Más allá del indudable talento de Fernando Trueba, probado en más de una oportunidad y con un Oscar cosechado en su larga trayectoria, al ver El baile de la victoria uno podría afirmar que la combinación de un cineasta español como Trueba y un argumento anclado en el Chile post-Pinochet no ha sido de lo más feliz. Al romanticismo de la historia de la novela de Antonio Skármeta, que confronta con los antecedentes históricos y políticos que describe, se le complementa la puesta en escena de Trueba, enfocada en maximizar todo el lirismo de la trama. Si no se jugara la carta del drama con visos políticos, tal vez ese lirismo que le aporta Trueba sería uno de los aspectos más valiosos del film. Lo que sucede es que a la hora de combinar lo poético con un drama que surge de las heridas abiertas por los desaparecidos en Chile, el film apela a una suma de elementos que nunca llegan a integrarse, y que terminan desequilibrando el relato. Algo parecido ocurría con el film inglés sobre los desaparecidos con Antonio Banderas y Emma Thompson, Imagining Argentina, sólo que aquel le sumaba el componente fantástico, con lo que terminaba generando un collage espantoso y forzado, principalmente por la extranjerización del fenómeno de las torturas y desapariciones. En El baile de la victoria el resultado es mucho más digno, tanto Darín como Abel Ayala (referencia para los argentinos, es el protagonista de El polaquito) se muestran convincentes en la historia, aunque Darín parece estar en piloto automático, su rol nunca llega a tener el peso dramático que aparenta, y el vínculo errático con su mujer y su hijo no se acerca a la fuerza protagónica del vínculo entre Ángel Santiago (Ayala) y Victoria. En tanto, a Abel Ayala le ayuda el hecho de tener mucha más presencia en el relato, y por momentos le aporta el dramatismo adecuado, aunque suele acercarse demasiado a la sobreactuación. Dentro de los roles principales, resta Ariadna Gil, con un personaje que no llega a justificar su presencia, mientras que la revelación de la película es, sin duda, Miranda Bodenhöfer, la Victoria con la que juega el título. Sin embargo, lo que hace a esta película quedarse a mitad de camino entre las intenciones y los resultados, es la mezcla de tonos y registros, desde el lirismo buscado por Trueba, con varias escenas “embellecidas” y realzadas por una música que fuerza esa búsqueda poética, hasta el policial que se asoma por momentos pero que no se desarrolla como debería (si esto no fuese así, no nos chocaría el cambio brusco de las charlas de café de Vergara Grey/Darín y Ángel Santiago, a la escena del robo protagonizado por ambos) y escenas que, en su pretensión dramática, desembocan en el patetismo, como la de los miembros del jurado que reprueban a Victoria mientras Ángel les narra su traumático pasado. Se nota que las intenciones de Fernando Trueba y del elenco han sido las mejores, y el lirismo que le aporta Trueba al relato podría ser la base de alguna otra gran película. Aquí, sin embargo, estas pretensiones poéticas deben lidiar con un todo que hace trastabillar a la película, quedando en el medio de un prisma con demasiadas aristas, el intento de narrar las “venas abiertas” de la dictadura pinochetista.
Si no fuera porque trabajara Ricardo Darín esta película no se estrenaría en Argentina por nada, ya que si bien la historia no es mala, da más para un cuento corto que para una película de dos horas. La actuación de Darín no...
Fábula Trasandina Y un buen día, Fernando Trueba decidió volver a la ficción. Tras varios años en los que se dedicó a dirigir y producir (e incluso fundar un sello discográfico) excelentes documentales sobre música latinoamericana como Calle 54, Blanco y Negro y El Milagro de Candeal, el prestigioso director español de Belle Epoque y La Niña de tus Ojos, decide crear una ficción de pretensiones épicas. Cruza el océano Atlántico con su mirada, traspasa la cordillera andina y llega a Chile. ¿Por qué lo hizo? Porque es un romántico empedernido. Porque ama el cine clásico del Hollywood dorado (especialmente de Billy Wilder, con el que llegó a cosechar una gran amistad en los últimos años de vida de este mismo) y sentía la necesidad de volver a las raíces. No me considero un experto en su filmografía, pero puedo asegurar que es un director que sabe lo que quiere y ama los géneros como pocos. Y puso los ojos en la fábula de Skármeta que le cae como anillo al dedo con respecto al resto de su obra. No es la primera vez que el autor chileno sirve de inspiración para una adaptación cinematográfica: en 1994, Ardiente Paciencia fue llevada exitosamente a la pantalla grande bajo el título El Cartero (Il Postino) por el hindú Michael Radford con inolvidables interpretaciones de Phillipe Noiret y el finado Massimo Troise. La película fue uno de los grandes éxitos sorpresa del año, fue nominada al Oscar en varios rubros y el argentino Luis Bacalov ganó el premio por la banda sonora. Con tales antecedentes, El Baile de la Victoria, prometía ser un regreso con gloria. Pero no lo fue. La crítica y el público no lograron entusiasmarse tanto esta vez (aun cuando fue nominada a 9 premios Goya y enviada como representante española al Oscar). Sin embargo, en lo referente a gustos no hay nada escrito, y voy a tratar de deshilvanar los aspectos por los cuales, este baile deja un ambiguo gusto a victoria. Nicolás Vergara Grey (Darín) fue en algún momento un prestigioso ladrón de cajas fuertes. Cayó preso por 5 años y al salir lo único que desea es recuperar el tiempo perdido: una deuda que le debe un antiguo socio y volver a ver a su esposa e hijo. Angel (Ayala con marcado y verosímil acento chileno) es un joven delincuente juvenil que estuvo preso durante dos años y también acaba de salir de prisión. No tiene hogar fijo y deambula por las calles de la ciudad. Una tarde se enamora a primera vista de Victoria, una joven muda y humilde que vive en la casa de una veterana maestra de danza húngara. Los caminos del joven y el ladrón se cruzan cuando el primero le propone al segundo que roben dinero ilegal perteneciente a Pinochet (la historia sucede antes de que el dictador genocida falleciera). Con retazos de un spaghetti western o un film noir, Trueba construye un relato atractivo y romántico. Una fábula con reminiscencias épicas y fantásticas, donde la realidad social se entrecruza con los sueños de dos hombres: uno que se quiere llevar el mundo por delante, el otro que ha vivido demasiado y solo quiere estabilizarse. El guión se va abriendo a medida que avanza, como un abanico. Aparecen subtramas y más personajes típicos de las novelas negras: asesinos, usureros, apostadores. Trueba agarra elementos de Casta de Malditos de Kubrick o Mientras la Ciudad Duerme de Huston. Pero también parece haber inspiración de otros autores contemporáneos que realizaron trabajos parecidos: lo más cercano, Sendero de Sangre (2002) película con argumento similar protagonizada por Javier Bardem y dirigida por… John Malkovich. Así y todo con la presencia de Ricardo Darín en la pantalla resulta imposible para el espectador argentino no encontrar similitudes con las últimas películas de Eduardo Mignona (La Fuga, La Señal, ésta última dirigida por el actor con guión de Mignona), con el tono romántico, tragicómico que le imprimía a sus historias, donde el estilo novelesco se respira en cada diálogo, en la forma de estar montada, en que cada secuencia se va desarrollando. Por supuesto que la forma en que se va desarrollando la relación entre Angel y Vergara Grey, discípulo – mentor, remite indefectiblemente a una mezcla de Nueve Reinas con el tono lúgubre y oscuro de El Aura. Y por otro lado parece que Ricardo todavía no pudo quitarse del todo al personaje de Espósito (El Secreto de Sus Ojos). Más allá de eso, el argentino da una interpretación soberbia, melancólica, austera, que la ubica entre las mejores de su filmografía. Desde hace 10 años, que el actor viene mejorando trabajo tras trabajo y esta no es la excepción. A su lado, Abel Ayala (el protagonista de El Polaquito) hace un trabajo honesto y sensible. Un poco limitado debido a ciertos diálogos forzados pero creíble. La debutante Miranda Bodenhofer queda un poco relegada finalmente. Si bien es indudable su tierna mirada y su talento para la danza clásica, su interpretación no convence tanto como la del dúo masculino. La película tiene sus momentos altos y bajos. Varias situaciones no terminan por resolverse de manera verosímil, e incluso amagan con tocar límites absurdos. No todas las subtramas cierran convincentemente y algunos personajes desaparecen de la trama de forma repentina. Si bien, a pesar de su duración, la narración no se vuelve monótona ni lenta, hay momentos un poco edulcorados, que podrían haber sido eliminados del montaje final. Por otro lado, se agradece que Trueba no haya querido hacer demasiado énfasis en el contexto político - social de Chile, como quizás hubiese hecho algún realizador anglosajón. Bellamente fotografiada, un poco pretenciosa en su romanticismo, con sutilezas pero a la vez poca profundidad dramática (la película es bastante discursiva y obvia en metáforas), El Baile de la Victoria es una obra atrapante y entretenida, que lleva el sello de su realizador, una fábula mágica que no mereció críticas tan severas, pero que a la vez deja el sabor de aquellos partidos de fútbol que se ganan con lo justo: una victoria que podría haber tenido muchos más goles, pero se conformó tímidamente con el mediocre resultado final.
