El odio conyugal. La intimidad de los seres humanos es algo inhóspito, insondable, inabordable, ya que implica la personalidad, el inconsciente y la complicidad de sujetos que intentan construir su personalidad en una sociedad para diferenciarse a través de una identidad. Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) son dos profesionales pequeño burgueses de clase media alta que después de vender su departamento emprenden un proyecto común: la reconstrucción de una casa derruida en los suburbios para ellos y su pequeño hijo. Sin una casa propia habitable para vivir, la familia se instala en la casa de la madre de Laura, pero el trabajo, los roces y una herida existencial de clase muy profunda -que los comienza a separar- lleva a Manuel a pasar varias noches en la casa de sus padres y alejarse cada vez más de su esposa. Mientras Lucía, una arquitecta con varios proyectos independientes, pone todo su empeño en reconstruir la casa que parece venirse abajo, Manuel, su marido abogado, se ausenta física y emocionalmente agobiado por las demandas de una familia que parece estar a punto de desmoronarse. Aire Libre, el film de Anahí Berneri, es un drama costumbrista sobre los problemas conyugales de los nuevos profesionales. Sumidos en la vorágine de la ciudad, sin tiempo para sus hijos ni para la pareja, depositando frustraciones en el otro cercano, incapaces de escapar de un llamado a la comodidad de una adolescencia eterna, necios para el amor y faltos de voluntad para asumir las responsabilidades de la paternidad. En este clima de tensión permanente, Lucía y Manuel descuidan a su hijo, que para ellos es una carga, y el niño, carente de figuras paternas sobre las cuales construir una personalidad capaz de afrontar el futuro, se dirige hacia el abismo mientras los padres exponen despreocupadamente sus miserias cotidianas y pelean por el vicio de la riña en sí misma.
Donde hubo amor… Tras Un año sin amor, Encarnación y Por tu culpa, Anahí Berneri indaga en la creciente crisis de un matrimonio joven (Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid) con un hijo de siete años en medio de mudanzas y reciclajes. La propuesta -que tiene varios puntos en común con El campo, película de Hernán Belón también protagonizada por Sbaraglia aunque con Dolores Fonzi- mantiene la inteligencia, la ductilidad, la capacidad de inquietar y provocar de la que siempre hizo gala la talentosa directora, aunque resulta un poco menos sólida y algo más convencional que su notable film previo. Lucía y Manuel empiezan a sentir el desgaste del paso del tiempo: en la pareja, en la profesión (arquitectura) y en el cuerpo. Si bien recién rondan los 40, la presión laboral y económica, la falta de deseo, la rutina y el estrés de la ciudad van generando una acumulación de tensiones, insatisfacciones, tentaciones y reproches. Ambos apuestan a que una mudanza desde Buenos Aires a una casa con pileta en Malvinas Argentinas (que deben reciclar casi en su totalidad) podría darle ese “aire libre” (o nuevo) a la familia, pero los sucesivos cambios de domicilio no hacen más que acrecentar las desilusiones, la ironía hiriente y hasta las súbitas irrupciones de violencia doméstica. Manuel, asfixiado y decepcionado por los rechazos y reclamos de su pareja, se compra una moto, empieza a quedarse cada vez más seguido en lo de sus padres y se obsesiona con la familia de un obrero que ha sufrido un accidente de trabajo en una obra que él supervisa. Ella se instala en lo de su madre (¡Fabiana Cantilo haciendo de abuela!), pero sigue de cerca los múltiples requerimientos de la nueva casa y empieza a mirar con deseo a otros hombres. Los protagonistas (con su hijo que va de un lado para otro) comienzan a recuperar ciertas sensaciones que tenían dormidas o reprimidas desde su adolescencia y primera juventud, y a funcionar como divorciados, pero sin que la separación se haga del todo evidente y explícita (hay comidas en familia o salidas en pareja que mantienen una rendija abierta). Berneri es una notable directora de actores, una virtuosa narradora, una realizadora dueña de un ojo único y sutil para descubrir y transmitir esos pequeños detalles, esos momentos aparentemente banales o intrascendentes que luego tendrán múltiples e incalculables implicancias. Es, también, una artista lo suficientemente sobria y respetuosa como para hacer planteos cuestionadores, pero no dar todas las respuestas a la hora de abordar cuestiones como la fidelidad, el machismo, el deseo y la intimidad, la autoestima o el desarrollo individual en el contexto de una familia. Si bien hay pasajes en que la película no logra sostener la tensión e ingresa en ciertas zonas un poco obvias, Aire libre no deja nunca de interesar con su mirada visceral y por momentos desgarradora sobre la progresiva desintegración de una relación: donde alguna hubo amor y pasión, esta vez escombros quedan.
Hogar, amargo hogar La última película de Anahí Berneri (Un año sin amor, Encarnación) retrata el deterioro de una relación compuesta por una pareja de arquitectos, en paralelo con la construcción de la casa ideal a la que aspiran vivir. Manuel (Leonardo Sbaraglia) y Lucía (Celeste Cid) tienen una relación en crisis, sostenida por la arquitectura de una casa perfecta a la que aspirar mudarse en el futuro, y el niño de siete años que tuvieron juntos. El problema surge en el mientras tanto, las cosas no están bien y se nota en las actitudes de ambos para con el otro. Los problemas se precipitan cuando deben ir a vivir a la casa de la madre de Lucía (Fabiana Cantilo), y aparezcan otros personajes del sexo opuesto que distraigan la atención de los protagonistas. Aire libre (2014) comienza en el campo, en un lugar idílico para la pareja protagónica. En ese sitio, que presenta los alrededores de la casa que aspiran construir, se encuentran relajados, tranquilos, disfrutando de sus espacios individuales pero en conjunto. Rápidamente aparece el conflicto de la relación entre ambos: objetivos diferentes de vida, simbolizados en los detalles de diseño del hogar a cimentar. Surge la realidad y el ideal queda relegado: el tedio, el agobio, que le provoca el carácter de uno al otro. En tales diferencias de expectativas, Aire libre se parece a El campo (2011), otra película sobre las relaciones conflictivas protagonizada por Leonardo Sbaraglia. Pero si en aquella película el espacio del ideal venía a poner de manifiesto las grietas de la relación en el personaje de Erica Rivas, en Aire libre el espacio será la metáfora de una relación ya moribunda entre ambos. La casa y el hijo será el sostén de un vínculo terminado. Paradójicamente la película podría pensarse como la versión dramática e intimista de Hogar, dulce hogar (The Money Pit, 1986), comedia protagonizada por Tom Hanks en los años ochenta donde la casa ideal a la que se muda la joven pareja se desmoronaba al mismo tiempo que la relación entre ellos. Pero Aire libre no deja de ser una película sobre la soledad y los objetivos individuales frustrados, tema transitado en los films de Anahí Berneri, observando y describiendo (más que narrando) los sentimientos sufridos por cada personaje. Todo aquello que vemos viene a representar el estado de ánimo de sus criaturas. Sea la casa destruida o la fragmentación temporal del tiempo y el espacio en el que se encuentran. Sin embargo, es un film que se queda a mitad de camino sin trascender la mera descripción y exposición del conflicto, mostrando indicios de los posibles motivos, y dejando al espectador con la misma sensación de infortunio que sus protagonistas.
Aire libre es una película que tiene un problema complicado: no se sabe bien de qué va, o sea, no es que no se entienda porque la historia es simple, lo que sucede es que recién en los últimos cinco minutos se desata un conflicto que logra despertar el interés del espectador. Antes de eso lo que podemos ver es la nada misma, o mejor dicho, los problemas de una pareja para nada interesante en términos cinematográficos. Ambos personajes con sus cuestiones odiosas y por lo tanto nada queribles. Pero así como esto es muy cuestionable, también hay que reconocer que es su punto fuerte porque pocas veces se puede ver una dupla tan real. Las actuaciones de Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid son enormes, pero ¿Cuándo no lo son? Estamos ante dos actores de raza que tranquilamente podrían interpretar a un árbol y lo harían genial, así que destacar sus labores es la obviedad y lamentablemente no salvan a la película de causar aburrimiento. La directora Anahí Berneri ha demostrado en el pasado que sabe como filmar con su film Por tu culpa (2010) y aquí repite una muy buena labor de puesta en escena y fotografía, pero también repite el relato pesado y poco dinámico. Un estilo que muy pocos realizadores pueden lograr y que únicamente Sofía Coppola domina (en el cine reciente). Aire libre invita a reflexionar sobre como una pareja puede deteriorarse y afectar a su hijo, lo malo es que hay que esperar hasta el final para esa reflexión, y la verdad es que cuesta llegar ahí.
Crisis de pareja Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) están casados, tienen un hijo pequeño y quieren concretar un viejo sueño que los saque de la rutina: construír una casa con jardín en las afueras de la ciudad. Sin embargo, mientras se va "construyendo" esta nueva realidad también la pareja se derrumba. Con este punto de partida, el nuevo film de Anahí Berneri, quien antes filmó Un año sin amor, Encarnación y Por tu culpa, explora el tema de las relaciones en crisis y toma como rehén al hijo que los une. Si bien los protagonistas tienen la mente en el nuevo "hogar dulce hogar", también descuidan el vínculo que los une: Manuel se evade, va a la casa de sus padres y encuentra refugio en la familia de un obrero suyo que tuvo un accidente; mientras Lucía se instala en la casa de su madre (Fabiana Cantilo) y pierde el rumbo. Ambos exploran, a su manera, nuevos mundos y olvidan al niño que parece no tener su espacio en medio de una crisis que progresa a la par de cada ladrillo. Aire libre es un drama familiar y con escenas intensas (cuando los padres se olvidan al hijo en la nueva morada) pero resulta errante (los personajes cambian de casas, escenarios, y eso confunde al espectador) en medio de una historia que se apoya en las atuaciones de la dupla protagónica. Entre el vértigo de la ciudad, la velocidad de una moto y una violencia solapada que aflora ante la falta de deseo, Aire Libre es una reflexión generacional acerca del amor y la adultez, la fidelidad y la traición, pero sin los climas y la atmósfera dramática que Berneri consiguió en sus anteriores trabajos. La presencia de una pareja vecina (nuevamente Erica Rivas, vista en Por tu culpa) que espera un bebé funciona además como un espejo invertido de las paredes que Lucía y Manuel intentan, sin suerte, revocar.
