Putas errantes Luego de dos años de su estreno, llega al país la cuarta película de Mathieu Amalric titulada “Tournée”, por la cual ganó el premio al Mejor Director en el Festival de Cannes 2010. Sí bien Amalric es más conocido como actor (La escafandra y la mariposa, Munich y Quantum of Solace), como director ha tenido un exagerado reconocimiento con esta película. El film cuenta la historia de un productor de televisión parisino (interpretado por el mismo Mathieu Amalric), que abandona su país al cumplir los 40 años y parte a Estados Unidos a recomenzar su vida. En Norteamérica conoce a un grupo de voluptuosas cabareteras con las cuales arma su compañía teatral. Pero finalmente decide volver a Francia con el objetivo de realizar una gira que concluya en el teatro de París, pero para lograrlo deberá abrir parte de su pasado. Sobre la película Tournée es una película que se va extendiendo tanto como las caderas de sus protagonistas, abre caminos hacia ninguna parte y todo deriva en una nada con atisbos de melancolía y una alegría superficial que nace del día a día. El film en sí, podría calificarse como un hijo no reconocido de John Cassavetes aunque tiene elementos grotescos fellinianos y ese humor sutil que suele presentar el cine francés y que, en lo personal, nunca me sacó una sonrisa. Cabe destacar la habilidad de Amalric para desarrollar una relajada y continua construcción de espacios desconectados cargados con un profundo contenido afectivo, donde el pasado y el presente se entremezclan y forman otro espacio distinto al contexto real que estamos viendo en pantalla. Conclusión “Tournée” es una película anárquica que camina por los bordes del lenguaje cinematográfico y prepondera las relaciones entre los personajes con diálogos que oscilan entre lo profundo y lo banal. Sin embargo, el resultado es una película transitoria, liviana y con un guión para nada sólido que no trascenderá más que por la sobrevaloración dada en Cannes.
En Competencia Oficial, Tournée o “En Tour” trata sobre un grupo de mujeres que realizan shows de strip tease en salones a cargo de Joachim, una especie de representante, algo asi como el Ben Gazara de The Killing of a Chinesse Bookie de Cassavetes o el Willem Dafoe en Go Go Tales de Ferrara. El contiene a su grupo, es narcisista, cansado de las malas pagas, su fallida excursión en Norteamérica y ahora, su vuelta Europa en un tour por Francia para realizar su show...
Toda película tiene una secuencia especial a partir de la cual tejemos la trascendencia de lo que estamos viendo. No me refiero a los puntos de giro ni a las epifanías, ni tampoco a ese diálogo que claramente que está puesto ahí como clave de lectura (“El truco está en el tiempo”, decía Darín en El aura, por citar un ejemplo). Hablo de la secuencia que más adoramos, la que más recordamos, la que durante la proyección nos elevó a otro grado de fusión con el relato, secuencia que puede no ser la misma para cada espectador, pero que marca el momento en que nos enganchamos definitivamente con esa “conversación” que el film propone. Porque eso es lo buscan los verdaderos autores: conversar. Bajar un poco la música ambiente para poder hablar, como reclama continuamente el aturdido Joachim (Mathieu Amalric) en Tournée, una película libertaria e imprevisible, desvergonzada y melancólica como una charla empachada de alcohol al final de la noche, cuando ya se fueron todos de la fiesta y nos quedamos solos, con la corbata desatada y el rimel hecho una lágrima. Y la sinceridad. Antes de ir a la secuencia que anticipé más arriba, digamos de qué va este film dirigido, escrito y protagonizado por Amalric (ese tipo bajito pero súper comprador que se devora cada película en la que asoma, y que se llevó el premio a la Mejor Dirección en el último festival de Cannes). Tournée se centra en una gira que un grupo de actrices norteamericanas realiza por Francia, acompañadas por un manager francés en bancarrota, que no logra conseguir un teatro en París para montar el gran show que les había prometido a las chicas. Ellas son bailarinas reales. Es decir, en la “vida real” son nombres reconocidos en Estados Unidos dentro del género llamado “New Burlesque”, en donde combinan el striptease con baile, canto, comicidad y algo de magia, pasando sin aviso de la chabacanería a la sofisticación. El relato muestra fragmentos de este espectáculo junto con los entretelones de la gira, la convivencia entre las actrices y la rara relación que tienen con el representante, quien en su desesperación no deja de cometer torpezas. El momento privilegiado, la bisagra personal, dura apenas unos segundos, cuando la bailarina Mimi le Meaux (Miranda Colclasure) llega a su habitación en el hotel, luego de un show. Aparece sentada al borde de la bañera, con su cuerpo desnudo generoso en curvas y tatuajes, aunque nosotros sólo vemos su espalda, todo un acto de pudor para un film que venía desvistiendo anatomías. Pero en la escena del baño la cámara respeta la intimidad de la mujer, observándola mientras ella moja sus piernas y se hace masajes en los pies. Porque los tacos duelen, incluso a quienes hacen malabares sobre ellos. Y el ojo de la cámara es el de alguien que comprende ese dolor, alguien que siente admiración y cariño, que permanece ahí como si estuviera aguardando el instante indicado para abrigar a su personaje con una bata. Esa es la forma en que se revela un director de cine. Hay un cierto compás cassavetiano en la mirada de Amalric, con esa cámara que se enrosca en los cuerpos como una serpiente, que flamea como boa de plumas, siempre curiosa y carnal, pero sin la necesidad de hurgar en la decadencia característica del creador de Faces. Por el contrario, Tournée se acerca más al vitalismo todo terreno que transmite el cine de Arnaud Desplechin (quien trabajó con Amalric en varias ocasiones). Y a pesar de su evidente estructura de ficción, y como señaló en una reseña el crítico Jonathan Romney, el film también recuerda por momentos al registro de Frederick Wiseman y su avidez antropológica a la hora de retratar un microcosmos con sus dinámicas y códigos intransferibles. De allí que el relato siga espiando a Mimi le Meaux una vez que terminó su baño. Ella parece estar esperando algo. Mira su celular y suspira. Se quita las gigantescas pestañas postizas, se pone una remera y baja al bar del hotel a ver si logra sentirse un poco menos sola. Porque de eso también se trata. Pero ojo que no estamos ante a una película para llorar. Aunque intuimos que estas mujeres han llorado mucho, y que siguen disfrazando muchas angustias, a ellas no les interesa la puesta en escena del lamento, porque ya están en otro lugar. Fueron y vinieron demasiadas veces. Eligieron, por sobre todas las cosas, la voluptuosidad del humor, enseñando que nada nos hace más libres que el hecho de querer el propio cuerpo.
La última realización de Mathieu Amalric es un relato que tiene sus momentos de lucidez y esplendor narrativo, sus momentos excelentemente bien logrados dramáticamente, apoyados por actuaciones muy profundas y realistas, al mismo tiempo que entra en baches y situaciones largas sin emoción ni planteos argumentativos atrapantes y diferentes.
Nostalgia en el burlesque El burlesque es un género bastante transitado en el cine. Existen varios ejemplos conocidos como Go Go Tales (2007) de Abel Ferrara, o Noches de encanto (Burlesque, 2010) con Christina Aguilera. Hoy se suma Tournèe (2010), tercer filme del actor francés Mathieu Amalric, en su faceta de director –también actúa- acompañado en esta oportunidad de legendarias figuras francesas como Miranda Colclasure, Suzanne Ramsey, Julie Atlas Muz y Angela de Lorenzo. La historia nos trae a Joachim (Mathieu Amalric), un devenido productor de televisión parisino, que realiza una gira por Francia con el grupo de bailarinas de striptease New Burlesque que ya pasaron su tiempo de fama. El humor de los números y el atractivo de las chicas conquistan tanto a hombres como a mujeres. En la gira, los escasos recursos llevan a las coristas a vivir en un mundo de fantasía y a Joachim a huir de sus acreedores y enemigos del pasado. Amalric es un reconocido actor no sólo francés por su participación en proyectos de Hollywood. Películas como La escafandra y la mariposa (Le Scaphandre et le Papillon, 2007) y Quantum of Solace (2007), donde interpreta al villano, le dieron al actor proyección internacional. Detrás de cámara, Amalric realizó varios cortometrajes y dos largos previos: Mange ta supe (1997) y El estadio de Wimbledon (2001). Tournèe capta a la perfección el sentimiento detrás del espectáculo, la fantasía, el amor, la pasión, la angustia, y sobre todo el compañerismo entre colegas del mundo del entretenimiento. Sin embargo, por lapsos, el film cae en baches narrativos sumido en la mera descripción. Dicho procedimiento distiende el ritmo del relato perjudicando la fluidez narrativa. A pesar de lo mencionado, Tournèe es un film cargado de buen humor, sexo y situaciones disparatadas, que obliga a querer a los personajes y simpatizar con ellos, a pesar de ser políticamente incorrectos.
