El mismo tema es el que le interesa a Claire Denis en la ya mencionada película con el protagónico de Binoche, por lejos el mejor papel que ha hecho desde Camile Claudel 1915. En Un beau soleil intérieur el personaje de Binoche va probando suerte con distintos hombres; algunos más grandes, otros más jóvenes, pero siempre decepcionantes. El machismo, la incomunicación, la incompatibilidad siempre terminan por desarreglar lo que puede parecer el cumplimiento de un deseo bastante sospechoso: encontrar al amor de la vida. El desengaño amoroso es permanente. Secretamente, Denis desmitifica con delicadeza ese amor tan excesivo y fantasioso que se concibe como el verdadero amor, el último bastión metafísico con el que se quiere reanimar ideas infantiles como el destino y la causalidad. Nadie está destinado a alguien. La extensa y extraordinaria escena final, que alcanza hasta los elegantísimos créditos, interpretada por Gérard Depardieu, es fundamental en el desmontaje humorístico de esta superstición. Puede pasar desapercibido, porque la escena es tan buena como efectiva en su comicidad y progresión narrativa, pero la aparición de Depardieu como brujo de los sentimientos pronosticando las características desgraciadas de los próximos candidatos de Binoche no solo es desopilante sino también desgarradora. La delirante argumentación del personaje de Depardieu no deja de evidenciar el sofisma, pues la magnífica escena, sin burlarse de los personajes, sugiere la inconsistencia de las creencias que sostienen el amor romántico. En efecto, el ideal romántico lleva a creer en cualquier cosa, es una superstición deletérea. No hay duda de que este desenlace será memorable, uno de los instantes más divertidos de esta edición del festival. Es un instante sublime y ridículo, propio de una inesperada cualidad del cine de Denis. ¿Quién podía imaginar una comedia con su firma?
A la directora de White Material y Les salauds le encargaron adaptar Fragmentos de un discurso amoroso, mítico ensayo escrito por Roland Barthes en 1977, y el resultado es no solo una de las películas más logradas y accesibles de su carrera sino también el material perfecto para una actuación antológica de Juliette Binoche en el papel de Isabelle, una artista plástica divorciada y con una hija de 10 años que ingresa en una fase crítica de su vida con un sinfín de relaciones afectivas (con un banquero casado, con un actor bastante más joven que ella y un largo etcétera) que no la conforman y le generan un estado de angustia casi permanente. Esplendorosa y vulnerable a la vez, Binoche transmite ternura y dolor con sus debilidades y sus deseos. Claire Denis se maneja con soltura y elegancia tanto en el drama como en la comedia absurda a-la-Woody Allen y tanto en lo físico/gestual como en lo intelectual. Si algo le faltaba a este film -además de la exquisita fotografía de su habitual colaboradora Agnès Godard- es rodear a la protagonista de un elenco de grandes figuras como Xavier Beauvois, Josiane Balasko, Bruno Podalydès, Valeria Bruni-Tedeschi, Alex Descas y un Gérard Depardieu que tiene un aporte extraordinario sobre el cierre. Consejo cinéfilo: por nada del mundo se vayan cuando comienzan los créditos finales.
En el prólogo de su ensayo Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes apuntaba la razón que le había empujado a escribir un tratado sobre la experiencia romántica: “Hoy en día, el discurso amoroso es un hecho de una soledad extrema. Es posible que lo estén utilizando miles de individuos (¿quién puede saberlo?), pero no lo defiende nadie; se encuentra completamente abandonado por los lenguajes que lo rodean, o ignorado y menospreciado, o bien es objeto de burla”. Parece oportuno poner en relación las palabras de Barthes con el tiempo presente, una época saturada por los emoticonos con forma de corazón, una época en que las películas de Philippe Garrel son acusadas una y otra vez de pecar de un exceso de ingenuidad. Por contra, también vivimos en el tiempo de las películas de Hong Sang-soo, con su perpetuo devaneo por los pliegues y repliegues del discurso romántico, un espacio creativo en el que ahora se adentra la directora francesa más importante de nuestro tiempo, Claire Denis, que, después de recibir el encargo del productor Olivier Delbosc de “adaptar” el ensayo de Barthes, se reunió con la guionista Christine Angot para volcar en la deliciosa Un bello sol interior un torrente de experiencias románticas personales. En el mismo prólogo de sus Fragmentos…, Barthes abogaba por el retorno del discurso a su persona fundamental: “El yo, para escenificar así su enunciación, no su análisis”. Pese a que las huellas del texto de Barthes han quedado algo desdibujadas por el planteamiento de Denis y Delbosc, es posible encontrar en Un bello sol interior apetitosos rastros del discurso ensimismado que reclamaba el semiólogo francés: planos subjetivos que van punteando las íntimas escenas de pareja que conforman el corpus central del film. Mucho más habladas de lo que es habitual en Denis, estas escenas de encuentros y desencuentros acaban componiendo un collage de amoríos “escindidos”. Y no es solo que las parejas se rompan por los reclamos del personaje de Binoche (algunos comprensibles, otros absolutamente neuróticos, propios de la cara más absurda del cine de Woody Allen), sino que esa “escisión” procede de la propia estructura de la película: solemos encontrar a los amantes cuando su relación ya está empezada y nos enteramos de las rupturas cuando estas ya se han consumado. Todo resulta extremadamente fragmentario e inestable: un conglomerado de romances descoyuntados que abocan al personaje de Binoche a un estado de volatilidad emocional permanente. Dicho todo esto, cabe destacar la arriesgada apuesta de Denis por explorar un registro humorístico, muy apoyado en la disección entre satírica y surrealista de las costumbres bohemias y burguesas (con Luis Buñuel en el horizonte), así como en el trabajo de Binoche: nadie como ella sabe disolver la gravedad de una escena rompiendo a reír como si no existiera un mañana. Cabe decir que el golpe de timón cómico no es tan aparatoso como el que diera hace unos años Bruno Dumont, pero Denis –cineasta de películas aguerridas, incluso hostiles– se atreve a poner en juego la comicidad sin disimulo, aprovechando el deseo de Barthes de retratar “el lugar de la persona que habla para sí misma, amorosamente, ante el otro (el objeto amado), que no le responde”. Así, Denis se divierte mostrando a los amantes hablando en bucle, sin escucharse el uno al otro, ocultando sus verdaderas intenciones, o simplemente incapaces de expresarlas. Aquí es donde reaparece la sombra de Hong Sang-soo. El coreano pondría feliz su rúbrica al súbito cambio de perspectiva que, por unos momentos, deja a la omnipresente Binoche fuera de campo y permite la entrada en escena de un colosal Gérard Depardieu. Para cerrar el film, la pareja de históricos del cine francés protagoniza una secuencia de diálogo sublime, marcada por las confusiones y los sobreentendidos, la complicidad y la sospecha, la ternura y el engaño. Una conclusión monumental protagonizada por dos actores en la cima de su arte.
Un corazón que no para de latir No es un dato aleatorio que detras de este opus de la francesa Claire Denis (Bella tarea) se encuentre presente la obra literaria del semiólogo francés Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, y que por ello la estructura narrativa de este relato se orienta en los tiempos y destiempos de las relaciones humanas, pero más precisamente de las relaciones afectivas entre la protagonista en la piel de la ecléctica y deslumbrante Juliette Binoche y sus ocacionales -pero no por eso menos importantes- amantes, hombres de distintas edades y procedencias que se cruzan en un camino de búsqueda, angustia e incipiente inconformismo, que coquetea con los vicios de la burguesía gala pero nunca desde un costado crítico, sino desde el diagnóstico de la observación y la confianza en los tiempos del diálogo. Tiempos de diálogo paradójicamente en un mundo de mensajes de texto por celular, de chateos impersonales entre personajes virtuales; de no mirar a los ojos para decir Ya no te quiero, ya no te necesito, me ahogás, o plantearle al interlocutor qué soy dentro de tu mundo de prioridades cuando el rol de actriz de reparto choca con los proyectos de familia, y la soledad se acerca y acaricia en los momentos de mayor incertidumbre. Todo eso es lo que carga y transmite esta artista plástica interpretada por Binoche, separada y con una hija de diez años, a quien la cámara acompaña con la distancia justa para dotarla de sensibilidad. Para pasar de la seriedad a la risa en una charla confesional en un abrir y cerrar de ojos ocupando así el centro de la escena, impregnarla de brillo más alla de las luces artificiales o de las calles en la noche con la luces de neón. Es destacable que la directora de 35 Rhums confíe ciegamente en un reparto de lujo y en su capacidad para generar climas y tiempos que el cine de hoy deshecha, contagiado por el furor del timing de las series y de la inmediatez de la acción cuando el corazón late siempre a otra velocidad. Lo importante es que a pesar de los desencuentros, el paso del tiempo y los desamores, nunca pare de latir.
