Cuando los muertos gozan de buena salud No pude ver Cinco días sin Nora durante el último Festival de Mar del Plata -donde obtuvo el Astor de Oro a la mejor película y quedó segunda en el voto del público-, pero sí lo hizo nuestra amiga y colaboradora Josefina Sartora, cuya crítica le valió unos cuantos ataques (ver aquí). No los justifico, pero puedo entender por qué. Es que este crowd-pleaser mexicano es de esas propuestas que dividen aguas. Para ser claros: estoy más cerca del gusto de Josefina (aunque el film me gustó más que a ella) que del de los lectores que la atacaron o del jurado presidido por Juan José Campanella que le otorgó la máxima distinción. Tragicomedia sobre (o a partir de) la muerte (más precisamente, de un suicidio), Cinco días sin Nora tiene un guión preciso e ingenioso de Chenillo que la propia directora está a punto de hacer naufragar con sus torpes flashbacks, algunas pinceladas de humor grueso, cierto pintoresquismo a la hora de retratar las costumbres judías y algunos subrayados innecesarios. Como decía Josefina, no es el cine que propone Cinco días sin Nora el que más me interesa (tiene algo demodé), pero no por eso dejo de reconocer que es bastante sólida y eficaz, que "funciona" y que, por lo tanto, debería encontrar su público (antes tiene que vencer la "maldición" que afecta a todas las ganadoras del Festival de Mar del Plata, que no se estrenan o suelen pasar inadvertidas por la cartelera). Cinco días sin Nora -más allá de sus arrebatos humorísticos y de su estructura de enredos y casualidades- no es Muerte en un funeral, pero Chenillo sabe cómo ir dosificando la información y las revelaciones para mostrar cómo una sexagenaria que ha decidido suicidarse sigue manipulando a su familia después de su muerte (desde el marido del que se separó 20 años atrás hasta su hijo). El veterano Fernando Luján se luce como José, el ex esposo de la difunta y motor del relato (de sus contradicciones y de sus vuelcos). En definitiva, y más allá de sus desniveles, se trata de una interesante (e inusual) apuesta del cine mexicano.
El amor después del cajón Galardonada en el último Festival de cine de Mar del Plata, la mexicana Cinco días sin Nora es una comedia dramática con toques de humor negro de gran nivel, sobre los protocolos familiares y religiosos. Nora ha muerto y, por motivos de fechas religiosas judaicas, no puede ser enterrada hasta dentro de cinco días. Los preparativos y la llegada de familiares precipitarán distintos conflictos ocultados en el tiempo. José (Fernando Luján), el ex esposo de Nora, sospechará que todo fue planeado por la difunta y buscará resolver el misterio. Estamos frente a un enigma según el personaje de José, a través de quien el espectador accede a la información. Él comprenderá, mediante la desconfianza que le provee su ateísmo, malhumor y carácter fácilmente irritable, que algo se esconde detrás de la ceremonia. Y lo que descubrirá es nada más ni nada menos que a Nora, a la verdadera Nora. Con el correr de los minutos y mediante distintos flashbacks que nos invitan a resolver el misterio envuelto alrededor de Nora, José llegará a conocer a su difunta ex esposa aún más que en vida, incluso comprenderá porqué llegó a enamorarse de ella. La película de Mariana Chenillo, establece un tono sarcástico acerca de los rituales familiares y las relaciones que se esconden detrás de ellos. Siempre con un armonioso balance entre el drama y el humor, que evitan que el film caiga jamás en golpes bajos. Con una sutilidad excepcional, la directora nos lleva a recorrer varios géneros, desembocando inesperadamente en una historia de amor. Al ver Cinco días sin Nora, sabemos que estamos frente a un pequeño gran film. Pequeño por la cantidad de personajes y escenarios –y presupuesto lógicamente- con que fue realizado. Grande por la capacidad que tiene de desarrollar varios sub temas y abrir tantos interrogantes. Todo lo que se espera de una gran película.
Que me mato por tener algo contigo Comedia negra, con humor de funeral y amores recobrados. Nora, la mujer del título de esta película, fracasa durante toda su vida hasta que un día, en la vejez, tiene éxito: se mata. Pasa de potencial suicida a suicida: un objetivo que había perseguido durante toda su vida. Su intención, al parecer, era la mera desaparición física, porque -pulcra, minuciosa, delicada- deja un plan póstumo, en el que se volverá una presencia constante. Un plan que abarca a familiares y conocidos pero que, principalmente, "encierra" a José, su ex marido, y vecino, en la casa de ella. Y lo obliga a pensar (la), evocar(la), valorar(la), revalorar(la), cuando todo es inútil. O tal vez no. O no del todo. La transformación de José (Fernando Luján), un hombre escéptico, cínico, obligado -por el Pésaj y otras tradiciones judías- a esperar cinco días hasta el entierro de su ex esposa será gradual. El arco de metamorfosis afectiva de él se irá trazando, lentamente, alrededor de un humor negro basado en rituales fúnebres, ortodoxias religiosas, disfunciones familiares y hasta sospechas de antiguos adulterios de ella. Distintos personajes -desde rabinos conservadores hasta un equipo de empleados de una funeraria católica convocado por José- entrarán y saldrán de la casa como en un vodevil. Por momentos, bordeando el tono farsesco. Pero anclándose, finalmente, en un costumbrismo que acentúa con la llegada del hijo, la nuera y las nietas de José y Nora. Cinco días, ganadora del Astor de Oro en el último festival de Mar del Plata, es algo así como una comedia negra romántica, aunque este último punto no sea tan ostensible. La ácida comicidad domina el tono general, pero no con la exaltación sarcástica de -por ejemplo- Muerte en un funeral. Al contrario: tras los enredos y los gags mortuorios -algunos eficaces, otros no tanto-, la opera prima de la mexicana Mariana Chenillo va mostrando su carácter sentimental y melancólico, sin volverse solemne ni melodramática, pero tampoco generando una gran empatía. En su debut, Chenillo muestra encuadres virtuosos, y una fotografía y ambientación -siempre en el interior de la casa- que transmiten la densidad del momento, más allá de las situaciones graciosas que mitigan asperezas y juegan con los contrastes. La actuación de Luján es uno de los puntos fuertes; el resto del elenco es correcto, aunque ciertos personajes derrapan en el grotesco. Los flashbacks de José y Nora jóvenes son lo menos logrado del filme. Al final, no predomina el desenfado estilo Monty Python sino el módico, triste consuelo de la reparación póstuma, tamizada por un humor tenue, agridulce. La idea de que los vínculos sentimentales -erosionados en vida- pueden regresar y resignificarse en la muerte, un tema que no es tabú para la cultura popular mexicana.
