La vida humana está sobrevalorada. Definitivamente si hay un género que casi no recibe atención por parte de la gran mayoría de los cineastas hispanoparlantes, es la ciencia ficción más tradicional. Ya sea que sopesemos el sector industrial o los confines alternativos de la pluralidad de naciones involucradas, lo cierto es que por lo general es el terror quien se adueña de esa pequeña parcela que podría ocupar alguna de las vertientes de la fantasía especulativa. En esto tiene mucho que ver las limitaciones del “sentido común” de los realizadores y su patética educación, orientada a asignarle demasiadas necesidades de producción a determinadas obras y optar en cambio -una vez más- por la previsibilidad ajada de la comedia o el drama. Por supuesto que en esta coyuntura la vieja excusa de no poder abarcar materialmente el género de turno obvia la posibilidad de convites minimalistas centrados en el presente (no todo debe ser sí o sí un futuro derruido) y oculta el hecho de que a los responsables no se les suele caer ni una sola idea (a pesar de que directores y guionistas se la pasan refritando clásicos del horror, le tienen pánico a su primo hermano, el de las reflexiones sutiles). Cuando ya no teníamos más esperanzas al respecto, aparece Autómata (2014) como un bálsamo destinado a remarcar la capacidad de nuestros países en cuanto a la construcción de propuestas maravillosas que no tienen nada que envidiarle a Hollywood y sus aledaños. Ahora bien, podemos llevar la aseveración aún más allá y afirmar que esta faena supera con creces al promedio estadounidense actual dentro de la categoría: mientras que las distopías del norte aburren con su infantilismo y pobreza conceptual, el opus del español Gabe Ibáñez retoma lo mejor de su linaje con vistas a explotarlo de manera concienzuda, complejizando las exhortaciones históricas sobre la inteligencia artificial y combinándolas con una buena dosis de acción. En esencia estamos ante un rip-off de Blade Runner (1982), quizás no enteramente una copia al carbónico pero sí un homenaje de rasgos explícitos, que vuelve a instalar la atmósfera de film noir en una gesta de nihilismo y revoluciones varias. Hoy las tormentas solares son las causantes de un páramo radiactivo que se extiende por todo el globo, redujo la población a sólo 21 millones de personas e impuso un proceso de regresión tecnológica al destruir las comunicaciones. La corporación ROC creó el Pilgrim 7000, un androide que en un primer momento fue utilizado para edificar las murallas de las últimas ciudades y luego se transformó en un asistente full time de los hombres, un ser equivalente a un esclavo. De improviso nos topamos con un aggiornamiento de las leyes de la robótica de Isaac Asimov, en esta ocasión rebautizadas “protocolos”: el primero preserva toda forma de vida y el segundo impide cualquier alteración de los autómatas a sí mismos. Suplantando el existencialismo decadentista de Philip K. Dick por el humanismo racional de Asimov, la película sigue la investigación del agente de seguros Jacq Vaucan (Antonio Banderas) a partir del descubrimiento de un puñado de robots con características muy especiales. La perspicacia del film radica en que a lo largo de su desarrollo narrativo evita tanto la levedad del devenir contemporáneo de la ciencia ficción como la angustia de la orilla más meditabunda, volcándose de a poco hacia el desconcierto del protagonista ante lo hallado y su desesperado periplo en pos de subsistir, el cual -desde ya- empalma con la vivificación de la cibernética y la denuncia del comportamiento de los “monos violentos”. Aquí Ibáñez por suerte repite el equipo de su interesante ópera prima, Hierro (2009), aquel thriller hitchcockiano acerca de la maternidad: la fotografía de Alejandro Martínez y el diseño de producción de Patrick Salvador están a la altura de un verosímil sustentado en un realismo circunspecto (los Pilgrim no son objetos vintage sino una necesidad del relato), una rusticidad a la Neill Blomkamp (la presencia de guetos ratifica la segmentación política de la estructura social propuesta) y una inversión de la dialéctica cyberpunk (pareciera que únicamente la autonomía de la tecnología nos podrá salvar de nosotros mismos). Las máquinas son ese “otro” que genera temor y hace que sobrevaloremos nuestra existencia…
Humano, demasiado humano. Leyes de la robótica: Ley 1: Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. Ley 2: Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley. Ley 3: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley. El temor de la humanidad hacia los androides ha ocupado gran parte de la literatura y el cine de ciencia ficción desde la segunda mitad del siglo XX. Dentro de este abanico futurista, el divulgador científico y novelista Isaac Asimov y el escritor Philip K. Dick, entre otros precursores, fueron los que se atrevieron y consiguieron introducir las ideas más revolucionarias sobre la inteligencia artificial en la literatura y crearon así obras inmortales como Yo, Robot y la extraordinaria saga de Robots, en el caso de Asimov, y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en el caso de Dick. En un mundo devastado por las explosiones solares y el cambio climático, los sobrevivientes de los cataclismos apocalípticos se han convertido en dependientes de autómatas restringidos con las dos primeras leyes robóticas de Asimov, omitiendo la tercera. En medio de esta distopía cuya estética emula a la contaminada e insalubre ciudad de Blade Runner, la adaptación cinematográfica de Ridley Scott de la novela de Dick, Jacq Vaucan (Antonio Banderas), un agente de seguros de la compañía que monopoliza la fabricación, venta, supervisión y reparación de los robots, investiga el mal funcionamiento de un autómata que se estaba auto reparando. La segunda película del director y guionista español Gabe Ibáñez crea una atmósfera asfixiante para encontrar a través de la filosofía existencialista el camino de la evolución del concepto de inteligencia artificial y la necesidad de la vida de abrirse camino en situaciones límite. La sensibilidad clasicista que el director de origen madrileño crea a través de la exposición de los personajes a situaciones límite, tiene como corolario la tradición literaria de la ciencia ficción que suele mezclar el género fantástico, los avances científicos y el género policial para darle ritmo a la historia a través de una investigación que conduce a Vaucan hacia lo impensable…
Autómata es un film con un muy buen arranque, pero que lamentablemente no llega a buen término. Recomendada sólo para fanáticos incondicionales de la ciencia-ficción. Si bien la premisa es sumamente interesante el desarrollo es fallido y poco convincente, a pesar de todos los esfuerzos...