El mundo es un escenario Las luces de neón de los títulos anuncian que Tournée es una película deslumbrante: el encuentro singular y fértil entre un autor francés que sacude todos los cánones y unos cuerpos americanos fuera de toda norma. Un ex productor de televisión vuelve de Estados Unidos con una troupe de chicas extravagantes, de encantos copiosos y vitalidad explosiva, que forman parte del New Burlesque: un espectáculo concebido por mujeres y destinado a mujeres, una toma de poder sobre el propio cuerpo liberado de preceptos sociales como la delgadez, la suavidad y la gracia. Los hombres no están prohibidos debajo ni sobre el escenario, pero su mirada no es fundamental. Estas mujeres, que expresan su personalidad sin inhibición, poseen una picardía y un sentido del humor devastadores que hacen de cada gira una fiesta permanente, incluso en los momentos de desencanto. La cámara las sigue por los pasillos, sobre el escenario, en los trenes y en los hoteles que marcan su curso, siguiendo los pasos de Joachim Zand, el productor impar, entre patético y sublime, personificado por el propio Amalric. Zand es un personaje acorralado, embarcado en una constante fuga, que improvisa su vida con la melancolía de los soñadores. Una de las grandes obsesiones que caracteriza a este dispendioso organizador de placeres consiste en hacer apagar la música funcional de los hoteles. Es un aventurero seductor, pero también un mentiroso y tal vez un estafador que cuando siente que la situación se le va de las manos, desafía a las chicas con un discurso que se desliza entre algún truco obvio y la sinceridad más frontal, y aprovecha cualquier distracción para escabullirse. Pronto comprendemos que la reconquista de su tierra natal será tan problemática como las oscuras razones oscuras que le hicieron abandonarla. Carrusel encantado. Tournée se eleva en el aire con una ligereza inaudita, siguiendo sus múltiples líneas narrativas y nudos temáticos sin perder profundidad. Las performances ejecutadas en tiempo real ante un público espontáneo otorgan a la realización una urgencia estimulante. Amalric describe el desfile de carnes abigarradas entre rayos de luz humeantes con una agudeza documental, utilizando para la ficción a los artistas en su propio rol y poniendo atención a cada detalle. La película encuentra su tono singular y su emotiva sustancia en la energía unida a la ternura, en el juego recurrente entre lo claro y lo difuso, entre el primer plano y el fondo, que transforma luces y colores en una suave magia intermitente.
Las chicas de mi vida Si en Go-Go Tales (2007) Abel Ferrara revisitada lateralmente y reescribía a su manera al John Casavettes de The Killing of a Chinesse Bookie (1976), pero con un espíritu más juguetón y lúdico en torno a la vida nocturna de los nightclubs, Tournée recupera esa tradición celebratoria entre el mundo de los sobrevivientes del sistema (a lo John Huston) y el espíritu hawksiano de grupo como defensa última ante los males del mundo. Pero Mathieu Amalric lo hace con una extrañísima road movie. El resultado es extraordinario, humanista por donde se lo mire, repleto de personajes entrañables a los que jamás de retrata con condescendencia sino que se los deja jugar. En cierta medida, la película de Amalric -quien se guarda del papel del productor/director todoterreno de la troupe de bailarinas algo entradas en carnes- también tiene algo de circo. Pero ojo: nunca estamos ante un desfile de freaks o su celebración distante sino de tristeza disimulada tras el show, a su vez que una imposibilidad de salir de la arena, precisamente porque ellas siempre están interpretando un personaje, como si el escenario y la vida se les hubiera vuelto una misma cosa. Un ex-productor de televisión parisino en picada deja todo lo que conocía de lado y, tras un breve paso por Estados Unidos en búsqueda de nuevos horizontes, regresa a Francia con una compañía de bailarinas enormes, llenas de curvas, con algún sobrepeso, voluptuosas por donde se las vea (me evitaré la fácil comparación con las mujeres en las películas de Federico Fellini, tentación demasiado obvia), intentando rehacer su vida y su nueva carrera realizando un tour (accidentado, fracasado, extraviado y finalmente a la deriva) por pequeñas ciudades, acompañado de su troupe. Pero, parafraseando (a medida) al Jorge Luis Borges de Invasión, ese viaje puede ser infinito, no terminar nunca. Esto es algo que los personajes no saben y quizás no sepan. Amalric hace ingresar una última influencia, también de manera solapada -todo en esta película parece tímido, contratara natural de la espectacularidad de sus personajes- y es la de Jean Renoir. No estoy loco: es un Renoir aggiornado a los tiempos actuales. Tournée es una película de máscaras pero no es de esas que se detapan en el último momento para asestarnos alguna lección trascendente y fundamental, sino que pone en escena el infinito juego del teatro. Pero justamente ahí donde el detrás de escena se revela melancólico, solitario, es en donde más queremos vivir. La muchedumbre de bailarinas zapateando por unas pizzas calientes, una stripper intentando entretener a dos niños de entre 9 y 11 años, algo de sexo frugal en el baño de un hotel en medio de un casamiento de coreanos (mientras unos niños escuhan del otro lado de la cuenta pensando que son animales), un arrorró a los hijos del protagonista entre botellas de champagne, lentejuelas y plumas en el lobby de un hotel, una suma de pequeñas mentiritas en un tren sólo para mantener unido al grupo: como en la gran tradición del cine moderno, todo en Tournée está sucediendo, está in media res. Por eso, sus personajes no cambian, sino que estén en un estado de vibración constante. Es un brillo pequeño, provinciano, que no les cambiará la vida. Pero es la mejor demostración de que están vivos. Quizás ese sea el motivo por el que, pese a la melancolía, en el fondo veamos una íntima celebración: las mejores familias son las que juntan el azar y los pequeños rituales de amor cotidiano frente a las inclemencias del mundo.
Sensibilidad camp Mathieu Amalric realiza su segundo largometraje inspirado en el libro “El reverso del music hall”, escrito en 1913 por una novelista francesa conocida como Colette, que luego alcanzaría la fama por haber escrito Gigi. Esta mujer aparentemente escandalosa y liberal, durante su paso por el music hall se divorció de su esposo, tuvo aventuras con mujeres, y se dedicó a la escritura, a través de la cual reivindicaba a la mujer por encima del hombre y a los deseos de la carne por sobre los del espíritu, así como también destacaba la voluptuosidad de la mujer y la sensualidad manifestadas abiertamente...
La agitada vida cotidiana de un atropellado productor y su séquito de opulentas strippers, recorriendo hoteles y teatros, en un film atractivo, en el que los fulgores del cabaret y los sentimientos contradictorios de los personajes se combinan con vitalidad. Así como es posible descubrir figuraciones impresionistas, emerge, también, una mirada celebratoria del mundo del espectáculo.
Para muchos Mathieu Amalric es el villano en la última de las James Bonds, o el protagonista de “La escafandra y la mariposa”. Lo que pocos saben, y hasta hace una semanas yo estaba entre ellos, es que ha dirigido doce títulos a lo largo de su carrera. Entre estos títulos se encuentran una gran cantidad de documentales, cortos, y tres largometrajes de ficción, grupo en el que se encuentra “Tourneé”. Él también es el protagonista del film, que en este caso es el manager de un grupo de seis estadounidenses (cinco mujeres y un hombre) que giran por el mundo, en este caso Francia, realizando un espectáculo de burlesque. Lo interesante es que es el debut actoral de los seis, ya que de hecho ellos realmente son artistas de que realizan este tipo de shows. Ello logra primero un realismo en las escenas en las que se muestra el espectáculo, y también que no haya consistencia actoral. Si bien algunos de ellos tienen grandes momentos en grandes escenas, en ciertas ocasiones se puede apreciar la falta de experiencia y entrenamiento. Por supuesto que estos artistas al ser en su mayoría mujeres y que realizan este tipo de espectáculos, poseen una personalidad un tanto peculiar. Alocada sería un eufemismo, pero sirve para la ocasión. Por lo que veremos al personaje de Amalric lidiar con sus artistas y sus personalidades, con la logística del show y ciertos inconvenientes que surgen sobre la marcha, y con el rencuentro con su familia, en especial sus dos hijos, que tenía abandonados, ya que estaba radicado al otro lado del océano. Ganadora del dos premios en el festival de Cannes, incluido el de mejor director, la película puede ser un tanto caótica y desordenada, así como tierna y dulce. Pero el hecho de que uno se pierda por momentos en los diferentes pueblos que visitan en el país galo hace que a mí por lo menos me parezca un tanto excesivo el premio a mejor director. Lo más destacable del film, además de las escenas en que vemos a verdaderos artistas del “New Burlesque” realizando sus números, es la actuación de Mathieu Amalric, que intercambia momentos de sufrimiento y estrés con escenas terriblemente sentimentales. En casi la totalidad del film su personaje da la impresión de ser uno de esos tipos desesperados, solos, que nada les sale bien, que viven al borde del abismo, pero que intentan mantener las apariencias para no preocupar a los que lo rodean ya que por más frío que pueda parecer, realmente ama a cada uno de ellos. La fotografía ya sea en las escenas donde podemos apreciar lo bizarro del espectáculo, o donde disfrutamos de los paisajes de Francia, es simplemente hermosa. Un film que si bien puede ser un tanto confuso, no por ello deja de ser disfrutable, cómico y sentimental.
Regreso sin gloria Tras años de ausencia de Francia -su país natal-, Joachim Zand (interpretado por Mathieu Amalric, quien aquí también dirige) decide llevar su espéctaculo de gira justamente a ese país. El show que produce es un conjunto de números tipo cabaret, protagonizados en su mayoría por mujeres que interpretan variados números de strip-tease dentro de un marco humorístico. El género es el New Burlesque y combina desfachatez, con crítica y desnudos parciales. Los actores aman lo que hacen, sus cuerpos no son perfectos, y tienen una mayor identificación con el público por eso. El ambiente en el que viven Joachim y su equipo está rodeado así de un halo un tanto sórdido, cargado de pesados maquillajes, pelucas, brillos y plumas. Detrás de todo eso están las personas, especialmente Mimí (Miranda Colclasure), con sus sueños y sentimientos, y ese micromundo de amistad y calidez que logran crear a pesar de estar siempre en lugares diferentes. Joachim confía en que esta gira, que da origen al título del filme, le brindará la posibilidad de enfrentar miedos, deseos, frustraciones; de recomenzar de cero, como diría la canción de Edith Piaf. Sin embargo, se reencontrará con su pasado, al que dejó suspendido al irse a Estados Unidos, y sus cuentas, y personas, pendientes. Es un filme interesante, en el que no todo lo que se quiere decir está en las palabras, sino un poco más allá. Amalric elige narrar con encuadres descentrados, a veces dejando la cámara un poco más lejos del centro de la escena de lo que se suele usar, y sin embargo esa distancia cobra un gran valor narrativo. El espectáculo central es mostrado en general desde bambalinas, dando una perspectiva del público y transmitiendo un poco más la fuerza de las luces sobre el actor. A pesar del tiempo transcurrido, y la impronta “americana” del show, hay escenas que remiten a los cuadros que Toulouse Lautrec pintaba en el Moulin Rouge. Como objeción, puede señalarse que algunos hilos narrativos quedan poco tratados, pero no al punto de generar un obstáculo para la historia. Son más bien pequeños finales abiertos que van quedando a lo largo de la trama. Las luces y las sombras de un show y sus protagonistas, en un film agridulce.
