Segundo largometraje del director Steve McQueen (Hunger), nuevamente colaborando con protagónico del creciente Michael Fassbender, quien tan sólo dos días atrás presentó y brindó conferencia por el film en el que interpreta a Carl Yung (A Dangerous Method de David Cronenberg)...
El sexo (y el magnífico cine) como adicción. (Zabaltegui – Perlas) Estábamos sobreaviso tras su paso por Venecia, donde era la gran favorita para hacerse con ese León de Oro que fue a parar a las manos de Sokurov, que la nueva película de Steve McQueen, ese que en su momento nos estremeció sobremanera con Hunger, aquella terrorífica película sobre los presos del IRA y las huelgas de hambre, que Shame iba a ser uno de los platos fuertes de las perlas de Zabaltegui este año, que esta historia de ese atractivo adicto sexual incapaz de reprimir sus instintos que no solo se folla con notable dedicación...
El reflexionar sobre la incomunicación en épocas de tecnología de punta donde todos vivimos en “red” queda ya casi como un cliché; lo mismo si partimos de la base de que la mayoría de las sociedades valoran más el placer del cuerpo, el éxito material y las relaciones fugaces antes que el amor o la familia. Sin embargo estas reflexiones casi de manual contemporáneo no dejan de ser necesarias y hasta obligadas. En Shame, el director londinense Steve McQueen, un realizador con apenas dos largometrajes en su haber pero que no han pasado inadvertidos, hace una impecable cirujía al alma de un personaje que incapaz de relacionarse con el otro hunde su vacío en la obsesión sexual. McQueen no se queda en el mero estereotipo del hombre treintañero que le teme al compromiso, aun cuando en alguna escena el protagonista casi se defina como tal; Brandon, interpretado grandiosamente por Michael Fassbender es presentado con todo su bagaje dramático que explica sustancialmente el porqué de sus obsesiones y efímeros encuentros sexuales. Con detalles prácticamente minimalistas pero certeros, el director nos expone la causa del infierno de un hombre que tal cual reza el título del film siente cualquier cosa menos placer real. Una sola contrafigura, la de su hermana en la piel de la cada vez más ascendente Carey Mulligan, y la relación con esta nos dan claras muestras del porque de sus carencias y tormentos. Y a la vez, sintetiza con una gran habilidad dos formas contrastantes de enfrentar casi la misma realidad. Él, incapaz hasta de aceptar el cariñoso abrazo de su hermana; ella, una dependiente patológica que le teme a la soledad. Puestos a pensar en los dramas que el 2011 nos ha ofrecido, me cuesta entender porqué Shame ha sido tan ninguneada por la Academia. No solo porque la película compone con gran maestría una historia que ronda una temática que quizá podría resbalar para el lado del grotesco y sin embargo no lo hace; sino porque Fassbender- que ya en Fishtank demostró su talento dramático- ofrece una de las mejores interpretaciones masculinas del año. Su Brandon es un hombre contenido, casi inexpresivo, que poco a poco desbordará en una crisis infernal con el que el espectador, sea este del género que sea, identificará inmediatamente. Shame, incluso, hay que decirlo, logra mucha más profundidad psicológica sobre el tormento de un hombre sometido a actos auto reprochables que lo que logra un pretendido film sobre psicología como fue otro de los recientes estrenos en el que participó el actor irlandés, A Dangerous Method. Sin demasiado academicismo ni retóricas innecesarias, McQueen elabora con ritmo sosegado al principio pero in crescendo, casi como una regla inversamente proporcional, un verdadero descenso a los infiernos. Cuanto más parece caer el protagonista más ritmo toma la narrativa pero sin por eso parecer que de buenas a primeras quiere tirarse sobre la mesa todo aquello que no se contó antes. Para entender a este Brandon hay que centrarse en los detalles, sus reacciones, su modo de andar por la vida; y para eso el director se sirve de una primera parte en apariencia banal, cotidiana, hasta desembocar en el verdadero meollo de la crisis. Hay escenas muy bien logradas que dicen con poco todo lo necesario, como esa corta conversación con su compañera de trabajo en una primera cita o la discusión entablada con su hermana frente al televisor. La tensión creada por el director está tan bien madurada que aunque entendemos que el personaje en algún momento tiene que explotar no intuimos en absoluto el cuándo o cómo. La última media hora del film es una maravillosa exposición de extremismos en los que cae el protagonista con tal de hacer desaparecer ese vacío que el espectador no se impacta por la mera imagen desplegada, sino por el genuino dolor que exhala su incapacidad de conectar con alguien. Puede que algunos encuentren en ese ahorro de diálogos y en esos constantes encuentros casuales algún elemento de reproche, de hecho me cuesta aceptar que aunque haya sociedades cada vez más liberales y que Fassbender rezuma sensualidad irresistible, haya tanta mujer dispuesta así como así a mantener relaciones con un desconocido. Pero eso es prejuicio mío, claro. Después de todo lo que importa es que este es un drama bien contado, bien actuado y excelentemente planteado, ¿qué más se podría pedir?. Incluso la música y la fotografía, una gracias a Harry Escott, la otra a Sean Bobbitt confeccionan un film sencillo en recursos pero altamente perturbador. El film es perturbador porque más allá de las escenas de alto voltaje, que en definitiva no muestran nada diferente a lo que podríamos ver en la televisión de los últimos años, por ejemplo, en muchas escenas de sexo de series de éxito, sino porque no deja de ser un fiel retrato de la sociedad en la que vivimos. Porque aunque parezca una simbología de moralinas conocidas, Shame a fin de cuentas nos muestra a lo largo de la película la hipocresía en la que vivimos hoy, en la incapacidad que tenemos de relacionarnos verdaderamente, en las adicciones que todos tenemos por algo, en la avidez de consumirlo todo, lo que sea, en la necesidad de exponernos todo el tiempo, de hacernos notar, de que nos vean, todo para tapar la gran soledad en la que realmente las grandes ciudades viven inmersas. Escenas repetidas, como las de la ventana, reafirman este hecho, un simbolismo patente de la necesidad de exposición. Shame es en cierta medida un grito visual que todos damos de continuo pero que nadie está dispuesto a escuchar, pare ello basten las palabras de Sissy a su hermano: Si me voy, no volveré a oir de tí. ¿No crees que eso es triste? Eres mi hermano.
Shame, sin reservas es una gran oportunidad para ver cine del mejor. No la dejes escapar. Los primerísimos planos y todas las técnicas que usa Steve McQueen logran que uno se olvide en todo momento que está simplemente en el cine viendo a un grupo de actores realizar su trabajo y en cambio sienta que está espiando por una gran ventana la vida de un hombre común y corriente...
Brandon (Michael Fassbender) parece un hombre exitoso. Tiene poco más de treinta años, es atractivo, tiene un buen trabajo, vive en Nueva York, frecuenta la vida nocturna de la ciudad... y se la pasa teniendo sexo...
La soledad Brandon da vueltas sobre si mismo. Mientras camina por su departamento, desnudo, escucha los mensajes de una insistente mujer que lo desea ver de nuevo. Baja al subte y cruza determinantes miradas con otra...
El sexo en el cine, hoy, es tratado desde dos puntos de vista aparentemente opuestos e igualmente reaccionarios: la burla adolescente y la condena. Por eso este film del realizador Steve McQueen –uno de los más interesantes de los últimos años, otro de esos nombres que logró amplificación internacional gracias al Bafici hace un par de años– resulta algo diferente. Por una parte, cuenta la historia de un soltero adicto al sexo. Por otra, muestra que la adicción –cualquier adicción– es manifestación y metáfora de una angustia existencial. Existe en el film un costado de drama familiar cuando a este hombre compulsivo se le presenta su hermana menor (la perfecta y bella Carey Mulligan, que desde una apariencia frágil marca con mano de acero lo que le corresponde en la trama), cantante. Y allí es donde se nota la colaboración entre un realizador que sabe dónde va y un actor que comprende a su criatura (Michael Fassbender, el Carl Gustav Jung de la reciente “Un método peligroso”) como alguien mucho más complejo que un estereotipo. Lo que hace de “Shame” un film único es que a pesar de su tema y de lo complejo de sus relaciones, no carece ni de empatía por sus criaturas ni de ternura. McQueen realmente va hasta el fondo de las situaciones y sabe cómo combinar las imágenes del entorno del protagonista para que complementen –y comuniquen– sus estados de ánimo. En el fondo, nada menos que un melodrama contemporáneo que no juzga ni censura. No es poco.
EL LADO OSCURO DE UN ADICTO AL SEXO La hipersexualidad se identifica por una frecuente estimulación visual que hace que un individuo exacerbe su natural sexualidad hasta llevarla a límites adictivos. Las personas hipersexuales suelen tener problemas laborales, familiares, económicos y sociales. Su deseo sexual les exige acudir corrientemente a prostíbulos, comprar artículos pornográficos, buscar páginas sexuales en Internet, realizar con frecuencia llamadas a líneas eróticas, buscar contacto sexual mediante citas a ciegas, entregarse al sexo ocasional con desconocidos, y hacen que su existencia gire en torno al sexo, desatendiendo otros importantes aspectos de su vida de relación. Al pobre (?) Brandon le sucede algo similar en "Shame: sin reservas". Es un ejecutivo con exitosa vida laboral, al que se lo ve socializar en los after hours con sus compañeros de trabajo, pero pareciera que su único objetivo es “levantarse” una mujer para descargar su apetito sexual. Es un hombre que desborda sensualidad por su forma de mirar a las féminas de las que gusta y a las que pretende conquistar para llevar a la cama (o ni siquiera, porque la pared de una calle oscura puede servir como apoyo para arrinconar a una mujer que respondió a su mirada, y así satisfacer su deseo). Desde el inicio, lo vemos sentado en el subte, observando a una joven que queda cautivada por su insistente mirada, y a la que éste sigue cuando ella se baja, sin lograr alcanzarla. No importa el hecho de estar yendo al trabajo: si surge una oportunidad para tener sexo, Brandon no va a dejarla pasar. Su cotidianeidad parece ser bastante regular: trabajar de 9 a 5, salir a correr, ver porno, conectarse vía web para sexo virtual, masturbarse a diario y donde sea, y tratar de cazar una presa que pueda saciar su apetito. Es cierto que el deseo sexual varía considerablemente en los humanos; lo que una persona consideraría deseo sexual normal, otra persona podría entenderlo como excesivo, e incluso, otra, como bajo. Es discutible el hecho de afirmar que Brandon es un adicto; lo que tal vez sí es claro es que su capacidad para relacionarse emocionalmente se ve afectada por este comportamiento. Por ello es interesante ver cómo se desenvuelve en una cita más convencional con una compañera de trabajo, y escuchar su opinión respecto de lo que significa para él estar en pareja, reconociendo que su relación amorosa más duradera alcanzó apenas los 4 meses. Su intento por querer establecer una conexión afectiva con esta chica es valioso, en la escena en la que la invita a un hotel para intimar, pero lamentablemente no le alcanza para estimularse sexualmente, malogrando el encuentro que tiene un cariz más romántico. Sin embargo, minutos después, en la misma habitación de hotel, una prostituta hará su parte, satisfaciendo a Brandon. Pero es aquí cuando cierta frustración comienza a reconocerse en su rostro, dando cuenta, tal vez, de su imposibilidad de establecer vínculos más profundos. La irrupción de Sissy en su vida, su extrovertida hermana menor a la que hace mucho no ve, empieza a afectar su estructura. Ella le pide alojamiento, ya que parece haber roto una tormentosa relación amorosa, que la muestra en crisis, en un estado de patética perdición. La convivencia entre ambos empezará a hacer mella en la relación, hasta llevarla a límites que bordean la tragedia. Uno de los aspectos interesantes de ambos personajes (enormes actuaciones de Michael Fassbender y Carey Mulligan) es lo que no sabemos de ellos. Parecieran haber tenido una infancia penosa, que malogró sus identidades, pero nada de ello se explicita, y debemos imaginarnos por qué estas personas hoy son como son y se relacionan como lo hacen. Hay una carga de pasado que probablemente llevan consigo, y se percibe en la forma de actuar de cada uno: insensible por parte de Brandon, y necesitada de afecto por parte de Sissy. Este provocador filme de Steve McQueen (“Hunger”) resulta así una interesante radiografía de un hombre en estado crítico. Es de esas películas en las que el personaje importa más que la historia o, mejor dicho, el personaje ES la historia (así como lo era la Erika de “La profesora de piano” de Haneke). Resulta atractivo seguir la vida privada e íntima del protagonista, y es encomiable la labor de Fassbender, pues se entrega con todo y se expone física y psíquicamente al personaje. Una Nueva York nocturna se muestra muy bien fotografiada por Sean Bobbitt y, especialmente, la formidable profundidad y cierta trascendencia de la música de Harry Escott, está al mismo nivel, por lo que la dirección, en definitiva, resulta superlativa. Carey Mulligan entrega uno de sus mejores trabajos actorales: es desgarrador verla llorar al teléfono mendigando amor, o cantar en un tempo imposible la mítica “New York New York”. Michael Fassbender se consagra con este protagónico (¿hacía falta dejarlo afuera de las nominaciones al Oscar por poner a Clooney?) por la enorme exposición antes aludida, enfrentando un rol difícil al que no cualquier actor se atrevería. Gran película que, probablemente, por el hecho de describir la intimidad de este hombre, puede herir la sensibilidad de espectadores más estructurados (amén de las explícitas escenas de sexo y desnudos completos que incluye), pero no por eso hay que dejar de verla. Después de todo, ¿quién no tiene un lado oscuro...?
Ultimo tango en Nueva York Corporalidad, deseo, carnalidad. Sin explicaciones psicológicas, sin historia justificatoria, sin más razón que el apremio, la necesidad imperiosa de sexo puro. Sexo entendido también como consumo: encuentros circunstanciales con mujeres y hombres, prostitutas a cambio de dinero, películas, revistas, sexo en Internet, periódicas visitas al baño de hombres de la oficina para la masturbación cotidiana de la tarde. El director Steve McQueen indaga en las posibilidades y necesidades del cuerpo, del sexo como placer y también como compulsión. Michael Fassbender -quien en la previa Hunger, otra obsesión filmada por McQueen, había llevado al extremo la autoflagelación hasta la muerte- aquí es Brandon, el solitario, el potente y a la vez el desesperadamente necesitado. El cuerpo vuelve a ocupar el foco de atención, el espacio donde se vive y desarrolla visceralmente el drama de los personajes. Los sentimientos quedan afuera: Brandon parece empezar a sentir algo sólo cuando su hermana Sissy canta una versión personalísima, casi genial, de New York, New York. Ella es quien parece hacerlo revivir, su llegada constituye una sacudida, ella podría ser una puerta de salida de esa desesperada dependencia. O por lo menos, le permite enfrentarla. Carey Mulligan y Fassbender: dos exquisitos actores en un drama cuyos orígenes están intuidos, nunca explicitados. Lo explícito es la carnalidad de ambos, la angustia, la desesperanza. La única explicación: “No somos malos. Venimos de un lugar malo.” Y Nueva York como el escenario donde el sexo tiene lugar: sus bares, callejones, hoteles, oficinas, están magníficamente filmados, con sus colores fríos característicos en el cine. Pero podría ocurrir en cualquier otro lugar. Sin embargo, ese es el lugar elegido por este equipo de extranjeros, tal vez por su glamorosa fachada, o por su oculta vulnerabilidad. McQueen realiza un inteligente uso de los largos planos secuencia cruzados con tomas cortas y ágiles, dotando al film de un ritmo peculiar, intenso y expresivo. Las escenas aparentemente independientes de la vida sexual de Brandon hablan de su dificultad para tener un vínculo profundo. Son elocuentes el levante que logra casi sin proponérselo, por oposición a la frustrada relación con su compañera de trabajo. Shame constituía un desafío, por lo crudo del tema, por el rigor de su tratamiento. Tanto sexo, y con él, tanta angustia, tanta miserabilidad. No toda la crítica ha aceptado el planteo de McQueen, y se objeta que el film es moralista. No coincido. En todo caso, el título engaña. ¿Por qué Vergüenza? Lo que vive Brandon produce sobre todo tristeza, impotencia. Él no está avergonzado, sino desesperado por su dependencia. Si el tema podría inspirar resistencias, el tratamiento las vence, por su respeto, por su comprensión.
