Parábola de la resistencia. Más allá del hecho de que resulte toda una curiosidad el estreno de un film de Islandia para lo que suele ser el estándar de la cartelera argentina, lo verdaderamente llamativo de Rams (Hrútar, 2015) pasa por la maravillosa interpretación del realizador y guionista Grímur Hákonarson en torno a un tópico tan remanido como el de la enemistad entre hermanos. Aquí el cineasta le escapa al tono seco y esa perspectiva contemplativa -típica de los opus del norte de Europa- porque su terreno es otro, sin duda uno más cercano a la semblanza compasiva y escalonada: mientras que partiendo de la misma base casi cualquiera de sus colegas nos aburrirían con una catarata de tiempos muertos, clichés y apuntes truculentos acerca del fluir del páramo, Hákonarson en cambio prefiere construir un retrato minimalista de dos personas que se odian entre sí tanto como aman a las estoicas criaturas a su cuidado. Los protagonistas del cuento moral que nos ocupa son Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y Kiddi (Theodór Júlíusson), dos hermanos que viven uno al lado del otro y que crían las últimas ovejas del linaje Bolstadir. Luego de 40 años de no intercambiar palabra por una pelea familiar enmarcada en el misterio, de a poco se verán obligados a “comunicarse” -ya sea mediante disparos de arma, insultos o notitas llevadas por un perro pastor- debido a una enfermedad incurable que comienza a extenderse entre la población ovina y que los coloca entre la espada y la pared frente a la presión estatal en pos de sacrificar al ganado, su único sustento y razón de ser desde hace generaciones. Como cualquier individuo racional, ambos aprecian más a los animales que a las personas y su idiotez (el corte es transversal y abarca a toda la humanidad), pero sus estrategias de defensa ante los embates serán muy distintas. Hákonarson apela al naturalismo para dar cuenta del ingenio y la picardía de Gummi por un lado y las salidas pasionales y la derrota anímica de Kiddi por el otro, esos “carneros” al que hace referencia el título en función de la importancia del macho adulto y reproductor en el rebaño: si el primero accede al sacrificio sólo para salvar a escondidas a un puñado de ejemplares, el segundo se pierde en la negación y así le deja todo servido a los burócratas ciegos del Estado para que se salgan con la suya. Rams enarbola a conciencia una analogía entre la extinción de la raza de ovejas y la propia de los hermanos, quienes también son los últimos y solitarios representantes de un clan que está llegando a su fin por la frialdad de una administración pública incapaz de demostrar verdadero interés por la vida de aquellos que se mantienen al margen de sus políticas de uniformización social y destrucción cultural. Por supuesto que la película pone en primer plano la posibilidad de apaciguamiento entre los personajes aunque vale aclarar que su riqueza conceptual además nos conduce hacia los fantasmas de la vejez, el abandono y la muerte. No obstante, el pulso narrativo lejos está de ser fúnebre porque en el relato abundan los detalles tragicómicos (el director maneja muy bien la comedia sutil en algunas escenas, como la de la pala mecánica) y asimismo todo el tiempo se hace hincapié en la dialéctica de la resistencia como esa fuerza vital que nos permite mantenernos unidos a los seres que amamos y en lucha contra nuestros enemigos (como en tantas otras historias bucólicas, la dureza del entorno va de la mano del saberse fuerte/ tenaz para sobrellevar las desdichas y a la vez reaccionar cuando sea necesario, en el momento en el que no se respete a los inocentes, sus objetivos y su modo de vida asociado). En este sentido, las actuaciones de Sigurjónsson y Júlíusson son francamente prodigiosas ya que ambos consiguen transmitir de manera precisa y amena las características de la idiosincrasia de sus personajes, léase el sigilo cuidadoso de Gummi y la exaltación de Kiddi. De hecho, Hákonarson suele utilizar dos líneas principales de acción: en primera instancia juega con los opuestos (la sonrisa y el llanto, la independencia y el aislamiento, el amor y el odio, el análisis y los impulsos, etc.), y a posteriori establece los elementos en común de lo que previamente parecían posiciones irreconciliables (en este punto resulta decisiva la presencia de la naturaleza, hoy representada tanto en las ovejas como en el cariño que los protagonistas les dedican porque funcionan como un acervo de sus propias raíces, de su propia cultura). La dignidad del carnero que resiste siempre será más valiosa que el temor de los mediocres que huyen, convalidan los atropellos o esconden su cabeza para evitar el conflicto, considerando que la estructura legal del Estado es producto del “consenso” y desconociendo que en realidad hablamos de frutos del poder hegemónico…
Para muchos de nosotros Islandia significa sólo una cosa: Bjork. Pero la isla también produce otro tipo de arte. “Rams” es una historia de rivalidad filial en un remoto valle de ese país, que comienza como una comedia excéntrica sobre una competencia de cría de ovejas y que lentamente encara hacia un cuento conmovedor sobre la soledad y la amistad. La película se centra inicialmente en Gummi (Sigurður Sigurjónsson), un criador de ovejas cuyo afecto por su rebaño es evidente y sincero. A unos metros de su casa vive Kiddi (Theodor Júlíusson), su hermano mayor con el que no ha intercambiado una palabra durante cuarenta años. La profundidad de la rivalidad entre hermanos se hace evidente cuando Gummi se lleva el segundo puesto en la competencia que Kiddi gana. La victoria, sin embargo, se demuestra pírrica, cuando Gummi se da cuenta que su carnero tiene síntomas de una enfermedad mortal llamada tembladera. La enfermedad pone en peligro a todas las ovejas en el valle. Los hermanos reaccionan ante la noticia de maneras muy diferentes. El director, Grímur Håkonsson enmarca sus personajes con simpatía e ingenio irónico, pero nunca se burla de ellos. Tampoco se toma la vida ordinaria y el paisaje como excusa para hacer largos planos contemplativos, mantiene su narrativa fuertemente centrada en el conflicto y la película resulta entretenida y con un tercer acto en constante movimiento. La comedia absurda de los hombres amantes de sus ovejas se disipa a medida que nos damos cuenta cómo sus animales eran mucho más que un medio de vida, algo con una profunda conexión con su propia identidad y la tierra a su alrededor; en comparación su larga enemistad parecerá insignificante.
Rams, la mas reciente película del director Islandes Grímur Hákonarson, nos presenta la historia de dos hermanos que llevan mas cuarenta años sin hablarse: Gummi, un solitario y afable pastor; y Kiddi, igual de solitario pero rudo y con un amor especial por la bebida y las armas. Ellos, a pesar de ignorarse completamente, comparten terreno en un remoto valle de Islandia y la misma pasión por la cría de carneros, razón por la cual, año a año son rivales en una competición que premia al mejor ejemplar de los distintos rebaños participantes. Sin embargo, como si la historia hubiera sido pensada con el celebre pasaje del Martín Fierro en mente, los hermanos deberán unir fuerzas para hacerle frente a una cuestión que esta mas allá de su conflictiva relación. Uno de los carneros de Kiddi contrae un enfermedad letal, que no solo pone en riesgo a su propio rebaño, sino que los rebaños de todos los habitantes de la región corren riesgo de contagiarse. Ante esto, las autoridades deciden sacrificar a todos los animales para evitar una inminente epidemia, lo cual golpea con fuerza la economía de la totalidad de los habitantes del recóndito pueblo; motivo por el cual muchos deciden abandonar el lugar. Pero Gummi y Kiddi no van a quedarse de brazos cruzados. En un primer momento, cada uno a su manera, intentara sobreponerse a la situación; pero las cosas se van a ir complicando hasta el punto que les sera necesario que trabajar juntos en pos de salvar a su preciado rebaño de linaje ancestral (y a ellos mismos). Sin duda, el cine Islandes prácticamente no se consume en nuestro país. Entre otras cuestiones, esto se debe a que es una industria con un perfil muy bajo, de la cual recién en los últimos años han logrado asomar sus narices talentosos e interesantes cineastas, tanto en festivales internacionales (Uno de ellos el director de la película que nos ocupa, quien fue premiado en Cannes) como también en el mainstream de Hollywood. Ejemplo de esto ultimo es el director Baltasar Kormákur, quien estuvo detrás de la reciente Everest (ademas de otras cintas previas como 2 guns o Contraband). Personalmente creo que es sumamente valioso variar la cartelera, superpoblada de tanques norteamericanos, con obras de directores de distintas nacionalidades e idiosincrasias; permitiéndonos así conocer formas de contar una historia que difieren por completo del estilo hollywoodense. Dicho esto, Rams es una muy interesante película que nos invita a conocer, justamente, esa vida rural de Islandia de la que nada sabemos. De la mano de Sigurður Sigurjónsson, quien hace un genial trabajo interpretando al simpático Gummi, nos adentramos en esta sencilla y entretenida historia que logra alcanzar un curioso equilibrio entre el drama y la comedia. La dirección de Hákonarson, acompañada por una exquisita fotografía, es precisa, elegante y nos conduce por el ingenioso guion (también escrito por el) con tranquilidad; tomándose el tiempo necesario para desarrollar de forma verosímil a ambos protagonistas y a su relación, lo cual logra con creces, ya que al final de la película quedamos totalmente conmovidos por el vinculo de estos particulares hermanos. Conclusión Rams nos presenta un relato agridulce sobre el amor, el odio y las relaciones humanas, combinando con mucha habilidad el drama, el humor y la ternura; usando como marco la cultura y el bello e imponente paisaje de Islandia.
Separados del rebaño. El segundo opus del islandés Grímur Hákonarson, también guionista en este caso, explora desde distintas dimensiones por un lado la rivalidad entre hermanos, quienes comparten un mismo territorio, y por otro las estrategias de resistencia individual ante los embates del estado cuando se trata de defender convicciones que van por encima de intereses políticos.
Con Islandia en el corazón Ganadora del premio máximo de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes 2015, esta tragicomedia se centra en la relación entre dos hermanos que ni siquiera se hablan en el marco de un pequeño y remoto pueblo. El estreno comercial de una película islandesa es, de por sí, una rareza. Pero si además se trata de una buena (o muy buena) producción de ese origen ya alcanza el estatus de pequeño acontecimiento cinéfilo. Y llega en momentos en que -sorprendentemente- Islandia se convirtió gracias al fútbol (revelación absoluta de la reciente Eurocopa) en un país querible para muchos. ¿De qué se trata esta nueva película del guionista y director de Summerland? Dos hermanos que viven en casas contiguas y se dedican a lo mismo (criar ovejas) en el norte de Islandia no se hablan desde hace 40 años, pero están siempre pendientes de lo que hace el otro. La película arranca en tono de comedia costumbrista inglesa (el mayor le gana un concurso entre sus animales por medio punto) y luego deriva hacia la tragicomedia absurda a-la-Kaurismäki. Sin embargo, a los pocos minutos se conoce la noticia de que un virus ha infectado al ganado y ambos se ven obligados por las autoridades a sacrificar a todas sus ovejas. Uno de los protagonistas, sin embargo, decide esconder unos pocos ejemplares en el sótano. Si esta descripción del planteo inicial ya ofrece varios bruscos cambios de tono, el final -insólitamente emotivo- resignifica y engrandece este pequeño film, que además hace un excelente uso de las locaciones heladas de la inhóspita, bella (y ahora de moda) Islandia. Más allá de si había o no mejores películas en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes cuando ganó el galardón mayor, se trata de una película noble y entrañable que nos acerca a una geografía y una sociedad que nos resultan decididamente ajenas, pero por alguna razón misteriosa también nos cautivan.
