El 5 de Talleres es una película sobre fútbol pero a la vez es mucho más que eso. De hecho, una de sus mejores escenas no tiene que ver con el deporte sino con la música: “Patón” Bonassiolle (Esteban Lamothe), un futbolista de 35 años a punto de retirarse, entra en una tienda de instrumentos musicales porque quiere comprar una guitarra. De repente escucha que alguien por ahí está tocando un bajo con una pericia notable: quien toca es un chico que no debe tener más de diez años. Patón lo observa con admiración y tristeza al intuir que quizás para él ese camino ya quedó atrás. Tal vez sea demasiado tarde para resucitar su afición por la música. Quizás ya pasó la mejor época para encarar algunas cosas… o quizás no. ¿Qué nos define? ¿Aquel deseo que elegimos seguir cuando éramos adolescentes? ¿Es posible empezar de nuevo cuando sentimos que ya dimos lo mejor de nosotros? El 5 de Talleres es también una película sobre la identidad. Su director, Adrián Biniez, se dedicó a la música antes de abocarse al cine. Nació y vivió en el partido de Lanús hasta los 29 años, y luego se mudó a Uruguay, su país de residencia desde hace una década. Fue ahí donde rodó su ópera prima, Gigante (2009), aunque a la hora de hacer su segundo film decidió volver a cruzar el charco para contar una historia sobre el club de fútbol de su barrio, Remedios de Escalada. Y así llegamos a la presentación de la película en el marco del 29º Festival de Mar del Plata. Allí conversé con el realizador acerca del film. - Uno de los hallazgos de la película tiene que ver con la frescura que transmite la relación entre los protagonistas, Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg, que son pareja en la vida real. ¿Ya conocías su situación cuando los elegiste? - No, para nada. Primero escribí la película y después empecé a pensar quiénes podrían ser los protagonistas, hasta que en un Bafici vi un corto en donde estaba Julieta y enseguida sentí que tenía que ser ella. Y lo de Esteban surgió después, pero yo no sabía que ellos estaban juntos en la vida real. Nunca pensé que podía llegar a conseguir dos actores que fueran pareja. Ya me gustaban ellos por separado, así que lo que se dio finalmente fue buenísimo. Fue como una revelación. - Hay un registro muy sutil de los mecanismos cotidianos que hacen a la convivencia. Da la impresión de que te importa más mostrar cómo gravita la pareja en la crisis de un hombre antes de detenerte en las explosiones o las situaciones límite. - A mí me interesaba mostrar una pareja que no necesariamente estuviera en un momento de crisis. Tenían que tener sus problemas de convivencia, obviamente, como cualquiera, pero no quería mostrar el principio de una pareja ni una crisis final, porque ya lo había visto muchas veces en el cine. Hay muchas de esas películas que son muy buenas, pero no quería contar otra historia de ese tipo. Además, desde el principio, mi consigna fue no agregar otro quilombo más a la trama porque Patón ya tenía suficiente con la cuestión del retiro. Yo quería mostrar una pareja que acompaña. Una pareja unida. - Es raro, porque continuamente el relato parece prepararnos para ver la gran pelea de la pareja, pero no. Enseguida se reconcilian. - Eso lo buscamos en el ritmo de la película. Pensamos mucho las elipsis y creo que en la secuencia de Tandil se ve muy bien. Ellos se pelean, se joden, se va cada uno por su lado, pero no es que después viene la típica escena del "puchero”. Hay un corte y al toque ellos ya están arreglados, y no tenés que contar todo para darte cuenta de cómo funciona la cosa. Creo que ahí aparece algo de lo real, porque eso muestra cómo muchos nos manejamos en el día a día. - Por otro lado aparece el tema del fútbol. ¿Cómo se fueron integrando estos dos ejes de la trama? - Desde el principio yo sabía que iba a ser una película sobre una pareja, pero después tuve que buscar el equilibrio porque también es una historia sobre un deportista, y tenía que estar la cuestión personal, la cuestión del grupo y de la comunidad. Encontrar el equilibrio, desde el guión y la edición, tal vez fue uno de los aspectos más complicados. Y otro de los dilemas fue cuántas escenas de fútbol había que incluir, y cuántas le aportaban realmente algo al relato. No es fácil filmar el fútbol, y a la vez nos vimos limitados por una cuestión básica de la trama: al personaje lo expulsan por ocho fechas y entonces, cuando él vuelve a la cancha, ya pasó casi toda la película. - Creo que la película logra algo muy difícil: narrar una lección de vida sin declamación ni un subrayado en el mensaje. Pero se nota que te interesa mostrar la crisis de identidad de un hombre en la mitad de su vida, y lo que hace para superarla. - Hay algo que me interesa en la dinámica de él, y es que parece estar "testeando" a todo el mundo, todo el tiempo. Él dice que va a terminar el secundario para ver cómo reaccionan los demás. Parece que no lo va a cumplir, pero finalmente lo hace, y lo mismo pasa con el tema del retiro, cuando dice “Me voy pero no se lo digas a nadie”. Es una forma de tantear a los otros. Creo que esa dinámica le aporta una estructura a la película. Tampoco quería que el desarrollo del guión fuera simplemente cumplir con la premisa, en donde lo único que uno puede esperar es el camino hacia el retiro. Al final él lo hace, sí, pero en el medio tiene dudas y le pasan cosas. Sufre un ataque de pánico mientras está trabajando. Se trata también de ver lo que cuesta tomar decisiones y sostenerlas. - Pensando en tus búsquedas como cineasta, ¿cómo sentís esta película en comparación con la anterior? - A diferencia de Gigante, en esta película estoy mucho menos contenido. En mi primera película hay muchos silencios y acá, por el contrario, hay muchos diálogos. A la hora de filmar no me impuse ningún esquema riguroso -palabra que detesto-, porque lo que quería era probar todo lo que surgiera en el momento de la puesta en escena. Una idea de juego constante.
El 5 de Talleres, dirigida por Adrián Biniez (Gigante), indaga en la historia del capitán de un club de fútbol de la C que decide retirarse. La pena máxima El "Patón" Bonassiolle (Esteban Lamothe), capitán de Talleres de Remedios de Escalada (equipo de la C), es expulsado de un partido y suspendido por ocho fechas. A sus 35 años se da cuenta de que es momento de retirarse del fútbol. La pregunta es qué hacer, a qué dedicarse. Toda su vida jugó al fútbol y ni siquiera tiene terminada la secundaria. Con la ayuda de su mujer (Julieta Zylberberg) pensarán cómo encarar esta nueva etapa de la vida. No será fácil para el "Patón", jugador aguerrido y por demás temperamental, famoso por jugar fuerte y terminar expulsado. Mientras tanto, el club enfrenta una muy mala campaña en el torneo, a pesar de los enormes esfuerzos de sus jugadores y su DT. Lo que se dice un ídolo Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg (que también son pareja en la vida real) hacen una gran dupla, tienen mucha química y buen timing para la comedia. Los diálogos son rápidos y afiladísimos. Los personajes secundarios son uno mejor que el otro, y hay que destacar al DT de Talleres, un Caruso Lombardi venido a menos, pero remador como pocos. El fútbol, tema central de la película, está tomado desde distintas situaciones, muchas veces dejando fuera de campo lo que sucede durante los 90 minutos de juego. Una de ellas es la dinámica del vestuario, con las charlas del DT para motivar a los jugadores y la relación entre ellos, otra es el reconocimiento en el barrio del "Patón" y las gastadas de los hinchas, tanto de los de Talleres como los de otros equipos. También se muestran las reuniones de la dirigencia del club y cierto seguimiento de la campaña del equipo, y vale destacar lo bien que está integrado a la película el recurso de los resultados de los partidos de cada fecha de Talleres. Lo más interesante de la trama de la película es que se centra en el fin de una etapa profesional, que sucede a una edad muy temprana en comparación con otras profesiones, y en la que es necesario empezar desde cero una nueva etapa y decirle adiós a veinte años de rutina encarnada en el cuerpo. Conclusión El 5 de Talleres es una gran comedia con jugadores peleadores, pasión por los colores del club, peleas, un DT que se pone el equipo al hombro: en otras palabras, puro fútbol. Adrián Biniez lo ha hecho de nuevo, y de la mano de una dupla protagónica afiladísima y geniales personajes secundarios.
Retiro voluntario En El 5 de Talleres, segundo opus del argentino Adrián Biniez -ahora radicado en Uruguay-, no hay partidos históricos o recuperaciones heroicas en el resultado chivo de un enfrentamiento al que se da vuelta desde la entereza y la garra de un equipo del Argentino C como lo es Talleres de Remedios de Escalada; en la segunda película del director de Gigante (2009) se clausura de ante mano la idea de épica y se la reemplaza por la de la cotidianeidad, inclusive desde el micro clima de un vestuario o las instancias de un partido de fútbol, sin que el foco de atención sea precisamente este deporte o los deportistas. El protagonista es un jugador de 35 años, temperamental y muy duro en la marca, que transita por la crisis tanto de la edad como de la identidad y que tiene por objetivo tal vez colgar los botines al final del torneo porque los sueños de juventud, los anhelos de adolescencia, como tocar la guitarra, han quedado en offside hace tiempo. El Patón (Esteban Lamothe) vive de su trabajo de fumigador junto con su esposa (Julieta Zylberberg) y de lo que le depara su actividad futbolística semi profesional en el club Talleres de Remedios de Escalada. Le deben varios meses de sueldo y dentro del equipo parece líder tanto para la juventud como para otros que se acercan a su edad. Su relación con la dirigencia es un tanto tirante debido a la inestabilidad económica, pero su futuro inmediato parece estar signado por la supervivencia de una clase media baja que, una vez resignada la fuente de trabajo seguro como el fútbol, debe buscar alternativas para que ese hueco no cale demasiado hondo en la pareja, en la convivencia diaria y en la mirada de un entorno que muchas veces criticará la decisión de retirarse a sabiendas de que hay pocas cosas que pueda hacer que no sean correr atrás de la pelota. Sin embargo, para el Patón la esperanza de revancha o de un nuevo partido nunca se pierde y apoyándose en una esposa contenedora, pero exigente, busca la identidad entre otras búsquedas que a lo largo del film se conectarán con la conflictiva interna del protagonista. Por ejemplo, la dependencia de la mirada del otro o el consejo para seguir adelante, quizá como reflejo distorsionado de lo que implica salir a la cancha y estar expuesto a las puteadas de la hinchada, a la crítica de los periodistas y lo que es peor aún a la autocrítica. Adrián Biniez se encarga de organizar una puesta en escena que busca en un tono realista reflejar con enorme sutileza narrativa y sin subrayados o golpes de efecto la cotidianeidad, la medianía en el pequeño y gran camino de la vida de estos personajes, quienes tienen por meta la supervivencia con los recursos mínimos con los que cuentan tanto a nivel material como espiritual, siempre adelante el proyecto salvador de un negocio o emprendimiento familiar. Los personajes de El 5 de Talleres son un reflejo constante de un grupo social que muchas veces el cine reduce a determinadas esferas evitando extraer la riqueza de su día a día como parte de una mirada cultural sesgada, que por pereza a veces apela al estereotipo o al contraste básico sin renunciar a modelos de representación elementales y predecibles. No hay una intención por parte del realizador de generar en la película un discurso o manifiesto de clase sino por el contrario tomar la libertad que le supone utilizar una cámara, explotarla sin concesiones, y así finalmente construir un relato para contar una de las tantas historias sencillas que muchas veces pasan desapercibidas y que se conectan desde lo emocional -más que de lo intelectual- con una franja de público bastante amplia que necesita tomar contacto con películas de esta factura, tanto en términos de producción como cinematográficos.
