe de timón de la trama, Pasaje..., de alguna manera, se asemeja a su afiche: de diseño sencillo y efectividad relativa, un poco chillón, convencional en sus formas y apenas un poco menos en sus contenidos.
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La memoria de un padre Una historia sólida desde el guión que se embrolla con la difícil representación de los setenta. La memoria clavada en los setenta. No es una metáfora la de Pasaje de vida, sí es ficción pero basada en un caso real, el de la familia del director, Diego Corsini. Pero sobre todo es una película, hay que verla como tal. El que quedó clavado en los setenta es Miguel (Miguel Angel Solá), aquejado por una rara crisis emocional que lo traslada a sus días de montonero. Un montonero crítico, light, que ahora está viejo y enfermo, anclado en su historia, en aquellos lejanos días de juventud cuando cruzó el esplendor del amor y sus convicciones políticas, en los que tuvo un hijo, Mario, que ahora viene a su rescate y a entender algo más de aquel drama. Son dos historias entonces. Una actual, en el eterno exilio español. “¿Quién es Diana, papá?”, le pregunta Mario a Miguel, y arranca esa búsqueda, que también es un recorrido y reinvención de una relación dañada por la tragedia, pero con un trasfondo de amor escondido tras las limitaciones y la belleza del caso. Otra el pasado, contextualizado en Buenos Aires, en la incipiente organización de Montoneros, en la creciente ferocidad de la Triple A, en las huelgas obreras con un Miguel joven (Chino Darín) y Diana, su hermosa compañera, que pasan de pintar paredes con “la sangre derramada no será negociada” a tomar las armas casi por inercia. Presente y pasado, España y Argentina, memoria y olvido. A Pasaje de vida le va mucho mejor allá, en el viejo continente, con actuaciones más sólidas y vínculos más creíbles. Acá, en los setenta, le pasa lo que a la mayoría de las películas que intentan escenificar esa época. El peso de la historia es tan grande que corporizarlo roza el pecado. Ya hablar de un thriller setentista es prácticamente una banalización. Y ni hablar del contenido político. La película baja línea en algunos puntos bien polémicos en los setenta, como el paso a la clandestinidad, las diferencias entre los militantes de base y la conducción de Montoneros y también la decisión de pasar a la lucha armada, una vez asumida Isabel. “Lo que perdimos con la política, no lo vamos a ganar con las armas”, dice con escasa convicción el joven Miguel. Por suerte, el filme no se adentra en la ciénaga setentista, y sólo cuenta una historia familiar marcada por aquella otra historia, demasiado pesada y esquiva para gran parte de la cinematografía argentina. Historias de amor cruzadas en el tiempo y la distancia que desembocan en una, la de padre e hijo en este caso.
"Pasaje de Vida" es una peli argentina que reúne un elenco soñado de jóvenes actores a los que hay que seguirles el rastro... Ricardo "Chino" Darín, Javier Godino, Carla Quevedo y Marco Antonio Caponi seguirán creciendo en la pantalla grande y en esta película vas a poder disfrutarlos demostrando lo que más saben hacer, actuar y ser dirigidos. Diego Corsini se sube a una historia de época, perfectamente recreada, con planos preciosos, fotografía que da gusto disfrutar, locaciones, producción y varios detalles más que hacen a que la peli tenga un color diferente a lo que estamos acostumbrados en nuestro cine. La historia, al menos a mí, me hizo algunos cortos circuitos por momentos - quizás le hubiera reducido la duración (casi dos horas)-. Lo que hay que resaltar es una escena que HACE a toda la película y esta abordada por el genial, talentoso y gran actor de Miguel Ángel Solá, quien en la cocina, cuchillo de por medio, te va a deslumbrar con una interpretación para el recuerdo. Ahora sí, ya sabes, peli nacional para prestarle atención y claro, para seguir apoyando nuestro cine.
El punto de vista que faltaba Diego Corsini (Solos en la Ciudad) posa su mirada en los sobrevivientes de la pre dictadura militar de 1976 en Pasaje de vida (2015), homenaje a sus padres articulado con el momento histórico que les tocó vivir en su juventud. Desde ese lugar, narra las operaciones estratégicas del accionar de un grupo de jóvenes que milita para la agrupación montoneros en la década del setenta. Hace no mucho Benjamín Ávila exponía una visión novedosa sobre los aconteceres de la última dictadura militar con Infancia Clandestina (2012), en donde, a través de la mirada del niño protagonista se trata de comprender la complejidad de lo sucedido. El niño sigue siendo una víctima para la historia, contrario a lo que sucede en Pasaje de vida que se posiciona en los propios militantes. La película se divide en dos tiempos: presente y pasado. En el diálogo entre uno y otro aparece un adulto Miguel (Miguel Ángel Solá) envejecido y con la memoria deteriorada. Su hijo Mario (Javier Godino), el niño ya mayor, lo interroga tratando de reconstruir su propia identidad. Embarcado en ese viaje vamos al pasado con un Miguel joven (Chino Darín) conociendo a Diana (Carla Quevedo), su madre, en medio del accionar revolucionario. La memoria se problematiza en toda la película. Palabras como “tiempo”, “pasado” y “complejo” se mencionan en varios momentos. Más allá de la dialéctica pasado-presente, el mayor logro del film es reconocer los distintos matices de lo ocurrido en los años setenta. La estructura funciona, ambas historias se complementan y van creciendo sucesivamente. A esto se suma un elenco de lujo que aporta seriedad a la propuesta, y del mismo modo una impecable factura técnica (fotografía y montaje por ejemplo), con la reconstrucción de época que, si bien en algunos lapsos se abusa de la moda estilo “vintage”, logra zambullirnos en el período rememorado. Corsini no construye la historia entre víctimas y victimarios, no explora las causas histórico sociales que justifiquen lo sucedido (de ahí su estructura genérica: el thriller), sino que se centra en sus personajes en medio de la acción revolucionaria, sin nunca idealizarlos para humanizarlos frente a un panorama social complejo. Tratado de manera delicada y con la sensibilidad del caso, los diálogos y alguna que otra metáfora (la del ganado sacrificado por ejemplo) refuerzan el abordaje puntilloso de un tema suceptible. El valor de Pasaje de vida está en el riesgo asumido al plantear una visión no transitada acerca de los conflictivos años setenta, que se presenta como un tema aún tabú para la sociedad argentina, con las complejidades mencionadas y el trabajo constante sobre el pasado para entender mejor nuestro presente.
