Clichés en alta mar Debe haber pocas temáticas más cinematográficas que la de los náufragos, sin duda uno de los tópicos predilectos de Hollywood porque reduce el infaltable conflicto narrativo de toda historia que se precie de tal, en este caso un relato clásico de supervivencia, a un único y vasto escenario y a un único personaje central, el cual a veces puede estar acompañado de un puñado de secundarios de cotillón. El catálogo de variantes del rubro abarca la isla desierta símil Robinson Crusoe, pensemos en Castaway (1986) y Náufrago (Cast Away, 2000), la versión volcada al horror de Mar Abierto (Open Water, 2003) y The Reef (2010), y finalmente la que apunta a sobrellevar las peligrosas inclemencias oceánicas en la misma embarcación de turno, en la tradición reciente de Todo Está Perdido (All Is Lost, 2013), Un Viaje Extraordinario (The Mercy, 2018) y el film que nos ocupa A la Deriva (Adrift, 2018). En lo que respecta a este último subgrupo, sinceramente casi toda la producción de nuestros días está muy lejos de -por ejemplo- Ocho a la Deriva (Lifeboat, 1944), aquel clásico de tono bélico de Alfred Hitchcock que se desarrollaba y fue estrenado en plena Segunda Guerra Mundial, ya que el cine contemporáneo suele fetichizar tramas más generalistas/ existenciales que estrictamente orientadas a problemas de la actualidad, en esencia por esa obsesión del mainstream con hacer películas para todos los benditos públicos del planeta: así como Todo Está Perdido es superior a Un Viaje Extraordinario, ésta -aun con sus fallas- se ubica por encima de la melosa y repetitiva A la Deriva, un opus dirigido por el islandés Baltasar Kormákur, un señor conocido en especial por Everest (2015), Contraband (2012) y la formalmente similar pero mucho más interesante Lo Profundo (Djúpið, 2012). La historia involucra a una parejita de burgueses, Tami Oldham (Shailene Woodley) y Richard Sharp (Sam Claflin), que en un periplo en un velero a través del Océano Pacífico son golpeados por un huracán que la deja a ella algo lastimada, al barco bastante destruido y a su novio muy malherido: obligada a conducir el yate apenas con un sextante hacia Hawaii, la mujer hará lo posible para sobrevivir a un derrotero siempre cercano a la muerte. La película, que está basada en un suceso real mucho más crudo de 1983 con motivo del Huracán Raymond, lamentablemente apuesta a constantes saltos en el tiempo entre el romance y los preparativos del viaje por un lado y la dialéctica del superviviente posterior a la embestida climática por el otro, lo que origina una obra esquizofrénica que no unifica correctamente ambos enclaves retóricos ni tampoco ofrece la mejor versión de cada uno. Quizás el principal inconveniente pase por la muy mala decisión creativa de mantener vivo al hombre durante gran parte del metraje para en el final recaer en otro de los estereotipos del cine en materia de “situaciones límite” de aislamiento, circunstancia que genera una impronta bien monótona ya que lo que pudiese haber sido un atractivo contraste entre el idilio del pasado y la tragedia del presente, se transforma en cambio en una aventura monotemática centrada más en diálogos edulcorados y planteos trillados del melodrama que en la odisea de fondo en alta mar. Más allá de los lugares comunes, Woodley está muy bien porque es una chica mucho más normal que las modelitos que suele elegir Hollywood en productos como estos, aquí nos topamos con dos canciones maravillosas de Tom Waits, Hope I Don’t Fall in Love with You y Picture in a Frame, y a decir verdad se nota la experiencia de Kormákur rodando en ambientes extremos porque consigue pasajes de gran belleza natural. Tan bienintencionada como intrascendente y bobalicona, A la Deriva no puede escapar de sus clichés y una inflexión empalagosa que termina siendo su perdición…
Una historia con más romance que adrenalina, y más aburrida que entretenida, excepto que esta película sea tu primera experiencia con este tipo de género. La parte que tiene que ver con la catástrofe está tan...
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El director de “Everest” (2015) nos propone este drama romántico y de supervivencia que navega por aguas conocidas, pero que finalmente llega a buen puerto gracias a una inspirada e hipnótica performance de Shailene Woodley (“Big Little Lies”, “Los Descendientes”). Siendo realistas, “Adrfit” es un film que hemos visto infinidad de veces. Los dramas marítimos de supervivencia con gente a la deriva que tiene que sobrevivir a la desolación de alta mar, la escasez de comida, las tormentas y las posibles alucinaciones producto de la deshidratación, son bastante abundantes. Entre las mejores opciones hemos visto “Cast Away” (2000) de Zemeckis, “All is Lost” (2013), “Open Water” (2003) y otras tantas películas. La que se estrena esta semana tiene la particularidad de estar basada en una historia real de una pareja que se embarcó en una aventura que se tornó en tragedia antes de tiempo. Los jóvenes Tami Oldham (Shailene Woodley) y su novio Richard (Sam Claflin) se hacen a la mar en su velero, pero en medio del océano se ven sorprendidos por una de las mayores tormentas jamás registradas. Tras el paso del huracán, Richard sale herido, y Tami tendrá que ponerse al mando para intentar sobrevivir a la deriva con el velero roto, sin comida y sin agua. Por el lado narrativo, lo atractivo (aunque por momentos bastante repetitivo) está en que la estructura alterna flashbacks donde se irá revelando cómo los jóvenes se conocen y terminan decidiendo hacer el fatídico viaje que cambiará sus vidas para siempre, con el presente donde la pareja ya se encuentra a la deriva y sufriendo las consecuencias de la temible tormenta. La obra recae en ciertos lugares comunes que tienen este tipo de historias de personas enfrentadas al temible poderío de la naturaleza y a situaciones límite que los ponen a prueba tanto física como psicológicamente. No obstante, la joven Woodley demuestra una vez más su habilidad interpretativa para componer a personajes fuertes. Por el lado de los aspectos técnicos, resalta la fotografía de Robert Richardson (“Hugo”, “The Hateful Eight”), quien otorga su sello clásico en cuanto a propiedades visuales a esta historia que requería de un inspirado estilo visual. Si bien, como dijimos, la cinta no ganará premios por su originalidad, sí podemos decir que Kormákur imprime su fresca personalidad y su habilidad para desarrollar el drama. “A la Deriva” es un film correcto pero poco innovador. Una propuesta cinematográfica que podría haber sido mucho más debido a los talentos (tanto delante como detrás de cámara) involucrados, pero que no termina de romper el molde de la media de este tipo de dramas de supervivencia con componentes románticos.