Yo, Autómata La ciencia ficción es un género especulativo. Necesita ideas con las cuales especular. Y las ideas con las que juega Autómata (2014) no están nada mal. No es otra película de acción ambientada en el futuro – es una película de ciencia ficción, con inquietudes que incumben a la ciencia y son desarrolladas en la ficción. El problema es el pésimo desarrollo de estas ideas, que abren un confuso y aburrido segundo acto y no llevan la película a buen puerto. El año es 2044. El futuro está fregado, de vuelta. La superficie terrestre se ha convertido en un gran desierto radioactivo. La humanidad prácticamente se ha extinguido. El 0,3% que queda se guarece en una ciudad amurallada y atendida por robots o “autómatas” suplidos por la Corporación Roc. Los autómatas se rigen por dos protocolos (para Asimov eran tres): 1) un robot no puede causar daño a un ser humano y 2) un robot no puede modificarse a sí mismo. Llega un autómata a una morgue robótica. Ha sido modificado por dentro. Entra Jacq Vaucan (Antonio Banderas), investigador de seguros para Roc. No cree que los autómatas sean capaces de romper los protocolos por sí mismos. Debe de haber un “relojero” modificando las máquinas. Su escepticismo se pone a prueba cuando un autómata se inmola ante sus propios ojos. Rastrea sus restos hasta la Dra. Dupre (Melanie Griffith), quien le explica que a través de cierta singularidad una prostituta robótica llamada Cleo ha logrado quebrar el segundo protocolo, y quién sabe lo que aquello depara a la humanidad. La primera mitad de la película está bastante bien, salvando las distancias con dos interpretaciones discordantes: Griffith, quien resulta poco articulada y convincente en el papel de una criminal del bajo mundo, y Dylan McDermottcomo un policía de motivación y acciones incoherentes. Pero no importa, hay misterio y tensión y presentimos que la historia se está dirigiendo a un lugar interesante. La segunda mitad de la película abandona a Banderas en el desierto junto a Cleo y un grupo de autómatas renegados que se dirigen al fin del mundo. Comienza la parte ininteligible de la historia, que alterna entre escenas rarísimas por el hecho de no afectar a la trama en lo más mínimo. Mientras Banderas (a los gritos) y compañía peregrinan a través del desierto, vemos qué ocurre en la ciudad que han dejado atrás sin que nos importe nada de lo que se nos muestra. Hay muchas escenas en la cúpula ejecutiva de Roc que no agregan absolutamente nada. Otras tantas con la mujer de Banderas, o con su jefe (Robert Forster), personajes inconsecuentes. La película alterna entre dos situaciones – desierto y ciudad – sin darle peso dramático a ninguna. El final consiste de un extenso intercambio de filosofía barata entre Banderas y un autómata que no nos enseña nada que la Dra. Dupre, o los ejecutivos de Roc, o el sentido común no nos hayan enseñado en el transcurso de esta – innecesariamente – larga película. Podría haber sido divertida e inteligente, pero cuando acaba no nos sentimos ni sabios ni emocionados, sólo contagiados de aburrimiento.
Cuentan en España que Antonio Banderas, productor y alma máter de "Autómata", no gastó más de 5 millones de euros en esta película de ciencia ficción. ¿Por qué comienzo a hablar de números? Hoy en día, animarse al género con un presupuesto limitado es un gran desafío y lo primero que hay que decir aquí es que la fotografía y la dirección de arte se las arreglaron muy bien para las posibilidades económicas de la realización (tuvo nominaciones en rubros técnicos en los últimos premios "Goya"). La recreación "física" de la atmósfera del film y los "fierros" (robots), lucen reales. Ojo, a veces, ser independiente también significa volver a los clásicos diseños. Pensemos que esta es una coproducción entre Bulgaria y la Madre Patria. No está el dinero de los grandes estudios. Pero hay ideas y eso también cuenta. Quizás, las mayores fallas de "Autómata" se encuentren en un guión irregular, donde sus primeras aristas son atractivas, pero donde una vez establecido el encuadre y la dirección, no logra sostener la tensión de los primeros minutos. Tiende a prologar escenas con diálogos no muy ingeniosos y termina convirtiendose en un producto extraño al que hay que decifrar bajo sus mismas reglas. Eso sí, si no aceptas esas convenciones, te costará engancharte con la propuesta. ¿Es "Autómata" una cruza de ideas "indie" de "Blade Runner", "I,robot" y "Sector 9"? Absolutamente. Lo cual no la define como discreta. Sí, hay que decir que no logra aunar diferentes enfoques sobre la gran cuestión de fondo ("alguna vez los robots lograrán pensamiento independiente puro?") y se queda en un guión pseudo-detectivesco, más colorido que intenso. Banderas es Jacq Vaucan, un agente de seguros que conoce bastante de robots y se encarga de reparación y casos donde el comportamiento no sea protocolar (recuerden que hay dos leyes que gobiernan este funcionamiento). Estamos en el futuro, y todo se ve, feo. Eso si, los pocos que quedan en la Tierra tienen sus autómatas. Así es que Jacq un día da con un robot armado con partes de otros (lo cual está sumamente prohibido) y eso lo lleva a pensar que puede estar sucediendo algo con respecto a la violación de estas premisas (digamos que se reversiona a Asimov: "un robot no puede dañar ninguna forma de vida" y "no puede modificarse a sí mismo o a otros robots"). Así planteada la tarea, Jacq investigará hasta dar con revelaciones que podrían cambiar el destino de la humanidad. Gabe Ibañez (el director) hacía tiempo que tenía ganas de trabajar con Banderas y se nota. Hay determinación en el cast para hacer creíble una historia en la que los efectos especiales no deslumbran. Ese es quizás un punto a favor de "Autómata". Puede parecer demasiado "indie", pero siempre se toma a sí misma en serio. Lo cual se justifica porque es honesta en sus recursos siempre.
