Luego de Rompecabezas, el excelente film de Smirnoff era esperable algo a su altura, algo que los directores no siempre logran, y que con el caso de El Cerrajero sólo hace que se confirme su talento para contar historias. Y lo hace desde la lenta pero precisa evolución interior de sus personajes, aunque esta afirmación pueda resultar redundante. Sebastián es un cerrajero de 30 y pico de años, que no cree en las relaciones duraderas, ni convencionales y que su pasión es construir cajas de música con elementos viejos, que se ocupa de restaurar. Mónica sale con Sebastián, y acaba de descubrir que está embarazada, y no puede tomar una decisión inmediata. En el contexto de la contaminación que generó la ceniza en la atmósfera de Buenos Aires, y que tanto perjudicó a nuestro sur, Sebastián…ocurre que cada vez que abre una puerta tiene una percepción inmediata de parte de la realidad -siempre oculta, o latente- de los habitantes de esa vivienda. Por lo que dice dos o tres frases, que los desnudan en su intimidad. Este “don” hace que Smirnoff incursione en lo fantástico de un modo muy personal, lo que es un riesgo que asume satisfactoriamente. Los amigos y la familia ocupan un lugar importante en la vida de Sebastián, a la que se suma una joven peruana de 19 años, que lleva por una cuestión de solidaridad a vivir un tiempo con él, con la cual establece una relación casi paternal. Y ese ida y vuelta que se produce entre ambos, da lugar a que él deje de ver como un castigo, aquello que se supone es un don. Un don que le va a permitir descubrirse a sí mismo, y en todo caso abrir la puerta de su propio corazón para averiguar que es lo que realmente quiere para su vida, en todos los sentidos. Smirnoff ya había abordado tangencialmente en su ópera prima la temática de la maternidad, en relación a lo que se supone debe o no hacer una mujer cuando descubre qué es lo que la apasiona. Acá el descubrimiento es en todo caso de una pareja, que no tiene claro que hacer frente a la posibilidad de ser padres. Pero siempre en los dos casos el crecimiento surge de una crisis, que de hecho en esos momentos la vida posee una intensidad, muy especial, que no es precisamente la insoportable levedad del ser. Un muy buen film, que se justificaría verlo únicamente por su última escena, porque realmente logra emocionar mucho al espectador, aunque el film claramente es eso y mucho más. Si creo que el recuerdo de la interpretación de Erica Rivas en esa escena será memorable.
Abrir puertas y ventanas Tras su notable debut con Rompecabezas, Natalia Smirnoff sigue interesada en retratar personajes con un rico universo propio, pero -al mismo tiempo- bastante disfuncionales y desconectados del mundo real. En este caso, el protagonista es Sebastián (Esteban “el actor del momento” Lamothe), un muchacho de 33 años -y el cerrajero del título- que vive solo porque nunca ha querido (o podido) sostener una relación afectiva con sus múltiples conquistas amorosas. Cuando Mónica (la siempre notable Erica Rivas), su última y más intensa pareja (llevan ¡cinco meses! de noviazgo), le informa que ha quedado embarazada (con la presunción bastante firme de que el bebé podría ser suyo) y se cruza en su camino una misteriosa y algo excéntrica inmigrante peruana llamada Daisy (Yosiria Huaripata, toda una sorpresa), que oficiará de una suerte de asistente, su previsible existencia -la mayor obsesión de este hombre medio anarquista es la de conseguir, reparar y coleccionar cajas musicales- comienza a complejizarse. Más aún cuando empieza a tener revelaciones, visiones incontrolables sobre los distintos clientes a los que visita para cambiarles o arreglarles las cerraduras. Si bien no siempre la mixtura entre tragicomedia romántica, elementos absurdos (¿sobrenaturales?) y paranoia urbana (potenciado por una extraña humareda que invadió Buenos Aires en 2008) funciona con la fluidez necesaria, se trata de una película entrañable, por momentos fascinante, con lúcidas observaciones sobre la crisis como motor de cambio y sostenida por dos talentosos intérpretes que son capaces de transmitir todas las contradicciones y matices (desde la contención hasta los quiebres emocionales) de sus atribuladas y queribles criaturas.
Si la ópera prima de Natalia Smirnoff, la notable Rompecabezas, exploraba el mundo de las sumisiones femeninas, “El Cerrajero” su segunda película toma los comprometidos lazos de lo masculino con la realidad. Sebastián tiene una cerrajería, y fabrica de manera amateur cajas de música con las partes de las cerraduras. De pronto un día, inexplicablemente se le presentan todos los secretos detrás de las puertas de la gente. Un marido que engaña a su mujer, un hombre que deja a su familia por su secretaria, el robo en la casa donde trabaja la novia del ladrón. Este curioso “don” que se asocia con el misterioso humo que envuelve a la ciudad durante varias semanas de abril de 2008. A la vez que Sebastián alberga a Daisy (verdadero hallazgo esta joven peruana Yosiria Huaripata) insiste con el fin del embarazo de su novia. Con Daisy aprenderá cierta cotidianidad pero no es lo real lo que llama la atencion en esta exquisita obra de Smirnoff sino aquello que tiene de fantástico y que sobrevuela como una amenaza extraña que parte de algo real: un acontecimiento que ocurrió en Buenos Aires cuando los incendios del Delta, a unos pocos kilómetros de la ciudad, provocaron una invasion incesante de humo que enrareció el aire durante varios días. Un cartel al comienzo se ocupa de informar sobre ese olor fuerte, casi repulsivo. Algo del aburrimiento se sacude con ese humo omnipresente y la vida de Sebastián se altera con la sola idea de la llegada de un hijo. En ese sentido, también habrá un reencuentro con un padre y algo de introspección en la idea de esa probable paternidad. El cerrajero es una película simple pero exquisita que bien vale la pena ver.
Las trabas de la comunicación. Si en Rompecabezas el trasfondo no era otro que los conflictos de la maternidad y de cómo enfrentar los cambios con las escasas estrategias de lo cotidiano, El cerrajero, segundo opus de la realizadora Natalia Smirnoff (ver entrevista), se concentra en los avatares de un protagonista (Esteban Lamothe), un tanto parco que por un lado atraviesa sus pequeños conflictos de interacción con el entorno y por otro vive la paternidad desde dos aspectos que no se vinculan entre sí: la figura de su padre ausente (el ya fallecido Arturo Goetz) y el potencial deseo de convertirse en padre del hijo de una amiga (Erica Rivas). Pero más allá de estos apartados temáticos, de inmediato la trama toma elementos ambiguos tales como la coexistencia de una nube o neblina con humo blanco que recubre el aire viciado de la ciudad (acontecimiento real acaecido en 2008 en la ciudad de Buenos Aires) junto al descubrimiento de un don por parte del protagonista cada vez que intenta arreglar o destrabar una cerradura. Un don en crisis acarrea también para quien lo padece una suerte de maldición y ese es el conflicto implícito que debe afrontar durante toda la película Lamothe, así como establecer los mecanismos que tiene a su alcance para reparar sus lazos afectivos, o al menos recomponer algunas situaciones. Los elementos sembrados con inteligencia por la directora en la puesta en escena de El cerrajero permiten elaborar algunos análisis en base a su valor simbólico, por ejemplo la búsqueda de pedazos para componer una cajita de música, obsesión que se encuentra a la par del conflicto principal durante gran parte del desarrollo. La otra virtud de Smirnoff es haber logrado introducir el código de lo fantástico –la palabra sobrenatural le queda grande y no es justa- sin arribar a la puesta de un elemento concreto o situación extraordinaria que no encuentre una lógica si se respeta a rajatabla el punto de vista de un protagonista en crisis, en el que a veces un incipiente aunque sutil estado de paranoia puede provocar distorsiones a su percepción de los hechos. Percepción que al ser sometidas a los poderes de las neblinas que azotan la ciudad cobran un sentido particular y sumergen a esta historia de dones en crisis en otro tipo de escenario, en el cual la alegoría de las trabas de la comunicación y de las cerraduras que no se quieren abrir estalla como esos secretos que pululan en el polvo de la memoria.
