Literatura y verdad El regreso del realizador francés Erick Zonca, cuya ópera prima, La Vida Secreta de los Ángeles (La Vie Rêvée des Anges, 1998), deslumbró por su potencia narrativa y poética gracias a la representación de las relaciones sociales bajo el neoliberalismo, no podría ser más auspicioso. En Sin Dejar Huellas (Fleuve Noir, 2018) Zonca adapta la primera novela del escritor israelí Dror Mishani, Expediente de Desaparición (Tik Ne’edar, 2013), para adentrarse en las turbulentas aguas de un policial negro de gran intensidad y giros inesperados. La repentina desaparición de un adolescente de dieciséis años, Dany Arnault, desata una investigación que se convierte en obsesión para el comandante François Visconti (Vincent Cassel), un policía alcohólico resentido por el abandono de su esposa y encolerizado tras descubrir que su hijo vende drogas en un boulevard a plena vista. Mientras las pistas se desvanecen y las teorías de la fuga y del secuestro pululan como conjeturas, Visconti se centra en la figura de un vecino de la familia, un profesor de gran afinidad con Dany que aboga por la teoría de la fuga y aporta un perfil psicológico del joven como un adolescente atrapado en un mundo claustrofóbico del que necesita escapar. Visconti descubre varias mentiras en el testimonio del afectado vecino, Yann Bellaile (Romain Duris), y decide seguirlo e investigarlo para ver si la pista lo conduce a dilucidar la verdad. Pero Visconti también se obsesiona con la madre de Dany, Solange (Sandrine Kiberlain), una mujer dedicada a su hija discapacitada y devastada por la desaparición de su hijo, lo que compromete aún más su situación al frente del caso. Sin Dejar Huellas es un policial que relaciona las obras del escritor Franz Kafka con el anhelo por la escritura, la obsesión por la verdad y los secretos familiares que desatan tragedias en un opus complejo, profundo y electrizante. La construcción literaria y la investigación policial se funden para ofrecer indicios y dirigir las miradas pero también para confundir y desviar a los personajes de las amargas certezas que la realidad les depara. Vidas destrozadas o a punto de estarlo se cruzan aquí en un choque que expone las miserias de los protagonistas para poner a prueba sus valores y su determinación de descubrir, inventar o encubrir la verdad. El realizador de Julia (2008) vuelve a indagar así en la naturaleza humana para descubrir una vez más la podredumbre que acecha en el corazón de los hombres pero también el coraje maternal, la pulsión de verdad, los caminos enrevesados de la creación literaria y los deseos inconscientes en un film en el que se destaca la construcción fenomenal de cada uno de los personajes, interpretados de forma excelente por grandes actores como Vincent Cassel, Romain Duris, Sandrine Kiberlain, Élodie Bouchez, Hafsia Herzi, Lauréna Thellier, Charles Berling y Jérôme Pouly. Sin Dejar Huellas estremece de esta forma con su dinámica de tensión permanente que dirige a los protagonistas hacia los inevitables caminos de la tragedia en un drama para reflexionar sobre el abuso, las motivaciones del crimen y hasta dónde pueden llegar los buscadores de historias en sus quimeras.
En el abismo Hay que reconocer que cada tanto la revisión del film noir posibilita el lucimiento de actores y realizadores como en el caso de Sin dejar huellas (Fleuve Noir, 2018), con un descomunal trabajo de Vincent Cassel en el rol de un investigador que se ve envuelto en un misterioso caso con el que no sólo se obsesiona sino que, además, expone sus miserias y oscuros secretos en una trama tensa y opresiva que potencia sus premisas. Érick Zonca (La vida soñada de los ángeles, El pequeño ladrón) es un hábil constructor de climas y personajes que luego la historia desmenuzará en beneficio de la trama que cuenta. Cassel interpreta a un investigador llamado Visconti, que resume lo peor de todos los oficiales de la ley que han atravesado la historia del cine y, en particular, el cine negro. Así, está claro que al aspecto desaliñado, bordeando la falta de higiene, las botellas de licor y whisky barato escondidas por todas partes, y un carácter violento, le pueden jugar en contra a la hora de desarrollar normalmente sus tareas cotidianas. La pesquisa que iniciará Visconti, plagada de suposiciones y especulaciones, lo llevará a sumergirse en sus propias miserias, buscando placer pago, descargándose con su hijo, increpando a los inmigrantes que venden drogas, en un panfleto que en el fondo esconde lo peor del francés reaccionario, que brega por la libertad pero celebra cada decisión que el presidente y la derecha toman en conjunto. Sin dejar huellas toma de escenario a la Francia multicultural, un espacio plagado de minorías en el que nada ni nadie realmente es quien dice ser. La doble moral del profesor esconde la verdad de esa miserable sociedad, que prefiere seguir sin salir del closet para señalar con el dedo a aquellos que se comportan por fuera de lo esperado. Visconti es uno de ellos, porque si bien posee la ley de su lado, todos los movimientos que realiza son marginales, y aunque intente mantener cierto decoro y formalidad con sus compañeros de comisaria, cuando sus pulsiones se desatan no saben de límites. El film adapta el best seller de Jean-Luc Pierre Menard y lo apropia, lo reduce a sus mínimas expresiones para reversionar su propio universo con leyes y cosmogenias. En ese reinventar aparece un enorme Vincent Cassel como ese investigador que sabe que en el laberinto de las mentiras que envuelven la desaparición del joven (en las palabras que la madre balbucea, en lo que el padre y el profesor vociferan a sus espaldas), hay una verdad que pide ser escuchada. Un cine que merece ser narrado y una resolución que afirma en la sorpresa su enunciado.