Precisa evocación de sobrevivientes de los años de plomo Esta película ha sido dedicada a Gloria y Simón, que un día existieron como tales, pero hoy viven simplemente con los nombres que tuvieron al nacer. Como ellos, hay varios otros. Los sobrevivientes, los que pudieron escapar a tiempo, los que supieron retirarse a tiempo. Un día fueron la Juventud Maravillosa, al siguiente les dijeron imberbes y cosas peores, y decidieron algo todavía peor. Diego Corsini, nacido en España, recopila ahora algunas anécdotas vividas en aquel entonces por sus propios padres y algunos compañeros de sus padres, y desarrolla una historia más o menos de ficción, sobre tres montoneros que un día decidieron salir del país por cuenta propia, ignorando la amenaza de un posible "tribunal revolucionario". Todo empieza cuando, en la actualidad, un joven español trata de entender qué está pasando por la mente de su padre, viejo exiliado argentino que parece haber perdido la razón. La historia alterna entonces entre la España actual y la Argentina de 1974/76. Buena idea: a diferencia de otros relatos sobre Montoneros, acá se empieza por las diferencias entre la Juventud Trabajadora Peronista y la Juventud Sindical Peronista, los "chupados" que ya había bajo el gobierno peronista, mucho antes del golpe, la persecución, el pase a la clandestinidad decidido por los jefes a despecho de sus bases, la escasa preparación en el manejo de las armas, el enorme entusiasmo, la terquedad, la ingenuidad y la valentía. La ambientación es precisa, las frases con que se expresan los personajes son exactamente las que entonces se usaban (hay quienes todavía insisten en usarlas), las torpezas que los muchachos cometen son típicas del anecdotario de la época, también las discusiones, las peleas son creíbles, y la resolución puede parecer novelesca, pero calza justo y se agradece. Cosas todavía más extrañas ocurrieron de veras. Por supuesto, la película tiene alguna que otra pequeña discordancia (por ejemplo, la gente no se andaba abrazando tanto a cada rato), pero en compensación tiene un elenco encabezado por Miguel Angel Solá, Carla Quevedo y Chino Darin, y engalanado por Diego Alonso Gómez (el Pollo de "Okupas"), Charo López (como una exiliada que "ya cogió el azento" y prefirió mimetizarse entre otra gente), Javier Godino, Andrea Frigerio, la rubia Silvia Abascal, etc. Dicho sea de paso, el propio director aparece brevemente como un jefe montonero peinado a lo Galimberti. Y el diálogo que sostiene en una escena con la pareja protagónica, transcribe exactamente el diálogo que tuvieron sus padres cuando se les vino la noche del 76. Vale la pena.
En carne propia Cruda representación de una etapa nefasta de la Argentina En tren de llevar adelante una revisión de los hechos y las consecuencias de la despiadada represión desplegada en nuestro país a partir del año 1974, Pasaje de vida logra una cruda, contundente y movilizante representación de una etapa nefasta de nuestra historia. Pero lo más notable de este film de Diego Corsini es su encendida verosimilitud. Cada escenario, cada detalle, cada gesto o actitud de los personajes principales guardan una correspondencia, una analogía cabal con la época a la cual están recreando. Corsini venía de Solos en la ciudad, una ópera prima aceptable, en un género muy diferente. Aquí, la búsqueda expresiva es mucho más comprometida y el cineasta se muestra a la altura del desafío. Fundamentalmente, en términos de indagación emocional, ya que el director focaliza, tanto en el pasado como en el presente, en que lo que está contando tenga un eco en las fibras profundas del espectador, más que nada en aquellos que han padecido la dictadura en carne propia. Los ideales revolucionarios, el activismo político, la lucha armada, la situación social, el exilio en esos duros años están presentes en cada fotograma, aun los que transcurren en la actualidad. Porque Pasaje de vida alterna su trama entre la Argentina y España y a la vez, entre el pasado y el presente, alcanzando –pese a esta constante dualidad argumental– una narración fluida, accesible y atrayente. A diferencia de otros films que han reflejado esta etapa, este caso aborda momentos previos al golpe de la junta militar del ’76, más precisamente el accionar de la Triple A, no nombrada pero perturbadoramente presente. En esto, el film guarda vínculos con El secreto de sus ojos, pero también asoman ecos de Infancia clandestina. El elenco completa los altos valores de esta película nacional, arrancando con un Miguel Ángel Solá excepcional y magníficas tareas de Marco Antonio Caponi, Carla Quevedo, Charo López y un Chino Darín en ascenso.
Memoria e identidad La película Pasaje de vida reflexiona sobre la militancia y los ideales de la juventud en los años ´70, con el Chino Darín en un correcto protagónico. La enfermedad de su padre Miguel (Miguel Angel Solá) hace regresar a Mario (Javier Godino) a España, después de varios años de exilio. El hombre ha sufrido una nueva embolia y acusa una enfermedad neurológica que le afecta la memoria y lo ancla al pasado. La relación entre ambos, se adivina, no es de lo mejor. Con este panorama arranca Pasaje de vida, en un presente que, sin embargo, es luminoso. En breve, a partir del borrador de una novela que Mario encuentra en una papelera, la historia se trasladará hacia los años oscuros de la Argentina, previos a la última dictadura militar, cuando un joven Miguel se convertía en Montonero y se enamoraba de una compañera de armas, Diana. Quién es esa misteriosa mujer y qué influencia tuvo en su vida son los interrogantes sobre los que se desenvuelve la trama. Así, a través de dos tiempos narrativos, este drama dirigido y coguionado por Diego Corsini (Solos en la ciudad) visita los años 70 con una minuciosa y exquisita ambientación de época, planteando un relato más bien del tipo sentimental sobre el ayer. Contada desde el punto de vista de los considerados “subversivos”, la película reflexiona sobre sus ideales previos al Golpe de Estado, la militancia fabril, el paso de la lucha política a la lucha armada, y lo que significó todo ello para muchos jóvenes que debieron pasar a la clandestinidad, abandonar el país o terminar muertos. Un periodo no exento de repasos, que continúa vigente en la memoria colectiva. Todo eso es llevado adelante por una versión remota de Miguel a cargo de un correcto Chino Darín, acompañado por Carla Quevedo como Diana, y un encantador Marco Antonio Caponi como “Pacho”. El filme no aporta nada nuevo sobre la época ni pretende polemizar sobre la "complejidad" de la problemática. Es más, el "enemigo" prácticamente ni se corporiza, es distante y aparece como una fuerza intangible, insustancial: es un policía al acecho que casi no habla, es un malvado entregador en la fábrica, es un mensaje de la Junta Militar por la radio. Más bien, la cámara hace foco en lo que significó para esos pibes el choque generacional: se escucha de los adultos "guerra" y "algo habrás hecho" a la hora de evaluar la situación que atraviesan sus hijos. En el presente, mientras tanto, Mario descubre ese costado desconocido de su progenitor, pero también intenta reparar un romance que quedó trunco. Como en un rompecabezas, además de la memoria, Pasaje de vida pone sobre la mesa cuestiones como la recomposición familiar y la búsqueda de la identidad, en especial la de los exiliados políticos (en España, en este caso) y los sobrevivientes de un pasado nefasto.