Los hermanos del hielo Rams: La historia de dos hermanos y ocho ovejas (Hrútar, 2015), dirigida por Grímur Hákonarson, ganadora del premio Una Cierta Mirada en Cannes 2015 y nominada como mejor película a los premios del cine europeo en aquel mismo año, es un film sumamente emotivo y austero, con una simpleza y calma geográfica trabajada desde el silencio en un esquema de tragedia bien diseñado para sostener un drama tenso y profundo que se forma a partir de lo cotidiano con personajes arrojados al abismo de perder todo. En un valle de Islandia, los hermanos Kiddi (Theodór Júlíusson) y Gummi (Sigurður Sigurjónsson) no se hablan desde hace 40 años, por una disputa familiar que el film lentamente se encarga de mostrar. Sobre este clima, ambos son vecinos y se dedican a la crianza de ovejas y carneros. Continuamente y en una determinada fecha, participan con los otros pastores del valle en un concurso al mejor carnero. Sin embargo, una enfermedad en uno de los animales pone en peligro a todos los demás rebaños empujándolos al sacrificio de todo el ganado. Un horizonte desolador para el cual tendrán que pensar en cómo sobrevivir. Es interesante como el film también es un relato sobre un espacio geográfico. Sin duda, tiene el estilo de película europea pero ahonda en el retrato de un valle remoto de Islandia y las relaciones interpersonales de los personajes que habitan en él. Relaciones que se van volviendo universales y muy concretas con sus silencios, miradas y sufrimientos. El clima por sobre todo tiene un peso sumamente importante para la estética en un camino hacia un invierno gélido que prevé la imagen del desenlace fatal de los personajes. Esa idea de invierno fatal contribuye altivamente a la elaboración de su diseño visual pues le sirve para darle una imagen al silencio y a la soledad, siempre monocromático, virado lentamente hacia el blanco de la nieve y hacia un aire espeso y nubloso, misterioso y marcado por una idea de mundo atrapado en el tiempo. Desde elementos muy mínimos y cotidianos que, en lugar de hacer que la película caiga en una mera lentitud descriptiva, por el contrario, construyen un relato ingenioso con drama, notas de humor y hasta de thriller policial, con un suspenso constante y con giros imprevistos en el guión que evitan que la atención decaiga.
Rams, opera prima que llega desde Islandia a los cines Argentinos. Dos hermanos, ya mayores, conviven en campos contiguos en una gélida región de Islandia. Ambos crían ovejas. Uno es medio alcohólico, bastante mal llevado y fastidioso. El otro es más bonachón y un poco más sociable, todo lo que se puede ser en esa región con baja densidad de población en la que las diversiones son pocas. Una de ellas es un torneo de ovejas de raza. Una de los animales de Kiddi, el hermano mayor, gana el concurso por pocos puntos. Gummi, el menor, descubre que la ganadora está enferma con un virus que podría llevar a que todos los animales de esa raza sean sacrificados. Hay un detalle no menor, y es que estos hermanos, no se hablan desde hace 40 años. Cuando uno decida ocultar a los carneros para evitar su muerte, el vínculo y la antigua pelea volverán a entrar en tensión. El realizador y guionista Grímur Hákonarson , ganador de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes 20015 con Rams, agiganta una historia mínima en un paisaje bello, pero desolado. Y lejos de darle un aire de drama, que lo es, lo dosifica con apuntes tragicómicos, para aliviar lo denso de la historia. Resulta innegable que encontremos en esa resistencia de estos hermanos por abandonar su medio de vida, un correlato con la extinción de las tradiciones. Estos hombres sin familia ni hijos, legarán a la pequeña sociedad en la que viven, el prestigio de sus ovejas. Los viejos son tenaces y los pocos jóvenes que viven por allí, acatan la burocrática decisión de exterminio. En ese sentido, el director invierte los roles, la lucha está en los mayores. Con sensibilidad pero sin sentimentalismo, las actuaciones de Sigurjónsson y Júlíusson son dignísimas y llegan a ser tan descarnadas que incluyen desnudos integrales de ambos hombres mayores, como otra metáfora de quitarse toda protección, toda la “lana” que los cobija en pos de salvación. Emotiva y poderosa, impactante y austera Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas, es un estreno que debe verse, además de resultar una rareza por el país que proviene, porque es uno de esos ejemplos de “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”.
¿Han dejado de llorar los corderos? Rams (Hrútar, 2015) nos ofrece una premisa más que prometedora, donde Gummi y Kiddi, dos hermanos que no se dirigen la palabra desde hace cuarenta años a pesar de vivir en propiedades agrarias contiguas ubicadas en tierras islandesas, encabezan una pequeña resistencia tras proclamarse una medida gubernamental que atenta con destruir el legado que han heredado de sus ancestros. Ambos le dedican su vida a la cría de ovejas de linaje Bolstadir, lejos de cualquier relación semejante al entorno familiar o incluso conyugal, permaneciendo a solas bajo las sombras de disputas familiares que han desequilibrado el vínculo fraternal. Al desatarse una preocupante epidemia entre los corderos, capaz de afectar a las crías de generaciones en generaciones, el Estado opta por sacrificar a todas las ovejas del valle poniendo en juego la idiosincrasia de una sociedad que gira en torno a la apreciación de aquel sagrado animal. Los dos hombres buscarán proteger, cada cual a su manera, aquello que refleja la herencia de un nombre, de una familia, y que al fin de cuentas es su razón de ser. El director Grímur Hákonarson decide trabajar con planos duraderos en los que se logra apreciar las calculadas composiciones, expuestas por un delicado trabajo desde la fotografía que propone ahondar en aquella vida rural y sus consecuencias, sin llegar al punto de agobiar al espectador. A su vez, estos parámetros estéticos que caracterizan al cine nórdico conviven con un registro actoral naturalista, alejándose de las interpretaciones estoicas y apáticas, y centrándose en una pose de “no actor” aunque así no lo sea. Sigurjónsson y Júlíusson, los protagonistas, le adjudican un importantísimo grado de humanidad a la obra, diferenciándola del cine estándar proveniente de aquellas zonas y envolviendo a la historia con una carga emocional que juega un rol primordial a la hora de su visualización. Del mismo modo, Hákonarson apela a un tono tragicómico y entrelaza la aflicción del relato con escenas que rozan el absurdo, manipulando así el punto de vista del espectador con la intención de que un film de pocos recursos no se vuelva tedioso sino que, por el contrario, se renueve constantemente. No obstante, el realizador controla con tal maestría las herramientas cinematográficas que ninguna logra destacarse por sobre otra, desembocando en una obra uniforme y fuerte. Rams posee una singularidad dotada por sus raíces folklóricas y el tono dispuesto, así la película puede ser leída como el espléndido desempeño de una serie de decisiones acertadas. Estamos ante un film de personajes y espacios, donde los protagonistas evolucionan cuando sus hábitats lo hacen, donde el encierro y la libertad son sinónimos, y donde la memoria lo es todo. Rams es compatible con la música clásica, con una de esas piezas que -gracias a su personalidad y tempo- son perfectas a su manera.
Cuando la guerra empieza por la lana. Auténtica rareza en la cartelera porteña, la película islandesa transcurre en un paisaje de fría sequedad. Pero no por ello resigna la narración clásica, que tiene que ver con el enfrentamiento entre dos hermanos y su amenazado rebaño ovino. El cine islandés no es precisamente el más frecuente en las pantallas argentinas. Los memoriosos recordarán un par de películas independientes de ese origen, que llegaron una detrás de otra a comienzos de este siglo. Una era la comedia sexual 101 Reykavyk, que aquí se estrenó como Invierno caliente, en la que Victoria Abril se metía en la cama de un muchacho tímido y su mamá. La otra era Noi, el albino, también sobre un adolescente solitario, que se sentía encerrado en su pueblo nevado e intentaba fugar sin mucho éxito. La nieve aparece con un rol crucial al final de Rams, ganadora del Premio Un Certain Regard en Cannes 2015 y seleccionada por su país al Oscar, aunque no nominada finalmente. En todo el resto de la película la nieve incide incluso cuando no está presente, determinando el atávico aislamiento de la pequeña comunidad pastoril que la protagoniza. Hombres, ovejas y eso es todo: así como transcurre en medio de la desolación islandesa, Rams podría tener lugar en algún paraje irlandés, mongol, centroafricano, de la Tundra o la Patagonia. En cualquiera de esos ambientes serían concebibles dos hermanos solteros de la tercera edad que viven en casas vecinas y no se hablan desde hace cuarenta años, como sucede con Gummi y Kiddi. Tanto como sería imaginable la clase de calamidad representada por una pandemia que asolara a las ovejas del lugar, única economía de la zona. En el caso de Rams se trata de lo que el subtitulado español traduce como “tembladera”, y que la información de un noticiero de televisión –introducido por el guionista y realizador Grimur Hákonarson a manera de una Wikipedia portátil– aclara que ataca el cerebro y médula espinal, y que es incurable. Cuando Gummi descubre un carnero muerto en el terreno de su hermano empieza a sospechar, y cuando hace la denuncia estalla Troya entre ellos. Entre ellos y al interior de la comunidad, cuando el servicio sanitario confirma que las sospechas de Gummi eran correctas y avisa que hay que sacrificar hasta al último ejemplar y esperar un par de años para empezar a introducir ovejas nuevas. Rams es un cuento clásico, narrado con la sequedad que el ambiente y la gente imponen. Hákonarson no se entretiene con el paisaje. Sabe que con plantar la cámara una o dos veces en exteriores será suficiente para transmitir la sensación de inmensidad, que los cielos plomizos comunicarán agobio por sí solos, que tanta pradera vacía habla de soledad. En su segunda película de ficción, el realizador no hace cine de observación. Narra hechos, aunque sean nimios y cotidianos. Sigue una línea dramática clásica, con un conflicto que aparece ya en la primera escena, con el primer carnero muerto, y se continúa de allí en más, aunque resulte casi imperceptible, con la competencia entre hermanos por el mejor carnero, la idea del linaje ovino (que va a interrumpirse para siempre si se ven obligados a sacrificar a toda la hacienda), las distintas reacciones de Gummi y Kiddi ante la medida sanitaria, la resolución final incluso. En el marco de una narración tan austera como el estilo, Hákonarson se permite tres o cuatro guiños de humor o extravagancia, como el modo ajustadísimo en que se define la competencia, el baño de un carnero en la casa, un perro pastor que hace de ágil correo entre los hermanos o el uso de una grúa para recoger a un enfermo indeseable y depositarlo a las puertas de un hospital.
