17 años de esclavitud Ha vuelto Paul W.S. Anderson. El malo de los Anderson para los amigos está entre nosotros con su nueva película: Pompeii, la Furia del Volcán. Kit Harington (Game of Thrones) y Emily Browning (Sucker Punch) protagonizan esta obra que vendría a adaptar libremente los sucesos reales ocurridos en el año 79 D.C. en la ciudad de Pompeya cuando ésta fue enterrada por la violenta erupción del volcán Vesubio. El realizador que saltó a la fama por la saga Resident Evil, y que se come a la salvaje Milla Jovovich, deja un poco de lado su video game style para filmar una película que está bastante sobria y bien, contrario a todo lo esperable. Pompeii, la Furia del Volcán vendría a ser una mezcla entre Gladiador y Volcano, aquel entretenido film de fines de los ‘90 protagonizado por Tommy Lee Jones que emulaba la erupción de un volcán en medio de la ciudad de Los Ángeles. Todas las secuencias en la arena del Coloso de Pompeya (más que un lugar de combate parece el nombre de un local bailable del barrio de la Capital Federal) remiten al clásico de Ridley Scott. La “revolución” de los esclavos en contra de sus “amos”, la amistad entre el vengativo héroe de pasado turbulento y el forzudo gladiador de color (interpretado por Adewale Akinnuoye-Agbaje) y el sublevamiento de Milo ante la autoridad presenciado y apoyado por todo un pueblo son algunos de los (para nada pocos) puntos de contacto con la citada obra protagonizada por Russell Crowe. En medio de la solemnidad, la lava volando y una ciudad próxima a ser sepultada hay una historia de amor entre el esclavo/gladiador Milo (Harington) y la plebeya Cassia (Browning) que es pretendida por el poderoso Senador Corvus (un desatado Kiefer Sutherland). La cuestión es que este culebrón de telenovela cargado de vericuetos románticos, represión por diferencia de clase y nula química entre los protagonistas no suma absolutamente nada a la trama principalmente porque Anderson nunca fue un gran narrador. El marido de Jovovich siempre se caracterizó por un cine cargado de efectos visuales y cámara lenta, es decir por estar más inclinado a forjar una potente puesta visual que hacía una narración fluida y con desarrollo. Si bien acá se encuentra bastante “contenido” consiguiendo conformar en Pompeii, la Furia del Volcán su obra más lograda, lejos está de lograr una gran película. La versión a cargo de Anderson de Los Tres Mosqueteros es el fiel reflejo de lo mal que puede salir una película cuando no hay ningún esfuerzo por desplegar a los personajes principales y sólo se apuesta por entretener con un puñado de escenas de acción al mejor estilo Matrix, vestidos de época medieval. Por suerte acá tomó nota y su muy libre adaptación del enterramiento de Pompeya resultó ser (sorprendentemente por lo mostrado en sus avances previos) una entretenida propuesta más mesurada y alejada de sus bodrios anteriores.
La carrera de la muerte. Paul W.S. Anderson se toma un descanso de su archiconocida franquicia Resident Evil y se basa en un hecho histórico -la erupción del volcán Vesubio en el año 79 d.C. que dejó sepultada a la ciudad de Pompeya (o Pompeii, que suena más serio)- y se las ingenia para contar una historia en la que un celta -ahora esclavo/ gladiador/ galán y único sobreviviente de la masacre de su pueblo en manos de los romanos- desatará su venganza contra el hombre que mató a su familia, un senador interpretado por la versión evil de Kiefer, el Sutherland Jr. Por supuesto que realizar una película tomando como base un hecho histórico que terminó en la destrucción de una ciudad entera, implica todo un desafío porque el público ya sabe cómo terminará. Pero eso no es un problema para el menos pretencioso de los tres Andersons. La estética de videojuego, que ya forma parte del ADN del director británico (Resident Evil, Mortal Kombat, etc.), marca toda la película desde tomas en las que el protagonista debe ir saltando obstáculos y superando distintas misiones para llegar a su meta -en este caso, su interés amoroso interpretado por Emily Browning- hasta planos cenitales de ambos corriendo por el camino que va desde el palacio a la ciudad, mientras intentan escapar de la catástrofe.
Otra superproducción para el olvido. La mítica ciudad de Pompeya es reconocida por haber quedado devastada tras la erupción volcánica del Monte Vesubio allá por el 79 d.C. en la época de la Antigua Roma. Lo que en esta oportunidad hace Hollywood es tomar la famosa historia para -entre lo épico, el romance y la acción- concretar otra de sus superproducciones. El inconveniente de Pompeii, del mediocre realizador Paul W.S. Anderson, es que semejante despliegue y colage de impactantes imágenes nunca llega a imponer un relato interesante y de tinte atrapante. Por el contrario, la trivial historia del humilde gladiador que tendrá que enfrentarse al Imperio para salvar a la mujer de la está enamorado nunca adquiere los matices necesarios para que el film sea algo más que una obra intrascendente.
Cuando una película grande viene “callada” como lo hizo Pompeii da para la sospecha. O sea, muy poco antes del estreno se conocieron imágenes y trailers y cuando esto ocurre suele decirse que se está ocultando porque no es buena. Y por suerte ocurre todo lo contrario dado a que es una propuesta más que entretenida. Seguramente ese retraso promocional se debió a ajustados tiempos de producción, se ve que llegaron a terminarla sobre la fecha y por suerte Paul W. S. Anderson supo cumplir una vez más con lo que mejor sabe hacer: grandes secuencias de acción y despliegue de efectos visuales. Pompeii es eso y no hay que buscar más, para trazar un paralelo vendría a ser como un capítulo edulcorado y ATP de la famosa y exitosa serie Spartacus. Porque aquí también nos encontramos con gladiadores enfrentados contra sus opresores romanos y vínculos entre sus personajes. Ya desde el poster se puede apreciar que la historia de amor entre el protagonista principal y la chica que no puede tener porque él es un esclavo y ella de la realeza. Eso juega un lugar central. ¿Un cliché? Si, ¿Mal utilizado? No. La verdad que el carisma de Kit Harington, conocidísimo por ser Jon Snow en la serie Game of Thrones, sobrelleva con altura los lugares comunes e incluso resalta al resto del elenco, como la bellísima Emily Browning y el villano que compone Kiefer Sutherland. El uso de la tragedia real e histórica de la erupción del volcán que exterminó a toda una ciudad es una gran excusa para darle un condimento más y crear un híbrido entre película épica y cine catástrofe con saldo positivo. Pompeii no descubre nada nuevo ni pasará a la historia, pero está bien hecha y entretiene de lo lindo. Si te gustan este tipo de películas es una gran opción para disfrutar en el cine.
