Sexo, boxeo y rock and roll. En Sangre en la Boca, el segundo largometraje de ficción de Hernán Belón, se retoman las temáticas ya trabajadas en El Campo (2011): la cotidianeidad familiar, la vida sexual y la intensidad de sus condimentos, pero esta vez enmarcándolas en el mundo del boxeo y agregando ingredientes como la pasión, el paso del tiempo, la necesidad de reinvención y las cuestiones de poder en la pareja. Sangre en la Boca es la adaptación de un cuento de la venezolana Milagros Socorro y los actores para sus entrenamientos recurrieron a la ayuda profesional de Diego “La Joya” Chaves y Érica “La Pantera” Farías, ambos asimismo actores de la película, a los que se sumó también -para el entrenamiento y la preparación- Jorge “Locomotora” Castro. Ramón “El Tigre” Ávila (Leonardo Sbaraglia) es un campeón de boxeo sudamericano, con una familia constituida, que perderá algo más que su título al encontrarse con una sensual y joven boxeadora llamada Déborah, interpretada por Eva De Dominici (aquí en su segundo trabajo en cine). En el primer encuentro sexual entre ellos vemos guiños a El Desprecio (1963) de Jean-Luc Godard cuando ella, desnuda en la cama, le pregunta qué piensa él de cada parte de su cuerpo. La primera ruptura del verosímil se produce cuando al leer la sinopsis se describe a Déborah como supuestamente mexicana, cuando su tono, sin embargo, recuerda más bien a una chica del conurbano, o a cualquier piba de barrio argentina. Las escenas que transcurren mayoritariamente en Barracas y La Boca están inspiradas en Gatica, el Mono (1993), sin embargo ninguno de estos guiños sirve para rescatar a una película cuyo guión es poco sustantivo y sus nudos dramáticos inherentemente cantados. Aún así, es necesario remarcar un avance en la filmografía de Belón gracias a la intensidad de las escenas del film y una correcta actuación de Sbaraglia, que salva a la película cada vez que arden las papas. Sangre en la Boca invita al espectador a un final abierto. Un suspenso muy parecido al de El Campo, donde no se sabe bien si la vida golpea por perderse en la pasión o por la corrupción propia del mundo del boxeo y la política. El Tigre no podrá volver a ser campeón ni será nuestro Rocky argento, pero a pesar de las carencias ya nombradas, la película de Belón golpea con un buen derechazo y promete anclarse para siempre en el mundo del cine argentino… aunque sea por puntos.
Hernán Belón (El Campo) presenta su nueva película dramática Sangre en la Boca. Esta nueva propuesta es una adaptación de un cuento corto venezolano escrito por Milagros Socorro del mismo nombre. Tal como lo contó el mismo director, este proyecto lo viene acarreando desde hace más de 6 años y confiesa que “es una emoción muy grande poder estrenarla ahora con Leo”. Hernán mientras adaptaba el guion, junto con Marcelo Pitrola, ya tenía a Leonardo Sbaraglia (Al Final del Túnel, Relatos Salvajes) en mente para interpretar el papel de Ramón, un boxeador que está llegando a los 40 años y a punto de retirarse para dedicarse a una vida que no le atrae mucho. Él cree que todavía es joven y puede seguir cosechando más títulos, cuyo deseo aumenta más cuando conoce a Débora (Eva de Dominici), una joven boxeadora de Misiones con mucho talento por explotar. Ramón encuentra en ella la posibilidad de “empezar todo desde cero, volverse a sentir joven”, explica Sbaraglia, “pero este mundo de violencia empaña todo lo que lo rodea, afectando no solo sus relaciones, sino que también hasta su propia familia. Ramón no sabe cómo descargar sus impulsos violentos y eso hace que se autodestruya”. Leonardo Sbaraglia, quien es el que más se destaca en esta historia, entrenó por varios meses con profesionales del boxeo. “Fuimos con Joya Chávez a ver diferentes peleas en clubes sociales para que pueda conocer cómo era el ambiente en el que Ramón se iba a mover, como así tuve la oportunidad de conocer a Locomotora Castro, quien me compartió varias experiencias”, sostiene Sbaraglia. Luego de unos meses, se les unió Eva, quien cuenta que este papel “es un gran quiebre en mi carrera” ya que además de ser su primer rol en cine, la preparación de este personaje y los tiempos que maneja son muy diferentes a los que ella está acostumbrada a manejar en las tiras televisivas. En cuanto a ella, se puede decir que no tuvo mucha oportunidad de explotar su personaje ya que se la mostró principalmente como un personaje muy “salvaje” que solo busca sexo y violencia, y que eso es su concepto de amor. A pesar de que Hernán quería mostrar una historia de amor diferente, que transcurriera en un mundo de boxeo, la película carece de generar algún tipo de empatía con la pareja o siquiera con alguno de los dos personajes principales, debido a que no vemos un buen desarrollo de ambos. Desde el inicio, ya se percibe que esta pareja se forma de manera repentina y hasta un poco inverosímil que deja un poco descolocado al espectador, para después ver solamente puras escenas de sexo y violencia entre ambos protagonistas. La fotografía es adecuada ya que remite a conocidas películas del género como ser Snatch (Guy Pierce) o Warrior (Gavin O’Connor) que tienen como marco contextual el boxeo. El uso de la cámara lenta y primeros planos centrados en los luchadores, sumado al buen montaje y trabajo de sonidos y Foley, hacen verosímiles los puñetazos y golpes que sufren los personajes. En referencia a la banda sonora, acompaña correctamente las escenas, pero no brinda ningún momento musical destacable o que resuene luego en el espectador. En conclusión, se puede mencionar que esta película falla en aspectos argumentales ya que sus personajes no tienen un buen desarrollo y solo se centran en escenas eróticas y de luchas; sin embargo, posee un buen trabajo en cuanto a imagen y sonido.
En búsqueda del Knock Out Enfrentarse al cierre de una etapa es algo muy difícil para cualquier persona. Más aún cuando está ligada a la pasión y la profesión que tanto se ama. Esta ingrata situación se da con frecuencia en el mundo deportivo, donde los atletas próximos al retiro comienzan a preguntarse qué será de sus vidas al llegar ese momento. Leonardo Sbaraglia y Eva de Dominici se enfrentan al amor, la pasión y la frustración en la adaptación al cine de la novela venezolana Sangre en la boca (2015).
Con el foco fuera del ring En su segundo largometraje de ficción, el director Hernán Belón (El campo) compone un retrato vívido sobre el submundo del boxeo, en el que prima una mirada nostálgica que emula a clásicos del género, pero que también aporta su visión sobre el auge y caída de un pugilista a punto de retirarse. Ramón (Leonardo Sbaraglia), eufórico tras obtener el título latinoamericano, conoce en el gimnasio a una joven recién llegada del interior llamada Débora (Eva de Dominicci), mientras comienza a gestionar un negocio familiar de venta de productos deportivos junto a su mujer (Erica Banchi) pensando en su retiro. La necesidad de un urgente cambio obliga al boxeador a aceptar una serie de peleas que supuestamente revitalizarían el ocaso de su carrera, promovidas por un intendente sin escrúpulos (Osmar Núñez). En el camino Ramón pierda a su familia, sus amigos, y la lealtad de su entrenador (Claudio Rissi), cegado por demostrarle a Débora su vigencia y que aún puede formarla en el boxeo. Hernán Belón captura la pasión desenfrenada que brota entre Ramón y Débora, con planos hoscos y sucios de cada encuentro denotando un sexo crudo, como si se tratara de una pelea en un ring marcada por quién golpea primero. Pero también dichas escenas resultan incómodas, con el sexo hecho en la clandestinidad, con bronca, sin el menor atisbo de amor, en cualquier momento libre que Ramón encuentra para escaparse de su hogar. Sangre en la boca (2015) se detiene más en las escenas jugadas de sexo que en la loa al deportista, con una mirada extraña sobre algunas situaciones y mucho empeño por narrar algo más que una “calentura”. Pero se queda sólo en una anécdota bien facturada y encorsetada sobre el boxeo y los hombres que lo practican, con sus pasiones, amores y desamores. Párrafo aparte merece Leonardo Sbaraglia, un camaleón a quién le creemos todo -aquí no es la excepción- que nos tiene acostumbrados película tras película, a meterse de lleno en otros mundos. Su interpretación de un boxeador en su ocaso nos “duele”, algo común al género. El resto del elenco acompaña correctamente, ofreciendo actuaciones contenidas y, en algunos casos, un tanto estereotipadas.