Cassel retrata a un detective agresivo, alcohólico, desagradable, a quien hasta sus colegas detestan. Trata a las mujeres como objeto, es divorciado. Sin embargo, por algún motivo desconocido, le cae del cielo un caso para buscar a un estudiante desaparecido. Casualmente él también tiene un hijo de la misma edad, pero quien ha sido detenido por la policía por tráfico de drogas en el mismo momento en que la madre del adolescente desaparecido le pide ayuda. –Mañana vemos, le dice, y sale hacia la comisaría adonde tienen a su propio hijo, Y a quien maltrata físicamente para que entregue los nombres de los proveedores de estupefacientes. Está todo dicho, el protagonista no nos caerá nada bien. Intenta repuntar más adelante, justificando de alguna manera el porqué de la situación de su protagonista, pero lo único que hace es empeorar. Descubrimos a un tipo obsesivo que no tiene nada que enseñar y a quien no le interesa aprender nada en este mundo. En una trama que emula el cine negro en su atmósfera y por la forzada femme fatale indexada a la madre del adolescente desaparecido, se trata de una adaptación de la novela policiaca israelí, The Missing File, y que forma parte de una trilogía. Mal comienzo. Por consiguiente, la trama principal del protagonista se desdibuja y si no es por el tutor del adolescente desparecido, un novelista, también obsesivo, sentís que el adolescente jamás será encontrado. A pesar de ello, la trama da una vuelta de tuerca olvidándose de varios personajes y con un final truculento, sacado de una galera que te harán recordar a la fantástica resolución de Chinatown. (6/10)
“Sin dejar huellas” es un thriller con tintes de cine noir, donde el actor Vincent Cassel se pone en la piel de François Visconti, un detective desalineado, agresivo y alcohólico que se ve envuelto en la investigación de la desaparición de un adolescente. El único sospechoso es un profesor de literatura que vive en el mismo edificio que la familia y que estará particularmente interesado por este caso. En sus casi dos horas de duración, “Sin dejar huellas” nos propone un thriller intenso, que envolverá al espectador en un clima de constante tensión y misterio. Si bien solo tenemos un único sospechoso a lo largo de toda la trama, la misma se interesará por averiguar si este personaje tuvo algo que ver, o no, en la desaparición del joven y qué puede saber al respecto que podría ayudar a la investigación. Por momentos parecería que la historia no tiene un gran avance, aplacada por un ritmo algo pausado, pero llegando al tercer acto nos encontramos con varios giros sorprendentes, cuyos conflictos se terminarán de resolver recién en los últimos minutos del film. Hasta entonces el espectador tendrá una visión parcial de los hechos verdaderos. El desenlace resulta perturbador, devastador y oscuro, y quedará resonando en la mente del espectador una vez que la cinta haya concluido. Se tratan temas complejos y profundos como la protección parental, el abuso, el poder de la literatura, de las palabras, y la invención/imaginación, entre otras cuestiones. Si bien la historia principal funciona de gran manera, existe una trama secundaria centrada en el protagonista que no se ejecuta de la misma manera. Visconti tienen sus propios fantasmas y problemas personales, como la separación con su mujer y un hijo que se encuentra metido en el narcotráfico y que él tendrá que hacerse cargo, no solo de sacarlo de ahí, sino de que proporcione información para atrapar a la banda. Probablemente este argumento personal sirva para tratar de empatizar con esta especie de antihéroe, a quien no acompañamos en cada decisión o que por momentos puede confundir al espectador en cuanto a sus motivaciones y accionar. Asimismo, intenta ser como un contrapunto con la historia de base, para mostrarnos dos relaciones entre padres e hijos opuestas (por los comportamientos de los jóvenes y la reacción de los progenitores) pero a la vez complementarias. De todas maneras, se siente como algo innecesaria y no del todo bien y completamente abordada, incluso se queda sin un desenlace tangible. Como mencionábamos, el protagonista transita por una zona gris, al igual que el resto de los personajes muy bien compuestos por cada miembro del elenco. Se destaca no solo Cassel como este detective abrumado (con un gran desempeño interpretativo y una caracterización desalineada muy correcta), sino también Romain Duris como Yann Bellaile, el profesor obsesivo que rozará la locura por momentos. Son los complejos roles los que mantendrán expectante al público y que sostendrán la trama a flote. La ambientación oscura, sombría y lúgubre, en gran parte del film, hace que se genere el clima propicio para el desarrollo de la historia. Predominan los espacios oscuros y aislados, tanto en el interior como en el exterior. En síntesis, “Sin dejar huellas” es un thriller francés muy efectivo que logra mantener tenso al espectador durante casi dos horas. Su desenlace sorpresivo e impactante y la composición de sus personajes serán sus puntos más altos, mientras que falla un poco a la hora de conseguir la empatía del público para con el protagonista y darle un contexto personal bien estructurado.
No hay solamente blancos y negros, olvidamos los grises que aparecen por doquier; no sabemos de qué modo la realidad puede afectar a la persona que tenemos al lado pero sabemos, decimos, opinamos a viva voz sobre cuál es el modo en que tiene que comportarse, desarrollar su vida, pensar el siguiente paso, con la liviandad de un jurado de programa televisivo de artistas de dudoso gusto y capacidad. La película tambalea un poco y tal vez un poco de mayor profundidad en el personaje del profesor hubiera sido interesante, pero el guion y los giros más que interesantes que la trama presenta, sumados al oficio de Cassel, sostienen a flote una producción interesante que motiva a pensar y cuestionar la naturaleza humana y sus condicionantes. Que todas estas dudas y cuestionamientos salgan a la luz a partir del visionado del film es una razón poderosa para poder preguntarnos, como individuos y como sociedad, hacia dónde vamos y cómo pretendemos, ejerciendo una presión inusitada sobre cada uno de los individuos integrantes de la sociedad, no generar miedo, rechazo, violencia. Miedo, rechazo y violencia de la que luego renegamos porque siempre la culpa es de otro; otro invisible sin nombre, sin cara, incomprobable, salvo para nosotros mismos. Cassel sostiene con su oficio un guion interesante pero que podría haber a flote una producción interesante que motiva a pensar y cuestionar la naturaleza humana y sus condicionantes.
Un policía intenta resolver el caso de la misteriosa desaparición de un joven. Esta es la premisa a la que responde Sin dejar huellas, escrita y dirigida por Érick Zonca, basada en una novela del escritor israelí Dror Mishani, película que puede enmarcarse dentro del género policíaco en el que a través del drama y del suspenso, el espectador se ve involucrado en la resolución de un crimen. El film está narrado desde la perspectiva de Francois Visconti (Vincent Cassel), comandante a cargo de la investigación sobre la desaparición de Dany Arnault. A través de una estética en la cual la cámara está en constante movimiento (incluyendo enfoques, desenfoques y planos cerrados) y una muy interesante puesta en escena actoral, el director nos invita a ser parte activa de la acción. Lo interesante de la propuesta tiene que ver con la manera por la cual Zonca nos presenta al protagonista, logrando que a través de detalles como su manía por tomar licor en vasos de café, o de contemplar la foto de su ex esposa mientras escucha cumbia mexicana, no lo juzguemos, sino por el contrario, entendamos sus adicciones y comportamientos, su lado más humano. De esta manera, se crea tal conexión con el personaje que como espectadores nos sumamos a su mismo objetivo: descubrir la verdad. Así, seguimos junto a Visconti las pistas para resolver el caso, encontrando los posibles escenarios, motivos y culpables que han provocado la desaparición del joven, atravesando –junto al protagonista– los diferentes obstáculos, frustraciones y misterios que nos sumergen de principio a fin en una atmósfera densa e inquietante. A pesar de arribar a un breve lapsus de calma cuando creemos resolver el caso, de manera sorpresiva pero totalmente coherente con el discurso que nos ha planteado Zonca, aparece una huella más que nos deja nuevamente inquietos. De esta manera, no podemos saber con certeza si de una vez por todas el caso ha quedado resuelto, ni mucho menos qué otras pistas tendrá que seguir Visconti para lograr con éxito su objetivo.
Sin Dejar Huellas: Un thriller policíaco al 100%. El director Erick Zonca nos trae un film en uno de los clásicos géneros si los hay, el policial negro francés. La duda es los que mantiene en movimientos ciertos géneros en el cine y la literatura. ¿Quién lo hizo? ¿A dónde fue? ¿Por qué pasó? Esas son algunas de las preguntas que ponen en movimiento una historia. Pero quizá lo más importante es barajar estas incógnitas y sus respuestas de una forma atractiva, que mantenga a la audiencia enganchada sin complicar la situación tanto que no sabrían donde están parados. Es una línea muy delgada, narrativamente hablando, encontrar el punto medio entre entretenido, complicado y ridículo. Después de todo, el espectador quiere ir adivinando, ver si con las pistas quizá llega a una conclusión propia. Pero tampoco puede ser demasiado simple ni demasiado complicado. Como ya mencioné, el equilibrio es clave y ese es el caso de Sin Dejar Huellas (Fleuve Noir). En este caso, la escena inicial nos presenta a una madre (que aún no conocemos) rogándole al detective François Visconti (Vincent Cassel) que lo busque porque “es un buen chico y nunca desaparecería sin decirle a su madre”. Pero como en toda película donde alguien desaparece, no ha pasado el tiempo suficiente para que la policía lo haga. La escena es interrumpida con una llamada al celular del detective que lo pone de mal humor y lo lleva terminar la entrevista con la recomendación de que vuelva mañana si el hijo no apareció para entonces. Con el cambio de escena, se nos presenta un poco más a François y su trasfondo, que incluye un hijo dealer, una adicción al alcohol y una vida familiar deshecha. La atmósfera que se genera en el film es, desde el minuto 0, una llena de desesperación. Ya sea que hablemos de François con su alcoholismo y su hijo traficante, de Solange Arnault (Sandrine Kiberlain) y su hija discapacitada, o de el centro de la historia, Dany Arnault, el chico perdido, es muy claro que no va a ser una historia con final feliz. Y eso es una maravilla, porque que un film sepa que tipo de historia va a contar es algo que últimamente parece un lujo. Además de una identidad bien clara, otro de los grandes méritos es la omisión total del uso de flashbacks. Aunque es un recurso más que válido y, bien usado, muy útil a la hora de contar historias, es interesante ver que no se lo necesita para pintarnos el panorama más claro de la historia. Sumado a la no inclusión de flashbacks, otro mérito es que nunca vemos a Dany. Como espectador, es algo que te deja enganchado. Esto se debe a que la mayoría de los films de este género, uno espera ver “tangiblemente” el centro de atención de todos. Pero no. Aquí esperas y esperas, pero el personaje nunca aparece como tal. Y esto genera un extra de suspenso. Así, la lista de personajes se concentra en el detective alcohólico, la madre desesperada y la tercera pata de esta historia: el conocido que sabe demasiado. Como en toda buena historia sobre crímenes, siempre hay un personaje que clama ser el que realmente conocía a la víctima. En este caso, el profesor Yann Bellaile (Romain Duris) cumple esa función. Con demasiado que decir y muchas más preguntas que la policía, el profesor sabe generar inquietud como pocos y es instigante al máximo. Aunque se presenta como un maestro más, de a poco nos damos cuenta de que, a pesar de tener familia y una vida, de normal no tiene mucho. Aunque no es lo que uno espera en lo absoluto. El objetivo de un buen policial/suspense es que no sabes que va a pasar y, a pesar del hecho de que, de a momentos, se puede volver un poco lenta, Sin Dejar Huellas logra ese objetivo sin problema alguna. Tiene en su mayoría un buen ritmo que logra compensar el largo del film. Lo sobresaliente es que uno se va formando una idea sobre quien es quien, que puede esperar de cada uno y qué no. Y casi ninguna de esas expectativas se mantiene el pie llegado el final.
