La película que no fue Tres amigos que no tienen dinero y desean darle un cambio a sus vidas, deciden pegar el gran salto realizando una película. Estos tres personajes, con una idea tan absurda como improbable, se meten en situaciones imposibles aun para un guión de comedia absurda. No es la falta de realismo el problema, sino la falta de convicción para que todo el disparate tenga algún tipo de sentido, aun dentro de las propias reglas del film. Es que estos tres amigos, con ideas que rozan la subnormalidad, ejecutan su plan no por amor al cine, sino por plata. Una película de cine dentro del cine, donde los protagonistas no tienen una motivación noble o convierten en algún momento sus intenciones espurias en algo más noble, sin duda tiene problemas. No hay manera de sentir simpatía por ellos, en particular por uno de ellos, que de tan desagradable, difícilmente pueda convertirse en héroe o protagonista de una comedia. No estamos hablando de los actores, sino de los personajes. Con unos diálogos sin chispa, con una torpeza que suena a improvisada aunque no lo sea, la comedia se desperdicia escena tras escena. Un espectador con un poco de cultura cinéfila, puede ver los chistes que desaprovechados en toda la película. La idea que tienen estos tres jóvenes es contratar a Ricardo Darín para que protagonice la película y les asegure el éxito. Recordemos que son solo tres personas con una cámara VHS las que se hacen pasar por un equipo de rodaje y que Darín, confundiendo a uno de ellos con el hijo de un amigo, les hace favor de participar de lo que se supone es un corto de estudiantes. Pero es un largo y sin ningún otro actor a la vista, solo la promesa de una joven actriz que es moza de un bar. Darín acepta el voluminoso guión sin dudar. ¿Nadie vio en el proceso de Delirium que nada cerraba ni tenía el más mínimo sentido? La película estaba llena de posibilidades, no hay duda, pero para eso se debían haber tomado otros caminos. Hay muchas películas que pueden venir a la memoria para ayudarse a pensar un mejor destino. Desde Mel Brooks a Frank Oz, pasando por algunos momentos de Ed Wood de Tim Burton, hay muchas comedias capaces de dar pistas para saber que las posibilidades eran muchas. Quien vea Delirium (el éxito de Relatos salvajes podría hacer que el milagro Darín le consiga algunos espectadores por error) se encontrará con actuaciones muy flojas, cercanas a lo no profesional. Con ideas confusas acerca del cine, lo que es grave. Con un desaprovechamiento del material –salvo cuando apuesta al humor negro- que irrita. Delirium logra que Ricardo Darín no logre actuar bien, que no le salga el papel de Ricardo Darín, lo que ya es mucho decir. Un manto de piedad para los tres protagonistas, que no parecen estar actuando para cine, directamente. Los únicos que se salvan, irónicamente, son los periodistas que hacen cameos en la película. Y la sorpresa del final (no la de la cadena nacional, que también falla) donde por última vez nos encontramos con la película que no fue. Los títulos de cierre tienen –en la música y el diseño- una energía y una fuerza que ni un solo instante de la película consigue.
¿Quieres ser Ricardo Darín? La idea original era buena (o al menos ingeniosa): el recurso del cine dentro del cine en tono paródico (en la línea de ¿Quieres ser John Malkovich?, de Spike Jonze), un falso documental con la participación de reconocidas figuras de los medios (Susana Giménez, Diego Torres, Mónica Gutiérrez, Guillermo Andino, Germán Paoloski, Facundo Pastor, Juan Miceli, Cecilia Laratro, Sergio Lapegüe, Catalina Dlugi, Débora Pérez Volpin y Julio Bazán); y, sobre todo, la presencia de Ricardo Darín haciendo (y burlándose) de sí mismo. Pero, más allá de los guiños cómplices, de los buenos elementos para el marketing, esta ópera prima de Carlos Kaimakamian Carrau (uno de los primeros egresados de la FUC) nunca toma altura. Es cierto que en su vuelo rasante mantiene un espíritu lúdico y desprejuiciado que se agradece, pero el film nunca funciona más allá de una medianía bastante pobretona, una acumulación de chistes y diálogos que generan una media sonrisa, pero jamás una carcajada. El film arranca con tres antihéroes que bien podrían ser los de cualquier comedia indie (norte)americana del subgénero freaks/slackers/losers: tres amigos se reúnen en un bar para divagar entre cerveza y cerveza sobre la vida y lo mal que les va (cuando no están desempleados trabajan atendiendo un kiosco, repartiendo volantes o mangueando plata en un colectivo). Allí están Martín (Ramiro Archain), el “colgado”, el tímido patológico, el fan de Tolkien; Mariano (Emiliano Carrazzone), el “zarpado”, el mujeriego; y Federico (Miguel Di Lemme), el responsable, el centrado, en verdad un tipo común y corriente pero que al lado de los otros dos parece un genio. El trío empieza a fantasear sobre cómo salir de la malaria y, a los pocos días, a Federico se le ocurre “la” idea: filmar una película de bajo presupuesto para recaudar mucho dinero ¿Con quién? Con Ricardo Darín, claro, que viene de hacer Taiko, una coproducción con Japón vista por 3.750.000 espectadores (más que Relatos salvajes, je). La cuestión es que Darín confunde a Federico con el hijo de un conocido suyo y se suma a lo que cree será un cortometraje para una escuela de cine. Los tres patéticos protagonistas leen el libro Sos Spielberg en 10 lecciones porque no tienen la menor idea de cómo filmar una película (Ed Wood sería Martin Scorsese en la comparación) y allí empezarán los enredos y hasta las derivaciones policiales. La película apuesta, por supuesto, al absurdo, pero ese tipo de comedia extrema y negrísima le queda siempre muy grande, demasiado incómoda, a la propuesta. Hay, por ejemplo, una larga secuencia en el INNCA (Instituto Nacional del Nuevo Cine Argentino), donde buscan apoyo para una ópera prima, pero el chiste (como otros) se agota a los pocos segundos y el resto es puro desperdicio. Delirium funciona mejor en el papel que en la pantalla. Hay ideas, hay búsquedas, pero el resultado no es particularmente gracioso ni inspirado. No es una mala película e incluso hay algunos pasajes simpáticos y bastante entretenidos, pero se trata de un film menor con una figura mayor (un Darín con suficiente cancha como para zafar) de nuestra industria. En este sentido, habrá que ver si su sola presencia y un amplio lanzamiento a cargo de una representante local de las majors de Hollywood (UIP) alcanzan para conseguir otra vez un éxito masivo. Así, el sueño del pibe (o de los pibes) en la ficción se haría así realidad.
Por mucho que se quiera sostener una idea disparadora, el cine, muchas veces juega en contra de algunas realizaciones. En algunos recientes filmes nacionales un tema es la punta de lanza para intentar sostener algo mucho más extenso que un cortometraje y allí es cuando esa misma idea disparadora se licua y se desvanece. Con "Delirium"(Argentina, 2014) a Carlos Kaimakamian Carrau hay que reconocerle las ganas de generar algo diferente, mucho mas cercano a la nueva comedia americana ("This is the end" como ejemplo máximo) pero tan alejado a nuestra idiosincrasia que termina sesgando el mismo producto que intento construir. Tres amigos, estereotipados, como el nerd, Martin (Ramiro Archain), el responsable, Federico (Miguel Di Lemme) y Mariano (Emiliano Carrazzone) el mujeriego y deshonesto, quieren terminar con sus rutinas e intentan buscar un negocio que los saque de la ruina. Luego de dar muchas vueltas piensan que la mejor salida es filmar una película de bajo presupuesto y logran despertar el interés para protagonizarla, por equivocación claro, a Ricardo Darín. A partir de allí una serie de hechos desafortunados terminaran por complicar todo y llevaran a los tres amigos a una confusión que terminará como cuestión de estado. “Delirium” toma el ridículo de la tradicional comedia delirante (piensen en “Mujeres Amazonas en la Luna”, o más cercana en el tiempo las sagas de los hermanos Wyans) algunos puntos pero no logra terminar de cuajar del todo con la idea. La intención de Kaimakamian Carrau es clara, poder mostrar a Darín en una veta que hasta ahora en el cine no se ha visto, la del "bardero" y "rápido" contestador, y eso es justamente lo mas entretenido del filme, con algunas intervenciones del actor riéndose de si mismo y participando así involuntariamente de una agenda mediática cargada de nada (con todos los noticieros a disposición de “Delirium”) y que del entertainment nutre sus ininterrumpidas transmisiones maratónicas. La falta de ritmo y dinamismo, como también una edición vertiginosa que acompañe la acción es justamente la principal falencia del filme, que se queda en el el intentar ser "innovador" contando la "original" idea de una manera vieja. Apartado especial para la reutilización de imágenes de sucesos históricos lamentables (corralito, saqueos, etc.) para la contextualización de la historia. Una decisión poco feliz dentro de un panorama que ya venia complicado. Darín es Darín y se lo apoya por haber aceptado correrse de un lugar de confort, al igual que el cameo de Susana Giménez como la Presidenta, ofreciendo un discurso una vez mas desalentador. “Delirium” podría haber sido una fiesta, pero termina siendo la resaca del ultimo invitado a quien nadie quiere acompañar a salir del salón. Fallida.