Humor negro con acento mexicano Ingenioso y divertido film de una directora debutante. Ingeniosa, entretenida, amablemente socarrona y resuelta en términos de puesta con una habilidad llamativa tratándose del trabajo de una debutante, Cinco días sin Nora logró en el último Festival de Mar del Plata el premio del jurado y el del público, galardón este último que ya había merecido en otras muestras. Esa coincidencia infrecuente ilustra acerca del equilibrio que Mariana Chenillo exhibe como su rasgo más meritorio. Le hizo falta sin duda para ganarse la simpatía de espectadores tan heterogéneos, para manejar la ironía en un tema delicado como el de las tradiciones religiosas y también para pisar firme en el resbaladizo terreno del humor negro. Porque aquí todo se pone en marcha con un suicidio y se desarrolla en los cinco días que, por una razón u otra, hay que esperar para que pueda concretarse el correspondiente sepelio. La finada era una veterana aspirante a suicida. Lo había intentado catorce veces sin éxito; quizá por eso, esta vez, se preocupó por dejar todo previsto, de modo de asegurarse que, sin necesidad de establecer comunicación desde el más allá, podría seguir dirigiendo, aunque fuera por unos días, la vida de los suyos. Ahí está, por ejemplo, la heladera llena de comidas e instrucciones para celebrar la cena de Pésaj. Es una de las sorpresas que le esperan a José Kurtz, su ex marido desde hace 15 años, cuando llega al departamento (él vive enfrente). Otra, claro, es comprobar que su ex mujer se ha salido por fin con la suya, y yace muerta en el dormitorio. Vendrán muchas más, junto con la llegada del rabino (José no es precisamente creyente, pero su hijo sí) y con las complicaciones derivadas del caso, la principal de las cuales tiene que ver con el servicio fúnebre, demorado por causa de la festividad religiosa y de un inoportuno fin de semana. Demasiados días de convivencia como para que no surjan diferencias entre el ateo y sarcástico José y los visitantes. Los graciosos personajes secundarios que rodean al protagonista (Fernando Luján, excelente) suman animación al cuento, que Chenillo salpica de ironías y conduce con sostenido dinamismo. Sólo sobra un par de innecesarios flashbacks.
La decimoquinta es la vencida Con orden y dedicación la mujer dispone una mesa para diez personas. Se adivina algún tipo de celebración. La misma mujer se encarga de dejar notas donde indica la forma en que debe servirse la comida. Todo es mostrado en detalle por la directora mexicana Mariana Chenillo quien nos cuenta como una señora ya mayor organiza la comida familiar para el pessaj que se celebrará una vez que ella esté muerta. Porque Nora ya intentó quitarse la vida otras veces pero ahora tendrá éxito y aún después de muerta buscará que las cosas se hagan a su gusto, para disgusto de su ex marido. Los pormenores de la trama deberán ser descubiertos por el espectador que será testigo de las internas familiares y la burocracia religiosa; todo contado con sutileza y fino humor, sin apuro, con maestría de parte de la realizadora. Es destacable la dirección actoral de un elenco en el que se destaca la labor de Enrique Arreola, a quien vimos en la excelente "Temporada de Patos", en el rol de Moisés y del experimentado Fernano Luján como el displicente "viudo". La trama oscila entre lo tragicómico y lo melancólico sin perder jamás el rumbo, mérito atribuible a un guión sólido y una dirección acertada.
El duelo de un viudo como eje de una comedia negra El hombre, cansado de su mujer, se ha divorciado hace años. Pero la mujer logra, después de catorce intentos a lo largo de toda su vida, suicidarse. El hombre tiene que encargarse de lo que es, también, una liberación, pero ella ha dispuesto que el pésaj que sucede al mismo tiempo que sus días de duelo –los cinco que menciona el título, aquellos que deben pasar entre la muerte y el entierro, con la complicación extra de que el suicidio y la tierra consagrada no van de la mano– convoque ortodoxamente a toda la familia. Para el hombre, una molestia más de aquella que no dejó de molestarlo en vida. Hay muchos elementos que se cruzan amablemente en este film que combina la comedia de costumbres, la comedia negra y la melancolía con un raro equilibrio. Lo más complejo de manejar tal combinación de elementos es mantenerlos en armonía, y Mariana Chenillo, directora y además responsable del guión, se comporta como una experta malabarista durante buena parte del metraje. Uno de los pilares del film consiste en el trabajo –medido, siempre entre la resignación y el malhumor, siempre con un dejo irónico en el rictus– de Fernando Luján como José, ese marido que debe cargar con la determinación y postrer molestia de una esposa finalmente humana, a quien la propia historia va alejando poco a poco de la caricatura. En su actuación, el film va cambiando de tonos y recorriendo los diferentes estados que provoca una situación en definitiva absurda. Sin embargo, hay algunos peros. Mientras el film juega con discursos y contrapuntos entre el agnosticismo del protagonista y las necesidades religiosas, en duelos verbales que convocan tanto al ingenio como a la inteligencia –no confundir–, todo marcha más o menos sobre ruedas. Pero, al final, Chenillo parece creer que es necesario “dejar un mensaje” y todo se vuelve demasiado evidente y artificialmente agridulce. Allí la ironía inicial deja paso a lo didáctico y una parte de la potencia del film se disuelve. No del todo, claro, y la originalidad del planteo inicial, así como la imaginación para el encuadre, permanecen.
Efectivo relato tragicómico La cultura mexicana tiene una larguísima tradición del festejo de la muerte, que viene desde las culturas precolombinas y con la llegada de los españoles, el sincretismo de ambas culturas selló esta tradición que con el trascurso de los siglos solo se ha fortalecido. En estos últimos años los jóvenes realizadores mexicanos han recuperado esta tradición y en la comedía negra han encontrado una rica fuente de inspiración, lo que ha dado muy buenos resultados como Nicotina (2003) de Hugo Rodríguez; Matando Cabos (2004), de Alejandro Lozano, o Morirse en domingo (2006), de Daniel Gruener, los film coinciden en el trajinar con cadáveres sin saber como desprenderse de ellos, en un tono desdramatizado y llegando a un absurdo hilarante. Cinco días sin Nora, de la debutante de Mariana Chenillo se inscribe en este tándem de realizaciones. Nora es una judía de puntillosa observancia, que planea escrupulosamente su suicidio - ya lo ha intentando quince veces - previo a una serie de festividades religiosas que impedirán su entierro inmediato, y su ex marido de quién lleva muchos años de separación deberá hacerse cargo de su cuerpo hasta que pueda ser enterrada. Todos los elementos de la comedia tragicómica están presentes, el marido que solo sufre por esos cinco días que tiene por delante y su deber de custodiar el cuerpo a su vez vigilado por varios rabinos. El guión esta bien construido, sólido y sin cabos sueltos, con una serie de actuaciones convincentes y de ritmo constante, sin altibajos.
