En el marco apacible, sencillo y cálidamente familiar de su propia casa, muy acorde con el contexto de Villa La Angostura en la que se desarrolla la película, una mujer mayor, viuda, decide quitarse la vida. Lo hace de modo planificado, prolijo. Sin embargo fracasa en su intento y queda en coma, internada en estado vegetativo. Una de sus hijas vive en aquella ciudad con su familia. La otra, en Buenos Aires, alejada física cuanto afectivamente de su madre. Mercedes (Llinás) viaja desde la capital para compartir con su hermana Marta (Barraza) el cuidado y las decisiones que requiere el estado de su madre. La película reconstruye la situación, las relaciones y la historia de esa familia en una sociedad pequeña. Lo hace a partir de contar la cotidianeidad de cada uno de los personajes: las hermanas, el marido de una de ellas, los hijos jóvenes (un varón y una mujer), la anciana y una vecina del pueblo. Historias personales y conflictos familiares que aparecen entramados en la vida pueblerina. Lo no dicho, lo no dado, lo no recibido. La herencia latente, la necesidad y una oportunidad inmejorable. Todo ello contado con simpleza, sin estridencia alguna. Conciliando esta estructura coral, el relato de cada personaje y sus deseos y relaciones, con el movimiento colectivo, de modo que todos parecen moverse individualmente en un sentido y pero juntos alrededor de la hija/madre, la película logra dar cuenta de la organización de un mundo. Con esta particular estructura, como la del sistema planetario donde cada planeta gira sobre sí mismo al tiempo que lo hace alrededor del sol, la realizadora hace de este mundo que es Cerro Bayo, no sólo un lugar físico, sino también un espacio simbólico. Este, que es familiar y temporal, es un espacio que atrae tanto como repele y la cuestión para cada uno de los personajes es saber si quedaran allí atrapados o si lograran escapar. Victoria Galardi, quien ya había demostrado su talento como realizadora en Amorosa soledad, logra aquí el tono apropiado para contar esta historia, tanto desde la perspectiva próxima del relato personal e íntimo, o asumiendo la distancia suficiente para dar cuenta del universo colectivo. En un difícil equilibrio entre contar historias individuales y la historia de una familia y un pueblo, del presente y el pasado, otorga a cada personaje profundidad sin que ello redunde en relatos estancos de personajes ajenos a un colectivo. Es indudable que para que esto sea posible, más allá de su capacidad para presentar una mirada muy discreta y respetuosa sobre los personajes, Galardi cuenta con la inestimable colaboración de muy buenas actuaciones que aportan delicadeza al trabajo escénico propuesto por la realizadora. Nativa de la Patagonia argentina, Galardi conoce y aprovecha narrativamente la geografía, logrando en este orden incorporar al paisaje y el clima como un protagonista determinante de las condiciones de producción de la vida. Galardi asoma, a paso firme, entre las gratas esperanzas del cine nacional.
Después de ser premiada en el festival de San Sebastián y con estreno anunciado para el próximo mes de agosto, se presentó en calidad de premiere “Cerro Bayo”, la ópera prima de la talentosa Victoria Galardi, que anteriormente había realizado en tándem con Martín Carranza “Amorosa Soledad”. En esta oportunidad Galardi cambió de registro y se internó en un pueblo chico que, como dice el refrán, puede ser un infierno grande. Aunque la propuesta en nada tiene que ver con el terror sino con la vida de anécdotas pequeñas que se da en una comunidad de pocos habitantes al borde del Cerro Bayo, donde todos se conocen. La directora es oriunda de Neuquén y demuestra conocer con su firme guión todos los recovecos de la comunidad: desde los vecinos que alcanzan en el camino a un joven soldado de un puesto de vigilancia, pasando por los concursos de bellezas comunitarios para el elegir a la reina del Cerro hasta los repetidos comentarios sobre el clima. Todo comienza cuando Juana Keller, la abuela de una familia tipo se intenta suicidar. Prende el gas y se deja morir. La drástica decisión se ve interrumpida cuando es salvada por una de sus hijas que vive en el pueblo. Juana queda en coma provocando y moviendo toda la trama. Su otra hija (Verónica Llinás en un excelente papel) viaja desde Buenos Aires por la triste noticia. Ese re-encuentro con su hermana y la familia, y su complicada situación económica sumado al misterio generado por una supuesta ganancia en el Casino de su madre, hará estallar los más oscuros sentimientos e intereses de los “aún” no deudos. Victoria Galardi se presenta como una excelente directora de actores –declaró en la conferencia de prensa que el trabajo previo y los ensayos con su equipo es lo que más disfruta – ya que no existe ni un pequeño personaje que no esté bien en el film. Nada desentona, todo funciona como una pieza de relojería. El drama que vive la familia es matizado con pequeñas dosis de humor, rayano en lo absurdo, que hacen llevadera una trama que por lo pequeña podría haber caído en el costumbrismo y la pesadez. Mención especial nuevamente para Inés Efrón, la joven actriz de “XXY” se destaca en su rol de una chica cuya aspiración es ser elegida Reina del Cerro. Sus inseguridades y las conversaciones con su hermano (Nahuel Pérez Biscayart) cómplice de sus pedidos resultan conmovedoras en su visión fraternal de la vida. De los intensos 86 minutos deben destacarse dos momentos musicales. Una escena en cámara lenta del tema “Elephant Gun” del grupo “Beirut” donde toda la fuerza e intensiones del personaje de Llinás son desplegadas. Y la composición “Arioso” de Johann Sebastian Bach interpretado con guitarra por un grupo brasileño que vive en Nueva York llamado “Trio Da Paz”, cuando la acción transita el camino que conduce al Cerro que da título a la historia. “Mientras la filmaba escuchaba esa música” declaró la directora.
Esta película tenía un punto a favor para mí y era el lugar en el que transcurre: La Patagonia, uno de los lugares más lindos del mundo. La directora y guionista, Victoria Galardi, oriunda de Bariloche, supo mostrar la belleza monumental e incomparable de esta ciudad y los rasgos característicos de sus habitantes, que son característicos, como bien ella dijo en la conferencia de prensa de hoy, de cualquier pueblo chico, en el que todo es noticia, todo se sabe, todo el mundo comenta y la discreción es una virtud de la que prácticamente todos carecen. Lo que toda la crítica resaltó, además de la fotografía ya mencionada, es la selección de actores. Todo el elenco de esta película se luce y sabe retratar una historia simple pero llena de matices y sutilezas captadas gracias a un guión excelente. En la conferencia de prensa, Victoria también habló de la intención que había tenido de contar una historia trágica (el intento de suicidio de la madre de dos hijas) pero con ciertos elementos humorísticos, porque justamente así es la vida, y podemos encontrar cierto alivio y decomprensión en esos momentos de humor. Porque el humor es el acercamiento a lo trágico; casi todo evento terrible puede tener una mirada de alguna manera cómica, un poco más reconfortante, y eso es lo que la película muestra. Y en este punto – más el afiche caricaturesco– no puedo evitar recordar a la gran The Savages, con dos grandes como Laura Linney y Philip Seymour Hoffman, en la que hay un conflicto similar (en este caso un padre con demencia) y dos hermanos con miradas muy disímiles con respecto a la enfermedad irreversible y a las consecuencias de ella en el entorno del enfermo. Hay también en esta película varios momentos humorísticos que sirven para romper el clima trágico que la enfermedad supone. En Cerro Bayo, el personaje de Inés Efrón es el que más logra este efecto cómico; Inés es una joya del cine argentino; cada vez que aparece en escena, con esa mezcla de ingenuidad y perturbación que la caracteriza, desata las carcajadas de toda la audiencia. El guión es genial y la relación entre ella y su hermano (Nahuel Pérez) tiene una naturalidad que solo ellos dos podían brindarle a esa historia. Verónica Llinás es otra actriz excelente que interpreta a la hermana más desapegada de las dos, las más racional y materialista, que deja entrever que no tuvo una buena relación con la madre, y que está más preocupada por dónde escondió su madre la plata que ganó en el casino que por si sale o no del coma. La actriz mexicana Adriana Barraza está muy bien en el personaje de la otra hermana, la más sensible, asquerosa e irritantemente sensible, totalmente devota de su madre y que muestra gran desaprobación por muchas de las conductas de su hermana. La película se desarrolla con un ritmo y una armonía perfectos y llega a construir las realidades de sus protagonistas en sus cortos 86 minutos. Hay una escena que quisiera destacar, que rompe con la estética de la película, cuando el personaje de Llinás entra a firmar la venta del terreno de su madre, el primer momento en el que escuchamos música extradiegética, que transcurre en cámara lenta, como otorgándole otra jerarquía, otra lectura, muy diferente al resto de las escenas. Una escena con cierto impacto visual, que desconcierta y a la vez transmite varias sensaciones. Grandes actuaciones, un guión excelente, una puesta en escena y un montaje cuidados hasta el más mínimo detalle, nos dan como resultado esta película hermosa, una de las mejores que vi hasta ahora en Pantalla Pinamar.