Lucía (Celeste Cid) and Manuel (Leonardo Sbaraglia) have been married for quite a few years and have a seven-year-old son, Santi (Máximo Silva), whom they love. As husband and wife, they still care for each other, yet the truth is they are no longer in love. At best, they’re going through a crisis they would rather not talk about. It even seems they do want to break up, but without acknowledging it. In any case, they long for other bodies, other feelings, and other lives. They think they need a breath of fresh air. If they are no longer having a good time, why stay together that much? As they undergo their crisis, Lucía and Manuel try to make a new home for themselves in a residential area outside the hectic Buenos Aires. In the meantime, they move in with their parents, and it’s easy to see they feel they are teenagers once again. Too bad he’s in his early forties, and she is in her late thirties. Not that they care, anyway. You are as young as you feel, right? These are some one of the main questions posed by Argentine filmmaker Anahí Berneri in her new film Aire libre. But they should be understood as critiques, not as desirable manners to think your way out of a sentimental crisis. Berneri casts an acute, never condescending gaze on how many couples implicitly agree on how not to deal with their problems, and so go for temporary love affairs with others. Or how they decide to terminate their relationship because of fear of confronting one another. Many times, they would rather deceive themselves with the false promise of sharing a bright new sky with the next person to come. As if love was that easy. But Berneri does not judge her characters even for a second. She clearly exposes their erratic behavior, their implicit and explicit aggressions, the ways they find to establish some distance, how their bodies don’t make love to one another anymore, what they do with their frustrations, and how unwilling they are to make some kind of commitment or alliance that would at least give them a chance to recover their relationship. Despite their complaints, it looks like they’re comfortably numb. Aire libre draws a detailed, very telling state of things and asks viewers to witness it all — not a pretty sight. Following a very accomplished naturalistic vein, situations, episodes and occurrences take place in a restrained fashion. Granted, there are just a few outbursts of violence here and there, but for the most part waters still run deep. Don’t expect major dramatic turning points for there are almost none. It’s not about grandiloquence or big gestures. It’s just that tedium and carelessness have been taking their toll for too long. In the name of love, somebody should have been paying attention.
La desintegración en proceso Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid se lucen en el largometraje de Berneri que va haciendo del conflicto de la pareja protagónica parte de un continuo indiscernible. No importa cómo se resuelve, sino que surge, se desarrolla y crece, hasta la propia violencia física. Para “entrar” en Aire libre se requiere un esfuerzo de disociación, para identificarse con gente cuyo mayor problema parece ser mudarse de una casa preciosa a otra que, una vez que la diseñen a su pleno gusto, hasta en sus más mínimos detalles, promete ser más preciosa todavía. Es que Lucía es arquitecta y Manuel, ingeniero civil. Por lo cual, saben perfectamente lo que quieren y hasta dónde les da el bolsillo. Y el bolsillo les da, por lo cual aquel espectador a quien le cueste llegar a fin de mes, o viva privándose de minucias que necesita o desea, no se le hará fácil meterse en la piel de este matrimonio de clase media-alta, que los fines de semana se reúne a tomar whisky con amigos, en una casa a orillas del Delta. Es a partir del momento en que la relación de pareja empieza a crujir que sus asuntos pasan a ser más compartibles, por universales. Allí queda claro que su mayor problema no era mudarse de una casa preciosa a otra más preciosa aún. En su ópera prima, Un año sin amor (2005), Anahí Berneri (Martínez, 1975) ingresaba en un mundo, el del sexo gay-heavy de la cultura leather, que le era ajeno. Podría pensarse que –a diferencia de Por tu culpa, 2010, proyección de experiencias y fantasías muy personales– en Aire libre hace algo semejante, asomándose esta vez a un planeta de gente que dejó muy atrás las urgencias económicas. Como en ambos casos se trata de viajes de ingreso, los dos films recorren, en el terreno de la puesta en escena, un camino que va de cierto distanciamiento a una forma de empatía, ya sea con el escritor portador de HIV de la primera o, en este caso, con la pareja que conforman Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia). Hay un desencuentro en la cama, una discusión por un modelo de canilla para la cocina, una desafortunada visita a un famoso hotel alojamiento junto a la Panamericana, donde Manuel prácticamente viola a Lucía y se va. Es difícil precisar en cuál de esos momentos la relación entre ambos empieza a desintegrarse, por la sencilla razón de que esa desintegración es un proceso, que algún espectador advertirá en algún momento y otro algo más tarde. Esto tiene una razón: es notable, y sumamente infrecuente, el modo en que Berneri –que escribió el guión junto a Javier van de Couter, con asesoría de Sergio Wolf– va haciendo del conflicto de la pareja protagónica parte de un continuo indiscernible, una corriente subterránea de la que, de modo casi inadvertido, van surgiendo signos, indicios, tenues alarmas. Lucía y Manuel no se separan, entendiendo esto como un corte marcado, un momento preciso, una decisión de uno o de ambos, una serie de discusiones sobre el tema. Se van separando, como llevados por los hechos y sin que ellos mismos lo decidan o perciban. Como la casa nueva la están haciendo y eso lleva tiempo, como de la anterior se mudaron, Lucía y Manuel “se ven obligados” a vivir en las casas de sus respectivas madres. A la de Lucía la encarna, en el que si la memoria no falla es su debut cinematográfico, Fabi Cantilo. Que hace no sólo de mamá de Celeste Cid sino de abuela, porque Lucía y Manuel tienen un hijo de unos siete u ocho años, Santi (impecable debut de Maximiliano Silva). A la de Manuel la encarna Marilú Marini, que hace de abuela bián. Lucía se instala en lo de mamá, Manuel va y viene en moto, a una velocidad que acrecienta la sensación de huida. Del mismo modo elíptico en que va profundizando, con gran cuidado y dosificación, la grieta que se abre entre ambos, Berneri insinúa sendas posibles aventuras extraconyugales. De Lucía, con un músico, compañero de banda de su hermano menor. De Manuel, con la mujer de un albañil accidentado (Lorena Vega). La película termina in media res, a lo Cassavetes, dejando toda posible resolución del conflicto en estado de suspensión. No importa cómo se resuelva. Lo que importa es que surge, se desarrolla y crece, hasta la propia violencia física. El de Berneri es, desde Un año sin amor en adelante, un crecimiento sostenido en cuanto al manejo de la forma cinematográfica. Aire libre es, en ese terreno, su película más consumada. No sólo por su pulimento, del que es tan responsable el notable director de fotografía Hugo Colace (que entre muchísimas otras iluminó El lado oscuro del amor, La ciénaga e Historias mínimas), que llena el cuadro de brumas y semioscuridad (y, en una escena en una disco, de puro neón), como la montajista Eliane Katz y el sonidista Catriel Vildosola, que dan cuerpo a cada corte preciso y cada pequeño sonido. Si Aire libre es una película formalmente consumada, se debe a su justísima puesta de cámara (que tiende a privilegiar la distancia media que el plano americano facilita), la exacta duración de cada plano, la precisión de cada encuadre, el dominio de las elipsis narrativas y, sobre todo, un ritmo pausado pero indeclinable, con un “aire” narrativo que hace honor al título. Desde ya que Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid están inmejorables. En el caso de él, no es novedad. En el de ella, tal vez algún prejuicioso se sorprenda. Será alguien que no haya seguido su carrera, desde Resistiré en adelante.
Suena paradójico, pero no se respira otra cosa que aire contaminado en el cuarto largometraje de Anahí Berneri. Contaminado por la molicie, los pequeños problemas cotidianos que se amplifican sin sentido, las miserias y la violencia contenida y explícita que muchas veces invade la vida en pareja. Son pocos, muy pocos los vestigios de empatía que sobreviven en la relación entre Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia), embarcados en la planificación de una mudanza a un derruido caserón en las afueras de la ciudad que simboliza a la perfección el estado de su vínculo. En el medio de esa guerra de nervios queda su hijo, un niño (Máximo Silva) que apenas puede abstraerse de los conflictos permanentes que lo rodean gracias al ala protectora de su abuela, interpretada con solvencia por la cantante Fabiana Cantilo (también están muy ajustados Lorena Vega y Alejandro Catalán en otros personajes secundarios). Manuel intenta escapar del agobio refugiándose en una vida fuera del entorno familiar que tiene múltiples facetas: arquitecto, socio de un bar, motociclista ocasional, amante furtivo. Sbaraglia le pone el cuerpo a ese personaje atormentado sin apelar a subrayados, jugando con cierta ambigüedad, tornándolo inquietante y creíble a partir de sencillos detalles. Su frustración aparece en cada gesto, en cada frase que pronuncia. Como contraparte, Cid logra dotar de encanto y sensualidad a esa treintañera que deposita en la planificación de la obra la expectativa de reconstrucción del proyecto vital que se viene a pique. Es notable cómo ambos trabajan en cada escena los pormenores de esa disolución. La tensión se respira en cada conversación, en los intentos fallidos de reconvertir una sexualidad en terapia intensiva, en las anárquicas reapariciones del deseo con otros interlocutores. Hay más de una actitud de los protagonistas que denota las dificultades para cruzar definitivamente la línea de la adolescencia que hoy casi es norma. A los tumbos, Lucía y Manuel se lastiman, y lastiman todo lo que entra en contacto con ellos. Protagonizan, pero también observan -más de una vez impávidos- su propia crisis, la niegan, la corporizan en inútiles catarsis. No se deciden a enfrentarla hasta que paga los platos rotos quien menos debería. Más que amarga, Aire libre es una película valiente y verdadera. Apunta directo a su objetivo reutilizando con inteligencia ese catálogo de lugares comunes en el que suelen convertirse los matrimonios cuando no se asumen los peligros que los acechan. Cuando el erotismo (entendido como algo más amplio que lo que pasa en la cama) se desvanece, el volumen de la relación amorosa se apaga, en fade o de manera abrupta. Aire libre simplemente lo advierte. Y perturba.
Conflicto de puertas adentro El renacimiento del cine argentino que se produjo en la década del '90 nunca se apagó, y un gran número de realizadores construyó desde entonces una filmografía sólida y digna de atención. Entre la variada oferta de filmografías que ofrece el cine nacional, la de Anahí Berneri es una de las más notables. Y aunque Aire libre sea la primera de sus cuatro películas con gran proyección comercial, sus films anteriores son dignos de revisión y análisis. Un año sin amor (2004), Encarnación (2007) y Por tu culpa (2010) son, cada uno en su propio estilo, grandes largometrajes, todos interesantes, llenos de inquietudes e ideas. Lo novedoso en Aire libre es la presencia de dos personajes principales que se dividen el conflicto dentro de la trama. En las tres películas anteriores de Berneri, los personajes eran retratados de forma solitaria, aun cuando no estuvieran solos en la vida. Sus interacciones con el exterior no impedían que pudiéramos ver la soledad de sus pensamientos, sus miedos, sus deseos. Por eso sin duda Aire libre genera una tensión inédita dentro del cine de la directora. Los protagonistas son una pareja, Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia). El matrimonio, que tiene un hijo de siete años, se aleja de la ciudad e intenta iniciar un nuevo proyecto en una casa en las afueras. No hay duda alguna que esa casa que deben reciclar es una metáfora del propio matrimonio, pero como en todo buen film, la metáfora no impide que la película funcione en ese doble discurso de forma fluida y armoniosa. La idea de que cada persona tiene un mundo interior, difícil de conectar con el afuera queda puesta de forma amarga pero también lúcida en esta historia, donde dos personas que comparten un matrimonio se encuentran con que sus ideas, sus mundos, se han alejado y vuelto incompatibles. La maestría narrativa de Anahí Berneri se expone una vez más en su cuarta película y, como es habitual en ella, logra sacar el máximo de partido de la pareja protagónica. Tanto Cid como Sbaraglia consiguen transmitir perfectamente las ideas de la directora en cada una de las escenas. En un año de cine argentino que parece venir con todo, Aire libre es ya una de las películas imperdibles del 2014.
