El caballero contra el rebelde Borg McEnroe es la nueva producción del director danés Janus Metz, quien hasta ahora sólo había incurrido en la ficción tras dirigir un episodio de la serie True Detective dado que su carrera fílmica siempre estuvo más ligada al género documental, período que también incluyó una obra que da cuenta de la rivalidad tenística entre los protagonistas de su primer largometraje ficcional. Con las actuaciones protagónicas de Sverrir Gudnason, Shia LaBeouf, Stellan Skarsgård y Tuva Novotny, la película aborda el enfrentamiento deportivo que desde fines de los setenta sostuvieron el sueco Björn Borg y el estadounidense John McEnroe haciendo especial foco en la final de Wimbledon que disputaron en 1980. El relato comienza precisamente a mediados de 1980 cuando se disputó una de las más célebres finales del torneo de Wimbledon de la historia (tal vez la más recordada hasta que Federer y Nadal protagonizaran la suya en 2008). Con una elección de encuadres sobresaliente en la que se destacan planos subjetivos desde la óptica de los jugadores y tomas en cenital que ayudan mucho para tomar dimensión del partido, Metz propone una inmersión completa en el juego y en la adrenalina que este propone para luego realizar un retroceso temporal con el doble objetivo de presentarnos a estos dos deportistas que ya sabemos que son muy buenos por el escenario donde los acabamos de ver y también para adentrarnos en su psicología y su forma de afrontar la competencia, dos elementos esenciales para conformar esa grandeza que los caracterizó. De esta forma, la película irá yendo y viniendo en el tiempo para construir un relato muy sólido que desemboca en el mismo lugar donde empezamos: la final del 80, pero esta vez hacia su resolución. Además del trabajo de dirección, la otra pata que sostiene a la película son las actuaciones protagónicas de Gudnason y LaBeouf ya que en ellos recae el peso de mostrar no sólo a dos deportistas, sino a seres humanos radicalmente opuestos. La labor es especialmente brillante en el caso de Gudnason ya que consigue captar de gran manera la especial forma de ser de Borg, un tenista frío y calculador dentro y fuera de la cancha pero a su vez pasional y obsesionado con la victoria. LaBeouf de todas formas no se queda atrás y nos brinda un McEnroe muy convincente, con toda su desfachatez, irreverencia y hasta irrespetuosidad tanto en los partidos como en su vida en general. Lo destacable en su caso es que como actor logra mezclar los berrinches e insultos que McEnroe no se molestaba en ocultar con su faceta interna en la que se producía una batalla mental para tratar de controlarse, no perder el foco de sus objetivos pero tampoco dejar de lado su pasión que al estar tan a flor de piel también constituía su principal virtud para jugar al tenis. En términos de guion lo que se le puede cuestionar al autor Ronnie Sandahl (al margen de alguna imprecisión reglamentaria muy sutil, cosa curiosa dada la rigurosidad de un documentalista de origen como lo es Janus Metz) es quizás la falta de equilibrio entre los protagonistas de la historia. La película se centra bastante más en Borg que en McEnroe cuando su objetivo principal es enfocar la rivalidad deportiva marcada por dos formas de ver y tomarse la competencia (y en una extrapolación, la vida) completamente opuestas. El duelo entre el caballero y el rebelde fue como se vendió en los medios esa famosa final de Wimbledon y, si bien queda perfectamente claro en la película que cada jugador representa uno de esos lados, no hay tanta profundización en el caso del singlista norteamericano, cosa que hubiera ayudado a darle mayor potencia a la resolución de la historia. En este sentido, resulta ineludible la comparación con otras películas del género como Rush o La Jugada Maestra por mencionar a dos de las más recientes y en esos casos sí es patente ese complejo trasfondo que los personajes traen consigo, lo que genera mayor identificación con el público hacia ellos y mayor compromiso hacia la historia. Tal vez el mensaje final en este caso no es todo lo potente que podría exclusivamente por este motivo. Sin embargo, ya sea que uno ame el tenis o no tenga idea siquiera de la existencia de estas dos leyendas que fueron Borg y McEnroe, la película resulta atractiva visualmente (y sonoramente también con un soundtrack incidental magnífico que le da emoción tanto al juego como a las escenas dramáticas) e interesante narrativamente, que no es poco.
Mi opresión rival En cualquier deporte, además de la exigencia física y mental siempre existió la rivalidad, un elemento que todo deportista debe tener para ganar una competencia y más si pertenece al mundo del tenis que es individualismo puro. En este juego los competidores luchan en una cancha de tenis no sólo contra otros, sino también contra ellos mismos cargados de la presión que ejerce intentar ser el mejor de todos. El director Janus Metz Pedersen lo muestra de manera clara en Borg-McEnroe, La Película (Borg – McEnroe the Movie, 2017). Durante el Torneo de Wimbledon de 1980, se llevó a cabo uno de los más grandes partidos de todos los tiempos, el que culminaría con una exitosa carrera de cinco títulos consecutivos obtenidos en Londres por el gran icono del tenis Björn Borg (interpretado por Sverrir Gudnason) contra su gran rival en la final John McEnroe (Shia LaBeouf). Esta historia nos sumerge en la lucha constante y de diferentes caminos que toman ambos personajes para tener la gloria en sus manos. La mentalidad de cada uno es opuesta a la otra. El actor sueco Sverrir Gudnason logra emular la fría personalidad que poseía Borg, un hombre experimentado que sabe en todo momento lo que esta juego, y es debido a que desde su infancia aprendió a ser calmo y sereno para no caer nunca en el descontrol de emociones. Por otro lado, la gran sorpresa de la película es la actuación de Shia LaBeouf quien representa la volatilidad del temperamento de McEnroe a la perfección, que en ese momento de su carrera es un chico con un talento gigantesco pero que fácilmente cae en el enojo y la frustración a la vista de todo el mundo. Si bien son personalidades totalmente diferentes, Janus Metz Pedersen desde su mirada cinematográfica logra encontrarles un punto de comparación y es la presión que se ejercen ellos mismos. Ninguno es rival del otro sino que la competencia que poseen es con su propia mente. Borg-McEnroe, La Película va más allá de un mero partido de tenis y, de manera simbólica, representa un campo de batalla en donde hay más de quince mil personas alrededor, testigos de la lucha de dos gladiadores en la cual sus espadas son dos raquetas de tenis.
Es bueno aclarar de entrada que el film engancha aún aquellos que no son apasionados del tenis, que poco saben de sus atletas mas conocidos y que solo lejanamente recuerdan que Bjorn Borg y John McEnroe protagonizaron un histórico encuentro en l980 en Wimbledon, donde el sueco se alzó con el quinto título consecutivo. El director Janus Metz Bledom y el guionista Ronnie Shandahl ya trabajaron juntos en un documental sobre el tema para la televisión británica. Y aunque aquí se remonten a la infancia de los famosos tenistas, a McEnroe se lo muestra esquemáticamente con un carácter irascible, en conferencias de prensa y partidos, despreciado en su país y con un padre exigente de caricatura. La atención esta puesta en Borg, un chico de carácter tan volátil como el norteamericano, amaestrado por su entrenador hasta transformarlo en un bloque de hielo ígneo por dentro. Con una carrera que comenzó a los 15 años y duró una década. El resultado de tanta presión contenida da un ser que no disfruta, preso de tics y supersticiones, inseguro y torturado. Tensiones que también vive su oponente. Vidas tensionadas al máximo. Y luego la larga secuencia del partido en cuestión. Entretiene, informa a los neófitos y termina con las consabidas fotos de los verdaderos deportistas que se transformaron de rivales en amigos.