La historia del náufrago y su supervivencia a base de inteligencia, instinto y suerte, ha seducido desde tiempos inmemoriales a los espectadores, lectores y mucho más. De “Robinson Crusoe” para acá hay una infinidad de historias que lo avalan y afirman. Los relatos inspirados en la épica de la resistencia han rendido en diferentes pantallas y formatos, y si no basta observar que al menos cada dos años la industria del cine impulsa un nuevo proyecto de estas características y más cercano en el tiempo la búsqueda de acercar a nuevas generaciones a los mismos es evidente. En este contexto, “A la deriva” (2018) basada en hechos reales, mezcla las dos afirmaciones de más arriba, una, relacionada a la epopeya del náufrago y otra el acercamiento inevitable a un público teen. En esta oportunidad esa conjunción se da por la narración de los hechos que atravesaron la historia de una joven que decidió cambiar drásticamente su vida y embarcarse con su recientemente prometido en una travesía en alta mar. Enmarcada en una romcom que suma la acción de la intrepidez de la aventura, termina perdiendo el rumbo y ni siquiera la fuerza de su protagonista puede contrarrestar algunos errores y decisiones que opacan el resultado final. Hace unos años la inédita “Todo está perdido”(2013) con Robert Redford en silencio luchando con sus fantasmas y miedos, ofrecía un espectáculo único, además de una de las mejores actuaciones de su carrera. Pero también hubo otras propuestas como “Gravedad”, “Mar Abierto” y hasta la mismísima “Naúfrago”, que entendieron el negocio y terminaron ofreciendo espectáculos cinematográficos acordes a la epopeya que se narrará. Aquí, uno comprende el código y el destino del producto, teens que desean inspirarse con un relato almibarado de lucha y coraje, y como era de esperar, al poco tiempo del idilio entre los protagonistas, una tormenta complicará el viaje y “a la deriva” deberán sortear obstáculos, primero, para reencontrarse en medio del agua, y luego, para poder llegar a tierra de alguna manera. En su afán de acercarse a nuevas generaciones, aquellas que supieron disfrutar del talento de Shailene Woodley en la saga “Divergente”, el director Baltasar Kormákur (el mismo de “Everest”) construye un relato de fórmula, donde la tragedia no inspira, el drama es de mentira, y los efectos especiales sólo suman desorientación a fuerza de estridencia y ruidos. “A la deriva” omite renovar al género, y en la chatura con la que presenta su historia avanza a regañadientes entre un híbrido que termina perjudicando el tempo del relato y su necesaria empatía con los protagonistas. Woodley hace esfuerzos denodados para representar con verosímil a su personaje, y lo logra pero el artificio se nota todo el largometraje. En otras oportunidades ha ofrecido naturalmente sus interpretaciones y eso también es un obstáculo en la historia, una propuesta olvidable y que sumerge al espectador en la nada misma por unas horas.
La pelota Wilson tenía más onda Si la idea del Hollywood decadente es alejar al público adolescente de la pavada bajo el pretexto de historias de superación o supervivencia en alta mar como es el caso de este mediocre espectáculo, como diría Tom Hanks en Apollo 13: “Hollywood, tenemos un problema”. Y precisamente Tom Hanks en una de sus olvidables películas interpretaba a ese náufrago barbudo que andaba en la isla con una pelota de volleyball en una versión edulcorada de la épica literaria Robinson Crusoe. El título local es elocuente y ahorra palabras para la sinopsis. Quienes se encuentran a la deriva son una parejita de novios (Shailene Woodley y Sam Claflin) en medio del océano Pacífico. Procuran ganarle a una tormenta y llegar antes que se desate la hecatombe en el océano. Es obvio que gana la tormenta y también cómo puede desarrollarse una historia trillada de supervivencia y predecible al minuto que ese velero llamado Hazaña la pasa realmente mal con los tumbos en el agua y los rostros de desesperación de la protagonista. Nada funciona en este film destinado a adolescentes, ni siquiera el drama que implica sobrevivir sin agua potable, con poca comida y a merced de las inclemencias del tiempo y la resistencia de una embarcación pequeña como un velero. Tampoco alcanza que este producto dirigido por Baltasar Kormakur (Everest) se inspire en un hecho real (fotos de los verdaderos protagonistas para que no queden sospechas hacia los créditos finales) desde lo narrativo con ese punteo entre pasado y presente para lograr empatía con la parejita carilinda y feliz, o sufrir cuando sube el agua y la decadencia…perdón, digo, el agua los tape.
Cada tanto aparecen historias sobre naufragios. Pero no todas están basadas en casos reales. “Adrift” cuenta la historia de Tami Oldham (Shailene Woodley) quien está recorriendo el mundo y en uno de sus trabajos temporarios en Tahiti conoce a Richard Sharp (Sam Claflin) experto navegante y dueño de un velero e inmediatamente se enamoran. Cuando están por emprender un viaje, el destino cambia el curso del mismo cuando una pareja mayor, amiga de Richard, les pide que lleven su velero a California y les ofrece, a cambio, vuelos de regreso en primera clase. Lo que no saben es que se avecina el Huracán Raymond, de categoría 5, que destrozará todo. Lo que sigue es lo que sucede en éstos casos, racionar la comida y el agua, alucinaciones por falta de lo anterior, heridas varias y problemas con la embarcación. El Director Baltasar Kormakur cumple con lo que se espera en éste tipo de films: aventura, romance y una excelente actuación de una de las grandes de esta época: Shailene Woodley, ella es la verdadera heroína de la película. Además de eso, cuenta con una muy buena fotografía de Robert Richardson. ---> https://www.youtube.com/watch?v=IL3iEgOHc1c ---> TITULO ORIGINAL: Adrift ACTORES: Shailene Woodley, Sam Claflin. Jeffrey Thomas. GENERO: Drama , Aventuras .
Basada en la historia real que sufrió Tami Oldham a bordo de un velero que iba desde Tahití hasta San Diego, el director islandés Baltasar Kormákur vuelve a mostrar la lucha del hombre contra la naturaleza luego de su film Everest. A la deriva es una historia de amor y de supervivencia en medio del océano, como tantas otras: Tami -Shailene Woodley-, una chica sin rumbo fijo que prueba trabajos temporarios y va donde la lleva el viento, conoce al carismático Richard -Sam Claflin-, que tiene una embarcación. Ambos inician un romance y una travesía por el mar y son sorprendidos por una de las mayores tormentas jamás registradas. Sin comida, sin agua y con un velero casi destruído, deberán hacer frente a las adversidades climáticas. La película va alternando el pasado -antes del viaje- y el presente a bordo del velero que los tiene como rehenes de un mar embravecido y en medio de una atmósfera de desconcierto y alucinaciones. Con este esquema narrativo, el realizador propone una película que se apoya más en las escenas dramáticas que en el cine catástrofe, permitiendo el lucimiento de Shailene Woodley,quien también oficia de productora, luego de sus aplaudidos papeles en Los descendientes, Bajo la misma estrella y la saga Divergente. El drama es su fuerte y lo transita con comodidad, brindando potencia interpretativa en cada una de las escenas cuando queda a merced del huracán junto a su compañero malherido. El relato, sencillo y tramposo, abre con el naufragio y traza un paralelismo entre las vidas de los protagonistas de espíritu libre que viven sin demasiadas preocupaciones y la pesadilla que duró 47 días. Sin ser La tormenta perfecta y con más suerte que la reciente Un viaje extraordinario, que protagonizó Colin Firth, la película se mantiene a flote.
Es el tipo de películas que toman a sobrevivientes de tragedias en la vida real, que primero narraron sus experiencias en un libro best seller y luego llega al cine. En este caso la protagonista Shailene Woodley, una ídola del mercado adolescente, es la productora de un film hecho a su medida de lucimiento. Y ella que sufrió y sufre en este trabajo, y es el principal atractivo para sus numerosos fans. No en vano la siguieron en la saga de “Divergente”, y sabe tener el tono dramático “para llorar” cuando hizo de paciente de cáncer en “Bajo una misma estrella”. Aquí dio un paso más en esta aventura terrible, sobrevivir a una tormenta de grado 4, estar como dice el titulo a la deriva en el medio del océano, con su pareja gravemente herida y sobrevivir en contra de toda esperanza. El caso de Tami Oldham Ashcraft ocurrió en l 983, cuando ella tenía 23 años y su prometido Richard Sharp 34. De la historia real a la ficción hay cambios, los guionistas Aaron y Jordan Kandell, con David Branson Smith adaptaron algunas cosas que le permitieron al director islandés Baltasar Kormákur lograr un entretenimiento sostenido. Todo el tiempo y con buen ritmo se va de la supervivencia al inicio del romance, a la búsqueda de la química entre Woodley y Sam Clafin (“Los juegos del hambre 1 y 2”) que llega acertadamente, y el uso de la tormenta de manera equilibrada para que nadie piense que es un film catástrofe. La trama tiene además una vuelta de tuerca a los efectos dramáticos.
