El talentoso realizador Javier Diment propone un intenso viaje hacia la intimidad de dos mujeres que se aman y se manipulan hasta los límites más insospechados, como nunca antes el cine argentino lo había reflejado. Una primera etapa enmarcada en un contexto atemporal, con una delicada fotografía en blanco y negro, se dispara a partir del acercamiento de una joven que busca realizarse un aborto, mientras que en la segunda comienza a vislumbrarse una posible tragedia como posibilidad de cerrar el relato de un amor en donde lo no dicho y la sangre marcan el pulso de las emociones.
Las grandes historias de amor no serían tales si los amantes no cruzaran límites. En el caso de El apego, límites que involucran sangre y muerte. Estamos en los años 70. Carla (Jimena Anganuzzi) llega a la residencia-clínica de Irina (Lola Berthet), una médica, para que la haga abortar. El embarazo -producto de una violación- está tan avanzado que eso no es posible, pero Irina le propone vivir allí hasta que el bebé nazca, para luego darlo en adopción. Lo que pague el matrimonio adoptante será repartido entre ambas. Al principio la convivencia es de carácter profesional, con rutinas y estudios, pero pronto la relación entre ambas adquiere niveles de obsesión, potenciados por una sucesión de hechos violentos. El director Valentín Javier Diment no es ajeno a las películas retorcidas. La memoria del muerto y El eslabón podrido son dos buenos resultados de su exploración de lo más desagradable de la mente humana. Aquí sigue apostando fuerte. En los primeros minutos, la simbiosis entre las protagonistas y la composición de algunos planos -sin olvidar el uso de blanco y negro- remiten a Persona, de Ingmar Bergman, donde también había mujeres aisladas. Pero Diment se despoja rápido de influencias directas y le estampa en la cara al espectador una pieza de su sello. Pero si bien hay horror, si bien estas antiheroínas no vacilan en cometer las atrocidades más indecibles, ahí debajo continúa latiendo una historia de amor. Y de un amor puro, un amor contra todo y contra todos. Anganuzzi y Berthet, actrices fetiche del director y parte de la génesis de este film, se lucen con interpretaciones que van de lo sutil a lo extremo. También aportan lo suyo secundarios del calibre de Germán De Silva, Marta Haller, Edgardo Castro y Luis Ziembrowsky. El apego confirma dos cosas: aún existe lugar para los melodramas perversos y Diment nunca hará una película de Disney.
Tras ganar la competencia Noves Visions de la 54ª edición de Sitges - Festival Internacional de Cinema Fantástic de Catalunya, se estrena la nueva película del director de La memoria del muerto y El eslabón podrido que se centra en la cada vez más intensa relación que se va estableciendo entre dos mujeres opuestas entre sí. Por un lado está Carla (Jimena Anganuzzi), que carga con un embarazo de más de cuatro meses producto de una violación y a quien en la primera escena vemos avanzar trastabillando en medio de una tormenta. Por otro, aparece Irina (Lola Berthet), una médica que suele hacer abortos clandestinos pero en este caso se niega a practicárselo por lo avanzado del proceso de gestación. En cambio, le propone darle refugio hasta que el bebé nazca y luego venderlo a un matrimonio adinerado. Desesperada, sin demasiada contencion ni alternativas superadoras, Carla termina aceptando. Tras ese inquietante prólogo, avanza este film ambientado en los años '70 (aunque bien podría transcurrir en los '50), rodado casi íntegramente en blanco y negro, que navega en las aguas del terror gótico, el melodrama romántico y el thriller erótico sobre las diferencias de clase y los códigos compartidos con aires de La ceremonia, de Claude Chabrol; y elementos propios del cine de Fassbinder y Almodóvar. Sexo, sangre y venganza conforman el tríptico principal de esta película que se basa -sobre todo- en la química entre las dos protagonistas (los personajes masculinos a cargo de Germán de Silva, Edgardo Castro y Luis Ziembrowsky solo orbitan alrededor de ellas y tienen una dimensión psicológica bastante más limitada), que va desde las tensiones iniciales hasta la relación casi endogámica y simbiótica que se va profundizando posteriormente. El resultado es un film tenso y denso, por momentos ominoso y pertubador, con varios pasajes logrados desde lo narrativo, visual e interpretativo.