Un tropiezo llamado amor Claire Denis toma el ensayo Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes y lo convierte en una magistral pero también sensible historia. Un bello sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017) es un genuino enfoque del estado amoroso y de sus tropos, en todo su desorden y en toda su conmovedora estupidez; en el que la directora no olvida reirse de la dimensión tópica y de la inconsistencia de los arrebatos diversos y variados que lo caracterizan. Isabelle (Juliette Binoche) es una artista cincuentona separada del padre de su hija que sufre de una soledad en ascenso, fruto de una sucesión de fracasos en sus mediocres relaciones. La actriz consigue, en efecto, encarnar a esta mujer con una vulnerabilidad que emociona, sin perder de vista la dimensión un tanto ridícula de su peculiar coreografía, con su serie caprichosa de altibajos. Los movimientos emocionales que hacen que se tambalee una Isabelle que llora, se excusa y agradece sin parar, tienen lugar realmente con objetos incomprensibles, a saber, un montón de pobres desgraciados, por decir así: el banquero casado despreciable (Xavier Beauvois), el actor torturado (Nicolas Duvauchelle), el vecino que insiste en invitarla por un trago, el falso amigo que arruina la única relación mínimamente hermosa que tenía. A decir verdad, no puede ser que nuestra heroína languidezca a causa de estos hombres que cree amar. ¿Cómo puede ser? Sin embargo, algo indefinido, formulado vagamente, de manera incompleta, y un tanto banal (el otro nombre de lo que es universal) reside en el humor contra sí misma y, por tanto, tranquilizador de la película. Los hombres vienen y van, eso es innegable, pero lo más gracioso, a fin de cuentas, son las figuras familiares que se suceden entre sí, esos espacios un poco vacíos que afectan de esa manera a Isabelle y al resto de enamorados de la película, que no ven lo plano de las fórmulas huecas con las que tropiezan una y otra vez. Lo fascinante de la película es que encontramos claramente el sello de Claire Denis, esa manera tan especial que tiene de retratar y despertar, a flor de piel, la concupiscencia (lo que Roland Barthes llama en su ensayo "estimular" más que describir, puesto que trata de dar cuenta de los movimientos desde su impulso). Lo que pasa es que esta vez se trata de una "concupiscencia" del corazón. Y el matrimonio de miradas entre el ensayista y la cineasta arroja, como vimos, un sentido del humor tan refinado como guarro, bastante insólito en la filmografía de la cineasta, que encuentra su punto culminante en la escena de videncia con el péndulo de plomo, cuando Gerard Depardieu (recién abandonado por Valeria Bruni Tedeschi) alinea con una convicción inenarrable los dichos populares más grotescos, seguidos de toda una serie de banalidades para encender la luz sentimental de una Isabelle tan perdida que parece llegar a comprender algo en este personaje, ofreciendo así una conclusión formidable a esta película que combina el humor y la inteligencia a la perfección.
La figura de Juliette Binoche se adueña de la pantalla desde los primeros minutos de Un Bello sol interior (Un beau soleil intérieur). El espectador se entera en segundos que su acompañante (interpretado por Xavier Beauvois) se encuentra sólo para recibir placer y no para complacer… y he ahí el tortuoso camino que este film nos plantea: la búsqueda de un amor correspondido. Claire Denis (Beau Travail, Les Salauds) dirige y escribe (lo segundo junto a Christine Angot) una historia insípida que no supera el límite de la presentación inicial. El guión es simplón y recrea situaciones absurdas, casi episódicas, de la vida amorosa de Isabelle. Vemos que el personaje interpretado por Juliette Binoche maneja un monólogo interpersonal fatídico en la mayoría del film “¿por qué a mí?” ;”¿qué fue lo que hice?”; “estoy cansada“… son frases repetidas que vemos en pantalla hasta el hartazgo; no obstante, el problema es que Claire Denis ofrece en el guión de la película palabras que van con la situación actual en la sala de cine al presenciar Un bello sol interior; esas sufridas preguntas que Isabelle se plantea son un espejo de lo que piensa realmente el público al sufrir viendo este insufrible bodrio francés. Tenemos a un Gérard Depardieu que comparte la línea de créditos principales como si fuera el amo y señor; la verdadera salvación del producto. Contrariamente, su presencia es un cameo extendido hacia los últimos minutos del film que deja un mínimo de complicidad y simpatía como último bote salvavidas; un bote que llega demasiado tarde y sólo se dedica a ser testigo de una masacre por aburrimiento. En el caso de Binoche, la hermosa actriz de 53 años, apenas logra deleitar al público con su hermosa figura y una actuación a la altura de las circunstancias; no se puede decir mucho más. Estamos ante grandes actores realizando su especialidad y contando con un horrible material que no está a la altura de sus talentos. El film trata de mostrar una claridad en el problema de la vida de Juliette, algo con lo cual el espectador pueda sentir una comunicación recíproca; pero en su sutil esfuerzo por lograr una culminación en la trama, se viene abajo con el cambio de perspectiva en la vida de su protagonista. Un Bello sol interior no llega a nada, es un entretenimiento pasajero y lamentablemente no posee ningún aspecto a destacar, y la salvación no llega ni siquiera en el arribo de los créditos, sino después, cuando por fin se abandona la sala.
La promesa del amor y la esperanza de hallarlo, así define la guionista Christine Angot el film bellamente realizado por Claire Denis, una de las más grandes creadoras de cine francés. Un film que según la ficha técnica se basa en “Fragmentos de un discurso amoroso” de Roland Barthes, aunque no halla quedado ni una línea de él en el argumento. Y la protagonista es una voluptuosa y talentosa Juliette Binoche, una artista que busca ese amor verdadero, en relaciones previsiblemente destinadas al fracaso, donde ella no quiere conceder nada a la conveniencia y la rutina. Tiene una hija pero es dejada de lado por el guión, la maternidad no es el tema. Es una artista cotizada pero tampoco su obra es objeto de atención. Ella, valiente, orgullosa de su condición de mujer tiene encuentros amorosos. Algunos con seres desagradables. Otro con su ex al que le pesca un momento que la desagrada profundamente. O un actor. O un hombre de la campaña. No es una seductora compulsiva, no es una versión del “Don Juan”, que quiere batir algún récord, es alguien que ansia amar y ser amada y busca ese objetivo aunque a veces encuentre lágrimas y verdades desagradables. Y un final con una creativa vuelta de tuerca, un encuentro con el personaje de Gerard Depardieu que parece un psicólogo y resulta un chanta adivino que la protagonista consulta en un gesto ingenuo. Una comedia romántica que le huye a los lugares comunes del género para conectar con una verdad emotiva y real.