Con mi balsa yo me iré a naufragar Aunque los intereses que ha demostrado el director islandés Baltasar Kormákur a lo largo de su carrera son muy variados, una de las constantes que es posible encontrar en ella es su obsesión por las aventuras basadas en hechos reales que terminan en tragedia. A la deriva, su último trabajo, es un exponente de esa tendencia. De esta manera se suma a otros como Everest (2015), que narra la malograda experiencia de un guía de alpinistas que muere junto con algunos de sus guiados durante una subida al monte del título. O The Deep (2012), que como la que hoy se estrena aborda el desafío de sobrevivir en el mar luego de una tormenta. En este caso se trata de la historia de Tami Oldham (alter ego de Tami Ashcraft, autora del libro autobiográfico en que se basa la película), una joven californiana que luego de vivir una vida de trotamundos recala en Tahití. Ahí conoce a Richard, un joven marino con el que empieza una historia de amor. Tras nueve meses de noviazgo, en lugar de un hijo la pareja recibe un encargo: llevar el yate de unos clientes de Richard desde la polinesia hasta San Diego, California. Además de la puerta de entrada a una aventura, la oferta representa una buena suma de dinero y la posibilidad para Tami de regresar a visitar a su familia. Para complejizar la cosa Kormákur aborda la historia partiéndola en dos. La película comienza con la protagonista despertando en el yate a medio hundir, en algún lugar del Pacífico y sin rastros de Richard. De ahí en más irá narrando las mitades en paralelo, yendo de la historia de amor cada vez más rosa al cuento de supervivencia en el que Tami pasará más de 40 días a la deriva. No hay motivos de peso que justifiquen ese desdoblamiento más allá de una búsqueda de impacto prefabricada. Apenas la necesidad de que la secuencia en la que el yate se enfrenta el tifón tenga lugar sobre el final y no en medio, ya que esto último hubiera hecho que a partir de ahí media película transcurriera narrativamente cuesta arriba. La alteración del orden, que más que un truco es pura truculencia, es acompañada por una vuelta de tuerca de esas que pondrá a más de uno en el incómodo lugar de desearle el mal al guionista. Un giro que tampoco es original. Quienes hayan visto Una aventura extraordinaria (2012) podrán sentirse en presencia de un dejá vú, aunque sin el costado maravilloso que le daba a la película de Ang Lee un sobrecargado aire de fábula oriental. A la deriva evidencia, además, las limitaciones de Kormákur como narrador a la hora de encarar su obsesión por las historias reales. No hay más explicación que la falta de ideas (o la pereza) para que el epílogo sea un calco del final de Everest, con las imágenes de los personajes reales recortadas sobre un fondo negro. Como si eso garantizara el vínculo de la película con la realidad. Como si eso fuera lo importante a la hora de hacer cine.
La chica y el mar A la deriva (Adrift, 2018) es una dura historia de supervivencia basada en hechos reales - cortesía del mismo director de la descarnada Everest (2015) - pero empaquetada cual tragedia romántica para “jóvenes adultos”. Comparación que se invita sola dada la presencia de Shailene Woodley y Sam Claflin, ídolos importados de las sagas Divergente (Divergent) y Los juegos del hambre (The Hunger Games), y se afinca en las cursis y mundanas escenas en las que se cortejan. Tami y Richard son dos jóvenes itinerantes que cruzan caminos en Tahití. La atracción es instantánea: comparten pasados turbios, les gusta navegar. Nunca los conocemos mucho más allá de las primeras impresiones. Sin nada mejor que hacer aceptan la oferta de pilotar un yate 6500 kilómetros hasta San Diego. El motor de la embarcación es destruido durante un huracán y ambos quedan flotando a la deriva, casi sin raciones y con la débil esperanza de dar con alguna de las pequeñas islas que muestra el mapa. Que el guión esté basado en un libro escrito por una tal Tami remueve gran parte de la tensión de la película, cuyas escenas alternan indiscriminadamente entre el cortejo de la pareja en tierra firme y el tour de force que prosigue la noche del huracán. Las escenas de peligro y supervivencia en altamar tienen todo que envidiarle a la superior Todo está perdido (All ls Lost, 2013), excepto por la ingenuidad fotográfica de Robert Richardson. En cuanto al aspecto romántico, Woodley y Claflin tienen buena química pero logra ser aún menos memorable, víctima de cursilerías que ni siquiera escapan la autocrítica de la propia película. El montaje alternante roba de inmediatez a la historia sin agregar nada salvo relleno que cumple el único propósito de la elipsis. ¿Dónde está la visceralidad de Mar abierto (Open Water, 2003), 127 horas (127 Hours, 2010), Gravedad (Gravity, 2013)? El diálogo entre las dos mitades de la película se vuelve repetitivo e irrelevante. Tami oscila entre brava heroína y objeto de desprecio al menospreciar inicialmente la oferta laboral por motivos banales y preferir (brevemente) morir de hambre a comer pescado. Si A la deriva se mantiene a flote es gracias a un giro de creatividad, casi hacia el final de la cinta. Es difícil de describir sin arruinarla pero es el buen tipo de giro, de los que se mantienen imprevisibles hasta que ocurren y entonces resultan obvios. No es que cambia el significado de la película sino que le da uno. ¿Es preferible esperar al final de una historia para sorprender con un momento de ingenio a ahorrarse las sorpresas y emplear dicho ingenio desde el comienzo? Shailene Woodley es una buena actriz e imbuye a Tami con una vivacidad y simpatía que el guión desconoce. Recorre de manera sucesiva y convincente los estados de pánico, desesperación, deterioro, pena y coraje. Hay una historia verdadera y asombrosa debajo de todo, pero la dirección de Baltasar Kormákur es demasiado hastiada como para inspirar grandes emociones y el guión - escrito a seis manos - es tan arrítmico y desequilibrado que no le hace gran justicia.
Lo mejor que te puede pasar con este estreno es no conocer la historia real, e ir enterándote de todo ni bien avanza el metraje. Por fortuna (como espectador) yo no sabía nada, y eso me permitió experimentar bien el film. El no saber el final es clave. Pero si ya conocés la historia también se puede disfrutar. Porque el “cómo” está muy bien narrado. En ese sentido, me pareció muy piola la manera en la cual está construido el montaje (tal vez incluso desde el guión), en forma no lineal. El director islandés Baltasar Kormákur, quien ya trabajó en temáticas marítimas en su filmografía, hace un buen trabajo para generar momentos de tensión y desolación. Pero es Shailene Woodley quien se roba todos los aplausos. Ya sea en cine o en tv, en trabajos más o menos comprometidos, siempre demuestra que es una de las mejores actrices de su generación. Aquí, como Tami Oldham, te hace vivir todas sus emociones. El film también funciona a nivel romántico, y es ahí donde Sam Claflin cumple muy bien su rol. La duración es la justa, y si bien le falta épica tal como en Naufrago (2000), por ir a la obvia comparación, la película no apunta a ello. Te entretiene y te moviliza porque es una historia real. Cumple.