Si vieron el tráiler de “Delirium”, saben que la idea era a priori, genial. Es más, parte de un supuesto generado por las cuantiosas cifras que recauda cualquier película que protagonice Ricardo Darín (excepto la española “Una pistola en cada mano”, de Cesc Gay en la que tenía un rol secundario, en el resto, el hombre es garantía de éxito y ya sabemos que nunca baja del millón de espectadores en cada film). ¿No es entonces un lugar común fantasear que con Darín en el line-up cualquier proyecto (incluso el más delirante) facturaría en forma? El eje de la trama es la de tres amigos, un poco perdidos en la vida que buscan pasar al frente haciendo dinero fácil. Y nada mejor que intentar un camino rápido, conseguir al actor más importante de la escena local y ponerlo a trabajar con la idea de hacerse ricos de la noche a la mañana. Martin (Ramiro Archain), Federico (Miguel Di Lemme) y Mariano (Emiliano Carrazzone), cranean un plan que funciona de inmediato, porque Darín cree que uno de ellos es hijo de un conocido de hace tiempo. Entonces accede a rodar un corto creyendo que es para una escuela de cine. “Delirium” arranca como un tanque, se lleva todo a su paso. Durante la aguda primera hora, hace del desparpajo, un lugar donde nos sentimos cómodos y disfrutamos con los gags físicos e ingeniosos (la entrevista para buscar fondos en la entidad oficial que otorga subsidios es buena de verdad). Entra Ricardo, y ya sabemos, se mete al espectador en el bolsillo más chiquito del saco. Y el menú ya está servido. Pero es ahí donde comienza el problema de Carlos Kaimakamian Carrau, el hombre detrás de las cámaras. Todo está listo y viene bien (los cameos de los periodistas marcan una línea interesante)… pero… se detiene el motor inexplicablemente y “Delirium” comienza a perder el rumbo. Falta sustancia cuando comienza el rodaje del falso corto y lo que se despliega después, no tiene la calidad del principio. Ahonda en lugares comunes y su humor se va desvaneciendo, sin sorpresas hasta el final. A pesar de los esfuerzos del gran actor argentino, dejamos de sentirnos cómodos y entretenidos. Pero cuidado, como producto original, transgresor, “Delirium” es un intento a tener en cuenta. Tiene un inicio brillante pero el resto del metraje no logra sostener la premisa y se queda corto con lo que propone, como si faltaran ideas y vueltas de tuerca para mantener la locura propuesta. Sin embargo, es un exponente de un cine que comienza a perfilarse en busca de un público propio y esa búsqueda debe respetarse. A barajar y dar de nuevo, con o sin Ricardo, por supuesto.
La conmoción de los necios. La ópera prima de Carlos Kaimakamian Carrau, Delirium, es una comedia sobre Mariano, Federico y Martín, un grupo de amigos semi ocupados que deciden intentar montar algún proyecto, sin estar muy seguros sobre qué, para volverse millonarios. En 2 series de epifanías televisivas, Federico ve que la oportunidad está en realizar un film de bajo presupuesto que recaude millones y que para esto necesitan a un actor consagrado como Ricardo Darín. Con esta idea logra convencer al apático Martín y a un hiperactivo Federico. En una serie de enredos delirantes logran conseguir que Darín los ayude con la película y un accidente inesperado cambiará el desarrollo del proyecto cinematográfico. Esto los llevará a cometer varias locuras que conducirán a la trama hacia un escándalo nacional e internacional de proporciones inusitadas. Con actuaciones muy pobres que emulan la apatía juvenil argentina actual y a pesar de un guión delirante que busca sorprender a partir del sinsentido y la comicidad satírica, Delirium cae en el facilismo de jugar sin rumbo para que ver cuál es el resultado. A pesar de tener una idea encomiable e interesante y de apostar por la auto referencialidad y la denuncia para con la falta de buenas ideas en el cine argentino, la película de Carrau falla en su propia búsqueda del delirio cayendo en una serie de gags anodinos y veniales que refuerzan la fatuidad de la propuesta. La introducción de personajes famosos como actores de reparto, como Susana Giménez en el rol de presidente, Catalina Dlugi como sí misma y diversos conductores de noticieros sensacionalistas, tiran aún más abajo la idea de la película al dedicar demasiado tiempo a escenas sin valor argumental con el fin de construir una parodia que solo logra divertir parcialmente en su banalidad. La alusión a la crisis de los años 2001 y 2002, en tanto parodia de la imagen de crisis permanente argentina, tampoco logra conmocionar y todo termina como comenzó: en un intento fallido de entretener de forma delirante pero sin directrices para llevar a cabo la propuesta, en una emulación de la impericia de los propios protagonistas por llevar a cabo su propia ópera prima. La película pierde de vista, entre varias cosas, la necesidad de encontrar la empatía no solo en el desarrollo de una buena idea sino en la verdadera pérdida del control a partir de la interpelación al espectador en tanto sujeto y no sólo como consumidor televisivo.
Delirium es una divertida, aunque algo errática, sátira sobre los medios y la sociedad. Federico necesita plata. Su trabajo en el kiosko no va para ningún lado. De repente cree descubrir la solución a todos sus problemas: filmar una película por poco dinero con la ayuda de sus amigos Mariano y Martín, y recaudar millones. Para eso contarán con la ayuda de Ricardo Darín, quien confunde a Federico con el hijo cineasta de un amigo y se suma al rodaje como un favor. Delirium Argentinum En la linea de lo que fue la genial Bowfinger, Delirium busca indagar en que sucedería si tres amigos sin ningún tipo de conocimiento sobre como filmar una película, tuvieran a su disposición a un actor de la talla de Ricardo Darín. Aunque con algo más de acidez y crítica social, el film no termina estando a la altura su delirante concepto, pero eso no significa que el resultado final no haya sido, por lo menos, divertido. Por si hay algún desprevenido leyendo esto, creo que sería justo aclarar que la película no está protagonizada por Ricardo Darín, pero si tiene una importante participación. Quienes sí protagonizan Delirium son Miguel Di Lemme, Ramiro Archain y Emiliano Carrazzone. El trío protagónico es sin dudas un interesante descubrimiento por parte del director Carlos Kaimakamian Carrau y compañía, ya que a fuerza de simpatía y buena química hacen que el relato, incluso en sus momentos más ridículos, sea siempre creíble. No hay mucho más que podamos decir de Darín a esta altura, un hombre que incluso en proyectos cuestionables (no es que sea este el caso), siempre es un placer de ver. En esta oportunidad su interpretación es sin dudas interesante ya que encarna a una versión muy divertida de si mismo y en un género como la comedia, esta vez en su estado más puro. Pero aunque a nivel interpretativo la película cumple, no podemos decir lo mismo de su guión. Da la sensación que toda la historia fue construida al rededor de su divertido concepto. Esto se termina notando en los momentos en que Ricardo Darín está en pantalla, ya que es exclusivamente ahí mismo cuando Delirium funciona, y lo hace de gran manera. Los mayores problemas llegan durante el tercer acto que comienza cuando, tal como anuncia el trailer, Darín desaparece. Allí la película hace honor a su título y se vuelve un completo delirio mostrando la situación de un país acongojado por la desaparición de su máximo idolo. Las coberturas de la TV son ridículas y hasta la presidenta Susana Gimenez da unas palabras. El dilema aquí es que, aunque divertido de ver, hacen que la película se estanque. La historia pareciera ir hacia ningún lado y si bien vemos las repercusiones por lo sucedido, nunca obtenemos una resolución a la historia y la sátira termina quedando algo desdibujada. Conclusión Con un Ricardo Darín desopilante y como pocas veces vimos, Delirium termina siendo una aceptable comedia que, si bien podría haber funcionado mejor, logra sacarnos una buena cantidad de carcajas.
Demente camino al éxito Lo primero que posiblemente atrape la atención del público respecto de este film es la presencia de Ricardo Darín. Obviamente que su participación es esencial, pero él no es el protagonista. Quizás saber el motivo de su presencia es aún más interesante: Darín se convierte aquí en un personaje de sí mismo. La película ya tiene suficiente con este motivo, sin embargo es mucho más que eso. Delirium (2014) es una idea original, bien contada, actuada y escrita. Federico (Miguel Di Lemme), Mariano (Emiliano Carrazzone) y Martín (Ramiro Archain) son tres amigos treintañeros que se encuentran un poco perdidos respecto de qué hacer con su vida. Pero lo que más los preocupa es de qué manera hacer una abultada fortuna con poca inversión. En el medio de la lluvia de ideas, y a pesar de su inexperiencia en el tema, Federico propone realizar una película y llamar nada menos que a Ricardo Darín para protagonizarla. Una mezcla de buena suerte y malos entendidos logran que Darín se sume a este delirante proyecto. A pesar de caer en recursos un tanto descabellados y, como bien dice el título, delirantes, Delirium tiene una particularidad que es difícil de encontrar en otros films: la argentinidad, y, más precisamente, el porteñismo. Las referencias al mundo local hacen funcionar de una manera muy efectiva al film y a la comedia en general, pues para que estas se activen el espectador debe conocer esa realidad con la que constantemente dialogan y lo hace cómplice instantáneamente. Además de los guiños con la presencia de otros famosos, se produce otro gran acierto a partir de un hecho trascendente: la referencia a los medios de comunicación actuales y la incidencia que estos tienen en la construcción de la realidad. Aunque apenas se esboce esta idea y esté exacerbada para lograr la comedia, tampoco el mensaje que propone se aleja tanto del funcionamiento actual de estos medios. Quizás las escenas más logradas sean justamente aquellas donde aparece Ricardo Darín en el rodaje de este largometraje disparatado. Estos momentos recuerdan al film Ed Wood (1994) de Tim Burton, pues la manera en que filman y producen es extremadamente bizarra y, ante todo, barata. Casi sin quererlo Delirium apela al imaginario popular sobre la cinematografía nacional para hacer reír al público: el juego con la imagen de Ricardo Darín como el ícono de la fama y la popularidad que es la llave para el éxito es sólo una de los tópicos. La película acude mucho más a lo absurdo que a la verosimilitud y desde ahí debe leerse casi todo el film. Desde este registro, ciertos diálogos o situaciones no logran ser efectivos, pero son los menos, porque una vez que el espectador entra al mundo de estos tres (o cuatro) dementes seguro se olvidará rápidamente de la cordura y se entregará al delirio.