Burlesque y que viva para siempre Presentada en la semana del cine francés y también en el Bafici llega Tournée, film crepuscular, nostálgico y fascinante a la vez que marca la tercera incursión del actor francés del momento Mathieu Amalric, detrás de las cámaras además de delante de ellas. Tournée (que puede traducirse como El tour) sigue el derrotero de un grupo de mujeres, ya entradas en años que hacen presentaciones de burlesque –mejor dicho algo que se llama newburlesque- y entablan una gira junto a su representante (el mismo Amalric) quien debe lidiar con los divismos y egos de sus representadas durante un largo itinerario que pasa por bares, teatros, pueblos, hoteles, siempre atento a la intimidad del grupo; a sus conflictos internos y sus emociones a flor de piel. La película se adueña de inmediato de esa intimidad donde aparecen los rasgos característicos de cada personaje de forma natural y espontánea como aquellas criaturas de documentales que se descubren en medio de un rodaje y cambian completamente los planes del tono de la película. Eso pareciera producirse en varias ocasiones cuando una escena pide llanto y surge la risa rebelde, que rompe el molde y el clima con una fascinante anarquía. Como director, el actor francés encuentra la distancia justa para ubicarse con una cámara atenta pero no intrusiva que no le teme a los tiempos muertos ni a los silencios incómodos porque confía plenamente en esa verdad captada en el momento de decir acción. Mathieu Amalric con este tercer opus como director homenajea de manera inteligente y sin lugares comunes a los artistas y su desenfado bajo un tono que, despojado de toda solemnidad, se permite algunas buenas dosis de humor, sarcasmo, pero siempre desde un lugar de admiración y respeto por aquellos que rompen códigos y no se contentan con la mediocridad.
Celebración del arte El cine francés llega cada vez con menor frecuencia a la cartelera comercial argentina y Tournée no es del tipo de películas de ese origen que, aún hoy, se siguen lanzando en el mercado local. Por eso pero sobre todo porque es un film con atributos notables su llegada (tardía y tan sólo a un puñado de salas) resulta una noticia para festejar. Quienes esperen de este cuarto largometraje como director y aquí también coprotagonista de ese notable actor que es Mathieu Amalric una obra austera, medida y redonda deberán estar advertidos: Tournée es precisamente todo lo opuesto a eso. Estamos ante un largometraje desaforado, provocativo, por momentos incluso bastante caótico, pero lleno de energía, de escenas extraordinarias, construido con un espíritu lúdico y celebratorio del proceso creativo y de la mística y camaradería dentro de una troupe artística. El propio Amalric interpreta a un ex productor de televisión que abandona todo para acompañar a unas strippers norteamericanas bastante veteranas, excéntricas y excedidas de peso durante una gira que él mismo va organizando en distintas ciudades (en su mayoría portuarias) de toda Francia. Este hombre divorciado, padre (bastante incapaz) de dos hijos y dueño de una vida desordenada intentará sin demasiada fortuna utilizar sus viejos contactos en el show-business para sostener este espectáculo denominado Cabaret New Burlesque (los números erótico-musicales coreografiados e interpretados por estas "chicas" orgullosas de exhibir sus cuerpos imperfectos son bastante creativos, vistosos y divertidos). Más allá de algunos desniveles (tiene secuencias llenas de ingenio, sensibilidad y audacia, y otras que se quedan en el mero regodeo visual o caen en un esnobismo un poco banal), es de agradecer que el Amalric director apueste por un cine vivo y visceral en el que conviven la literatura de Céline, reminiscencias de All That Jazz, el cine de Pedro Almodóvar, la estética de Federico Fellini, el espíritu de John Cassavetes, cierto delirio a-lo-John Waters y una fuerte influencia del tono tragicómico de su amigo y mentor Arnaud Desplechin ( Reyes y Reina, El primer día del resto de nuestras vidas ). Amalric concibe a Tournée como una oda melancólica sobre este tipo de shows entre voyeuristas, circenses y no exentos de sátira política ya en vías de extinción, pero no se queda en la queja nostálgica porque exalta a sus voluptuosas divas (la antítesis del modelo de vedettes construidas a fuerza de quirófano que ha impuesto la cultura televisiva) hasta hacerlas profundamente entrañables y queribles sin por eso caer en la condescendencia ni en la auto indulgencia. Con un trabajo interpretativo excepcional (sobre y fuera del escenario) en el que hay un gran espacio para la improvisación pero al mismo tiempo una clara conciencia de cómo desarrollarlo dentro del espacio y el tiempo cinematográficos, Amalric se consagra también como realizador (ganó el premio al mejor director en el Festival de Cannes). Un talento que, por suerte, se sigue expandiendo delante y detrás de cámara.
Bellas criaturas de la noche El actor y director, premiado en el Festival de Cannes, ofrece un film tierno y poético, una road movie tan divertida como melancólica y de una gran libertad formal, acorde con su libertad de espíritu, un poco a la manera del cine de los años ’70. Algo no anda bien en la vida de Joachim Zand. El hombre es todavía joven y se lo ve entero, pero detrás de su bigote de bon vivant y de su sonrisa amable pero algo desquiciada siempre parece a punto de estallar en mil pedazos. Claro, no es fácil ser el manager de esa troupe de stripers veteranas que él trajo especialmente desde los Estados Unidos con la promesa de conocer París y a la que apenas le puede armar una gira por ciudades periféricas de Francia. A partir de este simple disparador argumental, el actor y director Mathieu Amalric ofrece en Tournée un film tierno, poético, una road movie tan divertida como melancólica y de una rara libertad formal, acorde con su libertad de espíritu, un poco a la manera del cine de los años ’70. Bien conocido como el personalísimo protagonista de decenas de films franceses e internacionales, Amalric demuestra en su cuarto largometraje (de los cuales en Argentina sólo se conoció el estupendo Le Stade de Wimbledon, en el Festival de Mar del Plata 2001) que es también un cineasta brillante y talentoso, como lo entendió el jurado del Festival de Cannes de hace un par de años, que le entregó el premio al mejor director por esta excelente Tournée. Aquí Amalric está a ambos lados de la cámara, pero no parece haber disociación alguna: se diría que como el inasible Joachim Zand –ese ex productor de televisión en desgracia, devenido en manager de desnudistas– maneja esa ebullición de mujeres y situaciones insólitas desde adentro mismo del cuadro, no tanto ordenando el caos como navegándolo, sumergiéndose en él para darle una dirección de sentido. Lo primero que impresiona de Tournée es la materialidad, la verdad esencial de sus personajes y ambientes. Las chicas de la troupe, con sus nombres rumbosos –Mimi de Meaux, Dirty Martini, Roky Roulette, Kitten on the Keys–, son auténticas integrantes de un grupo de “New Burlesque”, una tendencia que vino a revitalizar las viejas rutinas del music-hall, con números kitsch que no incluyen solamente desnudismo, sino también recursos del cabaret y del circo. Sus cuerpos distan mucho de ser perfectos –en sus excesos (de escotes, de maquillaje) son casi fellinianas–, pero tanto arriba como abajo del escenario transmiten libertad, energía y optimismo. Incluso de madrugada, cuando pueblan esos hoteles vacíos, asépticos, donde siempre suena la misma, triste música de ascensor y donde, para la hora en que llegan, jamás van a encontrar la cocina abierta y tienen que conformarse con una botella de champagne. La lista de personajes, riquísima, no se limita a ellas: están los viejos colegas de Zand, que le dan no sólo la espalda sino también alguna trompada, y también, por supuesto, todas las criaturas de la noche que rondan a deshoras por los desangelados lobbies de los hoteles, desde auxiliares de vuelo hasta corredores de comercio con hambre de sexo. De todos, Amalric saca momentos únicos, como ese flirt tácito y sin consecuencias que Zand tiene con una empleada nocturna de una estación de servicio, o la propuesta, entre delirante y agresiva, que le hace una cajera de supermercado que quiere sumarse a la troupe y mostrarle ahí mismo sus virtudes mientras le cobra unos yogures, que después terminará tirándoselos por la cabeza. Hay un mundo extraño allí afuera, parece decir Tournée, al que Amalric mira con afecto y sensibilidad, no importa cuán bizarro sea. Hasta los pequeños hijos de Zand, que en un determinado momento también se ven arrastrados a esa gira incierta, pasan a ser parte de esa realidad levemente transfigurada, que tiene su modesta apoteosis en la misteriosa escena final, ambientada en un hotel abandonado, al borde del mar. Es que Tournée es precisamente una película de bordes, de fronteras, tanto geográficas –la gira recorre todas ciudades-puerto sobre el Atlántico (Le Havre, Nantes, La Rochelle)– como cinematográficas. Hay una suerte de diálogo entre el mundo de Tournée y el cine de John Cassavetes, como si junto con esas chicas Zand también hubiera importado hasta la costa francesa el espíritu del director de Shadows.