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“A La Deriva” (Adrift, 2018) es un drama romántico dirigido por Baltasar Kormákur (Everest) y escrito por David Branson Smith, Jordan y Aaron Kandell. La cinta está basada en el libro autobiográfico “Red Sky in Mourning: A True Story of Love, Loss and Survival at Sea”, que Tami Ashcraft escribió junto a Susea McGearhart. Protagonizada por Shailene Woodley (que también es una de las productoras) y Sam Claflin, el reparto se completa con Grace Palmer, Jeffrey Thomas y Elizabeth Hawthorne. La historia se centra en la vida real de Tami Oldham (Shailene Woodley), una joven californiana de espíritu aventurero que en 1983 llega a la isla de Tahití sin tener un trabajo fijo ni saber cuánto tiempo se quedará. Allí conoce a Richard Sharp (Sam Claflin), un marinero inglés de 33 años que hace un tiempo construyó su propio barco. Con el pasar de los meses los dos se van enamorando y empiezan una relación. Un día, Richard se topa con Christine (Elizabeth Hawthorne) y Peter (Jeffrey Thomas), unos viejos amigos que le piden un favor: como ellos deben volverse rápidamente a Londres, necesitan que alguien navegue su yate por el océano Pacífico hasta la ciudad de San Diego. Si Richard acepta ayudarlos, recibirá diez mil dólares y pasajes de ida y vuelta en primera clase. Tami y su novio se embarcan en esta aventura; no obstante, las cosas comienzan a complicarse debido al huracán Raymond, que alcanza dimensiones jamás imaginadas. Las películas románticas buenas en este último tiempo escasean, ya sea porque no se desarrollan bien los personajes, porque se usan demasiados clichés o debido a que la emoción que pretenden transmitir no traspasa la pantalla. Por suerte, “A La Deriva” escapa a todo eso y sin dudas quedará en la memoria de los fanáticos del género, más aún porque es un relato real. La estructura narrativa no es lineal, es decir que veremos escenas del barco destrozado luego de la tormenta combinadas con los hechos que ocurrieron cinco meses antes, cuando Tami conoce a Richard. Aunque al principio esta forma de contar la historia pueda resultar chocante, mientras pasan los minutos uno se llega a acostumbrar, por lo cual la edición deja de ser un problema. Se podría decir que la película tiene una duración corta (1 hora y 40 minutos), sin embargo al espectador le deja la sensación de que fue muchísimo más larga. Y esto no tiene que ver con que el filme sea aburrido o pesado, sino que uno sufre emocionalmente casi de la misma manera que los protagonistas, por lo que, al involucrarnos tanto, la travesía también es abrumadora para nosotros. Con respecto a esto último, el mérito absoluto lo comparten tanto el director como los protagonistas. Baltasar Kormákur decidió que más del 90% de la cinta sea filmada en el mar, por lo que la mayoría de las escenas tienen un realismo impactante. La cámara se mueve como el océano y en varias ocasiones vemos por debajo del agua, recurso más que bien utilizado. En cuanto a los actores, la química entre Woodley y Claflin es innegable. Sus miradas, sonrisas, el apoyo mutuo que se dan y la enternecedora relación sana que construyeron son solo algunos de los aspectos que consiguen que la empatía hacia ellos sea suprema. Párrafo aparte para Shailene, que luego de verla actuar en Adrift se entiende por qué también quiso ser productora. La actriz nació para interpretar este papel y es imposible imaginarse a otra persona en el rol de Tami Oldham ya que las dos mujeres comparten varias similitudes en cuanto al estilo de vida. Antes del rodaje Woodley, que ya era amante del agua, perfeccionó sus habilidades náuticas y durante la etapa de filmación se sometió a una dieta extrema en la cual comía solo 350 calorías por día, para así reflejar cómo Tami pasó los días en el medio de la nada racionando las pocas latas de sardinas que le quedaban. Ultra natural en todo momento, es casi imposible no emocionarse con su interpretación, la cual se alza como una de las mejores de su carrera. “A La Deriva” deja un gran mensaje de fortaleza, vulnerabilidad, supervivencia y, sobre todo, amor. Para disfrutarla a pleno es recomendable no leer nada sobre la historia real de Tami. Eso sí, ¡no olvides los pañuelitos!
En 1983, la estadounidense Tami Oldham Ashcraft se embarcó en una travesía por el Océano Pacífico: debía pilotear un yate desde Tahití a San Diego. Pero el huracán Raymond destrozó la nave y la dejó a la deriva durante 41 días. Ella sobrevivió para contarlo en una novela que ahora tiene esta adaptación cinematográfica. Tal vez hoy más que nunca, ante la escasez de ideas el cine recurre a hechos de la vida “real” para alimentar sus guiones. Uno de los riesgos que se corren es que salgan películas como A la deriva. Es decir: realistas, atentas a reproducir los acontecimientos en los que están basadas con el mayor grado de verosimilitud posible, pero carentes de alma. El islandés Baltasar Kormákur tiene experiencia en contar este tipo de proezas verídicas, en las que el ser humano lidia con la Naturaleza y vence, o al menos no es vencido: entre muchas otras, dirigió y produjo Lo profundo (2012, también una historia de supervivencia náutica) y Everest(2016). Aquí muestra que esos trabajos no fueron en vano: a diferencia de películas recientes del mismo estilo (como Un viaje extraordinario, de James Marsh) las escenas que transcurren en alta mar son creíbles. Que emocionen es otro tema. Toda la ficción transcurre entre el presente, en alta mar, y flashbacks del pasado, que nos muestran cómo Tami llegó a emprender esta aventura. Pero para sostener la narración, se apela a un recurso engañoso para el espectador. Y la atención está tan puesta en atenerse a contar los hechos tal cual fueron, que la empatía queda en el camino: naufraga mucho antes que la protagonista. Y si la suerte de los personajes no nos importa, ya nada de lo que pueda sucederles tiene demasiado sentido.
Las historias de los sobrevivientes a un naufragio, solos en medio del mar, ya se ha filmado muchas veces, y tal vez ésta sea la principal falla de la buena película del islandés Baltasar Kormakur, que emigró a Hollywood para hacer excelentes thrillers como "Contrabando". Aquí, a pesar de la inmensidad del océano, Kormakur se vuelve más intimista, ya que el truco para mantener el interés dramático es una narración no lineal que intercala escenas de la historia de amor entre los dos protagonistas con los angustiantes momentos de los más de 40 días de supervivencia a la deriva en un velero medio destruido. Shailene Woodley y Sam Claffin son los navegantes que se conocen en la Polinesia y, pocos meses después, aceptan el encargo de llevar un lujoso velero desde Tahití hasta San Diego en los Estados Unidos. Pero el cruce del Pacífico se complica cuando les aparece un tifón. Basada en una historia real, la película tiene imágenes atractivas y una creíble actuación de la protagonista, pero el aire a déjà vu no falta en la mayoría de las escenas.