Recientemente ganadora del premio a Mejor Película en la sección Noves Visions del festival de Sitges, El apego hace una apuesta brutal, amorosa y políticamente incorrecta. Esta nueva entrega de Valentín Diment, director de El eslabón podrido (2016), se parece a ese invitado que cae sin aviso, de improviso, pero que te salva el día. La historia transcurre en la Argentina de la década del 70 y sus escenas parecen ambientadas con la rigurosidad de un reloj suizo. Rodada en un inquietante blanco y negro –por lo menos en la mayor parte de la historia-, El apego construye encuadres a través de ángulos de cámaras precisos que saben posicionar al espectador en una perspectiva medida. Nada de lo visible, lo legible, ni nada de lo escindido parece obra del azar. Y, a pesar de que la película puede calificarse como de bajo presupuesto, posee una línea argumental y un cuidado en su despliegue técnico que resulta inusual en el cine local. No podía ser de otro modo ya que la película resulta un complejo entramado de diversos géneros y subgéneros que se aúnan entre sí al tiempo que son sostenidos por el modo de ser del melodrama que opera como soporte de todos ellos. Si quisiéramos definir a qué género pertenece El apego, estaríamos en problemas porque si bien tiene evidentes características de varios de ellos (cine fantástico, terror, gore, realismo social, etc.), su trama e imagen, solo funcionan cuando dos o más elementos de estos géneros conviven en el plano o en la articulación entre ellos. Por otro lado, hay claras reminiscencias a otras películas sin convertirse en una reescritura de ninguna de ellas. Tal es el caso por ejemplo del terrorífico film Los ojos sin rostro (1960) de Georges Franju. Aún no siendo equiparables ambas historias, tenemos ese despliegue de la tríada médico/ enfermero/ paciente. Por cierto, esta historia, luego fue tomada por Pedro Almodóvar en La piel que habito (2011) también tomando varias licencias de la trama original. Carla, una joven embarazada llega a la casa-clínica de Irina, una médica obstetra que ya la había atendido en el pasado. Dado que el embarazo está en un estado demasiado avanzado, Irina le ofrece que se quede en su casa hasta dar a luz. El trato no es desinteresado. Irina debe buscar una pareja dispuesta a pagar por el futuro bebé y luego dividir las ganancias con Carla. Dado que Carla no tiene ninguna garantía para dar a los futuros padres interesados en adoptar a su hijo, ella misma se transforma en carne propia en el garante de esa acción, resultando prisionera permanente y voluntaria en casa de la médica. Hasta ahí parece que asistimos a un drama de época en el que la idea de violación, aborto, trato o destrato médico, lesbianismo gozaban de otros parámetros interpretativos. Sin embargo, comienza a tejerse cierta artificiosidad en la construcción de ese mundo en donde los pequeños detalles van resultando cada vez más siniestros. Por supuesto, esta idea de puesta en escena, se debe en parte a que se trata de una ambientación de otra época, al tratamiento del blanco y negro y al despliegue del diseño de cámara y fotografía. Pero algo de esta puesta en escena termina filtrándose en la historia, en la que en cada develación vuelve a dejar en jaque al espectador. El apego es una película que trae varios discursos que hoy están en plena agenda política pero no le interesa mucho construir una historia que sea condescendiente con su tiempo. Al contrario, prefiere narrar la historia con ciertas fronteras dudosas como las del estatuto entre víctima y victimario, el del amor pasional, las patologías mentales como aspectos estructurales de una relación, etc. En este sentido, es ese invitado que nadie llamó, pero toca timbre. Interpela incomodando y sacudiendo más que intentando establecer una relación de empatía entre espectadores y protagonistas. Una historia políticamente incorrecta, pero no porque sea condenable su narrativa sino porque no le interesa quedar bien con ninguna agenda. Tal vez por ello su estreno es relevante. Desde ya es una gran película, hermosamente construida, pero lo que la hace necesaria es ese diálogo involuntario que establece con su tiempo sin emitir juicios morales y desde el refugio de una lejana Argentina de hace cincuenta años. EL APEGO El apego, Argentina, 2021. Guión y dirección: Valentín Javier Diment. Música: Gustavo Pomeranec. Montaje: Diment- Blousson. Dirección de fotografía: Claudio Beiza. Producción: Vanesa Pagani, Valentín Javier Diment. Intérpretes: Lola Berthet, Jimena Angamuzzi, Marta Haller, Germán De Silva. Duración: 102 minutos.
Buenos Aires, acaso Gran Buenos Aires, alrededor de octubre de 1978. Esto no lo sabremos por ninguna alusión política, sino porque en la radio alguien comenta el estreno de “La parte del león”, obra ejemplar de Adolfo Aristarain. Se oyen por ahí unos tiros y una sirena policial, lo cual no es privativo de aquella época, aunque da cierto clima. Como sea, las mujeres que vemos en ese momento están atendiendo sus propios asuntos mortuorios. Y no son dos leonas, sino dos víboras. Una, sensual, manejadora, quiere abortar porque dice que la violaron. Toda ella es una mentira andante y acuciante. Otra, rígida, también manejadora, quiere hacer un negocio con el futuro niño. Es una médica siempre seria, lo que no quiere decir que tenga seriedad moral. Casi nadie la tiene, en esta historia. Pero casi todos, detrás de la máscara, anhelan recibir algo de amor. No saben darlo, ese es el problema. Los traumas de la infancia, los objetos punzantes al alcance de la mano, también son un problema. Con esos elementos, Javier Diment (“El eslabón podrido”, “La memoria del muerto”) cuenta “un melodrama criminal”, así lo llama, uniendo hábilmente morbo, suspenso, muertes y comprensión de las debilidades más humanas. Quizás haya, al final, solución para quienes aún sigan vivos, y para un gato que dejaron por ahí encerrado. Antológica, la escena en que, sin una palabra, solo con la expresión de su mirada, Lola Berthet transmite las sensaciones y los pensamientos y temores de una mujer que al fin pudo soltarse. Ella y Jimena Anganuzzi son las protagonistas. Y las asesinas. Diment dice haber absorbido de Douglas Sirk y Rainer W. Fassbinder, lo cual se evidencia en la fotografía estilizada de Claudio Beiza, la angustia de los personajes femeninos, el artificio de las interpretaciones. También Pedro Almodóvar absorbió de ellos, y Diment lo menciona y lo sigue, pero con un empleo sutil de la ironía y la parodia. Y habría que hablar también de Henri-Georges Clouzot, el de “Las diabólicas”. Y de Gustavo Pomeranec, que compuso una música finamente irónica, y del piano, el suave y malicioso piano, como único instrumento de percusión.
