Ella me ama demasiado El primer largometraje de Piroyansky se nutre de las claves de una comedia romántica americana, haciéndose cargo de todos sus clichés y través de una impecable dirección de actores, logra explotar al máximo el potencial de cada uno de sus actores, incluso de Abril Sosa, que nunca había incursionado en la actuación y convence en su interpretación. La película es un reflejo de cómo fue hecha: partiendo de una idea tan simple como retratar los vaivenes de una pareja real en ese entonces (Abril Sosa y Carla Quevedo) viviendo en Nueva York y todos sus momentos: peleas, convivencia, separación y su posterior reencuentro...
En un mundo feliz Primer largometraje del actor Martín Piroyansky en su faceta de director y guionista, Abril en Nueva York (2012), es una comedia romántica que retrata de manera muy genuina los distintos avatares que atraviesa una pareja argentina en el escenario atípico de Nueva York. Valeria (Carla Quevedo) es una aspirante a actriz que solventa los gastos trabajando de camarera. Pablo (Abril Sosa) es su bohemio novio que sueña con ser músico de rock. Los une un amor muy fuerte, hasta que los problemas económicos –propiciados por la falta de trabajo de él- los envuelve en una profunda crisis de pareja. En su primer largometraje como realizador, Piroyansky tiene varios aciertos: la espontaneidad y frescura para captar los momentos de la pareja, y el pulso para trasmitir las emociones internas de sus protagonistas. Filmada con un estilo amateur que impregna toda la película, Abril en Nueva York da la sensación de presenciar el registro fílmico de un diario de viaje. Desprolijo por lapsos, con una cámara que carece de estabilidad y un foco más casual que buscado, Piroyansky hace de tales fallas una virtud: promueve el tratamiento dinámico y tierno de las escenas de pareja. Tan pasional y errática será la relación de la pareja protagónica, como el registro que el director hará de ésta. Sin salirse nunca de la estructura de comedia romántica, con resoluciones fantásticas incluidas, Abril en Nueva York propone la curva dramática de toda relación de pareja, pasando por episodios de fuerte carga trágica que depara la ruptura amorosa. Situación que torna al film de un clima tenso, promovido por los mismos recursos anteriormente citados, que en esta oportunidad trasmiten un realismo crudo –alcanzando una profundidad existencial auténtica-, para luego volver a la frescura del amor. El escenario de la ciudad de Nueva York es el otro personaje del film: tan conocido y habitual en la comedia romántica, como ajeno y distante para la joven pareja. Tras la ruptura, no sólo no se tienen el uno al otro, sino que aquel espacio propicio para la aventura romántica (ser actriz, converirse en músico) se convierte en un obstáculo más a superar individualmente. Una comedia con toques de cine indie americano, cuyo valor fundamental radica en la dirección de Piroyansky para trasmitir las sensaciones que experimentan sus personajes.
Hace dos años Martín Piroyanski dirigió No me ama, un encantador cortometraje que en cierta medida habilitaba el entusiasmo ante la proyección de Abril en Nueva York. El mismo Piroyanski ya es en sí una presencia cinematográfica virtuosa, con su físico elástico y a la vez tímido, con un rostro incapaz de mostrarse impasible, como si sus enormes ojos siempre estuvieran gritando, deseando, muy lejos de la tan transitada “abulia de las jóvenes generaciones” que ha obsesionado al cine nacional de la última década. Pienso en su compleja interpretación en la reciente La araña vampiro, pero sobre todo recuerdo cómo su perfecto timing cómico encendía Mi primera boda para acabar adueñándose de la película toda. Hablo del Piroyanski actor porque lo considero un talento y porque creo que tiene como pocos un pulso reconocible, una ansiedad particularmente fotogénica que supo explotar a su favor al realizar y protagonizar No me ama, un corto tan sencillo como redondo e ingenioso. Por el contrario, Abril en Nueva York es una película indecisa, construida a partir del culto a la improvisación, un piso que aquí no siempre alcanza para solventar el interés narrativo, ni ofrece tampoco el riesgo suficiente como para leer la propuesta desde un plano más experimental. Hecha entre amigos, en poco tiempo y con poco dinero, la película se presenta como una comedia romántica con algunos trazos tristes aunque reversibles. Cuenta una historia de amor entre dos argentinos recién instalados en Manhattan: Valeria (la bella Carla Quevedo) trabaja en un restaurante y estudia teatro, mientras Pablo (Abril Sosa) se dedica a tocar la guitarra, beber y vagar por la ciudad. De hecho, la chica mantiene a su novio, y él a ella no la trata nada bien. Pronto aparece un tercero, un yanqui alto, rubio, exitoso y galante a quien el mismo guión se ocupa de rotular como cliché (y por aquí había una simpática veta autoconsciente que el film nunca busca explorar). En un primer momento, la forma en que Piroyanski registra el espacio cerrado de la convivencia me remitió a un film norteamericano que se proyectó en Mar del Plata hace unos años, Nights & Weekends, una delicia minimalista en donde solo dos personajes logran sostener el relato en base a la sutil tensión que crece en la intimidad. La diferencia es que aquélla era una película elaborada, con personajes maduros y una narración que sabía a dónde quería llegar en su retrato de un amor contrariado. Tal vez no debamos pedirle tanto rigor al film argentino. De alguna manera, su devenir disperso podría ampararse en el hecho de que en su nueva vida los protagonistas están "probando suerte", y dado que ni ellos ni el relato tienen un eje claro, Piroyanski elige entonces confiar en la efectividad de los episodios humorísticos aislados (que son escasos, por cierto). Sin embargo, el principal problema de Abril en Nueva York no reside en esta impronta de libre tanteo sino en la simplificación con la cual desliza ciertas cuestiones delicadas (la violencia del varón, la incertidumbre laboral) para luego relativizarlas y allanar sin dilemas el camino hacia el happy end. Estamos de acuerdo con que se trata de una película liviana y sin mayores pretensiones, pero eso no justifica que deba ser tan extremadamente naif.
Manhattan siempre estuvo cerca Martín Piroyansky llamó la atención del público y de la crítica con su corto No me ama, de amplía circulación online y por diversos festivales. Ahora, consolida sus cualidades para la narración, la creación de climas y la exploración de los sentimientos en su debut en el largometraje, Abril en Nueva York. El film cuenta la historia de una joven pareja argentina recientemente instalada en la Gran Manzana. El problema es que mientras Valeria (Carla Quevedo, rostro lozano de próxima mundialización) trabaja largas noches como recepcionista en un bar, Pablo (Abril Sosa) vaguea con sus amigos y no parece demasiado interesado en conseguir un empleo. A partir de esa anécdota, el protagonista de La araña vampiro construye un film que oscila entre el mumblecore (las charlas casuales, la cámara siempre cercana pero jamás entrometida) y el género romántico. Si bien puede achacársele a Piroyansky algunos atisbos cercanos a la estética publicitaria y cambios de comportamiento bruscos y no del todo construidos en sus personajes, Abril en Nueva York es la más que bienvenida irrupción de un joven cineasta (26 años) con una visión del mundo propia y atenta a los pormenores de lo cotidiano. Y que, por si fuera poco, maneja con solvencia la narración y el género.
Soledad a la distancia A toda velocidad y como si fuese un tour cinematográfico por Nueva York, digna herencia del cine de Woody Allen y su omnipresente Central Park, el joven realizador Martín Piroyansky condimentó su opera prima a pura urbanidad. El filme gira en torno a Pablo (Abril Sosa), un bohemio que vive en su mundo, es idealista y muy vago. Trabajar para él es una ofensa (“yo no quiero pensar que mi trabajo es por plata”, dice) y la paciencia de su novia Valeria (Carla Quevedo) se agota. Ella es maître en un bar-restaurante de la zona de West Village y con lo que gana banca solita las cuentas del departamento que alquilan. El, de yapa, tiene problemas con la bebida, con todos los problemas que ello acarrea. Una pareja (despareja) de expatriados que se juntan (mitad a la fuerza, mitad por necesidad) de vez en cuando con otros argentinos. El acierto de Piroyansky en Abril en Nueva York es poner el foco en la soledad de los protagonistas, desde el desarraigo hasta las situaciones sentimentales. También en cómo construye los casos de discriminación laboral con sutileza, donde se marca muy bien la condición de extranjero. “Acá tenemos que hablar en inglés”, le dice un latino que entrevista a Valeria en su despacho. La maltrata feo, sinónimo del derecho de piso. Lo que resta en este filme es la relación casi infantil de la pareja protagonista, ella habla como si fuese una nena, duerme con un osito cuando su novio deja la vivienda, se pelean como infantes o huyen de un restaurante sin pagar, por una decisión unilateral (y caprichosa) de Pablo que, por varios momentos, da vergüenza ajena, como cuando se pone a cantar ebrio y el filme se desdibuja. El recurso del fuera de foco, inteligentemente usado cuando los jóvenes entran en conflicto, la aparición de un tercero (Ben, por Matt Burns) que busca seducir a la muchacha y parece “oler” cuando Pablo y Valeria están en conflicto, se redondea con una sorpresa que reacomodará los tantos. “Me siento feliz, pero también estoy muy sola”, le dice Vale algo desolada a una profesional de la medicina. Una frase que puede aplicarse a muchos ámbitos de la vida, en el exterior del país.