Al sur de la felicidad Victoria Galardi quien ya había mostrado con su ópera prima Amorosa Soledad (2008, codirigida junto a Martín Carranza) condiciones que le aventuraban un futuro prometedor, reconfirma con Cerro Bayo (2010) que estamos ante una de las cineastas más talentosas de la Argentina. Un pueblo al sur del país llamado Cerro Bayo resulta ser el epicentro de la historia de una familia que verá modificada su rutina a partir del intento de suicidio de la matriarca. Un matrimonio con dos hijos post adolescentes, una hermana recién llegada de la ciudad y una amiga de la familia conformaran un micromundo que fusionará la tragedia con el humor como muy pocas veces el cine nacional se animó a contar. Cerro Bayo se articula a partir de un relato coral que no presenta fisuras narrativas desde ninguno de sus ángulos, Galardi trabaja con una estructura que se asemeja al típico guión de hierro que impuso Hitchcock en donde se nota que no hay cabida para la improvisación y cada escena está cronometrada hasta en su más mínimo detalle. Con claras referencias al cine indie norteamericano como Historias de familia (The squid and the wale, 2005) o Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006) el film retrata la disfuncionalidad pero sin caer en lo cliché. La coralidad de la trama no se narra con historias que se cruzan sino que lo hace a partir de los personajes de una familia que deambulan independientemente el uno del otro pero que como en toda familia en algún momento se encontrarán. La no utilización de música incidental para provocar un efectismo innecesario es uno de los tantos logros que el film posee. Serán sólo tres momentos claves en donde la música entrará en acción y su aparición se justificará por sí sola siendo funcional al relato. Desde lo actoral el film encuentra el casting perfecto gracias a la construcción de personajes de los que uno no se siente alejados. Sin perder el humor pero sin caer en el grotesco cada uno transmite a través de la pantalla los sentimientos propios de sus seres. Adriana Barraza le pone el tono justo a esa mujer resignada que se contrapone con la desesperación del personaje de Verónica Llinás o la inocencia banal que transmite Eugenia Alonso. Inés Efron le brinda el toque de humor mientras que Nahuel Pérez Biscayart logra darle la dosis justo a ese chico que lo aleja de lo “freak” que lo caracteriza habitualmente. Cinematográficamente hay que destacar el meticuloso trabajo fotográfico de Julián Ledesma creando los climas justo que Cerro Bayo necesita, sin caer en la estilización visual logra un naturalismo atípico en este tipo de producciones. Cerro Bayo es una de esas historias que combina el cine de autor que apunta no sólo a una élite privilegiada o un público festivalero. El cine de Victoria Galardi podría compararse con el de Lucrecia Martel pero más abierto, más popular. Estamos frente una de las mejores películas que el cine argentino nosd dio en mucho tiempo, gracias al trabajo de una directora que encontró la medida justa para combinar los ingredientes justos para llegar a la excelencia.
Publicada en la edición impresa de la revista.
El juego de la codicia Esta atractiva propuesta nacional lleva el sello de Victoria Galardi, la realizadora de Amorosa Soledad, y hace foco en una familia disfuncional que debe reordenarse después de un intento de suicidio. Ambientada en el lugar que da título al film y con la temporada de esquí a punto de alborotar las vidas de todos, la matriarca de la familia intenta terminar con su vida y entra en coma. Ese es el punto argumental que aprovecha la cineasta para hacer una operación quirúrgica del comportamiento de los miembros que integran el clan luego del incidente. La hija, encarnada por un excelente Adriana Barraza (Arrástrame al infierno), es una cosmetóloga preocupada por el estado de su madre, vive en ese pacífico lugar junto a su esposo, un agente inmobiliario, y sus dos hijos: una chica que busca su primer orgasmo y desea salir airosa en un certamen de belleza (Inés Efrón) y un adolescente (Nahuel Pérez Biscayart) con ganas de viajar al exterior. A este parnorama se suma una amiga (Eugenia Alonso) y la hermana (Verónica Llinás, una intérprete con la máscara justa) de la protagonista que llega de Buenos Aires, con sus problemas económicos a cuestas. Y el dinero que ganó la matriarca en el casino y un terreno que tiene se convierten en la presa de algunos familiares que muestran lo peor de cada uno en momentos críticos. Pueblo chico, infienro grande es el que expone este relato que cuenta con escasa intromisión de música incidental (lo hace al final con buenos recursos); momentos de tensión que se rompen con estallidos de humor y una atmósfera de intereses que se contraponen con la situación que atraviesan. La familia aguarda y también teje su hilo de codicia.
Las similitudes y las diferencias Comedia dramática de Victoria Galardi sobre una familia disfuncional. Películas como Cerro Bayo parecen reflejar un estilo cinematográfico que muchos nuevos cineastas han empezado a abordar, especialmente las directoras. A mitad de camino entre la radicalidad severa de los filmes más independientes que circulan por festivales internacionales y los productos más ostensiblemente comerciales, existen filmes como el segundo de Victoria Galardi, donde la directora de Amorosa soledad juega con una historia chiquita, en tono bajo, que refleja emociones finalmente grandes y fundamentales. A esa noción estilística habría que agregarle un fuerte componente temático: la familia disfuncional que se reúne, el pueblo chico, el conflicto asordinado que sale a la luz. De La Ciénaga a Los Marziano , de Encarnación a Una semana solos , de XXY a la inminente y premiada Abrir puertas y ventanas -por citar sólo algunas, todas ellas dirigidas por mujeres-, uno podría trazar casi una tradición a la que Cerro Bayo se amolda, con sus similitudes y diferencias. La película se centra en lo que pasa en una familia que atraviesa el sorprendente intento de suicidio de la abuela, que cierra puertas y ventanas y prende el gas, no sin antes dejar algo de dinero en la tumba del que fue su marido. La mujer no muere -queda en coma-, pero la situación trae de vuelta al pueblo de la zona de Villa La Angostura a una de sus hijas, Mercedes (Verónica Llinás), con sus conflictos personales y familiares, que se enfrenta a su abnegada hermana, Marta (Adriana Barraza, la actriz mexicana de Babel ), al marido de ella, Eduardo (Guillermo Arengo) y a los hijos de esta pareja, Inés (Inés Efron) y Lucas (Nahuel Pérez Biscayart). Cada cual tiene sus propios asuntos por resolver en lo específico además de uno, común a todos, que es el de entender lo que une y separa a esa familia aparentemente armónica. El dinero escondido será un eje importante para Mercedes y Lucas, mientras que Inés (en la parte más cómica del filme) estará preocupada por tener una relación sexual, así logrará “aflojar la tensión en el rostro” que, supone, le podría impedir ganar un concurso local de belleza en el que rivaliza con Romina (Marcela Kloosterboer). La película por momentos se sale de ese tono menor que caracteriza buena parte de su metraje y apuesta por un registro, si se quiere, más cercano al de cierto cine independiente norteamericano, agregando una secuencia musical (con un bello tema de la banda Beirut), alguna cámara lenta y ciertos apuntes que recuerdan a títulos como Historias de familia o Pequeña Miss Sunshine . Una película delicada, cuidada, certera en sus observaciones, sutil, Cerro Bayo no debería pasar inadvertida ante títulos más grandes que se estrenan hoy. Es el tipo de película que va dejando sus marcas de a poco, pero que son duraderas. Como muchos de los filmes nacionales citados antes, el cine de Galardi es un muy digno agregado a esta notable generación de cineastas argentinas.