Un futuro con inteligencia artificial y ferocidad humana. "Autómata" se toma sus tiempos para reflexionar sobre la humanidad y la tecnología bajo el formato de la ciencia-ficción pero con una estructura policial. En un futuro en el que las civilizaciones están diezmadas y reducidas, los sobrevivientes de los cataclismos dependen de androides -el Pilgrim 7000- creados por la corporación ROC y la pobreza se respira en todos lados, la película del español Gabe Ibáñez resulta al menos interesante en su planteo sobre la humanidad, el paso del tiempo y el uso de la tecnología. Si bien se trata de una película de ciencia-ficción aprovecha los resortes del policial para desarrollar una trama en la que la inteligencia artificial aparece enfrentada a la bestialidad humana. Se le puede criticar su letargo en escenas en las que no se prioriza la acción y donde el mundo futurista aparece salpicado por lluvias intensas, imágenes holográficas y nylon. El film describe la odisea de Jacq Vaucan -Antonio Banderas-, el agente de seguros de una compañía robótica que investiga la alteración de piezas, el extraño comportamiento y la violación de los protocolos que llevan adelante las máquinas. Algo huele mal en el futuro. Con ecos del clásico del género, Blade Runner, y también de El hombre Bicentenario, la película desarrolla extensas -y por momentos reiterativas- escenas en el desierto donde el protagonista -que espera su primer hijo- escapa del sistema al que pertenece y es arrastrado por el desierto por Cleo y tres robots, iniciando una lucha solitaria al descubrir lo que podría tener consecuencias nefastas para el futuro de la humanidad. La historia incluye a un agente violento -Dylan McDermott- que se lanza tras los pasos de Vaucan; a una científica encarnada por una irreconocible Melanie Griffith y a un grupo de secuaces que cobran dimensión en los minutos finales, a los que les falta espectacularidad y le sobran palabras. En primer plano aparecen las frases inteligentes de Cleo, sus movimientos lentos -excepto cuando tiene que ensamblar piezas- y su facilidad para aprender a bailar. Autómata fue realizada en España, un país donde no se realizan películas de estas características y cuenta con la producción del mismo Banderas.
Una película replicante de “Blade Runner” Tal vez porque en ella la novedad es un elemento constitutivo, la ciencia ficción demanda, como ningún otro género, potencia de invención, algún aporte original, un aceitado ensamblaje de piezas narrativas más o menos oxidadas, aunque más no sea. Nuevo intento de hablar en inglés por parte del cine español, Autómata es menos eficaz que Lo imposible (Juan A. Bayona, 2012), que no iba más allá de ello. Producida y protagonizada por Antonio Banderas, la película dirigida por Gabe Ibáñez –especialista en técnica digital, hasta su debut como realizador con Hierro (2009)– refrasea una temática que no es novedosa desde por lo menos Blade Runner (1982): la de los seres artificiales que, al cobrar conciencia de sí mismos, ponen en peligro la supremacía humana. No es que Autómata esté mal sino que parece un film-replicante, que, como sus robots, parecería vivir a la sombra de sus modelos.En 2044, manchas solares irradiaron la superficie del planeta, sobreviviendo a ellas menos de un uno por ciento de la población, que vive en ciudades aisladas y bajo una atmósfera artificial, destinada a contener futuras radiaciones. Los robots construidos por los humanos los superan largamente en número, pero son sumamente primitivos, ya que otra consecuencia de las radiaciones fue el atraso tecnológico (¿?). Estos autómatas se rigen por dos protocolos: 1) jamás cometerán daño a un ser humano; 2) bajo ningún concepto pueden modificar su diseño original o el de cualquier congénere. ¿Por qué entonces piezas de unos modelos aparecen colocadas en otros? Peor aún, ¿por qué alguno de ellos atenta contra su propia vida? ¿Saben entonces que tienen vida propia?Investigando, un inspector de seguros de la compañía que los produce, que sufre de una suerte de spleen existencial (Antonio Banderas, calvo y de barba crecida), terminará asociándose con un policía de gatillo fácil, para quien los robots son chatarra (Dylan McDermott). La investigación los lleva lejos del mundo “civilizado”, bajo el rayo del mortífero sol y hasta tierra robot. Autómata es como sus seres de chapa: buena, incapaz de hacerle daño a ningún espectador, pero por eso mismo carente de tensión. Algo rústica, como sus criaturas (cosa curiosa, teniendo en cuenta los antecedentes del realizador), con actores que le dan cierto aire a clase-B (cuando no lo agarra Almodóvar, Banderas es tremendo) y piezas tomadas de otros mecanos.El ambiente urbano es tan oscuro y lluvioso como el de Blade Runner; Banderas usa un piloto que parece haber dejado Harrison Ford; los robots blancos traen a la memoria La guerra de las galaxias; “el futuro” que la mujer del inspector lleva en la panza hace pensar en Hijos del hombre; la convivencia entre el héroe y los “salvajes” recuerda a Danza con lobos. Ciertas puntas interesantes (que la técnica atrase, algo subversivo para la ciencia ficción; que los robots tengan su guarida en el desierto, como indios o bereberes) no están desarrolladas. Lo más extremo es el rostro de Melanie Griffith, que parece el producto del experimento fallido de un científico loco. 5-AUTOMATA Bulgaria/EE.UU./España/Canadá, 2014.Dirección: Gabe Ibáñez.Guión: G. Ibáñez, I. Legarreta y J. Sánchez Donate.Duración: 109 minutos.Intérpretes: Antonio Banderas, Dylan McDermott, Robert Forster, Melanie Griffith.
Atractivo para fans de la ciencia ficción. "Autómata" transcure en un desolado mundo futuro donde las tormentas solares provocaron algo que es llamado una "regresión tecnológica": la humanidad es cada vez menos numerosa, quedan pocas ciudades, no hay más aviones, y la mayor parte del planeta es un gran desierto radiactivo. Y la raza humana depende de una horda de robots que son esenciales casi para toda actividad. Para que estos robots no puedan llegar a revelarse contra los seres humanos tienen impuestos dos protocolos de seguridad: no pueden atentar contra ningún ser vivo, y ningún robot puede alterarse tecnológicamente de modo aguno. En esta historia futurista, estos dos protocolos funcionan un poco como versión sintética de las famosas leyes de la robótica creadas por Isaac Asimov para su clásico de la ciencia ficción "Yo, robot". Gabe Ibañez, colaborador de Alex de la Iglesia en films como "El día de la bestia" y "Perdita Durango", armo una heterogénea producción internacional que va de Bulgaria a Canadá y que tiene como principal cualidad el look entre extraño y totalmente retro de los robots que cuidan a los seres humanos, pero que al mismo tiempo podrían poner en peligro nuestra raza. Pero "Autómata" no es un film que ponga el énfasis del todo en los efectos especiales, ya que no descuida en absoluto el talento humano. Antonio Bandeas lidera un excelente elenco que en una de las mejores escenas lo enfrenta con una científica ilegal que crea androides sexuales, y que no es otra que Melanie Griffith. Banderas interpreta a un agente de seguros de la empresa que vende los robots a una de las últimas ciudades sobre nuestro planeta, cuyo trabajo se complica cuando empieza a resultar evidente que los robots están siendo modificados de algún modo. Hay imágenes originales y una trama que es un tanto remanida y que no genera escenas demasiado intensas, aunque sí situaciones interesantes a todo nivel. Se trata de un film tal vez más extraño que realmente logrado y que sin dudas merece ser visto por los fans del género.