Cuando el costumbrismo no se mancha Por una vez, el retrato localista no cae en los trazos gruesos televisivos: al abordar la historia del Patón Bonassiolle, el film de Biniez se mete además en un terreno tan dado al exceso como el futbolístico, pero evita sus lugares comunes. El diccionario online de la Real Academia Española define al costumbrismo como un elemento propio de una expresión artística que consiste en la “atención que se presta al retrato de las costumbres típicas de un país o región”. La corriente siempre fue una recurrencia en el ámbito audiovisual local, y basta repasar los principales exponentes de la pantalla chica de la era post Pol-Ka para ver que hoy se trata de una de sus principales vertientes. O al menos eso se intenta, ya que la generalidad marca que el sismógrafo auditivo y visual para captar la esencia local está mal calibrado, haciendo de esa apropiación cultural un acto exagerado, inflamado de gestos y deliberadamente gritón. Lo que hay aquí, entonces, es puro grotesco travestido de costumbrismo. En ese contexto, El 5 de Talleres es una bienvenida rareza. Porque presta atención al léxico popular –la referencia a Mauro o a los primeros exponentes del Nuevo Cine Argentino es inevitable– poniéndolo en boca de personajes barriales definidos con gustos y características concretas, palpables y alejadas del crayón televisivo, convirtiéndose así en una “ficción deportiva cargada de verdad”, tal como la definió el catálogo del último Festival de Mar del Plata, donde tuvo su primera exhibición nacional después de lanzarse al circuito en Venecia 2014.Nacido en Lanús y emigrado a Montevideo hace una década, Adrián Biniez se aproxima a sus personajes a través de un recorte naturalista de sus realidades, manteniendo como norma la evasión de picos dramáticos o los quiebres rotundos de guión ya exhibidos en Gigante (2009), además de una aproximación antropológica antes que evaluativa. Claro que el tono es radicalmente opuesto: si en su ópera prima había un vigilador nocturno solitario, ominoso y voyeurista que permitía el funcionamiento del humor deadpan, aquí hay básicamente fútbol, un protagonista transparente y, consecuencia del combo anterior, una comicidad más evidente, menos subterránea.El Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe) es el amo y señor del mediocampo de Talleres de Remedios de Escalada, un rústico dentro y fuera de la cancha que no duda en cagarse a trompadas con cualquier hincha crítico, pero que supo erigirse como líder y referente de los más jóvenes. Una expulsión al comienzo del torneo y la posterior sanción severa lo ponen ante la perspectiva poco alentadora: tiene 35 años, esposa (Julieta Zylberberg, mujer de Lamothe en la vida real), casa y auto; sólo le falta un futuro. El retiro, entonces, asoma como una posibilidad más que concreta. “Pero si tirás dos o tres años más”, refunfuña el padre del Patón (César Bordón) ante el anuncio del cuelgue de botines al final de temporada. Esa situación agrega una nueva variable al universo del film como es la familia. O, aun mejor, cómo se comporta ella ante la adversidad y la incerteza del futuro.¿Qué hacer, entonces, cuando el cuerpo ya no dé más? ¿Y cuando los sábados ya no sean aquello que fueron durante décadas? ¿Será cierto que lo peor no es el retiro sino la imposibilidad de satisfacer la “memoria del cuerpo”, tal como le dice el DT (Néstor Guzzini, el papá de Tanta agua aquí calcando a Caruso Lombardi, barbita candado incluida)? Esas y muchas más son las preguntas que atraviesan al Patón. Ante esto, lo primero será ir por el título secundario. Después, ver en qué invertir el dinero –que no es demasiado– y sobre todo el tiempo. También habrá lugar para un retrato de lo cotidiano, un viaje y los primeros síntomas de un duelo. Duelo que Biniez tiene el tino de no subrayar, ubicándolo como una de las circunstancias que no por importantes ameritan más tiempo del metraje. Y entre medio de todo eso, el fútbol mirado con una inocencia e idealización romántica que no se corresponde con el tono general de un film que, sin embargo, logra erigirse como historia de aprendizaje sin moraleja ni enseñanzas. El costumbrismo, como la pelota y al menos en este caso, no se mancha.
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La vida fuera de la cancha Tan calentón como rústico, tal como se suele decir en el lenguaje futbolero cuando un jugador suple su falta de virtuosismo con la pierna fuerte, El Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe) tiene ocho fechas por delante por una expulsión y es en ese momento de inactividad que puede pensar y llegar a la conclusión de que se impone el retiro. Con 35 años y una vida deportiva forjada en Remedios de Escalada, el capitán del equipo de la C debe entonces enfrentar su futuro, su falta de preparación y claro, lo que será la vida sin el vestuario, los sábados sin partido, el reconocimiento o las puteadas de la tribuna y del barrio. El fútbol. Desde allí, acompañado por la fe y el amor sin dobleces de su esposa Ale (Julieta Zylberberg, pareja de Lamothe en la vida real), El Patón irá desandando los pasos hacia el momento de colgar los botines con dudas existenciales, que incluyen desde la necesidad de terminar la secundaria hasta la elección de una actividad comercial a una edad en que la vida adulta está encaminada. Premio Mejor Director de Largometraje Argentino en la última edición del Festival de Mar del Plata, Adrián Biniez se aleja del registro cuasi contemplativo y de largos silencios de su anterior film Gigante y explora las posibilidades del costumbrismo, quitándole su carga negativa –desde ya no es la serie televisiva R.R.D.T. llevada al cine–, desarmando el género para mostrar una realidad sencilla. Así, se mete de lleno en el Conurbano pero sin la carga de sordidez habitual, sino desde la perspectiva de dos jóvenes que quieren salir adelante, con sus conflictos cotidianos que se superan sobre la marcha con amor y mucho humor en un gran trabajo de la pareja protagónica. El mundillo del fútbol del ascenso en toda su gloria de cabotaje en un registro cálido para personajes sin demasiada presencia en el cine argentino. Biniez mira y cuenta, no subraya, muestra una linda historia de amor, la zozobra por el mañana y la pasión por el fútbol. Se podría apostar que la mayoría de los espectadores va a querer que al Patón y a Ale les vaya bien, se lo merecen.
Derrotada por sus sueños. Capitán y mediocampista de Talleres de Remedios de Escalada, Patón Bonassiolle (muy buen trabajo de Esteban Lamothe) se va dando cuenta de que su carrera como futbolista está llegando a su fin. Tras jugar toda su vida para ese equipo sin lograr fama ni fortuna, deberá apoyarse en Ale, su mujer, para buscar un nuevo rumbo. ¿Pero qué hacer? El director Adrián Biniez recorre en éste su segundo largometraje la existencia de ese hombre que ve cómo su mundo se derrumba y amenaza con destruir no sólo su vida, sino también la de su esposa. Sin necesidad de apelar a un exacerbado dramatismo, el realizador supo convertir a Patón en un personaje lejos de los clichés gracias a la calidez y la comprensión con las que lo observa Biniez. Julieta Zylberberg acompaña con calidad como la mujer del hombre atrapado por sus recuerdos. Los rubros técnicos apoyaron sólidamente esta trama que habla del fútbol y de sus manejos, pero fundamentalmente se detiene en patentizar a alguien que sabe que ya los años le impedirán revivir su juventud.
Como un gol de media cancha El fútbol es el marco de esta más que agradable comedia dramática con dos intérpretes de excepción. El Patón no es lo que se dice un crack. No es el 10 habilidoso de Talleres de Remedios de Escalada, tampoco el 9 goleador. El Patón es un 5 que raspa, al que se le suele ir la pierna en la marca, y que cuando le dan ocho fechas de suspensión se plantea qué hacer en el futuro. Piensa, el Patón, capitán del equipo que lucha por el ascenso en la Primera C, en colgar los botines. Esa es la base de arranque de El 5 de Talleres, que a los pocos minutos podría titularse Dos a quererse o cualquier otro que estuviera más arraigado a la relación del Patón con Ale, su esposa. La película de Adrián Biniez es como un tiro libre bien pateado. Esquiva la barrera y se mete en el arco. Golazo. Lo que esquiva este argentino, radicado en Uruguay, y que sorprendió en 2009 con su opera prima Gigante es el costumbrismo, o mejor, la sobrecarga del mismo. Su película trata sobre esa pareja -despareja en el sentido de que el protagonista es él, y de ella vamos sabiendo cosas de a poco-, su manera de relacionarse, de encarar el retiro del jugador, y sus miedos. Quiere terminar el Secundario. No sabe cómo ganarse la vida a futuro. ¿Y si se arrepiente de su decisión? También está el mundo del Ascenso, el club, el técnico, los dirigentes y los jugadores. El mundillo de la pelota está de fondo, porque Biniez prefiere tener a Ale y Patón juntos, como recortados. Hay pocas escenas en que la pareja comparta momentos con otros personajes -con los padres de él, con una mujer-, lo que refuerza esta idea. Es primordial, entonces, la empatía que Ale y el Patón puedan establecer con el espectador. Y al margen de ser pareja en la vida real -algo que habrá ayudado-, Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg se ganan el corazón del público. Son dos muy buenos intérpretes, que siguen creciendo, que parecen naturales cuando están actuando y eso en cine no es común ni frecuente. Está claro que el guión, los diálogos de Biniez apuntan a ello, pero insistimos en que sin la caracterización de Lamothe, que puede pasar del cancherito al hombre que sufre en silencio, y Zylberberg -que es más que un soporte del protagonista, y llega un momento en el que no puede entenderse a uno sin el otro- El 5 de Talleres se iría decididamente al descenso. Por su título podría caerse en el error de creer que su público es el masculino. Sería una equivocación enorme. Es de lo mejorcito que el cine nacional ha presentado este año en cartel, y de no ser por algunas referencias sexuales, para todo público.