Una sombra ya pronto serás ¿En serio es una película de Fernando Trueba? ¿En serio es un film con Ricardo Darín? Cuesta entender (no tanto explicar) cómo esta transposición del best seller del chileno Antonio Skármeta resulta tan fallida. Nada, absolutamente nada funciona en ninguno de los terrenos. Hasta el astro argentino -que saca a relucir todo su oficio para no caer en el ridículo- luce forzado, incómodo e inverosímil ante los diálogos ampulosos, antinaturales, sobreescritos de su personaje (en verdad, de todos los personajes). El film -ambientado durante la incipiente apertura democrática chilena pero con la sombra aún omnipresente del dictador Augusto Pinochet- narra la relación que se va estableciendo entre dos personajes opuestos entre sí que salen casi al mismo tiempo de la cárcel producto de una amnistía generalizada en el país: por un lado, Nicolás Vergara Grey (Darín), un cincuentón duro, curtido, mito viviente del hampa, que está de vuelta de todo, cuyo único objetivo es recuperar a su mujer Teresa (Ariadna Gil), ahora en pareja con un millonario reaccionario, y a su hijo preadolescente al que casi no conoce y menos entiende; por el otro, Angel Santiago (un exagerado Abel Ayala), ladrón de poca monta, veinteañero, inocente y entusiasta, que se enamora perdidamente de Victoria (Miranda Bodenhöfer), una bailarina muda que ha quedado traumada por el asesinato de sus padres a mano de los militares. La obviedad de la relación padre-hijo (sustituta, claro) y maestro-aprendiz es lo de menos. El baile de la Victoria no funciona jamás cuando apela al thriller político a-lo-Costa Gavras, al melodrama romántico, a los códigos del noir, a la comedia costumbrista ni al retrato sobre las insuperables diferencias sociales. Es más, por momentos da vergüenza ajena por la elementalidad de sus líneas de diálogo, el uso torpe de los flashbacks y la voz en off (ugggghhh, esa espantosa escena en la que Nicolás se reencuentra con Teresa y ambos “dialogan” en sus mentes), la musicalización subrayada, el montaje... Trueba -un director en caída libre, que supo hacer unas cuantas buenas películas, desde El sueño del mono loco hasta La niña de sus ojos, pasando por Belle Epoque y su incursión hollywoodense con Two Much- dilapida incluso los escasos momentos de intensidad, como cuando Darín entona ante la mirada de su amada una desgarradora versión a-lo-Tom Waits de El día que me quieras y el realizador la "engancha" con un solo de trompeta bien grasa. Película pomposa, grave, afectada (con una absurda mezcla de tonos y acentos) y, al mismo tiempo, edulcorada y falsamente lírica (qué fea utilización de la poesía de Gabriela Mistral), El baile de la Victoria es una película tan llena de cosas insustanciosas que termina siendo tan vacía y hueca como las obvias citas cinéfilas de un Trueba que hoy resulta una sombra, un fantasma de ese gran director que alguna vez fue.
El que mucho abarca... A través de un relato plagado de subtramas que atentan contra la historia central, el español Fernando Trueba (Belle Époque, 1992) nos sumerge en una historia inconsistente producto de un guión menor, a pesar de las excelentes actuaciones del experimentado Ricardo Darín y la grata sorpresa de ver a Abel Ayala en su papel consagratorio. Ambientada en Chile, el film cuenta la historia de dos presidiarios que son beneficiados con una amnistía presidencial que los deja en libertad, aún cuando les quedan años de condena. Uno (Ricardo Darín) es un famoso ladrón al que nunca pudieron atrapar con las manos en la masa. El l otro (Abel Ayala) un “perejil” que fue preso por quedarse con el caballo de un poderoso empresario. Juntos pergeñarán un robo que les garantizará un buen futuro económico para el resto de sus vidas. En el medio de esta historia aparecerá Victoria, una joven bailarina muda que enamorará al menor de los personajes. El baile de la victoria (2009) peca de pretensiosa y eso la vuelve demasiado rebuscada –de manera innecesaria- a la hora de definir, claramente, cuál es el conflicto que plantea. Lo que podría haber sido una buena historia policial se diluye ante la presencia de una serie de subtramas que no llegan a resolverse de manera correcta y que nos desvían de ambos personajes centrales y su objetivo. A través de los más de 120 minutos que dura el film, vemos transitar temas como los desaparecidos en la última dictadura chilena y sus consecuencias, el enriquecimiento ilícito dentro del gobierno militar, Pinochet y la burla a la justicia española. Todo esto mezclado con los problemas familiares de un padre al que su hijo lo rechaza, un hombre enamorado de una mujer que lo dejó por otro, la oligarquía chilena y el abuso de poder, la falta de oportunidades para los que menos tienen, ideas que no estarían mal si adquirieran algún sentido dentro del film pero que no hacen más que desviar una trama desarrollada a pinceladas y que no justifica de ninguna manera el porqué de su inclusión. Todo esto hace que el espectador pierda el interés y se desarticule ante la cantidad de situaciones planteadas. Uno de los salvatajes de El baile de la victoria es el equipo actoral encabezado por Ricardo Darín, a quién actuar le cuesta cada vez menos y lo hace de taquito, junto a Abel Ayala (El Polaquito, 2003) en una actuación que dejará boquiabiertos a más de uno. Su Ángel Santiago resulta tan inocente como sagaz ante sus objetivos, logrando que uno termine de justificar lo injustificable o lo que en otra situación condenaría. Otro mérito a tener en cuenta es el acento que lo dio a su personaje y que no todo actor está en condiciones de brindar. La bailarina Miranda Bodenhöfer en el personaje de Victoria, nos presenta la obscuridad pero a su vez más puro de la historia. Trueba demuestra una gran ductilidad a la hora de dirigir actores, pero todo lo contrario a la hora de construir una historia que se la va de las manos. Con muchos desaciertos y sólo algunos puntos que la salvan del naufragio El baile de la victoria se pierde ante una idea que es la de abarcar la mayor cantidad historias paralelas posibles, lástima que en el film no se justifiquen y solo logra salir airoso por la presencia de un equipo actoral que remó hasta donde pudo para que el barco no se hundiera en el mar de los fracasos.