El tigre salvaje (o Rocky a la argentina) Un drama boxístico donde la pasión y el dolor se confunden con la tentación de lo nuevo y el fantasma del retiro. Que el título de esta crítica vincule a dos clásicos del boxeo en el cine como Rocky y Toro salvaje no es casualidad. Después de todo, más allá de que está basado en un cuento venezolano, de la impronta argentina que aporta el guión y de sus locaciones en Barracas o Avellaneda, la nueva película de la dupla (director-actor) de El campo trabaja sobre los tópicos esenciales del subgénero, especialmente sobre aquellos campeones que ya están en el final de sus carreras y deciden -contra todos los consejos- aplazar el retiro, hacer “una pelea más”. Ramón “El Tigre” Alvia (Leonardo Sbaraglia con un físico muy trabajado en entrenamiento) es un cuarentón que, en la escena inicial, defiende su título sudamericano. La pasa mal sobre el ring ante un rival más joven, pero con experiencia, trucos y mañas saca el combate adelante. Tiene todo listo para un retiro con gloria, con el cinturón en su poder, con la posibilidad de inaugurar un negocio de ventas de artículos de boxeo con su esposa italiana (Erica Bianchi, discreta actriz que entró por designios de la coproducción), pero él íntimamente no se siente a gusto con esa decisión “consensuada”. Mucho menos cuando, al regresar al gimnasio, se topa con Déborah (Eva De Dominici, en plan bomba sexual), una veinteañera que también se dedica a pelear. Lo que sigue es un juego un tanto obvio de atracción física llevada a la pasión y por momentos incluso a la violencia sadomasoquista. Las escenas eróticas son muchas e intensas, pero por momentos algo artificiosas, con un regodeo en la estilización y citas (como la de El desprecio, de Jean-Luc Godard) que resultan un poco torpes. En este sentido, tanto Belón como su notable director de fotografía Guillermo “Bill” Nieto hacen un mejor trabajo con los cuerpos sobre el ring que sobre la cama. Las peleas tienen una mayor visceralidad e impacto que los encuentros carnales tan explícitos. Sangre en la boca está construida con indudable oficio, buenos recursos de producción, sólidos actores secundarios como Osmar Núñez y Claudio Rissi, pero termina pendulando sin convencer del todo entre el drama erótico y el boxístico. Es como si no se terminara de decidirse del todo por un cine popular, si se quiere algo grasa (a-la-Gatica, el mono), y una apuesta más seria y profunda sobre el paso del tiempo, la negación, la culpa y lo prohibido. Se queda, entonces, a mitad de camino, aunque con un impecable acabado técnico y formal que la hace indudablemente atractiva.
Donde el dolor y la pasión se confunden La puesta escénica de Sangre en la boca es lo más destacable de la nueva película de Hernán Belón. Cuenta con una fotografía adecuada que nos remite al submundo del boxeo que pudimos ver en otras películas del género, y hace buen uso de primeros planos y cámara lenta en los momentos que se producen las peleas, lo que permite que los golpes de puño parezcan sumamente verosímiles. Los mayores inconvenientes los encontramos en sus personajes. No porque no nos parezca creíble la labor de Leonardo Sbaraglia como ese boxeador retirado que aún se siente con vitalidad para seguir peleando, sino por la falta de desarrollo de su personaje y de la pareja que forma con Eva De Dominici. Ya desde el principio vemos lo repentino e inverosímil que resulta el encuentro, lo cual deja descolocado al espectador. El guion se estanca en las escenas de sexo y peleas y se olvida de contar algunas situaciones entre ambos protagonistas y el contexto familiar de Ramón, que oportunamente resultan mucho más interesantes de ver. De Dominici lleva delante de forma sobresaliente su primer trabajo en cine, para el cual se evidencia su gran preparación, no solo física sino también mentalmente. Por momentos se acerca al estereotipo de la mujer proveniente desde el interior, pero no significa de gran valor dentro del marco global de la interpretación de su personaje. Hernán Belón elabora un guion donde es posible ver la psicología del personaje y lo deja expuesto a su entorno y su vida cotidiana. Pero pierde peso al relegar la mayoría de la acción a la atracción física llevada a la pasión, que no termina de definir si el recorrido esperado del film es hacia lo erótico y la lucha o hacia el paso del tiempo, lo clandestino y la culpa. Aún así, Sangre en la boca lleva adelante una gran labor de producción y tiene condimentos técnicos interesantes, que hacen que llame la atención y nos sumerja en ese mundo bastante desconocido por la mayoría.
LA PASIÓN AL ROJO VIVO Hay que reconocerle al director Henán Belón, co guionista junto a Marcelo Pitrola, que su película tiene una intensidad, muestra una relación salvaje con mucha audacia, que no son frecuentes en el cine argentino. Y para su historia contó con dos interpretes que se juegan por sus personajes, Leonardo Sbaraglia y Eva de Dominici que merecen elogios. Se trata de la vida de un boxeador en el momento del retiro, cuando su ultima pelea fue demasiado dolorosa, y la necesidad de adaptarse a otra vida, con un negocio de ropa deportiva. Pero no puede, vuelve al gimnasio y cuando se cruza con una joven boxeadora la pasión lo arrastrara a otros destino. Por un lado están las peleas, el boxeo siempre resulto atractivo para el cine, aquí también. Pero de manera paralela avanza la relación amorosa, tan salvaje como si vivieran también en un ring. Atraccion devoradora y violencia marcando un destino.
Pasión en el cuadrilátero En varias oportunidades, la cinematografía local se insertó en la temática del boxeo. Baste recordar títulos tan emblemáticos como Gatica el Mono o Carlos Monzón. El segundo juicio para demostrar que ese deporte bien puede convertirse en historias cargadas de dramatismo y violencia. El director Hernán Belón vuelve, con Sangre en la boca, a ese mundo para contar la historia de Ramón Alvia, un boxeador profesional que, si bien ha ganado varios campeonatos internacionales, ya tiene casi 40 años y está al final de su carrera. En su pelea final defiende el título sudamericano de su categoría y, tras un duro combate y compensando la falta de resto físico con las argucias que le dio la experiencia, logra un ajustado triunfo. Decide entonces retirarse para dedicarse a su esposa y a su hijo. Pero en cuanto comienza una nueva vida como dueño de un local de indumentarias boxísticas ya está deseando retornar a los rings y decide convertirse en entrenador de jóvenes boxeadores. Así descubre a Débora, una bella joven llegada del interior que quiere convertirse en boxeadora profesional. Pronto comenzarán a vivir una apasionada conexión sentimental con la que él siente que recupera su vigor y su juventud. La trama, bien urdida por un guión que contiene a cada paso el accidentado devenir de esa pareja, transita sobre la base de escenas de peleas boxísticas rodadas con indudable calidad técnica y de secuencias de sexo, sello ineludible para que el dúo de personajes centrales se desee y se odie al mismo tiempo. Belón supo imprimir calidad y fuerza a este entramado que habla tanto de un amor desenfrenado como de la necesidad de volver a resucitar los casi moribundos sueños de ese hombre que ya había perdido su ilusión de retornar a los cuadriláteros. Leonardo Sbaraglia aporta la necesaria intensidad a ese boxeador que halla una nueva ilusión para su vida, en tanto que Eva de Dominici sale airosa de un papel de nada fácil composición, en tanto que el resto del elenco y los rubros técnicos apoyaron con fluidez este film que combina, en partes iguales, la violencia de los puños con el deseo sexual de sus protagonistas.
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"Sangre en la Boca" es uno de los estrenos argentinos más fuertes de este jueves, y no solo porque viene con algunas piñas extra en su contenido, sino porque es una muy buena película para los amantes del boxeo y las historias intensas de amor y pasión. Leo Sbaraglia, una vez más, demuestra lo buen actor que es interpretando a Ramón, un boxeador profesional que atraviesa algunos problemas sentimentales al cruzarse con Deborah, personaje interpretado por Eva De Dominici, quien también se destaca notablemente en todo el film. En principio, el guión es muy bueno, pero para que tengas en cuenta, la peli está recargada de escenas ultra hot super bien logradas. Interesante propuesta de Hernán Belón, que con su segunda película sigue demostrando que es un director muy interesante al que hay que seguirle el rastro. La peli no es ni Rocky ni Gatica, pero tiene secuencias, desde la dirección, que son espectaculares. La historia es profunda, con decisiones que a más de uno le deben haber ocurrido, por eso, es una gran peli nacional que hay que disfrutar en cine. Muy muy muy recomendada.