En el documental La Feliz, continuidades de la violencia (2019), Valentín Javier Diment convierte la Mar del Plata del imaginario veraniego en una ciudad oscura escondida en su conocida fisonomía, un mundo en el que la violencia va desde ese referente hacia la cámara que lo registra. En El apego, el director asume los mayores riesgos de su carrera y consigue buenos resultados, pese a ciertas derivas y enredos que se hacen presentes en el tercer acto. Carla (Jimena Anganuzzi) llega embarazada a la puerta de una imponente casona en la Buenos Aires espectral de los años 70. El encuentro con Irina (Lola Berthet) tiene historia: un aborto en el pasado, un pedido desesperado en el presente. Lo que comienza como una transacción, la estancia circunstancial de Carla en ese templo ginecológico hasta el parto y la venta del bebé a una familia acaudalada, deriva en un escenario de creciente locura que Diment expone de manera progresiva, plagada de hallazgos. Es de esos directores que parecen tener el coraje de filmar lo impensado, incluso cuando parece imposible. Su herencia más evidente es la de Rainer Fassbinder, sobre todo la de los planos blancos de La ansiedad de Veronika Voss; algunos destellos del gótico más enloquecido, el uso inteligente de los cenitales, un humor audaz debajo de los diálogos más mundanos. La historia se empantana un poco al final, se embriaga en sus propios rodeos hacia la revelación, conjuga con provocación la muerte y el erotismo, pero se toma demasiado tiempo en explicar demasiado (quizás el uso del diario en off nace como desventaja). Pese a ello es una película que consigue escenas inolvidables para la memoria del cine argentino.
Melodrama criminal de Valentín Javier Diment Lola Berthet y Jimena Anganuzzi protagonizan este brutal relato sobre las consecuencias psicológicas del abuso. Valentín Javier Diment (El eslabón podrido) trabaja desde el género pero no para seguir sus reglas a rajatabla, sino para subvertirlo y utilizar su matriz en función de bucear en los daños psicológicos de sus personajes. La primera mitad de la película es un melodrama con el tono hipócrita de la década del setenta y la pesada atmósfera de plomo sobrevolando el ambiente. El estético blanco y negro destaca contrastes y evidencia las zonas oscuras de los personajes en clave expresionista. Carla (Jimena Anganuzzi) llega perturbada a una clínica para realizarse un aborto. La doctora Irina (Lola Berthet) la convence de que tenga al niño para venderlo a una familia adinerada. Entre ambas se teje una extraña relación de atracción y dependencia que no tarda en implosionar. La música enaltece situaciones dramáticas cotidianas y reafirma las pasiones y sentimientos de las protagonistas. Al mismo tiempo los fundamentos del género se trastocan para virar hacia el drama criminal, un mecanismo que recuerda al Ripstein de El Diablo entre las piernas (2019), con la permanencia de lo terrible en lo cotidiano. En la segunda parte de El apego (2021) aparece el color, con una paleta de colores tenue, propia del estilo de los años setenta que contiene flores que nunca terminan de brillar. Ese momento del argumento, en apariencia luminoso, queda opacado por la represión sufrida por los cuerpos (sexual, psicológica, de dominación) que se traduce en violencia física, con grandes momentos hitchcockianos y un catártico uso del gore. La carencia afectiva en este melodrama no deviene en sentimentaloides llantos sino en brutales asesinatos. Del mismo modo la exploración sexual -antes reprimida- se transforma en violencia corporal y placer por el sufrimiento ajeno. Todo esto dicho con sutilidad gracias al manto narrativo de la estructura genérica. El conocimiento y manejo de los géneros de Diment le permite pasar de uno a otro, del blanco y negro al color, cambiar de tono y registro sobre la marcha y a la vez, profundizar en el tema trabajado. Estéticamente impecable e ideológicamente incisivo, su cine obliga al espectador a salir de su zona de confort y enfrentarse a la oscuridad que subyace debajo de los vínculos sociales. Pero siempre con un deleite visual y un extraño sentido del humor, que hacen de El apego una perturbadora y hermosa locura.
Emociones que marcan El apego es un acertado trabajo en equipo que parte de la base del intercambio de ideas entre las actrices Lola Berthet y Jimena Anganuzzi, y el director Valentín Javier Diment, quienes tomaron múltiples referencias del cine que gustan disfrutar y de ideas que les parecía válido e interesante desarrollar. Así surge esta película, una excelente muestra de cine que incorpora diferentes estilos y géneros en un mix oportuno en que los protagonistas pueden dar de sí todo lo que son capaces de mostrar en una conjunción creativa en que se disparan miles de elementos confluyendo en un todo que es la historia que se narra. El apego, que estrena hoy con proyecciones en el Gaumont y en el Malba, ganó el premio a Mejor Película en la sección Noves Visions de la 54ª edición de Sitges. “Pensamos en hacer algo juntos con Lola y Jimena; llevé un par de personajes que me interesaban para ellas, y pensamos en cómo armar una historia intensa, entretenida, que tenga un peso y que nos de muchas posibilidades para las actuaciones con estos personajes, esas biografías, y esas referencias. Cuando desarrollamos en una serie de encuentros el argumento, trabajé con ese material y escribí el guion”, contó Diment en la descontracturada conferencia de prensa luego de la exhibición del film. Jimena amplió respecto al proceso: “En las reuniones hablábamos de lo que nos gustaba actuar, e íbamos tirando ideas de lo que queríamos hacer y Javier luego lo escribió. De cualquier modo en el rodaje también fuimos trabajando mucho, pero llegamos allí con bastante información. No es lo mismo que te llamen para una peli, te den el guion y te digan lo que tenés que hacer que partir de un proyecto más tuyo en donde vos pusiste ideas, pensamientos, emociones y cosas desde la raíz y creo que eso también se ve en la película”. Considerando la experiencia creativa compartida respecto de El apego, el film tiene dos partes marcadamente diferenciadas a partir del B&N y su contracara al pasaje al color, como una especie de renacimiento emocional de los personajes principales. Se mueve entre el thriller y el melodrama, y lo hace con soltura, delicadeza, cuidado en el detalle y calidad. El resto del elenco está compuesto por Germán de Silva, Marcela Guerty, Marta Haller, Andra Nussenbaum, Elvira Onetto, Edgardo Castro y Luis Ziembrowsky.