La primera vez que vi una película de Steve McQueen, este director, me dejó tanto tiempo en estado de stand by que casi les diría me preparé psicológicamente para ver la segunda. Hunger, el debut tanto de él como director como de Fassbender de protagonista era una película visceral, una idea de que el sufrimiento lo sentías como parte de lo que estabas viendo y es poderosísima. En la misma medida, te afecta de sobremanera. Es inevitable la comparación y medir una tratativa con otra. Hunger era más sobre un conjunto de gente, un conjunto de situaciones, un conjunto de acciones que formaban una causa y como tal, es perfecta. Shame, sin embargo, casi no tiene personajes y está absolutamente centrada en ellos. Es mucho más individualista sin ser intimista, lo que permite que se luzcan los actores por sobre la historia. Shame se enfoca en la vida de Brandon (Fassbender), un ejecutivo (aparentemente) de Manhatthan que es un corredor nocturno, tiene un departamento que no puede parecer un hogar (espacios fríos, no hay colores vivos), gusta de la música y tiene una vida social importante pero también sufre de adicción al sexo. Esto significa que el hombre no puede siquiera soportar una jornada laboral sin escaparse al baño a masturbarse. Como todo adicto, él cree estar en control. Imagínense cómo tambalea su mundo cuando su hermana, Sissy (una estupenda Carey Mulligan) se instala en su casa. Sissy lo enoja, lo hace sentir acorralado y mientras tanto vemos a una joven que ha sido errática el 90% de su vida, que no logra encontrar su norte, necesitada de amor y es capaz de darse a cualquiera con tal de tenerlo, de sentir que pertenece a algo o a alguien y coquetea con el suicidio por la facilidad que tiene para lastimarse. Una tendencia al masoquismo que la deja, a mi criterio, vulnerable todo el tiempo pero que vuelve a fortalecerse al poco tiempo. El sexo sigue siendo un tabú hasta el día de hoy. Me lo demuestra la reacción de la gente en la sala ante un desnudo o ante una escena de sexo explícita y en estos puntos es donde la película gana: no es nada erótica. Es angustiante. Tiene algo de demasiado real que, en la piel de los protagonistas, termina siendo sórdida, de esas películas que te reís de un chiste pavo con tal de descargar tensión. Ahora voy a hablar de lo que a mí me pierde de esta película y es la cinematografía. ¡Cómo filma ese hombre! Planos sugerentes de pies coqueteando con el borde del andén, planos de más de 30 segundos donde se ve un rostro a partir de sus cejas cantando una versión casi desgarradora de New York New York, un mensaje de contestador que se escucha en el peor momento y causa un efecto tan desesperante que no puede pasarse por alto. Y qué decir de los actores. Carey Mulligan aparece como contraposición a Brandon y también es lo que le da un contexto a ese personaje, que permite entender de dónde viene. Fassbender es el amo y señor de este film, que cada vez que pensamos que ha llegado a un punto bajo, hay otro más bajo que lo hace agonizar con cada orgasmo. Muchos lo han comparado con el Brando de “El último tango en París”, personalmente me parece mejor la comparación con Nicholas Cage en “Adiós a Las Vegas” por la tratativa al personaje pero les puedo asegurar que no hay muchos precedentes para lo que hace este hombre en pantalla. Ojo que después de verla, uno sale mirando el piso en silencio por un rato largo.
El sexo en primer plano Segundo film del realizador Steve McQueen (Hunger), donde no es casual que apueste nuevamente a un actor en ascenso como Michael Fassbender, visto en Un método Peligroso. Shame Cabe destacar que por Shame recibió la Copa Volpi al "mejor actor" en Venecia y sigue demostrando que se puede colocar la piel de cualquier personaje que se le cruce: Bastardos sin gloria, X-Men: Primera Generación, 300, Band of Brothers y próximamente en Indomable. En Shame interpreta a un irlandés solitario que vive en una posición acomodada en la cuidad de New York. El es adicto al sexo en todas sus formas: internet, revistas, mujeres de una noche y, por qué no, algún muchacho de los barrios de Brooklyn. Esta pulsión lo lleva al vacío sentimental y a su única forma de relacionarse. Aunque su metódica vida se ve alterada por la llegada de su bella hermana Sissy, (papel que interpreta Carey Mulligan, de Nunca me Abandones), joven cantante que irrumpe en su casa y logra poner fin a su privada intimidad. Las interpretaciones son los pilares fundamentales de este drama sexual, que también es sostenido por una gran dirección y una cuidada fotografía, que le imprimen una atmósfera melancólica a una Nueva York nocturna. Sin largos diálogos, pero con las palabras justas, estos dos hermanos irán formando lazos que no existían. Y entre portazos que dividen conversaciones y situaciones de intimidad, Brandon y Sissy se verán cubiertos por una ciudad que canta de manera muy desconsolada el clásico de Frank Sinatra, New York, New York.
Último tango en Nueva York. Hace muchos años, allá por los setenta, la industria se escandalizaba por las escenas de alto contenido erótico que poblaban el film Ultimo Tango en París, donde un joven Marlon Brando se unía a una apetecible Maria Schneider en un pequeño piso de París para prodigarse el más puro amor físico a fin de exorcizar las falencias emocionales de cada uno. Pues bien, en una línea similar de planteo pero llevada más al extremo aun, se estrena en nuestro país el film Shame: Sin reservas protagonizado por el reconocido actor y figura en ascenso Michael Fassbender , bajo la dirección de Steve McQueen. Ambos, director y protagonista, ya habían trabajado en otro proyecto aun mas polémico aunque no tan difundido como fue el film Hunger, que trata sobre la huelga de hambre llevada a cabo por los militantes del grupo IRA durante los años ochenta en la cárcel de máxima seguridad de Maze en Irlanda del Norte. Allí las vejaciones sufridas por los presos escapan a la imaginación de la mente mas enferma. En ese marco la ferrea decisión de llevar adelante esta huelga de hambre , unida a la brutalidad de los métodos en la que se ve enmarcada nos sumerge en un mundo donde las ideas cobran una fuerza inusitada a través del cuerpo puesto al servicio de la lucha. De hecho, para la composición del rol, Michael Fassbender perdió mas de catorce kilos para poder interpretar el desgaste físico al cual se sometían los presos que tomaban la decisión de llevar adelante esta medida de fuerza. Así pues esta claro que tanto para el director como para el interprete el cuerpo en si mismo es algo mas que un instrumento para la interpretación de un mensaje, sino un elemento más que conforma el relato cinematográfico. En este caso Brandon es un joven soltero que vive solo en un cómodo apartamento de Nueva York, con un buen trabajo y una vida social activa, responde al perfil de un hombre promedio de treinta y tantos de la Gran Manzana. Pero el posee un turbio secreto: una malsana relación con el sexo. Relaciones ocasionales, masturbación compulsiva, pornografía, sexo virtual forman parte de la única y verdadera satisfacción de sus días, tan efímera como intensa. La llegada a su vida de su hermana (interpretada por la maravillosa Carey Mulligan) significará un quiebre en su alocada vida, y a la vez lo pondrá de frente con los fantasmas del pasado que acosaron a ambos , y a los cuales ella ha optado exorcizar a través de una actitud extrovertida y más social que su hermano. La tensión se hará presente desde el arribo de ella a su casa , desde su invasión a sus habitos secretos, difícilmente confesables y desde la encarnación del pasado que vuelve para enfrentarse a Brandon. Nueva York es un personaje más que comparte con Brandon su carácter cosmopolita, su brillo, su actividad nocturna, y sin embargo se muestra en un faceta solitaria, casi como un terreno donde solo habitan las almas errantes. Una de las escenas más emotivas y significativas del film tal vez sea la de Carey Mulligan cantando de la manera mas deliciosa y bucólica imaginable las estrofas de New York New York “Quiero despertarme en una ciudad que no duerme, Y encontrar que soy el rey de la colina, el primero de la pila¨. Tal vez el deseo más anhelado de Brandon sea lograr sentirse de esa manera, y aparentemente la ciudad que nunca duerme no le permite salir de sus mas terribles pesadillas. Si aman el cine, no pueden dejar de verla.
Tragedia de la vida posmoderna Hay dos escenas bien diferenciadas en esta segunda película del interesante director Steve McQueen también guionista junto a Aby Morgan que pueden resumir los aciertos y defectos de Shame: Sin Reservas: por un lado la majestuosa secuencia en la que Carey Mulligan interpreta en un perfecto tono de tristeza, melancolía y carisma la canción New York, New York donde el realizador exprime al máximo la atmósfera intimista y densa que prevalece a lo largo de la trama con una precisión admirable y por otro la que contrasta y que plantea el interrogante de cómo se presentan las escenas relacionadas con actos sexuales bajo la prédica conservadora, a pesar de que estamos en presencia de una producción inglesa que habitualmente son menos mojigatos que los norteamericanos para quienes no existe moral ante el exceso de violencia pero sí cuando de sexo explícito se trata. Algo similar ocurre con esta película aunque eso no quiere decir que el relato de alienación y decadencia de su protagonista no esté bien logrado, así como la parasitaria y tóxica relación con su hermana menor Sissy Sullivan (Carey Mulligan), quien llega en el peor momento de la existencia gris de Brandon (Michael Fassbender, intenso y soberbia actuación), un burgués neoyorquino adicto al sexo, que no puede mantener relación alguna con mujeres por más de una hora, salvo cuando contrata prostitutas para descargar su propia miseria y dolor arrastrado por una fuerte sensación de hastío por acumulación de deseos. Introspectivo hasta la médula, perturbador por el lugar en el que queda expuesto el espectador como testigo de la degradante metamorfosis del protagonista y su entorno que se va desdibujando como la ciudad que nunca duerme y que oculta detrás del brillo y las luces la tragedia de la vida postmoderna; el sentido efímero de todo lo que lleva al consumo material para tapar el vacío existencial, donde lo único que parece transparentar las heridas narcisistas es el cuerpo tanto desde su aspecto comercial como desde su lado más vulnerable y sagrado.
Esta vez el dolor va a terminar ¿Un obsesivo sexual, o incapaz de sentir? Shame: sin reservas es una película provocadora, sí, pero no porque el protagonista se exhiba desnudo, de frente, de perfil y de espalda mucho tiempo. Lo que provoca no es el físico, lo externo, sino todo lo que pasa por el interior de Brandon, a quien tipificar como un adicto al sexo sería, mínimo, banalizar el filme del inglés Steve McQueen. Brandon padece de adicción sexual, es claro y cierto, y no puede mantener un vínculo serio. No es curioso: cuando cree que puede cambiar, no logra mantener la relación sexual con su ocasional pareja, ni siquiera una erección. Brandon parece incapaz de tener una emoción. McQueen ( Hunger ) lo hace llorar dos veces al personaje: cuando escucha una lenta versión de New York, New York , cantada por su hermana Sissy (Carey Mulligan) y en otro momento que conviene no develar. Mientras tiene relaciones o se autosatisface no parece disfrutarlo. Si hay algo que el rostro de Michael Fassbender magnifica es dolor. Como si Brandon siguiera un patrón, o una necesidad que no puede o no sabe cómo manejar. Parece encadenado a hacerlo, como un esclavo de su adicción. El calor del contacto humano no es algo que pueda observarse en él. La caracterización del personaje (lo externo) es tan pulcra y esterilizada como el departamento que habita en Manhattan. Brandon no sonríe. Cuando viaja en subte, las mujeres lo miran fijo, en clásica situación de levante. Pero su rostro es impávido. Suponemos -sabemos- por cómo lo conocemos que él también está buscando ese contacto. Qué lo lleva a aceptar el convite es otro asunto. Brandon ama tener orgasmos. Los puede tener con una pareja o masturbándose ante la notebook, en la ducha de su departamento neoyorquino o también en el baño de su oficina. No sabemos en qué trabaja. A él tampoco parece modificarlo o importarle demasiado, salvo que le avisan que se llevaron su computadora porque estaba infectada de virus. El disco rígido estará con virus, pero también la cabeza de Brandon. Al personaje de Steve McQueen no le interesa nadie. Sólo momentáneamente si ese alguien/algo le puede dar acceso al orgasmo. Sissy, su hermana, la que le dice “no somos malas personas, sólo venimos de un lugar malo” como única referencia a su pasado en común que se adivina difícil (¿incesto? ¿abuso?) es un detonante. Es su antítesis. Ella no tiene dónde vivir e irrumpe en su departamento. ¿Por qué tanta ira? Shame: sin reservas no es un filme acerca de una adicción. Verla de ese modo sería la manera más fácil. Es sobre un hombre que si sufre una disfunción no es meramente sexual, sino que se siente incapaz de entablar relaciones. Como en su opera prima, Hunger , sobre el irlandés Bobby Sands, el preso político que realizó una huelga de hambre, McQueen volvió a confiar en Fassbender. Treintaypico, alto, delgado, en su personificación está la clave del relato. No hay escena en la que no esté, escondiendo esa vergüenza de la que habla el título original, con o sin reservas.