Ramón Alvia (Leonardo Sbaraglia) is at odds with his life. He’s a professional boxer about to turn 40, and though he’s won many international championships that have given him a rewarding advantage in his profession, it’s easy to see that he’s now at the end of his career. And he’s having a very hard time accepting it. He may well pretend he’s satisfied, but you can tell he’s not. Case in point: his family wants him to retire for good and work at a store his wife wishes to open and he couldn’t care less. One day at the gym where he trains, Ramón spots a new boxer: a young woman of striking looks named Deborah (Eva de Dominici) who wants to learn all there is to learn in order to become a great boxer. Of course, it doesn’t take her long to notice Ramón as well. First they engage in small talk and do some training together. But soon enough they fall for each other, which ultimately gives way to a tempestuous romance where love and hate are the two sides of the same coin. And it makes sense: Ramón feels he’s still quite young and can’t deal with the fact he’s not. So having Deborah in his life makes him feel he’s recovered all the strength he needs to fight for yet another world championship. In his eyes, being unfaithful to his wife and neglecting his duties as a family man is not that high a price to pay. If he only knew what was to come next. Sangre en la boca is Argentine filmmaker Hernán Belón’s second fiction film, El campo (2011) being the first one, also starring Leonardo Sbaraglia in the leading role. And whereas El campo had a great sense of atmosphere and finely calibrated performances but a rather sluggish and minimalist narrative, Sangre en la boca is narrated with brio and effectiveness; it also features remarkable acting and the scenario it portrays does feel quite real for the most part. But make no mistake, Sangre en la boca is not strictly a boxing film, but rather a passionate love story between two boxers, which at times verges on melodrama — and rightly so. In this sense, one of the film’s assets is the hot sex scenes between Sbaraglia and De Dominici, shot with plenty of eros and good taste by famed cinematographer Bill Nieto, who also does a very good job in depicting the pulse and frenzy of the boxing scenes in the ring. By the way, the meticulous sound design by Hernán Gerard and the well-paced editing by Natalie Cristiani are also essential for creating the gripping atmosphere. Sbaraglia and De Dominici deliver believable performances and sensibly add layers to characters that are otherwise somewhat underwritten. But, most importantly, they have great chemistry together, so it’s easy to believe how deeply and madly in love and lust they are. What’s not that easy to buy is the relationship Ramón has with his wife, a truly underdeveloped character who is more of a script tool than anything else. The process of their breaking-up is merely sketched, it needs more scenes to be properly told, and it shouldn’t be taken so lightly. There’s a lot of drama there that’s left unexplored. In this sense, the relationship between Ramón and Deborah also has some very visible narrative flaws that lessen its impact, but not to that large a degree. For instance, the transitions from love to hate, and hate to love, and back to love to hate, are not too well oiled. The changes come about too abruptly even for two lovers whose moods swing quickly. And some scenes — such as the violent fight the couple has at a restaurant — are just too trite. Despite its narrative unevenness, Sangre en la boca is accomplished in formal terms and production values, and it’s entertaining for the most part. It could have used some more depth into such rich dramatic potential, but that would have been a different movie. As is, its achievements effortlessly overcome its flaws. Production notes Sangre en la boca (Argentina, 2015). Directed by Hernán Belón. Written by Hernán Belón and Marcelo Pitrola, based on the short story of the same name by Milagros Socorro. With Leonardo Sbaraglia, Eva De Dominici, Erica Bianchi, Claudio Rissi, Osmar Nuñez, Cinematography: Bill Nieto. Editing: Natalie Cristiani. Running time: 97 minutes.
Una relación de fuerte y creíble carnalidad Esto es cierto: haciendo una lista de las películas de sexo y adulterio aquí estrenadas en los últimos años, y puestos a comparar, "Sangre en la boca" deja a casi todas al nivel de un cuentito para niñas de jardín de infantes. En sus escenas, más que pose, hay sensación de carne palpable, de potencia salvaje, de ardor irreflexivo, egoísta. Y en el enfrentamiento (a veces amoroso) entre los amantes, así como en el enfrentamiento con los demás personajes, hay verdad. Dentro y fuera del ring. Leo Sbaraglia y Eva De Dominici saben transmitirla. Sus personajes son un campeón sudamericano que rechaza el retiro y una piba que quiere llevarse el mundo por delante, dos seres orgullosos, atraídos como esos imanes que se pegan de golpe como si se estuvieran atacando. Tipo "Nace una estrella", pero con maldad de ambos lados. Alrededor están los hijos chicos, la esposa que se bancó toda una carrera, el político que aprovecha el prestigio de la figura popular, el mánager cansado de ver ciertas bajezas. Detrás está la sombra de un padre natural que tenía su propia familia constituida. Conviene atender una breve charla respecto de ese padre. Ahí se enriquece la historia, dejando a mano nuevas miradas sobre la mente humana. Esta película tiene más de lo que parece. Hernán Belón, sólido autor, se inspira en el cuento homónimo de la periodista venezolana Milagros Socorro (recopilado en "Actos de salvajismo" y en "17 narradoras sudamericanas"). Y ese cuento se inspira en personajes reales: Pedro Gamarro, campeón olímpico de Montreal 76, sus amores y amoríos. Hoy el campeón ya pasó su declive y es entrenador de jóvenes deportistas. Por su parte, el personaje de la película, bueno, no vamos a contar cómo termina. A destacar, Guillermo Nieto, director de fotografía; Natalie Cristiani, editora; y José Luis Díaz, sonidista; y las actuaciones de la italiana Erica Bianchi, Osmar Núñez, Claudio Rissi, el pibe Bonifacio Mutti Spinetta y los boxeadores Diego "La Joya" Chaves, Fernando Muñoz y Erica "La Pantera" Farías. Una obra que golpea bien y con ganas.
Unos planos detalle muestran la preparación de los guantes y del equipo para la última pelea del Tigre, un boxeador en el último tramo de su vida púgil. La cámara lo acompaña bien de cerca en cada round –pegada al peleador, como Creed-, pero sus golpes y velocidad ya no son los de antes, con lo que un combate contra un retador de poca monta se extiende más de la cuenta. Lo gana, sí, pero al precio de demostrar al público que los años no vinieron solos, algo que quienes lo rodeaban tenían claro y por ese motivo este era el último round antes del retiro. El título de campeón sudamericano sigue en su casa de Avellaneda, pero ese cinturón no logra llenar el vacío que produce la jubilación anticipada que le fue impuesta. La vida de civil no es para Ramón Alvia. Eso, un tópico recurrente en el cine de boxeo, será uno de los disparadores de Sangre en la Boca, una película que elige una estrategia dudosa para alcanzar un cometido más profundo, pero que se queda con las manos vacías. El Tigre vuelve a los entrenamientos para no perder la forma y allí ve a Deborah, un proyecto de boxeadora que le genera una atracción magnética. Pronto empiezan una relación sexual, con énfasis en lo segundo, que a él lo lleva a aislarse. Sigue yendo al gimnasio pero su entrenador ya no tiene peso, ni hablar de su familia. Elige pasar sus noches fuera de casa, con lo que empieza a distanciarse de su esposa italiana y sus dos hijos. Estos, evidentemente, son un faro de la vida que no quiere, la del retiro, la de abrir un negocio de artículos de boxeo, la que requiere que aprenda a usar una máquina registradora o que sus logros deportivos se vuelvan un cartel en el que la gente puede meter su cara y sacarse una foto. Sin embargo, estos son puntos que le corresponde unir al espectador, dado que la cámara de Hernán Belón (El Campo) está puesta en otro lado. El director pone el foco principalmente en las escenas de sexo entre los personajes de Leonardo Sbaraglia y Eva De Dominici, las cuales son incontables. El film no termina de ser uno de boxeo o de un peleador de cara al ocaso de su vida deportiva, sino que se elige enfatizar el drama erótico, lo cual le resta fuerza a cada uno de los golpes que quiere asestar. La crisis familiar está retaceada y hay poco o nada respecto al conflicto con su entrenador, mientras que la exploración sobre Deborah es superficial –daba para algo más- y se elige mostrarla solo como una joven impulsiva, que tiene sus problemas personales pero que son parte del pasado. Por el contrario, tienen relaciones una y otra vez, con mucho vigor, otras veces con bastante violencia. Sbaraglia pone el pecho a la historia, cubierto de músculos y con el ímpetu que Ramón Alvia necesita, aunque la que pone el cuerpo literalmente es De Dominici, que se pasa buena parte de la película desnuda. Hay sólidos trabajos de parte de los secundarios, con los confiables Osmar Núñez y Claudio Rissi, sin embargo se los siente desaprovechados. El guión de Belón y Marcelo Pitrola –basado en el cuento homónimo de Milagros Socorro– se apoya en lo sexual y deja a un lado el resto, con lo que las decisiones del Tigre, su situación familiar y su regreso al cuadrilátero –siempre se vuelve para una pelea más- se sienten apresurados, ni hablar del desenlace. La atención al costado carnal deja a su suerte a otras facetas de la historia, en las que el film pretende sostenerse pero sin apuntalarlas antes.