Berneri inquieta y obliga a reflexionar El es un joven arquitecto, serio, con trabajo. Ella también es arquitecta, a juzgar por el trato que le da un albañil, y es linda, alegre, animosa, creativa, impulsiva, y todas esas cosas que iluminan un hogar y el marido apaga con su mal humor. Visto desde otro ángulo, es linda pero cargosa, desatenta, manejadora, muy desordenada, medio gataflora, bastante inoportuna, y egoísta. ¿Pero cuál de los dos es más desatento, desconcertante y egoísta? Anahí Berneri viene de hacer esa pieza tremenda titulada "Por tu culpa", prácticamente una mujer atormentada por sus dos hijos hiperkinéticos en un departamento, hasta que llega el marido y pasamos a otro grado de malestar. Ahora nos muestra a una pareja de profesionales bien instalados, con un hijito que es un amor y se banca todo (es un decir), los abuelos paternos muy cordiales, la abuela materna medio hippie, muy afectuosa. Esos chicos están refaccionando una casa vieja con arboleda y pileta para irse a vivir. Podrían dar envidia. Pero esos chicos ya son bastante grandecitos y todavía no saben madurar, ni llevarse bien, ni separarse del todo. Pareja tóxica, muestra de la actual generación, cada uno la calificará según la mire, y más de uno, suponemos, habrá de reconocer sus propios caracteres. Berneri es una observadora aguda, que sabe pintar situaciones, tensarlas, hacerlas bien creíbles, reconocibles y al mismo tiempo novedosas. Nos da pistas y deja que completemos la idea, como quien asiste a la casa de los vecinos y va deduciendo lo que no piensan decirle, ni siquiera decirse entre ellos, que es el mayor problema para alguna gente. Y nos va inquietando, cada vez más. Hace que todos necesitemos aire, no sólo los personajes, que Celeste Cid y Leo Sbaraglia representan muy bien, sin apelar a ningún recurso histriónico de mala novela (y jugando un par de escenas íntimas que todavía no se ven en ninguna novela). Equilibrando los malhumores, están el pibito Máximo Silva, debutante de natural simpatía, y sus dos abuelas en la ficción: Fabiana Cantilo y Marilú Marini, lástima que aparezcan menos de lo deseado. Coguionista, Javier Van de Couter. Fotografía, Hugo Colace. Sonido, Catriel Vildosola. Para ver en pareja (si se animan a ir juntos).
Instrucciones para ser un pequeño burgués Aire Libre aborda algunos de los problemas a los cuales se enfrenta en la actualidad el pequeño burgués. Este primer punto hace difícil la identificación con los protagonistas pero al avanzar el film encontramos que no se pretende dicha empatía. La película está construida como el tratamiento de uno o varios temas a los que se enfrenta al espectador a modo de ejercicio. Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) son capaces de mantener el control absoluto en todos los aspectos de su vida que pueden ser racionalizados. Esta pareja tiene lo suficientemente planificado su dinero para que no resulte un problema y son capaces de generar planes a futuro con la misma premeditación con la que lo hace una compañía. Esa capacidad resolutiva se convierte en conflicto cuando de a poco y a través de señales sutiles, ambos comienzan a tomar consciencia que su relación es justamente una empresa. El amor, entonces, es visto como la circunstancia que dio origen a una unión que puso fin a sus individualidades pero que los ayudó a mantenerse en un extraño movimiento que cada vez resulta más parecido al estancamiento. El punto de partida es una mudanza. La pareja, fiel a su espíritu, anhela alejarse un de la capital hacia una casa amplia con pileta. Esto no es dato menor ya que engloba el sueño de la clase media alta oprimida por la cuadricula porteña. La casa en cuestión debe ser construida de cero y el plan es hacerlo con sus propias manos como quién encara un pasatiempo. Al alejarse de ese lugar en donde la vorágine funciona como excusa para evitar replanteamientos el aire libre que da nombre al título acerca a la pareja a todo aquello que no puede ser racionalizado. Surgen deseos, cuestionamientos y peleas. El exceso de oxigeno (trasladado con virtuosismo a la cámara) los conecta con una adolescencia que parece no haber terminado nunca. El conflicto emerge con pulso paulatino y sutil siguiendo el sosiego que los personajes encuentran en ese retiro que los obliga a la introspección. El camino de los personajes se bifurca y ambos transitan por diversos espacios en el que encuentran a varios personajes que funcionan como diferentes modelos de esta empresa a la que llamaron familia. En esos recorridos ambos pierden de vista a su hijo. Si, tienen uno, pero el niño parece criarse a partir de la ausencia misma. El insume tiempo y recursos, en definitiva, da pérdidas. Aire Libre logra con inteligencia plantear estas cuestiones sin caer en juzgamientos. Las sentencias quedan reservadas al espectador (así como yo estoy pronunciando las mías) y es por eso que siguiendo esa construcción, el espiral conflictivo que silenciosamente comienza a apoderarse de la trama no encuentra solución. En este universo, la solución sería el comienzo de una historia nueva, diferente.
ANAHI BERNERI dirige drama costumbrista de corte intimista, apelando a una narración densa y sofocante, con climas opresivos y tensión permanente entre la pareja protagónica (excelentes trabajos de CELESTE CID y LEONARDO SBARAGLIA) Es imposible empatizar con ninguno de los protagonistas, y quizás allí esté el mayor potencial de este filme de autor, no hay buenos, ni malos, "escenas de la vida conyugal" de una nueva generación, que dejará al espectador en estado de reflexión, cuando las luces de la sala de hayan encendido.
Una pareja joven en el momento en que se termina el deseo, nacen las agresiones y se abren ventanas para huir de responsabilidades e ir al encuentro de otras conquistas. La directora Anahi Berneri maneja muy bien los climas, el lenguaje, las sutilezas y logra, con muy buenos trabajos de Leo Sbaraglia y Celeste Cid, comprometer anímicamente al espectador.
La primera película de Anahí Berneri fue "Un año sin amor", una gran historia que se llevó más de 15 premios alrededor del mundo y que abría la puerta a una nueva directora para seguirle el rastro... así fue con "Encarnación" y "Por tu culpa". Ahora le llegó el turno a su cuarta película, donde nos topamos con una de las parejas más hermosas que puede haber para disfrutar en pantalla grande como lo son Celeste Cid y Leo Sbaraglia. Dos actores gigantes que se ponen, literalmente, la película a sus hombros y gracias a ellos vas a poder seguir observando el lento transitar que propone "Aire Libre". Película que no es para todo el mundo... A mi parecer, la falla más grave está en el guión, pero seguramente su directora quiso contar lo que sucede en pantalla. Aplaudo que en los últimos 5 minutos suceda algo. Acá no hay escena extra como la peli de Marvel, pero te recomiendo que te quedes en los títulos y disfrutes de la versión de Sbaraglia junto a Cid de "Provócame", tema de Chayanne.
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Personajes desesperados En la novela Personajes desesperados, de Paula Fox, un matrimonio burgués que parece tenerlo todo empieza a mostrar grietas después de que ella es mordida por un gato callejero. En una escena de Aire libre, un perro les muestra los colmillos a Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) mientras caminan hacia la casa de campo que se están construyendo. La amenaza parece menor, pero no, porque la rabia está adentro de ellos: el malestar de una convivencia de años, la pasión erótica convertida en agresividad, miedo, culpa o vacío. El comienzo del fin: un estado casi animal, aunque Lucía y Manuel no lleguen, o no quieran llegar, a comprenderlo. Nada que no le pase a casi todo el mundo. Lo excepcional es el modo en que Anahí Berneri logra captar y transmitir este estadio de la vida en pareja. La realizadora, una de las más talentosas del país (incluidos, obvio, los hombres), vuelve a mostrar su poder de observación, su sensibilidad, su capacidad para narrar con un lenguaje cinematográfico que es, a la vez, delicado y tenso, abierto a múltiples significantes, carente de clichés, simplificaciones y juicios morales. Gran parte de su cine, de un realismo crudo, directo, cassavetiano, está hecho de seres comunes a punto de implosionar y de situaciones que generan empatía con lo que menos queremos observar en nosotros. Muchas críticas hablarán hoy del vínculo entre Aire libre y Por tu culpa, la anterior película de la directora. No vamos a ser originales: nos sumamos. Hasta Berneri dijo que Aire libre podría ser la precuela de Por tu culpa. Agreguemos que, entre otras analogías estéticas, narrativas y temáticas, en ambas películas la directora hace una magnífica “utilización” de los chicos como elementos dramáticos. En Aire..., las reacciones de Santiago, el hijo de siete años de Lucía y Manuel, funcionan como espejo que multiplica los desbordes de la pareja. Santiago parece sentirse bien sólo con su abuela materna: colgada y adorable -como siempre- Fabiana Cantilo. Pero hay otro elemento, vital, que Berneri trabajó más en Encarnación, con Silvia Pérez: el cuerpo. En Aire libre vemos a una Celeste Cid y un Leo Sbaraglia ligeramente deteriorados por el paso del tiempo y, tal vez, por una violencia indeterminada entre ellos (ambos debieron aumentar de peso para la película). Ella, que tiene moretones en las piernas, puede pasar de la indiferencia a los celos y de ahí a la furia o la provocación, en más de un sentido. Frente al espejo del baño, mientras él se seca tras un ducha, le dice: “Tenés tetas”. Una estocada letal, una de las tantas que se dan mutuamente. Mientras ¿construyen? su casa, ambos se instalan, primero, en la de la madre de ella. Después, él se va a vivir con sus padres. Casi sin darse cuenta, funcionan como divorciados o, también, como jóvenes inmaduros. Nada parece impostado (formidable trabajo con los diálogos) ni tampoco casual. Pero no escribamos más: que hablen, a través del buen cine, Sbaraglia, Cid y sobre todo Berneri.