Una de las películas que se presentó en “Pantalla Pinamar” antes de su estreno fue “El 5 de Talleres”, dirigida por Adrián Biniez. Con el actor Esteban Lamothe a la cabeza, el film cuenta la historia de “Patón” Bonassiolle, el capitán de un club de fútbol de la Primera C, quien sufre unos contratiempos que lo llevan a tomar la decisión de retirarse de su corta carrera. El director de “Gigante” nos proporciona una historia muy nuestra, muy popular, muy de barrio. Con un lenguaje coloquial, logra retratar este final de carrera de un futbolista frustrado y el comienzo de una nueva vida. La película no solo está destinada a los amantes del fútbol, sino que es para todo público, ya que no se centra íntegramente en el deporte. “El 5 de Talleres” enfoca su atención en el cambio de vida de una persona que deja de hacer lo que le gustaba, lo que quería para su vida, para dedicarse a otra cosa, enmarcando esta historia en el contexto futbolístico. Se pone en juego la edad y los momentos de la vida para realizar ciertas cosas (o al menos los que se nos impone como límites en la sociedad). ¿Es tarde para volver a empezar? Es decir, que sobre todo es una historia de amor y superación. Y este amor se encuentra perfectamente encausado en la pareja de Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg, quienes son marido y mujer en la vida real y esto se nota. Existe mucha química entre ambos, la cual traspasa la pantalla. Además, cada uno se encuentra muy bien en su papel. Al entremezclar diversas temáticas, se logra que la película pueda ser disfrutada tanto por hombres como mujeres, según los gustos de cada uno. Asimismo, es una película muy divertida, nos proporcionará momentos muy amenos y graciosos, sobre todo con respecto a la relación de pareja que mantienen “Patón” y su mujer. En síntesis, “El 5 de Talleres” es una película que gustará a los argentinos, ya que nos podemos ver identificados por el fútbol, por ser una historia inspiradora, por mostrar nuestras maneras de comportarnos en la vida en general y por ser una linda historia de amor. Una historia muy completa que logrará conmovernos. Samantha Schuster
Afectiva y con preciso sentido de observación. Algunos futbolistas hacen historia, juegan en los grandes estadios, reciben ovaciones, se casan con una buena mujer y se retiran con un partido de homenaje, buenos dinerillos invertidos en diversos negocios, y el reconocimiento diario de la gente. Otros viven lo mismo pero se casan con una botinera. Y otros hacen lo que pueden, patean las canchas de pasto pelado de Primera C, reciben unos alientos de tono amenazante, se casan con la única que los aguanta (y hasta por ahí nomás) y se retiran sin mayor emoción ni ahorros ni perro que los conozca. El Patón Bonassiolle, terco y gruñón, está en un punto medio. Malo, o con mala suerte, pero bien casado. Su mujer lo banca y lo ubica. El llegó hasta ahí, sabe que un día el club le agradecerá los servicios prestados y la hinchada agradecerá que no juegue más. Puede ayudar un poco al DT, o trabajar en un delivery u otra cosa donde no se esté peleando con los rivales. Pero primero, si es posible, quiere culminar debidamente su carrera. Esa es la historia, ambientada en Remedios de Escalada, que Adrián Biniez cuenta con cariño y gran conocimiento: él es de ahí, de Escalada. La vida lo llevó a Montevideo, y a Berlín, donde ganó en 2009 con "Gigante", pintura uruguayo-argentina de un gordo grandote de Seguridad enamorado de una flaca de Limpieza del mismo local. Enternecido por la flaca. Medio zonzos los dos, y medio callados. "El 5 de Talleres", argentino-uruguaya, tiene algunos puntos en común con esa historia. Pero la pareja no es zonza ni callada. Y el conurbano de las canchas tiene sus pinceladas nerviosas, aunque no aparezcan barrabravas. Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg componen una pareja enteramente creíble en la ficción, no porque lo sean en la vida real, sino porque la obra entera tiene un sentido preciso de la observación, que se advierte en cada detalle, salvo uno, pero es perdonable: el protagonista no parece tener piernas de futbolista, y se nota que aprendió a jugar recién para hacer la película. Nadie es perfecto.
Mirar el 5 de Talleres es meterse dentro de una historia íntima, una que merece ser observada. ¿Qué pasa con los jugadores de fútbol que no la “pegan” en primera división? ¿Qué pasa cuando se retiran? La película aborda estas cuestiones de manera eficaz y sensible haciendo lucir con todo a la gran dupla protagónica. Esteban Lamothe interpreta al jugador de categoría baja que uno puede imaginar, donde la frustración es parte de su vida como algo pesado. Su postura y forma de hablar terminan de definir a un tipo de barrio muy bien flanqueado por su novia (tanto en la ficción como en la vida real, cosa que ayudó mucho) Julieta Zyelberberg. En todo momento te creés el amor gracias a la química (a veces muy sexual) que hay entre ellos. Un gran casting. Hay un tercer personaje para resaltar: el club y el barrio, y para quien escribe estas líneas posee un significado extra porque me crié ahí y aunque lo haya abandonado hace años y cambiado por Caballito, el cariño está. El director Adrián Biniez lo supo retratar muy bien y con detalles que solo captarán los que caminaron esas calles y fueron al club. Algo que en lo cinematográfico lamentablemente no suma. Tal vez ahí reside el punto flojo de este estreno, muchos se van a quedar afuera y no solo por las referencias barriales de pertenencia sino por su código. En términos de realización y producción es muy correcta. Se nota que maximizaron todos sus recursos con un buen resultado pero a pesar de sus muchos aciertos, al film te deja con sabor a poco, a la espera de algo más que nunca llega y eso no pasa desapercibido. El 5 de Talleres es una buena película pero que únicamente se sostiene con sus protagonistas, que por más que sean excelentes no son suficientes para llegar a un nivel de excelencia. Aún así se deja ver y se pasa un grato momento en la butaca, que es lo que verdaderamente importa.
Fin y principio El Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe) es el 5 de Talleres de Remedios de Escalada, su capitán, su líder dentro y fuera de la cancha. No es precisamente un virtuoso, sino un mediocampista metedor. Tan metedor que se le suele ir la pierna y, en el comienzo del film, es expulsado por una falta descalificadora a un rival. Cuando recibe 8 fechas de suspensión y se da cuenta de que sólo podrá jugar los últimos tres encuentros del campeonato, decide que es hora de colgar los botines a fin de año. El problema es que, una vez hecho el anuncio, primero a su esposa (Julieta Zylberberg), más tarde a un amigo y finalmente -tras muchas dudas e idas y vueltas- a la gente del club, se le vienen encima todos los miedos, toda la angustia, todo el vacío existencial ¿Qué hacer? ¿De qué vivir? Terminar la secundaria, intentar con un emprendimiento comercial… Más dudas que certezas, por supuesto. En su segundo largometraje tras la consagratoria Gigante (2009), Biniez -argentino pero radicado en Uruguay- consigue una de esas pequeñas grandes películas, de una sencillez y una nobleza formidables. Con una sensibilidad y un humor contenidos, asordinados, pero demoledores, consigue retratar un mundo (el del ascenso más terrenal de la Primera C) y, al mismo tiempo, describir la dinámica interna de una querible pareja (Lamothe y Zylberberg también conviven en la vida real) que debe redefinir unos cuantos aspectos para su futuro, pero que tiene el amor y la lealtad, y la solidaridad para sostenerse. El cine de Biniez es minimalista, evita los “grandes” momentos, los golpes de efecto, construye los climas y los conflictos de a poco, sin apurarse, sin apelar a subrayados. Los detalles, las observaciones, el color del ambiente son muchas veces más importantes que los propios “eventos”. Un costumbrismo que, por suerte, no cae en los excesos del género que tanto mal le han hecho al cine argentino. En ese sentido, la química de la pareja protagónica y los hallazgos de la mayoría de los personajes secundarios nos permiten no sólo entenderlos sino incluso identificarnos con sus inseguridades, contradicciones y búsquedas. Una linda película sobre fútbol, amor y segundas oportunidades ¿Qué más se puede pedir?
El fútbol y después El 5 de Talleres (2014) cuenta la historia del jugador del título que, ante su inminente retiro, comienza a replantearse su futuro. La película de Adrián Biniez (Gigante) se separa del lugar común de los conflictos existenciales -con epicentro en la clase media- y los traslada al mundo del fútbol barrial. Y lo hace mediante un entrañable personaje que no se expresa con palabras, sino a través de su físico. El “Patón” Bonassiolle (Esteban Lamothe) es el temperamental número cinco y capitán del equipo de Talleres de Remedios de Escalada. Al ser suspendido por una violenta jugada queda marginado del campo de juego y comienza a replantearse su retiro a fin de campeonato. Esteban Lamothe compone al futbolista y Julieta Zylberberg a su mujer que lo apoya y aconseja. La química que hay entre ellos (son pareja en la vida real), se vislumbra en pantalla, mostrando lo cotidiano de la relación, sus charlas, y juegos de seducción. La pareja protagónica recrea muy bien el vínculo: a Lamothe el papel de hombre tosco le cae como anillo al dedo, mientras que Julieta Zylberberg funciona como el complemento ideal para el futbolista. Hacia la mitad del film se abusa de este tipo de escenas descriptivas que no aportan demasiado a la narración, y tornan por momentos denso al relato. El director retoma el conflicto interno de un personaje común como hiciese en su anterior film Gigante (2009): Un hombre cuya vida y trabajo están íntimamente ligados a su cuerpo y el uso del mismo en su trabajo. El universo futbolero es representado con chistes vulgares y personajes pasionales que enriquecen el relato, envolviendo la vida privada del patón, y trasladando los mismos códigos y patrones a su cotidianeidad. El 5 de Talleres se centra en el personaje y su porvenir dejando la vida en las canchas en segundo plano. Sin embargo, aquellos momentos son representados genuinamente, con la idiosincrasia y el folclore justos, para retratar al patrón como un tipo DE (con mayúsculas) fútbol.
Un relato de acción contado al ritmo de una corrida de toros Sean Penn reaparece como un francotirador que ahora trabaja en ayuda humanitaria, debe limpiar su nombre y es perseguido en una trama que acumula acción y romance. Por su parte, a Javier Bardem se lo ve poco y desdibujado en la película. Sin una trama que sea innovadora y con el pulso narrativo que le imprime el director Pierre Morel, el mismo de la exitosa Búsqueda implacable, la película encabezada por Sean Penn entrega un típico producto de acción ambientado en Africa y Europa como escenarios de una persecución que parece no tener fin. Jim Terrier -Penn- , un francotirador mercenario contratado por una corporación minera multinacional, asesina al Ministro de Minería de la República Democrática del Congo y desata el caos. Ocho años después -¿era necesario esperar tanto?- un grupo de mercenarios intenta eliminarlo mientras Terrier trabaja para un pueblo con la ayuda de una ONG. El relato es la típica historia del hombre que desea recuperar a la mujer que ama -"Hice cosas malas"-, escapar de sus perseguidores y limpiar su nombre. Está claro que Penn no es Liam Neeson ni Sylvester Stallone -aunque físicamente se está pareciendo a éste último- porque sus películas no están ligadas a los típicos héroes de acción, pero se las ingenia como para mantener el interés de una trama un tanto forzada pero que no carece de intriga y de buenos momentos -como la escena de la llegada de un grupo de asesinos a la casa o las peleas con forajidos y secuaces de temer-. En ese sentido, The Gunman: El Objetivo acierta en sus escenas de tiroteos, escapes y romance en medio de un clima humanitario anti-corporaciones y con la mujer que alguna vez amó -Jasmine Trinca- y que ahora cae en las manos del personaje que tiene a su cargo Javier Bardem, en una aparición desdibujada y episódica. Como en toda película de género, al villano -Mark Rylance- muy del estilo de los personajes ochentosos se suman el agente que investiga -Idris Elba- las extrañas conspiraciones que tiñen de negro el pasado y presente del héroe maduro y el amigo -Ray Winstone - que ofrece refugio cuando las papas queman. Mientras tanto, una persecución feroz sigue su marcha al ritmo de la adrenalina que marca una corrida de toros sobre el desenlace. Y un oleeee para el hombre que arrastra la culpa del pasado.