Presunto culpable. El festival de Sitges es un escaparate de lo más variado y complejo y se pueden ver diferentes subgéneros del fantástico, el terror y la ciencia ficción. Aún así, el género que cada vez está creciendo con más presencia es el noir y el criminal. A menudo el noir es un género muy flexible y adaptable a otras propuestas, pero el negro más clásico (hard-boiled y soft-boiled) se coló en la cartelera del festival. Sin dejar huellas (Fleuve Noir Noir, tcc Black Tide) nos propone una trama detectivesca donde el detective Visconti deberá encargarse de resolver la desaparición de un adolescente. El antiguo tutor de francés del chico se presta voluntario a ayudar en el caso ya que dice sentirse bastante cercano a él. Sin embargo, la actitud del profesor resulta de lo más sospechosa y acaba siendo el objeto de obsesión del detective. La trama sigue una estructura clásica del policial detectivesco, ya que seguimos con detenimiento los pasos que va tomando Visconti en la investigación: nuevas pistas, nuevos indicios a seguir, interrogatorios y deducciones. Seguimos el personaje principal de tan cerca que incluso conocemos sus obsesiones, manías y problemas. Visconti es un hombre divorciado y demasiado volcado al alcohol, con un hijo adolescente que se dedica a traficar con droga y que por lo tanto le comporta más de un dolor de cabeza. Con este caso se nos abre una segunda línea argumental planteada a modo de subtrama. El personaje de Visconti es de las cosas más atractivas de la película ya que está muy bien trabajado y elaborado por el actor Vincent Cassel y el personaje del profesor, interpretado por Romain Duris, también aporta una buena dosis de antagonista a la trama. La interacción que nos ofrecen en la pantalla es de auténtico nivel y el argumento también les ofrece unos papeles de lo más atractivos. Sin embargo, la película se pierde con la masa detectivesca y eso hace que muchas escenas se alarguen sin un contenido relevante. Las tramas son atractivas a priori, pero la única que se acaba resolviendo es la principal. Esto hace que todos los hilos que se han ido abriendo a lo largo del visionado se pierdan sin una resolución aparente; por ejemplo, la relación del detective con su hijo y el conflictivo mundo en el que este último parece haberse sumergido. El giro narrativo final está entre lo mejor de la película. Erick Zonca, el director, crea una trama que hace converger la investigación policial con la pasión por la literatura, y el mensaje termina siendo toda una oda para los fans de la literatura negra; sin embargo, el giro narrativo del clímax, que por cierto, es de lo más bien encontrado, se ve truncado por todavía otro giro que no aporta más información que la de dejar al espectador con un final más abierto y sin saber del todo cuál de las dos versiones es la de verdad, nos hemos de fiar de la palabra de uno de los personajes, pero nunca tenemos ninguna prueba para saber qué es lo que realmente ha pasado. Reconozco que a priori los finales abiertos me cautivan, pero este en concreto no. El filme quedaba muy bien resuelto con el primer giro narrativo. El segundo sólo hace alargar la acción de manera innecesaria y sin cerrar el tema. En definitiva, tenemos entre manos un policial detectivesco clásico con atmósfera oscura y trama plana y lineal. Quizás una buena apuesta para una tarde de tormenta.
No hay un solo tipo, clase o modelo de thriller. Y hasta en el género del suspenso las resoluciones pueden ser sorpresivas, o no. En el caso en que el protagonista sea un policía que investiga una desaparición, como el de Sin dejar huellas (es medio críptico el título original, Fleuve noire, Río negro), el espectador puede sentirse más seducido por cómo es ese detective (o “comandante”, como en Francia ha pasado denominarse cierto cargo) a lo que en verdad está buscando. Cómo indaga puede ser más atractivo que lo que hurguetea, lo que sondea. Lo que examina. Visconti, un Vincent Cassel casi siempre de traje desaliñado, con Perramus puesto, cabello largo y empapado en sudor, barbudo, tiene a su cargo averiguar qué pasó con Dany, un joven estudiante que, de un día para el otro, desapareció. La madre (Sandrine Kiberlain) dice que se fue al colegio, y no regresó. El padre está de viaje en un barco mercantil. Dany tiene una hermana discapacitada mental. Y un vecino (Romain Duris), profesor de lengua, que se entromete en el asunto. ¿Dany huyó? ¿Fue secuestrado? ¿Lo asesinaron? Visconti, una especie de Harvey Keitel en Un maldito policía, borracho en todo momento, es un tipo que, como él mismo lo dice sin ambages, “provocamos, y sospechamos hasta de la víctima”. Visconti tiene sus propios problemas. Además de confrontar con la madre de Dany, con la cual parece intercambiar ciertas miradas, su hijo lo pone en jaque: estaría traficando hachís, y desaparece. Sin dejar huellas arranca como un thriller más que potente. Visconti no cesa de hablar, y en sus frases destila cinismo. El oficio lo ha vuelto hábil, y enrosca a sus interlocutores o sospechosos, hasta que el efecto del alcohol lo hace pasarse de revoluciones. Un par de twists cercano al desenlace del filme de Erick Zonca (La vida soñada de los ángeles) nos remiten al comienzo. A aquello de que hay diferentes tipos de thrillers, algunos en los que la investigación que se ve lleva a resolver el caso, en el que el espectador puede por sus propios medios resolverlo, o intuirlo, o no. Lo cierto es que Sin dejar huellas atrapa los 110 minutos que dura en la pantalla, que tiene en Cassel a un prototipo de policía, sí, pero que el actor de Irreversible vuelve tan humano como cercano. Y eso no sería posible sin una actuación y marcación desde la dirección tan expresiva como elocuente.
Vincent Cassel es el comandante Visconti, uno de esos detectives sobre los que el policial negro ha vertido mucho alcohol. Visconti es dominado por el whisky, y su pelo y barba, por el descuido. El traje que usa el atribulado investigador es demasiado grande: Visconti ya no encaja en su ropa ni en sus relaciones. Cassel está en riesgo de intensidad todo el tiempo, pero la mayoría de las veces se queda del lado de la convicción -acaso conmovedora- y la confianza en las tradiciones del género, a modo de módico homenaje al Hank Quinlan de Orson Welles en Sed de mal. Tenemos la desaparición de un adolescente, un caso policial que suma sordidez y personajes a los que llamar disfuncionales sería usar un término de una distancia y una sobriedad que este thriller podrido consideraría inaceptables. El adolescente desapareció, su madre aparece devastada en el minuto cero del relato, su padre está de viaje, su hermana tiene severas discapacidades y su vecino profesor tiene pegados demasiados carteles de sospechoso. Y tenemos las vueltas. La del director Erick Zonca (el de la más fresca La vida soñada de los ángeles) al cine luego de 10 años, con un nivel de ambición notable y un manejo muy seductor de los climas iniciales. Y las vueltas del tercio final de la película, en la que para sorprender se distrae y hasta se puede llegar a soltar al espectador, que, con probable confianza en las promesas del género, venía sorteando paralelismos y torpezas evitables.
