Hacer una revisión de la vida de una celebridad que aún vive no es tarea fácil. El autor mismo puede terminar estando de acuerdo o no con la biografía planteada. Ahora, Woody Allen: a Documentary viene a mostrarnos tranquilamente los comienzos del director como actor en las tablas, mientras ejercía, incómodo, su labor en lugares ignotos o casi clandestinos en la ciudad de Nueva York. Gracias a un artículo en el NY Times, en el que salían a la luz sus dotes para el humor, Woody pasó de ser cómico de stand up a invitado en programas televisivos e incluso guionar What’s New Pussycat?, trabajo que le sirvió para darse cuenta de que nunca jamás permitiría que alguien influyera en sus escritos...
La película que nunca haría Woody Allen Revisar la filmografía de un director que desde hace 44 años viene filmando ininterrumpidamente un promedio de película al año da para mucho más que un documental de dos horas de duración. Si ese director además es considerado uno de los autores más representativos de la cultura estadounidense, más influyentes, icónicos y controversiales hasta cierto punto, más que un documental se debería hacer una serie sobre su vida. El tema es que Woody Allen, es posiblemente uno de los realizadores que más se oponen a ser documentados, porque a pesar de su exhibicionismo, se trata de un director al que no le gusta ser entrevistado ni dar detalles sobre su vida privada. Para conocer la infancia de Allen no hace más falta que ver sus películas. Lo mismo que para conocer su pensamiento, ideología, referencias. No hay director más transparente en ese sentido que Allen, más autorreferencial e incluso autobiográfico...
Woody, el artista incansable El director Robert B. Weide realiza un homenaje al legendario director de Medianoche en Paris (Midnight in París, 2011) con su film Woody Allen, el documental (Woody Allen: A documentary, 2012), cuyo mayor inconveniente es no aportar ninguna nueva visión sobre el cineasta neoyorkino. Todo lo que sabemos o podemos imaginar sobre Woody Allen está expresado en el documental. Sin embargo quien disfrute de su cine, no encontrará desperdicio en un recorrido exhaustivo por su obra. El documental tiene una estructura tradicional: empieza por los comienzos de la vida y obra del artista, con innumerables entrevistas a las personalidades indicadas, y fragmentos de sus películas más destacadas. Su mayor atractivo es ir desentramando las obsesiones temáticas del realizador y mostrarlas a través de su representación en pantalla (sus películas). Su período de comediante físico se verá en fragmentos de Bananas (1971) y El dormilón (Sleeper, 1973), sus conflictos existenciales en Interiores (Interiors, 1978) y Stardust Memories (Stardust Memories, 1980), mientras que su visión de las relaciones matrimoniales se verá reflejada en Annie Hall, dos extraños amantes (1977) y Manhattan (1979), por citar sólo algunos ejemplos. La obra de Woody Allen es extensa, y el director Robert B. Weide busca en la personalidad excéntrica del cineasta los motivos: la finitud de la existencia humana. Tema angustiante y reiterativo en sus films, parecen ser el motor de su prolífera producción. Así mismo, el documental no expone ninguna faceta desconocida acerca del realizador de Zelig (1983). No hay un dato, una entrevista, una información que no exprese admiración sobre Woody Allen, que no homenajee su figura, su obra. Si bien no deja de ser sumamente enriquecedor para los fanáticos de sus películas, carece de un criterio propio como documental. En este aspecto es más interesante el documental Blues del hombre salvaje (Wild Man Blues), trabajo de 1997 acerca del Woody Allen músico, clarinetista, de gira con su banda por Europa. En él podemos apreciar al neurótico en su vida diaria, y comprender su relación y visión de mundo tan particular. Como documental que acerca una mirada sobre una figura tan destacada y querida es mucho más enriquecedor. Volviendo a Woody Allen, el documental, hay que reconocer –más allá de las limitaciones del convencional trabajo- la influencia de Robert B. Weide sobre el cineasta para permitirle realizar este trabajo. Woody Allen no suele dar entrevistas ni prestarse a apariciones públicas. Cuando se lo buscó para el documental declaró no estar interesado porque “no valía la pena realizar un documental sobre él”. ¿Tendencia a la baja autoestima? ¿Una postura adrede? No lo sabemos, lo cierto es que finalmente dio la entrevista para este trabajo y eso ya es un logro. Vale agregar que existe una versión en internet del mismo documental de tres horas de duración (la estrenada no llega a las dos horas) para el público interesado.
Sólo para fanáticos El mundo cinéfilo podría dividirse entre los admiradores incondicionales de Woody Allen y aquellos que entrevén desde hace años -¿diez? ¿doce?- síntomas inequívocos de agotamiento en los resquicios de sus películas. Para los primeros, Woody Allen, el documental será una experiencia más que placentera, una suerte de sus Greatest Hits hilados con testimonios de quienes más lo conocen. Para los segundos, en cambio, la sensación estará más cerca de una hagiografía incapaz de poner en perspectiva a su objeto de estudio y cuyo único fin es la validación de una tesis: “Woody es lo mejor del mundo”. Robert B. Weide (productor y director de algunos episodios de Curb Your Enthusiasm) propone un recorrido cronológico desde los inicios del cineasta neoyorquino como precoz redactor de chistes durante las postrimerías de su etapa escolar, su acercamiento inicial a Hollywood y posterior desencanto, algunos secretos de la cocina de sus films más icónicos (Bananas, Annie Hall, Manhattan, Zelig, Crímenes y pecados) hasta su actual etapa trashumante (Match Point, Vicky Cristina Barcelona, Medianoche en París). También habrá tiempo para explorar la vinculación artística-sentimental con sus “musas” Diane Keaton, Mia Farrow y Louise Lasser, además de para algunas reflexiones acerca de la comedia, Hollywood y su relación con el público. Siempre es engañoso y simplista caer en rotulaciones, pero es casi inevitable hablar de éste como un film “sólo para fanáticos”. Al fin y al cabo, el de Weide no es un intento exploratorio de las facetas desconocidas del ídolo en cuestión sino una mera confirmación de su grandeza. Así se enhebran testimonios de actores, actrices, productores, familiares y colegas (entre ellos Martin Scorsese) echando loas a Woody: que es un gran director de actores, que sus diálogos son increíbles, que de chiquito era talentoso… Todo esto, además, narrado casi a reglamento, articulando entrevistas, imágenes de archivo y escenas de los films en cuestión. Un detalle particular es que más de la mitad del film aborda la primera etapa de su filmografía, la que para muchos es la más jugosa e icónica; mientras que los últimos diez años ocupan apenas un par de minutos. Síntoma de que incluso para un acérrimo fanático como Weide el amigo Woody viene de capa caída.
En principio este documental es un tremendo logro del director Robert Weide, quien después de perseverar durante muchísimos años logro que Woody Allen aceptara finalmente a ser entrevistado para este proyecto. En las últimas décadas se escribieron muchos libros sobre el cine de Allen que analiza su obra en detalle, pero no existía un material que permitiera conocer otros aspectos más intimos del artistas como sus métodos de trabajo o su relación con el cine contada por él mismo. La película ofrece un gran retrato de este hombre que hace más de cinco décadas se encarga de estrenar un nuevo trabajo por año, algo que no es para nada común dentro de este arte aunque lo demos por sentado. Los propios colegas de Woody lo reconocen en este film porque es algo muy difícil de lograr especialmente cuando es el propio realizador quien escribe sus historias. El film es muy entretenido y encuentra sus mayores virtudes en el testimonio de Allen y la generosidad que tuvo para abrir las puertas de su casa y mostrarnos los lugares donde nacen sus personajes y proyectos. Hay momentos fabulosos como el que presenta su máquina de escribir que compró en la adolescencia y con la que sigue trabajando en la actualidad, ya que no usa computadoras. El film del director Weide se enfoca en los puntos más interesantes de la filmografía de Woody, como la bisagra que representó para él dejar la comedia después de tantos para empezar a explorar el género del drama y su relación con la actriz Diane Keaton que lo llevaron a escribir sus historias pensando más en los personajes femeninos. No esperen encontrar un análisis profundo de sus películas y su filmografia y mucho menos el escándalo del divorcio con Mia Farrow, porque el director le escapó a esos temas. Sin embargo, Woody sí se abrió bastante en lo referido a su juventud y la relación con sus padres donde cuenta cosas interesantes. Sobre todo en lo que tiene que ver con su formación como artista. También se tratan los filmes importantes de su carrera como Annie Hall (1977), Manhattan (1979), Hannah y sus hermanas (1986) y Crímenes y pecados (1989). Es claro que no fue la intención del director Weide presentar la biografía definitiva de Allen sino un perfil que le permita al espectador conocer detalles inéditos de un artista que le brindó tanto al cine en las últimas décadas. Para aquellos que disfrutan del arte de Woody vale la pena buscar este documental.