Un matrimonio en crisis que te invita a reflexionar acerca del amor. Muchas historias son llevadas al cine, a la televisión y al teatro, referenciando en gran parte con la vida, en este caso nos introducimos una vez con temas relacionados al matrimonio pero resquebrajado por distintas situaciones no siempre todo resulta color rosa. Durante la convivencia pueden ir apareciendo distintas dificultades: rutina, engaños, desilusiones, fracasos profesionales, aburrimiento, la familia política, mañas, decepciones, y la lista puede seguir. Esta película puede emparentarse con la vida de cualquier espectador, los protagonistas son un matrimonio Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia), con un hijo Santi (Máximo Silva) de unos siete años, ambos son profesionales y la primera escena los vemos unidos por un proyecto: construir una nueva casa. Ese nuevo lugar seria en las afueras de la ciudad, reciclando una casa con pileta. Para eso resuelven vender su casa y se van a vivir a la casa de Matilde (Fabiana Cantilo) madre de Lucía, pero todo no les resultará sencillo, surgen nuevas presiones, problemas y las intolerancias, ella se queda en esta casa y él siente la crisis de los 40, asfixiado, estresado y agobiado, para colmo surge un accidente que sufre un obrero de una obra en la cual él se encuentra a cargo. Entre encuentros y desencuentros decide vivir con sus padres, y debido a las distintas incomunicaciones, terminan separados. Ambos comienzan a sentirse emocionalmente inestables, se encuentran cómodos en la casa de sus padres, sus comportamientos son un tanto adolescente y revelan su inmadurez. La historia tiene algunas similitudes con “El campo” (2011) de Hernán Belón, protagonizada por Sbaraglia y Fonzi, con una hija chiquita se van a vivir al campo, a una casa destruida que planean reacondicionar, es fría, alejada de todo y empiezan a surgir conflictos en la pareja. Y en parte tiene relación con “Aire libre” porque la casa se encuentra alejada y se transforma también en un personaje, destruida, llena de grietas y en crisis como este matrimonio. La película habla de los conflictos matrimoniales, cuando uno de los dos comienza a fantasear con otros cuerpos, el deseo se diluye y se termina la admiración, habla principalmente del amor hombre-mujer, a través de las imágenes y de una narración de corte intimista, va transmitiendo distintos detalles, la música y la fotografía influyen en varias escenas. Hay silencios y tensión, se va planteando una violencia psicológica y con varias metáforas intenta que el espectador reflexione sobre el amor. Cuando una pareja decide tomar distancia los que suelen pagar los platos rotos del divorcio son los hijos, pero uno de los problemas que tiene esta historia es el ritmo, le falta dinamismo y por momentos aburre. Los protagonistas Sbaraglia y Cid, se atreven a cantar la canción de "Aire Libre" que se puede escuchar a su término dentro de los créditos, tienen buena química, se ponen la historia al hombro y hasta aumentaron de peso, sus personajes son emocionalmente contradictorios, contiene varias escenas fuertes síquicas y físicas, como la del hotel alojamiento que contiene sexo violento, provocación y broncas.
Aquello que intentamos construir Aire libre, la nueva película de Anahí Berneri, se sostiene sobre las columnas de una metáfora un poco obvia y trillada: esa casa que la arquitecta que interpreta Celeste Cid intenta recuperar y solventar a como sea. Esa casa es, claro que sí, su matrimonio. Pero, milagro de la puesta en escena que la directora maneja con gran solidez y madurez, la película trabaja la degradación de esa pareja con tanta naturalidad, aspereza y cercanía, que Aire libre logra minimizar el efecto negativo de sus redundancias para aumentar la potencia de su drama. Y hace -como pocas veces- que el plano sobre una ventana que se abre se torne físico y represente para el espectador un bienvenido remanso de aire para el desahogo. Uno de los grandes aciertos del film es la concentración en la intimidad de la pareja protagónica, pero además la reflexión sobre las consecuencias en el pequeño hijo de ambos y el posible origen en la herencia social que heredan de sus respectivos progenitores. Los espacios que habitan esos padres -como referencia social- son claves, también, para interpretar a los protagonistas. El film de Berneri es un drama adulto, fuerte, angustiante y asfixiante, que desde lo cinematográfico tiene una extraña dualidad: por un lado los tiempos del cine nacional de autor y por el otro la apariencia de un drama mainstream con apoyo del star-system. Es una especie de cine neo-industrial nacional que encuentra sus orígenes en las experiencias de Pablo Trapero con Ricardo Darín. Los primeros momentos de Aire libre tienen cierta luminosidad y paz. Serán los únicos. Manuel (Sbaraglia) y Lucía (Cid) piensan su casa del futuro debajo de un árbol. Trazan los espacios, mientras discuten qué paredes derribar. Ese naturalismo un poco a la francesa del comienzo es transformado progresivamente por Berneri en un drama sin cuartel. La primera gran secuencia es una pequeña batalla sexual que anticipa la gran guerra, y que pone en conflicto deseos, intimidades, inseguridades, egoísmos. Jugada con gran osadía por ambos intérpretes -la utilización de la cama como un campo de batalla donde los cuerpos son el elemento en disputa, la otredad a colonizar, y que derriban el endiosamiento fálico del sexo cinematográfico- esta escena será el punto que luego se expandirá en múltiples direcciones: para Manuel y Lucía (de más está decir que Sbaraglia y Cid se comen la película escena a escena), dará lo mismo discutir por sexo que por la grifería para la nueva casa. Aire libre no hace casi otra cosa que tomar esta situación y aumentarla, engordarla, hasta que la explosión sea inevitable. Quien busque otra cosa desde un punto de vista narrativo, que ni piense en pisar el cine. Porque lo interesante no es en sí el juego macabro entre ambos personajes, casi una disputa deportiva entre dos equipos que se están yendo a la B (si nos paramos desde ahí, el film parecerá redundante y repetitivo), sino cómo ese juego sórdido y autodestructivo que algunos llaman vida en pareja es apenas una puesta en abismo de las expectativas que cada personaje ha depositado en su vida. Lo que cuenta Aire libre es un tramo, el más decadente, en el vínculo de Manuel y Lucía. Y uno casi que adivina la elipsis, eso que no se nos muestra, el antes, pero que se intuye frustrante, complejo y doloroso. Para ambos. Berneri, con enorme integridad, no elige un punto de vista sobre el cuál posar su mirada. Se mueve constantemente. O tal vez sí, el punto de vista es ese hijo a punto de estallar y que inconscientemente supura sus dolores en berrinches infantiles. Similar en su planteo y estructura dramática a Blue Valentine, de Derek Cianfrance, la película de Berneri se desmarca de las comparaciones al tomar distancia -como no lo hacía el film yanqui- de los mecanismos del drama romántico convencional. No hay aquí un suspenso sobre la posible ruptura o no de la pareja, sino más bien una exhibición de dolores que funciona por acumulación, y que el abrupto final no hace más que reforzar. La negación a una posible resolución del conflicto central es también una forma de respetar el mundo interior de los protagonistas: ese callejón sin salida en el que parecen estar no exhibe una luz al final del túnel, y está bien que así lo sea porque el mundo que retrata el film no es precisamente de seguridades. A lo sumo en esa última secuencia -posterior a otra de gran angustia y trabajada notablemente por Berneri- Manuel y Lucía comprenden que hay un mundo paralelo que funciona en otros términos y que demuestra, en espejo, el fracaso de aquello que intentamos construir, como seres contaminados por la cultura de la estructura familiar pero subyugados por el más instintivo individualismo.
"Anahí Berneri retrata el proceso de descomposición de una relación con una mirada cruda y precisa sobre la intimidad cotidiana en una crisis de pareja. Hay una honestidad brutal para mostrar miradas, silencios, gestos y situaciones más dolorosas que un plato por la cabeza. Esos pequeños golpecitos que terminan derrumbando un hogar". Escuchá el comentario. (ver link).
El amor rompe y no paga Lucía y Manuel no se dan cuenta. Pero en la cama, en la cocina y en el trato aparecen esas pequeñas grietas que anuncian tormentas mayores. Ella es arquitecta y él es ingeniero. Sueñan con poder darle un poco de aire libre a un amor que se ha ido contaminando. Y esa mudanza es el símbolo de un deseo que también va cambiando de lugar, porque ella y él, sin imaginarlo, van abriendo otras puertas. En su nueva casa, como en su historia, es más lo que rompen que lo que construyen. Sobran los obstáculos, los inconvenientes, las dudas. Se van gastando la plata y las ganas. La violencia empieza arremetiendo contra las paredes y avanza sobre ellos. Se separan transitoriamente, aunque en las parejas nunca se sabe. El se va a la casa de sus padres y se sube a una moto. Más que avanzar, parece fugarse. Hay un clima de reproches y negaciones, de dudas y silencios. Y hasta la presencia del hijo (¿quién lo lleva?, ¿dónde duerme?) parece sumarse a ese muestrario de contrastes. Berneri, autora de ese interesantísimo “Por tu culpa”, luce esta vez menos concentrada y más reiterativa. Le falta rigor narrativo. Su naturalismo minimalista a veces le juega malas pasadas a una historia que se enrosca sobre sí misma. Pero se trata de una realizadora talentosa, que es capaz de sacarle notas reveladoras a los pequeños detalles, que puede transformar la cotidianeidad en algo perturbador, que maneja con inteligencia el peso de una mirada y de un tono, y que va poniendo sutiles luces de alarmas sobre un amor al que, como a la casa inicial, están por dejarlo abandonado. Celeste Cid le da verdad a su extraviada Lucía, pero Leonardo Sbaraglia está formidable: su Manuel expresa todo el desgaste y todas las dudas con una mirada, un mínimo gesto, como en el plano final, en el casamiento, cuando su cara parece preguntarse todo y no saber nada. Ni lo que pasó ni lo que puede pasar. ¿Se puede rehacer un amor desde sus escombros? Cuando la casa presenta grandes rajaduras, parece que no queda otra que mudarse o romper todo y empezar de nuevo.