Rituales de vivos y muertos Lejos de jugar al absurdo para que el contexto inadecuado sume puntos a los gags, la comedia negra de Chenillo opta por un humor seco y agridulce que expone las diferentes formas en que la humanidad se relaciona con ese momento ineludible y final. José entra en el departamento de Nora: están divorciados desde hace casi 30 años, pero viven en edificios enfrentados y desde sus ventanas cada uno puede ver el hogar del otro. El delivery le ha dejado a él unas cuantas cajas de pescado congelado (para el gefilte fish) que eran para ella, pero le han tocado el timbre y no atiende nadie. José abre la puerta y pasa, pero no es al departamento de Nora el único lugar al que entra al atravesar ese umbral. Hay una historia detrás de ese paso, un regreso; muchas historias y regresos que vuelven a empezar justamente con una partida. Nora se ha ido. Del primer largo de la directora mexicana Mariana Chenillo, Cinco días sin Nora, puede decirse que es drama, una comedia negra, un film costumbrista, cine de autor, el particular retrato de un grupo étnico, religioso, social, cultural, una historia universal, sin que todas esas aparentes oposiciones resulten en una contradicción. Una película de puertas abiertas que Chenillo ha tenido la delicadeza de no cerrar nunca, para dejar que el aire corra y amontone lo que dios y Nora se han preocupado en criar. Como Teseo recibió el sedal de manos de Ariadna, José encuentra en casa de Nora una jarra de café caliente, la mesa puesta para celebrar la inminente festividad judía, una multitud de tupperwares en la heladera con precisas instrucciones y un rastro de luces encendidas que lo conducen a la certeza de que él mismo no es más que un engranaje de un plan superior. Siguiendo las luces, José encuentra a Nora, su cuerpo sin vida, tendida en la cama de su habitación. En la mesa de luz tres frascos vacíos dan fe de lo allí ocurrido. Cuando en muchas historias la muerte es un destino, un final posible, en Cinco días sin Nora es aquella entrada que todos los personajes del film por fuerza deberán atravesar, de José a Rubén, el hijo de ambos, y de Fabiana (la empleada doméstica de Nora) a las dos pequeñas nietas. Y ya se sabe, nadie sale ileso del contacto con la muerte. La primera reacción de José es de calma: su ex había intentado esta salida catorce veces antes de por fin conseguirlo esa mañana. Sin embargo, él también es ex de Nora, la conoce y no tardará en ver en el método con que ella lo ha planeado todo, una nueva y definitiva prueba de su afición por la manipulación. No por nada su matrimonio lleva disuelto tanto tiempo; no por nada desde entonces han seguido cara a cara, ventana contra ventana, manteniendo al otro siempre a tiro de piedra. Igual que Nora desde la muerte, José intentará manipular a todos desde el mundo de los vivos. Como Nora evidentemente es judía, el rabino Jackowitz se presenta de inmediato para asegurarse de que se cumpla con todos los ritos mortuorios que su creencia involucra. El problema es que la acumulación de esos ritos obliga a que el entierro deba posponerse por cinco días para realizarlo como corresponde y José no verá en eso más que una intromisión, otro detalle planeado por Nora sólo para joderle la vida. Se desata entonces una guerra de los Roses en donde una de las partes ya no está allí: una ausencia que multiplica su fuerza, el poder de su determinación inamovible. Ya no es José vs Nora: es José contra los molinos de viento, contra los fantasmas de su memoria, de lo que a pesar suyo ya no tiene remedio. Hay quien querrá destacar los puntos de contacto entre Cinco días sin Nora y la sorpresivamente exitosa Muerte en un funeral. Y es cierto que algunos paralelos son posibles. Sin embargo, lo más valioso de ésta no es lo que la liga a la película inglesa (no más que situaciones de comedia fuera del ámbito esperable), sino lo que tiene de personal. Lejos de jugar al absurdo para que el contexto inadecuado sume puntos a los gags, la película de Chenillo opta por un humor mucho más seco y agridulce, a través del que pueden contemplarse las diferentes formas en que la humanidad puede relacionarse con ese momento ineludible y final. Desde la naturalidad con que las niñas juegan con el sarcófago vacío a la pompa de los ritos religiosos. Pero sobre todo, esa dolorosa ira que sólo provocan las grandes pérdidas, y que sin remedio se completa y continúa en la aceptación. Reciente ganadora en el Festival de Cine de Mar del Plata, tal vez pueda criticarse a Cinco días sin Nora cierta melosa condescendencia sobre el cierre, pero a esa altura ya se habrá disfrutado lo mejor.
Irreverencia vetusta A pesar de su origen mexicano, 5 días sin Nora huele a cierto tipo de cine europeo y, específicamente, a cierto tipo de cine francés. Película "madura" con personajes burgueses que deben explorar sus sentimientos. Pero hay otra filiación igual de clara: 5 días sin Nora remite a ciertas películas centradas en las familias judías, en las que un personaje ligeramente rebelde intenta oponerse a los mandatos tradicionales. No obstante todo termina en una gran cena con reconciliación religioso-familiar. La película empieza con el suicidio de Nora; más preciso, empieza cuando el ex-marido de Nora (que vive cruzando la calle) encuentra su cadáver en la cama. Por distintas circunstancias (el hijo está de viaje y no consigue volver, al día siguiente comienzan las celebraciones de Pesaj y por cuestiones religiosas no se puede enterrar el cuerpo), el cadáver debe permanecer en el departamento cinco días, antes de poder ser enterrado. El ex-marido se queda en el departamento (porque se lo prometió a su hijo) y frente a él vemos desfilar a distintos personajes: un rabino enviado por la familia para resolver el tema del entierro, la empleada doméstica, un ayudante del rabino que leerá oraciones junto al cuerpo hasta el momento del entierro, el hijo con su familia, un médico psiquiatra que había tratado a Nora... y así. Todo como una gran excusa para revivir las relaciones familiares y, fundamentalmente, la relación entre Nora y su marido José. Con esta ópera prima la directora Mariana Chenillo ganó, entre otros premios, el Astor de Oro a la mejor película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2009. Si bien es cierto que no son muchas las películas que se atreven a enfrentar el tema de la muerte de forma tan directa y, además, que lo hagan a partir de la mirada oblicua que implica el humor negro, la realidad es que para ser una comedia esta película no genera muchas risas (a diferencia, por ejemplo, de lo que pasaba con Muerte en el funeral). Al margen de uno o dos momentos logrados, a lo más que aspira 5 días sin Nora es a la sonrisita de señora que entendió el chiste. Esta "sutileza", dirán algunos, es señal de la madurez de esta película. No es nuestra opinión. El humor -negro- fluye en su totalidad a través del personaje de José, el ex-marido. Pero los chistes en realidad no tratan el tema de la muerte en sí, sino que se dirigen contra la religión -judía-. A estas alturas del siglo XXI andar asustando a un rabino al ofrecerle en pleno Pesaj una porción de pizza con jamón más que irreverente resulta un poco triste. Una discusión en la que el único argumento de José es "Dios no existe" o plantar una cruz en un velorio judío no buscan más que generar un risa cómoda que rápidamente se resuelve en un drama de sentimientos y desemboca en una reconciliación cósmica. Nadie se va a inquietar demasiado con esta película; a lo mejor algunos lloren, otros saldrán de la sala contentos por haber disfrutado de una película tan madura.