El ojo complaciente La perseverancia es uno de los pocos reconocimientos que deben dispensarse a Robert B. Weide, quien tras 25 años intentó convencer al genial Woody Allen para elaborar un documental revisionista de su obra y que tras el visto bueno del artista se dejó eclipsar por su magnética estatua intocable y no ocultó en ningún momento una profunda admiración por el director de Brooklyn. Así nació Woody Allen el documental, que llega en versión reducida a pocas pantallas locales con un nombre tan poco ambicioso como lo que se terminó por conseguir, tanto en los 195 minutos originales como en su formato de 113 minutos como llega en esta oportunidad. Woody Allen el documental intenta por un lado descubrir al hombre detrás del artista y lo consigue apenas en el repaso biográfico más que en desenfundar las verdaderas máscaras que se siguen multiplicando como parte de la vitalidad de un indescifrable cineasta y autor que no hizo más que filmar películas (casi una por año desde 1965) cuando comprendió tempranamente que debía tener el control absoluto sobre su trabajo para desnudarse emocional e intelectualmente ante un público que muchas veces no lo comprende. Es realmente difícil dimensionar al multifacético Allen Stewart Konisberg si no se lo hace a partir de sus mutantes obras, comedias maravillosas, dramas existenciales e híbridos difíciles de clasificar, y de su evolución como autor así como desde su constante proceso creativo, autorreferencial para ir desarrollando sus propias obsesiones a lo largo de décadas y con una envidiable carrera cinematográfica, que a pesar de sus bajas nunca llegó a tocar fondo ni mucho menos. Cualquier título mediocre de Woody Allen –los hay, no se puede negar- sometido siempre al tamiz con aquel de Crímenes y pecados (1989), o Zelig (1983) o Annie Hall (1977) es por lo menos superador de muchas propuestas cinematográficas de directores talentosos como él pero esa necesidad de mantenerse vivo es lo que también lo expone y quizás en eso resida su reticencia a mostrarse en carne y hueso. Sabido es que tiene fobia a las entrevistas y a las conferencias en festivales, también descree de los elogios y los premios. Desde el punto de vista cinematográfico, los méritos propios de este documental se agotan de inmediato al apelar al relato compartido por cabezas parlantes de un seleccionado de aduladores –no falta ninguno- encabezado por actores, productores, algún que otro crítico y sus musas femeninas, que no aportan nada significativo ni novedoso al retratarlo tanto en su rol de director como de actor o sencillamente en lo que a su vida privada respecta. Quien sí busca analizar sin tanto cholulaje encima y obsecuencia es Martin Scorsese porque logra establecer el equilibrio justo y ubicar en el contexto a un personaje muy complejo, incluso desde su particular manera de trabajar con sus películas. Es notorio que si bien Weide tuvo acceso total a la intimidad de Woody Allen (dos años siguiéndolo a sol y a sombra) jamás logró llegar a Woody Allen sin dejarse arrastrar por sus comentarios lúcidos y la seducción de su inteligencia, así como sucumbir frente a esa humildad que no parece a esta altura tan transparente o genuina. Lo que no puede negarse y sobre todo en perspectiva es que estamos frente a una persona auténtica y única en su especie, que sigue aún despertando pasiones en la cinefilia, odios, envidias, admiración pero que nunca terminará por definirse ni encasillarse en un panorama cinematográfico cada vez más predecible y servil a las dictaduras de los públicos y sus gustos. Para aquellos espectadores dispuestos a reencontrarse con quien fuera durante varias décadas un transgresor con mayúsculas y no desde la pose o la impostura encontrarán en este documental los orígenes de esa rebeldía, aunque sin grandes revelaciones. En cambio, quienes pretendan configurarse de algún modo quién es Woody Allen, absténganse y hagan el esfuerzo de buscar sus películas porque en definitiva su esencia se encontrará siempre allí.
Para volver a disfrutar de notables escenas de la vasta obra de un genio del cine Robert B. Weide conoce a Woody Allen desde hace más de treinta años, al haber trabajado para sus famosos productores Jack Rollins y Charles Joffe en una oficina en el mismo edificio que el genial realizador, de más de 40 largometrajes en similar periodo de tiempo. Weide ya había dirigido algunos documentales sobre famosas personalidades del cine y en particular uno sobre los hermanos Marx del que es, al igual que de Woody, un gran fanático. Con gran perseverancia y enorme paciencia logró finalmente convencer a su ídolo para que participara activamente en “Woody Allen, el documental”, que ahora se estrena en nuestro país. Hay al menos dos formas de valorizar este largometraje de casi dos horas de duración (existe una versión más extensa). Por un lado está el placer de volver a ver numerosas escenas de varias películas, sobre todo de su primera época como director que arbitrariamente podría situarse entre 1969 (su debut con “Robó, huyo…y lo pescaron) y 1986 (“Hannah y sus hermanas”). La otra es una mayor aproximación a su vida privada particularmente en la primera media hora donde se lo ve en plena juventud, cuando aún no hacía cine pero ya escribía chistes y actuaba en teatros. Los testimonios de su hermana Letty Aronson e incluso de una tía son muy reveladores al describir su diario acontecer en Brooklyn, donde en muchas cuadras había varios cines, en los que el joven Woody pasaba horas. Seguramente se escapaba del colegio y odiaba, como él mismo afirma y el director del documental subraya, a la mayoría de sus maestros. Casi como un espejo en la última media hora Weide vuelve a mostrar al Woody más actual, por ejemplo, durante el rodaje de “Conocerás al hombre de tus sueños” y en particular de algunas escenas con Naomi Watts. La actriz hablará ante la cámara, una constante que se repetirá con una veintena de intérpretes y donde sólo una actriz (adivina obviamente el lector de quien se trata) no dará testimonio alguno. Así desfilarán con mayor asiduidad que los hombres gran número de actrices, empezando por Diane Keaton a la que se verá con frecuencia pero también Louise Lasser, Julie Kavner, Dianne Wiest, Mira Sorvino, Mariel Hemingway, Scarlett Johansson y Penélope Cruz. Por seguramente diferentes razones, no aparecerán “en vivo” ni Mia Farrow (trece largometrajes!) ni Judy Davis. Los actores tendrán menos pantalla aunque es verdad que la mayoría estuvieron como máximo en dos películas, salvo Tony Roberts y claro está el propio Woody, que apareció en dos de cada tres de sus largometrajes. A falta de actores habrá interesantes reflexiones de personalidades como Martin Scorsese, Gordon Willis, Leonard Maltin, Dick Cavett, los nombrados Rollins y Joffe y Richard Schikel entre otros. Es cierto que el documental dedica más tiempo a sus primeros films como por ejemplo: “Bananas”, “El dormilón”, “Annie Hall/Dos extraños amantes”, “Interiores” y “Manhattan”. A ellos seguiría el que sería su primer fracaso, “Stardust Memories/Recuerdos” de 1980, pero del cual pronto se recuperaría con “Zelig”, “La rosa púrpura del Cairo” y “Hannah y sus hermanas” (su largometraje número catorce). Obsérvese que estamos recién al final del primer tercio de su larga carrera. De allí en más el recorrido de su filmografía será más incompleto coincidente con una cierta “caída” de nivel. Aunque sería injusto no nombrar a algunas joyas como “Crímenes y pecados”, “Maridos y esposas” y “Disparos sobre Broadway”, que podrían ser lo más destacado de un segundo tercio que cerraría cerca del comienzo del nuevo siglo. Son pocos los minutos dedicados a sus films más recientes y más de uno podrá inferir que la razón de tal escasez podría responder a un declive aún más pronunciado en este último tercio. No se descarta tal opinión aunque es más probable que la causa de tal ausencia sea producto del montaje en vista de que se trata de una obra documental y no de ficción. Y en cuanto a la supuesta “decadencia” de Allen, este cronista está en profundo desacuerdo ya que tanto “Match Point” (2006) como “ Medianoche en Paris” (2011) nos muestran que estamos frente a un director genial que, a sus casi 80 años, no deja de sorprendernos.