Esperando la Carroza Hay un género que es muy propio del teatro argentino llamado: grotesco. El grotesco agarra situaciones, momentos costumbristas de nuestra vida cotidiana y los lleva al extremo del absurdo y el patetismo, explotando el humor negro para crear una crítica social, que no necesariamente apunta a la burguesía o clase alta argentina, sino también al argentino medio, de clase media, a la clase obrera y trabajadora. El grotesco es un colador por donde pasan todos los argentinos. Es un espejo deformado que nos muestra la realidad de la forma más cruda, y posiblemente, mucho más cercano a lo REAL REAL que el teatro naturalista, que ya no convence a una sola persona, como diría (con mucha más profundidad) Javier Daulte. Por esto mismo es que vemos Esperando la Carroza, La Nona o 100 Veces no Debo y nos reimos a toneladas. Porque nos identificamos con los personajes, los palpamos, son reales. Las tragedias que viven (porque la comedia sin tragedia, sin drama no puede existir) nos han pasado o pasarán a todos alguna vez. Y Cerro Bayo es un grotesco argentino en el sentido más puro de la palabra, pero disfrazado de comedia dramática intimista. En este sentido, Cara de Queso, posiblemente era más clara y honesta con sus intenciones, pero en cambio acá Victoria Galardi construye una sátira, pero no la encasilla en un género. Personalmente, pienso que los argentinos somos mucho mejores observadores y críticos que los estadounidenses a la hora de hablar de la institución familiar en expresiones artísticas. Tenemos menos miedo de que los sectores más conservadores se nos tiren en contra y por eso nos damos maña para poder reflexionar, de diversas formas. Y otra característica… es que somos muy familieros. Nos cuesta dejar, en general, el nido. Hay muchas costumbres muy nuestras (que en realidad son herencia de los inmigrantes italianos, españoles y judíos) que se relacionan con pasar al menos un día a la semana con nuestras familias: la pasta o el asado de los domingos al mediodía, por ejemplo. Pero así como nos juntamos para comer, también nos reencontramos en los momentos trágicos: por ejemplo, ante el deceso o futuro deceso de un familiar, un patriarca o matriarca venido el caso. En Cerro Bayo, Galardi abandona la cursilería romántica de la soledad de su ópera prima (Amorosa Soledad) para meternos en el corazón de una familia, cuya abuela se intentó suicidar y ahora está en coma. Por un lado tenemos a Marta (extraordinaria Adriana Barraza, disimulando el acento mexicano) la hija que vive con su madre en Villa La Angostura, la única realmente preocupada por su salud y no por la herencia. Marta está casada con Eduardo (Arengo, maravilloso como siempre) y tienen dos hijos, Inés (Efrón repitiendo un poco el personaje de Amorosa…) y Lucas (Perez Biscayart, de notable crecimiento interpretativo). La llegada de Mercedes (Llinás) desde Bs. As. complicará la situación. Especialmente, porque a excepción de Marta, todos buscan los réditos económicos. Sin caer en el lugar común de que los miembros de la familia se peleen por la herencia (cada uno en realidad busca un beneficio diferente, y no hace falta que se peleen), Galardi construye un abanico de personajes extraordinariamente complejos, interesantes, contradictorios… y simpáticos. ¿Por qué no? Cada uno se concentra en lo material, en lo superficial. Lo emotivo y romántico pasa de lado. Es una herramienta para manipular y conseguir la meta. Y aunque todos saben que el dinero y la apariencia no hacen la felicidad, tampoco pueden negar su atractivo. Lo astuto de la película de Galardi no pasa solamente por los personajes, las actuaciones y lo pulido y redondo que resulta el guión, sino que se va construyendo con situaciones minimalistas que no pretenden provocar la risa ni emocionar. Los personajes son tan austeros, introspectivos, esconden tan bien sus metas, que cuando suceden situaciones humorísticas, Galardi no las fuerza. Simplemente deja que fluyan solas. No apoya las escenas con música incidental ni efectos extra cinematográficos hasta pasada la hora de película, y cuando por fin, mete una canción el efecto que logra es completamente natural: coherente, apropiado, justificado. En Amorosa Soledad me quejaba que el último plano terminaba por derrumbar los pequeños logros que la obra tenía. En cambio, acá, Galardi utiliza exactamente el mismo efecto (¿una marca autoral?) pero termina siendo hermoso. Más allá de aprovechar la geografía, el clima, el frío patagónico de manera narrativa, la fotografía de Julián Álvarez es uno de los puntos más fuertes. Los planos son largos, pero tienen movimiento interno, lo que demuestra una puesta en escena meticulosamente planeada. Cerro Bayo es una de esa extrañas películas, que son tan chicas e intimistas, que mientras la estás viendo no entendés lo grande que son para la cinematografía nacional. No solamente vale la pena destacar el soberbio elenco, sino lo bien que cada intérprete está aprovechado en su rol. Lo que demuestra un profundo conocimiento de la directora de las características de los actores y hasta donde pueden dar. Tras un día, en el cuál vi dos pobres exponentes del cine de entretenimiento estadounidense, que van disminuyendo en calidad a medida que reflexiono sobre ellos, Cerro Bayo, crece y crece. Para concluir, así como los protagonistas logran disfrazar sus codiciosos propósitos con simpatía, inocencia, sonrisas y capas de ropa para el frío, Galardi, disfraza un típico grotesco familiar argentino, con la sutileza y austeridad que se puede encontrar en el lenguaje del cine argentino de la última generación (acaso lo mejor de esta generación). Esta renovación se agradece con creces y da muchas esperanzas sobre el porvenir del cine nacional. Información: Cerro Bayo también tiene un propósito solidario: por cada entrada vendida, $3.50 irán a un fondo para reconstruir Villa La Angostura de las consecuencias de las cenizas volcánicas. Una iniciativa original y ejemplar.
Alentadora obra del cine nacional. Cuando una película no tiene más pretensiones a las que puede aspirar y posee una idea sólida y concreta, siendo que su fin es relatar una historia de manera prolija y cinematográfica, queda en claro que en Argentina se pueden producir films de muy buen nivel. Este es el caso de Cerro Bayo, la nueva obra de Victoria Galardi. El film, que transcurre en la localidad patagónica de Villa La Angostura, nos presenta a la conflictiva familia de Marta (Adriana Barraza), una mujer totalmente solidaria que deberá enfrentar la situación de que su madre quede en coma tras un intento de suicidio; a su alrededor estarán su marido Eduardo (Guillermo Arengo), sus hijos Inés (Inés Efron) y Lucas (Nahuel Pérez Biscayart), y su hermana Mercedes (Verónica Llinás), los cuales piensan más en sus egos personales y propias necesidades antes de enfrentar la circunstancia que los incumbe. Como había hecho Lucrecia Martel con La Ciénaga, Cerro Bayo abarca mayoritariamente el tema de la familia; muestra la tragedia y lo siniestro del interior de cada personaje, pero también se da un espacio para pequeños toques de esperanza, que serán los que cumplan la función de mantener el equilibrio entre el drama y la comedia. Otro argumento importante de la historia es la vida en el pueblo, y todo lo que eso implica, desde el sentido de pertenencia del lugar hasta el deseo de fuga y el buscar otro destino en una gran ciudad. Lo que más se resalta del film de Galardi es la dirección de actores y las interpretaciones en sí: cada personaje esta muy bien logrado, resulta creíble dentro del contexto en el que habita y por sobre todas las cosas hay que decir que todos ellos dan la sensación de realidad, de ser individuos comunes que confrontan relaciones completamente verosímiles. A comparación de Amorosa Soledad (película anterior de la realizadora), dónde apenas se reflejaba una comedia ligera que terminaba resultando agradable; en Cerro Bayo se puede deslumbrar un cine mucho más maduro. Los tiempos del relato están correctamente establecidos a lo que pide la obra, que da la sensación de tener un tinte más europeo, entre su composición de planos largos e imágenes pausadas. El film de Galardi es más de situaciones que de acciones, pero cada una de ellas está tan bien desarrollada que no deja huecos en un hilo narrativo que por momentos resulta impecable. Otro punto a favor de la película es la solemne fotografía de Julián Ledesma, que entre pictóricos planos generales de la bella Patagonia hace del encadenamiento de imágenes un mundo fílmico innegable; todo esta bien manejado como son los climas del film que mantienen constantemente los acontecimientos dramáticos, que ayudados por la música, la cual esta compuesta de silencios en gran parte de la obra, provocará cuando surgen las primeras melodías un justificado golpe de efecto en la narración. Cerro Bayo deviene en un film muy bien desarrollado en la mayoría de sus aspectos, que a través de la gran madurez que demuestra Galardi en la realización, deja un saldo alentador respecto a lo que se puede crear en el universo del cine nacional.