El mundo pugilístico dio frutos para todos los gustos en el cine argentino. Desde el personalísimo revisionismo histórico de Favio en Gatica: El Mono, hasta el producto comercial simil televisivo de La Pelea de Mi Vida, entre otras especies en donde sobre todo el melodrama no fue ajeno. En su segundo opus de ficción, Hernán Belón vuelve sobre ese mundo de puños como herramientas de trabajo; pero no lo hace desde ninguna de las ópticas antes mencionadas. Poniendo el foco en los momentos en que el boxeador se baja del ring, observando el entorno, y realizando un sutil recorrido por su psiquis. Quizás haya que recorrer otros deportes para trazar paralelismos; con parciales similitudes a la lograda El Cinco de Talleres; o en otras latitudes, y reconocer que en varios tramos nos hará recordar a Million Dollar Baby y la saga de boxeo por excelencia, Rocky. En definitiva, Belón no se traiciona y sigue un camino similar, aunque en otro ámbito, a su anterior largometraje El Campo. Ramón “El tigre” Ávila (Leonardo Sbaraglia) debe afrontar uno de los momentos más difíciles de su cerrera y de su vida, la última pelea, esa que lo lleva al retiro. Luego de ganar el título Sudamericano, es evidente que la edad pesa y es momento de colgar los guantes. Su familia cree que ahora “podrá” disfrutarlo más, e intentan emprender un negocio para mantenerse. Pero El Tigre todavía quiere rugir, pasa las horas en el gimnasio, entrenando como una adicción de la que no puede salir. Y esa adicción lo llevará a otra, que lo puede conducir a la ruina; conoce a Déborah (Eva de Dominici), una joven promesa del boxeo femenino, venida de Misiones, a la que apoyará deportivamente, y vivirá una pasión que pareciera no tener nada que ver con el amor, es solo fuego de descarga, sexual y violento a la vez. Ávila busca todos los momentos posibles para pasarlos en el gimnasio y estar con Déborah, quien también saca su rédito personal. Mientras tanto, el mundo que lo rodea se desmorona, lo pierde todo, a la familia, a los afectos, todo, menos ese micromundo de guantes que encuentra una “nueva posibilidad”, cuando el poco limpio intendente de la zona (Osmar Nuñez, en un roluy similar a de la telenovela Contra la Cuerdas) decida patrocinar unas peleas extras para atraer votos. Adaptada (muy libremente) por el propio director y Marcelo Pitrola del cuento homónimo de la venezolana Milagros Socorro; Sangre en la Boca es sexo, es furia, es revancha, y suciedad. No estamos frente a un film amable ni de superación convencional, si bien contiene varios de los clichés típicos de las películas de box, avanza más allá, para mostrar la violencia (no necesariamente física) abajo del ring. Adentrarse en la mente de una persona que debe(ría) abandonar lo que lo apasiona para comenzar un camino de regreso, de retiro. Apoyada en fuertes interpretaciones, tal como sucedía en El Campo (en la que también se recurría al sexo como escape furioso), el relato requería de una pareja que dejara todo delante de cámara, y los encuentra en Sbaraglia y De Dominici. No hace falta aclarar la capacidad camaleónica del actor de Caballos Salvajes, cada personaje que interpreta lo hace suyo, lo complejiza y adiciona una serie de tics nunca repetidos; todo es creíble bajo su piel. De Dominici recae en un personaje que desde la letra pareciera contener una serie de lugares comunes sobre los venidos del interior y la mujer deportista. Pero al apoyarse en su contraparte masculina se potencia y logra momentos convincentes, jugados, en donde la química es fundamental. La pareja es acompañada por una serie de secundarios todos correctos, aunque quizás necesitaron de un poco más de espacio en pantalla, sobre todo lo relacionado con su esposa y familia. Con mucho ritmo y una fotografía de luces y sombras que acompaña ese espíritu deportivo, con la suma de lo sucio más allá de lo sudoroso, Sangre en la boca compone un todo convincente que escapa a tópicos generales y trillados y ofrece más de un guiño inesperado. Tanto en el documental (es el hombre detrás de las muy recomendables Sofía cumple 100 años y Beirut-Buenos Aires-Beirut) como en la ficción, Belón demuestra ser un realizador atravezado por las emociones pasionales, que pueden ir desde la ternura, hasta lo más explícito de nuestros deseos a la hora de canalizarse. Antes que un film de género boxístico, Sangre en la boca es un film con una gran impronta personal.
SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS Las películas de deporte y de boxeo en particular, son ideales para contar historias de ascenso y caída, de caída y redención, o de caída a secas. Los golpes en el ring como los golpes de la vida, donde quedar en la lona significa exactamente eso. Ramón (Leonardo Sbaraglia) es un boxeador que ya está llegando al fin de su carrera profesional en la cual se encuentra casi en la cima como campeón sudamericano de su categoría. Casado, con hijos, y ya pensando en emprendimientos comerciales con su esposa para su vida post-deportiva. Pero esta perspectiva a Ramón no lo entusiasma. Pese a su edad y el estado de su carrera, se siente todavía joven y aspira a más, como competir por el campeonato mundial. Conoce entonces a Débora (Eva de Dominici), una boxeadora mucho más joven que él y que entrena en el mismo gimnasio. Surge ahí una fuerte atracción que deriva en una relación intensa y también tormentosa y conflictiva, en la cual Ramón cree encontrar en Débora la inyección de sangre joven y el impulso que necesita para replantear sus planes y echarse atrás en la decisión de retirarse. Ambas cosas, su affaire y su determinación a seguir peleando, lo van a poner en crisis con su entorno y lo llevan, claro, a arriesgarlo todo. Lo que está en juego también es si a Ramón le da el cuerpo. Y es que uno de los temas de Sangre en la boca es precisamente el cuerpo. Por eso el paralelo entre las escenas de pelea (que son varias) y las de sexo (que son más), donde el protagonista pone en juego su vigencia. En cuanto al boxeo, si efectivamente su retiro es algo prematuro o es una realidad que se niega ciegamente a aceptar de la misma manera que se niega a aceptar la inevitabilidad del paso del tiempo. En cuanto al sexo, también pone en juego su vitalidad, donde las escenas son intensas, violentas, y su actitud compulsiva. En algunos medios se puso bastante el foco en estas escenas (algo que la prensa del film también se encargó de explotar), y eso seguramente se deba más bien al hecho de que si hay algo que escasea en el cine nacional desde el advenimiento del NCA (Nuevo Cine Argentino) son precisamente las escenas de sexo. Hernán Belón ya mostró en su film anterior, El campo, que no tiene problemas con esto. Allí también estaba presente de otra manera la representación de una pareja en crisis y una relación tormentosa. Belón afirmó en algunas entrevistas (aquí la conferencia de prensa) que no está muy interesado en el cine de género y que se sirve solo de algunos de sus elementos que le pueden ser útiles. Esto, en todo caso, es algo que hizo con más precisión en El campo, un film superior, en el que se introducían sutilmente algunos toques de cine fantástico, como los del subgénero Casa Embrujada, en un contexto totalmente diferente. Pero este desinterés por el género no le impide en su último film caer en gran parte de los clichés y lugares comunes de las películas de boxeadores en desgracia, en una serie de escenas conocidas y personajes que, a pesar de que el oficio de los actores consiga darles algo de credibilidad, no dejan de ser típicos. En ese punto el film termina como un híbrido entre intento de film más reflexivo acerca del paso del tiempo e intento de película masiva de explotación. El relato es una línea hacia abajo, la historia de una caída, sin redenciones y sin atenuantes, de la cima hasta el fondo, lo cual la vuelve también previsible. Una serie ininterrumpida de tropiezos y pérdidas que, aunque sus autores pretendan no juzgar, dejan bastante en claro que todo lo que le pasa a Ramón está motivado por sus malas decisiones. Esto último le da también un tufillo moralista que deja al final una molesta sensación de moraleja. SANGRE EN LA BOCA Sangre en la boca. Argentina, 2016 Dirección: Hernán Belón. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Eva de Dominici, Erica Banchi, Osmar Nuñez, Claudio Rissi. Guión: Hernán Belón y Marcelo Pitrola, basado en el cuento homónimo de Milagros Socorro. Fotografía: Guillermo Nieto. Edición: Natalie Cristiani. Música: Luca Ciut. Duración: 97 minutos.
Llega este jueves el estreno de “Sangre en la boca” bajo la dirección de Hernan Belón. El protagonista de este drama es Leonardo Sbaraglia, que interpreta a un boxeador de unos 40 años llamado Ramón Alvia que se encuentra cerca de su retiro. Con una carrera llena de éxitos (en lo profesional y en lo personal ya que logró formar una gran familia) en sus entrenamientos conoce a una aspirante veinteañera de este deporte (Eva de Dominici), enloqueciendo de amor por ella (con escenas de sexo muy jugadas) poniendo en riesgo todo lo conseguido. En el film se ve claro esas ganas de poder perpetuarse y ser siempre “el campeón”, mantenerse en ese estadío donde parecería que todo es fama, dinero y sexo. Mezclándose los logros deportivos con los personales. El mensaje podría ser eso que les sucede a muchos deportistas (cualquier sea la disciplina) y es el hecho de tener que arriesgar constantemente todo, y por sobre eso saber decidir cuando es el momento oportuno del retiro. También se aborda como la política hace uso y abuso ante las necesidad de estas figuras (en el rol del político encontramos a Osmar Nuñez) y el manoseo al que se someten. “Sangre en la boca” tiene excelentes actuaciones, una correcta dirección y una muy prolija fotografía. Es una muy interesante propuesta para ir a ver en pantalla grande.