Con La vida soñada de los ángeles (1998) y El pequeño ladrón (también de 1998) Erick Zonca se convirtió en una de las grandes esperanzas del cine francés de fines de los años '90. Sin embargo, su carrera se discontinuó y sólo volvió a dirigir Julia (2008) y ahora Sin dejar huella, un film noir en la tradición del polar con un elenco de lujo, pero resultados muy decepcionantes. Basada en la novela del israelí Dror Mishani, la película tiene algo de los thrillers más sórdidos de David Fincher, un poco de Un maldito policía, con el torturado Harvey Keitel dirigido por Abel Ferrara; y otro tanto de El desconocido del lago, de Alain Guiraudie. Pero, más allá de conexiones tangenciales, se trata de un caso lleno de condimentos perversos en el que, de uno y otro lado, hay personajes despreciables. Son de esas propuestas en las que nadie se salva: todos cargan con traumas, miserias, culpas y cometen los peores actos imaginables. Esta visión desoladora del mundo empaña cualquier posibilidad de empatía y genera -por lo menos a los que seguimos apostanto por al menos algún resquicio humanista- una sensación de hartazgo e irritación. El desdichado protagonista es el detective François Visconti (Vincent Cassel), divorciado (obsesionado con su esposa), alcohólico y con un hijo adolescente ligado al narcotráfico callejero. Será él quien -mientras trata de conectar sin suerte con el muchacho- deba investigar la desaparición de otro joven, al que no se ha vuelto a ver tras haber salido del colegio. El universo siempre violento y degradante de Sin dejar huella se completa con Solange (Sandrine Kiberlain), la madre del chico que no aparece; y con un profesor que oculta más de lo que cuenta (Romain Duris). También hay un policía que se mete en la investigación (Charles Berling) y una muchacha con síndrome de Down que tendrá una importancia vital en la trama. Zonca somete al espectador a un auténtico tour-de-force emocional (todos los personajes cometerán las peores bajezas) y habrá que esperar casi dos horas para llegar al desenlace. Demasiado esfuerzo, demasiado sufrimiento para conocer la verdad y las múltiples revelaciones finales.
Erik Zonka fue un director que hace ya treinta años, sorprendió con una película que fue innovadora tanto por las interpretaciones de sus dos actrices protagónicas como por la búsqueda de un nuevo lenguaje dentro del cine francés de aquel momento. Fue así como Zonka, con “La vida privada de los ángeles” llegó a estar nominado a la Palma de Oro en Cannes, sus actrices ganaron sendos premios en ese festival y su ópera prima se alzó luego con varios César de la Academia Francesa. Han pasado treinta años exactamente y toda el aire vanguardista que tenía su cine en aquel momento (luego se estrenó también en nuestro país “Le petit voleur / El pequeño ladrón”) se estrella contra el relato más esquemático y clásico, que transita por todos los clichés del género en “SIN DEJAR HUELLA”, un film policial basado en una novela israelí de Dror Mishani, de la que Zonka hace también la adaptación. La historia gira en torno a la desaparición de Dany, un adolescente de 16 años del que no se tiene el menor rastro. Su madre (Sandrine Kiberlain), acude desesperadamente a pedir ayuda a la policía: su hijo ha ido al colegio y jamás ha regresado. El caso le es asignado inmediatamente a François Visconti (Vincent Cassel), un prototípico y estereotipado detective. Quebrado, alcohólico y con serios problemas familiares tanto con su ex mujer como con su hijo, relacionado con una red de comercialización de droga en la ciudad, se hará cargo del caso, quizás sobrepasando los límites porque refleja de alguna manera en esa búsqueda, la de (re)encontrarse con su propio hijo. Hosco, ermitaño, misógino, violento, amargado, Visconti es como el compendio integral del personaje frustrado y negativo. En una primera apariencia, el disparador de la desaparición puede haber sido la fuga de Dany frente a un hogar expulsivo y poco contenedor: un padre ausente por un viaje de trabajo, una madre sobrepasada por la situación y una hermana con síndrome de Down. Pero a medida que la investigación avanza nada es tan simple como parecía y todo se va sumergiendo en un clima sumamente enrarecido. Justamente cuando se cruce en el medio de la investigación, el Sr. Yann Bellaile, hay un primer giro fuerte en el clima, en el tono del film y en la propia trama. Romain Duris encarna a Bellaile, un profesor de literatura, aspirante a escritor, que no solamente es el vecino de la familia sino que además ha sido el maestro particular de Dany y se ha relacionado con él con un afecto muy especial. Esta desaparición lo altera completamente, lo obsesiona y modifica incluso el vínculo con su esposa (Elodie Bouchez, precisamente la protagonista de “La vida privada de los ángeles”) pero por sobre todo, lo pone en el ojo de la tormenta, constituyéndolo en el principal sospechoso de la investigación de Visconti. Pero justamente “SIN DEJAR HUELLAS” es una película que más allá de apoyarse en ambientes sombríos y personajes desagradablemente oscuros, apunta a sorprender con los repentinos “twists” que da la trama y es por eso, que uno rápidamente entiende, que obviamente nada será lo que parezca a primera vista. Zonka justamente parece mucho más preocupado en que esos giros sean efectistas y logren sorprender al espectador, que en construir un relato fluido y dinámico a través de las casi dos horas de proyección. Así como el tono general es sumamente irregular, con momentos muy logrados mezclados con otros completamente convencionales (en el peor sentido de la palabra), también el trío protagónico parece transmitir lo mismo con sus actuaciones. El excelente Romain Duris (a quien vimos, entre otros tantos trabajos, en la trilogía de “Piso Compartido” de Klapisch, fue el travesti de “Une nouvelle amie” de Ozon, dirigido por Audiard en “El latido de mi corazón” y nominado cinco veces al premio César) trabaja su personaje demasiado cargado de guiños y mohines. Una composición más exterior que interior para dar vida a un personaje que de esa manera genera la confusión que el relato necesita para sembrar “falsas pistas” y entrar en el juego que el género propone. Vincent Cassell, otro gran actor, recurre en forma permanente al estereotipo y su Visconti se presenta como un cúmulo de lugares comunes y convenciones. Es obvio que Cassell tiene el talento necesario para que brille su personaje, pero sin embargo descansa en su vestuario harapiento, en su desprolijidad exterior, en la crispada violencia a flor de piel para dejarnos con ganas de haber visto un trabajo que recurriera más a su capacidad de sutileza y sin tanta obviedad manifiesta. Quien parece hacer entendido perfectamente el significado de ese rio negro que atraviesa el alma de los personajes (apelando al título original “Fleuve Noir”) es Sandrine Kiberlain. Algunos la recordarán por su delicado trabajo en “Un affaire d´amour – Mademoiselle Chambon” de Stéphane Brizé o como Simone de Beauvoir en “Violette”, otros por sus comedias como “Las mujeres del sexto piso” o la jueza de “9 mois fermé” y es quien ha brillado a las órdenes de Alain Resnais, Serge Bozon o Maïwen. Una actriz que ha dado muestras suficientes de su ductilidad y su poder interpretativo, se carga la película al hombro y en solo tres o cuatro escenas contundentes y en un final en el que cierra perfectamente la perversidad de su personaje, Kiberlain hace la gran diferencia de “SIN DEJAR HUELLA”. Zonca sabe perfectamente cómo filmar un buen producto y si bien no hay grandes aciertos, tampoco hay errores notorios. La película navega entre el producto de género bien hecho y el pretendido cine de autor, sin tocar ninguna orilla. El resultado final mejora con un último giro de la trama completamente efectivo y con dos actores (Kiberlain logra opacarlo a Cassel aunque parezca imposible) que potencian el texto, generando muchísimo más impacto del que propio texto propone.
