El conspirador es una muy buena película, un gran drama histórico judicial que no sólo te va a hacer pasar un rato ameno en el cine sino que también seguramente te va a dejar con ganas de investigar más sobre el asesinato de Abraham Lincoln y sobre Mary Surratt. El sólido guión brinda excelentes diálogos y mantiene un muy buen suspenso sobre todo si no...
Robert Redford tiene una aguda mirada para hacer cine político y que este luzca atractivo e interesante, incluso para el público que naturalmente no elegiría este género a priori. Indudablemente, es un veterano de la industria que se luce cuando llega la hora de hablarle a sus conciudadanos de cómo él siente ser americano. En 2007 nos trajo "Lions and lambs", feroz mirada sobre el mundo de la noticias y el terrorismo en EEUU y ahora llega la hora de volver a los libros de historia a analizar el asesinato de Abraham Lincoln y sus consecuencias en aquel contexto post-guerra civil. "The conspirator" comienza con la velada donde el gran estadista es asesinado (recuerden, en un teatro y a una semana de la rendición de Robert E. Lee frente a Ulysses Grant que cerró el conflicto). En dicho atentando, también se buscaba poner fin a la vida del Vicepresidente y el Secretario de Estado, pero eso no sucedió. Las heridas producidas por el resultado de la contienda Norte-Sur estaban a flor de piel y el hecho se cobró la vida de el hombre del que se dice, abolió la esclavitud. Rápidamente, los militares (para también fortalecer el frente interno) deciden iniciar un proceso para capturar a los conspiradores y juzgarlos con severidad. En poco tiempo dan con un grupo que presuntamente complotaba en una casa de inquilinato regenteada por Mary Surratt (Robin Wright), y es entonces cuando deciden armar una comisión para decidir sobre su culpabilidad. La composición de dicho tribunal estaba pensada para ser expeditiva y resolver penas ejemplares con celeridad. Pero para que dicho "simulacro" de proceso judicial (viciado de nulidad legal, digamoslo de una) tuviera sentido, el Senador Johnson (Tom Wilkinson) le pide como favor personal a un héroe de guerra, Frederick Aiken (James McAvoy) que se encargue de la defensa de la mujer frente a dicha corte. Al principio, Aiken, un férreo defensor de la visión confederalista, se niega, pero ante la orden de su superior (él es abogado y quiere alejarse del mundo de las armas pero acta órdenes), termina accediendo ante lo pedido. Al conocer a Mary e indagar sobre la acusación, descubrirá un escenario nunca antes pensado para él. De ahí en más, la película se transformará en un clásico thriller de escritorio. Enmarcado en un contexto real y que bien documentan los libros con relativo detalle (hay fuentes bibliográficas que aportan material complementario sobre la cuestión). El conflicto central está marcado por la necesidad de las naciones de respetar el estado de derecho, incluso en momentos de guerra o conmoción interna. Y ese tema, créanme, es bastante actual en Estados Unidos en estos tiempos. "The conspirator" es una película de suspenso bien construída, muy cuidada desde lo técnico, que aporta una interesante revisión histórica a la luz de hechos recientes. Desde el punto de vista actoral, hay confiables trabajos de McAvoy y Wright, acompañados por secundarios de relieve entre los que se destaca, sin dudas, Kevin Kline. Redford retrata el conflicto y establece posición: la ley se debe respetar siempre, ya que la Constitución (por la que dieron la vida muchos hombres) rige los actos de gobierno, siempre. Un muy buen título para renovar cartelera. Otra gran entrega de un director al que vale la pena seguir.
Cuando les toca, les toca. Y hay momentos de crisis en la historia de los Estados Unidos en los cuales la industria cinematográfica coincide en producciones (grandes o independientes) que apuntan los cañones a la reivindicación de los valores que los llevaron a ser la primera potencia mundial o que critican el modelo y lo ponen, justamente, como el causante de la crisis. En el primero de los casos, películas como Hugo o El Artista (más allá de sus valores como obras) vuelven a un pasado negro y trágico del que eventualmente se pudieron levantar. Del otro lado está la obra que critica e invita a la reflexión mas profunda. A la cabeza: El Precio de la Codicia.
Pacificando al país… Si vamos a llamar a las cosas por su nombre conviene señalar que Robert Redford no entregaba una buena película desde la lejana Quiz Show (1994), aquella pequeña maravilla que superó holgadamente a Gente Como Uno (Ordinary People, 1980) y que desde entonces ha permanecido como el punto máximo del californiano en su rol de director. Sólo basta recordar bodriazos como El Señor de los Caballos (The Horse Whisperer, 1998) o Leyendas de Vida (The Legend of Bagger Vance, 2000) para tomar conciencia de hasta dónde puede llegar el hombre en cuanto al tono acartonado y la profusión de estereotipos. Por suerte siempre quedó latente la posibilidad de redención y a decir verdad ya venía siendo hora de que escuchara a su corazoncito de centro izquierda: luego de la fallida Leones por Corderos (Lions for Lambs, 2007), típico producto coral de la década pasada que de tanto diálogo hueco terminaba diluyendo sus intenciones cuestionadoras para con la administración de George W. Bush, hoy es el turno de El Conspirador (The Conspirator, 2010), otro ambicioso ejercicio político que en esta ocasión combina el thriller judicial y el drama histórico para denunciar los atropellos legales, el oportunismo y la sed de venganza. Aquí se mete con el proceso seguido a Mary Surratt, la única mujer acusada de ser parte de la conspiración para matar al Presidente Abraham Lincoln, al Vicepresidente Andrew Johnson y al Secretario de Estado William H. Seward: en 1865, durante la etapa final de la Guerra Civil, se la arresta por ser la propietaria de la pensión donde se planearon los atentados y de inmediato se constituye un tribunal militar para juzgar a los 8 detenidos. Así las cosas, Frederick Aiken (James McAvoy) es el abogado que debe defender a Surratt frente a un gobierno decidido a obtener una condena ejemplar para “pacificar a la nación”. Una vez más con un elenco repleto de luminarias (Tom Wilkinson, Danny Huston, Kevin Kline, Robin Wright, Evan Rachel Wood, Justin Long, etc.), Redford demuestra su oficio sacando a flote un guión estándar que no agrega nada nuevo a los géneros considerados pero que funciona a la perfección como alegoría ponzoñosa con respecto a las violaciones a los derechos humanos en la Base Naval de Guantánamo. La pulcritud y cierto automatismo vuelven a ser los factores que impiden que el relato escale aún más y gane como obra cinematográfica, a pesar de ello la propuesta resulta gratificante y cumple sus objetivos…
