Entre las cenizas Nadie como Petzold sabe trabajar con los géneros clásicos de Hollywood y reformularlos para reflexionar sobre la historia de su país y la identidad constitutiva de su sociedad. Berlín, inmediata posguerra. Un Mercedes-Benz atraviesa no sólo la noche cerrada –esa oscuridad de la que empieza a emerger Europa toda– sino también un hostil puesto de control militar del ejército estadounidense. A bordo, viajan dos mujeres. Una de ellas conduce, la otra lleva el rostro completamente vendado y con rastros de sangre. Es Nelly Lenz, una cantante de origen judío que sobrevivió milagrosamente a los campos de exterminio nazi, pero terminó con la cara desfigurada. Vuelve a la ciudad que alguna vez fue también suya para someterse a una cirugía estética que le restituya quizá no tanto su rostro como su dignidad. Pero vuelve esencialmente para intentar reencontrarse con Johnny, el hombre que es todo para ella. “No hubiera sobrevivido sin él, cada día de mi cautiverio pensé en Johnny”, afirma. Su amiga, sin embargo, dice que fue él quien la delató y traicionó. Y que Johnny pretende heredar su fortuna. Sólo la propia Nelly podrá corroborarlo o desmentirlo...Nadie como el director alemán Christian Petzold ha sabido trabajar con los géneros clásicos de Hollywood, adoptar esa lengua no sólo para reformularla en provecho de su propia estética sino también para –en términos absolutamente contemporáneos– reflexionar sobre la historia de su país y la identidad constitutiva de su sociedad. Lo hizo con el género fantástico en Yella (2007), con el film noir en Triángulo (2008), con el cine de espionaje en Barbara (2012) y ahora abreva en las mejores fuentes del melodrama y el noir para Ave Fénix, sin duda una de las cumbres de su obra, a esta altura la más sólida y apasionante del cine alemán actual.Inspirado libremente en la novela Le Retour des cendres, del francés Hubert Monteilhet (que ya había sido adaptada medio siglo atrás en Volver de entre las cenizas, del británico J. Lee Thompson), Petzold, con la colaboración en el guión de Harun Farocki, construye un espacio puramente ficcional, tan artificioso como el decadente cabaret que le da su título original al film: Phoenix. El universo de Phoenix –la película– está hecho no tanto con los escombros de la realidad que dejó la guerra sino más bien a partir de la memoria colectiva del cine de Hollywood, de esa máquina narrativa en la que aquí abreva Petzold para tratar temas esencialmente alemanes: las consecuencias de la Shoá, el sentimiento de culpa, la necesidad de asumir el pasado.Los ecos de decenas de melodramas y noirs de Hollywood parecen resonar en Ave Fénix, pero si hay una película que evidentemente funciona como referencia ineludible ésa es, como lo reconoce el propio Petzold (ver entrevista), el clásico por excelencia, Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock. Como el personaje de James Stewart, el Johnny de Phoenix intenta moldear su ideal de mujer. Pero esa mujer es quien, supuestamente, él habría traicionado, pero que él necesita revivir, hacer volver de entre los muertos para llevar adelante su plan. Lo que Johnny no sabe o, mejor aún, no quiere ver –como no quiere ver el pueblo alemán todo, que niega los campos de concentración– es que ésa a quien él considera su actriz es en verdad la auténtica Nelly, que todavía lo ama y quiere estar junto a él.Film de espectros, dobles y fantasmas, Ave Fénix alcanza una intensidad inusual cuando entra en una suerte de insondable puesta en abismo, donde el relato comienza a plegarse sobre sí mismo. Johnny no sólo intenta reconstruir a Nelly, un poco como el país intenta reconstruirse de entre sus ruinas. También se preocupa por armar –como si fuera el director de una película de la cual él mismo escribió el guión– la elaborada puesta en escena del regreso de Nelly. “Nadie te va a preguntar nada, nadie quiere saber”, le explica Johnny a su actriz, ante la mirada horrorizada de la auténtica Nelly, que no puede creer que eso sea posible.El film de Petzold no sería el mismo sin dos intérpretes de la talla de Nina Hoss y Ronald Zehrfeld, la misma extraordinaria pareja de Barbara. Es más, se diría que Petzold vuelve a jugar con la ambigüedad y la desconfianza que también marcaban el destino de la pareja de Barbara, un film que ahora puede leerse en espejo con Ave Fénix, como si fueran dos caras de una misma moneda, sendas reflexiones sobre distintas encrucijadas históricas de un mismo país.Así como Petzold logra imbricar la estética de Hollywood con preocupaciones de orden estrictamente alemán, también lo hace de manera maestra con el cancionero popular estadounidense de la época. Una escena clave, cuando Nelly descubre a Johnny en el cabaret, tiene como telón de fondo un número musical con “Night and Day”, el clásico de Cole Porter, cuya letra aquí alude tanto al amor que es siempre sólo uno, día y noche, como a la dualidad esencial que marca a la pareja de agonistas.El otro tema, que funciona a lo largo de todo el film como estremecedor leitmotiv, es “Speak Low”, del compositor Kurt Weill, el amigo de Bertolt Brecht, un emigrado alemán que no tardó en adaptar su arte a Broadway y Hollywood. A la indecible melancolía de su melodía, se suma la letra de Ogden Nash, que habla de la ferocidad del tiempo y de la fugacidad del amor. “El telón desciende, todo termina...”, susurra Nelly cuando empieza a recuperar su voz, que sin dejar de ser la suya propia parece representar también la voz de todos los que regresan de la muerte y el olvido.
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Hablar sobre la desolación. En 2012 Christian Petzold ganó el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín por Bárbara, un film que hurgaba en la vida durante la Guerra Fría. Con Ave Fénix retrocede un poco más en el tiempo para centrar su mirada en el Holocausto, y en un matrimonio quebrado por acontecimientos que los exceden. Nelly (Nina Hoss) es una cantante que fue enviada a Auschwitz y que milagrosamente escapa de la muerte, aunque regresa a Berlín con su rostro desfigurado. Acompañada por su amiga Lene (Nina Kunzedorf), Nelly le pide a un cirujano que reconstruya su cara exactamente igual a como era antes y así, inicia la búsqueda de su marido Johnny (Ronald Zehrfeld), al que finalmente encuentra, sólo para enfrentarse a la desolación de que el antiguo pianista ya no la reconoce. Para Johnny, Nelly es una persona que con la ayuda del maquillaje, el vestuario correcto, se puede convertir en la que él cree, su esposa muerta y así acceder a una cuantiosa herencia. Entonces Nelly se entrega a Johnny para transformarse nuevamente en Nelly y así poder recuperar el pasado perdido, mientras su amiga Lene insiste en sus planes para que ambas se asienten en el naciente estado de Israel hasta que acepta su derrota al comprobar que la transformación de Nelly se lleva adelante. Con una precisión y un distanciamiento notables del melodrama que desarrolla, el film se asienta en el eco fantástico de la inolvidable Vértigo de Alfred Hitchcock, pero este diálogo es un recurso para hablar de la desolación y la voluntad inaudita por volver a un estado de normalidad fricciona de manera definitiva con la miseria, el miedo y la traición que pesa sobre los protagonistas.
Melodrama magistral. Berlín, inmediata posguerra de la Segunda Guerra Mundial, nada menos. Nelly Lenz es una judía alemana que ha sobrevivido a un campo de concentración y a dos balazos en el rostro, y que atraviesa una traumática cirugía estética. La intervención tiene como objetivo que Nelly sea lo más parecida a como era antes de las tragedias experimentadas. Luego de la convalecencia es ella misma, pero un rostro reconstruido desde la destrucción extrema no deja de ser un rostro nuevo. Nelly tiene una determinación (y Nina Hoss tiene una sobria fiereza para transmitirla): reencontrarse con su marido Johannes ("Johnny"), un músico que quizás haya tenido que ver con su captura por parte de los nazis. Desde este punto de partida, Christian Petzold construye un melodrama óptimo, un melodrama de cineasta cabal, de artista contemporáneo en pleno uso de sus facultades. Dentro de una filmografía que entre otros elementos ha aportado relecturas del cine clásico estadounidense (por ejemplo, Jerichow, de 2008, se conecta con El cartero llama dos veces), Ave Fénix es algo así como la "versión Petzold" de Vértigo. La película clave de Hitchcock revive en la historia de Nelly, y el "de entre los muertos" -que fue en varios países el título de estreno del film del británico en 1958- se ajusta con justeza a la propuesta de Ave Fénix. Petzold apuesta para su relato (coguionado por Harun Farocki) por el tremendo peso de la historia, que para el armado de la tensión tiene tanta o más relevancia que el romanticismo y la obsesión. En ese sentido, la potencia melodramática de esta película se nutre de diversas fuentes, y el cauce que provee Petzold es el de una narrativa que opera desde cada detalle en función de un todo de extraordinaria cohesión. Aprovecha para ello cada amenaza nocturna, cada retorno del trauma, cada acercamiento a tientas, cada claroscuro vital, cada recuperación de la cercanía entre esta pareja separada por las circunstancias más extremas. El cineasta trabaja sobre la complicadísima relación de un hombre y una mujer que deben (re)conocerse, y por ese camino intensifica de manera casi imperceptible -pero decidida, persistentemente- su relato, recorta los bordes y se concentra progresivamente hasta llegar a un final de extraordinaria potencia sin necesidad de explosión o estallido de ningún tipo. Ave Fénix es una película de una depuración extrema, que construye su emoción, su suspenso y su pasión con armas inobjetables, precisas, para llegar a una secuencia final admirable, que -como todo gran relato- no sólo es de una inteligencia resplandeciente, de esa que no necesita alardear su condición, sino que además realza todo el certero camino narrativo previo.
La traición que corroe el alma Es otra muestra del talento del director de “Triángulo” y “Bárbara”, un muy buen drama de amor. El germano Christian Petzold estuvo a la cabeza del que se denominó el nuevo cine alemán, el que siguió muchos años después a Herzog, Fassbinder y Wenders. Le interesan como a aquellos las relaciones interpersonales, pero el director de Triángulo (Jerichow) pone el énfasis usualmente en relaciones amorosas. La traición, o el temor a ella, por caso, es un tema recurrente en su filmografía. En Ave Fénix vuelve a contar con Nina Hoss, su actriz fetiche y protagonista de esta historia de amor enmarcada en la Alemania posterior a la caída de Berlín. Nelly Lenz ha escapado de un campo de concentración, pero ha quedado con el rostro desfigurado. Tras diversas operaciones, está irreconocible, tanto como para que su esposo, que la cree muerta, no la reconozca. Es que Nelly teme, huele pero no quiere creer que en verdad ha sido él quien la ha denunciado a los nazis. O tal vez no. “Johnny” (Ronald Zehrfeld) se la cruza y quiere aprovecharse de ella, sin advertir que es su esposa, para hacerla pasar por ella y poder cobrar una importante suma de dinero. Si se pasa por alto la anomalía o lo extravagante de que alguien que ha vivido con otro no lo pueda reconocer, Ave Fénix tiene todo como para subyugar. Es una historia de pareja, y hasta con ribetes de Vértigo, de Hitchcock. Petzold muestra cómo Nelly trata de dar pistas a su amado de que es ella, cómo parece sacrificar sus auténticos sentimientos en pos de él. Y aprovecha el encierro al que Johnny la somete (le viste con ropa similar, le indica cómo debe caminar, ensaya con ella) y los tonos oscuros que predominan en la dirección de arte y la iluminación para hablar de ese acoso y agobio. Otro punto a favor es que Petzold hace referencia a un pasado que a los alemanes les resulta incómodo, pero con altura, sin golpes bajos ni bajar línea. La protagonista debe lidiar con su dolor, haber sido despojada de todo -incluida su imagen- y Nina Hoss vuelve a poner, como en Barbara, todos sus kilates de actriz con mayúsculas para hacer creíble y querible a su personaje.