Sin dejar huella sobresale entre los mejores filmes policiales que se estrenaron este año y representa una interesante incursión en el género del director francés Eric Zonka. Un realizador que consiguió notoriedad internacional con El pequeño ladrón, una propuesta intensa sobre la delincuencia juvenil que se conoció a fines de los años ´90. Zonka había explorado el thriller en el 2008 con Julia, una buena película con Tilda Swinton, pero en su nuevo trabajo se mete de lleno en el terreno del noir con una de las historias más oscuras y retorcidas que se hicieron en el último tiempo. Vincent Cassell y Roman Durais (La muñecas rusas) dos figuras del cine francés que rara vez decepcionan con sus interpretaciones, son los protagonista de esta propuesta que tiene más giros inesperados que una novela de Jim Thompson (La fuga, The Killer Inside Me) Un autor que algo entendía a la hora de explorar en la literatura las zonas más oscuras de la psicología humana con thrillers apasionantes. Sin dejar huella desarrolla temas turbios en un misterio policial que está impecablemente construido por el director Zonka, quien logra mantener la tensión y el suspenso de su relato hasta su resolución. La trama está muy bien organizada y explora de un modo interesante la psicología de los personajes, más allá del misterio principal. Si hubiera que objetarle algo a este film es que el rol de Cassel cae en el lugar común del detective torturado y alcohólico que es uno de los peores clichés que tiene el género policial. El concepto se trabajó en exceso en infinidades de películas y libros y en este caso se podía haber excluido tranquilamente, debido a que la investigación que lidera el protagonista ya tenía la suficiente carga dramática e intriga necesaria para capturar la atención del espectador. Un aspecto positivo de esta situación es que al menos el papel quedó a cargo de un tremendo actor como Cassel, quien lleva adelante esta característica de su personaje con mucha altura. Una interpretación que tiene más valor todavía si se tiene en cuenta que el artista no tuvo tiempo de preparar el personaje, ya que reemplazó a último momento a Gérard Depardieu, quien fue hospitalizado por una complicación en su salud durante la primera semana del rodaje. En estos días donde el género encuentra sus mejores exponentes en la televisión, el director Zonka, con un sólido regreso al cine después de 10 años, aporta una muy buena película que no defraudará a los amantes del policial negro.
El realizador francés de “La vida soñada de los ángeles”, “El pequeño ladrón” y “Julia”, regresa luego de 10 años a la pantalla grande con el thriller “Sin dejar huellas”. El film es una adaptación de la novela israelí “The missing file” (2011), del autor Deror Mishani, y tiene como protagonista al reconocido Vincent Cassel. El propio Érick Zonca junto a Lou de Fanget Signolet escribieron este libreto en el que seguimos a un policía alcohólico que se sumerge en la investigación sobre la desaparición de un adolescente. El camino para hallar la verdad, será turbulento y plagado de trampas. Decepcionante al máximo, Zonca marca su regreso al cine con un thriller fallido y torpe que se pliega a los esquemas más rutinarios del policial, y que resulta demasiado manierista hasta perder todo el interés por la película, que parece estar filmada con una desidia preocupante que va desde los problemas narrativos que tiene, pasando por unas interpretaciones débiles y una absoluta ineficacia para abrir y cerrar la obra. “Sin dejar huellas” toma estrictamente las reglas del policial negro para construir el personaje del detective (Vincent Cassel) que por supuesto, es alcohólico, está con prostitutas, es violento, machista y ordinario. Representa la peor parte del humano, pero Zonca hace de ese acercamiento al policial negro una experiencia fallida: el personaje pasa a ser realmente irritante e insoportable. Todo luce demasiado subrayado y manipulador. Ansioso por ir al disparador argumental, Zonca inicia su obra con un Vincent Cassel que ya recibe el caso de forma apresurada. Esto hace que de entrada la película cargue todas las características del detective en poco tiempo. La desprolijidad del comienzo no hace más que acentuarse a lo largo del metraje cuando se va visualizando un guion malo que expone demasiado a los actores con situaciones ridículas. Lo de Vincent Cassel sorprende: compone una actuación altamente sobreactuada y olvidable, casi al borde del papelón. Para no reducir toda la trama a un caso policial, “Sin dejar huellas” propone una subtrama que se desarrolla con deficiencia, sobre el hijo del detective y sus negociados con la droga. El resultado es de nuevo muy malo. Ya en la segunda mitad, el guion se aferra en falsos sospechosos que le permiten ‘complejizar’ la investigación, incluso cuando esto signifique rizar los hilos de forma demasiado rebuscada y cayendo en algunos golpes bajos. Un thriller decepcionante y rutinario que tiene grandes problemas de dirección y guión. Cuesta creer que haya sido filmada por Érick Zonca. Lo que pudo haber sido un efectivo acercamiento al cine negro, acaba en un espectáculo de golpes bajos y manipulación forzosa. Calificación: Regular Fabio Albornoz (TW @fabioalbornoz).
Es uno de esos policiales oscuros, densos, que provocan por igual atracción y repulsión. El director y coguionista Erick Zonca, con la base de la novela del israelí Dror Mushani avanza solidamente en la realización, en el despliegue del drama, sin raccontos ni más trampas que las vueltas de tuerca del género. La denuncia de parte de una madre doliente, de la desaparición de su hijo adolescente, es el puntapié inicial de un caso que se parece demasiado a la rutina de muchos casos similares. No es lo que aquí ocurre. El director contó con un actor que deslumbra con su detective alcohólico, machista, destruido, que luego de algunas vacilaciones y descreimientos (se piensa en una simple huída del chico) abraza el caso una pasión única y errónea. Vincent Cassel le da vida a ese detective que sobrevive como puede a una separación y a las andanzas de su hijo también adolescente, incipiente traficante de droga. Su personaje sigue corazonadas y un olfato policial que muy hacia el final mostrará su hilado fino. Román Duris le da vida un profesor del chico desaparecido, vecino del mismo edificio que lo complica todo. Y Sandrine Kimberlan brilla como la madre doliente. No conviene contar más de este verdadero descenso a los infiernos humanos. Con una fotografía oscura, sombría como todos los personajes, este thriller, este filme negro, atrapa al espectador y sostiene una intriga sin concesiones.
La clave de una excelente película está en su final. Por lo general son cerrados, una historia que comienza y termina; aunque muchas otras veces son abiertos, dudosos y hasta injustos. Con su nuevo filme, "Sin dejar huellas", basado en el libro "Expediente de desaparición" de Dror Mishani, el director Erick Zonca, en su cierre, deja caer un cubito de hielo sobre nuestra espalda y el escalofrío es total. Una incomodidad que, mirada por el espejo retrovisor, revela que el mundo tiene tantas historias como personas lo habitan. Y todas son verosímiles y condenables a la vez. "Sin dejar huellas" es un filme típico para la mirada entrenada de cualquier amante del cine. Un inspector de policía alcohólico que demuestra en cada comentario que su vida privada es un desastre, con el agravante de que tampoco es un as en su profesión. Mediocre, desgarbado, consumido por el alcohol, pendenciero, malhumorado y agobiado por su presente, el detective Fran�ois Visconti (Vincent Cassel) asume el caso de un chico que su madre denuncia por desaparecido. Sin ganas de nada, comienza a indagar en lo más común, suponiendo que se habrá escapado con su noviecita de turno o huido por no estudiar o por un maltrato intrafamiliar. Un desgano total que hace que el eje se pierda y que cuestiones periféricas tomen protagonismo. Muchas escenas son las que merecen ser vistas con lupa. Y no porque hagan al todo de esta historia que nos arrincona de intriga sino porque el nivel actoral de sus protagonistas es inmejorable. A un irreconocible Cassel como el envejecido y decadente policía hay que contraponerle la desorientada madre, registro de la actriz Sandrine Kiberlain. Ver al detective seducido por una anónima en un bar o discutiendo con su hijo por un tema de drogas es disfrutar de una actuación convincente y sin fisuras. Y las escenas conjuntas, madre y policía, valen para el premio que sea. TRES PILARES "Sin dejar huellas" es abrumadora de principio a fin porque sus tres pilares rozan la perfección. Una dirección magistral que de forma espiralada nos oprime el pecho, un guion que nos explota en los ojos, y actuaciones brillantes, sorprendente todo para una película con bajo cartel, que sin una crítica que motive podría pasar desapercibida ante las pretensiones del buen espectador. Con un Vincent Cassel soberbio, transitando el punto más alto de su carrera, y un Zonca que veinte años más tarde logra convertirse en la esperanza que prometió cuando estrenó "La vida soñada de los ángeles", "Sin dejar huellas" se instala como una película imperdible, de esas que se ven con poca expectativa y que después uno se las recomienda a sus conocidos para que vivan la misma experiencia. Una joya del cine francés contemporáneo.