Una lección de educación cívica Redford indaga en el juicio a los asesinos de Lincoln. La historia del juicio a los que conspiraron en asesinar al presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, en 1865, le sirve a Robert Redford, en su rol de director (no actúa), para intentar trazar un paralelo con la situación actual de los Estados Unidos “en guerra” y en cómo la necesidad de encontrar y condenar a culpables de crímenes terribles no debe nublar la vista de los que imparten justicia y que -tanto entonces como ahora- deben hacerlo de las maneras constitucionalmente aceptadas. El filme se inicia con el famoso asesinato en un teatro de Washington, no sin antes informarnos que la Guerra Civil, que había terminado apenas unos días antes, todavía está más que presente en las mentes de todos los participantes. El principal es un héroe de guerra de la Unión (el Norte), Frederick Aiken (James McAvoy), un inexperto abogado a quien le encargan la tarea que menos quiere: defender a Mary Surratt (Robin Wright), acusada de conspirar en el asesinato, ya que en su casa se reunían John Wilkes Booth (el actor que mató a Lincoln y que fue luego asesinado), su hijo John Surratt (que se ha escapado y no lo pueden encontrar) y los otros sospechosos. De una manera metódica, correcta, llevadera pero para nada apasionante, Redford nos mete en el juicio de una forma tal que muy rápidamente sabemos (y si uno sabe cómo terminó la historia, peor, así que mejor no averiguar y dejarse sorprender) cómo se moverán todas las piezas. Aiken empieza repudiando el trabajo, pero luego se va dando cuenta de que es probable que la mujer no supiera bien lo que sucedía ni cuáles eran las intenciones de las personas que se reunían con su hijo en su casa. O bien, que en su deseo de salvar a su hijo, termine echándose culpas sobre sí misma, como parece pensar su hija (Evan Rachel Wood). Y queda claro que hay muy poco de “juicio justo” en el tribunal militar: todos parecen dispuestos a condenar sin mirar demasiado atentamente los hechos. Que Redford ponga los cuestionamientos a la forma de impartir justicia de los defensores de Abraham Lincoln es una interesante vuelta de tuerca para un cineasta “liberal” a quien le resultaría más sencillo encontrar una trama donde los villanos fueran los sectores más reaccionarios de ese país. Y ahí está lo más interesante del filme, en el hecho de indagar en cómo, por más razones morales que parezcan tener los acusadores, los hechos son los hechos y no es ético torcerlos por más justa que la causa parezca ser. Eso, claro, hace eco en lo que sucedió en los últimos años, con prisiones como Guantánamo y otros actos de dudosa justicia impartida por un país que se considera a sí mismo el máximo baluarte de la democracia. Redford no subraya esta conexión, pero es obvia. Lo que se lamenta es que haya filmado más una lección de educación cívica que una película verdaderamente atrapante.
En principio parece una aventurada cruza entre dos géneros caros a Hollywood: la reconstrucción histórica y el drama tribunalicio. Pero a medida que Robert Redford avanza en la recreación del juicio de Mary Surratt, madre de uno de los implicados en la conspiración que culminó con el asesinato de Lincoln por el actor John Wilkes Booth, se hace evidente que el propósito del director es sobre todo pedagógico: lo que busca es subrayar el paralelo entre hechos del pasado y la actualidad para cuestionar la idea de que es legítima la suspensión de los derechos civiles si se la adopta en nombre de los intereses superiores de la nación. Así, el mensaje triunfa sobre la narración, construida de manera tan clásica (por no decir convencional) que hasta parece realizada en otra época. Que Surratt haya sido o no partícipe de la conjura (ella era la dueña del albergue donde Booth y sus secuaces planearon el ataque contra el presidente) es algo que muchos historiadores siguen discutiendo hoy y que Redford no se propone revisar: el enigma permanece. Pero en la arbitrariedad y los métodos anticonstitucionales aplicados entonces (los acusados fueron juzgados por un tribunal militar; los testigos de la defensa, amedrentados; la sentencia, decidida finalmente por la Casa Blanca; el pretexto, obtener un dictamen rápido para apaciguar la ansiedad popular en un tiempo de turbulencias políticas, etc.) se lee claramente que todo alude a hoy y quiere alertar sobre las medidas adoptadas después del 11 de septiembre de 2001, sobre los derechos y garantías abolidos en nombre de la seguridad del Estado y de la lucha contra el terrorismo. La noble intención está a la vista, pero es una elección que tiene sus consecuencias: los personajes nunca terminan de cobrar vida; a ratos parecen representar figuras dentro de una especie de conferencia ilustrada en la que, claro, las palabras abundan y la emoción está bastante ausente. La voz cantante la lleva Frederick Aiken, el joven abogado y héroe de guerra a quien se le asigna la ingrata tarea de defender a la acusada: de una nobleza e integridad que quedan expuestas en el prólogo, el hombre asume su trabajo con la firme convicción de que todos, no importa de qué se los acuse, tienen derecho a un juicio justo. James McAvoy se esfuerza por prestar naturalidad y dotar de algún espesor a un personaje colmado de frases sentenciosas y didácticas, mientras Robin Wright es una Mary Surratt quizá demasiado estoica y resignada. Otras fuertes presencias en el elenco (Kevin Kline, Tom Wilkinson) apuntalan el film, cuyo atractivo reside más en el interés de los episodios recreados y en la cuidada reconstrucción del ambiente que en la vacilante puesta en escena de esta lección de historia proporcionada por Redford.