MAS VIOLENCIA Otro filme con la violencia en primer plano. Pero esta vez aquí cerca. Parte de un libro que Corsini fue construyendo a partir de relatos de sus padres. Y está ambientada antes del golpe de marzo del 76. Montoneros, Triple A, atentados, el paso a la clandestinidad, el horror, las dudas. Como documento de época no funciona. Es un melodrama que va de la actualidad, en España, a los años 70 en Buenos Aires. Miguel es un guerrillero que se fue en el 76, desoyendo las órdenes de una cúpula montonera que exigía más de lo que daba. Y se quedó en Europa. A su compañera Diana la hicieron desaparecer. Y ahora, cuarenta años después, a Miguel la cabeza y el alma se le nublan. Tuvo un ataque y quedó con el tiempo y los recuerdos desordenados. Miguel busca el ayer desde su mente desquiciada. Y su hijo Mario busca a esa madre que no está más. Son dos memorias que van y vienen tratando de reconstruir una historia trunca y fatal. El borrador de una novela ayuda a rearmar el pasado. Hay un buen trabajo de ese gran actor que es Miguel Angel Solá. Pero también tropezones. . No desafina, pero es plano, convencional, sin matices. La historia está allí, pero el film parece confiar más en el suspenso y las intrigas.
Historia con personajes estereotipados y frases hechas El director Diego Corsini filma correctamente una trama que alterna entre la España de la actualidad y la Argentina de los años '70, donde se explora un tema complejo sin asumir la complejidad necesaria para lograr un buen resultado. La década del '70 es sin duda la más retratada por el cine argentino a la hora de revisar su pasado. Esta obsesión ha sabido ser oportunista, genuina, comercial o artística, pero en la suma queda demostrado que se trata de un momento de Argentina que sigue estando presente hoy. La mayoría pasa sin pena ni gloria por las salas comerciales, lo que habla a las claras de que no alcanza con elegir ese período para interesar a los espectadores. Pasaje de vida se suma a esta larga lista y lo que aporta de novedoso es poco y nada. Camina por lugares ya conocidos y no arriba a ninguna revelación que valga la pena o haga la diferenciar. La película transcurre en dos tiempos, o más bien en el presente con flashbacks hacia el pasado. El presente es España hoy y el pasado es Argentina en los '70. El protagonista en el presente es Mario, que debe acudir de urgencia a ver a su padre, Miguel, quien ha sido internado y está mentalmente deteriorado. De regreso al hogar, el nombre de una tal Diana aparece con insistencia en el discurso de Miguel, y Mario entonces se pone como doble meta saber quién es ella y a la vez entender cómo fue el pasado de su padre y su madre durante aquella época. El centro dramático será el pasado y Miguel joven (bien interpretado por el Chino Darín), junto con su amor de juventud y su militancia en Montoneros por aquellos años terribles. El director Diego Corsini –de larga trayectoria como productor- filma correctamente y no estamos acá frente a uno de esos productos visualmente intolerables del cine político de los '80. Oficio no falta, claro, pero hoy por hoy, eso en sí mismo no alcanza. Estamos en el año 2015 y el cine que explora temas tan complejos debe asumir a pleno la complejidad para obtener buenos resultados. La manipulación del film y la toma de partido es más que clara, los personajes son estereotipos que repiten frases hechas, que en un espectador que ha visto mucho cine argentino ya no quiere volver a escuchar. Hace años que el cine político argentino ha madurado: desde los '90 que las posibilidades de volver al pasado han asumido formas más interesantes. Hace 30 años, esta película podría haber brillado, pero el tiempo pasa, el cine y la sociedad cambian. Mientras tanto, que igual se sigan haciendo estas películas, puede ser síntoma de una necesidad de seguir hablando del tema.
Entender el pasado, vivir el presente La convulsionada década del 70 sigue proporcionando material dramático de sobra al cine argentino. Para ser sinceros es cuanto menos dudoso que el público general se entusiasme con una temática que a esta altura parece agotada después de años y años de catarsis por parte de toda una generación de autores y realizadores que nacieron o fueron niños pequeños durante ese tan conflictivo como complejo período histórico. Aquí ya entran en juego las motivaciones y el objetivo de cada director para con su proyecto personal. Si bien el cine es un arte industrial cada cineasta debería hacer la película que le dicta el corazón y las tripas. Si lo que surge sintoniza con el gusto de la gente, pues genial. La vean cien personas o quinientas mil es totalmente respetable. Eso sí: a mayor inversión es lógico que existan presiones para que el producto tenga una llegada lo más masiva que se pueda. No es lo mismo estrenar en una salita de cine arte en horarios y días limitados que un lanzamiento nacional simultáneo en los principales complejos de exhibición con decenas de copias a disposición. Si por sus características intrínsecas la película nunca buscó la explotación comercial y su responsable fue capaz de terminarla en sus propios términos, y además de eso estrenarla y cumplir con técnicos y actores… es como para sacarse el sombrero. ¿Y la calidad del producto? Como espectadores es lo único que debería preocuparnos. La aventura, o a veces locura, de largarse a filmar es patrimonio de sus hacedores y sólo de ellos: si quieren hipotecar su casa, participar en experimentos científicos (como fue el caso de Robert Rodriguez para financiar El Mariachi) o compartir los riesgos a través de una cooperativa, no es algo que involucre al destinatario natural de la obra. Y si es mala, fallida o no está a la altura de tantas expectativas depositadas en ella a no ofenderse cuando la crítica meta el dedo en la llaga. Son las reglas del juego y hay que aceptarlas. En Pasaje de vida Diego Corsini se planteó el desafío de bucear en el pasado de sus padres en la Argentina de mediados de 1970 y convertirlo en un guión que no obstante su sedimento biográfico documentado le deja espacio a la libertad creativa. ¿Cómo hizo Corsini para hablar de la afiliación de