Elle La nueva película de Claire Denis marca su retorno a los ambientes parisinos e intimistas de Vendredi soir y 35 Rhums. La cineasta conserva la mezcla audaz de crudeza y sensualidad e incorpora un humor satírico y absurdo para retratar la tormentosa vida sexual de Isabelle. La película está organizada como una serie de escalas fragmentadas en el itinerario obstinado de una mujer que busca el amor absoluto. Un bello sol interior es un recorrido embriagador por una rutilante constelación de actores girando torno a una extraordinaria Juliette Binoche que nunca estuvo tan ligera, simple, vulnerable, disponible y radiante. La actriz vibra física y emocionalmente con un personaje que nunca es plenamente libre ni llega a caer en la desesperación absoluta.En cada momento, su fragilidad resplandece: su emoción se trasluce en el parpadeo intermitente de sus ojos, en la forma de sacarse unas botas demasiado apretadas o cuando posa las manos sobre sus rodillas y mira al otro de un modo implorante. Los primeros planos se detienen meticulosamente en los movimientos ínfimos de la actriz; la languidez y la suavidad de su cuerpo en los encuentros sexuales conforman pequeños momentos utópicos, su rostro bañado por la luz de Agnès Godard adquiere los reflejos de un cielo cambiante. Las escenas de amor se presentan alternativamente como situaciones repetidas. Cuando los cuerpos desean expresarse con sinceridad, las palabras huyen creando malentendidos cómicos. Los retratos masculinos componen un mosaico de hombres seductores, mentirosos, hipócritas, cobardes, alcohólicos, egoístas y, sobre todo, charlatanes. La notable alquimia entre la escritura, el trabajo con la luz y la dirección de actores transmite una verdad sorprendente. La inestabilidad de la protagonista se refleja en un encadenamiento de secuencias con diferentes tonos. A la escena de encanto amoroso en el espacio cerrado del restaurante, le sigue una solitaria en el ventoso puente de la calle Riquet: pasamos sin escalas desde el control de Isabelle frente a su colega hasta la tempestad. La actuación de Juliette Binoche, que alterna fortaleza y candor, es potenciada con planos largos que se sostienen hasta desarrollar completamente la intensidad cambiante de sus emociones. Las lágrimas que corren por su rostro se diluyen en una sonrisa franca que disipa la gravedad de cualquier situación. Binoche encarna a la heroína de una manera sensible y sensitiva. Ella es el centro cautivante de cada plano hasta la escena final en la que queda fuera de campo por la aparición de un monumental Gérard Depardieu. La película no termina, el final se extiende durante los créditos, un dialogo memorable trasciende la ficción y nos ofrece un momento cumbre protagonizado por dos de los más grandes actores de la historia del cine.
Otro modo de contar el mundo femenino. La realizadora pone el foco en una mujer que busca algo más que sexo ocasional. Consigue eludir el convencionalismo de la historia. Con una carrera que se remonta a fines de los 80, la parisina Claire Denis ganó apreciación internacional desde su primera película, Chocolat (1988) y la sostuvo de allí en más, reimpulsándose a partir de Bella tarea (1999). En esta última película impuso un modo cinematográfico que resultaría sumamente influyente y que Denis, visitante de Argentina en un par de ocasiones, continuaría puliendo en las posteriores Vendredi soir (2002), El intruso (2004), 35 rhums (2008), White Material (2009) e incluso en el film noir Les salauds (2013). Ese estilo, inconfundible, estaba hecho de un acercamiento sensorial a los personajes, reducción de la trama a unas pocas situaciones, muchas elipsis narrativas y fueras de campo, muchos primeros planos, condensación temporal y trabajo sobre lo no dicho. Tras un silencio de cuatro años Denis (autora también de la disruptiva Trouble Every Day, 2001) retorna de la mano de Juliette Binoche, con este film mucho más clásico, como si regresara en su obra justo antes de Bella tarea, a Nennette y Boni, su film de 1995, película de anécdota más lineal y estructura algo más aristotélica que las posteriores. Lo cual no quiere decir, por cierto, que ni aquélla ni ésta sean películas mainstream. Ni siquiera mainstream francés, aunque rozan sin duda esa categoría. Presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes, Un bello sol interior podría considerarse una chick movie, una película de chicas. Chicas no tan chicas, en este caso, ya que se analiza un conflicto muy común entre mujeres de 40 o 50 años. Si bien el acercamiento de Denis es más tradicional que en ocasiones anteriores, la trama sigue siendo igual de reducida. Artista plástica separada, Isabelle (Binoche) tiene una hija de 10 años, y desde el momento de su separación no volvió a formar pareja. Por lo tanto lo intenta, y mientras lo intenta sufre, porque lo que obtiene es sexo ocasional y evidentemente Isabelle está necesitando algo más. Un bello sol interior es básicamente la historia de la sucesión de esas relaciones, permitiendo establecer el juego de diferencias que lleva del banquero casado (el actor y realizador Xavier Beauvois) al actor brillante aunque algo problematizado (Nicolas Duvauchelle) y de éste a una suerte de Sandro francés, sexy y popular (Paul Blain), con una última e inesperada parada trunca en su amigo Marc (el morocho Alex Descas, infaltable en el cine de Denis). Todo finalizará con una aún más imprevista coda, en la que un radiestésico Gérard Depardieu utilizará el péndulo para hacer el balance de las pasadas y futuras desventuras amatorias de Isabelle. La diferencia básica con una película mainstream es el lugar en el que el relato (o diégesis, ya que aquí la idea estricta de relato como sucesión de acontecimientos tiende a difuminarse) se para, en relación con la protagonista. Una película “normal” pondría el acento en las peripecias que la heroína vive, utilizándolas como escalones prefijados que conducen a una conclusión igualmente prefijada. El autor, que funciona como diseñador de esa escalera, lo sabe todo, no ignora nada, y a la heroína le sucede lo contrario. Aquí en cambio la película, y por lo tanto el espectador, saben tan poco como la heroína, y lo que saben lo saben al mismo tiempo que ella. Que un amante es un narcisista tan inseguro como tantos hombres, que necesita corroborar si el amante anterior era mejor o peor que él (lo cual desencadena en Isabelle una reacción instantánea, que habla de su sensibilidad a flor de piel, su fragilidad). Que de pronto una relación se termina porque así lo indican las palabras, y sin embargo si se le hace lugar al cuerpo ésta estará recién empezando. Que, por el contrario, tal vez los cuerpos se sientan dulcemente atraídos, pero sea preferible no hacerles caso. Cómo saberlo. Sólo recorriendo el camino, sufriendo, angustiándose, probando y equivocándose. Que es lo que hace Isabelle, hasta llegar a ese gurú Depardieu, que tampoco se caracteriza por lo asertivo. Bella y sexy a los 53, Juliette Binoche era sin duda la actriz ideal para hacer de Isabelle. No tanto por las razones mencionadas como por su grado de sensibilidad, que aflora sobre todo, frente a cámara, en esa escena final frente al péndulo de Depardieu.
La gran Claire Denis regresa al cine con “Un Bello Sol Interior” (2017), película que fue inspirada en “Fragmentos de un discurso amoroso” de Roland Barthes y que tiene a Juliette Binoche como protagonista excluyente. Los fragmentos de los que se habla en el film son en muchos casos, fragmentos de la vida amorosa de la realizadora, tal vez por eso la propuesta se despega de sus trabajos anteriores, ubicándose en una narración mucho más tradicional. En “Un Bello…”, Isabelle (Binoche), deambula por la vida tratando de armarse para ella misma una coraza, una imagen irreal de sus relaciones, que la terminan haciendo trastabillar en decisiones y en sus vínculos, y que en muchas ocasiones, muchas, la desestabilizan. Separada, con una hija pequeña, y con la mirada siempre expectante por conseguir una pareja, esa misma observación y ansiedad es la que la lleva a rodearse de especímenes detestables, de seres que no le suman y que, en algunos casos, hasta se arrepienten de haber estado con ella. “Un bello sol interior” habla del complejo armado del rompecabezas de la vida amorosa, un camino que choca principalmente con sueños, y que, como en este caso, termina desnudando la vulnerabilidad y las debilidades de las relaciones y sus participantes. Isabelle es testaruda, tropieza varias veces con la misma piedra, y si por algunos momentos el guion la muestra sobreexpuesta al amor y sus daños colaterales ante el fracaso de una relación, en otros la muestra aguerrida ante el desafío de encarar un nuevo vínculo o echar en cara sus sentimientos. Denis es hábil y deja para el final aquellos momentos en los que la lucha se hace carne, y todo el humor con el que hasta ese punto se colaba en cada línea, termina por dejar su lugar a un racionalismo extremo. En “Un bello sol interior” Isabelle pelea por su felicidad, aún a razón de exponerse ante los otros en solitario, bailando imaginariamente con todas sus relaciones anteriores en medio de una pista de baile casi vacía. Ella baila sola, no necesita a nadie más a su alrededor, ese es su triunfo, a pesar de tener que aprender a transitar en solitario su camino y Denis la acompaña, como en toda la película, con una puesta en escena y manejo de la cámara casi errabundo. “Un bello sol interior” termina por configurar un complejo entramado de capas en las que Isabelle es sólo la más evidente, pero el resto de los personajes suman para construirla y para exponerla. Denis revela mucho más de su personaje, que de sí misma, y la presenta como una figura que habla y habla (un rasgo que no es propio de su cine, sino más bien del más neurótico Woody Allen, por ejemplo), que mantiene sus ideales ante los embates amorosos, para terminar por presentar una de las historias más originales de los últimos tiempos
Comedia agridulce y perspicaz En Un bello sol interior, la directora francesa Claire Denis (Bella tarea) rompe con los modos estandarizados del cine popular de presentar la búsqueda del amor. Lo hace con una comedia repleta de amargura en la que Isabelle, una artista de cincuenta y pico -interpretada a la perfección en toda su complejidad por Juliette Binoche- pasa de relación en relación, sin conseguir lo que quiere. Los hombres, en su mayoría casados, son muy distintos entre sí y la atracción que Isabelle siente por ellos en un primer momento se convierte fácilmente en rechazo o decepción. La estructura del film es casi episódica, siguiendo cada una de las relaciones. El personaje de Isabelle por momentos resulta caprichoso e incomprensible pero -probablemente porque está escrito por dos mujeres que pueden identificarse con ella- también tremendamente humano y digno de empatía. La mirada femenina y marca de autora de Denis se nota en especial en la forma de retratar los cuerpos y las escenas de sexo, que trasmiten una gran intimidad y están despojadas de glamour. Dejar una de estas escenas fuera de campo es una interesante elección narrativa. Otro detalle fascinante en Un bello sol interior es el uso del vestuario como elemento esencial para comunicar cómo es Isabelle y qué le sucede. Remera blanca, campera de cuero y unas botas altas, que en algún momento se sacará con un suspiro de frustración, presentan a una mujer sexual y con un espíritu que se niega a abandonar la juventud.