Historias en paralelo El filme de Fernando Trueba, con Ricardo Darín, apunta a demasiados lados. Una historia policial surcada por cierta cuota de acercamiento al realismo mágico sumado a un romance signado por la fatalidad. Esas son varias de las puntas que intenta desarrollar, en paralelo, El baile de la victoria , del español Fernando Trueba. El relato, basado en una novela del chileno Antonio Skármeta (con guión del propio escritor junto a Fernando y Jonás Trueba) se ubica en Santiago de Chile, con la dictadura de Pinochet apenas finalizada. Allí, Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín), un legendario ladrón de bancos, sale de la cárcel gracias a una amnistía para presos sin delitos de sangre. Y se cruza con Angel (Abel Ayala), un ladrón común y corriente que sueña con un gran golpe y con una venganza contra el alcalde que lo encerró. A Grey sólo le importa recuperar a su esposa (Ariadna Gil) y a su hijo; pero en su búsqueda entabla una amistad con Angel, en una actitud entre compasiva y paternal. Por su parte, Angel conoce a Victoria (Miranda Bodenhöfer), una chica muda (por el trauma que le provocó la desaparición de sus padres) y sólo se expresa bailando. La curiosidad de Angel por Victoria se vuelve casi una obsesión. Sin embargo, los hilos de la trama no terminan de unirse y el relato, por momentos, se desdibuja. La intriga por el pasado de los personajes se resuelve con algunos flashbacks y pantallazos de la memoria. Darín muestra la soltura de siempre con un personaje que parece sufrir más decepción que otros estafadores que le han tocado interpretar, como el de Nueve reinas , por ejemplo. Su esposa, Teresa, encarnada por Ariadna Gil es casi un rol fantasmal, en la vida de Grey y también en la trama de la película. La solvencia de los dos no alcanza para darle profundidad al relato.El Angel que interpreta Abel Ayala tiene momentos de verdadera ternura y otros, en los que no se logra ubicar su registro, sobre todo frente a la bailarina y su desvarío. A Bodenhöfer le falta algo de carisma, salvo en la escena de su danza sobre el escenario del teatro Municipal, donde logra poesía y belleza. El propio Skármeta interpretando a un crítico de ballet resulta un guiño gracioso en medio de una historia oscura y bastante sórdida. Lejos de la maravillosa y premiada Belle Epoque (de 1992), Trueba apela a ciertas metáforas que orillan el realismo mágico, como las cabalgatas nocturnas de Angel por la ciudad, pero sin demasiado impacto visual. La mezcla de acentos (el porteño de Darín; el chileno de Ayala; el castizo de Gil y hasta el cubano del chofer Wilson) no termina de amalgamarse por el drama en común. Algunas escenas arman pequeños cuadros y asoman como fragmentos líricos de una historia que podría haber tenido una vuelta de tuerca más.
En la importante producción de Fernando Trueba, El Baile de la Victoria no se encontrará entre sus mejores películas, aún cuando su protagonista sea uno de los actores del año: Ricardo Darín. Basada en la novela de Antonio Skármetea, el guión realizado por Jonás y Fernando Trueba, con la participación del propio novelista chileno, expone falencias en su estructura dramática que hacen de la historia algo inconsistente. Cuando Chile vuelve a la democracia, se firma una amnistía por la cual se libera a los presos que no hayan cometido crímenes de sangre. Es así, que se conocen Ángel Santiago (Abel Ayala) y Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín). El primero, un joven ladrón deseoso de llevar a cabo un robo perfecto que lo lleve a cambiar su destino. El segundo, un consagrado experto en abrir cajas fuertes, en principio obsesionado en recuperar a su familia. Pero al descubrir que la misma ya casi de ha olvidado de él, se deja convencer por el entusiasmo de Ángel y decide dar el gran golpe. Además, la pasión de este por Victoria (Miranda Bodenhöfer) -de allí el título de la película- una enigmática bailarina, traumada por la desaparición de sus padres en la dictadura, termina siendo para el personaje de Darín el modo de canalizar el amor que no pudo concretar con su ex esposa (Ariadna Gil). En más de una entrevista, Trueba reconoce la necesidad de amar a sus protagonistas. Eso suele verse de forma patente en todas sus películas, especialmente en el cuidado que pone en retratar a sus heroínas. Esta no es la excepción; ahora la niña de sus ojos (parafraseando el título de uno de sus films de 1998) es la misteriosa Victoria, cuya presencia inyecta a la historia lirismo- si bien no siempre funcional para el desarrollo de los acontecimientos-. Sin embargo, el alma de la película se encuentra sin duda alguna en Ángel. No sólo porque es el personaje que lleva adelante la historia, sino básicamente por la magnífica actuación de Abel Ayala. La dupla que compone con Darín es muy buena, y no podemos evitar recordar, cuando ambos caminan por las calles de Santiago, a la pareja de Nueva Reinas, aunque obviamente, mucho más cándida y hasta romántica si se quiere. Pues ahora se trata de dos ladrones, que pese a su actividad delictiva, tienen códigos y están atravesados por el honor. También, si queremos podemos encontrar cierta relación con El Polaquito, obra del 2003 dirigida por Juan Carlos Desanzo. No solamente porque esta fuera protagonizada por Ayala (de hecho fue su debut como actor) sino porque su personaje, también se enamoraba perdidamente de un joven prostituta, a la cual trataba de proteger y redimir. Estas conexiones con otras películas, no es pura casualidad. El cine de Fernando Trueba, está lleno de referencias, homenajes y alusiones. No digo que haya pensado directa o indirectamente en las mencionadas producciones. Pero su filmografía, empuja al espectador a suponer vínculos cinematográficos, extra cinematográficos y hasta metacinematográficos. Como fiel exponente de un cine postmoderno, los trabajos de Trueba apelan al reciclaje y al pastiche. Combina diferentes géneros (de modo poético), y a partir de una historia que se inscribe en un claro marco político y social, va generando otras subtramas tanto o más interesantes que la principal, que en principio pudieran parecer inconexas. En El Baile de la Victoria, se entrecruzan el melodrama, el cine negro, la comedia, el thriller y hasta el western. Todo ello presentado bajo el halo de cuento, o como dicen sus guionistas de épica. Sus referencias espaciales y temporales, bien definidas en el comienzo, va perdiendo relevancia. Porque a medida que avanza la historia, la misma se hace menos realista. Tiempo y espacio se tornan anecdóticos, cosa que suele ocurrir cuando el destino parece ya inexorable. El problema, es que esa suerte de realismo mágico no del todo asumido, termina pasándole factura a la estructura del film. No son pocas las escenas- cuando no las secuencias- que nos dejan con más dudas que certezas de aquello que nos quieren contar. La secuencia en la que Victoria baila en el teatro Municipal, es por demás desconcertante. Pese a las inmejorables actuaciones, y no sólo de los protagonistas, sino de un cuerpo de actores chilenos de primera línea en los papeles secundarios- destaco a Catalina Saavedra, quien fuera la protagonista de La Nana, película altamente recomendable de Sebastián Silva- y al excelente trabajo de fotografía de Julián Ledesma, El Baile de la Victoria falla tal vez, en lo menos imaginado: su guión. Una vez más, surge la conciencia de las dificultades de adaptar una novela a la pantalla grande, incluso para gente consagrada como Trueba y Skármetea.
Demasiada justicia poética Basada en la novela honónima -ganadora del premio Premio Planeta- del escritor chileno Antonio Skármeta (El cartero), El baile de la victoria, dirigida por el irregular Fernando Trueba, cuenta con el protagónico de Ricardo Darín y Abel Ayala (aquel de El polaquito), junto a Ariadna Gil y la revelación chilena Miranda Bodenhöfer. En principio, la idea de mezclar un film de atraco perfecto con un melodrama de tinte político resultaba atractiva desde la propuesta narrativa. Ahora bien, si a eso se le agregaba una suerte de exaltación poética quizás el resultado final no hubiese sido tan beneficioso y eso es precisamente lo que ocurre con este fallido intento del director de Belle epoque. No es tanto la historia o la trama en sí el principal defecto que arrastra esta película sino las decisiones cinematográficas que se juegan en pos de un plus de lirismo que nunca llega y que termina bordeando la cursilería. Si hubiese que encontrar una palabra o término para definir este desacierto de Trueba, eso sería sin duda la idea de machacarlo todo bajo la impronta de la justicia poética, que condiciona el destino de sus dos personajes principales, quienes han salido de la cárcel por una amnistía en épocas democráticas de un Chile que aún conserva resabios de la dictadura Pinochetista en algunas capas sociales. Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín), una vez en libertad intentará recuperar su parte del último robo que lo llevó a la cárcel durante varios años por no delatar a sus secuaces. A cambio de su silencio, el compromiso de mantener a su esposa Teresa (Ariadna Gil) e hijo, por parte de los que quedaron libres y ahora no le devuelven el dinero, se ha cumplido hasta que ella decidió rehacer su vida y no esperarlo más. Sin embargo, al experto ladrón de cajas fuertes no le costará mucho darse cuenta de que su lugar de esposo y padre ya fue ocupado hace rato por un hombre de dinero, así que no le queda otra alternativa que mirar hacia adelante. La chance del cambio surge con la posibilidad de un nuevo golpe tal como le propone otro delincuente de poca monta, un joven inexperto que se llama Ángel (Abel Ayala), quien también estaba preso y queda libre. Bajo la dialéctica maestro aprendiz ambos organizan el gran golpe con un sabor a revancha y a segundas oportunidades tan subrayado por Trueba que da verguenza ajena. Cierra este triángulo el infaltable vértice femenino: una sensible muchacha llamada Victoria (Miranda Bodenhöfer), quien además de expresarse a través del baile -por no poder hablar- enamora al muchacho que se debate entre un infantilismo e idealismo demasiado exagerados. Decíamos anteriormente que la idea de justicia poética sobrevuela la trama porque el botín a rescatar es dinero sucio de la dictadura convirtiendo a Vergara Grey y su secuaz en reivindicadores de causas perdidas. A eso debe sumársele el pasado de Victoria (que por motivos obvios no se adelantan en esta nota) y entonces el concepto cierra por todos los costados en base a un guión sobreescrito. No obstante, si este fuese el único problema de El baile de la victoria la cosa no sería tan preocupante; sólo que también se hacen presentes desniveles narrativos varios y el burdo subrayado de algunas ideas. Lamentablemente, se desperdició una buena historia, rica en personajes que acá no alcanzan multidimensión, pese al buen desempeño del elenco.