Durante los años ‘70, una joven desesperada recurre a una clínica que hace abortos clandestinos. Pero como tiene un embarazo bastante avanzado, la doctora se niega a hacerlo y le propone, en su lugar, venderle el bebé a unos clientes suyos. Como no tiene ninguna garantía ni espacio para dormir, se refugia en la casa de la profesional hasta que el pequeño nazca. Ambas personalidades se van a entrelazar en una extraña y peligrosa relación. «El apego» es un thriller inquietante y perturbador que va creciendo en intensidad a medida que avanza la historia y se muestra la verdadera personalidad de sus protagonistas. Tiene varios giros impactantes y sorprendentes que el espectador no se los ve venir y que hacen que la trama vire hacia lugares insospechados, manteniéndonos atentos y atrapados. La experiencia de Valentín Javier Diment («El eslabón podrido») en cuanto a la realización integral del cine de género (dirección, guion y producción) le aporta extrañeza, humor incómodo y absurdo y tensión para que la película se desarrolle de una manera efectiva. Los aspectos técnicos ayudan a crear ese clima necesario, destacándose por el trabajo que tienen detrás. La fotografía es utilizada al servicio de la narración, priorizando el blanco y negro durante la mayor parte del film y usando el color para marcar un cambio en la postura de una de las protagonistas. Por su parte, la banda sonora consigue acentuar los momentos de suspenso o tensión, y se realiza una buena ambientación de época. Existen algunas escenas bastante violentas y sangrientas, que pueden no ser del agrado de todo el mundo pero la mayoría de ellas están filmadas con una gran sutileza, por ejemplo, dando a entender a través de sombras lo que no se animan a mostrar de forma directa porque sería demasiado burdo. Pero «El apego» tampoco sería lo mismo sin sus protagonistas, que realizan muy buenas interpretaciones, logrando transmitir la personalidad de sus papeles a la perfección. Lola Berthet se pone en la piel de la doctora, una persona extraña y distante, que busca ayudar a las mujeres pero a la vez hacer negocios con su trabajo; mientras que Jimena Anganuzzi es esta joven sufrida que no tiene nada ni a nadie en el mundo y busca refugiarse en este nuevo hogar. Ambas consiguen crear una química interesante y una relación simbiótica que va creciendo hasta niveles provocadores. Las actrices se potencian y sacan a relucir lo mejor de la otra. Más allá de cumplir con todos los componentes que tiene que tener un thriller, la película ahonda en temas más profundos como los vínculos familiares, la violación, el apego y el aborto, desde un costado dramático que roza lo absurdo y la incomodidad. En síntesis, «El apego» es un logrado thriller argentino gracias al clima inquietante y perturbador que crea, a los efectivos aspectos técnicos que la vuelven visualmente atractiva, a las exquisitas interpretaciones de sus protagonistas y a los temas que toca. Probablemente no sea para todo público, pero sí para aquellos que disfrutan del cine de género.
“El apego” de Valentín Javier Diment. Crítica. Un thriller policial melodramático e impactante. En el día de hoy, jueves 4 de noviembre, llega a las carteleras la última película de Valentín Javier Diment. “El apego”, protagonizada por Lola Berthet y Jimena Anganuzzi, acaba de ganar el Premio Mejor Película en la sección Noves Visions de la 54a edición de Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantástic de Catalunya. Homenajeando al cine clásico y marcando tratamientos sobre la represión. Durante la década del 70 una joven embarazada, busca alojamiento en la cada de una medica que realiza abortos. Dado lo avanzado del embarazo se niega a la interrupción pero en cambio le propone vender el bebe y hospedarla hasta que nazca. De a poco ambas, con sus extrañas personalidades mediante, comienzan a empatizar cada día más. Dos aspectos utilizados en el audiovisual consiguen llamar la atención. En primer lugar su temporalidad, al transcurrir 50 años en el pasado se centra en una época de represión e infinidad de tabúes. Tando sea por los abortos por los las sexualidades, el mantenimiento de una personalidad falsa que sea politicamente correcta se hacia imprescindible. La liberación se encontraba puertas adentro, con las cortinas cerradas. En la actualidad muchas de los aspectos que generan conflicto perdieron peso y quedarían, tal vez, intrascendentes. Por otro lado la utilización de un bello blanco y negro durante gran parte de la película. Sumado a los encuadres e iluminación rememoran a un cine clásico de otra época, a directores como Hitchcock en “Psicosis” o Powell con ”Peeping Tom”. Que se amalgama al tono de thriller criminal, lleno de asesinatos, el cual rige en la primera parte de la trama. En cuanto se cae la represión sentimental, las barreras de autodefensa bajan, llegan los colores. Transformando todo en un melodrama Almodovaresco, correctamente logrado. Completamente atrapante, con aspectos técnicos soberbiamente implementados con sabiduría. “El apego” de Valentín Javier Diment invita a ser vista en una pantalla grande de cine, generando una experiencia cinematográfica. Creando una mezcla de tonos, que a priori uno pensaría que no condicen pero no podría ser una idea más equivocada. Consiguiendo ser algo merecedor de ser llamado cine.