Para su primer largometraje como director, Martín Piroyansky se atrevió con un género que, bien realizado, fluye con una naturalidad y una sencillez que en realidad ocultan un complejo trabajo de guión y la hazaña de conseguir la impredecible química entre sus protagonistas. Abril en Nueva York es una comedia romántica que en ciertos pasajes logra justamente eso. El film tropieza cuando se aleja del elemento humorístico de la fórmula, recae en tópicos muy transitados y algo de la frescura inicial se diluye. Pero no se pierde, porque aun en esos momentos el director y guionista nos hace saber que domina por completo su material. "Soy un cliché", dirá Ben, el tercero que genera algo de discordia en la relación entre Pablo (Abril Sosa) y Valeria (Carla Quevedo), jóvenes artistas argentinos instalados en Nueva York. El guiño a las convenciones de la comedia romántica, que obligan a siempre tener un antagonista que sea todo lo que el protagonista no es, alivia algo la carga del guión, que exagera en su construcción de estos opuestos. Ben es la opción perfecta -demasiado perfecta, claro- para quebrar la pareja que no funciona, mientras que Pablo no podría ser más adorablemente imperfecto. Con pretensiones de bohemia, irresponsable y con una alta valoración de sí mismo sostenida con sus propias fantasías de grandeza, el personaje se acerca demasiado a la caricatura, trampa de la que escapa por poco, en gran medida ayudado por su contraparte femenina. Gracias a la expresiva y bella Quevedo, Valeria resulta un personaje complejo, interesante, contradictorio, pero siempre coherente con el planteo del film. Sostenido por diálogos entre graciosos, absurdos e incómodos, Piroyansky demuestra tener un buen pulso para encontrar y desarrollar la insoportable y excitante tensión de los momentos esenciales de las relaciones amorosas. Esos que van de la ilusión del primer beso a la desolación de la última pelea.
Chocando, sufriendo y compartiendo Tres años después de su primer cortometraje, el actor Martín Piroyansky acaba de estrenar su primera película como director. Es una historia de amor filmada con talento y sensibilidad, también con buenas actuaciones. El actor Martín Piroyansky debuta como director y guionista con una comedia romántica, un tanto desprolija pero vital, acerca de una pareja de argentinos residentes hace apenas unos meses en Nueva York. Es una deliciosa historia de amor enmarcada en una ciudad mostrada con todos los elementos del imaginario joven de la clase media porteña con posibilidades ciertas de visitarla en algún momento de sus vidas. Y si bien es cierto que Piroyansky hace un recorte casi publicitario de las locaciones –el departamento de la pareja, el trabajo de ella, el metro (no subte), el vestuario cool y así–, también tiene claro lo que quiere contar. Esto es, una historia chiquita, con una pareja que se ama y a la vez va madurando en un entorno que no es el suyo pero que por educación, ganas de conocer el mundo y una clara aspiración cosmopolita, será uno de sus lugares afectivos por el resto de sus vidas. Y en la pantalla ambos, Valeria (Carla Quevedo, gran futuro en el cine) y Pablo (Abril Sosa), hermosos, llenos de vida, un poquito trágicos, amándose desparejamente. Ella, adorable asistiendo a las clases de actuación, adorable como recepcionista en un restaurant y también cuando es rechazada en un casting, adorable soportando la bohemia de él, la falta de compromiso, su veta autodestructiva. Y el amor que tambalea, un tercero que aparece, Ben (Burns), tan neoyorquino, tan Ben, tan poco Pablo. La frescura y también por lo que puede ser atacado el film de Piroyansky es que apuesta por un relato de actores, con la ambición de meterse en esa pequeña historia de amor desde la intimidad sin tener en cuenta otros elementos de la puesta, como un acabado final de los personajes o una cámara un tanto inestable. Sin embargo, todo lo que se puede cuestionar desaparece por el talento y la sensibilidad del director para retratar a sus criaturas amándose, chocando, sufriendo y compartiendo la felicidad de estar juntos. Dos o ambos parece ser la clave, juntos es cuando la película parece que todo lo puede. Abril en Nueva York entonces es el prometedor debut de un director joven, con una mirada propia y afectiva del universo que le interesa contar, una claridad que algunos realizadores alcanzan después de varios intentos. O nunca.