Una película centrada en las fragilidades de estos tiempos para apelar al debate Película-escándalo desde el preciso instante en que se estrenó en la competencia oficial de la Mostra de Venecia de 2011, esta nueva apuesta del director británico Steve McQueen (quien ya había impactado con su ópera prima Hunger) se propone como una despiadada e implacable exploración de la sexualidad, del consumo, de la descontención y de esa angustia que corroe el alma, síntomas todos que definen a estos tiempos modernos. Audaz y perturbadora, esta suerte de Ultimo tango en París del nuevo siglo está predestinada -por la explicitud, la carnalidad de sus imágenes- al debate cinéfilo y, también, a la discusión apasionada en muchos otros terrenos. Michael Fassbender (ganador de la Copa Volpi al mejor actor en Venecia por este trabajo) interpreta a un ejecutivo irlandés radicado en Nueva York con una incontenible, desesperada compulsión (adicción) al sexo. Mientras seduce a diestra y siniestra en bares y glamorosas fiestas de Manhattan, contrata prostitutas de lujo, consume todo tipo de pornografía en revistas e Internet o corre a los baños de su oficina para masturbarse, es incapaz de establecer mínimos contactos emocionales, ni siquiera con su conflictuada y sensible hermana (una Carey Muligan que se luce además como cantante), quien aparece de forma sorpresiva en su loft, o con una compañera de trabajo con la que intenta sin suerte iniciar una relación afectiva. McQueen -quien además es un consagrado exponente del arte contemporáneo más vanguardista- prescinde de explicaciones psicológicas tranquilizadoras y sabe cómo impactar, fascinar, provocar e irritar al espectador. Su cine, trabajado en muchos pasajes con largos y virtuosos planos-secuencia, es siempre elegante, aprovecha muy bien las locaciones neoyorquinas y nunca deja de fascinar, aunque también resulta por momentos algo frío, distante, calculado y manipulador. Más allá de las aristas discutibles que tiene Shame, en lo cinematográfico, tanto por su despliegue visual como por la imponente interpretación de Fassbender, el saldo es favorable. En lo ideológico o moral, claro, el debate queda abierto a las diversas interpretaciones y sensibilidades de los espectadores. Bienvenido sea, pues, un film que abre tantas posibilidades de análisis en un universo cinematográfico tan cerrado, muchas veces chato y casi siempre previsible. LA CADENA CINEMARK NO EXHIBIRÁ EL FILM Shame, sin reservas se estrena hoy en la Argentina con limitaciones, debido a que la cadena Cinemark no la incluyó en la programación de sus complejos de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Según la distribuidora del film, el hecho es consecuencia de una resolución de alcance global tomada por la empresa en su sede central de Estados Unidos. "La cadena internacional Cinemark decidió no proyectar en ninguna de sus salas alrededor del mundo la película Shame, sin reservas, debido a las escenas de contenido erótico que el film posee", indica el comunicado divulgado ayer por Diamond Films. La decisión limitó en apenas tres copias el lanzamiento de la película. En vez de las 18 previstas originalmente, circularán 15 copias de Shame, sin reservas, que se exhibe desde hoy sin problemas en el resto de los complejos multipantalla (Hoyts, Showcase, Village) y en las otras cadenas de exhibición cinematográfica de la metrópoli. Ante las consultas de La Nacion, la filial local de Cinemark no hizo ayer ningún comentario. La única declaración oficial de esa compañía a propósito del tema se conoció en diciembre de 2011, cuando Shame, sin reservas se estrenó en Estados Unidos, sin que pudiera verse en las salas de esa cadena, la tercera en magnitud dentro del mercado norteamericano. Allí se dijo que la política de Cinemark es no exhibir títulos con la calificación NC-17, que corresponde allí a "films de contenido adulto que incluyen violencia, sexo, comportamientos aberrantes, consumo de drogas y otros elementos que los padres consideran demasiado fuertes para ser vistos por sus hijos".
Adicción sexual y hedonismo sin retorno Un personaje introvertido y de pocas palabras es el centro de una historia donde el sexo pasa a ser el tema central. El discurso psicologista se completa con una excelente banda de sonido. Brandon (Michael Fassbender) mira, seduce y no necesita esperar demasiado para tener sexo con una mujer. Observa un par de veces y logra su objetivo: otra mujer más, un rato de sexo, un polvo efímero. Es un ganador en potencia y nunca un maratonista del sexo como Giacomo Casanova, sino un adicto voraz en el terreno que más conoce. Pero no sólo su compulsión sexual se limita a compartir el deseo con alguien, sino que Brandon es un sujeto hedonista, que le rinde culto al sexo en todos los órdenes. Es un observador y voyeurista sin salida, mirando películas pornos, masturbándose, viviendo su adicción como necesidad imperiosa, también egoísta y construida desde la autosatisfacción. Pero Brandon tiene una hermana, la frágil Sissy (Carey Mulligan) que invade la privacidad inviolable del macho cabrío y desde ese particular reencuentro el edificio hedonista empezará a resquebrajarse, a mostrar cimientos no aclarados del pasado a través de recuerdos y relaciones inconclusas que derivará hacia un descenso sexual y moral teñido de culpa, pecado y redención. Luego de Hunger, McQueen y Fassbender, su actor fetiche, toman al sexo desde el placer a corto plazo, invitando al espectador a sumergirse en la psiquis de un personaje complejo, introvertido, de pocas palabras. Sin embargo, una de las virtudes de Shame es que no se está frente a la conformación de un discurso psicologista que presenta a un personaje conflictivo y supuestamente feliz imposibilitado de construir una relación de pareja duradera. Y en este punto resulta fundamental el personaje de Sissy, que actúa como contrapeso de la adicción de su hermano. Sissy y Brandon (memorables interpretaciones de Fassbender y Mulligan) son dos criaturas opuestas pero sutilmente complementarias, dócil y al borde del suicidio ella, frío y maniático él. En ese sentido, la escena en la que Sissy canta al borde del desgarro corporal una versión de “New York, New York”, mientras su hermano y su jefe miran extasiados y sorprendidos la performance, describe con astucia e inteligencia hacia donde se dirigen las intenciones de Shame. Siempre de manera sutil, jamás enfatizando las características que vinculan y separan a los hermanos. Probablemente, el citado descenso a los infiernos de Brandon, donde la banda de sonido de Harry Escott sustituye las palabras, resulte la zona menos feliz y más subrayada de la película, ya que daría la impresión que en esos últimos 20 minutos el director decide juzgar los ciclotímicos comportamientos de sus personajes. Sin embargo, los últimos planos permiten deducir que la historia volvería a empezar. O que, tal vez, Shame trate sobre una interminable masturbación entre sueños del adictivo Brandon.Nada más y nada menos que eso.
De eso no se habla Interesante drama erótico acerca de un empleado de oficina que goza de una gran adicción al sexo. Pero que con la aparición de su hermana comenzará a sufrirla. Shame tiene dos grandes virtudes que escasean en la actualidad del cine. El qué y el cómo. En primer lugar se anima a contar una historia que hasta hoy no había sido contada en el cine. Cruza entre drama y erotismo, narra la adicción al sexo que sufre y goza Brandon(un Michael Fassbender que merecía una nominación al Oscar),un neoyorkino con éxito laboral en una empresa y con nulo suceso sentimental. El otro gran mérito son las elecciones de su director Steve Mc Queen a la hora de decidir la filmación tanto el rubro técnico como narrativo. Sin embargo esas virtudes, más la dureza, la crueldad y la realidad que pretende y logra mostrar Shame tampoco alcanzan para convertirla en una película de visión imprescindible. Al querer filmar una historia sobre sexo dentro de un drama, el director Mc Queen corría también dos grandes riesgos: que lo pornográfico tapara a lo erótico, y a su vez, a la historia o que por el contrario las escenas de sexo perdieran relevancia ante una trama que se las deglutiera. Y salió airoso del reto. La clave fue dejar de lado las guarradas y los excesos. Mc Queen optó por ejemplo, por contar una masturbación femenina, por debajo de la pollera, en el subte. Y logró así una escena carente de pornografía y plenamente erótica y narrativa. Casi todas las escenas de sexo, que no son pocas, son funcionales a la historia que se pretende contar, que tiene que ver con la incapacidad que genera la adicción. Por eso la última escena de sexo, con dos mujeres y que es muy excitante, le duele al protagonista y no en un sentido masoquista. Allí drama y erotismo consiguen una conjunción perfecta. El guión es un relojito mecánico y, si bien no tiene fallas sustanciales, carece de factor sorpresa. Brandon maneja su adicción al sexo sin mayores problemas hasta que su hermana Sissy (una Carey Mulligan teñida de rubia que no está en su mejor papel) se le instala a vivir en la casa y para colmo de males se acuesta con su jefe. A partir de allí Brandon comenzará a sufrir su adicción y se dará cuenta de que la soledad y su incomprensión sobre los sentimientos de cariño pueden dejarlo en la ruina. Sin embargo, a pesar de la claridad y simpleza de los pocos y acertados diálogos que tiene la película, siempre quedará la duda de si la perdición de Brandon es su adicción al sexo o su soledad o si una es la consecuencia de la otra. ¿O acaso no se puede ser adicto al sexo y ser capaz de amar y de querer? Shame, que es una película, que necesitó de mucho valor para filmarse, sorpresivamente tiene algunos ápices moralistas. Brandon debe manejar su adicción si es que quiere a alguien (o al menos a su hermana). Su gran dificultad es hacerlo, como dice él en una cita, en la actualidad, y como dice la canción de Frank Sinatra que canta Sissy, hacerlo en New York.
Una verrrrgüenza La primera toma que vemos es gráfica sobre lo que vendrá. Silencios, tiempos muertos, largas tomas que obligan al espectador a ser testigos de lo más anodino. El director decide que el guión técnico vaya a la par del artístico y ante la inmovilidad de sus personajes inmoviliza también la cámara, evita los cortes; se torna pretencioso tal vez creído de poseer un talento que aquí no demuestra. Brandon (Michael Fassbender) es un hombre pulcro, muy "cool", que vive en un departamento acorde a su personalidad, con bandeja giradiscos y muchos vinilos junto al ventanal que le permite ver la ciudad de Nueva York desde la altura. No tardará el espectador en advertir que a este muchachón le gusta el sexo pago, la pornografía y cuando no tiene compañía gusta de autosatisfacerse, donde sea. Se le complica la cuestión cuando su hermana se le instala en el departamento. La chica es de cascos ligeros, bastante pesada, y para colmo en una escena nos ofrece la versión más exasperante que alguna vez hayamos escuchado del clásico "New york, New York". Asistimos al derrumbe físico y emocional de Brandon al ver su mundo invadido, aunque el director no consigue establecer el contraste que la historia pide, su mundo aséptico sumado a la pereza creativa en materia cinematográfica, atentan contra el conflicto que nunca llega a exponerse del todo con la fuerza que su protagonista impone en el tramo final, donde el relato mejora un poco. Es mérito de Fassbender ponerse la historia al hombro, contar lo que le pasa a su personaje desde la mirada y el cuerpo. Pero el director prefirió la distancia. La que hay que tener de los cines donde se exhiba esta oda soporífera a la pretención.
Película destinada a la polémica, a que se ponga en foco sus escenas audaces, al filo de lo pornográfico en alguna ocasión, en desnudos frontales de su protagonista. Sin embargo, lejos de las escenas fuertes, está la mirada que va más allá hasta de las intenciones del director. Dos personajes desvalidos. El protagonista, incapaz de escapar de su obsesión por el sexo, siempre casual, constante, enloquecedor, y su hermana vulnerable. Pero ellos también están en una sociedad que se les parece mucho. Interesante.
Brandon, Sissy y el círculo de baba El realizador Steve McQueen nos sumerge a partir de Shame, Sin Reservas (2011) dentro de una historia sobre las degradaciones psicológicas a través del descenso a los infiernos de un hombre que encuentra en el sexo la escapatoria a su calvario personal. Brandon (Michael Fassbender) es un treintañero al que le cuesta mantener una relación comprometida. Adicto al sexo, su rutinaria vida transcurre entre prostitutas, pornografía por internet, masturbaciones frecuentes y algún que otro trago con algo de cocaína. Su vida se verá perturbada cuando su hermana Sissy (Carey Mulligan) se instale repentinamente en su casa invadiendo su más íntimo y lujurioso santuario. Desde ese momento Brandon iniciará un viaje al lado obscuro de su pasado que lo conducirá por un presente sin retorno. Steve McQueen, que nada tiene que ver con el fallecido actor, ya había mostrado en su ópera prima Hunger (2008) un estilo cinematográfico controvertido en el que la exposición del cuerpo humano desnudo estaba en función de lo que se contaba y no como elemento erótico. En Shame, Sin Reservas sigue utilizando los cuerpos pero en este caso lo que está en función del relato es el deserotismo aunque para muchos sea una película erótica. Por más que los desnudos totales funcionen como un protagonista más dentro de la trama, se los muestra desde el tormento mental y no desde el placer corporal. El actor alemán Michael Fassbender (Un método peligroso, 2011) logra una composición magistral de ese hombre tosco y apático incapaz de generar identificación con el espectador. La exposición de su cuerpo desnudo y las escenas de sexo casi explicitas serán un juego de niños si las comparamos con la psicología de su mente y el calvario interior por el que atraviesa. El sexo y la desnudez serán la forma que el director utiliza para mostrar que un cuerpo es sólo el vehículo externo mientras que la violencia está en la desnudez interna no en lo externo. Si hay algo por lo que molesta Shame, Sin Reservas, más que la exposición de los cuerpos desnudos, es por la música como elemento de subrayado para ciertas escenas que no lo necesitan y que serían más potentes si sólo se dejara a las imágenes actuar por si solas, sin remarcar ni intensificar la carga dramática. Shame, Sin Reservas es un viaje de ida sin regreso, es un círculo del que ninguno de sus personajes puede salir airoso, no porque no puedan sino porque no quieren hacerlo. Una pesadilla laberíntica a la que uno está invitado a formar parte como un voyeur de la mente humana, a pesar de que se empiece por el cuerpo.
Nothing but the naked truth Watching Steve McQueen’s new opus Shame — about an early middle- aged NYC sex addict — you realize that the writer-director is not trying to get under the male lead’s pants. Rather, it’s the mind he’s aiming at, or the soul, if you’re a believer. On the surface, Brandon (Michael Fassbender) is just like any other urbanite corporate exec. Early to work, out at 6 for a round of drinks at a nearby lounge, and back home it is, supposedly. But there’s a dark corner in Brandon’s private life. While developing an irrepressible, insane obsession with intimacy — the kinkier the better — there’s no way he can make a connection with another human being. One-night stands are followed by another round of meaningless, even brutal sex, watching porn, masturbating, filling his spare time with the pursuit of sexual encounters.
Shame: la vida de un ser abatido por el pasado Afuera hace frío y en cada espacio cerrado también lo parece. Esas cajitas de cristal son las que encierran a Brandon en su trabajo, en el bar o en su casa. Con una paleta de colores con tintes azulados seguimos la vida del protagonista por una Manhattan de clase b. Con un plano cenital vemos a Brandon (Michael Fassbender) recostado en su cama. Las arrugas de las sábanas indican que ha estado despierto toda la noche y a modo de flashback fragmentado conocemos las razones mientras que se funden con el presente lineal. Si Sabina parafrasea diciendo: "El zaguán donde te desnudé sin quitarte la ropa...", en Shame Brandon seduce y conquista con la mirada. Pero solo son encuentros fugaces que se entremezclan con videos de chicas hot y masturbaciones. En el callejón, en el bar gay o el baño de la oficina son los ámbitos donde vemos satisfacer los deseos sexuales a este adicto. Con una vida prolija y ordenada, Brandon sufre un desequilibrio cuando recibe de manera inesperada la visita de su hermana. Gracias a Sissy (Carey Mulligan) podemos deducir algunos aspectos de su pasado. Él, a creado una máscara, un camuflaje que le permite ocultar y de ese modo olvidar –aunque es imposible- lo que ha ocurrido un tiempo atrás. Ella, en cambio, ha podido escapar de ese tormento pero no lo oculta, lo lleva y de la manera que puede. Si en las escenas donde prima la respiración acelerada, el director Steve McQueen, prefiere eliminar el sonido y acompañar la acción con unas notas sostenidas, uno de los momentos más bellos es cuando Sissy interpreta a capella la canción New York, New York. Con una carga emocional intensa, esa escena se convierte en un sutil diálogo entre hermanos desde la mirada, pero también es el único ambiente cálido, y paradójicamente tenso, durante toda la película. McQueen, como en un estado de enamoramiento con la actriz, la filma dándole el tiempo necesario con un plano de su rostro para que podamos desmenuzar cada palabra que interpreta mientras se le aguan los ojos.