Reaparece Erick Zonca, director que llamó muchísimo la atención con sus dos primeras obras, "La vida soñada de los ángeles" y "El ladrón", ambas bien singulares, inquietantes, creíbles y muy bien interpretadas, hace de esto casi 20 años. Después solo dirigió otras dos, que aquí no llegaron, y de pronto ahora resucita. Mantiene los méritos de inquietar y dirigir muy bien a los intérpretes, y sigue siendo bastante singular, aunque tema y personaje parezcan de catálogo, y algunas cosas no resulten del todo creíbles. El tema principal se sintetiza en su planteo: un oficial de policía, que se lleva pésimo con el hijo adolescente, debe investigar la desaparición de un chico modelo, según lo describe la madre. Hay varios sospechosos, en especial un vecino, "colaborador voluntario". Pero el sujeto más llamativo es el propio oficial, un tipo envejecido, alcohólico, acelerado, mano suelta, como se decía antes, más desaliñado que el inspector Columbo pero menos lúcido, que el formidable Vincent Cassel interpreta como si fuera una especie de Fanego desaforado. Romain Duris le hace el contrapunto, siempre a punto de sacarlo de las casillas, y Sandrine Kiberlain es la madre angustiada del chico. Hacia el final hay varias vueltas de tuerca, de las que no diremos nada, por supuesto, salvo que tienen gusto amargo. Detalle a considerar: el film se inspira en la novela de Dror Mishani "Expediente de desaparición", pero el inspector de Mishani es un petiso pelado, que ni se compara. Bienvenido de nuevo, Erick Zonca.
El protagonista es un detective llamado François Visconti (Vincent Cassel, “Cisne negro”) divorciado, alcohólico y desordenado, con un hijo adolescente rebelde. A Visconti le surge un caso sobre la desaparición de un adolescente que salió de su casa al colegio y nunca regresó a su hogar, a la situación la envuelve una serie de misterios, enredos, sospechosos, una madre desesperada Solange Arnault (Sandrine Kiberlain, “Violette”), una hermana con síndrome de Down, un profesor Yann Bellaile (Romain Duris, “Todo el dinero del mundo”) que no dice todo lo que sabe y oculta su vida personal. Todos los personajes son fundamentales para descubrir la verdad y que sucedió realmente. Todo se desarrolla bajo un ritmo pausado, además de la desaparición de este adolescente, aborda otros temas, la intriga, el misterio y las destacadas actuaciones, resultan fundamentales para mantener al espectador atento a cada escena, con varios giros sorprendentes y un desenlace impactante.
EL CULPABLE SIEMPRE ESTÁ POR FUERA DE LO PREVISIBLE Con un relato en torno a la desaparición de un joven, Sin dejar huellas muestra la investigación del caso y los obstáculos que se le interponen. Como en todo policial, a este film no le pueden faltar los giros sobre las diferentes posibilidades y los sospechosos. Retoma elementos ya utilizados en otros films del género, pero realiza algunos giros interesantes. Luego de que un adolescente no apareciera por su casa, Solange, su madre, da el parte a la policía. Francois, es el detective que lleva adelante el caso. Pero este hombre está lejos de saber contener a la mujer, pues apenas puede con su vida. La condición del policía es un elemento fundamental para el film, porque su estado alterado da lugar a cierta negligencia y falta de apreciación de algunas circunstancias. La figura del investigador retoma el típico indisciplinado dentro del servicio: toma alcohol a morir, aún durante la jornada laboral; tiene malas contestaciones; anda solo por la vida; y le encanta hacer chistes fuera de tono con las mujeres de su entorno, abusando de su figura de poder. Por momentos, da el aspecto de Gregory House. Pero más que la mera referencia o el atractivo por la personalidad, estas características aparecen en pos del enigma policial. En el film hay tres historias que conviven. Por un lado, la familia del joven desaparecido, de la cual no se sabe demasiado hasta entrar en el final. Luego está el detective y su familia: en este sentido, el peso aparece por las dificultades que tiene Francois para relacionarse con su hijo y el traspaso que realiza de su vida al caso policial al encontrarse con la desaparición de un adolescente de una edad parecida. Y por último, está el ex profesor del chico, otro personaje que se lleva la atención por su pensamiento excéntrico, pudiendo verse en él cómo la fantasía literaria, los libros que frecuenta leer, irrumpen en su vida para trastocar sus criterios. Sin dejar huellas mantiene la intriga sobre este triángulo. Sabe romper los límites del caso, involucrando al detective en la resolución. De esta manera, la película despega de la investigación en cuestión para poder también realizar una crítica a los crímenes que parecen menores y quedan impunes por no conocerse. Su cierre se da una manera un tanto forzada, pero juega con esto para poder poner al final una resolución que resignifique algunas de las pistas que ha dejado el transcurso de la investigación.
Basada en la novela Expediente de Desaparición, del escritor israelí Dror Mishani, el cineasta Érick Zonca (Julia) presenta Sin dejar huellas, un atrapante thriller francés repleto de giros inesperados. La historia gira en torno a la desaparición de Dany Arnault, un adolescente de 16 años, que se esfumó de un día para el otro. El comandante François Visconti (Vincent Cassel), un policía alcohólico y algo desalineado, es quien llevará adelante la investigación. Desde un comienzo, la película apunta a un único sospechoso: Yann Bellaile (Romain Duris), un profesor de literatura y vecino de la familia que en varias oportunidades le brindó clases particulares al joven. Visconti se dirige principalmente contra Bellaile debido al particular interés que éste muestra con respecto al caso. A lo largo de la historia, este tipo de policiales no enseñó que el primer sospechoso suele tener poco y nada que ver con lo acontecido y que siempre el culpable es quien menos uno se espera. Es así que, aunque todo señale a una persona, constantemente se plantean preguntas para que el espectador vaya sacando sus propias conclusiones con respecto a qué es lo que pasó. Las constantes dudas que plantea la trama logran mantener al espectador en vilo en todo momento, sobre todo cuando se va acercando el final. Más allá de todo el misterio con respecto a la desaparición del joven, Sin dejar huellas cuenta con una subtrama. Posiblemente sea este el punto más flojo de la película. Érick Zonca también ahonda en la vida personal de Visconti, principalmente en la relación que mantiene con su hijo, un joven que parece estar iniciándose en el narcotráfico. Esta trama no sólo no aporta nada a la historia principal, sino que ni siquiera está bien desarrollada. De hecho, lo único que consigue es generar menos empatía con el protagonista (algo latente en toda la trama). Sin dejar huellas es una película intensa y llena de misterio. La historia se va desarrollando de a poco y, a medida que avanza la trama, los secretos comienzan a salir a la luz. Si bien por momentos se torna algo lenta, la cinta logra mantener un clima de tensión constante. Esto también se debe en parte a la ambientación, en dónde constantemente predominan espacios oscuros y fríos, que logran un equilibrio perfecto entre los acontecimientos y lo que se pretende mostrar. El film no sólo es un thriller repleto de giros inesperados. A medida que avanza la historia, y que comienzan a develarse los secretos, todo se va volviendo más oscuro y siniestro. El final no sólo es impactante porque es inesperado y sorprendente, también lo es por la profundidad de los temas que se develan. Érick Zonca ahonda en cuestiones como el abuso, las obsesiones y la mente humana en general, y plantea interrogantes tales como: ¿Qué puede llevar a un humano a cometer un crimen?