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TRADICION VS. PODER El origen del film es Islandia, su talentoso director Grímur Hákornarson, ganador de Cannes en la sección Una cierta mirada. Con una anécdota minima se mete de lleno en las costumbres rurales alrededor de la cría de ovejas y del enojo, que ya lleva mas de 40 años, entre dos hermanos, además vecinos. Dos hermanos, Gummi y Kiddi, separados por sus caracteres y por sus mandatos familiares. Toda la primera parte de la película tiene un toque naif y tierno, con humor, para mostrar con sencillez una escondida y turbulenta diferencia. Pero cuando una epidemia afecta a las ovejas y las autoridades exigen el sacrificio de todos los rebaños, estos hermanos se rebelaran contra la autoridad, con su símbolo de autoritarismo. La modernidad con sus reglas prácticas y la fuerza de la tradición como valor esencial. Grandes actores, un pulso especial para dosificar la acción y dar profundidad a cada personaje y una relación que deja lo anecdótico para transformarse en universal. Un film entretenido, emotivo, que cala profundo en los sentimientos.
Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas se desarrolla en un remoto valle de Islandia, allí dos hermanos que no se hablan desde hace más de cuarenta años deberán unir fuerzas para salvar su bien más preciado: su rebaño de ovejas. Una curiosa obra proveniente de Islandia, que combina drama y comedia en un ámbito rural, de tono naturalista, en el seno de una familia rota. Visualmente imponente, con un desarrollo lento pero firme que retrata el encuentro de dos hermanos que son "el agua y el aceite" y que desemboca en un final que es pura emoción.
Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas o la soledad del granjero islandés Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas, tiene a uno de los más asombrosos directores de fotografía del cine actual, el noruego Sturla Brandth Grøvlen, responsable, desde la cámara, del plano secuencia -o sea del único plano- de la potente y vibrante Victoria de Sebastian Schipper. Rams, más quieta, comienza con un plano del paisaje, un paraje solitario y rural de Islandia. La dureza de las condiciones, la soledad y la topografía se definen con eficacia en la imagen. Y también con belleza rústica, árida, bañada por una luz fría, apagada, incluso en la temporada post invernal. Los encuadres narran con una facilidad y una prestancia que la progresión dramática de la película encuentra de forma esporádica. Dos hermanos solitarios, barbudos, enfrentados pertinaz, obcecadamente -como si fueran los carneros del título- se dedican a la cría de ovejas, unos bellos ejemplares que hacen competir en certámenes. Luego de una de esas competencias, aparece una enfermedad ovina neurodegenerativa y contagiosa -scrapie o tembladera, pariente del mal de "la vaca loca"- y llega la orden pública de sacrificar los animales, base de la economía de la zona. La línea de contexto, de los otros granjeros y de las políticas públicas que intentan paliar la situación a la vez que sugieren a los granjeros cambiar de actividad, asoma con timidez y no se impone. Rams resalta la soledad de una tarea actual pero que parece de otro tiempo: de ahí, quizás, el almanaque de 1978 de Gummi en una puerta de su casa, como si manejara un tiempo distinto, atrasado. Y sobre todo dispone como eje de la narración la relación entre los hermanos Gummi y Kiddi, que se cuenta con módicas dosis de humor absurdo, hierático y tragicómico, como del cine de Aki Kaurismäki, pero con menos vuelo y menos ternura, que aparece ocasionalmente en la relación de los protagonistas con sus animales. El ritmo de Rams apuesta a la parsimonia en los diálogos, a esa demora sensible en la pausa, ese tiempo para observar los movimientos y cada situación, para admirar los encuadres, para absorber esa elegancia caligráfica que muchas veces se considera un gran valor cinematográfico y consigue premios. Sin embargo, todas esas características no logran disimular del todo que la relación entre los hermanos se resuelve con uno de esos finales que pueden definirse como impactantes, o también como una conclusión rimbombante para escapar de una narrativa a esas alturas difícil de resolver.
Mi reino por una oveja Esta película islandesa cuenta una historia de profunda humanidad, con ternura y un sutil sentido del humor. Francia parece la plataforma desde la que Islandia está dando a conocer todo el talento que tiene más allá de Björk. Este año, en la Eurocopa, el mundo descubrió que los islandeses podían jugar al fútbol; el año pasado, en el Festival de Cannes, que el cine islandés es digno de ser considerado. Rams (palabra inglesa que significa “carneros”; el título original es Hrútar) llega a la Argentina con el antecedente de haber ganado el premio mayor en la prestigiosa sección Une certain regard en 2015. Comparte algunas características generales con otra película islandesa, Historias de caballos y hombres, que se vio en nuestro país el año pasado: un sentido del humor cáustico entremezclado con el drama más profundo, con animales en el centro de la escena. La anécdota, en apariencia, es pequeña. En uno de los fascinantes y desoladores valles de la isla, dos hermanos se dedican a la cría de ovejas. Viven en granjas contiguas y comparten la pasión ovina, pero están peleados a muerte. La aparición de una epidemia mortal que afecta al ganado reavivará el viejo rencor fraterno y obligará a que esa guerra fría sostenida durante tantos años estalle hacia algún lugar. Esta historia mínima está contada con maestría y un notable crescendo de intensidad por el director y guionista Grímur Hákonarson (este es su segundo largometraje de ficción). Con los mínimos diálogos indispensables, la narración se basa en el registro de detalles para sumergirnos en la situación tragicómica que viven estos granjeros, esforzados hombrecitos perdidos en la inmensidad de ese paisaje tan solitario, bello y salvaje como la Patagonia. Ese marco natural es fundamental para dotar a la película de un dramatismo que tiene su contrapeso en el humor, con pasos de esa comedia que los anglosajones denominan deadpan (que refiere a un humor seco, sin énfasis ni subrayados gestuales, al estilo de Buster Keaton o Bill Murray), que aquí encuentra notables intérpretes tanto en el protagonista, Sigurour Sigurjónsson, como en las ovejas y su cómica inexpresividad. Es imposible no compartir la ternura y compasión que Hákonarson siente por sus criaturas, tan imperfectas y tan humanas.
De drama contenido a una épica locura A partir de la introducción en Islandia de un mal que aqueja a las ovejas, el director aquí desconocido Grímur Hákonarson explora vínculos familiares. La culpa es de los ingleses. Concretamente, de una oveja inglesa. La introdujeron en Islandia sin advertir que tenía scrapie, el equivalente ovino del mal de la vaca loca. Un peligro: cuando se descubre un animal enfermo, se sacrifica todo el rebaño, aunque esto cause la ruina de sus dueños. El Estado los indemniza, pero no lo suficiente como para empezar de nuevo. Éste es uno de los asuntos de "Rams". El otro asunto es de índole familiar, y responde al viejo dicho "no hay peor cuña que la del mismo palo". Dos hermanos sexagenarios, vecinos y dedicados a la crianza de la misma raza de carneros, apenas se hablan. Van por separado a las mismas reuniones de ganaderos, compiten en el concurso anual de la zona (y uno le gana al otro por medio punto de diferencia), no tienen mujer que los aguante, y este asunto de la oveja loca los encuentra muy divididos. ¿Se unirán para luchar contra la enfermedad de sus animales? A todo esto, ¿por qué se aborrecen tanto? Eso lo sabremos recién cerca del final. Uno es un loco manso, el otro es un borracho violento. Sólo diremos que esto es un drama contenido, de humor escaso, y que el desenlace toma un imprevisto giro de épica locura, jugándose todo a un gesto desesperado de último momento, y a una única frase, dicha con la debida emoción. Autor, el aquí desconocido Grímur Hákonarson, que se crió parcialmente en el campo, y cuyo padre fue ministro de Agricultura de Islandia. Rodaje en Bardardalur, un lugar amplio, despejado, alejado, al que ni locos pensamos ir, y menos en invierno.
EL DISCRETO ENCANTO DE LO REAL La ganadora del Premio Un Certain Regard en Cannes 2015 llega a las carteleras de Buenos Aires con la carga de misterio de un film proveniente de la muy extraña cinematografía de Islandia. Un film donde se narra la historia de los hermanos Gummi y Kiddi, enfrentados desde hace cuatro décadas. Ellos compiten con encono, junto a otros granjeros del inhóspito valle, por quién tiene la mejor majada cada año. Pero algo llega desde el remoto mundo exterior, que amenazara toda la estructura social y económica de esa comunidad aislada y cerrada: la orden de de exterminar a todas las ovejas de la región porque que se ha detectado una grave enfermedad, Rams (tembladera) que podría convertirse en pandemia. Así, los hermanos deberán aunar fuerzas y dejar de lado su legendaria disputa, para enfrentar la nueva situación. Si bien el texto tiene rememoraciones de infinidad de films en que las peleas entre hermanos son el eje del conflicto, el hecho de que haya sido ambientado en un ámbito tan hostil como austero, en el que su director Grímur Hákonarson no se demora demasiado en idealizar. En la historia más allá de la sequedad de los personajes, no se excluye un poco de humor y hasta alguna extravagancia. Un film pequeño, pero concreto y extremadamente real, en un momento donde el cine ha pasado a ser parte de un aburrido y repetitivo alarde de tecnología digital. RAMS: LA HISTORIA DE DOS HERMANOS Y OCHO OVEJAS Rams / Hrútar. Islandia-Dinamarca-Noruega-Polonia, 2015. Guión y dirección: Grímur Hákonarson. Intérpretes: Sigurður Sigurjónsson, Theodór Júlíusson, Charlotte Boving y Jon Benonysson. Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen. Música: Atli Örvarsson. Edición: Kristján Loðmfjörð. Diseño de producción: Bjarni Massi. Duración: 93 minutos.