Existe una temática recurrente entre las películas alemanas y es el marcado recuerdo del régimen de Hitler en Alemania, el período de la Segunda Guerra Mundial y las consecuencias de la misma. En ese contexto se enmarca “Ave Fénix” de Christian Petzold. Esta cuenta la historia de Nelly, una judía que sobrevivió a un campo de concentración y vuelve con la cara desfigurada. Luego de una reconstrucción facial, buscará recuperar su vida y junto a ello a su marido. Aunque no todo es como esperaba ni como recordaba. “Ave Fénix” presenta entonces una historia muy fuerte, cargada de un alto contenido emocional e histórico. Pero a pesar de esto, en todo momento, podemos ver una estética muy bien cuidada, sin la necesidad de recurrir a lo burdo para demostrar un punto. Asimismo, la pieza cinematográfica muestra cómo el poder del amor nos puede sacar de los peores momentos. Aunque también cuestiona hasta qué punto el amor puede justificar todos los actos que cometemos y las consecuencias que estos traen. Las actuaciones de los tres protagonistas, destacándose Nina Hoss, quien encarna a Nelly, son impecables y logran captar tanto la dureza como la sensibilidad de los personajes de dicho momento. Tanto quien vuelve de un campo de concentración y debe insertarse nuevamente en la sociedad, como quien lucha para que eso suceda o quien sigue con su vida con otros propósitos más superficiales. Si habría que señalar algo que no está del todo bien logrado, es el marco de referencia en el cual se sitúa la película. A lo largo del film nos vamos enterando más acerca del contexto, pero si no se conoce muy profundamente la historia alemana, se torna un poco difícil situarse en el momento justo en el que ocurren los hechos. Por ahí deberían agregarle un texto de referencia de lugar y tiempo, aunque si la película está destinada, en principio, al público alemán se sobreentiende el contexto. En síntesis, la obra elegida para inaugurar “Pantalla Pinamar” se sumerge en las emociones más profundas de una mujer que pasó por el peor de los calvarios, pero que renace, al igual que el Ave Fénix. Sin dudas es una película que se destaca dentro del cine alemán, en particular, y el internacional, en general, y quedará como una de las películas de referencia del período del nazismo que vivió Alemania. Samantha Schuster
Un acertado desarrollo de personajes que queda opacado por su falta de ritmo. La tragedia del Holocausto ha probado ser una y otra vez tierra fértil para las historias cinematográficas. Pero debo reconocer que el prospecto de una mujer obrando como su propia impostora sonaba bastante interesante. No obstante, Ave Fénix sucumbe bajo el peso de un ritmo demasiado lento para su bien. ¿Cómo está en el papel? Nelly, una desfigurada sobreviviente del Holocausto, queda completamente irreconocible tras una reconstrucción facial. En la devastada Berlín de la Post-Guerra encontrará a su marido, quien la desconoce, y por su casi-parecido la entrena para hacerla cómplice de una estafa. Nelly accede a esta charada para poder averiguar si él fue quien la delató con los nazis en primer lugar. Ave Fénix es una historia que cuenta con un complejo y detallado desarrollo de personajes; la película es puro comportamiento y actitud. No obstante, corre con una gran contra y es su falta de ritmo; desarrolla a los personajes, y queda tan inmersa en este desarrollo que el objetivo narrativo casi queda de lado. Sus casi 100 minutos de duración se sintieron como más. Aunque, debo aclarar, que suma puntos la vuelta que le encontraron a la resolución; sencilla y contundente. Donde las palabras sobran. ¿Cómo está en la pantalla? Ave Fénix goza de una muy buena fotografía en cinemascope y una cuidada dirección de arte. El costado interpretativo es lo que más destaca en esta producción; los actores tuvieron más que material suficiente con el que trabajar y le sacan todo el provecho posible e incluso van más allá. Si los problemas estructurales del guion se hubiesen ajustado, su actuación destacaría todavía más. Conclusión Ave Fénix es un titulo que aunque goza de un fino trabajo técnico y un superlativo trabajo interpretativo, la densidad de su ritmo narrativo es su mayor contra. Los incondicionales del cine de autor tal vez quieran darle una chance solo por las actuaciones, ya que hay tela para cortar, pero no esperen suspenso e intriga de la historia como un todo.
Inquietante y de alta intensidad emocional. Una mujer vuelve de Auschwitz con el rostro desfigurado. Otras le piden al cirujano plástico parecerse a las actrices Zarah Leander o Kristina Soderbaum, tan populares bajo el nazismo. Ella sólo quiere parecerse a sí misma, volver al hogar, reencontrar a su marido. Pero éste no la reconoce. Apenas alcanza a verla "parecida a la difunta", porque la cree ya muerta. Entonces, en el clima de corrupción moral de la posguerra, le propone participar de una estafa, sin advertir con quién está hablando. Lo impresionante es que ella acepta. Amor, traición, ilusión, identidad negada y recobrada, historia que alude metafóricamente a la sociedad alemana, melodrama oscuro con luminosas actuaciones, "Ave Fenix" tiene un comienzo inquietante, cercano al Georges Franju de "Los ojos sin rostro", y un desenlace a lo Fassbinder, todo un juego angustioso y perfecto de representaciones que culmina de modo único, dejando al espectador clavado en la butaca. Entre medio no es Franju ni Fassbinder, sino Christian Petzold, para colmo con Harun Farocki como coguionista, es decir dos tipos secos, de espíritu más científico que romántico. Pero la protagonista es Nina Hoss, que siempre le da carnadura e intensidad a los relatos de Petzold (recuérdese "Wolfburg", "Yella", "Jerichow", "Barbara"). La respaldan Ronald Zehrfeld como un cínico egoísta capaz de provocar piedad, Nina Kunzendorf en el rol de personaje explicativo, una ambientación precisa y pesarosa, unos temas hermosos precisamente colocados para decir algo más de lo que dicen ("Noche y día", de Cole Porter, "Berlin im Licht" y "Speak Low" de Kurt Weill). Y una novela original bien adaptada. La novela es "Retour des cendres", de Hubert Montelhet, olvidado creador de climas tortuosos. Ya tuvo dos versiones cinematográficas: "Volver de entre las cenizas" (1965), de J. Lee Thompson, gran artesano del cine de acción y suspenso, con guión de Jules Epstein, y "Le retour d' Elisabeth Wolff" (Josee Dayan, 1982). La que ahora vemos se toma varias libertades, elimina un marido anterior y una hijastra dañina, reduce los pecados del esposo traidor, pierde algo de suspenso, va dejando hilos sueltos, pero ofrece una lectura distinta, de nivel alegórico, y alcanza una intensidad emocional más que respetable. Incluso, difícilmente olvidable.
Resurgir de las cenizas Christian Petzold es uno de los pocos directores alemanes que llegan con cierta regularidad a la cartelera comercial argentina. Tras los estrenos de Yella, Triángulo y Bárbara, Ave Fénix no es la excepción. Su último trabajo vuelve a alambicar el derrotero de sus personajes con la Historia, manteniendo inalterable su maestría narrativa. Ave Fénix es un melodrama romántico situado un tiempo después del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania intenta recuperar un mínimo orden después de la locura etnocentrista del nazismo. Lo primero que se ve es un auto con dos mujeres atravesando el campo. Un puesto de control obliga a focalizar la atención sobre una de ellas. Su rostro está enteramente vendado. El contraplano muestra la cara de horror del oficial que hace el registro ante la exhibición de aquello que subyace bajo las vendas. Luz verde para seguir avanzando y para una historia sobre la recuperación de identidades físicas, pero también relacionales y arquitectónicas. La película punteará ciertos elementos fantásticos y hitchcockianos sobre todo en el desarrollo de su premisa basal: ya de vuelta en la civilización, Nelly (Nina Hoss) reconstruirá su cara y saldrá a buscar a su marido en medio de una ciudad destruida, siempre asistida por su amiga Lene (Nina Kunzendorf). La sorpresa es que Johnny (Ronald Zehrfeld) no sólo no reconoce en esa mujer a la que alguna vez amó, sino que incluso le pide que se haga pasar por ella misma para resolver un asunto económico. A Petzold no le interesan los paralelismos evidentes entre la reconstrucción facial y la alemana, priorizando siempre los procesos internos de Nelly y el crecimiento -en vínculo y complejidad- de la relación mercantilista con su pareja por sobre el peso metafórico del relato. Narrada con maestría, y con una puesta en escena planificada al detalle, Ave Fénix es la validación de Petzold como una de las miradas más interesantes y personales del cine alemán contemporáneo.
Resurrección Christian Petzold, reconocido director de Triángulo (2008) y Bárbara (2012), entrega con su nuevo film un retrato sobre la identidad y las consecuencias del Holocausto. Envestida de un aura hitchkoiana, Ave Fénix (Phoenix, 2014) no es un policial ni un thriller, pero hace del suspenso un elemento central. El rostro de Nelly (Nina Hoss, otra vez formidable) aparece cubierto por vendas, con signos de haber sido mutilado. Acaba de salir de un campo de concentración, acaso esté viva de pura suerte. Uno de los policías que hacen detener el auto en el que viaja le pide que se quite las vendas; la guerra ha culminado, pero los controles continúan. Un gesto de impresión en el rostro del policía y su inmediato permiso para que siga de largo. Así de ríspido, conciso, contundente, es el comienzo de esta película; tono que no abandonará jamás. Tras esa secuencia inicial, Nelly continuará su derrotero ayudada por una amiga, que parece igualmente herida pero sólo interiormente. Será el puntapié para que ella pueda empezar con la reconstrucción de su vida, mediante la cual Petzold señala una relación aún mayor entre la memoria (ya no sólo la individual) y la comunidad alemana. Pronto aparecerá el marido de Nelly, un pianista que no la reconoce y –peor aún- le pide que finja ser ella misma para resolver un asunto familiar y de incidencia económica. Planteado el conflicto de la identidad, Ave Fénix se transforma en un “drama de conciencia” sobre el que se dirimen –como ya advertimos- cuestiones de mayor alcance. Al realizador no le interesa ser didáctico, por eso deja de lado las analogías obvias y se concentra en la interioridad de Nelly, a la que accedemos por las acciones que lleva a cabo. ¿Podrá admitir la traición, en caso de que ésta haya existido? ¿Cómo continuará su reconstrucción, si aún el pasado que imaginaba certero escondía aspectos turbios? ¿Podrá llegar a ser ella misma renunciando a su propia identidad? Ave Fénix amalgama el conflicto a una estética que conjuga elementos góticos y cierto halo de misterio que la vincula con el expresionismo. El metraje reproduce la incertidumbre del personaje protagónico, y todo resulta verosímil merced al trabajo con el tiempo de cada secuencia, la impecable reconstrucción de época, y una magnífica elaboración sonora, ya sea de forma diegética o extradiegéticamente. Al final, una dulce melodía arroja un aura de perpetua melancolía, acaso el mayor indicio de que el pasado histórico no tendrá nunca una resolución plena.