Darín, el salvador Tres chicos sin demasiada suerte intentan cambiar sus vidas cuando deciden realizar una pelìcula que tenga como protagonista nada menos que a Ricardo Darín. Delirium, producto bizarro y menos divertido de lo que se pensaba, sigue la rutina de Federico en el kiosco para el que trabaja y los intentos de convencer a sus amigos para hacer la película con la estrella. El film de Carlos Kaimakamian Carrau se sostiene al principio por un malentendido (Darín confunde a Sebastián con el hijo de un amigo y acepta trabajar para ellos en la película para la escuela de cine); la mirada autoreferencial y delirante que parte de un "imposible", y se vuelve en contra con el correr de los minutos. En ese sentido, Delirium echa una mirada burlona con la reunión entre el trío (papeles a cargo de Miguel Di Lemme, Ramiro Achain y Emiliano Carrazzone) y su estrella en el bar; la llegada al Instituto de Cine como si fuese una película de suspenso; los problemas que atraviesan con Darín durante el rodaje y un hecho que cambia el rumbo de los acontecimientos y cobra estado pùblico. En realidad se esperaba más por la expectativa que generó el trailer y por la presencia del actor de El secreto de sus ojos en esta pelìcula que incluye cameos de Catalina Dlugi, Sergio Lapegüe, Germán Paoloski, Guillermo Andino, Mónica Gutierrez, Facundo Pastor y Susana Giménez, entre otros, y se guarda una sorpresa para la escena final.
Muy bien aplicado el título de esta película porque verdaderamente es un delirio. Uno con aciertos pero con demasiados errores. Es difícil juzgar al film diciendo si es bueno o malo porque todo lo copado y gracioso que tiene es cuando se encuentra en escena Ricardo Darín, y si él no está no funciona nada. Ahora bien, estamos hablando de una película que gira en torno a su “personaje” y que sin él no existiría. Por lo tanto no sé si tal premisa es correcta o corresponde. Lo que si sé es que luego de los geniales primeros 10 minutos cuando se plantea todo el delirio, el espectador se encuentra dentro de una nebulosa que no sabe para donde va. Prima lo ridículo e inverosímil pero tomado de una forma que no hace gracia y que se siente que se dejaron de lado buenos recursos y oportunidades. Las actuaciones no son buenas (sacando a Darín obviamente). Esto no quiere decir que Miguel Di Lemme, Ramiro Archain y Emiliano Carrazzone sean malos actores sino que sus papeles -y química- están forzados para encajar dentro de una historia que da la sensación que se le fue de las manos al guionista/director Carlos Kaimakamian, tal cual les ocurre a sus personajes en la ficción. Sin embargo, vale aclarar que el realizador fue muy ocurrente en parodiar al INCAA (o INNCA como aparece en el film) así como también incorporar pequeños detalles que identificarán aquellos que hayan pisado un set o se hayan embarcado en la aventura que es hacer una película. Los cameos de los periodistas de noticieros famosos están muy bien y un dato no menor es que hay de todos los canales y noticieros, algo muy raro dada la coyuntura actual. ¿Susana Gimenez como la Presidenta? Pierde toda la gracia porque lo queman en el trailer. Delirium en un conjunto de promesas que luego no se cumplen y que solo se sostiene por la grandeza del gran actor argentino, que en esta oportunidad da la sensación de que aceptó el desafío para probar la llegada y los límites del “fenómeno Darín”.
Trillada y banal Ya hay una rica y encomiable tradición de lo que hace unos años conocimos inicialmente como "nueva comedia americana". Ha circulado bastante en el mercado local: jóvenes de clase media urbana cuya relación con el cine es más bien ocasional, orientada al ocio, cinéfilos avezados e incluso la crítica de rigurosos medios especializados son parte de su audiencia permanente. Llegan de cuando en cuando -a las salas o directo a DVD- para el que sabe estar atento. Sin embargo, el cine argentino no ha producido todavía ningún eco del todo feliz a partir de esa relación. Delirium se piensa a sí misma como comedia contemporánea, pero apuesta en primer grado al golpe de efecto de la curiosidad: la estrella más convocante de la industria nacional, el símbolo del cine taquillero y celebrado internacionalmente por la prensa masiva, embarcado en un proyecto chiquito, casi artesanal -casi, porque es un film financiado por el Incaa-. Eso y una serie de fugaces apariciones de personajes de la TV, universo con el que la película tiene afinidades más evidentes. El punto de partida es banal: tres amigos que pretenden hacerse millonarios filmando una película con Ricardo Darín, aunque nunca antes han visto de cerca una cámara. No hay mucho más que eso en el argumento del film: Darín y el trío mantienen el insostenible equívoco por apelación de un guión que no se impone el respeto al verosímil ni la evolución como fórmulas. Obviamente, una comedia de este tipo admite el disparate. El verosímil en este caso equivaldría simplemente a que la historia funcione dentro de su propia lógica, así sea del todo exótica. Pero en Delirium todo parece sostenido por alfileres y luce desteñido e inconexo. La película es una sucesión de gags poco imaginativos, plagados de lugares comunes -sobre la amistad, el sexo, el progreso económico-, actuados y resueltos dramáticamente con la liviandad que es moneda corriente en la televisión de alto rating, esa completamente destinada a lo que hoy se conoce con buen nivel de consenso como entretenimiento y que navega con el flotador de la pauta publicitaria. Las provocaciones del film son leves (aun en su viraje al humor negro), los chistes, más bien chatos, y la energía colocada en la generación de situaciones originales, prácticamente nula. No hay inventiva, mordacidad u osadía en esta película, pero aún así una major se asoció en su distribución, confiando con obstinación en eso mismo que la ficción propone y subraya nominalmente como delirante.
Con Darín no alcanza Tres amigos como salidos de un aviso de cerveza tratan de encontrar la forma de romper con la rutina y salir de pobres, encontrar un filón para ganar dinero. A uno de ellos se le ocurre hacer algo que nunca había hecho: filmar una película. Sin la más mínima noción sobre cine se convence de que basta con tener a un protagonista capaz de convocar público, y para eso se propone contactar nada menos que a Ricardo Darín. Película dentro de película, tanto la de la ficción como la real comparten la misma estrategia, contar con Darín para atraer audiencia. La propuesta es pobre en cuanto a guión y actuaciones, solo causa gracia ver a Darín -un copado, sin dudas- jugando con su popularidad, aceptando el juego. El resto, el viejo recurso del cameo de famosillos que tiene como frutilla de la torta el de Susana Giménez. No son pocos los grandes guionistas que enseñan a construir el chiste partiendo desde el remate. Si está el remate, está casi todo. Acá el remate es fallido, y para peor el director decide usar imágenes de un pasado muy cercano de la tragedia argentina, imágenes que para servir como sátira deben ser tratadas por manos expertas, lo cual -claramente- no es el caso.
Una disparatada opera prima La historia, una opera prima, es alrededor de tres amigos, MartÃn, Mariano y Federico, que se encuentran como todos los amigos en bares para pasar el tiempo y hablar de sus aventuras y desventuras cotidianas, sus problemas laborales y la necesidad de ganar dinero y salir de esta situación. Atender un kiosco y otros trabajos esporádicos son las magras opciones que se les presentan. Hasta que un dÃa a Federico, quien suele aportar alguna idea que puede caminar, se le ocurre una manera de ganar dinero fácilmente. Se trata de hacer una pelÃcula con poco capital y una figura importante para que todo el mundo vaya a verla (no se puede creer que elija esta modalidad por parecerle bastante fácil de realizar). Y asà consigue nada menos que a Ricardo DarÃn que lo confunde con el hijo de un amigo y pensando que lo que va a realizar es un cortometraje, acepta integrar el grupo. UN EQUIVOCO Lograda la gran figura gracias a un equÃvoco, la credulidad asume proporciones desmesurados y se vuelcan a la tarea de filmar recurriendo a un método imposible, un libro de divulgación que en pocas lecciones dice enseñarles a filmar. Asà contado parece irreal, pero vista es francamente increÃble. Lo absurdo va a ser la premisa que rija la historia sin demasiado humor, a pesar de tratar de lograrlo por distintos medios a cual más disparatado. A esto se suman diálogos flojos, tres protagonistas sin carisma y una idea que incluye la muy transitada del "cine dentro del cine", que no termina de cuajar. La idea pudo dar para más y la sucesión de disparates que se suceden la remiten a un tipo de relato loco, con final más disparatado aún, acompañados por figuras populares de la pantalla televisiva, entre otros, Catalina Dlugi y Susana Giménez, en el papel de la presidenta de la Nación.
La ópera prima de Carlos Kaimakamian Carrau es una comedia desopilante en la que Ricardo Darín , uno de los actores argentinos más aclamados de su generación, decide interpretarse a sí mismo, o una versión de sí mismo. La trama del filme sigue a Federico, que, cansado por la rutina de su trabajo en un kiosco, busca despertar en sus amigos, Mariano y Martín, la pasión necesaria para llevar a cabo un cambio en sus vidas: filmar una película. Y aunque no tiene la menor idea de lo que se requiere para realizar un filme, propone hacer una película de muy bajo presupuesto y que sea un éxito de taquilla. ¿Cómo? Muy fácil: convencer a Ricardo Darín de que sea su protagonista. Y, a raíz de un malentendido, Darín acepta. De esta manera, el actor se embarcará en un rodaje amateur y ridículo, que tras un acontecimiento hilarante, podría cambiar el destino de todo el país. Bizarra y para un público que gusta del estilo Peter Capusoto.