“Rams La historia de dos hermanos y ocho ovejas” (Hrútar) Me siento muy agradecido cuando llegan films como “Rams” a estos rincones del planeta. Porque es una película que viene de Islandia. Y la historia que nos cuenta este director (Grímur Hákonarsan) esta llena de bellos momentos. Son dos hermanos, Kiddi y Gummi, cada uno con su diferente carácter, no se hablan hace mas de 30 años. Muy solitarios viven en sus granjas, uno enfrente al otro. Esa extraña decisión de alejarse estando tan cerca. Y tal vez lo único que los une es ese amor por su trabajo, el cuidado de sus rebaños, sus ovejas (crían carneros del mismo linaje ancestral) Y la importancia que le dan al premio que otorgan a los ejemplares en mejores condiciones, competencia que se da anualmente, uno de los pocos lugares donde se los ve acudir. Cada uno con su mejor oveja. Los inviernos con sus fríos y nevadas hace que sea más difícil todo, y la falta de calor que naturalmente se necesita. Un hecho alterará el orden en esta zona rural. Por que hay una enfermedad fatal que puede afectar el sistema nervioso de estos animales llamada tembladera. Y la difícil y cruel decisión que hay que tomar si así ocurriera. Mas allá del lugar precioso, la fotografía muy bien lograda, una forma de contar pausado pero sumamente enternecedora, llena de espacios para el silencio, con detalles de humor pero fundamentalmente con pasajes dramáticos, la propuesta siento que es mas profunda. Y nos habla de esos lazos de sangre que unen a los seres. La de saber que podemos contar con un hermano mas allá de las diferencias. Y si el acto de esa nueva unión esta cargada de tanto amor, claro que valió la pena el reencuentro.
Si entre ellos se pelean "Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera...” Así reza el Martín Fierro. Esta frase podría ser tranquilamente lo que resuma la película islandesa Rams de Grímur Hákornarson, ganadora del premio a mejor película de la sección “Una mirada diferente” en el último Festival de Cannes. Rams cuenta la historia de dos hermanos que no se hablan desde hace mucho tiempo, hasta que una enfermedad azota el valle y obliga a los granjeros a sacrificar a todos los carneros de la región. Gummi y Kiddi, los hermanos, se niegan a perder su dinastía de carneros y hacen todo lo posible por mantenerlos vivos. Lo más destacable del film es esa innecesaria y fría crueldad que se muestra cuando las imágenes denotan los sacrificios de los animales (eso sí, en ningún momento se ve la situación del sacrificio en si). Otra cosa a destacar es la fotografía que se logró: llena de verdes y grises durante el otoño y el blanco infinito durante el invierno. Algo que sorprende es que la película se postula como comedia o comedia negra tal vez, pero termina siendo un drama profundo. Actores: Sigurdur Sigurjonsson: este actor de origen islandés tiene una gran performance como Kimmi, una de los hermanos protagonistas del film. Es al único sobre quien me voy a referir, porque es el de mas diálogo y mas tiempo en pantalla. Algo que me pareció destacable es su facilidad facial para actuar, se lo ve muy suelto a pesar de la cantidad de ropa que lleva por el frío.
Ganadora de la sección Una cierta Mirada del Festival de Cine Internacional de Cannes 2015; Rams: La Historia de Dos Hermanos y Ocho Ovejas es el segundo opus de ficción del director islandés Grímur Hákonarson, con el cual presenta un cambio estético rotundo respecto a su anterior y luminosa Sumarlandie. ¿Qué sabemos de Islandia? ¿Qué nos imaginamos de ella? En Rams el territorio es fundamental, el tercer personaje que condiciona a los dos protagonistas. Kiddi (Theodór Júlíusson) y Gummi (Sigurður Sigurjónsson) son hermanos, pastores, que viven en un frío valle de Islandia. Son vecinos, pero hace cuarenta años que no se dirigen la palabra por un conflicto que en el desarrollo se irá revelando. Hay una competencia anual en el valle de la que ambos participan y compiten entre sí junto al resto de la comunidad, se elige al mejor carnero de los rebaños. Pero este año hay un problema, mayor. Una de las ovejas de Kiddi está infectada con una grave enfermedad, y se teme que se propague al resto de las ovejas. Ante la segura posibilidad de que sacrifiquen todas las crías y especímenes, la población entra en desesperación y angustia y decide paulatinamente buscar un lugar mejor. Será el momento en que Gummi y Kiddi se unan para salvar su rebaño de la extinción y, en definitiva, proteger el vínculo que los une. Plagada de silencios y momentos parcos, la propuesta de Hákonarson no se inscribe dentro del ritmo acelerado y la actividad constante para el regodeo del ánimo del espectador; los tiempos serán los propios de la historia. Este detalle, para nada menor, no impedirá al realizador regalarnos momentos de extraña gracia y una suerte de intriga sobre el destino y el pasado de los personajes. Logrando de este modo mantener la atención más allá de la innegable lírica que presenta el asunto. Kiddi y Gummi tienen personalidades contrapuestas, uno es mucho más duro dedicándose al alcohol y el otro es más centrado, pasivo y ameno. Sin embargo, el punto de unión será la soledad, ese vacío que no se llena, aunque haya una proximidad física. El territorio será la expresión de ese sentimiento. Con una potente fotografía que resalta los grises sobre blanco, aumentada por la propia geografía nevada de la zona, en contraposición al verde clásico rural; la imagen transmite ese hielo en el corazón, que deberá comenzar a resquebrajarse para encontrar la solución al conflicto ovino, y humano. Jílíusson y Sigurjónsson se complementan logrando buenas labores interpretativas en lo que la propuesta ofrece, notándose un fuerte armado de esquema por parte del director proveniente del mundo documental. Es Rams lo que se conoce vulgarmente como “una película festivalera”, quizás pensada para un consumo internacional. En ese armado complaciente, hay determinados planteos que podrían haber asomado con algo más de profundidad. Hákonarson crea una estructura simple, pero a la vez calculada e impenetrable para todo aquello que pueda desarticularla. Es una historia sobre las relaciones humanas, en el que la historia y el ambiente influyen singularmente. Se ve sucia y lujosamente, se siente el talento delante y detrás de cámara. Pero también se presiente cierta necesidad de realizar un planteo conocido, un lugar de comodidad para la mirada externa, sin ahondar en otras cuestiones, y recurriendo a la emotividad, efectiva, pero algo remanida. Estamos frente a una película que nos permite descubrir una filmografía poco conocida en nuestras tierras. Un film que merece los premios que ha recibido, y que posee los elementos para conquistar a su público. También ante un producto que juega con las armas que conoce para seducir, que será del agrado de los habitúes festivaleros, con una historia sencilla y entradora bien revestida. Si a la salida de sala sentimos algo de frío, puede ser el invierno duro que nos tocó esta temporada; lo gélido del ambiente islandés expuesto en las bellas imágenes; o quizás sea algo más.
Con pocos diálogos, los justos, y sólidas actuaciones, naturales y creíbles, llega desde Islandia “Rams: La historia de dos hermanos y ocho ovejas” (2015), que dirigida por Grímur Hákonarson, retrata el relato de una relación filial que puso a prueba límites y vínculos en el tiempo. “Rams…” inicia con las potentes imágenes del despojado, árido y agresivo paisaje en el que los protagonistas serán presentados y se desarrollará la acción, un lugar alejado de todo y en el que la supervivencia a partir del pastoreo trashumante y el criado de ganado bovino es la principal actividad de la zona y lo que permite que los habitantes puedan ganar el poco sustento que poseen. El pequeño pueblo, pendiente de las ovejas, potencia su capacidad productiva sólo por los resultados en las mejoras que en éstas se pueden implementar. Pero cuando una misteriosa enfermedad comienza a contagiar al ganado, los mismos deberán ser sacrificados, poniendo en jaque a la economía del lugar y enfrentando una vez más a Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y Kiddi (Theodor Juliusson), dos hermanos que hace 40 años que no se hablan y que, a la fuerza, deberán volver a hacerlo para tomar una decisión sobre la continuidad o no de su actividad. Así avanzará “Rams…” entre peleas, discusiones, y una decisión drástica tomada por Gummi, que finalmente será la misma que terminará por acercarlo nuevamente a su hermano, muy a su pesar y con el que deberá acordar los pasos a seguir para poder seguir con una actividad legada de sus antecesores. El original guión de Hákonarson divide la película en dos etapas bien diferenciadas entre sí, una en la que la presentación de los hermanos potencia las características de cada uno, y otra en la que una revelación pondrá a cada uno frente a frente para poder decidir sobre el futuro de cada uno. Así, Gummi es trabajado desde conceptos como el trabajo, la pasión y el esfuerzo, con un temperamento contemplativo y colaborador para con los demás, mientras que Kiddi es elaborado desde el trazo más grueso, hosco, torpe, enviciado, sin un atisbo de poder ayudar a nadie, ni siquiera a él mismo. Cuando el relato los coloca una vez más el uno ante el otro, Hákonarson prefiere colocar la cámara y dejarlos actuar, que nuevamente se relacionen y el ser solo un espectador de aquello que comienza a construir la tensión hacia el conflicto final que se presenta. Un aire nostálgico y la imprecisión de la época en la que se desarrolla la historia, además, potencian aquellas ideas relacionadas al sentido de pertenencia, la construcción de una vocación y la imposición de ésta en algunos grupos familiares. Si Gummi y Kiddi se esfuerzan por proteger denodadamente a sus ovejas, es porque saben que en ellas hay parte de su propia historia que se pone en juego, porque más allá que durante 40 años no se hablaron, viviendo uno al lado del otro, siempre estuvieron pendientes sobre aquello que hacían o dejaban de hacer. En la presentación de un concurso, en el que ambos obtienen el primero y el segundo puesto, además de introducir el conflicto disparador del relato, hay un trabajo sobre el folklore islandés y sobre el lugar en el que los personajes se moverán. Un territorio hostil y que en la intemperie exige mucho más que un temperamento fuerte para superar las eternas jornadas con sol y las largas en las que no estará presente. “Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera” reza el máximo relato autóctono, frase que le sienta muy bien a esta dramática historia, una épica familiar que debe resistir ante los embates climáticos, biológicos, y políticos, y bucear en sus orígenes para afirmar un linaje que se pone a prueba a diario.
Todo cinéfilo de ley debe cuestionarse a sí mismo de vez en cuando sobre sus costumbres y exigirse ver algo diferente y salir un poco del molde industrial. Rams es una gran oportunidad para hacer esto porque se trata de una rareza en sí misma. O sea, que una película de Islandia se estrene a nivel comercial en Argentina es un hecho tan valorable como difícil. Teniendo en cuenta esto sería una obviedad recalcar que se encontrarán con un film diferente pero de todos modos voy a tratar de explicar un poco de qué va más allá de lo que se lee en la sinopsis. Con tiempos muy lentos, pausas prolongadas que sirven para contemplar mucho y una fotografía muy linda se nos cuenta una historia simple entre dos hermanos, un pueblo y la importancia que tienen ahí las ovejas. Esta película sirve para viajar y para meterse en otra cultura. Ese es su valor y el lugar por donde hay que analizarla más allá del entretenimiento que nos brinde porque si se la juzga por ahí el saldo será negativo. No entretiene sino que enriquece de la mano de dos soberbias actuaciones por parte de Sigurður Sigurjónsson como Gummi y Theodor Júlíusson como Kiddi. El director Grímur Håkonsson brinda una obra íntima y que expone no solo a los personajes sino también al espectador. Si querés y te animás a ver algo diferente Rams es la película indicada.