Un denso pero profundamente detallado raconto de la vida y obra del genial neoyorquino. Woody Allen es un gran exponente de lo que muchos consideran humor inteligente. Dado a que mucha gente elige, peyorativamente y sin sustento, usar el término “inteligente” para decir “sin malas palabras” yo elijo llamarlo un gran exponente del humor, y punto. Todos sabemos de sus neurosis, sus miedos y sus inseguridades, las cuales transmite a sus personajes, aunque jure y perjure en contadas ocasiones que no hay nada de autobiográfico. Pero aun cuando el espectador ––sobre todo aquel que es admirador acérrimo de Allen–– puede leer entre líneas, hay cosas que quiere saber sobre el proceso creativo de un cineasta que se las ha ingeniado para producir una película al año durante más de cuatro décadas. Una pregunta que siempre le hicieron, y siempre dio o quiso dar una explicación simple. Pero nosotros sabemos que queremos la explicación compleja. La mitad buena La carne del documental es la que nos da acceso a un Woody Allen que nunca vimos antes. Un aspecto interesantísimo que es abarcado antes de meternos de lleno en el racconto de su vida profesional, es aquel donde lo vemos trabajar; es decir escribiendo. Vemos a Allen garabatear en sendos blocks amarillos, cuyas hojas guarda en un cajón. Cuando vemos esas hojas en detalle, se puede notar que no es un formato de guion escrito a mano, sino notas, detalles al azar que luego Woody escribe en una máquina de escribir alemana, de la cual comenta “vivirá mucho más tiempo que yo”. El entrevistador le pregunta, tras señalarle que un procesador de texto le ofrece la oportunidad de copiar y pegar, sobre como hace cuando quiere cambiar una línea de lugar ¿Debe escribir todo de vuelta? No voy a develarlo, pero simplemente voy a decir que Bill Gates tendría que soltarle unos billetes a Woody, porque su método tranquilamente podría ser la prehistoria del copiar y pegar. Luego el documental indaga en detalles que ya conocíamos de Woody, pero profundiza un poco más allá. Por ejemplo, que él siempre gozo del corte final ya que sus productores habituales fueron primero sus representantes. También figura que él nunca quiso ser un cómico de stand up, pero que termino ahí por la calidad de su escritura, y su miedo escénico fue una parte esencial de su éxito como tal. Y que tuvo que filmar con Mia Farrow una escena crucial de Maridos y Esposas, a poco tiempo de descubrir esta las fotos que Allen había sacado de su entonces hijastra Soon-Yi. Hasta este punto el documental mantiene el interés del espectador en todo momento. Concretamente como Allen Stewart Konigsberg se convirtió en Woody Allen, y como trató de encontrar un equilibrio entre comedia y drama después de Annie Hall. La mitad densa Desde la mención sobre el escándalo con Soon Yi, es ahí donde el documental cae en picada y se hace eterno. Primordialmente porque de ahí en adelante es toda información que ya conocemos. Obviamente esta segunda mitad es levemente salvable porque indagamos en la manera que tiene Woody de dirigir a sus actores, y el neoyorquino tira alguna que otra observación que le saca unas risas al espectador. Conclusión Un documental abarcativo y profundo sobre una de las figuras más relevantes de la historia del cine. Cabe decir que es exclusivo para aquellos que siguen de cerca la filmografía de Allen. La nueva data le volara la peluca a más de uno, pero hay que irse armado de paciencia porque son dos horas que no transcurren con mucho ritmo.
No es todo lo que usted siempre quiso saber sobre Woody Allen; no sólo porque no podría serlo, dadas la variedad y la dimensión de su obra, sino también por el incalculable número de preguntas que se formularían si fuera posible reunirlas todas. Estas que conforman la columna vertebral del film de Robert B. Weide son las que el experto documentalista, especializado en retratar comediantes norteamericanos, se atrevió a hacerle a un Woody al que se nota visiblemente cómodo y hasta feliz de ser entrevistado. El retrato es, pues, bastante completo y muy entretenido. Indispensable para fans. Versión algo abreviada del capítulo de American Masters que la televisión norteamericana presentó en dos partes, es un cariñoso, cálido y celebratorio acercamiento al gran humorista y realizador y un recorrido por su trayectoria vital y artística ordenado cronológicamente y guiado por el propio protagonista. En compañía de Weide y su cámara, Woody recorre las calles de Brooklyn al evocar los días de su infancia, felices a pesar de haber "nacido de los padres equivocados", como apunta su hermana, Letty Aronson, y aun habiendo tomado conciencia de su mortalidad a los cinco años, lo que lo volvió "más irritable y ácido". Evoca la adolescencia, cuando empezó a escribir chistes para columnas sobre el show business ; muestra la máquina de escribir alemana que compró por 40 dólares y de la que salieron todos sus textos, desde los que nutrían sus colecciones de cuentos breves o los que daban sustento a sus presentaciones cuando ingresó en el circuito de stand up hasta sus piezas teatrales y sus guiones para el cine. El primero fue el de ¿Qué pasa Pussycat? , tan alterado cuando llegó a la pantalla que decidió ahí mismo que no volvería a escribir películas hasta que no tuviera total control de ellas. Eso hizo desde entonces. Woody rechaza que lo llamen autor; también sigue diciendo que todavía sueña con hacer un gran film, aspiración que no ha podido concretar. De sus credenciales como autor no quedan dudas; su carrera puede haber tenido altibajos, pero grandes films ha hecho muchos, de Annie Hall a Manhattan , de La rosa púrpura de El Cairo a Hannah y sus hermanas , de Zelig a Match Point , de Maridos y esposas (su preferida) a Medianoche en París , que fue además el mayor éxito de su carrera. Suele definirse como "un humorista de Brooklyn y Broadway que ha tenido mucha suerte". Quizá sea exceso de autocrítica, vestigio de coqueta humildad o expresión de su ya proverbial déficit de autoestima, pero los muy bien elegidos fragmentos de sus films que incluye el documental hablan por sí mismos. Las charlas con Woody, más una porción de material de archivo, proporcionan algunas interesantes revelaciones respecto de su forma de trabajo, de lo que por otra parte se tiene una sabrosa ilustración en el tramo registrado durante el rodaje de Conocerás al hombre de tus sueños . Un placer extra proviene de los testimonios de allegados, colaboradores, periodistas y familiares, madre incluida. Es un verdadero seleccionado que incluye nombres rutilantes y personajes indispensables como Diane Keaton, Tony Roberts, Jack Rollins o Scarlett Johansson, entre muchísimos más. Y resulta especialmente destacable al atinado y respetuoso tratamiento que el documentalista da al caso de la separación de Woody y Mia Farrow. Allen lleva ya 15 años de matrimonio con Soon Yi Previn: ya era hora de considerarlo un capítulo cerrado.
Para los admiradores de Woody Allen, una peli imperdible. Para los demás, una ocasión de conocer el mundo creativo de un hombre modesto que siempre duda de su talento y vive con su humor irónico y punzante una envidiable vida creativa. Testimonios de actores, productores, familiares.