DIVIÉRTANSE MUCHACHOS Ya desde que empieza la proyección, pero no aún el relato, entendemos un poco de qué va la película. Cine argentino, pocas productoras e isologotipos mal diseñados. Con lo difícil que es terminar un largometraje bien producido, aparentemente esta gente pudo lograrlo. ¿Cómo? Remándola desde abajo, poniéndose las pilas en serio y obteniendo así un resultado final que si está en pantalla es porque realmente quedaron conformes con su trabajo. Tras esa presentación y un poco de delirio, arranca la historia. Federico es un chico que, como muchos de nosotros, está aburrido y cansado de la rutina diaria. Todos los días lo mismo. Levantarse, comer, ir al trabajo, comer, dormir. Levantarse, comer, ir al trabajo, comer, dormir. Levantarse, comer, ir al trabajo, comer, dormir. Con suerte puede hacer huecos para juntarse con sus dos amigos en el bar. Por eso, harto de su vida, los reúne para que piensen juntos alguna idea que los haga millonarios y así no tener que depender más de la plata. Días después, tras haber escuchado el boom de una film independiente oriental de bajo presupuesto, Fede cae con una idea re-desopilante: “Hagamos una película”. Y ahí está el quiebre: ¿Por qué no hacerla? Entonces, con un brindis por Ferro campeón -ojalá Dios los escuche- se embarcan. Su primer objetivo: conseguir la estrella que los haga saltar a la fama, gran fórmula hollywoodense si las hay. Los tres chiflados Si hay algo importante en las comedias es la caracterización de los personajes, que tienen que estar bien marcados y llevados hasta un extremo para que den mayor gracia. Con una fotografía caricaturesca, a cargo de Jorge Crespo, son retratados en sus primeros planos estos tres chiflados protagonistas. Sin peleas ni discusiones, siempre juntos intentan solucionar cada uno de los problemas en los que se meten. El primero de ellos, Federico (Miguel Di Lemme), es el amigo racional, gestor y coordinador de las acciones. El segundo, Martín (Ramiro Archain), es el sumiso y desorientado, que no entiende nada pero igual se copa en todas. Y por último, el súper impulsivo y molesto Mariano (Emiliano Carrazzone), que no pierde la chance de decirle a cada mujer que tiene una sonrisa inspiradora para levantársela. El papel de Ricardo Darín Mucho se habló de esta película como la historia donde “Darín hace de Darín”. Pero hay algo que nadie está teniendo en cuenta: Darín hace un papel, y por ende, está escrito. Si tendría que hacer de él mismo deberían haberlo filmado con cámaras ocultas y seguirlo hasta su casa. Es por eso que nos encontramos con un personaje estereotipado, materializado por su guionista y en el cual se observa la imagen estandarizada que todos los argentinos tenemos del actor. En otras palabras, lo que vemos en la pantalla es a Darín interpretando el rol de una estrella reconocida de Argentina, y no es justamente él levantándose con ojeras a las 7 de la mañana. Y otra cosa, el de “Nueva Reinas” es un personaje secundario, pero obviamente al ser garantía en ventas hay que ponerlo en la tapa. Los verdaderos protagonistas son los tres muchachos. Por otra parte, el filme también cuenta con las estelares colaboraciones de Susana Giménez, Diego Torres y de distintos periodistas del medio como Catalina Dlugi, Sergio Lapegüe, Germán Paoloski, Matías Martin y “la negra” Vernaci. Hacer una historia vs. Partir de una idea En el cine, existen principalmente dos tipos de narraciones: las que cuentan una historia y las que parten de una idea. ¿Cómo es esto? En el primero de los casos es un poco más complejo. Hay distintos personajes que se van envolviendo progresivamente en distintas situaciones particulares y cada uno cuenta su propia historia. Debemos conocerlas en profundidad para entender sus actos y estar atentos a cada hecho para poder resolver el relato en su totalidad. Los ejemplos más claros se dan en películas biográficas pero otros ejemplos clásicos son “El padrino”, “Titanic” o “The Shawshank Redemption” ¿Pero qué pasa cuando todo parte de una idea? Todo es más simple. Desde un principio se entiende de qué va la cosa y se lo puede resumir en unas simples palabras. Por ejemplo, en “Delirium”: tres pibes de clase media quieren hacer guita. A partir de ahí, todo consiste en dejar volar la mente y ponerse a escribir y crear. Se van disparando nuevas ideas que se filtran entre sí y son seleccionadas para transformarse en hechos específicos que se encadenan, y finalmente, quedan materializados en un guion. Y lo bueno de este relato, es que justamente todo parte de un delirio, así que todo es válido y por eso a Susana le queda bien la Presidencia. Para más ejemplos, vean “Zelig” de Woody Allen: un hombre que puede transformarse en distintos personajes, “Eterno resplandor”: una máquina que borra los recuerdos de la gente, o “Buried”: un tipo que queda enterrado vivo. Por todo esto, mis felicitaciones van para el creador de la idea, que también se encargó de escribir y dirigir su ópera prima: Carlos Kaimakamian Carrau. Aunque particularmente me quedé con ganas de más y los acontecimientos finales sucedieron de manera muy veloz, nadie podrá reprocharle nada ya que éste es su propio delirio. Este muchacho, parece haberse referenciado mucho de su propia vida. A sus diez años, le había dicho a Darín que quería ser director de cine, así que varios años después ya lo está ayudando a cumplir ese sueño. En cuanto a la película, internacionalmente seguro no haga nada de ruido ya que tiene muchos chistes culturales que solo nosotros los argentinos entenderemos. A nivel nacional, es sin duda la mejor comedia vista en muchos años. Si se la pierden, la culpa será de ustedes. Yo tengo la consciencia limpia porque ya les avisé.
Piedrazos a la estatua Ricardo Darín se interpreta a sí mismo en esta comedia. Cansados siempre de la misma vida, de la medianía del destino, tres jóvenes demasiado estereotipados: Mariano (Emiliano Carrazzone), seductor, decidido; Martín (Ramiro Archain), tímido, despistado, y Federico (Miguel Dileme), estratega, pragmático, se juntan en un bar y piensan la forma de “pegarla” y salir del pozo. ¿Cómo? Gestando una buena idea y llevándola a cabo. ¿Cuál? Hacer una película y convocar a Ricardo Darín para el protagónico. Nada fácil. Copiarse de la vida real en base a una causalidad. Ir a lo seguro. A eso recurrió el realizador Carlos Kaimakamian Carrau en su opera prima, a quien el multipremiado actor lo conoce desde chico y, al saber que se dedicaría a la dirección cinematográfica, le prometió que cuando se recibiera... aceptaría trabajar con él. Ni lento ni perezoso, el realizador le acercó hace años un guión escrito para el protagonista de El secreto de sus ojos en donde Darín hace ¡de él mismo! Con Delirium, el astro buscó desacralizarse, que lo bajen del pedestal. Para ello se prestó a una película que, paradójicamente si no fuese por su estela omnipresente, pasaría sin pena ni gloria por la cartelera local. El filme se desarrolla tres meses antes de una Argentina apocalíptica, que se remonta al 2001-2002, como si nos hiciera falta acordarnos. La película tiene un peculiar efecto sandwich, los panes son las escenas de archivo, los registros en video de una guerra civil que se avecina ante un (desafortunado) bombardeo de los Estados Unidos en esta tierra. El relleno es Darín. Con una edición de imágenes de un videoclip amateur, hay varias apariciones de referentes de la comunicación que se preguntan “¿Dónde está Ricardo Darín?”. ¿Qué pasó? Durante el rodaje del filme ficticio, el actor pasa a mejor vida por una impericia que de tan absurda es infantil. Sólo había que hacerla un poquito creíble. La figura maquiavélica y esa voz pseudo demoníaca de la recepcionista del INNCA (con una pizca del filme El abogado del diablo) ya marca el toque bizarro que busca la risa fácil, pero asusta de lo que busca escapar: la darindependencia. Como si fuese el 10 al que recurren todos los clubes, Delirium golpea el pasado musical de Darín y hasta se deja criticar (lo de la Negra Vernaci por radio, es genial). Cuando Darín “desaparece”, el filme estalla y se debe cerrar rápido, de un portazo, pierde una brújula (que nunca encontró su Norte) y una serie de eventos caóticos reaccionan en cadena. Se nota que Darín está más allá del bien y del mal, cede su talento para un proyecto que enmascara un amateurismo cinematográfico que no está tan alejado del resultado final de Delirium. Es como tirarle piedrazos a una estatua que no se inmuta ante estas situaciones de riesgo, es más, nos observa y devuelve su mejor sonrisa.
Desparejo catálogo de defectos nacionales El tráiler lo anticipa. Tres jóvenes bastante torpes están dirigiendo a Ricardo Darín en una película evidentemente berreta, pasa algo terrible, y todo el país empieza a inquietarse. La idea es buena, original, delirante. De ahí el título. Que, según dicen, en un principio era "Delirium Argentinum". Lo que pasa al comienzo, representa el muy argentino sueño de salvarse improvisando cualquier cosa a costillas de alguien que sepa, un asunto que Roberto Lino Cayol denunció hace ya más de un siglo, en su sainete criollo "El debut de la piba". Así seguimos. Lo que viene después borrar las evidencias, creer que todo se olvida, pretender algún provecho de las macanas cometidas- también es muy argentino. Y lo otro. La pérdida de una ilusión como detonante del malestar general, y como excusa para el vandalismo sin límites. Lo hemos sufrido, sin haber visto castigo alguno, a mediados de julio último. Eso también es muy argentino, y tan absurdo que parece un delirio. Tal es el trasfondo de esta comedia con apuntes de grotesco, que a veces bordea el humor negro y otras hace un guiño festivo, con la participación de unas cuantas figuras conocidas de nuestros noticieros. Buena idea, también, toda la escena de Susana Giménez, aunque, para mayor efecto, hubiera sido preferible que su cameo se mantuviera en absoluto secreto. El tráiler ya hace perder la sorpresa. Desgraciadamente, como ése hay otros cuantos borrones. Faltó acaso un asesor de guiones, un tirador de diálogos, mayor aporte a las situaciones de sátira. Era la oportunidad de tomar en solfa a los opinólogos y desastrólogos de la tele, a los actores que harían cola para reemplazar al astro ausente, a la gente que malinterpreta las cosas más fáciles y encima molesta, en fin, la lista es larga. Son tantas nuestras taras. Se destacan la idea, la dirección de arte, y, por supuesto, la participación del propio Darin haciendo de Darin. El siempre salva su parte, aunque le tiren un hueso flaco.