La directora de POR TU CULPA tal vez sea la cineasta que mejor filma el caos familiar cotidiano. Me refiero a que tiene un ojo y un oído afiladísimos para detectar y poner en escena el sinfín de energías contrapuestas que existe en una situación aparentemente normal y convencional de un hogar. Como en ése, su anterior filme, AIRE LIBRE es el retrato de uno de esos pequeños pero a la vez enormes desequilibrios cotidianos, de esos que empiezan con fastidio e irritación para luego transformarse en agresión y violencia. Berneri parece filmar por abajo de los hechos (o por adentro), en esa zona donde es más importante el movimiento de los cuerpos, la energía circundante y los tonos de voz que lo que, a primera vista, se dice y sucede. Es una cineasta del subtexto, capturando los ritmos internos de cada situación como pocos logran hacerlo, aún a costa de que los ritmos, digamos, externos, se borroneen un poco. La película, entonces, funciona más como una serie de sensaciones que como una narración estructurada de manera convencional. Los hechos son pocos y la evolución es bastante lógica desde que conocemos a la pareja que encarnan Manuel y Lucía (Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid), su intención de reformar una casa en el campo para irse a vivir allí y la obligación/necesidad de estar en lo de sus respectivos padres mientras la construcción avanza. La distancia entre ambos empieza a ser física y luego también emocional, por lo que de a poco el “proyecto de pareja” empieza a complicarse, con la casa como testigo y metáfora de esa destrucción. El hecho de que tengan un hijo en común no siempre es motivo de unión. Al contrario, puede sumar conflictos. Aire_Libre1_2Lo que Berneri narra aquí es un estado de ánimo o bien una serie de estados de ánimo que van desde el desencuentro familiar a la fractura. En ese sentido, logra que cualquier espectador con mínima experiencia en conflictos de pareja y/o familiares se sienta inmediatamente en un universo que conoce, acaso, demasiado bien. Digo “demasiado” porque esa familiaridad que logra transmitir Berneri es potencialmente irritante para el espectador también, a quien los fastidios –a veces menores pero finalmente importantes– que se viven seguramente le harán recordar los suyos, muchos de los cuales desearía olvidar. Sin sentimentalismos y con un tono seco y realista, AIRE LIBRE se presenta como una crónica de una familia en problemas. Berneri puede tener sus simpatías pero no toma partido por nadie. Y si bien el niño es la principal víctima de unos padres confundidos en sus propios rumbos, tampoco se lo presenta como un “pobre angelito”: por momentos el pequeño puede ser tan irritante y fastidioso como sus padres y hasta más. Los comportamientos del trío son decididamente patológicos y la película no intenta disfrazarlos. Al contrario, más bien tiende a mostrar solo sus momentos oscuros. airelibreBerneri toma la situación in media res: no hay demasiadas explicaciones previas ni los personajes se definen por un objetivo o un conflicto claro. La cámara entra a la casa (o las casas) a espiar como si fuera un miembro más y de a poco uno debe intuir qué está pasando. Eso –que puede generar algunas confusiones narrativas, ya que Berneri opta además por poner la cámara muy cerca de los personajes y a veces no sabemos ni dónde están– le da a la película un tremendo e inusual grado de intimidad. En la cocina, en el baño, en la cama: lo que vemos u oímos está muy cerca de parecerse a lo que vivenciamos en nuestras respectivas experiencias. Como otras cineastas argentinas (Martel y Murga, básicamente), Berneri es una artista del detalle, de esa mirada, ruido o movimiento que dice más que mil explicaciones. Digamos que en sus filmes el sonido es más importante que el diálogo: el ruido ambiente, el tono con que se dice algo, los gritos (los personajes gritan y discuten bastante en el filme) son centrales a la trama. Y como sucede a veces con este tipo de retratos expresionistas, a veces el relato se resiente: la película se hace un poco larga y esa caótica desorganización familiar se traslada a la propia narración. Por suerte, en la segunda mitad AIRE LIBRE encuentra su ritmo y avanza hasta su contundente final. El filme cuenta además con dos actuaciones impecables como las de Sbaraglia y Cid. El, que ya protagonizó la relativamente similar EL CAMPO, arma un personaje complejo e interesante, un tipo que encuentra en su separación una posibilidad de regresar a la adolescencia, confundiendo objetivos y neurosis varias en el camino. Cid –cuyo bello rostro y figura algo más asentada le dan, en sus treinta, un touch menos de princesita y más de intensa actriz francesa– sigue demostrando que es una de esas grandes actrices capaces de llevarse puestas las películas en las que participa. Sobra decir que debería actuar en muchas más. La otra sorpresa de la película es la cantante Fabiana Cantilo en su debut cinematográfico, interpretando a la particular madre de Lucía (Cid). Un personaje que, como los otros, no puede evitar sumarse a esta caótica danza de la vida cotidiana.
“AIRE LIBRE”: OBRA A PUNTO DE EXPLOTAR Todo globo, excepto que sea inflado con gas, en algún momento se revienta. Pasa en los cumpleaños, en las fiestas de fin de año y también pasa en los recitales de música. Su función es simple: dar color, pero su problema más grande es que no tienen mucho tiempo de vida. Uno los infla y ata delicada y cautelosamente para que después venga un chico de cinco años y lo eche todo a perder. Y eso es lo que me generó ‘Aire Libre’, el nuevo largometraje protagonizado por Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia. La película es un globo. Ahora voy a dar mis razones. El relato se sitúa en un momento casi azaroso de la vida de Lucía y Manuel. Nadie le tiene que explicar nada al espectador, la cámara se posa a un costado y se mete de lleno en el día a día de esta gente. Con el correr de los minutos, uno se irá informando y así podrá atar hilos. La pareja quiere cumplir su sueño y construir su propia casa, pero por el contrario, a partir de esos nuevos cambios, su relación empieza poco a poco a destruirse. La película empieza muy tranquila y hasta casi más de la mitad de la misma no pasa nada sumamente interesante. De esta manera, el globo se empieza a inflar de a poco y ya casi está listo para decorar la sala. Se ve estancada debido a la abusiva utilización del recurso de los silencios y las tomas largas (justamente el aire libre). Por culpa de ello, pareciera que tendría más éxito que este film un compilado con todas las escenas en las que aparece Celeste Cid desnuda. Lo mejor por lejos, sin ninguna duda. Muchachos, mírenla con carpa. Grandes ataques impulsivos de la mujercita, buenos gritos de Sbaraglia. Dos verdaderos actores argentinos que están a la altura del cine como arte de expresión. Nada de segunda mano, excepto el intento de actuación del ‘Turco’ Naim. Por otro lado, aparece una sensual versión de “Provócame” de Chayanne que esta vez conduce hacia el fuego de la tentación a la propia Lucía. A esa altura de la película, la gente ya está jugando con el globo y los elementos filosos rondan cerca. Discusiones, broncas acumuladas, parejas que hacen el odio y no el amor, amantes, gritos, un hijo de por medio. Todo junto. Toda la información que se nos brindó paralelamente durante la aburrida primera mitad empieza a entreverarse y generar conflictos. La presión adentro del globo es infinita, todo quiere explotar y el aire libre tiene que aparecer. Nadie respira tranquilo. En síntesis, “Aire libre” es un drama muy intenso pero que por momentos cansa a los ojos. Pareciera que se podría haber apostado mucho más ya que se observaron elementos y reparto suficiente para poder hacerlo bien. La película muestra tantas cosas ciertas y reales de la vida que resulta difícil querer ir al cine para sentir por dos horas lo mismo que vivís afuera de la misma sala. Nunca está de más ver cine, sobre todo si es argentino.
Éste es otro nuevo ejemplo del llamado “nuevo cine argentino” que basa sus cimientos en el denominado cine no narrativo, lo que puede leerse, como aburrido. Pero tiene como plus a su favor la pareja protagónica, tanto desde la química que despliegan en pantalla como la performance individual de cada uno. No voy a descubrir a Leo Sbaraglia ahora, actor con mayúsculas. Pero sin embargo Celeste Cid, para quien este es su cuarto filme protagónico, hasta ahora, ante todo, era un rostro angelical (no digo celestial para no ser redundante), aquí hace uso de recursos tanto corporales como todo un mosaico de emociones en ese privilegiado rostro, todo un bagaje expresivo e histriónico que, al menos quien escribe estas líneas, no le había visto este nivel en las anteriores conformando una excelente actuación. El interés del espectador si se sostiene sería casi exclusivamente por responsabilidad de los actores, muy bien acompañados por Erica Rivas y Marilu Marini, pero es sólo eso. El grave problema del texto es que durante los primeros 68 minutos, narrativamente, si le cabe la palabra, se dedica a exponer una situación de conflicto de pareja que ya se instala y queda explicita en la primera secuencia. Esa repetición de escenas que sólo implantan el conflicto, nunca termina por empezar a desarrollarlo. No es que no se entienda, el problema es que cansa. Si le agregamos que los diálogos no sólo son banales, cotidianos, superfluos, que no es una técnica perjuiciosa por antonomasia, el problema es que hacen referencia constante a las acciones que están siendo mostradas a través de las imágenes, situación que vuelve a ser redundante, ergo tedioso. Luego, en poco más de cinco minutos se despliega el conflicto y se resuelve todo demasiado rápido, para terminar entrando en una especie de epilogo no sólo previsible sino innecesario. Por supuesto que los rubros técnicos, la puesta en escena, la dirección de arte, la elección de los planos, el manejo de la cámara, la iluminación, el uso del color de manera naturalista son de muy buena factura, lo mismo que el diseño de sonido y, nobleza obliga, la dirección de actores, pero no logra sostenerse por las dificultades nombradas de lo que intenta contar, escenas y secuencias totalmente aisladas sin prosecución, que sólo muestran un conflicto, por lo que el montaje siendo correcto, queda deslucido. El relato es claro, simple; Lucía es arquitecta, Manuel ingeniero, conforman un matrimonio, padres de un hijo de 7 años, cuya vida en común ha entrado en una de esas mesetas en las que el otro dejo de sorprender, como decía el poeta, el perfecto asesino del amor. Sin todavía dar cuenta de la decadencia en su relación, deciden iniciar un proyecto en común y en beneficio de la familia. Si se quiere una metáfora, la reconstrucción de una casa como para conformar un verdadero hogar que los cobije o contenga, pero la crisis no pasa por lo individual de cada uno sino del deseo que se fue apagando. En síntesis, un despliegue de talento actoral desperdiciado.