El personaje y sus creaciones El director de biografías de comediantes como W. C. Fields, Mort Sahl y Lenny Bruce, encaró ahora un film con testimonios de Sean Penn, John Cusack, Penélope Cruz y Naomi Watts. El punto de inflexión fue la escandalosa separación con Mia Farrow y la relación con la joven Soon Yi, hija adoptiva de la actriz de El bebé de Rosemary. A partir de allí, el nombre y la figura de Woody Allen recorrieron pasillos judiciales y revistas de espectáculos, dedicadas a investigar las idas y vueltas privadas del genio de Manhattan y Annie Hall. Allen habla de esto y de mucho más en el documental de Robert B. Weide, pero Mia Farrow no aparece en cámara y sí lo hacen más de veinte entrevistados que testimonian y articulan un discurso repleto de elogios para el personaje nacido Brooklyn. Woody Allen ya dirigió más de cuarenta películas, muy buenas, buenas, regulares, malas y muy malas, razón por la que Weide recorre con excesivo detalle semejante filmografía. El documental transmite una sensación ambigua. Por un lado, están las confesiones y los relatos de Allen a cámara, recordando sus inicios como escritor y guionista, además de su presencia en la televisión de los años '60, mostrada a través de fragmentos poco conocidos. Allí Woody Allen: el documental descansa en la novedad, en la génesis del futuro creador de un estilo propio, en el germen del amante de Nueva York. También, esa primera mitad del trabajo de Weide muestra a un Allen irónico con su infancia y adolescencia –aparece su hermana hablando de él–, su amistad con Tony Roberts (compinche en Manhattan y Annie Hall), su relación con Diane Keaton, su malestar cuando estudiaba, rechazando las imposiciones de profesores y maestros. Hasta allí, el documental –nada original desde sus decisiones estéticas–, aferrado a un concepto televisivo más que cinematográfico, recorre al creador desde el sarcasmo, el latiguillo mordaz al que Woody Allen apelaba en sus mejores creaciones desde los años '70 hasta Crímenes y pecados. Pero Weide da la impresión de que vio a las apuradas la obra del autor, ya que desde allí en adelante, el trabajo se sumerge en una rutina de testimonios y frases hechas (¿habrá algún documental de estas características en donde no aparezcan Sean Penn y Scorsese?), invadiendo el territorio de la obviedad y del manual para iniciados. Parece mentira, pero poco hay de Woody Allen y su manera de marcar a los actores y de su proceso creativo, más allá del lugar común al referir a su obsesión por el guión. En ese extenso segmento, el trabajo de Weide transparenta su pereza de mero formulario, elegíaco para su personaje, convencional en su propuesta, rutinario y poco más desde su merecida celebración.
Memorias de una estrella. Allan Stewart Konigsberg se sienta en su cama. Rodeándolo, hay tiradas decenas de papeles amarillentos, pensamientos fugaces que atrapó durante su paso por hoteles. Él los agarra y observa, mientras sujeta sus anteojos negros de marco grueso. Todas son ideas de películas. Escaneando tranquilo entre los detalles de anécdotas y chistes por algo especial, el diminuto hombre no es el inquieto neurótico de la pantalla. Igualmente, no puede detenerse; para él, parar es morir. Pasó las seis décadas de carrera, pero sigue encerrado en su trabajo, buscando otra historia. Lo más probable es que vuelva a estar insatisfecho, pero así es Woody Allen. Tras insistirle por más de 20 años, Robert B. Weide (director de How to Lose Friends & Alienate People y varias temporadas de la serie Curb Your Enthusiasm) convenció al realizador neoyorkino de dejar a un lado su desprecio por las entrevistas y abrirse para un especial para la cadena televisiva estadounidense PBS. Ahora, ese programa llega a los cines en la versión editada Woody Allen, El Documental (Woody Allen: A Documentary, 2012), que quiere responder todo lo que usted siempre quiso saber sobre el prolífico director, pero que a la vez presenta varias cuestiones que no se atreve a preguntar. En la primera parte de la película, donde se narra el origen y el ascenso del artista de Nueva York, se propone un juego bastante interesante. Siendo una mirada a la vida de un director altamente autobiográfico, el reflejo entre la biografía ficticia que el director nos mostró a lo largo de estas décadas y la historia real que se nos presenta ahora es algo divertido. No, él no vivía debajo de una montaña rusa ni acosaba chicas a los 6, pero el cruce de mito con verdad en proyectos como, por ejemplo, Días de Radio, es lo suficientemente fascinante para analizar la descarga del neoyorkino en el séptimo arte. Al mismo tiempo, hay un tour por su viejo barrio en Brooklyn (“No parece mucho, y no lo era”, dice), en el que él repasa lugares como la odiada escuela (incluyendo el patio de atrás, donde una vez casi lo atropellan de chico) o, más tristemente, su cine favorito, que hoy es reemplazado por una clínica de cirugía ocular. Su cariño por el pasado también se hace notar cuando él muestra su primera y única máquina de escribir, que desde hace más de 60 años es la única forma de pasar cada guión, ensayo y broma que cruzó su mente. ¿Cómo hace Allen para editar sus textos en la era digital? Escribe un cambio en la vieja Olympia, la corta con tijera y la abrocha a la hoja del libreto. Junto a la parte final, que muestra la relajada y abierta forma de trabajar de Woody detrás de la cámara durante la realización de Conocerás al Hombre de tus Sueños, estos segmentos presentan la verdadera peculiaridad y las barreras melancólicas del romántico de la Gran Manzana, y son lo más profundo y mejor realizado de la producción. Pero, por supuesto, la mayoría del film está dedicada al paso cronológico de la obra de Allen, desde sus días como escritor adolescente de chistes, hasta su último resurgimiento popular con Medianoche en París. Entre esos puntos, están sus años de cómico stand up y habitante de late night shows, la fallida primera colaboración con el cine en Qué hay de nuevo, Pussycats?, la decisión por tener el control total de sus producciones, el éxito como director, guionista y actor en sátiras como Robó, huyó y lo pescaron, El Dormilón y Bananas, el paso a trabajos más maduros con los clásicos Annie Hall y Manhattan, la crisis con los fans de sus comedias por sus deseos de emular a sus ídolos Ingmar Bergman y Federico Fellini y su eventual balance de films como Zelig y Hannah y sus hermanas. Aparte de Allen, los testimonios pasan de colaboradores íntimos (su hermana y productora Letty Aronson, su manager Jack Rollins) a musas que se volvieron algo más (Diane Keaton, Louise Lasser) a estrellas de sus films (Scarlett Johansson, Sean Penn, Penélope Cruz), otros neoyorkinos reconocidos (Martin Scorsese, Chris Rock) y más. Es en estas escenas tradicionales del género que los seguidores del director se dividirán. Por un lado, los datos serán básicos para los acérrimos analizadores, aunque es posible que disfruten como el espectador casual al oír las anécdotas (como cuando Allen terminó Manhattan y se sintió tan avergonzado que le ofreció al estudio dirigir gratis a cambio de que la oculten) salir de las bocas de los mismos protagonistas. La producción también peca de esquivar casi completamente su período más controversial: si bien los sesenta, setenta y ochenta son tratados en detalle, los noventa apenas se rozan y, aparte de Match Point y Vicky Cristina Barcelona, la primera parte del siglo XXI es inexistente. En otras palabras, el escándalo de su ex-esposa Mia Farrow y el romance con la hija adoptiva de esta, Soon-Yi Previn, queda como una presencia fantasmal colgando por encima de los testigos, que va en contra del espíritu celebratorio construído antes (en un momento, Doug McGrath, co-escritor de Disparos sobre Broadway, habla sobre como la filmación era constantemente interrumpida por misteriosos llamados a Allen por la batalla de la custodia), e insinúa con mostrar un lado oculto de él que al final queda sin resolver; solo logrando que uno se dé cuenta de la poca verdadera intimidad que se llegó a ver en esta película. Pero en sus pocos momentos de recuerdos fuera de la entrevista, Allen logra darle suficiente vida a la pantalla. Se han gastado decenas de miles de horas en analizarlo, adorarlo, destruirlo y complacerlo, pero para él solo está su banda de jazz (que se recomienda ver en Wild Man Blues, un documento más íntimo sobre el director), sus Knicks, su esposa y su trabajo. El resto no importa. Para ser una persona que desde hace mucho tiempo representa a la hipocondría en el séptimo arte, vale la pena tratar de seguirlo.