Una curiosa conexión comparten Delirium y otra película que se estrena el mismo día, Perdida: ambas comienzan y terminan con la misma escena. Aunque retrabajadas desde otra óptica, el comienzo y el epílogo son postales del inicio y el final de un viaje. Sé que la comparación es mezquina y demasiado amplia, pero ahí donde Gone Girl supo hacer pasar mucha agua bajo su puente en 149 minutos, Delirium poco y nada tiene para ofrecer en sus 85 minutos, más que una buena idea y una pobre ejecución. Exponiendo un claro ejemplo de la picardía argenta, tres amigos inseparables cansados de la rutina diaria del trabajador cotidiano -y trabajador entre muchas comillas, ya que uno solo de ellos tiene un trabajo estable- se lanzan a la carrera de dirigir una película que los haga ricos de una vez por todas. Tras un gran puñetazo a la industria fílmica nacional en un chiste que funciona pero se va desinflando poco a poco por su extensión, el trío no tiene mejor idea que utilizar la fama de Ricardo Darín, consagradísimo actor que tiene el toque de Midas en cuanto largometraje protagonice. Ver a un Darín distendido es la mejor basa que tiene Delirium, un elemento que juega a su favor desde el momento que el actor entra en escena, pero que pierde en consistencia en cuanto a todo lo demás se refiere. Miguel Di Lemme, el desacatado Emiliano Carrazzone y Ramiro Archain, con sus morisquetas continuas, integran un trío de amigos que convence y resulta fresco, pero el guión y la dirección de Carlos Kaimakamian Carrau hacen que todo el delirio que se propone se torne agridulce con el paso de los minutos. La trama, que comienza como una comedia picaresca pera devenir en una con toques de humor negro, genera algo extraño: las escenas humorísticas tienen un ritmo in crescendo, el espectador es cómplice de la risa, pero la carcajada nunca llega. Situación similar a un surfista en la cresta de la ola, que cuando está por rematar su movida, se cae al agua. Lo mismo le ocurre al film, en su mejor momento, flaquea y abandona su cometido. Es una de las falencias más graves del director: teniendo potencial, y más aún presentando una situación donde el país está al borde del caos absoluto, para luego diluirse en la idea de delirio que propone el autor, es poca retribución para el espectador que hizo un pacto con la situación de descontrol propuesta. Un vestigio de lo que pudo llegar a ser, Delirium es una comedia con geniales ideas pero que se queda muy atrás de las expectativas que genera, aunque muestra otra cara de Darín que da gracia presenciar. Aún así, dudo que su toque de Midas logre generar buenos dividendos para ella.
Delirium es una película rara obviamente. Y así está planteado desde que te venden la película. Uno tiene que entrar sabiendo que va a ver algo especial. Todo el comienzo de la historia generó cierta incomodidad con varias escenas, simplemente por lo que realizan los personajes y por como comienzan a interactuar con Darín. Pero desde un quiebre que tiene la historia todo toma otro ritmo y sus divagues generan buenos momentos. Para ver algo totalmente distinto en la carrera de Darín vale la pena Delirium. Seguramente podría haber sido mucho más ágil, pero como experimento y divague, la película está bien.
Si esto no es una locura, ¿Qué es? ¿Qué es...? Llegó la hora de ponernos orgullosos del cine nacional. Porque prácticamente se han abarcado todos los géneros posibles y con buenos resultados. Los proyectos que aún no hemos visto y se están desarrollando son un montón; las innovaciones continúan en terrenos que todavía no probamos, generando un crecimiento sorprendente, ya sea producciones puramente locales o coproducciones. En este caso, se trata de un proyecto a cargo del cineasta Carlos Kaimakamian Carrau, quien apostó al humor negro con un guión que mezcla momentos puramente bizarros y muy divertidos, con situaciones de nuestra Argentina cotidiana que nos hacen sentir identificados. El sólo hecho de imaginar a tres pibes que no tienen ni idea lo que es hacer una película, y que encima tienen la suerte de enganchar al mismísimo Ricardo Darín en medio de un confuso episodio, para que sea el protagonista de ese delirio aparentemente millonario; ATRAPA. cuerpo3 Delirium es lo más parecido a un film experimental dentro de un film experimental, porque si bien los responsables no son novatos, tienen ese amateurismo notable que hace de la vivencia algo aún más lindo. Muchas de las ideas están “sacadas de” o “basadas en”, lo cual es sumamente lógico en una película de estas características. Pero lo bueno es que no se trata de un formato copiado; la cosa es bien nuestra y goza de un argentinismo que sólo los nacidos en este territorio podemos entender. Por supuesto que este rasgo se potencia aún más cuando vemos en pantalla a la gran estrella en cuestión y al montón de artistas invitados que le dan poder a una premisa que a mitad de trama se vuelve totalmente delirante. cuerpo2 El guión es muy cortito y no vale la pena explicar mucho más de lo que ya cuenta el tráiler, porque los hechos se desencadenan muy rápido, mientras el kiosquero Federico (Miguel Di Lemme), Mariano (Emiliano Carrazzone) y Martín (Ramiro Archain) están convencidos de que pueden hacer realidad esa película con Darín que los hará “Ricky Ricón” a todos. De lo que sí hay un muy buen manejo, es de los recursos típicos vistos en cualquier rodaje, tan mal aplicados por estos tres chiflados que es imposible no reír fuerte (en especial aquellos que están en tema, léase directores, productores, guionistas y técnicos en general). Quizás el mejor humor tarda un poquitito en despegar, pero cuando llega tiene momentos muy acertados e hilarantes. Como ya dije, me da felicidad que podamos tener comedias, dramas, animación, aventuras, thriller, terror… Y todo de buena calidad. Antes delirábamos y no se hacía realidad, pero ahora que tenemos más de un Oscar en casa, ¡deliremos tranquilos que está buenísimo y encima nos sale bien!
"Delirium", como bien lo dice su título, es un delirio... Pero un delirio para disfrutar en el cine y reírse en algunas cuantas escenas. Ricardo Darín haciendo de Ricardo Darín es imperdible, y el trío de amigos - Miguel, Ramiro y Emiliano - es impecable... Cada uno, con su personalidad, es super divertido. ¿Escenas para destacar? La secuencia del rodaje de la "supuesta" película, por lo menos a mí, me robo alguna que otra lágrima de la risa... Susana Gimenez interpretando a la presidenta, es una perlita muy simpática y un personaje que aparece al final - NO SPOILER - hacen que la peli de Carlos Kaimakamian Carrau sea totalmente disfrutable y que de esta forma te la recomiende, sobretodo porque hay que seguir apostando al cine nacional. Buena historia, diferente y original para disfrutar en el cine.
Esto no es delirio Tres jóvenes amigos (el racional, el mujeriego, el freak: todos bastante “subnormales”) hartos de su vida, trabajando de lo que no les gusta, buscan algo que les posibilite un cambio y principalmente dinero, mucho dinero. Uno de ellos cree encontrar la solución en el cine: filmar algo de bajo presupuesto, que el público llene las salas y a cobrar. Millones, fama y éxito fáciles. Sin ningún conocimiento al respecto suponen que, para asegurarlo, “apenas” necesitan convencer a Ricardo Darín (como garantía de taquilla) que acepte filmar con ellos. Claro que una vez que la rueda comience a girar algo se saldrá de control y la carrera se volverá enloquecedora y enloquecida, y disparará un pandemónium que trascenderá las fronteras. Delirium es un epítome de sí misma. Lo mismo que cuenta es lo mismo de lo que padece, pero no se hace cargo ni reflexiona al respecto. Con apenas una idea graciosa (que no más) pretende construirse en película. Y fracasa. Estrepitosa y vergonzosamente. Kaimakamian Carrau, en su opera prima, recurre al uso de planos televisivos (“homenajea” a That 70’s Show para filmar la charla de los amigos) chatos y pobres, o al plano-contraplano, con una luz de video hogareño. Los personajes son macchiettas estereotipadas. Las actuaciones están fuera de timming (imprescindible para una comedia) y esto se vuelve evidente cuando aparece Darín que, de la nada, hace una escena creíble y dota a su personaje de una carnadura que no es un remedo de sí mismo sino un rol que el tenue hilo argumental (le) requiere. Los gags o chistes se estiran insoportablemente (el del manejo de la camioneta por ejemplo) o se arrojan sin tener en cuenta la puesta ni el sentido, más que el efectismo simple y llano que tampoco siempre resulta (lo del INNCA es la prueba). Apostar por la comedia siempre es bienvenido pero Delirium vuelve a demostrar que este es un género difícil. Calificarlo de “absurdo” es un exceso y es desconocer que la risa no se produce simplemente por un amontonamiento de equívocos y exageraciones o la recurrencia al ridículo, al trazo grueso o al disparate. En el guión asoman hilos de subtramas deshilachadas. Alguna perdida en el camino: la de un perro extraviado; otra excesiva: una invasión de EE.UU. con motivo de la desaparición de un actor famoso; otra que se licua por el propio uso cholulo de los periodistas y cronistas de espectáculos: la mirada sobre los medios de comunicación como generadores o multiplicadores de una opinión pública volátil y manipulable; y hasta un intento de decir algo sobre la argentinidad que no pasa de lugar común. Si cinematográficamente no hay ningún cuidado, ideológicamente es imposible dejar de notar el uso del material de archivo de manifestaciones o revueltas sociales en el país y el recuerdo ante situaciones acuciantes que las generaron, simplemente para sostener el verosímil de un discurso -dentro de la película-, como poco, estúpido y banal y aunque, sabemos bien, una obra artística no puede hacerse cargo de la realidad (ya que no es un reflejo especular ni una mímesis) hay una ética que debería haber suprimido la escena de la desaparición del cuerpo utilizando como medio un camión recolector de basura. Es para pensar que un producto que llevó tantos años para su concreción sea lanzado comercialmente (cuando hay tantos problemas con la exhibición por la distribución de pantallas) sin parecer importarle ni sus formas ni su contenido.