Entretenida épica enalta mar Con películas como Una aventura extraordinaria, Kon-Tiki: Un viaje fantástico y All is Lost, entre otras, el cine ha manifestado desde siempre (pero muy especialmente durante la última década) una enorme fascinación por las historias épicas de supervivencia en alta mar. Y, si los naufragios están inspirados en casos reales como el que reconstruye A la deriva, mejor todavía. En su nueva película el eficaz narrador que es el islandés Baltasar Kormákur ( Everest) reincide en ese apuntado subgénero (en 2012 hizo Lo profundo) contando la historia de Tami Oldham (convincente actuación de Shailene Woodley, también coproductora), una joven californiana que viaja sin rumbo fijo y en 1983 recala en Tahití, donde conoce a Richard Sharp (Sam Claflin), un inglés que comparte su pasión por la navegación. Luego de un romance en tierra comenzará un viaje de 6000 kilómetros en el mar plagado de infortunios que es mejor no revelar. El creador de la serie Trapped toma una decisión polémica al hacer pendular la narración entre el presente trágico y el pasado idílico dilapidando por momentos algo de intensidad emocional. De todas maneras, el relato recupera de a ratos la potencia con esos impulsos de supervivencia, improvisaciones y actos heroicos que convierten en irresistible a la mayoría de los exponentes de este subgénero. A la deriva, está claro, no quedará en la historia grande del cine, pero resulta un noble entretenimiento con mensaje inspirador.
A la deriva es una película de amor y supervivencia basada en un historia real, protagonizada por Shailene Woodley y Sam Claflin, dirigida por Baltasar Kormákur. Tami Oldham es una joven de espíritu libre que se dedica a viajar y a recorrer diferentes países con el fin de conocer lugares y culturas nuevas. En 1983, durante su estadía en Tahití conoce a Richard Sharp, de quien se enamora rápidamente ya que comparten el amor por la navegación y la aventura. Al poco tiempo de iniciar su relación, una pareja amiga de Richard desea contratarlo para que navegue su yate desde Tahití hasta San Diego. Tras contemplar lo que significaba para la pareja emprender este viaje juntos, ambos deciden aceptar la oferta y se embarcan rumbo a Estados Unidos. Los primeros días del viaje Tami y Richard se encuentran cargados por la emoción de cruzar el océano y la oportunidad de apreciar la naturaleza que los rodea, al mismo tiempo fortalecen su vínculo y disfrutan de su compañía. Pero, hacia la mitad del recorrido los sorprende una fuerte tormenta tropical que hace que su barco pierda el control y quede a la deriva. Desafortunadamente, la tormenta arrojó a Richard hacia el océano y dejó a Tami con un fuerte golpe en la cabeza. Sola y desesperada, a bordo del yate destrozado, Tami se ve forzada a seguir adelante para salir de esta situación y sobrevivir para poder llegar nuevamente a tierra. A la deriva vale más como recuento de una extraordinaria historia real que como obra cinematográfica. Lo que le tocó vivir a esta mujer, su historia de supervivencia, es tan increíble que al escucharla cualquiera pensaría “esto parece una película” de tan inverosímil que resulta. El film tiene algún que otro punto destacable como la actuación de Shailene Woodley en los momentos más desgarradores del drama o como las imágenes avasallantes de la tormenta en medio del océano. Pero así y todo no deja de tornarse un poco insulsa y predecible en sus formas. El relato está compuesto por dos líneas temporales que se entremezclan mostrando el inicio del romance y la aventura por un lado y por otro el esfuerzo de la protagonista por sobrevivir, ubicando como punto culmine de la historia la terrible tormenta. Lo más atractivo resulta llegar a ver el punto de quiebre de Tami y como, encontrándose en la peor situación posible, logra salir adelante y consigue sobrevivir para contar su historia y la de Richard.
Náufragos del amor Ala deriva cuenta la historia de Tami Oldham (Shailene Woodley) y Richard Sharp (Sam Caflin), una pareja que sufre un accidente náutico con trágicas consecuencias. Basada en la novela Cielo rojo en duelo: Una historia real sobre el amor, la pérdida y la supervivencia en el mar escrita por la propia Tami, relata la historia real de una pareja que se conoce en medio de sus deseos de vivir una aventura. Quien lleva adelante la trama, por supuesto, es ella. Se nos presenta como un espíritu libre, que decidió como si nada viajar por el mundo sin tener ancla. Se encuentra en Tahití cuando conoce a Richard durante una cita grupal en la que inmediatamente logran química. Ambos comparten ese deseo por vivir experiencias nuevas y recorrer distintos lugares. El flechazo es instantáneo, y comienzan a obrar en consecuencia realizando actividades que satisfacen su forma de ser aventurera. Entre ellas aceptar navegar un yate más de 6000 Kilómetros hasta San Diego. Todo es idílico hasta que se cruzan con un huracán que destruye el motor de la embarcación, quedando -como indica el título- flotando a la deriva. Será el amor que ambos se tienen lo que los mantendrá vivos el mayor tiempo posible. Piloto de tormenta Baltasar Kormákur debe ser el realizador más famoso de Islandia. Básicamente los títulos más conocidos a nivel global de ese país, como Invierno Caliente, Un viaje al cielo o Lo profundo, fueron producidos y dirigidos por él. Justamente este último, sobre un pescador sobreviviendo en el helado océano de Islandia fue el que le abrió las puertas para en 2015 colocarse detrás de cámara del tanque Everest. Kormákur es algo así como un especialista en cine catástrofe, que a diferencia de gente como Roland Emmerich se fija más en la supervivencia de los personajes que en la espectacularidad de romper todo. Everest funcionó correctamente haciéndonos sentir todo el dolor de los protagonistas, de forma coral y realista, con una puesta dura y rigurosa. Que sea él quien se ubique detrás de A la deriva nos hacía presuponer un resultado similar; después de todo, la historia real se lo dejaba servido. El crucero del amor Sin embargo, A la deriva falla principalmente en empatizar con los personajes. Como si estuviésemos en otra de las adaptaciones de las novelas de Nicholas Spark, A la deriva es ante todo un drama romántico. Mediante flashbacks, o un largo preámbulo, veremos como Tami y Richard se conocen, cómo flirtean, crece el amor entre ambos, y la pasan idílicamente bien en ese yate hasta que el huracán se interpone en medio de los dos como el iceberg de Rose y Jack en Titanic. Luego ambos quedan flotando, con pocos medios de vida, asolados por otros peligros, y ante la muy difusa posibilidad de llegar a algún pedazo de tierra firme. Quienes conozcan la historia, saben el final, y los que no, no tardarán en adivinarlo. Porque lo que sobra en A la deriva es obviedad. Todo lo esperable sucede, y tal cual tiene que suceder. Woodley y Caflin lucen correctos, hay química entre ellos, pero el material que tienen en manos no los deja superarse. A la deriva no es un mal film, es uno poco estimulante. Poco de lo que sucede resalta un real interés en el espectador. Los hechos de supervivencia son suavizados y mínimos, y el romance es de catálogo, pensado para adolescentes, plagado de lugares comunes e inverosímil desde la creación de los personajes (no importa si son reales, no tienen carnadura, no los conocemos más allá de lo que se ve). La suma de golpes bajos tampoco ayuda. Baltasar Kormákur parecía tener todo en A la deriva para repetir con éxito la fórmula de Everest y Lo profundo.Privilegiar el drama romántico plano por sobre la acción que fuimos a ver, termina dando por resultado una experiencia del más puro aburrimiento.