Tras su paso por el Festival de Sundance, llega a los cines El Cerrajero, segundo largometraje de Natalia Smirnoff (Rompecabezas) protagonizado por Esteban Lamothe y Erica Rivas. Oportuncrisis Abril de 2008, mes recordado por el humo que se apoderó de la ciudad de Buenos Aires y alrededores. Sebastián (Esteban Lamothe) es cerrajero, no cree en las relaciones a largo plazo y en sus ratos libres construye cajas musicales con partes de cerraduras. Lleva unos meses saliendo con Mónica (Erica Rivas), quien le comunica que quedó embarazada -probablemente de él- y que no está segura de qué quiere hacer. Paralelamente a esto, Sebastián empieza a tener algo así como “visiones” sobre sus clientes cuando arregla sus cerraduras: les dice frases o consejos relacionados con sus vidas, que ni él sabe de dónde salen. En una de estas visiones le aconseja a Daisy (Yosiria Huaripata), una joven peruana que trabaja como empleada doméstica de una casa, que deje a su novio. Acto seguido, Daisy deja su trabajo y va en busca de Sebastián, esperando que se siga manifestando su “don” y que le diga qué hacer. Cajita musical Como es de esperarse, Erica Rivas hace un buen trabajo, pero la gran revelación de esta película es Yosiria Huaripata en el papel de Daisy. No sé qué pensar de Esteban Lamothe, no está mal, pero Roque de El estudiante y Sebastián parecen la misma persona, no tiene un rango muy amplio de interpretaciones. Es el caso contrario al de Germán De Silva, a quien vimos este año en Marea Baja, Relatos Salvajes y El cerrajero, y da la impresión de que fueran tres personas distintas. Sin embargo, Lamothe tiene sus buenos momentos en esta película, que nos hacen olvidar de Roque. Natalia Smirnoff cuenta con mucha sensibilidad a la hora de mostrar las crisis de los personajes, los estallidos, la tristeza compartida. El tema del humo me pareció un poco traído de los pelos. Quizá resulte un poco exagerada la reacción de los personajes frente a este tema, creo que busca crear un clima enrarecido, de misterio y se queda a mitad de camino. Las visiones de Sebastián incomodan un poco al comienzo, pero es interesante el giro que toman. Conclusión El cerrajero es una película que no me convence en su totalidad, pero cuenta entre sus aciertos la construcción de los personajes y cómo viven sus crisis. La situación del humo en Buenos Aires queda como algo agregado, sin contribuir al clima de la película. En palabras del compañero Federico Cobreros, ni linda que encanta, ni fea que espanta.
Cine para armar A pesar de su poco atractivo título, la segunda película de Natalia Smirnoff tiene varias gratas sorpresas para el espectador. Sorpresas que, al menos para los que vieron su hermosa ópera prima, Rompecabezas (2009), ya no deberían ser sorpresas. Resulta que el virtuosismo para colocar la cámara (algo que seguro pulió trabajando al lado de Lucrecia Martel en sus tres películas), la calidez con la que describe y filma a sus personajes y la constante búsqueda interior de los mismos, ya se transforma de a poco en el universo personal de una directora más que prometedora. Sebastián a sus treinta y tres años está completamente perdido ante la noticia de que su ex novia está embarazada, por lo que el tema del aborto entra directamente en discusión a los cinco minutos de empezada la historia. Si a eso sumamos el extraño don que adquirió Sebastián como cerrajero, revelaciones sobre sus clientes al momento de lograr destrabar las cerraduras, la cosa se torna aún más difícil y la película comienza a coquetear con el esoterismo y lo fantástico. Y todo eso en una Buenos Aires cubierta por un humo del cual se desconoce su procedencia (alusión a los incendios del 2008 que ocasionaron en GBA y alrededores la contaminación atmosférica más grande de la historia del país). Los personajes de El Cerrajero están de alguna forma perdidos, y el susodicho resulta tener las respuestas involuntarias y brutalmente honestas ante la apertura de las puertas que intenta reparar. Sin embargo, el cerrajero está quizás más perdido que todos sus clientes, y encuentra en Daisy, una simpática muchacha peruana que perdió su trabajo, una forma de intentar darle sentido a sus problemas y a ese extraño don que adquirió. Es en estos intercambios entre ambos personajes donde el film funciona mejor y encuentra sus escenas más agradables. Es aquí también donde la película se reencuentra con la Smirnoff introspectiva de Rompecabezas (más allá de la aparición de María Onetto y Arturo Goetz, como siempre excelentes en sus papeles) y la cámara de a poco se va acomodando en el lugar exacto para permitirnos sentir y reflexionar como Sebastián (una discreta actuación de Esteban Lamothe). El resto es pura proeza narrativa de la directora: una historia muy bien contada y con la duración precisa, sin excesos de ningún tipo y con la dosis de credibilidad actoral justa para que el universo de la película tenga el verosímil que necesita. Y quizás lo más interesante es cómo cada personaje tiene definido su propio ambiente, su forma personal de estar en la vida, a pesar de las dudas y las inseguridades. Es en esa descripción tan trabajada y precisa de la psicología de los personajes donde Smirnoff traza su obsesión y anhelo por recolectar pequeños fragmentos del mundo (ya sea piezas de rompecabezas o pedazos de cerraduras para armar cajitas musicales) con los que obtiene las respuestas para continuar construyendo el tono de la película y que los personajes sigan adelante. Porque a Smirnoff no pareciera importarle nada más que filmar, a base de planos cerrados y armoniosos, el universo interior de las personas que encuentran en sus pasiones y pasatiempos la llave para destrabar sus propias inseguridades. Y eso hasta ahora le viene saliendo muy bien.
El cerrajero es una película que suena bien “en papel”, es decir, si uno la describe (su historia, elenco y aspectos técnicos) parecería que nos encontramos ante un film que no hay que perderse, pero la realidad es otra. Pese a que todas las formalidades están en orden, la cinta tiene un gran pecado: es aburrida, y para el tipo de planteo que se hace (con aspectos sobrenaturales) no es algo que se pueda dejar pasar por alto. Ahora bien, la idea de que alguien adquiera poderes psíquicos como fruto de la extraña niebla que azotó a Buenos Aires hace un par de años es interesante y original, pero con poco vuelo. Es decir, limitar la historia a los problemas de los clientes de un cerrajero es un desperdicio que se salva únicamente por las buenas actuaciones de Esteban Lamothe y Erica Rivas. La directora Natalia Smirnoff se preocupó demasiado en balancear el elemento fantástico con los dramas del los protagonistas y el elenco secundario que hizo que el ritmo sea demasiado lento e incluso estirado. No obstante la película se deja ver sin mayores problemas y presenta una propuesta diferente dentro de lo que es el cine de género nacional.
La cerradura indiscreta El cerrajero (2014) es un drama que dialoga o al menos coquetea con lo fantástico. La aparición de un elemento fuera de lo común le otorga un giro novedoso a la película. Por momentos convence y por otros cuesta aceptar ese verosímil. Dependerá del espectador entrar en este universo hiperrealista que propone la realizadora Natalia Smirnoff. La vida de Sebastián (Esteban Lamothe) parece cotidiana y sin grandes altibajos. Se junta con amigos en la cerrajería en la cual trabaja, toman cerveza y hablan de mujeres. Lo que cambiará definitivamente esa rutina es enterarse que Mónica (Erica Rivas), su última novia, está embarazada. A partir de ese momento, cada cerradura que intente abrir, le revelará algún secreto oscuro de su cliente, y no podrá evitar callarlo. Ese “don” perturbará su vida afectando sus relaciones y desestabilizando su manera de concebir la vida. Este nuevo poder que recibe Sebastián le imprime al film una dosis fantástica que abre la puerta a un nuevo verosímil. Ese don o castigo está allí para dejar al descubierto la verdadera angustia existencial del protagonista y liberar esos secretos lo hace encontrarse con sus propios miedos. Allí reside el principal efecto de este choque de fuerzas. Sin embargo la aparición de estas visiones desencadena efectos inesperados que no se terminan de desarrollar. Si bien esta apuesta por lo fantástico puede resultar novedosa, el film busca principalmente un drama intimista, cuando un hecho de tal índole abre posibilidades dramáticas que superan esa intimidad. Entonces la película se mueve en ese vaivén de opciones que muchas veces no se logran articular. La película inicia contándole al espectador que los hechos suceden en el año 2008 durante las tres semanas que Buenos Aires estuvo bajo el efecto de un humo extraño. La directora parece establecer entre el humo y la nueva situación de Sebastián una conexión que no resulta clara, pero que, sin duda, estaría actuando para “justificar” lo raro. A pesar de esto, la presencia de ese humo parece más una elección ornamental que dramática y esa puesta en escena pierde un poco el sentido. Por otro lado, el conflicto más importante para el personaje, el que tiene con Mónica, se produce en el limbo de los desencuentros y la imposibilidad amorosa, pero se lo trata más como un cliché que como un verdadero conflicto. Tal vez en la relación más paternal que encara Sebastián con Daisy, una joven empleada doméstica peruana que trabaja en lo de un cliente, es cuando el film consigue fluidez y encuentra momentos más originales. Ese encuentro entre ellos, tan inesperado y extraño, se conecta más con la nueva situación del personaje y le otorga un poco de ritmo a un film que por momentos pierde al espectador. Aunque presenta una propuesta diferente quebrando lo realista, El cerrajero posee algunas carencias argumentales que debilitan su novedad y excepcionalidad.