La de Darín haciendo de... Darín Pocas películas nacionales pueden definirse con un concepto tan claro y conciso como Delirium, más popularmente conocida como “la de Darín haciendo de Darín”. Efectivamente, la ópera prima de Carlos Kaimakamian Carrau tiene al único cuerpo celeste del star system argentino interpretándose a sí mismo, riéndose, aunque no demasiado, de su figura y de los yeites de la industria. Claro que la idea de circunscribir la totalidad del mecanismo cómico a la reiteración de un único chiste es, con la contada excepción de The Aristocrats, vista aquí en Bafici 2006, una aventura imposible. Más aún si el propio equipo creativo parece embelesado con el fuste del ex galancito, como si confiara ciegamente en que su magnetismo es suficiente para constituir una película artística y comercialmente rendidora. Delirium es, entonces, un cortometraje devenido en largo mediante el mecanismo simplista del estiramiento y la reiteración. Darín haciendo de Darín, y nada más. Kaimakamian Carrau parece haber visto bastante de Judd Apatow y del mumblecore, esa corriente de películas ultraindies estadounidenses centrada en jóvenes generalmente apresados en una adolescencia tardía a los que las cosas no les salen demasiado bien. El primer gran problema surge de la inevitable comparación entre los protagonistas de los exponentes del modelo de base y los de su replicación local: si allí, en general, se construye a pura sutileza y progresión, aquí se lo hace a puro lugar común y aplanamiento, con tres amigotes tipificados por sus rasgos distinguibles: el pajero, el pensante y el nerd/tímido/subnormal. Los tres no tienen un peso y deciden hacer plata fácil... filmando una película. Con Darín, claro, quien acepta después de confundir a uno de ellos con el hijo de un amigo. Filmada a puros primeros planos y recursos visuales más cercanos al formato web que al cinematográfico, Delirium será una sucesión de chistes, en su mayoría fallidos y escasamente sorprendentes, sobre el cine nacional y los avatares de la ficción apócrifa.
La fórmula de cine dentro del cine, llevada al extremo, en esta cinta bizarra con algunos momentos divertidos (sobre todo cuando Darin se auto parodia y construye un estereotipo de la estrella pedante) Pero son sólo chispazos, de un filme con un tono amateur, casi fumon, más cercana a un ejercicio de escuela de cine, que del cine comercial y que falla por re visitar muchos lugares comunes de la comedia de enredos, pero sin buenos remates y chistes poco efectivos. La enorme cantidad de cameos de periodistas y mediáticos, sólo resultan un dato de color, dentro de una buena idea, mal resuelta.
La “nueva de Darin” se llama Delirium y como su nombre lo indica, el filme es una locura. Cuando un trío de jóvenes, muy poco dotados de inteligencia, se descubren hastiados de sus rutinarias y pobres vidas; de casualidad, escuchan por la radio sobre los grandes beneficios económcos que brinda la realización de una película. La operación se pone en marcha, y para asegurar su éxito contratan a Ricardo Darín quien, por error, acepta el trabajo. Sin dinero y ni la mínima noción de cómo se hace una película, ellos se embarcan en una odisea tosca, falta de sentido e insultante. Si bien Delirium pretende narrar desde la ironía, éste es un elemento que no está bien construido. Sólo con el título del filme y un comienzo con un montaje de cortes abruptos musicalizados con algún tema punk, no garantizan el efecto buscado. Y en este caso, más que colaborar, perjudica. Varios son los puntos fallidos que se pueden destacar, pero el más sobresaliente es un error de base: la mala construcción del largometraje. Sin un hilo narrativo conductor (recordemos que por más delirium que se quiera expresar, sólo con nombrarlo no se hace nada), sin diseño de personajes y con una premisa equivocada (hacer una película en Argentina te hace rico de la noche a la mañana), el filme se va diluyendo desde la primera escena. Otro de los grandes interrogantes que se presenta es la no justificada presencia de dos elementos: por un lado la tecnología analógica, acaso ¿filmar con este antiguo sistema es para pobres?, y, por otro lado, la poco desafortunada idea de utilizar de forma descontextualizada imágenes de archivo del 2001 que remiten a una de las crisis socioeconómicas más grandes de la Argentina. La frutilla del postre es la participación de Susana Giménez en la piel de la presidenta de la nación enviándole un comunicado al pueblo. “Que Dios nos ayude” dice mirando a cámara, luego de haber leído palabra por palabra cada oración de su breve parlamento. Gags de cliché interminables (la escena en la que uno del grupo le enseña cómo manejar una camioneta a su amigo) y textos acartonados son otras de las delicias que tiene esta película antipática. Es decir, todo está mal y pareciera que la presencia de Darín y Giménez (sobre la de todo Ricardo) no vienen sólo a querer salvar la película de la ficción, sino la propia Delirium que no logra causar risa ni piedad, no mueve nada, no traspasa la pantalla. Sólo deja un puñado de conceptos falsos y la sensación de no querer que este filme (sólo lo nombro así por tecnicismo) forme parte de la filmografía nacional que tanto nos cuesta edificar. Una lástima. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Sin dudas el punto de partida del film es más que ingenioso como todas sus ideas, tres atorrantes torpes que quieren hacer plata y Ricardo Darín, haciendo de Darín a quien le toman el pelo y algo más. La película tiene sus problemas, pero la frescura de la propuesta gana a las mesetas narrativas.
En Delirium, ópera prima de Carlos Kaimakamian Carrau, hay al menos una idea interesante, un momento genial y un solo plano cinematográfico, que se parece muy vagamente a otro de Simplemente sangre, de los hermanos Coen. La nueva película con Ricardo Darín (quien hace de sí mismo junto a otras figuras de los medios) podría haber sido mejor si en vez de hacer lo que critica con socarronería, su director hubiera hecho lo contrario. Es decir, cine. Federico (Miguel Di Lemme), Mariano (Emiliano Carrazzone) y Martin (Ramiro Archain) son tres amigos que están cansados de la vida que llevan. El primero trabaja en un kiosco, el segundo reparte volantes y el tercero es un lector de Tolkien medio flojo de papeles. Quieren ganar dinero pero no se les cae una idea. Hasta que un buen día uno de ellos, Federico, ve un informativo que habla del último gran éxito de Ricardo Darín, una producción japonesa llamada Taiko. A Federico se le prende la lamparita y se le ocurre contratar al exitoso actor para hacer una película con la convicción de que eso le hará ganar mucho dinero. El problema es cómo van a convencer a Darín de que acepte la oferta. Y es aquí donde queda planteado el tema de fondo del filme: ¿cómo filmar esa película en el caso de que Darín les dé el Ok? La misma pregunta que Carrau deja flotando en la ficción debería habérsela hecho antes de hacer Delirium, ya que está filmada como si se tratara de una publicidad de cerveza barata. Una de las ideas que subyace en la cinta es que para empezar bien en el cine hay que hacerlo con pretensiones. Y una de esas pretensiones es que hay que filmar con estrellas, aunque no se tenga experiencia ni presupuesto. Pero esta idea aparece para plantear otra: hay que pensar en grande, pero una vez alcanzado el objetivo hay que destruirlo y superarlo. Derribar lo mainstream, lo canonizado, lo instituido. Hay que matar a los grandes y empezar de cero. Es en esa idea magnicida donde reside su punto fuerte. El momento genial es cuando están en el bar y el actor mira con deseo a la moza que lo va acompañar en el rodaje, y le pregunta al trío dinámico cuántos años tiene la hermosa muchacha. Delirium se enfrenta con una larga y demoledora tradición de películas que usan el recurso del cine dentro del cine. Y a pesar del embate que recibe tras meterse con lo metacinematográfico y lo autoparódico, Carrau encuentra una cierta irreverencia que hace que su primera película no llegue a ser mala.