Fresco y entretenido “Abril en Nueva York” El tipo es un soberano pelandrún, por no decir otra cosa. No es que se sienta mal en una ciudad extraña, él es así de nacimiento. Puesta a considerarlo como posible pareja, cualquier mujer que se respete firmaría de inmediato al pie del conocido refrán "Más vale sola que mal acompañada". Pero ella lo ama. Ella es bonita, de buen carácter, enojos breves, enorme capacidad para olvidar lo malo, es un sol, es la mujer ideal. Un yanqui alto, rubio, de estampa atendible la ve y se queda flechado. La japonesa de nombre francés que lo acompaña pasa automáticamente a la sección Fuiste. Al otro día el yanqui se tira un lance con la bonita de buen carácter. Pero ella ama al pelandrún. Nada es eterno. Ni siquiera la infinita paciencia de la chica de enojos breves. Una noche, el injustamente amado sabrá lo que es sufrir. Al otro día también, y al otro. Deberá conseguir trabajo. Llorará por los pasillos en el trabajo, mientras el yanqui alto y rubio sonríe y se hace el chistoso, el buen amigo, y avanza sobre la mujer ideal. Que ahora no sabemos a quién ama, aunque sospechamos quién le conviene. Estos hechos terribles le suceden en Nueva York a una parejita de tórtolos argentinos rodeados de gente variada, amén de un patrón y una médica que parecen amargos pero luego resultan humanos, y todo eso que hace a una historia romántica de inmigrantes en la Gran Ciudad. La historia es sencilla, efectiva, simpática, los intérpretes actúan con una sensualidad natural y convincente, las calles y demás locaciones son lindas de ver, la música se acepta, y el conjunto es fresco y breve, apenas 77 minutos. Intérpretes principales, eficaces, Carla Quevedo, el debutante Abril Sosa, Matt Burns. Autor, el comediante Martin Piroyansky, que ya había hecho un corto delicioso sobre los padecimientos del corazón, "Ella no me ama", y acá se tira a la pileta con un largometraje hecho en menos de un mes, entre amigos (se repiten nombres de un lado y otro de la cámara), con un guión básico y diálogos escritos sobre la marcha. Hay frescura, un aire a lo Cassavettes pero sin neuras, y algunas evidencias de inocultable improvisación e irregular inspiración que no afectan el resultado. Al contrario, lo hacen más simpático.
Una bobera Con Abril en Nueva York, el actor Martín Piroyansky debuta en la dirección de largometrajes. Y lo hace con la historia de una pareja, Valeria y Pablo, que vive en la ciudad del título y atraviesan las típicas crisis de toda pareja. Hay diferencias entre lo que quieren hacer de su vida, pero fundamentalmente los problemas que dinamitan el vínculo tienen que ver con lo económico. El film ha sido construido a imagen y semejanza de muchas, muchas, muchas películas independientes estadounidenses de parejas que sufren crisis y se pelean, se aguantan, se separan y se reencuentran en Nueva York, llevando a cabo sus propios proyectos entre bohemias y problemas económicos. El guión se construye a partir de ciertos caprichos narrativos y partir de allí la película pierde toda verosimilitud. Abril en Nueva York está contiene situaciones que parecen importantes al comienzo, pero que son olvidadas rápidamente -y perdidas en el hilo narrativo-, mientras que un cierto maniqueísmo en la construcción de los personajes hacen que el relato sea errático. La dirección no logra dar el tono con el ritmo en ningún momento y la trama se resuelve con el viejo recurso del último minuto, que simplifica toda la problemática de la relación de pareja, donde la manipulación y el abuso psíquico es mucho más profundo que la bobera a la que parece reducirla Piroyanski. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