A las piñas, en el ring y en la cama. Con la excusa del box, un campeón en retirada y su joven pupila se dejan llevar por sus pulsiones y deseos y se dan de tortas. Segundo largometraje de ficción del argentino Hernán Belón, Sangre en la boca significa además una nueva colaboración con el actor Leonardo Sbaraglia, quien junto a Dolores Fonzi habían coprotagonizado su trabajo anterior, la interesante e intensa El campo (2011). Aunque aquella trataba sobre la crisis de una pareja que acababa de tener su primer hijo y se tomaba unos días en una estancia para esperar que bajaran las aguas, y esta narra la pasión arrebatada que surge entre un boxeador en el final de su carrera y una jovencísima aspirante a pugilista, en ambos casos se trata de exploraciones acerca de los mecanismos complejos de los vínculos amorosos y las consecuencias de sus posibles devenires. En El campo todo ocurría de manera contenida, con diálogos en los que la tensión desbordaba las palabras dichas entre susurros y medias voces, porque aquella pareja parecía dispuesta a todo con tal de reprimir la implosión de un vínculo que parecía cada vez más inevitable. En cambio en Sangre en la boca la acción es siempre física y no deja espacio para procrastinación alguna. Sus protagonistas no pueden evitar ser tomados e incluso actuados por sus propias pasiones y para cuando quieren ponerse a pensar en qué es lo que ocurre, la película ya les pasó por encima. Y si en El campo había una barrera mental que impedía que la debacle se precipitara en los hechos, acá es el deseo el que manda y de ese modo no es la cabeza sino el cuerpo el plano en el que la acción se concreta. En ese sentido los boxeadores son el vehículo perfecto para traducir eso en un vínculo signado por la violencia. Si bien al principio de la historia esta aparece como un juego entre Ramón, el campeón experimentado, y Déborah, la joven admiradora que busca su aprobación, la violencia acabará siendo en realidad el lenguaje a través del cual se comunicarán estos dos personajes, cada uno atormentado a su manera. Y también será el canal que encontrará la pasión para fluir sin que tabique alguno alcance para contenerla: ni un matrimonio aparentemente feliz de muchos años y dos hijos en el caso de él; ni los celos, ni las pequeñas pistas que la tragedia va comenzando a dejar en el camino de ambos protagonistas. Del mismo modo en que la acción física motoriza a los personajes, también es el primer motor cinematográfico de una historia cuyo guión, escrito a cuatro manos junto al dramaturgo Marcelo Pitrola, se basa en el cuento homónimo de la escritora venezolana Milagros Socorro, sobre el que el propio Belón ya había realizado un cortometraje en 2008. Y el registro del cuerpo es el camino que el director elige para narrar, hecho evidente no sólo por el peso de lo estrictamente boxístico dentro de la trama, sino por la forma minuciosa en que retrata los encuentros amorosos entre Ramón y Déborah. Planos fijos y paneos sobre los cuerpos desnudos, trenzados sobre una cama, una mesa o bajo la ducha; planos detalle de culos femeninos y masculinos en acción; el ojo de la cámara observando con obsesión cada músculo que se tensa; excursiones a través del sudor de la piel; la sangre y la saliva que se mezcla en besos que desbordan de labios y lenguas por todas partes. El cruce entre amor y violencia –más sutil, casi metafórico en el inicio; explícito y gráfico a medida que el relato toma color (y calor)— es el camino que Belón utiliza para contar la caída de Ramón. Y si bien es posible cuestionar si realmente hay una necesidad dramática que argumente a favor de una exhibición carnal tan gráfica y reiterada, también se debe reconocer que el director nunca confunde violencia con crueldad, mostrando sobre el desenlace un cariño y un respeto por sus criaturas que no es habitual en relatos como éste, de intenciones tan abiertamente trágicas. Una clase de nobleza cinematográfica que merece y debe ser destacada.
Esta es una adaptación de un cuento corto venezolano escrito por Milagros Socorro del mismo nombre. Una historia que ingresa en el mundo del boxeo, el negocio, los egos y la vida. Un boxeador interpretado por Sbaraglia (una buena preparación física y relacionarse con boxeadores) ya con cuarenta años, se retira del ring triunfando, con esposa e hijos y un cambio de vida. Pero un día se siente seducido por una principiante boxeadora que lo hace volver a sentirse joven, deseado, importante, le despierta nuevas inquietudes y le alimenta su ego. Y juntos comienzan a vivir una pasión descontrolada, una atracción fatal, hasta experimentan momentos de sadomasoquismo, arriesgando todo, hasta perder a su familia por causa de este nuevo amor. El cineasta Belón pone muy bien la cámara, sobre todo a la hora de filmar escenas intensas, eróticas y de lucha cuerpo a cuerpo en el ring y en la cama. Además ya trabajó con Sbaraglia en “El campo” y se nota que siente admiración por la película “Gatica, El Mono” (1993).Buenas actuaciones de: Osmar Núñez y Claudio Rissi. Deja algunos mensajes.
Crítica emitida por radio.
Sangre, sudor y lágrimas Sangre en la boca, el nuevo film de Hernán Belón (El Campo), proviene de la adaptación de un cuento venezolano de Milagros Socorro, en el que el amor, la pasión y la violencia son los elementos principales. Ramón (Leonardo Sbaraglia), apodado El Tigre, es un boxeador que luego de alzarse con el título de campeón sudamericano, decide retirarse del deporte, y dedicarse a una vida más tranquila junto a su esposa italiana, con la que planea abrir un negocio. Sin embargo, las dudas sobre su futuro lo acechan, a la vez que conoce a Deborah (Eva De Dominici), una bella joven que llega desde el interior del país para comenzar a entrar boxeo. Desde ese entonces dos historias se mezclan; por un lado la incertidumbre ante el abandono de la profesión, y por otro la atracción por un mujer más joven, que también derivará en la incertidumbre en relación a su matrimonio, y los planes que él tenía. Además cabe mencionarse que en esta historia también interviene la política, y la corrupción, a través de la figura del personaje del siempre genial Osmar Nuñez, quien en su afán por obtener un municipio. organiza peleas de exhibición para El Tigre. Sangre en la boca parte de un planteo interesante sobre las dudas que el paso del tiempo trae, además de confrontarlas con las exigencias propias de una profesión con fecha de caducidad. Pareciera que El Tigre ve en Deborah, todo eso que el supo ser, la ayuda, la intenta proteger y la entrena; a la vez que sucumbe ante sus encantos. porque sí, hay que aclararlo; en esta película hay muchísimas escenas de sexo. En cuanto a aspectos técnicos, todo es impecable; lo conflictivo surge con el torpe abordaje de algunas escenas, así como de las referencias cinematográficas que Belón intenta crear (específicamente relacionadas a El Desprecio, de Jean Luc Godard, y a Gatica El Mono de Leonardo Favio), y no logra resolver de la mejor manera. Lo más destacable resulta la performance de Sbaraglia -tanto a nivel actoral, como a desempeño deportivo- y de los actores secundarios. En definitiva, Sangre en la boca, puede resultar un film interesante de ver, sobre todo por el final que plantea, o por las temáticas que aborda al invitar al espectador a reflexionar sobre el futuro. Por Marianela Santillán
SANGRE EN EBULLICIÓN Ramón (Sbaraglia) es un boxeador consagrado a punto de retirarse, pero el destino le presenta a una joven novata misionera que pone en jaque sus planes jubilatorios. Débora (De Dominici) no sólo enciende el deseo de Ramón sino también una ráfaga de vitalidad que lo empuja a abandonar el retiro en pos de defender lo que para él significa la vida: el título sudamericano y su familia. Sangre en la boca es un filme que pone en escena imágenes que ilustran la decadencia de un campeón, y si bien los personajes rozan el estereotipo, el concepto general logra transmitirse cuando la pantalla desborda emocionantes combates sobre el ring en las que los cuerpos dolientes vibran al ritmo de las conciencias que se debaten entre el bien y el mal. Una familia constituida no bastará para frenar el deseo que despierta la sensual Débora quien como una sirena homérica obnubila a los hombres con su canto. Un cuerpo perfecto se combina con un pasado sufrido, pero lo más atractivo no son esas cualidades, sino su hambre de sobrevivir, su espíritu guerrero. Débora no tiene edad ni apellido hasta que en un cajón de la pensión el secreto se devela, y Ramón ahora tendrá que pensar muy bien qué hacer. Ella es muy joven pero la carne siente y el deseo late incesante. Ubicada en los barrios bajos de Buenos Aires, la película pinta el cuadro perfecto donde se representan los personajes y los escenarios característicos: el club de barrio, el político en ascenso, el bar nocturno, el boxeador bien “macho” y la pueblerina acostumbrándose al ritmo citadino. Y es ahí, en ese tiempo y espacio de construcción verosímil donde la cama es otro espacio de lucha además del ring. Son esas dos batallas cuerpo a cuerpo en las que la sangre bulle con la misma intensidad, y la tensión entre la violencia permitida por las reglas del boxeo y la prohibida por la cultura parecen tener los límites desdibujados. Con Leonardo Sbaraglia en un personaje de destaque, Sangre en la boca no sólo emana sed de victoria, sino también desenfreno pasional por la posesión del cuerpo del otro. Ese espacio por momentos inalcanzable que se debate entre lo permitido y lo denegado; entre el confort de la zona segura y la invitación a la aventura amorosa. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Un musculado Leo Sbaraglia es El Tigre, un boxeador cercano al retiro. Padre cariñoso y feliz marido de una bella italiana, lleva un pasar doméstico acomodado, tranquilo. Pero cuando ve, al pasar, a una joven boxeadora en el gimnasio donde entrena, se lanza inmediatamente a perseguirla e inicia con ella una relación de sexo apasionado tan irrefrenable y brutal (son boxeadores) como los puñetazos que debe dar en el ring para defenderse de sus -más jóvenes, más motivados- contrincantes. Todo sucede de inmediato, con poca progresión dramática, como con prisas. Sangre en la boca tiene una puesta técnicamente impecable, con una fotografía que saca provecho de la coreografía corporal del box. Pero la pulsión romántico-erótica de los personajes, así como la naturaleza de los personajes mismos, se ve tan forzada y poco sustentable que cuesta creer y menos empatizar con lo que está pasando. El boxeador veterano que se resiste a colgar los guantes es una figura siempre interesante, en su poética de la derrota. Pero transformarlo en héroe del erotismo hubiera requerido, acaso, una resolución menos apurada.