NO CULPES A LA NOCHE, NO CULPES A LA PLAYA… Si vas a salir a navegar, avisá. A Hollywood le fascinan estas historias de supervivencia basadas en hechos verdaderos, y más aún cuando sus protagonistas van al extremo físico para serles fiel a los personajes de la vida real y sus peripecias. El islandés Baltasar Kormákur tiene a su cargo la dirección de este drama romántico basado (libremente) en el libro “Red Sky in Mourning: A True Story of Love, Loss, and Survival at Sea” de Tami Oldham Ashcraft, la verdadera heroína de esta historia, acá, interpretada por Shailene Woodley, quien quedó piel y hueso para representar los 41 días que la chica estuvo perdida en el Océano Pacífico cuando la enmarcación en la navegaba junto a su prometido Richard Sharp (Sam Claflin) fue sorprendida por el huracán Raymond. Los sucesos de “A la Deriva” (Adrift, 2018) tienen lugar en el año 1983. Tami es una joven de espíritu libre que recorre el mundo, de costa en costa, tras dejar atrás su hogar en California. La marea la lleva hasta Tahití donde consigue un nuevo empleo en los muelles y, a la larga, hace muy buenas migas con Richard, marinero experimentado que recorre las aguas con un botecito que construyó con sus propias manos. El amor no se hace esperar y los próximos meses son puro idilio para la parejita que empieza a hacer planes a futuro. Ahí es cuando Richard acepta la tarea de llevar una embarcación privada hasta las constas de San Diego, hogar natal de Tami, por una cuantiosa suma de dinero. Un poco reticente, al principio, la chica acepta acompañar a su enamorado, pero la tormenta los sorprende a mitad de camino, después de haber sellado su compromiso. Tras ser golpeados por la tormenta, Tami despierta después de varias horas de inconsciencia descubriendo que el yate está casi en ruinas, y tendrá que poner todos sus conocimientos y capacidades al servicio de la supervivencia, hasta encontrar la forma de volver a casa. Kormákur se encarga de que vivamos la experiencia de Oldham a flor de piel. Filma en el agua, de forma visceral, alternando los problemas del presente con todos los buenos momentos que vivió la pareja en los meses previos al naufragio. La historia va para adelante y atrás en el tiempo, pero viene con trampita, sobre todo para aquellos que no prestan la debida atención al comienzo de la película. Dejando de lado este recurso narrativo, un tanto berreta que aspira al golpe bajo y al giro de último momento, la historia de Tami se hace llevadera por los cortes temporales, el estilo visual del realizador y, sobre todo, el carisma de su protagonista femenina que es el alma de todo este embrollo. El resto, no deja de ser un relato monótono centrado en el romance idílico de la pareja, sentimientos que la impulsan a seguir adelante a pesar de que al océano no colabora. Kormákur decide filmar en Fiyi y los escenarios naturales se hacen bien palpables, también la odisea marítima de Tami, más si somos conscientes de las dificultades que implica rodar en el agua y en contra de los elementos ambientales. Se nota que los efectos especiales son mínimos, aunque no sean descollantes, pero el realizador los pone al servicio de la historia y del drama, que va in crescendo con cada minuto de metraje. “A la Deriva” no llega al extremo de sufrimiento de “127 Horas” (127 Hours, 2010), pero tampoco logra el mismo impacto como film de supervivencia. Nos podemos relacionar con la protagonista y su aventura fallida hasta cierto punto, aunque la potencia del relato no es tal como para emocionarnos y sentirla mucho más cerca en esos momentos más oscuros donde cree que todo ya está perdido. Es más, su invariabilidad termina aburriendo un poco y cayendo en lugares comunes (no olvidemos que se trata de una adaptación libre, no un documental), entregando una trama que no se destaca del esto, más allá de la potencia que le impone Woodley. Así y todo no alcanza. “A la Deriva” es un relato en primera persona, que van a disfrutar mucho más si no conocen el desenlace real. Si tenemos que comparar, “Everest” (2015), película anterior de Kormákur en la misma vena de “drama de supervivencia”, manejaba muchísimo mejor la tensión y los tiempos que requieren este tipo de aventuras para enganchar mucho más al espectador y llevarnos al borde de las lágrimas. Una vez más, hablamos desde la obra de ficción, de la cual se esperan ciertos “retoques” y concesiones, ¿o acaso no sufrieron por Rose y Jack en “Titanic”? En cambio, el realizador se inclina por un aspecto más “zen” y naturalista, como los verdaderos protagonistas de esta historia. Cuando vamos al cine a ver uno de estos relatos de vida, admitámoslo, nos llevamos puesto un poquito de morbo para disfrutar, también, por ese lado más macabro (es natural, no se sientan mal). Nos conmueven las historias de adversidad y supervivencia, pero al final, sólo nos importa quién vivió para contarla. Hay algo adrenalínico que juega con la tensión y el suspenso, incluso cuando conocemos los pormenores (“Apolo 13”, por ejemplo), de ahí que “A la Deriva” falle en este apartado y se quede solamente en la breve, pero apasionada, historia de amor que empuja la voluntad de la protagonista hasta la costa más cercana. No, no hablamos de “Titanic”. LO MEJOR: - Shailene Woodley es todo lo que está bien. - El estilo visual de Kormákur. - La moderación a la hora de los golpes bajos. LO PEOR: - La cadencia en el ritmo y la tensión. - Solucionar todo con “amor”.
Otra aventura de supervivencia basada en hechos reales, sobre la pareja que se embarca en un velero y queda a la deriva después del encuentro con un huracán. El islandés Baltasar Kormákur (Everest) le pone imágenes a un guión escrito a varias manos, que adapta el libro autobiográfico de la protagonista, Tami Ashcraft. Shailene Woodley la interpreta con soltura y convicción, la que cabe a una chica americana que viaja sola por el mundo, sin destino ni apuro, abierta a la aventura de los mapas y del corazón. Así conoce y se enamora de un inglés (Sam Claflin) navegante, y juntos parten con la misión de cruzar el océano, cuyas imágenes de postal se convertirán en infernales. Dos elementos, sin embargo, conspiran contra el suspenso y la sensación angustiante de la desventura. Uno es la decisión de contar esta historia yendo y viniendo en el tiempo constantemente, con lo cual el dramatismo se escapa entre piezas de un rompecabezas cronológico, en lugar de crecer. Y el asunto se pone algo parsimonioso, exigiendo una paciencia absurda para llegar a lo que ya sabemos que llega. El otro, menor, es la escasa química, como se dice, que transmite la pareja, único eje de la trama fuera de la catástrofe. Hay un romanticismo dicho y mostrado -un anillo, una cena romántica, un baile- pero que no parece atravesar la imagen. Eso sí, en el tramo de resistencia pura de su heroína en medio del mar está la potencia y el corazón de la película.
OTRA VEZ SOBRE EL AGUA La típica historia de supervivencia en el mar es un hecho que ya se ha visto en muchísimas películas, desde hace bastantes años. La épica que se genera por superar a la naturaleza en su estado más puro, conlleva un atractivo narcótico para los realizadores, que ven allí una gran oportunidad para filmar situaciones grandilocuentes y de superación personal. Trayendo un ejemplo más para esta categoría, llega A la deriva, película que narra la historia real de Tami y Richard, quienes intentando cruzar el Pacífico hacia los Estados Unidos, se cruzan con un huracán devastador que destroza el velero en el que viajan. Él queda gravemente herido y ella tiene que tomar el mando del velero averiado y encontrar ayuda en altamar, sin agua ni comida suficiente para sobrevivir. Desde su inicio, el film va transitando entre “el presente dentro de la historia” y constantes flashbacks que van contando cómo se inició y desarrollo la historia entre la pareja. Estas transiciones se encuentran prolijamente ubicadas y desarrolladas, permitiendo conocer más de cerca a los personajes y generar empatía con ellos. Sin embargo, lo que aquí falla es que salvo alguna cuestión en particular, la película no aporta nada nuevo en su trama. Es la misma historia que ya se ha visto en reiteradas ocasiones y que en esta oportunidad, se repite con mayor o menor eficacia. La deshidratación, la falta de comida, el sobrellevar una tormenta, las alucinaciones, son elementos que ya han sido explorados en infinidad del films de esta temática y que aquí se reiteran sin demasiada preocupación. Quizás lo más destacable de A la deriva sea su factura técnica, que hacen de la producción algo más rescatable. La gran utilización de planos, siguiendo de cerca a los personajes, con escenas muy bien recreadas, con la suma de un preciso trabajo sonoro y una correcta banda sonora, son los puntos más altos de la película, siendo estos quienes logran que la narración no caiga en un aburrimiento irrecuperable. Como conclusión, A la deriva es un film que sobresale por su realización técnica pero que no aporta mucho desde su trama. La correcta labor actoral no llega a impactar como para que la historia mínimamente sea emocionante, resultando una sucesión de hechos ya observados, que se ven genial y se escuchan bárbaro, pero que no impresionan en absoluto.