papá y mamá con el grupo Montoneros sin caer en el antipático desborde ideológico? Antes que nada se nota que afrontó el compromiso con la edad y/o madurez justa ya que manifiesta en su trabajo un equilibrio narrativo nada sencillo de plasmar. Y después está la historia de amor que más allá de los aspectos políticos es con lo que nos podemos identificar todos. Fue inteligente ahondar en ese aspecto de la trama. Le da impulso a los personajes y un contexto emocional que adquiere autonomía propia para proyectarse al presente donde los sobrevivientes intentan encontrarle un sentido a esos traumas que pueden estar soterrados, nunca olvidados, y que vuelven a emerger quizás de la manera más inesperada. La estructura elegida por Corsini y su coguionista Fran Araujo es la de dos líneas temporales que se van solapando a medida que avanza el relato. Tenemos la línea argumental más atrayente que transcurre en suelo argento cuatro décadas atrás donde nos presentan a Miguel (Chino Darín), Diana (Carla Quevedo), Pacho (Marco Antonio Caponi) y Sonia (Carolina Barbosa), todos ellos comprometidos con la causa gremial. Es interesante ver cómo se va entroncando ese movimiento con la lucha armada y el pase a la clandestinidad a partir de los eventos por todos conocidos. La muy extrema toma de posición de Pacho y Diana contrasta con la mirada de un Miguel más descreído de que la violencia resuelva algo. La subtrama romántica entre Miguel y Diana obviamente no es equiparable a la de una comedia: no hay nada edulcorado en esa relación pero se siente auténtica, creíble, favorecida también por la buena química entre los actores. La otra línea argumental es en España, y en el presente, donde un Miguel avejentado (interpretado por Miguel Ángel Solá) ha sufrido una embolia y a su hijo Mario (Javier Godino), con quien prácticamente no tiene contacto, no le queda más remedio que acompañarlo y cuidarlo por una temporada. En ese tiempo que comparten juntos las diferencias que siempre los separaron vuelven a explicitarse pero debido a su mente afectada el hombre comienza a confundir eventos y nombres de la actualidad con los de su pasado y esto despierta la curiosidad de un Mario que jamás supo exactamente cómo fue que perdió a su madre a tan corta edad. Con la ayuda de una médica amiga (Silvina Abascal) Mario deja de lado cierta indolencia personal para por fin involucrarse en la historia no sólo de sus progenitores sino también de todo un país. Pasaje de vida además de ser un aplomado thriller político es una película que interpela al espectador con mucho criterio y le deja planteado un dilema moral que es el mismo que atravesaron Miguel, Diana y demás compañeros militantes en un momento clave de nuestra historia como pueblo: ¿que hubieses hecho vos de haber estado en ese lugar? No hay respuestas fáciles. Pero Corsini hace las preguntas que debe aunque sean muy duras y dolorosas. Sin dudas es un filme para seguir debatiendo a la salida del cine. No será la obra definitiva sobre el tema que desarrolla pero contiene suficientes valores artísticos como para desearle que encuentre su público. Corsini es un director que habrá que seguir de cerca en lo sucesivo. Mientras tanto le doy mi voto de confianza. Bien merecido lo tiene.
Father and son Desde su inicio, Pasaje de vida se presenta como un film que habla sobre la relación entre padre e hijo, variando los protagonistas y los hechos que acontecen, pero siendo siempre el eje sobre el cual se moviliza. El segundo largometraje de Diego Corsini narra la historia de Mario, un hombre que por la avanzada enfermedad neuronal de su padre, se sumerge en una investigación sobre la historia de sus progenitores, de la cual conoce apenas los titulares y a medida que la enfermedad se intensifica, las incógnitas y claves que va descubriendo se van volviendo más complejas y misteriosas. Entre el hoy de España y los años previos al Golpe de Estado de 1976 en Argentina, el film transita en forma precisa y contundente entre esos espacios temporales sin caer en confusiones o enredos. El “pasaje” entre cada tiempo es correcto y claro, logrando un relato fluido y atrayente. Este aspecto no sólo denota el buen trabajo en la edición sino en un apasionante guión que va atrapando tanto por su simpleza como por el peso que contiene la historia, la cual a medida que se desarrolla aumenta en su interés para cerrar en su clímax. Asimismo, se destaca un impecable trabajo en la dirección ya que Corsini no sólo realiza grandes planos sino que utiliza en forma magistral el fuera de campo, provocando la sugestión sobre ciertas situaciones que suceden y, a su vez, no cayendo en lo básico o en lo impactante. El director comprende perfectamente que lo importante es la historia y no un bello plano (que los hay); lo sustancial es la trama y Corsini lo entiende desde el minuto uno. Desde el punto de vista actoral, se destacan las labores de Chino Darin, ese actor que está dejando de ser “el hijo de” para convertirse en un intérprete relevante, y la hermosa Carla Quevedo, en un papel que sobresale por sus silencios y miradas contundentes. El resto del elenco acompaña en forma precisa, resaltándose los “pincelazos” de Miguel Angel Solá, que con la maestría que lo caracteriza en sus breves participaciones demuestra su enorme talento. Por último, a pesar de que el film fue “vendido” como la película que exhibe el desarrollo del movimiento montero y la reivindicación de su lucha (eventos que se encuentran magistralmente presentados en la cinta), trasciende esta circunstancia, tomándolo como su contexto, no como su base. El hecho es importante, la potencia que contiene mostrar esos momentos vividos son significativos, pero este trabajo se destaca por exponer la intensa y complicada relación entre padre e hijo (o madre e hija), la cual es el subtexto donde todo encuentra su sentido. En el aceptar las decisiones que ha tomado cada uno pensando que era beneficioso para el otro y en la dificultad que conlleva aceptarlo. En ponerse en el lugar de la otra persona e intentar comprenderlo y entenderlo, más allá de todo, más allá de los “pasajes de vida” que nos ha tocado transcurrir.