A primera vista, Autómata es un refrito de varios clásicos de ciencia ficción, con mucho homenaje y siempre teniendo como idea firme las normativas robóticas escritas por el gran Isaac Asimov. Sin ir más lejos, el film de Gabe Ibáñez remite demasiado a I, Robot y nunca se puede despegar de ese estigma, por más que lo intente. Los puntos fuertes son varios. Sin el gran presupuesto de un blockbuster de Hollywood, Autómata logra crear e introducir a la audiencia a un futuro creíble y clásico al mismo tiempo. También permite que la trama interese durante sus primeros tramos, y la preocupación por los sentimientos y el destino de las máquinas autoconscientes sean palpables, emocionantes hasta cierto punto. Ibáñez tiene pulso visual y se aferra con fuerza a su presupuesto, el cual exprime hasta las últimas consecuencias, entregando ciertos pasajes con mucha inventiva e ingenio. Si al menos le hubiese puesto ese mismo ímpetu al guión, firmado en coautoría con Igor Legarreta Gómez y Javier Sánchez Donate, el resultado hubiese sido vastamente superior. El suspenso y las ideas planteadas al comienzo van perdiendo potencia y lo que en un principio era una aventura robótica medianamente fascinante se torna aburrida y densa. El argumento confluye en la siempre presente batalla entre el Bien y el Mal, con un tratamiento caricaturesco y por demás ecologista de los robots, y todo en función de una crítica a la sociedad postindustrial que termina resultando muy agarrado de los pelos. El salvador de la película es Antonio Banderas, que regresa a su tiera natal para contar una historia que va por fuera de los productos comerciales españoles. En Autómata borda un personaje complejo y con bastantes matices, un hombre aplastado por la rutina pero que se calza las botas de héroe cuando las circunstancias lo obligan a ello. A veces puede resultar sobreactuado, casi al borde de desdibujarse por completo, pero en definitiva es el foco de atención del film y sale bien parado en la travesía. Por otro lado, el elenco secundario es realmente olvidable, dignas de cualquier obra de serie B, lo que no ayuda en absoluto a comprar por completo la animosidad y el ambiente que la película propone. Autómata sugiere mucho y se queda en la simple propuesta. Es, sin embargo, una sencilla historia de ciencia ficción, pasatista al por mayor, que se deja disfrutar si el género gusta demasiado.
Propone una mirada sobre el futuro de la humanidad que no es nueva y funde varias propuestas ya vistas: nuestro planeta es un desierto, las ciudades son protegidas por robots que en secreto tomarán sus propias decisiones. Antonio Banderas es quien los descubre.
Para qué copiar lo que estaba bien. Luego de un buen comienzo, la historia hace agua pese a que transcurre gran parte en un desierto. Al cine español no se le puede criticar que salga a pelearle el espacio al hollywoodense. En los últimos años ha producido géneros que en el país del Norte salen “con fritas”, como el de terror y la animación. Los resultados, si bien dispares, hablan dentro de todo de una pujanza -sobre todo en animación- y de afrontar los riesgos. Con Autómata, Gabe Ibáñez -que viene del sector de los efectos especiales- es más ambicioso que coherente, y entrega un relato con mucho olor a Blade Runner y a Inteligencia artificial. Un empleado de seguros de la compañía robótica ROC (Antonio Banderas rapado) debe investigar, en 2044, en una Tierra devastada, que sólo habitan 20 millones de personas, por qué un robot fue liquidado por un hombre, cuando éste lo descubrió arreglándose a sí mismo, algo que por un protocolo los androides tienen terminantemente prohibido. A partir de allí, Jacq Vaucan se encontrará con más rarezas, antes y después de que se adentre en el desierto que las explosiones nucleares han dejado. Entre ellas, y una no menor, es Dupré, que encarna la ex mujer de banderas, Melanie Griffith, en un papel fundamental, pero que termina siendo episódico. La película no empieza precisamente mal. Hay tensión, sorpresa, clima. Pero después se vuelve todo rutinario y se advierte que faltan euros. Hoy, el género de la ciencia ficción necesita de lo que otros pueden prescindir: una fuerte producción, porque no basta con alguna proyección y mucho desierto. No ayuda. Con una pretensión clara, la de llegar al mercado global, porque está hablada en inglés, a Autómata le faltan drama, trama, tragedia. Banderas, al que acompañan Robert Forster y Dylan McDermott, pone muchas caras y sufre porque se alejó de su esposa embarazada. Es que el que busca, encuentra.
Casi humanos "Autómata" es una historia de ciencia ficción ambientada apenas treinta años en el futuro. El planeta se ha vuelto un lugar desértico, sucio, casi inhabitable a causa de la radiación, lo que produjo que la población se haya reducido notablemente, y los sistemas de comunicación acaben destruidos. Pero siempre hay alguien que sabe sacar provecho de las situaciones complicadas, en este caso ha sido la corporación ROC, que creó el Pilgrim 7000, un robot creado para utilizarlo en construcciones pesadas como mano de obra, al que fueron perfeccionando hasta convertirlo en el asistente perfecto de todas las actividades humanas. Están en todas partes cuidando y ayudando a los humanos, siempre a las órdenes de ellos, sus creadores. Jacq Vaucan (Antonio Banderas) trabaja como agente de seguros de ROC, investigando casos sobre posibles defectos en los androides. Tiene un buen trabajo, una esposa y una hija en camino, pero es un hombre triste, oscuro, que aún guarda en su mente imágenes de un tiempo que cree que fue mejor. Realizando una tarea rutinaria, Vaucan comienza a descubrir cosas extrañas sobre algunos robots, y es entonces que la historia comienza a mezclar la ciencia ficción con el policial negro: agentes con gabardinas, policías de aspecto sucio, un ambiente oscuro y robots que quieren ser algo más que eso. La historia explora el tema de la inteligencia artificial con bastante poesía, más allá de datos científicos, es una reflexión sobre la humanidad, su tiempo en este mundo, y si podemos ser capaces de crear algo que nos supere. A pesar de su bajo presupuesto, esta película de producción y dirección española es técnicamente muy buena, con una excelente fotografía y hermosa música. Si bien el planteo de la historia no es original (tiene mucho de Isaac Asimov y Phillip K. Dick) aún así es interesante. Pero el guión tiene algunas fallas en los diálogos, que resultan un tanto prefabricados, y la falta de ritmo hace que por momentos aburra un poco. Pero siempre es bueno ver una historia donde la ciencia ficción no pasa por los adminículos futuristas, o los efectos especiales, sino por pensar qué hace el hombre en este mundo, y cuanto tiempo más seguirá en él.