Cinco días sin Nora propone una mirada por momentos negra, por momentos satírica, de las diversas formas de las relaciones familiares, y de la religiosidad como dogma inmutable. Al comenzar la película, José descubre que Nora, su ex esposa, acaba de suicidarse. Un rabino, enviado por su consuegro, llega tan pronto como puede, incluso antes de que José esté dispuesto a recibirlo, para ordenar los rituales fúnebres. Debido a los dogmas judíos, deberán esperar 5 días para poder sepultarla. Nora sabía esto, y preparó su suicidio para obligar a sus familiares a compartir la festividad del Pesaj en su casa, cenando en la mesa que ya había dejado puesta, degustando la comida que estaba casi totalmente preparada. Manipuladora post-mortem, Nora incluyó en su plan, la posibilidad de que el ex esposo descubriera un secreto que ella tenía largamente guardado. Mientras este desea enterrarla a toda costa, con o sin ritual, con o sin consentimiento familiar, su hijo defenderá la práctica religiosa. En medio de tal conflicto, unos rabinos ortodoxos, un ridículo ayudante, y varios personajes laterales mediaran en la situación extrema. De todas las lecturas posibles sobre la película ganadora del Astor de oro 2009, me interesa su mirada sobre la ritualidad religiosa. Como sátira a las convenciones familiares y a los dogmas religiosos, Cinco días sin Nora, propone una dialéctica entre los ritos ortodoxos y los ritos sociales. A través de los primeros, se impone el orden originado por el mito fundante, y por lo tanto, es eterno, está fuera de la historia. La ritualidad social es aquella que, si bien reproduce algunas ceremonias originales, las mismas son recuperadas desde las prácticas sociales, y por lo tanto tienen carácter histórico. La repetición del rito religioso no convierte a José, el ex esposo de Nora, en un hombre piadoso. Lo que esta ritualidad social produce es construir y mantener vínculos, lazos afectivos y comunitarios. La aceptación de las convenciones religiosas, aun para los no creyentes, tienen un efecto de socialización que, no siendo en impugnador en su totalidad del orden, representa una apertura posible de la ortodoxia religiosa. El trabajo de la realizadora no se centra en juzgar la validez de las creencias o de las prácticas, sino de poner frente a frente la religiosidad cotidiana con las prácticas ortodoxas. En términos de su realización la comedia funciona perfectamente, tanto por el aplicado trabajo de la directora, que no repite, ni estira las situaciones humorísticas, como por el sólido complemento de las actuaciones, que dan base firme a un relato articulado en la contraposición de los caracteres de los personajes. Divertida, fresca y austera, Cinco días sin Nora sin ser una presencia insoslayable, propone una mirada por momentos negra, por momentos satírica, de las diversas formas de las relaciones familiares, y entre ellas, de la religiosidad como dogma inmutable.
Impresiones. Muchas veces escribir sobre cine, más que aplicar un sistema de análisis y evaluación a una obra, es una puesta en palabras de las sensaciones disparadas durante la visión de la película. Frente a Cinco días sin Nora me confieso desarmado, porque un examen general de cosas como el guión o la puesta en escena no me deja mucho espacio para una observación más o menos enriquecedora: poco puedo decir de ellos fuera de que son correctos, prolijos, y nada más. Desde la fotografía, pasando por los encuadres hasta llegar a los diálogos, todo lo que veo parece que tuviera una función precisa, como si se tratara de engranajes que echan a andar de manera automática un determinado mecanismo. Hay algo de inercia en Cinco días sin Nora, de película que avanza correcta y desapasionada hacia su objetivo, sin ganas de hacerse preguntas o de indagar en la materia de su universo lleno de muerte, engaños y rituales. Salvo por algunos planos en donde se hace presente un cierto misterio, como los del hielo seco que guarda el cuerpo de Nora o las imágenes de la heladera abarrotada de comida acompañada de instrucciones para su preparación, Chenillo pareciera ensayar una especie de agotamiento de posibilidades cinematográficas en favor de un rigor formal que llama la atención por su frigidez. Vuelvo: frente a una película que no me deja resquicios para pensarla, que no invita a la duda y que esgrime su prolijidad como escudo que desvía los posibles intentos de análisis, no me queda más que el relato mis propias impresiones, y hacerlo de la manera más subjetiva posible. Hay cosas que se huelen, que quizás tengan una base racional pero que en realidad operan a un nivel puramente sensorial. Los primeros minutos de Cinco días sin Nora me hablaron de una película fría, apagada, que recurría a la corrección más como una manera de tapar la falta de un discurso que como una decisión estética. Es cierto que algo del clima que construye Chenillo se entiende a partir de la historia, los personajes y sus espacios vitales, pero la monumental falta de riesgo de la película no alcanza a justificarse con eso. Me pasaba cuando escuchaba los diálogos, vacíos y rígidos, de una sobriedad casi glacial, que esperaba que surgiera alguna voz discorde, un ruido que desestabilizara un poco el equilibrio sonoro de la película. Lo mismo me pasó con los planos: deseaba como nunca que apareciera una imagen distinta, bella o fea, no importaba, pero una imagen con la fuerza suficiente como para romper con la dejadez visual de la película. Algo de eso ocurrió con los flashbacks: por primera vez la película exhibía errores, fallas que se notaban y que, aunque momentáneamente, parecían poner en crisis el sistema creado por la directora. Los recuerdos de José están insertados a la fuerza, se los notaba a destiempo y quebrando enormemente el esquema narrativo de la película; irónicamente, en momentos como éstos es en donde Cinco días sin Nora se revela más humana: los errores parecieran aportarle una cierta calidez a la gélida rigurosidad anterior. Lo mismo ocurre con las apariciones de Leah: intentos de comedia algo burdos, de trazo grueso y aparatoso en comparación con la meticulosidad del resto de los chistes, los gags a cargo de Leah, incluso cuando ella resulta un poquito irritante y exagerada, son una inyección de vida y calor que disipa algo de la atmósfera helada de la película, como si de repente Chenillo hubiera salido del cómodo mutismo del principio y estuviese atreviéndose a hacer sus primeros balbuceos. Leah no me hizo reír, pero sí ayudó a que la visión de Cinco días sin Nora fuera un poco más soportable. Seguramente lo único que me generó alguna clase de emoción es el cambio que se da en el personaje de José. Del cinismo del principio a los celos, las dudas y el dolor del final, José recorre un camino interesante como personaje, que le permite jugar con diferentes registros y dirigir la película de un lugar a otro (como él, el film de Chenillo también vira de la frialdad hacia una mayor calidez). José pasó de molestarme e indignarme a invitarme a acercarme a él hasta incluso experimentar una cierta empatía. Ese descubrimiento, ese giro de trescientos sesenta grados que, a fin de cuentas, es el verdadero centro dramático de Cinco días sin Nora, creo que fue lo único que pude encontrarle de valioso, el singular gesto de vida que muestra una película que se propone más como un artefacto narrativo calibrado que como una historia con algo de emoción. Fuera del cambio de José, los planos del hielo y la heladera y de la comedia de Leah, no tengo más nada para decir del film de Mariana Chenillo. Las películas malas al menos me mueven a escribir, al repudio, pero las estrictamente correctas como Cinco días sin Nora solamente me dejan sin palabras.