Shame empieza con su protagonista, Brandon, desnudo, caminando solo por su departamento, comiendo el desayuno y orinando, todo esto mientras una mujer, hasta el momento desconocida, ruega al teléfono por escuchar su voz, saber de él, estar segura que ella significó algo. Brandon termina sus necesidades y procede a darse una ducha sin haber atendido sus mensajes. Su indiferencia hacia ella es fríamente evidente. Así es como el director Steve McQueen nos presenta a su protagonista, un hombre desconectado emocionalmente de los demás pero con impulsos sexuales inmensos. Impulsos que, cuando no puede expresarlos con alguna mujer, lo hará con sí mismo, ya sea valiéndose de pornografía en revistas, videochats, o simplemente, masturbándose en el baño. Pero todo ese sexo jamás es suficiente. Shame es una de esas películas que desnuda a sus personajes, en forma literal y metafórica. No hay tapujos, no hay tabúes, McQueen refleja el retrato de una sociedad guiada por la superficialidad y, al parecer, las consecuencias de ello. Así en pantalla enfrenta a los dos polos: por un lado a Brandon, el hombre desinteresado de cualquier cosa que involucre sentimentalismo y que sólo busca satisfacer sus deseos, mientras que del otro a su hermana Sissy, emocional y vulnerable, brillantemente interpretada por una Carey Mulligan que merecía estar sentada junto a las nominadas al Oscar esa noche del 26 de febrero pasado. El encanto de la película radica en las actuaciones de sus protagonistas: un ejemplo bastante curioso es la escena en el bar donde ella canta New York, New York de Frank Sinatra, canción que a pesar de tener una letra un tanto agradable, resulta incómoda de ver, pues sabemos que Sissy en realidad está cantándole a la indiferencia de su hermano. En materia de exposición, McQueen no se mide, hace de Shame una película que orgullosamente merece su clasificación extrema, hay escenas de sexo de calidad y en cantidad, pero cada desnudo, cada penetración, cada encuadre, está justificado y significa algo. McQueen hace del acto sexual una poesía de romanticismo, frustración y dolor, hace que signifique algo y no esté ahí sólo por la mera exposición. Ya es de conocimiento público que su punto fuerte es Michael Fassbender, cuya actuación recibió oleadas de aclamación de la crítica y el público. ¿Qué esperar de este estupendo actor?. En efecto, su trabajo es extraordinario, imperdible, valiente y conmovedor, Fassbender da una de las mejores interpretaciones de la década. Su actuación consiste en sutiles pero muy directos gestos, acciones y silencios para saber que por dentro su personaje sufre de una tormento terrible. No hace falta que grite, que rompa cosas y le reclame a Dios en medio de la lluvia el por qué de su existencia y sufrir. ¿Qué si el sexo no es suficiente? ¿Cómo puede ser el placer más grande del mundo resultar algo doloroso? ¿Por qué no se puede conectar con una persona emocionalmente y evitar tener relaciones a la mujer de en frente?. Shame se une a la fila de películas incómodas y profundas como The Last Tango In Paris de Bernardo Bertolucci, Crash de David Cronenberg e incluso, Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick. A McQueen, al igual que los directores de las cintas mencionadas, no le interesa meterse en dilemas morales con sus personajes, decirnos qué está bien y qué está mal, sino simplemente ponerlos en pantalla y mostrarnos su cruel y solitario mundo. Shame es una cinta bellamente fotografiada que merece ser vista por aquel público valiente que no le tema a un retrato en el que pueda verse reflejado. No es una película que se disfrute por morbosidad, ya que ninguna de las escenas de sexo resulta erótica, sino poética, dramática, una película cuyo final puede resultar un golpe bajo al estómago sensible del espectador.
Una película con pelos en las manos Si tuviera aunque sea un poco de suspenso, a esto le podría caber algún título hitchdel tipo «El hombre que se masturbaba demasiado». Pero como no es un thriller sino un drama serio, de arte, podríamos definirlo como una película testimonial sobre el flagelo del onanismo excesivo. El director Steve McQueen (curioso homónimo del superastro sesentista) cuenta la historia de un obseso sexual que percibe su debilidad como algo traumático, vergonzoso. El personaje que personifica Michael Fassbender no puede dejar la pornografía on line, los llamados a chicas profesionales, las fantasías sexuales y la insistente tendencia al placer solitario en cuanta toilette tenga a mano, incluyendo el baño de la oficina (de hecho, desde aquel lejano adolescente sordomudo de «Tristana» de Luis Buñuel, ningún personaje del cine permanecía tanto tiempo encerrándose en los baños, ni siquiera Alvaro Vitali en la saga de films de «Jaimito»). Al principio, la película interesa, y además está bien actuada y filmada, aunque de a poco va abusando de los típicos vicios formales del cine pretendidamente de arte, empezando por la cámara estática y los largos planos de gente que permanece en silencio sin hacer nada. Salvo el protagonista. La aparición de su hermana es el detonante que hace explotar el conflicto en él, ya que al quedarse a vivir en su casa neoyorquina (el film es inglés pero transcurre en Manhattan) lo hace sentir observado y bastante interrumpido en sus prácticas habituales. Como la hermana, Carey Mulligan es lo mejor de la película, e incluso tiene una gran escena en la que canta una extraña versión de «New York New York». Fassbender, en cambio, está dirigido hacia un rango dramático excesivo, pretencioso y finalmente poco creíble, sobre todo a medida que la historia va hacia su desenlace. No es que no tenga algunos buenos momentos, entre ellos un par de logradas escenas de sexo (en compañía) y una premisa que promete algo mejor, especialmente en el primer tercio. Pero, la verdad, la misma compulsión del protagonista pareciera que también afecta al director Steve McQueen.
Cuando sólo se puede pensar en eso Premiada en Venecia, la película del director británico llega precedida por el escándalo, potenciado por la negativa de una cadena de multisalas a exhibirla. Pero no deja de ser un film moralista, que condena a un adicto al sexo al sufrimiento eterno. Desde su estreno en agosto pasado en el Festival de Venecia, donde Michael Fassbender ganó por esta película el premio al mejor actor, Shame viene rodeada de cierta aura de escándalo. Este efecto no hizo sino potenciarse cuando, a fin del año pasado, la cadena multinacional Cinemark, con sede central en Estados Unidos, decidió no proyectarla en ninguno de sus circuitos, lo que ahora afecta también en parte su distribución en Argentina (donde igualmente el film se puede ver en otros complejos multisalas). Ni tanto, ni tan poco. Es verdad que el segundo largometraje del realizador británico Steve McQueen (sin relación alguna con el actor) tiene algunas escenas que no suelen verse, por caso, en el cine mainstream de Hollywood, entre ellas varios desnudos frontales de su protagonista. Pero es cierto también que –más allá de sus supuestas audacias– el film de McQueen no deja de ser una suerte de sermón pagano, un escarmiento moralista sobre un personaje atormentado, que vive el sexo como una adicción y, por lo tanto, como una condena sin remedio. Film casi de cámara por su concentración de personajes y ambientes, Shame tiene en Brandon (Fassbender, el Jung de Un método peligroso) un protagonista casi excluyente. Alto, pintón, ejecutivo de una gran empresa con sede en Manhattan, Brandon parece vivir en la más absoluta soledad, en un departamento tan frío y aséptico como una morgue. Se supone que así es también su personalidad. Nada de compromisos ni afectos, con nadie, de ningún tipo. Lo suyo es una sonrisa distante y sexo casual: puede ser en su casa con una prostituta, en plena calle con una mujer que acaba de conocer en un bar o en el baño de la oficina incluso, donde va a masturbarse, después de haber entrado compulsivamente a sitios porno por Internet. Simplemente, no puede dejar de pensar en eso. Pero tal como lo muestra el director McQueen, allí donde debería haber placer, goce, erotismo sólo hay sufrimiento, angustia, miedo incluso. Algo habrá hecho para padecer tanto, parece decir el film. Especialmente cuando una y otra vez Brandon prefiere no atender el teléfono y escuchar, como un castigo, la voz suplicante en el contestador de una mujer que quiere reencontrarse con él, que necesita verlo, que le implora que al menos levante el auricular y le deje oír su voz. Que esa mujer, Sissy, resulte ser su hermana (Carey Mulligan, la chica de Drive) sugiere un pasado con una relación incestuosa. Y que Sissy finalmente se le aparezca de pronto y se le instale en su departamento casi blindado provocará que el frágil equilibrio emocional de Brandon bascule aún más y que vaya cayendo en círculos cada vez más viciosos y enfermos. Shame es ese tipo de películas infatuadas, convencidas de su propia importancia como artefacto cultural antes que como cine. De hecho, es ese tipo de películas que no saben, no pueden o no quieren dialogar con la historia del cine, al que confunden con eso que antes se denominaba “video-arte”. El formalismo reemplaza a la forma, al punto de que cada plano está tan minuciosamente compuesto, que su iluminación es tan de galería de arte, que no hay verdad alguna en esa construcción. La summa del film, su éxtasis, hace eclosión en un trillado ménage à trois con dos prostitutas, donde Brandon parece sufrir como si atravesara el último círculo del infierno mientras en la banda de sonido se escucha un fragmento de los Preludios y Fugas de Bach, tocado por Glenn Gould. Es difícil imaginar una escena más cursi que ésa.
El trauma del sexo Shame, nuevo film del realizador británico Steve McQueen, es una de esas películas difíciles, de las que se suelen tildar de controvertidas debido a su propenso contenido erótico, a pesar de que éste sea totalmente justificado para argumentar cada situación que propone el relato.
MIENTRAS EL CUERPO AGUANTE Hastío, indiferencia, un cansancio existencial que solo el sexo alivia. Y Brandon acude a él, con enfermiza recurrencia, para combatir un tedio que lo supera. Es una de esas películas donde los personajes no necesitan más que sus obsesiones. Allí encuentra la angustia y una engañosa salida. El tipo consume sexo en varios formatos: por Tv, contratando prostitutas, visitando baños en busca de hombres o mujeres y masturbándose a toda hora. Hasta que aparece su hermana, extraviada también. Pero es la única que ruega por un poco de afecto en medio de un escenario donde solo hay lugar para lo momentáneo, lo violento, lo triste. Su hermana lo pondrá frente a la imagen de la familia y de los lazos duraderos. Y eso acabará sumiendo al protagonista en una crisis más honda. Será ella la que le mostrará que esa existencia transitoria y casual es parte de sus vidas y de su destino. Un filme que quiere decir más de lo que muestra. Exhibicionista, efectista, lánguido y algo impostado. "No somos malos, venimos de un lugar malo" le dice la desesperada hermana a este personaje que recurre maniáticamente a su cuerpo para que le dé noticias de que sigue estando vivo.
Sexópata americano La soledad, la incomunicación, la rutina, el éxito económico, el vacío espiritual, la vergüenza o la carencia de esta. Todo esto nos muestra Shame: sin reservas, la última película del joven guionista y director Steve McQueen, que no debe ser confundido con el famoso actor del mismo nombre. Dicho realizador, nos trae una obra muy crítica con respecto a la sociedad actual y a la supuesta búsqueda de éxito personal profesional, que no es nada menos que un camino mecánico de días de trabajo y soledad espiritual. Desde un comienzo, el film parece remitirnos a la famosa Psicópata americano, en la cual se nos mostraba un paisaje parecido: el microcosmos perfecto de un hombre de negocios con extremos cuidados hacia su propio aspecto exterior y adicto al sexo. La diferencia la hallamos en el tono más realista y dramático del film de McQueen: el protagonista no aparece estereotipado, es un ser real que trata de omitir su emocionalidad. Pero, al igual que el otro personaje, tiene un problema de índole sexual, aunque en este caso no se trata de un psicópata asesino. Brandon, nuestro protagonista interpretado por Michael Fassbender, es un gran consumidor de pornografía y de sexo pago, de hecho prácticamente no puede relacionarse sexualmente con una persona con la que pueda haber sentimientos implicados. Toda mujer entra a su mundo como una mercancía o una mera conquista casual que no volverá a ver. Su rutina laboral y sexual se verá trastornada por la aparición de su hermana Sissy (interpretada por Carey Mulligan), una muchacha que posee también un conflicto de índole sexual, pero prácticamente opuesto al del hermano: se enamora perdidamente del primer hombre que se cruza por su camino. Este personaje será el detonante de la historia y ambos hermanos aparecerán contrapuestos: una con sus emociones constantemente a flor de piel y el otro silenciando todos sus sentimientos. Se trata de una película muy dramática, que no se ahorra detalles que hagan al realismo de los hechos retratados. Desde su comienzo nos introduce en el clima de una New York casi solitaria, vacía, al compás de diversas piezas de Bach. Estos tonos grises, los silencios, intercalados con los hechos relatados, las salidas nocturnas del protagonista, sus revolcones, mantendrán la atención del espectador a lo largo de film. Este mundo de apariencias no dejará de mostrar a cada paso de Brandon una búsqueda de satisfacer cierta angustia, que es quizás consecuencia de años de omisión de los propios sentimientos.
Brandon está construido sobre sus reacciones ante cada situación inesperada pero también sobre sus silencios, sobre lo no dicho, lo que apenas se sugiere. Los primeros minutos de Shame, en los que de manera cadenciosa y paralela Steve McQueen muestra tres momentos en la vida cotidiana de Brandon (otro impagable trabajo de Michael Fassbender), hablan de un realizador que domina el ritmo y la puesta en escena. Este segmento termina cuando el protagonista, convertido en un auténtico cazador del sexo persigue a su posible presa por las entrañas del metro neoyorkino en una secuencia exquisita. Shame es la historia de Brandon, un hombre treintañero y exitoso que vive solo en la gran manzana, consume pornografía constantemente y tiene problemas para relacionarse con las mujeres a un nivel distinto al meramente sexual. Pero más que eso parece querer protegerse de tener o expresar sentimientos. La intromisión de su hermana Sissy en su departamento, y consecuentemente en su vida, pondrá en crisis en estilo de vida de Brandon. El director es muy preciso a la hora de describir a su protagonista, Brandon está construido sobre sus reacciones ante cada situación inesperada pero también sobre sus silencios, sobre lo no dicho, lo que se sugiere. Todo lo que se ve en la pantalla de alguna manera habla del pasado de Brandon y Sissy, pero a la vez de eso no se habla y por ello nunca aparece subrayado. En su personalidad y en su físico Sissy también tiene huellas de ese pasado. Lo más sintomático de Brandon son sus relaciones con las mujeres, al comienzo se lo ve seguro, asertivo, pero el forzado reencuentro con su hermana y un posterior flirteo con una compañera de trabajo, Marianne lo mostrarán vulnerable. Una desgarradora y magistral versión de “New York, New York” interpretada por Sissy perforará la coraza sentimental de Brandon y, en otro momento del filme, su incapacidad de comprometerse le impedirá llegar más allá con Marianne, una persona que tiene una naturaleza diametralmente opuesta a la suya. En este aspecto resulta notable la secuencia de la cena entre ellos, tanto por lo que expresan como por la incomodidad que sienten y transmiten. Shame es el segundo largometraje de un director que narra con la solvencia de los consagrados que apelan a tomas breves y a largos planos secuencias, a “nucas parlantes” y a planos más convencionales según lo pida el relato. De más está decir que cabe esperar mucho de lo que haga en el futuro Steve McQueen.