Falta una vuelta de llave Un detalle fantástico salva a El cerrajero de ser una más de tantas películas argentinas que muestran el devaneo sin rumbo de un joven apático: este joven tiene un oficio, y mientras destraba cerraduras ajenas, a él se le abren las puertas de la percepción. En el preciso momento en que está luchando con algún mecanismo rebelde, salen de su boca certeras sentencias sobre la gente que lo contrató o sus allegados. Algo así como un oráculo auspiciado por Trabex. Este giro sobrenatural viene a romper la atmósfera de costumbrismo barrial y dota de un aura especial a una película que trata básicamente sobre la incomunicación. Sebastián (Esteban Lamothe) tiene una barrita de amigos, pero, como suele suceder, con ellos no habla de los temas que realmente lo preocupan. Tiene una amigovia, pero no logra decirle -ni, quizá, decirse a sí mismo- qué es lo que quiere de/con ella. Y tampoco logra conectarse genuinamente con su hermana y su padre. En este desierto de vínculos truncos, incompletos, aparece Daisy, el otro detalle luminoso de El cerrajero. La conexión que establece con Sebastián va más allá de las palabras: ella es la única que toma con naturalidad ese don que para él es una maldición. Y también es la única que parece entender al cerrajero. Los dos forman una encantadora pareja dispareja que trasciende las diferencias sociales y culturales. Si bien el protagonista es un hombre, los pilares de la película son los personajes femeninos y las actrices que los encarnan. Por un lado, la peruana Yosiria Huaripata, toda una revelación, que construye una criatura creíble, cálida, tierna. Por el otro, Erica Rivas, la actriz del momento, que da muestras de su versatilidad con un registro alejado del de la novia desquiciada de Relatos salvajes, pero igualmente eficaz. Natalia Smirnoff ubicó temporalmente a su segundo largometraje como directora (el anterior fue Rompecabezas) en 2008, cuando Buenos Aires se volvió irrespirable por el humo. Una buena idea, surgida a raíz de una anécdota personal que le ocurrió en ese momento -se quedó encerrada en su casa-, pero que no se justifica dramáticamente: más allá de que los personajes se quejan constantemente del olor, el fenómeno atmosférico no le agrega nada a la trama. (Y no resultó un hecho tan misterioso como rezan los títulos del principio: fue provocado por la quema de pastizales en el Delta, en pleno tironeo entre el Gobierno nacional y sectores rurales en torno a la resolución 125). Esta no es la única idea desaprovechada o subexplotada de una película que tiene muchos buenos momentos y personajes, pero no termina de ir a fondo. Para expresarlo en términos del oficio: pese a la habilidad con las que maneja las ganzúas, a El cerrajero le falta dar una vuelta de tuerca.
Las sorpresas de la vida Buenos Aires está cubierta de un humo que parece quedarse para siempre entre los edificios, los vehículos y los transeúntes. Con este telón de fondo se desarrolla la historia de Sebastián, que posee una cerrajería y que nunca creyó en compromisos sentimentales a largo plazo, ni siquiera con Mónica, su relación más estable de los últimos tiempos. Un día, ella le hace una inesperada confesión: está embarazada y cree que él es el padre. El mundo de Sebastián comienza a tomar un giro inesperado cuando está frente a sus clientes y trabajando en sus cerraduras. Extrañas visiones lo perturban cada día más y lo preocupan al enterarse de los problemas de esos hombres y mujeres entre los que estará Daisy, la más interesada en el misterioso don. La directora Natalia Smirnoff, que había debutado en 2006 con el largometraje Rompecabezas, quiso ahora introducirse en la crisis como cambio posibilitador y para ello eligió a un ser común y corriente para radiografiar un micromundo pleno de sensibilidad y de calidez. El film queda, pues, como un retrato pleno de ternura y de emoción, sobre todo en las figuras de su protagonista y de Daisy (muy buen trabajo de Yosiria Huaripata), que intentará, y lo logrará, hacerle cambiar el modo de transitar por un camino que para él ya parecía perdido.
Secretos tras las puertas Natalia Smirnoff concibe un cine de márgenes ya que sitúa sus historias entre un realismo no explícito y un minimalismo sin regodeos. Rompecabezas, su opera prima, ubicaba el tema de la maternidad en esa problemática zona intermedia, construyendo un relato que navegaba entre esos dos propósitos, junto a sus aspectos temáticos y formales. Lo mismo ocurre con El cerrajero y el treintañero Sebastián (Lamothe), especialista en lo suyo y encerrado en su micromundo o, en todo caso, con temor a comprometerse en otros objetivos. Pero su vida se altera cuando Mónica (Rivas), su ex pareja, le cuenta que está esperando un hijo. Desde allí, las cosas parecen cambiar: descubre que tiene cierto poder para describir el lado oscuro de sus clientes, aparece Daisy (Huaripata), una chica peruana a la que protege en su casa, se reencuentra con su padre (Goetz) y trata de convencer a Mónica de que recapacite y no llegue al parto. En realidad, la complejidad del personaje central, atribulado e indeciso, pero también jugado a una extrema soledad que bordea el egoísmo, lo convierte en una criatura particular dentro del cine argentino. Pero no se trata, ni ahí, de alguien enclavado en los tópicos del realismo, ya que Smirnoff, ubica la acción en una Buenos Aires perturbada por una extraña humareda que incomoda a propios y extraños. Allí, el relato se desplaza definitivamente hacia una zona intangible, más cercana al género fantástico en el que, además, se plantea la responsabilidad de Sebastián frente al tema de la paternidad. El cerrajero es un film que muestra sus virtudes desde varios flancos: las palabras justas y necesarias, las visiones del personaje, los momentos de cálida amistad entre Sebastián y Daisy, los tres encuentros que tiene con su ex pareja. En este punto, la película es un triunfo de la ambigüedad y la honestidad, por ejemplo, como se observa en el último encuentro de la pareja, estupendamente interpretado por Lamothe, y como siempre ocurre, con una Érica Rivas entregando una lección inacabable de matices a un personaje secundario, pero gigante al tratarse de tan notable actriz.
Cerrá del lado de afuera Sebastián (Esteban Lamothe) es cerrajero, tiene su propio negocio, y lleva una vida mediocre de la que intenta escapar reconstruyendo una caja musical, aunque sin demasiado éxito. Su rutina se altera al enterarse que una mujer (Erica Rivas) con la que tiene relaciones ocasionales está embarazada. Puede que sea de él, puede que no; todo parece indicar que sí, y a partir de entonces Sebastián queda atribulado, se desorienta y comienza a experimentar algo extraño: mientras trabaja en una cerradura se le vienen a la mente percepciones, secretos, vivencias sobre el cliente al que está atendiendo, escupe lo que le viene a la cabeza sin racionalizar, entra como en un trance. Lo que venía en plan costumbrista deriva en absurdo metafísico, y es muy difícil tomar en serio a un tipo que larga frases trascendentales destornillador en mano destrabando una trabex. Con diálogos impostados, un guión cargado de pretenciones y un tono abúlico durante todo el relato, este filme se suma a la mayoritaria propuesta vacua que ofrece el "nuevo" cine argentino, ese que en general solo consigue aburrir, como en este caso; sin ir más lejos.