Poca inteligencia artificial. En la historia del cine iberoamericano, la ciencia ficción no ha sido fructífera y tampoco muy feliz. En tal sentido, Autómata observa un mérito inicial por abordar con pericia técnica ese género esquivo, entregando una producción española que nada tiene que envidiarle a una de factura estadounidense. Así, su gran marco visual tributa al imaginario que interroga sobre la evolución humana y la tecnología. En el planeta Tierra que plantea Autómata, se sucede un proceso evolutivo en el cual los robots dejan de ser simples máquinas a disposición humana y adquieren gradualmente conciencia. Desde luego este argumento no es nuevo, ya en la primera obra en utilizar la palabra robot, R.U.R. escrita por el checo Karel Capek, se detallaba esta concepción a mitad de camino entre el servicio al hombre y el pensamiento autónomo, que asimismo sería clave en la literatura de Isaac Asimov. La acción se sitúa en 2044, en un planeta diezmado por la radiactividad. Jacq Vaucan (Antonio Banderas) trabaja para R.O.C. (Robot Organic Century), una firma que fabrica robots y que lo envía a investigar cuando se detecta alguna anomalía en el funcionamiento de esas máquinas. Pero su trabajo rutinario como agente de seguros se ve alterado cuando comienza a descubrir que, cotidianamente, se suceden situaciones inexplicables con los androides. Con inagotables referencias literarias (como Yo, robot) y cinematográficas (Blade Runner y Mad Max a la cabeza), Autómata construye un universo visual digno de mérito, pero no logra entretener en la segunda mitad del relato, cuando el protagonista abandona la ciudad y comienza un inagotable periplo por el desierto en compañía de algunos autómatas que buscan la libertad. Ante la falta de una historia siquiera atendible, los personajes intercambian sentencias filosóficas absurdas en un devenir incomprensible que no permite disfrutar tampoco de los aciertos que la habían acercado a referentes del género.
Banderas Caídas Las leyes de la robótica de Isaac Asimov han dado de comer a más de un guionista para elaborar esas distopías tan atractivas para el desarrollo de ideas donde la coexistencia entre la raza humana y la robótica, que no es una raza -cabe la aclaración- sino producto de la utilización de la tecnología y la inteligencia primate para desarrollar una inteligencia superior, eje de conflicto de cada uno de los relatos entre los que lleva la bandera en astas la imbatible Blade Runner. Los autómatas del título de este film de Gabe Ibáñez, protagonizado y producido por Antonio Banderas, son robots creados por el humano para palear la crisis generada a partir de la radiación que redujo al planeta tierra a la friolera cantidad de 21 millones de habitantes. El sol hizo sus estragos y los robots se encargaron de contenerlo con la construcción de enormes murallas para generar un microclima propio y así evitar el achicharramiento de la especie. Luego de solucionar el conflicto, simplemente quedaron al servicio de los humanos en todo tipo de actividad bajo la premisa o protocolo de no dañar al amo en cuestión. Pero siempre hay excepciones a la regla, y ahí es donde aparece nuestro amigo Antonio Banderas, en el rol de un empleado de la compañía de seguros que monitorea a sus clientes cuando de errores de funcionamiento en el robot servicial se trate. A él se suma un policía (Dylan McDermott) que odia a los autómatas y tiene por deporte predilecto eliminarlos para que la trama arribe a un relato convencional donde la única trasgresión es una regresión en materia de tecnología a raíz de las radiaciones que llevan a un escenario similar al de Mad Max. Por momentos la presencia de humanos ambiciosos y capaces de destruir a los robots autómatas que han logrado la suficiente inteligencia como para aislarse y no estar sometidos a la esclavitud pero también a reconocer en el humano un enemigo y no un aliado, transportan a esta coproducción europea de ciencia ficción hacia el terreno resbaloso y poco interesante de la dialéctica hombre-máquina. Autómata por momentos parece un western, cuando decide ubicar el centro de la acción en el desierto y en ese sentido se despoja rápidamente de la ciencia ficción, y los planteos menos convencionales para terminar dejando un sabor a poco y una actuación de Antonio Banderas apenas correcta, pero que se destaca frente a sus compañeros de elenco como Dylan McDermott y Robert Forster.
Alma de robot El conflicto entre los hombres y los robots ha dado las mejores películas de ciencia ficción de la historia. En la más breve de las listas no deberían faltar Metropolis, Blade Runner, Robocop y Terminator. Autómata está lejos de partenecer a esa nómina, aunque en sus buenos momentos genera una atmósfera opresiva que vuelve abrumadoramente real el mudo postapocalíptico que presentan sus imágenes. Estamos en el año 2044, el sol ha quemado al planeta y sólo quedan 21 millones de habitantes, la mayoría de los cuales viven en condiciones deplorables. Pero el problema que se le presenta al verificador de seguros Jacq Vaucan (Antonio Banderas) puede ser mucho más grave, pues uno de los robots infringió el segundo protocolo, el que impide que se alteren a sí mismos. La historia es una síntesis (fallida y lograda a la vez) de Yo Robot y Blade Runner. Es decir, combina el cientificismo ingenuo de Isaac Asimov con la paranoia totalitaria de Philip Dick. Mientras todo se mantiene en suspenso y asistimos a las peripecias burocráticas y existenciales de Vaucan -quien está a punto de ser padre y quiere irse a vivir frente al mar-, la película parece atravesar un estado de gracia melancólica, una belleza de fin de mundo que recuerda las novelas de J.G. Ballard. Y si bien esa atmósfera persiste hasta el final, hay un punto en que el argumento empieza a fallar y se vuelve una especie de melodrama futurista, con maleantes extraídos del cine clase B y acciones precipitadas y previsibles, como si de repente la propia película dejara de ser humana y se volviera autómata.