Pura Pulsion "Shame - sin reservas" viene precedida de una polvareda importante. Pero es realmente lamentable que todo el murmullo previo sea por esa mirada tan "pacata" que tuvo principalmente en el público americano que hace que un desnudo masculino haya generado tanto exabrupto. Parece mentira que en los tiempos que corren, un desnudo frontal y un par de escenas "jugadas" hayan hecho que, incluso, una cadena de cines en nuestro país, haya preferido no exhibirla. Suena retrógrado, no? Lamentablemente, si bien la propuesta es realmente arriesgada, clavar la mirada solamente en eso es porque no han visto mucho otro cine que SI es claramente mucho más explicito y haría que "Shame" termine pareciendo, incluso, un juego de niños (en el último BAFICI, sin ir más lejos filmes como "Q", "Clip", "Pets" "L'Apollonide" o mismo "Hamel" -que se la comparó como una versión femenina de "Shame"- le explicarían a cualquier buen espectador lo que realmente son escenas explícitas y osadas). La propuesta no es arriesgada por lo que muestra sino por la profundidad con que aborda sin demasiados rodeos, un tema poco visitado en el cine y que logra tratarlo sin ningún tipo de discurso moralista. Y justamente mucho del corrillo del Oscar, dice que la gran actuacion de Michael Fassbender quedó fuera de las nominaciones por haber sido un cine que no pudo exhibirse ampliamente en todos los circuitos. Fassbender es Brandon Sullivan, un ejecutivo neoyorkino elegante, seductor, con un buen trabajo y una situación económica holgada. Pero su fachada se resquebraja cuando ya desde la primera escena, el director Steve Mc. Queen nos permite entrever su compulsión por seducir, por abordar un encuentro sexual, por satisfacer sus impulsos. Lisa y llanamente Brandon es un adicto al sexo. Obviamente que en ningún momento se habla de goce, de placer, de encuentro, de entrega. Al contrario, Brandon sufre el infierno personal que conlleva cualquier adicto. Hay una pulsión, una fuerza inmanejable, un rayo que lo atraviesa y que lo lleva a buscar desesperadamente cualquier forma de descarga. Y aún cuando hay señales (como sucede sobre todo en su ámbito laboral) de que esto lo está perjudicando y se está tornando incontrolable, Brando nada puede hacer más que dejarse llevar por esa fuerza, sin poder oponer demasiada resistencia... sábado 28 de abril de 2012Pura pulsión "SHAME - Sin reservas" de Steve McQueen con Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale y Nicole Beharie "Shame - sin reservas" viene precedida de una polvareda importante. Pero es realmente lamentable que todo el murmullo previo sea por esa mirada tan "pacata" que tuvo principalmente en el público americano que hace que un desnudo masculino haya generado tanto exabrupto. Parece mentira que en los tiempos que corren, un desnudo frontal y un par de escenas "jugadas" hayan hecho que, incluso, una cadena de cines en nuestro país, haya preferido no exhibirla. Suena retrógrado, no? Lamentablemente, si bien la propuesta es realmente arriesgada, clavar la mirada solamente en eso es porque no han visto mucho otro cine que SI es claramente mucho más explicito y haría que "Shame" termine pareciendo, incluso, un juego de niños (en el último BAFICI, sin ir más lejos filmes como "Q", "Clip", "Pets" "L'Apollonide" o mismo "Hamel" -que se la comparó como una versión femenina de "Shame"- le explicarían a cualquier buen espectador lo que realmente son escenas explícitas y osadas). La propuesta no es arriesgada por lo que muestra sino por la profundidad con que aborda sin demasiados rodeos, un tema poco visitado en el cine y que logra tratarlo sin ningún tipo de discurso moralista. Y justamente mucho del corrillo del Oscar, dice que la gran actuacion de Michael Fassbender quedó fuera de las nominaciones por haber sido un cine que no pudo exhibirse ampliamente en todos los circuitos. Fassbender es Brandon Sullivan, un ejecutivo neoyorkino elegante, seductor, con un buen trabajo y una situación económica holgada. Pero su fachada se resquebraja cuando ya desde la primera escena, el director Steve Mc. Queen nos permite entrever su compulsión por seducir, por abordar un encuentro sexual, por satisfacer sus impulsos. Lisa y llanamente Brandon es un adicto al sexo. Obviamente que en ningún momento se habla de goce, de placer, de encuentro, de entrega. Al contrario, Brandon sufre el infierno personal que conlleva cualquier adicto. Hay una pulsión, una fuerza inmanejable, un rayo que lo atraviesa y que lo lleva a buscar desesperadamente cualquier forma de descarga. Y aún cuando hay señales (como sucede sobre todo en su ámbito laboral) de que esto lo está perjudicando y se está tornando incontrolable, Brando nada puede hacer más que dejarse llevar por esa fuerza, sin poder oponer demasiada resistencia... Lo mismo puede darle no conocer prácticamente quien es su partenaire, masturbarse en cualquier rincón de la ciudad y en cualquier momento - incluido en sus horarios de trabajo-, a consumir pornografía via internet -su PC está tan infectada que su jefe le llama la atención cuando viene la gente de Sistemas a revisar la red-, establecer relaciones completamente ocasionales, contratar prostitutas o sentirse seducido a incorporarse a los juegos eróticos del cuarto oscuro de un club gay. La interesante mirada de Steve Mc. Queen en éste, su segundo largometraje (el primero es "Hunger" no conocido en nuestro pais), hace que la historia no pase justamente por los lugares comunes ni por el interés de mostrar escenas subidas de tono (como mucha de aquellas en la que la prensa previa intenta detenerse) ni de bajar ningún tipo de discurso. Mc. Queen se juega por mostrar mediante diferentes viñetas, situaciones, momentos pequeños de ese infierno personal de Brandon: la imposibilidad de conectarse con sus pasiones, con sus afectos, con su deseo interior. Su imposibildad de sentir. Y si bien, hay como un "descenso a los infiernos" que se muestra en tantas películas relacionadas con el tema de las adicciones, el mundo de Brandon se resquebraja todavía más cuando aparece en escena, visitando su departamento neoyorkino, su hermana Sissy (Carey Mulligan, de "An education- Enseñanza de vida", recientemente vista en "Drive" y "Nunca me abandones"). Ya ingresados en la profundidad de la historia, Mc Queen retrata a esos dos hermanos que se atraen y se repelen casi con la misma intensidad. Dos almas que evidentemente necesitan refugiarse uno en el otro, pero no saben cómo. Recortados de su historia familiar, poco sabemos de lo que haya pasado, pero nos queda claro que han atravesado momentos que los han lastimado, y mucho, y que hoy, adultos, todavía no pueden encontrar su lugar. Y que aún siendo ellos mismos, los que tienen la posibilidad de repararse el uno al otro y reconstruirse, no encuentran la forma posible de entenderse y de acompañarse. Es increible que el mismo Fassbender que vimos algunas semanas atrás en "Un método peligroso" o el Magneto de "X-men" se meta en la piel de Brandon y logre componer con tanta fidelidad la fachada de seguridad y seducción que tiene su personaje en la faceta exterior -su mirada pública-, como internarse en las zonas más oscuras a las que el director accede con sólo mostrar algunos de sus actos privados. Sin poner una mirada censora o de prejuicio respecto de lo que el protagonista hace, sencillamente los retrata, y en eso radica su fuerza y su espontaneidad. Es éste indudablemente el elemento fundamental de "Shame" : el hecho de que Mc Queen deje correr a sus criaturas sin sentenciarlas, sin someterlas a ningún juicio de valor, permitiéndoles ser, con todas sus contradicciones y con todas sus imposibilidades. Fassbender y Mulligan se bridan completamente a ponerse la piel de sus personajes en dos composiciones avasallantes (además Mulligan tiene una escena donde hace un cover de "New York, New York" completamente antológico), llenas de matices y con una entrega absoluta. Para ese momento, va a ser difícil no haber caido en la hipnótica cámara con la que Mc. Queen nos presenta la historia, habernos dejado llevar por un derrotero personal tan íntimo, y sufrir junto con los personajes. Y ahi es donde "Shame" crece y se agiganta, mucho más que en un simple desnudo o un encuentro sexual.
Vergüenza (debería darte) En el fondo de Shame late una historia: la de un hombre hastiado, disconforme, inhabilitado para funcionar dentro de los parámetros estrechos de la vida diaria que el mundo le impone. Probablemente un caso patológico, pero en el que la enfermedad se despliega como una vía de escape posible. Solo que a fin de cuentas no hay escape. En verdad, Shame hereda un pesimismo realista que parece aceptar a regañadientes, con el único fin de ejercer mejor la reconvención moral mediante las piruetas automáticas del guión. En la superficie lustrosa de la película, lo que hay es una disposición incincera de escenas sin mayor hilación ni contundencia, donde el efecto artístico reemplaza al cine por el camino de la presunta belleza fotográfica (el director Steve McQueen se solaza especialmente en las vistas nocturnas de Nueva York), sumada al énfasis dramático del primer plano y al auxilio incesante de la música con cuerdas digitales. En los primeros minutos de Shame, el protagonista se pasea en pelotas delante de cámara, a modo de engañoso adelanto del raid sexual de cotillón que el personaje realiza en la película y preparando quizá al espectador para una sensación de caída y derrota que se acentúa con los comentarios musicales de inspiración clásica y con las morisquetas estólidas del actor que lo encarna. La seguidilla de planos en loop del hombre encerrándose en el baño de su casa parece destinada a remarcar el carácter sin salida de su pasión. Cuando, en una escena lo más ridícula imaginable, capta con la mirada la atención de una chica en el subte, la sigue y termina perdiéndola entre el gentío, un plano lo muestra metiéndose apresuradamente en el baño de la oficina. Shame es una película menos sexual que pajera en el sentido estricto de la expresión. McQueen no se conforma con eso, sin embargo, ese deambular entre placeres furtivos y pasos de seducción truncos con fuerte carga moral encima. A su solitario protagonista le agrega una hermana díscola que está sola en la gran ciudad y que le cae como de regalo en el departamento. No se sabe del todo qué clase de infancia tuvieron juntos en su pueblo natal, pero las invocaciones sentimentales de la chica a alguna clase de sufrimiento pasado le agregan a la historia un toque de psicología al paso. Cuando el tipo la mira cantar en un boliche le cae una lágrima rodando por la mejilla; después sufre como un loco cuando oye sus maniobras sexuales con un amante ocasional, que resulta ser el jefe de él. Shame amaga por un instante con indagar en la relación entre erotismo y poder pero se decanta enseguida por la solemnidad de su proposición inicial, en la que el sexo resulta insuficiente para paliar la soledad y la alineación y se transforma en condena de manera sumaria. McQueen es alguna clase de artista visual antes que director de cine. La increíble falta de timing narrativo, la carencia absoluta de imaginación, la torpeza y la moralina parecen residuos de un cine al que se accede sin curiosidad ni mayor interés que el de destilar de allí un mensaje previamente establecido y legitimado.
Bajos instintos El director Steve McQueen es el responsable de la producción que me ocupa, homónimo del recordado actor protagonista de “Bullit” (1968) de Peter Yates, al que nada los une en relación al parentesco, y creo no estar demasiado equivocado al pensar que también los separaría las inquietudes y temas que los apasionan y los desvelan. El rubio actor, fanático de las motos y la vida a gran velocidad, en contraposición del director de raza negra, quien parece obsesionado con las vicisitudes del goce corporal, de una adicción al placer sexual sin otra explicación que el acto dado, toda una exploración de la corporalidad y sus limites o infinitudes. Brandon Sullivan (Michael Fassbender) es un habitante de la gran manzana, Nueva York, ciudad elegida por el personaje que, casi ninguna en el mundo, refleja lo cosmopolita y permite el anonimato. No es la Nueva York pintada por Woody Allen, es otra. Es un monstruo que puede fagocitar a sus habitantes sin que nadie repare en el otro. Recuerdo de “Perdidos en la noche” (1969), de John Schlesinger, la escena en que Joe Buck, recién llegado a la metrópoli, recorriendo por la ciudad ve un hombre tirado en la vereda siendo el único que lo registra. Brandon transita de una mujer a otra, sea una prostituta o una vecina, o a un hombre, su increíble incapacidad de amar va en relación directa y proporcional con su deseo sexual, así es como nada esta puesto en tela de juicio cuando de satisfacer sus instintos se trata, da lo mismo un acto onanista como cualquier otro cuerpo como objeto de complacencia. Ese deambular sin destino prefijado ni sueños observados, por el sólo hecho de respirar y durar, satisfaciendo necesidades entre biológicas y psíquicamente compulsivas, se ve interrumpida por Sissy (Carey Mulligan), hermana menor de Brandon,. Algo del recuerdo de afectos filiales se actualiza y se terminan potenciando cuando él va a escucharla cantar en un show, interpretando ella una versión extraordinaria del clásico “New York, New York”, compuesta en 1977 por John Kander y Fred Ebb, tema que ha quedado grabada en la memoria en las versiones de Liza Minelli, quien la estreno en el filme homónimo de Martin Scorsece, y tres años después hiciera definitivamente famosa Frank Sinatra, sobre estas compite y sale airosa la bellísima actriz londinense. El extenderme sobre la canción no es casual ya que su inclusión en esta producción tampoco lo es, sobre todo cuando la letra habla de los deseos de triunfar en la gran metrópoli y dejar de ser anónimos. Guionistas y realizador no juzga a sus criaturas, sólo las describen, las pone en situación, en acción, por momentos con largos planos, temporalmente hablando, cual si fuese una larga letanía contemplativa, y en otros trabajados como si se tratase de un filme de acción con planos cortos, rápidos, todo según el momento vivido por los personajes, elección que otorga al filme una expresividad de los hechos que de otra manera se esfumarían. Sissy le hará recordar a Brandon que hay otro distinto, independiente y a la vez necesitado de él, situación que había extraviado por completo. El texto no presenta baches narrativos, siempre hay algo del orden de la imagen que sostiene el interés, ello gracias a la muy buena dirección de arte, la destacada dirección de fotografía y el empleo de la luz, creando climas exactos según el momento del relato que así lo requiera. Pero el principal atractivo, se podría decir imán, en cuanto lo que atrae, son las maravillosas actuaciones de la pareja de hermanos protagónica. El tema traerá aparejado grandes debates, algunos se inclinarán por la vertiente psicológica, otra por lo inherente a la moral, nadie que la vea saldrá indemne.