Inspirada en una historia real, se estrena Pasaje de vida, dirigida por Diego Corsini –el joven director de Solos en la Ciudad- un cuidado drama transgeneracional con demasiadas pretensiones y resultados a medias. Las heridas sociales de la última dictadura militar en nuestro país siguen doliendo en el inconsciente colectivo, y hay muchas historias que no se conocen que merecen ser contadas. Sería fácil hacer una comparación sobre Pasaje de vida con respecto a títulos recientes con argumentos similares, comenzando por Roma, un gran film de Adolfo Aristarain pasando por el “oscarizado” El secreto de sus ojos, de Campanella o la cruda Infancia clandestina, de Benjamín Ávila. Pero hay que tomar cada historia en forma independiente. Noble en intenciones, pero con demasiadas pretensiones, Pasaje de vida narra la historia de Mario –Javier Godino– un joven español alejado sentimentalmente de su padre Miguel –Miguel Angel Solá-, pero curioso por conocer la verdadera historia de este, quién ha vivido en Argentina durante la década del ´70 militando en Montoneros y que tuvo que emigrar a España para criar a su hijo. Miguel no está bien mentalmente, confunde los tiempos, evoca el pasado. Mientras que Miguel revive sus años de militancia y el romance con una compañera, Mario desea conocer más datos sobre la historia de su madre, asesinada en ese periodo. La película sucede en dos tiempos distintos, por un lado durante la juventud de Miguel –Chino Darín– y, por otro, en su presente difuso. Corsini narra el pasado, a través de una novela que Mario encuentra escondido en la biblioteca de su padre, y a través de flashbacks del personaje. Clásico, pero convencional en su estructura melodramática, Pasaje de vida está más cerca de un culebrón televisivo que de un film austero y comprometido. Resulta interesante la construcción de la relación entre el hijo curioso y el padre que no logra conectarse con la realidad. En ese sentido la interpretación de Javier Godino es la más sólida del elenco. Miguel Ángel Solá, también consigue un trabajo verosímil y profundo. En cambio, la acción que sucede en Buenos Aires durante los años ´70 es más trillada. Por un lado, es ambiciosa por el meticuloso trabajo de arte y reconstrucción de época –aunque hay detalles que desentonan- pero por otro, los diálogos y las interpretaciones parecen forzadas, como imitando modelos de otras películas en vez de construir un autentico lenguaje propio. La construcción del romance entre Miguel y Diana –Carla Quevedo– funciona por momentos, pero en cambio toda la preparación de los ataques del grupo de Montoneros que integran Miguel y amigos, solo logra generar tensión en el momento en que se concreta un golpe. Después de esta escena –donde vale la pena destacar la precisión técnica y estética de Corsini como realizador- el film decae en un pozo melodramático, donde el pequeño enigma que es el disparador del film –una foto de Mario bebé con una mujer en España- depara en una revelación previsible, que poco aporta al resto de la historia. Pasaje de vida muestra una madurez interpretativa de jóvenes promesas nacionales como el Chino Darin y Carla Quevedo, pero que son desaprovechadas por un guión con demasiadas subtramas que aportan poco y terminan dispersando al espectador de un argumento central, que nunca cobra suficiente fuerza para mantener el interés por casi dos horas: demasiados personajes secundarios que no tienen profundidad y un núcleo superficial. Si bien hay detalles técnicos que distraen la atención por la historia brevemente, el principal problema es el guión, los diálogos y algunas interpretaciones que no logran ser convincentes. Un thriller, un coming to age y un drama padre-hijo conectados, en este caso, es demasiado.
Retrato de la memoria Como pocos estrenos nacionales del año Pasaje de vida llegó para destacarse entre la multitud. Es que son pocas las producciones nacionales que cumplen con un todo tan solvente como este film. Con una estética que fusiona a la perfección dos mundos y tiempos distantes, Pasaje de vida nos lleva a un recorrido por la memoria y nos recuerda constantemente como el presente está plagado de asuntos del ayer. La dirección a cargo de Diego Corsini consigue compenetrar al espectador de una forma tan sutil como lo hace la historia en sí, marcando una diferencia notable con su anterior producción Solos en la ciudad. Es que se puede visualizar una evolución más que sorprendente en su tratamiento al momento de encarar este nuevo y ambicioso proyecto que encarna desde una visión muy cercana, debido a que en parte es un homenaje a sus propios padres, quienes militaron junto a Montoneros en los 70’s y sufrieron el exilio obligado para lograr sobrevivir. Comprender la historia como si fuera propia sería mucho más difícil sin las más que correctas actuaciones que nos otorga el elenco, en donde se destacan las muy buenas labores de Marco Antonio Caponi, quien ha hecho la mayoría de su carrera en televisión en series como Vecinos en guerra y Graduados, y al madrileño Javier Godino (Todos tenemos un plan, El secreto de sus ojos). Entre tanto la actuación del a esta altura más que conocido Chino Darín (Voley, Muerte en Buenos Aires) deja ver retazos de su temprana inmadurez como actor, pero demuestra una evolución constante y coincidente con el papel retratado. Uno de los puntos más fuertes del film es la fotografía a cargo de Germán Vilche (Choele) quien nos entrega una gloriosa fusión entre el presente y el pasado a través de una paleta de colores que nos da lo mejor de los dos mundos, pero siempre resaltando una clarísima visión contemporánea tan prolija como atrapante. Como dejé en claro anteriormente, Pasaje de Vida es el estreno fuerte de la semana, alejado de los tanques hollywoodenses y de visiones simples y efectistas. Es una apuesta fuerte del cine nacional que nos recuerda parte de nuestro pasado desde una perspectiva posiblemente nunca antes representada, y es un excelente puente de acercamiento a un nuevo cine, representado por figuras nuevas y frescas, con una visión tan potente como cercana. Sin duda alguna Pasaje de vida es la mejor opción entre los estrenos de esta semana.