Entretenido duelo de titanes Sobre la relación entre estos dos gigantes del tenis se había hecho un documental en 2011 llamado McEnroe/Borg: Fire & Ice. McEnroe, además, ha participado en varias películas de Adam Sandler. Pero esta recreación ficcional de Borg y McEnroe en 1980, y los caminos que los llevaron a uno de los grandes duelos del tenis, se sostiene por sí misma, más allá de lo que uno conozca sobre la historia de sus protagonistas. Tampoco es necesario un background importante de la historia del tenis -aunque sí quizá comprender un poco el juego- para entender que esa final de Wimbledon fue uno de esos partidos que se seguirán recordando por siempre. Borg-McEnroe la pone en escena en su parte final y le dedica mucho tiempo y mucha precisión, claridad, elegancia y contundencia para filmar los puntos, y así elevar el nivel de emoción a lugares a los que el tenis en el cine probablemente no había alcanzado antes. Esta coproducción netamente escandinava no propone una narrativa novedosa: parte de un instante de esa final y cuenta de forma alternada y con vaivenes temporales los momentos definitorios en la formación de los dos tenistas. Lo hace con mucho ritmo, convencionalismos en el uso de la música, consistencia y sencillez expositiva y actuaciones mucho más que eficaces en Gudnason (Borg), LaBeouf (McEnroe) y Skarsgård, quienes parecen agradecer con convicción, carisma y entrega los roles de gigantes que asumen en esta muy disfrutable película.
El iceberg y el rebelde El enfrentamiento histórico entre los tenistas va más atrás, y habla de sacrificios y ambiciones. Es la historia de una de las rivalidades más grandes que hubo en la historia del tenis profesional. Y si bien no llega a ser lo que fue Rush, de Ron Howard, con Daniel Brühl como Niki Lauda y Chris Hemsworth como James Hunt, Borg - McEnroe: La película tiene suficientes elementos para resultar atractiva hasta a los neófitos del deporte. No hace falta saber pronunciar Björn para, tal vez el término no llegue a ser disfrutar, pero sí entretenerse con el filme en el que Shia LaBeouf, tan parecido a McEnroe como Diego Maradona a Messi, compone con garra al tenista que ansía derrotar al sueco para arrebatarle el número 1 del ranking en la final de Wimbledon 1980. Tanto uno como otro desde pequeños fueron incentivados a pegarle a la pelotita con una raqueta de madera. Borg (un Sverrir Gudnason que sería un primo lejano del derecho nacido en Estocolmo el 6 de junio de 1956) desde chico cuando peloteaba contra las puertas de unos garajes como frontón, ansiaba con ganar un Wimbledon. Llegó a esa final tras haberla ganado en cuatro oportunidades corridas, así que iba por un nuevo récord, el que McEnroe (zurdo, más joven, estadounidense pero nacido en Alemania, el 16 de febrero de 1959) quería destrozar. La película habla de los sacrificios, pero también de las ambiciones de los deportistas, el sueco y el estadounidense, que, uno se viene a enterarse al final, si no es fanático, que terminaron como grandes amigos. Eso, que es un dato fehaciente y hasta histórico, hace que uno hasta pueda querer rever Borg - McEnroe, para entender mejor la relación que llevaron en los años ’80. Fue también la contraposición de dos métodos de jugar el tenis, y de moverse por la vida y los courts. Borg era frío, una máquina, un jugador de base que repetía como un autómata cientos de tics (y tocs), y McEnroe era agresivo en su tenis, se peleaba con todos -el público y el umpire-, subía a la red, era imprevisible. Ambos se estudiaban por TV, pero al momento de enfrentarse, el director danés Janus Metz, logra con ángulos poco habituales y unas voces en off que lógicamente no son las de los jugadores que relatan el match crecer la tensión. Bueno, algo crece.
Crítica emitida por radio.
Las películas deportivas tienen la ventaja de poder ilustrar visualmente cómo la competencia puede sacar lo peor y lo mejor de nosotros. La ambición, el ego, y la actitud que tomamos ante la victoria y la derrota. Con esto en cuenta, Borg McEnroe viene a narrarnos un momento crucial de dos figuras insoslayables de la historia del deporte. Jugá tu Tenis: Es 1980 y el tenista sueco Bjorn Borg está cerca de ganar su quinto título consecutivo en Wimbledon. Lo único que se interpone entre él y esa hazaña es el norteamericano John McEnroe. Con este evento como punto de partida, se profundizará no solo en el torneo, sino en las intimidades y el pasado fuera de la cancha que moldearon a estas dos figuras hacia este momento decisivo. El guion de Borg McEnroe es directo, sencillo y sin vueltas; si sabés la historia no te va a dejar muchas sorpresas. No obstante, a pesar de la inevitable predictibilidad, gana puntos por su efectivo desarrollo de personajes. La película los introduce como dos polos opuestos, pero va hacia atrás en el tiempo para ilustrar que no son tan diferentes como uno piensa. A ambos los motiva lo mismo, y ambos cometieron y/o cometen los mismos errores. Hay un tema recurrente en esta película y es reiterado varias veces por Borg: “Jugar tu Tenis”. No al tenis, sino tu tenis. Hacer la tuya, jugar tu juego, las presiones y las críticas de los de afuera no cuentan. Si bien hay un deseo enorme de competir de parte de los dos, es cómo Borg aplica esta filosofía y cómo la aprende McEnroe lo que hace la diferencia y le otorga consistencia al film. En materia actoral, Sverrir Gudnason entrega una interpretación prolija como Borg. Shia LaBeouf está camino a la redención de sus faltas con su construcción de McEnroe. No obstante, la nota alta en este apartado se la lleva sin lugar a dudas Stellan Skarsgard, al dar vida al entrenador de Borg. El apartado técnico es prolijo, con una fotografía eficiente y una dirección de arte detallada. Ambas piloteadas por una dirección que tiene su logro máximo en el tercer acto, durante la final del campeonato. El montaje, la puesta en escena y la interpretación, consiguen tensionar al espectador como si estuviera experimentando la final del torneo en ese mismo momento, a la par de los personajes y estrictamente desde su punto de vista. Si eso no es buena dirección, no sé qué lo será. Conclusión: Borg McEnroe es una película prolija a nivel visual y actoral que trata de compensar la predictibilidad de su historia con un medido trabajo a nivel desarrollo de personaje, y un desenlace hecho con clara maestría técnica. Seas versado o no en la historia del tenis, si la elegís puede que no te decepcione. P.D.: Invito a cualquiera que haya visto la película y haya leído los textos que cuentan lo que pasó después del torneo, que me diga si no le parece que ahí hay una película que nos gustaría ver.
Como Rush, el muy buen film sobre la rivalidad entre James Hunt y Niki Lauda, esta película se ocupa del torneo de Wimbledon de 1980, uno de los grandes partidos de la historia del tenis, entre Bjon Borg y su gran rival, el colérico John McEnroe. En la comparación pierde, porque carece de la fuerza poética de la del automovilismo. Pero como biografía doble, que va y viene entre el pasado de los personajes y la previa al partido, es correcta, entretenida y seguramente apasionante para los amantes de la historia del tenis.