La nueva película escrita y dirigida por Valentín Javier Diment (La memoria del muerto, El eslabón podrido, La Feliz, continuidad de la violencia) viene de de ganar el premio a Mejor Película en la sección Noves Visions de la última edición de Sitges. Se trata de un peculiar melodrama situado en los 70s y rodado casi todo en blanco y negro que pone a sus protagonistas a enfrentarse entre ellas y, sobre todo, consigo mismas. Carla llega una noche de lluvia desesperada a la casa de una doctora que cree que puede ayudarla. Pero ella no la atiende, sino su ama de llaves, quien la obliga a volver a la mañana siguiente. Ya de día, Irina la recibe, la estudia pero, más allá de que ese sea una parte de su negocio, se niega a hacerle un aborto por lo avanzado del embarazo que ella quiere interrumpir. A cambio le propone encontrar un nuevo hogar para ese bebé y, ya que no tiene a donde ir, hospedarla en su casa donde estará bien cuidada para que el embarazo pueda llegar a término y así poder hacerse ambas un dinero con él, siempre y cuando siga sus reglas. Desde un principio hay algo que se percibe filoso y claustrofóbico entre ellas. Primero porque al principio se relacionan lo justo y necesario y segundo porque es evidente que ambas esconden parte de sí ante la otra. Es que Carla es una joven risueña con conductas autodestructivas que no se sabe de dónde viene ni de qué escapa y que se contrapone por completo a la rigidez con la que Irina siempre permanece, una mujer sin amigos ni pareja que sólo guarda una fuerte relación con su madre internada en un geriátrico y sólo expresa lo que piensa y siente a través de un diario íntimo. De a poco una va entrando en el mundo de la otra y provocando pequeñas transformaciones. Hasta que las cosas se empiezan a desbordar. En esa relación simbiótica entre las protagonistas encerradas casi en una sola locación El apego puede rememorar a Persona de Bergman; pero lo problemático y retorcido la termina llevando hacia el lado de Las diabólicas de Clouzot. Se nota la inspiración en un cine de autor de otra época, cuidado estéticamente pero con una trama que explora las psicologías de estos personajes que se salen de la norma. Ahí entran en juego temas como el lesbianismo, el aborto, el abuso sexual, todos temas que aparecen en una época de mayor marginación. Diment no teme meterse con temáticas delicadas de las cuales de todos modos se habla más actualmente, pero lo lleva más allá y puede parecer polémico, al menos en tiempos de tanta corrección política. Ese juego es uno de los aspectos más interesantes y sorprendentes que tiene la película. No obstante, como si esto fuese poco, la narración pronto se va quebrando para terminar dando vuelcos que, en su totalidad, hacen sentir al film como un rejunte de demasiadas ideas y vueltas. Lo que empieza como un drama asfixiante se viste de colores cuando se disfraza de cierto romanticismo retorcido al mejor estilo los primeros melodramas románticos de Almódovar (que filmó hermosas historias de amores tóxicos como Átame y La ley del deseo), con grandes dosis de erotismo incluidas. Hay una sensación de que Diment quiere abarcar demasiadas aristas en un tiempo que, si bien no estamos ante una película breve sino de unas dos horas, parece poco como para que se desarrollen con la profundidad necesarias. Resumiendo: en El apego pasa de todo, suceden muchas cosas todo el tiempo y no siempre están en un mismo tono aunque sí prevalece la idea de lo retorcido, lo que se corre de la norma, y en donde las pasiones pueden desatarse de maneras furiosas y violentas. Hay una especie de sobrecarga narrativa que además genera esa sensación de película larga cuando en diferentes momentos ésta parecería estar llegando a un cierre que no termina siendo más que otra vuelta. En el centro de todo está la condición a la que el título apela, que tiene que ver con cómo el modo de relacionarnos en la infancia influye en la adultez. Es que si bien a nivel narrativo la segunda parte es la que más acción presenta, es la primera, la que tiene mayores sutilezas y tiempos más lentos y comienza a delinear los personajes y la historia de manera sugerente e intrigante, la que resulta así bastante más atractiva que cuando los excesos se apoderan del relato. En cuanto a lo estético, El apego es impecable. Además de la impronta que genera el blanco y negro que acentúa las sombras, tiene unos planos cuidados que no sólo resultan muy bellos sino que expresan la psicología de estos personajes y los cambios que van transitando; detrás está el director de fotografía Claudio Beiza que consigue imágenes inolvidables. La ambientación, las locaciones, esa enorme casa que es un personaje más que contiene. El uso de la música, en momentos precisos, ayudan a resaltar ciertos momentos. Pero lo más valioso que tiene está en esas dos actrices que se llevan al hombro toda la película, que le ponen el cuerpo a todo tipo de emociones turbulentas. Lo de Berthet y Anganuzzi es notable, la manera en que se entregan a todas esas situaciones que de manera burda podrían haber ridiculizado a sus personajes. Es alrededor de ellas que sucede todo y el resto de los personajes (Germán de Silva, Edgardo Castro, Luis Ziembrowski) van desfilando a su merced. Absorbente, seductora, turbia, El apego es una película compuesta de demasiadas ideas que por momentos sobrecargan el resultado. Pero entre ese melodrama romántico y el thriller oscuro no se puede negar que hay un film arriesgado y atractivo que juega también con el humor negro y el erotismo y que vale la pena ver.