Cuesta abajo En general el Nuevo Cine Argentino se había dedicado hasta ahora a narrar historias lánguidas de personajes un tanto anémicos y de ligera a extremadamente aislados del mundo, la sociedad, la pareja, la familia. Habitantes anónimos de una ciudad barrial, estos personajes vagaban sin rumbo y muchas veces casi sin hablar. Cerro Bayo intenta seguir otros caminos: no solo no está filmada en Buenos Aires (el Nuevo Cine Argentino es, en buena medida, Nuevo Cine Porteño), sino que está protagonizada por una familia. El cine argentino, en general, no es ajeno a las "historias de familia". Del cine clásico a esta parte, buena parte de los valores defendidos por la industria nacional tenían en su centro a la familia. Pero la década del noventa cortó con eso, más todavía en la década del 2000. Sin embargo, este año habíamos visto ya un nuevo intento de "comedia familiar" dentro de un cine que podríamos considerar mainstream: Los marziano, gran película de Ana Katz, que se animó a entrar en el territorio del gran cine industrial, supo trabajar con estrellas de larga trayectoria (Puig, Francella) y le hizo frente a toda esa tradición costumbrista que tan bien enterrada estaba. El resultado fue una maravilla. Partiendo de lugares muy diferentes, Cerro Bayo no responde a un intento de dar nuevos brotes a aquel viejo tronco. No nace de la tradición del cine nacional sino de la tradición (a estas alturas, ¿de qué otra forma podríamos llamarla?) del Nuevo Cine Argentino. Sus personajes son Nuevo Cine Argentino, solo que esta vez vienen atados de a familia. Inés Efrón y Nahuel Pérez Biscayart llevan esa tradición cinematográfica inscripta en sus cuerpos. ¿Qué significa que esta sea una familia Nuevo Cine Argentino? No solo que sus miembros parecen deambular un poco erráticamente (a pesar de que tienen objetivos materiales concretos), que hablan "como todos los días", que nunca suben demasiado el tono de voz, sino que se oponen a una "idea moral" de la familia. Sí, hay hermanos, hay hijos, hay tíos, hay cuñados, pero no encontramos en el universo de Cerro Bayo ninguna idea como "la familia es lo primero" o "siempre podés contar con la familia". Al contrario, enchastrada de eso que algunos llaman realismo, esta película intenta ser "cruda", "desapasionada". Lo vemos desde el principio: el suicidio (que nunca se explica) de la abuela cierra toda posibilidad de familia. La matriarca ha muerto y su prole debe vagar por el mundo (un mundo chico, como Villa La Angostura, pero mundo al fin). Alrededor de esta idea de "no familia" hay historias de ambición (una ambición chica, como el pueblo, que parece que para lo único que sirve es para que uno escape de él). También hay una cierta sexualidad fría, encarnada por Efrón y su orgasmito que retumba sobre una toma del lago y las montañas. Hay un poco de nieve, charla sobre el clima. El principal problema de Cerro Bayo (tan Nuevo Cine Argentino) es que sus personajes son tan chiquitos que no nos interesan. La película arranca, cada personaje dice cuál va a ser su única preocupación definitoria (el chico quiere ir a Europa, la nena quiere un orgasmo, la tía quiere plata, el padre también, la madre llora) y el resto de la película es seguirlos de un lado al otro hasta que finalmente pasa lo que sabíamos que iba a pasar: todos quedan insatisfechos porque esta es una historia "realista", porque así es la vida. Cerro Bayo intenta alejarse de cierta tradición del cine de familia argentino, pero se opone tanto a él que al final parece espejarlo. Acá no hay "domingos en familia" con pasta y sonrisas, no, lo que hay es lo opuesto: gente fea, "como nosotros", condenada a vagar sin rumbo.
Segura y dúctil, la película confirma el talento de Victoria Galardi Luego del promisorio debut como codirectora de Amorosa s oledad, la joven guionista y realizadora neuquina Victoria Galardi da otro convincente paso -esta vez como única responsable detrás de cámara- con esta tragicomedia de estructura coral, ambientada en el pueblo del título pocos días antes de que arranque la temporada invernal, período clave para un centro turístico pegado a la hoy castigada Villa La Angostura. Con una típica estructura de "pueblo chico, infierno grande" y una familia disfuncional en el centro de la escena (por momentos, el film remite a ciertos modelos impuestos por el cine independiente norteamericano), Cerro Bayo tiene como eje principal la codicia y cómo esa desesperación por el dinero afecta las relaciones humanas. El guión de Galardi tiene múltiples aristas y connotaciones. En primera instancia, está la disputa entre dos hermanas (Adriana Barraza y Verónica Llinás) por la posible herencia de su madre, quien ha quedado en coma tras un intento de suicidio. Pero el film va todavía más allá y aborda desde la especulación inmobiliaria con inversores extranjeros ávidos de comprar tierras hasta el despertar sexual y los problemas de autoestima de una joven que se presenta a un concurso de belleza (Inés Efrón) o los deseos de abandonar la monotonía del lugar y salir a conocer el mundo de su hermano (Nahuel Pérez Biscayart). El lector podrá sospechar que hay demasiadas subtramas y personajes (hay, además, varios otros secundarios) para los escasos 86 minutos del film, pero Galardi se las ingenia para construir un mosaico, un rompecabezas, un retrato panorámico sobre la dinámica pueblerina, siempre con la tentación y el deseo como motores del relato. La directora, además, evita los estereotipos y los clisés al exponer las contradicciones y los matices de los distintos protagonistas, capaces de combinar sinceros actos de ternura con manipulaciones y miserias varias. Puede que algunas transiciones entre escenas resulten un poco forzadas, pero en líneas generales Galardi se muestra muy segura de los tonos, los climas y las actuaciones que necesita para cada segmento y se muestra dúctil a la hora de recurrir al plano-secuencia o a la cámara en mano en busca de mayor tensión. Además, confía en su capacidad como narradora y no necesita de música incidental para subrayar el mayor dramatismo o patetismo de cada una de las situaciones que aborda. Pródiga en directoras con talento, sensibilidad y dueñas de subyugantes mundos propios, el cine argentino encuentra en Galardi una nueva mirada que se suma a las de Lucrecia Martel, Celina Murga, Albertina Carri, Lucía Puenzo, María Victoria Menis, Paula Hernández, Ana Katz y Anahí Berneri, entre muchas otras. Bienvenida sea.
“Cerro Bayo”: un pequeño y mordaz deleite Hace tres años debutaba Victoria Galardi como guionista y codirectora (con Martín Carranza) de la comedia sentimental «Amorosa Soledad», primer protagónico de la flaquita Inés Efron. Hubo entonces una buena cantidad de amables y entusiastas elogios. Casi enseguida, Galardi se dedicó a concretar la comedia que ahora vemos, es decir, su primera obra como «solista», que paradójicamente es una comedia coral. Así, mientras en la primera seguíamos las andanzas de una enternecedora hipocondríaca, acá atendemos el socarrón abanico de una familia como cualquiera, o, mejor dicho, como cualquier familia que muestre la hilacha. Son toda buena gente, con su parte elogiable, dentro de lo que cabe, y su parte comprensible, por no decir otra cosa, que la directora tampoco la dice, porque se nota que quiere a sus personajes, y porque éstos representan de algún modo a su propia ciudad. Ella se crió ahí en Villa La Angostura, al pie del Cerro Bayo, nombre que además parece adecuado a la historia, porque, según dicen, el bayo es un color blanco tirando a sucio, medio amarillento, pero igual es lindo y muy solicitado. El asunto es que la abuela se quiso matar. La hija devota la rescató a tiempo y se aflige por cuidarla. Mientras tanto, el marido y la hermana se afligen por asegurar la venta de un lotecito bien ubicado de la vieja (si esperan que se muera se les vuelan los clientes), el nieto se aflige por asegurarse la plata que la vieja se ganó en el casino y tiene escondida en un sitio que sólo debería visitarse como expresión de amor, y la nieta se aflige por lograr un orgasmo con quien sea, no por ganas de sentir el amor, sino porque quiere tener la cara radiante para un concurso de belleza (una chica optimista, porque, a ojo de buen cubero, debe tener unos 70-57-75). El que no se aflige para nada es el espectador, que disfruta toda esta exhibición de pequeñas mezquindades, tonterías y falsedades porque, la verdad, es una exhibición elegante, muy bien hecha, entretenida, de observaciones finas, buen sentido del humor, desplegado en varias capas, y con un elenco impecable, que encabezan Verónica Llinás, Inés Efron y Adriana Barraza, la nana de «Babel» Muy buen paso adelante de una directora de mano fina, accesible para todo público, y a quien algunos ya suponen emparentada con el cine indie norteamericano, o con «La fortuna de Cookie» armada por Anne Rapp y Robert Altman. En fin, mientras no sea pariente de la familia que acá vemos en pantalla, está todo bien. Lo suyo es un pequeño y mordaz deleite.