Una fallida adaptación de la literatura al cine El film está basado en una novela de Antonio Skármeta La adaptación de una obra literaria al cine siempre es riesgosa y requiere de un exhaustivo trabajo de sus guionistas para utilizar exitosamente el mismo material, la misma historia pero en un contexto y medio completamente distinto. En el caso de El baile de la Victoria parecía que el riesgo era mínimo y las posibilidades de un traspaso exitoso bastante altas teniendo en cuenta que el director Fernando Trueba ( Belle epoque ) trabajó en la adaptación junto al autor del texto original, Antonio Skármeta. Además de contar con Ricardo Darín para intepretar uno de los personajes principales de la trama. Semejante equipo, sin embargo, no consiguió un film a la altura de sus trayectorias individuales. La historia de un trío de marginales -el legendario ladrón de bancos Nicolás Vergara Grey (Darín), el novato soñador que dio el mal paso y terminó preso, Angel Santiago (Abel Ayala) y la muda bailarina e hija de desaparecidos Victoria Ponce (Miranda Bodenhofer)- transcurre lenta, pesada, por la densidad de un relato que explica demasiado. Como si no confiara en el poder de las imágenes o la interpretación de sus actores. Y ahí es dónde el experimentado Trueba da su verdadero paso en falso. Es que el elenco hace lo posible, sin demasiados aciertos, por atravesar tanto el costado policial del relato como los pasajes más cercanos al drama sentimental. Aunque hasta el más capacitado de los intérpretes tropezarían ante, por ejemplo, una escena en la que la bailarina - traumatizada por la violencia de la dictadura militar chilena-, es rechazada por un grupo de profesores que parecen sacados del peor telefilm hollywoodense. La participación de Darín es apenas una sombra, casi una caricatura, de sus papeles en Nueve reinas o El aura ,dónde interpretaba a otros ladrones que decían mucho menos y transmitían mucho más. Por momentos, en sus intercambios con el inocente Santiago -una creación extraordinaria de Ayala- aparece un atisbo de lo que el actor puede hacer, pero incluso su innegable talento queda encorsetado por un diálogo que no pudo desprenderse de su origen en la página escrita al pasar a la pantalla grande.
Demasiados condimentos para un solo guiso Una chica que quedó muda cuando los esbirros de Pinochet se llevaron a sus padres. Un ladrón mítico que lo único que quiere es que su esposa e hijo lo perdonen. Un chico que sale de prisión con ganas de vengarse del alcaide pederasta. Un matón que lo persigue. Una bailarina tan sublime que lleva casi hasta las lágrimas a un curtido crítico de ballet. Una mujer entregada al cinismo de la burguesía pinochetista. El caballo de un ex convicto que atraviesa Santiago, tal vez como símbolo de libertad. Y un atraco millonario, que no es atraco sino acto de justicia: el dueño del botín es nada menos que el ex jefe de los servicios secretos de Pinochet. Todo eso hay en El baile de la victoria, la nueva película de Fernando Trueba, que más que película parece una retrospectiva desordenada, al pasar del folletín mudo al film de grandes robos, del latinoamericanismo a la europea a la postal andina, de la producción de época al alegato social con atraso. Tratándose del realizador de El año de las luces, Belle Epoque y La niña de tus ojos, no es raro que toques de humor y de comedia brillante le den una pizca de frescura a este guiso recocido. Teniendo en cuenta que la actriz es española, que la protagonista femenina sea (o haya quedado) muda le quita un acento al batiburrillo idiomático de esta Santiago de Chile en la que un ladrón argentino (Ricardo Darín, en papel como de Aristarain) tiene ex esposa española (Ariadna Gil, en participación poco más que amistosa) y escudero cubano (un taxista que se le acopla), mientras el argentino Abel Ayala (el chico de El polaquito, haciendo de pícaro callejero, como de Leonardo Favio) imita el acento chileno (con notable capacidad mimética) y la profesora de baile es una brasileña que habla en portuñol. Pero el cocoliche eurocéntrico no es el peor de los defectos de El baile de la victoria, basada en una novela de Antonio Skármeta, que a la vez interpreta al emotivo crítico de ballet. Tampoco lo es el pastiche, que al menos muestra al siempre muy clásico Trueba animándose al ridículo. Es lo que sucede aquí con las escenas de galope en pleno centro de Santiago, aquella en la que el ladronzuelo callejero organiza una presentación de su amada a punta de pistola o, sobre todo, otra en la que Darín canta en un karaoke “El día que me quieras” con tono derrumbado, como de Chet Baker. Lo catastrófico de El baile de la victoria es que lo que se ve o sucede (las citas al film noir, el melodrama romántico, la vulgata antipinochetista) es de segunda mano. Pero se lo quiere imponer como si no lo fuera. Sólo cuando se reconecta con su maestro Lubitsch (algunos diálogos filosos, una magnífica escena de screwball comedy, con cierres de puerta que dan pie a elipsis temporales), Trueba vuelve a ser Trueba. El Trueba de su ópera prima Opera prima, por ejemplo. Opera prima que sigue siendo su película más fresca y sentida, la menos reprocesada.
Buenas ideas sin rumbo fijo Tras beneficiarse de una amnistía general, un veterano ladrón de cajas fuertes y un joven ratero se plantean objetivos muy distintos. Sin embargo, el destino terminará cruzándolos. El baile de la victoria es el nuevo film de Fernando Trueba, quien hace 30 años parecía destinado a cambiar o al menos renovar la historia del cine español. Ópera prima, El año de las luces y El sueño del mono loco lo convirtieron en un realizador de renombre, pero su mayor fama mundial llegó cuando su film Belle Époque (1992) ganó el Oscar a la mejor película extranjera. Sus siguientes películas, algunas buenas, no recibieron una repercusión semejante y recién con El baile de la victoria volvió a alcanzar algo más de trascendencia. Este nuevo film de Trueba fue enviado por España como parte de la selección de películas destinadas a competir por el Oscar mejor film extranjero. Tal vez con la esperanza de que su director sea tomado en cuenta por haberlo ganado antes o con la fe de que uno de sus protagonistas, Ricardo Darín, empuje también a dicha estatuilla. Sin embargo, la película presenta un pequeño problema: es muy fallida. La historia que cuenta es una ambiciosa combinación de elementos y una arriesgada mezcla de tonos y géneros. Un joven ratero de poca monta (Abel Ayala) y un veterano ladrón de cajas fuertes (Ricardo Darín) son beneficiados con una ley de amnistía al regreso de la democracia en Chile. El joven intenta entonces convencerlo de realizar un robo que, en teoría, parece brillante. Además de esta trama, hay una historia de amor entre el joven y una bailarina, cuyos padres fueron asesinados durante la dictadura. Trueba adapta el libro de Antonio Skármeta (el mismo escritor en cuya obra se basó El cartero) y decide apostar al melodrama, al policial negro, a la comedia, al film político y hasta coquetea con tópicos del western. Pero misteriosamente, y aun cuando se notan varias ideas interesantes, la ejecución de las mismas es, en términos generales, insuficiente, incluso por momentos bochornosa. Los actores, a excepción de Ricardo Darín –que aporta lo más acertado del film–, están muy lejos de lograr convencer con sus trabajos. A medida que la película avanza, delata una ambición cada vez más cercana al lirismo y a la poesía, ambición que Trueba no logra entretejer con las formas realistas que la película también intenta sostener. A diferencia de muchos otros films fallidos que se estrenan a lo largo del año, El baile de la victoria produce una frustración mayor, no sólo por el talento de varios de los involucrados en su realización, sino también porque detrás de cada escena se alcanzan a ver algunas ideas buenas y arriesgadas que, en la totalidad de la película, finalmente quedan desperdiciadas.
Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín), un famoso ladrón de cajas fuertes, sueña con recuperar a su familia y empezar de cero. Recién salido de la cárcel por la amnistía general dictada por el presidente de Chile tras la llegada de la democracia, se topa con el joven Ángel (el gesticulador Abel Ayala), un ex presidiario que pretende dar un gran golpe millonario. Entre medio de ambos está Victoria, una jovencita homeless que dejó de hablar cuando asesinaron a sus padres en su presencia, que tiene grandes dotes para el ballet y enamora a Ángel a primera vista. Con enormes ínfulas, esta última película de Fernando Trueba viene a demostrar que no siempre lo pretencioso resulta efectivo y, muchas veces, como este caso, genera el efecto contrario. Este baile propone unos pasos por diversos géneros cinematográficos, pero eminentemente se posa en el melodramático, con apuntes (supuestamente) risueños, policiales, románticos, de suspenso, político-sociales, entre otros. "El baile de la victoria" es la adaptación a la gran pantalla de la novela de Antonio Skármeta, Premio Planeta en 2003. Desmesuradamente alegórica, la película de Trueba no resulta creíble en la pintura de sus protagonistas, haciéndolos hacer lo que personajes mal diseñados harían en una película, pero no en la vida real. Tampoco tiene suerte con el uso de ciertos recursos audiovisuales poco afortunados, como el uso de los flashbacks que no aportan más de lo que se está escuchando por diálogos; o la pretendidamente caricaturezca escena con los profesores de la escuela de danzas; o la ridícula "conversación en off" entre los personajes de Darín y Ariadna Gil. Con excesivo metraje y colosal efectismo, este baile tropieza y cae, sin dejar de entretener... al menos...
Corazones robados Hay unos cuantos gigantes reunidos en este filme, empezando por las cumbres nevadas de los Andes chilenos y continuando por los tres destacados artistas que forman parte de su staff : el director madrileño Fernando Trueba, el escritor chileno Antonio Skármeta y el actor argentino Ricardo Darín. Pero ellos son los consagrados. Hay un participante más de esta historia que, como suele decirse por aquí, se “roba” la película. Es el joven coprotagonista, el también argentino Abel Ayala, conocido en nuestro país por su participación en filmes como El polaquito o en televisión en la serie Gladiadores de Pompeya . Trueba lo calificó de “milagroso” durante la reciente visita promocional que realizó a Buenos Aires. Ciertamente, su labor es impresionante. Casualmente Ayala da vida a un ladrón enamorado en este relato romántico y bastante dramático que fue el elegido por España para representarla en la puja por los Oscar de marzo de este año, quedando eliminada en la ronda clasificatoria. Por una conmutación de pena tanto él, Ángel, como Nicolás Vergara Grey, y el mayor asaltante de cajas fuertes de Chile (Darín) han salido por adelantado de la cárcel, poco después de la llegada de la democracia al país trasandino. Sólo que mientras García Grey busca desaparecer en las sombras, Ángel se enamora de una muchacha llamada Victoria, sólo unas horas después de recuperar la libertad, y se promete convencer al mejor de todos para perpetrar el golpe perfecto, y ganar el dinero con el que darle una vida generosa a la bailarina que acaba de conocer. Una historia de amor rebosante de idealismo, de lirismo, y con unas cuantas pinceladas de humor, todo aquello para balancear los grises de un cuento con bastante de trágico, más un reconocible acompañamiento técnico tanto en lo fotográfico como en lo musical, hacen de alguna manera al contenido de El baile de la Victoria . Trueba, el responsable de éxitos como Belle epoque o Calle 54 , se le animó a una nueva novela del autor de la popularísima El cartero de Neruda , y le confió la tutoría en la pantalla al no menos reconocido Ricardo Darín. El resultado está a la vista.
Mi chanta favorito Darín vuelve a interpretar a un canchero poco ingenuo en la nueva película de Trueba. Llevar al cine una obra literaria siempre es un desafío, porque las imágenes no son el punto de partida, sino el resultado del proceso de traducir lo que estaba sólo en palabras. A veces el cambio de registro deriva en un nuevo enfoque, otras en una copia fiel del texto y otras se queda a medio camino y no logra crear una historia que se sostenga desde la impronta cinematográfica. Eso es lo que parece pasarle a El baile de la Victoria, la nueva película de Fernando Trueba- director de Belle Epoque y La niña de tus ojos- basada en el texto de Antonio Skármeta, que ganó el Premio Planeta en 2003. La narración arranca cuando los personajes de Nicolás Vergara Grey, interpretado por Ricardo Darín, y de Ángel Santiago, en la piel de Abel Ayala, dejan la cárcel gracias a una amnistía en Chile, tras la dictadura de Augusto Pinochet. Mientras Vergara Grey quiere sólo recuperar a su familia, Santiago desea dar un gran golpe y cruzar Los Andes para comenzar una nueva vida. En el medio aparece Victoria, Miranda Bodenhöfer, una joven que perdió el habla de niña cuando los militares asesinaron a sus padres. Su forma de expresarse es la danza, un baile que intenta convertirse en una metáfora de la importancia de no perder nunca las esperanzas. El problema es que a partir de ahí los géneros comienzan a mezclarse y ninguno se define, thriller, comedia romántica, historia política, costumbrismo. No hay un hilo que lleve a la historia por un camino seguro y la fábula aparece cargada de escenas inverosímiles, que no llegan a ser creíbles. Si la película logra algún tipo de éxito en la Argentina, será seguramente por la presencia de Ricardo Darín, que una vez más hace el personaje que viene repitiendo en los últimos films de su carrera. El canchero gracioso, sentimental, bueno pero poco ingenuo, que tanta respuesta popular despertó con las películas de Juan José Campanella. Nadie duda de que Darín sea un gran actor, pero desde la pantalla se espera que pueda buscar otros caminos, como aquella inolvidable actuación, oscura y con matices, que ofreció en El Aura, de Fabián Bielinsky, tal vez su mejor trabajo hasta ahora. Abel Ayala tiene grandes momentos, pero en otros exagera hasta la incomodidad. Y Bodenhöfer logra transmitir cierto encanto, pero queda la sensación de que no está aprovechado. Así y todo, la película tiene un punto a favor que es el manejo de la atención del espectador. No deja de ser entretenida, a pesar de las imprecisiones.
Western urbano con robos y romances El ladrón de cajas fuertes Vergara Grey (Ricardo Darín) sale de la cárcel para rearmar su vida junto a su mujer y su hijo; mientras Angel (interpretado por Abel Ayala, de El polaquito), un joven presidiario, también queda libre y se cruza con una bailarina callejera. Sus caminos no tardarán en unirse para dar un nuevo golpe. Con este esquema argumental basado en la novela de Antonio Skármeta (El caretero), el director español Fernando Trueba asume esta co-producción con mezcla de acentos (el taxista cubano que se convierte en secretario de Vergara Grey) y ambientada en Santiago de Chile. Ni los díalogos ni la variedad de estilos por los que atraviesa el relato ayudan para que éste se haga creíble. Resulta poco probable el encuentro entre el muchacho que sale con ira de prisión y se termina enamorando de la bailarina callejera (muda). El film mezcla el drama romántico, el policial y el western urbano, en el que se dan cita hampones, crímenes carcelarios y un alguacil que tiene una deuda por un abuso del pasado. Todo junto en una pelicula que no seduce y que tiene un clima romántico forzado a pesar de sus bellas imágenes. Ricardo Darín aparece como desconcertado en un papel que no le sienta (roba pero se siente maravillado ante la presencia de la Cordillera) y se luce (aunque por momentos exagerado) Abel Ayala, quien imprime carisma a su personaje.