Aquí, el actor, director y productor de cine y teatro de origen hispano-islandés Baltasar Kormákur (“Everest”) se toma su tiempo para presentar a los protagonistas de esta historia basada en hechos reales. Ellos son dos jóvenes aventureros Tami (Shailene Woodley, “Bajo la misma estrella”) tiene 24 años vivía en San Diego, California y Richard (Sam Claflin, “Yo antes de ti”) ingles de 33 años. Ambos se conocen y deciden emprender un viaje en su velero por el Océano Pacifico, pero se enfrentan a un terrible huracán, sin medios para sobrevivir, en una ruta marítima desconocida y quedan totalmente a la deriva. Ambientada en 1983, si se conto esta historia es porque alguien logro subsistir. La cinta nos ofrece una interesante estructura narrativa, va intercalando los tiempos a través del flashback, donde hay suspenso, emoción y tensión, en un relato lleno de lucha, valentía y coraje, acompañada por una magnifica fotografía y banda sonora. Dentro de los títulos finales hay fotos de los verdaderos protagonistas. Si bien ya se vieron muchas historias similares, contiene diálogos llenos de ternura, todo envuelto en la tragedia y el dolor, con varios clichés, un planteo trillado y al final casi todo termina naufragando.
La historia de A la deriva ocurrió de verdad. En 1983, una joven de 24 años llamada Tami Oldham (Shailene Woodley) viaja sin rumbo por el mundo y llega a Tahití, donde conoce a Richard Sharp (Sam Claflin), un inglés de 33 años con la misma pasión que ella por la navegación. Se enamoran y tras unos días de romance se embarcan en una aventura por el Pacífico con el objetivo de llevar el yate en el que navegan a San Diego, California. Basada en la experiencia vivida por la verdadera Tami Oldham, que junto a su amado tuvo que enfrentar al huracán Raymond y sobrevivir durante 41 días en medio de la nada, la película del islandés Baltasar Kormákur (Everest) comete el error habitual de este tipo de producciones: quiere ser un drama verídico y conmover con recursos ridículos. Dueña de un berretismo sin timón, A la deriva está hecha para empalagar a un público que cree en la cursilería como el único lenguaje para expresar el amor. Por ejemplo, él le dice que quiere vivir para siempre con ella e improvisa un anillo de compromiso; ella dice que prefiere haber vivido toda esa desgracia climática a no haberlo conocido, porque la experiencia con él quedará en su recuerdo. Escenas así no funcionan ni como comedia involuntaria. Lo que tendría que haber sido autoconciencia irónica para atenuar el pretendido dramatismo realista es todo lo contrario: los lugares comunes están puestos con irrisoria seriedad en un filme que aspira a ser un drama lacrimógeno y solo logra que la historia sea insoportablemente artificial. ¿A quién le interesa el destino de una hippie pudiente que sale de mochilera a cumplir el sueño burgués de la huida de casa? Y él, todo musculoso, con la barba y la guitarrita al hombro, el aventurero que quiere navegar toda su vida con la chica independiente que fuma porro, con quien baila una pieza romántica en un restaurante de lujo y tiene sexo en lugares paradisíacos. Ni hablar de toda esa alegoría deplorable del amor, de las parejas que atraviesan un momento difícil y siguen luchando, porque el amor del otro nos tiene que hacer fuertes para sobrevivir. A la deriva es a las películas de náufragos lo que los stickers de los chocolates Dos Corazones son a la poesía. Su filosofía es la de los libros de autoayuda para adolescentes que tanta plata le dieron a la actriz protagónica, y los diálogos son un atentado contra la inteligencia.
Contar una catástrofe en alta mar como la de A la deriva no puede ser cosa fácil: hay que saber dónde poner la cámara, filmar el mismo lugar desde diferentes ángulos, trabajar con pocos personajes; hacer cine con una situación escasa, digamos. Baltasar Kormákur tiene algunas ideas y se las ingenia para alternar entre los pocos espacios que le provee el escenario: el barco, un bote y el agua. El dispositivo narrativo es precario pero parece que funcionara: hay dos protagonistas y el guion se las arregla para dejar gravemente herido a uno y descargar toda la tensión sobre el otro, que ahora debe ocuparse de la supervivencia. La película adquiere una potencia impensada en esos momentos de balance, cuando Tami tiene que inventariar lo poco que les queda, racionar las provisiones, hacer arreglos al barco. El mundo diseñado por Kormákur se impone y exhibe una dimensión material fascinante: el director entiende que, como en toda buena película de catástrofe (incluso si se trata de una catástrofe de escala pequeña como esta), el esfuerzo físico de los personajes resulta tanto o más poderosos que el espectáculo de la destrucción y que cualquier posible intensidad del relato, así como el desgaste del cuerpo, el cansancio y las heridas pueden llegar a constituir una amenaza igual de peligrosa que un desastre natural. Lástima que Kormákur no confíe lo suficiente en su propia invención y recurra todo el tiempo a flashbacks que reponen los momentos previos de la trama cuando Tami y Richard se conocen, se gustan, empiezan a viajar juntos y aceptan el encargo que los conduce a la tormenta. Los saltos en el tiempo terminan de completar el retrato de los personajes, pero también debilitan el pulso de la supervivencia: por tratar de moverse por muchos lugares a la vez, la película pareciera no estar del todo en ninguno, ni en el drama de la catástrofe ni en la historia romántica. Ninguna de las dos líneas está mal, Kormákur se las arregla más o menos bien para narrar la unión un poco accidentada de sus personajes tanto como la desesperación posterior a la tormenta, pero el salto permanente entre una y otra cosa hace que la película pierda espesor. En la misma línea están los cambios de tono, porque A la deriva no es de esas películas de supervivencia plena, que se juega todo al nervio de la lucha contra la adversidad: Kormákur prefiere de a ratos un tono medio lúgubre, una sensación de derrota que aplasta a la pareja y que la deja medio entregada a su suerte. Ya la historia de amor es un poco triste a pesar del contexto más bien vital en el que se desarrolla: rincones exóticos del mundo donde un tipo medio depresivo que navega solo conoce a una chica que viaja sin rumbo y que subsiste gracias a trabajos pasajeros. El encuentro es menos una aventura que la reunión de dos seres quebrados. El pilar que le permite al director ir y volver en el relato y mantener un mínimo de cohesión es sin dudas Shailene Woodley, que hace de Tami. Woodley tiene una manera particularísima de dejarse filmar: la actriz se afianza con el tiempo, como si en cada nueva escena mostrara algo nuevo o nos hiciera ver alguna cosa que se nos escapó en la secuencia anterior. La mayoría seguro la recordemos de la trilogía de Divergente, con su pose oscilante de chica grande, de niña inocente pero segura de sus convicciones. Woodley no tiene las facciones de la mayoría de las star: ciertamente es muy linda, pero los rasgos esperables están como fuera de lugar, levemente desordenados, un desarreglo que le confiere una intensidad infrecuente a Tami cuando mira o habla o tiene un objetivo en mente; una belleza un poco tosca, un poco salvaje que resulta perfecta para el personaje. Y si las idas y vueltas en el tiempo y el choque de climas sugerían que la película no se sentía del todo segura con sus materiales narrativos, cerca del final el relato lo confirma con una vuelta de tuerca de esas que no vemos desde hace más o menos diez años. Curiosamente, no se trata de un artilugio de guion totalmente despreciable, sino de un efectismo moderado que podemos disculpar sin darle mayor importancia.