Rebeldes con pausa Corre el año 2044 y la Tierra está invivible. Las zonas desérticas avanzan y a la humanidad le queda poca esperanza, sólo sobrevivir. Jacq Vaucan (Antonio Banderas, también coproductor) es un asegurador de accidentes con robots domésticos. Las máquinas evolucionaron a ciborgs pero dos cláusulas les impiden lastimar a humanos y tener conciencia. Vaucan descubre el extraño caso de un ciborg manipulado, y posteriores investigaciones demuestran que un kernel o núcleo alterado (en la jerga de la película, un “biokernel”) actúa como bypass para el segundo protocolo. Las máquinas planean sublevarse, pero no en una lucha de rebelión (los autómatas son torpes como el último modelo Toshiba, y este es un notorio error), sino en un secreto éxodo. El director español Gabe Ibáñez tiene la interesante idea de mostrar cómo los autómatas podrían ser el próximo, digamos, “estadio evolutivo” de la Tierra habitada, y lo hace esquivando magnas explosiones y presupuestos desorbitantes. Su gran problema es cómo lleva esas ideas a la práctica. Descontando alguna maravillosa foto en CGI, la construcción del relato es morosa, artrítica, más emparentada con olvidables artefactos clase B de Albert Pyun que con los grandes clásicos de los cuales Autómata pretende abrevar.
Interesante, aunque poco original Es el año 2044 y la Tierra ha sido devastada por las radaciones solares. La humanidad quedó reducida a un puñado de sobrevivientes, víctimas de una pésima calidad de vida. Jacq Vaucan, uno de ellos, debe resolver un caso que involucra a robots de extraño comportamiento. “Autómata” fue escrita y dirigida por españoles, rodada en Bulgaria -país que aportó el grueso del equipo técnico-, protagonizada por un elenco multinacional y, por supuesto, hablada en inglés. Que nadie diga que semejante ensalada no merece ser probada. Al frente del proyecto está Antonio Banderas, quien además de sentirse Rick Deckard por un rato fungió de productor ejecutivo. Eso habla de su absoluta confianza en el proyecto. La historia de “Autómata” representa un cruce exacto entre “Yo, Robot” y “Blade runner”, que es lo mismo que decir Isaac Asimov y Philip K. Dick. Las leyes de la robótica impuestas por Asimov en su clásico de 1950 reaparecen aquí con un pequeño giro. Nada que disimule la copia. De Dick, todo un tributario de Asimov en su obra, queda marcado ese momento crucial en el que las máquinas toman conciencia de su existencia. Es el drama de los replicantes que cazaba Deckard. De la película de Ridley Scott, Gabe Ibáñez y Banderas intentan capturar la atmósfera sórdida de una ciudad alienada. Los hologramas publicitarios de “Autómata” remiten a los gigantescos avisos aéreos de “Blade runner”. Pero hay otra influencia notoria en esta distopía que Ibáñez escribió junto a Igor Legarreta y Javier Sánchez Donate. Es el componente de degradación social que destilan las producciones futuristas de Neil Blonkamp. En “Autómata” los robots equiparan a los humanos en su condición de chatarras disfuncionales. La diferencia es que una inteligencia artificial cuenta con mayores chances de sobrevivir en un ambiente hostil, y de eso habla mayormente la película de Ibáñez. De lo que -posiblemente- nos espera. Hay muchísima violencia en “Autómata”, más allá de sus posturas existenciales. El desierto, la lluvia artificial, la policía anárquica y la paranoia propia del miedo componen un cóctel desesperanzador.
Yo, autómata Hay un recurso narrativo un tanto perezoso pero muchas veces útil que consiste en informar, al principio de un film o una secuencia, mediante un texto en pantalla, acerca del contexto en el cual se desarrollará la acción. A veces es una sutileza, una referencia al lugar o a la fecha y otras veces es, como en el caso de Autómata, puro Mumbo Jumbo (chamuyo) científico confuso e innecesario. Descripción inicial innecesaria y perezosa Aclaramos que a pesar de la cantidad de cuestiones negativas que señalaremos sobre ella, Autómata tiene una primera media hora aceptable. Luego comienza a ponerse un poco tediosa hasta que aparece Melanie Griffith y el ambiente se enrarece, porque no sabemos si es un chiste autoconsciente o sencillamente un cameo disparatado de dudoso gusto. Sin embargo, la llegada al desierto, con su larguísimo tramo final, marca el desbarranco absoluto de la película de Gabe Ibañez, haciendo recordar al peor Michael Bay de Transformers: la venganza de los caídos. Asimov Si hay algo que todos sabemos sobre Isaac Asimov es que escribía ciencia ficción y que creó las famosas leyes de la robótica, en torno a las cuales giran algunos argumentos de sus novelas o cuentos, y que son las siguientes: Un robot no hará daño a un ser humano ni permitirá que un ser humano sufra daño. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley. Podríamos agregar que (como diría Homero hablando de Edison) era un auto-promotor desvergonzado con un ego interesante, y personalmente me he cruzado con mejores artículos de divulgación que ficción de su autoría. Bueno, los robots de Autómata se rigen por dos “protocolos inalterables”: Un robot no puede causar daño a un ser humano, y un robot no puede modificarse a sí mismo. Es decir, el primero es una copia menos elaborada de las layes de Asimov y el segundo es una arbitrariedad absoluta que sirve sólo para justificar el argumento deshilachado de un film enclenque. Y sí, Antonio Banderas es básicamente Will Smith, salvando las distancias. Misma distancia que separa las secuencias de acción de Yo, robot con las de Autómata, que a pesar de tener 10 años más tienen mejor calidad. Desierto Las distopías vienen a mostrarnos el reflejo de lo humano. Podemos inferir que nuestras acciones conjuntas nos llevan a la muerte, al desierto. La deshumanización y jugar a ser Dios no traen más consecuencias que la muerte reseca del desierto en que se convirtió un planeta que nos olvida. Eso, o como sucede en Autómata, una catástrofe natural hace todo añicos, incluso los guiones cinematográficos y, como especie, no nos queda otra que crear máquinas potencialmente más poderosas que nosotros en todo sentido, que por supuesto llegan a la obvia conclusión de que somos irrelevantes. Entonces aparece nuestro único héroe, Antonio Banderas, que a pesar de estar solo en el desierto por un día o dos ya se está volviendo loco, y siente atracción sexual por un robot de perturbadora apariencia. Antonio descubre el plan malévolo de los robots: construir una cucaracha gigante súper inteligente (literalmente), e irse a vivir a una zona altamente radiactiva inalcanzable para el hombre. Uno, que ya se olvidó cuál era el problema inicial y también por qué algunos mueren y unos malos de sobretodo negro persiguen a nuestro héroe y su familia, entiende súbitamente que por cosas como esta película la humanidad merece el desierto.