Crítica emitida por radio.
Con lo justo El filme nos habilita la analogía futbolera. Así podemos decir que estamos ante un partido más, sin lujos en el planteo ni grandes figuras en la cancha, de esos en los que el equipo -humilde- con una táctica mínima logra un gol, uno solo, pero que alcanza para salvar los puntos, y no más. El "patón" es el capitán de un equipo de la "C"; jugador rudo, de esos que meten pierna y no dudan en dejar al rival fuera del juego, así se juegue él mismo su permanencia en la cancha. Así es que por una jugada fuerte es suspendido por varias fechas, obligándolo así a replantearse no solo su presente en el club, también su futuro en la vida. Casado y sin hijos, ya en los treinta debe decidir qué camino seguir. La pareja que forma con Ale no se caracteriza por ser nada especial, es una más en un barrio suburbano, sin grandes luces ni ambiciones en la vida, la mediocridad los abraza y se sienten bien así. Solo quieren hallar el negocio que les permita seguir subsistiendo. Lamothe exhibe aquí su característica abulia gestual que le sienta bien a un personaje que tiene poco que exteriorizar y al que mucho le pasa por adentro. Los diálogos no son brillantes ni nada parecido, y afortunadamente no se abusa de los pretenciosos silencios que abundan en nuestro cine. Los hay, pero lo justo. Finalmente, es valorable el conjunto de personajes secundarios bien creíbles, que ayudan a dar forma final a un filme que no aspira a ser más de lo que es; un humilde cuentito sobre gente humilde que no aspira a demasiado en su vida.
Si hay algo que destacar de "El 5 de Talleres" es la dupla protagónica: Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg, que se destacan por encima del guión y todo lo que sucede en pantalla. Dos actores que vemos crecer gigantemente en cada trabajo que se estrena y eso está buenísimo. La peli presenta, además, personajes secundarios muy interesantes, como el DT de talleres, los padres de Bonassiolle y varios más, que hacen que el futbol, muy presente en la peli, no sea al 100% el tema principal... y bien por eso, porque las escenas de Lamothe y Zylberberg están muy bien resueltas, con diálogos afiladísimos y claro, haciendo referencia constantemente a la pelota. Un trayecto personal no tan explotado en nuestro cine: el cierre de una etapa profesional para comenzar una nueva, en este caso, desde cero y sin dinero. Peli argentina para disfrutar en pantalla grande sí o sí.
Un futbolista de un club chico que llega al fin de su carrera y lo que le ocurre con la pérdida y la necesidad de reinventarse otra vez. El director Adrian Biniez acierta en la elección de los actores Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg (pareja en la vida real) y en la realización. Es el guion el que no tiene un desarrollo de mayor tensión y juega en la misma cuerda del principio al fin.
Segundo opus de Adrián Binez luego de "Gigante" (filmada en el país en el cual vivió diez años, Uruguay) y esta vez, la apuesta está relacionada con el mundo del fútbol. Pero no es que "El 5 de Talleres" gire exclusivamente sobre el deporte, no. Hay aquí una marcada intención por hablar sobre las crisis de identidad que sufren los sujetos en sus diferentes etapas de la vida. El "Patón" Bonassiolle (Esteban Lamothe), laborioso caudillo de Talleres de Remedios de Escalada es quizás la excusa para preguntarnos cómo reaccionamos frente a los finales y cuáles son nuestras estrategias para seguir adelante, sin caernos ni abandonar la lucha cuando una etapa de nuestra existencia termina. A los 35 años, en el mundo del deporte de alta competencia (más allá de que Talleres sea un club del ascenso), ya las piernas no responden como antes. Casado (con Julieta Zylberberg, su compañera también en la vida real) y sin hijos, el Patón debe realizar dos procesos para llevar adelante su nueva vida: aceptar su despedida como un acto necesario y planificar el día después, entendiendo que no está salvado económicamente y durante los últimos 15 años sólo se dedicó a la redonda, día y noche. Binez caracteriza este momento de un hombre cerrando un capítulo de su vida, con bastante acierto. El Patón es un tipo básico, honesto y con un mundo pequeño. Algunos amigos, el club, su mujer, sus viejos, la vida suburbana y no mucho más. Su esposa entiende que la situación se complicará económicamente y anticipa que habrá que ver cómo su marido encara ese dejar de pertenecer a un universo donde domina sus códigos sin complicaciones. Zylberberg y Lamothe muestran su capacidad para componer una pareja en transformación y la pantalla desborda de su química. El conflicto central es colorido, hay un marco interesante para el observador neutral (el vestuario, los partidos, las discusiones pre y post encuentros) aunque la historia me parece un poco extensa para el conflicto presentado. El guión no abunda en palabras (el Patón tiene un lenguaje corporal que prima sobre sus dichos) y si bien la atmósfera está lograda (sino vean al técnico del equipo en cualquiera de las charlas técnicas), "El 5 de Talleres" como producto cumple aunque no nos deja la impresión de haber ido al límite en cada cruce. O sea, faltó despliegue. Pero la nobleza y la entrega del producto es algo que el público reconoce al final. Lograda, de a ratos tierna y muy nuestra, este segundo film de Biniez permite conocer a un director con buena pegada y condiciones, quien necesite quizás un poco más de experiencia (el tiempo ayuda) para convertirse en un estratega de fuste. Es un creativo a tener en cuenta (lo cual es bueno en época de poca imaginación en el juego no?).
La película anterior de Adrián Biniez, Gigante, había abierto el BAFICI de 2009 y no escapaba a las generales de la ley de ese cine minimalista y de silencios que ya para aquel momento estaba dejando de ser la norma en el cine argentino pero que en los años previos lo fue. Gigante era una película que no corría demasiados riesgos, iba a lo seguro y resultaba redondita. Seis años tardó Biniez en darnos su segunda película. El panorama del cine argentino es completamente diferente y El 5 de Talleres no tiene casi nada que ver con Gigante más allá del protagonista inmerso en su mundo laboral de clase media-baja. Pero acá no hay minimalismo ni silencios: se trata de una comedia dramática más clásica, costumbrista, ambientada en el mundo del fútbol. El protagonista es el Patón (un eficiente Esteban Lamothe, acostumbrado ya a los roles de “rústico del interior”), un futbolista que juega de 5 en el club Talleres de Remedios de Escalada, en la Primera C del fútbol argentino. El Patón es un jugador tosco que como todo buen 5 del ascenso tiene fama -justificada- de meter la pierna por demás. Promediando el campeonato, es expulsado y le dan ocho fechas de suspensión. Ya bien entrados los 30, el Patón está cansado de pelearla y decide retirarse al final del campeonato. La película transcurre entre que el Patón toma la decisión y que la hace efectiva, entre el partido de la expulsión y el último partido del campeonato, y está dividida en capítulos, uno por cada partido, capítulos en los que uno imagina está dividida la propia vida de cualquier jugador. El 5 de Talleres es una comedia menos amarga que lo que uno imagina porque no termina de zambullirse en el drama de su protagonista que, a la edad en la que todos empezamos a tener la vida un poco más armada, tiene que empezar de nuevo. Biniez prefiere pintar unas viñetas costumbristas, en general muy logradas, pero -igual que pasaba con Gigante- muy poco arriesgadas. La diferencia con Gigante es que esta película y esta historia pedían un poco más de riesgo. El cine argentino no es muy pródigo en películas deportivas a pesar de que hay pocas cosas más cinematográficas que el deporte, como bien muestran una cantidad enorme de películas norteamericanas hermosas y emocionantes. El 5 de Talleres no es, estrictamente, una película deportiva, pero el último partido del Patón es el momento en el que Biniez debería haber pelado su destreza para filmar un partido de fútbol conmovedor y no lo hace. Como en Gigante, Biniez va a lo seguro. La diferencia es que El 5 de Talleres pedía a gritos emoción y épica. Nos dejó con las ganas.