Tami y Richard se conocen por casualidad en una esquina del mundo y su amor fue digno de esta película. Ella estaba viajando sin destino fijo, él recorría el globo en un barco que había construido. Adrift es el nuevo film de Baltasar Kormákur (2 Guns, Everest) y es la mezcla perfecta entre romance y drama de supervivencia que narra una desgarradora historia real.
A simple vista se podría intuir que estamos, una vez más, frente a un largometraje de aventuras, héroes y hazañas, pero que cambia nuestra perspectiva cuando nos enteramos de que es una historia real, ocurrida en 1983. Tami (Shailene Woodley) es inquieta, desestructurada, curiosa y viajera sin un rumbo fijo. Así llegó a Tahití para estar una temporada, no definida y pasarla lo mejor posible. A ella le fascina el mar, navegar y el surf. Cuando en el muelle conoce a Richard (Sam Claflin), un marinero en solitario que conduce su propio velero por los océanos del mundo, la fascinación y el espíritu aventurero de ambos, los atraerá indefectiblemente. Baltasar Kormákur describe de un modo clásico a este film un viaja del presente dramático y catastrófico hacia el pasado reciente, cuando la pareja se afianzó. Narrada como si fuese una novela romántica, los tiempos más apasionados, son endulzados hasta empalagar. Todo es ideal. Son lindos, jóvenes, felices, los lugares que visitan favorecen el idilio. Hasta que, un encuentro circunstancial con unos amigos de Richard les hará modificar sus planes de recorrer el mundo en el velero por algo más lucrativo y concreto que, en principio, no tendría que llevarles demasiado tiempo. Pero la suerte no fue completa para la pareja, y una feroz tormenta, de esas que se producen muy de vez en cuando, provocará el desastre y la tragedia en altamar cuando la sólida embarcación es una partícula minúscula en el océano, y Tami, sin quererlo ni desearlo, se convierte en heroína. A su personaje Shailene Woodley lo hace muy real. Es creíble y uno se identifica inmediatamente con ella. Su sufrimiento, desolación, desesperanza es evidente, Al igual que su fortaleza, pericia y valentía ante la adversidad. El relato alterna entre imágenes estéticamente bellas y edulcoradas, con otras que son las más sufridas por los protagonistas, donde la soledad y el deterioro físico se hace cada vez más evidente con el paso de los días que están a la deriva. El sonido ambiente y sus voces alegres o sufridas completan las escenas. El manejo de los momentos álgidos y tensos se equilibran con los plácidos y calmos. La recreación de la tormenta y la tragedia son convincentes. El presupuesto con el que cuenta el director permite trasladar a la pantalla las situaciones recordadas por Tami lo más verosímil posible. Los imponderables rigen la vida de las personas. Hasta las más ordenadas y estructuradas sufren esos avatares. Por eso mismo, Tami y Richard no pudieron quedar exceptuados de ellos. De modo que sus deseos y aspiraciones de vivir la vida, según a donde los lleve el viento, no resultó como lo soñado.
Tahiti, 1982, Tami Oldham (Shailene Woodley), un alma libre llega a la ciudad para buscarse la vida un poco antes de continuar conociendo lugares. Trabajando en el puerto se conoce con un marinero llamado Richard Sharp (Sam Claflin), se enamoran, y deciden salir a la mar a encontrar la vida misma. Lo que encuentran, desgraciadamente, es el huracán Raymond, de categoría cuatro, que los golpea de lleno y los deja "A la deriva" tal cual dice el título de la película. Los protagonistas pasarán semanas, y meses desesperantes combatiendo la implacable impotencia en un mar que no los ayuda en nada, de no saber si realmente estaban volviendo a la costa.
La película del realizador islandés tiene como protagonista a la actriz de “Los descendientes” en una historia de aventuras y supervivencia en el océano que se basa en un caso real que sucedió en los años ’80. Tengo la impresión que Baltasar Kormákur hizo A LA DERIVA para filmar la escena del “accidente marítimo” que causa que los protagonistas del filme queden, bueno, “a la deriva”. Con la ayuda del célebre director de fotografía Robert Richardson crearon un caos marítimo que impresiona aún más al saberse que buena parte de la película se filmó en el propio océano. Ese caos –olas gigantes, un barco que se da vuelta, la sensación de fin del mundo– es capturado de manera gloriosa en un filme que hasta ese momento no lograba ir más allá de la media de este tipo de relato de supervivencia en el océano. ¿Cómo es que la tormenta es vista recién cerca del final? Porque la película está contada en dos tiempos y arranca con Tami (Shailene Woodley) despertándose en medio del caos: claramente algo sucedió y el barco en el que viajaba con su pareja ha quedado destrozado, ella muy lastimada y él no aparece por ningún lado. Pero mientras la mujer, lastimada, lo busca y trata de recomponerse y sobrevivir, la película vuelve a contarnos la historia desde el principio: cómo la joven norteamericana de 23 años llegó en plan diversión a Tahiti, conoció allí a Richard (Sam Claflin), un británico algo más grande que ella y experimentado hombre de mar, se enamoraron y decidieron emprender juntos un viaje en un barco lujoso a Estados Unidos, aprovechando un trabajo para el que contrataron a Richard. Así la película mantendrá dos tiempos narrativos paralelos, el previo y el posterior al accidente. El previo va por carriles en exceso convencionales y responde a los parámetros clásicos de una historia de amor de vacaciones. El posterior es más curioso: Tami encuentra tras unos días a Richard vivo sobre una barcaza, muy roto y fracturado, y lo sube al barco. Y es ella la que debe conducir el viaje de regreso con él, casi, como una carga más. Además de las sorpresas que vendrán por este lado, la película funciona mejor aquí, tiene algo de ALL IS LOST y de LA VIDA DE PI, y en cierto modo se puede decir que combina la apuesta formal de uno con la temática del otro. Pero los elementos fundamentales son los escenarios y, especialmente, Woodley, que le pone literalmente el cuerpo a la situación y se carga la acción y las emociones al mismo tiempo. Es un gran trabajo, en buena medida físico, de la actriz, en una película acaso convencional en su historia de superación (se basa después de todo en una historia real) pero que logra convencer desde la visceralidad de la puesta en escena de un especialista como el islandés (realizador de CONTRABANDO, DOS ARMAS LETALES y EVEREST, entre otros) quien muestra lo mejor que sabe hacer una vez que ella (y él) se hacen a la mar. Allí, donde todo puede suceder y hay que sobrevivir como se pueda a la naturaleza.