El delirio descontrolado versus el sistema organizado del delirio Tres amigos disgustados con su vida y situación económica pretenden realizar una película sin ningún tipo de preparación o conocimiento en la materia; la estrategia: una producción de bajo presupuesto con una gran estrella que les garantice el éxito de taquilla. Uno de los amigos tiene un conocido que dice conocer a Darín, y les consigue el teléfono del actor. Después de varios intentos, Darín accede a una reunión, y ya en la mesa los amigos advierten que Darín está convencido de que uno de ellos es el hijo de un viejo amigo de su infancia. Los amigos lo convencen de que tienen un argumento sólido e ideas claras, e incluso la colaboración actoral de la muchacha del bar que los atiende, de la cual Darín ha manifestado notable entusiasmo hormonal. Darín termina aceptando participar en el proyecto, pero pronto comenzará a descubrir la ineptitud de los realizadores/productores, aunque será demasiado tarde: Darín muere accidentalmente en el rodaje. Los amigos deciden deshacerse del cuerpo y esperar unos días hasta que todo se normalice, convencidos de que en pocos días nadie recordará el asunto. Por el contrario, la enigmática ausencia del primer actor argentino se torna cuestión de Estado y el caos se desata en la Argentina. Los amigos hacen su último intento de zafar de la situación, empleando el poco material que han filmado con el actor para editarlo de modo tal que parezca que Darín, hastiado de todo ha huido y no quiere que lo busquen. Sin embargo, rápidamente se devela el fraude, y se baraja la hipótesis de que el actor ha sido secuestrado, y su vida corre peligro. Una excelente propuesta y con muy buenos momentos cómicos de extremada simpleza y con economía de recursos. Lamentablemente los realizadores no han sabido darle un desenlace a la altura del conflicto que han planteado. El final es una suspensión del relato en el momento en que los amigos son perseguidos por (aparentemente, aunque no se ve) una turba enfurecida. A pesar del notable y prometedor comienzo y desarrollo del film, el argumento adolece de dos fallas estructurales: debilitamiento de la intensidad en la fuerza dramática que supone el incremento de la ineptitud hasta el paroxismo del absurdo cómico, debido a una mala distribución de la información; y una ausencia de conclusividad de los componentes, que lleva a que toda la energía que se ha manifestado en el film no puede canalizarse hacia ninguna dirección posible, y quede como flotando en el aire sin efecto. En verdad son dos dimensiones de una misma falla, como trataremos de mostrar. El primer problema lo constituye la primera secuencia del film en donde se devela la situación caótica en la que la Argentina se ve envuelta, es decir, ya desde el comienzo el espectador está anoticiado del clímax del film. Este recurso, casi nunca eficiente, sólo tiene sentido si al llegar al desenlace, se agrega algo más que complementa, contradice o desvía el sentido inicialmente propuesto. Pero nada de esto ocurre, y simplemente el espectador vuelve a mirar dos veces lo que se le había mostrado en la escena del comienzo. El segundo problema es la ausencia de conclusividad. El relato opera paralelamente con dos conflictos sucesivos: 1) los problemas del rodaje (vinculados exclusivamente al conflicto cómico) en donde se desplegarán todas las inadecuaciones posibles y situaciones absurdas a las que Darín debe prestarse con hidalguía, hasta terminar siendo parte misma de su caricatura; 2) los problemas que se derivan del accidente fatal (¿Qué se hace con el cuerpo? ¿Cómo se esconden una vez que se ha deshecho del cuerpo?) que termina desencadenando esa especie de apocalipsis grotesco a nivel continental. El desenlace del primer conflicto sucede de manera rústica, como las viejas películas cómicas donde el actor productor del desorden era perseguido y castigado a patadas en el culo por los miembros de la sociedad, cuyo desorden los ha afectado singularmente. Este modo pre-institucional de finalizar un relato, propio de las tradiciones del vaudeville y del burlesque, cayó en desuso hacia las fases institucionalizadas, donde los realizadores comenzaron a intentar cierres más orgánicos y menos abruptos (Cfr. los primeros cortometrajes de Chaplin de 1914, y las producciones de 1915 en adelante, y sobre todo los largometrajes del gran Charlot). El segundo conflicto, en cambio, queda inconcluso y en suspenso, fagocitado por el desenlace del primer conflicto. El problema de esta estrategia, a mi criterio, es que el desenlace no agrega ni aporta nada significativo que el espectador no sepa, pues el final se le ha anticipado en la primera escena (respecto de la cual todo el resto del film constituye un caso de flashback). De allí que el primer problema y el último constituyan una misma debilidad estructural: el primero anticipa la debilidad, y el segundo, la confirma, al no haberle contrapuesto ningún otro elemento compensador. Creo que el doble conflicto en sí no es un problema, y probablemente la muerte accidental de Darín simplemente constituya el clímax lógico de un paroxismo de la idiotez a la que el actor se somete. A mi juicio, el exceso del caos y la violencia en las calles han impedido reflexionar sobre algunas alternativas más orgánicas y efectivas: el encarcelamiento de los 3 amigos, con una última escena de sus vidas en la cárcel, imaginando nuevas ideas delirantes para ese contexto; o bien, un desenlace cíclico, es decir, pudiendo salir de la situación, reintentándola nuevamente algo de lo cual queda esbozado en la última escena de la película con la aparición de Diego Torres, quien -como Darín- confunde a uno de los amigos con otra persona.
Puro rostro "Delirium" muestra a tres amigos que quieren ganar plata filmando una película con Ricardo Darín. Este último es el principal gancho de una comedia flojita. Cuando el cine quiere burlarse de sí mismo, parodiarse y sacarse las rígidas ataduras para mostrar sus laberintos, los resultados pueden ser dos: películas graciosas que logran una gran empatía, sobre todo con ese espectador asiduo a las salas; o bien un producto que se queda a mitad de camino, entre la intención original de reírse de las mañas de la industria y el tropezón de no saber cómo hacerlo bien. En este segundo grupo se ubica Delirium, película que juega con esa idea de llevar adelante un rodaje con una figura reconocida utilizando su nombre real. Y es aquí donde hay que mencionar a Ricardo Darín. La omnipresente estrella de la pantalla grande criolla hace de sí mismo y es casi el único gancho que tiene esta comedia, que en su hora y media no logra levantar demasiado las agujas de las sonrisas. La idea principal, sin embargo, prometía: tres amigos, jóvenes comunes de esta Argentina descreída, cada uno con características propias, divagan qué corno hacer para salir de la malaria. Hasta que a uno no se le ocurre mejor idea que rodar una película con un actor de renombre para ganar plata, aunque no tengan la más mínima idea de cómo realizar una filmación. Con este inicio la cosa pintaba, pero desde ese punto y hasta el final, Delirium se trastoca en una narración a la que no le alcanza un planteo original para atrapar al público. Confusión. Darín accede a poner el rostro ante este trío de chantas, cuando confunde a uno de ellos con el hijo de una persona que conoce, y piensa que todo el desbarajuste se trata de un trabajo práctico para la escuela de cine. Queda demostrado que el talento y el oficio del actor lo hacen zafar a él de las dudas de la dirección, y también hacen zafar a Delirium de ser definitivamente una película aburrida. “Sos Spielberg en 10 lecciones” es el material de referencia que utilizan los pibes en su locura para tratar de filmar, un ejemplo de que la apuesta de los realizadores apuntó derecho al absurdo e incluso en algunos segmentos a un humor bien negro. De todas formas, cuando parece que por momentos la historia levanta algo de vuelo, las actuaciones no acompañan para nada. Es bastante flojo el trabajo de los amigos, y la falencia se nota más a la par de un tipo con oficio como Ricardo Darín. Párrafo aparte para el sinnúmero de cameos que van apareciendo, todos protagonizados por figuras de la televisión (la mayoría periodistas) y el mundo artístico, que constituyen después de Darín el otro gancho disfrutable. Por ahí van pasando Susana Giménez, Diego Torres, Mónica Gutiérrez, Guillermo Andino, Germán Paoloski, Facundo Pastor, Juan Miceli, Sergio Lapegüe, Catalina Dlugi, Débora Pérez Volpin y Julio Bazán, para aportarle a Delirium una gota más de lo que dicta su título. Más allá de todos estos rostros, se trata de una propuesta muy dispar como para gastar lo que sale hoy una entrada de cine.
Despierta la curiosidad del espectador porque dentro de su promoción esta Darín haciendo de Darín. La trama gira en torno al cansancio y el agobio que sienten tres amigos: Federico (Miguel Di Lemme), Mariano (Emiliano Carrazzone) y Martín (Ramiro Archain), de unos treinta años de edad. La rutina los cansó y la falta de dinero también. Federico cree haber descubierto un gran negocio cuando escucha una noticia en los medios, que producir una película los hará millonarios, durante la reunión que mantiene con sus amigos se lo demuestra a través de gráficos y dibujos estadísticos, además de manera improvisada realizó un estudio de campo. Tienen varios problemas, entre otros que no tienen ni la menor idea de como se realiza una película, aunque en este caso la propuesta sería de bajo presupuesto, pero la locura mayor es quien sería el protagonista, nada más ni nada menos que Ricardo Darín, este hombre dice Federico los convertirá en millonarios porque en todas la películas en las que él está obtienen muy buenas recaudaciones. Pese a la dificultad que les ocasiona convencer a Darín que participe de dicho film logran reunirse con él, por un malentendido este acepta, porque lo confunde a Federico con el hijo de un conocido y piensa que se trata de un cortometraje para una escuela de cine. Darín comienza a asombrarse cuando vive situaciones desopilantes, asombrosas y esto cambiará el destino de todos. Esta comedia en todo momento intenta ser un delirium, utiliza como dato de color la participación de varios periodistas (Guillermo Andino, Mónica Gutierrez, Sergio Lapegüe, Germán Paoloski, Facundo Pastor, Catalina Dlugi, entre otros) que forman parte de la narración. Casualmente se sabe a través de las entrevistas a Darin que en algún momento de su carrera se ha encontrado con situaciones similares a esta historia. En este caso la novedad está en que él hace de él mismo y hasta se atreve a reírse de sí mismo. La historia entretiene durante la primera parte, te arranca varias sonrisas sobre todo cuando actúa Darin, es ver cine dentro del cine, cuando no se encuentra la presencia del actor no resulta, decae y los minutos finales (los últimos 20) se queda sin rumbo no logra explotar el absurdo y cae en demasiados lugares comunes, reiterativa, gags poco efectivos, sin buenos remates y una cinta bizarra con algunos momentos divertidos y delirantes. Y hay que ver los créditos finales porque hay una sorpresa.
Cuarteto de antihéroes Desprejuiciada, lanzada, desfachatada; Delirium, en primer lugar, le hace honor a su título, sin dudas. Tras ese punto, hay que decir que las ideas puestas en juego en el film por el director y guionista Carlos Kaimakamian Carrau, en las que deben haber participado activamente el trío de protagonistas Ramiro Archain, Emiliano Carrazzone, Miguel Di Lemme y el propio –e inesperado– coprotagonista Ricardo Darín son muy buenas, pero no siempre quedan expuestas de la mejor manera para lograr los objetivos satíricos y humorísticos buscados. Los tres jóvenes sujetos suponen que una vía para lograr dinero rápido es la producción de una película, sin tener idea cómo hacerla, pero se las ingenian para “contratar”, fruto de una confusión –o más de una–, a un Darín cuya participación, además haciendo de sí mismo, garantiza una indudable atracción narrativa, visual y jocosa. Las peripecias del ahora cuarteto de antihéroes para llevar adelante el rodaje del disparatado proyecto incluyen una insólita cámara de VHS, tomas y escenas insostenibles para cualquier actor de ese renombre y una circunstancia trágica que será llevada hasta las últimas consecuencias, dramáticas e irónicas. Contando con correctas participaciones de figuras televisivas como las de Susana Giménez, Guillermo Andino, Cecilia Laratro, Germán Paoloski, Facundo Pastor y Catalina Dlugi, entre otros, el film alterna buenos y no tan buenos gags. Pero ciertos toques de agudo humor negro, apuntes que evocan a la comedia sarcástica estadounidense contemporánea y un final desbordante en su paroxismo (incluyendo los coloridos y creativos créditos de cierre) aportan elementos positivos como para atreverse a una experiencia fílmica fuera de lo habitual.