Pasajeros en tránsito Es Tournée una película acerca de lo que un hombre cree ser y lo que es. De lo que no hay dudas es del talento de Mathieu Amalric, a quien en todo el mundo se lo reconoce como un gran intérprete más que como director, porque se lo ve más delante que detrás de la cámara. En su tercer filme como realizador, el actor de La escafandra y la mariposa se basa en su personaje (Joachim), un productor de televisión exitoso que se fue de Francia y que regresa con una troupe de cinco artistas de neo burlesque estadounidenses. Tournée es un relato que se ve y que va de afuera hacia adentro, hasta en sus alegorías más simples. Las chicas actúan, por elección de Joachim, en salones de ciudades portuarias, arrancando en Le Havre. Les cuesta llegar al centro, a París. Son como esos viajeros que están en tránsito en los aeropuertos, sólo que aquí viajan en tren, en una combi y paran en hoteles, lugares donde nadie puede sentirse como en casa. Y eso es lo que, uno vislumbra, Joachim ansiaba más que nada y nadie. Los cuerpos de las artistas son bien fellinescos. Exuberantes, pero también cuyos encantos comienzan a desaparecer. Joachim y sus mujeres son eso: un sexteto, si no en descomposición, viendo cómo la notoriedad se está transformando y reflejando más en una sombra que en lo que les devuelve el espejo. Joachim trata a sus figuras -actúan de lo que son en la vida real, figuras del burlesque- como niñas, las adula y les miente, a veces como forma de apoyo, otras todo lo contrario. Amalric elige a una, Mimi Le Meaux (Miranda Colclasure) casi como explicación o interpretación del mundo que relata. Ella podrá estar bien, mejor o peor, sintetiza los sueños y miedos de todos. Joachim regresa a su tierra, y espera ser recibido más que como lo que es, como lo que fue. Se imagina un regreso con gloria. Un pasado mejor, un presente que no se sabe, y un futuro… que quién sabe cómo será. Pero que será de él, y de ellas. Como esa única, la última lágrima que se ve recorriendo su rostro.
Como “Luces del varieté”, pero más tierna Tiempo atrás, un productor medio chanta dejó su Francia natal y se fue a triunfar a Norteamérica. Ahora ritorna triunfatore, o eso es lo que se cree y quiere hacer creer. Se trae un espectáculo que dará que hablar: la compañía del New Burlesque. Lindas chicas que hacen striptease, magia, humorismo, chicas bonitas, desinhibidas, siempre alegres, un sueño. Sólo hay un pequeño detalle: todas son maduritas, medio pasaditas de edad y de kilos, pero alegres, eso sí. Otro detalle: el tipo les habló de una gira triunfal por media Francia, hasta culminar en Paris y afincarse en el barrio de Pigalle, junto al Moulin Rouge como mínimo. Y lo único concreto que tiene son unas fechas por ciudades poco atractivas de Normandía, frente al mar frío, y gris, o frente a los suburbios de la nada. Trenes que parecen siempre el mismo, hoteles que parecen siempre el mismo, escenarios que parecen siempre el mismo. No importa. Sobre el escenario, ellas se transforman. Se entregan al público, desnudan su talento, brillan, son divinas. Bueno, más o menos. Lo importante es que la gente sale contenta y ellas son encantadoras. Y cuando están solas, bueno, cuando están solas, ¿cuántas caras tiene una artista? ¿Y cuántas familias? ¿Y acaso el productor no es también un artista? ¿Y tiene una familia? ¿Su familia lo espera? Simpática, morbosa y melancólica comedia sobre las ilusiones, las alegrías, y la aceptación de uno mismo, «Tournée» es casi una nieta de las «Luces del varieté» de Lattuada y Fellini, pero más tierna. Para tener en cuenta: su autor, que es también su actor, es Mathieu Amalric, el mismo de «La escafandra y la mariposa». Lo acompañan en esta gira las auténticas chicas del auténtico New Burlesque (porque existe de veras). Sus nombres de guerra son Mimí Le Meaux, Kitten on the Keys, Dirty Martíni, Julie Atlas Muz, Evie Lovelle, Roky Roulette. ¿Su edad? Ya dijimos que son maduritas.
Las muchachas saben cómo divertir El actor francés Mathieu Amalric resulta todo un descubrimiento como director con este, su cuarto filme, nostálgico, divertido y cálidamente sexy, en el que junto a unas chicas que hacen burlesque en los Estados Unidos, organiza una gira, que los llevará a todos a Francia. El género burlesco, que después derivó más osadamente en burlesque -con números atrevidos, incluidos aprestos de strep tease-, surgió lejanamente en Francia, pero en este caso la trama parte de la interpretación del texto "Del otro lado del music hall", de la inteligentísma Colette, también ella figura del varieté. GUIA ORIGINAL Imprevisible y original Mathieu Amalric, a quien se ha visto en numerosas películas, entre ellas "Las malas hierbas" de Alain Resnais o "La escafandra y la mariposa" de Julian Schnabel, convocó a un grupo de chicas norteamericanas, algo entradas en carnes, parecidas a las mujeres de las pinturas renacentistas (tipo Rubens) y con ellas armó un burlesque, tan tierno, como satírico, algo atrevido y con el afán de desafiar las nuevas costumbres y decirle a la sociedad que no solo las delgadas son atractivas, también las mujeres-mujeres pueden serlo, sobre todo sin son divertidas. UNA GRAN FAMILIA El filme sigue las peripecias del mismo Amalric, en el papel del productor Joachim Zand, quien luego de trabajar en la televisión en París, abandona mujer e hijos y se va a los Estados Unidos, país en el que se le ocurre esta idea de armar un show de burlesque que logra con éxito. Al show que primero van mujeres y luego familias enteras. La película sigue los pasos de la troupe y se convierte así en una especie de road-movie que parte de Norteamericana, hacia pequeñas ciudades francesas, con miras a triunfar en París, algo que no logran nunca, pero en el camino se disfruta no es sólo de los imaginativos y bizarros números de burlesque de las chicas, sino también de esa familia artificial que suelen formar los artistas, en un entramado en el que las confesiones dejan entrever soledades y amores secretos, como celos nunca confesados. Hacia el final la película pierde algo de consistencia. No obstante atrae por las maravillosas actuaciones del mismo Mathieu Amalric y de una carismática Miranda Colclasure, en el papel de la alta y robusta Mimi Le Meaux, además de un equipo actoral de muy eficaces recursos profesionales.
Una mirada francesa sobre el mundo del espectáculo Una mirada francesa sobre el mundo del espectáculo, pero no sobre el show business de alta gama sino sobre el profesionalismo de los que trabajan las rutas a pulmón y a propulsión de saltimbanquis. Este trabajo de buena factura visual y correcta estructura narrativa cuenta el derrotero de las New Burlesque Girls, una compañía de mujeres voluptuosas que emprende un tour por Francia, con la fantasía de conquistar París. Aunque claro, se sabe que no todo lo que reluce es oro y no todo lo que promete un productor es certeza. El relato que presenta el actor y director Mathieu Amalric es clásico, deudor en (pequeña) parte de cierta risotada fellinesca aunque más que nada del estilo del Hollywood artesanal, del que sabe refritar estéticas varias para plantear buenas puestas de escena en pos de un relato sólido. Con un buen guión, que retrata con justicia la pelea de los que elaboran el background del negocio del entretenimiento, Tournée es una mirada no piadosa pero sí querible y trabajada con ternura hacia los obreros del show business. A esto lo acompaña (o lo hace desde un lugar fundamental) un elenco de no-estrellas que aporta un puñado de personajes entrañables, todo bajo la atenta mirada de Amalric (a quien vimos como actor en Munich y la aventura de 007 Quantum of Solace), obrero del cine, escritor y también productor, que bien conoce la aventura de lanzarse a un proyecto que no siempre termina de buena manera y que puede sacar tanto lo mejor como lo peor del artista, algo que el film cuenta con notable sensibilidad.
Ese enorme actor que es Mathieu Almaric (La escafandra y la mariosa, villano del 007,) aquí nos presenta su tercera película como director, y se reservó el protagónico atractivo. Es un hombre fracasado que recorre ciudades de Francia con su elenco de chicas norteamericanas del neoburlesque, mujeres voluptuosas, fellinescas. Él las cuida y trata de esconder su pasado aunque su destino sea inevitable. Disfrutable e inteligente.
Pocos conocen al gran Mathieu Amalric como cineasta. Tournée es el cuarto largo dirigido por el actor fetiche de Arnaud Desplechin que también deslumbró en Munich, La escafandra y la mariposa y como villano de James Bond en Quantum of Solace. Amalric protagoniza esta road movie sobre la gira francesa de un productor que vuelve a su tierra con una particular compañía americana de burlesque. Tournée es una celebración del espíritu libertino en cualquier disciplina artística. Amalric se luce de uno y otro lado de la cámara en este atractivo cruce entre ficción y documental.