Sobrevivir en la Gran Manzana Alejado de las imágenes de postales turísticas, el argentino Martín Piroyansky, en su "opera prima", muestra una Nueva York, desde una mirada joven, en la que contrastan la diversidad de colores de los negocios que ofrecen comida japonesa, de la India, o las vidrieras de souvenirs, hasta las interminables torres de edificios, que parecen "dialogar" con viviendas de estilo más clásico y de pocos pisos. En medio de la vorágine que impera en esta ciudad, el joven director, que también es actor, sigue lo que le ocurre a la pareja que conforman Valeria (Carla Quevedo) y Pablo (Abril Sosa). Ella trabaja de camarera en un restaurante y él es un músico bohemio, mantenido por su novia, que no es capaz de armar un mini recital, ni siquiera para cantar en un restaurante y que le paguen unos dólares por su actuación. Valeria y Pablo, son dos argentinos en Nueva York, que son novios, se necesitan uno al otro, pero ella poco a poco se va dando cuenta que Pablo, es más lo que desprecia esa ciudad, de lo que intenta adaptarse. Mientras que a ella le ocurre lo contrario, intenta hablar cada vez mejor el inglés, toma clases de teatro y es una eficiente empleada, a la que su jefe la reconoce. EN PLENACRISIS El detonante que provoca la crisis en la pareja, es el cumpleaños de ella, cuando Pablo la invita a comer a un restaurante de comida hindú y ocurre un accidente que a ella la enoja mucho. A tal punto que terminará expulsándolo del departamento en el que convivían. Una gran sorpresa que se revela cerca del final -y es mejor no comentar- hace que la pareja madure de golpe y que sus componentes se conviertan en dos personas responsables. En el medio ella intentará enamorarse de un estadounidense, pero al final rehúye de la relación y la soledad sin Pablo a su lado, la termina aislando, hasta que más tarde todo se reacomoda. Martín Piroyansky se descubre como un director de una sorprendente creatividad, no solo en la brevedad de sus diálogos precisos y concisos, también en la manera que intenta contar este drama joven, al que no le falta el humor, ni tampoco el encanto que proviene de sus imágenes y también de sus dos excelentes actores Carla Quevedo y Abril Sosa, ex batería del grupo Catupecu Machu.
La ópera prima de Martín Piroyansky nos muestra la aventura amorosa de dos jóvenes argentinos que prueban suerte en la Gran Manzana. Pablo y Valeria son una joven pareja, algo inmadura (sus charlas lo evidencian), con los problemas típicos de dos seres que todavía no encontraron su lugar en el mundo. Están viviendo en New York, sin pena ni gloria, intentando, cada uno a su manera, desarrollarse en sus respectivas carreras. Ella (Carla Quevedo), proyecto de actriz y recepcionista de un restorán. Él (Abril Sosa), una suerte de músico, que no tiene trabajo y parece importarle más beber y holgazanear. Tienen algo en común: viven juntos y se aman, con todos los defectos y virtudes que ello conlleva. Sus problemas amorosos y los devenires de la pareja son todo lo que tienen en la enorme ciudad cosmopolita que poco conocen. Piroyansky nos trae una comedia romántica pero con los tintes dramáticos propios de la incertidumbre post adolescente que sufren sus protagonistas. La influencia del cine indie norteamericano está presente en la hermosa fotografía, la cámara en mano y los fueras de foco, un gran acierto de la realización. La edición, la música y la composición de cada plano vuelve interesante una historia que por sí misma no logra serlo tanto. Definitivamente una película por y para jóvenes que conmueve más con sus imágenes que con sus diálogos, y que tiene la virtud de mostrar la ciudad que todos hemos visto desde otro lado, de una forma natural y sin espectacularidades, pero dejando en los ojos del espectador los cuadros ideales para embellecer el relato.