Es verosímil que un boxeador en el final de su carrera se rehúse a despedirse del ring; la fugacidad o la temprana finitud de la vida útil de un deportista es una condición insobornable: el vigor del cuerpo, incluso del más entrenado, no desconoce el desgaste. A su vez, el deseo sí puede desobedecer a la presunta conveniencia de la estabilidad. A cualquier edad, un hombre o una mujer puede elegir contravenir lo que se espera de él o ella. La conducta de El Tigre, el boxeador cuarentón que interpreta Leonardo Sbaraglia, se agota en esos dos movimientos del espíritu; la película también. La segunda película de ficción de Hernán Belón cuenta la historia de un campeón continental que no conoció la gloria mundial, lo que no significa que el boxeo no le haya deparado bonanza económica. El pugilista maneja un BMW para ir al viejo gimnasio y nada indica que tras su retiro le faltará el dinero para sostener a sus dos hijos y a su esposa, pero no solamente se pelea por dinero. En la busca de una última pelea por el título que le falta conocerá en su lugar de entrenamiento a una hermosa boxeadora, mucho más joven que él. El romance es inevitable, la catástrofe familiar y profesional también. El atractivo del género pugilístico recae siempre en el contexto de un misterioso deporte que representa a menudo un orden del mundo y una contrapartida en la que el atleta debe trabajar sobre su voluntad. Belón prefiere circunscribirse al ring, cuadrilátero por el que se desliza con su cámara con notable comodidad, y apenas esboza lo que está alrededor de ese universo deportivo. Lo mismo pasará con el drama familiar y erótico. El abrasador sentimiento que une el cuerpo de los amantes es admirable; las nalgas de Sbaraglia y los pechos de Eva De Dominici jamás sobreactúan, pero no hay mucho más allá de la cama, excepto indicaciones mínimas de una psicología folclórica y una previsible disputa familiar centrada en la tenencia de los hijos. Es curioso. Por separado, la mayorías de las escenas son buenas y las resoluciones formales no carecen de elegancia. La subjetiva que anticipa un encuentro sexual en una ducha o la incorporación de una cumbia después de un combate denotan atención al detalle. El problema, paradójicamente, es el todo. Eso no significa que la película se vuelva insignificante y desdeñable; simplemente quiere decir que Belón, el tema elegido y sus intérpretes conformaban un todo para tramitar un golpe cinematográfico de los buenos. El film se mantiene en pie con dignidad; le falta, solamente, el punch que hace la diferencia.
"Sangre en la boca" retrata la vida de un boxeador en el final de su carrera y que, obviamente, intentará levantarse aunque los golpes hayan determinado la cuenta que está por llegar a diez y lo dejarán vencido sobre la lona. Lo más destacable del filme es la interpretación de Leonardo Sbaraglia y Eva De Dominici. "La vida no se trata de cuán duro golpeás, sino de qué tan duro puedes ser golpeado y seguir avanzando. Así es cómo ganás”, decía el ya viejo Rocky Balboa en la sexta entrega de la saga del boxeador que interpretó Sylvester Stallone. Si bien parece una frase trillada, es un concepto típico de las películas sobre este deporte, cuyos protagonistas en la vida real tienen que luchar mucho más cuando bajan del ring que durante los combates. Con ese paradigma, se narra la historia de “Sangre en la boca”, dirigida por Hernán Belón, que retrata la vida de un boxeador en el final de su carrera y que, obviamente, intentará levantarse aunque los golpes hayan determinado la cuenta que está por llegar a diez y lo dejarán vencido sobre la lona. En su pelea por la defensa del título sudamericano, Ramón Alvia (Leonardo Sbaraglia) vence a su oponente aunque demuestra que la edad y los golpes recibidos pueden ponerlo nervioso. Tras ganar, su familia está feliz porque es tiempo de su retiro. Sin embargo, vuelve a entrenar a los pocos días y con el correr de las escenas su deseo de continuar con su carrera se hará visible. En el gimnasio se cruza con Débora (Eva de Dominici), una principiante que llegó de Misiones con sueños de hacerse profesional. Ramón pone sus ojos en ella, olvidándose de su esposa, y comienza una relación apasionada, visceral, con pocos sentimientos y muy sexual. Con esta “renovación”, sus ganas de mantener la gloria aumentan, y su promotor (Osmar Núnez) aprovechará esa situación para obtener un rédito político en sus ínfulas por convertirse en intendente de Avellaneda. Mientras tanto, la relación con Débora avanza tanto en pasión como en dependencia y obsesión, y ambos destapan personalidades violentas que estaban latentes desde el principio (tras tener sexo por primera vez, “hacen guantes” en la habitación que alquila la joven). Lo más destacable del filme, que es adaptación de un cuento venezolano, es la interpretación de Leonardo y Eva, que demuestran química e histrionismo en cada toma, a pesar de que sus papeles son desafiantes. Sus personajes toscos, poco románticos y muy físicos son llevados a la perfección por ambos, Sbaraglia como apuesta segura y Eva como un gran hallazgo. En ese sentido, la dialéctica del argumento trasluce cada momento actoral: el experimentado Leo se conjuga perfectamente con la debutante De Dominici. La sexualidad como herramienta para la narración es otra gran cualidad un tanto peligrosa que propone el director, que en una relación de pocas palabras decide imprimir erotismo para que la química entre los boxeadores sea verdaderamente palpable. Simbólicamente puede advertirse que la personalidad de Ramón esquiva problemas a la vez que va a buscar de frente otros, se esconde cuando la mano es dura y se abre para intentar pasar por arriba a cualquiera que se interponga en lo que desea. En ese punto el filme avanza a grandes pasos y demuestra cabalmente que el guión no sólo es lo que se dice, sino que descansa en las palabras que sobran.
MUCHO SEXO Y POCO BOX El cine con epicentro en el boxeo profesional/amateur tiene algunas joyas clásicas como la gloriosa saga Rocky, y algunos dramas actuales, ya sea en las correctas El ganador (2010) o Revancha (2015). Son sólo algunas de las piezas del vasto universo temático que conjuga el deporte con la vida personal de estos tipos que parecen intocables arriba del ring. Argentina no es la excepción y existen ejemplos biográficos como Gatica, el mono, del gran Leonardo Favio, coproducciones como Boxeo Constitución (2012), de Jakob Weingartner, y creaciones televisivas, como Contra las cuerdas. En este contexto Sangre en la boca, de Hernán Belón (El campo), mezcla el drama del personaje de Leonardo Sbaraglia, quien a pesar de sus años no quiere retirarse de la disciplina y llevar una nueva vida junto a su familia, la aparición de una joven promesa del box femenino con la que se involucra apasionadamente, y los encuentros en el ring con sus adversarios. Estos últimos momentos vagos, que son los únicos rescatables de la historia. Sbaraglia vuelve a juntarse con Belón y se pone correctamente en el papel de Ramón Alvia, el boxeador a punto de colgar los guantes. Sin embargo, no es suficiente su calidad actoral cuando el guión comienza a hacer agua por todos los costados. La debutante en cine Eva de Dominici interpreta un personaje poco explotado y que se encuentra limitado a encarnar escenas de alto voltaje erótico muy extensas en tiempo y continuadas. Todo esto sólo para retratar una relación clandestina con lenguaje sensual y violento que nunca termina de encajar dentro de la trama central. También existe una pobreza en credibilidad por parte de quien es la esposa de Alvia (Erica Bianchi): no sabemos si eso se remite al idioma italiano -lengua de la intérprete- o a la falta de plasticidad que detona momentos pocos reales en la vida y la crisis marital. Posiblemente esta situación esté justificada por un régimen de coproducción similar al de Al final del túnel, donde ocurría algo parecido con la española Clara Lago. Sin embargo, el pulso de Belón es destacable en la fotografía y los tiempos manejados en el ring. El uso de primeros planos entre el protagonista y sus rivales y la posición con la que es utilizada la cámara logra producir un clima frenético y mágico dentro del cuadrilátero. Lo mismo se puede decir de la preponderancia del sonido de los golpes y puñetazos en plena pelea, que son momentos chiquitos pero disfrutables dentro de un film que propone poco drama, poco deporte y mucho sexo gráfico. Por ello el impecable trabajo de sonido y fotografía termina opacado por un pobre desarrollo argumental, donde lo que prevalece es la última imagen de Alvia, casi rendido en el piso con el saco de arena que hace vaivén sobre su cabeza. Un personaje abatido tanto en la vida como en este film. Ese instante representa la cuota necesaria de dramatismo que necesitó Sangre en la boca para ser el film que no fue.