El director Christian Petzold y su actriz fetiche, la enorme Nina Hoss, realizaron una gran película. La anécdota es mínima: una mujer que regresa, golpeada, con el rostro deformado, de un campo de concentración. Tiene una sola obsesión, reencontrarse con su marido, por más que su amiga le asegura que él la denunció. Lo encuentra y la desconoce y por ambición le propone un engaño. Allí comienza un juego de misterio, tensión, con todas las reacciones posibles abiertas, entre el deseo y la verdad, que en algún momento debe aparecer. Con un final inolvidable. Delicada, compleja, sorprendente.
Tiempo de revisar su pasado para Alemania. No solo abarcar lo referente a la Segunda Guerra Mundial, la figura de Hitler y el nazismo como vienen repasando con aplomo y seriedad hace varios años, sino hablar de los hechos posteriores, quizás desconocidos para el resto del mundo. Está claro que el horror para ellos no terminó con el fin del Holocausto, estaba comenzando un período dolorosísimo como sociedad de separación y desintegración; y el inmediatamente posterior, un período de resurgimiento y/o fuga según de que “bando” se encuentren. Así como la estrenada el año pasado en nuestro país, "Lore", revisaba qué sucedía con una familia pro nazi cuando el régimen había caído; es ahora el turno del director de "Triángulo" y "Yella", Christian Petzold, de poner el foco en la otra arista del conflicto, los sobrevivientes del Holocausto. Nelly (Nina Hoss, actriz fetiche de Petzold), es una cantante judía que fue enviada y sobrevivió al peor de los horrores. Quedó desfigurada, irreconocible tanto que su mismo aspecto plagado de vendas le permite eludir un control militar. Su deseo ahora es arrancar de cero, a través de un cirujano logra reconstruir su rostro lo más similar a su aspecto original y a partir de ahí reencontrarse con su marido Johnny (Ronald Zehrfeld), pianista. El rencuentro se logra entre ruinas, pero todo está lejos de culminar. Ella pretende averiguar dos cosas, si él aún la ama y si son ciertos los “rumores” de traición por parte de él. Nelly lo reconoce de inmediato, para su disgusto, él no, es más le pide que se haga pasar por su esposa (o sea, ella misma) por un asunto familiar. Misterio, dolor, traición, amor, crueldad, e identidad, todos elementos que Petzold maneja con mucha solvencia logrando un drama personal e intimista envuelto en un halo de thriller socio político que enaltece el resultado. Así, el espectador observa todo el panorama de situación casi como si estuviese frente a un complejo film de espionaje, cuando en verdad se está frente a un desgarrador drama personal. El director juega a las metáforas conjuntas, pero inteligentemente no las arroja a la pantalla, las desliza sutilmente, en los diálogos, en las decisiones y actitudes, y por supuesto en ese juego de personalidades en que se ve envuelta Nelly. Nina Hoss logra una interpretación contenida y sufrida, dotando a su Nelly de personalidad propia, toda la confusión que vive, todo el dolor frente a la imposibilidad de no poder ser quien es, pasan frente a su rostro. El resto del elenco acompaña con solvencia, aunque tiende a ser deglutido frente a la presencia de la actriz. El único reproche que podría hacerse es cierta incapacidad para mantener un ritmo parejo de acción en noventa y ocho minutos que terminan pareciendo mucho más. La narración cae en determinados pozos de los que sale reteradas veces de modo correcto. El tono frío y compacto que Petzold aplica a todo el metraje, ayuda a crear el halo de intriga pero a la vez, ayuda a que el film no fluya tanto por sí solo. "Ave Fénix" es un film maduro que puede mirar su pasado con cierta superación, asumiendo sus errores y fracasos. Una gran alegoría que vuelca en una sola mujer las diferentes personalidades de una sociedad que fue cerrando sus heridas como pudo, y literalmente, se transformó en algo muy distinto de lo que fue.
En “Ave Fénix” (Alemania, 2014) de Christian Petzold, hay algo que trasciende su propuesta, y es básicamente la intención que el director tiene de contar, una vez más, una parte de la historia de su país, pero de una manera diferente. Dotándola de una atmósfera más propicia a un filme noir que a un drama histórico, en el derrotero de Nelly (Nina Hoss), una sobreviviente a Auschwitz, y que con su cara desfigurada vuelve a la Alemania que la sentenció, a muerte, para recuperar parte de su vida, Petzold habla también de otra cosa. Operaciones estéticas mediante, Nelly de a poco vuelve a su rutina, aún sabiendo que lo más importante sería exiliarse en otro país y resguardarse, para ver si puede recuperar a su marido Johnny (Ronald Zehrfeld), quien la cree fallecida en el campo de concentración. Con el mayor de los dolores, deberá asumir una parte triste de su historia, la muerte de todos sus familiares, excepto su marido, y de éstos ha heredado una importante suma de dinero que le posibilitará continuar con su tratamiento estético y estadía en las mejores instituciones. Pero a Nelly esto no le importa, y pese a los reproches de Lene (Nina Kunzendorf), su única amiga, que además trabaja en una agencia judía y que le facilitará su regreso, decidirá salir en búsqueda de Johnny, aún sabiendo la traición que sobre ella determinó. El primer encuentro es doloroso, cruel, salvaje. Por que si bien Nelly cree poder aún con su nuevo rostro despertar en Johnny su pasión, su mundo se derrumbará cuando conscientemente éste la rechace y sólo vea en ella una sutil evocación de la que fuera su mujer y a quien cree muerta. Gracias a esto Johnny le propondrá un juego cínico a Nelly, hacerla pasar por su mujer muerta para poder así recuperar la herencia familiar y dejar de trabajar como mozo en el bar “Phoenix”, al que alude también la película. Petzold una vez más arma una historia de contrastes, de sombras que acechan pero que aún pese al peligro, son omitidas y no tenidas en cuenta por aquellos que serán participes de las transformaciones de los protagonistas. Si en “Gold” el director hablaba de una forastera que se armaba de una historia nueva en un país completamente ajeno a ella, y en “Barbara” de cómo una joven doctora aceptaba cualquier proposición con el objetivo de superar la posición en la que era colocada, en “Phoenix” profundiza en la etapa más dolorosa de su historia para hablar de las fachadas y de cómo éstas se pueden caer con solo una palabra Si decide repetir con la pareja protagónica, es porque justamente encuentra en ambos actores, la posibilidad de seguir explorando su propia historia desde un ángulo personal y reinventando el mito del ave fénix. Por que si Nelly es el ave que resurge de sus cenizas, Johnny será la brasa viva que en todo momento acose a la mujer para de alguna manera conseguir el propósito final que tiene. En la historia de Nelly, Petzold ubica a su propio país, incapaz de asumir una correcta posición ante el regreso de aquellos que fueron injustamente sometidos a torturas y vejaciones, y ni hablar de los que no pudieron regresar. Si en Nelly se encarna la negación de la posibilidad de recuperación instantánea de la credibilidad ante aquellos crímenes de guerra a los que se sometió a gran parte de la humanidad, en Johnny está plasmado la falsa honestidad y la cristalización de una frase como “algo habrán hecho” tan cercana a nuestra idiosincrasia. Petzold parte de la historia de su país, de un pasado oscuro, para universalizar la complicidad con la que la mayoría de la sociedad acompañó al régimen militar y los atropellos sobre las libertades y credos ajenos a este. Johnny amolda a Nelly a un ideal de ésta que termina deformando la mirada que la propia Nelly tiene sobre ella, y sólo cuando su plan termina, en una secuencia digna de ser colocada en los anales de la cinematografía, es cuando esa complicidad mencionada anteriormente se transforma en una culpa ancestral ineludible. El director, como en cada una de sus obras, genera una narrativa con un tempo adecuado y que avanza progresivamente a fuerza de planos amplios y una esforzada puesta en escena, que en el caso de este filme, además le permite regodearse y jugar con el cine noir, posibilitando también, que no sea sólo vista la película por adeptos al revisionismo histórico, sino, principalmente, por el público en general. Impactante.