De propios y extraños Hay momentos en donde Hollywood retoma o toma "personajes" para llevarlos a la gran pantalla. Marylin Monroe y una película terminada que aún no se han estrenado en nuestro país y otra que navega buscando una financiación, las dos versiones de Blancanieves, Linda Lovelace y sus dos films en pleno rodaje y el que aquí nos ocupa sobre la imagen de Abraham Lincoln son claros ejemplos de lo que comento más arriba. El Conspirador, más allá de que su protagonista no es el mismísimo Lincoln, ronda alrededor de la figura del decimosexto presidente de los Estados Unidos y su asesinato. Este año también llegará a nuestras carteleras Abraham Lincoln: Vampire Hunter, en una especie de intento de introducir al mandatario encargado de abolir la esclavitud al ajusticiamiento de los vampiros, mientras que a comienzos del año entrante Spielberg también traerá nuevamente a la gran pantalla al citado Lincoln interpretado por Daniel Day-Lewis. El Conspirador nos va a mostrar el injusto enjuiciamiento, justificado por mantener el orden nacional, que recibe Mary Surratt por participar en la conspiración que derivó en el asesinato de Abraham Lincoln. Siguiendo en la línea de su ya conocido clasicismo, Robert Redford expone con una sabia mirada crítica el intervencionismo y la violación en la independencia de poderes en el citado juicio. El soldado del norte, Frederick Aiken, al finalizar la guerra civil deja de lado su rango para volver a ser un joven abogado que trabaja para el senador Reverdy Johnson y que tendrá la difícil tarea de representar a Surratt. A pesar de no creer en lo más mínimo en su inocencia y no querer defenderla justamente por esa razón, Aiken lleva adelante su juramento como abogado y expone en la defensa de la acusada, encontrando en el paso de los días de juicio que no todo es tan blanco ni tan negro. El tema acá (y esto es lo atrayente del film) no es si Surratt es culpable o inocente, sino la injusticia con la que es tratada dejando de lado un enjuiciamiento con garantías de parcialidad, generando una interesante molestia e incomodidad que nos deja bien en claro el acertado punto de vista revisionista de su realizador. Eso es justamente lo que impulsa a Aiken a defenderla con uñas, dientes y principalmente integridad, aunque a medida que avanza su defensa comienza a alejarse de quienes eran sus compañeros en la guerra y acercándose a quienes eran sus enemigos en el campo de batalla. Es decir, cuanto más cree en su caso más extraño es para sus propios y más propio para sus extraños. Hay una intromisión de la luz en la puesta en escena que me resultó hermosamente llamativa por como termina difuminando el contorno de todo lo que toca. Es como si por medio de la luz "solar" Redford intentase clarificar tanta turbia oscuridad que encontramos en el juicio. James McAvoy, Robin Wright, Evan Rachel Wood, Tom Wilkinson y Danny Huston componen el espectacular elenco que ejecuta a la perfección unas contenidas caracterizaciones que acompañan el ritmo narratorio de esta muy buena propuesta que lamentablemente se hizo esperar para estacionar en nuestras carteleras y sorprender a propios y extraños.
Interesa, pero el tema daba para más Luego de varios años. Robert Redford volvió a la dirección para hacerse cargo de la primera producción de The American Company, estudio dedicado solamente a películas que revelen con fidelidad algún tema surgido de la historia estadounidense. Lamentablemente una cosa es la historia y otra el cine, y aunque la combinación de ambas puede derivar en obras fascinantes, no es precisamente el caso de «El conspirador, un film demasiado rígido y hablado, que no logra volver realmente interesante un momento tan grave de la historia norteamericana como el juicio contra los responsables del complot para asesinar al presidente Abraham Lincoln. Dado que el tristemente célebre John Wilkes Booth murió violentamente después de cometer ese magnicidio, hacía falta enjuiciar a los otros conspiradores, lo que se hizo en un cuestionable proceso militar para juzgar civiles. Entre los acusados estaba una mujer, Mary Surratt, la dueña de la pensión donde se reunían los demás conspiradores. Algunos historiadores especulan con la posible inocencia de ella y algún otro de los acusados, y la película de Redford intenta dilucidar estos enigmas y arrojar un poco de luz sobre los pormenores oscuros del juicio y la política de ese momento. La ambientación de época no es mala, y hasta hay momentos con imágenes atractivas y una muy buena actuación de Robin Wright como la acusada Mary Surratt. Pero ella lamentablemente cede su lugar protagónico a James McAvoy como su abogado defensor, y ahí es cuando esta película sobre un tema interesante empieza a perder interés y eficacia. Es que algunas actuaciones y diálogos son obvios, y no se puede culpar a un gran intérprete como Kevin Kline, sino más bien la marcación del director Red a la hora de que las intenciones ocultas de un personaje estén a la vista. Sin ser un film del todo fallido, «El conspirador» tampoco es una obra realmente lograda, pero de todos modos los interesados en temas históricos deberían echarle una ojeada.
Un alegato ético, jurídico, político y plúmbeo El presidente de la Nación, uno de los padres de la patria e impulsor principal de la abolición de la esclavitud, es asesinado de un pistoletazo seco, en medio de una función teatral, por uno de los actores más famosos de su tiempo. ¿Qué llevó a John Wilkes Booth a ejecutar a Abraham Lincoln, al grito de Sic semper tiranis? ¿Quiénes y cuántos se complotaron junto a él? ¿Cómo reaccionó la opinión pública? ¿Qué consecuencias trajo el asesinato? ¿Qué sentidos pueden extraerse de esa fusión de crimen, puesta en escena y escena política? Antes que contestar esas preguntas, Robert Redford desplaza el foco de atención hacia una subtrama jurídica, llevando el primer magnicidio en la historia de los Estados Unidos al terreno del drama tribunalicio, el cine de denuncia y el mensaje aleccionador, reconvirtiendo en pedagogía lo que pudo haber sido un apasionante film de espionaje histórico y político. El conspirador toma el atentado como punto de partida, haciendo foco rápidamente sobre un personaje colateral, acusado, sin pruebas suficientes, de participar de la conspiración y llevado a un juicio que pinta con final anunciado. Acusada y llevada a juicio, para ser exactos: Mary Surratt es madre de uno de los conjurados y dueña de la pensión en la que aquéllos celebraron sus reuniones. “¿Por qué quiere defender a una secesionista que participó de un atentado contra el presidente, cuando usted fue uno de los que cargaron su féretro?”, pregunta el joven abogado y ex soldado Frederick Aiken (James McAvoy) al experimentado jurista Reverdy Johnson (Tom Wilkinson). Johnson responde con la que puede ser considerada “la” frase por excelencia del cine jurídico: “Porque no está demostrado que ella haya participado del crimen y alguien tiene que defenderla”. Senador de la Nación, Johnson no cree ser, sin embargo, la persona más indicada para defender a la mujer (una morocha Robin Wright). Sucede que él es senador por el estado de Maryland y que un sureño defienda a otro sólo ayudaría a politizar el juicio. ¿Quién mejor para hacerlo que Aiken, que viene de combatir del lado de la Unión en la Guerra de Secesión? Claro que para ello Aiken deberá sobreponerse a la convicción de que su defendida es culpable. Tras un comienzo inusualmente dinámico (los distintos focos del complot narrados por montaje paralelo, con una cámara móvil y planos cortos y cortantes) y la insinuación de que la cosa podría encaminarse al drama político (con el secretario de Guerra de Kevin Kline comportándose como hombre fuerte), cuando encuentra sus ejes dramáticos El conspirador define qué terreno va a pisar. El del alegato ético, jurídico y político, con todas sus consabidas constantes: las tensas relaciones entre el defensor y la defendida, las sospechas de parcialidad por parte del juez y el tribunal (militar, en este caso), el desigual combate entre el abogado inexperto y el fiscal-zorro viejo (Danny Huston), la aparición in extremis de un testigo clave, el suspenso final y, sobre todo, las invocaciones a la Constitución Nacional y el Código Civil. Cuestión de recordar al soberano que en una democracia todo ciudadano es inocente, hasta tanto no se demuestre su culpabilidad.