La épica batalla que sostuvieron Björn Borg y Joe McEnroe en el torneo de tenis de Wimbledon en 1980 ha llegado al cine. Filmada muy en el estilo de la genial Rush –que retrataba la rivalidad entre los automovilistas James Hunt y Niki Lauda-, este film se centra en los pormenores de ese certamen en el que los dos contendientes repasan su vida y las circunstancias que los llevaron a convertirse en archirrivales y “mejores enemigos”. El danés Janus Metz Pedersen, que ha desarrollado gran parte de su carrera en Sudáfrica y luego consiguió atención con sus documentales Love on Delivery y Ticket to Paradise, que retratan el envío de “novias por correo” de países como Vietnam y Tailandia a países como Dinamarca. Después de entrar en contacto con Hollywood gracias a su trabajo en segunda temporada de la serie True Detective. Metz Pedersen logró obtener la dirección de este proyecto, que llevó a cabo de manera adecuada y dinámica, si caer en el drama excesivo. Además, las escenas de juego están filmadas de manera tal que pareciera que se está viendo un encuentro de tenis a través de la TV y los gestos de los protagonistas están calcados de los que realizaron en la vida real. No sólo es sueco como el verdadero Björn Borg, Gudnason es también un calco del legendario tenista y tan buen actor que, con 39 años, compone a un personaje que tiene 15 años menos y lo logra tan bien que parece que el tipo va a estallar de un momento al otro. Conocido por su personaje de Pontus Höijer en la serie Wallander, Gudnason se convierte en esa “maquinita” de efectividad que causó sensación en los ´70 a pesar de la frialdad cn la que se manejaba tanto adentro como afuera de la cancha. Como detalle extra, el joven Björn está personificado por su propio hijo, Leo Borg que en estos días debutó en el tenis con apenas 14 años. El actor que supo “explotar” hace diez años en Paranoia y Transformers (y dos de sus secuelas) emprendió el típico camino hacia la autodestrucción pero con éste trabajo se redime y obtiene un gran retrato del, por entonces, número 2 del tenis mundial. Desquiciado, atrevido y rebelde, el McEnroe de 1980 se ganaba los abucheos del público por sus actitudes antideportivas y era la personificación del fuego que el público creía que podía acabar con la era de “Ice Borg”. No vas a entender porqué tantos directores eligieron durante años a LaBeouf hasta que veas este film. La primera mitad de la película transcurre enfocada en las experiencias acumuladas por lo protagonistas en su camino a la fama y su preparación –estricta y rutinaria en el caso de Borg, caótica e indisciplinada para McEnroe- mientras que el último tramo de la narración está dedicado al tremendo duelo que llegó a tener un set de 34 games. El director se cuidó de retratar este momento cumbre en la historia de tenis de manera tal que el juego se vive como un eterno duelo en la historia del tenis, en la que los jugadores empuñan sus raquetas como pistolas y se baten a duelo una y otra vez. A pesar de que no hubo ningún argentino involucrado en est vento histórico, el guionista (y el director) decidieron que una periodista argentina (Silvana Ruíz de Argentina Televisora Color o ATC como se la conocía por entonces) interpretada por Annika Ryberg entreviste a Borg en un momento de crisis. A modo de anécdota personal, recuerdo que tan grande era la figura de Bjorn Borg en los ´80 que en cuando debíamos ingresar la clave de un videojuego de tenis de Commodore Amiga (el Pro Tennis Tour, creo), el sistema pedía el apellido de un jugador que hubiera ganado determinado torneo y que estaba en un manual que nadie tenía. La forma de destrabarlo era presionar “ENTER” hasta que pidiera el ganador de un torneo jugad entre 1975 y 1979 y colocando “Borg” se podía jugar con tranquilidad.
Match Point Situémonos en tiempo y espacio antes de empezar: Wimbledon, Londres, año 1980, una de las finales más importantes de la historia del tenis tiene acción en la cancha central. El hombre de hielo contra el mocoso yankee. La seriedad contra la rebeldía, esto es Borg vs McEnroe. Un duelo de titanes. Mas allá de que ya se conozca la historia de estos dos fabulosos personajes del deporte, esta película, por suerte, se hace diferenciar con un guion bien logrado y entretenido, sin demasiadas fisuras, mas allá de no dale el mismo protagonismo a los dos y centrarse más en Borg. Con un soundtrack correctamente elegido y escenas de tenis bien logradas, se obtuvo un film bien hecho y que no aburre. Otro detalle a destacar es lo bien que están los dos protagonistas: Sverrir Gudnason y Shia LaBeouf. Ambos lograron captar bien las personalidades de los dos tenistas y pudieron imitar correctamente el estilo de juego de ambos. Un film con mucho ritmo, buena música, buenas actuaciones que no se esperaban y una historia conocida pero siempre interesante.
El cine que toma hechos verídicos relacionados al deporte ha configurado en los últimos tiempos un tipo de narración, épica, potente, desprejuiciada, que prefiere detallar tensiones, atmósferas, sentimientos, ideales, más que detalles factuales o una mera sucesión de datos cronológicos. Dentro de esta línea “Borg McEnroe La película” (2017) bien puede acercarse a “Rush: Pasión y Gloria”, de Ron Howard, que supo narrar la confrontación entre los pilotos de Fórmula 1 Niki Lauda y James Hunt. En este caso, ese choque entre figuras y personajes, disparador de la película, se da por el contraste entre los dos tenistas que dan título al film y que plagaron con sus triunfos las portadas de todos los diarios y revistas del mundo en los años ochenta del siglo pasado. Por suerte, el director Janus Metz Pedersen (“Armadillo”), reposa su mirada en la vida de Borg y su llegada al estrellato, pero además profundiza en las relaciones que este supo construir a lo largo del tiempo con sus vinculos más cercanos y con aquellos de los cuales decidió alejarse para evitar caer en tentaciones. La vida del tenista sueco, una celebridad por entonces, un ícono del esfuerzo y el triunfo, es narrada a partir de un presente plagado de dudas y un pasado lleno de autoexigencias y castigos, hasta que llega McEnroe con su disciplina y potencia a sacarle el lugar que con tanto ahínco consiguió. “Borg McEnroe La película” es narrada a través de planos detalles, flashbacks, raccontos, entre otros elementos, además con una precisión milimétrica que sorprende visualmente, apoyándose en las logradas interpretaciones de Sverrir Gudnason y Shia LaBeouf, quienes prestan no sólo el cuerpo, sino también, el espíritu de época a los dos tenistas. Mientras uno desanda sus propios fantasmas el otro repara constantemente en la mirada ajena para consigo y entre esas dos visiones particulares, una relacionada a la disciplina y la otra al espíritu (por decirlo de alguna manera) la película va desandando el célebre enfrentamiento entre los tenistas, pero también el espíritu de una época que ya no va a volver. La cuidada reconstrucción y el ambiente logrado es otro de los puntos a favor de la propuesta, que no queda en la mera utilización de elementos históricos, sino que se los incorpora como un elemento narrativo más. Todas las decisiones qué Janus Metz Pedersen va desplegando a lo largo del metraje son también necesarias para potenciar las ideas vectoras de este biopic, que en manos de otro director podrían haber erigido un sinsentido. “Borg McEnroe La película” es una trapante historia, tan apasionante como el duelo que despliega y sobre el que funda su narración, llevando a consolidar y configurar un relato necesario sobre el profesionalismo, el deporte, el esfuerzo, las metas y objetivos, pero también, básicamente, sobre los deseos postergados frente al triunfo y sobre la imposibilidad de escaparse de un circuito tirano, plagado de dolor y miserias.