Basada en una novela de Antonio Skármeta, dirigida por el prestigioso Fernando Trueba, elegida para representar a España en los Oscar de este año y protagonizada por un calificado elenco internacional, El baile de la victoria no justifica tanto nombre ni representatividad, más allá de la buena historia que tenía para contar. La sustanciosa trama ideada por el escritor de El cartero se ubica en la etapa de la vuelta a la democracia en Chile, momento en que se decreta una amnistía general que beneficia a un joven ladrón abusado en la cárcel y un publicitado especialista en cajas fuertes, quienes se unirán para dar un gran golpe, sazonado por un fuerte símbolo antidictatorial. Ese estudiado atraco tendrá marchas y contramarchas, fundamentalmente ocasionados por una bella chica que condicionará los destinos de ambos. Ubicada en su totalidad en un contexto chileno, incluye algo forzadamente a intérpretes argentinos y de otras nacionalidades, cosa que suele suceder a veces en este tipo de coproducciones. Quizás el único actor que no “molesta” sea Abel Ayala, de interesantes trabajos en El polaquito y El niño de barro, que aquí ofrece una composición que se mimetiza con el entorno, a lo que suma dosis de expresividad suficientes como para despertar emoción. No se puede decir lo mismo de Ricardo Darín –que aporta su oficio- y otros intérpretes que no logran consustanciarse con la propuesta por problemas de diálogos y realización. El director de Belle Epoque y El año de las luces no logra amalgamar adecuadamente todas las líneas narrativas y evocaciones al pasado reciente que proponía el material, e incluso cae en situaciones caricaturescas. La extensión del film, otro factor en contra, quizás disimule un poco sus falencias de estructura, en la que un extraño plano final, abierto y alegórico, permite referirse a otra figura destacada del elenco, la actriz y bailarina Miranda Bodenhöfer. Sus escenas de baile y otras que buscan el lirismo y el costado artístico de la trama se pueden rescatar.
Fórmulas, clishés y gran personalismo Con un Ricardo Darín omnipresente, el film oscila entre lo soporífero y otros momentos de pretendido humor, que caen en el ridículo. Las situaciones son previsibles pero también confusas por el enmarañado conjunto de tonos y subrayados. Nominada para los premios Goya y para el Oscar 2010, en el rubro "mejor película extranjera", El baile de la victoria del alguna vez destacado Fernando Trueba es uno de los tantos exponentes de hoy que responde a una repetida fórmula y que tanto agradan a los miembros de la Academia. Situación similar, desde mi punto de vista, es la que encontramos en la multipremiada El secreto de sus ojos de Juan José Campanella, ya reseñada, comentada y con marcada indignación en ediciones anteriores. En tal caso, si un film fue deliberadamente ignorado en aquella noche en la que se fijan los nuevos parámetros y stándares de la industria, este es La cinta blanca, de Michael Haneke. Alguna vez Fernando Trueba, quien se dice gran admirador de aquel glorioso realizador llamado Billy Wilder, logró sorprendernos: El año de las luces, Opera prima, Belle epoque, son algunos de los títulos que evidenciaban una fuerte marca personal, que apuntaba a transitar por nuevas propuestas, que se alejaban de repetidas fórmulas. Pero hoy, valiéndose de un premio Planeta de novela, la agotadora presencia de un actor llamado Ricardo Darín, que es siempre el esperado invitado en los medios televisivos, a través de cortos publicitarios hoy en tono revival, en entrevistas, y en teatro, y en cine, casi sin respiro, sin que medien algunos minutos de reflexión. Actor fetiche de nuestro tiempo, del lado de los villanos en Nueve reinas y de los cómplices de un acto de secuestro y tortura en El secreto..., Darín promociona, ahora, El baile de la victoria desde una imagen que no tiene nada que envidiarle a las fotos publicitarias. En este caso, parece promocionarse no sólo él sino, además, una marca de cigarrillo, destacándose y cerca de un escenario montañoso, sobre la silueta de un joven a caballo y muy cerca de una bailarina, vestida de rojo, que alza sus brazos, danzando en puntas de pie. Debo dejar sentado que no pude reconocer, ni por un instante, las huellas de un hombre del cine llamado Fernando Trueba. Deliberadamente excedida en su metraje, con reiteraciones que fomentan una aburrida dispersión, El baile de la victoria reúne aspectos de una historia de amor, enmarcado en el policial y en el western, con trasfondo de cine crítico y aditamentos de un "cine políticamente correcto", ya que se hace mención, a partir de obviedades y simplificaciones, a los años de de la nefasta y humillante dictadura de Pinochet; tema que, por otra parte, y más aún transcurriendo en Chile, debería haber sido considerado a la luz de algunas reflexiones. El film pretende ser un drama y las contadas notas que se insinúan dentro de este campo inmediatamente se desvanecen. Como ocurre, (así lo señalaban los comentarios mayoritarios) con la atención de nosotros, los espectadores. Todo suena y se parece a una larga y monótona recitación, de poses de parte de la omnipresencia de Darín, de los parlamentos forzados y de la pretenciosidad que surge de sus ligeras y por momentos torpes apreciaciones socio políticas. Claro está, el film parte de un best seller y lo deja allí, donde hay una garantía de taquilla, a través de ciertos nombres y de un autor, ya elogiado y aplaudido por su novela Ardiente paciencia, con su film homónimo y por su posterior remake El cartero Il postino de Michel Radford. Cuando algunas situaciones parecen convocar el humor, el relato cae en el ridículo, lo cual se agrava en las inmediatas explicaciones. Y en los momentos en los cuales se juega lo que podríamos reconocer como lo trágico las situaciones llevan a lo risible. En este ejercicio de narcisismo actoral, cabe señalar que el rol de crítico de ballet más importante y reconocido de Santiago de Chile, Don Esteban Coppeta (afinidad con la composición para ballet, Coppelia de Arthur Saint Léon y Charles Nuitter está interpretado por el mismo Skármeta, el que será empujado a presenciar la gran prueba escenográfica de Victoria; heroína que está marcada en el film como esa figura que intenta reabrir las páginas de una tragedia histórica y de un drama familiar; privada ahora de su propia voz, pero que lo tendrá en el momento cúlmine de el film, en pleno cruce de los Andes, frente a un cielo que se abre ante los montes nevados, y el vuelo del cóndor. El baile de la victoria finalmente llega a ser, desde este personal punto de vista, una sucesión y suma de los mismos clichés, de situaciones previsibles pero también confusas por el enmarañado conjunto de tonos y subrayados que ahogan todo intento de dejar volando a la misma metáfora. No hay un solo renglón en el film que esté en blanco, todo debe ser dicho, afirmado y negado, ampliado, explicado, explicado. Lo que pudo ser metáfora y símbolo, como lo era la figura del caballo blanco cabalgando velozmente por las calles de Santiago, en el necesario film de Costa Gavras, Missing Desaparecido aquí no alcanza ni remotamente a dejarnos hacer escuchar los ecos de aquella imagen. Por momentos algunas imágenes en su obvia y explicada aparición me llevaron a pensar en algunos edulcorados y endebles momentos de films de Eliseo Subiela y por otra, cuando intenta despuntar cierto compromiso ante la Historia, asoma un planteo en un tono simplista y cerrado, que no interroga. Frente a este film siento particular enojo, ni si quiera puedo dejar circular una nota de humor. Por el contrario, tal vez la indignación se acrecienta más aún cuando la representación de ciertos momentos históricos se anuncian de manera grandilocuente y se reducen a un "dicho sea de paso", "por si acaso". Basta para ello traer a la memoria el plano en el que, en un intento de síntesis, en una oficina principal reconocemos el retrato del genocida Pinochet y detrás del mismo una caja fuerte, que guarda un dinero malhabido, ahora motivo de un blanco de una gran operación. Más aún, si en la escena siguiente, nuestros personajes, el recién liberado y el joven que también pasó un tiempo en prisión, juegan a ser los nuevos Robin Hood, exaltando en el film el personalismo del propio Darín y de su discípulo y acompañante. Y vuelvo al afiche: Darín sigue mirando. Es como si me invitara, a mí, un no fumador, a compartir una pitada.
El abismo de la felicidad. El filme sobre la obra del escritor chileno Antonio Skármeta fluctúa al intentar buscar el tono justo. Tiene el potencial para ser un buen drama romántico, a cargo de tres personajes estragados y con muchas ganas de mejorar su vida. Pero las pinceladas de un humor no siempre logrado, la apelación al realismo mágico o el drama que esconde la mudez de una de las protagonistas, hija de desaparecidos durante la dictadura de Pinochet, entre otros, resulta una superposición de temas. En el medio quedan las actuaciones de Ricardo Darín, como un legendario ladrón de cajas fuertes; Abel Ayala como su joven y romántico discípulo y una conmovedora Miranda Bodenhöfer, como la bailarina Victoria. Juntos logran los momentos más emotivos, con efectivas dosis de lirismo.