La venganza no conoce leyes Esta es la primera de las películas dedicadas a Abraham Lincoln que se estrenarán esta temporada. Hay dos más, "Lincoln" de Steven Spielberg y "Abraham Lincoln: Cazador de vampiros", de Timur Bekmambetov. ¿Por qué la figura del presidente norteamericano despierta tanto interés en este momento?, no se los sabe con certeza. Lo cierto es que "El conspirador" de Robert Redford, se propone hacer un homenaje patriótico, al hombre que tras ser asesinado, su cadáver cruzó los Estados Unidos y fue despedido por más de un millón de personas. El filme que propone Redford sólo toma indirectamente la figura del ex presidente. No hay un actor que lo personifique, porque él no aparece ante la cámara, sólo se ve a alguien de costado, sentado en un palco viendo una comedia en una sala de Washington, antes de recibir el único y certero disparo que dio en el blanco, mientras un actor grita desde escenario "Sic semper tyranniss! (así siempre a los tiranos). LA CONSTITUCION A Lincoln se lo asesinó el 15 de abril, de 1865 y de lo que se ocupa el filme de Redford, es del conspirador del asesinato y de tratar de considerar culpable a la madre de ese instigador a la que se termina llevando a la horca. La película centra su atención en las pujas políticas, entre aliados, testigos "comprados", escasos opositores y un gobierno que busca la venganza aún "pisando" lo que dice la Constitución, con tal de calmar su angustia ante la pérdida y tener la sensación de que se hizo justicia. "El conspirador" es la clásica historia de un juicio, en el que la acusada, la madre del conspirador prófugo, Mary Surratt (con una excelente interpretación de Robin Wright) y su abogado defensor Frederik Aiken, viven la frustración de saber que de entrada tienen al jurado en contra y que la decisión ya está tomada, sólo es una cuestión de formalidades. CON PRECISION Redford desde la dirección retrata ese "extraño" juicio, en el que un tribunal militar juzga a una civil, con la precisión de un artesano. Lo suyo tiene un único destino, hacer un homenaje a su patria, mostrar las injusticias o no, que a veces se cometen en determinadas épocas. "La ley no sirve de nada en tiempos de guerra", dice uno de los personajes. La película resulta admirable en el seguimiento que hace desde que se produce el asesinato, hasta la posterior condena de la culpable y describe cada una de las aristas del entramado político a través de una narración, que se apoya en planos más bien cortos y mediante un equipo de actores de probado profesionalismo, como James McAvoy, Kevin Kline y Evan Rachel Wood.
Lo nuevo de Robert Redford En una noche de confusión, luego de la guerra de secesión que partió en dos a los Estados Unidos, y con la victoria ya consolidada del Norte abolicionista sobre el Sur esclavista, el presidente Abraham Lincoln es asesinado a balazos en un teatro. Un grupo de acusados por el hecho es encabezado por una mujer, Mary Surratt (Evan Rachel Wood), quien parece cargar con un crimen que no cometió, y por el que también es sospechoso su hijo prófugo. Pero el Estado necesita condenar a muerte a todos los culpables posibles, como sea. Acusada y abogado, en una batalla perdida. Acusada y abogado, en una batalla perdida. Michel Foucault ha sabido dedicar largas parrafadas de su obra a la cuestión del castigo por parte del Estado, a la búsqueda por parte del Poder de condenas "ejemplificadoras" sin importar demasiado los medios para llegar a ellas. Así, la descripción de un desmembramiento a la que apela en el inicio de su libro “Vigilar y castigar”, es una buena forma de entender hasta qué punto la visceralidad y la venganza operan en contra de la idea de justicia. En ese camino es que El conspirador actúa desde el cine como señalador de una forma de pensar a la justicia. Situada a fines del siglo XIX, la película cuenta a grandes rasgos la perversión judicial a la que echó mano el poder político para lograr la culpabilidad de una mujer que nada tuvo que ver con el asesinato del presidente Lincoln. Robert Redford vuelve a la dirección con un film que quizá no esté a la altura de lo que cuenta, por falta de profundización en los derroteros de los personajes, pero que sin embargo cumple con el retrato de una forma salvaje de administrar e interpretar la ley. En ese sentido, es central el personaje jugado por James McAvoy, como un joven e inexperto abogado que debe hacerse cargo de la defensa de la acusada principal, a capa y espada contra un sistema que la condenó de antemano. El resto del elenco, encabezado por la muy buena labor de Evan Rachel Wood y por el siempre justo Tom Wilkinson, acompaña con lo necesario a una película que no por casualidad llega a nosotros en tiempos de Guantánamo.