La película El apego arranca con un poderoso blanco y negro, es la manera de presentar la década del setenta en Argentina. Estéticamente resulta enigmática, ya que parece un drama tradicional, pero las señales de algo siniestro asoman en cada escena. La joven Carla (Jimena Anganuzzi) recurre desesperada a una clínica que hace abortos clandestinos. Al descubrir que está en su cuarto mes de embarazo, la doctora Irina (Lola Berthet) se niega, pero Carla, que le cuenta que ha sido víctima de la violación de tres hombres, dice que no quiere al bebé. Entonces Irina le dice que le puede vender el bebé a unos clientes suyos y le ofrece a Carla refugio hasta que nazca la criatura. Hasta ahí el guión mantiene su condición de drama y coquetea con algunos comentarios políticos, pero la película no va por ahí. Pronto el espectador entenderá lo que la puesta en escena venía anunciando y es que ambas mujeres son más complicadas y peligrosas de lo que parecen. La mente perturbada de ambas, curiosamente, logrará un química explosiva, sangriente y demencial. Sumergiendo a la película en esa locura a medida que avanza la historia y el blanco y negro le da paso al color. No todas las ideas estéticas tienen mucho sentido y algunas actuaciones son lejanas al nivel que la película busca, pero tiene a su favor el que se trate de una película sin filtro, lanzada al descontrol. El director consigue aquí su mejor película, logrando un dominio de su oficio que va en crecimiento. Todavía quedan algunas cuestiones por resolver, escenas bastante fallidas y ridículas y cierta crueldad que no necesariamente está justificada aun dentro de esta trama. Poco a poco el cine argentino ya se puede ir despidiendo de los lugares comunes que le atribuyen y lanzarse a este tipo de propuestas más al límite, sin tantas ataduras ideológicas.
Co-dependencia. Con un recorrido festivalero donde todas las expectativas se depositan en el Festival de Sitges (Cataluña) para repetir el éxito obtenido años atrás con El eslabón podrido (2015), el realizador Valentín Javier Diment regresa a la ficción con su nuevo opus El apego. A partir de una idea que el director fue desarrollando con las protagonistas de este thriller psicológico, con elementos de policial duro y una audaz propuesta visual donde el blanco y negro y el color se yuxtaponen y vinculan con estados de percepción y emocionales, la trama ambientada en los 70 se ramifica a núcleos que exploran por un lado una relación de amor sin represión pero sumamente tóxica; el alquiler de vientre de mujeres jóvenes desprotegidas y la práctica de abortos clandestinos con marcados fines económicos. El dúo protagónico compartido entre Lola Berthet y Jimena Anganuzzi consigue desde el primer minuto ganar la atención y mantener cierta ambigüedad y atmósfera perturbadora que con el correr del metraje va oscilando entre un personaje y el otro. Sobre el juego de víctima y victimario en claro guiño con el espectador, Diment también establece las condiciones para generar una pasión co-dependiente. Apela, entre otras cosas, a su humor e ironía características cuando procura construir -discursivamente hablando- explicaciones sobre el comportamiento y las conductas humanas bajo el ala falsa de la racionalidad y el psicologismo chapucero y cobarde que descree de lo impredecible como base primaria antes que lo predecible como consecuencia de una causa. Si el deseo y el impulso cobraran sentido ontológico, entonces El apego sería el mejor teatro de operaciones para que las estrategias de la seducción y la picardía de Tánatos por encima de la pulsión del ya conocido Eros, actuara desapercibida y libre de represiones. Así lo impredecible formaría parte del desorden en un tiempo histórico en el que la imposición del orden tanto en lo moral como en lo que a la libertad se refería no existía y además con el amparo de una sociedad hipócrita.
Un film excepcional por varios motivos. Tiene una calidad de imagen en blanco y negro y algo de color, con efectos de sonido y la música, la ambientación de una calidad de excelencia. Todos sus rubros técnicos son impecables. Y son perfectos para una historia de desmesura melodramática, hiperbólica, espeluznante. Dos mujeres solas en los años setenta. Una que parece la imagen del desamparo llega hasta la casa opulenta de una doctora que conoció alguna vez. Le pide hacerse un aborto, pero la gestación es avanzada y la médica le propone vivir con ella, bajo estrictas medidas de encierro, que dé a luz y vender al bebe. La historia de la mujer sin ningún bien material conmueve a la profesional, su gestación es producto de una violación. Este es solo el comienzo de una relación, que, en su estructura gótica, tiene terror psicológico, es un thriller erótico, y le permite a sus creadores las dos maravillosas actrices (Lola Berthet y Jimena Anganuzz) y el director Valentín Javier Diment, desbordar de deseos y sangre un verdadero laberinto de pasiones. En esa danza macabra que une a esas mujeres hay secretos inconfesables, mentiras acumuladas, necesidad de afecto, locura criminal. Hay momentos sutiles y excesivos, juegos de poder, represión y liberación. Enfermedad y sanación teñidas de sangre. Hay que verla.
Un director y dos actrices se juegan a hacer un melodrama extremo y, como se ha dicho, gótico, en el que el erotismo lésbico y la sangre se dan la mano. La audacia se llama El Apego y es una idea de Valentín Javier Diment (La Feliz, continuidades de la violencia), Jimena Anganuzzi y Lola Berthet. Y ya la enunciación de su premisa proclama riesgo: una mujer embarazada (Anganuzzi) acude a una médica que practica abortos (Berthet), pero esta se niega a hacerlo porque tiene más de tres meses de gestación. En cambio, le propone asociarse para vender el bebé a una pareja sin hijos. En blanco y negro, con vistosos encuadres que refuerzan un expresionismo en el que las dos actrices se mueven como si hubieran nacido para ello, sobre todo Berthet, pura extrañeza. El vínculo entre ambas, conviviendo en la casa-consultorio, con una enfermera-ama de llaves (todo es más que una sola cosa), se intensifica y deriva en romance apasionado. A la vez que la locura va dominando la historia, porque las víctimas son victimarios y el blanco y negro queda solo en la fotografía. Con múltiples referencias cinéfilas (Fassbinder, Hitchcock, De Palma), El Apego avanza con convicción por territorios calientes. Mezclando la venganza femenina contra la cultura de la violación y sus representantes (como lo hacía la reciente y menos original Hermosa Venganza), con el thriller psicológico, el melodrama, el erotismo y la violencia. Sexo y sangre, locura y sororidad, en un cóctel que, aunque pierda algo de foco y potencia, hacia el final funciona.