En este jueves que pasó se estrenaron tres películas nacionales buenísimas: Historia del miedo –de Benjamín Naishtat-, Fango –de José Celestino Campusano-, y Aire Libre, de Anahí Berneri. Podría hablar sobre las tres y sobre cómo, todas, por mención o omisión, hablan de Argentina, su situación y, por lo tanto, nuestro lugar en él. Por una cuestión social o cultural, estas películas dirigen su mirada a distintos barrios, a las tensiones y pasiones que hay en ellos. Podría pensarse, incluso, que estos personajes de Aire Libre pueden convivir con los de Historia del miedo, en el mismo espacio. La película de Berneri se centra en una pareja que está viviendo los 30, realizados tanto profesional como económicamente. Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia), tienen un hijo, una casa, un auto: todo lo que necesitan. Los personajes quedan claramente definidos en un par de planos, unos pocos gestos y sus palabras. Él, un hombre de chombitas Lacoste, zapatos, incipientes canas, poca panza, depilación y una 4×4 que comparte con ella: cuerpo de madre (te queremos mucho, Celeste), peinado de madre, ropa de madre, y sus vestidos de soltera esperando en el placard. Nunca podemos precisar el momento en el que empieza a irse todo al carajo, probablemente porque no haya un guionista que plantee “puntos de giro” o similares yeites a los que ellos son tan adeptos. Las cosas suceden y lo que no vemos también cuenta: las elipsis son lo que de alguna manera va determinando todo lo que sucede en la película. Si lo que vemos son los conflictos, los choques de la pareja, lo que no vemos es el relato que ellos se hacen de la situación, cuando toman y piensan las decisiones que luego afectan a ambos. Cuando te querés dar cuenta, ya estás durmiendo en otra casa, sin dramas y sin peleas, como si siempre hubiese sido así. La situación mayor, englobante, se vuelve inaccesible, principalmente porque no existe: está formada de pequeños indicios y situaciones que, conjugadas, no alcanzan a arman un mapa emocional de la pareja. Berneri llega hasta el límite de la intimidad incluso sexual de ellos dos, pero hay cosas que deja fuera de campo, y ahí reside su fuerza como narradora. Confía en la fuerza de las imágenes y no tiene miedo en dejar espacios a completar. Podría arruinarse de muchas maneras, con más diálogos, con actuaciones más afectadas, con menos elipsis, pero eso no sucede y justamente los silencios y los sobreentendidos son los que son: hacen partícipes de la intimidad. Y el hijo, siempre en el medio. A cada línea de diálogo de sus padres, le corresponde una acotación desde afuera suya, inocentemente. Incluso físicamente pareciera estar molestando, o fuera de lugar, incómodo consigo mismo. El chico no sólo tiene la inquietud propia de su edad y su cuerpo sino la de dos voces que se contradicen en su cabeza. Sus abuelos tampoco son la salida: con todos tiene una especie de tensión. Y suceden cosas, tiene pequeñas explosiones que son puntos importantes en la película porque afectan los padres, que ya bastante tienen con ellos mismos. A esta altura, ya está demás decir que en la película no se respira aire libre o puro. Los espacios son raros. La posible casa de la familia, siempre en construcción, es la que debería ser el lugar de la esperanza y sin embargo nunca transmite esa sensación. Al final, los que habitan los espacios son los que los definen y en Aire Libre este pequeño núcleo familiar vicia todo de infidelidad, de tensión sexual, de cosas nunca que se dijeron. Y no es fácil que ese aplomo se sienta en una sala de cine, pero esta película lo logra. Posdata: vayan a verla aunque más no sea porque tiene la escena de seducción más adorable y hipster del cine argentino.
¿Qué es lo que une y qué es lo que separa a una pareja? La existencia de un proyecto en común, ¿puede avivar la pasión de algo que lentamente se está muriendo?. Las respuestas a buscarlas en “Aire Libre” (Argentina, 2014), de Anahí Berneri (“Por tu culpa”), una asfixiante película en la que veremos la decadencia de un matrimonio y algunos intentos por salvarlo, y que si bien a simple vista generará más de una comparación con “Blue Valentine”, el hilo conduce hacia otro lugar. Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) deciden comprar una vieja casa para remodelarla. Ambos son profesionales del área y volcarán en ella sus anhelos más profundos y sueños postergados. Pero desde la primera escena hay algo que Berneri refleja, para dar a entender del quiebre entre la pareja, que más allá de la idílica imagen inicial de reposo en el jardín, entre ambos hay algo que no se dice y que los afecta. En esa escena Lucía (Cid) comienza a realizar un pequeño croquis sobre algunos cambios que se imagina en la estructura del inmueble y Manuel (Sbaraglia) le pide ese trozo de papel en el que ella dibuja y se lo niega. “Hacé el tuyo” le dice. Y le da una hoja en blanco. Ahí entendemos que esa casa no va a solucionar el aburrimiento y el tedio al que ha llegado la relación, que de simples acciones cotidianas pueden terminar en una guerra campal, y que además, volcarán todas sus miserias en el cuerpo de su hijo (Máximo Silva), un niño que ya no sabe cómo acercarse a ellos para recibir un poco de afecto. Quizás el origen de todo, más allá de eso de “los opuestos se atraen”, pueda rastrearse en la formación de cada uno dentro de su seno familiar, en un caso, el de Manuel, un hogar estricto, organizado y hasta autoritario (con padres castradores interpretados por Rodolfo De Souza y Marilú Marini), mientras que en el caso de Lucía, su vida transcurrió en un hogar lleno de libertades y “dejarla ser” (con una madre muuuy liberal que protagoniza Fabiana Cantilo). Porque así es como cada uno encara a diario la vida. Al vender el departamento, deciden momentáneamente instalarse en la casa de la madre de Lucía y al poco tiempo Manuel no resiste ni la comida (vegana) que le brindan, por lo que se separarán para poder cada uno seguir con sus actividades diarias sin inconvenientes. Y eso que sus cuerpos siguen atrayéndose, pero no hay momento para el encuentro, y cuando lo hay, ya nada hace que todo fluya con normalidad. Ese es el punto en el que se encuentran. De atracción y rechazo constante. Por eso será que en medio de la supuesta “separación” hasta la mudanza definitiva, cada uno caerá en las redes de un tercero/a. Alguien que los hará sentirse bellos y únicos al menos por un instante, el que aprovecharán al máximo para poder escaparse. Los celos y la inseguridad, las agresiones como manera de relacionarse, los hijos como botín de guerra, el encuentro sexual “espontáneo” y el “armado” para asegurar un vínculo, algunos de los temas que trabaja Berneri en un film duro, con un climax y punto de giro que recién llega hacia el final. La habilidad de la directora para generar espacios opresivos y climas lúgubres dentro y fuera de esa casa que intentarán reparar, sólo sumará más tensión en el espectador. Intensa, árida, con pocos diálogos, “Aire Libre” es una película madura sobre un matrimonio que aún cree que estar juntos es lo mejor que les puede pasar, sabiendo que eso es una falacia y que nunca nada será como fue.
“Ya no quiero sufrir más” es una de las frases que se espetan uno al otro la pareja protagónica de Aire Libre, y también podría servir como síntesis de la sensación que el nuevo film de Anahí Berneri puede despertar en algún espectador. Que no se malentienda, no estamos frente a una película imposible de apreciar, sus aciertos son varios; pero el sufrimiento pasa por el clima agobiante en que vive el matrimonio, y que se transmite en la pantalla, una incomodidad latente, casi perturbadora. Es la historia de Lucía y Manuel, Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia respectivamente, un matrimonio de arquitectos con un hijo pequeño, Santiago (Máximo Silva), que pasa por el desgaste del tiempo. Quizás tratando de buscar un nuevo ambiente, deciden construirse un nuevo hogar desde las ruinas de una casa de campo, alejada de la urbe. Pero la finalización del proyecto se retrasa, la familia debe vender la casa en la que viven actualmente para no sumar gastos y se mudan, en un principio a la casa de la madre de ella (una Fabiana Cantilo al natural, uno de los puntos altos y relajantes del film). La tirantez crece paso a paso, Manuel se siente sapo de otro pozo, así toman otra decisión, él se muda hasta que el nuevo hogar esté terminado a la casa de sus padres que acaban de volver de España (Marilú Marini y Rodolfo de Souza, matrimonio real); así la distancia se acrecienta más y más… o puede que se produzca el aire que la pareja necesitaba. Con una filmografía ecléctica, teniendo en común el tono intimista en toda su obra, Berneri retoma varios puntos de su anterior obra, Por tu Culpa (es más la protagonista de aquella, Érica Rivas hace una participación aquí que bien podría servir de precuela) y los expande. Si en aquella era una madre que lidiaba en medio de una noche fatídica con sus hijos endiablados y el padre ausente; acá el endiablado es el mismo matrimonio, y el hijo queda en el medio de la puja. "Aire Libre" funciona a tracción de reproches (muchos de ellos en forma de metáforas), Manuel y Lucía se enrostran todo tipo de frases y gestos hirientes; aun cuando hacen (o intentan) el amor parece más una escena violenta y hasta cercana a una violación. Parecen encontrar la paz cuando cada uno actúa por su propia cuenta, Lucía cantando para la banda de su hermano (con un músico interesado en ella), y Manuel visitando a la esposa e hijo de uno de sus empleados accidentado. Pero también se siente una pulsión, como si ambos gustasen de esa fricción; o mejor dicho, produciendo una atracción y repulsión mútua simultánea. Berneri, como en Por tu culpa, vuelve a co-escribir el guión junto a su marido Javier Van de Couter, y se nota que sabe de lo que habla. No se puede negar en Aire Libre la naturalidad con la que todo fluye. Así el espectador es sometido a una sesión tensa, difícil de ver, casi imposible para la relajación, y sin embargo dueña de una mirada que merece atención. Un consejo, conviene dejarla decantar. Otra sería la experiencia sin estos actores, Lucía y Manuel son personajes complicados, con los que cuesta crear una entera empatía, y tanto Sbaraglia como Cid le ponen el alma a esta difícil tarea. La (anti)química entre ellos es fundamental para la fluidez. Promediuando la conclusión los hechos se precipitan, como en Por tu culpa ocurrirá un hecho desgraciado deliberado y traumático, como un resumen de lo que vinimos viendo; llevando a un final que dividirá aguas. "Aire Libre" se caracteriza por su incomodidad permanente, por el nerviosismo que transmite; puede ser un fiel reflejo de muchas relaciones actuales. Pero se corre el riesgo, como aquellas personas que viven mirando su reflejo en un espejo, que tanta triste realidad termine por abrumar.
Quizás no tan redondo como Por tu culpa, el film anterior de Anahí Berneri, pero sí un poco más oxigenado (no, no es juego de palabras) y, en sus imperfecciones más libre. Una pareja en crisis (o, más bien, en inercia, lo que quizás sea peor) toma esa decisión que se ha transformado en algo así como la utopía de la clase media porteña: irse “al campo”, a la casa de los padres de ella, y empezar otro tipo de vida. Cuyas tensiones y problemas implican un cambio demasiado abrupto, lo que en lugar de consolidar la oxidada relación entre los protagonistas, la deteriora más, aunque este deterioro es también un pasaje en limpio. Berneri deja fluir la cámara, las situaciones y los personajes. Ejerce la puesta en escena pero no sobreactúa la presencia de la cámara. Y Celeste Cid funciona muy bien en escena, especialmente al lado de Sbaraglia, buen actor pero inclinado al desborde. Es tan preciso el equilibrio actoral que permite que surja, transparente, el desequilibrio dramático de las criaturas que encarnan.