Celebración de un artista mitológico Cálido y minucioso recorrido por la vida y obra de un realizador que marcó la cinematografía del siglo XX. Woody Allen tiene fama de arisco, de renuente a la prensa y a las entrevistas, y más aun a los documentales sobre sí mismo. Pero después de mucho insistir, Robert Weide -director de películas sobre los comediantes Lenny Bruce y Mort Sahl, y de muchos capítulos de la serie Curb Your Enthusiasm- logró quebrar esa resistencia y pudo retratarlo con su colaboración. El resultado es Woody Allen, el documental -la traducción exacta del título sería menos soberbia: en vez de “el” es “un documental”-, un cálido recorrido por la vida del autor de Manhattan y Annie Hall. La película -un recorte de casi dos horas de duración: hay una edición en dvd, que circuló por Internet, que dura más de tres- resulta un agradable paseo cronológico por la carrera de Allen, desde sus comienzos como redactor de chistes para diarios y revistas, cuando todavía era Alan Stewart Konigsberg, un adolescente que iba al secundario. Se trata de un clásico documental biográfico, estructurado en base a tres pilares -imágenes de archivo, testimonios de gente que trabajó con él y entrevistas con el propio cineasta- que, aun sin grandes sorpresas ni riesgos, logra mantener el interés por la calidad del material. Así, la voz de Woody nos cuenta cómo eligió su nombre artístico y sus característicos anteojos, y vamos con él a la puerta de su casa de la infancia, a su escuela y al cine de Brooklyn en el que pasó tantas tardes. También accedemos a la cocina de sus creaciones: el cajoncito de una mesa de luz donde guarda los papeles y papeluchos en los que anota sus ideas; la vieja máquina de escribir en la que él mismo transcribe sus anotaciones (y la tijera y la abrochadora con las que literalmente corta y pega cuando se equivoca); la sala en la que edita sus películas. La exhaustiva investigación de archivo nos permite verlo como comediante de stand-up y ocurrente invitado de diversos programas de televisión, tentado de la risa durante un rodaje junto a Diane Keaton, y hasta en el insólito rol de entrevistador de su madre, que se arrepiente de haber sido tan severa con él. Otro mimo para los espectadores son las escenas de sus películas -desde las primeras a las más recientes- intercaladas a lo largo del documental. Sin voz en off, todo está articulado mediante los testimonios de actores, colegas, críticos y colaboradores, que en general no aportan mucho más que la ilación de la historia. “El no quería que fuera un homenaje que lo pintara como un genio, porque es muy autocrítico y no se ve así”, declaró Weide. No fue obediente: si bien no es un panegírico, la película resulta una celebración de Woody Allen. Y no hay objeción posible: ese querible tío neurótico se la merece.
Todo lo que usted quería saber sobre el mito Reverenciado, amado, vapuleado, odiado incluso, Woody Allen ha dejado de ser (desde hace ya varias décadas) un simple comediante, actor y cineasta neoyorquino para erigirse en una suerte de icono cultural internacional. Sus fobias, pasiones, gustos y neurosis son caprichos para algunos y referencias intelectuales para otros. Su insistencia a la hora de dirigir, al menos, una película por año y el placer con el cual ciertas estrellas de Hollywood reducen su cachet al mínimo indispensable para ponerse a sus órdenes, son clichés del periodismo especializado. Si Woody Allen es Dios, o al menos un santo, el documental de Robert B. Weide se acerca al ensayo hagiográfico. En la entrevista publicada en Página/12 hace un par de días, el documentalista y productor de la famosa sitcom Curb your Enthusiasm lo confirma con creces, afirmando asimismo que “sus películas maduraron al mismo tiempo que yo”. Esa relación personal con el artista y su obra es compartida por muchos cinéfilos, una congregación de amantes incondicionales de su cine que agrupa a tres o cuatro generaciones de espectadores. Indudablemente a ellos está destinada la película. La buena noticia respecto de Woody Allen, el documental es que Weide logró, luego de años de paciente espera, un acceso casi total a la intimidad de Allen. A lo largo de dos horas (poco más de tres en la versión extendida editada para la televisión, que seguramente será lanzada en la Argentina en DVD), el documental sigue un estricto orden cronológico y comienza a disponer las fichas del rompecabezas alleniano desde su más tierna infancia. Precoz como pocos, Allen ya escribía chistes y líneas de diálogo para comediantes radiales a la edad de 17 años; su ininterrumpida carrera se inicia entonces muy temprano, así comotambién su vida sentimental (el primero de sus tres casamientos tuvo lugar a poco de cumplir los 18). No es éste un dato anecdótico, ya que la relación con sus esposas, amantes y compañeras son descriptas por el film –y el propio Allen– como parte importante de su obra. De hecho, Weide describe ciertos detalles de su vida privada, pero siempre a partir de su relación con la obra. El escándalo con Mia Farrow y su hija adoptiva Soon-Yi Previn ocupa una pequeña porción del metraje y es inmediatamente entrelazado con el proceso creativo de Allen, que no fue interrumpido siquiera en medio del mediatizado juicio. Con su tradicional formato expositivo, característico de las producciones televisivas (al fin y al cabo, ése era su nicho de exhibición original), el film no ofrece demasiadas sorpresas ni profundiza en pormenores o aspectos ocultos del homenajeado, pero a cambio permite escuchar a Allen en la intimidad de su departamento o caminando por las calles de Brooklyn mientras visita el barrio de su infancia. No está solo, ya que personalidades del mundo del cine y la comedia, de Martin Scorsese a la encargada de los castings de sus films, algún legendario productor de teatro y actores y actrices como Naomi Watts, Sean Penn o John Cusack aportan su grano de arena y describen el método de trabajo o el carácter del director en rodaje, inevitablemente bajo una luz positiva. Las entrevistas a cámara son ilustradas con material de archivo muy poco visto que registra su paso por la comedia stand up (período recordado con poca indulgencia por Allen) y una gran cantidad de escenas de varias de sus películas, de ¡Robó, huyó... y lo pescaron! a Medianoche en París. Una apología de Woody Allen, en definitiva.
Prometía mucho. Era la primera vez que Alan Koninsberg, más conocido como Woody Allen, accedía a compartir detalles de su intimidad y su vida cotidiana con otro realizador. Mucha ansiedad por ver qué plasmaba de sus diarios encuentros durante dos años Robert B. Weide en la pantalla… El resultado ya está en los cines: “Woody Allen: El documental” (USA, 2012), película que intenta con testimonios de pares, familiares y actores, armar el puzzle de la vida de este emblemático y obsesivo director. Narrada de manera simple, apoyándose en testimonios de estrellas como Larry David, Scarlett Johansson, Diane Keaton, Mira Sorvino y Dianne Wiest, entre otros, registrados con primeros planos en tres cuartos hacia cámara, algunos separadores y trazos gráficos e imágenes de Allen en su vida diaria (caminando con su clásico sombrero piluso, en su casa trabajando, escribiendo en su vieja Olympia alemana, en la sala de edición con su asistente), la cinta deambula entre el clásico documental y la cercanía con los “extras” de alguna edición especial en DVD de una de sus películas. “Woody Allen: El documental” tiene en algunas ocasiones (contadas) definiciones de testimonios directos de terceros, la gran oportunidad de aportar luz sobre la vida del director. Porque el neoyorkino de anteojos gruesos es un escritor/director con muchas mañas, y algunas de ellas son fáciles de descubrir en sus obras, otras, simplemente, no (su fobia a volar, para citar sólo una). Sí lo que queda claro es que toda su carrera cinematográfica y su vida personal fueron regidas por dos preguntas existenciales disparadas desde la incorporación de la idea de mortalidad: ¿Existe Dios?, ¿Hay vida después de la muerte? Las respuestas a estas dos cuestiones las trataremos de ir recolectando a través de un repaso por su vida. Su infancia en Brooklyn, la reticencia de sus padres a su ingreso al mundo del show business, su comienzo como escritor de chistes (le pagaban 25 dólares por semana por escribir líneas cómicas para terceros) y haciendo Stand Up (en el “The Bitter En” de Bleecker Street, cuna del humor), sus inicios en el mundo de la TV (con un interesante material de archivo de emblemátivos TV programs como “Tonight Show Starring Johnny Carson” –memorable la pelea con un canguro-), sus obsesiones (inconformidad, rebeldía) , sus amores (los que terminaron bien y los que no), sus películas (un repaso por toda su carrera hasta “Medianoche en París”), sus éxitos (“Annie Hall”, “Hannah y sus hermanas”), sus fracasos (“Stardust Memories”, todas sus películas de los noventa), sus escándalos (la llegada a los tabloides amarillistas por su separación con Mia Farrow). Todo esto pasa por la pantalla a lo largo de casi dos horas. El tono del filme ideal es cuando vemos a Allen escribiendo (la técnica de “engrampar” papeles, el cajón de las ideas, etc) o cuando alguno de los testimonios, como el de Martin Scorsese (“no existe otro cineasta que haya vivido su vida a través de sus películas como Woody Allen”) definen en pocas palabras al director. La magnitud de la obra del realizador (más de 40 filmes) y la complejidad de su personalidad dificultan a Robert B. Weide a realizar una película contundente con material nuevo sobre el director. Uno sale del cine con la idea que pasó un rato agradable con alguien conocido, pero sin haber sido sorprendido con algo nuevo. Esta cinta es ideal para aquellos que no han seguido la carrera del director y quieren tener un acercamiento inicial con él más allá de sus películas.