El caos después de la muerte Sin demasiada prisa, la directora Mariana Chenillo construye este relato detallista y descriptivo que gira en torno a una reunión familiar luego de la muerte de Nora, una mujer de sesenta y tres años. Una desaparición más que sospechosa y una carta dejan abiertos el abanico de las posibilidades y de las dudas. Aunque anunciada como una comedia “desopilante”, la película es un drama con sólo algunas frases de humor: “Si fuera por mí, la enterraba viva”, asegura el ex esposo en un pasaje del film. La trama hace foco en los cuatro días que hay que esperar para enterrarla ante la llegada de las fiestas judías. Y ahí afloran las miserias de su ex esposo, su hijo y nuera, además del choque de costumbres y los enfretamientos religiosos con el rabino de turno. La comida sirve como elemento de unión familiar en este film con manipulaciones y secretos que descubrirán los integrrantes del clan. Un poco más de ritmo no le hubiera venido mal, pero el resultado es interesante por la solidez del elenco y por el clima de enfrentamientos que le impone su realizadora. A veces, es mejor no morirse.
Conducta en los velorios Vaya uno a saber por qué, Nora había tomado la costumbre de intentar suicidarse. Pero este deporte, que en la mayoría de los casos se puede practicar solamente una vez, se le había convertido en un vicio. Vicio para ella, y tedio para todos los miembros de su familia, que uno por uno fueron dejándola sola. Es que a Nora le gustaba el suicidio pero parece que no le gustaba irse, dejar a sus seres queridos, así que diecisiete veces fracasó y en el último intento, el definitivo, preparó todo para que su presencia- física y espiritual- permaneciera el mayor tiempo posible entre sus deudos. Es así que decidió matarse en las vísperas de una de esas festividades que prohíben a los judíos buena parte de sus actividades, entre ellas enterrar a los muertos. Y en este punto, la película debería llamarse 5 días con Nora, porque perdida la posibilidad de un entierro inmediato exento de pecado, la finadita consiguió obligar a la familia a pasar cinco días en un departamento con su cadáver conservado en hielo, entre sus cosas y recuerdos. La película de la mexicana Mariana Chenillo cuenta la historia de este velorio secular, en el que los dolientes- al principio por obligación y luego por convicción- no hacen otra cosa que esquivar los ritos que los usos sociales y las religiones inventaron para darle algo de institucionalidad a algo tan salvaje como la muerte. La construcción de esta comedia negra que ganó el premio a la mejor película del último Festival de Mar del Plata descansa sobre todo en un guión ajustado de palabras filosas, continuamente al borde de lo incorrecto, y en la actuación de Fernando Luján, que en forma gradual y casi sin que nos demos cuenta pasa, en el transcurso de la hora y media que dura la película, de ex marido resentido y fastidiado a viudo nostálgico de orgulloso luto. Solamente hace agua en algunos flashbacks que explican con imágenes situaciones de amor y odio pasados que podrían haber sido resueltas con otros recursos por un director menos perezoso. 5 días sin Nora habla de forma ligera pero precisa y sin discursos edulcorados sobre la muerte, sobre la forma de enfrentarla. Muestra ese momento donde la persona fría que está en la habitación de al lado deja de ser alguien de existencia autónoma para convertirse en un recuerdo, en un sentimiento que el resto que sigue vivo querrá conservar o desechar. Es difícil hablar de la muerte, y Chinillo lo logra de la mejor manera: perdiéndole el respeto al finado y a la situación, como ese tío desubicado que entrada la noche empieza a contar chistes en los velorios y al escucharlo sabemos que no debería, que está mal, ¡pero cómo se agradece un poco de incorrección para pasar el momento!
Los cadáveres y los funerales pueden ser motivo de risa. No es novedad. Los Monty Python han sabido nutrirle humor a un funeral y el cine estadounidense más banal también. Desde Fin de Semana de Locos (1989, y su secuela en 1993) hasta el reciente éxito Muerto en un Funeral, se ha sabido aprovechar de los cadáveres, para crear gags, y a veces para generar reflexiones sobre la vida, y sobretodo, los vivos; así mismo de tratar de responder cuestiones filosóficas, existenciales y/o religiosas como la demostró también, la recientemente estrenada, Final de Partida. Ganadora en el rubro “Mejor Película” de la Competencia Oficial Internacional del último “Festival de Cine de Mar del Plata”, Cinco Días sin Nora, sorprende por las diferentes capas que la joven directora y guionista, Mariana Chenillo explora, dentro de lo que aparenta ser, una banal comedia de enredos. José llega a la casa de su ex mujer, Nora, para traerle comida, y la encuentra muerta. Dicha circunstancia lo apena, pero a la vez trata de solucionar el “problema”, lo antes posible. Llama a su hijo para que ayude a organizar el entierro. Sin embargo, Moises, quiere seguir con las tradiciones de la religión judía, de la que Nora se había vuelto muy practicante en los últimos años, y cumplir los últimos designios de su madre. José, que es abiertamente ateo, acepta, sin demasiada gana. El problema surgirá cuando tiene que enfrentar dos inconvenientes: primero, no la puede enterrar en el día, porque es Pesaj (Pascuas judías) y después viene el sábado, por tanto el cementerio está cerrado y deben esperar 5 días , y segundo, como Nora se suicidó, los cementerios se niegan a enterrarla porque se considera “pecado” al suicidio. José intentará acudir a un servicio católico, por lo cual, se enfrentará a la familia y amigos. Como si fuera poco descubre, secretos de Nora, que desconocía. Con mucho ingenio, Chinillo crea un micromundo de personajes originales e identificables, divertidos, amenos, costumbristas, pero sin caer en un humor burdo, satírico u ofensivo. Todo lo contrario, ofrece una pintura de costumbres y tradiciones que se oponen, crítica los extremos, pero nunca les falta el respeto, por lo que la película se puede decir que es “políticamente correcta”. Los gags son creíbles siempre. Además el retrato familiar es preciso en detalles, por ejemplo, como encarar a los nietos. Más que nada, la directora, en su ópera prima da pie para reflexionar, acerca del pasado, del presente, de los recuerdos y viejos amores, del tiempo y la falta de oportunidades para reincidirse, pedir perdón, pero nunca cayendo en lo obvio o lo reiterativo, ni lo redundante. Y sobretodo, sin intención de caer en momentos cursis o de emoción fácil. Como si fueran un pequeño viaje por el alma de José, por los ánimos, por la forma de entender el cambio que significa este momento de su vida, o de la vida de cualquiera, cuando se da cuenta, que no va a tener a “esa” persona para el resto de su vida. Chenillo acierta en aplicar un tono denso, cuotas exactas de humor negro, y situaciones que bordean el ridículo, con una ironía amable, nunca mal intencionada. Si bien, los momentos más delirantes del comienzo, derivan en reflexiones más profundas y dramáticas del protagonista, y la película decae un poco en ritmo, se puede decir, a favor, que la directora aprovecha un elenco soberbio, especialmente, el protagonista, Fernando Luján, en quien se posa, y del que solo alcanzan una pocas miradas gachas y oraciones pausadas para entender el dolor que siente por