Entre el film noir, el thriller hitchcockiano y el drama de posguerra existe AVE FENIX, la extraordinaria nueva película del realizador alemán Christian Petzold, que tuvo su estreno italiano en el Festival de Roma. Un filme rico, complejo, inteligente y narrado con maestría, se trata de la mejor película de su carrera y seguramente la más accesible –por tema y forma– de todas ellas. AVE FENIX narra, en principio, la historia de una mujer que logra escapar de un campo de concentración en la Segunda Guerra (Auschwitz, para ser más precisos) con el rostro totalmente desfigurado tras una serie de maltratos. Una carísima operación –pagada por su amiga Lena– logra reconstruirle el rostro bastante, pero no lo suficiente como para ser del todo reconocible, casi adoptando un nuevo “papel” en la vida a partir de eso. Ella quiere reencontrarse con su pareja, un soldado norteamericano, pero él no la reconoce cuando la ve por primera vez. Aunque nota su parecido y se le ocurre una idea… phoenix4Y allí es donde aparece un juego de espejos, seducción y desesperación que transformarán a la película en una suerte de versión esquiva de VERTIGO, ya que él intentará que esta mujer se haga pasar por su esposa (lo es, pero él no lo sabe y ella le sigue el juego porque quiere descubrir si él la denunció) y a ella no le tocará otra que interpretarse a sí misma como si fuera otra persona imitándose. Claro que el asunto se irá cerrando y complicando, pero esa capa de la película es apenas solo una de este filme que bebe tanto del expresionismo alemán como del melodrama de los ’40 y ’50, del thriller hitchockiano y de un combo en el que nombres como Lynch, Fassbinder, Fuller y hasta el propio Almodóvar no le quedan mal. Más allá de los juegos narrativos, la película logra atrapar con las vivencias de una mujer traumada por su pasado en un campo de concentración que se da cuenta que, al salir de allí, nadie parece poder o querer reconocerla, al mismo tiempo que ella misma debe “reconocerse” a sí misma: lo que era, lo que son las personas que la rodeaban, lo que es ahora. phoenix3Nina Hoss (ya una musa hecha y derecha del director) es la perfecta Kim Novak de esta película que el propio Petzold definió como una variante sobre VERTIGO pero desde el punto de vista de ella. La música jugará también un elemento importante, lo mismo que la amiga de la mujer, personaje clave en la evolución dramática del relato, en el que el dinero juega una parte muy importante y lo pone también en primer plano como un eje y motivo del Holocausto. El gran hallazgo de Petzold es lograr contrar una historia dura y difícil, propia de un drama histórico de esos que apuntan a premios (y de los que se han hecho cientos), de una manera que –sin descuidar ni lo dramático ni lo emotivo– se construye como una serie de intrigas que van revelando capas y más capas de los personajes: la dificultad del regreso, la destrucción de la autoestima, las dudas respecto a las personas que te rodean, los secretos y mentiras que se acumulan en el camino, la superación de los traumas y hasta una posible reinvención. En cierto punto, AVE FENIX se parece –hasta en la fotografía y la puesta en escena– más a una película de Hollywood de los ’50 que a una alemana actual. Petzold ha siempre trabajado a su manera (usualmente virtuosa) con los géneros en filmes como BARBARA, JERICHOW, THE STATE I AM IN y FANTASMAS, entre otras –todas ellas coescritas con el recién fallecido realizador Harun Farocki–, pero nunca había logrado, a la manera de Fassbinder, una película que pudiera hacer coexistir ambos formatos de una manera tan fluida, precisa y natural. Sin dudas, una de las grandes películas del año. Y una que Cannes rechazó…
Con motivo del estreno de Bárbara en España, pelicula que lo hace conocido fuera de su país, el director alemán Christian Petzold, realizador televisivo en los 80 y con 6 films en su haber, clasificaba en una entrevista, a los cineastas como de tres tipos: los pintores, los músicos y los escritores. Reconociéndose, claramente, dentro de estos últimos, Petzold se relaciona con films de personajes, de caracteres y tensiones humanas, un cine más ligado a la palabra que a la imagen, en contextos traumáticos e historias que revisan el inmediato pasado alemán con formato de género clásico. Aditamento que no se puede dejar de lado. Ave Phoenix, su nueva pelicula, se estrena en en Buenos Aires. Se trata de un melodrama que transcurre en el periodo final inmediato de la Guerra, momento en el que los sobrevivientes de los campos vuelven a sus ciudades o a lo que queda de sus casas y sus familias. Está muy bien la actriz de Petzold, una especie de muerta viva que carga cada pequeño gesto de una contundencia entre agónica y de vacío, raro en el cine actual. No es dato menor que el guión de Pheonix (titulo original) es una adaptación que Petzold realiza junto con Harun Farocki (mismo coguionista de Barbara) de la novela del francés Hubert Monteilhet (llevada al cine por director J. Lee Thompson como “Retorno de las cenizas”, con Maximilian Schell e Ingrid Thulin). Muy libremente adaptadas, todas las películas de Petzold, son versiones de novelas originales: tanto Yella (2007) como Jerichow (2008), Barbara tambien se nutre ampliamente de la literatura. . Nelly, una ex cantante popular judía, sale de Auschwitz con vida, pero con su rostro desfigurado. La acompaña su amiga Lena, empleada en una oficina de Registros judíos quien la ayuda a internarse en una clínica de cirugía reconstructiva donde la persuaden para hacer un cambio sustancial a su cara. Por qué? No sabemos. Nunca veremos una foto de la Nelly anterior. Tampoco sabremos muy bien qué une a Lena con Nelly. Y por qué en definitiva Lena termina como termina. ¿Será por el fin de la causa judía en Palestina a la que Lena quería que Nelly aporte su fortuna? Sí conocemos a pleno la obsesión de Nelly por reencontrarse con su esposo, cosa que la lleva a caminar la noche de Berlín, una ciudad desvastada. Cuando lo hace, Johnny trabaja de ayudante de camarero en un bar para americanos pero no la puede reconocer. Cierta semejanza, le da la idea de usar a esa mujer para reclamar la herencia familiar. Nelly que a toda costa quiere recuperarlo, acepta el plan y se somete a una especie de reconstrucción de sí misma (ineludible la referencia a Madeleine-Judy de Vertigo). Aunque con cierta fragilidad del verosímil, propio del melodrama, pero sin alcanzar su esencia, Petzold sostiene ese “no reconocimiento” de la pareja y enfatiza la concentración en el armado de la estafa. Ese juego de no verse el uno al otro, tiene cierto interés, pero la pelicula termina teniendo algunos problemas de guión. ¿Quién es esa gente que va a recibir a Nelly a la estación de tren? si una de las primeras cosas que le informa Lena es que nadie de la familia sobrevivió? ¿Por qué el final de Lena? Otra vez, es la naturaleza misma del melodrama la que disculpa algunos de los baches que tiene Ave Phoenix?. Cierta perversion sanguinea no le hubiera venido a mal a una pelicula que tiene actuaciones notables, las dos protagonistas femeninas por ejemplo, pero que termina siendo fría y distanciada, una distancia que el tema no se merece.
El desamor en los tiempos de postguerra El nuevo film de Christian Petzold, que tiene como co-guionista al reciente fallecido documentalista alemán Harun Farocki, trata sobre una mujer artista que es capturada en la Alemania nazi por su descendencia judía y llevada a los campos de concentración en Auschwitz. Tras lograr escapar al finalizar la guerra, vuelve a su pueblo a reencontrarse con su esposo, a quien busca desesperadamente hasta dar con su paradero. Pero con la mala suerte que él no la reconoce, pues tras el horror y la cirugía sus facciones se modificaron, también sus actitudes, pues él está convencido que murió en el campo de concentración. Desde allí se aventura en un proceso de recobrar su vida y con ella, su marido y su pasado, pero encuentra que en el presenta actual los sucesos cambiaron. Es increíble cómo las vertientes de los films sobre guerras, o situaciones extremas alimentan las posibilidades de brindar dramas sobre la personalidad e identidad. Quizás un tema recurrente en la cinematografía sea cómo los horrores alteran los estados de las personas, despojándolos de su ser. En este caso, el director juega con la idea de un pasado remoto que trata de volver forzado, de una situación, de pareja o familia que se ve fracturada por la ausencia de uno de ellos. Pero la vuelta, la irresolución esperanzadora de una nueva posibilidad, brinda en este caso los matices para acontecer una nueva vida. O revivir la misma, con el peso de sostener la negación de esa realidad de lo sucedido. En este drama psicológico el intrincado camino mental que realiza el personaje de Nelly para desistir las pulsiones que harían gritar a los cuatro vientos su verdadera identidad está en tensión con la frialdad del personaje de Johnny, su marido que la desconoce. Y esos aspectos son lo mejor logrado del film, y en donde la película cobra una gran riqueza intelectual, como hace nutrir a la narración el hecho de saber o no saber, esperar, jugar el nuevo personaje, dejar pasar un poco para que esa sensación cobre más fuerza, confiar, creer, y nuevamente esperar, para descubrir un poco mas los verdaderos sentimientos. El juego del personaje, los espacios de tiempo que le da, la calidez y sumisión que asume para entrar en él, ponen en evidencia una realidad compleja de asumir, que es el daño psíquico que sufren las personas en estados de encierros y esclavitud, como lo eran los campos de concentración. En conclusión, una interesante mirada, un poco más intimista y centrada en una historia en particular, acerca de los horrores y desgracias que deja una guerra que parece nunca haber terminado.
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Dolorosa historia sobre las ruinas de un país y un amor Alemania. Recién terminó la Guerra. Las ciudades y la gente luchan por reconstruirse. Nelly vuelve de Auschwitz con el rostro desfigurado. Y le pide al cirujano plástico que se lo rehaga. Quiere encontrar a Johnny, su marido. Su búsqueda, su ruego y su calvario es una dolorida alegoría sobre la Alemania de entonces, también desfigurada y llena de escombros. Magnifica historia sobre el odio, la venganza, la reinvención del amor, la resbaladiza identidad y la culpa. Nos habla de la conciencia de un país desde el relato íntimo de este nuevo ser que se hace llamar Esther. Quiere encontrar a Johnny, su amor, pero la vida le tiene reservada una sorpresa: como él la ve parecida a su ex, le pide a la falsa Esther que ella ocupe el lugar de Nelly para poder hacerse de una herencia. Ignora que Esther es Nelly, que vuelve en busca de un amor que la fue desfigurando por dentro. El juego de los dobles es magnífico. Nelly solo podrá recuperar a Johnny si juega a ser otra. ¿Se entiende? Y Johnny sólo le hará un lugar a su falso amor a través de esta falsa copia. Historia honda y llena de resonancias sobre las ruinas de una ciudad y de un amor. Nelly necesita saber quién es desde la mirada de los demás. Y el sobrecogedor final pondrá las cosas en lugar: recién allí Nelly asumirá su pasado y empezará a dejar atrás los fantasmas. El film atrapa cuando reflexiona sobre estos asuntos, pero es menos convincente cuando retrata escenas colectivas (en el cabaret, el reencuentro en la estación). Su historia es potente y más allá de algunas reiteraciones demuestra fuerza trágica y enorme poder alegórico. El film comienza con un soldado que no quiere ver esa cara desfigurada. Y termina con un marido que tampoco quiere ver a la verdadera Nelly. Por encima de ocultamientos y negaciones se asoma la historia de una mujer y un país que muestran en carne viva las marcas de la pólvora y el olvido.
A 70 años de su finalización, la Segunda Guerra Mundial nunca deja de ser un tema de gran interés. Abundan las películas que transcurren durante el conflicto, pero muy pocas ponen el foco en los sucesos posteriores y sus consecuencias. Ave Fénix, la nueva obra de Christian Petzold, se impone como una excepción a la regla. Los días de Nelly (Nina Hoss) en un campo de concentración ya son cosa de un pasado que quisiera olvidar, pero que no podrá por un motivo específico: su rostro ha sido desfigurado y apenas puede cubrirse con vendas. Una costosa cirugía le permite tener de nuevo una cara, pero ya no es tan parecida a la de antes. De todas maneras, va en busca de Johnny (Ronald Zehrfeld), su marido. El hombre, que ahora toca el piano en un cabaret llamado Phoenix, no la reconoce. Sin embargo, se encargará de hacerla pasar por su esposa. Pese a los consejos, ella decide seguirle el juego, al principio para ayudarle a cobrar el dinero de una herencia, luego con el fin de averiguar si podría conducirla a una terrible revelación. Una parte del concepto remite a Vértigo, pero desde el punto de vista de la mujer: al igual que en el film de Alfred Hitchcock, la obsesión y el doble están al servicio de una trama que se va poniendo cada vez más retorcida. ¿Podría ser Johnny quien traicionó a Nelly, dejando que los nazis la encerraran en Auschwitz? Petzold mezcla thriller y drama de época para contar que los miedos, la desconfianza y el terror no finalizaron con la muerte de Hitler, que los demonios del Tercer Reich siguieron acosando a los sobrevivientes. La parte dramática se impone por sobre el thriller y el desarrollo termina haciéndose denso, más allá de que el interés nunca decae. Nina Hoss, fetiche del director, es convincente en el rol de Nelly, logrando trasmitir el elevado nivel de complejidad del personaje. El trabajo de Ronald Zehrfeld es más bien correcto, pero la química con Hoss suma a la película. Por su parte, Nina Kunzendorf interpreta a Lene, hermana y amiga de Nelly, no menos perturbada por la guerra. Intimista y enorme al mismo tiempo, debido a su nivel de producción a la hora de reconstruir el período, Ave Fénix es un oscuro y extraño cuento sobre tormentos, desamores y sospechas, que muestra cómo se puede salir de un infierno para adentrarse en otro, más privado pero no menos devastador.