Woody Allen confesional en buen film Este magnífico documental de Robert B. Weide es la condensación cinematográfica de un trabajo más extenso que se emitió el año pasado en la PBS (televisión pública) de los EE.UU., en dos partes que totalizaban algo más de tres horas y cuarto de duración (y que ocasionalmente se ve por HBO). La síntesis recoge lo medular de aquella producción, o lo que es más interesante para el seguidor de Woody Allen (en la versión integral había más fragmentos de sus películas, por caso). Es bien sabido que Allen, por su propio temperamento y su escaso entusiasmo para exteriorizar su vida privada, no es una figura a quien sea fácil acercarse. Entre sus varios biógrafos, sólo Eric Lax ha logrado entrevistarlo a fondo (y publicado más de un libro). En el cine, anteriormente sólo Barbara Kopple estrenó una película integral y con entrevistas ("Wild Man Blues"), aunque demasiado circunscripta a las presentaciones con su banda de jazz. Weide, quizá sin la intimidad que lograba en sus libros Lax, obtiene sin embargo algunas imágenes y situaciones poco frecuentes de ver, por ejemplo, una visita de Allen a su casa natal en Brooklyn, la misma que imaginó el espectador a través de tantas películas suyas (en especial, "Días de radio"). En el Woody Allen confesional hay un siempre un aspecto que aquí vuelve a ponerse de manifiesto, y que lo diferencia de tantas otros biografiados notorios: su transparencia. Al director de "Manhattan" se le cree todo lo que dice. Nunca está en "pose", nunca parece buscar una frase o para vender imagen o masajear el ego: todo el ingenio, el "wit" que trasuntan sus elaborados guiones, en sus testimonios a cámara no aparecen. Allen razona con el entrevistador, se despega de la imagen del neurótico que construyó a lo largo del tiempo en su "persona cinematográfica". "Si yo fuera realmente un neurótico no podría trabajar con el ritmo con el que trabajo. ¿Cree usted que me sería posible hacer una película por año?" El film da cuenta de su personal manera de crear y trabajar: su vieja máquina de escribir, que jamás (dice) reemplazará por una computadora, funciona a la vez como cábala (en ella redactó sus monólogos como cómico stand-up y sus primeros trabajos para el cine) y como herramienta de inspiración: el cortar y pegar (agrega) es hacerlo con tijera y goma adhesiva. Habla de sus actores (allí no sabremos hasta dónde se atreve a alcanza su transparencia, aunque seguro que lo está en lo que sí dice), de su familia y obviamente de sus padres (confesiones que, no por conocidas por el seguidor, dejan de ser divertidas y hasta emotivas de volver a oír), de los puntos de quiebre en su carrera, del conflicto que tuvo para abandonar el humor y haberse atrevido al drama. También algunos de sus actores, y directores colegas como Martin Scorsese, se refieren a él. Un documental, en definitiva, atractivo tanto para el neófito como para el conocedor de su biografía.
Una vida de película El director Robert B. Weide persiguió durante décadas a Woody Allen para filmar un documental sobre su vida. Cuando el cineasta neoyorquino —que siempre huyó de las entrevistas— le dio finalmente el sí, la mitad del trabajo ya estaba hecha. El mayor logro de “Woody Allen, el documental” es conseguir que el mismo director de “Manhattan” se ponga frente a las cámaras para dar su punto de vista. Este es un documental biográfico clásico, sin sorpresas, aunque tiene algunos hallazgos, como una antigua entrevista a la madre de Woody y los relatos de los comienzos de su carrera. También hay testimonios de personajes clave como productores, actores y colegas. Sin embargo, la voz que más pesa es la del propio protagonista, que por primera vez nos lleva hasta la casa de su infancia y al cine de Brooklyn donde alimentó sus sueños de artista. El director muestra además el “primitivo copy and paste” con tijeras y abrochadoras con el que arma sus guiones. Así Weide lograr retratar a un Allen un poquito menos neurótico y más vulnerable (aunque sus obsesiones siguen intactas). Lo que sí se le puede reprochar al documental es que está muy atado a la narración cronológica y al final se torna un poco denso. Esto tiene que ver también con que la filmografía de Allen es demasiado larga y en los últimos diez o quince años, con raras excepciones, dio películas francamente flojas.
Partido homenaje Cuando un gran jugador de fútbol entra en decadencia, es decir cuando la tribuna festeja exageradamente las dos jugadas “con su sello” que hace por partido, no está mal hacerle un homenaje para no olvidar que el veterano al que, por su trayectoria, la tribuna le perdona su discreta actualidad, en el pasado ganaba campeonatos él solo. Es el caso de Woody Allen, al que le llegó su merecido agasajo en forma de documental que además sirve para que el poco exigente espectador de cine de hoy en día se dé cuenta de que los puntos altos de Allen no son ni Match point (2005) ni Medianoche en París (2011) sino las cuatro o cinco obras maestras que cambiaron la forma de hacer comedia y que lo erigieron como uno de los íconos culturales del último cuarto del siglo pasado. Por suerte, la persona que nos recuerda que Woody Allen, con sus derrapes, es un grande en serio, es Robert B. Weide, nombre casi desconocido en estas tierras, pero que es un profundo conocedor de la tradición americana de la comedia, pues ha producido documentales como The Marx Brothers in a nutshell (1982), The great standups (1984) y Lenny Bruce swear to tell the truth (1998) y además dirigió varios episodios de Curb your enthusiasm, una de las mejores sitcoms de los últimos años, protagonizada por Larry David, uno de los creadores de Seinfeld. A pesar de que en lo formal, el film no deja de ser el típico documental de cabezas parlantes, es sorprendente verlo a Woody tan suelto frente a una cámara hablando de su infancia, sus comienzos en el show business, contando secretos de sus películas e incluso mostrando la casa y el vecindario de Brooklyn donde creció. Todo esto es de vital importancia ya que, aunque Allen no lo reconozca del todo, gran parte de su existencia está reflejada en su obra. Weide es consciente de esto y, acertadamente, a medida que W.A. cuenta su vida, nos va mostrando escenas de películas en las que sucede exactamente lo que Woody está relatando en ese momento. Ejemplos de ello es la escena del niño que le cuenta al médico su miedo a la muerte en Annie Hall (1977) o la del chico que comparte el hogar familiar con tíos y primos empobrecidos por la Gran Depresión en una pequeña casa en la que sus padres, a pesar de quererse, se llevan a las patadas, tal como se ve en esa joya llamada Días de radio (1987). Además de lo interesante que es ir siguiendo los pasos que fue dando W.A. para llegar a ser un genio del cine, es sorprendente ver cómo no quedó conforme con el éxito comercial de la primera película que escribió, ¿Qué hay de nuevo, Pussycat? (1965), sino que, al sentirse decepcionado por el resultado artístico del film, decidió desde ese momento escribir los guiones de sus películas y dirigirlas, además de retener el control creativo de todos sus proyectos. Otro acierto del documental es que no esquiva la escandalosa separación de Mia Farrow debido al romance que Allen mantenía con la hija adoptiva de esta, sino que trata el tema con altura al no escarbar en detalles íntimos, limitándose a mostrar la repercusión del caso en la prensa mundial y el modo en que semejante descalabro emocional afectó el trabajo del director neoyorquino. Aunque se nota claramente que Weide no le hizo caso a Woody Allen, quien le había pedido que el documental no sea un homenaje, pues no aparece ninguna voz contraria a la del crítico que postula que la decadencia de W.A. se debe sólo a que parte del público lo considera “pasado de moda”, este es un film muy disfrutable, ya que Allen siempre fue reacio a las entrevistas, por lo que se valora la oportunidad de ver a W.A. explicando cómo influencias tan disímiles como Groucho Marx e Ingmar Bergman se conjugan magistralmente en sus films y de saber sobre sus peculiares métodos de producción y de cómo logra grandes actuaciones de los intérpretes que trabajaron con él a pesar de que casi no habla con ellos. El documental cuenta con la participación de estrellas que estuvieron bajo sus órdenes como Antonio Banderas, Josh Brolin, Penélope Cruz, John Cusack, Larry David, Seth Green, Mariel Hemingway y Scarlett Johansson, entre otros. También aparecen los directores de fotografía Gordon Willis y Vilmos Zsigmond; su hermana y productora, Letty Aronson; los productores Robert Greenhut y Stephen Tenenbaum; sus representantes Jack Rollins y Charles H. Joffe; y su directora de casting Juliet Taylor.