Una película que si bien no es apta para impresionables, cuenta con una interpretación brillante a cargo de Michael Fassbender. Días Sin Huella de Billy Wilder, fue la primer película en retratar seriamente el alcoholismo. El Hombre del Brazo de Oro de Otto Preminger hizo lo propio retratando la drogadicción. Pero de la adicción al sexo, cosa que no fue reconocida como tal hasta entrados los 90’s, nuca tuvo una película que retratara como corresponde los efectos que esa adicción tiene en la vida de quien la padece. En materia guion aplaudo a Steve McQueen (no confundir con el actor de Bullitt) y a su guionista Abi Morgan (en un salto de calidad tremendo respecto de La Dama de Hierro), porque la estructura y el desarrollo de los personajes denota una extensa investigación sobre el tema. Cualquier otro guionista se hubiera limitado a mostrar al personaje principal tener sexo con muchas mujeres, y eso hubiera bastado. Pero no, eso es apenas un aspecto, se animan a mostrar a un hombre cuya adicción al sexo tiene un rol tan protagónico en su vida, que muchas veces no necesita de otra persona para practicarlo. Claro que una vida tan “descontrolada” tenía que tener un palo en la rueda, sino no habría película, y los guionistas lo han dejado en manos de la hermana menor del protagonista, una chica notoriamente depresiva y dependiente emocionalmente, que obliga al protagonista lentamente a sincerarse respecto de su adicción. El guion es sólido en materia de subtexto, muchas escenas que están entre lo mejorcito de la película no usan palabras en lo absoluto (Atención a las escenas con el personaje de Michael Fassbender en el Subte), y sin embargo llegan a comunicar millones de cosas. Sobre todo, cosas del pasado de los personajes, insertadas de un modo tan sutil que cuando la información te llega al cerebro sabes porque les pasa lo que les pasa y porque se comportan como se comportan. En el aspecto técnico, tenemos una paleta de colores mayoritariamente fríos, pero que pasan a la calidez en momentos muy puntuales de la película. El montaje es todo un desafío a la paciencia, ya que deja pasar segmentos muy largos antes de animarse a dar el corte. El trabajo de cámara en 2.35:1 está también muy logrado y con un muy elaborado sentido de la composición. Sobra destacar que el trabajo del diseño de sonido es también excelente; metiéndonos dentro de lo que piensa el personaje de Fassbender, oímos lo que el oye, en su departamento, hasta la música que el escucha cuando sale a trotar por la noche. En materia actuación, Carey Mulligan entrega una interpretación muy creíble y a la altura del desafío. La chica sabe comunicar lo que siente el personaje con pocas palabras, y cuando no con gestos. Atención a la escena donde canta New York, New York. Uno no puede evitar sentir lo que pasa por la cabeza de la chica cuando entona la legendaria canción de Frank Sinatra. Si uno escucha muy de cerca el tono, la manera en la que confunde la letra, y sobre todo la tristeza con la que comunica la canción, uno se termina percatando que de la mano de la letra ella esta contando los temas de la película. Esta película para nada sería lo que es sin el extraordinario actor que McQueen encontró en Michael Fassbender. Más allá del evidente logro estético que es la película, Fassbender se lleva la película el hombro. El nivel de expresividad que tiene el tipo no tiene parangón, la manera en la que el tipo trabaja el personaje, sin prisa pero sin pausa, es un ejercicio de actuación que no merece otra cosa más que admiración. Esto alcanza su punto álgido en el tramo final de la película. El mérito aquí es doble porque no cualquiera se anima a dar vida a un personaje de esta naturaleza, sobre todo en sus momentos más oscuros que es donde se puede ver en toda su naturaleza la “Vergüenza” a la que alude el título. Conclusión: Con base en un guión sutilmente solido pero intenso en el tratamiento de sus temas, e interpretaciones que no son otra cosa que excelentes por llevar más allá del buen puerto algo que es todo un desafío, Shame es una película de imágenes fuertes y ritmo pausado. Aquellos que sean impresionables o impacientes son capaces de hacerla a un lado. Pero si son pacientes y capaces de superar su impresión, se encontraran con una película que consigue con creces lo que solo un puñado consiguen: Que un film meramente temático quede arraigado en la memoria del espectador por la intensidad de unas emociones que más de uno tiene o ha tenido y se ha visto identificado con ellas.
LOS CUERPOS MARCADOS El revés de la trama Es un tema interesante el del sexo en el cine. Mientras que la violencia ha sido superada como tabú en las películas hace décadas, el sexo aún no goza de esa libertad ni de esa aceptación. Es por esto quizá que películas como Shame despiertan una polémica que las excede como film y se instaura como factor social, generando así amantes y detractores por igual. La negativa de la cadena mundial Cinemark de proyectar esta película en sus salas es un ejemplo exacto de esto. En este caso en particular, la causa de la polémica radica en el tema central del guión y no en su enfoque posterior ni en su tratamiento formalmente cinematográfico. Es decir, en Shame lo polémico es la base, pero el tratamiento que se le da a la misma es completamente convencional. Su director, Steve McQueen, dirigió en el año 2008 la película Hunger (no tuvo distribución en nuestro país), sobre la historia de Bobby Sands, un miembro de la IRA que desde la prisión lleva a cabo una huelga de hambre. También con Michael Fassbender en el rol protagónico, este duro film no estuvo exento de controversia. Así, la dupla McQueen-Fassbender ya se ha convertido en una relación de director-actor fetiche (de hecho están nuevamente juntos en la preproducción del film Twelve years a slave, la historia de un esclavo en la Nueva York del siglo XIX cuyo estreno está previsto para el 2013), y es una sociedad que promete desde el vamos tratar temas poco usuales, tópicos que no son muy comunes y que seducen y atraen por la polémica que los rodea. Fassbender brinda una actuación acertada y contenida. El relato de Shame se centra en Brandon Sullivan, un hombre que vive en Nueva York y que posee una irreversible adicción al sexo. Al sexo como impulso arrebatado de cualquier sentimiento, como descargo, como acción individual. Alguna desconocida de un bar, una prostituta o algún hombre. El otro no importa. Se trata de la necesidad de un fin, de una concreción- el orgasmo; el medio es lo de menos. Esta dependencia absoluta provoca en Brandon una incapacidad para relacionarse emocionalmente, una barrera al momento de involucrarse con un otro que dificulta y entorpece su vida social. Todo esto se ve puesto en crisis con la visita (espontánea y por lo tanto impuesta) de su hermana- aquella voz en el contestador del teléfono que azota a Brandon en las primeras escenas del film. Ella es, se podría decir, lo opuesto al protagonista, y su carácter funciona como antinomia del de Brandon. Sin saberlo, lo cuestiona y lo derrumba, lo hace estallar en mil pedazos por su sola existencia, por su simple estadía en su departamento. La intimidad demolida, la privacidad transformada en hecho público. Para Brandon, que alguien como su hermana permanezca en (le quite su) espacio personal es un abuso, una violación de su bien más preciado: él mismo. El film presenta desde lo formal varios logros a destacar, y una clara intencionalidad por parte de McQueen. La cámara alterna entre largos planos secuencia estáticos o con travelling y tomas cortas, cámara en mano. Los encuadres son precisos, filosos, calculados. Ya desde el comienzo, en la primera toma del film, se aprecia este rasgo: Brandon recostado, con la mirada perdida. El encuadre es recortado, propone (impone, claro está) una lectura. Luego de unos cuantos segundos, Brandon se levanta y abre la cortina- la cámara se queda allí, inmóvil, y sobre las sábanas arrugadas se sobreimprime el título del film. Es que el gran acierto de McQueen (y para mí el mayor logro del film) es el de dar una intencionalidad dramática a las decisiones formales, en este caso, al emplazamiento de la cámara. Detrás de Shame no hay intenciones caprichosas, sino calculadas y fundamentadas. La carga simbólica es enorme, y hacia eso tiende cada plano. En la escena en la que Brandon encuentra a Sissy en su departamento esto es evidente. La cámara en mano sigue a Brandon, quien toma un bate de un armario y se dirige al baño. Entra abruptamente al mismo, todo mediante un plano secuencia, y se encuentra a su hermana desnuda, bañándose, quien se asusta de la violencia de Brandon. El plano de conversación entre ambos es preciso: Brandon a izquierda de cuadro, con el bate en sus manos, y Sissy a la derecha, reflejada en un espejo, desnuda. Así, vemos un reflejo de esta hermana, no la vemos a ella; ambos se miran y hablan, se insultan y permanecen callados. Ella ríe y sonríe. No hay pudor en su cuerpo desnudo. La cámara en mano y la larga duración del plano incomoda, plantea un conflicto casi invisible pero palpable, consistente. No hace falta más para que entendamos lo extraño de esa relación; McQueen nos susurra, bien por lo bajo y con elementos puramente cinematográficos, un pasado conflictivo entre ambos, quizá incestuoso. Lo fálico esta resaltado en otras varias escenas del film, como es en este caso con el bate que Brandon lleva en sus manos, y también en el recurrente escenario del subte, en el poste metálico del vagón del que se toma la mujer del comienzo, en esa pseudo masturbación de Brandon en la cocina de su trabajo agitando un sobrecito de azúcar rápidamente y en la exagerada expresión de placer de Sissy al tomar el jugo de naranja en su primer desayuno en el departamento del protagonista. Todo este subtexto sexual abunda en el film, y eso hace que sume en riqueza simbólica. Hay una constante en Shame, y en las constantes es en donde se encripta la intencionalidad del autor: el tratamiento de estos dos cuerpos, el de Brandon y el de Sissy, en la composición del cuadro. Siempre que se encuentran uno junto al otro, la cámara los retrata desde atrás- vemos sus espaldas, sus nucas, y sus perfiles. Apreciamos más los movimientos corporales y lo que llevan de vestir antes que sus expresiones, y esto es lo que desea McQueen: retratar cuerpos, no personajes. La primera vez que esto sucede, se encuentran esperando al subte. Él viste, como en casi toda la película, un traje negro, elegante y austero. Ella, en cambio, lleva una campera símil leopardo y un sombrero rojo. Es un felino, llamativa y grotesca al lado de Brandon. Este tratamiento de los cuerpos es notorio, y plantea una dualidad muy interesante en estos dos personajes. Es la ruptura de la cotidianidad del protagonista, la invasión absoluta de su personalidad. Al final del film, serán los mismos cuerpos, los cuerpos marcados, los que sintetizarán todo el film en forma de cicatrices indelebles; aquella piel rota y vuelta a sanar- el recordatorio de lo vivido. Más avanzado el film, cuando Sissy se lleva al departamento al jefe de Brandon, éste no puede soportarlo. El sonido que hacen en el cuarto es exagerado e inverosímil, todo lo vemos y oímos a través de la percepción deformada de Brandon, eco quizás de un pasado oscuro (así como también resulta inverosímil la manera de sucumbir de las mujeres frente a la seducción de Brandon, son como figuritas de cartón, porque en definitiva así son como las ve él). El protagonista comienza a desvestirse; McQueen nos plantea, como en un amague, la posibilidad de que Brandon se masturbe escuchándolos. Pero no, el personaje se cambia de ropa y sale a correr. Esta corrida solitaria es una exteriorización de lo que sucede dentro de Brandon, y el largo plano secuencia lateral por el que opta McQueen es acertado y transmite una desolación devastadora, siguiendo al personaje por esas calles vacías, en aquel ambiente nocturno, anaranjado, despojado de todo. Brandon corre de su hermana, se aleja de ella- al final, será una corrida similar, fruto también de una desesperación, la que lo lleva con ella. Funciona de manera simétrica, siempre mediante el plano secuencia, la constante que en este caso nos evidencia el discurso del realizador. Los travellings en la oficina de Brandon también cumplen esta función: son casi laberínticos, y nos llevan a través de esas oficinas, plagadas de reflejos (los personajes allí son reflejos en los vidrios), en esa monotonía en la que todos están inmersos. La intencionalidad detrás del encuadre: los personajes en su función básica de cuerpos. Hay dos escenas de Shame que se destacan por la utilización prolongada de planos secuencia predominantemente estáticos. Y en ambas sucede algo similar: son las dos situaciones en las que durante el desarrollo de la trama, previo al final apoteótico, Brandon da muestra de sus sentimientos, los exterioriza de manera física. La primera es el momento en que Sissy entona una versión bastante personal de New York, New York. No hay nada que mencionar sobre esta escena que no se haya dicho ya (todos la crítica existente de la película trata el tema); lo importante es su ritmo interno: lento, estático y cadencioso. Se trata de un plano frontal fijo de Sissy, de unos cuantos minutos de duración, alternado con un plano más abierto del rostro de Brandon, quien la mira con emoción contenida. Todo lo que hay detrás de la lágrima que derrama se encuentra implícito, herméticamente sellado, y esto es un logro de McQueen y de Fassbender: su personaje demuestra tener un pasado muy concreto, sabe en todo momento de dónde viene. Este momento se destaca por la vulnerabilidad pasajera del protagonista, y le otorga densidad. La otra escena es cuando se encuentra en su cama con Marianne, su compañera de trabajo. Se trata también de un plano prolongadísimo; asistimos a la seducción y al inicio del acto sexual frustrado de Brandon. Su disfuncionalidad es clave para el personaje; la imposibilidad de concretar su necesidad concluye en una frustración absoluta. Por eso es que McQueen se detiene en los momentos previos de interacción entre Brandon y Marianne, justamente porque, en un comienzo, esta relación está planteada como la posibilidad del protagonista de relacionarse. Hay algo más que deseo sexual allí, y el film se toma su tiempo para hacernos notar eso. En la escena del restaurant, en la que ambos conversan algo incómodamente, McQueen acerca su cámara lentamente, de manera fragmentada: las intervenciones del molesto mozo (quizás la única escena con ribetes de comedia) sirven de pausa, de intervalo para este acercamiento casi imperceptible. Todo comienza en un plano general, y termina en un plano cerrado que contiene a ambos; esta secuencia demuestra la destreza formal del film para introducirnos en diversas situaciones. La culminación con aquella escena en la cama del protagonista aporta una conclusión: Brandon sólo puede tener relaciones sexuales con cuerpos anónimos (de hecho, todo el sexo que vemos a lo largo del film carece de atractivo, no es excitante ni mucho menos). Es aquí que se ve sintetizado, de manera connotativa, el delineamiento psicológico del personaje, soportado a su vez por grandes actuaciones. Principalmente la de Michael Fassbender. Precisa, enorme, cautivadora, logra el mejor papel de su carrera. Carey Mulligan también logra componer a la perfección a un personaje complejo y contradictorio. Más allá de lo formal, y sin dejar de lado todos sus aciertos en materia de lenguaje cinematográfico, a mi parecer Shame falla en su estructura, no por la elección del relato fragmentado temporalmente (que en cierto nivel funciona), sino en su intento de comprometer al espectador. Un claro ejemplo de eso es la secuencia inicial. McQueen plantea algo parecido a un preludio musical: en los primeros minutos se nos muestra la enfermedad de Brandon y se pone en el centro de la cuestión su cualidad de personaje trágico. Y aquí es en donde no comparto la intención de McQueen. Es imposible que como espectadores sintamos empatía hacia el personaje o podamos identificarnos con aquella música avasallante al instante de haber comenzado la película. Digo esto porque no se trata de una mera secuencia musical, sino que es una introducción que exige nuestro comprometimiento para con los sentimientos del personaje. La tragedia se ve diluída en gran parte debido a esto: hubiera funcionado mejor un comienzo más pausado, que nos adentrara en el conflicto interno del personaje (y en el conflicto del relato) y no nos lo arrojara sobre la cabeza apenas empieza el film. Leí en diversos medios que McQueen logra retratar a un personaje de una manera objetiva, sin prejuicios, sin condenarlo. A mi parecer, esto es completamente al revés. Lo condena ampliamente, lo convierte en mártir desde el primer instante de la película. La actitud de Brandon no es más patológica que la de su jefe o que la de su hermana. Y el planteo estructural de la película, con esa suerte de final circular en el que Brandon se enfrenta nuevamente a la mujer a la que al principio del film había perseguido como si fuera su presa por los túneles y escaleras del subte, es completamente innecesario. Porque en definitiva, es más interesante narrar la enfermedad de ese hombre sin recurrir a la trillada pregunta: ¿se curará o no?. Eso carece de importancia, no es relevante en el mismísimo desarrollo del film. En ningún momento deseamos que Brandon se cure, principalmente porque no es a donde nos lleva la película. Es por esto que esa última escena, en la que se nos deja abierta la posibilidad de que Brandon vuelva o no a incidir en la búsqueda desesperada de sexo, carece de atractivo, y hace que el relato pierda fuerza: lo que hasta el momento parecía un descarnado retrato de un hombre en lucha con sus adicciones (y por lo tanto sus miedos y sus traumas- una lucha consigo mismo) se convierte en un retrato de un enfermo que quiere (y debe) curarse. Esta visión es simplificadora y mucho menos interesante de lo que proponía; Shame entonces se erige como un animal que se muerde la cola: todo el tiempo cree ser original y auténtica, pero en su regodeo termina pareciéndose a muchos otros films. "No somos malas personas. Sólo venimos de un lugar malo", susurra Sissy al contestador de Brandon hacia el final. Salvando cualquier distancia, algo similar le sucede a la película.