Una rivalidad con tratamiento muy melodramático "Como en "Rush" de Ron Howard, que enfocaba la rivalidad de los corredores de Formula 1 Nikki Lauda y James Hunt, este drama deportivo explica todo desde su título. Luego de ganar cuatro Wimbledon seguidos, en 1980 el tenista sueco Bjon Borg habría podido romper todos los records si el novato John McEnroe le hubiera permitido ganar por quinta vez. La mejor escena de tenis en una película sigue siendo la de "Strangers on a train" (""Pacto siniestro"), de Alfred Hitchcock, en la que un psicópata es el único miembro del público de un partido que no mueve la cabeza siguiendo la pelota. Aquí no hay nada que se le parezca , pero sí hay buen retrato psicológico de ambos personajes y una interesante descripción del mundillo y las presiones del tenis, además de saber usar con imaginación la geometría de la cancha en planos cenitales para generar más atractivo visual. Las actuaciones son sólidas, especialmente las de Shia LaBeouf como McEnroe y la de Stellan Skarsgard como el entrenador de Borg, pero el director no maneja con igual eficacia la tensión del relato y se empantana en varias escenas melodramáticas innecesarias. El rigor de la ambientación de época queda claro cuando aparece un equipo de periodistas argentinos de "Argentina Televisora Color"
Un partido soñado que en pantalla grande da sueño. “¿Una de las mejores?”, se lee en el título de un resumen de la final de Wimbledon de 1980 subido a YouTube. Hay un consenso generalizado en torno a que la respuesta a esa pregunta es un rotundo sí. De un lado del cancha estaba el sueco Björn Borg, “la máquina de hielo”, un jugador frío, cerebral, desgastante, de perfil bajísimo y un profesionalismo obsesivo, que empezaba a sentir el comienzo del declive después de haber ganado todo –incluidos cuatro Wimbledon consecutivos– con apenas 24 años. Del otro su némesis: neoyorquino, en pleno ascenso, flemático, pasional, siempre cerca de la red, irreverente, puteador, John McEnroe rankeaba segundo y asomaba como la amenaza más concreta para el liderazgo del nórdico. Era, pues, el enfrentamiento de dos fuera de serie que a su vez encarnaban la depuración máxima de dos concepciones del juego: un partido soñado. De película. Apertura del reciente Festival de Toronto, Borg- McEnroe, la película está armada y pensada para alcanzar su clímax en la recreación de aquella faena. Recreación que es técnica y formalmente impecable en su captura del “aire de época”, aunque le falta, igual que a la hora y pico previa, algo de corazón. Serena, monocorde y gélida como su protagonista, Borg-McEnroe tiene la estructura habitual de las películas “de rivales”, con la fierrera Rush, pasión y gloria como exponente más cercano en el tiempo: dos personajes distintos aunque con recorridos similares a los que se acompañará durante las vísperas de la gran disputa, con ambos funcionando como inspiración y reflejo del otro. Hay también algunos elementos expropiados del manual de lugares comunes del “cine biográfico” más académico, empezando por una buena cantidad de flashback al uso hacia los primeros raquetazos, al inicio de la disciplina absoluta del sueco y de la creciente explosividad del estadounidense. El problema es que no hay mucho más allá del choque de caracteres. A Borg (Janus Metz Pedersen), por ejemplo, se le destina un peso mayor que a McEnroe (Shia LaBeouf, bastante grandulón para dar de veinteañero), y así y todo es un iceberg tanto para su mujer y su entrenador y descubridor Lennart Bergelin (Stellan Skarsgård, secundario cada vez más lustroso) como para la película. Tan monolítico es Borg, que ni siquiera el guion logra penetrarlo. Es muy difícil que un film deportivo funcione si sus protagonistas no se ganan la empatía y la comprensión del espectador. Sin ellas dará lo mismo que les vaya bien o mal, que ganen o pierdan, puesto que la distancia emocional entre ambos lados de la pantalla-red se vuelve insalvable. Quizás esa distancia se deba al concepto de “emoción deportiva” de los suecos, algo que, según se desprende, da toda la sensación de estar bastante alejado del gen argentino-futbolero. O, por qué no, a un gesto de coherencia hacia un deporte que se mira en silencio y se filma casi enteramente con una sola cámara fija. Lo cierto es que el partido final funciona mejor como recreación de un hecho histórico antes que como el elemento de mayor peso dramático de la historia. Borg - McEnroe es, entonces, una rareza absoluta: un film basado en un momento de altísima emotividad que es cualquier cosa menos emotivo.
Hay que estar un poco loco para ser exitoso. No es tanto el éxito mismo el que te hace perder la cabeza, sino el camino que hay que recorrer antes. Es una idea que ya vimos en las películas de Damien Chazelle, Whiplash: Música y Obsesión (Whiplash, 2014) y La La Land (2016), o en El Cisne Negro (Black Swan, 2010), de Darren Aronofsky, y que se repite en ésta, Borg / McEnroe (2017), del dinamarqués Janus Metz. Todas, de alguna manera, subvierten el estereotipo del artista o el deportista que se esfuerza al máximo para hacer realidad sus sueños. Es un estereotipo surgido del ideal meritocrático estadounidense: todo es posible si luchás para conseguirlo. Pero Chazelle, Aronofsky y Metz parecen preguntarnos si vale la pena tanto sacrificio. Desde el título, está claro de qué trata Borg / McEnroe. En 1980, los dos tenistas más importantes del momento, el sueco Björn Borg y el estadounidense John McEnroe, se cruzaron en la final de Wimbledon. Ya se habían enfrentado en otras ocasiones, pero el torneo inglés, el más antiguo del circuito, era especial para el sueco. Lo había ganado cuatro veces y buscaba el récord de cinco victorias consecutivas. Su principal obstáculo era el estadounidense, que además de ser más joven era su antítesis en temperamento. Borg era sereno, imperturbable, frío; McEnroe, una sucesión de quejas y berrinches, eternamente peleado con los árbitros. El caballero contra el rebelde. Los medios aprovecharon el contraste y le dieron forma a una rivalidad histórica. El film de Metz se enfoca en aquel encuentro de 1980, aunque incurre en flashbacks para contar las vidas de ambos tenistas, sus trayectorias deportivas y sus adolescencias marcadas por los reclamos de padres o entrenadores. Ambos tenistas buscan ganar no sólo para disfrutar la gloria sino también para evitar la derrota. Los mueve el temor al fracaso, aunque lo enfrentan de distintas maneras. Borg se convierte en un hombre de hielo, entierra sus emociones. McEnroe hace lo contrario: gesticula, grita. Pero hay cierta lógica en su verborragia, como si se tratara de una estrategia o performance. La frialdad de Borg y la rabia de McEnroe son dos armaduras contra un mismo enemigo. Nunca llegan a los extremos de autodestrucción que alcanzan los músicos de Chazelle o la bailarina de Aronofsky, pero lo cierto es que, para ambos tenistas, la pasión por el deporte está entrelazada con el terror al vacío, a estanterías sin trofeos, a diarios sin sus fotos, a historias del tenis sin sus nombres. El deporte no como diversión o juego sino como enfermedad. No por nada el verdadero Borg se retiró a los 26 años, cansado de la presión del público y de la exigencia de sus propias expectativas. Al ser una producción sueca, el protagonista es más Borg que McEnroe (Incluso, en su país de origen, el título de la película omite el nombre del estadounidense). Quizás por la misma razón el guión respeta el idioma nativo de los involucrados. Según el contexto, se habla en inglés, francés o sueco, un detalle que, junto con el vestuario, le aporta mucho a la reconstrucción de la época. Pero lo que más le importa al film -y al lente de la cámara- es el mundo interior de los tenistas. Hay cierto ritmo, en el montaje y en las tomas, que no alcanza a ser cine contemplativo, pero igualmente genera un clima introspectivo. Nos acercamos a las caras de Sverrir Gudnason, que interpreta a Borg, y de Shia LaBeouf, que se pone la vincha de McEnroe. El rostro de Gudnason es plácido, congelado, como si existiera en una fotografía. No hay ausencia sino potencial de expresividad. Lo de LaBeouf es más activo, nervioso, movedizo, como lo requiere su personaje. Ninguna voz en off nos dice lo que están pensando. Intuimos, sin embargo, que ambos buscan no pensar en nada, vaciar la mente, concentrarse sólo en sus movimientos sobre el pasto inglés, dejar que la memoria muscular los guíe. Ni voz en off ni voz interior.