Esta es una historia dulce, sencilla y encantadora sobre las vicisitudes que viven dos hermanos rivales los cuales no se hablan hace 40 años. El director islandés Grímur Hákonarson (Sumarlandið) va mostrando de qué manera se comunican los habitantes de un pequeño pueblo, que se encuentran aislados de todo. Cada uno cría a sus ovejas, una vez al año se hace un concurso donde le dan un premio a un criador por tener la mejor oveja, realizan tareas rurales y beben mucho alcohol, el lugar donde se desarrolla la historia forma parte de los personajes. En varios momentos tiene mucho de tragicomedia. Su ritmo es pausado, con poco diálogos, momentos para la reflexión, su trama es cautivante y su fotografía acompaña a la perfección. Los protagonistas islandeses están correctos en sus papeles. Contiene alguna similitud a “Leviathan” de Andrey Zvyagintsev y con toques del cine de AkiKaurismaki.
Tras haber ganado el premio a la mejor película de Un Certain Regard (en Cannes 2015) seguramente ahora muchos mirarán a esta película islandesa con cierta sospecha: ¿es tan buena? ¿merecía ganar? Tratemos de olvidarnos por un momento de la comparación con otras películas evidentemente mejores que había en la sección para concentrarnos en RAMS, una digna, simpática y finalmente emotiva historia de dos hermanos viejos que no se hablan hace 40 años aunque viven en campos contiguos en un pueblo perdido y helado en el medio de Islandia. Ambos se dedican a las ovejas de pedigree, compitiendo en torneos para ver cuál es el que tiene la mejor oveja de la región. Kiddi, el mayor de los dos, alcohólico y fastidioso, gana ese torneo para el enojo de Gummi, el menor, un tanto más sociable. Pero esa batalla entre hermanos tiene aristas más complicadas ya que el tal Gummi, pese a su apariencia un tanto más bonachona, es el que por momentos vive con más competitividad y recelo la situación entre ambos, al punto de terminar denunciando a su hermano porque encuentra que la oveja ganadora tiene un virus contagioso que podría obligar a tener que matar a todas las ovejas de la zona. Lo que hasta ese entonces parecía casi una comedia pueblerina de esas que solemos ver en mucho cine europeo –me imagino algo parecido en Irlanda, digamos, con hermanos borrachos y dedicados a la ganadería– empieza a complicarse un tanto más, ya que la situación económica de ambos se volvería inestable sin las ovejas. Pero tan fuerte es la pelea entre ambos que no hay forma de encontrar una manera de que trabajen juntos. En escenarios desolados y campestres de Islandia, la película tiene un look poderoso que se va volviendo cada vez más sombrío por los comportamientos de los personajes y por la llegada del pesado y difícil invierno. El tono se vuelve más severo, a la par del consumo alcohólico de Kiddi y de los problemas que empiezan a tener con la ley cuando, cada uno a su manera, tratan de “trampear” el sistema respecto a lo que hay que hacer con las ovejas. La última parte es la mejor del filme: tensa y emotiva, le da a RAMS una fuerza y poder emocional que hasta ese momento no tenía. Es una digna aunque un tanto convencional película que acaso no soporte el intenso escrutinio de los que la analizarán pensando en cómo le ganó a otras mucho mejores en esa competencia. Pero eso es un asunto externo al filme. Tomando solo lo que se ve en la pantalla, RAMS es un filme más que respetable y valioso.
Dos hermanos muy distintos que llevan años distanciados y compiten con sus ovejas tienen que unirse para salvar sus rebaños. Con humor, con cierta placidez y con la mirada de quien descubre un terrritorio -lo que resulta perfectamente empático con el espectador- esta película nos permite descubrir un mundo que es parte del nuestro -esa vida rural islandesa- y trasciende lo pintoresco para que podamos identificarnos con él.
POINTS: 8 Imagine two neighbouring farms in a very isolated and magnificent rural landscape in Iceland. Though they live right next to each other, two old estranged brothers, unmarried and childless, haven’t spoken to one another in 40 years. They are both shepherds and very proud of the ancient pedigree they breed. You could say they are actually in love with their rams. In fact, the rams are all the family they’ve got. Gummi (Sigurdur Sigurjonsson), the younger brother, is hard-working, respectful, and calm while Kiddi (Theodor Juliusson), the older one, is ill-tempered, trigger-happy, and a heavy drinker. If it weren’t because they sort of look alike, you wouldn’t know they were brothers. Each year they enter a competition for best ram and this year it so happens that a ram owned by Kiddi turns out to be the winner, much to Gummi’s dismay. The fact that Kiddi’s ram won for a difference of half a point makes it all the more irritating. However, the tragedy about to unfold has nothing to do with brotherhood issues. There are early signs of an incurable brain disease known as scrapie that is infecting the animals. And once the local authorities confirm it, all sheep in the valley must be slaughtered. Emotionally and economically, the farmers are shattered. As for Kiddi and Gummi, let’s say they don’t take the news in the best of ways. Yes, they will have to come together to save their sheep, but in so doing they will also trigger an unfortunate chain of events. Winner of the Un Certain Regard Award at the Cannes Festival, Rams is written and directed by Grimur Hakonarson, a seasoned documentary maker (better known for the art-house comedy Summerland) and you can see his gifted eye for observing and describing in the way he renders the raw, realistic beauty of the landscapes of his homeland — which brings to mind Icelander Benedikt Erlingsson’s Of Horses and Men, another art-house favourite. Hakonarson is assisted by no less than cinematographer Sturla Brandth (the man behind the superb 138 minute-single take of Victoria), who resorts to the wonders of natural lighting as he crafts an eye-catching palette of cold and somewhat dark browns, blues, and greys, while he also focuses on alluring textures. But beside these undeniable formal values, the main triumph of Rams lies in its drama and its tone alongside the performances. It would’ve been relatively easy to go for strict and always reliable drama, or for formulaic comedy, or for mere costumbrism. However, Hakonarson opts to go the way of genre crossbreeding and so he creates a much more interesting art work, one that pushes boundaries. Think of Rams as a film that begins in the vein of affable costumbrism, occasionally peppered with some sardonic humour, then it smoothly switches to a very personal drama, only to later on enter the realm of tragedy. At the same time, every now and then, absurdism surfaces to outstanding effect. Such genre shifts are achieved seamlessly, in part thanks to the smart screenplay and to the faultlessly timed editing, but most of all because of a subdued, quietly restrained overall tone that glues the film together. And then there are the actors. First, Sigurjonsson takes centre stage as Gummi. It’s he who establishes the point of view of the narrative and sets up the humanistic feeling. Then, after a certain plot point, Juliusson, that is to say Kiddi, becomes the protagonist and he gives the film new brio. In any case, both of them show a range that makes the drama all the more compelling. Considering that dear rams are involved, this cannot be an ordinary siblings’ relationship. And yet you’re bound to relate to it in unexpected ways. Production notes Rams / Hrútar (Iceland, 2015) Written and directed by Grimur Hakonarson. With Sigurdur Sigurjonsson, Theodor Juliusson, Charlotte Boving, Gunnar Jonsson, Porleifur Einarsson. Cinematography: Sturla Brandth Grovlen. Editing: Kristjan Lodmfjord. Running time: 93 minutes. @pablsuarez
Perdidamente enamorada de los paisajes sórdidos de las zonas más australes de la bellísima Islandia, me volví adicta a todas las películas que se sitúan en este país. Hace tres año el visionado de La increíble Vida de Walter Mitti que transcurre gran parte en la montaña de origen volcánico Kirrujfell, me hizo redescubrir un lugar y un espacio absolutamente cinematográfico. Con el descubrimiento aparecieron la memoria y junto con ella los recuerdos de haber sido fan del director islandés Dagur Kári –Virgin Montain, Dark Horse, Noi, el Albino- , la impenetrable frialdad con que los islandeses filman, generan un clima desconcertante. Son fríos, un cubito, pero esa helada, esa manera de trasmitir los sentimientos, de forma tardía, austera – absolutamente unidimensional- generan un extrañamiento que concluye siempre en el asombro y en la congoja. Las películas islandesas son una puñalada, recuerdo haberme quedado con un sentimiento raro al terminar de ver Virgin Montain, de Kári – Corazón Gigante- la película que muestra la vida de un cuarentón absolutamente solitario que finalmente se involucra con una señorita y termina enamorado. Los islandeses, hombres y mujeres de clima polar, son intransigentes para el amor, les cuesta y esa nevada sentimental se trasmite en las películas, y eso está bueno. La planos generales de esos personajes inmensos – además son grandotes- sumergidos en la soledad del paisaje, las ausencia de palabra, y la letanía de la imagen, generan un clima raro, pero a su vez diferente al mainstream. Por ello, y aunque el protocolo resulte casi apologético del cine islandés, la antesala de mi reseña de Rams, es pertinente para que el público se atreva a explorar nuevos mundos y nuevas lejanías. El tráiler de Rams me generó mucha curiosidad, y ese sentimiento se sostiene en toda la película. El director Grimur Kakonarson – vi su opera prima Sumarlandia en un BAFICI- lleva la disputa familiar al valle de los carneros, un lugar inhóspito, absolutamente rural de Islandia. Dos hermanos, Gummi y Kiddi están peleados a muerte, los dos señores – gigantes- viven en granjas contiguas pero no se dirigen la palabra, subsisten de la crianza de ovejas y sus relación esta mediada por un perro que pasa el mensaje de una granja a otra. El conflicto esencial es la enemistad y la rivalidad llevada al límite de lo grotesco. Un pueblo chico en donde la soledad de estos dos hermanos se vuelve incompresible, y lo no decible, que funciona extraordinariamente. No sabemos a ciencias cierta porque están peleados. Kiddi (Theodór Júlíusson) es el hermano sensato, el que va de frente, es el bueno. Gummi (Sigurður Sigurjónsson) es el hermano temeroso, el que va de atrás, el resentido, es el villano. La película empieza con un concurso de carneros, los dos hermanos compiten por ver quien tiene “la mejor oveja”, las miradas de Gummi se centran en Kiddi, quien lo ignora. Lo mira con odio, recelo que deriva en una traición. Desde allí, la disputa se tornará de una violencia – absolutamente silenciosa- que apabulla. Pero en esa pelea, el director pone toda la carne al asador y es imposible no tomar partido por Kiddi. Los cuerpos desnudos, filmados de manera absolutamente salvaje – los viejos son dos fieras- y las imágenes bucólicas del aislamiento, construyen un escenario desalentador para ambos. Rams es una película triste, es monocorde – quizás demasiado- y se repite constantemente, pero es interesante de explorar. Como esos dos hombres desnudos – la escena final es memorable- el espectador siente, se involucra con la pelea y se deja llevar por la nostalgia que propone el director. ¿Cómo terminan estos dos?, es la pregunta que sobrevuela el metraje y en ese misterio – en ese silencio bien islandés- es donde la película funciona.