EL VÉRTIGO DE REENCONTRARSE Desde el inquietante comienzo hasta el tenso, extraordinario final, Ave Fénix desarrolla su melodramática historia con rigor, concisión dramática e interés por oír los ecos de la Historia. En torno a Nelly Lenz, judía alemana sobreviviente de un campo de concentración que vuelve a su ciudad para someterse a una cirugía estética y buscar al hombre que amó, Christian Petzold (Hilden, Alemania, 1960) introduce al espectador en la Alemania de postguerra hecha de sombras y niebla, calles sembradas de escombros, turbios cabarets despertando en la noche y fríos hospitales y moradas por donde hombres y mujeres deambulan –mezquinos, cómplices, desorientados– durante el día. El cuadro de época y lugar se intuye cercano, con sus olores y sensaciones: saborear una comida o escuchar un disco pueden servirle a Nelly para reencontrarse consigo misma. Dentro de una estructura propia del cine clásico, el guión escrito por Petzold (Yella, Bárbara) con la colaboración del gran Harun Farocki, es perfecto, sin pasos en falso. Podría parecer desatinado en otras manos, pero la delicadeza con la que la cámara capta cada mirada de soslayo y cada gesto, más las actuaciones sin exabruptos de Ronald Zehrfeld (el hombre amado por Nelly), Nina Kunzendorf (la amiga que la protege y le transmite razonable desconfianza en ese hombre) y, sobre todo, la protagonista Nina Hoss (admirable con sus ojos asustados, su fragilidad a flor de piel, su encanto y dignidad asomando temerosamente), hacen de Ave Fénix un derrotero apasionante. Un poco como en Ida (Pawel Pawlikowski), se detiene en heridas abiertas de la Europa sacudida por el nazismo a partir de una de las tantas historias laterales, posibles, derivadas de la tragedia. En la película de Petzold (premio FIPRESCI en la última edición del Festival de San Sebastián) hay, también, una reflexión nada desdeñable sobre la puja entre el amor por una persona y las convicciones personales, y sobrias evocaciones a la memoria cinéfila, desde aquellos antros y siluetas espectrales del expresionismo alemán hasta la misteriosa encarnación de la mujer deseada que recuerda a Vértigo (1958, Alfred Hitchcock), demostrando que esas piezas ya son parte de la Historia tanto como las culpas en la Alemania postnazi o el rescate a tientas de la propia identidad en los sobrevivientes de las guerras y la violencia que –en distintas latitudes– atravesaron el siglo XX.
Ave Fénix, de Christian Petzold, es una lección de cine clásico. Cada tanto se escucha la cantilena de que tal autor u otro es el último representante del cine clásico. Pues bien, Christian Petzold no será el último clásico, pero sus últimas películas y la extraordinaria Ave Fénix, en particular, honran y reavivan una tradición cinematográfica olvidada. Ningún efecto especial, ninguna pirueta formal, basta con aplicarse a contar una historia sin exponer excesivamente la forma elegida, invisibilizada con elegancia, porque el cineasta clásico no deja nunca de escribir con imágenes. Desfigurada y habiendo sobrevivido a un campo de concentración, Nelly (la gran Nina Hoss, actriz fetiche del director) regresa con su fiel amiga Lena a Berlín, o a lo que queda de esa ciudad. El objetivo es recrear su rostro (y no reconstruirlo), una distinción semántica que no es menor y que desde la apertura resulta evidente. El paso de las dos mujeres por un puesto de control militar explicita sin mostrar que la cara de Nelly ha sido despojada de su dignidad. La cirugía estética funcionará, pero Nelly, del mismo modo que Alemania, deberá reinventarse. No es fácil. El nazismo no es todavía una desgracia histórica superada; aún determina las relaciones, es un trauma demasiado presente. En efecto, emigrar a Israel, por ejemplo, representa un posible futuro, y en cierto sentido se trata de otra forma de cirugía, como aquí se sugiere. Todos creen que Nelly ha muerto, incluido su marido, cuya situación frente al pasado acontecido no es del todo clara. Y he aquí el nudo melodramático del filme: Nelly buscará a su esposo y al encontrarlo éste no la reconocerá aunque sí descubrirá cierta similitud respecto de su mujer, a la que cree muerta. Sucede que si Nelly estuviera viva recibiría una herencia suntuosa, y lo que pretenderá entonces el marido es que esta mujer desconocida aprenda los modales y la historia de su difunta esposa para cobrar juntos el dinero. Lógicamente, el suspenso pasará por saber si el marido se dará cuenta de la situación o si Nelly revelará quién es. La resolución del dilema será tan magistral como delicada, ostensiblemente genial y de una potencia filosófica incómoda: no es finalmente el rostro la marca de la identidad, sino ese extraño sonido que parece habitarnos y que no parece del todo nuestro, la voz. ¡Qué maravilla poder ver todavía una película como Ave Fénix! El filme debería resistir en cartelera por meses para recordarnos una poética de cine evanescente, caligrafía visual en extinción. El prehistórico concepto de lo armonioso para denotar lo bello recobra vida en cada secuencia: las elipsis, las sombras y luces elegidas para visualizar una Alemania destruida y decadente después de la Segunda Guerra, la interacción de los personajes, los momentos en los que suena la música. Ave Fénix es una clase de cine. No se la pierda.
Cicatrices Alemania año cero: Nelly emerge desfigurada de las cenizas de Auschwitz como única sobreviviente de su familia. Christian Petzold deja de fondo el horror que acaba de ocurrir y se concentra en la inquietante normalidad que regresa. Una reconstrucción facial opera la primera transformación: le da un nuevo rostro parecido al que tenía. Nelly desea volver a conectarse con su vida pasada, reencontrarse con su esposo Johnny. Una amiga le revela que él habría sido cómplice de su detención, pero ella lo niega. Él no la reconoce cuando la ve por primera vez, aunque nota el parecido. Johnny le propone cambiar de vestimenta y modales para hacerse pasar por su difunta esposa (es decir: ella misma) y reclamar una herencia. Nelly se transforma en su propio doble generando una puesta en abismo y un vertiginoso juego de espejos. Entre música jazz, humo y sombras, Petzold retoma la senda del mejor cine expresionista alemán. La profunda crisis moral del país se trasluce en una dimensión inmaterial: fantasmas, obsesiones, peligros nocturnos. La reconstrucción histórica permanece en un segundo plano: vemos brevemente las ruinas, no hay flashback sobre la deportación, y los aliados militares y los civiles alemanes sólo se sugieren.Como en varias películas anteriores del director, el rostro de la maravillosa Nina Hoss da sustancia a las más íntimas convulsiones de la historia; un rostro que está oculto en las imágenes del comienzo por la imposibilidad de representar el horror de los campos. La magnífica actriz encarna, en todos los sentidos del término, a un cuerpo desfigurado, nervioso y fantasmal que evoluciona hacia una plenitud sensual recobrada y culmina con su canto del cisne retomando la sublime melodía de Kurt Weill “Speak low”, que evoca la fugacidad del amor. A medida que se va apropiando de su personalidad bajo la ceguera de su marido, Nelly vuelve en sí misma y a la vez comienza a emanciparse. La vitalidad de su cuerpo está en todos los planos. La cámara sigue su silueta primero con una distancia respetuosa y luego utilizando primeros planos inquietantes que acompañan su despliegue hacia un futuro incierto. El personaje aporta color a una Berlín de posguerra destruida. Alemania es el Ave Fénix pero también es un espectro. “La gente no quiere saber”, dice Johnny. Las cicatrices están visibles. La extraordinaria secuencia final deja flotando la esperanza de que las generaciones futuras se atrevan a mirar el paisaje después de la batalla.
Una sobreviviente del Holocausto que quiere recuperar su vida, fue dada por muerta y ya nadie la reconoce. La historia gira en torno a una cantante: Nelly Lenz (Nina Hoss), esta mujer tiene su rostro totalmente destruido y es una sobreviviente del Holocausto. Le pide a un importante cirujano que le reconstruya su rostro para que vuelva a ser como antes. Berlín de la Post-Guerra (segunda guerra mundial) ha quedado todo destruido, muchos lo han perdido todo, no solo lo material y los recuerdos, sino también su familia y amigos. Cuando Nelly se recupera de esa operación comienza una intensa búsqueda de sus afectos y su próxima misión es encontrar a su marido Johannes "Johnny" (Ronald Zehrfeld) un prestigioso pianista. Ella finalmente lo encuentra pero este la desconoce, porque Nelly había sido dada por muerta, pero por su casi parecido la entrena para hacerla cómplice de una estafa, tiene que hacerse pasar por ella misma ante todos. Nelly accede a este pedido porque con el transcurrir de los días siente la necesidad de averiguar si él fue quien la delató con los nazis. Su trama resulta atractiva, con toques hitchcockianos, llena de intrigas y suspenso. Un intenso melodrama relacionado con la postguerra en el que encontramos al personaje de Nelly (representa a cualquier persona que haya vivido ante circunstancias similares). Esta mujer se encuentra en medio de una gran lucha emocional porque la reconstrucción de su rostro también se encuentra relacionada con reencontrarse con su vida, salir de los escombros y recuperarlo todo. Su título “Ave Fénix” hace referencia en este caso al resurgir desde las cenizas. El director apoya la narración a través de un paisaje devastador, utilizando los colores apagados y explotando la iluminación además de las estupendas interpretaciones de los protagonistas (Ronald Zehrfeld y Nina Hoss) ellos se conocen bien ya que trabajaron juntos en la anterior película de Petzold que fue “Barbara” (2012). Es una historia pujante, mostrando las heridas internas, con un buen trabajo de cámara que explota distintos planos y refleja mucho a través de los rostros. Aquellos que hayan vivido situaciones difíciles que resultan inolvidables se van a sentir identificados con las vivencias del personaje. Quizá el mayor hallazgo es que no posee golpes bajos y uno de los problemas que tiene radica en su ritmo, que por momentos es demasiado pausado.