El sexo como tormento El director Steve McQueen es un caso aparte. Uno de esos cineastas incómodos que tocan temáticas molestas, que proponen películas atípicas de las que no se puede ser indiferente. Hace poco había sorprendido con su debut Hunger, un filme terrible sobre presos del IRA y huelgas de hambre, y aquí hay una vez más cierto foco en el cuerpo y en la autoflagelación. Pero lo llamativo de esta película no es la temática sino el enfoque: el protagonista es una vez más el brillante Michael Fassbender (era el crítico de cine infiltrado de Bastardos sin gloria), un satiriaco, un obsesivo del sexo que en apariencia tendría todo lo que podría necesitar para estar complacido; es exitoso económicamente y con las mujeres y, pese a tener sexo frecuente y de lo más variado, vive sin embargo una profunda y constante aflicción. Cuando su inestable hermana –la omnipresente Carey Mulligan- se instala en su apartamento de Nueva York, su mundo se da vuelta. Ella le recuerda un pasado familiar que prefiere olvidar –hasta queda implantada la sospecha de que pudo haber existido una relación incestuosa entre ellos dos-, encarna el desorden del que él quiere escapar y, peor que todo eso junto, significa un terrible reflejo de si mismo. Quizá ella sufra una patología distinta, pero comparten una base en común; la autodestrucción. Se ha dicho que esta película es moralista, pero es difícil percibir tal característica. La “vergüenza” del título –que sería más bien una desesperación- refiere a que el protagonista es incapaz de contenerse, a que se muestra incapacitado de controlar su propia psiquis. Aquí no se condena ninguna práctica en particular sino que se remite a mostrar la vida de un adicto, perjudicial y terrorífica como cualquier otra vida de excesos. Porque McQueen da a entender que los perfiles expuestos –el del protagonista y de su hermana- no son casos aislados ni mucho menos. Nótese el momento en que un suicidio en las vías de subte dispara la preocupación del personaje, coincidiéndose en el tiempo con el intento de suicidio de su hermana. Él hace uso de todos esos servicios sexuales que existen en la actualidad -como ciertas páginas web de uso exclusivo o pubs de sexo gay inmediato, que finalmente resultan estar repletos de usuarios- y que mueven a la pregunta: “¿qué clase de personas utilizan esto?”. El protagonista, un empedernido compulso que necesita llenar un vacío, lo hace explotando todo el tiempo ciertas vías que la sociedad le sirve en bandeja, y que también son estimuladas desde valores y una educación que ensalzan y en cierto grado promueven la "expresión" del macho viril. El brillante Michael Fassbender encarna a uno de esos personajes de pocas palabras, callados, de sentimientos reprimidos que finalmente explotan en acciones poco convencionales. De esos personajes que funcionan como recipientes, en los que el espectador puede volcar experiencias personales para completarlos, para responder las acuciantes preguntas ¿por qué? y ¿con qué sentido? Shame es de esas películas que expresan mucho sobre una sociedad y un tiempo, y que dejan a los espectadores con incógnitas repicando en su cabeza. Eso siempre es bueno.
Entre la desolación y el vacío existencial La película de McQueen se puede leer como una nueva manera de comprender los modos en que se manifiestan la soledad y la incomunicación en nuestro tiempo. Un film controversial por la crudeza de las imágenes que aluden a las adicciones sexuales. Precedida por una serie de actitudes censoras, no sólo en el plano de algunas críticas periodísticas, sino en la decisión de no exhibirla en una cadena de cines de nuestro país; identificado el film por ciertas notas de "elevado tono" en lo que hace a la mostración directa, tal como algunos medios se encargaron de subrayar; el estreno de un film como "Shame" nos coloca frente a un exponente abiertamente situado ante un escenario de desolación y vacío existencial que, de inmediato, desautoriza tan ligeras y simplificadas opiniones, que no han hecho más que alimentar las tan encendidas argumentaciones de tantos cruzados fundamentalistas. El segundo film de Steve McQueen, realizador londinense nacido en Londres en l969, dedicado por igual a la fotografía y al videoarte, desde el momento de su presentación en el Festival de Venecia en el 2011, donde su actor principal obtuvo el galardón máximo, viene suscitando respuestas controvertidas. Y las mismas se juegan en parte por algunos aspectos ya señalados y por otro lado, por lo que algunos consideran, desde el título mismo, "Vergüenza", el carácter "moralista" del film. Entre estas dos posiciones que han provocado grandes debates, el film viene abriéndose paso y promete ya abrir todo un nuevo capítulo en la historia del llamado Cine Erótico, como en algún momento lo señalara, "Ultimo tango en París" en 1972, de Bernardo Bertolucci. En esa Nueva York que desde 1928 el eximio realizador King Vidor ha identificado desde su film "The Crowd? Y el mundo marcha" como el centro neurálgico de las grandes operaciones y el motor de esos espejismos que empujan al hombre a un estado de alienación y soledad; en el circuito mismo de la llamada la Gran Manzana, el exitoso y ascendente Brandon Sullivan, treintañero, y poseedor de un pasaporte al triunfalismo, vivirá relaciones ocasionales al ritmo de encuentros virtuales, con imágenes que ofrece su computer, con mujeres que fugazmente cruzarán su dormitorio. En tal caso el único contacto permanente es el que establece con su propio miembro, a través de movimientos frenéticos y compulsivos, sea en su propio hogar o bien en la oficina. Su modo de ver, de acercarse a los demás, marca una zona límite, la del no compromiso directo. Y lo hace y lo seguirá haciendo internándose por riegosos y anónimos espacios, allí, donde es necesario darse a conocer; donde no hay que hay que saber el nombre del otro, ni dar a conocer el propio. Lejos de ser una relación sexual la que establece con el mundo, Brandon lo que pone en juego es un acto individual de su genitalidad. El Otro sólo sería esa pantalla en la cual refleja su accionar. El Otro no tiene nombre, no tiene historia. Desde su accionar, Brandon irá ingresando en una espiral descendente que lo llevará a exponer frente a nosotros, ya no sólo lo que en los primeros momentos es su frontalidad, su genitalidad expresa, sino su más quebrada fragilidad. Si en las primeras secuencias del film, Brandon intenta mostrarse seguro de sí mismo, ajeno a ciertas perturbaciones, indiferente frente a ese llamado telefónico que le anuncia una inminente voz que recalará de inmediato en su propia escena; si en esos primeros momentos, Brandon se asume como el triunfador yuppie que pasea su desnudez por el interior de su lujoso departamento ante cualquier conquista de su caprichosa cacería; será, ante la llegada de su hermana Sissy, de manera inesperada, que toda su historia silenciada, tomará otro derrotero. Michael Fassbender, quien interpreta a Carl Gustav Jung en el film que se exhibe en estos días "Un metodo peligroso" y que fuera el intérprete del primer film de McQueen, "Hunger", sobre la historia en prisión del soldado del IRA, Bobby Sands, en los años de la opresora Thatcher, logra momentos de desesperada conflictividad dramática junto a Carey Mulligan, como Sissy, su hermana en la ficción, a partir de esos rechazos y desencuentros, desprecio y reclamos, que ponen en evidencia una historia anterior que no se evidencia ni se explicita jamás. Pero que asoma por entre las rendijas de lo que no se pudo alcanzar, cuando el hermano con lágrimas en los ojos, la escucha cantar, esa noche, en ese club, con su voz forzada y opaca, "New York, New York". Más cerca del cine independiente de los años 70, pienso en Robert Altman y en el mismo Mike Nichols, que en el de hoy, con una aproximación a un trabajo en el plano sonoro que no sólo crea atmósferas sino que otorga proyección y relieve a la textura casi trágica y desde una opaca iluminación, por momentos acerada y en tono pastel, SHAME rompe esa estructura vidriada una individualidad y se puede leer como una nueva manera de comprender los modos en que se manifiestan la soledad y la incomunicación en nuestro tiempo. Términos que, en los años 60, nos llevaban a los nombres de Louis Malle, Michelangelo Antonioni, David José Kohon, John Cassavetes, Rodolfo Kuhn, Carlos Saura, Ingmar Bergman, entre otros. Las distintas gradaciones sonoras adquieren en "Shame" una construcción que se pueden seguir desde una operación del mismo montaje que va prefigurando ese último momento, tan presente en la memoria del espectador, desde el recuerdo de imágenes del mundo de la fotografía y la pintura, desde la misma observación de tantos rostros cotidianos. En ese paisaje en el que la figura humana a veces llega a desdibujarse.
DRAMA LUSTROSO Y CONTRADICTORIO Mucha agua ha pasado bajo el puente desde que, cuarenta años atrás, algunas películas de Ken Russell, Pier Paolo Pasolini o Bernardo Bertolucci escandalizaban abordando la sexualidad con franqueza. Sin embargo, todavía hoy una película como Shame despierta rumores y expectativas por contener escenas eróticas y desnudos. Mientras puede discutirse si el cine (o el público) no ha madurado lo suficiente, o si ciertos temas atraen más allá del paso del tiempo, vale la pena señalar una diferencia: si en la trilogía de la vida de Pasolini o en Último tango en París, por ejemplo, era posible encontrar una visión personal, una claridad conceptual y una coherencia estética con el asunto abordado, en Shame las cosas no están tan claras. El film de Steve McQueen (1969, Londres, Inglaterra) –cuyo incomprensible subtítulo Sin reservas parece un guiño sobre su calificación– es un saludable intento de reflexión sobre la soledad en las grandes ciudades, los problemas que anidan tras una fachada de éxito y seguridad, el contraste posible entre una activa vida sexual y una placentera vida afectiva, en definitiva el individualismo en una sociedad que prepara para el placer rápido y no para la comunicación sincera con el otro. Pero por ser (o pretender ser) un drama sobre un tema complejo, su planteo argumental es demasiado simple: un joven que vive con culpa su tendencia a satisfacer sus deseos sexuales compulsivamente recibe imprevistamente de visita a su hermana (Michael Fassbender y Carey Mulligan, ambos notables), que lo lleva a enfrentarse con su egoísmo, lo que deriva en una hostilidad con consecuencias trágicas. No hay mucho más que eso, y si asoman otras cuestiones, como ligeras insinuaciones de incesto, éstas parecen provocaciones estériles (algo similar, aunque con protagonista femenina, ocurría en la holandesa Hemel, vista en el último BAFICI). Por otra parte, McQueen registra esta suerte de círculo vicioso con glamorosa frialdad, por lo que cuesta involucrarse en los sufrimientos de los personajes. Apunta a la frivolidad en las relaciones y conversaciones pero, al mismo tiempo, se deja deslumbrar por los ambientes refinadamente iluminados y amoblados en los que éstos se mueven. Todo luce demasiado lustroso y calculado: desde una curiosa interpretación de New York, New York a cargo de Mulligan (que suena a aditamento cool) hasta las escenas de desnudos frente a enormes ventanales hacia la calle. En un momento el joven inicia una relación con una compañera de trabajo que no prospera, pero si esta secuencia genera algo de humanidad o calidez es sólo por el esfuerzo de los actores, obligados a mantener un diálogo bastante elemental frente a una cámara inexplicablemente pasiva. Cuando en una escena de sexo con prostitutas, sobre el final, la música y el rostro de Fassbender parecen indicar que se trata de un escapismo angustiante, la edición y la luz –cercanas al estilo de los productos de Zalman King– sugieren lo contrario. Y cuando en un momento de bronca el protagonista, enfundado en su jogging, sale a correr por las calles de Nueva York, un elegante travelling lo acompaña sin dramatismo alguno, como si sólo importara mostrar la ciudad de noche con criterio decorativo. Es cierto que en el anterior largometraje de McQueen, Hunger (2008), también había una planificación meticulosa, pero en ese caso resultaba eficaz por una estructura narrativa mucho más precisa. Aquél no tenía música, mientras que Shame se apoya demasiado en la que compuso Harry Scott, severa y pretensiosa (y ocasionalmente similar a la de Hans Zimmer para La delgada línea roja). Y a propósito de Hunger, una última reflexión. Mientras la limitación impuesta por la cadena de cines Cinemark a Shame (no permitiendo en ninguno de sus circuitos la proyección del film por su contenido erótico) despertó cierto revuelo, la multipremiada y excelente Hunger, que se ocupaba de un activista irlandés dispuesto a resistir heroicamente una huelga de hambre en los años ’80 (cuya muerte fue minimizada por la entonces Primera Ministra Margaret Thatcher), nunca se estrenó comercialmente en Argentina. Es otra forma de censura, pero nadie protestó por ello.