Antonio Banderas protagoniza un film en un futuro distópico, con robots y todas las aristas de este tipo de historias. Pero si crees que es una película de las que ya conoces, pensalo de nuevo. Porque si hay algo que tiene Autómata, es que no es tu típica película de robots pensantes… Las leyes Los robots de Autómata, diferencia de los de Asimov, solo tienen dos leyes. No pueden dañar humanos, y no pueden automodificarse. Nada mas. Antonio Banderas compone a un agente de seguros de la compañía que construye los robots, Jacq Vaucan. Se ocupa de asegurarse que todos las demandas de los clientes sean validas o no. Y para hacerlo, chequea que las dos leyes encriptadas en los robots estén activas. Pero todo cambiara cuando Vaucan se encuentre con robots que aparentemente intentan repararse o cambiarse a voluntad. Lo que indudablemente será el nacimiento de la inteligencia artificial, un próximo paso en la evolución humana, a quien el planeta está matando de forma lenta pero segura. Sin tomarla ni beberla, Vaucan se verá en una carrera hacia el medio del desierto, donde no hay vida, y donde los robots rebeldes se esconden con una sola idea en mente. Una pista, no es la revolución, es algo mas simple. Un futuro de porquería Así se define, y así lo muestra el director de Autómata Gabe Ibañez. (Gabe… ¿tan wannabe podes ser que te pusiste Gabe? Si sos Gabriel y venis de un rioba de Madrid!). El mundo que Ibañez nos muestra es realmente atractivo, sofocante, agonizante y definitivamente sin futuro. La utilización de la paleta de colores es más que acertada ya que cada plano nos muestra lo muerta, seca y mustia que esta el planeta tierra. Los robots ayudan, ya que lejos de ser como Sonny de Yo, Robot, son apenas más evolucionados mecánicamente que la porquería de ASIMO. Apenas más avanzados que los robots que tenemos actualmente. Y esto es un acierto, ya que antropomórficamente hablando, los robots están lejos de parecerse a nosotros. El tema va por adentro, como en Her. Lo que los robots piensan o empiezan a pensar. Ahí es donde esta la verdadera evolución de los muchachos electrónicos. Atípica y rara Es la única manera de definir Autómata, le escapa a todos los clichés del género y eso es un punto a favor. La ambientación de la película es siempre inquietante, y uno no puede evitar decirse cada 20 minutos: “che, que película rara”. Banderas compone su personaje sin ningún problema y compartirá pantalla la mayor parte del tiempo con robots, el cual uno de ellos esta personificado por Javier Bardem. Dyllan McDermott y Melanie Grifitth no llegan a desarrollar demasiado sus personajes ya que tampoco tienen tanto tiempo de pantalla, pero están ahí. Suman y no desentonan. En definitiva, lo más jugoso de la narrativa está en la relación entre Banderas y sus compañeros robots, con quienes mantendrá conversaciones, si bien cortas, de profundo contenido filosófico sobre la vida y la moral humana. Conclusión Autómata es una rara apuesta de Ibañez y Banderas, pero que considero digna de ver. Sus efectos visuales son realmente muy buenos, y ayudan a que la narración sea fluida y bien contada. En la misma linea de Yo, Robot o Blade Runner, pero definitivamente tomando otro camino para llegar al mismo lugar, Autómata es una cinta que debe ser vista por todos los amantes del género. Gran viaje por el desierto de lo humano de la mano de Banderas. El glamour de los robots no está en su forma, si no en su mente. Si es que tal cosa finalmente existe…
Escuchá el audio (ve link).
Escuchá el audio (ver link).
El español Gabe Ibañez regresa con una película de ciencia ficción protagonizada por Antonio Banderas, en Autómata. Es el 2044 pero el mundo parece mucho más alejado que el nuestro. Casi desolado, lleno de polvo, y con la esperanza de que unos autómatas que se construyeron para ayudarnos nos protejan. JacqVaucan, un agente de seguros, espera un hijo pero la idea de traer una vida a este mundo lo aterra más de lo que alegra a su mujer. Con un presupuesto bastante bajo es que Ibañez nos entrega Autómata, claramente influenciada en obras como las de Asimov o BladeRunner. Pero lo cierto es que si bien se presenta con ideas, aunque no originales, interesantes, a medida que el film se va sucediendo éste se va a tornando aburrido, carente de ideas y pretencioso. Cuenta con un buen tratamiento visual y banda sonora, pero poco más. Antonio Banderas hace lo que puede pero la verdad es que le quedan grandes este tipo de performances que exigen más de sus actores. No logra cargarse al hombro la película, porque ésta no cuenta con buenos elementos a nivel guión, su principal falla. Por lo que incluso sus actores secundarios (Melanie Griffith, Dylan McDermott, o Javier Bardem poniéndole voz a uno de los robots) puede hacer mucho más al respecto tampoco. La historia parte de una premisa aterradora para los humanos: un robot que rompe sus protocolos de seguridad. Algo se les está yendo de la mano. Y es que acá, si bien por momentos parecería que estos autómatas buscaran parecerse, sentir como los humanos, en realidad lo que buscan es una evolución. Pero el guión de la película no termina de explotar sus buenas ideas y termina recayendo en literalidades, filosofías sobre explicadas (“Sobrevivir no es relevante. Vivir lo es. La vida siempre encuentra su camino”, “Para morir, primero hay que estar vivo”) y personajes con poca profundidad, por lo que es muy difícil sentir empatía con ellos. En conclusión, Autómata es una película que podría haberse convertido en una curiosa sorpresa pero termina decepcionando y tornándose densa y aburrida. A la larga falla en su pobre guión y en querer ser más grande de lo que realmente es. Una buena puesta en escenas y efectos especiales por la altura de su acotado presupuesto complementan una idea atractiva que se queda a mitad de camino.