No puedo dejar de enamorarme Una desconocida Juliette Binoche en un atípico filme de Claire Denis: para el aplauso. Un bello sol interior es una rareza. Por varios motivos. Tiene a una Juliette Binoche completamente desconocida. No porque la actriz de El paciente inglés muestre una transformación exterior, sino porque se la pasa lloriqueando toda la película. También, porque lo que le sucede a su personaje, y las reacciones que toma, la dejan entre la comedia y el patetismo, si uno no quiere tomarse todo demasiado serio. Isabelle vive enamorándose, y vive entre hombres. Casados, solteros, divorciados, con o sin hijos, profesionales o no, y hasta su ex: se embelesa rápido y sufre sus propias inseguridades. Y tampoco es un filme inconfundible de Claire Denis, que suele ser más drástica con el tratamiento de sus protagonistas. La directora de Bella tarea transforma el drama íntimo de Isabelle en una comedia, por momentos muy cómica y por otros de un humor casi absurdo. Ella lo dice: “Estoy buscando mi gran amor”. Y rondando los 50, las cosas se le están dificultando, porque cuando cree que lo encontró, se golpea contra la realidad. Uno le dice que está muy bien con ella, pero que su esposa es estupenda y que no la piensa dejar jamás. Otro le cuenta que está muy mal con su mujer, pero después de pasar una noche de sexo con Isabelle, ya no quiere saber nada. Y así. El encuentro que el personaje de Binoche tiene con el de Gérard Depardieu, una suerte de chanta/consultor/psíquico se hace esperar. Con él tiene un extenso diálogo en interiores, que es de los mejores que se recuerdan en mucho tiempo. Injustamente dejada a fuera de la Sección oficial de Cannes de este año -estuvo en la Quincena de realizadores, en paralelo al desarrollo del Festival-, Un bello sol interior no es un filme sobre una mujer ofreciendo su corazón en pedazos, sino las dificultades que tiene por encontrar una (buena) compañía romántica. También, Denis se ha vuelto más tradicional en su manera de narrar -sacando la última escena, con los créditos a un costado, que pueden molestar a más de uno-, pero no quiere decir que Un bello sol interior peque de anquilosamiento. Cada dialogo es entre sorprendente y sorpresivo (vean la reacción de Isabelle en su visita a la campiña). En fin, que es un placer ver a Binoche en un papel desacostumbrado. Tanto, como sugestivo.
Claire Denis lleva al cine "Fragmentos de un discurso amoroso", clásico del semiólogo Roland Barthes. ¿El resultado? Una subyugante y por momentos tediosa experiencia de seguimiento de su protagonista. Son largas escenas de diálogos que fluctúan entre la superficialidad, la seducción y la tensión, entre esta artista plástica en busca de amor y una serie de señores. De una relación a otra, recibiendo más insatisfacciones que placer (o quizá ahí está el placer), algo desconcertante sucede en la contemplación de sus intimidades, a la vez un poco aburrido y fascinante. Hay al final una escena increíble con Gerard Depardieu. Pero lo más increíble, lo fascinante, es Juliette Binoche. No hay forma de sacarle los ojos de encima a ese prodigio de belleza, inteligencia y sol interior.
Una gran alegría que se estrene una película de la realizadora francesa Claire Denis, realmente. Aquí la directora de Trouble Every Day adapta fragmentos de un discurso amoroso para contar la historia (más bien mostrar el retrato) de una mujer, madre sola, en busca del gran amor. Binoche es, como siempre, una luz que ilumina todo lo que rodea, pero Denis no la deja sola: la sigue y la acota para que la emoción aflore. Belleza pura.
“Un sol interior” revela el lado sensible de la directora Denis Juliette Binoche luce radiante la belleza de su rostro, y su cuerpo, y el brillo de sus ojos, capaces de expresar tantos sentimientos, en esta suerte de comedia triste, libremente inspirada en el famoso libro de Roland Barthes "Fragmentos de un discurso amoroso". Las páginas de ese libro ya tentaron a varias cortometrajistas de diversas partes del mundo, y a la canadiense Lea Pool, que hizo un lindo largometraje, "Mouvements du désir". Ahora es el turno de Claire Denis, autora de prestigio intelectual y obras generalmente secas, duras. Sorprende entonces para bien, que haya cambiado un poco el tono, para hacernos querible a su personaje, una mujer de mediana edad que siempre se engancha con quien no la merece. Así es como pasan por su vida -y su lecho- un par de pelmazos casados, y hasta el ex marido, y otros la rondan, con torpeza o excesiva emoción, sin que ella se sienta del todo conforme con ninguno. Tampoco ella sabe tratar a los posibles candidatos, según vemos en una sucesión de episodios sin mayor hilación pero bastante ejemplares. Será finalmente un chanta de buena labia, un falso vidente, quien sepa darle aliento y esperanza, y encausarla para sacar mejor provecho de su "bello sol interior". El rostro ilusionado de la mujer en ese momento es para llenar de besos. El discurso del chanta es para aprendérselo de memoria. Sóo que dura 16 minutos (no se nota) y quien lo dice es Gerard Depardieu.
Saramago tituló Ensayo sobre… a varias de sus novelas. Este film de la francesa Claire Denis es una ficción a partir de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes. Con un retrato profundo, delicado, minucioso, Denis indaga en la búsqueda del amor (y el sexo), encarnada en una mujer (Juliette Binoche). Desde la primera escena, en la que irrumpen los cuerpos desnudos, Denis lleva al espectador por los diferentes resquicios de un universo incomprensible en el que es inevitable no querer sumergirse. Binoche es, otra vez, inmensa, pura entrega, pura belleza, puro talento. Y hay escenas notables, como por ejemplo el memorable diálogo con Gérard Depardieu, que participa en el final de este valioso largometraje.