Comedia romántica en un país ajeno El debut en la dirección del actor Martín Piroyanski, también guionista, transita con irregularidades pero siempre confiado de lo que pueda aportar la pareja protagónica –pareja en la vida real- que interpretan a Pablo y Valeria, dos argentinos que quieren probar suerte en E.E.U.U. para llevar a cabo sus sueños pero que se diferencian básicamente por las energías que cada uno dispone para seguir adelante, así como en el cotidiano esfuerzo para mantener sólida la pareja y de esta manera proyectar un futuro en un país ajeno. Carla Quevedo encarna en su Valeria, pujante aunque contradictoria, un prototipo femenino que al cine argentino le viene sumando adhesiones ya vistas en la reciente 20.000 besos de Sebastián De Caro. La cámara le resulta tan natural para su fotogenia que esa simpatía aniñada, mezcla de inocencia y ternura, hacen de sus criaturas personajes queribles a la vez que sufribles. Es ella la que se carga al hombro y a las espaldas tanto la película como la inercia parasitaria de Pablo (el músico Abril Sosa), quien pese a su costado autodestructivo por momentos genera alguna sensación de empatía por un sufrimiento genuino que surge con espontaneidad. Martín Piroyanski conoce los riesgos de compartir intimidad y filmarla tal como ocurre en la trama de Abril en Nueva York, pero así y todo continúa fiel a su historia pequeña con la frescura y la libertad para de repente experimentar con la introducción de música diegética que rompe con un naturalismo o pseudo realismo. También se atreve a burlarse con inteligencia de ciertos clichés del género en la elección del antagonista que ubica a Valeria en un dilema amoroso pero que a la vez orienta la historia hacia un espacio menos interesante que el que proponía un registro cómico o auto referencial, explotado en la primera mitad. Son destacables los rubros técnicos, particularmente la fotografía a cargo de Pix Talarico y el sonido a pesar de las condiciones en que fue rodada la película. Con sus irregularidades a cuestas pero en sintonía directa con su falta de pretenciosidad, esta ópera prima intenta dejar un sello diferente para las comedias románticas pensadas en base a productos norteamericanos y por ese riesgo vale la pena darle un crédito.
El actor Martín Piroyansky, cuya trayectoria suma varios films conocidos como Sofacama, XXY, Mi primera boda, La araña vampiro y Ni un hombre más, entre otros, hace su debut como guionista y director con esta comedia romántica que se centra en una joven pareja de argentinos recién instalados en Manhattan, donde ella es una aspirante a actriz que solventa los gastos trabajando como recepcionista en un bar y él un músico bohemio que intenta ganarse la vida tocando la guitarra. Con la ciudad de Nueva York como un personaje más y los cliché típicos de las comedias románticas americanas (aunque aquí las situaciones de humor son casi imperceptibles), el relato sigue los vaivenes de esta pareja donde el amor idílico va perdiendo fuerza ante la realidad, pero sin profundizar en sus personajes y simplificando cuestiones temáticas interesantes (como la soledad y la vida cotidiana en una cultura ajena) para priorizar el típico happy end. Piroyansky explota al máximo el feeling entre los protagonistas (quizá porque Carla Quevedo y Abril Sosa fueron pareja en la vida real) y logra transmitir la espontaneidad y frescura que experimentan sus personajes. A pesar del estilo amateur, por momentos desprolijo técnicamente, con una cámara en mano que en ciertos momentos funciona y en otros se vuelve en contra, Abril en Nueva York mantiene el interés narrativo fundamentalmente por el trabajo actoral de Carla Quevedo, quien logra transmitir muy bien los conflictos del personaje.
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Insensibilidad pop “Sí, sí, que gracioso, me estoy cagando de la risa. Estos argentinos son medio pelotudos”. Esto es lo que dice Pablo (Abril Sosa: sí, el ex Catupecu Machu y ex Cuentos Borgeanos) en una fiesta, a pocos minutos de comenzada la película y, no sin motivo, recibe una reprimenda de Valeria (Carla Quevedo), su novia. Esa breve línea bien podría resumir y darnos una idea sobre el espíritu de Abril en Nueva York, ópera prima de Martín Piroyansky. Se le agradecen las pocas pretensiones a esta comedia romántica de corte indie, que cuenta la historia de esta pareja de jóvenes argentinos intentando sobrevivir en la meca del imperio capitalista, summum de las referencias pop, la ciudad de Nueva York. Pero sucede que la superficialidad y la chatura de los personajes es tan exasperante que el espectador (aquí tengo que asumir el rol de espectador y no extenderlo al lector: cada uno sabrá qué es lo que le pasa con la película) es repelido antes que atraído. Esta superficialidad en los personajes es un elemento buscado y trabajado, pero llega a niveles irritantes y muchos pasajes, los pretendidamente más cómicos, no terminan de funcionar. Dicho mal y pronto, no son graciosos. Delineados a partir de los detalles y de las banalidades que los rodean (la ropa, la música, los bares híper-cool a los que van), Pablo y Valeria atraviesan algunos (pocos y triviales) conflictos de pareja; más que nada Pablo, que es un seudo-músico irresponsable que ni siquiera sabe cantar o tocar su guitarra y mucho menos conseguir y mantener un trabajo; mientras que Valeria trabaja en un restaurante, estudia teatro y se debate entre Pablo y Ben (Matt Burns), quien se presenta como la posibilidad de un futuro algo más brillante y estable. Quizás la frase de Pablo, la que utilicé para abrir esta nota, sea una especie de mecanismo de defensa por parte de Piroyansky ante las críticas negativas que pudieran caerle a la película, una suerte de paraguas anti-crítico; pero lo cierto es que tanto Abril Sosa como Carla Quevedo (de quien hay que destacar su belleza y fotogenia) están sobreactuados, como si fueran instrumentos desafinados dentro de una orquesta, ya que sus líneas son recitadas a los gritos y de forma histérica. Entonces, la historia de estos chicos de clase algo acomodada, que no avanza ni retrocede, no resulta atrapante ni significativa, ni siquiera como pequeño artefacto pop de culto.