De gira junto a las gorditas En su tercer film como realizador, el actor francés que protagonizaba La escafandra y la mariposa presenta una suerte de road-movie feliz, con personajes complejos pero de una gran sinceridad y honestidad. Joachim Sand vuelve a Francia y despliega su voracidad empresarial saliendo de gira con un espectáculo de burlesque, conformado por mujeres lejos de los cuerpos ideales aceptados por la publicidad. Joachim es el buen actor e interesante cineasta Mathieu Amalric, quien narra detrás de las cámaras y en cuerpo presente una road movie feliz con personajes complejos pero de una gran sinceridad y honestidad. El relato se multiplica en dos vértices: por un lado, la historia personal de Sand y la relación con su pasado, tumultuoso, y de esposo y padre desprolijo; por el otro, las largas secuencias en cabarets, boliches de ínfima categoría y gorditas de buen corazón, que tienen como eje a Mimi Le Meux (Miranda Colclasure), un personaje extraordinario dentro de una película border. Pero la mirada de Amalric no busca la compasión ni recurre al peligroso tono bizarro, el fácil trampolín narrativo para contar una historia con semejantes personajes. Tournée fluctúa entre otras películas similares, como The Killing of a Chinese Bookie (1976, John Cassavetes) y Go-go Tales (2007, Abel Ferrara) en cuanto a la captación de un mundo de sobrevivientes viviendo situaciones límites, se trate de económicas, personales y sexuales. Pero entre la autodestrucción que caracteriza a la primera y el delirio que identifica a la segunda, Tournée recurre a la sinceridad apabullante de su personaje central –un perdedor que pese a las derrotas sigue yendo al frente– y de un grupo de chicas que exhiben sus cuerpos y deben soportar a tan particular representante. Por eso, Amalric cruza tristeza y alegría en las casi dos horas de su película, protegiendo a sus personajes, mostrando sus virtudes y miserias, estimulando las ganas de seguir adelante pese a los tropiezos y deudas económicas. De allí el gran soporte que corporiza Mimi Le Meux, la criatura ideal que actúa como contrapunto del desaliñado Sand. "¿Por qué esa dictadura del cuerpo perfecto?", comentó Amalric en un reciente reportaje. En efecto, Tournée es una película en contra de la corriente, un extraño oasis de sinceridad temática y estética. Que sea bienvenida, entonces.
Con los inarmónicos aúllos de “Have love will travel”, en una versión de “The Sonics”, el actor, aquí también director y guionista, Mathieu Amalric nos introduce en “Tournèe”. Una película en primera instancia rara, trabajada desde lo estético y lo estructural como un falso documental. La intención es mostrar al gran público los olimpos, extraviados para algunos y desconocidos para otros, de la contracultura, constituida aquí por una caterva de avejentadas, nutridas y voluptuosas bailarinas de New Burlesque. El protagonista es el representante de este grupo de mujeres, un antiguo productor televisivo que, años después de dejarlo todo para buscar fortuna en los Estados Unidos de América, regresa a Francia acompañado por estas reinas sin trono del cabaret, a las que se suma una pobre joven, más apta para un show de circo que para alegrar la noche a algún voyeurista. El problema es que tarda en arrancar, en mostrar los conflictos, tanto del personaje principal como de los cruzamientos de la troupe, en cuanto a los intereses, no sólo económicos sino también afectivos. Por lo tanto lo que al principio aparece como de muy bajo interés, ya que parece ser apenas el reflejo o la radiografía de esta jauría humana, termina por ser un film doloroso y apasionado, sostenido sobre encuadres trabajados nerviosamente y sin un plan maestro, sin que se percibiera alguna estrategia directora de la idea, y eso finalmente termina por ser un plus a favor del filme. Tal la vida de los personajes, Amalric intenta reflejarla, y que por momentos lo logra, constituyendo con la historia y su tratamiento un alegato a la libertad y la integridad artísticas. Toda una migración al alma, al núcleo de la fragilidad humana.
Si quiere ser feliz, esta es su película. Un grupo de (verdaderas) artistas de strip tease estadounidenses que jamás han visto Europa –enroladas en el (real) movimiento del New Burlesque recuperan de modo satírico, político o muy estético las viejas rutinas del arte erótico de los `50– viajan a Francia de gira, traídas por un ex ejecutivo de televisión que dio un paso en falso, disoluto pero tierno, que quiere recuperar el reino y además ver a sus dos hijos. El film combina lo documental (las actuaciones de estas mujeres son absolutamente increíbles desde todo punto de vista y se muestran íntegras en la película) con una historia que homenajea a John Cassavetes. El resultado, a pesar de cierta melancolía del personaje central (interpretado por el director del film, Mathieu Amalric), es fascinante. Hay muchos temas: la relación entre los estadounidenses y los europeos, el sentido y las obligaciones de la paternidad, el erotismo como juego, el cuerpo femenino como herramienta estética, la definición de lo que es arte y lo que no, el cine mismo en esa delgada barrera entre la ficción y el documental. Y como si fuera poco, la película descubre a una actriz monumental (en todo sentido) en la blonda Mimí Le Meaux, que mezcla una sensualidad que desborda con una gran inteligencia interpretativa: la prueba es que en el último tramo del film debe enfrentar a Amalric, uno de los mejores actores del mundo, y empata con elegancia. Hay mucho humor y mucho corazón: una obra maestra.
De caravana Estrenada en el BAFICI del año pasado y en Les Avant-Premières de este 2012, hace su debut comercial en los cines argentinos la genial Tournée, dirigida y protagonizada por ese crack francés llamado Mathieu Amalric. Tournée seguirá las andanzas de Joachim Zand, un ex productor de televisión parisino que trae un espectáculo de new cabaret de los Estados Unidos compuesto por un grupo de talentosas muchachas bastante entradas en años y con algunos kilos de más a hacer una gira por su país natal con la promesa de un cierre de tour a todo trapo en la luminosa Paris, aunque lamentablemente el pasado volverá a la vida de Joachim para saldar viejas deudas y evitar dicha presentación. Este cuarto largometraje de Mathieu Amalric muestra las bambalinas de un New Burlesque con sus verdaderos y palpables exponentes, pero no lo hace desde una mirada patética o cruel, sino que el director pinta este extraño y complejo mundillo con pasión, situaciones límites, caos, compañerismo, relieve y principalmente, mucho, pero mucho, amor. Amalric jamás realiza un juicio de valor sobre la exposición que conlleva semejante laburo y esa es la esencia de la película, él es incondicional hacía ellas y a pesar de su depresión, su autodrestucción y sus fallas se muestra orgulloso de representarlas. Cuando las luces se encienden las almas de las chicas se iluminan y el talento florece. Allí no parece haber un ser más seguro y feliz en el mundo que ellas, pero cuando los reflectores se apagan se puede apreciar en ellas el insomnio y la soledad generando una tridemensionalidad en los personajes. Es decir, no son "estrellas" que navegan en el firmamento de un escenario y nada más, son personas con sentimientos, pasado y miserias y es justamente en ese camino de aceptar el presente y dejar de llorar, añorar y extrañar el pasado, donde se plantea la fascinante existencialidad de Tournée, nada más y nada menos, y Amalric la exhibe de manera compleja, erótica, triste y esperanzadora a la vez. Es que tanto Joachim como las bailarinas, cantantes, ayudantes y comediantes que integran el staff son seres imperfectos que rosan la locura y también la inmadurez pero que jamás se traicionan y que a pesar de los golpes que reciben, siguen yendo al frente como locos adorables que son. Hay dos anclas fundamentales en la excelente labor del reparto de este film, una es representada por Miranda Colclasure interpretando a la sensual, inteligente, interesante y desnivelada Mimi Le Meaux y la otra es la brillante participación del mencionado Mathieu Amalric como ese representante mal padre, que no puede con su vida y que le debe plata a medio Paris. En ellos dos radica principalmente la mirada melancólica y esperanzadora del film, esa mirada que sobre el final encontrará la ilusión de una nueva caravana que podría llevarlos de gira a la tan ansiada y buscada felicidad.
Mathieu Amalric, el galardonado protagonista de La Escafandra y la Mariposa -y también el aburrido villano de 007: Quantum of Solace- sorprende saltando al otro lado de la cámara dirigiendo y co-escribiendo Tournée, una cuasi road movie en donde presenta una historia modesta pero rayana en lo vulgar, lo grotesco, pero con una humanidad latente en sus personajes que dignifica. Joachim es un ex-productor de televisión parisino que ha dejado todo atrás, hijos, amigos, enemigos, amantes, lamentos, para comenzar una nueva vida en Estados Unidos. Eventualmente regresa a su Francia natal con un grupo de artistas de burlesque a quienes ha prometido un tour por el país y, mas específicamente, por París. Viajando de puerto en puerto, las curvilíneas intérpretes inventan una extravagante fantasía mundial abundante en calidez y hedonismo, a pesar de estar en constante contacto con hoteles de poca monta y una acuciante falta de dinero. El show es un éxito, y el sueño de realizar el último gran evento en la capital estará en las manos de Joachim y una rivalidad que podría costarles todo lo que han soñado. El peso de Tournée recae en Mathieu Amalric, quien interpreta con franqueza a Joachim como un hombre acostumbrado al fracaso, tras haber tomado varias malas decisiones en el negocio, además de trenzar su vida personal con su vida laboral de una manera preocupante. En esencia un hombre de buenas intenciones que sueña con recuperar el poder y prestigio que alguna vez tuvo, es un príncipe sin reino. Siempre es difícil estar delante y detrás de las cámaras, pero su presencia como protagonista es simplemente magnética y lleva con ligereza a su elenco de una manera impecable. Amalric encuentra la humanidad en un mundo de parias. También nos da una gran probada de lo que es la vida en un tour: las imprevistas conexiones y las inesperadas intimidades que le ocurren a gente que es diferente pero que por causas de fuerza mayor se unen de maneras muy particulares. Tomemos por ejemplo, la escena entre Amalric y Aurelia Petit en la estación de servicio; ella trabaja detrás del mostrador, tras una ventana y mientras él paga por la gasolina utilizada, en un par de intercambios cortos se nota que hay algo más ahí. Nada nunca pasará, pero sin embargo hay una magia inherente en ese momento. Es el toque que tiene Mathieu para cautivar. Tournée ofrece un retrato íntimo del estilo de vida del mundo del espectáculo y sin embargo se las arregla para ser tremendamente sensual y por momentos trascendente. Otra pequeña gran gema del cine francés.