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“Sin dejar huellas” (Black Tide o Fleuve Noir- Marea Negra-) representa un retorno para el escritor y director Erick Zonca, cuyo “El sueño de los ángeles” (“La vie revée des anges”, 1998) sigue siendo uno de las apuestas más memorables del cine de arte francés de finales de los noventa. Zonca continuó con la subestimada “El pequeño ladrón” (“Le Petit Voleur”, 1999)y un olvidado debut en inglés, “Julia” (2008) protagonizada por Tilda Swinton. Tras una década de silencio Erick Zonca regresó con un malhumorado, mugriento y desquiciado policía alcohólico que intenta resolver el caso de un adolescente desaparecido. Existió un tiempo en el que los espías sobresalían en el imaginario colectivo y en el que los detectives reinaban como los más duros de su zona. Hombres atormentados por sus fantasmas internos que luego de dejar cientos de colillas de cigarrillos , vasos de whisky a medio terminar en su camino, lograban apresar a los criminales más sanguinarios haciendo gala de un extraordinario poder de deducción, un código moral esquivo a cualquier clasificación, y no pocas dosis de cinismo Ese cine policial de los cuarenta es retomado con ciertos preceptos formales mucho más modernos por Erick Zonca. El policía-detective que presenta en “Sin dejar huellas”es interpretado por Vincent Cassel, cuyo modo de vida bordea lo ridículo pero también es posible ver una versión francesa del corrompido y borracho del Capitán Hank Quankan de Orson Welles en “Sed de mal” (“Touch of evil”, 1958), a Sam Spade de “El halcón maltes” (“Maltese Falcon”, 1941), o a Philip Marlowe de “Al borde del abismo” (“The big sleep”, 1946) La historia de “Sin dejar huellas” fue adaptada por Erick Zonca y Lou de Fanget Signolet del libro “The missing file” del escritor israelí Dror Mishani, que se centra en el largo juego de gato y ratón entre el detective François Visconti (Cassel), bebedor compulsivo con preferencia por una marca Ballantine; padre irresponsable cuyo propio hijo se está convirtiendo en un dealer y al que no le importa dormir con la madre de una víctima, Sandrine Kiberlain (Solange Arnault) cuando la ocasión se le presentó, y un frustrado novelista existencial con gran predilección por Kafka y Camus, Yann Bellaile (Romain Duris). Zonca lanza muchas pistas falsas que ayudan a mantener el suspenso, pero, también fatigan al espectador porque vuelve una y otra vez casi al mismo punto de partida que, por otra parte ya pierde todo interés cuando se resuelve el homicidio. En ese mundo enfermo y marginal que plantea Zonca el único personaje que parece ser el más sano es la esposa de Bellaile (interpretado por la estrella de “El sueño de los ángeles”, Elodie Bouchez) ya que ella es el único personaje que cuestiona abiertamente la conducta de todos y en especial la de Visconti. “Sin dejar huellas”posee múltiples puntos giro que por momentos el espectador sentirá como que el filme fue cortado por razones comerciales. El único inconveniente de este tipo de edición es que parece olvidar secciones enteras de la historia, incluida la trama secundaria que involucra al hijo de Visconti y todo el caos burocrático de la comisaría. Hay personajes que se pierden, como el de Chérifa (Hafsia Herzi). La cámara del italiano Paolo Carnera (que filmó la serie de televisión “Gomorrah, 2014 ) aprovechó al máximo algunos espacios puntuales de los suburbios de París (Pigalle, o el bosque de Boulogne ) y mucha oscuridad. Vincent Cassel logra con su sólida interpretación dar un punto de apoyo importante a una película que por momentos se desbarranca, pero que posee un sólido misterio en su núcleo y fuertes giros de apoyo con Romain Duris, como el vecino escalofriante, y Sandrine Kiberlain como una madre cuyos secretos la abruman. En síntesis, “Sin dejar huellas” ofrece demasiado (en términos de angustia y miseria humana) y muy poco (en términos de narración satisfactoria), por lo tanto esta visión de cine negro de Erick Zonca no despertará gran apasionamiento ni admiración como lo hicieron sus anteriores filmes
Hay que estar preparado para el intenso viaje de "Sin dejar huellas" (Fleuve Noir), la nueva película de Erick Zonca ("La vida soñada de los ángeles"). Este es un policial oscuro y opresivo, donde los personajes no tienen redención posible. El protagonista es el detective François Visconti (Vincent Cassel), un policía alcohólico que está lleno de rencor por el abandono de su esposa y la conducta de su hijo, que se dedica a vender drogas en la calle. La historia comienza cuando Visconti se obsesiona con el caso de Dany Arnault, un adolescente que desaparece sin dejar rastro. El detective persigue día y noche a un sospechoso, el ex profesor de francés del chico (Romain Duris), al mismo tiempo que empieza a sentirse atraído por la madre del adolescente (la rubia Sandrine Kiberlain). La investigación avanza lentamente, mientras las teorías sobre la desaparición se vuelven cada vez más densas y dramáticas. Erick Zonca maneja muy bien los tempos del "film noir" y demuestra otra vez que es capaz de construir personajes sólidos, apoyados en las grandes actuaciones de Cassel, Duris y Kiberlain. A través de ellos el director se mete con temas complejos como los secretos familiares, los deseos inconscientes y los siniestros métodos de la creación literaria. Sin embargo, por otro lado, Zonca también abusa de los giros inesperados y por momentos agobia con las miserias de sus criaturas.