La nueva película de la realizadora de “35 rhums” es una comedia dramática acerca de una artista que ronda los 50 (Juliette Binoche) y que busca desesperadamente encontrar su gran amor, aunque las cosas no parecen salirle del todo bien. Un cambio de estilo de la realizadora quien, de todos modos, logra profundizar sobre “el discurso amoroso” en un estilo cinematográfico bastante más tradicional que el del resto de su obra. UN BELLO SOL INTERIOR se despega, en varios sentidos, de la obra anterior de Claire Denis. Con sus locaciones urbanas, sus problemas esencialmente románticos, su elenco que protagoniza Juliette Binoche y su tono que circula entre el drama y la comedia bien podría pensarse que la realizadora de BELLA TAREA hizo un típico filme francés, mucho más convencional que los previos. Y si bien algo de eso hay, también es cierto que Denis jamás podría del todo hacer un filme convencional y en muchos de los encuentros y diálogos de la película queda en claro que la cineasta no está tratando de armar una comedia dramática de desencuentros amorosos sino, más bien, trabajar sobre el tema del amor, de la necesidad o no de tener compañía romántica, de una manera, si se quiere, un tanto más compleja. Al filme se lo puede resumir bastante fácilmente como las desventuras de una bella mujer de 50-y-tantos tratando de encontrar el amor. La película, que tiene momentos cómicos pero que no puede definirse del todo como una comedia (yo la vi dos veces: en Cannes la gente se reía mucho mientras que vista en solitario el tono cambia, se oscurece) sigue a una artista llamada Isabelle (Binoche) a lo largo de una serie de encuentros, citas y relaciones con distintos hombres, todas ellas potencial y momentáneamente enriquecedoras, pero que pronto se complican cuando, la mayor parte de las veces, los tipos no quieren comprometerse demasiado en la relación. No es casual, tampoco, que muchos de ellos son casados o están en pareja. Alguien definió la película como similar a las de Hong Sangsoo o el propio Woody Allen y algo de eso hay, especialmente al primero, que también hace de su cine una serie de muchas veces fallidos desencuentros amorosos, solo que en este caso la protagonista es excluyentemente ella y a los hombres, con alguna pequeña excepción, se los observa de una manera menos perceptiva. Esto no quiere decir que Denis simplifique y banalice la situación creando una pobre, enamoradiza y sufrida heroina con el corazón destrozado por hombres que no se comprometen del todo con ella. Cuando eso pasa, muchas veces es la propia Isabelle la que lleva la situación a caer en esas zonas. Co-escrita con la novelista Christine Angot, con la habitual fotografía lujosa de Agnés Godard –esta vez filmando casi todo en interiores, casas y bares urbanos– y una música que está al borde de la autoconsciencia de estar haciendo una película casi prototípica, la lógica se despega de esos modelos ya que en lugar de utilizar crescendos dramáticos convencionales para ir y venir entre las distintas relaciones de la protagonista, lo que Denis hace es centrarse en los momentos en sí, en las conversaciones, y en cómo Isabelle va desesperándose cada vez más al notar que las relaciones que intenta nunca funcionan. Isabelle va y viene entre distintas “opciones”: una con un banquero (el también cineasta Xavier Beauvois), otra con un actor, con un ex o con otro artista, pero por una cosa u otra las cosas no salen bien, a veces por situaciones absurdas y/o ridículas, otras no tanto. Y la mujer se desespera al punto que consulta a un vidente (o parapsicólogo) que encarna Gerard Depardieu y con el que tiene una larga y extraordinaria escena de casi 15 minutos en la que ella le cede por completo el protagonismo. Y él, claro, lo aprovecha al máximo, transformándose en un inesperado buen consejero en temas románticos. Confieso que prefiero a la Claire Denis de sus otras películas –o la mayoría de ellas– pero como ya probó hacerlo en algunas otras ocasiones (como VENDREDI SOIR o la mismísima TROUBLE EVERYDAY), puede tranquilamente salir de su zona de confort y ofrecer inesperados placeres dentro de un marco que, al menos de entrada, parece propio de otro tipo de cineasta. Esa subversión del género se observa en los detalles (la longitud e incomodidad de muchas escenas, la falta de estructura dramática clásica, la manera en que algo en apariencia liviano se vuelve oscuro e incómodo enseguida) y es allí donde uno encuentra a la Denis que más le gusta. Hay otros momentos en el filme –que fue anunciado como una adaptación de “Fragmentos de un discurso amoroso”, de Roland Barthes y que de alguna manera lo es– que son puro Denis. Uno que involucra a nuestra protagonista algo alcoholizada bailando abandónicamente un tema clásico de Etta James. Y, claro, en la escena con Depardieu, que se extiende y extiende hasta el final de los créditos, subiendo más y más la apuesta. Así que no se vayan antes… que lo mejor –y esto no es broma– está en el final.
UNA COMEDIA FIRMADA POR BARTHES Todos los espectadores nos creamos preconceptos acerca de lo que un director puede o no puede filmar. Si somos más descarnados hasta podemos decir que “sabe o no sabe” filmar ciertos géneros, ciertos temas o que ciertos argumentos no son aptos para su estilo. Pero – por suerte – la magia del acto creativo cada tanto nos da una buena lección anti prejuicios y nos encontramos nadando en aguas que considerábamos imposibles para ciertos autores. En este último relato de la consagrada septuagenaria directora francesa Claire Denis (Chocolate, Bella tarea, White Material), el cambio de paradigma se impone con una triada devastadora de la moralina cinéfila: “Claire Denis + Roland Barthes + Comedia Romántica”. La trama elegida se presenta con simpleza y hasta podríamos pensarla como (engañosamente) trillada: Isabelle es una artista plástica parisina, divorciada y con una hija de 10 años, que transita un momento de intensa búsqueda amorosa en su vida. Su deseo circula tras la huella del objeto del amor por lo que se entrega a diversas relaciones afectivas que la sumergen en un remolino de emociones polarizadas. Suspendida entre la ilusión del amor ideal y la angustia de la vida real, la bella Isabelle anda y desanda los caminos que espera la conduzcan al hombre de sus sueños. La clave para entrar al universo de esta bella historia y sus reglas anti prejuicios es la palabra “juego”, pues todo se presenta como un gran artificio. Lejos de la intención realista asistimos a la representación en su estado ideal de “hacer como que” las cosas pasan sin que pasen del todo. Pero el punto de base es sin duda la inteligente y audaz transposición del mítico ensayo del pensador francés Roland Barthes, “Fragmentos de un discurso amoroso”. Un texto inolvidable de los años 70, con 80 capítulos que abordan la retórica del amor en sus múltiples sentidos citando a grandes pensadores como si dialogaran de estos temas que hacen al discurso: abismarse, abrazo, adorable, angustia, demonios, celos, carta, compasión, dependencia, encuentro, corazón, ausencia, espera, exilio, mágica, languidez, obsceno, signos, solo, ternura, unión, verdad, te amo. La chispa de la adaptación realizada es la libertad que logran Claire Denis y Christine Angot en la lectura del ensayo germen. Este trabajo recibido por encargo se sale de la seriedad protocolar que puede producirse al adaptar un texto filosófico haciendo en su interpretación un pasaje de lo abstracto a lo vital, lo lúdico, emoción en acción. Sin dejar de ser desmitificante, el abordaje deja sobre la mesa la idea de que la espera de amor perfecto, romántico, pasional e idealizado no existe. Isabelle vive en la piel de la hipnótica Juliete Binoche, en uno de los mejores papeles de su carrera. Salta de la angustia y la ansiedad, a la euforia y el goce con un pase digno de las mejores bailarinas. Sublime, seductora, infantil, erótica e insoportable, recorre con un brillo vital todos los estadios del personaje en su búsqueda de forma tal que es imposible dejar de mirarla y hasta sentirla tangible. La realización visual lleva la marca de una artista que madura en su discurso y no titubea detrás de ningún género. Se presenta filosa, precisa, contundente. Sus encuadres de sintética belleza van de la mano de la labor fotográfica de Agnés Godard que envuelve a los personajes con una luz que los acaricia en sus vaivenes de colores e intensidades. Algunos datos son importantes para apreciar esta singular película de autor: no es filme de carcajadas ni gags americanos, no intentar esperar resoluciones ya que el amor no aparece como un hallazgo sino como el “ir hacia” entregados al derrotero del deseo, y quedarse hasta el final de los títulos cuando discurre una escena entre Juliete Binoche y Gerard Depardieu que es una gran ironía , sellando por un lado la comicidad del filme y jugando por otro con la connotación que genera que sean estos los actores que la representan. Si hay algo que se transmite es el abanico completo de la discursiva del amor, y entre tantas de sus facetas está “En la calma tierna de tus brazos”, como diría Barthes. “El gesto del abrazo amoroso parece cumplir por un momento, para el sujeto, el sueño de unión total con el ser amado”. Y ver a “La” Binoche perdida en un abrazo, es definitivamente un placer inolvidable. Por Victoria Leven @victorialeven