Doble crímen Todo político que ostenta un gobierno con poder busca hacer leyes a su medida, y si no lo logra al menos busca manipular las existentes para su beneficio. Si es en tiempos confusos, como los de guerra o desorden interior, entonces se aprovechan más aún para sacar provecho de la situación y fortalecerse en el poder. Robert Redford muestra, con maestría en todo sentido, como Lincoln es asesinado en lo físico pero también como sus ideas son aniquiladas por quienes quedan en el poder y creen estar haciéndole un favor a su país. El eje de la historia es el juicio a Mary Surratt, una mujer viuda que vivía en su casa junto a su hija Anna y su hijo John. Para ganar algún dinero la mujer hospedaba a otras personas en el lugar. Las últimas a las que dió pensión eran nada menos que los criminales que orquestaron el atentado contra el presidente Abraham Lincoln. Por eso es que Mary es acusada de ser parte de esa conspiración criminal. La difícil tarea de defenderla recae en un joven abogado, ex combatiente durante la guerra de secesión, a quien no le agrada tener que defender a una sureña a quien cree responsable del asesinato del presidente. Sin embargo, y gracias a las enseñanzas de su superior, la constitución se impone sobre lo personal. El proceso es narrado con detalle y sin dejar de lado la excelencia artística. La dirección de arte es excepcional, realzada por una labor de fotografía notable, además del vestuario y un casting impecable. Todas las actuaciones son precisas, sin artificios, pero se lleva las palmas una sobria Robin Wright que compone a Mary Surratt desde el gesto mínimo, el dolor contenido, la mirada justa captada por un Redford implacable. "El Conspirador" ofrece una lección de civismo a costa de una historia que al día de hoy no parece haber servido como ejemplo suficiente. Miremos a nuestro alrededor, a los líderes del mundo en que vivimos. Siguen siendo tan miserables como aquellos que solo querían una cabeza que ofrecer a la multitud para ganar más poder, aun a costa de lo que su propio mártir proclamaba.
Patriota bueno, patriota malo Robert Redford apela a menudo en su filmografía a relatos con contenido patriótico, o que reivindican los valores fundadores de los norteamericanos. En El conspirador (The Conspirator, 2010) hace lo propio replegándose a los tiempos de la Guerra de Secesión. El resultado es un film de abogados absolutamente maniqueo. Frederick Aiken (James McAvoy) es un héroe de guerra condecorado por su exitosa participación en el ejército de la Unión. Cuando el presidente Abraham Lincoln es asesinado a sangre fría, se realizará un juicio ejemplar contra los sospechosos detenidos. Aiken deberá por encargo defender a una mujer involucrada casualmente en el asesinato. Contra todos sus ideales y conocidos, Aiken liderará la defensa de la mujer, poniendo al mismo tiempo en crisis sus creencias patrióticas. Robert Redford hace un cine de buenos y malos. No hay ambigüedades en sus personajes. Así en el comienzo del film, vemos al coronel Frederick Aiken herido en batalla junto a un cabo, cediéndole la asistencia cuando llega enfermería. Sus ideales y compromiso con la patria son de una nobleza perfecta, casi irreal. Cuando accede a defender a Mary Surratt (Robin Wright) la focalización de la película está en el personaje de Aiken y percibimos la maldad en su contra: los miembros de la comisión que integran el jurado son crueles, impiadosos y desalmados para con él y la acusada. El conspirador trata de buena fe plantear la falta de coherencia en los valores fundacionales de los americanos. Desde lo discursivo parecen fuertes e inviolables, pero en la práctica quienes ostentan el poder los ignoran a gusto y conveniencia. Un tema interesante si pensamos en el reciente asesinato del terrorista Osama Bin Laden, sin obtener un juicio justo según las leyes de los EE.UU. Había que encontrar un culpable para enmendar el dolor por el atentado a las Torres Gemelas, así como se necesitaba un culpable por el asesinato de Lincoln. Pero el problema de la película de Redford es la manipulación innecesaria que utiliza para fomentar su mensaje. Sus personajes buenos son buenísimos, responden a los ideales americanos, y los malos malísimos, no tienen una pizca de bondad. En esta dualidad de caracteres, Redford saca una conclusión: no hay valores cuestionables, sino personas que eligieron mal el camino. Una visión ingenua como la de su protagonista. Sobre el final, los reiterativos planos que nos ubican en el punto de vista de la víctima, martirizándonos para generar empatía con ella, son aberrantes a esta altura del siglo XXI con más de cien años de cine a cuesta. Redford lo sabe, e insiste en buscar el costado más vulnerable de un patriotismo en decadencia.
Un juicio hecho venganza Esta es el nuevo trabajo de Robert Redford como director, El Conspirador (The Conspirator) que aborda el asesinato del décimosexto Presidente de los Estados Unidos y el primero por el Partido Republicano, Abraham Lincoln. Aunque la realidad es otra, la película del casi retirado y consagrado actor, se sumerge en el juicio más importante de la abogacía histórica del país del Norte. A raíz del asesinato de Abraham Lincoln, siete hombres y una mujer son detenidos y acusados de conspirar para matar al Presidente, el Vicepresidente, y al Secretario de Estado. Mary Surratt (Robin Wright) es la única mujer del grupo, propietaria de una casa de huéspedes donde John Wilkes Booth, y otros se reunieron y planearon los ataques simultáneos. Y es ahí donde entra en un combate disímil el abogado Frederick Aiken (interpretado por James McAvoy), un héroe de guerra de la Unión que, prácticamente a la fuerza, acepta defender a Surratt ante un tribunal militar que la quería en la horca. El Conspirador es una de las producciones más refinadas, atrapantes y deleitantes de Robert Redford (Leones por Corderos, Leyendas de vida), no sólo porque aborda un tema histórico tan especial, sino por cómo va llevando al espectador por los caminos de la duda, el castigo, la venganza, la justicia y, por sobre todo, la injusticia. Entre los protagonistas podemos nombrar a los actores Alexis Bledel, Justin Long, Evan Rachel Wood, Norman Reedus, Stephen Root, Danny Huston, Kevin Kline, Toby Kebbell y Tom Wilkinson. Con una estética sumamente cuidada, sobresale una banda de sonido que se amalgama de manera perfecta a este fuerte drama. El film es imperdible, desde las escenas en las trincheras hasta la caminata final, pasando por los más de 120 minutos. Lo curioso es que el gusto amargo dura unas cuantas horas más.