Cerro Bayo, un pueblo al sur del país, es el epicentro de la historia de una familia que verá modificada su rutina a partir del intento de suicidio de la matriarca. La directora Victoria Galardi logro plasmar en el lente de su cámara, la belleza del sur de nuestro país como marco de una historia sobre una familia disfuncional en la que se luce todo el elenco de actores, encabezados por la excepcional mexica Adriana Barraza. A pesar de tener la solidez de un guion clásico de género, en el que cada escena está pensada al milímetro, la directora no abusa de los artificios técnicos ni la música incidental para acentuar cada secuencia. El naturalismo de la realización no hace más que darle solvencia a un relato sencillo, emotivo y contundente. Una grata sorpresa.
¡No ves que sos mi semejante! El guión quiere y respeta a esos personajes que construyó y los muestra sin preferencias ni jerarquías, dándoles un espacio para hacer y ser, con la oscuridad y la luz que todos portamos. Al pie del Cerro Bayo los lugareños de un pueblo del sur argentino viven a la espera de la temporada alta, y el turismo que deviene de ella, como si fuera la única posibilidad de trascendencia. Ese comienzo puede significar el cielo o el infierno. Todo el resto del año gira alrededor de ese instante, de ese breve momento. El conocido dicho popular de “pueblo chico, infierno grande” se despliega en Cerro Bayo desandando los clisés y dando cuerpo y carnadura real a los estereotipos humanos. Los Keller son una familia bastante clásica: madre, padre, dos hijos y una abuela viuda. Se quieren como pueden o como son capaces de expresarlo, se acompañan, se llevan. Algunos más, otros menos. Cuando la abuela intente quitarse la vida y acabe en coma, cada integrante se despabilará un poco, apenas un poco, (no hay -inteligente mirada- como en la vida cambios fundamentales resueltos de la noche a la mañana), y la llegada de la otra hija, “la que vive en la Capital”, ayudará al movimiento. Eso y un supuesto dinero ganado en el casino por la anciana matriarca y sobre el que varios de ellos depositan la concreción de sus sueños. La directora Victoria Galardi (en su primera incursión en solitario, su opera prima Amorosa soledad fue firmada en conjunto con Martín Carranza) maneja con mano experta una trama que envuelve al espectador en una historia pequeña, de esas que se nutren de los detalles haciéndolos pistas, pero también prueba de una cotidianeidad que se respira con suma naturalidad, y que sedimentan al ir decantando el tiempo. Preferencias maternas, diferencias entre hermanos, (in)comunicaciones familiares, futuros triunfantes, fracasos no asumidos, diferencias económicas, amores contrariados, valores cambiados, miedos, reproches, envidias, sueños rotos, realidades negadas. Todos estos tópicos, y más, se desarrollan en la película sin tener que recurrir a frases hechas, parlamentos altisonantes, momentos reveladores o bajadas de línea. Con la sapiencia de la comedia para hablar de “temas importantes” sin empuñar el dedo pedagógico ni moralizador. Y sin apostar a la abundancia de las explicaciones justificatorias o los orígenes de los conflictos que simplemente se plantean en una oración o un gesto o un silencio. Logro de un excelente guión, trabajado para conseguir su verosímil, y de un equipo actoral que no desentona en ningún momento. Cada aporte suma a la totalidad sin que se diluya ninguna individualidad ni sus particularidades. El guión quiere y respeta a esos personajes que construyó y los muestra sin preferencias ni jerarquías, dándoles un espacio para hacer y ser, con la oscuridad y la luz que todos portamos, con esas mezquindades egoístas y pequeñitas que nos hacen odiosos y con esos arrebatos de amor que nos salvan. Cómo no comprender la tristeza de ya no ser dos de Juana (Gleijer), o el dolor de Marta (Barraza) ante la pérdida, o la necesidad de la negación de Mercedes (Llinás) por lo que no fue, o la adolescente creencia de alcanzar el logro sin medir la entrega de Inés (Efrón). Y también está Eduardo (Arengo) con una excesiva pulsión al trabajo y el resultado económico como sostén y seguridad y Lucas (Pérez Biscayart) replicando, sin darse cuenta, lo que detesta de su padre en sus mismos sueños, y uno los entiende. Pero sin ser satélites ni prescindentes, los hombres del filme no son centrales. Son ellas (sin convertir el filme en un panegírico feminista) las que entretejen los hilos de la narración y las que buscan y las que detrás de cierto conformismo ocultan una elección y las que se niegan a creer que lo que hay es únicamente lo que hay. Y tienen razón.
No hay nada mejor que la familia unida La comedia de Victoria Galardi tiene una ironía y un humor negro capaces de provocar una sonrisa amarga. Hay una línea tenue, un punto preciso en el que la gracia pasa de la sonrisa a la risa franca. Un punto que no tiene una medida específica: no se trata de segundos ni de centímetros; mucho menos de onzas, yardas o galones. El punto es un momento, apenas y nada menos, en el que esa gracia se permite dejar de ser una sensación amable y contenida para volverse descarga. Cerro Bayo, segunda película de Victoria Galardi como directora y guionista, se permite pocas veces atravesar ese umbral y está bien que así sea. El abuso le quitaría lo mejor que tiene la película: la permanente sensación, amable y contenida, de la sonrisa. Porque Cerro Bayo es una comedia, sí, pero no de las que pretende atragantar al espectador con una metralla de situaciones, sino de las que construyen espacios y atmósferas que –también es cierto– no siempre darían gracia en la vida real, pero que Galardi se permite presentar en su ficción con ironía, más algo de humor negro y falsa inocencia. La acción transcurre en una villa turística de montaña, en el sur argentino, días antes del inicio de la temporada de invierno. Una familia del lugar se prepara para encarar esa apertura, que incluye una fiesta a la que todo el pueblo y los turistas planean acudir. Como cualquier familia, ésta tiene sus internas y cada uno de sus miembros, sus propios problemas que resolver. Juana, la abuela materna, parece soportar fríamente un peso que ya no le es grato cargar. Tras ocultar un paquete bajo la losa de la tumba de su marido, Juana (Adela Gleijer) sella las hendijas de las ventanas y la puerta de su habitación, corta la manguerita de goma que lleva el gas a la estufa y se sienta, tranquila, a esperar que la muerte suceda. Como todos sabrán, lo peor del suicidio es que el trauma lo cargan los que quedan vivos. ¿Seguro que Cerro Bayo es una comedia? Lo que ella no esperaba es que Marta (Adriana Barraza), su hija mayor, llegara a visitarla justo antes de que el suicidio se consume. Y Juana termina hospitalizada, en coma. La familia comenzará a girar a partir de allí en torno de esa Juana, que no murió pero que apenas si está viva. Eduardo, el marido de Marta (interpretado por Guillermo Arengo), deberá sumar la tarea de consolar a su angustiada esposa a su rutina diaria de atender con pocas ganas su estéril negocio inmobiliario, ocupación que le permite su único placer en la vida: fumar a escondidas. Inés y Lucas (Inés Efrón y Nahuel Pérez Biscayart) son los hijos de Marta y Eduardo. Ella quiere ser elegida Reina del Cerro, para que su cara esté durante el invierno en todos los carteles turísticos de la ciudad. Sin embargo, la preocupa cierto rictus que delata –ella está segura– que nunca ha tenido un orgasmo en su vida. El, skater y esquiador, intenta conseguir los euros que necesita para irse a Europa a participar de una competencia junto con un amigo. Demasiados euros. Desde Buenos Aires, llena de deudas y fracasos, llega Mercedes (graciosa, como siempre, Verónica Llinás), la hija menor de Juana, que hace años se fue del pueblo queriendo dejar ahí un desengaño que siempre la alcanza. El chisme de que Juana, al parecer una ludópata perdida, ganó en el casino una importante suma antes de intentar matarse, se convertirá en el centro sobre el cual las historias comenzarán a desarrollarse. Como la protagonista de su película anterior (Amorosa Soledad, codirigida con Martín Carranza), los personajes de Cerro Bayo cargan sus obsesiones con dificultad y que cada uno guarde un secreto que no quieren o no se animan a revelar, no les hace la vida más sencilla. La muerte, el dinero, la ambición, el sexo, el amor esquivo, son las máscaras detrás de las cuales ellos querrán esconderse para sentirse menos vulnerables. Sin embargo, algunos de esos elementos pueden ser una puerta de salida que quizá no todos lleguen a encontrar. Cerro Bayo –título que refiere a uno de los cerros a cuyos pies se levanta ese pueblito, que es nada menos que Villa La Angostura, en Neuquén, justo antes de que la ceniza volcánica convirtiera el lugar en zona de desastre– es una comedia cuyo acierto es contagiar una sonrisa amarga que pocas veces accede a cruzar ese límite hacia la risa y logra obtener del recurso todo ganancia posible. Galardi consigue un gran trabajo de todo el elenco, entre quienes Efrón y Biscayart (no iba a pasar mucho tiempo hasta que a alguien se le ocurriera hacerlos jugar de hermanos) vuelven a destacarse como dos de los más sólidos intérpretes jóvenes del cine argentino. Sí algo se le puede reprochar a Cerro Bayo son algunos giros de la trama que, por anunciados, terminan siendo previsibles. El resto es beneficio.