Mujeres de verdad Mathieu Amalric es un reconocido y brillante actor francés, nada menos que el protagonista de La cuestión humana de Nicolas Klotz, el actor fetiche de Arnaud Desplechin (Reyes y reina, Un cuento de navidad) y hasta el villano de turno en algún tanque norteamericano (007:Quantum of Solace). También, para personas un tanto excéntricas -sobre gustos no hay nada escrito- un auténtico galán. Aquí Amalric dirige y protagoniza esta historia, en la que él es el productor de una troupe de strippers del llamado "nuevo burlesque", subgénero que surgió en los años noventa en los Estados Unidos como un intento de reflotar la parodia del antiguo burlesque y aplicarla a temas sociales y políticos, pero con un importante grado de contenido erótico y sexual. Las mismas bailarinas en esta película definen a su espectáculo como un show de mujeres hecho para mujeres, y su desempeño sobre las tablas es cuando menos excéntrico. Ellas escapan sobremanera a los estándares dominantes de belleza y a lo que podría pensarse como inherente a un show de striptease: varias de ellas exceden la juventud habitual y son mujeres grandes, corpulentas, voluptuosas. El carisma, la simpatía, la presencia y el desenfado para desenvolverse en los números musicales son los atributos que convierten a sus shows en algo luminoso, y al mismo tiempo en un espectáculo que parece bordear permanentemente el kitsch, cuando no se sumerge completamente en él. Como en Luces del varieté de Fellini o Noches de circo de Bergman, se sigue a un grupo circense en su cotidianeidad, en su gira a través de las ciudades, en un atractivo trajinar que es al mismo tiempo un trabajo y una forma de subsistencia. El protagonista, un outsider francés que fracasó en iniciativas televisivas y parece haber cosechado más odios que amores en París, probó suerte en los Estados Unidos, y tras reunir a talentosas chicas en pubs de los Estados Unidos y consolidar su propia cuadrilla, comienza a recorrer las ciudades de Francia. Es en este retorno a su país natal que se reencuentra con sus hijos, con la gente a la que abandonó, con una exnovia ofendida y familiares que lo desprecian. Amalric logra esbozar un personaje cuestionable pero querible, un padre ausente y omiso pero también cariñoso, un bon vivant egoísta que asimismo sabe promover la unidad y transmitirle amor y confianza a su equipo. Más que centrarse en el exotismo de los espectáculos, se busca plasmar la cotidianeidad de un pequeño grupo y su interacción, dando cuentas de una existencia que oscila entre la euforia y la insatisfacción, entre el glamour y el patetismo. Como los grandes autores, el director no evita las ambigüedades e insufla humanidad a sus personajes, de modo que podamos vernos reflejados en ellos. Y compone, con buen ritmo y una puesta en escena notable -que le valió a Amalric un premio a mejor director en Cannes- una comedia dramática que provista de los altibajos y los vaivenes emocionales de la vida misma.
La vida es un cabaret No vi las otras películas de Mathieu Amalric, pero sin dudas que Tournée -su cuarto film- es una excelente forma de comenzar a apreciar su filmografía. El actor y director francés interpreta aquí a un productor de la televisión gala que, en la mala, conduce un grupo de mujeres norteamericanas voluptuosas, en un show de desnudistas que está de gira por varias ciudades costeras francesas. Lo que importa aquí es lo fundamental del cine: el personaje y el contexto. Amalric teje a su productor de un poco de patetismo, otro poco de indulgencia y un cacho así de grande de ternura. Tournée no es otra cosa que el intento de un tipo en desgracia por recuperar el territorio como laburante, como padre, como hombre. Y el film cruza todo esto con humor, con algo de dramatismo, con absurdo, con desborde, con imaginación. Tournée no habla de reglas sociales. Pero sí que plantea una serie de rompimientos contra algunas de las reglas del cine: su presencia se hace notar ante tanta formalidad fría y distante, ante tanto drama desbordado, ante tanta vida miserable filmada con buena fotografía. Amalric contrapone un relato en el que sí se congregan casi todos los dramas existentes, pero con un nivel de liviandad absoluto. Eso no quiere decir que no haya sufrimiento ni haya llanto en el film, pero el director juega a dejarse llevar y, cuando no puede, las chicas del New Burlesque lo sacan del bache. El actor-director se pone al frente, con uno de esos personajes que absorben el interés del que mira. Pero, honestamente, cede el espacio cuando así lo considera a esta troupe de mujeres descastadas, malhabladas, fuera de la forma habitual de lo que se considera sexy y ellas asaltan la pantalla con gran voracidad. Esta troupe existe en la realidad y su show, que se basa en el desnudismo y en los números de varieté cabaretero, tiene un alto grado de sátira política: por allí anda alguna vestida con la bandera yanqui y tragando “literalmente” un buen fajo de dólares. Lo que hacen estas mujeres es, súbitamente, burlarse del mundo, mostrar su lado perverso, pero con diversión insana, desenfrenada. Y Amalric, reiteramos su humildad, les da el protagonismo. Tournée es por momentos documental, y por otros, en su gran mayoría, una ficción sobre un hombre en la mala que busca recuperar el camino perdido. Y ese hombre es el productor que arma el show de estas chicas. Lo político está bien presente en el film: Amalric es un francés produciendo un show de artistas norteamericanas en gira por Francia. Hay constantes alusiones a esta condición dual del productor, quien vive esto como una posibilidad de recuperar terreno ante los suyos. Las cosas aquí son más profundas que una cuestión de nacionalidad. Pero el film, en sus constantes devaneos entre comedia, drama, tragedia, road-movie desnudista, se preocupa por el movimiento, el ritmo, el salto que impide el achatamiento. Tournée es como estas chicas: voluptuosa en sus formas, algo desaforada en su andar y totalmente amable y simpática si uno se anima a tomarse una copa con una de ellas. No por nada, del grupo de mujeres, se queda con la inflamable y tatuada Miranda Colclasure. Se ha señalado algo de Cassavetes por la forma en que Amalric aborda el drama, con una cámara cercana, también un poco de Almodóvar por el universo femenino representado. Sin dudas Amalric ha aprendido de Desplechin, sobre todo por esos saltos desconcertantes que el film va dando: y me quedo con la escena del casamiento, con la trifulca entre asiáticos. Tournée es una de esas películas que le dan vida positiva al cine, que lo airean y le quitan el gesto sentencioso que saben tener algunas veces: es un film gritón, exagerado, desmedido, concentrado.
Cuando la vida sube al escenario Lo mejor es su vitalidad, su energía interior, su irreverencia. Hay películas hechas con ganas. Y eso se nota. Y ésta es una de ellas. Es el relato de una gira artística de un elenco de ex vedettes que viene desde Estados Unidos junto a Joachin, su manager. Detrás de la cámara está Mathieu Amalric, que es también el actor protagónico, un artista que en la primera escena ya transmite el ánimo de todo el filme: la mezcla de celebración y melancolía que deja ver el retrato de un derrotado que busca en esa gira un lugar para poder anclar en su inestable mundo: arrastra un hogar deshecho, mujeres que quedaron en el camino, dos hijos que atraen y molestan. El filme retrata las idas y vueltas de un ser gastado y apasionado que lleva por las ciudades francesas un espectáculo decadente, triste y desafiante. La vida de este Joachin es tan endeble y tan provisional como su espectáculo, un montaje donde nadie sabe quién manda y cómo sigue. Su meta es París, la ciudad que opera como el símbolo de un destino que siempre se añora y siempre se aleja y que le termina enseñando a Joachin que jamás llegará a su casa, porque su hogar ya no está más en el mapa de su vida y lo único que le queda es seguir andando para no arribar jamás a ninguna parte. Un filme sostenido por la mano sensible de un realizador que le confiere humanidad y vitalidad a cada plano y que rinde un homenaje a la imperfección, a esos cuerpos gastados y descuidados, a esa paternidad tambaleante, a esa troupe de vedettes que rinde culto a la libertad creativa. El filme también celebra el paso del tiempo, la necesidad de no rendirse y sobre todo el fuego inacabado de esos artistas que jamás se podrán retirar porque su disfraz es su verdadero rostro y su único hogar es el escenario. Como dijo la inolvidable María Elena Walsh: “Hoy como ayer/necesitamos olvido y el placer/de ver a los artistas/esos ilusionistas/ que hacen el mundo desaparecer”.