dentro y que no se anima a mostrar. El resto del elenco se destaca tanto en la comedia, como en los momentos más sentimentales. A pesar de ser una comedia con pretensiones populares, Cinco Días sin Nora, da lugar a discusiones acerca de los valores familiares, la separaciones, y los amores frustrados en la tercera edad. Si bien no alcanza, (ni tampoco pretende) encontrar un nivel de solemnidad y reflexión existencialista acerca de la vida y la muerte, como lo haría Bergman, Chenillo se acerca cinematográficamente, al cine del argentino Daniel Burman, e inclusive visual y narrativamente comparte puntos en común con Esperando al Mesías. Con una puesta de cámara muy prolija, meticulosos planos fijos, fotografía oscura, con excelente combinación de colores, que dan un tono de zepia melancólico, como si fuera el amanecer triste tras el fallecimiento de un ser querido, y un montaje más lento que los cánones estadounidenses; Chenillo, se suma a una nueva generación de cineastas mexicanos como Carlos Reygadas, Amat Escalante o Fernando Eimbecke, quienes a diferencia, de los comercializados, publicitarios y videocliperos, Iñarritú, Del Toro o Cuarón, se nutren más del cine ruso, tomando como principal referencia, al maestro Tarkovski, que modelos más contemporáneos y fantásticos, como lo hace el segundo grupo citado. Es que a veces, detrás de las pequeñas historias familiares (Chenillo admite que se trata de una anécdota autobiográfica), se oculta la inspiración para crear un guión creíble, fresco, divertido, amargo, ameno, reflexivo, y que sumado a una intuición plástico / estética, cinéfila, que no se deja influir por modas kitsch o los trucos de los programas de post producción, termina dando por resultado una más que agradable, agridulce y original obra, de la cual se puede aprender mucho, cinematográficamente hablando. Es cierto, que quizás, a comparación de otras películas, incluidas dentro de la Competencia Oficial del “Festival de Mar del Plata”, como las comedias negras y dramáticas, A Room and a Half de Andrey Khrzhanovsky, o Life During Wartime, del siempre polémico y cínico, Todd Solondsz (ambas comparten puntos en común con Cinco Días… pero son más extremas y “jugadas” en el tratamiento narrativo y visual, y más críticas en lo que respecta a los valores familiares, sociales y religiosos) o la argentina, Vikingo de José Campusano, Cinco Días sin Nora, está (a gusto personal) unos escalones más abajo. Sin embargo, es inobjetable el talento que reposa en la joven directora, y que al tratar de hacer una película, que combina de una forma tan equilibrada, cine de autor, la comedia, el drama, el costumbrismo y las tradiciones, con ciertos tópicos del cine popular, dejando incluso, pie a la reflexión, los premio y reconocimientos, terminan siendo completamente merecidos.
5 Días sin Nora, llega desde México a las carteleras locales con varios pergaminos encima, entre ellos el premio mayor de la última edición del Festival Internacional de cine de Mar Del Plata, y en verdad cumple con las expectativas. Mariana Chenillo, directora y guionista, narra una comedía sentimental basada en un episodio tan trágico como lo es el suicidio. Sin grandes pretensiones técnicas relata a la perfección aquellas vicisitudes que atraviesan los humanos insertos en nuestra cultura, cuando se encuentran ante tan dramático acontecimiento. Nora es una mujer que después de 14 intentos lo logra, pero este acto no fue producto de un impulso melancólico, sino que lo ha diagramado a la perfección para que todo su entorno se vea afectado de manera particular ante tan terrible decisión. El que se encuentra con el cuerpo es su ex marido, José, a quién ella seguía amando casi obsesivamente y él irritándose con ella debido a sus manipulaciones. El hijo de la pareja, se encontraba de vacaciones y la muerte se produce en plena festividades judías, con lo cual el entierro, no se podrá realizar hasta dentro de cinco días. El punto crítico es: el que se tiene que hacer cargo de toda la cuestión, es su ex-marido, a quién Nora le resultaba insoportable, de origen judío pero ateo confeso y renegador de toda tradición religiosa, José no tiene muchos pelos en la lengua y por momentos se muestra muy provocador. Lo que quiere es sacarse todo este asunto de encima lo antes posible, no obstante a este negador nato, durante estos cinco días, no le va a quedar otra que reencontrarse con su pasado y abrir los ojos. A medida que transcurre el film, uno no sólo se va encontrar con las repeticiones suicidas de Nora, sino se irán desplegando las Neurosis de cada uno de los sobrevivientes, mientras que a su vez se denuncian los rituales religiosos de la cultura judeo-cristiana en una sociedad como la mexicana, que juega con la muerte y el dolor, para hacer valer intereses personales, de poder, y también el negocio que de ello deviene. Chenillo se vale de diálogos brillantes, excelentes representaciones de los rasgos que caracterizan a los personajes principales, planos que enfatizan gestos, miradas y también el mobiliario, aquellos objetos que en la cotidianeidad de la vida pasan desapercibido pero que ante una situación de duelo, cobran alto valor ya que representan la presencia de la persona ausente. Otros detalles interesantes son los continuos flashbacks, que funcionan como un relato no sólo de la historia en común que tuvieron Nora y José, sino también es una crónica muy interesante de la vida amorosa en sí misma, cómo aquello que en un primer momento enamora luego termina siendo lo más odiado. Se trata de una comedia negra muy inteligente que desdramatiza eso que nos perturba tanto como lo es la muerte, pero también interroga los rituales que hacemos para elaborar dicha cuestión, tal como lo hicieron nuestra Esperando la Carroza y la inglesa Muerte en un Funeral, entre otras.
La injusta ganadora de la última edición de la competencia oficial del festival de Mar del Plata es una comedia negra y bien mejicana en tono, aunque su estilo puntillosamente trabajado, como en la preparación de una mesa al inicio del filme, remite a cierto cine indie norteamericano (y global). La famosa Nora del título decide finalmente matarse y su muerte coincide con ciertas festividades judías que impiden un entierro en tiempo y forma. Su ex marido pronto revivirá décadas pasadas y descubrirá una sorpresa molesta, mientras la llegada de su hijo y su mujer, además de la ama de llaves y un rabino (heterodoxo), llevan adelante (desparejamente) un filme con sus enredos típicos, que pretende ser iconoclasta pero que jamás consigue inquietar al creyente ni a la institución religiosa, a pesar de despertar alguna sonrisa y alguna emoción legítima, no precisamente en los momentos finamente calculados para que así sea.
"5 Días sin Nora" es un excelente comienzo para Mariana Chenillo en la dirección, un film que logra mezclar con total soltura y efectividad el drama, la comedia y la tragedia, donde cada una de las situaciones introducidas presentan una identidad muy característica. La narración se centra en los acontecimientos posteriores al suicidio de Nora y como sus familiares deben lidiar con su cuerpo y su identidad. Problemas entre los familiares, apariciones de personajes secundarios, cuestiones religiosas y una tragedia que poco a poco se va intensificando, son las características que poco a poco van apareciendo en la historia.