Entre lo sagrado y lo indiferente Años atrás, Natalia Smirnoff supo contar en su opera prima "Rompecabezas" el proceso de autodescubrimiento de una agradable señora con habilidades especiales, que se siente bien entre los suyos y también fuera de casa. Linda historia, que definimos de apariencia sencilla, precisa, con suave mordacidad, actuaciones exactas y un mantenido medio tono. Para su segunda película, que ahora vemos, mantuvo el medio tono, el nivel de actuaciones, la precisión, y la sencillez sólo aparente. Y se animó a probar fondos casi abstractos para algunos, espirituales para otros. Ante esto último simula quedarse en la puerta, como su personaje, que quiere mantenerse ajeno a sentimientos y responsabilidades mayores. Hombre todavía joven, soltero, para familia le basta con visitar a su hermana y sobrinos, y alguna vez al padre. Pero su amigovia queda embarazada, y ni él ni ella saben qué hacer. Esto transcurre en el 2008, el año de la famosa neblina de ignoto origen que durante buen tiempo perturbó a la población de Buenos Aires y alrededores. Con ella, precisamente, empieza el relato. Con ella y con la noticia del embarazo, que curiosamente despiertan en el cerrajero una inesperada percepción extrasensorial. Ahora, en el instante de abrir una puerta, llega a percibir algún secreto de su cliente. El problema es que se lo dice y acto seguido pierde al cliente. Para el tipo eso es un problema equivalente a mostrar un repentino brote de alergia frente a una persona. Para una jovencita peruana que se le pega, en cambio, eso es un don que puede ayudar a las personas. De hecho, ella se siente ayudada. La historia bordea entonces los campos de la fe y el descreimiento, lo sagrado y lo indiferente, la entrega a los demás y el egoísmo. La niebla con sus olores se irá sin que sepamos de dónde vino. Los dones que uno tiene, pueden irse sin que hayamos sabido usarlos. Nada de eso se dice en la película, sólo queda en el aire, para percepción de quien observe atentamente. La parábola es singular, casi etérea. Sólo el remate puede fijarla por unos instantes. Para expresarla están Esteban Lamothe, Erica Rivas, y, en un personaje de desarmante inocencia y vitalidad, Yosiria Huaripata, una revelación. También el recordado Arturo Goetz, como un padre que intenta transmitirle al hijo alguna comprensión de los secretos de la armonía y el misticismo. En breves apariciones, Sergio Boris, María Onetto, Germán de Silva, Luis Ziembrowski, Nahuel Mutti. Rodaje en Garín.
Con la presentación de la muy buena Rompecabezas en el 2010, se tomaba contacto con Natalia Smirnoff, una prometedora cineasta argentina que acercaba un personaje inmenso dentro de una historia mínima. Allí, María Onetto encarnaba a una mujer casada de mediana edad, descuidada por su marido y con hijos grandes, que descubría poseer un enorme talento para los juegos de mesa del título. Esa misma línea sigue El Cerrajero, otro film pequeño con un protagonista notable, con un gran desarrollo personal en un recorte de días que se sostiene en dos grandes actuaciones. La directora ambienta su nueva película en el 2008, durante la semana en que el humo invadió Buenos Aires y puso en alerta a la población. Este sofocamiento sacude la vida de Sebastián, que durante un breve lapso de tiempo ve su cómoda vida trastocada en todos los frentes. Escéptico respecto al compromiso, recibe la noticia del embarazo de una pareja que tuvo, y descubre que tiene un "don" en su trabajo más allá de la facilidad con que lo hace. Cada vez que se dedica a una cerradura, tiene epifanías respecto a sus clientes y funciona como un espejo para ellos, diciéndoles crudas verdades que ninguno quiere escuchar pero que inevitablemente deben soportar. Al frente de ella está Esteban Lamothe, una presencia cada vez más grande a la que le sale de taquito el rol de chico de barrio, de buen corazón, pero con alguna turbulencia. Recuerdo ver Lo que más quiero, La Carrera del Animal, El Estudiante, Villegas y pensar que la industria debería ser más justa con actores como él -Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa y muchos más-, algo que por suerte ha empezado a cambiar con papeles cada vez más jugosos en la pantalla chica -Sos mi Hombre, Farsantes y hoy Guapas, donde goza de gran popularidad junto a otro que la merecía como es Alberto Ajaka-. Él carga el peso de la película como un sujeto oprimido por su entorno -hay planos detalle, cerrados, y un tintineo de llaves permanente que nos sumergen en su cabeza- pero que es más libre en su micromundo, uno rico en imágenes que nos son por lo general ajenas, como un mar de cerraduras y cajas musicales. No es menor la compañía que tiene, dado que Érica Rivas hace tiempo que se ha afirmado como una notable actriz de cine y ofrece una interpretación tierna pero descorazonadora, como una joven frágil y vulnerable que no tiene muy claro su camino a seguir. Dos de los protagonistas del film anterior de la realizadora ayudan a dar consistencia al equipo delante de cámaras, como son la mencionada Onetto y el recientemente fallecido Arturo Goetz, uno de los hombres más prolíficos de la pantalla grande en el último tiempo. Y la cuota de dulzura e inocencia llega por el lado de Yosiria Huaripata, como una empleada doméstica peruana que cree fervientemente en el don del protagonista. El Cerrajero se apuntala en grandes personajes y notables actuaciones, dentro de un ambiente tan cotidiano como extraño. En su mezcla de drama, comedia costumbrista y fantasía, no siempre termina por funcionar, con una progresión irregular que al final deja tantas preguntas como al comienzo. En el constante contacto con clientes de Sebastián, Smirnoff lo acerca a nuevas historias de las que él no quiere ser parte, por lo que el espectador accede a un conflicto que rápidamente debe abandonar. El núcleo no deja de ser el personaje del título y su crecimiento personal, pero aún así uno esperaría a un cerrajero que supiera cerrar puertas además de abrirlas.
El segundo largometraje de Natalia Smirnoff arranca con el cerrajero en plena actividad abriendo una puerta cuya llave ha quedado atascada. La directora nos adentra en las vicisitudes del oficio mientras capta la sensación de desprotección de quienes, imposibilitados de salir de su casa, requieren de ayuda profesional. Esta reacción psicológica se sostiene a lo largo de la película y constituye uno de los puntos fuertes. El otro recae en la solvencia técnica del protagonista, cuya habilidad no se acota a la profesión sino que traslada a distintos actos cotidianos, como el cambio del cuerito de una canilla. Como en Rompecabezas, Smirnoff vuelve retratar habilidades específicas, oficios y pasatiempos que se inscriben en el cuerpo de los personajes y que en las manos diestras de éstos se transforman en un verdadero “don”. Sea el rompecabezas o una sofisticada cajita de música, cada puesta en escena se ajusta con devoción a la actividad específica. La película avanza entonces con planos cerrados y claustrofóbicos, con planos más abiertos y una cámara inquieta en búsqueda de la interacción o con una sucesión rítmica de detalles que se amoldan, con precisión y sin énfasis, a la belleza del objeto en cuestión y, más aún, a un paciente protagonista que parecería fusionarse con ellos. Con este arsenal Smirnoff nos sumerge en la vida del cerrajero Sebastián, pero sobre todo en los cambios que se operan a partir de que Moni, una de “sus chicas” queda embarazada y él comienza a tener clarividencias –y a proclamarlas en voy alta– sobre las emociones y conductas de sus clientes. En esta instancia la película se juega a una apuesta difícil de sostener. En parte porque las visiones se enuncian pero no se profundizan, a excepción de la que involucra a Daisy, la ex empleada doméstica peruana, que deriva en una subtrama policial no muy consistente. Otra de las razones es que en su afán de “abrir puertas” la película se satura en su acumulación de símbolos. Y a diferencia Rompecabezas en donde la habilidad del armado era concentrada y vital en su poder transformador, aquí “visiones” y “cajas de música” se amontonan y superponen al contexto del humo, un marco por cierto difuso al que la propia película otorga desde sus títulos un espacio esencial. Esta proliferación de elementos queda bastante desarticulada, llevando a la película a la dispersión y dejando algunos momentos centrales aislados y sin efecto, como la escena final o el encuentro (¿ajuste de cuentas?) con el padre. El cerrajero no logra de esta manera ahondar en algunos de los núcleos narrativos que propone, pero su eficacia puramente cinematográfica nos reserva unas cuantas delicias: escenarios creíbles y naturales, un exquisito trabajo de sonido y actores siempre impecables como el gran Arturo Goetz, inolvidable aporte para el Nuevo Cine Argentino.