Pasiones destructivas entre el ring y la cama Todo es carnal. Se abre con el torso trabajado de Sbaraglia. Es un adelanto, porque el film es una apología del cuerpo, convertido en servidor irrenunciable a la hora de la violencia, de la pasión y sobre todo de la pasión hecha violencia. Es una crónica arrebatada y ardiente. Belón no se priva de rodear a esos cuerpos, de filmarlos con deleite, de desnudarlos todas las veces que haga falta para intentar entenderlos mejor. Las piñas dejan marcas, pero los besos hacen sangrar. Las escenas de la cama son de un realismo infrecuente en el cine nacional. Hay un juego constante entre agresiones y abrazos, entre la cama y el ring, un maridaje que alcanza un éxtasis parecido en el orgasmo y en el cuadrilátero. El amor se ha convertido en pura lucha para este par de boxeadores que llevan sus pulsiones destructivas a todos lados y que no distinguen entre ardores, ilusiones y entregas. Es la historia de Ramón, un veterano campeón, cuarentón, que se la ve mal en su última pelea, pero que tras ese accidentado triunfo, al toparse en el gimnasio con una joven boxeadora en ascenso, decidida y salvaje. Allí decidirá desandar el camino, volver para atrás, regresar al ring y a la aventura, y buscar desde un nuevo lugar los títulos de siempre. Ficción de Hernán Bilon (El campo, con Sbaraglia y Dolores Fonzi) que funciona a la hora de describir ambientes y climas. Está bien elegido el elenco secundario (Núñez y Rissi son una garantía) y las locaciones. Y está Leonardo Sbaraglia, un actor capaz de sacarle jugo a cualquier personaje. El film transmite cierta autenticidad en gestos y expresiones. Pero le falta más historia a esta historia. Algo que vaya más allá del ring y la cama. Es cierto que en esos ámbitos se juega parte de la batalla de estos seres que eligen las piñas como la expresión única y salvaje de unas vidas entrecruzadas. El tiene una mujer y dos hijos. Ella ha sido una chica casi abandonada. El gimnasio más que un aprendizaje es una cita. El campeón casi jubilado decide volver a la actividad y expone su título de pugilista y amante con esa retadora insaciable que le hace doler más que sus oponentes. Ella también fue castigada por la vida. Y apuesta a la pasión para poder desahogarse con un amor que la viene a desafiar y que le exigirá, como el pugilismo, altísimas dosis de recelos y entrega. El mundo oscuro del boxeo torna más sombrío el conteo de un amor que se hace bolsa.
La segunda película del director de “El campo” lo reúne con Leonardo Sbaraglia, quien interpreta a un boxeador a punto de retirarse que se enamora de una colega más joven (Eva De Dominici) poniendo en peligro su vida personal y lo que queda de su carrera. Es un relato boxístico de intenciones clásicas con un llamativo grado de erotismo. SANGRE EN LA BOCA está a mitad de camino de un par de autopistas narrativas que se cruzan. Por un lado es una clásica película de boxeo acerca de un casi retirado campeón que no logra adaptarse a la vida posterior al ring, lo que le provoca el deseo de volver a pelear y, consecuentemente, problemas con su esposa. Por otro lado, es un drama erótico acerca del affaire que el boxeador comienza con una joven que entrena en el mismo gimnasio y con la que inicia un intenso y, si se quiere, tórrido affaire que la cámara de Belón describe con lujo de detalles, transformando a su película en una de las más “hot” del panorama local en mucho tiempo. La combinación entre ambas zonas del relato no siempre funciona del todo bien, pero la solidez del elenco y la intensidad de algunas escenas (en el ring o en la cama) la sostienen a lo largo de su duración. De alguna manera, el director y actor de EL CAMPO intentan recrear desde otro lugar la mecánica de aquel filme en el que una pareja intenta recomenzar su vida mudándose a un caserón en un pueblito. Allá era ella la que no se acomodaba a la nueva vida. Aquí es él. Sbaraglia encarna a Ramón “El Tigre” Alvia, un campeón que se retira tras ganar dificultosamente su última pelea. Su plan –similar al de EL 5 DE TALLERES, de Adrián Biniez– es poner un negocio con su mujer italiana. Pero la perspectiva no lo seduce para nada y vuelve a entrenar. Allí conoce a Déborah (un muy sexy Eva De Dominici, que se las arregla de todos modos para dar creíble como boxeadora) y la atracción mutua deriva rápidamente en sexo, lo que continúa con las previsibles tensiones del triángulo amoroso, al que hay que sumarle que, entre boxeadores, a veces las cosas se discuten de una manera un tanto más intensa que lo habitual. En algún momento aparecerá la posibilidad de que El Tigre vuelva a pelear, lo cual generará una nueva serie de problemas con el submundo del boxeo (escenas en las que aparecen muchos boxeadores reales) y con sus seres más cercanos. La película no termina construyendo la suficiente tensión o intensidad dramática como para convertirse en una suerte de ROCKY local. Lo que sorprende es el tenor erótico de las muy francas escenas sexuales, intensas pero a la vez excesivamente cuidadas, casi en un estilo publicitario/clipero. Las escenas llaman la atención pero también distraen bastante de la trama. La película no acaba por cerrar dramáticamente del todo bien –da la impresión que es un corte posible entre muchos que pueden haber circulado durante la posproducción y que los personajes no terminan por definirse muy bien– pero Belón consigue generar los suficientes elementos como para construir un producto entretenimiento, en especial a partir de la intensidad que el filme tiene en sus enfrentamientos boxísticos (en el ring y fuera del ring). Lo que a los personajes les falta en desarrollo psicológico lo ponen en el cuerpo: todo lo que tienen para decir está en sus puños y en el resto de sus muy trabajados físicos.
El desafío para quienes se aventuran en una película con la temática boxística es que existen clásicos que son el estándar de calidad. Películas como Rocky, Raging Bull, Million Dollar Baby y un largo etc. que resultan zapatos muy difíciles de llenar. Hernán Belón (El Campo, también con Sbaraglia) dirige este blando melodrama deportivo que focaliza la acción más en la cama que en el ring. Ramón Ávila (Leonardo Sbaraglia en otra buena performance) es un boxeador con varios triunfos internacionales. Ya en los estertores de su carrera su familia pretende que se retire y emprenda un negocio familiar con el dinero que el boxeo le dejó. Ávila vuelve al gimnasio con la excusa de ponerse en forma luego del retiro, y entre los jóvenes boxeadores descubre a Deborah (Eva de Dominici que pone más cuerpo que alma al rol), una demasiado bella boxeadora que revive su pasión no solo por el deporte. Así, Avila comenzará un descenso autodestructivo cimentado en una relación -sexual- con la joven y una improbable vuelta a los rings. Osmar Núñez como un candidato a Intendente y Claudio Rissi trabajan con solidez sus papeles secundarios que al final se sienten algo desaprovechados. Basado en un cuento, el guión de Belón y Marcelo Pitrola recae en lo sexual de manera innecesaria dejando la sensación que lo que se busca es un gancho comercial para vender una historia que sin este aspecto resultaría sosa. Lo peor del caso es que esa faceta tampoco funciona, sintiéndose forzada. El director adorna la acción con la idea de la pasión como hilo conductor, pero nada en la película transmite profundidad. En definitiva “Sangre en la Boca” confunde pasión con calentura.
El boxeo en el cine Argentino ha deparado grandes clásicos como Gatica el Mono, historias correctas pero conmovedoras como el documental Maravilla: La Película, y bodrios lamentables como La Pelea de tu Vida. Ahora a este grupo se une Sangre en la Boca, una película de boxeo que no busca ser épica, sino ser un cuento bien contado sobre la animalidad inherente al hombre. Una meta que consigue a pesar de unos pequeños tropiezos. La vida es un ring. Sangre en la Boca 2Ramón Alvia tiene 40 años, ha ganado el campeonato sudamericano y decide retirarse en una nota alta para manejar una tienda de artículos boxísticos con su mujer. El retiro parece ser algo escrito en piedra, hasta que un día conoce a Débora, una atractiva joven con promisorias facultades para el boxeo, con la que empieza una intensa relación carnal. Dicha aventura detona en Ramón las ganas de seguir boxeando, pero no será más que el primer capítulo de un largo derrotero que le puede costar todo lo que tiene. Si hay algo que me cautiva del guion de Sangre en la Boca es su enorme sencillez. Es una narración sin vueltas y al punto, arraigada en los instintos básicos animales que tenemos todos los seres humanos. Las escenas tienen el conflicto y la duración necesarios; no le hacen perder el tiempo al espectador. Pocas veces he visto escenas de sexo hechas con motivaciones dramáticas tan claras; como si los protagonistas trataran a la cama como un ring de boxeo. Incluso ahí tratan de demostrarse cosas el uno al otro: poder, dominación, demostración de afecto, demostración de talento. Hay muchas palabras para definir estas escenas, y desde mi lugar les puedo confirmar que gratuito no es ni por asomo una de ellas. Si bien el guion tiene sus fallas, es cierto, (tales como que la mujer no tiene ninguna evidencia de la infidelidad más allá de que el marido no pasa la noche en casa, y la relación con el entrenador no está tan desarrollada como debería), los mismos no hacen suficiente mella en lo que es una historia prolijamente contada. Algo que no es poco en un panorama cinematográfico que suele adolecer de dicha virtud. Por el costado técnico, me saco el sombrero ante Hernán Belón. Nos sumerge en el universo de Ramón desde la primera escena, eligiendo cuidadosamente sus planos, sus velocidades, y sobre todo, sus sonidos; en las escenas de pelea y en las escenas de sexo. Quiso transmitir la animalidad interna de los protagonistas a cada paso del camino y lo consigue notoriamente. Cuando una película abarca esto, corre el riesgo de quedar limitada sólo a un despliegue de adrenalina, pero Belón no se conforma; le busca el dramatismo y lo convierte en el motor de la estructura narrativa al punto que el espectador termina sintiendo lástima por estos personajes. Por el costado actoral, Leonardo Sbaraglia (Al final del túnel) entrega una interpretación sin fisuras, humana, desprovista de cualquier caricatura imaginable por los estereotipos. Eva De Dominici, su partenaire, no es solo un rostro y un cuerpo bonitos, sino sobriedad, energía, y entrega absoluta. Un caldero de emociones cuyo fuego ella maneja con suficiente pericia. La química entre ambos intérpretes es innegable y funciona desde la primera hasta la última escena. Conclusión: Aun con sus imperfecciones, Sangre en la Boca es un relato tan prolijo como lo es visceral. Sin vueltas y al punto, claro en sus intenciones narrativas, y apoyado en una dirección y actuaciones que cumplen con creces sus intenciones, estamos ante un punto álgido de lo que es la producción nacional de 2016.