Esta película de ciencia ficción es una coproducción entre España y Bulgaria, pero los personajes hablan en inglés. Capaz que hablada en español hubiera tenido más sentido en términos de ampliación de fronteras de una filmografía nacional, o hubiera estado más cerca de encontrar una identidad propia. Es fácil darse cuenta de que Autómata sigue la línea de muchos otros relatos previos que plantean el futuro como distopía, como un horrible cementerio tecnológico contaminado, desolado y triste donde casi no queda rastro de la naturaleza. Esa referencialidad resulta interesante a la hora de pensar cómo una idea de futuro posible reconfigura el pensamiento sobre el presente. Visitando la historia del cine puede rastrearse cómo cada época del pasado ha construido su idea de futuro y ha visto en esa representación un diálogo con cada uno de esos presentes. Pongamos un ejemplo súper tonto: uno mira Los Supersónicos y se enternece con la tecnología que sus creadores imaginaban, así como puede leer en la figura de Robotina cierta idea de rol femenino muy clara para la época. Hay un disfrute a priori ahí, un placer relacionado con el género “ciencia ficción” como juego de espejos entre distintos pliegues temporales, entre símbolos, filosofía y significados múltiples que suele resultar bastante estimulante en este tiempo, en general enfermo de literalidad. El futuro puede ser un terreno fértil para la advertencia crítica (si seguimos así nos pasará tal o cual cosa) o para la afirmación conservadora de ciertos cánones sociales (mire señora que esto, esto y esto continuarán siendo así porque siempre lo han sido). Cada relato oscila en este péndulo con más o menos conciencia; apoyarse en ideas anteriores de futuro, éticas y estéticas, puede ser una jugada interesante si no hay suficiente presupuesto ni creatividad para arriesgarse de verdad a la invención de un mundo nuevo. Es que una de las reglas del relato fantástico supone que haya ciertos anclajes con la realidad: necesitamos reconocer parámetros para comprender las diferencias y empatizar con los personajes. Por eso es tan complejo llegar a un equilibrio verdaderamente original; la verdad que seguir basándose en Asimov o en Dick resulta un camino perezoso pero aparentemente más seguro, que hace que los espectadores reconozcan el “look” de la película y piensen que sí, que es cierto, que lo que hay ahí es ciencia ficción. Como buena nacida en los ochenta, prefiero los futuros rotos, oscuros y trash antes que la asepsia macintosh-publicitaria de una película como Her, por ejemplo. Autómata lidia con la estética desde una premisa pseudo-inteligente: las cosas han salido mal y la humanidad atraviesa un “retroceso tecnológico”. Eso le permite mantener la verosimilitud aunque presente un universo técnico ecléctico, amigo de un presupuesto acotado: todo está lleno de basura pero caben algunas propuestas flasheras de esas que uno piensa: “pah… ¿será así alguna vez?”. Es el caso de la escena donde la esposa embarazada de Antonio Banderas (que interpreta a un encargado de seguridad que se ocupa de chequear que esté todo bien con los robots en las calles) se hace una ecografía estructural sentada, sola, en el living de su casa. ¡Y ve clarito a su bebé como un holograma! En términos de guion, no sé si tiene sentido pensar mucho esta película. No hay nada muy nuevo: los robots no pueden volverse inteligentes pero finalmente sí se vuelven inteligentes y arman un lío bárbaro para nuestro pobre anti-héroe y su familia. La inconsistencia más profunda es ideológica: la intriga se inicia en unos barrios bajos marginales que luego jamás se ponen en juego y salen de la película tan aleatoriamente como entraron; los “malos” son los dueños de la empresa que hace los robots pero al final resulta que no se sabe cuánto tienen de responsables; el jefe de Banderas que se comporta como un hijo de puta funcional termina resultando su más preciado y honesto amigo. Básicamente, la sensación de frivolidad lo atraviesa todo. Pero hay algo que no deja de ser interesante y bastante novedoso: es el planteo de que la evolución natural de la humanidad son los robots, casi como dentro de un esquema darwiniano. Y que esos robots pueden, de hecho, resultar mejores, más buenos, más ecológicos, limpios y buenos para la tierra que los humanos, esos malditos simios violentos. Y que esos robots a su vez crearán nuevas especies que los superarán. No sé, esa idea de evolución a lo “superhombre” me llamó la atención porque ideológicamente es tan asquerosa que me dejó un gustito a esas cuestiones que se cuelan en un guión casi sin querer, de modo inconsciente, y que resultan chispas bien sabrosas a la hora de ver una película. En lugar de llenar la cosa de detalles empáticos y políticamente correctos, las ganas de defender la tecnología (y una raza superior) deberían ser menos contradichas, menos solapadas. Hubiéramos estado frente a una obra menos boba y, aunque igual de desagradable, tal vez algo más valiente y leal al tiempo al que pertenece.
“Autómata” y una idea que no es mala, pero tampoco original El filme protagonizado por Antonio Banderas, con elenco estadounidense, y director, guionistas y rubro técnico español, habla de un futuro no muy cercano y la importancia de los robots. No es mala la idea de Autómata. Tampoco original. Su historia se sitúa en la Tierra de 2044, cuando las tormentas solares devastaron al planeta y casi todo ser vivo sobre él, a excepción de unos pocos seres humanos que residen en una ciudad sitiada, asistidos por robots con funciones por dos protocolos inalterables: deben preservar la vida y no pueden modificarse a sí mismos. Conforme sus propietarios fueron falleciendo, los artefactos se convirtieron en los nuevos marginados sociales, y Jacq Vaucan, un comprobador de reclamación de seguro de la fábrica que los produce, debe recurrir a constantes denuncias, entre ellas, la del agente Wallace, quien le disparó a un robot que encontró autorreparándose y que parecía tener vida. Mientras investiga, nuevos sucesos se producen, siempre con la misteriosa utilización de componentes robados y de una batería nuclear que puede alimentar un robot indefinidamente. Nadie sabe a ciencia cierta qué está ocurriendo, sí que la alteración de los protocolos podría significar la aparición de una suerte de conciencia que amenazaría la supervivencia de la especie humana. Protagonizada y producida por Antonio Banderas, cuenta con plumas hispanas y elenco en su mayoría estadounidense. Aunque su idea emparenta con la de Yo Robot (de 2004, con Will Smith), la trama de este relato avanza sobre la veta filosófica que trasluce la cosmovisión latina, que se mantiene coherente hasta el final, contra la espectacular factoría norteamericana. El problema de este filme es que responde en desarrollo y extensión a los cánones de esa industria, extendiendo el relato innecesariamente con escenas y personajes que no merecían más que unas pocas líneas de guión, y que le vuelven inevitables las recaídas.