Se viene el estallido... Paul W.S. Anderson, director y/o guionista de varias de las entregas de la saga de Resident Evil, abandona la ciencia ficción y viaja desde el futuro apocalíptico hasta el pasado, más precisamente al año 79 D.C., para una película que va del espíritu del viejo y querido Péplum al cine catástrofe y de allí al melodrama romántico. Es que esta épica histórica apuesta a una fórmula que sería algo así como: Gladiador + Volcano + Un amor imposible de todo épico; todo eso -claro- amplificado con una profusión de CGI, imágenes en 3D, música ampulosa, una estética kitsch y unas resoluciones que son premeditada, consciente, alevosamente cursis. Como queda claro, nada de sutileza. Tómelo o déjelo. La excusa histórica es la famosa erupción del Vesubio que arrasó con Pompeya. La excusa dramática es la venganza de un joven esclavo de origen celta devenido gladiador contra los romanos que masacraron a su pueblo y lo dejaron huérfano (eso se explica en el prólogo, ambientado 17 años antes). La excusa erótica es la presencia de dos jóvenes carilindos como protagonistas (Kit Harington como el esclavo y Emily Browning como la hija de los líderes de Pompeya). La excusa de acción son las luchas cuerpo a cuerpo en las arenas de los coliseos ante un público enfervorizado. Y, por último, la excusa para el gran espectáculo son los efectos visuales para reconstruir el estallido del volcán + terremoto + tsunami. Muchas “excusas”, es cierto, para una película construida en base a estereotipos y clichés (todo el relato está sostenido por convenciones y presupuestos que el espectador deberá aceptar y compartir) con unos romanos que son caricaturescos en su sadismo, especialmente el villanesco y corrupto senador que compone Kiefer Sutherland. No estoy 100% convencido de que Pompeii sea una buena película, pero resulta bastante disfrutable si uno se libera de sus prejuicios, entra en su registro, si no opone resistencia, si se deja llevar por su espíritu popular/populista, grandilocuente hasta lo risible, falsamente solemne y decididamente grasa. Es un film demodé concebido con la última tecnología. Una rareza. Un divertimento menor. Ni más ni menos que eso.
Acción y aventuras en plena erupción Combinando el espíritu de las películas clásicas de aventuras con la irrupción del cine catástrofe, la nueva creación del creador de la saga Resident Evil, Paul W.S. Anderson, se convierte en un buen entretenimiento ambientado en la antigua Roma y toma la erupción del volcán Vesuvio como disparadora de la acción. Milo (Kit Harington, visto en la serie The Games of thrones) es un joven que, luego de presenciar la masacre de su familia, es encerrado y utilizado como gladiador en las arenas del Coliseo. Milo luchará para conseguir su libertad, peleará por la mujer que ama (Emily Browning, de Sucker Punch) y se unirá a un esclavo negro para enfrentar al malvado Corvus (Kiefer Stutherland, con un look modernoso para la época), un corrupto emperador romano que somete al pueblo bajo su poder. En la película se lo escucha decir "Mátenlos" en más de una oportunidad. Pompeii hace gala de los efectos 3D cuando el volcán se enciende y las bolas de fuego y las cenizas vuelan hacia la cámara. Desde lo visual, el film propone gran despliegue (gracias a la creación de escenarios digitales) y los personajes combaten a pura espada para cambiar sus destinos sin imaginar que una catástrofe de proporciones épicas se acerca de manera silenciosa. Anderson cambia el ambiente futurista de Resident Evil y coloca a sus criaturas frente a peligros mayores que un ejército de zombies o temibles corporaciones. Si bien no entrega nada nuevo, el vértigo impreso en el relato hace que la acción y la aventura estén en plena erupción.
Cine catástrofe de manual El cine catástrofe ha cautivado al público desde siempre. Obras como Infierno en la torre o Titanic se han repetido en la historia del cine. Pompeii se suma a la larga lista de títulos que han fascinado a generaciones de espectadores en todo el mundo. Como su nombre lo indica, la película describe los últimos días de la ciudad de Pompeya, durante el Imperio Romano. Como siempre, la idea no es contar la vida de toda la ciudad, sino los conflictos de unos pocos personajes. Aquí tenemos una pareja protagónica formada por un esclavo gladiador y una joven de la alta sociedad de Pompeya. También hay villanos, claro, hay cobardes, hay valientes, y la amenaza del volcán que se cierne sobre todos ellos. La película del desparejo artesano Paul W. S. Anderson (creador de la versión cinematográfica de Resident evil, entre otras películas) va por el género del cine catástrofe usando el manual al pie de la letra. No se mueve ni un centímetro de las reglas y cumple con todas ellas, para placer de quienes adoren este género. El resultado es poco original, es verdad, pero también es divertido, emocionante, con escenas llenas de tensión. Arquetipos sin vueltas, ideas claras, simples y directas. Visualmente, la película es impactante y tiene escenas impresionantes, como debe ser para una película como ésta. Se notan criterio y buenas ideas para resolver algunos de los momentos más complicados de la catástrofe natural. Cínicos abstenerse; para disfrutar de Pompeii es imprescindible participar de las reglas y no cuestionarlas. Héroes y villanos tan antiguos como la historia misma que cuenta.
Un desastre que aún interesa Es un filme ideal para adolescentes, dirigido por un veterano en este tipo de películas, Paul W.S. Anderson ("Resident Evil"), que le da buen ritmo, algo de suspenso, mantiene clichés en los distintos tipos psicológicos y subraya la acción. Son numerosas las producciones que, tanto en cine, como en televisión, tuvieron como protagonista la erupción del Vesuvio en el año 79 d.C. Sin lugar a dudas, la más importante y la más olvidada por razones de lejanía en el tiempo fue "Los últimos días de Pompeya" de Luigi Maggi, realizada en 1908 con un gran presupuesto y efectos especiales. Estrenada en catorce salas de cine italianas de la época se convirtió en un gran éxito. Ahora entramos en la segunda década del año 2000 y de alguna manera la producción que tenga como fondo el desastre de la región de Campania por la erupción del volcán, va a tener que tener una historia romántica con todos los ingredientes que la hagan atractiva. O sea que habrá un poco de suspenso, acción, corrupción, venganza, con algo de Romeo y Julieta, luchas físicas para demostrar que al amor hay que defenderlo también en el campo de batalla y un desastre final, sin olvidar que los buenos se tienen que pelear con los malos y luego se verá quién gana. LA CATASTROFE En este caso los protagonistas son Milo (Kit Harington), esclavo, luego gladiador y su amada Cassia (Emily Browling), que por cuestión de deudas paternas es prometida en matrimonio a un senador corrupto, llamado Corvus (Kiefer Sutherland). Ya están dados los actores principales, el resto serán enfrentamientos por la chica, e intentar el rescate durante la catástrofe, el problema que algunos afirman, es que provocó miles de muertes y un legado para la historia, porque la lava conservó como estaban en ese momento a los habitantes en sus moradas junto con sus enseres. Habrá, paralelamente, una historia de amistad del esclavo, luego gladiador, con Atticus (Adewale Akinnuoye-Agbaje), también esclavo como él. "Pompeii. La furia del volcán", es un filme ideal para adolescentes, dirigido por un veterano en este tipo de películas, Paul W.S. Anderson ("Resident Evil"), que le da buen ritmo, algo de suspenso, mantiene clichés en los distintos tipos psicológicos y subraya la acción. El resto lo hacen los efectos especiales, la importante tecnología y el hecho de que los protagonistas sean Kit Harington, el héroe de "Juego de tronos", la promocionada serie televisiva y la bella Emily Browning, le otorga una atracción extra a la película. A los mencionados se suma el popular Kiefer Sutherland, como el malvado de Corvus, un senador romano.