La película, que por momentos apuesta a la tradición del policial negro y por momentos a la novela romántica, en su peor versión televisiva que deja claro cuáles son las pretensiones estéticas reales de Fernando Trueba como realizador. Fernando Trueba es un director español con cierto prestigio internacional. Al respecto, para entender alguna de las consideraciones sobre El baile de la Victoria, es que su cine se sitúa, como propuesta estética, más cerca del modelo clásico del espectáculo hollywodense, que de ciertas búsquedas formales que intentaron algunos de sus compatriotas de la misma generación, en los tempranos ochenta, luego de la caída del franquismo. El baile de la Victoria, basada en la novela homónima de Antonio Skármeta, recorre los caminos paralelos de dos ladrones, un joven ingenuo y un hombre maduro, experto en robo de cajas fuertes, que salen de la cárcel gracias a una amnistía. Ambos tienen objetivos concretos al salir: el primero dar el gran golpe y poder tener su campo y sus caballos; el adulto recuperar la relación con su mujer e hijo. Ángel (Abel Ayala), el joven, conoce a Victoria (Miranda Bodenhofer), una bailarina que ha perdido el habla, cuando sus padres fueron secuestrados por la dictadura Pinochetista. Será por ella y por el amor que él siente casi devocionalmente, que Nicolás (Ricardo Darín) accederá a acompañar al ladronzuelo en su gran golpe. La película, que por momentos apuesta a la tradición del policial negro y por momentos a la novela romántica, en su peor versión televisiva, es el pobre resultado de una producción plurinacional, donde se ajusta a los mínimos de consistencia narrativa interna, requeridos para sostener el relato. Tanto la coherencia de los personajes – su pasado, su presente, su nivel de lengua, su discurso político - , como sus múltiples nacionalidades (¿por qué la ex esposa de Nicolás es española, y el experto violador de tesoros, argentino?), la verosimilitud de las cabalgatas ciudadanas o la escena del baile final, todo ello atenta contra la necesaria coherencia del relato. Para colmo de males, el ritmo interno es destruido por escenas pretendidamente poéticas, venidas de la prehistoria del cine, que solo sirven para aburrir, y convertir a la película en una mala novela romántica. Trueba ha tenido algún momento interesante (en general provisto por el material que ha documentado más que por su propio talento), pero ha sido siempre sobrevalorado, especialmente después de haber ganado el Oscar con su película Belle epoque, que no fue sino una mirada sumamente convencional sobre tiempos complejos en España. La mirada de la Victoria es un melodrama convencional y aburrido, que deja claro cuáles son las pretensiones estéticas reales de Fernando Trueba como realizador.
Fernando Trueba que ganara un premio Oscar con “Belle époque” (1992) tomó la novela “El baile de la victoria” del chileno Antonio Skármeta y con Jonás Trueba, hijo además del autor, realizaron el guión de la obra que se comenta y a la que también se la conoce como “La bailarina y el ladrón”. Es la historia de tres seres marginales. Un ladrón, cincuentón, “maestro” en abrir cajas fuertes sale de la cárcel gracias a un indulto que también a beneficiado a un veintiañero ladronzuelo de poca monta que tratará por todos los medios de convencerlo para dar el golpe que finalmente haga realidad las ilusiones de ambos de superarse. El joven se enamora de una muchacha que ha presenciado, de niña, el asesinato de sus padres por agentes de la dictadura pinochetista y el trauma le impide hablar aunque se expresa maravillosamente por medio de la danza, mientras que el hombre mayor sólo piensa en ser valorado por su hijo y también en intentar recuperar a la madre del niño a la que aún ama. A partir de ese nudo central esta realización cinematográfica transita por un exagerado lirismo, quizá por influencia de la novela que le da base, la que adolece de una construcción narrativa un poco antigua y lamentablemente eso se ha trasladado a la adaptación para la pantalla de cine. Trueba no deja que el espectador acierte con el género que le ha impuesto a la trama, no desarrolla del todo las subtramas, da giros repentinos que pasan por la comedia, retornan al drama y hasta hay pasajes caricaturescos. De pronto todo se cierra en un melodrama y seguramente a ese género apuntó el realizador, aunque no quede del todo claro ese enfoque porque también hace uso de un lenguaje cinematográfico simbólico para remarcar la ubicación marginal que les ha “otorgado” la sociedad chilena a los dos ladrones y a la “muda”. Si bien las imágenes son interesantes como en el caso de la escena en que el joven y la muchacha transitan a caballo por el centro de la ciudad de Santiago sin que nadie de la multitud que los rodea les preste atención, los espectadores deben estar muy atentos para captar el simbolismo del aislamiento social a que están sometidos los personajes. O cuando se ofrecen bellísimos primeros planos de un cóndor que sobrevuela la cordillera de Los Andes para simbolizar la majestuosidad de la libertad, el espectador debe deducirlo del diálogo anterior a la vista de las imágenes del ave. Los desbordes simbólicos generalmente suelen ser difíciles de interpretar por el espectador común, quien no puede detenerse para analizar este tipo de “vuelos artísticos” con profundidad, algo que sí puede hacer el lector de novelas y descubrir el casi cruel simbolismo, relacionado directamente con la capital chilena, del nombre del joven ladrón, Angel Santiago. El espectador de cine asiste, en su mayoría, a entretenerse. Y aquí está el acierto del cineasta, su obra entretiene, quizá a alguno le parezca larga o algún otro desee que la historia tenga un cierre más definido, pero estarán atentos a toda la proyección y a los impactos efectistas de muchas escenas. Las actuaciones son desparejas. Ricardo Darín se impone más por su presencia en pantalla que por componer su personaje, el que ha sido reforzado en la versión cinematográfica, quizá para aprovechar el indiscutible gran cartel de este actor. Abel Ayala abusa de la gesticulación, aunque maneja bien los tonos adecuados al acento chileno que utiliza, es dable remarcar que este joven actor realiza una labor en la que emplea técnicas intuitivas que recuerdan a las que usaba el actor mejicano Mario Moreno (Cantinflas), algo que Ayala ya evidenció en “El niño de barro” (2007). Miranda Bodenhofer, como la joven bailarina Victoria logra una composición ajustada, su rol también fue realzado en esta versión cinematográfica al hacerla casi completamente muda y darle de esta manera un valor agregado al armado actoral, ya que en la novela “habla más”. Julio Jung es quien más se luce, aunque su rol sea secundario pone de manifiesto la valiosa trayectoria que posee
Un paso en falso Fernando Trueba ha construido una interesante carrera dentro del cine español de los últimos tiempos. Allí están La niña de mis ojos, El milagro de Candeal y hasta el Oscar de Belle Epoque para demostrarlo. Con El baile de la victoria las cosas se complican seriamente. Basada en la novela homónima del chileno Antonio Skármeta (el mismo autor de El cartero), la película hace agua por varios flancos. Bajo el amparo de una ley de amnistía para presos que no han cometido delitos de sangre dictada en el Chile post-dictadura, Nicolás Vergara Grey (Darín), un popular y mítico ladrón de cajas fuertes, y Angel Santiago (Ayala), un joven ratero de poca monta, salen de la cárcel y cruzan sus destinos. Uno queriendo recuperar a su esposa y su hijo, el otro procurando llevar a cabo un plan que los resarcirá económicamente. Pero las cosas se complican y la irrupción de Victoria, -una joven bailarina que ha perdido el habla luego de la desaparición de sus padres en plena dictadura pinochetista y vaga nocturnamente por la ciudad y, especialmente, en los cines XXX-, conseguirá que las vidas tomen nuevos rumbos. Si bien la trama no resulta muy original, es el desarrollo errático del guión y la profusión de historias, las construcciones livianas y estereotipadas de los personajes y los saltos de género los que hacen que la película no funcione. Repeticiones de situaciones e inverosimilitudes se conjugan para que merced a personajes trillados y vacíos la empatía flaquee peligrosamente en una cinta que requiere a gritos una respuesta cómplice del espectador. Trueba intenta imbricar la intriga policial, el romanticismo, la mirada social, la comedia de parejas desparejas y el drama y, en lugar de amalgamarse, todos estos tonos se chocan violentamente sin poder marcar un rumbo. Además el lirismo que parece proceder de lo literario abunda en simbologías y metáforas que muchas veces son obvias y forzadamente poéticas y que en su traslado a la imagen sólo resultan en bellas postales vacías, cuando no en definitivas grasadas. Tanta alegoría que busca hablar de los “grandes” temas no hace sino remarcar una postura progresista que puede servir en la vida cotidiana pero al arte no le suma, es más le resta, lo empequeñece, lo vuelve mensaje. Y para mensajes, ya sabemos, mejor el correo. El baile de la victoria se toma su tiempo para demostrar que es el resultado fallido de una sumatoria de errores que apenas ofrece una sentida creación de Abel Ayala, entrega una de las actuaciones más flojas de Darín y demuestra que jamás alcanza con las buenas intenciones. Una decepcionante sorpresa.