LOS CUERPOS HERMOSOS La vida es compartida Hay películas que no tienen fórmula, o que al menos la misma se nos escapa. Películas que no siguen, aparentemente, ningún patrón reconocible, que no tienen una línea narrativa clara. Esas películas que para contar la trama debemos recurrir a una simplificación genérica del tema que trabaja o a un detallado racconto de los hechos que suceden en la misma. Películas, en un punto, caóticas, impredecibles, mutantes. Tourneé pertenece a este grupo de films, y es por ello que es tan complicado escribir algo parecido a una crítica analítica de esta película. Inasible como es, Tourneé escapa a cualquier juicio, a cualquier encasillamiento. Cuando pensamos que hemos encontrado algo sobre lo que aferrarnos, en la pantalla sucede lo contrario y el film se desliza y se escapa de nuestro ánimo de reconocimiento. Algo sucede en el instante en que miramos Tourneé: se genera una entrega total en nosotros. Lo que vemos es un fragmento de un todo, imágenes diversas de personajes que viven por fuera de la pantalla y no únicamente dentro de ella. Permanecen en nuestra conciencia y generan un fenómeno único: la conciencia de la pantalla como ventana, como portal hacia múltiples posibilidades, fruto de la imaginación- de la concreción de la imaginación. Los rayos de luz reflejada plasman en un registro sensible distintas intensidades y texturas y se concibe una separación de lo real, la creación de una imagen. Y esta imagen se multiplica, una tras otra, y vemos (percibimos) movimiento, y nos identificamos con lo que vemos porque aquello fue (hay un recorte, hay luces, cámara y acción, hay marcaciones y actuaciones, hay un guión y hay alguien dando indicaciones desde detrás de cámara, pero eso que vemos, aún así, fue: sucedió) y ahora es. Y esa posibilidad de lo visible y tangible se torna en el caso de Tournée en su principal tesis, no es ni más ni menos que la concreción de un pensamiento muy claro: la vida como espectáculo. Y el espectáculo como vida- como única posibilidad de vida. Mathieu Amalric interpreta a Joachim Zand, entrañable protagonista de Tournée. La película sigue el relato de la gira de un grupo de artistas del "nuevo burlesque americano" por Francia, guiadas por su representante, Joachim Zand (el conocido Mathieu Amalric, también director del film). Sería errado llamarla una "road movie", pero algo de ello hay, mezclado con un fuerte tratamiento formal que la disfraza de una falso documental, una película intimista que se dedica a mostrarnos al espectáculo desde dentro, desde entre los bastidores. No somos espectadores de Tournée, somos actores y miembros de aquella compañía, y eso es parte- causa o consecuencia- del cariño que nos suscitan todos sus personajes. En lo formal, Tournée está marcada por una constante cámara en mano y planos cerradísimos que a su vez se complementan, al momento de describir los distintos espacios a los que llega la compañía, con planos fijos y generales que marcan cada nuevo escenario en el que transcurrirá el relato. Amalric planta la cámara junto al escenario, en los camarines, habitaciones y baños de las bailarinas, está decidido a que lo acompañemos en el detrás de escena- su interés radica en la costura del espectáculo, en lo que lo rodea. Profesa un profundo amor por todas estas actrices del burlesque, y eso se percibe en la mismísima textura de la película. "Todo es nada excepto sus cuerpos (...) Todo menos ustedes, chicas. Las amo." Amalric ama esos cuerpos, y se dedica a retratarlos con una honestidad asombrosa. Desde el comienzo, en un único plano fijo en el que dos bailarinas se cambian y se visten para el show, ya se manifiesta la que será una de las principales características de Tournée: el retrato de los cuerpos como protagonistas, como realidad, como vida. Sin pudor, sin prejuicios, el realizador logra transmitir la belleza implícita en aquellos cuerpos. Y si hay un cuerpo que se destaca por sobre el resto, es el de Mimi Le Meaux (Miranda Colclasure). Amalric se encuentra obsesionado con su espalda, con sus hombros, con sus tatuajes, con su piel. La cámara sigue a Mimi en múltiples ocasiones; ella camina a la deriva y la cámara (y en este caso más que nunca, nosotros) con ella. Porque este es un film sobre el movimiento. Tournée presenta una clara progresión dramática demarcada por el factor de la movilidad, de la continuidad de acciones y reacciones. Por eso el film resulta, como mencionamos en un principio, inasible: será recién al final, junto al mar, en aquel paraíso terrenal, en el que Joachim encontrará descanso, encontrará sexo, encontrará vida. Allí los tiempos se dilatan, los planos se estabilizan. Habrá silencio y Joachim querrá poner música, al contrario que a lo largo del film: la escena repetida del protagonista pidiendo a diversos encargados de hoteles de bajar el volumen de la televisión o de la música es un detalle no menor. La fascinante espalda de Mimi Le Meaux, casi una protagonista más de Tournée. Hay otro factor determinante en Tournée, y es su conflicto linguístico. Ya desde el planteo de la trama hay una cuestión idiomática que no debe ser dejada de lado. Este constante contrapunto entre el inglés y el francés, entre el mundo de Joachim y el mundo de las bailarinas. Es notable, incluso, el recorrido que plantea Joachim a las norteamericanas, visitando todos lugares de dicha nacionalidad o que al menos remiten al imaginario norteamericano (la escena en la tienda de K.F.C. habla por sí sola, pero también la constante de las estaciones de servicio o de los hoteles en zonas conurbanas). Esta cuestión idiomática es una dualidad que funciona como sinécdoque de los otros múltiples conflictos, también planteados en clave binaria: la dualidad de la doble vida de Joachim (su familia artificial encarnada en las bailarinas, y su familia real, es decir, sus dos hijos) y esta idea de movimiento de la que hablamos con anterioridad, progresando hacia lo estático de la secuencia final en el hotel a orillas del mar. El sexo así ya no es una eyaculación precoz en el baño de un hotel, sino que es puro detenimiento, pura dilación. Hay un puñado de escenas sobre las que uno no puede dejar de hablar. Una de ellas es la situación que se plantea en la estación de servicio entre Joachim y la vendedora que trabaja allí. Es ejemplar el método que utiliza Amalric para atarnos a lo que vemos, para sentir aquellos silencios, aquellas miradas. O el recorrido en auto de Joachim junto con Mimi, con aquellos asientos enfundados en plástico; otro símbolo más de lo pasajero de todo lo que le sucede a Joachim, lo efímero del tiempo como accionar constante y la ausencia absoluta de placer. Hay algo, también, en Tournée que me hace acordar a los films de Fellini, o a cierto cine de Antonioni. No entiendo por qué- poquísimo tienen que ver entre sí- pero está allí. Quizá el manejo de los tiempos, el devenir de la trama, la sensación de que no hay justificación alguna de lo que está sucediendo más que su existencia innegable, la exaltación del hecho por su simple condición de ser. Porque este es el gran acierto de Amalric: brindarnos un mirada- un atisbo- de aquello que es verdadera vida, sin necesidad de justificarse ni de defender sus planteos. No hay error porque no hay elección, las cosas suceden porque suceden y nada, ni siquiera su condición inherente de artificio (aún hoy los mecanismos cinematográficos resultan un mágico misterio), alcanza para abolir la evidencia física y tangible que se desprende, en cada fotograma de su metraje, en cada centímetro de piel de aquellos cuerpos hermosos, de un film como Tournée.
Nostalgias del erotismo suculento Mathieu Amalric se está convirtiendo en un niño mimado del cine francés. Más conocido como actor (en una gran variedad de películas), también dirige y escribe guiones. En “Tournée”, precisamente, combina todos esos roles y lo hace con la suficiente solvencia como para haber merecido el premio al Mejor Director en el Festival de Cannes. En este filme interpreta a un manager de una troupe de stripers. Joachim Zand, tal el nombre del personaje, es un hombre de unos cuarenta años, quien en su Francia natal hizo una carrera como productor televisivo con relativo éxito, pero en un momento decidió dejar todo, incluso a su mujer y sus dos pequeños hijos, e ir a probar suerte a Estados Unidos. Allí reunió a un grupo de mujeres desnudistas y formó una compañía llamada Cabaret New Burlesque, con quienes realiza shows en locales nocturnos, en los que los voluminosos cuerpos de las artistas son la principal atracción. La película refiere, sin embargo, a una gira que el grupo realiza en Francia, un lugar desconocido para el elenco, adonde llega de la mano de Joachim con promesas de hacer funciones en locales importantes en varios puertos marítimos y terminar, como broche de oro, con una presentación en un gran teatro en París. Con el espíritu de una road movie un poco melancólica, Tournée se concentra en el detrás de escena de cada presentación, así como en los tiempos entre función y función, es decir, la vida íntima de estos personajes en tránsito, obligados a convivir y compartir algo más que un mismo trabajo. Si bien el guión no profundiza demasiado sobre quién es quién, va soltando algunos datos que dan pistas sobre las características o la vida privada de algunos de los personajes, más que nada, de Joachim, quien en medio de la gira se reencuentra con sus hijos, con quienes comparte parte del recorrido, para sorpresa del elenco. Mientras, se va generando una relación especial con una de las actrices, Mimi de Meaux, con quien el manager entabla una amistad más íntima y comparte algunas confesiones. Las cosas no saldrán como les habían prometido, en el plano profesional, los viejos contactos de Joachim no están muy dispuestos a abrirle puertas y los acuerdos pactados de palabra se van cayendo, de modo que la gira nunca saldrá de los límites de la mediocridad y los apremios económicos. Sin embargo, el grupo no desespera, los lazos que unen a sus integrantes son más fuertes que las adversidades y un moderado optimismo los mantiene siempre con mentalidad positiva. Homenaje a un oficio “Tournée” aporta otra mirada sobre el cuerpo femenino y a la vez, es una especie de homenaje a un oficio que ya va perdiendo espacio en el ambiente del showbusiness, quizás destinado a desaparecer o a sobrevivir en ámbitos más marginales, como si fuera una especie en extinción. Amalric no apela al sentimentalismo sino a una suerte de cinismo a través del cual el dolor y la desilusión se traduce como sutil agresión o desencanto provocativo, logrando un clima seductor donde no está del todo ausente la amabilidad y hasta hay lugar para la ternura.