Con la lava lavada Siempre, pero siempre ¿eh?, que hubo una catástrofe hay una parejita en el medio. Así como a James Cameron se le ocurrió que un marinero se entretuvo viendo los besos de Jack y Rose en la cubierta en Titanic, y por eso embiste el iceberg, en Pompeii no hay témpanos, pero sí un amor entre dos jóvenes de distintos estratos sociales cuando pase el temblor. Porque en Pompeii (que no tiene nada que ver con un árbitro de fútbol) son Cassia (Emily Browning, de Una serie de eventos desafortunados) y Milo (Kit Harrington, Jon Snow en Game of Thrones). Ella, hija de un acaudalado señor de Pompeya. El, más conocido como el Celta, vio de niño cómo los romanos mataron a su padre y a su madre y, convertido en esclavo, llega a Pompeii para ser gladiador. Allí también arriba el Senador Corvus (¡Kiefer Sutherland!), que vino a hacer negocios en nombre del emperador Titus, pero que antes fue el que encabezó la masacre de los celtas. Milo, a quien se ve que no le gustaba su nombre porque tarda en decir cómo se llama, lo reconoce enseguida. En el año 79 DC no había Google, cuando vio a Corvus casi dos décadas atrás era de noche, pero la memoria visual de Milo no tiene parangón. Como tampoco su sueño de venganza. Y menos la parafernalia que el director inglés Paul W. S. Anderson (el de la saga de Resident Evil con su esposa Milla Jovovich) despliega cuando el Vesuvio entre en erupción. Paradójicamente, Atticus, esclavo de piel oscura, le aclara a Milo: “Es la montaña que gruñe de vez en cuando”. Y se viene una, que otra que el reciente bólido de Santa Fe. “Que empiecen los juegos (con j)”, dice Corvus/Kiefer, y remeda no a su Jack Bauer en 24, pero sí a su padre Donald en Los juegos del hambre. La cosa es que cuando empiecen los fuegos del volcán, está clarísimo que cada dólar invertido está allí, en las imágenes CGI y los efectos especiales, y no en la cuenta de los libretistas. Sí han pagado a un elenco de nombres. Carrie-Anne Moss (a quince años de su Trinity en Matrix) ya no hace de chica, sino de madre, y Jared Harris, que es el hijo de Richard harris, hace del padre de Cassia. Y así, combinación entre Gladiador, Titanic y Vulcano -o Terremoto, o La aventura del Poseidón, o cualquier película de catástrofe o las peplum de hace sesenta años-, Pompeii pasa ante los ojos sin lastimar. Y no, no es una catástrofe.
Gran ejemplo de melodrama épico "Los últimos días de Pompeya", según la novela de Edward George Bulwer-Lytton, es la quintaesencia del melodrama épico que tiene de todo: gladiadores, cristianos perseguidos, amores prohibidos y, por supuesto, cine catástrofe con la lava ardiente del volcán imponiéndose por sobre las pasiones de los mortales. Las distintas versiones y variantes de la misma historia se vienen filmando desde 1913, aunque tal vez la mejor sea la de 1935 con Preston Foster y Basil Rathbone, dirección de Ernest B. Schoedsak y efectos epeciales de Willis O'Brien, el equipo de "King Kong". Esta nueva versión en realidad parte de una historia propia que necesariamente se parece a las antiguas aunque deja de lado algunos elementos el cristianismo, por ejemplo, no aparece- y agrega algunos nuevos, como el odio de los gladiadores hacia sus captores romanos, y la rivalidad entre los habitantes de Pompeya y el poder de Roma. Paul W.S. Anderson es un director especializado en la superacción, y realmente le saca el máximo provecho a todos estos elementos en un film vertiginoso que simplemente no para nunca, desde un prólogo con las conquistas romanas en Britania hasta el increíble desenlace, totalmente único y sin duda uno de los más originales que se hayan visto en el género. Kit Harington es el gladiador conocido como "El Celta", llevado desde la antigua Londres donde extermina a sus rivales en el Circo sin mucho esfuerzo- a Pompeya para aprovechar mejor sus talentos. En el camino, un accidente lo ubica frente a una doncella patricia, Emily Browning, que viene escapando de Roma debido al acoso del poderoso senador Kieffer Sutherland, justamente el mismo que en Bretania eliminó a toda la familia del protagonista. Con esta premisa, el argumento ya asegura el drama de pasiones ferozmente vigiladas por el Vesubio, que a diferencia de otras versiones, aquí empieza a mostrar su poder casi desde el primer acto del film. Una gran cualidad del guión es ubicar una de las más impresionantes escenas de circo romano jamás filmadas justo en el medio del film, de tal manera que no haya que esperar la erupción definitiva del volcán para que los acontecimientos se precipiten. Es muy interesante el manejo de la violencia que logra Anderson, ya que sin llegar al gore, logra impactar al espectador con hábiles recursos cinematográficos que, aun en los momentos más dramáticos de destruccion volcánica, no dejan de ofrecer cierto sentido del humor . Pero la película no es precisamente chistosa; es un meldorama romántico oscuro como pocos, dotado de excelentes actores (las pocas escenas sin acción se vuelven igualmente interesantes gracias a los excelentes Jared Harris y el malísimo Sutherland) y de formidables efectos especiales que obviamente dominan los últimos actos del film con su impactante catástrofe en 3D. Por otro lado, el uso de los efectos especiales para ambientar una ciudad de hace 2.000 años es superlativo, igual que la dirección de arte y muchos detalles del guión que marcan una diferencia importante entre éste y otros péplums de la era digital. Hay algunos puntos débiles, como una banda sonora con demasiados coros tipo new age, por ejemplo. Pero no sólo la vertiginosa superacción o los efectos digitales redimen éste y otros leves defectos, sino sobre todo un sorpresivo desenlace romántico que no se parece a nada que se haya visto en la historia del cine catástrofe, ni en el péplum ni en ninguna gran superproducción hollwoodense como ésta.
De Paul W.S.Anderson se dice en la industria que su mayor habilidad es generar productos de acción de alto impacto. Ha estado dedicado a adaptaciones de videojuegos ("Mortal Kombat", la saga de "Resident Evil", "Alien vs Depredator", "DOA", etc) y productos de interés masivo ("The Three Musketeers", sin ir más lejos). Es un artesano en lo suyo y si bien, sus trabajos no quedarán en el recuerdo de la cinefilia preparada, ha entretenido a millones de espectadores alrededor del mundo. Esto sucederá seguramente con "Pompeii", su última producción. Tomando a la destrucción de la mítica ciudad como eje y marco (hecho ocurrido en el año 79 a C debido a la erupción del Vesubio, que estaba a unos kilómetros de allí y sepultó a la ciudad con lava y cenizas), "Pompeii" presenta una historia de amor y conflicto, entre distintas clases sociales (romanos, pompeyos y esclavos) en la cual no habrá profundidad temática (de hecho, la trama se desarrolla en casi 48 horas) pero sí bastante acción y el despliegue digital de rigor acorde a semejante evento natural. En el guión de J. Scott y Lee Batchler junto a J.Fellowes y M.R.Johnson, no abundan las grandes ideas. No señor. Digamos que hay un mix de ideas ya vistas en films y series de prestigio ("300", "Gladiator", "Troy" y "Spartacus" me vienen a la mente) que regresan. La mujer noble enamorada del esclavo hábil que lucha, a quien le masacraron la familia los romanos, la sed de venganza, los combates y la solidaridad en la arena del coliseo, etc... Todo comienza en las horas previas a la erupción del volcán... Milo (Kit Harrington, quien hizo mucho trabajo físico previo para estar a la altura del proyecto) es un celta sobreviviente de una extensa matanza de un general romano, Corvus (Kiefer Sutherland, en un trabajo que desconcierta) a quien sus cualidades de lucha lo han enviado a Pompeii a demostrar sus habilidades en los Juegos especiales que esa ciudad tiene celebrando la época de vid. Dentro de la sociedad que preside la ciudad, el matrimonio conformado por Severus (Jared Harris) y Aurelia (Carrie Ann-Moss) intentan mantener su independencia y procuran ideas nuevas para Pompeya (la construcción de un acueducto y nuevas obras para su pueblo). Eso quieren hacer cuando Corvus visita el lugar buscando obtener la mano de su bella hija, Cassia (Emily Browning), a quien viene buscando desde Roma, donde la joven estuvo un tiempo residiendo. Milo accidentalmente conocerá a Cassia y en su lucha por sobrevivir, su objetivo será potenciado por la posibilidad de acercarse a la jóven noble quien rápidamente queda prendada con su sensibilidad para los animales y su carisma para la batalla. El celta deberá establecer lazos con Atticus (Adewale Ankinnuoye-Agbaje), el campeón local para sobrevivir en la arena dentro de un amenazante contexto (la naturaleza va anticipando su jugada y todos ya sabemos en qué termina la cosa). La historia de amor, a pesar de los enormes esfuerzos de Browning, nunca termina por corporizarse y volverse creíble. El héroe sólo se destaca por su destreza para las escenas de acción y el resto nunca logra transmitir la tensión que el conflico requiere. Anderson parece poner toda su energía en las escenas de lucha y destrucción de la ciudad y no se le puede negar que logra asombrar en algunos tramos. La película sólo se puede ver en 3D y ahí, en los últimos 30 minutos, es donde paga el precio de la entrada. La furia del volcán, en el medio del clímax del conflicto entre Milo y Corvus es lo que le da el único valor a la cinta: un rato de violencia y choque de espadas como en los viejos tiempos. "Pompeii" no tiene una historia fuerte que justifique su visionado. Lo que sí ofrece es espectacularidad visual. Así que si se adentran a caminar las calles de esta ciudad, eso es algo que deben tener en cuenta. Cuando el volcán suena, lava trae.