Entre el cuadrilátero y las sábanas Un relato desesperado con el acento en la relación entre el box y el sexo. Piñas con belleza plástica y sábanas golpeadas. El cortometraje es del 2008 y se denomina Sangre en la boca. Evidencia de un gusto (o sabor) reincidente, que le permite al director Hernán Belón volver a la temática, con variaciones argumentales, y desde el largometraje. Lo hace luego de una película notable como lo es El campo, atenta a la relación de una pareja alterada (Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi), que decide irse a vivir fuera de la ciudad con su hija pequeña. Sangre en la boca toca el pozo hondo de un vínculo desgastado, con hijos ya crecidos y el box en su etapa final. Es lo que permite entrever Ramón (Sbaraglia), cuya edad todavía no se corresponde con su momento deportivo, aun cuando se encuentre en la cima de la categoría, con vigor para rato. Deporte y familia aparecen como caras superpuestas, todavía imbricadas, pero con matices de fricción que crecen. Este malestar se percibe desde la manera con la que los personajes se (mal) tratan. El afecto se tiñe de golpes, o a la inversa. Esto es así tanto entre Ramón y su esposa (Banchi) como con sus hijos. De a poco se dibuja un espacio raro que se estira para hacer caber presagios de alerta. Como lo supone Ramón mientras conduce el automóvil: los niños juegan o discuten, el volante puede quedar sin manos, los chicos reciben caricias bruscas. Una misma tensión se percibe entre los demás personajes. Todos, en Sangre en la boca, se manifiestan de modo violento. El disparador final lo supone la aparición de Déborah (Eva de Dominici), la joven misionera que entrena en el gimnasio al que decide volver Ramón. El carácter irascible de los dos no tarda en hacer combustión. Los ejercicios en el cuadrilátero, con la soga o con la bolsa, tuercen en alusiones eróticas. Aspecto que no tardará en conocer su reverso: cuando el turno sea el de la cama, ésta se convertirá en ámbito de disputa. La misma habitación de la pensión, de hecho, será también émula de un ring. El placer, entre otras cosas, estará en dar y recibir golpes. Así, el gusto de la boca se tiñe, todavía más si hay besos. Desde lo formal, la relación recíproca entre box y sexo posee en la película de Belón la misma atención. La recreación de ambas instancias es igualmente explosiva. Las peleas son tan contundentes como los combates en la cama. Hay una entrega física por parte de los intérpretes que los vuelve dignos de admiración. El grado de exposición de sus cuerpos está a la par de una caracterización que los extraña, de una manera simbionte, y que no evita juegos cinéfilos desde ambos costados: la referencia a El desprecio, de Godard, y las citas escenográficas -barrio, callecitas y gimnasio- que remiten a Rocky. Si el placer está en dar piñas tanto como en revolverse entre las sábanas, lo demás comienza a desvanecerse. ¿Cómo resistir la tentación violenta y curvilínea de Déborah? Ella es la femme fatale del relato, es en ella en quien se advierte otra mirada, de miedos y propósitos diferentes. Déborah es la dama fatal porque Sangre en la boca es una película negra. Está dedicada a ahondar en la caída de su protagonista. Ramón cumple, de esta manera, con el prototipo del antihéroe: atribulado, abismado, incapaz de escapar al fin trágico. Ella, claro, es la perdición. El personaje boxeador -de construcción compleja, síntesis de la lucha de clases- ha sido el preferido de muchos de títulos del cine negro: de Luchador (1949), de Robert Wise, con Robert Ryan; a Tiempos violentos, de Tarantino, con Bruce Willis. En esta línea se inscribe la película de Belón, alejado del tratamiento que el deporte puede tener en otras experiencias como Gatica, el mono, de Favio o Carlos Monzón, el segundo juicio, de Gabriel Arbós. Sangre en la boca es también una expresión que alcanza a todos los demás personajes. La violencia no viene sólo de los puños, las palabras la construyen de otras maneras, también demoledoras. Esto es algo que alcanza tanto a los familiares de Ramón -niños incluidos- como a su entrenador evangelista, tan paradójicamente pacífico (Claudio Rissi). Vale decir, la palabra que tranquiliza y elige conciliar no deja de ser un acto igualmente violento, tendiente a garantizar el statu quo. En medio de todo esto, otro garante de esa estabilidad malsana es el adinerado y venturoso candidato a intendente (de Avellaneda) que compone Osmar Núñez. Está caracterizado como un monigote, perfecto. Atento a las maniobras que le convienen, con un boxeador al que sabe cuándo recurrir, dónde encontrar. ¿Cómo es que sabe del paradero de cualquiera? No hace falta que la película lo explique. Así como lo supone una de sus elipsis magníficas: Déborah se le aparece a Ramón frente a su casa. Corte. Los cuerpos desnudos entreverados. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Qué sucedió con lo visto antes, en casa de Ramón? En ese momento, la alteración del tiempo y el espacio alcanza su punto álgido. A partir de allí, sólo puede venir la caída.
Una pasión sobre el ring Una de boxeadores, pasión y sexo delicioso. “Sangre en la boca”, es verdad, transita un camino algo trajinado: la historia de un boxeador llevado en la vida por una “incorrecta” pulsión autodestructiva. Parece que lo tiene casi todo, consiguió un razonable recorrido de éxitos deportivos, un amor filial y también erótico con una mujer que lo acompaña en la vida, y le dio dos hijos. Pero no va conseguir encontrarle un final digno a su carrera deportiva: una mujer 20 años más joven, bella, audaz, le hará tocar el cielo con las manos, abandonar a su familia, al tiempo que besar la lona de la derrota. El enorme trabajo de Leonardo Sbaraglia conecta con el de Eva de Dominici para describir la pulsión perturbadora que los une. Y en eso la película vale la pena. El boxeador y la aprendiz de boxeadora entrelazan pasión y técnica del golpe, con los guantes puestos. No menos de tres cámaras van escudriñando, disfrutando, los detalles de esos dos cuerpos unidos. Que sucede antes, después, o durante el momento de los guantes, del entrenamiento. La pulsión erótica, desde ya, se emparenta a la pasión por el box, ceño fruncido, postura desafiante, la amenaza del golpe, y la técnica para esquivarlo. Algún espectador podrá preguntarse por qué tantas escenas de sexo. Nunca es mucho el sexo siempre que ayude a contar la historia, que preserve una dimensión estética concordante con toda la película.
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Un paso atrás en la carrera del eficaz realizador de interesantes documentales y la anterior “El campo” Hernán Belón dirigió varios cortos y documentales (“El tango de mi vida”, “Sofía cumple 100 años”, “Beirut-Buenos Aires-Beirut”) antes de pasar a los largometrajes de ficción. Se recuerda “El campo”, el primero que participara en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata, con finas actuaciones de Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia. Este último actor vuelve a ser convocado por Belón en “Sangre en la boca”, su más reciente opus donde compone a un boxeador algo veterano a quien se ve en las primeras escenas defendiendo su título de campeón sudamericano en sangriento combate como lo insinúa el nombre del film. Pero la “sangre” del título no se limita a la que brota de su boca en dicho combate, como se verá más adelante cuando Ramón Alvia, tal el nombre del campeón apodado “Tigre”, conozca en el gimnasio a Déborah, una joven e infartante misionera de veinte años. Ella se entrena para lograr ingresar en el mundo del boxeo y Ramón caerá prendado en la belleza y el atractivo de la joven Eva de Dominici. Pese a la cuidada fotografía de Guillermo Nieto tanto en las escenas de boxeo como en las de fuerte contenido erótico y a la buena interpretación de la actriz virtualmente debutante (en cine), hay cierta previsibilidad en la trama a la que no ayuda la otra historia del boxeador. Casado con una mujer italiana (la desconocida Erica Bianchi) lo que explica la coproducción con su país de origen, pero no la justifica, es además padre de dos hijos (el mayor, nieto de Luis Alberto Spinetta) a quienes descuida especialmente a partir del momento en que empieza a frecuentar a Déborah. En verdad a Sbaraglia le ha tocado interpretar a un personaje antipático (no era mejor persona el de “Relatos salvajes”) y poco carismático, siendo un acierto el remate de la historia que concluye en el momento justo. Quizás pueda echarse en cara, no a al actor sino a la producción, que su físico no parece corresponder totalmente al de un boxeador profesional, pese a los tatuajes que se le han adosado a su cuerpo. En roles secundarios no deslucen ni Claudio Rissi como su entrenador ni Osmar Nuñez como su “sponsor” y espurio candidato a intendente de una conocida localidad cercana a la Ciudad de Buenos Aires. Y también es acertada la inclusión de varios boxeadores profesionales que en parte compensa cierta irrealidad en el personaje, que normalmente interpreta con convicción un buen actor como Leonardo Sbaraglia.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030