En “Rams”, los ganaderos de un aislado pueblo de Islandia deben hacer frente a una devastadora peste que asola a sus carneros, la scrapie o tembladera, enfermedad degenerativa estrechamente relacionada en su estructura con el llamado Mal de las Vacas Locas, que azotó Europa hace unas décadas. El avance de la plaga no sólo amenaza el sustento de los habitantes de ese remoto lugar, sino que para ese pueblo es algo parecido al advenimiento del fin del mundo, en forma de un mal foráneo que amenaza la esencia y la identidad del lugar. Cuando se atraviesa Islandia, como pasajero en un avión que hará escala en Reykjavik, su aeropuerto, es posible vislumbrar la soledad y la inmensidad de esas tierras, en donde después de cientos de kilómetros es permitido ver una casa y a leguas más allá un pueblo. La nieve que lo cubre todo, otorga a ese paisaje una espacialidad poética que va de la intimidad profunda a la extensión indefinida, reunidas en una misma expansión en la que se siente bullir cierta magnificencia. En un paraje semejante viven Kiddi (Theodór Júlíusson) y Gummi (Sigurður Sigurjónsson), dos hieráticos y taciturnos hermanos que parecen recrear la tradición bíblica de Jacob y Esaú o la de Caín y Abel, llevan años que no se dirigen la palabra a pesar que viven a corta distancia uno del otro. En ambos el desaliño es constante, pero sus carneros si están bien cuidados. En realidad ellos son como sus hijos, y a los hijos hay que darles lo mejor. Kiddi es el mayor, el más rubicundo, el más borracho y con mayor suerte que Gummi, hasta que ésta se vuelca a favor del menor y éste le gana a su hermano el segundo lugar en un concurso anual para criadores de ovejas. Kiddi siente un fuerte deseo de venganza y ésta se ve satisfecha por la divina providencia que envía la plaga de la tembladera. Frente a esa realidad los dos solitarios hermanos deben olvidar rencores y unir sus fuerzas para salvar el legado de sus antepasados, un rebaño de carneros de una raza casi en extinción, que los políticos, como siempre, apegados a su conveniencia, quieren sacrificar sin importar el valor afectivo, o económico, que éstas tienen para esos personajes. Las dirección de Grímur Hakonarson (“Sumarlandið”, 2010, “Varði Goes Europe”, (documental, 2002), “Hreinthjarta”, documental, 2012), presta especial atención a las rutinas diarias de los personajes comprometidos con la pureza del paisaje y su identidad territorial. Grímur Hákonarson puede escapar a su raíz de documentalista y por momentos es posible para el espectador seguir la línea de un documental casi antropológico, basado en la dialéctica de contenido y continente, capturados por esa inmensidad intima en que los espacios del hombre y el espacio del mundo se hacen consonantes. El filme casi como una tragedia shakespeariana, pesimista, pero con notas de ese humor nórdico inexpresivo y melancólico, en su conjunto es un formidable ejercicio de minimalismo extremo, casi no hay movimiento de cámara, los diálogos son escasos, los personajes son los necesarios, la acción se repliega al momento en que la tensión se evidencia, cuando deben subir esa montaña en medio de la tormenta. Lo que prevalece con una fuerza arrolladora es la intensidad de las imágenes valoradas por una fotografía maravillosa. “Rams: La historia de dos hermanos y ocho ovejas”” es una metáfora del mundo actual en donde la realidad de un pueblo, una ciudad, un país, se ve trastocada por enfermedades que políticos transmiten por su corrupción, su falta de sensibilidad. Islandia no escapó a la devastadora voracidad de los banqueros, ni al sometimiento que estableció la Unión Europea a sus comunitarios. Los carneros son ese pueblo perdido en la inmensidad de la llanura islandesa, que como esos dos viejos gruñones quieren mantener sus tradiciones. Es una realización de las que se llaman pequeñas, proveniente de una cultura lejana y extraña, de otra parte del mundo, pero logró con su sencillez y poesía conquistar al espectador y, comunicarse con sus sentimientos en una simple operación del espíritu, que conjuga realidades fuertes y estables con imágenes de inconmensurable belleza.
Una historia sencilla El primer falso inconveniente de éste filme es que la gran particularidad de su estreno residirá en el origen del mismo, situación que redundará en una gran injusticia ya que por ser una producción de Islandia puede incurrir en que el parámetro de elección sea ese únicamente. En realidad estamos frente a un claro ejemplo de lo que pregonaba el escritor ruso León Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintaras el mundo”. En éste caso estamos además sumatoriamente frente a otra variable, la del atravesamiento de la historicidad humana de manera universal, hasta si se quiere bíblica. Desde ser leído como una gran alusión de la historia de Caín y Abel, hasta el precepto de la preservación del legado de nuestros antepasados, la vida misma. Un cuento muy llano, dos hermanos solteros, sin descendencia, que no se hablan desde hace 40 años, nunca sabremos los motivos fehacientemente, celos, envidias, mandatos, sangre, siendo ellos los postrimeros de su estirpe, son los custodios de los últimos ejemplares de una raza de carneros en un valle tan inhóspito como de gran belleza natural. Podría verse como un relato tragicómico, en el que no están ausentes claras referencias a la literatura trágica desde los griegos hasta la actualidad, sin dejar de lado a Shakespeare o Dostoievski entre muchos otros. Pero con momentos en tono de comedia que hacen que el texto fluya libremente. El director se juega con una apuesta en dar lugar a las imágenes como las sustentadoras de la fuerza narrativa, pocos diálogos, lo que no significa que no se comuniquen, una austeridad extrema de los movimientos de cámara, poca variedad de elección de planos, que no genera estatismo gracias al diseño de montaje, donde la dirección de fotografía, tan expresiva como eficaz, tiene la capacidad de mostrar el mundo a partir de la relación que se establece entre estos dos hombres, y de ellos con la naturaleza que los circunda. A punto tal que la misma puede juzgarse por momentos como claustrofóbica, y en otros como inconmensurable. Las primeras imágenes son de una locuacidad extrema, Gummy (Sigurður Sigurjónsson), el menor de los hermanos, sociable, integrado a su grupo de pertenencia, sobrio, recto, retornando de la inspección de su ganado descubre un animal muerto del otro lado del perímetro que le pertenece, regresa con el otro carnero vivo, perteneciente al rebaño de su hermano mayor Kiddi (Theodór Júlíusson), un personaje en las antípodas de su hermano, alcoholico, antisocial y malhumorado. Gummy deja el carnero dentro de la casa de Kiddi. Viven fisicamente a metros de distancia, pero al parecer a años luz afectivamente. Ambos se presentan en la competencia anual por el premio de los mejores ejemplares de ganado, los celos se ponen en juego Kiddi es el triunfador, pero Gummy descubre el principio del conflicto al darse cuenta que el ganado de su hermano es portador de una enfermedad que puede derivar en endemia, el scrapie, enfermedad degenerativa correspondida en paralelismo, por sus síntomas, con el llamado mal de las vacas locas. En principio se sospecha que la misma fue introducida por la raza traída del extranjero, podría leerse como alusión, pero que igualmente hará que las autoridades decidan el sacrificar todos los ejemplares de la comarca. Esto producirá el fin de un estilo de vida para muchos, la desgracia para otros, la desazón de todos, y la necesidad de unión de los hermanos en pos de la supervivencia. Una realización de gran belleza visual, poseedora de una banda musical de excepción, compuesta por Atli Orvarsson, músico Islandés, ya instalado en Hollywood, que hace de la gaita, instrumento local por excelencia, la musa expresionista. Desde lo textual, arrolladora en la circulación hacia la tragedia, pero como vehículo de una gran paradoja en el sentido de instalar una forma de pensamiento que reside en utilizar voces que aparentan contradicción y simultáneamente una gran y hermosa alegoría.
Competidora en el último Cannes en la categoría Un Certain Regard, esta película islandesa tiene una trama simple exprimida en diversos niveles dramatúrgicos y cinematográficos: buenas locaciones, personajes adorables y una fotografía exquisita. En un valle remoto, donde los pocos pobladores viven de la crianza de carneros, la competencia tradicional por el mejor ejemplar (una Rural en miniatura) despierta la antigua enemistad de dos hermanos. Una noche, a hurtadillas, Gummi (un actor singular, Sigurður Sigurjónsson), el despechado perdedor, entra al establo de Kiddi (Theodor Juliusson) y descubre que su carnero ganador, a la sazón semental, tiene una enfermedad venérea. Alertadas las autoridades, se decreta el sacrificio de todo el ganado del valle. De un modo caricaturesco, Kiddi quiere ajustar cuentas con el más menudo Gummi, quien por las dudas se esconde y oculta a un puñado de carneros en el sótano de la cabaña. Pero la pasión de Kiddi y Gummi por sus animales es tal que hasta parecen mimetizarse. Bella y graciosa, la película de golpe toma un giro dramático, y su final es tan inesperado como deslumbrante. Imperdible.
Mágicamente llega a la cartelera argentina una película que parece acondicionarse especialmente al frío que hace. El cine islandés, más bien el nórdico, siempre pisa el suelo del país con la proyección de alguna que otra gema. Así como la nación de Björk y de la selección de fútbol revelación de la última Eurocopa nos dio a conocer el año pasado Historias de Caballos y Hombres, este le toca a Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas (Rams o Hrutar). Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y Kiddi (Theodór Júlíusson) son dos hermanos que no se hablan hace cuarenta años y viven en un pueblito rural de Islandia, de muy pocos habitantes. Como la mayoría de las personas del lugar, los dos crían carneros de forma metódica, de manera que siempre ganan el concurso anual de la zona al mejor "ejemplar". Cuando una enfermedad epidémica amenace la existencia de sus rebaños, el espectador descubrirá si la enemistad de estos dos grandotes barbudos pasa a segundo plano o no. El concepto del adjetivo mágico es especial para toda la tropa de películas nórdicas que se estrenan anualmente por esta región. El significado de esa palabra es el siguiente: "Que tiene cualidades que lo hacen muy atractivo y cautivador porque es extraordinario dentro de los de su género". La película dirigida por Grímur Hákonarson es mágica porque es extraordinaria y porque llega a los cines de forma repentina y contundente, como pocas veces al año se da. Casi muda y sin colores, esta fría fábula teñida de esporádicos gags de humor negro es densa y posee una estructura muy simple. Otro de los aspectos mágicos que reside en este film es que el espectador afín al cine comercial se olvidará de eso que casi nunca ve en las superproducciones. Con algo esotérico en su esencia y con el hipnotismo que produce la historia de estos dos fuertes personajes -con atractivos movimientos a seguir en todas sus escenas-, Rams es un cuento apto para todo público. El paisaje es uno de los elementos que más implicancia tiene en la construcción de la película bajo el concepto de realización mágica. Uno realmente siente que si coloca un celular o una cámara cinematográfica, en cualquier hectárea del campo en donde viven Gummi y Kiddi, puede sacar una bella fotografía y cubrir cualquier plano de belleza. Rams recuerda a Mandariinid, otro reciente estreno poderoso, no precisamente nórdico, que incursiona en las relaciones humanas dentro de un paisaje frío e imponente. Ambas tan dulces como duras. Redentora, emocionante y tan humana como una producción de Pixar, la historia se entreteje escena tras escena hasta confluir en un clímax final que sirve de moraleja. Elegida como mejor película en Un Certain Regard, en el Festival de Cannes del año pasado, Rams se fusiona en cartelera con Bajo el Sol (Zvizdan), la ganadora del premio especial del jurado de ese año. De manera simple y efectiva se coloca en una posición destacada dentro de la tropa de películas escandinavas que llegan al país, con cada vez mayor frecuencia.