El último largo día de Pompeya Describir el impresionante espectáculo de la destrucción de Pompeya por la erupción del Vesubio ha sido una empresa que el cine intentó casi desde su propio comienzo, a principios del siglo pasado. Después, una novela que el inglés Edward George Bulwer Lytton publicó en 1834 y que imaginaba una historia melodramática con varios triángulos amorosos, intrigas, mitología cristianismo, brujería y algo de historia para llegar a su culminación con la catástrofe - Los últimos días de Pompeya - sirvió de excusa p ara varias producciones, las más famosas de las cuales habrán sido probablemente las que dirigieron Carmine Gallone en 1925, Ernest B. Shoedsack en 1935 y Mario Bonnard y Sergio Leone en 1959 (con Steve Reeves). A Paul W. S. Anderson, responsable de Mortal Komba t, Resident Evil y Alien v. Predator, entre otros títulos no demasiado memorables (y que de ninguna manera debe confundirse con Paul Thomas Anderson, el director de Magnolia y Petróleo sangriento ), el caso de la ciudad que estuvo desaparecida durante 1700 años lo fascinaba desde chico, según ha dicho, y por eso estuvo seis años preparando esta producción en 3D que mezcla cine catástrofe, épica, peplum, amor y, sobre todo, despliegue aparatoso de efectos visuales y sonoros para ofrecer espectáculo. Difícil imaginar qué les habrá llevado tanto tiempo al director y a sus cuatro libretistas a juzgar por los resultados. El armazón narrativo -por llamarlo de alguna manera- es bastante endeble. Hay un esclavo celta con sed de venganza que se ha convertido en gladiador invencible pese a su relativamente modesta envergadura física (basta verlo al lado de su gigantesco colega moreno). En el camino a Pompeya, conoce a la hija de su amo, un rico mercader, y se enamora de ella, a la que conquista con un par de muestras de su fortaleza y su sensibilidad. Pero no sólo su condición de esclavo y su futuro poco prometedor (los gladiadores tienen los días contados) entorpecen su plan de quedarse con la dama. La misma aspiración tiene el corrupto, poderoso y perverso senador romano que encima cuenta con el apoyo del emperador. Entre las fiestas del vino, que se celebran en esos días, los espectáculos en la arena (que siempre termina tapizada de cadáveres) y las tensiones que crecen entre tiranos y esclavos, entre poderosos y humillados, también crece la tensión en el interior del Vesubio, que está ahí nomás, a la vista de todos. Ya se sabe cómo terminará todo. Lo que no se sabe es cuándo ni cuánto tiempo le llevará a la montaña descargar su furia. Porque las doce horas que según los estudiosos le alcanzaron al volcán para no dejar rastro de Pompeya ni de otras ciudades cercanas en la versión de Anderson parecen días. El show de efectos que ilustra la destrucción es reiterativo, poco imaginativo y difícilmente inteligible, pero hay que dar tiempo para que en el larguísimo final se acumulen todos los lugares comunes posibles, así que hasta que todos los villanos estén muertos, todas las venganzas se hayan concretado, el héroe haya salvado a su chica y queden un par de minutos para el beso del final habrá que esperar a que el Vesubio se decida a completar su obra. Y Anderson la suya.
Del thriller a la destrucción masiva ¿Qué sucedería si a las intrigas y tensiones de poder de Game of Thrones se le adosara el gigantismo grasoso y atómicamente destructivo de Roland Emmerich, todo maridado en la ligereza romántica de una de esas películas presentadas por Virginia Lago en Telefe, para luego servirlo con la seguridad narrativa de los mecanismos del género péplum? El resultado sería un plato multicolor parecido a Pompeii. La furia del volcán. O Pompeii, tal es su nombre original. El subtítulo local es uno de los actos de mayor explicitud argumentativa de los últimos años. Al fin y al cabo, se sabe que Pompeya fue aquella ciudad del Imperio Romano –hoy cercana a Nápoles– destruida por el flujo de lava ardiente después de la erupción del Vesubio hace poco menos de dos mil años. Pero ojo porque el film de Paul W. S. Anderson, reconocido por sus trabajos como guionista y/o director de la saga gamer Resident Evil, hace de ese hecho histórico anunciado un elemento dramático secundario pero latente durante más de una hora para focalizarse inicialmente en los comportamientos interesados de la clase gobernante. Hasta que lo latente deviene en manifiesto y, ahí sí, a romper todo. Dos películas al precio de una, entonces, es la oferta del día. El volcán estalló en el año 79 d.C. El film, sin embargo, comienza diecisiete años antes, cuando un ejército romano al mando de un general malísimo (un Kiefer Sutherland felizmente pasado de rosca) apela al supuesto alzamiento de una comunidad celta para descabezar a todos y cada uno de sus integrantes. Salvo a Milo, quien se salva gracias a una perspicacia poco habitual para un pibe de diez años. La maniobra es casi perfecta, a no ser porque alguien se aviva y lo pone como esclavo. Ya adulto, Milo (Kit Harington, el hijo bastardo del clan Stark en... Game of Thrones) es trasladado a Pompeya en una diligencia encabezada por la hija del líder local, quien le echará un ojo al súbdito cuando éste demuestre una particular ternura para romperle la cabeza a un caballero herido (¡!). Justo a esa ciudad, y justo en ese momento, llega un flamante senador del emperador. Senador que es, claro, aquel mismo militar que mató a la madre del protagonista años ha y que está allí para cualquier cosa menos para hacer amigos. “Algunos no están de acuerdo con el acueducto para modernizar la ciudad”, dirá el mandamás local (Jared Harris, el finado socio británico de Mad Men) para justificarle al funcionario el escaso apoyo popular ante su llegada. La frase es, además, un síntoma de que el arco narrativo de la primera hora estará marcado no sólo por la supervivencia del esclavo devenido gladiador en la arena, su creciente empatía con un camarada, que irá de posible verdugo a mejor amigo, y los acercamientos con su interés romántico, sino también por los comportamientos vaciados de motivaciones heroicas de los líderes. El resultado es, entonces, un film que campeará entre el revanchismo de Milo y una suerte de “thriller épico-político”, en la línea de las adaptaciones televisivas de los libros de James R. Martin. Eso sí, todo más lavadito, menos espeso. “¿Para qué complicar las cosas si todo terminará importando poco y nada cuando ruja la Tierra?”, habrá pensando Anderson. La media hora final es hija dilecta del cine de destrucción masiva de El día después de mañana y 2012, una proliferación de efectos visuales deliberadamente artificiales y construidos a puro CGI, con los edificios cayendo como castillos de naipes, cientos de piedras calientes agujereando e incendiando lo que encuentren a su paso e incluso un tsunami. Y en medio de todo, ella y él almibarando la tragedia con sus promesas de amor eterno.