Robert Redford se pone detrás de cámara una vez más para narrar la historia de los responsables del asesinato al primer presidente republicano de los Estados unidos: Abraham Lincoln. Este drama judicial recrea uno de los hechos históricos más trascendentes de la historia norteamericana. En realidad la película no se trata sobre el asesinato del presidente en sí, lo cual inclusive se retrató en una de las primeras grandes películas de la historia del cine, El nacimiento de una nación (1915, D.W. Griffith), sino que recrea el juicio posterior al crimen del infame John Wilkes Booth. Lo interesante es que el asesino (o uno de ellos, el principal al menos) no se encuentra enjuiciado consecuencia de su muerte en manos del ejercito 12 días después del magnicidio. El litigio se construye alrededor de los 8 presuntos conspiradores que facilitaron la muerte de Lincoln, y principalmente se centra en una mujer, Marry Surrat (Robin Wright), dueña de una pensión en donde los conspiradores solían juntarse a planear el asesinato. Frederick Aiken (James McAvoy) es el joven jurista encargado de defender lo indefendible, y cuando se le designa el caso inclusive explica que cree que su cliente es culpable. Y como si fuera poco la acusada le esconde información a fin de proteger a su hijo. Eventualmente (y porque sino no habría película), la acusada cede y le confiesa información clave que podría cambiar el rumbo del juicio a su abogado. La dirección de Redford, fiel a su estilo, se desarrolla de una manera tradicional y efectiva, enfatizando en el relato en sí y en cuestiones morales como el dilema de Aiken sobre defender a una de las personas más odiadas del país en ese momento. Resulta interesante cómo el director logra despertar en el espectador cierto respeto por alguien que directamente fue cómplice del asesinato del presidente, basándose y respaldando a Surrat en sus instintos maternos de defender a un hijo, indiferente de cuan erróneo sea su modo de actuar y pensar. Presentando los hechos de una manera frontal y considerablemente objetiva no se le sugiere al espectador que piense de un modo en particular, odiando o aceptando el pensamiento de Surrat, sino que se le otorga libre albedrío al respecto. "El conspirador" no se trata de tomar partido por uno o por otro en este juicio, sino de comprender a ambas partes y exponer un hecho histórico de manera fiel.
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Robert Redford dirige con fluidez una historia atractiva que cambió el devenir de la justicia en EEUU a partir del asesinato de Lincoln y quienes fueron apresados como conspiradores y autores materiales. Con actores tan intensos como Robin Wright, Tom Wilkinson, y James McAvoy, resulta una reflexión sobre la Justicia y la venganza con importantes ecos en nuestra realidad.
Culpable hasta que se demuestre lo contrario. El 9 de abril de 1985 se da por terminada la guerra civil de los Estados Unidos, con lo cual se proclamó que el sur del país no podía ser independiente y, además, se abolió la esclavitud. El presidente, en esos tiempos, fue Abraham Lincoln, uno de los próceres más importantes de la actualidad estadounidense que, días después (el 15 de abril) fue asesinado por John Wilkes Booth, un actor sureño causante del primer magnicidio en la historia del país. Lo que El conspirador (The Conspirator, 2010) toma son los meses que siguen a este hecho, con la captura de los conjurados en contra del presidente y su posterior juicio. Allí estará el joven abogado Frederick Aiken (James McAvoy) un héroe de guerra que, como todo el pueblo, quiere ver colgados a los responsables por el asesinato del hombre que defendió con su vida. Pero su jefe, Reverdy Johnson (Tom Wilkinson), un hombre que vive por y para la ley, cree que el juicio no podrá ser justo jamás, ya que todos son culpables para la corte militar sin que medie reflexión por una presunta inocensia. Es por eso que le asigna el caso de Mary Surratt (Robin Wright), la dueña de una posada en donde se alojaron los asesinos y madre de uno de los que planeó el complot, que se encuentra fugado. Ella tiene los mismos cargos que los demás (complot en el crimen de Lincoln) pero, ¿qué pasaría si, en verdad, todo lo que ocurrió fue a sus espaldas y no sabe absolutamente nada del caso? Con la justicia militar en contra, el joven Aiken deberá enfrentarse a su moral y a su juramento como abogado, a la vez que entiende (y en parte siente) el odio de los estadounidenses para con esta mujer. La película fue dirigida por Robert Redford, que con paso lento pero firme, lleva adelante un drama legal digno de John Grisham, pero de la vida real. Se pueden palpar los sentimientos, los reveses y los conflictos entre los personajes, magistralmente interpretados por los actores, siendo McAvoy uno de los más valiosos. Pero, desgraciadamente, tiene dos problemas: 1. Es lenta, muy. Y la pérdida de ritmo en este tipo de películas hace que el aburrimiento llegue rápido. 2. La película está diagramada de tal forma que debería sorprender al que no conoce la historia, pero si se la conoce, no hay mucho que pueda aportar. Tal vez Redford debería haber optado por un estilo más cercano al documental, narrando la historia con el diario del día después en la mano y, así, dar un producto más legítimo. De todas formas, la película está bien, sobre todo por los actores y por la tensión que el director supo darle a escenas claves a lo largo de su obra. Si les gustan las películas de abogados, El conspirador es una muy buena opción para disfrutar, eso si, sin pochoclos en la mano.
Correcta, bien intencionada y convencional, pero consistente y con un tema siempre actual: la diferencia entre justicia y venganza. Es la reconstrucción del juicio que les siguieron a los asesinos de Lincoln. El filme no sólo pone en duda la culpa de esa madre, sino también la animosidad de toda la parte acusadora que se olvido de la verdad para apuntar a la venganza. El que la defiende es un soldado del ejército victorioso, que dejará a un lado sus banderas para ser fiel a sus convicciones. El filme se pregunta qué ideas le dan sustento a una Nación. "Cuando las armas hablan, la ley se calla", dice un funcionario dispuesto a darle luz verde a la venganza. Lincoln está muerto, la Guerra está terminando y no hay lugar para la piedad ni para la justicia. Hay que encontrar pronto los culpables y condenarlos. Por interés o conveniencia. También para calmar el pueblo y la buena conciencia, aunque para eso haya que cometer barbaridades semejantes a las que se quiere castigar. De todo esto habla "El conspirador", un filme maniqueo pero interesante, al que muchos han visto como una crítica al gobierno de Bush y a su peligrosa tendencia a dejar a un lado los principios morales y la verdad, para privilegiar la venganza.