Borg-McEnroe, la película, de Janus Metz PorJorge Barnárdez El cine más de una vez le dedicó películas al deporte y la verdad es que algunas actividades deportivas han sabido darle al cine grandes clásicos. El box quizás sea el más prolífico, pero digamos que Hollywood supo hacer emocionar al público de todo el mundo aún con deportes que el resto no entiende demasiado, como el beisbol o el fútbol americano. Hace un tiempo Ron Howard construyó a partir de la rivalidad entre Niki Lauda y Jackie Stewart una película intensa que habló sobre el deporte, los intereses que se juegan y las personalidades contrapuestas en ese duelo. Tomando un poco ese modelo, el director Janus Metz Pedersen y el guionista Ronnie Sandahl se enfocaron en un momento particularmente brillante de la carrera de la estrella sueca del tenis, Bjon Borg, para construir Borg vs McEnroe. En 1980 Borg era la estrella indiscutible de la actividad mientras que John McEnroe era un joven ambicioso y algo escandaloso que ascendía con mucha fuerza y que al llegar al campeonato de Wimbledon, era el único jugador que parecía poder destronar a Borg y frenarlo en el intento de ganar por quinta vez ese campeonato. Haciendo centro en la biografía del sueco y contando las características de la interna que se vivía en ese equipo, Borg tenía un equipo que lo rodeaba, mientras que McEnroe andaba por el mundo con una raqueta y su bolso, la película crea tensión y transmite además ese mundo un tanto alocado en el que vivían los protagonistas en esa época. Años en que los tenistas y los corredores de fórmula se codeaban con el jet set internacional -también participaban de aquella fiesta algunos boxeadores pero todavía los futbolistas no habían penetrado en esa élite-, una especie de realeza clamorosa que transportaba sus pistas y tribus a través de distintas regiones del mundo. Con dos actuaciones intensas de Sverrir Gudnason haciendo de Borg y Shia LaBeouf en el papel de McEnroe, la película logra rescatar al tenis para el cine, traer a la memoria del espectador aquel mundo de comienzos de los ochenta y rescatar uno de los grandes duelos deportivos de la historia. BORG-MCENROE, LA PELÍCULA Borg-McEnroe, la película. Suecia/Dinamarca/Finlandia, 2017. Dirección: Janus Metz. Guión: Ronnie Sandahl. Intérpretes: Sverrir Gudnason, Shia LaBeouf, Stellan Skarsgård, Tuva Novotny, David Bamber. Fotografía: Niels Thastum. Edición: Per K. Kirkegaard, Per Sandholt. Duración: 107 minutos.
Un hecho histórico en el deporte -la final de Wimbledon en 1980- que, sin ser tomado a la ligera, sirve más como contexto para el film Borg – McEnroe, la película en donde se cuenta el universo personal detrás de una estrella. Borg puede ser el primer tenista en ganar el torneo 5 veces consecutivas, McEnroe puede ser el más joven en lograr el título y llegar al número 1 del ranking. El tenis es un deporte con muchos seguidores y el enfrentamiento de estos dos titanes en la final de Wimbledon de 1980 fue lo que muchos consideran uno de los mejores partidos de la historia. Pero por suerte la película no se queda nunca en la mirada simplista sobre el histórico evento deportivo. El gran guion que escribió Ronnie Sandahl hace más hincapié en la dicotomía de la pareja central. El, aparentemente, calmo Bjorn Borg que es una olla a presión, acostumbrado a contener su iracundo carácter en pos del juego, y el exaltado John McEnroe, impetuoso, provocador y discutidor al punto tal de gritarse con los espectadores en los partidos. Ambas caras de la moneda coinciden en el relato en el cual, con mucha categoría, se nos permite ver el abanico de emociones que estas grandes estrellas tienen que atravesar. La dirección también es excelente y la impronta de Janus Metz se nota muy presente a lo largo de Borg – McEnroe, la película, y no sólo en la cuidada estética de la década del setenta que se observa en la dirección de arte y que también se refleja en la fotografía. El director juega con el montaje constantemente y así logra jerarquizar la historia de los personajes por sobre el hecho deportivo alrededor del cual gira todo. La elección del elenco es otro gran acierto. Ya estamos acostumbrados al genial Stellan Skarsgård quien interpreta al entrenador de Borg, pero quienes realmente sobresalen son los verdaderos protagonistas del film. Sverrir Gudnason encarna con maestría a Borg. Es medido, sutil y no habla, pero transmite al espectador la tensión contenida durante toda la película. Shia LaBeouf, la gran sorpresa de la película, encarna un personaje con el que, según las noticias del mundo del espectáculo, comparte un temperamento en común, pero no se queda ahí. Sí se lo ve pedante, agresivo, descontrolado, pero también se comprende al McEnroe calculador, el que quiere ganar, el agresivo que juega sobre la red.