En Argentina, las dos primeras películas de Eric Zonca fueron muy bien recibidas: La vida soñada de los ángeles (1998) y El pequeño ladrón (1999), dos conmovedores retratos de jóvenes marginales con vidas con un presente atormentado y sin posibilidades de un futuro mejor. Hubo que esperar casi 10 años para su tercera película, Julia (2008), otro retrato desesperanzado protagonizado por una deslumbrante Tilda Swinton. Ahora, exactamente 10 años después, llega su cuarta película, Sin dejar huella, un contundente y agudo policial francés en el que no se salva nadie. Porque todos los personajes, en mayor o medida, tienen facetas que van desde lo cuestionable hasta lo deleznable. Algunas están muy a la vista mientras que otras se esconden detrás de una fachada de inocencia. Basado en la novela The Missing File, del israelí Dror Mishani, el cuarto opus de Zonca comienza, como es muy habitual en el noir, con una desaparición. Se trata de Dany, un adolescente de 16 años quien, al parecer, no tendría ningún motivo para huir de su casa. Se presume, entonces, que fue secuestrado o asesinado. El encargado para resolver el caso es Francois Visconti (Vincent Cassel), un policía alcohólico, agresivo y con todo tipo de problemas – entre ellos, un hijo adolescente que es casi un traficante de drogas y una fijación por su ex esposa que lo abandonó. Solange (Sandrine Kiberlain) es la desconsolada madre de Dany, al borde de un colapso nervioso, siempre ahogada por la pena. Marie (Lauréna Thellier), es su única hija, una chica con Síndrome de Down que extraña mucho a su hermano mayor, entre otras penas que sufre. Por otro lado, está Yann Bellaile (Romain Duris), el profesor de francés de Dany, que parece estar demasiado interesado en la resolución del caso, como si se estuviera jugando alguna cuestión de carácter personal. Y esto para empezar. Sin dejar huella es tanto un noir bien oscuro como un thriller desconcertante, por lo que despliega no solo un panorama de miserias, bajezas y corrupción, sino también inesperadas vueltas de tuerca, revelaciones impensables y confesiones perturbadoras - quizás, en ocasiones, ligeramente forzadas. Por eso mismo, el clima general de malestar profundo, que generalmente se siente muy genuino, se hace carne en el espectador con tanta facilidad como incomodidad. La apuesta de Zonca no es poca cosa: nos pide que nos involucremos en el drama sin posibilidad de identificarnos o empatizar con nadie. Y, sin embargo, logra su objetivo. Porque hay algo fascinante en este univeso corrupto que hace que nos quedemos pegados a la pantalla observando el devenir de los acontecimientos. Y no precisamente desde una distancia tranquilizadora. Cassel construye un policía que recuerda al de Harvey Keitel en Un maldito policía en su desborde, violencia y ferocidad. No obstante, tiene una preocupación genuina por encontrar al adolescente desaparecido, e incluso a veces parece tener cierto altruísmo. Lo que no es poco en un mundo donde todos se preocupan por sí mismos sin tener en cuenta el sufrimiento de los otros. Siendo un actor tan talentoso, no debería sorprender que se robe la película, aún estando, quizás, al borde de la sobreactuación ocasionalmente. Pero también Sandrine Kiberlain brinda una interpretación sobresaliente, tan convicente como desgarradora. Y aún a pesar de su relativa transparencia, sus sentimientos más profundos están bien escondidos. Eso de por sí ya es inquietante. Sin dejar huella no es una película fácil de ver pero tampoco es un martirio ni mucho menos. Que retrate, sin concesiones, un mundo en el que uno no desearía vivir la hace aún más sugestiva. Porque una cosa es bien cierta: en la vida real, lejos de esta ficción que dura 113 minutos, estos mundos están a la vuelta de la esquina. Nadie puede decir que la historia que narra Zonca no es verosímil. Y sí, debe ser mostrada así, con su lógica crudeza. Sin dejar huella (Fleuve noir, Francia, Bélgica, 2018). Puntaje: 8 Dirigida por Erick Zonca. Escrita por Érick Zonca, Lou de Fanget Signolet, basada en la novela de Dror Mishani. Con Vincent Cassel, Romain Duris, Sandrine Kiberlain, Élodie Bouchez, Charles Berling. Fotografía: Paolo Carnera. Música: Rémi Boubal. Duración: 113 minutos.
El cine de género siempre nos convoca a las salas, y vamos en busca de su universo de indicios reconocibles que es parte de su encanto o familiaridad, en tanto y en cuanto la previsibilidad no sea excesiva y caigamos en la obviedad más absoluta. El noir, policial negro o cine negro, es un subgénero muy querido en nuestra pantalla nacional desde hace muchas décadas atrás. Tenemos historia de grandes policiales negros realizados por gigantes de nuestro cine, y como buenos amantes fieles hemos seguido los pasos del “noir” francés y su sello particular. Esta nueva propuesta de Erick Zonca director responsable de una filmografía algo discontinua pero con algunos títulos dignos de interés nos trae una adaptación cinematográfica de la novela negra homónima del escritor israelí Dror Mishani. No solo un suceso de ventas sino que hasta aplaudida por el mismo maestro de las letras policiales: Hening Mankell. La trama teje un misterio de desaparición, alguien, un joven adolescente se hace humo del día a la noche en el marco de una familia tipo (digamos eso por ahora) y cuyo caso cae en las manos del comandante Visconti (nuestro querido Vincet Cassel) que como buen policía del cine negro está quebrado, sucio y no para de beber whisky. El traje que le queda varios talles más grande confirma su imagen, la de verse fuera de sí mismo, como en un cuerpo prestado, tal vez el de algún otro detective de la historia del cine negro. Visconti busca al adolescente desparecido como quien quiere recuperar algo propio, ya que él es padre de un a un hijo adolescente perdido en la venta de drogas y la vida marginal. Valga un guiño en la similitud de nombres Denis que es el joven desaparecido, y Dany su hijo. Pero ahí no terminan los espejos, típica figura del noir, la simbología del espejo del que bien hizo Welles algo explícito en La Dama de Shangai es un punto esencial para este subgénero. Toda la trama psicológica de base suele abrir este juego: el que debería representar lo bueno se ve espejado en lo malo, y no solo se ve espejado esa oscuridad sino que casi siempre la desea. Visconti desea encontrar al joven ausente y proyecta eso más lejos aún cuando desea a la madre del desaparecido la que despliega una imagen engañosa de fémina oprimida que lo atrae como una infernal mujer fatal. Desear a la mujer engañosa es como volver a desear su ex esposa a la que recuerda justamente por su abandono y su traición. Un espejo de engaños sin salida. La configuración de la investigación policial se construye entre un profesor de literatura de Denis, la madre sufriente y el padre casi ausente, la hermana discapacitada todo un código cifrado de secretos inexpresables y la oscura y miserable novela familiar que se traza entre ellos. La búsqueda infatigable de Visconti que lo muestra cada vez más derruido, más desgreñado, más inmoral y más confundido se nos hace morosa, como empantanada en un clima algo maniqueo y con ciertas obviedades subrayadas con innecesario énfasis en la dirección de actores, particularmente en Cassel y en el profesor (Romain Duris) sobre afectados en muchas escenas que le quitan las sutilezas y grises a sus personajes. Desconozco cuanto se aleja la adaptación del texto original, pero si hay algo que contiene más intensidad y menos exageraciones son los últimos treinta minutos del filme donde se ponen en juego varios giros dramáticos, un poco más picantes que el resto de la propuesta. Enredado y patológico el acto final deja algo intenso en la boca, algunas claras notas de sabor a filme noir. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Proyectada en el marco de la primera edición del Tour de Cine Francés en Argentina durante el mes de octubre, la película nos cuenta la historia de un detective que intenta resolver el caso de un joven desaparecido en extrañas circunstancias. Su madre acude una noche a la policía para denunciar el extravío, y a partir de allí, el film se centrará en la resolución de un misterio bajo los cánones del género de investigación policial, en donde el espectador acompaña las conjeturas acerca del posible culpable. Escrita y dirigida por Érick Zonca, “Sin dejar huellas” está basada en la novela “Expediente de Desaparición”, del israelí Dror Mishani. Zonka, recordado por “La Vida Secreta de los Ángeles”(1998), nos cuenta la película desde la perspectiva del personaje de Cassell, y como éste se va internando en el misterio que envuelve el caso, generando en el espectador un nivel de focalización cómplice e incierto. La cámara muestra detalles sutiles, que el espectador deberá captar como posibles pistas. En definitiva, este auténtico laberinto kafkiano (evidente metáfora su mención de El Castillo) no hace más que mostrarnos la podredumbre del ser humano, en un relato en donde todos están comprometidos. Constantes giros en la trama, cercana a su resolución, conllevan a un desenlace sorpresivo. Cuestión que también nos sugiere reflexionar acerca del relato de ‘verdad’ que se teje como ‘oficial’ cuando la desaparición repentina de un adolescente encubre una turbia realidad. La experiencia de Cassell contribuye a la recreación perfecta de un detective acosado por sus demonios internos. Un antihéroe confrontado con su propio hijo, quien vive en los márgenes de la ley, y afecto a las bebidas para calmar su ansiedad y ahogar el recuerdo de una existencia miserable, profundizada por la partida de su esposa. Esta película nos presenta una galería de personajes interesantes, que va dotando de dimensión al relato: el padre del muchacho tan suspicaz como ausente, el rol que juega la madre del desaparecido y el sospechoso profesor aspirante a novelista interpretado por Romain Duris. La desesperanza que se cierne sobre la condición humana –a través de citas de Albert Camus- queda plasmada mediante familias corrompidas, capaces de llevar a cabo aberraciones. La película también resulta un interesante ejercicio para colocar al espectador como juez. Mecanismo que no hace otra cosa que interpelarnos acerca de la verdadera naturaleza que se oculta en la sociedad.