Arde la ciudad Pompeii: La furia del volcán (Pompeii, 2014) es una película que parece irrumpir en el momento menos propicio. Con títulos de monstruoso despliegue publicitario y toda la solemnidad de la temporada de premiación Hollywoodense arraigada en las carteleras argentinas, una producción como la de Pompeii: La furia del volcán, que trata sobre el volcán y su erupción trágica, que está protagonizada por el bastardo de Juego de Tronos (Game of Thrones, 2011) y esa suerte de paradigma lolita corrompida por obra propia, y para congoja u onanismo de miles de pedófilos alrededor del mundo, que es Emily Browning, garantiza su lugar en las cadenas de cine más concurridas del país. Además del modesto conjunto de seguidores que el director Paul W.S. Anderson (Resident Evil 5: La venganza) pueda llegar a congregar en este margen del continente americano, Pompeii: La furia del volcán se aprovecha del hueco que deja la opulencia hollywoodense y se nutre de las famélicas audiencias populares que deambulan por los shoppings reclamando algún tipo de saciedad para su necesidad de dispersión. Un porcentaje de público para nada descartable. Entonces la industria provee de esta forma: Una disaster movie con apelativo romántico, el contorno humano de la tragedia, como Titanic (1997) pero más balcánica y orientada a la acción. Ah, sí. Porque a todo esto también existe una sub-trama de gladiadores y una rebelión al imperio romano que se entrelaza y se complejiza con la historia de amor del insurrecto y la muchacha cautiva del senador encumbrado, que acá lo encarna Kiefer Sutherland. El elenco es incuestionablemente bueno. Están también Jared Harris, que colaboró con Anderson en una de sus adaptaciones un poco libres de Resident Evil (2002), y Carrie-Anne Moss, que no trabajó nunca con Anderson pero fue Trinity en Matrix (1999), por ejemplo. La aldea natal de Milo (Kit Harington) es brutalmente arrasada por hordas del ejército romano. Sobreviviendo a la masacre y después de ser capturado por las fuerzas enemigas y vendido a esclavistas celtas que no tardan en perfeccionarlo como instrumento de muerte para las arenas romanas. Milo incuba el odio hacia la gran civilización que lo subyuga y al representante de su toxicidad, el senador Corvus (Kiefer Sutherland). Una joven aristócrata es cautivada por el joven gladiador durante uno de los juegos y luego arrebatada ante sus ojos por el mismo déspota que asesinó a toda su familia. Con más de un par de motivaciones, el joven Milo emprende una travesía épica para reunirse con su amada mientras su ciudad, oportunamente, sufre una de las peores catástrofes naturales de la historia. En esta semana contamos con una propuesta de acción romántica, de violencia inofensiva y efectos visuales llamativos como contraposición a la sobrecarga de densidad artística predominante. Es esto o la promesa de un buen rato con dos horas de un concepto tan original como una introspección espiritual al sur antebellum de los Estados Unidos por un director que filmó una película sobre un preso irlandés que decoraba las paredes de su celda con excremento y termina muriendo de hambre.
El Vesubio se demora Graecus (Joe Pingue), un hombre que se dedica al negocio del entretenimiento con gladiadores, mira una gran grieta en el estadio por donde se filtra arena, manda a llamar a Severus (Jared Harris), gobernador de Pompeii (a partir de ahora vamos a llamarle Pompeya en referencia al barrio marplatense y para evitar los chistes fáciles con Roberto Pompei). Discuten acerca de las condiciones de seguridad del estadio o arena: el primero, que lucra con la vida de unos pobres diablos a los cuales obliga a pelear hasta la muerte, afirma que no están dadas las condiciones para el espectáculo; el segundo, al que hasta ahora lo hemos visto como un político respetable dentro de la media corrupta general, responde que si el estadio aguantó durante cien años seguramente aguantará el espectáculo de hoy. Esta escena -inverosímil, ridícula, fuera de registro y, por sobre todas las cosas, absolutamente anacrónica- ilustra más o menos la forma en que funciona Pompeii: la furia del volcán. En principio, el molde en donde se cocinó todo esto es una mezcla de cine catástrofe y película histórica de aventuras post Gladiador. Pero en lo concreto estamos ante una vil copia del film con Russell Crowe con un volcán que explota al final. Paul W.S Anderson (¿Fusión entre Paul Thomas Anderson y Wes Anderson?) es una especie de Michael Bay especializado en hacer rendir el recurso 3D. Con una filmografía cuanto menos cuestionable (Alien vs. Depredador, varias entregas de Resident Evil, ¡Mortal Kombat!), podemos declararlo un auténtico mercenario del cine. Su película no tiene un presupuesto acotado: estamos hablando de unos 100 millones de dólares. Sin embargo, muchas de las secuencias no pueden ocultar su obvio origen digital, y si a eso le sumamos unos decorados berretas, llegamos a la conclusión de que Pompeii debería haberse estrenado como una producción original del canal Syfy con producción de Roger Corman. Es ocioso enumerar la cantidad de fallas de una película a la cual he calificado con un 2, con lo cual claramente estoy instando a que nadie la vea. Pero las críticas aceptables que ha recibido, y el hecho de que la función nocturna del jueves de estreno estaba absolutamente repleta, me obliga a recordarle al público y a la crítica que a pesar de que figuran cuatro créditos en el apartado de guión, este no existe. Además de la poca rigurosidad histórica, la película plantea un par de conflictos que se resuelven mal, fuera de timing, o no se resuelven en absoluto. Abundan las escenas donde el volcán, mediante temblores y ruidos, anuncia el desastre futuro, sin que nadie le preste demasiada atención, más allá de algún caballo enloquecido, y olvidando que todo aquel que va a ver la película ya sabe que el volcán va hacer erupción. Además, el flujo piroclástico arrasa la ciudad de acuerdo a las necesidades de tensión del guion, se contiene por un buen rato, y ni hablar de un improbable e innecesario tsunami digital gigantesco que aparece como por arte de magia. Anderson parece haberse olvidado también de dirigir a los actores, unas cuantas estrellas medianamente consagradas que básicamente actúan en el registro que quieren. Kiefer Sutherland está sobreactuado y poco creíble; el bueno de Harris no se molesta en ocultar su obvio acento inglés; Carrie-Anne Moss… bueno, yo no sabía que seguía actuando; Emily Browning es, al igual que Amanda Seyfried, una especialista en hacer malas películas, pero actúa peor. Ni hablar del protagonista, Kit Harington, alguien incapaz de generar empatía. Más o menos todos sabemos que Pompeya fue barrida por una erupción monumental del monte Vesubio en el año 79 d. c. y que muchas de las víctimas quedaron petrificadas en la posición en que murieron. La pareja protagonista de este delirio queda petrificada en el momento en el que se dan su primer y único beso, aunque el Vesubio llegó tarde a librarnos de la estupidez.