En Aire libre, Anahí Berneri (Un año sin amor, Por tu culpa) vuelve a demostrar su talento para narrar lo cotidiano. En este caso los protagonistas son una pareja de jóvenes (interpretados por Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid) que se quieren pero no parece que puedan encontrar puntos de contacto. Al comenzar el filme Lucía y Manuel acaban de vender su departamento y tienen una casona en las afueras a medio construir. Ellos y su pequeño hijo deben mudarse a la casa de la madre de Lucía mientras el nuevo hogar continúa en obra. Entonces la fractura entre ellos se hará más evidente y se irán distanciando sin remedio. Berneri construye un relato fragmentario cargado de elipsis que busca centrarse en esos pequeños momentos en los que las actitudes egoístas operan sobre la relación y el desgaste se hace más grande. Son especialmente logradas las secuencias sexuales en las que la realizadora muestra como los cuerpos de Lucía y Manuel se buscan y se repelen con idéntica intensidad transformando a la cama como espacio de disputa, donde la batalla por el poder, por imponer el dominio frente al otro, pueden más que el deseo y la búsqueda del placer. Las notables actuaciones de Sbaraglia y Celeste Cid, la solvencia narrativa de Anahí Berneri, el sólido guión de la propia realizadora y Javier Van de Couter, sumada su corrección técnica, hacen de Aire libre otro notable exponente del gran año que está viviendo el cine argentino. Por Fausto Nicolás Balbi redaccion@cineramaplus.com.ar
Es casi imposible recordar alguna imagen de las últimas películas de Anahí Berneri sin que esa imagen emane bullicio, sonidos de cosas rotas y diálogos superpuestos. Como en Por tu culpa, el último film de la directora estrenado en 2010, Aire libre también es un mundo en donde la tensión, la agresividad y la angustia tienen consecuencias físicas en el espacio y en los cuerpos. En este caso, el conflicto se da entre Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia), una pareja en crisis que sin planearlo encuentra en una mudanza la oportunidad para distanciarse y repensar la relación. Cada escena es, entonces, una sucesión de roces o acercamientos siempre ruidosos, por momentos sutilmente agresivos y casi siempre involucrando algún tipo de violencia sobre algún objeto. Pero esa superpoblación sonora no sólo sirve a la ambientación de la crisis sino también al espíritu cíclico de Aire libre —espíritu presente, a su vez, en Por tu culpa— en que el conflicto no parece tener un fin próximo: en una de las escenas, por ejemplo, Lucía recorre con tristeza la casa ahora inundada y, cuando parece que ya no podría ser peor, una madera se cae del techo. La tarea de arreglar el hogar, como en el momento en que la protagonista saca plantas de la pileta —y aquí Berneri lo resalta haciendo un cambio de plano hacia uno general— parece constantemente interminable, enorme, abrumadora. El trabajo con los diálogos y las actuaciones termina por dar la fuerza necesaria a una película que explora con sensibilidad e inteligencia los rincones más oscuros de la crisis y que no fracasa en su huída del reposo y la liviandad, dos cosas que no le pertenecen a sus personajes ni a su mundo de objetos rotos.
Turbias escenas de la vida conyugal Una pareja (ella arquitecta, él ingeniero) con un hijo de siete años en medio de los trámites por la venta de su casa y el reciclaje de otra donde piensan vivir: es el pretexto de Anahí Berneri (1975, Martínez, Buenos Aires) para sumergirnos en el desgaste de un matrimonio y hacernos reflexionar acerca de cuánto hay de inevitable o de enfermizo en ese histérico círculo cerrado. Charlas de entrecasa, atenciones (y desatenciones) al pequeño, remiendos en la enorme vivienda a habitar, negociaciones con albañiles o clientes, visitas a las casas de los respectivos padres, algunas improvisadas salidas nocturnas: todo suma al estado de incomodidad e inquietud constante. El resultado es una sucesión de idas y vueltas, agresiones seguidas de una sonrisa, actitudes de comprensión acompañadas por expresiones de rechazo. Un permanente sí pero no, una bomba siempre a punto de estallar. Berneri sabe tomar distancia del costumbrismo televisivo. Las casas no se ven como fríos decorados sino que tienen respiración propia, con sus livings desprolijos y cocinas revueltas. Tampoco hay poses ni aforismos artificiosos. Incluso las escenas de intimidad y desnudos en el dormitorio y en el baño están construidas con gestos de complicidad propios de una pareja con varios años de convivencia, no como chispazos efectistas iluminados para un aviso publicitario. Asimismo, la música incidental no invade en momento alguno la película; de hecho, asoma recién a la media hora para reaparecer después ocasionalmente. Está claro que, a diferencia de otras colegas (Lucrecia Martel, Julia Solomonoff, Celina Murga), Berneri es intensamente porteña: sus personajes –y sus películas– aparecen contaminados por el vértigo urbano, casi sin momentos de reflexión o serenidad y sin que nadie se detenga a observar otra cosa que no sea su propia imagen en el espejo. En Aire libre la pareja central, sus parientes y amigos son, además, de una condición socio-económica acomodada, percibiéndose cierta intención de desmitificar el estado de confort que los rodea. El film de Berneri parece decir que el bienestar material no basta o no sirve, mostrándolo asociado a preocupaciones y hastío: en este sentido, podría dialogar con parte de la obra de María Luisa Bemberg (aunque la directora de Camila seguramente no hubiera aprobado escenas como las que transcurren en el motel, visiblemente machistas). El interés de Berneri por sacudir prejuicios y enrarecer la institución familiar viene de sus films anteriores, Un año sin amor (2005), Encarnación (2007) y Por tu culpa (2010), aunque en esos casos había seres de ficción que despertaban curiosidad por algún rasgo excepcional, generándose intriga en torno al desenlace. Acá, la cotidianeidad de una desganada pareja de clase media alta puede ser poco para los espectadores que esperan algo para sorprenderse. Al mismo tiempo, el afán por dejar que los personajes se presenten por sus acciones, sin subrayados, desorienta un poco al momento de saber quiénes son o qué función cumplen en la trama algunos de ellos. Es encomiable la entrega de Leonardo Sbaraglia, con momentos brillantes junto a Celeste Cid, actriz sexy y eficaz más allá de cierta frialdad en su rostro. El pequeño Maximiliano Silva se muestra admirablemente suelto en algunas escenas, por ejemplo cuando se embadurna alegremente con pinturas junto a su abuela encarnada por Fabiana Cantilo (curiosa elección). Paradójicamente –por tratarse de un film hecho de detalles y rencores ahogados–, Aire libre se torna más convencional cuando, en su tramo final, el desgaste desemboca en escenas de violencia que parecen empujadas por una necesidad del guión. En cambio, es un acierto la última secuencia, con la institución matrimonial subsistiendo pese a todo y la historia, quizás, volviendo a repetirse.
Caricias de un encierro cotidiano Filmar el encierro ?con la ironía supuesta por el título, Aire libre? es rasgo estético en Anahí Berneri. Ya en su anterior film, Por tu culpa (2010), se detenía de manera insoportable en roces de ambigüedad física, entre caricias que son golpes. Laceraciones también presentes en las miradas que atravesaban Encarnación (2007) y en el cuerpo de Juan Minujín en Un año sin amor (2005). El cine de Berneri se introduce en estos intersticios, en los detalles de una cotidianeidad brutal e invisible, cercana al espectador. Hay un tacto perfecto en el modo de llegar a tal instancia. Un proceder pausado, que erosiona de a poco lo que rodea a los protagonistas porque son ellos, justamente, quienes alteran lo que les orbita. Acá, como fusible, el hijo. El niño que es vaivén entre sus padres (los admirables Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia). Cuando están juntos, un zumbido insoportable los embarga. Como si fuesen dos globos que se hinchan de a poco, en cualquier momento prestos a explotar. Así, las cosas se caen, se rompen. Es la lámpara que se estrella. Es la moto que se derrumba. Las casualidades quieren que nadie salga herido, sólo superficialmente. Las palabras apenas pueden decir lo que pasa porque es tan hondo el resentimiento que no hay posibilidad de encontrarlas. Eso sí, mejor es simular, que la argamasa no se note quebradiza, ante el hijo, ante los padres. Ella, de hecho, es arquitecta. Y la casa donde deposita sus sueños de un living lleno de libros ya es otra, por fuera de la ciudad. Le pega al paredón con la masa de una manera que hace confundir risas con odio. Con un cuerpo varado entre el derrumbe y el erotismo velado. Celeste Cid brilla de manera inconmensurable, odiosa y perturbadora. Camina de modo enojado, drástico, a la vez que seductora dentro de su vestido pequeño. Él, ingeniero, recupera la moto, en un ir y venir que le permita cumplir con las obligaciones de la ciudad, con el hijo como recado que entregar. Sumido en su silencio, introspectivo, adormecido en sueños de luces estroboscópicas, con noches recuperadas para hacerle hacer al cuerpo todo lo que ya casi no puede. Las escenas de sexo son desaprensivas, los cuerpos desnudos de los intérpretes están cansados, sin deseo, con el goce puesto en un duelo perverso. La guía actoral con el niño protagonista (Máximo Silva) debe ser resaltada, capaz de lograr una zozobra de impaciencia, de gestos superpuestos, de movimiento continuo y, de pronto, de una quietud angustiante. Es en el niño donde se cifra lo que sucede, nadie tiene tan claro como él lo que sus padres no dicen aceptar.
La reconstrucción del amor Crítica en PDF.