Entre los ritos y los recuerdos Vale la pena recordar, como parámetro válido, como información siempre relevante, que Cinco días sin Nora, film de la mexicana Mariana Chenillo, fue galardonada en el rubro Mejor Película del Festival de Cine de Mar del Plata 2009. Además de obtener premios en Moscú, en La Habana, y en tantos festivales más. Todo ello como marcas distintivas que prestigian a una obra, en este caso tan negra como pueden serlo tanto la muerte como la vida misma. Porque Nora es quien se suicida y su marido quien debe asistir el tránsito muy lento de los cinco días que, problemas más, problemas menos, las pautas mismas de la religión judía exigen cumplir hasta el entierro. Pero Nora y José ya no vivían juntos, aún cuando el rabino se empecine en recordar con palabras malévolas la figura de la esposa y José en recordar tantas veces como sea el prefijo "ex". En verdad, las vicisitudes religiosas que obligan a esperar los cinco días comienzan a corresponderse con tantas otras directivas que aparecen, de a poco, a lo largo del film. Como si desde ellas se trazase un plan finamente calculado por, claro está, la misma muerta: cartelitos para la comida, pertenencias escondidas, secretos a medias revelados, y toda una familia que se congrega como nunca antes lo hiciera. José, en tanto, padece y silencia, mientras atraviesa con mirada de fierro los dictámenes rabinos y sus rezos ininteligibles. También se cuelan cuestiones católicas, con una gran cruz coronando el departamento refrigerado con hielo seco y aire acondicionado (porque hay que mantener el cuerpo en estado, son cinco los días de espera). Más las habituales preparaciones que acuerdan y desacuerdan merced a hábitos dispares: quien se ocupa de las tareas domésticas sabrá ocuparse también del maquillaje mortuorio de Nora, ante el horror que sugiere un rostro adornado a la mirada del joven rabino. Se maquilla y se desmaquilla en secreto. Todos, de una u otra forma, lo hacen a su manera, desde tantos y múltiples caprichos. Sin embargo, entre cocinera y rabino florecerán otros ánimos cuando se trate de satisfacer el apetito. Más un hijo de pocas decisiones con hijas capaces de despertar las pocas sonrisas del hastiado José; cuya atención, en tanto, sigue presa del reloj. El tic tac es fúnebre y pesado. Y con él aparecen otras imágenes, las del recuerdo y el goce y el engaño. Y la promesa de un suicidio temprano que, ya consumado con pastillas, corre de a poco el velo del tiempo que regresa para jugar a descubrir y entender el por qué de tal resolución. Consultada acerca de las características culturales de la muerte en su país, la realizadora supo responder que su película "es una mezcla de diferentes costumbres". "Está la postura particular del personaje principal, el contexto de la comunidad judía y una parte muy mexicana que viene de la tradición prehispánica con el Día de los Muertos. Los difuntos siguen siendo parte de la familia, cada año se les pone un altar con las cosas que les gustaban y eso permite una presencia de la muerte en lo cotidiano que da lugar al humor y a poder hablar de ella con menos solemnidad".
Proxémica del trámite post mortem Uno de los mayores triunfos que se pueden encontrar en la vida quizás sea el descubrir que una causa propia une a las personas. O que un emprendimiento propio logre concretarse, generando respuestas positivas por parte del entorno, y así finalizar la misión con una buena sensación. Esto puede ser lo que sucede (o no) en el caso de Nora, que muere con todo preparado para un funeral tradicional sin complicaciones, pero intentando manipular a todos sus seres cercanos. La premisa de la que parte Mariana Chenillo para Cinco días sin Nora es muy original y, principalmente, divertida. Cómo de un funeral o de la muerte de una persona pueden surgir tantas situaciones hilarantes o tantos momentos de tensión que deriven en un desenlace provechoso para la historia, no es más que un gran triunfo de esta jóven directora que de a poco se va abriendo camino con obras de su autoría. Con un reparto excelentísimo, lleno de aciertos y con una química impresionante, la película cuenta los días posteriores al suicidio de una mujer con un pasado lleno de secretos. Secretos que se irán desempolvando a medida de que su ex-marido, José (descomunal interpretación de Fernando Luján), comience a aburrirse dentro del frío y silencioso departamento de la difunta, donde se tiene que quedar hasta que su hijo, Rubén, vuelva de sus vacaciones interrumpidas. La fotografía es espectacular, y el montaje con esos flashbacks intercalados entre la mirada nostálgica de José, son los dos mejores matices del film, además del mencionado reparto y el guión escrito por Chenillo. Es increíble como se puede pasar de la risa al drama en cuestión de segundos, gracias a los momentos milimétricamente preparados para hacer de hilo conductor de una trama que en manos equivocadas podría caer en el desastre total, por los momentos de tedio y de pesadumbre a los que se presta el luto extendido. De todos modos, lo más significativo de la película es ese juego simbólico que la directora hace constantemente, contraponiendo dos religiones eternamente en discordia como el judaísmo y el catolisismo (¡contrastados con el ateísmo!), con sus tradiciones y costumbres puestas en juego para una lucha de posiciones que termina diluyendo -a favor de la risa del espectador- el eje central del problema: el funeral de Nora. Además, está el hecho de que casi toda la acción trascurre dentro del apartamento, algo que se logra gracias a una utilización de los espacios muy bien tratada, junto con una dirección de arte soberbia. En definitva, un film imperdible. Queda como punto de partida esa toma final tan reveladora, con el fin justificando los medios hasta el último plano general del edificio. Todo un acierto por parte de Chenillo, teniendo en cuenta que no utiliza el final como cierre, sino como invitación a una reflexión posterior al visionado. Cinco días sin Nora puede parecer ambivalente en su carta de presentación (es cierto que genera dudas ese pasaje abrupto del drama a la comedia), pero una vez iniciado el trayecto o, mejor dicho, el trámite, es un disfrute asegurado, desde la historia hasta lo cinematográfico.