Inteligente retrato de un grande del cine sin fronteras Si el mundo lo tiene a Woody Allen en un pedestal, en Argentina, como mínimo, se lo debe haber fabricado. El público argentino es de los más fieles al genio creativo y “Woody Allen, el documental” es funcional, tanto a un repaso minucioso de la filmografía (dirigió 41 películas en 48 años) como al complemento para construir el mito. Aquello que mil veces supusimos del Woody Allen (como actor, guionista, director y dramaturgo) por lo que decían sus personajes, pero nunca pudimos comprobar. A estos efectos, la realización ataca directamente con imágenes de los entrevistados y algunas frases que sirven de introducción. Luego, la estructura nunca se irá de lo convencional en cuanto a la mezcla de material de archivo (inédito o no), compaginado con entrevistas de gente que giró alrededor de él tanto en su vida artística como personal, desde Charles Joffe (productor de toda la vida) a Gordon Willis (su Director de Fotografía de cabecera), a algún que otro pariente o amigo. Pero a la convencionalidad de “Woody Allen, el documental” se antepone el contenido. Es él, el que importa, sus paseos a pie, su casa, su máquina de escribir, su amor por el jazz… Probablemente el fanático no tenga nada nuevo por descubrir, por lo que esta producción es recomendada particularmente para aquellos que no lo son. De todos modos, ya sea por (re) descubrirlo o por una mirada al cine en general, Robert Weide logra un producto sólido porque conoce perfectamente a quién está retratando. Lo persiguió hasta lograr su película, y vaya si valió la pena.
Tras décadas de persecución, el documentalista Robert B. Weide logró que muchos se proponían, que el poco predispuesto Woody Allen se decidiera a aceptar ser el protagonista de un film testimonial sobre su existencia, sobre su vida y obra. Y para llevar a cabo una empresa de este calibre Allen no eligió un cineasta muy reconocido pero sí el más indicado, ya que sus trabajos previos eran todos acerca de grandes comediantes, como Los Hermanos Marx, su primer film, W. C. Fields, Mort Sahl y Lenny Bruce. Y, una vez más, como tantas veces en su carrera, tuvo razón, porque el resultado de Woody Allen el documental es absolutamente fascinante. Una mirada general y a la vez íntima y privada sobre el artista, abarcando no sólo su trayectoria sino también el proceso creativo con el que aborda y ha abordado su prolífica filmografía, y a la vez sus aspectos más personales, que incluyen sus afectos y particularmente sus amores. Sin dejar de lado sus obsesiones, conflictos y reflexiones, dejando espacios entre las descripciones muchas veces pormenorizadas de determinados films de su vasta obra, para retratar al hombre y sus circunstancias. Weide además tuvo el excepcional privilegio de registrar por vez primera parte del rodaje de una película suya, Conocerás al hombre de tus sueños, un momento incomparable del film, aquél en el que se devela el misterio, se ve al mítico hombrecito en plena tarea y se advierte que no había secretos tan recónditos. Eso llega luego de una apasionante recorrida, con imágenes de archivo recogidas en cada época, por títulos emblemáticos como Corrió, huyó y lo pescaron, Sueños de un seductor, Annie Hall, Manhattan, La rosa púrpura de El Cairo, Hannah y sus hermanas, entre muchos otros, hasta llegar a films más contemporáneos como Match point o Vicky Cristina Barcelona. Lo más importante es que el espíritu expresivo del director de Crímenes y pecados se respira con deleite desde el primer hasta el último fotograma.
El Hombre Orquesta “Mi relación con la muerte no cambió durante los años, es la misma de siempre, estoy totalmente en contra de ella”. Woody Allen En el caso de Woody Allen, el documental dirigido por Robert B. Weide, el punto fuerte no es el aspecto formal, sino el contenido. La película reconstruye la carrera de Allen, sus comienzos, su infancia, su filmografía y su método de trabajo a través de relatos ajenos (actores, críticos, su hermana y productora, conductores de televisión, su madre, etc.) y a través de su propia voz. Allan Stewart Konigsberg, alias Woody Allen comenzó escribiendo chistes para la columna de un diario de Brooklyn mientras estaba en el colegio. Confiesa que tuvo una infancia feliz hasta que a los seis años se dio cuenta de su mortalidad, entonces se volvió gruñón y cínico, mientras se preguntaba quién podía estar tranquilo sabiendo que desapareceremos para siempre: “sáquenme de la lista, no quiero jugar este juego” nos dice y obviamente tiene razón. ¡Yo también quiero que me saquen de la lista! Escritor, comediante, actor, músico, guionista y director fue comparado con Charles Chaplin y llevó el total control de sus cuarenta películas hasta momento. Influenciado por Groucho Marx, Bob Hope, Fellini y Begman (sí, una ensalada que sólo él podría mezclar) se animó a hacer comedias, sátiras, oscuros dramas y hasta un musical. Su método de escritura tiene como soporte una vieja máquina de escribir (nada de computadoras) hojas en blanco, una tijera y una pequeña abrochadora con la que une las ideas escritas en papel como parches que sólo él parece entender, un trabajo artesanal. Apasionado por el clarinete y el jazz, toca religiosamente todos los lunes en el Café Carlyle (aunque tenga que faltar a recibir un Oscar) y compara el ritmo de la música con el ritmo que requiere la comedia. Sostiene también que los festivales son una “pesadilla psicológica” pero que a su mujer le gusta ir a Cannes… La película recorre junto a él las calles donde creció, nos muestra las filmaciones de varias de sus películas, programas de televisión en los que participó y no deja de lado (aunque creo que podría haberlo hecho) el escandaloso divorcio de su ex-pareja Mía Farrow, ausente en los testimonios por motivos obvios. El documental no agrega nada demasiado nuevo al género, algunas escenas simpáticas como la analogía entre una película de espionaje y la forma en que Allen hace llegar a sus actores los guiones. Éste se los entrega por un par de horas y tienen que ser devueltos en el día, la única excentricidad que Allen se da el lujo de tener. Lo demás es dejarnos fascinar por los lúcidos diálogos a cámara de Woody Allen, las escenas emblemáticas de aquellas películas que son imposibles de borrar de nuestras mentes y las anécdotas de cada uno de las personas que rodearon a este genio. Neurótico por excelencia, hipocondríaco declarado y anti-héroe por naturaleza, este sujeto supo poner todas las cartas sobre la mesa con una honestidad pocas veces vista y una claridad que jamás se dejó obnubilar por la fama, ese concepto que él define como un “golpe de suerte”. Todo lo que pueda decir este texto acerca de Woody Allen es poco, su imagen es inabarcable, pero Weide logró condensar su esencia en ciento diez minutos fluidos y entretenidos. Como dice alguien en la película “¿Si la vida realmente es absurda, horrible y brutal entonces, porqué nos estamos riendo?”
ENCUENTRO CON WOODY “Tiene obras geniales y obras fallidas, pero incluso las peores siempre tienen algo que las pone por encima de lo mediocre”. Lo dice una entrevistada y lo siente la mayoría de los espectadores. El filme cuenta que Woody empezó escribiendo chistes cuando era un nene, que hizo stand up, que sin querer tuvo que ser actor y que al final se consagró como un realizador cada vez más versátil y más maduro. El filme lo muestra recorriendo su casa de la infancia, sus primeros pasos. Se lo ve alegre repasando su biografía, desde su infancia en Brooklyn hasta un presente que –según su hermana- es la etapa más feliz de su vida. Vemos el lugar donde concibe sus obras, su vieja máquina de escribir, el estudio de edición, su relación con los actores. También deja ver aspectos de su vida personal, incluso su tan meneado casamiento con la hija adoptiva de Mia Farrow. Está el escritor, el actor, el comediante, el hijo y el amante. Hay testimonio, entrevistas, evocaciones. Hay réplicas pintorescas, apuntes sabrosos, fragmentos de sus películas, evocaciones. Un compendio que por supuesto no agota la personalidad de un artista que ha dejado su marca y que primeros quiso hacer reír, sólo eso, después hacer pensar, pero siempre divertir. Y que ha ido depurando su herramienta a medida que le daba más temas a su inspiración. Sus historias hablan del amor, de la muerte, de la religión, del arte. Su aspiración es poder hacer un gran film que lo inmortalice. Es una pena que el documental no aporte nada nuevo, que no sea más incisivo, que no nos deje ver aspectos esenciales del fuego creativo, de un artista pródigo que siempre interesa y vale. Pero no importa, lo que hay es suficiente, inteligente, simpático y revelador.