Lucía y Manuel no están bien. El plano se abre, se cierra; el resultado es el mismo: la distancia. Eso es parte del planteo visual de la película, que no es lo que uno espera, y tomo ambas cosas prestadas para alejarme de ciertos requerimientos generales de las críticas de cine. Hoy voy a escribir en clave negativa. ¿Qué estoy diciendo? Que va a resultar más fácil hablar de lo que “Aire Libre” no tiene. Como tantos otros films del cine nacional de los últimos años –y como en las obras anteriores de Berneri- no hay aquí un género inmediatamente reconocible o una línea narrativa sencilla de seguir, no hay grandes estruendos. No pueden disimularse estas características que, en algún lugar de la crítica y el público, siguen identificándose con la imposibilidad de calificar una película así como ‘buena’. Personalmente difiero, como sé que lo hará mucha gente que encontrará “Aire Libre” tan excelente como yo. Si seguimos en la clave negativa, es justo señalar que el film tampoco tiene fisuras. Es más, está impregnado por un aire –tal y como reza su título- sumamente libre. En esa ecuación por supuesto que su directora sabe que sale en búsqueda de un público que no acostumbra a ver este tipo de propuesta, pero va convencida y no se echa para atrás. Anahí Berneri no cuestionaría jamás que “Love Streams” (de John Cassavetes) es un gran film. ¿Pensamos un referente más cercano temporalmente? “Blue Valentine” (de Derek Cianfrance). Es óptimo acercarse a la propuesta con esas piezas en mente, si se puede; porque lo que van a ver no es lindo. Celeste Cid (otra que nuestra Michelle Williams –para seguir comparando-, una estrella salida de una tira juvenil y con el cine como destino inevitable; que si no hizo más películas es porque sabe que no está para cualquier cosa y acá las grandes películas son minoría) es hermosa, sí; pero nunca la vieron así. Leo Sbaraglia es un gran actor, pero hace tanto todo el tiempo que es posible percibir que pierde el foco. Berneri los desnuda a los dos, literal y metafóricamente, porque sabe que pueden hacer el trabajo y porque su film no va a funcionar de otro modo. Es irónico que tanta entrega tenga como resultado tanto rechazo. No podemos querer a Lucía y a Manuel. Estamos muy ocupados tratando de entenderlos y muy desconcertados por un guión que los enfrenta constantemente, sin elegir bando y poniendo como daño colateral a su único hijo. Devastadoras escenas, una tras otra, que van revelando la osada apuesta de la directora y su equipo. Déjenme escribir en clave positiva para cerrar. Yo no tengo ningún público al cual sorprender. “Aire libre” tiene la osadía de incomodar al espectador durante todo el metraje, acorralándolo como a sus personajes; la picardía de revivir –quizá sea más apropiado renacer, por el original uso y arreglo- un tema romántico noventoso de Chayanne; la sabiduría de darle a los actores jóvenes entidad (el debutante Máximo Silva hace un gran trabajo actoral en medio de un cine local que descuida mucho a los pequeños actores y no se preocupa porque construyan criaturas verosímiles y memorables. Aplausos para Maria Laura Berch también); y valentía. Porque hay que ser valiente para darle a Fabi Cantilo un papel casi protagónico. El último plano es perfecto porque le da un respiro al espectador y le ofrece una elección. Pero se trata de una elección que dependerá enteramente del estado de ánimo de cada persona. Tampoco nos engañemos tanto.
Tiempo al tiempo. Separarse por las malas o convivir a los insultos, da igual si en el medio quedan los hijos. Después cuando el nene se comporta “extraño”, no hay que buscar excusas… Por más que lo amen, no es saludable revolearse con la vajilla por encima de su pequeña e inocente cabecita. Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) son una pareja que ya viene experimentando la crisis matrimonial, la cual se potencia cuando toman la decisión de mudarse a un terreno más amplio y alejado de la ruidosa cuidad porteña. Directo desde el pasto verde de la casa, es donde todo comienza, y las diferencias de género resuenan cada vez más cuando al abandonar el pago del viejo departamento, ambos deberán regresar a la casa de sus respectivos padres. Ese ‘ping pong’ cotidiano se convertirá en un dolor de cabeza para todos, y hará que la pareja se replantee inconscientemente una relación que ya hacía rato no conectaba con la realidad. cuerpo1 Aire libre no es más que otra historia de pareja fallida, ubicada en un contexto muy moderno, con dos integrantes de familias opuestas; una hippie (liderada por Fabiana Cantilo) y la otra conservadora. Ninguno tiene las cosas claras, y cuando eso pasa, es lógico que nada ande bien: el trabajo, la salud, las amistades, etc. Uno no sabe lo que quiere, y por eso se manda muchas ‘macanas’. Pero lo peor que puede pasar es perder el respeto mutuo. Llegar a ese punto hace que todo se descontrole. A mi gusto hay un innecesario exceso de ‘piel’, con un desaprovechamiento de dos talentosos actores locales. De hecho hacia el final hay una escena muy dramática que podría haber explotado un guión bastante insulso, pero queda en la nada. El film se basa en una premisa sencilla que ni suma ni resta, donde los protagonistas llevan adelante actividades que al espectador ni le interesan. cuerpo Al menos me sirvió para ver lo feo que queda ser violento en las relaciones, porque sí, como ya dije, ‘se revolean con la vajilla’. Pienso que la directora y guionista quiso expresar la sensación de hartazgo y claustrofobia hacia la cual se puede dirigir una pareja si no toma la rápida decisión de cortar por las buenas. Por instantes lo hizo de manera más bien metafórica y por instantes fue muy gráfica. Sin embargo, en el final las puertas quedan abiertas a varias interpretaciones… Lo mismo que el condimento musical, en parte aportado por Celeste Cid en persona. En fin; ella quería ser libre y volverle a tomar el gustito a esa energía adolescente, en la que su única preocupación era cantar en la bandita rara de su hermano. Y él quería tener que cuidar menos de un crío, para disfrutar de una noche a solas echado en el sillón, con las piernas sobre la mesa y comiendo papas fritas con Coca-Cola. ¿Es mucho pedir? A veces pareciera que sí.
Cuando el amor se toma un respiro Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) están casados, tienen un hijo de 7 años y un buen pasar económico. Ambos son arquitectos, aunque ella sólo se dedica a ser ama de casa y criar al nene. Pero su relación no atraviesa el mejor momento: no logran conectar, el sexo es inexistente y el nene está en una etapa problemática, claramente afectado por lo que lo rodea. Para colmo acaban de comprar un caserón en la provincia bastante destruido (como su matrimonio) con la intención de arreglarlo y mudarse a vivir allí. Venden el departamento en donde están y mientras se hacen los arreglos del nuevo hogar se trasladan a la casa de la mamá de Lucía (interpretada por la cantante Fabiana Cantilo), lo cual acrecienta el malestar entre ellos. El ambiente "hippie" que se respira en lo de su suegra ahoga a Manuel y es por esto que él decide mudarse al departamento de sus padres, que se encuentran de viaje. Poco a poco este distanciamiento empieza a separarlos más de lo que ya estaban y el odio y la agresión hacia el otro irán en aumento. No estamos aquí ante una película triste, amarga o de golpes bajos. Aire libre es un film duro, que va directo al núcleo del problema, mostrando descarnadamente lo que quiere decir. Lucía y Manuel son una pareja que perdió el rumbo, el sentido, el porqué de haberse elegido. Manuel todavía es el que busca el contacto, el que apela a los últimos chispazos de revivir lo poco que tienen, pero lo hace mediante el sexo y es rechazado, casi de forma violenta. Todos lo sabemos: el sexo no sirve como terapia para reconstruir algo. Lucía pone todas sus energías en la remodelación del nuevo hogar, como si eso fuera a salvar su matrimonio. Y sin mediar palabra ambos aceptan esta separación de hecho y cada uno va elaborando su camino fuera del otro. Manuel encuentra una familia cariñosa y que le presta atención, la esposa e hijos de un trabajador de la empresa del padre que se accidentó y está en el hospital. Él se hace cargo de los papeles del seguro y atender sus necesidades, y a cambio recibe la contención y tranquilidad que no encuentra en los suyos. Lucía por su parte vuelve a ser "hija" en su hogar maternal, a vivir la adolescencia nuevamente. Además el salir con su hermano y sus amigos la hace sentirse libre y deseada nuevamente, y la ayuda a apartarse de todos los problemas. Ahora cuando se juntan cada uno empieza lentamente a herir al otro, a poner el ojo en las diferencias, y comienzan las acciones sin sentido que lastiman y acrecientan el odio. Un odio que puede acabar de la peor manera. La directora Anahí Berneri (Un Año sin Amor, 2004) elige contar algo muy pesado y complejo tal vez no de la forma más dinámica. Y esto es lo que afecta más a la película: sus largos silencios, lo que se intenta decir sólo con imágenes, lo que se infiere. Nadie dice que al espectador hay que darle todo deglutido, pero sí de forma menos introspectiva. Tanto Sbaraglia como Cid están a la perfección en sus papeles, traspasando la pantalla con sus emociones y sentimientos. Sorprendente también es el buen desempeño de la cantante Fabiana Cantilo -su debut en el cine- y del nene Máximo Silva, muy natural en su actuación. Con seguridad no hay espectador que no vaya a sentirse identificado, al menos en alguna escena, con alguna situación que haya pasado con algún amor pasado o actual. De una cosa estén seguros, después de ver esta película van a necesitar tomar bastante aire. Y mucho.
Publicada en la edición digital #262 de la revista.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Deberíamos saber que las obras edilicias de un hogar son el detonante más combustible de cualquier relación que se encuentre al borde del conflicto. Los personajes de esta película -una pareja- están mal, y se ponen a refaccionar una casa casi desde cero. Mala idea. Como todas las películas de Anahí Berneri, Aire libre parte de una premisa sencilla para indagar sobre los vínculos con una profundidad notable, siempre en un registro de inminencia del caos que pone al espectador en un estado de tensión constante. En Aire libre todo está siempre por explotar. Y el contexto no ayuda. La mencionada obra en construcción, un niño que reclama cosas desde su razonable lugar de niño, y una familia un poco desarticulada que no percibe o, al menos, no se mete mucho en los problemas de esa pareja. Todas las actuaciones son impecables por lo poco manifiesto de sus intenciones. Lo que hacen estos personajes no es más que vivir, y en ese transcurso nos transmiten la complejidad de sus estados sin caer nunca, pero nunca, en el mero cumplimiento de su rol narrativo. Una mención aparte merecen las actuaciones de Fabiana Cantilo – la abuela – y del pequeño Máximo Silva, un hijo que, en medio de toda la tensión que viven sus padres, sólo se limita a reclamar lo que le corresponde: un poco de atención, y actúa de esa manera como un magnificador de todos los malestares que atraviesa la pareja. Por algún motivo de mi mente, cada vez que menciono esta película confundo su título por “Tiempo libre”. Semejante furcio merece alguna reflexión. Esto no es casual. El tiempo, en Aire libre, es casi más importante que la narración. Esta película parece operar más como la música que como el cine. El ritmo de ese realismo magnificado de Berneri hipnotiza. Nos mete en un trance que recuerda al “éxtasis de la verdad” del que habla Herzog, a ese modo de enfrentarnos no ya a lo real, sino a lo verdadero, a través de la inducción de un cierto estado de trance. En Aire libre, este trance está dado por la tensión entre estos dos personajes, por el ir y venir de sus agresiones, de sus desprecios, de sus fallidos instantes de seducción, de su transcurrir por la vida sin detenerse a mirar al otro. Aire libre es una película musical en ese sentido. Es en sí una música que, como toda buena música, nos obliga a atravesar diversos estados emocionales imposibles de racionalizar o siquiera mencionar. Si usted gusta de las películas que quedan sonando en la cabeza, no se la pierda. Ahora, sépalo, la de Berneri es una canción muy triste.
El conflicto del film se desata en los 10 minutos finales, demasiado tarde. El retrato de caos familiar remarca las alegorías bien obvias y trazadas con brocha gorda (los andamios, la casa rota). Otro ejemplo del cine argentino no narrativo en este caso con pretensiones de profundidad que no pasan de la intrascendencia.