El otro día leía las repercusiones de las notas a Gabriel Batistuta sobre sus severos problemas físicos al dejar el fútbol y volvía, una y otra vez, a recordar EL 5 DE TALLERES. Obviamente que las carreras del “Bati” y el Patón, un mediocampista rústico que nunca dio más de tres pases seguidos bien ni tampoco salió de Remedios de Escalada, no son particularmente comparables (si bien se inspira en un jugador real, el personaje es de ficción), pero la pregunta es la misma y la película de Adrián Biniez la afronta, en tono de comedia dramática: ¿qué pasa con un jugador de fútbol –bah, con cualquier deportista– cuando se retira? Hay celebridades que tienen más opciones, claro: serán comentaristas, técnicos, empresarios, harán negocios con los dineros adquiridos en las épocas de fama y si bien queda claro –con casos como el de Batistuta y muchos otros– que ni para ellos es fácil la adaptación, ¿qué pasa con los otros? ¿Con la enorme cantidad de deportistas profesionales que tuvieron logros módicos –mediocampista de equipo del ascenso, tenista de torneos challengers, basquetbolista suplente del medio local y así– y a los que las pilas se les acaban? ¿Cómo recomienzan? el5detalleres1Uno podría pensar que para ellos es más sencillo. No hay que bajar tantos escalones de la gloria al ocaso y los cambios no serán muchos. El Patón vive en un chalecito del conurbano y difícilmente su situación económica se derrumbe ya que no imagino que su sueldo en Talleres tenga cifras astronómicas. Pero de todos modos: ¿cómo se vive con la ausencia de la rutina semanal, del entrenamiento, la concentración, el partido, ese loop anual que conforma a esa persona que se esconde detrás del futbolista? El Patón es un rústico dentro de la cancha y lo es bastante también afuera –agarrándose a las piñas cuando lo putean en la calle, entrando en toda pelea que le pasa de cerca–, pero a lo largo de su carrera futbolística trató con ahínco de no pensar demasiado en el después. Hasta que… El Día D empieza a llegar cuando al Patón (Esteban Lamothe, perfecto en el rol) lo expulsan por ocho jornadas en medio del campeonato y se ve forzado a enfrentarse a la realidad de que esta puede ser su última temporada (anda por los 35 años). Con su esposa (Julieta Zylberberg, pareja del actor y madre de su hijo en la vida real) intentan encontrar entretenimientos pasajeros para sacarlo de su malhumor cotidiano y su dependencia de la PlayStation. ¿Poner un negocio de ropa? ¿Terminar el colegio? ¿Estudiar inglés? ¿Arreglar las cosas rotas de la casa? ¿Cómo seguimos ahora? El5Talleres5Con un oído perfecto para los idiomas del conurbano –la zona donde transcurre el filme no es lejana geográficamente a la del filmeMAURO aunque en ambientes un poco menos densos, de clase media–, Biniez construye una comedia humana que se aleja tanto de los estereotipos barriales de las series televisivas (de hecho, uno podría imaginar una versión Pol-ka de esta misma trama) como de las manipulaciones dramáticas de un cine que busca causar más impacto por la vía de la intensidad. Nada grave le pasará al Patón a lo largo de la película. Sí, tendrá peleas matrimoniales, familiares, con los directivos del club, con su técnico y sus compañeros, pero siempre da la impresión de que un lazo enorme de solidaridad une a todas estas personas que tienen como objetivo en común el bienestar del club y del otro, pero alejados de la épica LUNA DE AVELLANEDA. En ese sentido, la película también es un antídoto ante el registro crispado de RELATOS SALVAJES. Si allí todo lo que puede salir mal sale mal y siempre que te pueden joder van a hacerlo, aquí lo que sucede es lo contrario, de manera que por momentos hasta resulta demasiado amable. Un técnico fracasa y los dirigentes no lo quieren dejar ir. Los sueldos demoran en pagarse pero nadie duda que tarde o temprano aparecerán. La pintura de la interna del fútbol puede resultar un tanto ñoña para los conocedores de las internas de los campeonatos del Ascenso, pero esa no es la historia que cuenta el filme del director de GIGANTE, sino la de una comunidad (pareja, familia, barrio, amigos) que intenta mantenerse unida aún cuando las circunstancias no colaboran. El-5_webNo hay nostalgia en EL 5 DE TALLERES, no intenta el filme llevar al espectador a la idea del barrio que todo lo salva y todo lo cura. La mirada de Biniez puede no ser oscura, pero tampoco propone la nostalgia ni una idea “Campanelli” de la familia argentina. Al contrario. Es claro que los conflictos están y que muchas veces no se hablan. Es claro que las cosas no funcionan bien, pero en lugar de sobredramatizarlas (la película propone un tono casi documental de concatenación de eventos, sin grandes picos dramáticos) opta por la manera en la que optamos muchos cuando se presentan problemas: tratar de resolverlos de la mejor manera posible. Con equivocaciones y errores, sí, pero con honestidad. Finalmente, la película de Biniez es un relato sobre el arte de lo posible, un cariñoso “es lo que hay” que va de la profesión del fútbol a la aceptación de las familias que nos tocan en suerte y las que elegimos. Y es, sobre todo, una película sobre el matrimonio. Sobre ese vínculo que hace que dos personas, aún con sus problemas y sus diferencias, colaboren entre sí para salir adelante en medio de una situación difícil. Con humor, con cariño, hablando mal inglés y destruyendo a rivales de una manera más parecida al rugby que al fútbol, las peripecias del Patón en EL 5 DE TALLERES son peripecias con las que todos nos podemos identificar. Las peripecias de tipos que, ante las circunstancias que les tocan vivir, hacen lo mejor que pueden…
Patón Bonassiole (Esteban Lamothe, from El estudiante) is a 35-year-old soccer player for Talleres of Remedios de Escalada, and he’s not precisely going through a stroke of luck: he committed a foul and so he’s been banned from playing for eight matches. Not only that, considering his age, he has to face it will soon be time to retire. Something which his wife Alejandra (Julieta Zylberberg) agrees to — plus, rather than considering it any kind of misfortune, she sees it as the chance for a fresh new start. By the way, Patón and Alejandra get along quite well and haven’t lost an inch of passion, so their new future can only be encouraging. It’s up to Patón to make up his mind and say goodbye to the only life he’s known for so long. El 5 de Talleres, written and directed by Adrián Biniez (Gigante) is, on the surface, an examination of the everyday life of a soccer player at the end of the line. How is he supposed to let go of a profession that gave him his very identity? What is he to do in order to become somebody else, and yet keep being himself? What are, in fact, his choices? None of these questions are addressed in an existential manner, which is not to say they are tackled superficially either. Adrián Biniez trusts viewers to understand the process by exposing bits and pieces of run-of-the-mill activities now seen under a different light. It’s about observing in a very well detailed fashion, nonchalantly and with a contagious sense of humour. Often a low key comedy, El 5 de Talleres is also a gentle study of a loving couple, their quirks, codes and understandings. The fact that Esteban Lamothe and Julieta Zylberberg are real-life partners adds to the chemistry provided by the smart screenplay and precise direction. Their gripping performances, together with those of the rest of the cast, add verisimilitude to a scenario that becomes more and more familiar as new decisions are made. With a downplayed tone and a smooth rhythm, Biniez’s second opus eschews big meanings and big gestures, but it’s not about dry minimalism either. It’s actually kind of hard to say where it exactly lies, and that’s likely to be an asset for a seemingly small film that says more than what it seems.
El fútbol que no vemos Del director de Gigante (2009), El 5 de Talleres, es un film que habla sobre ese otro fútbol, sobre las pequeñas y grandes pasiones barriales, sobre el modo en que sus jugadores se debaten entre el deseo de jugar y la necesidad de sobrevivir. Porque la mayoría tiene la necesidad de trabajar en otra cosa, que quizá se encuentra muy distante de sus deseos y de la sana costumbre de compartir el juego, el juego enteramente lúdico, distante de las conveniencias, de los negocios, de las barras bravas… fuera del entretejido habitual de los grandes cuadros. Dentro de ese clima el personaje de “Patón” se mueve entre una sólida y tierna historia familiar, y el hecho de saber que a una edad determinada debe pensar en realizar algún tipo de negocio para enfrentar su futuro en familia. Pero a la vez el film habla del amor, de la superación, de las relaciones barriales, y de los sentimientos que los mueven para continuar. Pero acá el fútbol aparece subordinado a la historia de amor. Imposible no asociar a Metegol de Campanella, con todas las distancias, que comienzan por el género. Me refiero a cierta ingenuidad y a esa simpleza, que por momentos adquiere ribetes épicos. El personaje de Patón es sin duda un personaje rústico, cuya historia individual pesa considerablemente en el argumento del relato. Y porque el film habla mucho sobre la intimidad de esta pareja, que parece no tener fisuras. Y que sin duda, hace uso de todo aquello que implica tener una relación afectuosa y física, que tiene mucho de adolescentes siempre dispuestos a lo corporal. Un film fresco, tierno e idealista que seguramente va a conquistar al espectador fácilmente.
En el año 2009 ,Gigante, una pequeña película, ópera prima del director Adrián Biniez, había inaugurado el BAFICI con muy buena repercusión. Venía de ganar varios premios en Berlin y todos descubríamos allí a este argentino que había hecho prácticamente toda su carrera en Uruguay. 5 años después se exhibe en competencia argentina en Mar del Plata, su segunda pelicula, con la pareja protagónica de Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg. Uno podía imaginar un registro similar, una película más de climas, de sugestiones, de silencios y planos generales largos, antes que un film de acciones. Sin embargo, El 5 de talleres no sólo no es parecida sino que es otra cosa. Una comedia romántica con problema existencia para un jugador ya mayor, de Talleres de Remedio de Escalada que empieza a pensar en el retiro. Patón, es ídolo de su club, el del barrio del propio director en el sur del Conurbano bonaerense, y la decision de dejar de hacer lo único que hace bien le implica una serie de conflictos personales entre los cuales por ejemplo aparece el no haber terminado el colegio. Biniez se mueve cómodo en el mundo masculino del vestuario de fútbol, su héroe, como en Gigante sueña con algo que todavía no sabe muy bien qué es. Mientras tanto se enfrenta con un mundo lleno de obstáculos para alguien que es viejo para el futbol pero joven para todo lo demas. El secundario, Lo que podría ser un drama personal e intimo, Biniez lo convierte en una comedia de humor medido, suficiente, en parte basado en la buena chispa que logran la pareja Lamothe-Zylberberg y algunos de los actores como el uruguayo Néstor Guzzini (que se destaca también en Mr. Kaplan otra pelicula en este Festival) cuyos diálogos recuerdan mucho a las escenas de la serie televisiva Farsantes. La vida de un matrimonio joven cuya preocupación circunstancial pasa por qué va a pasar con la vida después del fútbol: allá van a pensar nuevas maneras de ganarse la vida: un lavadero, un negocio de lencería, un servicio de delivery de fiambres. Pero a la vez, retrata sin opinión el mundo del ascenso, sin el glamour de las primeras categorías, casi como un club de barrio tomando al futbolista como un verdadero trabajador. El 5 de talleres es una pelicula altamente disfrutable.
Curvas de la vida El segundo largometraje de Adrián Biniez es una co-producción uruguayo-argentina, como lo fue Gigante, su opera prima que también tuvo un largo recorrido por varios festivales. Ambas apuestan por algo que muy pocos –más bien poquísimos– cineastas actuales han logrado: hacer una película que cuente la historia de personajes reales, personas comunes y corrientes. Dentro de esas personas están el guardia de seguridad de un supermercado en Gigante y, ahora, el capitán de un equipo de fútbol de la C argentina en El 5 de Talleres, con los dilemas e incertidumbres que pueden ocupar la mente de cualquier jugador en la vida real. Patón tiene treinta y cinco años y está a punto de retirarse. Está atravesando una crisis existencial y piensa en cómo enfrentar ese vacío que antes llenaba la pelota; si es hora de terminar la secundaria o de probar suerte con algún emprendimiento junto a su mujer –en la vida real y en la ficción– interpretada por Julieta Zylberberg. Patón piensa y siente mucho todo el tiempo. Tiene la bondad y la ternura del gigante Jara. Porque la primera incursión de Biniez como cineasta comparte la misma pasión de El 5 de Talleres por tomar personas reales como modelo para la construcción de sus personajes, y de retratarlos como son. Patón es un tipo de barrio, no una estrella internacional y Biniez ya ha demostrado que posee la capacidad de transformar lo ordinario en extraordinario y durante el proceso, aprovechar las cualidades reales de sus actores para incorporarlas a sus personajes. Un ejemplo de esto es el chiste en el que Patón les dice a sus padres que se va a anotar en la Universidad para estudiar nutrición. Este es un dato verídico en la vida de Esteban Lamothe, ese enigmático rostro del cine independiente argentino, un chico de pueblo que se vino a Buenos Aires para formarse en esa especialidad. El primero que supo aprovechar esa faceta suya fue Santiago Mitre cuando lo dirigió en El estudiante, película en la que el oriundo de Ameghino interpreta a un provinciano que empieza a estudiar en la UBA. Al año siguiente, el actor participó en Villegas de Gonzalo Tobal donde la acción transcurre en la ciudad a la que alude el título, ubicada al noroeste de Buenos Aires al igual que su pueblo natal. El 5 de Talleres recupera la esencia de su personaje en Villegas –la misma ternura, los replanteos existenciales y las incertidumbres laborales–, pero si en aquella era el funeral de un familiar lo que movilizaba al personaje, en esta es una suspensión, lo que sacude al protagonista y lo que lo obliga a replantear su vida para poder comenzar de nuevo haciendo otra cosa. A partir de ahí, empiezan a brotar escenas que logran transmitir una verdad como solamente el cine puede hacerlo. Si bien trabaja tonos menores, en El 5 de Talleres no faltan momentos épicos y enormes como la escena del último partido, con la tensión de las jugadas y la cálida despedida de la hinchada a su jugador figura. Estamos frente a una película que amaga, se frena y vuelve a arrancar, que avanza de una forma incierta pero segura. Una que tiene la modestia de un pibe de barrio gambeteando entre la melancolía y el realismo que presentan algunos ejemplares del Nuevo Cine Argentino. Como un adolescente tardío en busca de algo que no sabe bien qué es, un chico ostra salido de una película de Ezequiel Acuña con una frescura muy particular y con cierto aire ausente cuando mira, Esteban Lamothe parece el actor ideal para representar ese estado. El 5 de Talleres forma parte de un cine que recupera los sentimientos mediante una historia agridulce que la convierten en una suerte de comedia dramática bastante atípica que logra eludir con inteligencia la tentación de caer en el humor costumbrista argentina. Una película distinta, única, particular, a pura gambeta. Todo un gol olímpico del cine.