Cenizas de lo que fue Es difícil recomendar a Christian Petzold, una de las voces más novedosas y completas ya no del cine alemán sino contemporáneo, sin caer en la mención de atributos que se suelen destacar en quienes subrayan una y otra vez el valor del “cine arte”. Lo odioso de esta etiqueta ambigua es no sólo que abarca a todo un cine que se pretende “importante” y periférico a la “industria”, sino que también ahuyenta a espectadores que ante las ridículas adjetivaciones de comentarios o crítica (“un cine para pensar”, “una propuesta inteligente”, etcétera) prefiere buscar otra cosa en cartelera. Pues bien, esta crítica es el intento de aproximar este cine no a quienes irán a la función porque se trata de una película de origen alemán, sino a quienes simplemente deseen ver una buena historia en pantalla. Y vaya que Ave Fénix cuenta una buena historia. La mirada de Petzold se centra nuevamente -tras la excelente Bárbara- en un personaje femenino que tras una crisis reconstruye su universo en base al desengaño y la necesidad de superación, aunque esta vez el contexto histórico no es la Alemania Oriental de la Guerra Fría, sino la Berlín fantasmal y en ruinas tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Quien quiera buscar un subtexto en base al vínculo entre la vida personal de sus personajes femeninos y el contexto histórico en el que se desarrolla la película encontrará un escenario interesante, aunque también proclive a la sobrelectura. En todo caso, y más allá de la reconstrucción de escenarios históricos, lo cierto es que la frescura de la película es el universo con el que las protagonistas descubren su realidad. Es esa cuota de sensibilidad la que hace de Petzold un director que desde su clasicismo y el detalle puesto en la subjetividad, una voz fresca en el ámbito cinematográfico actual. Volviendo a la historia que cuenta, quizá algunos sientan agotamiento al retomar el nazismo en el cine, pero lo que hace fresca a la historia es el universo personal de las protagonistas de Petzold, y cómo a menudo ese universo puede trasladarse a un determinado contexto histórico. Nelly, una sobreviviente de los campos de concentración, se encuentra con su rostro desfigurado por las heridas y debe atravesar una difícil cirugía de reconstrucción facial para retomar su vida. Tras la intervención, su amiga Lene le ofrece ir hacia Palestina para vivir junto a los refugiados en el futuro estado de Israel. Sin embargo Nelly aún se siente empujada a recuperar su vida de las cenizas de la guerra, para encontrarse que la mayoría de sus familiares y amigos están muertos y que los lugares donde vivía y frecuentaba ya no existen, pulverizados por los bombardeos. Esta tragedia identitaria la lleva a aferrarse a la esperanza de lo único que puede haber sobrevivido a la guerra, su esposo “Johnny”, con quien tras una exhaustiva búsqueda a través de las ruinas de la caótica Berlín de posguerra logra reunirse. Pero no consigue reconocerla y Nelly se sumerge en un pozo de ansiedad, temerosa de revelar su identidad de sobreviviente a Johnny, que se hace llamar Johannes. En conflicto con su amiga Lene, que insiste en que Johnny la entregó a los campos de concentración y no debería acercarse a él, y su deseo de recuperar un pasado perdido, Nelly ingresa en un trato para poder repartir su propia herencia con su esposo, que la cree muerta y está dispuesta a usar alguien parecido para cobrarla. La cuestión se vuelve complicada para Nelly, que intenta encontrarse a sí misma al mismo tiempo que busca mantener una imitación farsesca para quien ama, que desea obtener un rédito económico como sea. La película se debate entre este duro conflicto y las ansiedades de Nelly, que la llevan por un doloroso camino de afirmación y desengaño. Las actuaciones medidas de Nina Hoss y Ronald Zehrfeld, frecuentes en la filmografía de Petzold, junto a un dominio formidable de los encuadres y la fotografía -fíjense la primera incursión del personaje de Nelly en el fantasmal panorama de la Berlín derruida, las sombras expresivas, el color en el club Phoenix o la forma en que mantiene la tensión en los momentos de intimidad con Johannes-, hacen de cada momento del film una sumatoria de planos que fluyen con un montaje aceitado y quirúrgico que encuentra el sentimiento en los protagonistas que vemos en pantalla. Sólida y ampliamente conmovedora hasta su gran epílogo y conclusión, Ave Fénix confirma la habilidad de Petzold, uno de los directores más completos de la actualidad. Pero no se dejen engañar, esto no es cine-arte, es simplemente cine bien hecho, apelando a las emociones desde un dominio técnico en cada uno de los planos que integran el relato. Sí, es sólo eso, una gran película.
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La imagen de una muerte escondida A partir de un personaje obsesionado con recuperar su historia, y su voz, Ave Fénix se sumerge en su pasado para comprender su porvenir. El holocausto como tema cinematográfico y el cine negro como género. La impronta de Hitchcock en una película reflexiva, artesanal. Era entre los pasajeros de un tren británico donde una mujer desaparecía, por cortesía de Alfred Hitchcock, en La dama desaparece (1938). Apenas el prólogo de las muchas mujeres fantasmas que el inminente conflicto bélico desataría. Figura inasible, burlona de las pesquisas policiales, muchas veces femme fatale; variables presentes en la paranoia noir que el alemán Robert Siodmak filmaría, para Hollywood, con La dama fantasma (1944), a partir de la novela de William Irish. Ese mismo año sería también el de Laura, la obra maestra de Otto Preminger, otro exiliado en Hollywood, abocado a la recreación lírica de un detective obsesionado con una mujer muerta. Las sombras largas de la guerra continuarían después, y entre los varios títulos que pueden citarse, uno fundamental es Trágica sospecha (1951), en donde el realizador Robert Wise disimulaba la identidad de una sobreviviente de los campos de exterminio con el alias de su compañera fallecida. Asumir el legado social, en un contexto que le desconoce o no le quiere, era el trauma mayor para el personaje que interpretaba Valentina Cortesa. Entre estas películas "y otras más, como la inevitable Los ojos sin rostro (1960), de Georges Franju" se delinea Ave Fénix, del alemán Christian Petzold, en comunión asumida con el legado hitchcockiano del que es emblema Vértigo (y en donde se inscribe, con mímesis temática, una obra maestra de Robert Aldrich: La leyenda de Lylah Clare, también con Kim Novak). La genealogía fílmica es imposible de soslayar, porque lo que se construye es una filiación temática y estética, sostenida por la configuración de un género cinematográfico. Ave Fénix continúa este mismo diálogo "nueva versión como es, de hecho, de la novela de Hubert Monteilhet, antes filmada por J. Lee Thompson: Renaciendo de las cenizas (1965) , ahora desde la figura de Nelly Lenz (Nina Hoss), cantante que sobrevive al exterminio nazi y, tal vez, a su cirugía facial. Porque ésta es la oportunidad mejor, que muchos quisieran, de acuerdo con el criterio médico: una vida nueva y otra identidad. Sin embargo, Nelly quiere parecerse a la imagen que alguna vieja fotografía suya todavía contiene. Pero esa foto ya no es la misma, ahora hay otros datos develados: el grupo de personas sonrientes contenía nazis, también muertos prematuros. Nelly, en silencio, lee lo que la imagen dice; de esta manera, Ave Fénix elabora su ontología, al reflexionar sobre la fotografía (el instante quieto) y el cine (el tiempo en movimiento). Contemplación que ha sido preocupación estética en la obra del extraordinario cineasta Harun Farocki (fallecido en julio pasado), aquí guionista junto a Petzold. Por otro lado, Ave Fénix significa de modo relevante en tanto continuidad generacional, fílmica alemana, sobre la temática del holocausto y sus consecuencias. Petzold Farocki se inscriben en el "después del después", tras los pasos de sus precedentes (y contemporáneos) Werner Herzog, Wim Wenders, Margarethe von Trotta. Se trata de una memoria que hay que reconstruir todavía y siempre, y que en el caso de Ave Fénix se cifra en el propio rostro que Nelly extraña, al que ya nunca podrá volver. Este deseo tiene su expresión dramática en la historia de amor que ella procura completar con su marido, quien la cree muerta. Un club nocturno "el Phoenix" lo tiene empleado, mientras responde al nombre de Johannes y, como si el llamamiento de Nelly fuese el de una brisa olvidada, al de Johnny. Allí irá a parar el ánimo irresistible de esta mujer, vestida como private eye, guarecida entre sombras, mientras dos artistas versionan, entre otras canciones, la americana Night and Day, de Cole Porter. El momento Vértigo, de clara alusión al maestro del suspense, no tardará en suceder, cuando Johnny/Johannes obligue a Nelly a caminar y vestirse como la que fuera su esposa. El propósito está puesto en el recupero de una herencia que sólo ella puede obtener: así, el engaño sobre el engaño. Pero, se sabe, cuando se invoca a los muertos éstos aparecen: tal es el título del libro De entre los muertos, de la dupla Boileau Narcejac que Hitchcock filmara en Vértigo. Si la puesta en escena de Ave Fénix es la construcción de una realidad alterada, dual, herida entre un pasado y su presente difuso "todos rasgos que la emparentan con el género negro ; el desenlace debía también asumir esa misma posibilidad. No desde personajes confundidos sino, antes bien, por medio de la asunción de una claridad irrebatible, tan emocionante como para no poder agregar más imágenes. La luz de la tarde quema; y hacia ella se dirige Nelly, por fin.
Interrogantes de memoria e identidad Un tensionante relato construido con los fragmentos de una identidad quebrada, en la inmediata Alemania de la segunda postguerra. Una mujer que regresa del mismo infierno y que pasará a ser presa de una maniobra enmascarada en su reclamo de amor. En septiembre de 1960, en la ciudad de Hilden, tiene lugar el nacimiento de Christian Petzold. Considerado hoy el principal exponente de la nueva generación de directores alemanes por su constante interrogar al pasado de su país sobre las temáticas de la identidad y las huellas de la memoria. Su obra nos alcanza por sus cuestionamientos que trascienden su propia frontera geográfica. Su nacimiento está datado a dos años del encuentro de realizadores en Oberhausen, ciudad en la que anualmente presentaban sus cortometrajes. Estos jóvenes exponentes de ese cine que se enfrenta a las comedias taquilleras y a la reconstrucción elemental de los hechos históricos, a los dramas sentimentales modelos "Sissí", a los paseos turísticos por zonas montañosas y lacustres, tienen como referente, en lo inmediato, a los jóvenes críticos y cineastas de la Nouvelle Vague. Entre los nombres de este fundacional momento de la historia del cine alemán, están los hoy tan reconocidos y admirados Volker Schlondorff, Wim Wenders, Werner Herzog, Rainer W. Fassbinder, Peter Fleischman y, entre otros, para algunos la figura rectora, Alexander Kluge. Son los debates de este nuevo grupo que guarda sintonía con otros nuevos movimientos y escuelas y desde los films que se van presentando, lo que llega a motivar a Christian Petzold, quien como la mayoría de ellos, explora primero y aún hoy en el terreno del cortometraje. Su obra, tal como explícitamente lo ha manifestado, trata de indagar en los pliegues de las versiones de su nación alemana, de los comportamientos frente a una situación límite, de los conceptos de propiedad y alienación, de los que tratan de reconstruir su propia identidad, abriéndose paso entre los silenciamientos. Merecedor del premio Fipresci en el pasado festival de San Sebastián, ignorado por el jurado oficial de este evento, Phoenix se puede pensar como esta obra en la que se cristalizan, desde la síntesis y una desplegada metáfora, numerosos aspectos que se encuentran presentes en sus films anteriores, que merecen, ciertamente, ser visitados: Wolfburg, Fantasmas, Triángulo y la que pudimos ver en sala, hace dos años, la notable Bárbara. Igualmente debemos destacar que la primera proyección en sala abierta al gran público en nuestro país de Ave Fénix tuvo lugar en la noche de apertura del Festival de Pinamar de este año. Lejos de plantear ahora su esquema argumental, Ave Fénix, nombre que desde esta traducción nos lleva a repensar al mismo film, tras haberlo visto; se puede, estimo, recorrerlo a partir de algunos ejes. En esa Alemania de la segunda postguerra, que nos lleva a esa obra eximia del maestro Fassbinder que es El matrimonio de María Braun, estrenada en nuestro país con cortes de censura a principios de los '80, las cuestiones iniciales se dan desde el inicio en un cruce de fronteras. Línea demarcatoria que se proyecta sobre lo que se conoce y lo que aún no se ha revelado, sobre la cuestión del nombre propio, sobre lo que se busca y otros esconden, sobre el pasado de un país que se niega a ser interrogado. Un punto de partida que se fija un trayecto inicial, una parada obligatoria en un puesto fronterizo controlado por los que hablan otro idioma; en su interior, una mujer, con el rostro vendado, junto a su amiga y acompañante quien pasará a sostener su existencia. Una mujer que sale al encuentro del hombre que amó y ella misma, desde su voz, creando puentes musicales que enlazan diferentes épocas, reconociéndose en el dolor y en lo que aún debe callar. Una tensión que logra su crescendo en un permanente claroscuro que deja entrever la silueta del doble, entrampada a partir de su reclamo de amor. Una mujer que regresa del mismo infierno y que pasará a ser presa de una maniobra enmascarada. Desde el personaje que magistralmente compone Nina Hoss, la actriz elegida en tantos de los films de su realizador, ahora en su doble rol de Esther y Nelly Lenz, sobreviviente herida de un campo de exterminio, y desde su desfigurado rostro (que no veremos hasta su intento de reconstrucción), el film se reconoce en el espejo de los directores del llamado "Cine de la era de los clásicos", a partir de las recreaciones de momentos de obras de Fritz Lang, George Franju, George Cukor y particularmente de dos de los films más trascendentes de Alfred Hitchcock: Rebecca, de 1940, y de fines de los años 50, para muchos de nosotros su obra maestra, Vértigo. Si hay un nombre que debemos destacar en la obra de Christian Petzold, además del de la principal actriz, Nina Hoss, es el de su habitual co guionista, Harun Farocki, realizador nacido en Checoslovaquia en 1941, quien nos ha legado más de cien films, tanto en formato documental como en sus analíticos escritos. A Farocki, quien revisita ciertos temas sociales, históricos y políticos, artísticos, desde categorías conceptuales, agradece Christian Petzold, la posibilidad de haber recibido sus instrumentos de revisión en el campo de la imagen, de "desconfiar" (como reza el título del libro de su autoría) de lo que se representa y captura desde una mirada preestablecida y canónica. Un film también ofrece la posibilidad de repensarse no sólo desde su temática y actuaciones, desde sus tópicos; sino también de aquellos elementos que lo van organizando en tanto materiales expresivos. Y en este sentido, la canción Speak Low de KurtWeill, tan presente en Ave Fénix, canción que otorga sello de identidad a esta ex cantante, va resignificando cada uno de los momentos y nos permite recrear esa trama que desde una escritura audaz desafía lo sellado y lo pactado, lo suspende en un acto de silencio y tensión.