Como Titanic, pero en Pompeya y peor El esquema del argumento resulta bastante trillado, y notoriamente calcado de otras películas de cine catástrofe, como la última Titanic de James Cameron: un muchacho de clase humilde se enredará amorosamente con una dama de alta alcurnia, festejada por un hombre miserable de alto rango y nivel socio-económico. Todo el contexto socio-económico se encarga de remarcar las diferencias de clase, pero el desastre natural alterará el desastre humano, haciendo el escenario propicio (aunque fatal) del encuentro de los enamorados. De todos modos, este ni siquiera es el problema más grave en un film que ya de por sí exhibe pocas ideas (y las pocas, ni siquiera propias). El problema fundamental del relato es la increíble previsibilidad en todos los aspectos posibles de la narración. Es cierto que este tipo de anécdotas constitutivas del cine catástrofe son una crónica de un desastre anunciado: el Titanic se va a hundir, el Vesubio va a explotar, etc. y todo ello el espectador ya lo sabe. Pero aún en estos casos, las catástrofes no son todas iguales en magnitud, y en esto Titanic sale ganando: el naufragio del Titanic dejó sobrevivientes, y ello hace posible mantener cierto halo de incertidumbre en torno al desenlace. Esto no es posible en el caso de Pompeya, dada la magnitud del evento y la desaparición completa de la villa bajo el mar de lava. Por lo tanto, quien se arriesga con una historia semejante debe saber que tiene entre manos el equivalente de una caída libre desde 1000m de altura y sin paracaídas: no sólo un problma previsible, sino también un desenlace necesario. Cuando la contextualización de la historia es tan marcadamente previsible, resulta neceario diseñar elementos compensatorios: crear ambigüedades, incertidumbres, líneas de acción imprevistas, etc. Nada de esto sucede en el film. Perfectamente se podría haber desarrollado una serie de líneas, incluso verosímilmente sugeridas por el escenario, como ser diseñar un levantamiento de la Villa ante la indeseable presencia romana; diseñar un golpe contra un emperador aparentemente corrupto, etc. Hacer tal, hubiese significado quitarle peso a un desenlace tan categórico. Pero al haber elegido darle hegemonía a la historia de amor entre Milo y Cassia, y sobre todo al haber diseñado personajes tan marcadamente unidireccionales, la narración no puede ser otra cosa que una caída libre. Debe decirse, no obstante, que el relato no llega a aburrir, manteniendo un ritmo decente, y que los efectos visuales son impresionantes.
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Cine catástrofe de la antigüedad, podría llamarse a “Pompeya”. El filme se suma a la ola revisionista del pasado legendario y mitológico cuyo último exponente fue “La leyenda de Hércules”, actualmente en cartel. La película comienza unos días antes de la erupción del Vesubio, en el 79 d.C.,con el regreso a la ciudad de Cassia, hija de un poderoso constructor de obras públicas (acueductos, rutas, coliseos) al servicio de Roma. Los enormes beneficios económicos tienen un precio, y es el asedio que ejerce un gobernador corrupto y representante del emperador sobre la hija del comerciante. El problema, como en toda historia de amor épica, es que ella detesta a su poderoso pretendiente, y en cambio se enamora de un esclavo. En el medio hay conflictos secundarios como que el esclavo se la tiene jurada al gobernador desde que era un niño, cuando vio cómo mataba a sus padres y a toda su tribu celta, en la provincia de Britania. Con esos elementos el director inglés Paul W.S. Anderson, más conocido por la serie de “Resident Evil”, encaró así un proyecto ambicioso como es recrear con magníficos recursos visuales la época dorada del Imperio Romano y una tragedia histórica como la erupción que sepultó por casi dos mil años a dos ciudades, Pompeya y Herculano, todo eso atravesado por una historia de amor que lograse traspasar los siglos.
Pompeii, película de aventuras y romance ambientada en la ciudad de Pompeya minutos antes de la erupción del Vesubio, se torna solemne y poco creativa. Quizás haya sido Ed Wood, el famoso peor director de la historia, el genio iluminado que inventó, sin querer, ese género aún no reconocido por el público y la crítica especializada llamado "películas malas". ¿Y cuál sería hoy el equivalente, con alto presupuesto y alta tecnología y una industria de respaldo, de esos entretenimientos desastrosos pero de culto del Hollywood de antaño? Sin dudas que Pompeii, la furia del volcán (2014), el nuevo péplum irrisorio dirigido por el padre de las sagas gamer Mortal Kombat y Resident Evil, Paul W. S. Anderson, está a un paso de sumarse a ese género y a esa tradición inaugurados por el monstruo creador de esa no menos monstruosa rareza clase Z conocida como Plan 9 del espacio exterior. Pero el filme de Anderson no aprueba el examen de ingreso al exclusivo club de películas malas que se convierten en buenas con el paso del tiempo, y no lo hace por el simple hecho de cuidarse demasiado en parecer seria y solemne. La historia transcurre en el año 79 D.C. en la ciudad de Pompeya, cuando está a punto de ser enterrada por la erupción del volcán Vesubio. Las primeras escenas muestran a un niño presenciando el asesinato de su familia. Pasan 17 años y el joven Milo (Kit Harington) es ahora, además de esclavo, gladiador de Corvus (Kiefer Sutherland), el senador romano malvado de turno. La bella Cassia (Emily Browning) conoce a Milo y, después de que éste la ayuda con un caballo desvanecido, se enamora. En el medio hay peleas en el coliseo y latigazos sin sangre. Cuando el volcán estalla, Milo tiene que salvar a su amada y a Atticus, un amigo gladiador con el que compartió celda. El final, si bien es lo mejor que tiene porque respeta la lógica de los cierres de este tipo de películas, no hace más que hundirla en la lava del volcán. La cinta de Anderson cae en todos los lugares comunes habidos y por haber. Los diálogos están tan mal elaborados que resultan espantosos. Salvo por una línea que demuestra que, dentro de todo lo negativo, hay una conciencia detrás de cámara: en los tramos finales, Cassia le dice a Corvus que lo que están viendo no es deporte, a lo que el villano responde: "No, esto no es deporte, esto es política". El único pasaje digno de un filme de Godard.
"Es como una especie de Gladiador versión Titanic con una pizca de Armageddon". Escuchá la crítica radial completa en el reproductor: (hacé click en el link)
Pompeii, la furia del volcán, es recomendable sólo si tenés más ganas de ver un film sobre una erupción volcánica que una buena historia. No hay duda que la idea principal fue realizar un film sobre la erupción del Monte Vesubio, ya que con los efectos digitales de hoy en día daban por garantizada la acción espectacular, y que la historia, por lo tanto, fue sólo una excusa...