Cómo detectar las disonancias del alma Con un verdadero seleccionado de técnicos y actores del cine argentino, el segundo largo de la directora de Rompecabezas es un film sobre las pérdidas y la manera en que pueden convertirse en la piedra basal de una nueva construcción. “Buenos Aires - Epoca de humo - Abril 2008.” Desde el prólogo, El cerrajero (segunda película de la directora Natalia Smirnoff, después de Rompecabezas) sitúa la acción en un momento sumamente específico del pasado reciente de la Argentina. Resolución 125, conflicto con el campo y una ciudad invadida por el humo de una misteriosa quema ocurrida en el límite de las provincias de Entre Ríos y Buenos Aires, epicentro de la disputa del Gobierno con los terratenientes y productores agropecuarios. No todas estas precisiones son especificadas de manera literal, pero las referencias aparecen con nitidez durante el primer acto de la película. Lo que sí queda claro es que el olor asqueroso de esa humareda que el viento empujó hasta Buenos Aires (y más allá) influyó negativamente en el ánimo de los porteños. Esa época gris e irrespirable de la que el humo es una excelente metáfora –se la mire desde donde se la quiera mirar– es el telón de fondo sobre el que se recorta la historia de Sebastián, un cerrajero aficionado a construir cajitas de música artesanales con las placas de metal de cerraduras en desuso. Sebastián (Esteban Lamothe) es un tipo laburador al que su pasatiempo convierte en un impensado luthier, detalle que permite adivinar en él una sensibilidad muy particular. Pero además, según dicen sus amigos, es una especie de Casanovas urbano. Sin embargo, este (ya no tan) joven cerrajero se encontrará sin querer ante un punto de inflexión en su vida y el humo tendrá mucho que ver en ello. Por un lado está Mónica (Erica Rivas), una más-que-amiga que aparece para contarle que está embarazada y que a pesar de haber estado con alguien más, está segura de que Sebastián es el partícipe necesario de esa situación. Dado el contexto, no deja de causar gracia que la fórmula “llenar la cocina de humo” sea una de las formas habituales en las que el lunfardo llama al embarazo, sobre todo cuando tiene más de accidente que de planificación, y que justo sea éste uno de los hechos que lo pondrán frente a frente consigo mismo. Casi de inmediato Sebastián adquiere la extraña facultad de percibir ciertos conflictos latentes en las vidas de sus clientes, don que se manifiesta en el mismo momento en que introduce sus herramientas dentro de las cerraduras que debe reparar. Como si ese mero acto de penetración le permitiera detectar no sólo el origen del atasco en el mecanismo, sino el de aquellas trabas en el espíritu de quien esté junto a él en ese momento. Un poder acorde con el carácter de Sebastián porque, en tanto mujeriego, suena lógico que esa sensibilidad se active durante esos momentos de “penetración”. Y en tanto luthier, del mismo modo en que esa “intuición” le permite identificar el tono de las chapitas que usa en sus cajas musicales, también le revela las disonancias en el alma de los dueños de las cerraduras a las que accede. A pesar de que Smirnoff se preocupa por hacer que el escenario en el que transcurre la historia sea bien reconocible en lo espacial y temporal, enseguida se toma el bienvenido atrevimiento de darle al relato este giro fantástico que la encolumna detrás de una tradición narrativa argentina que excede lo cinematográfico. Un recurso de algún modo borgeano, si se piensa en que a Carlos Argentino Daneri el Aleph también le fue dado en un tiempo y lugar de la ciudad muy específicos. Claro que en vez de agarrar por el desvío metafísico que solía tomar el escritor, la directora elige hacer foco en la forma en que esa revelación opera emotivamente en Sebastián. Porque del mismo modo en que su clarividencia interpela a sus clientes, él también comenzará a ver de otro modo los detalles de su propia vida, como si ese don imprevisto fuera también una puerta de acceso a sus sentimientos y emociones. Con un verdadero seleccionado de técnicos y actores del cine argentino, El cerrajero es sobre todo un film sobre las pérdidas y la forma en que pueden convertirse en la piedra basal de una reconstrucción. Y Smirnoff vuelve a mostrar capacidad para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano y expresarlo con precisión, elegancia y austeridad narrativa.
In 2010, after some ten years working as an assistant director for established filmmakers such as Lucrecia Martel and Pablo Trapero, Natalia Smirnoff made her filmmaking debut with the remarkable Rompecabezas (Puzzle), which ran in the Berlinale’s official competition. The film dealt with the road to self-fulfilment undertaken by an ordinary, yet neglected housewife who discovers she has a knack for solving puzzles. Subtly moving and truly smart, Rompecabezas also showed Smirnoff’s talent for eliciting a most alluring performance from her leading actress, María Onetto. Now Smirnoff has released her second film, El cerrajero (Lock Charmer), which corroborates her expertise at creating notable character studies and getting the most out of her actors, Esteban Lamothe and Erica Rivas, who are indeed absorbing. Yet plot-wise it represents a slip-up, as the narrative doesn’t evolve as effortlessly as it did in her debut film. Taken separately, a good number of scenes are quite involving and authentic. But as a whole, the film does not glue together very well. It feels it’s been articulated in too episodic and arbitrary a manner. Sebastián is a locksmith who could care less for long-term relationships or social commitments. He’s more into free love, if you will. So when his “not-girlfriend” tells him she’s pregnant and he may be the father, he dismisses the idea of fatherhood right away. Which is not to say he doesn’t care about her. The truth is he cares for her more than he would like to acknowledge. At the same time, he learns he has acquired a rare gift out of the blue: when he fixes someone’s lock, he gets to see something hidden about their lives. He sees deceit, treason, and lies. In due time, he’ll get a vision about himself, his love life, and his unresolved issues, of course. And all of this takes place in Buenos Aires back in 2008 when an ash cloud from a Chilean volcano blanketed the city. You’re lead to think that it is precisely the weird eruption of the volcano which prompted Sebastián to have his visions. I found the narrative gimmick of opening locks (doors) and having visions (going through the doors) to be overly metaphorical for its own good. It’s also mechanically repetitive. Once you know how it works, the element of surprise disappears, and each opened door resembles the one before. The episodes make sense in themselves, but the characters that come out of each door are either underdeveloped or clichéd — Sebastián’s mother and father are two unfortunate examples. That’s why these glimpses into the lives of others never prove to be as significant as they are intended to be. But if you stick to a handful of isolated scenes and allow yourself to be enveloped by their emotional nature, El cerrajero will be moderately rewarding. If you focus on the leading actors, it would be even more rewarding.
La filmografía de Natalia Smirnoff se va afirmando lentamente sobre la mirada detallada e hipnótica de personajes y particularidades bastante comunes, pero que le posibilitan la creación de películas intimistas que trasciendan el mero hecho anecdótico del que parten. Si en "Rompecabezas", el mundo femenino era descripto como la abulia detrás de un hobbie inspirador, en esta oportunidad, en "El Cerrajero" (Argentina, 2014), el trasfondo de una tradicional actividad (la cerrajería de molde) se desnuda para mostrar el cotidiano pesar de Sebastián (Esteban Lamothe), su hermético mundo entre llaves y la imposibilidad de asumir un vinculo y relación estable ni siquiera con la noticia de la inminente llegada de un hijo. Sebastián quiere ser independiente, seguir tomando cerveza con sus amigos y salir y conocer a alguna chica para pasar el rato, y nada más. Echarse en su cama, tirarse a mirar el techo, desatender a sus obligaciones. Cuando Mónica (Erica Rivas) le dice que esta embarazada de él, la imposibilidad de generar empatía y asumir su responsabilidad, marcaran que su única respuesta sea el ostracismo y querer que aborte. Paralelamente el personaje desarrollaá una habilidad para "escuchar" la verdad de las personas dueñas de las cerraduras a las que ofrecerá sus servicios, hecho que le generara, por un lado el tener alejarse de sus clientes, porque con sus revelaciones el mal hacia el otro será notorio, pero por otro lo hará acercarse a Daisy (Yosiria Huaripata) una joven mucama que al perder su trabajo convivirá con el. Juntos irán atravesando situaciones que los unirán y que terminarán por redefinir sus diarios rituales y así, Sebastián será el gurú de Daisy, alguien a quien a través de sus trances intentara ayudar sin mucha convicción. Película pequeña, de sentimientos y sensaciones encontradas, ofrece la posibilidad para que el trío protagónico (Lamothe, Rivas, Huaripata) se luzca y a su vez aporte naturalidad a las interpretaciones. En los encantamientos el realismo mágico abruma al costumbrismo y dota de entidad al filme y aún así en “El Cerrajero” no hay mensajes esperanzadores, porque Smirnoff (quien se da el lujo de hacer un cameo) solo pone su cámara expectante para poder así reflejar los sucesos por los que se narrará la historia mayor, la de seres que nunca deciden nada, nunca terminan proyectos (la eterna cajita de música) y deambulan por una ciudad llena de un extraño humo que los obnubila y además enloquece. “El cerrajero” funciona como una suerte de paradoja de la sociedad en la que los ambientes y las atmósferas pueden desconcertar a los personajes e influir en decisiones que no del todo están resueltas y en querer encontrar en el vinculo con el otro, aunque sea temporalmente, una razón para salir de una rutina que aburre y anula la posibilidad de trascender el presente. Enigmática y atrapante.