La pérdida de identidad y la muerte en vida que supone haber sobrevivido a una tragedia como lo fue el Holocausto, pasa a un plano completamente literal cuando, tras una cirugía facial para recuperar su antiguo rostro, Nelly se encuentra con que su marido ya no le reconoce. Entra así en escena el principal tema de la película: la negación, que dice presente por partida doble a través de sus dos personajes principales. Por un lado está el hombre que se rehusa a pensar que pudo haber traicionado a su esposa, y por el otro la mujer que rechaza aceptar que ya no podrá vivir la misma vida que tenía antes. Es esta relación de negaciones cruzadas la que hace tan atrapante la historia de estos dos seres que contínuamente se desencuentran. Pero la metáfora del fin de un camino y comienzo de otro por momentos cede ante la estilización de un relato que, por definición, le escapa al drama y se adentra en los códigos del film noir. En Ave Fénix, Christian Petzold se aleja del tono que había conseguido con su anterior Bárbara, y apuesta por una ambientación que por momentos recuerda, al menos estéticamente, a El Tercer Hombre de Carol Reed. Este distanciamiento del clásico relato de posguerra es no sólo un acierto por su original enfoque, sino porque además trasciende al mero documento histórico para convertirse en arte. En la obra de Petzold no vemos jamás en pantalla la guerra, pero la sentimos en cada plano: desde los escombros que yacen en el piso como vestigios del pasado (escombros que, claro, anidan también en el derrumbado rostro de Nelly) hasta las acciones y comportamientos de sus personajes que, entendemos, dejaron de ser simples seres vivos para convertirse en sobrevivientes a secas. Ahí radica la fuerza de Ave Fénix: no necesita redundar en imágenes de cuerpos mutilados ni llantos quebrados para esbozar el horror, porque comprende que un rostro desilusionado puede transmitir igual -o mayor- angustia. El director trasciende así el relato de época y evoca temas como el olvido, la traición y, claro, la posibilidad de perdonar ambos estados. Ave Fénix es otra muestra de la maestría de Christian Petzold para tocar temas incómodos, como la posibilidad (o imposibilidad) de la gente de seguir adelante tras vivir situaciones que, por momentos, son capaces de transformar a una persona en fantasma.
Una historia de un amor complicado es la que Christian Petzold (Barbara, Triángulo) quiere contar, pero para llegar a la parte del amor entre dos, primero hay que hacer que Nelly Lenz (Nina Hoss) tenga que “morir”, renacer y volver a salir a la vida. ¿Cómo se hace? En la Alemania post nazi Nelly Lenz, una bella cantante, vuelve a Berlín con su amiga Lene (Nina Kunzendorft), con la cara destrozada, esto hace que se tenga que someter a una cirugía plástica que la deja diferente a la mujer que era pero con rasgos muy parecidos. Nelly, después se su rehabilitación decide salir a la calle a buscar a Jhonny (Ronald Zehrfeld) su marido pero cuando lo ve no se anima a decirle quién es y él nota el parecido que tiene con la mujer que cree muerta y la convence para que se haga pasar por ella para así poder cobrar la herencia de la familia de ella, asesinada en el Holocausto. La película está situada en una Alemania destruida hasta los cimientos, con pocos edificios todavía de pie y con la gente viviendo como podía. Nelly Lenz, tiene que aprender a ser ella, tiene que volver a ser la mujer que era, en un momento llega a decir que está celosa de ella misma, de su vieja vida. Nelly tiene que quererse más pero está cegada por el amor y por el miedo a la verdad. Christian Petzold, narra con maestría, manteniendo ese suspenso hitchcockiano en cual sabes lo que va a pasar pero no cuándo, con una fotografía e iluminación hermosa y con un clímax excelente de la mano de la gran Nina Hoss (Barbara), una mujer que hasta en silencio demuestra su talento frente a la cámara y sin abusar del tiempo, hace que los 98 minutos de película encajen perfecto en la resurrección del Ave Fénix.
La búsqueda de una identidad Antes de comentar la película “Phoenix”, de Christian Petzold, debo aclarar que los críticos en general adoran esta obra y a su autor. Elogios y loas por doquier cuando hablan del film y de su director. Y lo curioso es que para destacar sus virtudes, prácticamente todos se toman un buen tiempo y un buen espacio para mencionar los antecedentes y las influencias. En resumen, “Phoenix” es una producción polaco-alemana, dirigida por un alemán, sobre un libro escrito por un francés, Hubert Monteilhet (Le retour des cendres), que fue adaptado al cine con anterioridad, concretamente en 1965 por el británico J. Lee Thompson (“Volver de entre las cenizas”). Algunos ven en “Phoenix” de Petzold una encantadora mezcla del cine noir de Hitchcock (“Vértigo”) con el melodrama de Hollywood. En mi opinión, la propuesta del alemán es de una pulcritud visual extrema, tanto que hasta los escombros y las ruinas del Berlín de posguerra parecen más limpitos y ordenados que un bazar de Luxemburgo. Y la protagonista, una judía sobreviviente de un campo de concentración que regresa con graves heridas en su rostro y que por ello debe ser sometida a una reconstrucción facial quirúrgica, parece una dama rica recién salida del quirófano de algún famoso cirujano plástico. Nelly era una cantante que estaba casada con un pianista, Johnny, y que fue arrestada por los alemanes y dada por muerta. Al final de la guerra, regresa a su ciudad, mediante las gestiones de su amiga Lene que se encarga de buscar sobrevivientes y de reunir datos también de los muertos. El caso es que Nelly es la única que ha sobrevivido de toda su familia y gracias a su amiga, consigue que le restituyan los bienes familiares. Incluso le proponen cambiar su imagen y empezar una nueva vida, ya que el regreso de los campos de concentración al lugar donde las víctimas fueron denunciadas, traicionadas y arrestadas, suele no ser una experiencia agradable. Pero ella lo único que quiere es volver a ser quien era, recuperar su rostro y buscar a su marido. El trabajo del cirujano se acerca bastante a los deseos de la dama, aunque no del todo. Y encontrar a su marido en las oscuras callejuelas semiderruidas de Berlín no le lleva a Nelly ni mucho tiempo ni mucho esfuerzo. Al parecer, según Petzold y sus críticos, el melodrama (categoría que se le da a este film) se caracteriza por ser superficial e ignorar casi por completo las reglas de la verosimilitud. En un abrir y cerrar de ojos, Johnny, que no reconoce a su ex mujer (a quien cree muerta), sin embargo, y sin ni siquiera averiguar quién es esa desconocida, le propone un negocio turbio, con la intención de quedarse con la herencia de ella. Un poco traído de los pelos, el argumento se basa en la relación que surge entre ambos, cuando él pretende engañar al sistema fraguando el regreso de su esposa, utilizando a una sustituta, a quien le va dando elementos para asumir el personaje. Mientras ella, a su vez, engaña a su ex marido, haciéndose pasar por otra y de esa manera, va descubriendo los secretos más oscuros que rodearon su arresto y supuesto asesinato. El engañador engañado va cayendo en la trampa, hasta que al final, la verdad le cae encima como un mazazo. Petzold recrea ese ambiente berlinesco de posguerra con sus archivos despanzurrados, sus cabarets amenizados al estilo del music-hall de origen americano y el ejército estadounidense dominando la situación. La película transcurre a través de escenarios y coreografías muy al modo de los films musicales, que no dan tanta importancia al desarrollo dramático, sino que parecen una sucesión de estampas bidimensionales de rasgos elementales y estereotipados. La actriz Nina Hoss que interpreta a Nelly hace un trabajo muy interesante y la película en general es estéticamente lograda, sí, pero la trama es inverosímil y poco profunda, las emociones aparecen muy lavadas y los otros personajes están tratados como maquetas. La reconstrucción del rostro desfigurado de la protagonista juega como una metáfora acerca de lo que podría ser una pregunta clave: ¿qué versión de la historia preferimos? Y también otra: ¿es posible borrar las huellas de las heridas de guerra? Y otra un poco más metafísica: ¿nos gusta la imagen que nos devuelve el espejo cuando nos miramos a nosotros mismos?