Ese oscuro objeto del deseo La directora francesa Claire Denis, que ha sabido construir su carrera a fuerza de filmes sin concesiones, duros, de cuerpos más que de diálogos, siempre circulando entre el drama y la tragedia cotidiana, ejemplos como “Bella tarea” (1999), “35 shot of rhum” (2008) o “Los Canallas” (2013) son muestra de su lejanía de la comedia romántica en la que se instala con esta producción. El filme abre con cuerpos, desnudos, cercenados, sufridos, sin suposición de goce alguno, para luego instalarse en el rostro, bello como siempre de Juliette Binoche, y desde ahí desplegar todo tipo de sensaciones, sentimientos, encuentros y desencuentros. Estableciendo la paradoja tan contradictoria, extraída vía interpretación del texto de Roland Barthes “Fragmentos de un Discurso Amoroso”, del cual la realización hace base para su propio discurso, tan fragmentado como la novela que le da origen, “el deseo es la ausencia”, o “la ausencia es el deseo”, promovidos como motores principales de la búsqueda en la que esta inmersa la protagonista. El filme cuenta las desventuras de Isabelle (Juliette Binoche), una artista parisina viviendo los alrededores de los 50 años, en torno a repetición con los hombres en busca del amor como objeto y fin, quien mantiene relaciones sucesivas que no la reconocen, un banquero casado (Xavier Beauvois), que le anticipa que nunca dejara a su esposa, y un actor en pleno éxito, y bastante más joven, también en pareja (Nicolas Duvauchell, hasta que en pleno declive se choca con la sabiduría del monólogo final que imparte tal cual un psicoanalista explicando lo inexplicable, o un semiólogo dando clase de la ignorancia en el cuerpo de Gérard Depardieu. Conformando un duelo de actuación en donde las miradas, sugestivas, entendibles, dicen tanto como las palabras, jugada de planos y contraplanos, dando espacio a los tonos de la voz para instalar lo poco descifrable de lo indescifrable del amor. Toda una selección de actores, además de los nombrados la genial Josiane Balasto y Valeria Bruni Tedeschi. Sin embargo todo se sustenta en las espaldas de Juliette Binoche, dando lugar a una de sus más difíciles interpretaciones de manera magistral, circulando por enamoramientos y rupturas mostrando la colosal diversidad de sus recursos histriónicos, dramáticos, en tono de comedia, tristeza en tanto alegría, deseo en triunfo como dependencia, fascinación instalando el infortunio. Una comedia agridulce, a veces hasta cómica. (*) Realización de Luis Buñuel, en 1977) La directora francesa Claire Denis, que ha sabido construir su carrera a fuerza de filmes sin concesiones, duros, de cuerpos más que de diálogos, siempre circulando entre el drama y la tragedia cotidiana, ejemplos como “Bella tarea” (1999), “35 shot of rhum” (2008) o “Los Canallas” (2013) son muestra de su lejanía de la comedia romántica en la que se instala con esta producción. El filme abre con cuerpos, desnudos, cercenados, sufridos, sin suposición de goce alguno, para luego instalarse en el rostro, bello como siempre de Juliette Binoche, y desde ahí desplegar todo tipo de sensaciones, sentimientos, encuentros y desencuentros. Estableciendo la paradoja tan contradictoria, extraída vía interpretación del texto de Roland Barthes “Fragmentos de un Discurso Amoroso”, del cual la realización hace base para su propio discurso, tan fragmentado como la novela que le da origen, “el deseo es la ausencia”, o “la ausencia es el deseo”, promovidos como motores principales de la búsqueda en la que esta inmersa la protagonista. El filme cuenta las desventuras de Isabelle (Juliette Binoche), una artista parisina viviendo los alrededores de los 50 años, en torno a repetición con los hombres en busca del amor como objeto y fin, quien mantiene relaciones sucesivas que no la reconocen, un banquero casado (Xavier Beauvois), que le anticipa que nunca dejara a su esposa, y un actor en pleno éxito, y bastante más joven, también en pareja (Nicolas Duvauchell, hasta que en pleno declive se choca con la sabiduría del monólogo final que imparte tal cual un psicoanalista explicando lo inexplicable, o un semiólogo dando clase de la ignorancia en el cuerpo de Gérard Depardieu. Conformando un duelo de actuación en donde las miradas, sugestivas, entendibles, dicen tanto como las palabras, jugada de planos y contraplanos, dando espacio a los tonos de la voz para instalar lo poco descifrable de lo indescifrable del amor. Toda una selección de actores, además de los nombrados la genial Josiane Balasto y Valeria Bruni Tedeschi. Sin embargo todo se sustenta en las espaldas de Juliette Binoche, dando lugar a una de sus más difíciles interpretaciones de manera magistral, circulando por enamoramientos y rupturas mostrando la colosal diversidad de sus recursos histriónicos, dramáticos, en tono de comedia, tristeza en tanto alegría, deseo en triunfo como dependencia, fascinación instalando el infortunio. Una comedia agridulce, a veces hasta cómica. (*) Realización de Luis Buñuel, en 1977) La directora francesa Claire Denis, que ha sabido construir su carrera a fuerza de filmes sin concesiones, duros, de cuerpos más que de diálogos, siempre circulando entre el drama y la tragedia cotidiana, ejemplos como “Bella tarea” (1999), “35 shot of rhum” (2008) o “Los Canallas” (2013) son muestra de su lejanía de la comedia romántica en la que se instala con esta producción. El filme abre con cuerpos, desnudos, cercenados, sufridos, sin suposición de goce alguno, para luego instalarse en el rostro, bello como siempre de Juliette Binoche, y desde ahí desplegar todo tipo de sensaciones, sentimientos, encuentros y desencuentros. Estableciendo la paradoja tan contradictoria, extraída vía interpretación del texto de Roland Barthes “Fragmentos de un Discurso Amoroso”, del cual la realización hace base para su propio discurso, tan fragmentado como la novela que le da origen, “el deseo es la ausencia”, o “la ausencia es el deseo”, promovidos como motores principales de la búsqueda en la que esta inmersa la protagonista. El filme cuenta las desventuras de Isabelle (Juliette Binoche), una artista parisina viviendo los alrededores de los 50 años, en torno a repetición con los hombres en busca del amor como objeto y fin, quien mantiene relaciones sucesivas que no la reconocen, un banquero casado (Xavier Beauvois), que le anticipa que nunca dejara a su esposa, y un actor en pleno éxito, y bastante más joven, también en pareja (Nicolas Duvauchell, hasta que en pleno declive se choca con la sabiduría del monólogo final que imparte tal cual un psicoanalista explicando lo inexplicable, o un semiólogo dando clase de la ignorancia en el cuerpo de Gérard Depardieu. Conformando un duelo de actuación en donde las miradas, sugestivas, entendibles, dicen tanto como las palabras, jugada de planos y contraplanos, dando espacio a los tonos de la voz para instalar lo poco descifrable de lo indescifrable del amor. Toda una selección de actores, además de los nombrados la genial Josiane Balasto y Valeria Bruni Tedeschi. Sin embargo todo se sustenta en las espaldas de Juliette Binoche, dando lugar a una de sus más difíciles interpretaciones de manera magistral, circulando por enamoramientos y rupturas mostrando la colosal diversidad de sus recursos histriónicos, dramáticos, en tono de comedia, tristeza en tanto alegría, deseo en triunfo como dependencia, fascinación instalando el infortunio. Una comedia agridulce, a veces hasta cómica. (*) Realización de Luis Buñuel, en 1977)