Por fin Nora logra suicidarse. Quince intentos de suicidio no son poco, más a una edad avanzada como la de ella. Pero Nora es calculadora y deja todo listo para que su familia celebre unas festividades judías, que por esos días se celebraban, con abundante comida. Esta precisión y el articulado planeamiento de sus acciones es lo que siempre perturbó a su ex marido José (Fernando Luján), y él no tiene dudas de que esa actitud fue una de las causas de su divorcio hace ya varios años. Su antigua mujer, ahora difunta, había escogido esa fecha para suicidarse con el fin de que se removiera el arenal que yacía bajo el peso de tradiciones ancestrales (las judías) y fardos familiares. Por supuesto, Nora sabía que el rabino Jacowitz iba a seguir estrictamente la ley judía, y que entonces su entierro se demoraría por unos días, más aún, sumándole la complicación de que el suicidio pondría más piedras en la rueda que un fallecimiento natural. Harto de esta manipulación de ultratumba, José toma decisiones drásticas que no harán, al fin y al cabo, sino sumar problemas con la familia, los extraños y la difunta. Mariana Chenillo, la directora de este film mexicano, nos ofrece con Cinco días sin Nora, una comedia de finos rasgos y algún buen momento de dramatismo. Sin embargo, aun cuando nuestro cuerpo adora las carcajadas, la categoría "comedia" (y ni hablar de "comedia negra") no ha de ser tomada como sinónimo de risas, a pesar de que existen muchos chistes con difuntos. La connotación general de la película es la añoranza y las relaciones familiares, lo cual podría haber incitado a la directora a elaborar un drama. Por fortuna, no fue esta su postura y el film llega a buen puerto, en particular hacia el final, tras un principio sostenido centralmente por la actuación de Fernando Luján y la aptitud técnica de la crew. Por otro lado, el mérito de la película de Chenillo es su trabajo en la emotividad de los personajes y las escenas: los protagonistas no paran de mostrar su personalidad y, sin embargo, esta resulta ser una mera máscara que logrará develarse en el transcurso del relato. El modo en que la directora opera con estos cambios y revelaciones es sutil y sostienen, como ningún otro elemento, los cimientos de la obra. Cinco días sin Nora ha ganado varios premios internacionales, como el Astor de Oro a la mejor película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata o un galardón equivalente en el festival de cine latinoamericano de Biarritz, entre otros. Es difícil decir que el espectador pueda sentirse "decepcionado" con este film de sutiles trazos y suavidad ATP, pero también sería excesivo situarlo encabezando una lista de obras "impactantes". Personalmente, considero que la falla está en no darle al humor "de risa" un espacio privilegiado, lo que provoca varias reacciones de los críticos: adjetivarla de "deliciosa", decepcionarse o directamente mentir. Aunque no podría negarse la "acidez" de muchas situaciones, Cinco días sin Nora genera un humor demasiado poco agresivo como para no abandonarnos a la placidez de unas interesantes situaciones, "deliciosas", como dije antes, pero pasajeras como un sabroso cocktail de bienvenida. Siendo el primer largometraje de la directora -que es además guionista- podemos esperar mucho de su calidad e intelecto, o quizá su llama se apague, Dios quiera que no, con esta "buena" película.
La apuesta mexicana dentro de la competencia internacional es una comedia negra, que dispara contra la mirada religiosa, casi exclusivamente con el foco en el judaismo, lo cual desde el vamos la convierte en incorrecta, algo ni bueno ni malo, pero que suma, sobre todo en el marco de un festival que se realiza en el país con mayor población judía en toda América Latina. Porque el personaje central de la historia, la señora Nora, se ha clavado un mix de pastillas y alcohol, con el consecuente paso a la inmortalidad que ello supone. Pero dejò todo programado, a saber: un pedido de comida kosher que recala en la casa de su ex marido (quien vive frente a ella) y notas de todo tipo para que la mucama prepare la cena de Pesaj. El problema llega cuando un rabino se anoticia de que Nora se quitò la vida y a pocas horas de la festividad religiosa, lo cual compone un combo de problemas; el principal, que deberán velar el cuerpo durante unos cinco dìas. Su no-viudo (gran labor de Fernando Luján), acérrimo enemigo de la ortodoxia, embarra un poco más la cancha y busca alterar todo lo que la mujer había programado: cambia las notitas para la mucama, pide pizza con chorizo para convidar a los presentes, y contrata a una funeraria católica que envía un féretro en forma de cruz, entre otros boicots. Con este punto de partida que anuncia problemas durante lo que resta del metraje, Mariana Chenillo armó un relato que pese a transcurrir casi íntegramente en un departamento, no pierde en dinamismo, siempre con el aguijón de este hombre que desnuda cuentas pendientes (y bien terrenales). El film logra incomodar en un comienzo, desde el modo bienpensante, debido a su mirada crítica respecto de una minoría. Sin embargo, y para todo aquel que piense en la industria religiosa como una farsa o, en el mejor de los casos, como una calesita de falacias anquilosadas en el inconsciente colectivo, sin dudas disfrutará los proyectiles que el guerrero nihilista que compone Luján dispara a diestra y siniestra. No hay mucho más, sin embargo. Un trabajo formalmente correcto, áspero y llevadero a la vez, un film al que quizá le quedan grandes algunos premios que ha logrado (entre ellos el de este mismo festival) pero que no por eso deja de ser una buena opción del cine mexicano.
El silencio de Nora Hay películas que logran enamorarlo a uno desde los primeros minutos. Y "Cinco días sin Nora" es evidentemente una de ella. Una vez vista, me explico perfectamente porque en el Festival de Mar del Plata no solamente se llevó el Premio más importante, sino también porqué fue la única película que agotaba las entradas muchas horas antes de que comenzara la función. Y por suerte esta joyita llega a los cines, renovando los aires de una cartelera con tanto tanque hollywoodense, con mucha producción pero no con tanta calidad. Esta película mejicana, enamora al público, a la crítica y al Jurado de los Festivales por igual, porque trata sencillamente de temas universales, sin grandilocuencias ni recursos impostados. Va directo al corazón. La historia, es simple: Nora, después de 14 intentos de suicidio, logra su cometido dejando además un minucioso plan para que José, su ex-esposo, siga con rigor tode el proceso de su velatorio. No es un detalle menor el hecho de que Nora es judía y decide suicidarse en plena festividad de Pesaj, razón por la cual no solamente habrá que esperar que venga su hijo para enterrarla sino que habrá que dejar pasar las festividades. Y se complicará aún más si quieren hacerlo como marca el rito judío, cuando los rabinos se enteren de que no ha sido muerte natural... Como adicional, una foto olvidada debajo de la cama -intencionalmente?- le hará descubrir a su ex-marido un secreto que mueve sentimientos muy profundos, aún después de tantos años de separación. Lo que cautiva inmediatamente es la sencillez con la que está contada la historia. La facilidad con la que logra incorporar temas como la religión, el amor, la familia, los vínculos entre padres e hijos, la muerte y tantos otros, es el valor agregado de este guión delicioso que construye la directora Mariana Chenillo, el que está permanentemente atravesado por una alta dosis de humor negro, que alcanza momentos de comedia muy inteligentes y notables. Todo se potencia por un brillante tour-de-force actoral de Fernando Luján -José, el protagonista excluyente de esta historia-. Un personaje totalmente cínico, cascarrabias, lo que hoy se diría "un políticamente incorrecto" a todo nivel (come pizza en pleno Pesaj y se la convida al rabino o para sacarse al cadáver de su mujer de encima no escatimará ningún tipo de esfuerzos y sostiene desde su más fina ironía: "Pero por favor, Dios no existe!" en su charla con el ayudante del rabino). Y Fernando Luján le saca el mayor de los provechos: logra momentos sutiles, emotivos, nos transmite una diversidad de matices tan sólo a veces con su mirada y se apodera de cada línea de diálogo con una naturalidad que se festeja, al igual que el resto del homogéneo elenco. Sobre todo en su segunda mitad, la película logra abandonar un poco el tono de comedia y anclar más profundamente en esa historia de amor y desamor que unió con tanta fuerza a estos dos seres que aún separados no han logrado olvidarse nunca y es ahí cuando la historia gana en fuerza y en interés, demostrando que Chenillo pudo abordar esta pequeña gran historia no solamente desde un costado de comedia sino también fluir en una historia tan sencilla como entrañable. Son de esas películas que siguen latiendo en uno, mucho, pero mucho tiempo más después de terminada la historia. De lo mejor del año, sin lugar a dudas