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Fénix Borges -en uno de los escritos de El libro de los seres imaginarios– recordó que: Tertuliano, San Ambrosio y Cirilo de Jerusalén han alegado el Fénix como prueba de la resurrección de la carne. ¿Qué mejor referencia para comenzar este artículo dedicado al Fénix de Christian Petzold? La pregunta que nos hacemos es ¿cómo volver a nacer en un nuevo cuerpo lidiando con el peso desgarrador de una memoria que pertenece a otro cuerpo? Justamente cuando nacemos y nuestro cuerpo reacciona a los primeros estímulos, la memoria todavía es una niebla balbuciente, muda, incapaz de nombrarse. ¿El Fénix puede volver de sus cenizas como si el mundo fuera nuevo? Nelly Lenz retorna de entre los muertos, sobrevive milagrosamente a un campo de concentración y, luego de una mirífica cirugía estética, logra renacer con un nuevo rostro. La resurrección de Nelly Lenz -crudamente interpretada por Nina Hoss- es un aleteo trágico entre los escombros de una sociedad demasiado vulnerada para apiadarse de sí misma. Toda la película parece estar construida en función de lo que el filósofo Gilles Deleuze bautizó la gran forma, es decir: el duelo entre el sujeto y el medio, primer atributo de la imagen-acción. La situación inicial es el regreso de Nelly del infierno; la acción que pone en juego reconoce como objetivo recuperar lo perdido, corporizado en la figura de Johny (su ex-marido) y, por último, la situación modificada, el desenlace, no es otro que el Fénix compelido a quemar los últimos aleteos de su vida anterior para renacer abrazado a las heridas. Tres son los duelos que debe atravesar en su carreteo de ave impenitente tratando de remontar el vuelo, tres son los combates: con el entorno postbélico; con Johannes, su ex-marido, y con ella misma (lo que incluye, principalmente, la memoria de su propio cuerpo). El tránsito de Nina está poblado de avatares que le revelan que una parte de su entorno la prefería muerta. Si tuviéramos que analizar el eje de Fénix desde las categorías propuestas por Deleuze, diría que el filme de Petzold remite ya desde el arranque a las complejidades -iba a escribir perplejidades- de la imagen-afección, es decir la reveladora escritura del primer plano. Nelly vuelve del infierno con el rostro completamente destrozado. Durante el trance inicial de su supervivencia, con la cabeza vendada, todavía convaleciente de la operación, al contemplar una fotografía de los buenos tiempos, murmura: Ya no existo. ¿Me reconoces? Si como bien observó Deleuze, frente al primer plano de un rostro hay dos preguntas que surgen espontáneamente: ¿qué le pasa? o ¿qué piensa? La cámara de Petzold indaga en la respuesta con la prudente distancia de lo que no debe ser tocado. El planteo existencial del director alemán se reduce a una palabra: identidad. ¿Qué es la identidad? ¿Cómo se constituye la identidad de un sujeto? Y la respuesta más evidente es que la identidad de un sujeto la construyen los otros. ¿Quién es Nelly Lenz? A su amiga le dice con rabia que no es judía. Y ella le responde -como si fuera un espejo rebelde- desde el vigoroso aliento del fuera de campo: sí lo eres, te guste o no. Después, con la mirada resuelta, y en un plano frontal, le recuerda: Intentaron matarte por ser judía. Es que no se puede dejar de ser a voluntad. La identidad es renuente a las bondades redentoras de la cirugía plástica más radical. La suprema ironía de Petzold es que la redención de Nelly -al cabo de un proceso tortuoso- la encuentre en un cabaret de mala muerte llamado, justamente: Phoenix. Allí trabaja Johny, su tosco y vocacionalmente pérfido ex-marido. Si la confirmación de la identidad depende de ese gran espejo que son los otros, el rostro de Nelly goza de un escandaloso anonimato para su consorte. Este punto bordea los límites de la inverosimilitud, es cierto, sin embargo Petzold lo resuelve con su estilo sobrio y delicado. El parecido que Johny advierte entre el rostro de esta mujer y el de su compañera lo habilita, impunemente, a proponerle una sociedad para quedarse con su herencia. El ardid está tramado de tal manera que el desalmado perdulario pretende borrar las flagrantes huellas del nazismo -como si fuera posible barrer las evidencias de un cráter con un par de guantes de lana-. Nadie quiere ver a una pordiosera, le dice, asumiendo acaso en tan desafortunada expresión el deseo de esa porción de la sociedad alemana que proclamó el olvido -fase siniestra de la indiferencia-. Nelly confirma lo que acaso ya presentía: nadie la espera. Johny le propone, a ese doble moldeado por su avidez de fortuna que pretende manipular como si fuera un títere, la ficción de un renacer que significa, en verdad, agregar una muerte más a la ya bastante confusa vida de Nelly. Si ha quedado algún código del pasado entre Nelly y Johny es una canción: Speak low. La música de esa canción que integra la más selecta antología de obras compuestas para el teatro, pertenece justamente a uno de los músicos fundamentales del siglo XX: Kurt Weill, que debió huir de Alemania en 1933 después de sufrir no pocas intimaciones de los nazis. La canción se vuelve confesión y deja paso a un despecho sutil y pulcramente ejecutado. La voz de Nelly se quiebra en cada estrofa, tiembla entre las vibraciones del aire, no encuentra el punto de equilibrio ni la respiración acertada. Comprueba, al fin, que las palabras se han vuelto ociosas y el mutismo es el único lenguaje posible, pero también ha descubierto algo más en ese oscuro tránsito metafísico: ya es tiempo de renunciar a las falsas resurrecciones para tomar el coraje de vivir su vida.
Revisionismos El revisionismo en el cine alemán es a esta altura tan agotador como el del cine argentino, pero si un país necesita revisar su pasado, sin duda no hay motivo alguno para cuestionarlo. Eso sí, tampoco existe la obligación de disfrutarlo cuando los films no son buenos. Ave Fénix aprovecha el espacio comercial que el revisionismo posee e intenta realizar, con su solemnidad por momentos casi cómica, una historia tensa las cuerdas del melodrama y el policial negro, aunque carente durante sus dos largas horas de cualquier encanto o fascinación. Los géneros solo sirven si se subrayan las cosas, dice el director en cada plano, en cada escena, en su inverosímil -pero a la vez anclado en la realidad- guión. Porque la historia está presente, así ningún espectador siente la culpa del cine de género. La protagonista, una cantante sobreviviente de los campos de extermino nazis, vuelve a buscar a su marido pianista luego de la guerra. Su rostro ha sido desfigurado pero ella se ha sometido a varias operaciones de cirugía estética para recuperar algo de su viejo rostro. En su regreso encuentra que las cosas no fueron como ella pensaba. El elemento alegórico se percibe en cada una de las escenas y aplasta todo lo demás. La gravedad de cada momento, con el condimento adecuado de sordidez y un final tan prefabricado y obvio que la vergüenza ajena ataca nuestra sensibilidad de espectadores. Pero todo, desde el nombre de la película, respira obviedad. Pero no todo esto es malo, claro, su espíritu de telenovela podría haber funcionado si el director no se hubiera tomado tan en serio todo. Compungido por los temas políticos, no se atreve a jugar a la locura realmente atrevida de un, por ejemplo, Paul Verhoeven, el único director actual que pateó el tablero del revisionismo políticamente correcto. Si acaso el realizador busca sostenerse en los clásicos de Hollywood, de estos no heredó ni la belleza, ni el ritmo cinematográfico, ni el carisma de sus intérpretes. Los protagonistas de Ave Fénix son el reflejo de las falencias de la película, en todos sus aspectos. La comparación entre esta película y algunos grandes clásicos del cine es de una exageración que suena alarmante.
La llegada a las pantallas argentinas de la última película de Christian Petzold es una buena noticia. Según los últimos datos disponibles del 2013, en ese año se estrenaron solamente tres películas alemanas en nuestro país, y más allá de algunas variaciones esta cifra parece mantenerse hasta estos días. Si bien ésta ya es una razón de peso por la cual ir a ver Ave Fénix, la película aporta muchos elementos que la destacan de la oferta cinematográfica actual. La historia, escrita en común entre Christian Petzold y el fallecido Harun Farocki, es una adaptación de la novela "Retour des cendres", de Hubert Montelhet, que tuvo anteriormente dos versiones cinematográficas. El régimen nazi acaba de ser derrotado. Dos mujeres viajan en auto por una oscura y cerrada noche alemana. Las detienen en un puesto de guardia militar en donde les piden documentos y al notar que una de ellas está con la cara completamente vendada desconfían e insisten en que les muestre su rostro. Ella es sobreviviente de un campo de concentración y con sólo correr unos milímetros el vendaje la guardia militar se aleja, no puede seguir mirando. Con esta primera escena comienza Ave Fénix, y esconder las heridas, mirar para otro lado o cerrar los ojos ante el destrozo será una acción presente a través de distintas formas a lo largo del film. En Ave Fénix, Nelly Lenz (Nina Hoss) es una cantante judía que sobrevive a los campos de concentración nazis y a su regreso, con la cara totalmente desfigurada, se somete a una cirugía estética que cambia su rostro dejando un resultado distinto, con algunas huellas de su aspecto anterior. Su amiga Lene (Nina Kunzedorf) es quien la acompaña en este regreso e intenta convencerla para emigrar a Palestina, pero Nelly sólo está motivada por un objetivo, encontrar a Johnny (Ronald Zehrfeld) quien fuera su marido. Mientras su amiga intenta convencerla que fue él quien la delató y traicionó, y que pretende heredar su fortuna, Nelly se prepara para un encuentro en donde pueda averiguarlo por sí misma. En el transcurso de ésta búsqueda Johnny no la reconoce, pero quiere reconstruir en ella la imagen de quien considera desaparecida. Nelly entra en el juego y en ese camino descubre nuevas verdades. La narración se construye con elementos de drama, thriller y cine negro, que sostienen la atención en forma permanente a través de una ambientación y fotografía de época. Se destacan la construcción de los personajes y su interpretación, especialmente la dupla Hoss-Zehrfeld, quienes ya habían protagonizado Bárbara, la película anterior de Petzold. Las imágenes de paisajes sombríos, las ruinas de una Alemania destrozada, las cicatrices, actúan como el espejo del mundo interior de una sociedad despedazada y abatida moralmente. Después de la tragedia y el horror, emergen también la indiferencia, las miserias personales y el cinismo, y este clima se trasmite a través múltiples detalles de la trama. Christian Petzold tiene una filmografía que abarca distintos momentos de la historia alemana, y dentro de su obra las dos últimas películas, Bárbara y Ave Fénix actúan casi como en espejo descubriendo dos momentos históricos diferentes moldeados por los resultados de la segunda guerra. La primera situada en Alemania del este en los años ´80 cuestionando aspectos del régimen burocrático, y Ave Fénix en la inmediata posguerra de Alemania bajo control del ejército norteamericano. En sus historias son los dramas personales y la complejidad de las relaciones humanas las que encabezan un relato que devela también el peso de las coordenadas sociales e históricas en la construcción de los sentimientos y psicologías personales. Esta última película, la más alejada en los tiempos históricos, está también construída por una mirada particular desde el presente actual. Según Marc Ferro, que investiga sobre las relaciones de Cine e Historia, "el cine nos informa del presente, incluso si se trata del pasado"; mientras que para Caparrós Lera “las películas hablan sobre todo de cómo es la sociedad que las ha realizado”. Entonces, ¿cuáles son las huellas del presente en Ave Fénix? En un país como Alemania en donde en los últimos meses se han realizado movilizaciones de miles organizadas por el movimiento xenófobo Pegida, y a su vez contra-movilizaciones para enfrentarlas, junto al desarrollo de un movimiento de refugiados apoyado por sectores de la juventud, volver a poner en foco y cuestionar la indiferencia de grandes sectores de la sociedad ante la barbarie, la discriminación y el horror contiene también un llamado de atención hacia tiempos actuales. En Ave Fénix las imágenes se suceden a través de una sólida construcción narrativa donde todos los elementos se combinan para recorrer una historia que logra conmover e inquietar. Entre muchos de los logros de esta película se destaca el final, una música justa, Speak Low de Kurt Weill (músico alemán colaborador de Bertolt Brecht) acompaña las imágenes justas, sin necesidad de decir mucho más.