Fernando Trueba es uno de los más sólidos y mejor conocidos realizadores españoles en Argentina. Hace treinta años debutaba en el largometraje con “Opera prima” (aquí conocida como “Prima, te quiero”) y desde entonces casi todos sus films fueron estrenados en nuestro país. Títulos tan famosos como “El año de las luces”, “El sueño del mono loco”, la ganadora del Oscar extranjero “Belle Epoque”, “La niña de tus ojos” y “Calle 54” jalonan una carrera impecable que sufre un serio traspié con la más reciente “El baile de la victoria”, insólitamente seleccionada por España para su posible nominación al Oscar extranjero. Detrás de tal decisión deben haber obrado motivos especulativos tales como la posible reincidencia del director a la hora de los premios o el hecho de estar ambientada en Chile, apenas terminada la dictadura de Pinochet. Pero también responden a una profunda crisis del cine español, uno de cuyos síntomas es su casi total ausencia de nuestras pantallas últimamente. Basada en el libro del chileno Antonio Skarmeta (“Ardiente paciencia”, “El cartero”) que incluso tiene un “cameo” como un crítico de ballet, bien avanzadas las más de dos horas que dura la película, son demasiados los temas que “El baile de la victoria” pretende abarcar. Por un lado hay desde el inicio una trama policial que protagonizarán dos presos recientemente liberados: Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín) y el joven Ángel, pobre actuación de Abel Ayala, mejor recordado por su debut como y en “El polaquito”. Dos personajes en el Chile post Pinochet, interpretados por sendos actores argentinos parece demasiado, pese al esfuerzo realizado por Ayala para disimular su tonada porteña. En la historia, Grey sólo piensa en recuperar a su hijo y esposa, esta última opacamente interpretada por Ariadna Gil, una española en otra concesión de nacionalidades. El personaje de Victoria está a cargo de la bailarina chilena Miranda Bodenhöfer, de la que se enamora perdidamente Ángel y que se ha quedado muda desde que sus padres han desaparecido. La escena de danza en el Teatro Municipal de Santiago no alcanza la excelencia con que se la ha pretendido ensalzar y su aporte dramático es escaso. Más ridículas resultan las cabalgatas de su joven aspirante por las calles de Santiago en lo que pretendió ser una alegoría (¿a la libertad?). El robo que perpetúan ambos recientes presos a ex funcionarios de Pinochet parece calcado de tantas películas norteamericanas y el final en plena cordillera de los Andes una postal que no encaja con el resto. Entre los roles secundarios se destacan dos veteranos actores chilenos: Julio Jung y Gloria Münchemeyer, que formaron parte del reparto de la excelente “Coronación” de Silvio Caiozzi.
Comencemos por lo más sencillo: Ricardo Darín es un gran actor y hace visible, incluso atractivo, hasta su rol menos interesante. Nunca se le podrá echar la culpa de la falta de calidad de una película. En el caso de este melodrama, toda la responsabilidad cae sobre los hombros de Fernando Trueba, su realizador. Trueba es un buen director y un gran cinéfilo: más allá de haber ganado un Oscar (con “Belle Époque” en 1993), se ha destacado en el gusto por el clasicismo y la ironía en cualquier género. También por dedicarle documentales a la música que le gusta (como en “El milagro de Candeal”). Por eso “El baile de la Victoria” es un film atípico del realizador. Adaptación de una novela de Antonio Skármeta, es la historia de un ladrón de poca monta, un veterano artista en el robo de cajas fuertes, y una joven danzarina. Lo que podría ser ligero, preciso, ingenioso, se vuelve pesado, a veces alegórico; peor que todo: solemne. La trama tiene el peso de lo novelístico en el peor sentido, ese de incorporar bifurcaciones y subtramas para decir algo sobre el mundo, en lugar de bordarlo con la mirada en filigrana. Se nota una calidad profesional buscada en la forma de la imagen y el despliegue técnico, pero la manía de explicitar todo, la necesidad de que cada cosa “signifique algo” y, especialmente, la falta de alegría (no sólo en los personajes, sino en el tono, especialmente notable en el uso de la música) vuelven tedioso un espectáculo que, dados los antecedentes del realizador, uno adivina fallido por exceso de ambición o, quizás, error de cálculo.
El arte del movimiento La danza, o el arte del movimiento estilizado del cuerpo humano, fue la protagonista excluyente del fin de semana cinematográfico en nuestra ciudad. Dos películas la hicieron suya: la española El Baile de la Victoria, de Fernando Trueba, y la francesa La Danse, del legendario documentalista estadounidense Frederick Wiseman. El estreno simultáneo de ambas película configura todo un signo del estado del cine mundial y de nuestra cultura en particular: la primera, especie de compilación de los peores defectos del colonialismo cinematográfico global, se estrenó en casi todos los complejos cinematográficos de la ciudad; mientras que la segunda, verdadera obra maestra del género documental, se presentó únicamente en el Cineclub Hugo del Carril (ya está fuera de cartelera) por obra y gracia de los esfuerzos de su programador, Guillermo Franco, para traerla a Córdoba. Se trata de un dato elocuente, que no empaña el excepcional año cinematográfico que vivimos. Casi se podría decir que El Baile de la Victoria utiliza a la danza (y a la música y la poesía) como mera excusa argumental, acaso para llegar a un público masivo pero específico, que entiende a la cultura como un tipo más de consumo. ¿Hay acaso algún amor por el arte en esta película estereotipada, perdida en su vocación de volverse universal, en su obsesión por globalizarse, o todo es mera impostura, mera pose de ocasión? La respuesta está más cerca de la segunda opción, arriesga el comentarista, a pesar incluso del currículum de sus responsables, el español Trueba (director de las recordadas Belle Epoque, Calle 54 y El sueño del mono loco, entre otras) y el escritor chileno Antonio Skármeta (autor de la novela original, coguionista e intérprete de un personaje). La película, sin duda, no está a la altura de sus antecedentes, aunque bien mirada parece una derivación lógica de su asociación: El baile de la Victoria es también una nueva (y pésima) traducción cinematográfica del realismo mágico latinoamericano, un movimiento difuso que más de una vez derivó en un costumbrismo vacuo, for export, pensado para el gusto del eurocentrismo colonialista (y por eso no resulta casual que fuera elegida por España para representarla en los Oscar). Especie de thriller folletinesco, de melodrama novelesco y sentimentaloide, El baile… se centra en tres antihéroes arquetípicos en busca de una utópica redención. Su contexto es el regreso de la democracia chilena, momento en el cuál se dicta una amnistía para ciertos presos que beneficia a Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín), un famoso ladrón argentino de bancos, y Angel Santiago (Abel Ayala, el actor de El polaquito), un joven paria que sueña con dar un gran golpe, aunque antes se cruzará con el amor de su vida, una bailarina muda y anónima, hija de desaparecidos (Miranda Bodenhofer). A partir de aquí, se estructurará una típica historia de redención, donde cada personaje deberá enfrentar una gran odisea liberadora (triunfar en el mundo del ballet, recuperar la estima perdida de un hijo, realizar el gran robo final, etc.), que llevarán a la película a perderse cada vez más en la grandilocuencia, la pomposidad, el sentimentalismo vacuo, la falsa afectación y los clichés más obvios, llegando varias veces al ridículo. Ni siquiera el oficio formal de Trueba (que con el metraje se va perdiendo en su voluntad por impactar, por filmar estampitas para el consumo primermundista), ni las forzadas actuaciones de sus intérpretes, pueden salvar al fin a una película condenada a la intrascendencia. Por M.I.