Un bello sol interior, de Claire Denis Por Gustavo Castagna Es y no es tanto un film de Denis. Se acerca y luego de aleja de sus obsesiones temáticas y formales, de aquello por transmitir mucho con muy poco sin caer en diatribas psicológicas ni en planteos pueriles sobre el rol de la pareja, la mujer como centro del relato, el paisaje y su importancia dramática, la lectura política y social como contexto. 35 Rhums, la opera prima Chocolat, Bella tarea y su exacerbación sobre la piel, El intruso y su extrañamiento en cada uno de sus planos, la pareja de Vendredi Soir. En medio de ellas, esa exaltación de la sangre que componían las enfermizas imágenes de Trouble Every Day (acá conocida como Sangre caníbal) y los inolvidables labios de Beatrice Dalle que ni Vincent Gallo, sumergido en su propia voracidad vampírica, podrá controlar. Y así se llega a Un bello sol interior, que toma como disparador argumental el ensayo “Fragmentos de un discurso amoroso” de Roland Barthes para describir las idas y vueltas de una mujer de más de 50 años, su (im)posibilidad de comprender el amor de acuerdo a los hombres que la rodean, los enigmas y las preguntas del caso, su divagar a la búsqueda de respuestas que oscilan entre una bienvenida filosofía de café o restaurante muy caro y parisino junto a algunas frases que trasmiten cierta banalidad y presuntuosidad excesivamente “francesa”. Isabelle está separada, tiene una hija diez años, mantiene una relación con un banquero casado, conoce y se acerca a un actor más joven que ella, en una fiesta bailará con otro sujeto que la desea desde la mirada, establecerá algo más que una amistad con un tipo que la comprende (Alex Descas, actor recurrente en Denis) y tendrá una visita efímera y de corte definitivo de su ex. La película se estructura a base de falsos capítulos que van conformando un film sobre el amor con intenciones teóricas, como si Denis, a través de Isabelle, buscara esas respuestas para comprender a su personaje en relación a los otros. La apuesta es feliz pero riesgosa, bienvenida en su lustrosa iluminación, vestuario, decorados (el film trabaja espacios cerrados más que abiertos) pero al borde de cierta tipología que caracteriza al cine francés de alta calidad formal, soberbio y creído en sí mismo en su formulación, supuestamente importante desde la propuesta pero vacío en sus contenidos. En efecto, Un bello sol interior coquetea con el cine “du qualité”, llegando al borde del abismo pero, la mano de Denis, lo rescata de la puerilidad y los lugares comunes del caso. En ese punto, cuatro, cinco escenas resultan valiosas para oponerse al “packaging” que irradia la hora y media de film. Isabelle hablando con su amiga en el baño, Isabelle puteando y enojándose con algunos amigos en una excursión bucólica, Isabelle escuchando y mirando, en el desenlace, al enorme (en todo sentido) Gérard Depardieu y su oscilante péndulo que certifica el pasado, el presente y tal vez el futuro del personaje central. Y, claro, a propósito, dejé estas líneas para el final. Juliette Binoche es Isabelle y la película, la puesta en escena, la hora y media de su duración, rondan alrededor suyo: su mirada, sus movimientos, sus silencios, su llanto contenido, su risa, su sonrisa estentórea, sus ojos vidriosos. Nada sería igual, seguramente diferente, si ella no fuera la protagonista de Un bello sol interior. Godard, en su momento, con la ironía que lo caracterizaba en los años sesenta, sostuvo que Vivir su vida era un documental sobre Anna Karina. Más adelante, Truffaut afirmó (totalmente enamorado) que La historia de Adela H no era una ficción sino un documental sobre un rostro, el de Isabelle Adjani. Pues bien, acá está el tercer ejemplo: ver y disfrutar de Juliette Binoche permite sugerir que el film de Denis representa mucho más que una ficción sobre un personaje que busca respuestas sobre el amor. En conclusión: sigo enamorado de ella. UN BELLO SOL INTERIOR (Un beau soleil intérieur). Francia, 2017. Dirección: Claire Denis. Guión: Christine Angot y Claire Denis inspirada en Fragmentos de un discurso amoroso, ensayo de Roland Barthes. Música: Stuart Staples Fotografía: Agnés Godard. Con: Juliette Binoche, Gérard Depardieu, Valeria Bruni Tedeschi, Nicolas Duvauchelle, Josiane Balasko, Xavier Beauvois, Alex Descas, Bruno Podalydès, Paul Blain. Duración: 94 minutos.
Revisar el pasado y las relaciones es una constante en las películas de Claire Denis. La directora francesa lo vuelve a hacer en "Un bello sol interior" inspirado en "Fragmentos de un discurso amoroso", de Roland Barthes. La misma directora advirtió que su película no debía verse como una adaptación de ese texto, pero es partir de allí que construye el universo desolado, histérico, contradictorio, irascible y sensible de Isabelle. Interpretado por Juliette Binoche -y la actriz transmite con sutileza cada uno de esos estados- Isabelle es una artista plástica de mediana edad, bella, atractiva, sexy, inteligente y, sobre todo, que intelectualiza cada una de las ideas, hechos y palabras que le dan forma a su vida. Tal como lo hizo en "Chocolate", "Bella tarea" o "35 Rhums", sus personajes no pierden de vista un pasado que irrumpe de alguna manera en el presente. En el caso de Isabelle, su zozobra emocional también la hace dudar del futuro. Entre flashes de un humor elíptico y amargo, Isabelle tiene sexo, se enamora y se decepciona y construye discursos que intentan desentrañar el misterio y la falibilidad del amor.
CON EL BRILLO DE JULIETTE BINOCHE Lo primero que escuchamos sobre Un bello sol interior, último largometraje dirigido por la francesa Claire Denis, es que está basado en Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes. Lejos de relacionar esta película con el libro del semiólogo y filósofo, este film puede apreciarse más bien desde el lado psicológico y sociológico. Desde la psicología, porque retrata en lo más íntimo la soledad, la frustración, la decepción, desesperación y el vacío, creativo y personal, de una mujer de cincuenta años, Isabelle (Juliette Binoche). Sociológicamente, por desmantelar el mandato que asocia la felicidad con el vínculo amoroso. El peso que recae sobre la mujer (en términos de género) de poder encontrar un hombre que la ame de verdad y “para siempre”, es muy grande y la película lo retrata muy bien. En este caso, Isabelle, después de su separación matrimonial, desea encontrar, por fin, el amor de su vida. El relato se centra en el personaje y sus vacíos, dejando a un costado otras cuestiones que también forman parte de su vida, como es la relación con su hija o sus creaciones artísticas. Se construye de manera episódica o “fragmentada” (haciendo alusión a Barthes) cada uno de los encuentros y desencuentros de Isabelle con sus posibles amores. Hombres mentirosos, egoístas, charlatanes, seductores, cobardes. Lo que va mutando en los encuentros es el hombre en cuestión, pero la situación finalmente es la misma y se reitera una y otra vez: Isabelle queda rota, decepcionada, en esta intensa búsqueda del amor de su vida. Claire Denis comparte la autoría del guión junto a la escritora Christine Angot, quienes comentaron que se basaron en experiencias de su vida para escribir esta historia, planteando los vaivenes del amor como parte esencial de la vida , sin caer en finales cliché o naif ni tampoco trágicos. La elección de Binoche como protagonista fue acertada. Si bien esta no es su mejor película ni el mejor personaje, siempre su actuación demuestra estar a la altura de los roles que le toca caracterizar y, a veces, como en Un bello sol interior, los supera.
Cuenta con la estupenda actuación de la bella actriz francesa Juliette Binoche, donde muestra a esta mujer solitaria y a la búsqueda del amor, algunas de las espectadoras se pueden sentir identificadas. Esta mujer intensa vive apasionada y siempre da con el hombre equivocado no logrando complacer a su corazón. Las cosas comienzan a cambiar cuando se cruza en su vida Denis, el vidente (Gérard Depardieu) quien entre juegos y diálogos estupendos, algo comienza a asomarse en su interior y nos puede lleva a la reflexionar.