Justicia para todos Una primera mirada rápida sobre el argumento cinematográfico daría por definir a este film como una perfecta mezcla de dos géneros fundacionales, y clásicos, del cine hollywoodense (sin olvidarnos del western, que también aparece, poco, pero aparece), como lo son las producciones sobre la temática de los juicios y la recurrencia a los hechos históricos. El relato se centra en hechos conocidos. Varios asesinatos ocurridos en la misma noche, principalmente el del entonces presidente Abraham Lincon a manos de John Wilkes Booth, un actor sureño, mientras presenciaba la representación de una obra de teatro. De sus terribles consecuencias, de la persecución de los “culpables” y del juicio, manchado por las sospechas de parcialidad, a la que fueron sujetos los prisioneros, pero haciendo foco en el personaje de Mary Surrat (Robin Wrigth), madre de uno de los sospechosos y dueña de la posada donde los conspiradores realizaban las reuniones. De esto trata el relato, pero no el filme en su concepción general. Por esto, creo que, prestándole un poco más de tiempo al análisis de la realización, uno puede dar cuenta de la instalación de un plus que favorece, y mucho, a toda la producción, además de varias y muy inteligentes “trampas”, la primera se despega y despliega desde el titulo en su traducción literal del original “¿Quien es el conspirador?”, o en relación a su discurso, abriendo el interrogante: ¿sólo se cierra en lo histórico, o hay una proyección intencional del decir sobre el presente haciendo referencia al pasado? De la misma manera que cuando el gran Andrew Wajda produjo y dirigió “Danton” (1983), la obra apuntaba en su intencionalidad a una clara alusión a que no se cerrará en la historia narrada, sino que tomando esos personajes icónicos de la revolución francesa, como lo fueron Danton y Robespierre, hacer conexión directa con el presente que se vivía en 1983 en Europa, en términos generales, o en su Polonia natal más específicamente, entre quien ostentaba el poder y aquél que lo obtenía por fervor y apoyo popular. En “El conspirador” la producción más reciente de Robert Redford, en su condición de realizador, el mismo de “Gente como uno” (1980) o “Quiz Show”(“El dilema”, 1994), sólo por citar alguna de las más conocidas, repite la formula en tanto y en cuanto a la estructura del relato, lineal, progresivo, clásico, casi de fórmula, en este sentido, pero altamente efectivo, por lo que da cuenta que sabe muy bien como narrar una historia. Para ello contó con la inestimable colaboración de su director de fotografía Newton Thomas Sigel, el de “Los Sospechosos de Siempre” (1995) o “Drive” (2011), quien le da el calor y los tonos justos al relato: los espacios cerrados, oscuros, fríos, en relación directa a la escena, en tanto otros más calidos están en función de la dirección de arte y las actuaciones. La música de Mark Isham es siempre efectiva, en este caso concordante con la imagen, empática si se quiere, que sin ser sobrecargada por lo excesivamente orquestal determinante, tampoco es redundante. Pero al principio de esta nota hablaba de varias trampas y un plus. El filme abre con una escena en un campo de batalla, en plena guerra de secesión, donde vemos al Capitán Frederick Aiken (James McAvoy) malherido junto a un compañero de menor rango, Nicholas Baker (Justin Long), en peores condiciones, y cuando vienen a atenderlo él exige que primero se ocupen de Nicholas. Presentación clara de un personaje, respecto de su construcción en lo moral, ético, creíble y, finalmente, como un héroe de guerra. Elipsis temporal mediante, nos encontramos en la fatídica noche del regicidio El capitán alterna con la alta sociedad política del momento. Amigo del senador sureño Reverdy Johnson (Tom Wilkinson), éste le presenta al ministro de guerra Edwin Stanton (Kevin Kline), quien ya sabe de su existencia, su buena reputación, su influencia sobre sus allegados, por lo que intenta sumarlo a su equipo. Pero el capitán se inclina por el ejercicio y respeto de la ley. Posiblemente se esa la mejor secuencia del filme, nada novedoso es cierto, pero los cortes rápidos, montaje por momentos en paralelo y por momentos alterno, situación que podría confundir al espectador, lo que no ocurre, pero con muy buenas y necesarias rupturas temporales que terminan por dar coherencia al relato. La cámara puesta en función del todo, con movimientos constantes, sutiles, pero advertibles, no desde el punto de vista del narrador, este no cambia, sino desde la importante dinámica que le termina imprimiendo. Por momentos da la sensación de querer inclinarse hacia el suspenso, pero Redford tiene claras sus intenciones de denunciar los abusos de poder y el peligro que implica el no respetar al pie de la letra los derechos constitucionales, tanto en el pasado como en su reflejo en la actualidad, tal como ocurre desde los atentados a las torres gemelas en Nueva York, en 2002. Esta es la trampita menor, la doble lectura transpolada a la actualidad del texto fílmico. A partir de los asesinatos, una vez atrapados los “culpables”, vuelvo a las comillas, pues ya lo eran por decreto, y todo el juicio militar pasa a ser una gran farsa. El senador Johnson le pide a Aiken que defienda a uno de los conspiradores, Mary Surrat. Lo que aparentemente es el recorrido del martirologio de esa mujer, es en realidad la lucha de un hombre por creer, sostener, y luchar por el principio de que todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Esta defensa a ultranza de un personaje condenado a priori coloca al capitán, en principio, como un traidor, y ante la insistencia de preservar sus ideales, como el gran conspirador del régimen establecido, por no decir del poder de turno. Esto queda demostrado al final del relato con la prosecución de la historia de cada uno de los personajes protagónicos. Esta es una de las trampitas, el conspirador no es sólo el asesino y sus secuaces, sino todos aquellos que por disímiles razones los pueden llegar a defender, tal como dice el personaje de Wilkinson: “Alguien tiene que hacerlo”. Posiblemente, salvo en algunas escenas, los diálogos pasan a ser lo más débil de todo el guión, por momentos muy sentenciosos, muy clisés, y en otros inocuos o inoperantes, que nada agregan. En relación al plus del filme, tiene su mayor virtud el casting realizado por Avy Kaufman, cumpliendo muy buenas actuaciones todo el elenco, pero siendo memorable el desempeño de la todavía increíblemente bella Robin Wright, que no será Charlize Theron, pero es todo un valor agregado para cualquier película. (*) Realización de Norman Jewison en 1979.