Temporada fría y baja en la visión del NCA Presentada hace unos meses en Pantalla Pinamar, varios colegas me recomendaron "Cerro Bayo". Para ser absolutamente sincero, me dijeron "si te gustó Los Marziano, de Ana Katz, esta es una historia con la misma perspectiva, pero en el sur". Elijo empezar mi crítica con esa frase porque después de leer el material de prensa y haber visto la película, es imposible rebatir el valor de esa frase. A ver, vamos a descomponerla para entender que se quiere decir con eso, pero es cierto que Victoria Galardi debuta en la dirección en solitario (ya hizo "Amorosa Soledad" junto Martín Carranza) con un film correcto, aunque demasiado frío, a tono con los helados paisajes de Villa La Angostura donde fue rodado. El Nuevo Cine Argentino elige despegarse de una tradición de costumbrismo y drama. Hay una preocupación en esta camada de jóvenes que encarnan el cambio por romper con los paradigmas originales que fundaron nuestra historia cinematográfica. En esa línea, vemos productos que observan familias disfuncionales y de las otras, con una mirada distante y curiosa, en la que no hay una preocupación por detonar los resortes emocionales a través de la estridencia de los diálogos, como siempre se hizo hasta fines de los 90. Todo es lento, pausado. Economía de recursos visuales, pocas líneas, muchas miradas. Otra mirada, una perspectiva distinta encarnada por nombres que vienen en ascenso y obteniendo logros en todo el mundo. "Cerro Bayo" cumple con todas estas premisas descriptas, por lo que si bien hay subcategorías dentro de esta corriente (no es lo mismo Daniel Burman, Israel Caetano que la ya nombrada Katz, o Celina Murga y Agustina Carri, por nombrar mis favoritos), es bueno saber que cuando entramos al cine, veremos algo no masivo y estéticamente singular. Lo primero que hay que decir, en el haber, es que Galardi filma con soltura y tiene clara la historia que pretende contar. Es una historia que ella escribió, inspirada en sucesos de su vida personal, y que retratara el espíritu de una comunidad en el sur, con sus particulares características. Ya sabemos, hay grandes distancias, paisajes bellos, atmósfera de pueblo pequeño, sueños de llegar a las grandes ciudades y escapar de la rutina. Por ahí pasa el marco en el que se apoya el relato, y es innegable que está bien construido. Para llevar adelante su proyecto, se nutrió de importantes actores que se hiceron carne en sus personajes, redondeando una película que además de tener claro que quiere decir, cuenta con los intérpretes justos para llevarlo adelante. "Cerro Bayo" arranca con gran naturalidad, una anciana mujer va preparando todo para su intento de suicidio. No sabemos porqué, pero la vemos decidida. A las pocas horas lo lleva a cabo y la tragedia se resuelve a medias, ya que no fallece y cae en un coma profundo. Su familia inmediata, su hija, el esposo y sus dos nietos se sorprenden (pero no mucho) de lo ocurrido, en general, dicen que era una mujer extraña y reservada la abuela. La actriz mexicana Adriana Barraza (Marta en los papeles) juega aquí a ser la sufriente hija cercana de la delicada enferma, quien ante la emergencia llama a su hermana en Buenos Aires para que viaje a asistirla. Así es como llegará vía aérea, Mercedes (Verónica Llinás). Ella arrastra una vida complicada, está sola, tiene muchas deudas y venirse a su tierra natal no era algo que hubiese preferido, pero sin embargo... le puede servir para conseguir algo de efectivo, cosa que necesita deseperadamente. Los dos hijos de Marta son dos chicos queribles y simpáticos, Inés (la increíble Efrón de "XXY") y Lucas (Nahuel Pérez Biscayart), quienes tienen proyectos personales que apuntar a salir del lugar donde viven. Cuando los días pasen y Mercedes se entere de que su madre había ganado en el casino de Bariloche una importante suma, comenzará a movilizar a todos para que la ayuden a dar con ese dinero. El vil metal comenzará a jugar en las relaciones y aparecerán, sutilmente, las razones que fueron delineando el cuadro de situación presente de aquella familia extendida. Todo se resolverá para bien, o para mal. No importa mucho. Lo que sí quiere Galardi es que miremos a través de sus ojos, las relaciones que se dan entre esos sujetos, sus sueños y aspiraciones, y la dura adversidad que soportan al vivir en un pubelo chico y tener que desarrollarse en él. En el debe, todo está prolijo y bien contado pero... La historia nunca logra interesar. Es tan chiquita, tan común... No hay emociones fuertes, conflictos que conmuevan, perfiles carismáticos que impacten a la audiencia. Nada de eso. No presenta para el espectador corriente, relatos individuales que atraigan. El NCA puede ganar festivales, pero pocas de sus películas llevarán gente a las salas si profundizan esta línea. Lo cual, si me preguntan, no me parece mal. En "Cerro Bayo", siento que hay una economía de recursos (seguramente pensada, no la veo casual) visuales y dramáticos llamativa. Por ejemplo, se habla mucho de la noche inauguración de la temporada alta en la montaña, pero no la vemos. No se nos presenta nada que altere el clima denso y minimalista que recorre el film. Todo es interiores, diálogos tranquilos, sonrisas evasivas, preguntas sin respuestas... No es que no haya emoción, (la hay, da fe el gran trabajo de Barraza, por ejemplo) sólo que las historias que se van tejiendo son tan simples que no revisten mucho interés y terminan por llevar el film a un letargo peligroso donde la película termina, y nos sentimos igual que al principio de la proyección. Nada pasó. Creo que a pesar de todo, "Cerro Bayo" es una buena película y hay que saludar el enorme esfuerzo de Galardi para contar una historia que la atravesó, venciendo todas las dificultades de producción. También creo que está muy bien actuada y tiene un guión estructurado en la mirada de la directora. El único problema es que lo que cuenta, no moviliza. No genera nada. Es demasiado... fría. Y eso fue lo que hizo que "Los Marziano" de Ana Katz no reventara la taquilla (aunque Francella garantizó que el film hiciera un número que se acerque al medio millón de espectadores), no es esta una escuela que la gente elija a la hora de ver cine. La gente prefiere otros temas y películas más directas, en cuanto al planteo. Ir entonces advertidos de que "Cerro Bayo" es exponente fiel de esta corriente. Con sus pros, y sus contras.