Recientemente se estrenaba en Argentina Un método peligroso, donde Michael Fassbender actuaba en el rol de Jung, personaje que trataba de liberarse de ciertas barreras -tanto sexuales, junto a Keira Knightly, como intelectuales, en oposición a Freud (Viggo Mortensen)-. Ahora llega a las pantallas el penúltimo trabajo de Fassbender, Shame, donde interpreta a Brandon, un personaje muy liberal en cuanto a sexualidad se refiere. Sin embargo esta libertad no es positiva, sino más bien el resabio de una historia oscura. Como el título en inglés lo dice, la vergüenza (shame) es un tema que atraviesa toda la película, tanto en los personajes como en el espectador. Con escenas de sexo muy explícitas, el director Steve McQueen (Hunger) busca incomodar al espectador en tanto que esto es necesario para producir la identificación con el protagonista, quien lejos de gozar, padece una adicción al sexo. El primer punto de giro de la película es la irrupción de la hermana, Sissy (Carey Mulligan), en la vida de Brandon, quien hasta ese momento era presentado como una persona muy celosa de su privacidad. Sissy es desordenada, enamoradiza, artista; todo lo opuesto a él: ordenado, reservado, empresario. Sin embargo, esta oposición es aparente: en el fondo ambos encuentran en Nueva York una vía de escape a su pasado, y un espacio donde sus problemas en torno al sexo pasan desapercibidos. De allí el tiempo que Mc Queen se toma en desarrollar la escena en que Sissy canta una versión hiper depresiva del tema “New York, New York”. En la gran ciudad, la doble moral está a la orden del día: mujeres comprometidas que seducen a hombres en el subte, hombres casados engañando a sus esposas, novias provocando a otros hombres en un bar frente a sus parejas…la naturalización del sexo sin compromisos hace posible que Brandon oculte su adicción. Pero Sissy viene a desenmascarar y hacer visible la vergüenza frente a la desnudez (no tanto física como emocional). Shame es una gran película, donde por contraste a tanta exposición y explicitación, lo no dicho y lo no mostrado (como la sugerencia del incesto) cobra una importancia fundamental. Muchos podrán quedarse con que es una película de sexo, pero en verdad es una película sobre la sexualidad y el ser humano, sobre las relaciones familiares y el amor, o la imposibilidad de ambos. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 26-04-2012
Enfermo de sexo "Shame" traza un retrato íntimo de un obsesivo sexual que no puede conectarse afectivamente con nadie. No deja de ser extraño que aún se considere impactante una película que asocia el sexo a una obsesión enfermiza. Parece un tema apto para la psicología, pero es difícil imaginarse que un relato cinematográfico construido sobre esas premisas no resulte anacrónico. Más allá de que la adicción al sexo y la falta de conexión afectiva sean problemas bien actuales, hoy carecen de potencia en una ficción. El asunto ya ha sido tan tratado por la ciencia que no queda margen para ninguna fantasía, aun cuando ésta sea melancolía y existencial, como en el caso de Shame. El centro de la historia es Brandon (Michael Fassbender), un hombre soltero, con un buen trabajo y un buen departamento en Nueva York, cuya vida se reduce a una rutina de pornografía en Internet, sexo pago o casual y masturbaciones compulsivas (todo explícitamente ilustrado en la película). Pese al estado de exitación permanente en el que vive, es un tipo frío y calculador, que no establece relaciones profundas con las mujeres y que es incapaz de responder las llamadas telefónicas de su hermana Sissy (Carey Mulligan). Es obvio que Brandon no quiere problemas y su hermana representa un gran problema, un problema que se materializa cuando de pronto ella aparece y se instala por un tiempo en el departamento de él. Sissy es una cantante sentimental, autodestructiva y patética. Lo más interesante de la historia se concentra en esta relación entre hermanos, opuestos en temperamentos, pero unidos por una grieta interior que los atraviesa a ambos y de cuyo origen nada se dice. Las mejores escenas, las más emotivas y reveladoras, son las que protagonizan los dos. Una mientras esperan el subte y Sissy le pone su sombrero ridículo a Brandon. Otra cuando ella canta en un restaurante la canción New York New York, y a él, incómodo porque comparte la mesa con su jefe y amigo, le cae una lágrima involuntaria. Esa tensión de que el ser más cercano sea a la vez el más extraño está magníficamente mostrada en Shame. Allí hay dolor y gracia, incomprensión y simpatía, odio y amor, esa clase de sentimientos ambivalentes de los que están hechos los vínculos familiares. Pero el director Steve McQueen insiste con seguir a Brandon en su camino hacia la abyección. Si bien mediante una música tremendamente melancólica, intenta elevar la compulsión sexual de su personaje a una especie de fatalidad, no termina de conseguirlo. Las acciones desesperadas y erráticas de Brandon nunca llegan a superar el nivel de síntomas de un caso clínico, lo que impiden que se conviertan en verdaderas manifestaciones personales de un destino impersonal.
Una historia con imágenes fuertes que cuenta con las brillantes interpretaciones de Michael Fassbender y Carey Mulligan. Narra la historia de Brandon Sullivan (Michael Fassbender actor alemán de recientemente estrenada “Un método peligroso”), un hombre de 30 años o más que vive en Nueva York, tiene un trabajo rutinario y una vida monótona, pasa buscando todo tipo de aventuras sexuales: mira películas pornográficas en la computadora, contrata prostitutas, busca mujeres en los bares o contacta mujeres en el metro, incluso termina por entrar a un establecimiento de hombres que tienen sexo con hombres, él es incapaz de amar y sus relaciones son sin futuro. Pero un día, en medio de esa vida independiente y sin compromisos se presenta su hermana Sissy Sullivan (Carey Mulligan), a quien no veía hace mucho tiempo, su vida se verá afectada, aparece el pasado y los secretos. Ahora tira a la basura toda su pornografía e incluso su computadora y hasta llegará a intentar iniciar una relación de pareja comprometida con una mujer de su oficina Marianne (Nicole Beharie) y se van suscitando varias situaciones impensadas. El cineasta británico Steve McQueen realiza un drama comprometido, el mismo recorrió festivales internacionales y obtuvo una buena respuesta de la crítica, contiene un sólido guión, tiene imágenes fuertes, muy buen ritmo, se va sosteniendo con diferentes planos largos y cortos, escenas sin diálogos que dicen y mucho, muy buena dirección de arte y de fotografía, se van creando climas, se percibe una gran melancolía ante una legendaria canción de Frank Sinatra, la trama es algo psicológica, y el tema abre la posibilidad del debate.
La mutilación afectiva "Shame" es un film que retrata la adicción de una persona golpeada por la vida y muestra como esa adicción, en este caso al sexo, lo condena a una vida de infelicidad total de la cual resulta muy difícil escapar. La parte sexual de la historia sólo agrega interés, incorpora una afección psicológica que ya se ha filmado en otras ocasiones, pero esta vez tiene el plus de ser abordada sin reservas como lo indica su título, de manera brutal y con una enorme seriedad. ¿Hay sexo explícito? Sí hay, pero no son escenas pornográficas al estilo canal Venus, sino que es sexo crudo y salvaje captado con gran elegancia. La cinta tiene clasificación "R", es decir está restringida para menores de 18 años, por lo que no entiendo el escándalo que armaron algunas distribuidoras en torno a su comercialización... ¡Ya somos grandes! Si personas adultas no podemos ver un pene en plano frontal o gente interpretando una secuencia de sexo crudo ¿a qué vamos a llegar? Dejémonos de joder. Es sexo, nada más que eso. Otro plus es que a cargo de la filmación está Steve McQueen, director de la aclamada "Hunger" y poseedor de un talento increíble para transmitir al espectador lo que está viviendo el protagonista. Mucho mérito tiene en esto también el actor Michael Fassbender, que se desnuda no sólo físicamente sino interpretativamente para entregarnos a un tipo arruinado por su obsesión, incapaz de mantener una relación afectiva verdadera con otra persona y que se encuentra sumergido un vacío de lujos que no le sirven para llegar convertirse en una persona completa. Otra dinámica del film tiene que ver con la relación conflictiva que mantiene con su hermana encarnada por Carey Mulligan, una mujer depresiva, necesitada del afecto de su único hermano, que ha intentado suicidarse en más de una ocasión. La historia es triste, es brutal y no transmite ningún mensaje esperanzador, pero aún así ofrece una experiencia cinematográfica fabulosa, con planos secuencia muy bien elaborados, una temática provocadora y con interpretaciones que no debieron ser ignoradas por los pasados premios Óscars. Si pretendes ir al cine a relajarte y salir contento, esta no es la peli indicada, si salís excitadísimo de la sala, quizás tengas el mismo problema que el protagonista (chiste) y si estás buscando una experiencia de buen cine, definitivamente te la recomiendo.
Las grandes ciudades han sido siempre, tanto para el cine como para la literatura, uno de los escenarios más propicios para representar vidas desahuciadas, la gran soledad del ser humano y la dificultad para encontrarnos con el otro. La segunda película de Steve McQueen llega después de mucha espera para muchos de nosotros, con un tráiler que muestra poco y nos deja ese sabor a transgresión, para representar esta temática tan tratada por el cine con el escenario de la siempre mágica Nueva York. Un film provocador que interpela al espectador sobre las cuestiones más oscuras del ser humano. Shame (Steve McQueen, 2011) nos muestra la solitaria vida de Brandon (Michael Fassbender), un adicto al sexo, que ve su intimidad invadida y desestabilizada por la llegada de su hermana Sissy (Carey Mulligan) que le pide quedarse en su casa por un tiempo indefinido. La primera impresión que nos da el film es que estamos disfrutando de una estética exquisita y refinada. La música, el montaje, los colores y ambientes nos sumen en una atmósfera perfectamente lograda, con algunos toques del nuevo cine indie y con claros elementos del cine dramático. Pero podría decirse que el ritmo tan lento que tiene las escasas acciones y diálogos hacen que la película se vuelva un poco tediosa. Podemos decir que es un film que se concentra en las emociones y que explora los estados internos de cada personaje. Y que con sólo dos o tres diálogos claves deja sentado el mensaje pretendido. Nos encontramos a frente a un drama existencial, donde Brandon es el protagonista de su vida pura y exclusivamente egocéntrica donde el sexo pierde todo el sentido del encuentro con el otro y se convierte en una simple acción rudimentaria y mecánica, despojada de sentido. Brandon está solo, en una ciudad enorme y despersonalizada; su departamento es frío, no lo vemos sonreír en casi ningún momento, no se abre a conocer ninguna mujer, sólo busca sexo. Cuando Sissy entra en escena vemos cómo Brandon intenta escapar cada vez más de los encuentros con ella, para preservar esta intimidad que lo avergüenza y esta vida de cartón que sostiene él solo. La presencia de su hermana le abrirá preguntas y situaciones que no está listo para vivir. Llegar al límite es lo que le despertará su parte humana. Si bien decíamos que el ritmo del film no es lo más ameno, es interesante cómo hacia el final, las acciones van aumentando de tono, como una especie de catarsis y Brandon llega al límite; la violencia, el sadismo, la auto-humillación y la promiscuidad se elevan a su máxima potencia. Lo que más nos avergüenza de nuestro ser toma cada vez más fuerza hasta explotar y llevarnos de nuevo al principio. Shame deja un sabor agridulce, si bien es una bella realización, nos hace sentir ese gran vacío retratado y en algún punto carece de materia. Es una reflexión interesante sobre la soledad y el vacío pero por momentos cuesta encontrar el sentido a ciertas escenas. Igualmente, recomiendo hundirse en la bella estética, dejarse llevar por la música que dice muchísimo. La parquedad de Fassbender viene como anillo al dedo a este personaje impenetrable que puede representarnos a muchos de nosotros.
Publicada en la edición digital de la revista.
Del sexo y otras adicciones "Tu pene fue una revelación" le dijo Charlize Theron a Michael Fassbender ante el publico en una gala a beneficio y desató un runrún que ya se venía agigantando desde que se supo que Steve McQueen iba a filmar una película sobre un adicto al sexo: no hay dudas de que Shame no es para cualquiera. Brandon es un neoyorkino exitoso cuya vida y costumbres se ven forzadas a cambiar cuando su díscola hermana menor se aloja en su departamento inesperadamente. Cualquier adulto sufriría un poco de una visitante repentina en su departamento de soltero, pero lo que a Brandon lo incomoda intensamente es perder esas horas de intimidad, en compañía o en soledad, esos momentos en donde puede liberar a su animal interior y despojarse de sentimentalismos, los ratos en los que solo de sexo se trata su vida. Y esos ratos son muchos... Filmada con sobriedad y tesón, McQueen nos cuenta esta historia de adicciones que -si la despojamos del contenido de alto voltaje que caracteriza a la temática- no dista estructuralmente de cualquier otra película de adicciones: el personaje se muestra atribulado, dolido y va empeorando hasta tocar fondo, ese fondo al que solo un adicto puede llegar a considerar. La narración avanza con un ritmo lento pero sostenido, estructurada a partir de un drama poco convencional: a medida que la angustia de Brandon comienza a aflorar debido a la presencia de su hermana, el sentimiento de culpa lo va empujando a querer cambiar. Es en esa lucha interior en donde se produce la chispa que le da vida a este buen filme. El joven director Steve McQueen logró hacerse un nombre en el mundillo hollywoodense con la audacia como su motor principal. En su segundo filme (el primero se llamó Hunger, sobre un hombre en prisión que lleva a cabo una huelga de hambre) logra un ambiente intimista a base de colores amarillentos y de iluminaciones inteligentes. Su dirección tiene logros (su manera inteligente de rozar la pornografía sin caer en ella, algunas escenas memorables, como la del trote nocturno) y desaciertos (en especial algunas escenas que no parecen llevar a nada y vuelven repetitivo el mensaje), pero sin dudas que el realizador sale muy bien parado de este proyecto. No hace falta decir que será uno de los directores a tener en cuenta a futuro. Las actuaciones logran su cometido en todo momento: tanto Fassbender como Carey Mulligan (la hermana de Brandon) tienen momentos muy buenos en donde logran transmitirnos sus penas sin necesidad de ahondar en parlamentos complejos. Lo de Fassbender es sensacional por su desparpajo para ponerle el cuerpo y el alma a un personaje tan complejo como el de Brandon. Un filme con muchas escenas fuertes, que exhibe mucho pero de manera justificada -aunque la escena sobre el final pareciera ensañarse y ser más larga de lo que debiera- y que trata a la adicción con la misma estructura que se la suele tratar en las películas que tratan este tipo de problemas, con una buena dirección de un director que promete y con un final que amaga y amaga, Shame es una película que mucho público desdeñará desde que lee la sinopsis, pero que al que se anima, le terminará dejando una buena impresión.
Sigo sin terminar de comprender este llamado “cine-arte” y eso me da "Shame"… o Vergüenza… Vergüenza de ver en pantalla grande al protagonista de este filme completamente desnudo es lo que sintieron varias compañías cinematográficas de EEUU cuando decidieron no exhibirlo en sus salas. Una decisión que no hizo más que acrecentar el deseo por ver “esa película que estremeció a los empresarios”. Una decisión que denota que, hasta en los países “más desarrollados”, el sexo sigue siendo un tabú, una temática que no puede desarrollarse. “Shame” es eso, una película que aborda una enfermedad tabú, pero que no logra desarrollar íntegramente el problema que esta acarrea. El protagonista de “Shame” es Brandon (Michael Fassbender), un adicto al sexo. Adicto al sexo con prostitutas, a la masturbación, a las películas y revistas porno y al sexo casual. No puede mantener una relación estable, y su vida transita en soledad, sin mayores compromisos que su trabajo y su obsesión. Vive su vida rutinaria sin percances, hasta que aparece Sissy (Carey Mulligan). Esta caprichosa hermana menor llega sin previo aviso y se instala colapsando con su estilo de vida. Brandon tratará de escapar de los reclamos de su hermana y de las memorias que le trae, hundiéndose en lo más oscuro de Nueva York. Si bien logra hacerte sentir lástima y preocupación por la enfermedad que tiene el protagonista, SHAME no termina de ingresar o ahondar en el problema mayor, en su cabeza o en su corazón. Brandon es un personaje intenso, con una dualidad tremenda: su adicción y la vergüenza que siente por no poder ponerle un fin o controlarla. Michael Fassbender logra conectarnos con este drama, y con la soledad de este personaje tan particular, y se convierte en una clave indispensable para el éxito de la narración. El director logra atraparte por momentos y aburrirte en otros, con su concepción altamente metafórica de las imágenes y la falta de concisión en ciertas circunstancias. Es una película que posee muy poco diálogo, y que por momentos se hace tediosa de transitar, incluso cuando abusa de un recurso o lo estira hasta agotar… ¿habrá sido su intención? Un ejemplo claro es la bella versión que hace Sissy del famosísimo “New York, New York”, comienza embelesando tus oídos, hasta que queres que termine cuanto antes por lo largo que se hace. Buenas imágenes, buenas metáforas (aunque excesivas a veces), buenas actuaciones y musicalización pero pobre en el desarrollo… me dejó gusto a poco, o bien me faltó la explosión de la bomba. Sigo sin terminar de comprender este llamado “cine-arte” y eso me da vergüenza…