Segundo film de Natalia Smirnoff directora de Rompecabezas, con una larga trayectoria como asistente de dirección, El Cerrajero toma fuentes de variadas para lograr en el acabado un film diferente, ubicado en el medio de varios frentes. Ya no podemos hablar de Nuevo Cine Argentino, esa vertiente evolucionó y en gran parte decantó en algo más exacto como un Cine Independiente, que escapa a las estructuras básicas de narración para buscar sus propias formas y contenidos. Un grupo de cineastas que tienen mucho para contar y lo hacen a su manera. Si en Rompecabezas Smirnoff ya había dado muestras de una capacidad para crear mundos intimistas que explotan hacia el afuera, personajes que tienen la necesidad de romper el cascarón, con El cerrajero vuelve a confirmar la misma tendencia expandiendo su universo. Sebastián es un joven empleado en una cerrajería, que como tantos jóvenes que grafica nuestro cine, vive despreocupado, se junta con sus amigos en su lugar de trabajo, pasa el rato, y no tiene nada que lo ate. ¿Drama fantástico? La historia transcurre en 2008, en unos extraños días en que la ciudad se vio envuelta en un humo permanente, pesado, o cenizas. Este hecho, inexplicable, hará ¿o no? Que Sebastián, de ahora en más, cuando abra una cerradura descubra oscuros secretos posesión de sus dueños, y como si fuese poco, tenga la necesidad de divulgarlos. Claro, hay otro factor influyente, aparece Mónica, su novia más reciente, y le arroja una bomba, está embarazada. También será a partir de ahí que nuestro protagonista comience a ver las historias ocultas ajenas. La metáfora está a la orden el día, hay mucho de exposición gráfica, y un doble sentido algo subrayado. Sebastián necesita exorcizar, cambiar, mostrar qué es lo que sucede consigo mismo y así tomar otra actitud, y el humo, las cerraduras abiertas le servirán como puentes. Esteban Lamothe es ese joven que los cineastas independientes parecen amar, es uno de esos rostros emblemáticos y reconocibles, su labor es convincente y soporta perfectamente el peso dela película. Algo más desdibujada se ve a Érica Rivas como Mónica que cumple armoniosamente con su interpretación pero en un personaje acotado. Smirnoff crea un microcosmos en el que se mueven sus personajes y maneja las escenas como títeres. Pero cierta acumulación de hechos, de sucesos, y la necesidad de encuadrar todo en ese límite entre lo fantástico y lo tangible hace que no todo tenga el mismo espesor. Algunos puntos cierran mejor que otros, y se cae en algunos baches en la narración de los que saldrá perdiendo algo de fuerza. El cerrajero es un film pequeño pero ambicioso, aún con sus fallas compensa con la mayoría de aciertos y entrega un relato que tiene mucho para decir y lo dice de un modo no convencional, mérito para nada menor.
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Muchos lectores recordarán el extraño e insólito humo que cubrió buena parte de la ciudad de Buenos Aires y alrededores allá por abril de 2008, curioso fenómeno climático que luego se explicó de maneras un poco más racionales y aburridas pero que en ese entonces permitió todo tipo de especulaciones hasta filosóficas. Natalia Smirnoff vio en esas semanas la excusa perfecta para hacer una película que explorara a un personaje viviendo circunstancias entre curiosas, críticas y fundamentales de su vida. Ese humo, en cierto sentido, sería el limbo en el que la vida lo encontraba entonces. El cerrajero que da título al filme se llama Sebastián y lo encarna el cada vez más activo (en cine y TV) Esteban Lamothe. Es un joven entre despreocupado y apático que es dueño de una cerrajería en la que se encuentra y conversa con amigos, tiene un romance sin compromisos con Mónica (Erica Rivas) y algunos otros “asuntos” que nos iremos enterando luego. Su mayor interés parece estar en construir una suerte de cajita de música con materiales que usa en su trabajo. Pero una serie de cuestiones se precipitarán. Primero, su “amigovia” quedará embarazada (tal vez de él, tal vez no) lo cual lo pone ante una alternativa de responsabilidad inusual en su vida. Pero lo principal y más llamativo es que empezará a tener algo parecido a visiones en su trabajo. Cuando le toca ir a abrir puertas que quedaron trabadas, al meter sus instrumentos en las cerraduras, se le revelará algo secreto sobre las vidas de los personajes que viven allí y no podrá evitar decirlas en voz alta delante de ellos, como poseído. cerrajero4Este “talento” le trae algunos problemas (no debe ser muy simpático enterarte de que tu cerrajero de urgencia sabe tus cosas más íntimas y hasta te aconseja), pero también lo lleva a establecer una relación con una mucama que ayudará a que su vida empiece a dar un vuelco, a partir de una serie de peripecias que se acumulan rápidamente en los apenas 77 minutos que dura el filme. Smirnoff cuenta la historia de una manera realista, casi cercana al costumbrismo, tratando, inteligentemente, de incluir esa situación más propia del cine fantástico (o del realismo mágico) sin modificar ni el tono ni la puesta en escena. EL CERRAJERO no explora a fondo el “talento” del protagonista en un sentido cine fantástico. Es que aunque su nueva amiga insista que lo suyo es un don, al despreocupado, indolente pero buenazo de Sebastián no parece importarle demasiado. Para él, es más un potencial dolor de cabeza que otra cosa. Por lo cual, en el contexto de la historia, las visiones se vuelven una metáfora hecha y derecha. El interés principal del filme está generado en las relaciones de Sebastián con estas dos mujeres y cómo ambas historias, en cierto modo, se conectan ayudándolo, digamos, a disipar ese humo que no le permite avanzar en su vida. Esas relaciones (y una que veremos sobre el final que se vuelve especialmente emotiva ante la aparición del recientemente fallecido Arturo Goetz) son el corazón de la película y su punto más alto. Allí es donde la mirada del guión y de la puesta en escena de Smirnoff acierta sin titubeos: son seres humanos creíbles, con miedos y problemas, reconocibles y queribles. cerrajero1El problema central de EL CERRAJERO es su insistencia metafórica/alegórica, el peso que tiene el guión armado con ese tipo de bases casi de manual: el humo que se disipa, la llave que abre puertas, la caja de música que empieza a sonar mejor, la sensación de que todo está combinado como un mecanismo/estructura fílmica que hace que se pierda la libertad y la vida propia que tienen las escenas más humanas del filme. Tampoco ayuda, en un punto, que las “visiones” de Sebastián –dichas a la manera casi de textos filosófico/bíblicos– son cinematográficamente bastante intraducibles, volviendo a algunos de esos momentos casi involuntariamente paródicos. Ninguna de estas cuestiones terminan por derrumbar al filme, pero lamentablemente le hacen perder algunos de los logros que Smirnoff obtiene por otros lados: desde la actuación de los protagonistas (además de Lamothe, Rivas y Goetz, están muy bien Sergio Boris y la joven actriz peruana Yosiria Huripata) hasta la sensación de medido pero emotivo optimismo que el filme, finalmente, transmite. De que todo, hasta el humo más nefasto y persistente, al final se disipa y permite ver algo de luz.
Un hombre en crisis que le huye al compromiso y de repente debe tomar decisiones y descubre, es el cerrajero del título, que posee la fantástica posibilidad de leer el futuro de sus clientes. Entre la soledad y lo desconocido, la devoción y el dolor, se arma un interesante film, con muy buenas actuaciones de Esteban Lamothe, Erica Rivas y Yosiria Huaripata. Dirigió e hizo el guion Natalia Smirnoff.