Costumbrismo que achica El número 5 de Talleres de Remedios de Escalada está cumpliendo una suspensión de varias fechas tras ser expulsado por una falta que le cometió a un adversario. Mientras espera volver para los últimos partidos del torneo, toma la decisión de retirarse del fútbol. Con estética de costumbrismo televisivo, de la que no puede liberarse del todo de sus clichés menos felices, el argentino radicado en Uruguay, Adrián Biniez, aborda en su segundo largometraje tras Gigante una historia pequeña, ambientada en un universo reconocible sin grandes picos dramáticos y con un humor que en ocasiones funciona. Mucho de lo bueno que ocurre en la película se debe a su pareja protagónica: Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg (gran actriz que maneja interesantes recursos para la comedia) tienen química (como que son pareja en la vida real) para que sus diálogos no parezcan forzados e inclusive logren momentos muy divertidos. También, la película tiene una original mirada sobre la vida de jugadores de fútbol que no viven sólo de eso (el protagonista hace changas fumigando) y sobre lo que les sucede tanto a profesionales como amateurs, el famoso pozo depresivo luego de varios años haciendo lo mismo y no saber qué hacer con sus vidas cuando se retiran de la actividad. Pero El 5 de Talleres se pierde un poco desde su aspecto formal, al tener una mirada un tanto televisiva en el uso de planos, con la filtración de elementos costumbristas que no terminan de cuajar o hallar un aspecto renovado. En ese sentido, algunos chistes algo obvios pierden gracia (el que llama por teléfono al programa de fútbol mientras es entrevistado “El Patón”) y acercan la película al formato de una tira televisiva obvia.
Con los tapones de punta Después de muchas interpretaciones fallidas por parte del cine estadounidense con respecto a nuestro amado “Soccer”, podemos sentirnos felices de por fin disfrutar de una película que hable con soltura y conocimiento del mundo del futbol. “El 5 de Talleres” es la historia del Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe), veterano volante central de Talleres de Remedios de Escalada, considerado referente dentro y fuera de la cancha por sus compañeros y su leal hinchada. Un jugador que con sus capacidades de liderazgo como también su rústica solidez defensiva lo convierten en una pieza clave para ganar los duros partidos de la primera C, aunque muchas veces sea la causante de ser expulsado bastante seguido y dejar a su equipo con uno menos. Es así que después de una de sus habituales expulsiones es suspendido por ocho partidos y es obligado a tener que perderse casi todo el resto del campeonato. Todo este tiempo libre sin tener que entrenar lo hacen reflexionar a sus 35 años y tomar la dura decisión de colgar los botines. Está claro que el desgaste físico es mucho peor que antes, pero el principal problema para Bonassiolle es darse cuenta que nunca supo ganarse la vida de otra manera que no sea jugando a la pelota. Un problema muy común en el ámbito de los jugadores retirados. Por suerte el Patón no está solo en esta nueva etapa. Su novia Ale (Julieta Zylberberg) va a ser la encargada de brindarle su apoyo incondicional para encarar de la mejor forma la difícil situación del retiro. Sin golpes bajos La nueva película de Adrián Biniez, director de “Gigante” (2009), conserva mucho de la sutileza narrativa que demostró en su ópera prima. Una cualidad que se hace notoria a la hora de retratar de forma orgánica y verosímil el proceso emocional por el que va transitando el protagonista. En esta película no hay lugar para los golpes bajos. Los aciertos y errores forman parte de la naturaleza de los personajes y no de un guion en el que se le puedan ver los hilos. Dando la sensación que el momento por el que debe pasar el personaje principal y sus pensamientos en cuanto a eso son mucho más lógicos de lo que pueden parecer al principio. Parte de ese encanto se debe gracias a la acertada interpretación de Esteban Lamothe, que no se destacará por su versatilidad actoral, pero el método para encarnar al personaje del patón Bonassiolle le queda perfecto. Complementado por su mujer Julieta Zylberberg, en la que encuentra una compañera ideal en la difícil tarea de representar de manera creíble a una pareja con dificultades para entenderse. Muy pocas veces se puede encontrar el equilibrio dentro del llamado “costumbrismo” argentino y no caer ni una sola vez en enfatizar artificialmente los momentos más emotivos. Biniez lo sabe muy bien y convierte su segundo largometraje en un relato de perseverancia y autosuperación sin dejar de lado la dinámica narrativa. A simple vista “El 5 de Talleres” parecerá solamente un guiño al hincha del futbol, particularmente del ascenso. Pero si le quitamos el folclore futbolero y las referencias deportivas, nos queda el costado humano de cualquier persona en busca de rescribir su futuro y solucionar cuentas pendientes. Y a fin de cuentas eso es más o menos lo que todos intentamos hacer en nuestro día a día.
Argentina supo tener un subgénero de películas con fútbol (aunque no “sobre fútbol”). En los ’40, ‘50 y ‘60, films como Pelota de Trapo, de Leopoldo Torre Ríos, y El Crack, dirigido por José Martínez Suárez, atraían tanto a cinéfilos como a futboleros. Una tradición que no prosperó en el transcurso de las décadas, hasta estos últimos años: El Camino de San Diego, Metegol, Papeles en el Viento y ahora El 5 de Talleres recuperan el encanto de esos largometrajes que usan la pelota como excusa para hablar de los que se encargan de patearlas y quienes lo rodean. Patón (Esteban Lamothe) juega como volante central en Talleres de Remedios de Escalada, emblemático equipo del Ascenso. Una expulsión lo deja varios partidos afuera de las canchas. Tiempo sin actividad laboral… y tiempo de tomar decisiones cruciales para su porvenir: decide abandonar la carrera al final del campeonato, retoma las materias faltantes para completar el colegio secundario y busca desarrollar un emprendimiento junto a Ale (Julieta Zylberberg), su esposa. No será sencillo: aunque es un hombre de carácter, como todo volante central rústico, Patón comienza a experimentar ansiedad, miedos e inseguridades. En tanto, no deja de entrenar con sus compañeros ni de brindarle su apoyo a un conjunto que debe luchar partido a partido, como se lucha en la vida. Luego de Gigante, su multipremiada ópera prima, Adrián Biniez presenta una historia acerca de dejar atrás una etapa de la vida para comenzar otra, con los traumas y dudas que eso genera. También presenta un fresco de un matrimonio joven y la madurez de la relación cuando es puesta a prueba. Al mismo tiempo, se adentra en el vestuario de un equipo de fútbol alejado de la gloria y de los millones, donde los futbolistas deben hacer otros trabajos para subsistir. Si bien el tono es de comedia (sobre todo, eventos y personajes que remiten a verdaderas figuras del fútbol argentino moderno), no le escapa a los momentos dramáticos, románticos y hasta picarescos, siempre en función de un retrato realista de la cotidianeidad de los personajes. Esteban Lamothe se pone la 5 del Patón, y no le queda grande la camiseta. Es convincente como futbolista, pero lejos de quedarse en lo que podría haber sido una mera caricatura, le da humanidad y cuerpo a su papel. Por su parte, Julieta Zylberberg le otorga credibilidad a una esposa joven, que ni en los momentos más difíciles deja de acompañar a su marido. La química entre ambos actores es innegable e irresistible, más allá de que sean pareja en la vida real. No menos destacadas son las participaciones de César Bordón como el padre de Ale y un buen número de personajes secundarios que le dan más credibilidad a ese microcosmos que transitan los protagonistas. El 5 de Talleres atraerá por su reflejo del mundo de los futbolistas, pero, principalmente, por su calidad a la hora de contar una historia sobre la lealtad, el crecimiento y el amor.
Obra que funciona por un director que sabe cómo moverse en el mundillo que retrata Lo hemos dicho antes. Cuesta creer que en un país como el nuestro haya tan pocas ficciones que giren en torno al fútbol, siendo éste el deporte claramente más popular y más arraigado en nuestra cultura. También es cierto que casi nadie mira para el lado del deporte a la hora de escribir guiones, independientemente del nivel de producción en términos económicos. Haciendo trabajar las neuronas como una usina a punto de estallar, quien escribe recuerda: los documentales “Amando a Maradona” (2005), un documental sobre fútbol “no afiliado a la AFA”, cuyo título se me escapa (2012), “Mujeres con pelotas” (2013) y “La bandera más larga del mundo” (2013). Por el lado de la ficción, una joyita llamada “La despedida” (2012) en la cual actuaba el “rifle” Pandolfi, “Metegol” (2013) y “Papeles en el viento” (2014). Podríamos considerar el agradable corto “De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba” (2013), incluido en “Historias Breves 8”, o la memorable secuencia de la cancha de Huracán en “El secreto de sus ojos” (convengamos que ya estamos buscando debajo de la alfombra). También hubo un documental sobre “Garrafa” Sanchez y otro sobre Argentinos Juniors, nunca estrenado No hay vuelta que darle, los números son contundentes. En una cinematografía vernácula que desde hace más de una década supera ampliamente la barrera de los 120 estrenos anuales (promedio) entre circuito comercial y alternativo en todo el país, la pelota y todo lo que gira a su alrededor económica, social, política y culturalmente ha sido directamente ignorado por guionistas y cineastas. ¿No hay historias para contar? Se habla de “leyendas”, de “gloria”, de “gestas deportivas” al referirse al anecdotario de cada club ¿Y los guiones? Es increíblemente paradójico que una de las películas más exitosas de la historia de nuestro cine (“Metegol”) esté dirigida por alguien a quien el fútbol resulta casi indiferente: “De fútbol no sé nada, no me interesa” ha dicho alguna vez el gran Juan José Campanella. En fin, a este escaso número se suma una pequeña gema, otra aguja en el pajar: “El 5 de Talleres” que por suerte se estrena esta semana. El fútbol aquí no es un mero contexto; sino un gran protagonista de la historia. El “patón” Bonassiolle (Esteban Lamothe) es un 5 aguerrido, temperamental, calentón, ídolo del club, líder nato y capitán del equipo Talleres de Remedios de Escalada de la división B Metropolitana, que está en pleno campeonato por el ascenso a la B Nacional. Un referente del plantel dentro y fuera de la cancha (peleando los sueldos de todos) que al comienzo de un partido es expulsado de la cancha por juego brusco. A la salida del estadio tiene tres encuentros (un hallazgo de poder de síntesis narrativa): fuera de campo recibe el cariño de un hincha, dentro del plano los saludos de su novia (Juieta Zylberberg) y de su papá (César Bordón), y en contra plano otro hincha (de espaldas, anónimo) que reclama más “huevo”. Es el universo anímico que rodea su vida. Al recibir ocho fechas de suspensión, el “patón” se encuentra por primera vez con tiempo para reflexionar, tiempo que junto a otros factores lo determinan a decidir su retiro del fútbol. La película de Adrian Biniez tiene, entre sus mejores aciertos, el saludable deseo de contar una historia con la ausencia de un conflicto “tradicional”, centrando la tensión dramática en el planteo existencial del protagonista. No parece costarle tomar esta decisión (más allá de las opiniones de su entorno). Su problema no es el miedo a extrañar el pasado, sino qué hacer con su presente. Terminar el secundario o comprar una guitarra, o formar una banda son las opciones que se presentan como “ciclo no cerrado” y “sueños truncos” respectivamente. El tiempo es tirano cuando no alcanza para hacer todo, pero lo es aún más cuando no se sabe qué hacer con él. Nada es casual en éste guión que se adivina con varias versiones o modificaciones (o sea, bien trabajado). Para empezar, la posición que Bonassiolle ocupa en la cancha es en el medio. El lugar en donde se define la tenencia de la pelota (y de las decisiones). Es quitarle la oportunidad al rival y capitalizar eso en favor de su equipo. El cinco que batalla, ayuda a la defensa y provee al ataque. Esa claridad de oficio funciona en oposición a su vida de civil. Por eso tampoco es casual que esta historia ocurra en el fútbol del ascenso. Es la categoría que está justo en medio de las cinco del fútbol argentino. Sufre carencias presupuestarias y de otra índole. Un paralelo con una clase media en decadencia de oportunidades pues el “patón” tiene, como casi todos los jugadores de las categorías inferiores, un segundo trabajo como fumigador. Una propuesta que crece por su auto conciencia de la sencillez y por una dupla actoral cuya química es de lo mejor visto en los últimos años en nuestro cine. Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg ofrecen un naturalismo tan auténtico que parecen venir de una prolongada convivencia real antes de filmar esta película. A ellos se suma un gran César Bordón como el padre y un notable trabajo de Néstor Guzzini como un director técnico a lo Caruso Lombardi, pero sin el humo. “El 5 de Talleres” funciona de principio a fin por un director que sabe cómo moverse en el mundillo que retrata. Es como si hubiese nacido en el barrio, pero además tiene un ritmo narrativo que distribuye con efectividad los momentos de transición para darle mejor autonomía a un relato que entretiene y atrapa de principio a fin. Adrian Biniez mete al espectador en este contexto y no lo suelta hasta que la historia está contada. Perdón, muy bien contada.