Este film de suspenso gótico, premiado en el Festival de Sitges, se basa en la relación entre una mujer que, en los años ’70, va a hacerse un aborto clandestino y la doctora que la atiende. Con Lola Berthet y Jimena Anganuzzi. Premiada en el Festival de Sitges como mejor película de la competencia Noves Visions, la sección que el propio festival define como la «más indie y arriesgada» de las que lo integran, EL APEGO le escapa a los modos tradicionales de la película de horror para crear una suerte de drama gótico con elementos de suspenso que transcurre, en buena parte, en una misteriosa clínica donde se hacen abortos clandestinos. Si bien la película no es del todo precisa con la época en la que transcurre la acción, su sinopsis nos aclara que son los años ’70 y, como se sabe, el aborto en la Argentina recién se legalizó en 2020. La clínica, que es a su vez una casa, es el escenario en el que funciona este drama psicológico entre dos mujeres que parecen no tener nada que ver entre sí hasta que de a poco empiezan a descubrir que quizás no sea tan así. Filmada en buena parte en blanco y negro (el color aparecerá en circunstancias específicas), la historia comienza con la llegada de Carla (Jimena Anganuzzi) a esta clínica secreta a la que no se entra fácilmente. La chica es revisada por Irina (Lola Berthet), la doctora encargada del lugar, y la mujer descubre que el embarazo está mucho más avanzado de lo que Carla creía y que no es posible abortar. Pero en la clínica existe otro «plan», que consiste en dar a chicos en adopción de modo ilegal. Dicho de otro modo: venderlos. Pero como la desesperada Carla no tiene donde vivir y a la áspera Irina el negocio le conviene, decide ofrecerle la clínica como hogar hasta el nacimiento, buscando candidatos en esos meses. Las cosas prueban ser un tanto más complicadas en este escenario de aspecto un tanto temible. Carla tiene un pasado familiar bastante oscuro e Irina tiene también sus problemas en el pasado. Lo que más las separa, en apariencia, son sus comportamientos sexuales. Carla tiene un largo historial de hombres, sexo casual y otros asuntillos que mejor no revelar mientras que Irina, por el contrario, es casta, casi una monja. Pese a estar convencida que su trabajo cubre una necesidad social (lo escribe en un diario personal), Irina no se transforma en una cálida anfitriona. Más bien todo lo contrario. De a poco empezarán a pasar cosas raras en el lugar. Un hombre que forma parte de una pareja que planea adoptar, curiosamente, no tiene mejor idea que intentar violar a Carla. El asunto pasa a mayores y termina en un crimen. Es el principio de una serie de calamidades y situaciones extrañas que se vivirán en la casa y que las mujeres deberán ocultar con la ayuda de la adusta mucama (Marta Haller) y de una suerte de «encargado de seguridad» (Germán de Silva) que se ocupa de que no queden huellas de lo que sucede. De ahí en adelante, las cosas no harán más que enredarse pero no necesariamente de la manera imaginable. En lugar de apostar a crímenes más y más virulentos (que los hay, igual), EL APEGO pega un giro para transformarse en una historia de traumas, de pasiones, de liberación (sexual y de furia) y lo que podría definirse como lucha contra el patriarcado. Y la relación entre Carla e Irina no hará más que volverse más compleja con cada minuto que pasa. Diment (que tiene un papel breve pero significativo en el film, lo mismo que Luis Ziembrowsky y Edgardo Castro) opta por ir sumando capas y hasta subtramas a un relato que se abre de maneras insospechadas. Y acaso la punta más original de la película tenga que ver con cómo esas dos mujeres que parecen tan distintas de entrada se descubren unidas por similares traumas, pasando de la tensión mutua del principio a la relación bastante diferente que tendrán después. El director de EL ESLABON PODRIDO, entre varias películas de género, sabe que su historia tiene más que ver con meterse en la piel de esos personajes que en llenar la pantalla de sustos, y es por eso que su forma de encarar el material se va alejando de los rasgos hitchcockianos a los que parece apuntar al principio para ir a un tipo de historia que bien podría encarar alguien como Pedro Almodóvar cuando le impone su estilo a historias sacadas de la tradición de la novela negra en su versión feminista. Sin apurar los mecanismos del suspenso y el horror –de hecho, hasta se podrían quitar algunos y no sucedería nada–, EL APEGO es una inteligente manera de trabajar ciertos traumas ligados a la violencia de género y a los abusos sexuales, poniendo también a la prohibición de abortar en esa categoría. Con sus perturbados y hasta violentos modos, Carla e Irina tienen muy claro cuál es el enemigo. Pueden no saber cómo combatirlo y quizás terminen dañándose a ellas mismas, pero el tiempo –o las generaciones posteriores– terminarán dándole la razón.