A pesar de la codicia y los deseos que los personajes dejan entrever a medida que avanza el relato, Cerro Bayo despliega sobre sus criaturas una mirada extrañada a la vez que desapasionada: no se trata de juzgarlos sino solamente de observarlos, de verlos cómo van de un lugar a otro, anhelan y traman para conseguir lo que quieren. El tono de la segunda película de Victoria Galardi (codirectora de Amorosa Soledad) está signado por la placidez: los conflictos aquejan a los protagonistas pero sus consecuencias nunca son lo suficientemente graves como para instalar el drama o la tragedia; incluso un intento de suicidio está contado con una frialdad llamativa. Es como si el clima del pueblito de Villa La Angostura y sus alrededores imprimiera en la puesta en escena una especie de calma inconmovible que determina el gesto contemplativo de la película. Quizás por eso es que las miserias de los personajes parecen tan pequeñas y tan poco importantes: la avaricia de Mercedes que, en medio de mentiras y acosada por deudas, vuelve de Buenos Aires al pueblo solo para ver qué puede llevarse de las pertenencias de su madre; la desesperación de Inés por tener un orgasmo para estar más relajada durante el concurso que decidirá qué chica es el rostro de la localidad de cara al público; la ansiedad de Lucas ante la proximidad de un viaje a Europa con un amigo, para el que no pudo juntar la plata necesaria (a lo que se le agrega la imposibilidad de pedirle ayuda a su papá); la costumbre de Eduardo (el padre) de quedar bien con todos incluso al costo de hacer negocios inmobiliarios no legales. Hay solamente dos personajes que se ubican por fuera de ese circuito de deseos y frustraciones: la abuela, de la que no se conocen los motivos que la llevan a tratar de suicidarse, y su hija Marta, verdadero sostén del hogar que conforman Eduardo, Inés y Lucas, al que momentáneamente viene a sumarse su hermana Mercedes. Si en Cerro Bayo existe algo parecido a una espiral de ambición, entonces Marta es el centro sobre el cual gravitan los demás personajes. Todos le piden cosas, incluso sin tener en cuenta la situación terrible por la que está pasando (su madre está en coma y los médicos no pueden asegurar que vaya a mejorar). Lo raro es que en ningún momento el guión erige a Marta como juez moral a partir del cual caerle a los otros con todo el peso de una moral: aunque su abuela continúe internada sin exhibir mejorías y su madre no pare de sufrir, Inés sigue preocupada por tener un orgasmo antes del día del concurso y le pide a su hermano que le alquile una porno. Ese momento, que cualquier otra película habría construido en términos de contraste, posiblemente buscando censurar los deseos personales de Inés y reenviando la atención a la abuela internada, en Cerro Bayo transcurre con total naturalidad, como si los dos hechos fueran inconexos, casi de mundos distintos. El guión de Galardi muestra un respeto notable hacia sus personajes: los problemas de cada uno valen por sí mismos y no en relación a los de los demás, entonces no hay una línea de conducta que rija a todos por igual sino que cada uno tiene que encontrar una manera ética de comportarse que satisfaga sus anhelos. El problema de Cerro Bayo aparece sobre el final y tiene que ver con la prolijidad narrativa con la que se suturan algunos conflictos, que hace pensar más en una película netamente clásica con moraleja que en un cine que pivotea entre un relato tradicional y un gesto contemporáneo. Se percibe en Inés: el final que se le depara tiene mucho de aprendizaje pero entendido como enseñanza y no como descubrimiento personal. Ella podrá conseguir lo que quiere tras fracasar estrepitosamente en su empresa, o sea, que es capaz de alcanzar la felicidad solamente después de no poder cumplir sus sueños. Hay una especie de lógica castigo-premio según la cual uno puede alcanzar un objetivo siempre y cuando lo intente de manera desinteresada, sin anteponer la ambición personal. Si bien la película no piensa ese final como una lección de forma explícita, sí hay un resto de prueba y error ético que es más bien propio del cine clásico que de una película que transita registros inciertos como Cerro Bayo. Por suerte, el desenlace de Inés, donde el guión pretende cristalizar al personaje y hacer más nítidos sus contornos, no termina por arruinar la hermosa ambigüedad con la que Galardi la presenta durante toda la película. Como en Amorosa soledad, Efrón repite un tono actoral anfibio, dispar, que siempre parece escaparse de un estilo interpretativo netamente tradicional. Su cuerpo entre añiñado y adolescente, la experiencia sexual incierta del personaje (tuvo relaciones pero nunca un orgasmo), sumado al lenguaje y el habla levemente extrañados de Efrón hacen de Inés una criatura increíblemente simpática y misteriosa que, podría suponerse, está poco preocupada por las moralejas.
A través de un film sencillo pero magistral, la guionista y directora Victoria Galardi demuestra, con tan sólo dos largometrajes en su haber, una categoría de cineasta nacional de primer nivel. Presentando un segundo film de su total autoría –su ópera prima, la notable Amorosa Soledad, estuvo codirigida- esta realizadora maneja con absoluta fluidez todos los elementos inherentes al lenguaje cinematográfico, redondeando con Cerro Bayo una pieza sin mayores pretensiones, salvo la de de lograr una estupenda e impecable narración. Ambientada en el sur turístico de nuestro país, en un pueblo anodino que vive de los visitantes, al pie del cerro que le da nombre al film y en vísperas de la temporada de esquí, la mujer más grande de una particular familia, decide suicidarse. A partir de allí, con la abuela internada y sin respuesta cerebral, un verdadero cisma familiar afectará decisivamente a ellos y a la comunidad. Este núcleo central engloba una serie de pequeñas historias que se siguen con gran deleite, combinando las mejores virtudes del cine de autor con toques de un cine más entrañable y acaso popular. Con algunas escenas antológicas, como el desfile de chicas aspirantes a princesa del pueblo o la firma de un contrato de venta de un terreno familiar, Cerro Bayo construye sin pausas una obra de excelencia, incluyendo un cierre en el que la emoción no está para nada ausente. Un andamiaje sostenido a la perfección por un elenco formidable, en el que hasta el más breve personaje aporta verosimilitud y creatividad.
Pago chico. Si una de las más documentadas obstinaciones del Nuevo Cine Argentino fue la de una aparente sensación de indolencia dramática que se sostenía como fuerza vital y programa ético, un lapsus orgulloso destinado a animar las trincheras desde las cuales se desautorizaba al antiguo régimen, no le fue a la saga la inconformidad violenta con la formas del relato previamente establecidas. La ciénaga podía empezar en cualquier lado, por ejemplo, o dar la sensación de que no empezaba nunca; o de que sus sintagmas se podían intercambiar, quitar o agregar sin que por ello se viera lesionada la cohesión temática subterránea de la película ni perdiera ferocidad alguna su asordinado espectáculo decadentista. Se puede poner en cuestión a Martel como cineasta pero resulta poco pertinente negar su adscripción a los modos de lo que conocemos como cine moderno: ese territorio que en la Argentina de hace dos décadas se reservaba al recuerdo de algunas expresiones aisladas de los años sesenta y que hoy, de nuevo, es percibido por sus simpatizantes como un regusto agrio de batalla perdida. Cerro Bayo parece pretender exhumar algunos de los gestos derrochados de esa modernidad, el trazo reconocible de una antiépica que se observa como desde otro planeta, siempre puntuada por cierta distancia ofrecida simultáneamente como reparo y retractación: aunque puedan de a ratos adquirir los contornos de ideas fijas –la chica que quiere ganar un concurso de belleza, el chico que quiere irse del país, la mujer obsesionada con el dinero y con el juego–, en el cine moderno argentino del que la película que nos ocupa es descendiente las desdichas se resisten a ser enunciadas, y más bien oscilan en el aire como una presunción luctuosa, una corriente de electricidad a la que se ven sometidos los personajes sin que atinen del todo a detectarla ni a resguardarse de ella lo suficiente. La directora pulsa una cuerda paradójica, indecisa entre un costumbrismo tamizado por la impronta impuesta por varios de aquellos ejemplares soberbios del NCA y la comedia indie americana más o menos reciente. El momento más evidente de la segunda variante es el que muestra una serie de planos en cámara lenta musicalizados con una canción del grupo de rock Beirut. Hasta esa instancia la película había desplegado sus escenas con bastante gracia y precisión, y la historia de sus personajes atrapados en un pueblo parecía armarse delante de los ojos del espectador mediante retazos, fragmentos de un universo al que solo se puede acceder de manera fatalmente incompleta. Pero la secuencia mencionada, que se ubica pasadas tres cuartas partes de la película, aparenta querer agregarle un cierto lustre, una especie de alarde que no encuentra ninguna justificación dramática (es un momento que no define nada acerca de los personajes, ni sobre ellos mismos ni respecto de su relación con los demás) y que parece un intento por conectar con algunas formas precisas y legitimadas de contemporaneidad. El matiz capciosamente exhibicionista de la escena señala de algún modo con dedo acusatorio el talante demasiado controlado del conjunto, así como pone en evidencia el precio astral que Galardi paga por permanecer en los límites de un realismo un poco pusilánime. La directora se muestra firme cuando se trata de sostener el tono de las escenas, casi siempre ajustado y lacónico, y es capaz de sortear con alguna elegancia, mediante un sensible manejo de los actores, la tontería indecible de ciertos diálogos –como el de la chica contándole a su hermano porqué necesita tener un orgasmo. Pero la película no consigue una estampa vívida de sus criaturas, obligadas a vagar en el vacío de su pago chico, impúdicamente replegadas sobre el rumor solipsista de sus taras y miserias sin conseguir tocar al espectador para que de verdad se interese por ellos.