Tal vez no sea casual que el mejor momento de Pasaje de vida esté al inicio, ya que la película se asume ampulosamente como ejercicio de nostalgia, pero ese juego de contar hasta diez y recordar con precisión lo visto es mostrado en principio como enigma más que como certeza: cuando reaparezca sobre el final solo será para reclamar el discurso paterno sin ponerlo en cuestión. Y es que si bien Pasaje de vida parece animada por la intención de meterse de lleno con un tema elidido por el cine argentino (la militancia armada de los primeros años setenta), no logra ser más que la reproducción acrítica de ciertos relatos ya vistos y oídos. Como si, llegado por fin el momento de hablar de ciertas cosas, se contentara con repetir lugares comunes. “Hoy la política no es mala palabra. Encima acá hay mucho cine de género, lo cual la vuelve muy entretenida”, dice su director en una entrevista[1], resumiendo en una frase el equívoco que su película ilustra: desde ya, la política es una buena palabra y el género bienvenido, pero cuando se reduce todo a un efecto se vacía de contenido en aras del puro relato. Porque aun cuando, como nos asegura esa misma nota, Pasaje de vida “tiene el ritmo de los mejores thrillers norteamericanos” (“en su interior, todo el tiempo está pasando algo: hay amor, hay peleas, hay algo que resolver, hay persecuciones”), la misma descripción podría rematar con la conclusión de un crítico menos efusivo, que la coloca “más cerca de un culebrón televisivo que de un film austero y comprometido”[2]. Como resume Diego Brodersen, se trata de “una estructura narrativa que privilegia los mecanismos del suspenso y las emociones primarias sobre cualquier otra disquisición. (…) Avanzando previsiblemente con cada cambio de plano y golpe de timón de la trama, Pasaje… de alguna manera, se asemeja a su afiche: de diseño sencillo y efectividad relativa, un poco chillón, convencional en sus formas y apenas un poco menos en sus contenidos.”[3] El resultado final está lejos de El secreto de sus ojos, película con la que Pasaje de vida parece medirse desde su concepción: ahí están Carla Quevedo (otra vez como chica idealizada), Javier Godino (otra vez vouyeur de vidas ajenas), el hijo de Darín emulando a su padre (con la edad que tenía este cuando filmaba La playa del amor), e incluso un intenso plano secuencia en una escena central (amañado con menos garra y sentido). Pues todas esas esquirlas solo alcanzan para ver la distancia con la discutida película de Campanella, o la improbable Roma de Aristaraín, aun siendo películas contradictorias que tampoco saben qué hacer con el pasado. Mucho más al compararla con una película que es de algún modo su contracara: La vida por Perón, una película que a diez años de su estreno resulta cada vez más notable y no casualmente olvidada, quizá porque Bellotti evitaba la elegía tanto como la farsa y se hacía cargo de la tragedia. “Si esta película se estrenaba en los años noventa, no la veía nadie” dice Corsini, pero no porque entonces no fuera un fatigado best-seller La voluntad, o un módico suceso Cazadores de utopías. Lo que cambió es el tono, más que el contenido. Por eso Pasaje de vida puede poner en escena uno de los cantitos más escalofriantes de la JP (“con los huesos de Aramburu / vamo’ a hacer una escalera / pa’ que baje desde el cielo / nuestra Evita montonera”) sin ninguna distancia, como sí la tenía la primera vez que se escuchó en el cine –justamente allá por los noventa–, en Montoneros, una historia: la protagonista de Di Tella evocaba su militancia con aspereza, haciendo el duelo no solo por su compañero desaparecido, sino por su propia subjetividad escindida. En Pasaje de vida, en cambio, la reproducción del pasado no advierte ni siquiera sus propias incongruencias, como esa escena en la que la mujer practica tiro con una coqueta boina. Esa dirección de arte lustrosa (donde todos parecen salidos de un comercial de los ’70) enuncia lo que la película no se atreve a hacer: si esa imagen acartonada fuera parte del recuerdo inventado del protagonista, podríamos asumir sus rasgos planos como una ironía. Pero Corsini no busca esa distancia: “La película tiene una belleza montonera” dice, y está claro que el término problemático ahí es “belleza” (como esos desnudos gratuitos de la hermosa Carla Quevedo). Al igual que el hijo más interesado en recuperar a su viejo amor que la memoria pedida de su padre, a Corsini solo le interesa ese especular amor juvenil (tema de su opera prima, Solos en la ciudad). O mejor dicho, el melodrama, como un género más a explotar. De ahí que las pocas frases precisas que refieren a la discusión política de aquellos años (“lo que perdimos con la política, no lo vamos a ganar con las armas”) se pierdan entre personajes estereotipados y situaciones imposibles (un operativo absurdo, un delator de manual). Quizá por eso Corsini “insiste en que esta no es otra película sobre la dictadura”, y la relaciona más con la mirada infantil que permeaba Infancia clandestina o Kamchatka, pero también con Los rubios. Y es que así como se adivina la sombra de El secreto de sus ojos en la puesta en escena, el director asume que “la idea de la película surgió por una discusión que tuve con Albertina Carri durante un Bafici, en 2003”. No sabemos cuáles fueron los términos o ámbito de esa “discusión” (suponemos que un intercambio de preguntas y respuestas luego de la proyección), pero queda claro porque Corsini “sentía que ella tenía un vínculo conflictivo con sus padres y no lo entendía”. A la mirada prescindente de Los rubios, se le opone una que evade todo conflicto: “El mío era distinto, mucho más idealizado”, evidentemente sostenido –al contrario que el de Carri– por la falta absoluta de relatos: “Es un tema del que habíamos hablado poco” admite Corsini, explicando el inverosímil descubrimiento de su alter ego, el hijo español olvidado de la tierra de sus padres. Sin embargo, pudo llenar las lagunas más rápido: “El padre de Albertina Carri fue quien les advirtió a los padres de Corsini que, si dejaban Montoneros, iban a recibir un juicio revolucionario. Es decir, los iban a matar a balazos.” No sabemos cómo identificaron los padres a alguien que, como ellos mismos, usaba un nombre falso. Menos curioso es que el propio director aparece encarnando a ese superior que les ofrece la pastilla de cianuro, en un juego de rol que la película desanda (haciendo leves hasta las muertes que acumula, con la misma lógica que la conducción que critica). “Dedicada a Gloria y Simón” (nombres de guerra de sus padres), nos enteramos por las entrevistas que ambos están vivos: ¿Si no fuera así, podría Corsini haber hecho una película como esta, en la que el personaje que habla por todos concluye: “fueron los mejores años de nuestra vida y no nos arrepentimos de nada”? Sería fácil atribuir esa ligereza al contexto histórico: “En ese sentido, mis papás le agradecen mucho al kirchnerismo: ahora empezaron a decir quiénes son”, expresa Corsini, como si él mismo tuviera que agradecer a los vientos de la historia esa revelación tardía y autoindulgente. “Mis viejos –que ahora están separados– se abrazaron, se miraron a los ojos y se dijeron: ¡Esta es nuestra historia!”. Eso es todo: un homenaje que, como agrega el autor de la nota sin reconocer la carencia, “tiene más de reparación histórica que de ambición cinéfila”. Reparación sin duelo, historia sin reflexión, cinefilia pasteurizada. La única marca discordante es ese juego extraño que se menciona al inicio, como marca de un padre perdido en su laberinto (un notable Miguel Ángel Solá). Pasaje de vida no sabe (no quiere ni puede) animarse a internarse en esas oscuridades, y las cubre con el piadoso manto de la ficción. El resultado da la medida de su módica ambición. [1] Todas las citas del director corresponden a: Hernán Panessi, “El tiempo y la sangre”, Haciendo cine, mayo 2015. [2] http://visiondelcine.com/estrenos-de-la-semana/estreno-pasaje-de-vida-de-diego-corsini/ [3] Diego Brodersen, “Mirada que privilegia el suspenso”, Página12, 28 de mayo de 2015.