Nos une el amor y el espanto. Difícil de catalogar a una realizadora como Claire Denis. Probablemente la mayoría tenga su nombre de Bella Tarea, la bellísima reversión de la novela “Billy Budd” de Herman Melville que encaró con lirismo, contemplación y dureza a la vez. Pero Denis, antes y después, no se quedó en esas aguas, y fue mutando de géneros y estilos, desde documentales, films de suspenso, de terror, de denuncia social; y ahora la comedia. Hasta ahora, podíamos decir que una marca suya había sido la dureza de algunas imágenes o el tratamiento de las mismas mediante un lenguaje áspero, la sangre, el impacto, un impulso por no esconder lo que se puede mostrar en primer plano. Quizás algunos recuerden Trouble Every Day. Entonces, la novedad en Un bello sol interior es la desaparición de esa dureza. Denis habla del amor, y aunque con un dejo irónico, se empalaga en él. Basada en el ensayo Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes, Un bello sol interior se plaga de personajes en busca del amor; no desde un planteo de deseo sexual (lo cual hubiese sido más comprensible en la mirada de la directora) sino desde la pulsión romántica de necesitar estar con otro para completarse. Esta Claire Denis se asemeja un poco a Eric Rohmer , aunque sin sus bríos. Pequeña cosa llamada amor: Todo gira alrededor de Juliette Binoche que aquí es Isabelle una artista en las calles de París, la ciudad del amor. Madre y divorciada, su motivación es la búsqueda del amor ideal, y casi que ahí podríamos terminar el resumen de la historia. Isabelle va y viene, es verborrágica de a tramos, se siente culposa, tiene lapsus de diatribas, y sus emociones van como en una montaña rusa bien empinada. Se enamora y es feliz, vuelve a quedar sola y otra vez cae, y así. El problema de Isabelle es que no toma buenas decisiones. Así, sus pruebas en el amor van de entregarle el corazón a hombres que claramente no lo merecen. Un hombre casado, un actor más emocional que ella, y otros tantos que sólo buscan pasar el rato sin compromiso, o un cuerpo sexual. A poco de iniciado el film nos encontramos con una escena cuasi erótica, que la Claire Denis que conocíamos hubiese encarado de otro modo, más franco, sucio y directo. Esa carta de presentación ya nos va dejando en claro el tono del film que busca algo risueño y naïf. Hay alrededor de Isabelle otros personajes secundarios que también hablan y respiran amor, quizás intentando sacarle algo de la mochila protagónica a la actriz de Copia certificada, aunque difícilmente lo consigan. Claro, tratándose de una adaptación de un ensayo de Barthes, el amor será más hablado que vivenciado. El guion arroja frases e imágenes que tratan de ser burlonamente inteligentes, como si ese fraseo romántico en realidad tuviese un dejo irónico crítico. En todo caso, ese termina siendo el punto débil del film, su pretenciosidad intelectual. Ese aire intelectual, también se impregna en el ritmo, que si bien nos presenta una comedia, aun a sabiendas que esta no será una comedia “alla americana” y que será deudora del estilo francés; lejos estamos del timing típico de ellas, con la picardía y la ligereza bufona tradicional. Un rostro iluminado: Si en algo acierta Un bello sol interior es en la elección de su actriz protagónica, Juliette Binoche, como siempre que se encuentra en Francia, ilumina la pantalla, le otorga brillo, e Isabelle se convierte en un personaje interesante en su cuerpo. Todas las tribulaciones de esta mujer tan particular se vuelven creíbles en la figura de una actriz que sabe cuándo ser frágil y cuándo reponerse. Claire Denis maneja un elenco en el que sobran figuras en roles secundarios como Gerard Depardieu, Xavier Beauvois, Josaine Balasko, Nicolas Duvauchelle, y Valeria Bruni Tedeschi, entre otros. La directora se encarga de que cada uno tenga su momento de lucimiento y acompañen correctamente a quien decididamente es el centro del relato. También habrá que notar que, si bien, no posee el timing esperado, el relato no decae, se mantiene (casi) siempre al mismo nivel, lo cual ayudará a hacerla llevadera. Conclusión: Claire Denis entiende hacer comedia por hacer un relato liviano, y eso es Un bello sol interior dentro de su filmografía, un producto eficaz pero menor, con el amor como motor principal, y diálogos que de haber forzado menos su pretensión intelectual hubiesen sido más naturales y aceitados. Juliette Binoche y el puñado de secundarios de renombre terminan por apuntalar una propuesta que seguramente encontrará a su público adecuado.
Con el cine contenido en su rostro La actriz francesa ratifica aquí lo incandescente de su presencia en pantalla. El film de Claire Denis indaga en la vida de una mujer varada en un mundo de afectos desencontrados, entre angustia y sonrisas. Si se permite la expresión ‑a la manera del viejo Hollywood‑, hay actrices que son, todavía, "bigger than life". Están en la pantalla y proyectan vida a su alrededor. Un ensueño se apodera de todo, lo vuelven veraz. Desde ya, ese sueño puede ser bello, también retorcido. De acuerdo con el caso en cuestión, podría pensarse en Cate Blanchett (Blue Jasmine), Isabelle Huppert (Elle), Maggie Cheung (In the Mood for Love); ahora bien, entre tantas, siempre, el esplendor de Juliette Binoche. Bleu, Copie conforme, Elles, films donde la actriz francesa imprime su rostro y gestos para que el drama sea. En estos casos, realizadores como Krzysztof Kieslowski, Abbas Kiarostami, Malgoska Szumowska, han encontrado en ella el lugar que permite lo demás. Es una actriz insustituible, y ya lo expresaron así Christine Angot y Claire Denis, al declarar en entrevistas que fue durante la redacción del guión de Un bello sol interior que sólo pudieron pensar en ella, porque ella era la película. Efectivamente, asistir al derrotero de Isabelle es hacerlo de la mano compartida entre la Binoche y Claire Denis, actriz y directora en armonía, capaces de provocar una síntesis que contenga la angustia y deje asomar ciertos matices. Isabelle está separada, tiene una hija, es artista plástica; es todo esto pero, en verdad, la película es otra cosa. Es ella asomada a una pregunta que queda sin respuesta, mientras procura el encuentro del afecto. El rostro de la Binoche es necesario, sus gestos procuran un montaje en sí mismos. Ella sola contiene el proceder del cine. En este sentido, nada puede desorientar más que su relación inicial, a partir de la figura del banquero egocéntrico, imbécil, sumido en su comprensión adinerada del mundo. Es él, sólo él, y lo demás a partir de él; el maltrato tocará, de modo inevitable, también a ella. ¿Por qué? ¿Por qué no?, en todo caso. De esta manera, Un bello sol interior se sumerge en ‑y con‑ Isabelle, con el acto sexual sucediendo, los desprecios subsiguientes, pero también los destellos, las caricias. La atracción inexplicable no debe, justamente, explicarse. Sea con el banquero, sea con el bailarín imprevisto o con el actor alcohólico. Al fin y al cabo, toda atracción sucede de manera inesperada. De ella hacia los demás, pero también desde los demás hacia ella. Es por esto que, aun cuando ella quede herida, serán también otros quienes conozcan un mismo dolor. Los datos sobre la vida de Isabelle se han referido, pero lo cierto es que aparecen de a poco. Como si fuesen aspectos sesgados, mientras ella prosigue presa o prendada de una angustia que se acentúa. De tal manera, el film de Denis construye un relato que sucede desde una suerte de meseta, a partir de una progresión lineal que podría parecer monótona ‑como si estuviese suspendida de un instante‑ pero sin embargo llena de estruendos (internos y externos). Por eso, el rostro de la Binoche es necesario, ella sola contiene el proceder que el cine mismo expone; vale decir, los gestos de la actriz procuran un montaje en sí mismos. Mientras la sonrisa de Isabelle se dibuja, su mirada desmiente; la Binoche puede hacer confluir sentires diversos. Todo sucede simultáneamente en ella, capaz de conjugar sensaciones para comunicarlas de modo ambiguo, complejo, sin palabras. Hay un momento que es suficiente para dar cuenta del lugar de quiebre en el que se encuentra esta mujer. Sucede cuando sale corriendo tras el auto de su ex, en donde está su hija. La ventanilla está cerrada. La mano saluda al tocar el vidrio. La coincidencia de elementos ‑cercanía/lejanía‑ traduce lo difícil del momento. Como no se trata de una película abocada al retrato de "conflictos familiares y sus mejores resoluciones", Un bello sol interior solo necesita de esta instancia para sugerir algo más hondo. Esa profundidad descansa en su protagonista, porque la película es ella y no hace falta hablar de nada más. Es por eso que el diálogo final, que Isabelle comparte con Gérard Depardieu, se convierte en un aleph que irradia sobre lo sucedido y lo que habrá de pasar. Depardieu parece un analista que paulatinamente se devela como oráculo. Conversa desde la intuición y la Binoche sonríe y lagrimea para el goce dolorido de la cámara. Los intérpretes parecieran estar supeditados a una situación dramática que están resolviendo en el momento, sin líneas de diálogo previstas. Seguramente sea así. Como si se tratara de un paréntesis en su vida, Un bello sol interior retrata a Isabelle durante una travesía en la que está sumergida, durante la cual conoce momentos buenos y peores, pero todavía con más por suceder. Ese después ya no hace falta conocer. Queda sesgado, apenas sugerido, así como afectado por el sentir de quien mira mientras comparte la mirada de esa gran directora, de sensibilidad distintiva, que es Claire Denis.
Si existiese un improbable (pero aplicable) premio a la “Mejor película de franceses neuróticos e introspectivos”, esta sería una buena candidata a llevárselo este año. Ya es prácticamente un subgénero en sí, y está claro que no existe otro país que haga un cine similar o remotamente parecido: películas donde los protagonistas se abocan a largas conversaciones repletas de dudas, vacilaciones, autoanálisis y catarsis histéricas, y se dedican a una cansina sumatoria de disputas, desengaños amorosos, reconciliaciones...