De Adrián Biniez conocíamos su largo “Gigante”, que fue sorpresa en Berlín hace algunos años. Este nuevo largometraje cuenta la historia de un muchacho de 35 años (Esteban Lamothe), futbolista de Talleres de Remedios de Escalada, que llega al final de su carrera, todavía joven, con buen laburo detrás pero sin haber saltado a las grandes ligas del deporte. La historia es menos sobre el fútbol que sobre el paso y el uso del tiempo, y también, sobre todo, una historia de amor entre este hombre y su mujer (Julieta Zylberberg). Lo que logra Biniez es cierto tono medio, que no es ni completamente comedia ni completamente drama, donde las emociones de los personajes aparecen sin esfuerzo. Como pasa en las buenas películas –porque esta es una buena película–, seguimos a estas criaturas sin notar las costuras.
La vida en juego Adrián Biniez vuelve al cine a 5 años de Gigante, ópera prima por la que obtuvo numerosos premios en diversos certámenes, incluido el prestigioso Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Su nueva película, titulada El 5 de Talleres, se adentra en el fascinante mundillo del fútbol de ascenso argentino (más precisamente, la Primera C). El Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe) es el mediocampista central de Talleres de Remedios de Escalada. Es el referente dentro y fuera del verde césped y el más querido por la hinchada. La cuestión es que en una jugada al Patón se le va la “un poquito” la pierna (conducta habitual en su prontuario) y el tribunal de disciplina lo suspende por varias fechas, dejándolo disponible para volver a jugar solo en los últimos 3 partidos del torneo. Esa sanción lo lleva a decidir que al final del torneo se retira de las canchas. El problema para el Patón es que la decisión trae aparejada un montón de dudas sobre el futuro que se le presenta por no tener terminada la secundaria o una profesión desarrollada para poner un poco de luz a su nublado provenir. Su mujer (Julieta Zylberberg), compañera incondicional e incluso su profesora en los tiempos libres fuera del trabajo y los entrenamientos, lo ayuda a enderezar la nave y aclarar sus ideas para juntos encontrar la vida en juego afuera de las canchas de fútbol. Adrián Biniez lleva adelante un relato intimista y sólido sobre los problemas que atraviesa un deportista que no tiene la vida salvada al dejar su profesión. El fútbol es un deporte difícil para el cine. Su dinámica de lo impensado (sin dudas su condimento más atrayente) es algo casi imposible de trasladar a la gran pantalla. Quizá fue por eso que Adrián Biniez se encargó de retratar la vida de un futbolista más afuera que adentro del campo de juego, pero sin dejar de lado todo lo que rodea a la selva del fútbol. Dirigentes, barras, representantes, periodistas, todos desfilan con peso en la historia de El 5 de Talleres, no son meros asistentes para hacer más representativa o verosímil la película. Biniez lleva adelante un relato intimista y sólido sobre los problemas que atraviesa un deportista que no tiene la vida salvada al dejar su profesión. En el transcurso del partido, su realizador consigue trasladar, con asombrosa sencillez, comicidad y dramatismo, el mundo del ascenso argentino (esa categoría alejada de las portadas de los matutinos deportivos, donde todo se hace a pulmón por el club amado) con un conocimiento realmente elogiable. La genia de Julieta Zylberberg (<3) acompaña a Lamothe con una química fascinante y esperable, ya que desde hace tiempo ambos son pareja en la vida detrás de las cámaras y tienen un hijo de 2 años. El crack de Esteban Lamothe le pone el cuerpo y el corazón a su Patón. Ese rústico mediocampista central, de pocas palabras y sangre caliente, es el tipo de jugador que tanto nos gusta reverenciar. El panteón de los ídolos siempre tiene un lugar reservado para esos jugadores metedores que dejan todo en cada pelota, porque juegan como hinchas. Esos tipos con las bolas bien puestas que entienden que en cada partido la vida está en juego, nada más y nada menos. Bien por Biniez, Zylberberg, Lamothe y El 5 de Talleres que saben mostrarnos con corazón y pases cortos ese espíritu de superación constante que se necesita para triunfar adentro y afuera de una cancha de fútbol.
CLAVADA EN EL ÁNGULO Una mezcla de nervios y excitación los invade mientras caminan por los pasillos; unos pasillos que resultan interminables, mientras sienten el fervor de la hinchada con sus banderas, cantos y bombos. En ese tramo se combina la pasión, la energía y el famoso “pongan huevo” hasta la salida a la cancha. Porque de eso mismo se trata el fútbol: de ese encuentro tan único y particular, como una modalidad aurática. Eso lo sabe bien Sergio “Patón” Bonassiolle (Esteban Lamothe), mediocampista y capitán de Talleres de Remedio de Escalada. Sin embargo, aquel mundo de vestuarios, cánticos y juego empieza a derrumbarse tras una roja directa y ocho fechas de suspensión. Este tiempo libre actuará como catalizador sobre su futuro, pues los 35 años comienzan a pesar y la idea del retiro deja de ser una simple posibilidad para convertirse en un hecho. Patón cuenta con el apoyo de su esposa Ale (Julieta Zylberberg, pareja de Lamothe en la vida real), quien no sólo lo acompaña en la decisión, sino que también intenta pensar qué negocio pueden realizar juntos para iniciar su nueva vida. Al igual que en los demás deportes, el fútbol expone otros elementos que conforman su magia tales como el surgimiento de los ídolos, o el compromiso de los fanáticos y jugadores para con el club, la idea de grupo. Y es dentro de esta variedad donde se desprenden los ejes centrales de El 5 de Talleres, la segunda película del director argentino y radicado en Uruguay, Adrián Biniez. Dichos ejes son: la pérdida de la juventud y el retiro de un jugador. Si bien ambos temas se complementan y mantienen cierta reciprocidad, Biniez consigue desglosarlos y otorgarles grados de importancia distinta. De esta forma, el retiro del capitán del equipo de la Primera C cobra mayor importancia y da pie al tema de la pérdida de la juventud que se tratará hacia el final del filme. Es interesante pensar que, a pesar de la fuerte impronta costumbrista reforzada por un lado, a través de las escenas domésticas como la convivencia y, por otro, a partir de los momentos relacionados con la vida barrial y del club, el director incluya ciertos elementos que quiebran esa atmósfera para habilitar otros ritmos y reflexiones. Un ejemplo es la escena del estacionamiento del shopping. Allí, Patón recorre el establecimiento primero para consultar sobre ventas mayoristas, uno de los posibles negocios tras el retiro, y luego va a un local para consultar sobre una guitarra acústica, una de sus fantasías de adolescente jamás cumplida. Cuando ya no queda nada más que hacer en el shopping, Bonassiolle va al estacionamiento a buscar su auto pero no lo encuentra. Sube y baja las escaleras, recorre las distintas filas, pregunta hasta que al final, patea un tacho de basura y se pone a llorar. Lo atractivo de la escena es el trabajo de Biniez para convertir la pérdida del auto de Lamothe en una metáfora de su propia vida, como aquel nuevo camino luego del retiro, ese futuro incierto y temerario que se aproxima a pasos agigantados. De esta forma, Biniez no sólo opera dentro de ciertos rasgos distintivos del costumbrismo, sino que también se vale de otros recursos y los inserta de manera que permite variaciones en el relato. Entonces, El 5… mantiene un ritmo pero, a su vez, crea tensiones y pausas que descomprimen la rutina. Así como ese momento previo al partido, donde el frenesí de los hinchas contagia a los jugadores para dejar todo en la cancha. De la misma manera, en la que el “pongan huevo” se hace más efectivo que nunca: en el sudor de la camiseta. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
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Cuando están de por medio: el amor, el fútbol, la familia y una nueva oportunidad. La trama gira en torno a un jugador llamado Sergio “Patón” Bonassiolle (Esteban Lamothe), capitán de un equipo de fútbol de la primera “C “(Club Atlético de Talleres de Remedios de Escalada).Sergio es un ser temperamental, ídolo, líder, se enfrenta a todos, es algo calentón, un referente fuera y dentro de la cancha. Dentro de un partido y por una jugada brusca es expulsado de la cancha, como cualquier jugador discute la situación y, como suele suceder en estos casos, se va muy enojado al vestuario. Una vez terminado el partido intenta disculparse con el jugador rival y no lo dejan. A la salida, fuera del campo de juego se encuentra con: el cariño de algunos hinchas, después con el afecto de su pareja Ale (Juieta Zylberberg) y su papá Mariano (César Bordón), pero opuestamente se enfrenta con un hincha que reclama más huevos, y como es de prever intenta pelearse y quienes intervienen ahí son sus familiares. Luego de esta expulsión su interior comienza a cambiar y lentamente llegan los planteos. Al recibir ocho fechas de suspensión porque además es reincidente, el “Patón” comienza a sentir ese espacio vacío y piensa (como cualquier persona cuando lo despiden de su trabajo o lo suspende o se jubila), no se halla en su casa, busca algunos entretenimientos que igualmente no logran llenarlo. Entre idas y venidas y como es muy efusivo cuando se encuentra con aquel hincha que lo provocó en aquella salida del estadio lo agarra a trompadas y hasta es demorado en la comisaría tras ese incidente, en la cual casi todos lo conocen. Su mujer intenta reanimarlo y le trae la idea de abrir un pub, o un negocio de comida rápida o vender ropa, entre otras cosas. La idea es ir buscando algo. Él ya tiene 35 años, no ha conseguido fortuna, ni una gran fama, ya ha vivido otros problemas por una lesión en los meniscos y estuvo parado por un tiempo. Llega la hora de elaborar con dolor y angustia su retiro del fútbol, este tiempo fuera de la cancha le está sirviendo para reflexionar. También va buscando otras cosas que fue dejando de lado, como comprarse una guitarra y hasta terminar la escuela. Esta es una historia de amor, pasión, compañerismos, disoluciones y convivencia. El fútbol vuelve a ser el conector con la vida como lo fue en la película “papeles en el viento”, para ir tocando distintos temas interesantes. Vamos viendo el paso del tiempo, el barrio, los conflictos familiares, las relaciones padre e hijo, el mundillo del fútbol donde están los negociados, las anécdotas, como el entrenador le habla a sus jugadores y no falta el calor de los hinchas. Que le pasa a ese jugador cuando siente el inminente retiro, el no volverse a poner más los cortos, no sentir la adrenalina el ingresar al campo de juego, los canticos o ese fervor de la hinchada y el ir buscando otras metas. Bien actuada, tienen mucha química los protagonistas, muchos expresan sus rostros y transmiten su amor: Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg (ellos en la vida real son pareja).