Para su segundo largometraje el realizado Diego Corsini decidió apelar a su historia familiar y narrar una época oscura de la historia argentina en “Pasaje de vida” (Argentina, España, 2015), thriller dramático que aborda la etapa previa a la instalación de la maquinaria represiva militar. Todo comienza cuando en la actualidad Mario (Javier Godino) recibe un llamado en el que le informan el grave estado de su padre (Miguel Angel Solá). A partir del encuentro con este, con el que no tenía contacto hace años, el hombre intentará de alguna manera reconstruir una parte de su vida de la que no tiene idea y posee muchas dudas. “Pasaje de vida” se inaugura con el flashback y termina generando una metonimia de su propia estructura narrativa, al contar la fundación de una célula montonera en la que Miguel (Solá) conoció a Diana (Carla Quevedo), con la que quedó instantáneamente enamorado, principalmente, por su vocación hacia la política. De mundos opuestos, pero con la convicción que a partir de la acción se podían cambiar de base algunas cuestiones relacionadas a la opresión y explotación laboral, en la reconstrucción de una época convulsionada, pero al mismo tiempo rica y esperanzadora, el romance entre Miguel joven (Chino Darín) y Diana avanza a pesar de las trabas que día a día encuentran. Hay un esmero en la puesta en escena y en la reconstrucción de época a partir de un cuidado proceso de selección del vestuario y los lugares de acción que suman. Este artificio le permite recrear el espíritu, o mejor dicho el aura militante, aunque en algunos trazos gruesos, o en la exageración de algunas actuaciones secundarias la narración se resienta. La película posee dos partes bien marcadas, una en la que Mario (Godino) busca desesperadamente claves para cerrar su historia y poder, por ejemplo, conocer más de su pasado a partir de un misterioso manuscrito, algunas claves que en momentos de lucidez le dice su padre, y el encuentro posterior con una mujer que tuvo que ver con ellos que le dará los indicios para terminar de aclarar todo. En la otra, la historia de amor entre Miguel y Diana, se narrará el encuentro, apogeo y caída de una pasión que en marco de la ilegalidad deberá forjar sus cimientos para poder así mantenerse sólida ante los avatares que se les presentan. El guión provee de algunas palabras solemnes, afectadas y obvias a los personajes, como así también una rigidez y simpleza narrativa, con planos y escenas armadas clásicas que le restan fuerza al mensaje de esfuerzo por luchar por ideales. Pero en las interpretaciones de la pareja protagónica referida al pasado (Darín y Quevedo), como también en las participaciones de Solá y Charo Lopez (como un personaje que ayuda a Mario a esclarecer su identidad) es en donde el ralentí de la historia se desvanece y genera interés en la propuesta. Para conocer una parte de la historia que aún no se había trabajado en la pantalla grande, con algunas fallas, pero con muchas intenciones, “Pasaje de vida” viene a ocupar un lugar necesario, eso sí, sin pretender más que la información que se muestra y no mucho más que eso.
Basado en hechos reales. Así se presenta esta película enmarcada en parte impregnada de historia y política contemporáneas de nuestro país. Montoneros, militantes, subversivos, según quien los llame, son los protagonistas de una de estas dos historias en las que se centra principalmente la película. Por un lado, un joven español (interpretado sutilmente por Javier Godino) que va a ver a su padre ex militante y se entera que tuvo una embolia y luego en la cotidianeidad de la casa comienza a decir cosas sin sentidos, no reconocerlo, o hacerle varias veces la misma pregunta. A su vez, el reencuentro con un viejo amor, un amor al que abandonó cobardemente, como él mismo lo dice, pero quien ahora lo acompaña a cuidar y tratar de entender a su padre. Por el otro, nos remontamos a unas décadas atrás, previo al golpe militar, donde quien luego va a sufrir la senilidad producto del paso del tiempo, ahora es un joven (el Chino Darín, con una actuación bastante deslucida) con ideales que junto a amigos y una joven que va a terminar siendo el amor de su vida, militan introduciéndose cada vez más en el tema llegando a sufrir cosas más graves que simples amenazas. El film transita entre ambas líneas temporales de manera prolija, sin intercalar demasiado, permitiendo bucear en cada uno de esos argumentos a su tiempo pero sin perder nunca el interés. Pero uno de los problemas es que no puede evitar tornarse predecible, saber de antemano hacia dónde nos están queriendo llevar director y co guionista Diego Corsini. Además, de esta línea parte una que salta a lo que sucede después del golpe de Estado, cuando no parecen tener otra opción que desaparecer o ser desaparecidos. Y es en éstas que a veces el film no puede evitar caer en el cliché. Así, tenemos por un lado el retrato de quienes luchaban por sus ideas y por el otro, el de un hijo que necesita conectarse con su padre y para lograrlo tiene que conocer un pasado doloroso que no deja de atormentarlo. La película no es entonces sólo el retrato de un grupo de jóvenes idealistas, sino también una película sobre la identidad, el problema es que no termina de ahondar lo suficiente en este último tema. Otro detalle a tener en cuenta es que, más allá de retratar una realidad argentina, su director es español. Este no es un dato menor ya que mucho de lo que vemos en la película son hechos ya conocidos por la mayoría de los nacidos en este país. ¿A qué me refiero? A que en cierto modo recuerda al inicio de “Crónica de una fuga”, en la que Caetano se ve obligado a introducir una placa con una leyenda explicando el contexto en que sucede la película, sin dudas apuntado a un público internacional. “¿Que qué hice? Creer en algo, eso hice”, le dice el personaje de una Carla Quevedo tan bella como talentosa a su madre, interpretada por Andrea Frigerio en un papel bastante menor. “Pasaje de vida” es una película poco ambiciosa, prolija, correcta pero que no termina de desarrollar los temas a los que apunta, quedando un poco a medio camino. Por momentos el guión se torna reiterativo y explicativo, lo que también le resta puntos. No aportará demasiado a quien quiera conocer mucho más a nivel histórico sobre esa época revolucionara, porque no aporta mucha novedad al respecto, pero no deja de ser un producto honesto y eso la hace más valiosa.