EL VOLCÁN Y LA PÓLVORA Un 5 de Julio de 1980, dos leyendas del tenis definieron un encuentro histórico en la final de Wimbledon. Un partido que jamás se olvidará, donde Björn Borg y John McEnroe se enfrentaron en un binomio antagónico radical, “el hombre de hielo” vs “el joven rebelde”, y pusieron allí mucho más de lo que se define en un juego de alta competencia, porque este partido cambiaría sus vidas, y esos instantes quedarían sellados por siempre entre los muros del All England Club. Este filme de Janus Metz, apunta a revelarnos las intimidades emocionales de estos dos titanes del tenis, a comprender sus más grandes temores, sus historias familiares, sus vínculos, sus fortalezas, sus debilidades y el desafío cotidiano durante el presente de aquella final. En esta suerte de biopic de ambos tenistas, y partiendo del acontecimiento de la final en Wimbledon, la película pone a la luz desde el punto de vista de los dos personajes, fragmentos de sus pasados iniciales y vivencias de sus presentes cotidianos, organizando en idas y vueltas temporales la estructura del relato. La mirada Borg se define como la más protagónica a la hora de la construcción del filme y nos permite ahondar en la complejidad del conflicto que representa este enfrentamiento para nuestro personaje. El sueco cuatro veces consecutivas campeón del mundo, tambalea frente al fantasma del fracaso. Perder es algo impensable para Borg, batir el record de obtener 5 copas consecutivas lo obsesiona. Su identidad se derrumba frente al horror de verse como un pusilánime perdedor, pues allí solo ve el fin de su carrera, de su vida y el sinsentido absoluto de las cosas. El joven John Mc Enroe se debate ante otros monstruos internos. El “joven rebelde” es el americano conocido por actitud impulsiva, agresiva y fuera de los protocolos. Se presenta como odiado por el público de Inglaterra, sin apoyo de su núcleo familiar y con la desesperada necesidad de comprobar que es alguien especial, capaz de ser reconocido como único para poder salir de las sombras de sus progenitores y de los fantasmas internos que lo acosan día a día. El volcán de Borg y la pólvora del Mc Enroe, así aparecen delineados sus caracteres y tumultuosos mundos emocionales en sus veintitantos años de edad. Encarnados por Sverrir Gudnaso (Borg) y Shia LaBeouf (Mc Enroe), junto a la figura esencial del entrenador de Borg en la piel de Stellan Skarsgård, todos están impecables en su composición actoral. La reconstrucción de época es cuidadosa y muy lograda definiendo con claridad visual la estética de los años 80. Entre el vestuario y la escenografía reconstruyen el momento con precisión y esto le suma una cuota de verosímil esencial a un hecho reciente y de carácter popular. Janus Metz que ha dirigido muchos documentales, varios capítulos de la conocida serie True detective y otros trabajos televisión, logra golpes de efecto con el uso de una cámara móvil, encuadres dinámicos y una estética muy contemporánea pseudo documental. A su vez el trabajo de un montaje ágil y rítmico mantiene en el relato un tono de tensión constante como si no conociéramos el resultado de aquella final y quisiéramos revivir la ansiedad del encuentro, haciendo de los 100 minutos del filme un ir y venir en el tiempo con cortes enérgicos y una edición de los momentos de juego algo móvil y elíptica. En una escena clave (ya verán cuál) una frase aparece inscripta sobre la pantalla “Si te puedes encontrar con el triunfo o con el fracaso, trata a estos dos impostores de la misma manera”, una cita del poeta inglés del siglo IXX Rudyard Kypling. Sin duda una reflexión potente para un filme donde ganar o perder pareciera definir la vida de los hombres. Por Victoria Leven @victorialeven
Pocos días después de inaugurar el reciente Festival de Toronto, se estrena este film que reconstruye no sólo la mítica final de Wimbledon 1980, sino también las diferentes personalidades de ambos contendientes. ¿Una película sobre un partido de tenis? La propuesta, salvo para los fanáticos del deporte blanco, no parece en principio demasiado tentadora. Sin embargo, hay que aclarar que la final de Wimbledon 1980 no fue un match más: fue uno de los más espectaculares, tenso e impredecibles de la historia con un duelo lleno de matices entre la leyenda sueca Björn Borg -que con solo 24 años trataba de conquistar por quinta vez consecutiva el abierto británico- y el ascendente e irascible estadounidense John McEnroe. Si bien el partido es el eje y el corazón de la película, hay bastante más que un duelo deportivo en los 100 minutos: un espíritu de época, un trabajo sobre las personalidades opuestas de ambos contendientes, su intimidad, su entorno y -a través de varios flashbacks- viajes a sus respectivos pasados, incluida la compleja niñez y adolescencia de Borg. Como la producción es nórdica (coproducción entre Suecia, Dinamarca y Finlandia) es lógico que el punto de vista y el foco esté puesto en la figura de Borg, muy bien interpretado por Sverrir Gudnason, y la relación con su entrenador Lennart Bergelin (Stellan Skarsgård). El problema es que la narración luce demasiado desbalanceada: un minucioso acercamiento a la psicología del sueco (un témpano por fuera, pero lleno de traumas internos) y una torpe y superficial descripción del chico rebelde encarnado aquí por el actor rebelde Shia LaBeouf, que igual se las ingenia para que la diferencia de edad (tiene 31 años y el tenista tenía 21 por entonces) no se note demasiado. Otro de los problemas del film es que luce demasiado prolijo, calculado, sin que aparezcan demasiados desbordes ni excesos. Narrado con solidez por el danés Janus Metz, con impecables actuaciones, con una cuidada reconstrucción de época y una buena recreación del partido, extraña el sentido del humor y ciertas audacias de otro largometraje deportivo reciente como Rush: Pasión y gloria, de Ron Howard. La película tiene algunos momentos inspirados como la dinámica inicial de Borg en Montecarlo, otros simpáticos para nosotros como una nota (fallida) de un equipo de Argentina Televisora Color (ATC) con el tenista sueco y el juego de reconocer a los actores que interpretan a figuras de los courts de la época como Jimmy Connors, Vitas Gerulaitis, Ille Nastase, Brian Gottfried o Arthur Ashe. Otras cuestiones, como las relaciones entre McEnroe y su padre (Ian Blackman) o entre Borg y su novia Mariana (Tuva Novotny) apelan al trazo grueso y la superficialidad. Más allá de estas u otras objeciones, y aunque por momentos le falte un poco de “sangre” y “transpiración”, esta épica deportiva tiene unos cuantos hallazgos y atributos que la hacen atractiva, entretenida y bastante eficaz.
Rivales de sí mismos Dos de los más grandes jugadores del tenis de la historia se encontraron en la final de Wimbledon de 1980, en un momento único para cada uno de ellos. Eran jóvenes, talentosos, atractivos y tenían temperamentos muy diferentes. A uno, Björn Borg, lo comparaban con el hielo (le decía “Iceborg”); al otro, John McEnroe, le inventaban tantos apodos como voluble era su temperamento (desde mocoso a rebelde). Los especialistas de ese deporte consideran que aquella final fue uno de los mejores partidos de todos los tiempos, sólo comparable con el que disputaron 28 años después Roger Federer y Rafael Nadal en el mismo escenario. En todo caso, debe ser difícil encontrar un tie break (desempate) tan dramático como el del cuarto set que terminó 18 a 16 a favor de McEnroe. Pero la película de Janus Metz (debutante en la ficción con pasado de documentalista) no se centra tanto en el partido en sí mismo (al que sólo le reserva los 20 minutos finales) como en el recorrido de cada jugador para llegar a ese punto. Son dos retratos paralelos cuyo principio rector es la idea de que el peor rival de un gran deportista no es otro deportista de igual o superior calidad sino su propia mente. Borg y McEnroe arden por dentro. No se soportan a sí mismos. La magnitud y la voracidad de sus deseos de ganar siempre son directamente proporcionales al pánico que les produce perder. Y si bien la narración trata de mantener el equilibro entre los dos hemisferios de la historia, Borg termina recibiendo más atención. Interpretado por Sverrir Gudnason, el tenista sueco, como bien lo expresa el apodo "Iceborg", tiene una parte sumergida, un lado b, latente y peligroso, que la película de Metz indaga con una meticulosidad casi morbosa, y así detecta sus manías, sus fobias y sus pánicos. En cambio, McEnroe, encarnado por Shia LeBoeuf, es mostrado como un genio malcriado y explosivo, tan bueno para el tenis como para las matemáticas. De todos modos, dos escenas de vestuario (antes y después del partido con su amigo Peter Fleming) bastan para exponer su tortuosa interioridad. Contada de una forma simple y amena, con abundantes flashbacks de la infancia y adolescencia de ambos jugadores, Borg-McEnroe no sólo es una excelente reconstrucción de época, también se destaca por su intento más que logrado de viajar hasta el centro de la mente de dos deportistas de alto rendimiento.