El salvavidas inadecuado Tres jóvenes amigos subdesocupados, aburridos de subsistir haciendo lo que no les gusta, buscan en torno a una mesa de bar porteño algo que les posibilite el dinero suficiente como para salir de su estancamiento. Entonces, como en la fábula clásica de la lechera y el cántaro, imaginan formas de salir inmediatamente de la chatura, sin contar con medios pero sí con muchas pretensiones. Uno de ellos cree encontrar la solución en el cine: filmar algo con mínimo presupuesto pero que igual el público llene las salas. Sin ningún conocimiento profesional al respecto, suponen que el obstáculo más difícil será convencer al más famoso actor argentino del momento para que acepte filmar con ellos, lo que logran a partir de una confusión y una casualidad. Convencidos de que un nombre como el de Ricardo Darín puede ser la llave para abrirles las puertas del éxito, los tres pícaros intentarán realizar una película munidos de un equipo menos que precario y consultando un manual de principiantes. Así se construye un film adentro del film, que bien podría llamarse “El actor y los 3 chiflados”, donde ocurren todos los desatinos que una filmación normal evitaría. Con una pizca de comedia costumbrista en torno a las divagaciones entre cervezas de los pibes de barrio (que van desde el mujeriego al descolgado); sumando un poco de comedia negra (la tenebrosa secuencia nocturna en el kiosco cerrado, donde entre nervios y risas se levanta el suspenso); hasta la delirante derivación final en una especie de falso documental con la participación de reconocidas figuras de los medios como Susana Giménez, Diego Torres, Mónica Gutiérrez, Guillermo Andino, Cecilia Laratro, Sergio Lapegüe, Catalina Dlugi y muchos más, el guión recorre un itinerario delirante que termina en un gran desmadre rompiendo todas las fronteras. El paraguas no funciona Calificar esta comedia de “absurda” no justifica que la risa sea un simple amontonamiento de equívocos y exageraciones o la permanente recurrencia al ridículo, al trazo grueso y al disparate. Quizás las escenas más logradas sean justamente aquellas donde aparece Ricardo Darín en el rodaje dentro del rodaje. Estos momentos recuerdan al film “Ed Wood” (1994) de Tim Burton y permite reírse de los errores garrafales que nunca deberían ocurrir en una película que se precie de tal. El problema no es la ausencia de realismo, sino la falta de convicción para que todo el disparate tenga algún tipo de sentido, aun dentro de las propias reglas del film. El espíritu lúdico y desprejuiciado no le alcanza a la película para tomar altura ni funcionar más allá de la acumulación de chistes literales. Con planos chatos y pobres, personajes archiestereotipados y gags que se estiran insoportablemente en algunos casos, las subtramas van profundizando una torpeza improvisada y la comedia se desperdicia escena tras escena. Con actuaciones muy flojas y confusas ideas acerca del cine, “Delirium” es un film menor al que no le alcanza el paraguas de una figura mayor para no estrellarse. Espejo deformante Existe una mirada irónica sobre los medios de comunicación como generadores y multiplicadores de una opinión pública manipulable. También hay un intento muy light de interrogarse sobre la argentinidad, pero como en un espejo deformado, “Delirium” cuenta lo mismo que padece, aunque sin hacerse cargo de nada. Si cinematográficamente no cuida la forma, ideológicamente no es ética la utilización del material de archivo sobre manifestaciones populares para sostener el verosímil de un discurso demasiado banal. El humor, como afirmaba Bergson en su análisis sobre la risa, no existe cuando se interpone la compasión ante lo ridiculizado, y ese reflejo de momentos realmente trágicos sólo puede tomarse como broma por los escépticos de siempre. A pesar de algunos pasajes simpáticos y medianamente entretenidos, habrá que ver si la sola presencia de un gran actor y un amplio lanzamiento marketinero alcanzan para que este engendro funcione.
NI DARIN LA SALVA La idea no era mala: que Ricardo Darín haga de Ricardo Darín. El film podría ser un homenaje al magnetismo indudable de su figura y también un desafío, porque no cualquier famoso está dispuesto a sumarse a un proyecto tan, zonzo y disparatado. Todo es burdo y malo. La cámara, los diálogos, la historia. Falta originalidad, gracia, audacia. Los actores son de no creer, tres estúpidos que no pueden ni manejar una pick up ni añadirle chispa a nada. El desfile de insólitas torpezas trata de sostener lo insostenible. Ni las caras conocidas ni el humor negro ni por supuesto las pocas secuencias con Darín logran sacar al film del pantano.
Cine fallido dentro de cine fallido La "nueva de Darín" tiene mucho de metacinematográfico. Es una película que verbaliza y expone una realidad hoy por muchos conocida: la popularidad y masividad que ha cobrado el actor Ricardo Darín, y su capacidad para convertir a una película argentina cualunque en un éxito de taquilla. Es con esta premisa que tres amigos con intereses estrictamente económicos y poca sal en la mollera tienen la "genial" idea de hacer una obra de presupuesto mínimo, pero con el agregado de Darín en el protagónico. Esto es lo que, no dudan, los llevará al éxito y a la popularidad. Por una casualidad del destino, Darín confunde a uno de los cineastas con el hijo de un amigo íntimo, y accede a filmar con ellos como un favor especial. Naturalmente, su arrepentimiento no demorará mucho en llegar. El guión tiene sus puntos de interés y originalidad. Se trata de otra de esas películas de "cine dentro del cine" con reminiscencias a Ed Wood (seguramente la obra maestra de Tim Burton), y esa clase de pretendidos cineastas sin ninguna capacidad ni conocimiento de la técnica para desempeñarse. Darín aporta su gracia al demostrar su irritación con los pseudo-directores en pleno rodaje y, el humor, efectivo sólo de a ratos, se basa en la incompetencia radical de los personajes, más algunos toques de "delirio" advertidos desde el título. Hay dos momentos sorpresivos que no conviene adelantar aquí pero que son lo mejor de la película: el primero es un giro radical de guión que tiene lugar en la mitad del metraje y que no se ve venir de ninguna manera; el segundo es el final, una humorada y un guiño quizá exclusivo para espectadores rioplatenses, pero que en su sencillez y su mala leche guarda un doble significado respecto a los personajes reales aludidos (para los que no quieran ver la película, el chiste puede verse en el trailer en youtube; se trata de un discurso presidencial). Pese a estos aciertos concretos, la película de todos modos deja ver su perfil de comedia amateur joven, y no parece escapar totalmente a los desconocimiento técnicos que se señalan a los mismos protagonistas. Un espectador no demasiado atento podrá darse cuenta de la cantidad de primeros planos que se utilizan. Son muchos, excesivos, cuesta acostumbrar el ojo a las dinámicas de los diálogos con tantas de estas capturas de cámara. Los interlocutores se vienen encima, abruman. Es que normalmente los primeros planos suelen ser más dosificados en el cine; son utilizados para tomas largas y para agregar intensidad, ya sea enfatizando los gestos o el parlamento de un actor. Aquí parecerían utilizados indiscriminadamente y sin criterio, demostrando la falta de conocimiento de los recursos cinematográficos de los realizadores.
Una comedia absurda que hace honor a su título El Delirium de Carlos Kaimakamián Carrau tuvo el acierto de contar con la actuación y buen humor de Ricardo Darín, riéndose de sí mismo. Ricardo Darín conoció de chico al director de Delirium, Carlos Kaimakamián Carrau. "Cuando él tenía 10 años, le pregunté qué iba a hacer de grande y me respondió que iba a ser director de cine. Y parece ser que le dije que cuando se convirtiera en director de cine, que me diera trabajo", dijo el actor en alguna entrevista sobre el tema. A partir de ese episodio de la realidad se construyó la ficción del primer largometraje de Carrau --hasta ahora autor de cortos--. Una comedia que desemboca en el delirio citado por su título, con una trama que parodia al actor y al mismísimo director, y a postulados emblemáticos. Proposiciones como "el actor argentino más taquillero del momento" con que el periodismo bautiza a Darín; "el Nuevo Cine Argentino" como una categoría donde cabe cualquier cosa grabada, o "el apoyo del INCAA a todas las producciones de los últimos años", eufemismo para un crédito con su debido costo, son puestas a consideración del público entre situaciones que parecen surgidas de la improvisación, otras de un spot publicitario, y las que le deducen de una comedia bien pensada. La historia cuenta que tres amigos, cansados de "rebuscársela", deciden hacerse ricos con una cámara y la colaboración de Darín, obtenida a través de contactos improbables, que se dan tanto por apuro como por confusión. En el rodaje están, cuando un accidente deriva en la desaparición del actor, un episodio que acarrea consecuencias desmedidas y a escalas internacionales. Delirium es una locura que logra arrancar carcajadas, pero queda claro que la película "es" Darín, más allá de los efectivos Emiliano Carrazzone, Ramiro Archain y Miguel Dileme en los papeles principales. La complicidad de varios famosos intérpretándose a sí mismos, y de Susana Giménez, en el rol de la presidenta de la Nación, suma y mucho.