Semblanza de un príncipe en decadencia "Tournée" realiza un homenaje tierno, y descarnado a la vez, del ambiente de las artistas de variedades, y apuesta a los cuerpos de talles especiales como una forma de resistencia explícita. De príncipe a sapo, así funciona el hechizo, comparación que ilustra el caso de Joaquim Zand, un productor francés de teatro de variedades caído en desgracia. Su segunda oportunidad para levantar cabeza aparece en Estados Unidos donde conoce a un grupo de artistas de burlesque, en las que ve la energía para reparar el hechizo perdido a manos de acreedores y un pasado que lo ha convertido en mala palabra. Tournée, la película de Mathieu Amalric, con él en el rol de Joaquim, describe la gira de la troupe por ciudades portuarias de Francia, al tiempo que personajes y situaciones van encontrando los matices de un grotesco mostrado con ternura. Las mujeres en cuestión hacen lo que ellas llaman, un show de mujeres para mujeres, sin el control de ningún hombre. Voluptuosas, exuberantes y excesivas en la búsqueda de un glamour imposible, son la alegría de la película y la última esperanza del productor-sapo. Miranda Colclasure (Mimi Le Meaux), Suzanne Ramsey (Kitten on the Keys), Linda Marraccini (Dirty Martini), Julie Ann Muz (Julie Atlas Muz), Angela De Lorenzo (Evie Lovelle interpretan a las chicas que enfrentan cualquier adversidad con sus maquillajes recargados, plumas y purpurina. Cuando todo ha fracasado en la vida, quedan esos cuerpos que el público admira, cómplice con respecto a la distancia entre ellas y los estereotipos de belleza del metier. El grupo se traslada en tren, parando en hotelitos fuera de temporada. Se ven ruidosas, felices, bien dispuestas, mientras la vida de Joaquim hace agua por todos lados. La película incluye momentos del show, minutos encantadores de gracia y provocación, aunque paulatinamente va ganado espacio el melancólico productor que anda en busca de sala, a bordo de un auto alquilado y sin dormir. La cámara se posa en los cuerpos al desnudo; en la nuca platinada de Mimí (intensa e impresionante Miranda Colclasure); en detalles como las pestañas postizas y las rutinas jugadas como si mañana se terminara el mundo animal print que la fotografía registra sin rodeos ni demagogia. En medio del fracaso y la melancolía de Joaquim, sus palabras suenan como una declaración de amor: "Todo es nada, excepto sus cuerpos, su sentido del humor". Las actrices exponen rutinas graciosas, como la de la mano que sorprende a su dueña, o el sutil globo blanco en el que entra la vedette de regreso en su paraíso. Lamentablemente el guión se detiene demasiado en el drama del hombre que no puede fabricar un éxito, y el show de las chicas explosivas queda relegado. "Las van a amar en Francia", vaticina Joaquim. Y es cierto. Imposible no quererlas, con esos pechos enormes al aire, la soledad y la fe ciega en que el show de cada noche es la mejor parte de sus vidas incompletas.
Publicada en la edición digital #243 de la revista.
Desnudez agridulce de cabaret El director, actor y guionista Mathieu Amalric tuvo una buena idea pero no supo cómo cerrarla o contarla para que sea más interesante. La propuesta del actor que se lució en “La escafandra y la mariposa” era reflejar el universo tan rico como decadente de las artistas del burlesque, más conocido aquí como teatro de variedades. La historia parte del derrotero de Joaquin (Amalric), un productor parisino que da la vida por recorrer Francia con su elenco de mujeres, que son especialistas en exhibir sus redondeces en sus streap tease. La película hace foco en las pretensiones artísticas de Joaquin y “sus chicas”, quienes lo idolatran y lo defenestran con la misma intensidad. Ese vínculo de amor-odio se muestra adecuadamente y también algunos perfiles graciosos de las vedetes. Pero el hilo narrativo no tiene consistencia y la película cae en baches que podrían ser evitables, sobre todo promediando la primera mitad de la película. “Tournée”, que significa gira artística, se termina quedando a mitad de camino entre una comedia agridulce y una historia inconclusa. Quizá Amalric tenía la intención de contar una historia con final abierto. Aunque para eso era necesario un cuento con más sustancia.
El arte de la pasión El melodrama suele ser un género complicado, entre otras razones por el nivel de codificación que ostenta: el público acostumbra ir a la sala de exhibición sabiendo exactamente lo que quiere, y el imperativo categórico del mercado ordena dárselo sin vueltas. Para colmo, el fantasma de la televisión acecha siempre desde las sombras, con sus culebrones fríamente calculados para orientar los sentimientos de la platea, con lo que el margen de libertad para el director se vuelve exiguo. Claro que el cine, como la vida en la que se inspira, siempre es más rico y heterogéneo, con lo que las excepciones pululan en todas las cinematografías, especialmente la europea. Y no parece casual que el mundo del espectáculo sea un tópico preferido de aquellos que plantean otro acercamiento al género: vale recordar a Joao Pedro Rodríguez con Morir como un hombre (2010) para vislumbrar las posibilidades que esconde este género muchas veces injustamente despreciado. Otro buen ejemplo es Tournée, cuarta película como director del gran Mathieu Amalric (que probablemente esté ya fuera de cartelera, aunque próximamente se estrenará en el Cine Teatro Córdoba), nuevo hallazgo para esta especie que parece aprovechar el fascinante pero prohibitivo (al menos para el cine de inspiración hollywoodense) mundo del cabaret para ampliar sus posibilidades de acción. Galardonada con el premio a la puesta en escena (mejor director) del Festival Internacional de Cannes 2010, Tournée es una apuesta secretamente ambiciosa, ya que intenta sintetizar estilos y temas que suelen pensarse contradictorios: su economía formal se corresponde así con una trama de pasiones desbordantes, su elaborada puesta en escena esconde un espíritu documental, y su tono melancólico un humanismo feliz, decididamente celebratorio del mundo que retrata, aún en sus costados kitsch o grotescos. Amalric interpreta también a su protagonista, el productor y empresario Joachim Zand, cabeza de una troupe de estrellas de cabaret reclutada por él mismo en Estados Unidos que ha llevado a su tierra natal, Francia, para una prometedora gira que aspira a culminar en las grandes marquesinas de París. Se trata, como podrá adivinar el lector, de un perdedor hermoso, acaso un utopista que progresivamente se chocará con la realidad y deberá enfrentar su propio pasado, aunque nunca dejará de creer en sus voluptuosas estrellas, que por cierto son verdaderas actrices de cabaret (y lucen orgullosamente cuerpos orondos, que desafían los cánones de belleza contemporáneos). La gira se volverá cada vez más accidentada, mientras Joachim se reencuentra con las cuentas pendientes de su pasado como productor televisivo y hasta con sus hijos, y la troupe atraviesa sus propias incertidumbres, dramas íntimos de sus protagonistas o hasta alguna historia de amor. Formalmente elegante, Tournée es políticamente lúcida y comprometida: Amalric se pone siempre del lado de sus protagonistas, por eso los espectáculos son filmados desde las bambalinas o desde el propio escenario, y cuando hay un plano frontal que replica la mirada del espectador, es siempre general y distante. El grotesco, cuando se hace presente, es humanizado desde la forma, ya que Amalric justamente busca reivindicar esos cuerpos excesivos y hermosos en su honestidad, así como también el mundo que los contiene: late aquí un espíritu comunitario que atraviesa toda la película (como en Go-Go Tales, de Abel Ferrara) e incluso la trasciende, pues se intuye que forma parte de sus condiciones de producción. Se trata sin dudas de una familia ampliada, como en cierto momento explicita su protagonista, que encuentra regocijo en la camaradería y el arte compartido, de allí la extraña felicidad que embarga a la película hasta en sus momentos más tristes, cuando estos seres se encuentren arrojados a la deriva. Por eso, las elecciones formales que predominan son los planos medios y los planos secuencia, que permiten habitar ese mundo tan estereotipado con la mayor transparencia posible, desde el respeto y hasta la fascinación: la propuesta es el juego colectivo y el espectador será el invitado privilegiado. Por lo demás, si de melodramas hablamos, el Cineclub Hugo del Carril estrenará este fin de semana el gran filme del británico Terence Davies The Deep Blue Sea (en el ciclo “35 mm. de literatura europea”, ver en Agenda Cultural), una obra maestra de la luz que vuelve a demostrar que el sentido trágico de la vida no tiene que estar reñido con la exquisitez cinematográfica. Rachel Weisz interpreta aquí a Hester, una joven casada con un importante juez bastante mayor, pero que dejará todo por un aventurero del que se ha enamorado perdidamente. Corren los años 50 y, como siempre en el cine de Davis, la subjetividad de los personajes será atravesada por la historia, en este caso la Segunda Guerra Mundial. Aunque el centro del film estará en la odisea personal de Hester, enamorada apasionadamente de un hombre por momentos vulgar y violento, que no la quiere en los mismo términos y la llevará a pensar en el suicidio. El filme, empero, es una celebración del cine como arte mayor y por lo tanto de la vida: Davies propondrá una parábola donde repasará todos los estadios del amor, y al mismo tiempo ofrecerá una lección del cine como arte pictórico por excelencia, capaz de narrar a través de imágenes. Por Martín Iparraguirre
Publicada en la edición digital #3 de la revista.
Show must go on Hay que celebrar, esa es la consigna, así que celebremos la llegada tardía de este film de Mathieu Almaric, mucho más conocido como actor que como director, que pudo verse en el BAFICI 2011 y se centra en la llegada, (también tardía) de un grupo de strippers norteamericanas a Francia, para formar parte de un espectáculo conocido como “New Burlesque”, organizado (es una manera de decir) por un productor caótico, querible y chantún compuesto por el propio director. Mujeres reales, de carne (mucha carne) y hueso, cuyos excesos de años o kilos no les impiden ser encantadoras y que son el motor de está película vital, excéntrica y por momentos saludablemente caótica que combina con maestría ficción y realidad (las protagonistas realmente se dedican a su oficio, y lo hacen muy bien). Entre ellas Mimí Le Meaux resulta toda una revelación ya que sostiene con su extraordinaria actuación los mejores momentos de la película y está a la altura de un notable actor como Almaric. En el medio de todo ese desenfreno queda espacio para meterse con temas como el lugar que ocupa hoy el arte, el erotismo y el cuerpo femenino. Sin ser perfecta (ni pretenderlo) Toruneé recupera algo del espíritu festivo, burlón y salvaje del cine de Cassavettes. Habrá que celebrarlo.