Destrabando (sin) sentidos En general, los seres humanos transitamos por el mundo en un estado de “adormecimiento”, es decir, vivimos semi anestesiados, pasivos, en estado automático ante la realidad cotidiana: nos levantamos, desayunamos, trabajamos, etc. Así la mayor parte del tiempo, pero ¿qué pasa cuando nuestra cotidianidad se altera bruscamente por hechos totalmente ajenos a nosotros? ¿o bien por hechos de los cuales somos en parte responsables? En El cerrajero ocurren ambas situaciones. Luego de su debut con Rompecabezas, donde Natalia Smirnoff exploraba y analizaba el mundo de la sumisión a través de la óptica femenina, con El Cerrajero la trama cae en el terreno de lo masculino y la paternidad. Sebastián (Estebán -actúo en cuanta película haya- Lamothe) tiene una cerrajería, y además mantiene como pasatiempo el armado de cajas musicales con partes de las cerraduras que quita o desecha de algunos trabajos ocasionales. Él, un soltero de 33 años, tiene dificultades para entablar y mantener relaciones amorosas duraderas. Un día, durante abril del 2008 -época en la que muchas ciudades, incluida Buenos Aires, se llenaron de niebla y rastros de humo- se entera que Mónica (Erica Rivas), la chica con la que mantiene relaciones ocasionales hace unos cinco meses, está embarazada, y es muy probable que él sea el padre. La perplejidad se hace presente a partir de esta primera revelación, y a lo única que el joven atina, es a recomendar un médico conocido para que practique el aborto, aunque la muchacha no está del todo segura sobre como proceder, y decide tomarse unos días pensarlo mejor. A la par de esa revelación, otra se hará presente a Sebastián mientras arregla cerraduras de sus clientes. Un extraño “don” como lo llamará una efímera asistente, le permitirá conocer los secretos de las personas, saber que los preocupa, y descifrar que están pensando. Un hombre que engaña a su esposa, otro que deja a su familia por su secretaria y el robo en la casa donde trabaja la novia del asaltante, serán algunas de las informaciones que el protagonista conocerá. Un dato no menor es que todas las revelaciones tienen que ver con el plano amoroso, y casi todas son dirigidas o como si fueran enunciadas por un hombre, nuevamente poniendo el foco sobre el universo masculino. Así, mientras su vida personal tambalea ante la inminente paternidad, la vida laboral de este cerrajero se empieza a complicar ya que la incertidumbre por el motivo de su don aumenta, y las discusiones con clientes también. No casualmente Smirnoff elige un oficio de este tipo para centrar su historia, ya que el cerrajero, tanto como tal vez el taxista, el canillita -uno de los mejores amigos de Sebastián tiene un puesto de diarios-, el carnicero, etc, son aquellos que casi de forma inapreciable, participan de las pequeñas grandes acciones cotidianas y por ello, en algún punto, puede pensarse que son figuras de confianza, consejeros, o bien oídos que todo lo perciben. Podría pensarse que, en un tono metafórico y simbólico, Sebastián puede responder y comenzar a descifrar y resolver problemas ajenos, pero antes los suyos, no hay como, ni con qué responder ante ese encuentro tanto con lo real de su don, como con la realidad de su paternidad que lo obnubila, angustia y le permite caer en esta pseudo introspección y en esta perspectiva fantástica que parece culpar a la niebla de tantos cambios comportamentales. Por Marianela Santillán
Una llave por una llave… La nueva película de Natalia Smirnoff, El cerrajero, es tan arriesgada en su planteamiento y en el entrecruzamiento genérico, como fallida en la forma en que se van entrelazando sus diversas capas. Un muchacho que trabaja de cerrajero y tiene una vida que varía entre algunas certezas (su no compromiso sentimental) y otras tantas inseguridades (una “amiga” embarazada cuyo hijo podría ser suyo), comienza a tener epifanías sobre aquellos clientes a los que les va a arreglar la cerradura. Estas “visiones” son una especie de conclusiones sobre la vida del otro, que en algún momento revierten su sentido y comienzan a horadar el mundo interior del protagonista, mientras Buenos Aires se llena de un humo que le da un carácter espectral. Y son, desde el punto de vista formal, recursos propios del fantástico que impactan de lleno contra la pátina de costumbrismo que la directora elige para contar su historia. En ese choque hay algo novedoso que se pone en marcha, pero que pierde potencia a poco de comenzar su recorrido. Es claro que lo fantástico es un elemento importante en la superficie, una especie de Macguffin, algo que distrae la atención mientras por debajo pasa todo: especialmente los vínculos entre los personajes. El cerrajero habla de seres en medio de un limbo emocional, limbo reforzado por aquella humareda: el film está ambientado en 2008, cuando el conflicto entre el Gobierno nacional y los productores agropecuarios hizo que estos últimos incendiaran unos pastizales generando aquel impacto en la capital del país. Pero también es cierto que lo fantástico -se quiera o no, fundamental como gancho del film- no está trabajado con demasiado esmero de puesta en escena ni rigor genérico, y cuando surge está más cerca de la autoparodia con sus textos engolados y una marcación que hace de los actores el monumento a la solemnidad: claramente, son los peores momentos de la por lo general correcta actuación de Esteban Lamothe. Y es una pena, porque así como el film muestra personajes secundarios inverosímiles en sus reacciones ante el “don” del protagonista, trabaja con total sutileza otras líneas argumentales, fundamentalmente la de Lamothe y su padre (Arturo Goetz), o la del protagonista y su amigovia (Erica Rivas). Allí se ven dudas y certezas, vínculos que influyen en otros vínculos, decisiones individuales que exhiben a personajes muchas veces introspectivos y poco dados al otro, cuando lo que se exige es una proximidad, una cercanía, un afecto. Estos momentos son interesantes, también, porque ponen en imágenes aquello que la película traza un tanto de manera gruesa con su iconografía metafórica (las puertas, las llaves). Por eso cuando El cerrajero termina y Smirnoff redondea la anécdota, es cuando más claro se hace lo antojadizo del elemento fantástico dentro del film: no sólo no suma nada, sino que impide una mayor fluidez narrativa. Las epifanías, la humareda, el subtexto político de ambientar la película en 2008 son elementos crípticos nunca justificados y que sólo agregan confusión a una película mucho más cristalina de lo que parece en una primera instancia.
Los intertítulos del comienzo nos ubican en Buenos Aires, año 2008, “época del humo” de dudosa procedencia que intenta crear un marco y un halo de misterio a la historia que va a desarrollarse. Sebastián (Esteban Lamothe) es un cerrajero de treinta y pico, solitario, que no cree en las relaciones estables ni en mandatos sociales. Un día recibe un llamado que, aunque él se resista, va a desestabilizar su vida. A eso se le suma un “don” que hace que cada vez que vaya a destrabar alguna cerradura, diga la verdad más brutal de cada uno de sus clientes. En su primera película, Rompecabezas (2009), Smirnoff retrataba a una mujer que deseando escapar de su rutina encuentra en los rompecabezas una vía de escape. En El Cerrajero la directora vuelve a preocuparse por las piezas faltantes en vidas vacías pero esta vez desde un personaje masculino, aunque los motores del relato son las mujeres: ellas accionan y él reacciona. Érica Rivas (Moni) nuevamente sorprende con su frescura y Yosiria Huaripata (Daisy) construye a una empleada doméstica de origen peruano muy tierna y elocuente, quien va a ser la que rompa el hielo de la frialdad de Sebastián. En este contexto entre cotidiano y fantástico, la verdadera historia es la de la incomunicación. A pesar de estar rodeado de su barra de amigos, Sebastián no establece una comunicación sincera y profunda con ninguna de las personas con las que se relaciona. La película encuentra sus climas predilectos en los pequeños gestos y en el desarrollo del vínculo entre los personajes que atraviesan una lucha interna entre su máscara social y la búsqueda de su camino, de poder sincerarse, querer y ser querido. Esta lucha es la que hace que el personaje llegue tarde a todo. Ya es tarde cuando se da cuenta que desea ser padre y es tarde cuando se decide a comprar “la sublime”, una caja de música antigua que viene observando hace tiempo. La obsesión del personaje por las cajas de música que colecciona y confecciona funciona como metáfora del camino de transformación que va a transitar Sebastián. En especial una gran caja que está armando hace tiempo pero que no lograba afinar. Finalmente, el contexto del humo es tan solo un marco que no tiene peso dramático y realmente no aporta demasiado al relato. Podemos pensar que el “don” tal vez lo obligó a comunicarse y a expresarse a pesar suyo. Pero creo que estos elementos fantásticos no están bien desarrollados o aprovechados; no generan impacto en el espectador ni toman demasiada relevancia en la historia. Me quedo con los momentos íntimos y genuinos como el de la escena, filmada en una toma y con mucho de improvisación, en la que Moni y Sebastián se buscan como dos niños arrepentidos, se aceptan, lloran, se ríen. Con la última pieza en su lugar, Sebastián sale transformado aunque el cambio resulta casi imperceptible, como el pequeñito cartel que coloca al final en la cerrajería.
Crítica emitida por radio.