El partido de su vida Antes que nada, hay dos aclaraciones que hacer sobre El 5 de Talleres: por un lado, el equipo al que remite el título de la película no es el club cordobés de Barrio Jardín sino un club de Remedios de Escalada (Provincia de Buenos Aires) que juega en la Primera C. Por otro lado, el filme tiene menos que ver con el fútbol de lo que su nombre sugiere. El director Adrián Biniez, argentino de nacimiento y uruguayo por adopción, propone una historia pequeña, amorosa y divertida, prácticamente sin altibajos ni momentos de gran dramatismo, aunque bien le queda la etiqueta de "comedia dramática". "Patón" Bonassiolle (Esteban Lamothe) es el capitán y mediocampista de Talleres de Remedios de Escalada, propenso a poner la pierna cuando la jugada se complica, calentón y con pocas pulgas si la hinchada lo critica al terminar un partido. Luego de ser suspendido por ocho fechas debido a una fuerte lesión provocada a un rival, el protagonista comenzará a planificar su retiro (tiene 35 años) y a pensar qué hará de su vida una vez que cuelgue los botines. Así es como "Patón" y su esposa Ale (Julieta Zylberberg) aprovecharán el tiempo juntos para decidir qué negocio poner una vez que termine el campeonato y el retiro sea un hecho. La dupla protagónica, pareja tanto en la ficción como en la vida real, es el verdadero foco de la película. El fútbol es apenas el contexto (mostrado por momentos de forma ingenua y graciosa), la excusa perfecta para desarrollar en pantalla la sintonía y chispa que hay entre los personajes y la manera en que harán frente al cambio que se avecina. Los actores manejan con naturalidad el lenguaje popular que propone la historia. Las peleas maritales son la mayoría de las veces simpáticas y las escenas en que el protagonista exterioriza su crisis tienen dramatismo moderado. En el filme abundan escenas de un costumbrismo encantador, en las antípodas de lo que estamos habituados a ver en las ficciones de la televisión argentina. Mientras acompaña al equipo desde afuera de la cancha (los resultados de los partidos se muestran en placas negras que a la vez funcionan como separadores y marcan el tiempo de la película), Bonassiolle pasa muchas horas con Ale, visita a sus padres, juega a los videojuegos y estudia para rendir una de las tantas materias que debe del secundario. Todo con el barrio y sus protagonistas como piezas claves: el club, el canal de televisión local, los amigos del pasado, la hinchada de Talleres. Aunque por momentos la película pueda resultar demasiado lineal, sin picos sobresalientes, Zylberberg y Lamothe ejercen un magnetismo irresistible. Sin duda la dupla es lo mejor de la cinta de Adrián Biniez.
Brusco y melancólico. Sobre las bondades de `El 5 de Talleres´ Patón (Esteban Lamothe) tiene 35 años y juega de 5 en el equipo de fútbol Talleres de Remedios de Escalada. Juega ahí desde hace muchos años. No es particularmente bueno (nadie en el equipo lo es, en realidad), pero es una especie de referente para sus compañeros más jóvenes. Lo quieren y lo respetan, más allá de que, tanto verbal como físicamente, tienda a hacer bromas subidas de tono. Otra característica de Patón: putea mucho y mete insultos en cada frase que puede. Patón tiene ganas de dejar el fútbol, pero no es fácil: es a lo que se dedicó toda su vida, lo que mejor sabe hacer y donde tejió gran parte de sus vínculos sociales. Dejar el fútbol representa incertidumbre y una certera sensación de vacío. Por primera vez en su vida (o en gran parte de ella, al menos) tiene la posibilidad de sacar el piloto automático y tomar un rumbo nuevo. Este dilema, expresado en parte a través de soliloquios internos inaudibles para el espectador, constituye el eje de El 5 de Talleres, segundo y notable largometraje de Adrián Biniez. Lo primero que se puede destacar de El 5 de Talleres (porque es lo más visible, lo más obvio, y también porque lo considero la clave formal a partir de la cual se articula toda la película) es su abordaje de la comedia desde algo que por momentos hace acordar al costumbrismo. No se trata de costumbrismo, porque no hay un retrato específico de las costumbres y actividades propias de un sector social. Sin embargo, en la construcción minuciosa de los gestos y los modismos, se observa un cuidado por intentar entender cómo viven, piensan y sienten unos personajes que, si bien no son representantes totales ni dicen algo definitivo sobre la clase social a la que pertenecen, sí son inseparables de su contexto geográfico, su bagaje cultural y sus posibilidades económicas. La relación de Patón con su novia, su familia y sus compañeros del equipo de fútbol se va desarrollando a través de una línea narrativa suave, sin estridencias ni golpes de efecto. Es una película amable, en la que los pasos de humor surgen del vínculo que uno logra establecer con los personajes y de la empatía con la cual son observados por el propio film. El derrotero del equipo de fútbol, por ejemplo, es lamentable: da la impresión de que lo que mejor saben hacer es jugar desastrosamente y perder. La película hace algunos chistes al respecto, que podrían resultar crueles, sobre todo considerando que la situación general del equipo (económica y en la tabla de posiciones) es delicada. Sin embargo, las bromas están hechas con la ternura propia de una mirada que sabe posicionarse en el punto justo, alejada tanto de la condescendencia como del distanciamiento cínico. Mejor aún es la delicadeza narrativa y formal con que son llevadas a cabo: pensemos, por ejemplo, en los resultados de los partidos que aparecen cada tanto a modo de placas y funcionan como amables pasos de comedia y, a la vez, como una demostración palpable de la decadencia del equipo. A la par de este juego ligero alrededor de los fracasos de un equipo de fútbol y las formas de expresarse de sus miembros, se da un drama: el del propio Patón, que tras ser suspendido durante varias fechas comienza a considerar la posibilidad de dejar definitivamente el fútbol. El problema es que el fútbol es una de las pocas cosas que conoce en profundidad: nunca terminó el secundario ni parece haber tenido un proyecto laboral por fuera de Talleres. Su gran sostén emocional es su novia, Ale (Julieta Zylberberg), y es junto a ella que comenzará a imaginar un nuevo proyecto para bancar su economía. Las dudas de Patón se expresan a través de silencios y miradas perdidas; su usual brusquedad se combina con un proceso reflexivo intimista para crear -nuevamente- comedia. La comedia también aparece en la relación tensa con su padre (que se opone a que abandone el club), en un hincha anónimo que lo llama por teléfono sólo para insultarlo, y en otro drama personal: el del director técnico, Hugo (Néstor Guzzini), que parece haberse divorciado hace poco, vive en su auto y está atravesando una crisis emocional. Todo en El 5 de Talleres surge de una concepción del mundo que es cálida porque es amplia, y entiende que esos dramas y derrotas, por más preocupantes que sean para sus personajes, pueden enmarcarse en una mirada general que los aligera un poco, sin por eso banalizarlos. Esa amplitud de miras es evidente también en el último plano, cuando Patón y Ale se alejan en un auto mientras suena “Up With People” de Lambchop, una canción adorable que difícilmente tenga relación con el universo de los personajes de la película. Ahí es donde Biniez traza una línea y se distancia tanto del costrumbrismo como de los films que retratan a los sectores populares a partir de una sumersión total en sus mundos (una tendencia del mal llamado Nuevo Cine Argentino que va desde Pizza, birra, faso de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, hasta el cine de José Celestino Campusano). Los límites que traza Biniez también se pueden apreciar en el respeto con que observa a los procesos internos de Patón, sin intentar comprenderlos a la fuerza. Ese respeto habilita (a través de un proceso que parece sencillo y obvio, pero es mucho más complejo que cualquier gesto demagogo o pose nihilista) a grandes chistes (por ejemplo, ese en que Patón recuerda frente al comité directivo del club una frase alentadora y emotiva del director técnico, tras lo cual el técnico le dice “yo nunca dije eso”), a un retrato directo de la pasión sexual brusca que se profesan Ale y Patón, y a un ritmo general que va creciendo escena tras escena y toma forma a medida que se desarrollan los conflictos y se complejizan los personajes. La ausencia de tramas secundarias contribuye al ritmo sostenido, al igual que el cuidado del léxico que emplean los personajes que, por otra parte, gana fuerza gracias a buenas actuaciones. Es fácil minimizar a El 5 de Talleres. Sin embargo, el hecho de que pocos films argentinos consigan llevar a cabo con tanto éxito el tono medio y el retrato barrial sugiere que, tal vez, el logro de Biniez sea mucho mayor de lo que parece a primera vista.
Costumbres argentinas El Patón Bonassiolle es el volante central de Talleres de Remedios de Escalada. Es también el capitán y el emblema del equipo. Adrián Biniez, encara su historia con solvencia, retratando con amabilidad el juego brusco del Patón, reflejando con lirismo su rusticidad. El director ya había tenido un debut Gigante y ahora opta otra vez por una historia mínima. La de un jugador con empeño pero sin demasiadas luces que está a punto de retirarse. Pero en el medio (y el medio es el motor de esta propuesta) hay otra historia, la de la relación del Patón con su mujer, que es la que genera los mejores momentos de la película. Más allá de que los protagonistas, Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg, sean pareja en la vida real, hay una química y una verosimilitud que saben trasladar a sus personajes, volviéndolos creíbles y queribles. Como en cualquier sacrificado equipo de ascenso, los personajes secundarios acompañan y ayudan sin desentonar. Mención especial para Néstor Guzzini, el actor de Tanta agua compone a una especie de Caruso Lombardi en desgracia. Con El 5 de Talleres Biniez demuestra habilidad para amagar al costumbrismo, a la comedia y al drama y resolver por su cuenta, sin hacer una de más. Cultiva el medio tono sin remedios ni escaladas.