Tres semanas y media duró el rodaje de "Abril en Nueva York". Un impulso, cuenta su director (y ya reconocido actor que ha tenido un año pleno de trabajo y reconocimiento) mientras estaba en la Gran Manzana, lo llevó a rodar una historia, con un pequeño grupo de amigos. Con diálogos armados en el día a día del rodaje, Martín Piroyansky profundiza ciertos temas que ya había abordado en su reconocido corto "No me ama": las relaciones amorosas, los vínculos afectivos en una pareja, las “idas y vueltas” entre dos personas. Y logra una mirada honesta e intimista sobre estos asuntos, en clave de comedia romántica En esta oportunidad, el director cambia el escenario local por el de la ciudad de Nueva York, donde filma la relación de dos jóvenes argentinos que prueban suerte allí, con el desafío que implica sobrevivir en tierras extranjeras -lejos de familiares y amigos-, concretar objetivos personales, y los avatares de mantener la unión y la dinámica del vínculo, a pesar de las divergencias. La pareja protagonista, interpretada por Carla Quevedo (El secreto de sus ojos, 20.000 besos) y Abril Sosa (en su primera incursión en la actuación), aporta frescura y jovialidad al relato, así como profundidad dramática cuando el guión lo requiere. Las escenas de intimidad y complicidad de los jóvenes están muy bien logradas, con una cámara en mano que está muy cerca de los actores y da acceso a su mundo privado, pero sin entrometerse. Un dato para destacar es la música de la película, a cargo de Fernando Samalea y Les Menttetes, con un estilo indie folk que le da marco a la historia. Los diálogos simples y francos le dan fluidez a la narración. Y ahí donde la película pierde fuerza con algunos giros tal vez innecesarios, la ópera prima de Piroyansky gana en la naturalidad con que narra esta historia pequeña, sin pretensiones, sobre los vaivenes de una relación amorosa en el extranjero. Un buen punto de partida para un joven director de cine nacional.
La ciudad desnuda Hay una cosa que le juega a favor a Martín Piroyansky: no tiene ninguna intención de refugiarse en una idea de profesionalismo. Abril en Nueva York rechaza de manera rotunda el plan de hacer una película como un producto limpio, sin aristas, un objeto lustroso para exhibir en una repisa y observar de lejos, con la veneración resignada que se les debe a los hijos predilectos de la industria del cine. El director hace una comedia romántica pero prefiere demorarse en los baches, las costuras, los traspiés, el doble fondo que late detrás de escena y amenaza con derribar la película. Es decir, hacer una comedia como si se ignoraran sus rudimentos, sus trucos, la parábola que constituye el requisito indispensable del género. Piroyansky, tal vez, se ve como un buen salvaje que encuentra cosas en su camino y esgrime ante ellas la cámara, no para despejar el terreno sino para intentar el registro tembloroso de lo que de casualidad le sale al su paso. La génesis de la película, de todas modos, aparenta haber sido algo parecido a eso. Piroyansky estaba en Nueva York por algún asunto relacionado con su trabajo de actor, se encontró con esta pareja real, conformada por la actriz Carla Quevedo y el músico de rock Abril Sosa (al parecer no en muy buenos términos), y decidió filmarla a ver qué pasaba con eso. El resultado es, ni más ni menos, Abril en Nueva York. La película no calcula, ni siquiera cuando exhibe, como un parpadeo o un desliz, la trama de su construcción: cansada de mantener a su novio que no trabaja, Valeria se consigue un festejante americano y cuando están sentados en un banco del Central Park mirando la noche le dice que parece un cliché. Él le dice que sí, que efectivamente lo es. Piroyansky despacha así la cuestión de la comedia romántica en cuestión de segundos y se dedica a lo que más le gusta hacer. Filma entonces las peleas, el tedio, los breves momentos de iluminación –como cuando él en una salida basurea a sus amigos argentinos en la cara y, ya de vuelta en el departamento, se ponen a cantar a dúo una letra inventada: un momento muy lindo, por cierto– y también, por supuesto, como un marco ominoso, el derrumbe. En realidad, si hay algo que atraviesa la película es la sensación de catástrofe: sentimental, laboral, personal. Todo el tiempo hay una corriente eléctrica que parece operar entre el desvarío alcohólico de Pablo y la fragilidad de ella, como si en cada escena se estableciera una guerra por la supervivencia. El director no ofrece respuestas sobre un posible ganador, pero cada vez que el relato parece encontrar alguna forma de remanso de la mano del “género comedia romántica” la película se sacude con algún detalle sórdido, como si Piroyansky saboreara cada instante en que el espectador cree encontrar algo familiar para dar un zarpazo y mostrar, otra vez, los signos del hundimiento de la pareja. A veces le sale bien y otras no. Los actores están muy bien, las escenas de amor son respetables; los diálogos cortados son verosímiles y la ciudad ofrece un fondo que el director sabe explotar con un desapego que no desentonaría en una película “independiente” a la americana. Pero Piroyansky, curiosamente, parece demasiado seguro de sí, demasiado inclinado hacia su lado de explorador impiadoso, que observa esos cuerpos temblar y se arroja con sus primeros planos incansables sobre los actores, para sacar a la luz cada miligramo de dolor y musicalizarlo con una canción indie. ¿El resultado? Una película despareja, ciertamente intrigante, que al final se encauza inesperadamente hacia la ñoñería como si quisiera halagar el gusto medio del espectador cuando debería arriesgar mucho más.
El pasado 10 de octubre se estrenó en Argentina la ópera prima de Martín Piroyansky, protagonizada por Abril Sosa y Carla Quevedo. Valeria (Quevedo) y Pablo (Sosa) son una pareja argentina de artistas recientemente instalada en “La gran manzana”. Ambos repletos de ilusiones, de metas profesionales, agradecidos de estar juntos. Como toda pareja normal, sufren desencuentros y discordias insignificantes que, finalmente, generarán una obvia ruptura. Las actuaciones de ambos podrían verse de forma individual o en conjunto: tanto Quevedo como Sosa demuestran una naturalidad y una espontaneidad que sólo un guión de Piroyansky puede generar. El relato transcurre como en cualquier historia de amor repleta de clichés, hecho que incluso los mismos personajes se reconocen en la ficción. El tercero en discordia (Ben, una especie de caballero norteamericano perfecto), la diferencia de intereses y las presiones de la rutina serán moneda corriente en esta trama, dotada de una simpleza que la permite avanzar sin sobresaltos. Las locaciones y, consecuentemente, las situaciones que en éstas se generan, son sumamente naturales y espontáneas, dejando entrever cómo la historia misma se va desarrollando al tiempo que va encontrando su emplazamiento físico. Este film simula ser un documental en cuanto al proceso en el que fue desarrollado, en un contexto de amistad y voluntades creativas, tanto por parte de Martín como del resto del equipo técnico y el elenco. El guión, por su parte, posee esa chispa necesaria que sólo puede ser lograda a través de la interacción dinámica de éste y la instancia de rodaje. Los aspectos narrativos parecen haber sido circunstanciales, y he aquí la pizca de realismo místico que el director aporta a todos sus proyectos. Tocar alguna fibra del espectador siempre es un buen objetivo y Piroyansky lo ha logrado acudiendo a reacciones y situaciones estándares. La comedia romántica funciona muy bien en los momentos en que la fórmula se apoya sobre lo primero; es que Martín si algo ha hecho siempre es comedia y se sirve de situaciones cotidianas, de la burla y las ironías para acompañar a una fotografía de Pix Talarico (que también asumió los roles de productor y productor ejecutivo) con una iluminación tan mágica como idealista. La banda sonora, a cargo de Fernando Samalea y Les Mentettes (liderada por Sosa) acompaña como un telón las acciones durante 78 minutos de manera agraciada y llevadera. La desilusión amorosa es plasmada por este joven director como una secuencia de encuentros y desencuentros, de casualidades y bohemia, de guiños cómicos y diálogos sumamente realistas, que permiten esa identificación del espectador con las historias de la gran pantalla. Un lugar común, muchos lugares comunes. Un proyecto preciso que merece la expectativa por aquellos que lo podrán secundar.