La eterna lucha por la trascendencia “¿Quién puede ser bueno durante cinco, diez años? Él ha sido bueno por 40”, dice Chris Rock al principio de la película, luego de unos créditos allenianos en tipografía Windsor. Y ése es uno de los misterios que Robert B. Weide se propone desentrañar. Una respuesta posible sale de la propia boca de Woody Allen: quizás produciendo un filme al año, por la “teoría cuantitativa”, llegue en algún momento a hacer algo más o menos bueno. Es decir, algo que sea superior a todas las creaciones que vienen haciendo reír y llorar a generaciones, y que son parte de la historia grande del cine. Esa combinación de tenacidad y autoestima por el piso (un oscarizado, amado por Cannes, que no entiende por qué alguien haría un documental sobre él, y por qué alguien pagaría la entrada para verlo) se revela como uno de los motores de tanta creatividad. Pero también aparece otro: la crisis ante la finitud de la vida, la trascendencia de la obra como forma de gambetear a la muerte, y el humor como salida a la angustia. “Es como Albert Camus pero con humor”, dirá el sacerdote, teólogo y estudioso del cine Robert Lauder, uno de los que ve estos temas desarrollados una y otra vez en su filmografía. Pero otra vez la mejor definición viene del propio Allen, esta vez desde un diálogo de “Recuerdos” (presentada como su primer tropiezo): —Si nada tiene sentido, ¿en vez de hacer películas no debería ser misionero o algo así? —No eres del tipo misionero. Si quieres ayudar a la humanidad, haz bromas que los hagan reír más. Arriba y abajo Hay una pretensión de recorrido cronológico, pero como esquema general: Weide se deja llevar por los comentarios de Allen y de sus allegados, incluyendo a Letty Aronson, su hermana y productora desde “Disparos sobre Broadway”, así que todo el tiempo hay anclajes en el presente y definiciones claves. Hay que tener en cuenta que lo que estamos presenciando es un recorte de una versión más larga de cuatro horas de duración (realizada para la televisión), basada a su vez en mucho material registrado para la ocasión pero también de archivo: es desde allí que aparece la voz de la madre de Allen (entrevistada por él), y varias declaraciones suyas en cada época, como para contrastar (o ratificar) desde su voz en el presente. Pero Weide sale airoso recortándose a sí mismo, buscando lo esencial y aludiendo a veces tangencialmente a otros momentos. Así, luego de sus inicios como “el chico que mandaba chistes a los diarios”, aparece un Woody poco conocido hoy: el stand up comedian algo extraño pero muy gracioso que tuvo que aprender a enfrentar a su audiencia, y el invitado estrella de los programas humorísticos televisivos. De allí al guionista de “¿Qué hay de nuevo, Pussycat?”, que juró no volver a hacer cine si no tenía el control pleno. Y lo tuvo con “Robó, huyó y lo pescaron” y “Bananas” (aparición de Diane Keaton, una de las presencias más importantes en su vida) y el salto a la profundidad con “Annie Hall” y “Manhattan”. “La rosa púrpura de El Cairo”, “Hannah y sus hermanas” y “Crímenes y pecados” muestran la relación afectiva y artística con Mia Farrow, muy elogiada por Allen en el presente, etapa que terminó con “Maridos y esposas” y el escándalo por la separación acaecida tras el romance del realizador con la hija adoptiva de Farrow, Soon-Yi Previn (que sigue siendo su esposa y madre de dos hijos adoptivos, por cierto). Zozobra de la que salió con “Disparos sobre Broadway” para entrar en la etapa en la que todos decían que se repetía, y de la que resucitó como el Fénix con “Match Point”, inicio de un nuevo ciclo más “europeo” (“Scoop”, “Cassandra’s Dream”, “Vicky Cristina Barcelona”, “Medianoche en París”, “A Roma con amor”) mechado con ámbitos más familiares (“Que la cosa funcione”, “Conocerás al hombre de tus sueños”). De allí salen las declaraciones de nuevos actores y nuevas musas, como su preferida Scarlett Johansson o Penélope Cruz, quien afirma: “Ha escrito algunos de los mejores personajes femeninos, conoce a las mujeres neuróticas”. “Descubrí que la mirada femenina era más interesante; se lo debo a Diane Keaton”, acotará Allen. Pinceladas Como Keaton, que reconoce haber hecho todo lo posible por enamorarlo (“no lo logré, pero estuve alrededor bastante tiempo”), Weide hace todo lo posible por asir a este personaje tan peculiar, a quien acompaña a recorrer las viejas calles, la odiada escuela, el viejo cine hoy convertido en centro de cirugía ocular, en un esfuerzo más por tratar de atrapar al mito que trata de no serlo (“Todo lo que se dice de mí era totalmente mitológico o falso. Claro, una parte era cierta”). Así, el documental se construye entre el seguimiento al personaje (incluyendo momentos de rodaje, o de presentación en festivales), el archivo televisivo, los extractos de filmes, las entrevistas con sus colaboradores y los aportes de críticos y estudiosos de su obra: un cóctel tan ecléctico como el sujeto estudiado (clarinetista de jazz, comediante, fanático de Fellini y Bergman, niño feliz que descubrió la mortalidad a los cinco años, y mucho más). Como Keaton, quizás tampoco logre su cometido, pero consigue estar alrededor lo suficiente para delinearnos en algunas pinceladas al hombrecito incansable que se levanta todos los días con la esperanza de hacer una película que valga la pena.
Auguramos éxito para esta película en Buenos Aires, una de las catedrales allenísticas del planeta. Tiene el defecto de su poca inventiva formal, y la virtud de dejarnos recorrer los contornos menos conocidos de un personaje al que conocemos más por las ficciones que ha hecho de él mismo que por su propio proceso creativo. Aparecen, pues, tanto el Woody lugar común como el otro, el que resuelve como un matemático (a veces falla, claro) sus ficciones. Otro film amable.
Un breve recorrido por la vida y obra del gran cineasta norteamericano. Este documental viene de la mano del americano guionista, productor y director Robert B. Weide, ganador de un Emmy en documentales y Curb Your Enthusiasm. Intenta mostrar a los espectadores al hombre y al profesional, a Allen King Mountain (su nombre real), un interesante recorrido por su obra que incluye una entrevista. Muchos ya conocen a Allen, otros no tanto, y este documental sirve para eso, este estupendo profesional nos muestra los métodos de trabajo que utiliza para el cine. Conocemos la máquina de escribir que compró en la adolescencia y con la que aun continúa, porque no usa computadora. El director nos da un poco más a conocer la intimidad del artista, nos metemos en su casa, su forma de trabajo y como se relaciona con él. Sus relaciones familiares bastante interesantes, su hermana Letty Aronson, su socio escritor Marshall Brickman y su relación con la actriz Diane Keaton (su ex pareja y su amiga), se van mezclando los relatos de la actriz Scarlett Johansson, el director Martin Scorsese, entre otros. Se cita aquellas películas que fueron de vital importancia a lo largo de su carrera que son muchas, como Annie Hall (1977), Manhattan (1979), Hannah y sus hermanas (1986) y Crímenes y pecados (1989) ganadoras de varios premios. La exitosa historia en “Medianoche en Paris” fue la que abrió el Festival de Cannes de 2011 y ganadora del Óscar al mejor guion original, esta última fue muy exitosa en su carrera. Su desarrollo entretiene y divierte, tiene un buen ritmo narrativo y resulta muy interesante para el espectador, se conoce un poco más al hombre y al artista, un largo recorrido por su vida, sus secretos, sus gustos, algunas imágenes de archivo que van a sorprender, entre otros datos. En este documental no se habla demasiado del escandaloso divorcio con Mia Farrow. Hoy continúa su relación con Soon Yi Previn (42) con quien lleva 15 años de matrimonio.