Un homenaje en memoria de aquellos que lucharon por sus ideales. Este es el segundo film del cineasta Diego Corsini (34) quien se atreve a contarnos una historia relacionada con su familia, inspirada en hechos reales, con varias situaciones que se encuentran ficcionadas y que puede ser la de cualquier ciudadano que luchó por sus ideales. En este caso podemos percibir cierto homenaje para todos ellos. Todo comienza en Barcelona donde vemos a Miguel (Miguel Ángel Solá, sobresaliente interpretación), internado por una grave enfermedad neuronal y su hijo Mario (Javier Godino, “El secreto de sus ojos”) que debe hacerse cargo además de ocultar un pasado con Ariadna. Pero cuando llegan a su casa a su padre le comienzan aflorar recuerdos del pasado, lo invade una gran melancolía y no logra distinguir el presente del pasado. Se encuentra atrapado en el pasado y se lo nota obsesionado con encontrar a una mujer llamada Diana. En ese momento es cuando Mario quiere saber quién es esta mujer y a raíz de esta investigación nos chocamos con dos tiempos. De esta forma descubrimos la compleja y misteriosa vida de Miguel (interpretado por Ricardo "Chino" Darín Jr. de joven), que fue montonero en Argentina en los 70, junto a su fiel amigo (Marco Antonio Caponi) y su enamorada Diana (Carla Quevedo, “El secreto de sus ojos”) por las noches realizan pintadas en las paredes diciendo “la sangre derramada no será negociada” y además otras actividades relacionadas con sus pensamientos. Pero también todo se encuentra encerrada en una historia de amor y pasión, enfrentados a todo tipo de riesgos, huidas, supervivencia al más alto costo, perseguidos, algunos desaparecidos, torturados y asesinados todo dentro de una época oscura de la Argentina. Aquí la historia se desarrolla en distintos periodos y se logra una muy buena recreación de época (buena elección de fotografía, iluminación y paleta de colores). Nos ofrece intriga, suspenso, tensión y momentos violentos en un thriller político que contiene momentos emotivos. Tiene varias subtramas que no aportan demasiado, cuenta con un gran elenco pero todos no logran un gran desarrollo y termina sobrándole unos minutos. El elenco secundario lo componen: Diego Alonso, Manuel Callau, Alejandro Awada, Charo López, Carolina Barbosa, Beatriz Dellacasa, entre otros. Incluye el debut cinematográfico de Andrea Frigerio.
Crítica emitida por radio.
Si bien la película dirigida por Diego Corsini progresa estructurada en dos tiempos, tiende a la confusión sobre el narrador pues simultáneamente presenta tres ejes narrativos. Desde la estructura nos presenta el tiempo actual en España, lugar en que concluirá la historia de Miguel (Miguel Ángel Sola), un exilio forzado hace más de 40 años, y el tiempo pasado en la Argentina. Ese tiempo anterior al oscurantismo total en la Argentina que se vio reflejado en el gobierno de Isabel Martínez de Perón, en tiempos en que los montoneros pasaron de la militancia gremial o estudiantil a la clandestinidad y lucha armada. En cambio los ejes narrativos y los puntos de vista serían tres. Una, la reconstrucción de la historia en Argentina la realiza Mario (Javier Godino), a partir de una novela escrita por su padre, casi se huele autobiográfica, el problema es que por momentos se funde, se confunde, con el punto de vista desde la actividad mnemónica de Miguel, y no desde su novela. El segundo o el tercero eje narrativo, es en el presente y vuelve a instalarse en Mario, es la búsqueda infructuosa de poder ver algo de su padre en ese hombre deteriorado por una enfermedad degenerativa, y este es otros de los problemas del filme. La historia casi se diría que, no por el contenido sino por las formas y los recursos que utiliza para hacerlo, es tan pueril como fallida. Mario debe ir de urgencia a ver a Miguel, su padre, debido a que tuvo que ser internado por una grave enfermedad neuronal, que es diagnosticada como embolia cerebral, algo así como un infarto del cerebro. El problema es que Miguel actúa como si su patología fuese una demencia presenil, pero de libro mire, Sola esta perfecto en el papel hasta que alguien dice: segunda embolia cerebral que sufre tu padre. Deformación profesional mediante, la pregunta que se instala es ¿qué necesidad hay de diagnosticar? Y si ya lo van a hacer ¿por qué no consultan con un especialista? Miguel vive ahora confinado en su propia mente, de manera atemporal, no logra diferenciar lo actual del recuerdo. Nombra a Diana. ¿Quién es Diana? Habla de la necesidad de encontrarla. Este interrogante estimula a Mario a comenzar una investigación reconstructiva en la fábula de su padre, de la cual conoce apenas los detalles de una novela familiar que comienza a desintegrarse. La enfermedad de Miguel se acrecienta, los misterios y anagramas que Mario va descubriendo sobre la historia de sus padres se van tornando más enmarañados y reservados. Una ficción de un amor real, de pasión y riesgo de vida, de huída y supervivencia al más alto costo, en una época oscura de la Argentina. Todo esto está construido y trata de diferenciar las épocas y los espacios en donde transcurren los hechos. El Chino Darin es Miguel de joven, y no desentona, el problema de los tonos esta el la dirección de fotografía por creer que con un cambio de tonalidad en la imagen, más pálidas en el pasado, colores más vivos en el presente, se soluciona. El grave problema es que la fotografía impregna lo que se instala en el plano, en el cuadro, y eso es paupérrimo. Hay infinidad de detalles que no deberían verse, pues estamos a mediados de la década del ‘70, entre otras cosas no existían las antenas de celulares, por ejemplo. Pero eso no seria grave si el guión y la dirección fuesen al menos correctos. El montaje se salva del incendio, pero la mala organización de los flashbacks, del retorno desordenado, no vuelve de donde partió, si los personajes estuviesen bien construidos, con sus motivaciones y conflictos en danza, pero no todo parece quererse dar por sobreentendido, o ser aceptado a ultranza. Hasta cuesta creer que Javier Godino, español de origen, quien hiciera un magnifico trabajo de un argentino medio en “El secreto de sus ojos” (2009), tenga tan pobre actuación en este filme. Las intenciones parecen loables, pero las formas y el resultado quedaron al parecer lejos de la idea original.
Crítica emitida por radio.