RAMS: LA HISTORIA DE DOS HERMANOS Y OCHO OVEJAS / HRÚTAR FUENTEOVEJUNA maxresdefault Por Marcela Gamberini “Hombres necios que acusais a la mujer sin razón…” pareciera decir entrelíneas Rams, la historia de dos hermanos y ocho ovejas, cuando se desata la enfermedad entre la manada de ovejas que ocupan el pueblo y es ella, la veterinaria, una mujer, la que pide que se sacrifiquen todos los animales. Ella en ese mundillo de hombres recios, débiles, solitarios, ovejunados; ella es la que trae la amenaza y desordena ese mundillo tan ordenado y planificado en los lentos y fríos ritmos de la naturaleza. La inminencia de la enfermedad pone en crisis al pueblo entero y esa crisis será vista en un principio como una amenaza a la economía del pueblo, exclusivamente ganadero. La reacción de sus habitantes es diversa: algunos de ellos por fin logran tomar la decisión de irse (los jóvenes sobre todo) y dejar atrás la aspereza de una vida compleja; otros deciden acatar la amenaza y sacrifican sus animales, otros protestan. Lo esencial es que frente a la amenaza de desorden, todo se complica. Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas / Hrúta, Grímur Hákonarson, Islandia-Dinamarca-Noruega-Polonia, 2015 En ese pueblo de hombres rudos, barbudos y de pelo largo como si fueran de a poco mimetizándose con las ovejas, vestidos con sweaters de pelo de oveja y algunas mujeres, pocas, de cachetes colorados y de pelo rubicundo y de poco hablar y menos decidir se constituye una comunidad que trabaja en torno a la ganadería. Desde lo social, este pueblito de Islandia, mágico en sus paisajes, en sus nieves y en sus caminos, fotografiado maravillosamente por el noruego Sturla Brandth Grøvlen, quien fuera el hacedor del plano secuencia de la sobrevalorada Victoria de Sebastian Schipper. En Rams, los largos planos, como por ejemplo el inicial donde la proporción de cielo es igual a la proporción de la tierra y a cada lado se observa una casa, dicen mucho más que muchas palabras y está más allá de un mero formalismo. Los caminos cruzan las rústicas tierras de manera exacta y a la vez errática, cualidades también de los también rústicos habitantes. Las secuencias en esos espacios helados habla no sólo de un paisaje inhóspito sino de la soledad, el extrañamiento y la poca sociabilidad de esos personajes que sólo pueden establecer relaciones amorosas con los animales. No hablo explícitamente de amor carnal en este caso, ausente en toda la película, aunque algunas imágenes parecen sugerir aquella vieja idea de la zoofilia, del hombre solo, con sus ovejas, de ese jefe de la manada que es el único que las entiende y las cuida. En definitiva, los paisajes, los espacios son en Rams el reflejo de la gente que lo habita, con sus heladas interiores, su imposibilidad del amor, la rusticidad de sus sentimientos y la aridez de sus diálogos. Sin embargo, la enfermedad, esa amenaza que aparece encarnada en las ovejas, es la que va a sacar a la luz (siempre fría) la necesidad del resguardo de las tradiciones –cuidar el linaje de las ovejas va a ser central- y a la vez la necesidad del reencuentro de esos hermanos separados hace cuarenta años. Bajo esos cielos plomizos la película vira en sus matices genéricos. Aquello que empieza como una comedia ligera centrándose en ese concurso de ovejas, termina siendo un profundo drama individual y social. Y este transcurrir de géneros se realiza de forma lenta y pausada, contada como un cuento popular, un relato acerca de las relaciones humanas donde el final es el verdadero broche de oro de la película. Ese final que impacta, que se vuelve sensible, donde los cuerpos desnudos se funden en un abrazo que los entierra; es justamente ahí cuando el verdadero valor de la película se constata por entero; el latir de su helado corazón. Seguramente este final sitúa a la película en otro lugar estético, político, sensible. Sin esta escena Rams quedaba de nuevo encerrada en ese conjunto de películas que por su esteticismo se vuelven vacías, erráticas y pura formalidad. Marcela Gamberini / Copyleft 2016
Crítica emitida por radio.
LINAJE DE SANGRE Islandia no se caracteriza por presentar un clima amable, no sólo resulta impredecible sino que además su invierno es cruento y eterno. Por supuesto, se preguntaran qué diablos tiene que ver que uno hable del clima islandés en una crítica de cine, pero bien define el clima en los que el director Grimur Hakonarson nos somete para contar la conflictiva relación entre dos hermanos en una pequeña aldea rural de ese país. Fría, aguda y por momentos un tanto dispersa en algunas decisiones de puesta en escena, sin embargo Rams no deja de ser un relato con algunas analogías que bien definen al núcleo del film. La historia de los dos hermanos, Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y Kiddi (Theodór Júlíusson), empieza ilustrada de forma anecdótica por uno de los festivales del pueblo en el que se elige entre los carneros al que presenta mejores condiciones. La cuestión no es para nada fácil y Gummi pone su mayor esfuerzo a pesar de ser superado por su hermano en el certamen, situación que agudiza aún más los problemas que subyacen entre ambos. Respecto a esto la película astutamente no indaga demasiado en ello: se centra en los matices de la relación y alcanza para que comprendamos que es un vínculo prácticamente irreparable, en particular cuando Kiddi se dirige con una escopeta hacia la casa de Gummi por acusarlo de que uno de sus carneros tiene la temible “tembladera”, que llevaría a que los animales sean sacrificados. Eventualmente lo que parece una intuición termina confirmándose y los hermanos terminarán conformando una inesperada alianza para conservar a los últimos animales de una raza que han criado por décadas, evitando que sus animales sean sacrificados. La puesta en escena es sobria, precisa, focalizada en el retrato de la cotidianeidad de estos personajes antes que en realzar el dramatismo con movimientos audaces de cámara. Esto no quita que no haya algunos planos largos memorables, como en el que Gummi toma un arma y ejecuta personalmente a uno de sus animales cuando se entera que es inevitable que sacrifiquen los animales en el pueblo. Sin embargo, convenientemente utiliza el punto de vista para llevarnos a los focos del conflicto de forma poco sutil, en particular hacia el desenlace, a veces eligiendo a Gummi y otros a Kiddi. Esto desnaturaliza el tono realista del relato, buscando el efectismo en un punto climático. No sucede esto con el tono sombrío y de epifanía que tiene el final, donde la necesidad de preservar los animales lleva a los hermanos a confrontar una situación imposible que los lleva a poner en peligro su propia preservación. Y aquí está la ironía y, si se quiere, donde aparece la cuota de fábula que sobrevuela el relato: la preservación del linaje, de la raza, los lleva a descuidar su propio vínculo y la propia permanencia de su familia, sólo dos tipos solitarios que no parecen ni tienen interés en un vínculo por fuera de esta tambaleante relación. El paisaje desolado del invierno islandés en el valle ilustra con ocasionales planos generales no sólo lo desolado del paisaje y las condiciones de vida, sino lo desolado y aislado que es el mundo en el que viven esos personajes. La cámara de Hakonarson sabe cómo dosificar esto ocasionalmente en el montaje. Cruda y de un tono frío, aunque sin abandonar el sentido del humor por momentos (un humor bastante negro), el film logra contar un relato hermético más allá de alguna irregularidad en la forma en que está construido.
Hay una intimidad en la rutina de Gummi (Sigurður Sigurjónsson) que convierte a este granjero en una pieza fundamental para sentir la dinámica de vida de este pueblo islandés. Tomemos por ejemplo el momento donde Gummi se corta las uñas en el baño o los baños de tina que se da. Hay una tranquilidad en estos instantes que evocan sencillez. Cuando nos cortamos las uñas, nos deslastramos de los excesos corporales, de parte del crecimiento continuo de nuestro cuerpo. En este sencillo gesto, que me recuerda a la escena de El poder de la moda (Moorehouse, 2015) donde también ocurre un corte de uñas, puede esconderse el desprendimiento que termina por ocurrir en la película, seleccionada para competir en los Óscares de este año. Me refiero a un desprendimiento de los conflictos que rodeaban a Gummi, el desprendimiento de una lucha fútil que parecía ser importante. En este sentido, las ovejas son sólo una excusa para ahondar en la rutina de estos personajes. La competencia de las ovejas es un disparador que moviliza a los hermanos hacia la pérdida. Todo el filme se reelabora a partir de esta lucha por conservar las ovejas, pero más allá de esto, son palpables las diferencias entre los diversos granjeros del pueblo y de quienes controlan el cuidado de las ovejas. Parece una lucha mínima que se maximiza a medida que transcurre la historia. Las actuaciones de los actores principales y de los actores de reparto son valiosas, pero es Sigurjónsson quien destaca. Emprende una búsqueda hacia esta rutina íntima de Gummi, hacia las trampas que el hombre hace en la vida para hacerse valer, hacia estos pequeños triunfos cotidianos que terminan por entramparnos a nosotros mismos. La música de Atli Örvarsson y la fotografía de Kristján Loðmfjorðresaltan esta rutina con tonos de un blanco opresivo y planos evocadores como el del desayuno en la cocina con el fondo de verdosas líneas triangulares. Es una opresión que acompaña a Gummi como el blanco de la nieve, en el caso del invierno, devora la vida del campo. Por su lado, la música del órgano resuena como una inquietud por descubrir qué ocurrirá más adelante, en qué terminará este recorrido por la ruta de estos granjeros.