Algo está por explotar El cine ha cubierto varias veces el entramado histórico de la explosión del volcán Vesubio durante la antigüedad, los mismos hacedores de "King Kong" (1933)es decir Ernest Schoedsack y Merian C. Cooper, estrenaron en 1935: "Los últimos días de Pompeya" con Preston Foster, Basil Rathbone, en 1959 la "remake" provino de Italia ("Gli ultimi giorni di Pompei") dirigida por Mario Bonnard y un joven Sergio Leone -sin acreditar-, allí actuaban el musculoso Steve Reeves y el español Fernando Rey. Finalmente también existió una miniserie para TV en 1984 de 5 horas de duración dirigida por Peter Hunt con Franco Nero, Ernest Borgnine, Laurence Olivier y la nativa argentina Olivia Hussey. Ahora la propuesta llega del director Paul W.S. Anderson, y toma otra historia donde la línea argumental pasa por Milo, un joven esclavo que será destinado a morir en la arena de Gladiadores, y que ha quedado prendado en un primer encuentro ocasional de la bella Cassia, hija del gobernador de la ciudad. Pero el amor casi imposible de estos tortolitos y los choques de luchadores del Coliseo donde el chico demuestra gran capacidad combativa, son pequeños inconvenientes comparados con la amenazante espectacularidad trágica de la inminente explosión volcánica -muy bien lograda en lo cinematográfico con excelentes efectos-, y al medio la soberbia maldad del senador Corvus -un divertido Kiefer Sutherland- que empeora la situación desesperante. Casi, casi toda una historia de amor trágico, algo así como un "Titanic" dentro del "Peplum", que por otra parte admitamos revitaliza este casi desaparecido género que se da en el cine histórico de aventuras, con filmes ambientados en la Antigüedad, fundamentalmente greco-romana. Otro atractivo para degustar este entretenido filme es su realización en 3D que le da toques fluídos en su narración. Nada mas ni nada menos que eso: puro cine de entretenimiento.
Sí, revienta el volcán, hay enamorados, peleas, carreras, bolas de fuego, más peleas, más carreras, enamorados, etcétera. Una especie de compendio de cine de gladiadores más cine catástrofe más aventura romántica de parte del artesano Paul W.S. Anderson, especialista en films de aventuras sin pretensiones (ni él ni las películas, que tienen la sana costumbre de contar aquello que prometen). Un poquito prosaica, por cierto, pero disfrutable.
Luego de hacer su particular versión de los Tres Mosqueteros, el director inglés Paul W. S. Anderson vuelve al cine con su nuevo film Pompeii, con un reparto en el que están Kit Harington (Game of Thrones), Emily Browning (Sucker Punch), Kiefer Sutherland (La serie 24), Jared Harris (Mad Men) y Carrie Ann-Moss (La saga de Matrix). Con Pompeii, Anderson y sus guionistas intentaron hacer una suerte de Titanic, utilizando los mismos elementos de un romance prohibido y una catástrofe histórica de por medio. Pero también se inspiraron en Gladiador, lo cual se hace notorio en la amistad que entabla el protagonista (Harington) con un gladiador africano (Adelawe Akinnuoye-Agbaje) que juntos pelean en el coliseo de Pompeya como preámbulo de la venidera catástrofe a la cual son ajenos. Al igual que en Gladiador, hay una subtrama en donde el antagonista (Sutherland) tiene un gran poder político y tiene el objetivo de poseer al interés amoroso (Browning) del protagonista. ¿Cómo se compara el nivel Pompeii con el de Gladiador y Titanic? No se compara. En especial si se tiene en cuenta que las otros films no son excelentes pero sí funcionan dentro de su planteo. Pompeii no logra en ningún momento despegarse de sus influencias y el guión no ayuda ya que hay momentos más que aburridos o expositivos que parecieran nunca terminar. La película no logra obtener un ángulo novedoso a su narrativa más allá del lugar y tiempo en el que está situado. Su relato tampoco resulta visceral, violento ni particularmente apasionado, con lo cual quizás hubiese sido mejor idea hacer que la duración del largometraje sea más corta y utilizar un tono más clase B, ya que la presunta seriedad que se le da a la película resulta inadecuada. Más allá de ser el film más técnicamente prolijo de Paul W. S. Anderson en cuanto a efectos especiales, 3D, vestuario y diseño de producción en general, Pompeii fracasa en su intento de establecerse como la épica romántica del año (si es que acaso se lo propuso). Con su pareja de actores principales siendo inexpresivos y con su guión mediocre el film del Anderson pasará al olvido rápidamente.
DONDE HUBO FUEGO, CENIZAS QUEDAN Dicen que el amor mueve montañas y lo puede con todo. Que si existe, no importan las guerras alrededor ni lo que opinen y piensen los demás. Y que con él, uno es capaz de hacer cualquier cosa y encuentra fuerzas para enfrentarse hasta al más malvado de todos los guerreros. ¿Pero qué pasa si el poder político y hasta la madre naturaleza lo quieren hacer imposible? Paul W.S. Anderson, conocido por ser el encargado de llevar “Resident Evil” a la pantalla grande, enciende el fuego y nos trae consigo “Pompeii”, otra muestra de su afecto por el cine de acción y las aventuras dramáticas. En este caso, nos remonta al siglo I a la ciudad de Pompeya, uno de los principales centros de la Antigua Roma. La misma es recordada por haber quedado sepultada bajo las cenizas del Monte Vesubio, considerado uno de los volcanes activos más peligrosos del mundo. Con algunos tintes que recuerdan a “Gladiator” (2000), el director elige para esta ocasión una estructura narrativa sumamente industrial, en la que pueden evidenciarse tres actos y un manejo del clímax correcto, en el que todas las líneas se cruzan a la espera de que alguna de ellas resulte victoriosa. Además, se encuentra acompañada por una música acorde a las situaciones pero que no deslumbra y un elenco llamativo, encabezado por uno de los galancitos de moda: Kit Harington (John Snow de “Game of Thrones”). En este relato, Milo (Harington) es un esclavo celta que irá demostrando que en realidad es un salvaje guerrero. Tras quedar flechado por la mirada de esos hermosos ojos verdes de la brillantemente iluminada Cassia (Emily Browning), comienza una lucha a muerte con el descorazonado Corvus (Kiefer Sutherland, galardonado por “24”), el emperador de Roma que también desea a la mujer y autor del asesinato de sus padres. Sin embargo, parece ser que el amor que se tienen los dos jóvenes no sólo mueve montañas, sino también volcanes. A partir del estallido del Vesubio, se encuentra el valor agregado que posee la película. Las escenas que se desencadenan tras este fenómeno, cortan definitivamente la monotonía y obviedad del relato y despierta a los dormidos en la sala. Los efectos especiales comienzan a ser protagonistas, el circo romano ya no importa y la lucha por la supervivencia se inicia. En este contexto, resulta algo extraño que un muchacho guerrero tenga la barba recortada, que se enfrente a todo sin sufrir rasguño alguno y que un emperador romano y sus sometidos hablen un perfecto inglés, lo que hace recordar que en Hollywood lo comercial está por encima de la verosimilitud espacial y temporal. En fin, ambos luchan por la misma mujer, uno lo hace por pasión mientras el otro por mera obsesión y cosificación, quedando así enfrentados en una historia en la que todos quieren demostrar qué es el poder y quién lo tiene. Diciéndolo de otra manera, la cinta trae en su trasfondo una simple cuestión que es la de demostrar quién tiene más fuerza: si los políticos, los gladiadores, el pueblo, los dioses, la madre naturaleza o el amor de una pareja. A medida que los minutos transcurran, la solución se irá evidenciando. En síntesis, es una película que aviva el fuego cerca del final y entretiene gracias a su ritmo acelerado, pero no termina de convencer ya que trae pocas sorpresas y casi no roba sonrisas. Veremos si asombra a los fanáticos del género o si termina enterrada bajo polvo como esta ciudad.