El cerrajero, la nueva película de Natalia Smirnoff, narra la historia de Sebastián (Esteban Lamothe), un joven adulto que, atrapado en su indecisión, vive a la deriva de sus acciones errantes. Dueño de una cerrajería, su rutina consiste en llamados de urgencia de gente atrapada (muchas veces dentro de sus propias viviendas) y constantes comunicaciones con Mónica (Erica Rivas), una mujer a la que no se podría etiquetar bajo el rótulo de novia. Ubicada en Buenos Aires en el año 2008, la realizadora elige aquella fecha en la que la ciudad se encontró invadida por una espesa niebla durante más de cuatro días. El extrañamiento se presenta desde el comienzo cómo si aquel fortuito evento quisiera transmitirnos una premisa, o más bien, un código de lectura. Situada en tiempo y espacio el drama se abre paso de la mano de Sebastián. Un embarazo no esperado y la aparición de un insólito don, son los dos condimentos narrativos que El cerrajero desarrolla como ejes temáticos. Dos líneas de acción que, aparentemente se muestran incompatibles, la trama, pronto, se encarga de amalgamarlas, al menos en el terreno de las suposiciones. ¿Desde cuándo aparece el don?, ¿Coincide su aparición con la noticia del bebe?, ¿Es la niebla lo que lo sensibiliza? Entonces, no son sólo dos los ejes temáticos sino tres, y sumados al embarazo y el don, la niebla no sólo sería una decisión estética sino dramática. Smirnoff muestra falta de profundidad a la hora de desarrollar algunas de estas líneas, pero hay una que la resuelve con soltura que es la de la interrupción del embarazo. Lejos del melodrama barato y muy cerca de una reflexión actual y naturalizada, el evento se trabaja con inteligencia y verosimilitud. El problema ocurre cuando comienzan las “visiones”. La idea es original, y es bienvenida su introducción al repertorio de la temática nacional, pero lo cierto es que no se encuentra del todo lograda. Si bien, se pueden barajar distintas opciones acerca de cómo y cuándo aparece el don en la vida de Sebastián, el filme lo deja por completo librado a las conjeturas del espectador. La construcción es débil y sumado al registro actoral de Lamothe, la identificación del tema se torna compleja. El elemento fantástico aparece pero se muestra poco contextualizado y fuera de una lógica de previsibilidad genérica, situación que posibilita, más aún la confusión o extrañamiento del espectador. El cerrajero tiene tres líneas de acción, y se anima a jugar con lo fantástico. Descripción atractiva para un cine local que tiende siempre al mismo relato. Por un lado, el cine poético y experimental; y por el otro, el comercial. ¿Dónde quedaría entonces la película de Smirnoff? No es necesaria la taxonomía, pero la buena noticia es que el abanico temático y retórico se expande. Síntoma de buena salud. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Emotiva fantasía Lúcida, entrañable y aditada de reconfortantes hallazgos, El cerrajero es sin dudas uno de los estrenos argentinos más relevantes del año. Sin por eso ser un film impactante ni que arrastre multitudes, se trata de una obra que quedará en la evocación y el corazón de cualquier espectador que viva la experiencia de verla. Los hallazgos referidos son tanto expresivos como simbólicos y enriquecen una trama que encierra otras, breves pero muy significativas. La historia de ese confundido y movilizado cerrajero de mediana edad deambula entre la realidad y la fantasía, entre una extraña y real nube de gas o humo que invadió Buenos Aires hace unos años, y un indescifrable don que el protagonista adquiere quizás –o no– debido a ese fenómeno. Esa peculiar habilidad suya hace que la directora Natalia Smirnoff incursione sutilmente en lo fantástico o extrasensorial, elemento muy bien ubicado en la estructura del film y que entrelaza conflictos de una manera relajada y poética. Entre los variados estímulos que la película propone, los toques emotivos afloran con naturalidad y cuidado sentimentalismo. Esteban cine nacional Lamothe vuelve a ofrecer una interpretación contenida pero sumamente expresiva y emocional, acompañado por una Erica Rivas plena de sensibilidad y matices. Lo propio se puede decir de los aportes sustanciales de Arturo Goetz y Yosiria Huaripata.
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Secretos bajo llave El Cerrajero es la segunda película de Natalia Smirnoff, cuyo primer film fue Rompecabezas estrenado en 2010. Luego de trabajar muchos años como asistente de dirección y otros roles en películas de Pablo Trapero, Marcelo Piñeyro, Lucrecia Martel, Alejandro Agresti, y Damián Szifrón, entre muchos otros, Smirnoff da nuevos pasos en su propio camino como directora. Este largometraje se estrenó recientemente en el festival de Sundance y participó en los festivales de Cartagena, Guadalajara, Toulouse, San Pablo y Friburgo Cuenta con la participación de jóvenes actores destacados de los últimos tiempos como Esteban Lamothe (El estudiante, Villegas, Por un tiempo), Erica Rivas (Relatos Salvajes, Por tu culpa) y se suman Sergio Boris, Germán de Silva, Luis Ziembrowski, Maria Oneto , Arturo Goetz y Yosiria Huaripata. La historia sigue la vida de Sebastián (Esteban Lamothe), un joven cerrajero de 33 años, que vive solo y escapa a los compromisos a largo plazo. El es un chico de barrio, su mundo está rodeado por algunos amigos que paran en su pequeño local de trabajo a tomar mate y conversar, por sus clientes ya conocidos de años y por los elementos que rodean su ambiente, llaves, herramientas y metales. Su pasatiempo es la construcción de cajas de música, y la búsqueda de las piezas para eso es uno de los objetivos que lo motivan. Desde los últimos cinco meses tiene una relación con Mónica (Erica Rivas), que a los pocos minutos de comenzada la película le confiesa que está embarazada. Esta situación provoca distintos trastornos en Sebastián y su mundo toma un giro inesperado. Comienza a tener extrañas visiones sobre sus clientes mientras está trabajando en sus puertas. Puede adivinar los secretos guardados de las personas y no puede evitar revelarlos en voz alta. Un marido que engaña a su mujer, un hombre que deja a su familia por su secretaria, el robo en la casa donde trabaja la novia del ladrón. Ese “don” perturba su vida afectando sus relaciones y desestabilizando sus emociones. En este camino se encuentra con Daisy, una joven peruana, que pierde su trabajo por culpa de su novio el ladrón, y a quien Sebastián decide ayudar. Ella se transforma en su ayudante y admira el talento especial del cerrajero. Sebastián espera la decisión de Mónica sobre la posibilidad de interrumpir o seguir adelante con el embarazo, y en ese tiempo recorre una serie de historias de vida que lo llevan a reflexionar sobre la suya propia. Las metáforas relacionadas con las llaves, la apertura de puertas y los secretos, junto la búsqueda de las partes perdidas para construir el todo de la caja de música, acompañan al protagonista y sus conflictos. Sebastián también va descubriendo sus propios secretos, sus angustias y sus posibles proyectos. Esta historia fantástica que se entrelaza con un drama personal y romántico, sucede en el contexto del año 2008 cuando un humo extraño causado por incendios en el Delta invadió la ciudad de Buenos Aires enrareciendo el aire durante varios días con un olor fuerte y repulsivo. La idea de incorporar elementos de una historia fantástica aporta a una apuesta atractiva y original, aunque el desarrollo se detiene en la anécdota sin profundizar el ángulo, cuestión que en este caso debilita al conjunto y lleva al film a perder fuerza e identidad. En otro aspecto la película suma calidad técnica y buenas actuaciones, con personajes que logran transmitir sus contradicciones y matices, escapando a moldes fijos y expresando su propia particularidad.
Otro filme nacional que llega ésta semana. Bastante aburrido, denso y con elementos fantásticos. Podría haber sido una interesante propuesta, pero está contada con tanta lentitud, que es preferible tomarte un miorelajante antes de pagar la entrada al cine para estar en slow motion. Sebastián es un cerrajero de 33 años que realmente nunca creyó en compromisos a largo plazo. Ni siquiera con Mónica, su relación más estable desde los últimos 5 meses. Cuando ella le confiesa que está embarazada y cree que es de él, el mundo de Sebastián toma un giro inesperado: Comienza a tener extrañas visiones sobre sus clientes mientras está trabajando en sus puertas. Algunos podrían llamar esto un don, pero Sebastián lo siente más como una maldición. Junto con Daisy, una ayudante no deseada que cree muchísimo en su don, Sebastián logra- a regañadientes- utilizar su talento para su propio bien. Con Esteban Lamothe y Erica Rivas.