Nos metemos en el mundo del deporte en este caso el tenis, como hace un tiempo lo fue en el universo del automovilismo en “Rush” (2013). Va revelando el entorno de Björn Borg (Sverrir Gudnason), y John McEnroe (Shia LaBeouf), se mete en sus vidas, sus personalidades, sus traumas, en lo cotidiano y estos son muy diferentes entre sí no solo por haber tenido una vida distinta, sino también porque sus temperamentos son muy diferentes. No vamos a ver tantos partidos de tenis. El guion va pendulando entre el pasado y el presente con el constante uso de flashbacks. La narración del sueco Ronnie Sandahl resulta algo pausada, las actuaciones resultan desparejas y le falta mayor emoción pero entretiene. Al final vemos una serie de imágenes de los verdaderos protagonistas.
Los recursos con los que cuenta Borg – McEnroe son más bien escasos: un partido de tenis (“inspirado en hechos reales”); dos personajes que funcionan como opuestos perfectos y conforman un sistema no muy sofisticado; el pasado de los dos, desde su juventud hasta la final de Wimbledon; una manera de filmar el tenis algo pobre, que alterna entre la recreación de una transmisión televisiva y el abuso del montaje (que viene a disimular las carencias deportivas de los actores, supone uno). La película empieza y no hay demasiadas promesas, excepto la de la reconstrucción de un duelo deportivo que trae su propia épica, un nervio que precede al cine. La apuesta de Janus Metz Pedersen, lo que el tipo viene a agregar (porque alguna forma hay que darle al asunto), anuncia, en un primer momento, lo peor: contar la historia de los rivales desde lugares estereotipados y, en el camino, reconstruir sus relaciones con el tenis y la gente en general. Resulta que el director no toma ni un poco de distancia del modelo de biografía psicologista que dicta que la personalidad es el resultado de algún trauma o experiencia dolorosa que sirve para explicar la formación de la persona. Un chico con problemas de adaptación descubre que puede encontrar un lugar en el mundo si reprime sus emociones, e intenta contener la incertidumbre de la vida con cábalas y manías; otro parece que es bueno en casi cualquier actividad, pero los padres quieren que sea el mejor en todo y lo arruinan, lo transforman en un eterno nene caprichoso y de mal carácter. La película no esconde su fascinación evidente por el personaje de Borg: el McEnroe de Shia LaBeouf cumple un rol subalterno, el centro del relato lo constituye el retrato del sueco. Borg cobra relieve por el porte misterioso de Sverrir Gudnason: de a ratos, hace acordar a algún maestro guerrero o al gángster de El samurai que compone Alain Delon Nada marcha por fuera de lo previsto: la cámara y el guion siguen de cerca las peripecias de los dos sin sobresaltos y con los conflictos dramáticos de rigor. Sin embargo, de manera casi imperceptible, la película produce una especie de alquimia: en la segunda mitad, cuando se acerca el partido, el relato funciona, genera interés y se vuelve poderoso, y los personajes adquieren un relieve que antes no mostraban. Los materiales precarios que supo elaborar Pedersen convergen y arrojan algo más que la suma de las partes: la previa al el partido, su desarrollo y el desenlace dejan sentir un pulso vigorizante. Es como si la película hubiera recibido una transfusión de sangre y ahora latiera con potencia. El final del partido es conocido, pero eso no atenta contra el fluir narrativo, como tampoco sucedía, salvando las distancias, en Invictus (bondad estética del cine: las historias toman un vuelo propio y viven por sí solas, más allá de los acontecimientos en los que se basan). La casi total ausencia de sutilezas narrativas se devela ahora como el sustrato ideal para la construcción de la épica: esos seres unidimensionales, algo toscos, tenían como única y real tarea el batirse sin descanso en un rectángulo verde hasta los límites de la extenuación. El director logra algo inesperado: la película toma la gesta deportiva y le añade un nuevo espesor mítico.
Agrada la película que inauguró el reciente Festival de Toronto - Publicidad - El Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) se diferencia de sus pares de Cannes, Berlín y Venecia al ser básicamente no competitivo. Para su inauguración sus organizadores eligieron “Borg-McEnroe: la película”, tal su título local, recibiendo buenos comentarios de la crítica local e internacional. La película no se limita a recrear la gran final de Wimbledon de 1980 en que el sueco Bjorn Borg buscaba el record de cinco victorias sucesivas en el célebre court inglés. Enfrente se encontraba John McEnroe, un joven norteamericano (aunque nacido en Alemania) de apenas 21 años. Eran dos temperamentos absolutamente opuestos y gran parte del film muestra a ambos contendientes durante su niñez y adolescencia. Donde había mayor coincidencia era en los agotadores entrenamientos de ambos, pero una vez en pleno juego se percibían las grandes diferencias. A Borg (Sverrir Gudnason, de gran parecido físico) se lo conocía como el hombre de hielo por su extrema frialdad, mientras que McEnroe (Shia Labeouf) era justo lo contrario, descargando su carácter latino (pese a no serlo) contra los jueces y autoridades del tenis. Interesante destacar que en el rol del sueco participaron tres actores en distintas etapa de su vida y que uno es Leo, su propio hijo. Este cronista recuerda haber visto la final de Roland-Garros de 1975, donde Borg le ganó a Guillermo Vilas, e incluso tuvo la oportunidad de acercarse (era más fácil en esa época ingresar al final del match) y apoyar a un abatido Vilas. El realizador Janus Metz acierta al componer en la última media hora una especie de thriller y si bien es público el resultado final del célebre match, conviene no develarlo para quien no lo conozca. No es un “spoiler” decir que Borg y McEnroe tuvieron varios “match points” antes de la definición ni tampoco que volvieron a enfrentarse un año después en otra final de Wimbledon. Tampoco que son grandes amigos hasta el día de hoy. Las escenas del encuentro de Wimbledon están excelentemente filmadas y valen por sí solas la visión de toda la película. Señalemos de paso que en Toronto se vio otra producción sobre el deporte de Federer y Nadal. Se trata de “Battle of the Sexes”, donde se relata el desafío que enfrentó a Bobby Riggs (Steve Carell), tenista machista contra la célebre Billy Jean King (Emma Stone), quien estando casada sostuvo una relación paralela con su peluquera (Andrea Riseborough). Ambas actrices posiblemente sean nominadas, en diferentes categorías, al Oscar de interpretación femenina.