Titanic a la romana Las dos películas que más Oscar ganaron (11 cada una) fueron hasta ahora “Ben Hur” y “Titanic”. Entonces sería cuestión de aritmética: metamos un poco de cada una y la rompemos. Y de paso agreguemos cosas que funcionaron más o menos por ahí, como elementos de “Conan el Bárbaro”, “Gladiador” y “Cruzada” (la de Ridley Scott, un poco desconsiderada, a fuerza de ser sinceros). Entonces tomamos una estructura conocida: chica de alcurnia y chico de baja estofa se enamoran a pesar de las diferencias, con un tercero en discordia que es un poderoso pretendiente de la chica y enemigo declarado del chico. Todo esto en la víspera de una mítica tragedia cuyo resultado es conocido de antemano por toda la platea. Si a James Cameron le funcionó, ¿por qué no de nuevo? Pero metámosle gladiadores, sangre en la arena y villanos de corazas doradas, que siempre gustan. Pareja imposible Acá los protagonistas no son Jack y Rose, sino Milo y Cassia. Él es el último sobreviviente de una tribu celta doblegada por las legiones romanas, capturado de niño como esclavo y, 17 años después, goza de perfecta salud, estado físico y preparación para el combate (como Conan pero más chiquito y ligero). Tan bien le va que de Londinium (la actual Londres, capital de Britannia) es llevado a Pompeya (en el título y la traducción se mantiene la forma latina e inglesa de Pompeii), ahí nomás de la capital del imperio. De Roma justamente viene escapada Cassia, hija de Severus, el hombre fuerte de Pompeya, que estuvo un año en la Ciudad Eterna ahora gobernada por Tito, lo que parece no gustarle a la muchacha, además de otras cosas que no cuenta de entrada. La muchacha parece representar cierto espíritu autonomista de los pompeyanos, gobernados por la férula de la metrópoli. Un encuentro casual con un caballo de por medio iniciará la platónica relación entre ellos, hasta que para empiojar la cosa aparezca el senador Corvus, pretendiente a la fuerza de la muchacha y el líder de la fuerza que exterminó a la familia de Milo, que viene a negociar con Severus unos fondos para nuevas casas de baño y una flamante arena, entre otras obras públicas (como el Carmine Polito de “Escándalo americano”, sólo quiere reactivar su balneario). En el medio pasarán muchas cosas, el héroe se hará amigo de un gladiador negro que espera convertirse en hombre libre, y explotarán varias de las tensiones argumentales. Pero lo que más explotará será el Vesubio, el volcán que linda con la ciudad, repartiendo lava, fuego, terremotos y tsunamis. Relato conocido Paul W.S. Anderson cuenta en su haber con una carrera de eficiencia en relatos de acción y despliegue visual, con la saga de “Resident Evil” como mayor hito (lo que además le permitió casarse con Milla Jovovich, un logro no menor). Y acá tampoco falla: estamos ante un relato bien contado, los tiempos justos, las escenas de acción y de catástrofes se ven impresionantes, y la reconstrucción de época luce convincente (aunque el imperio romano siempre ha sido un clásico para el cine de todos los tiempos). El problema es que el guión, que firman Janet Scott Batchler, Lee Batchler y Michael Robert Johnson, está plagado de los convencionalismos que ya describimos, y encima con un poco más de pacatería: en “Titanic” Rose posaba desnuda, y estaba la famosa escena del vidrio empañado del auto. Acá es todo como más de lejos, lo que torna más meloso el final. Lo más rescatable del argumento son los indicios que van mechando la historia: “la montaña ruge cada tanto”, dice el negro Atticus, y sus mensajes son cada vez más insistentes, aunque todos estén distraídos con sus propios problemas hasta que la cosa se vuelva inevitable. Chicas y muchachos El elegido para encarnar al atribulado gladiador celta es Kit Harington, poco conocido para los que no ven “Juego de Tronos”: su onda recuerda un poco al Orlando Bloom de “Cruzada”, y no está mal en el papel. Su contrapartida es Emily Browning, el descubrimiento de la desvalorizada “Lemony Snicket: Una serie de eventos desafortunados” (en ese entonces la pequeña Violet Beauregarde), y estrella de la también poco considerada “Sucker Punch - Mundo surreal” (la sugestiva Babydoll). Aquí sigue siendo bonita, pero está un poco fría, lo suficiente como para no dar tanto el perfil de vértice del triángulo. Kiefer Sutherland seguramente se habrá sentido comodísimo en la piel de Corvus, pero el personaje no le permite mostrar demasiado: es un villano bastante unidimensional, un ser cruel y con poder. Más consistente (y empática con el espectador) es la participación de Adewale Akinnuoye-Agbaje (recordado como el Mr. Eko de “Lost”) como Atticus, el gladiador que busca morir como hombre libre. Carrie-Anne Moss (otrora la movediza Trinity de “Matrix”) y Jared Harris (destacado recientemente como el Ulysses S. Grant en la “Lincoln” de Spielberg) tienen algún momento como los padres de la protagonista. Por lo demás, aportan lo suyo la cara de malo de Sasha Roiz como Proculus, el sanguinario adlátere de Corvus, y Jessica Lucas como Ariadne, la pulposa doncella de Cassia. En definitiva: entretenimiento, romanticismo casto y despliegue visual (el tsunami luce bien bonito), aunque el mito de Pompeya y su caída quizás merecían algo más.
Efectividad con pocas pretenciones Para comenzar debemos situarnos un poco en la filmografía y el estilo de su director, el ya conocido Paul W.S. Anderson. Referente del cine de acción por películas como las entregas 1, 4, 5 (y próximamente 6) de "Resident Evil" y la pequeña franquicia de "Death Race", no es un director pretencioso con aires de artista de alto vuelo. Por el contrario, sus productos son bien honestos y ofrecen lo que anuncian: Mucha acción acompañada de efectos audiovisuales de alta calidad con un hilo conductor al menos aceptable. Te puede gustar más o menos el estilo de film que hace, pero es innegable que el tipo se ha hecho un lugar entre los directores importantes del cine de acción mainstream y que varios de sus productos han tenido buena respuesta del público en general en las taquillas mundiales. En esta ocasión combina una historia de amor con el mundo de los gladiadores y el desastre natural que destruyó la ciudad de Pompeya. Lo bueno es que no profundizó tanto en la historia amorosa, aunque por momentos hace ruido el hecho de que los protagonistas Kit Harington y Emily Browning se "enamoran" en tres miradas y pocos minutos de metraje. Como dije, por suerte no se enmarañó mucho en esta cuestión y le dio más importancia al protagonista masculino y su duelo con el villano Corvus, interpretado por el gran Kiefer Sutherland. Lo malo tiene que ver con el estado de confort que posee el director en materia de guión. Sabe que con una trama mas o menos aceptable puede lograr su cometido y no se preocupa mucho por ir más allá. Por eso es que no es pretencioso, pero tampoco será recordado como un "grande" de la dirección por sus grandes aportes al género... El tipo se conforma con hacer una buena campaña y no le importa mucho ser el campeón de la historia. Las referencias bien directas a "Gladiador", "Spartacus" y otros títulos famosos del género, dejan entrever justamente este tema, la limitada imaginación del director para poner algo totalmente nuevo en pantalla. Por otro lado, la peli ofrece efectos de alta calidad, mucho vértigo, acción ilimitada, camaradería entre esclavos y un volcán arrollador que no perdona a nadie, una combinación que resulta al menos atractiva para el público que se acerca a ver una épica de acción. La estética cuidada de Anderson se hace presente y le da algunos toques más crudos de los que podría esperarse de un film de aventuras común. No es una cosa de locos, pero cumple, entretiene y deleita visualmente.