Un relato crudo y austero “Rams” es la historia de dos hermanos islandeses que viven en una zona de granjeros que se dedican, como única actividad productiva, a la cría de ovejas. El paisaje está compuesto por una pradera con pasturas y pocos árboles, un suelo ondulado por suaves colinas, casas con techos de zinc, apropiados para soportar las duras nevadas que cubren todo el paisaje en invierno, y grupos de ovejas moviéndose de aquí a allá, separados apenas por unos cercos precarios, pero que cada habitante respeta a rajatabla. Allí hay más ovejas que seres humanos y todos se conocen muy bien. Es un valle amplio que se dedica a esa exclusiva actividad, y se mantiene a lo largo del tiempo, de generación en generación, ya que los primeros habitantes del lugar llegaron junto con las ovejas. Por lo tanto, la relación con el ganado es de vital importancia y nadie se imagina qué otra cosa se podría hacer en ese lugar. Estos dos hermanos, Gummi y Kiddi, protagonistas del relato narrado por el director y guionista Grímur Hákonarson (1977), son dos hombres mayores, solitarios, que viven cada uno en su casa, separadas entre sí por escasos metros. Al comienzo de la película, cada uno cría su propia manada de ovejas, hace cuarenta años que no se hablan y si es muy necesario, se envían mensajes escritos a través de un perro, que parece llevarse muy bien con los dos. Hákonarson no explica por qué Kiddi y Gummi han dejado de hablarse. Solamente se muestra que el primero es impulsivo y afecto al alcohol y al uso de armas ante cualquier contrariedad, en tanto que Gummi es más reflexivo y sereno e incluso es más sociable. A él acuden los vecinos cuando tienen alguna cuestión que resolver en la comunidad y también para pedirle que interceda entre ellos y su hosco hermano. El caso es que de golpe la situación del valle se complica porque una peste empieza a afectar a las ovejas y las autoridades disponen medidas sanitarias extremas que incluyen el sacrificio de todos los animales, desinfectar todas las instalaciones y esperar un período de dos años hasta volver a traer carneros y retomar la actividad. Para los granjeros es sencillamente una catástrofe, algunos deciden irse, mientras que otros no tienen más remedio que quedarse y resistir. Por su lado, las autoridades envían a un batallón de veterinarios a controlar las tareas de sacrificio del ganado y limpieza de los establos, exigiendo casa por casa el cumplimiento de las medidas ordenadas. Los hermanos Gummi y Kiddi, nacidos y criados allí, se verán obligados a adaptarse a la nueva situación, aunque a disgusto. Ante la tremenda adversidad, uno se refugia en el alcohol y el otro, trata de sobrevivir a su manera. En algún momento, impulsados por la urgencia y la necesidad, tendrán que superar los viejos rencores y hacer causa común. “Rams” es una película técnicamente bella y sobria, interpretada por actores profesionales en los roles principales y habitantes del lugar en roles secundarios, quienes a través de una trama sencilla, de estructura clásica, describen un modo de vida, una cultura rural, un modo de ser, un carácter marcado y condicionado por el entorno, un lugar aislado del resto del mundo, y por un clima extremo con inviernos intensos, cuyas nevadas acentúan aún más el aislamiento. Un lugar donde hay pocas mujeres y casi ninguna diversión. Si bien por momentos el clima que “Rams” transmite es pesado y denso, muy proclive al drama, Hákonarson matiza con algunos toques de humor, llevando la historia a un clímax que tendrá un desenlace emotivo, mostrando cómo en medio de un terrible temporal de nieve, los hermanos que llevaban cuarenta años sin hablarse, de pronto se ven compelidos a derretir sus diferencias en un intento desesperado por sobrevivir.
Al igual que con el fútbol, Islandia anda muy bien para el cine. Las razones por las que una isla perdida en el océano Atlántico de poco más de 300 mil habitantes pueda contener tanto talento es algo llamativo y digno de análisis. Como sea, esta película1 es un buen exponente de la calidad cinematográfica que viene desplegando el país año tras año, por lo menos desde hace una década. Gummi y Kiddi son dos veteranos solteros y ermitaños que viven en casas contiguas en un remoto pueblo rural, en el valle nevado de Bardardalur. Son además hermanos, pero a pesar de que comparten territorio y afición, desde hace décadas que están peleados y no se dirigen la palabra. Su vida gira en torno al pastoreo y a sus respectivos carneros, premiados en varias ocasiones como los mejores del país por su ancestral linaje. No es para menos, son cuidados con cariño y esmerada devoción por ambos protagonistas, quienes a su vez compiten entre ellos para ver cuál se lleva los galardones del último año. El drama se impone cuando sus rebaños contraen la tembladera o scrapie, una enfermedad mortal y neurodegenerativa ligada estrechamente con el mal de la vaca loca, lo que para las autoridades locales supone la necesidad de sacrificar los carneros de inmediato para impedir que se propague. Pero para ambos hermanos sus animales son la vida, y así ambos considerarán dejar de lado las viejas desavenencias, defender su patrimonio e intentar engañar de algún modo a su enemigo en común. Curiosamente, la enfermedad de los carneros se origina con la llegada a la isla del ganado británico, algo que parece ironizar sobre los problemas que aquejaron recientemente a Islandia, cuando sufrió el crack económico en 2008, al que siguieron presiones económicas asfixiantes por parte de la vecina potencia, uno de sus principales acreedores. Más allá de la referencia política, la película puede ser vista, en su sencillez y minimalismo, como una notable fábula dotada de un muy buen uso del humor. El director y guionista Grímur Hákonarson explota la extravagancia de los personajes y la excentricidad de ciertos usos, desde su intercambio epistolar mediante un perro, hasta el salvataje de un hermano al otro, excavadora mediante. La imagen es sobresaliente, el director de fotografía es aquí el noruego Sturla Brandth Grøvlen, una de las revelaciones de Europa en el rubro, también responsable del extraterrenal desempeño de cámara en la alemana Victoria. Esto provee a la historia de una notable y refinada estilización, en la que se aprovecha al máximo la luz natural en los vastos parajes nevados. Se da en la tecla para aportar una superficie seductora a una historia pequeña, con las justas dosis de exotismo; fórmula ideal para caer bien tanto a los festivales internacionales como al público en general. Más allá de eso, Rams es una película emotiva que, como es común al cine islandés, plantea un universo diferente, con originalidad, calidez y una aproximación que trasmite una constante sensación de libertad.
El cine de Islandia en una película premiada en Cannes ”Un certain regard”, segunda sección “oficial” del Festival de Cannes, premió en 2015 a un film de Islandia, país que no tiene gran tradición cinematográfica. Se trata de “Rams” (“Hrútar”), que podría traducirse como “Carneros” y que en Argentina se conoce con el subtitulo de “Dos hermanos y ocho ovejas”. Es el segundo largometraje de ficción de Grimur Hákonarson, originario de un pequeño país de algo más de 300.000 habitantes cuya capital (Reikiavik) alberga a un tercio de los mismos. La acción se desarrolla en Bardardalur, un lugar perdido del norte de la isla y tiene a dos hermanos peleados desde hace cuarenta que son vecinos y no se dirigen la palabra. En el inicio se los encuentra en una competencia con otros seis pobladores para elegir al mejor carnero. Grande es la desilusión de Gummi (Sigurour Sigujónsson) cuando su hermano Kiddi le gana por tener su animal un menor “grosor del muslo trasero”. Nada pasaría a mayores si no fuera porque a uno de los ovinos se le detecta un mal incurable y contagioso que en los subtítulos se traduce como “tembladera” (scrapie sería su nombre más científico), algo similar al de la “vaca loca”. Bien podría aplicarse aquí la famosa estrofa del Martín Fierro sobre “los hermanos sean unidos”, cuando ellos deciden rebelarse contra las autoridades sanitarias lideradas por una mujer. Quien la interpreta es Charlotte Boving, a quien se vio el año pasado en “Historias de caballos y hombres”, otro ocasional film islandés. Es notable como Hákonarson logra con tan pocos elementos un crescendo dramático, sin caer en lo melodramático que podría resultar del obligado reencuentro de los distanciados hermanos. Revela sí la razón de tal separación y nos regala hacia el final una notable escena en plena montaña y con una tremenda tormenta que muy pocos podrían filmar. Como señala un colega el director de fotografía, el noruego Sturla Brandth Grovlen, ya nos había deslumbrado con su único y largo plano secuencia en la película alemana “Victoria”. En una semana con mayoría de estrenos europeos, otros dos de Italia, se corre el riesgo de perderse esta original muestra de un cine poco conocido por estas latitudes. Valga la aclaración de que Islandia produce, pese a su pequeño tamaño y población, una docena de largometrajes por año y que la relación anual de “películas por espectador” es casi cuatro veces mayor que la Argentina, apenas superada a nivel mundial por Corea del Sur y superior a la de Francia y Estados Unidos. .
Dos hermanos no se hablan desde hace 40 años; los motivos se intuyen pero no se enuncian; la terquedad con la que mantienen el distanciamiento revela una apoteótica histeria al revelarse de inmediato que son vecinos y sostienen una economía similar que depende de la cría de carneros. La interacción entre esos pastores y los carneros excede la supervivencia; una histórica comunión prevalece entre los animales y los hombres de esa región perdida de Islandia. Pero algo trágico sucederá: una epidemia del siglo XIX reaparecerá y obligará a los habitantes a sacrificar a los ovejas. Para erradicar la peste hay que acabar con todas; Kiddi y Gummi aceptarán la imposición sanitaria del Estado, aunque hasta cierto punto; el título en castellano sugiere desobediencia. En su cuarta película, el realizador islandés Grímur Hákonarson no se propone más que contar una historia de personajes nobles sin prescindir de esbozar un estilo de vida signado por la temperatura de un ecosistema. La incesante inclemencia del paisaje se transmite con un par de panorámicas donde las líneas del horizonte se desdibujan por la tenue luz del invierno y el reparo en el hogar no está desligado del aislamiento. Hákonarson matiza la dureza con algunos segmentos humorísticos; se las ingenia para que una pala mecánica sea el vehículo de un chiste que no llega a ser tosco debido al contexto y la forma elegida de registro. La pertinencia y elegancia habitual del plano general mantiene todo a distancia, lo que aquí tiene una valencia dramática indiscutible, ya que así se prepara el contraste visual y dramático con el que cierra la película, en el que se conjura la distancia en varios sentidos. Si Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas fuera tan solo un cuento de travesuras nórdicas, la fórmula del costumbrismo fatigaría el relato hasta asfixiarlo en una postal telúrica singularizada por la nieve y la mezquindad del sol que apenas brilla. Pero Hákonarson tiene una carta ganadora; un pase mágico rescata el film de su simpática trivialidad, y así se ilumina inesperadamente una experiencia humana que pocas veces se interpreta frente a una cámara. Esos minutos finales se imponen y prevalecen; una secuencia que muchos buscan y pocos encuentran.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030