La idea de realizar un filme sobre la rivalidad impuesta por estilos contrapuestos de dos personajes de la vida real, en torno a una competencia deportiva, podría haber sido de otra magnitud. Pero esta realización se pierde en profundidad cuando inicialmente impone un registro de algo que va a suceder, y que todo el mundo sabe el final, intentando poner suspenso donde no lo hay. Seria como ver “Titanic” (1997) sin la historia de amor como trama en función de progresión dramática. Narra la historia de la rivalidad entre dos leyendas del tenis, el sueco Björn Borg (Sverrir Gudnason) y el norteamericano John McEnroe (Shia LaBeouf), un enfrentamiento legendario de la historia del deporte que tuvo su culminación en la final de Wimbledon de 1980, que enfrentó a ambos y que supuso un cambio en el mundo del tenis. A mi pobre entender Guillermo Vilas, Andre Agassi, Pete Sampras, también hicieron lo suyo, sin mencionar aunque lo hago a Roger Federer, quíntuple campeón consecutivo en el mismo torneo. El director comienza con el final para luego reconstruir los días previos, o la vida de cada uno de ellos, con cortes temporales describiendo y desarrollando los personajes principales y algunos laterales de suma importancia. No estaría siendo moroso sino es que mucha información es repetida hasta el hartazgo, sin agregar información a lo que esta conformando. Con una muy buena puesta en escena, recreación de época, música acorde a los años en que transcurre, desde la fotografía no hay búsqueda estética alguna, sólo hacer ver o que hay que ver. Ni los movimientos de cámara sorprenden. No hay nudo dramático que interese, sorprenda, lo poco que existe no esta bien desarrollado, es una gran sucesión de pedazos de historias por momentos bien hilvanadas, pero no siempre. Sobresalen por sobre todas las cosas las actuaciones, Shia LaBouf parece haber construido su carrera de actuación para éste filme en tanto que Sverrir Gudnason, el actor sueco, sorprende por su parecido físico, sin embargo los laureles se los lleva Stellan Skarsgard (Lennart Bergelin) otrora tenista sueco, descubridor, mentor y entrenador de Bojn Borg, con una interpretación memorable, sin demasiado esfuerzo.
Borg McEnroe – La Película: El peso de la grandeza. Una de las rivalidades más icónicas del deporte sirve como excusa para explorar el talento, sacrificio y mentalidad de los genios. Antes de que Hollywood tenga la comodidad de las adaptaciones de cómics, solía descansar en las películas biográficas. Siempre es positivo que una cinta se estrene con gente esperando ya en fila para verla. Lamentablemente esto trae como consecuencia una cierta relajación: ¿Para que esforzarse en crear un buen guion con grandes personajes cuando el protagonista ya tuvo una vida real más que interesante? Es usual que este tipo de films se preocupe más por ser un espejo de baño que aspirar a ser una pintura que refleje un objeto con cierto valor agregado. Afortunadamente, el beneficio de que un género se estanque es que en el momento menos esperado puede surgir una obra que, por sorpresa y sin hacer mucho ruido, lo revalorice completamente. Hace unos años tuvimos en Rush, de Ron Howard, una película paralela a esta. Ambas basadas en la rivalidad entre dos de los mejores atletas de sus respectivas disciplinas. La mejor forma de resumir sus diferencias sería decir que Borg McEnroe es la versión europea de Rush. No hay mucho que marcar como negativo en aquel trabajo, sin embargo se trata de una cinta completamente vacía. En contraste, este es un film más difícil de digerir, más dispuesto a experimentar (y como resultado de eso, más tendencia a fallar) e infinitamente más profundo como resultado. Se trata del debut de Janus Metz, director que hizo sus armas con documentales, y sólo cuenta con un episodio de la segunda temporada de True Detective como experiencia dirigiendo ficción. Su experiencia documental es evidente en la identidad visual (muy expresiva y homogénea) pero sobre todo en la sensación de veracidad y cualidad histórica logradas a través de una gran dirección de fotografía, así como una impecable dirección de arte. El film explora a dos de los mejores tenistas de la historia, protagonistas de una de las mejores rivalidades del deporte. Propone (y logra) una magistral exploración de personajes en la que yuxtapone sus aparentes diferencias mientras traza un paralelismo entre ambos atletas, aún cuando prácticamente nunca comparten pantalla. Dos genios que trabajaron toda su vida para estar destinados a la grandeza, y todo el sacrificio y el dolor de su dedicación. El guion del sueco Ronnie Sandahl es (sin dudas) la base sobre la que esta erguida el resto de la película. A pesar de un flojo arranque, Borg McEnroe logra crear profundos personajes usando como base a las figuras históricas. Usando a su vez esos personajes para explorar temáticas de sacrificio y grandeza que no suelen ser trabajadas tan a fondo (quizás uno de los ejemplos más emblemáticos y recientes es el de Whiplash). La fotografía se suma al uso intermitente de la cámara en mano, logrando darle esa sensación de realismo a los hechos que buscaba el director con la decisión. Aunque nunca llegando a momentos teatrales, unos contados puntazos de dramatismo con la pizca justa de sentimentalidad logran condimentar satisfactoriamente la historia. Se trata de un condimento leve, no sobra los momentos en los que los actores esten bajo el reflector con el escenario en penumbras, pero a cambio obtenemos un escenario que siempre esta bañando en luces y en el que los actores y personajes dan el 100% en todo momento. Metz refuerza el gran guion con una de las herramientas mejor utilizadas: la música. Sin tener una increíble banda sonora, la misma va más allá de ser efectiva y alcanza a brillar gracias al gran uso que le da el director. Llena las secuencias de una tensión reptante y constante, toda la película se siente tan definitiva como la icónica final. Y asimismo, cada segundo del film transmite el estado de Borg fuera de la cancha: frío pero pasional, calmo a pesar de estar siempre al borde de estallar. Es una película que a primera vista puede parecer hasta incluso simple, pero que entrega una exploración temática realizada de manera casi impecable y logra una propuesta inusual dentro de lo que podría ser una adaptación sin ambiciones. Se trata de un film con la profundidad y calidad suficiente como para invitar la lectura y recompensar al espectador, recomendadísima.
"Borg vs. mcenroe", un pobre doble retrato La mayoría de las películas sobre hitos deportivos tiene el mismo problema: a la hora de reproducir el hecho puramente deportivo directores y actores fallan porque no son deportistas profesionales, y entonces las tomas parecen exageradas en su dramatismo, con actores más cerca de ser danzarines que atletas. Esto se vio bastante en los filmes sobre boxeo. Y ahora pasa algo parecido en "Borg vs. McEnroe". La película del danés Metz cuenta la historia de la rivalidad entre dos leyendas del tenis: el sueco Bjorn Borg y el norteamericano John McEnroe, teniendo como marco la final de Wimbledon de 1980. Seguramente por su extracción escandinava, el director enfocó la película más en la figura de Borg, la relación con su maestro y su novia, que en el perfil del irascible tenista neoyorquino. Y si bien se puede disimular con una buena edición las tomas deportiva (de hecho las disimula aceptablemente Metz), la síntesis de los perfiles psicológicos de las dos estrellas son marcadamente arquetípicas: los tenistas son niños soberbios, solitarios, egocéntricos, oscuros y perfeccionistas. Así, los datos biográficos, que imaginamos muchos e interesantes en este doble retrato, hacen agua por toda la pantalla grande.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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El trasfondo del tenis… Borg McEnroe no es una historia de rivalidad y superación personal en el deporte, sino más bien una radiografía descarnada del tenis y de lo que se necesita para ser una leyenda dentro del mismo. Es una película realista e imparcial que sabe retratar, en menos de 2 horas y con muy buena cinematografía, uno de los exponentes más hermosos, exigentes e individualistas del deporte. Lo mejor: · La edición · El guión