Las nieves del tiempo... Si hay algo complicado en el cine, sobre todo en lo que compete al armado de un guión, son las historias corales. No es tarea fácil lograr que todas las historias que se presentan jueguen un delicado equilibrio y que alguna de ellas deje relegada a las demás en un segundo plano. "Cerro Bayo" de la mano de su directora, Victoria Galardi, parece haber entendido ese secreto a la perfección, haciendo que cada uno de los personajes tenga su momento de lucimiento, su funcionalidad indispensable para la trama y su razón de ser en el relato. Todo se desencadena cuando Juana (Adela Gleijer), la matriarca de una tradicional familia de una pequeña ciudad turística patagónica, intenta suicidarse. Su hija Marta (Adriana Barraza, la mexicana que ha cumplido un elogioso trabajo en "Babel") llega a su casa y la encuentra prácticamente muerta. La internan rápidamente pero los daños cerebrales ya son irreversibles y por lo tanto, deberá permanecer internada hasta tanto los médicos puedan revertir el coma en el que se encuentra. Cada uno de los personajes de esta familia se verán indiscutiblemente alterados por la noticia y por el devenir de los hechos. El panorama se completa con la llegada de Mercedes, la hermana que vive en Buenos Aires (brillante composición de Verónica Llinás) y que hace siete años que no visitaba a su familia. Antigua reina de un concurso de belleza del Cerro Bayo, Mercedes se vinculará con su sobrina Inés desde ese lugar, ya que ella es aspirante a reina en el presente certámen. Inés (Inés Efron) tiene una mirada particular, aniñada y supone que aquellas participantes que tienen una vida sexual activa y han tenido orgasmos, se ven más relajadas, más espontáneas y por lo tanto son más agraciadas a la vista del jurado. Su objetivo será entonces tener un orgasmo antes del día de la competencia. Completan el panorama Lucas (Nahuel Perez Biscayart), el hijo mayor de Marta y hermano de Inés, quien trabaja como instructor de snowboard del Cerro y sueña con irse a Europa a trabajar en la nieve junto con un amigo que le propone esa aventura y Eduardo (Guillermo Arengo), marido de Marta quien se desempeña en el rubro inmobiliario y justamente recibirá la oferta para la compra de un lote por parte de inversores europeos que es propiedad de Juana y debe decidirse la venta, mientras ellas permanece en coma. Como es tan cierto eso de "pueblo chico, infierno grande", la trama se hace más interesante aún cuando comienza a correr un rumor que inquieta de una manera u otra al equilibrio familiar. ¿Es sólo un rumor o Juana realmente ha ganado un dinero importante en el Casino un par de noches antes del episodio de intento de suicidio? Con todos estos elementos Victoria Galardi construye un universo de historias finamente hilvanadas, con un manejo preciso de las situaciones que se desarrollan en torno al quiebre que se produce en los vinculos familiares ante la enfermedad de un ser querido, o empezar a lidiar con la posibilidad de la muerte. La directora combina el entramado familiar con los toques que se le pueden dar a la historia al estar ambientada en el ámbito de un pueblo pequeño con códigos completamente opuestos a los de la gran ciudad. Celos, viejos amores que regresan, el dinero "ensuciando" y pervirtiendo o mostrando lo peor de cada uno se hace presente, la vida de pueblo con sus toques enormemente pintorescos (la anécdota del tapado para la fiesta de inauguración es un toque delicioso) y los lazos familiares, se encuentran retratados con diálogos inteligentes, sutiles, reales, que nos permiten rápidamente tomar contacto con este grupo de personajes tan queribles y formar parte de la trama involuntariamente. Galardi cuenta con un elenco compacto, sin fisuras, cada uno dotando a su personaje del tono preciso y la cadencia perfecta. Quizás sólo pueda objetarse que el de Adriana Barraza se encuentre particularmente "forzado" en algunos tramos para cumplir con el phisique du rol y el acento argentino. Guillermo Arengo, Nahuel Perez Biscayart y sobre todo Inés Efrrón aciertan en la composición de sus personajes cada uno de ellos en su cuerda y en su estilo. El toque de humor pueblerino recae en el personaje de Eugenia Alonso (a quien el año pasado vimos como la mujer de Spregelburd en "El hombre de al lado") dando vida a una criatura tan sutilmente caricaturesca como querible. Pero un capítulo aparte mercede la arrolladora Mercedes a cargo de Verónica Llinás. Un personaje plagado de ironías, dispara certeramente las líneas de diálogo con el timing exacto y oficia quizás como una delicada ligazón entre todos los personajes. Frontal, vulnerable, valiente, impiadosa, destrozada, necesitada, en cada una de esas máscaras Verónica Llinás se detiene y brilla tan cómoda en una cuerda más dramática como histriónicamente acertada en el tono de comedia. No hay paisaje más increiblemente bello que el de Villa La Angostura para servir de marco a esta historia coral. "Cerro Bayo" es de esas pequeñas películas que se guardan por mucho tiempo en el corazón, esas pequeñas sorpresas que aparecen muy esporádicamente en la cartelera y que uno sigue ahi, en la butaca, absorto del placer de descubrirlas.
Todo transcurre en una apacible villa turística al pie del centro de esquí de Cerro Bayo, en la provincia de Neuquén. Pero podría haber sucedido en cualquier familia clase media del país, cuando la cercanía de la muerte de uno de sus integrantes desata lo mejor y lo peor de cada uno de los integrantes del núcleo familiar. Empiezan los encuentros y los desencuentros, y la película plantea vidas grises que quieren tomar color a partir de una herencia. Un mundo de fracturas dentro de una familia ambientada en paisajes formidables . Es buena la actuación de los protagonistas y esta vida gris es acompañada por la casi ausencia de banda sonora del filme. Una película para objetivar situaciones cotidianas pero lejos está en su intención convertirse en el disfrute de un sábado a la noche, sino mas bien una invitación para la reflexión.
Historias Mínimas Se sabe que las familias no se elijen, es lo que a uno le toca para bien o para mal. Que ante una situación límite -el intento de suicidio de la abuela-, esta se reúna, las cosas se alteren y comiencen a surgir los lados más oscuros de algunos integrantes. Familia integrada a un paisaje notable -mérito fundamental de la fotografía de Julián Ledesma-, que parece insertar esta postal agreste, bella, única, que la directora Victoria Galardi sabe aprovechar bien en un guión suyo que dispara entre otras cosas: la búsqueda de una suma de dinero ganada por la abuela en el casino, la venta de tierras por izquierda antes que la vieja espiche, la nieta que le interesa saber cuan bella la ven los demás y conseguir un orgasmo, el hermanito que quiere rajarse a Europa, la tía que odia regresar a ese sitio, etc. Con correctas actuaciones de un elenco homogéneo, y sin saber bien que modifica haber puesto en el elenco a la mejicana Adriana Barraza -la ganadora del Oscar en "Babel" de González Iñarritu-, ya que está doblada y no le hacía a la historia, y seguro va la cosa por el tema de coproducción, y posibilitar la venta al exterior, es una historia mínima sin demasiadas pretensiones, que encima deja un final con gusto a poco. Un crítico porteño habla de la mejor peli del año de origen nacional...no será mucho?