Filmada en blanco y negro, ambientada en la Argentina de los ’70, “El Apego” nos presenta un relato que desborda oscuridad. Una joven recurre a una clínica de abortos clandestinos. La doctora que la atiende encuentra motivos para negarse a asistirla, sin embargo, le ofrece una solución alternativa. El posterior desarrollo del vínculo nos sorprenderá, develando perturbadoras personalidades de ambas protagonistas, en la piel de las acertadísimas Lola Berthet y Jimena Anganuzzi. Dosis de peligro, misterio e intensidad surcan las finas capas narrativas de un film que se revela ante nuestra atenta mirada como una trepidante sucesión de atracciones relacionadas entre sí, generando un entorno narrativo viciado. Explora el drama sexual que se desata entre ambas protagonistas, echando a andar un perverso mecanismo de horror. Con precisas intenciones, el realizador Javier Diment (“El Eslabón Podrido”) busca construir situaciones de inquietante intimidad. Atrapante, su alucinada puesta de cámara genera una atmósfera densa y extrañada. Un enfoque psicológico caracteriza a este denominado melodrama criminal, no menos evidente que su intenso nivel de erotismo. Una rara avis dentro de nuestro medio. Los extremos acaban por rozarse, a medida que nos adentramos en este volcánico, brutal e incorrecto juego de poder. Con habilidad, Diment tergiversa el verosímil de lo esperado. Las referencias góticas nos recuerdan a una joya de culto como “Morgiana”, emblema polaco del thriller psicológico setentista. La máscara en su máxima expresión responde al impulso obedecido: un dúo de actrices con bendecido talento participa de este festín audiovisual. La opacidad del relato nos hace percibir su tendencia rupturista. Celebremos al cine en su estado más perturbador y puro.
El apego prodiga placeres visuales de todo tipo. Un buen ejemplo es el matrimonio que quiere quedarse con el hijo de Carla, ridiculizado por la indumentaria y situado en el centro del plano con un encuadre que aprovecha la totalidad de la superficie que lo delimita. Lo mismo podría decirse del laboratorio en el que la doctora cocina los huesos de sus víctimas o del cuarto en el que tienen sexo Carla e Irina. Los detalles pertenecen a la gramática visual del cineasta, como también los travellings puntillosos y los planos enrarecidos en ocasiones específicas.
“El apego es un melodrama criminal, una pieza de orfebrería del entretenimiento podríamos decir, un paseo por la locura y el deseo, pero también una historia habitada por temáticas donde lo humano y lo político confluyen. Cuenta el proceso de descubrimiento paulatino entre dos personas atravesadas por el abuso, cada cual a su manera. Refleja una época pero desde su zona más periférica, alude a conflictos que allí estaban vivos y ahora también”, señala Valentín Javier Diment acerca de su nueva película, protagonizada por Lola Berthet y Jimena Anganuzzi y ganadora del premio a Mejor Película en la sección Noves Visions de la 54a edición de Sitges, y ahora recientemente estrenada los sábados a las 22 hs. en Malba y todos los días en Gaumont a las 18.30 hs. Filmada en color y en blanco y negro, El apego se desarrolla en los años de plomo y narra la historia de una joven indefensa y desesperada (Jimena Anganuzzi) que acude al consultorio de una médica (Lola Berthet) que realiza abortos clandestinos. Dado a que el embarazo ya está muy avanzado, la médica se niega a realizarlo y, en cambio, le propone que tenga al bebé para luego venderlo a unos clientes suyos. Mientras tanto, la joven puede vivir en su casa. Pero el punto central de El apego no es ni el embarazo ni el bebé. Acá lo que importa, y de a poco comienza a ser tan perturbador como perverso, es la tortuosa relación que establecen las dos mujeres entre sí. Pero también lo que harán con los que se les crucen en el camino para frenar sus planes. Si hay algo que no se le puede reprochar a las películas de Diment es el modo en el que crea climas y atmósferas que no solo establecen el tono de inmediato, sino que literalmente narran todo un universo en términos visuales y sonoros. Los diálogos son buenos, correctos quizás, pero los méritos más sobresalientes están en el cuidado formal: la composición del cuadro, el uso de lentes que proponen puntos de vista contrastantes, el juego entre el blanco y negro y el color – que no es un capricho estético, sino una arista esencial de la narrativa – el foco y el fuera de foco que nos desorienta en espacios que se espejan y se duplican, las texturas con toda su pregnancia y la expresividad de cada recurso del lenguaje cinematográfico. Casi literalmente, la experiencia de ver El apego es entrar a un mundo paralelo. Anganuzzi y Berthet no desentonan nunca. Sus personajes son sufrientes, desilusionados, heridos. Lo que no significa que sean solamente eso. Se sabe que las fachadas son descubiertas cuando ya es demasiado tarde. O no tanto. Sea como fuere, es el momento en el que el gore, la violencia y el sadismo entran en escena. Y no precisamente de una manera sutil. A mi gusto, mejor que así sea. Cuando la sangre brota, todo toma otro color. Sin embargo, las flaquezas están en otras áreas. En un registro actoral que por momentos es un tanto solemne, voluntaria o involuntariamente. No es un problema de las actrices, es el registro en sí mismo. Tomarse a sí misma demasiado en serio tampoco es un punto a favor. Un poco de humor macabro, hasta cruel, si se quiere, habría potenciado lo bizarro de unas cuantas secuencias. Que la historia es pasional y desgarradora, de eso no cabe duda. Aún así podría haber sido más juguetona. Por otra parte, hay algo que no funciona del todo bien en el ritmo del relato. El tercer acto llega un poco tarde y pierde parte de su potencial dramático, mientras que el primer acto se extiende un poco más de lo deseado. En cambio, es el segundo acto cuando El apego adquiere toda su oscuridad y de ahí en más, excepto lo relativamente abrupto del final, todo gira en un torbellino de miserias, amour fou, vejaciones y sacrificios. Y, como es de esperar, la misma muerte en distintas formas y colores. Una pieza original en el alicaído cine argentino contemporáneo, El apego dista de lograr todo lo que se propone. Pero lo que sí logra, lo hace con creces. Eso, de fácil no tiene nada.
Valentín DIment vuelve a dar un paso adelante dentro de su auspiciosa carrera como director, logrando construir un sólido y aterrador melodrama noir donde el morbo, la venganza, el humor negro y la violencia se hacen presente.