Desde que en 1957 Sidney Lumet entregó esa película perfecta y eterna que es 12 Angry Men, no se puede abordar un juicio de esos en los que se defiende lo indefendible sin sortear las comparaciones. The Conspirator, la última película de Robert Redford, no es la excepción. En ella se retrata la verdadera historia del asesinato de Abraham Lincoln y el juicio que se llevó contra los acusados, especialmente contra la madre de uno de los prófugos, juzgada por un tribunal militar carente de evidencias firmes. Con una intencionalidad educadora, se ofrece una lección sobre el respeto de los derechos civiles centrándose en un abogado con la titánica tarea de oponerse a un Gobierno que busca sanar las heridas de una Nación, fin para el que se justifica cualquier medio. Redford es cultor de una narrativa clásica y así conduce su historia, un duelo de alegatos en el que en todo momento se conoce la suerte de los involucrados, aunque los esfuerzos estén dispuestos a retrasarla. Sin música épica o armas, pero con una lograda ambientación, se lleva adelante una notable batalla entre dos puntos de vista legales, dentro de las cuatro paredes de una sala. Allí reside el plato fuerte de la realización, capaz de señalar a los culpables y de hacer luchar entre sí a dos facciones del "bien", incapaces solo de ponerse de acuerdo en cuestiones como la dureza de la condena y los tiempos del proceso. Con varios personajes muy desdibujados, la pareja protagonista que componen James McAvoy y Robin Wright funciona, generando empatía con un espectador que sigue la parábola propuesta y pasa del rechazo inicial hacia la comprensión de la necesidad de un juicio justo ante todo. The Conspirator dista de ser un clásico como 12 Angry Men, al igual que a todas las películas que le han seguido le falta su simpleza, contundencia y su porción de grandeza actoral, pero es una muy buena propuesta que entiende a sus antecesoras y se inscribe en esa tradición.
Las pequeñas vueltas de la Historia Al igual que con Leones por corderos, la intención del Robert Redford director con El conspirador es, claramente, volver a hacer una exploración sobre las decisiones políticas del sistema de poder estadounidense en relación a los ciudadanos que pueblan el país. Mientras en la primera había un abordaje actual y contemporáneo sobre la guerra de Irak y cómo eran los soldados los que tenían que pagar las consecuencias de las decisiones de los altos mandos políticos, en la segunda se opera la metáfora histórica, remitiendo a un momento trascendente y fundante de la democracia de Estados Unidos, pero conectándolo con el presente. El conspirador se centra en el antes, durante y después del asesinato de Abraham Lincoln, en especial en el juicio a los responsables de la conspiración, todos partidarios de los confederados, justo en el contexto del final de la guerra entre el Norte y el Sur. La historia principal es la de Mary Surratt (Robin Wright), la única mujer acusada, quien supuestamente había albergado a los conspiradores en su casa con pleno conocimiento de lo que estaban planeando. La condena parecía cantada, y el único que se puso a su favor fue un senador de Maryland, Reverdy Johnson (Tom Wilkinson), quien le dio instrucciones a un discípulo, Frederick Aiken (James McAvoy), de que la defienda en el juicio. Redford se adentra en el territorio del thriller, introduciendo al espectador en la cuestión del enigma sobre la culpabilidad o inocencia de la acusada, en combinación con elementos típicos del subgénero de juicios. Pero en verdad, lo que le importa es otra herramienta legal, que es la noción del due process, es decir, del proceso legal en regla y con garantías totales, con civiles juzgados por civiles, con la chance de presentación de pruebas y descargo por parte de la defensa. A Mary Surratt no se le garantizó nada de eso, pues fue juzgada por un tribunal militar, no se le dio tiempo a la defensa de preparar el caso y, principalmente, se percibió que la “noble” intención del Gobierno era aplicarle una condena rápida y ejemplar, para que el pueblo tuviera su culpable, no se preocupara demasiado por los detalles problemáticos del asunto, sanara rápido las heridas y siguiera adelante. La parábola con la actualidad es transparente: en la última década, post-11 de septiembre, se asignaron rápidamente culpas, no se investigó en profundidad, no se respetaron procesos legales y, en nombre del bien mayor, se terminó dañando aún más la institucionalidad. Desde el inicio del relato, la virtud principal del film es, a la vez, su mayor defecto. La puesta en escena de Redford no acude a grandes manierismos y los discursos son mucho menos rimbombantes de lo esperado (más si tenemos en cuenta que en Leones por corderos los protagonistas se la pasaban hablando). De hecho, por momentos hace recordar al Clint Eastwood de Invictus o J. Edgar. Sin embargo, a la vez, esta discreción se impone como límite: el realizador es más dado al drama hecho y derecho que a la lectura de géneros, no puede brindarle un gran espesor a los personajes y le falta la potencia visual para arrastrar plenamente a la audiencia. El conspirador es un film apenas correcto, otro típico ejemplo del cine de revisión hollywoodense con respecto a lo cíclica que puede ser la Historia. Una medianía que no suma pero tampoco resta.
Si bien el trabajo de Redford es correcto, cierta reiteración de situaciones y la propia obviedad de la historia, conspiran contra el mantenimiento del interés en la película. Es una certeza que todo relato histórico habla del presente. Ya sea para dar cuenta con que herramientas conceptuales el presente organiza su mirada sobre el pasado o más sencillamente, para decir cosas sobre el presente usando el pasado como una alegoría. Este es el caso de la última película de Robert Redford, quien a criterio de quien escribe, ha realizado sus mejores trabajos como director en sus comienzos, cuando en sus películas lo político era parte del entramado de los sujetos y su vida privada. Más al dedicarse a discursos sobre lo político como ejercicio del poder, su capacidad de sutileza, de encontrar pliegues, de establecer interrogantes, se perdió por completo. El conspirador es una película hecha para hablar sobre Guantánamo y otras formas de abusos cometidos por su país en el presente. Basado en hechos reales, la película cuenta el proceso judicial que sufrió Mary Surratt, acusada de conspirar para matar al presidente Lincoln. Defendida, al principio sin convicción, por Frederick Aiken, este juicio estuvo viciado de todo tipo de parcialidad. Surratt era sureña, el bando vencido en la guerra de secesión, y sus jueces pertenecían al vencedor ejército norteño, el mismo que comandó el líder asesinado. Lo que alega Aiken, alter ego de Redford, es que la lucha que llevó a cabo el ejército de la Unión fue en pos de un conjunto de principios que incluían las libertades civiles y la igualdad de los ciudadanos ante la justicia. Que los padres fundadores legaron ese mandato y que la victoria militar no da derechos de modificar ese conjunto de principios. Por lo tanto el modo en que se llevaba a cabo el proceso estaba absolutamente viciado de nulidad, pues contradecía esos principios. Líberal, en el sentido en que usan los estadounidenses el término, Redford está sosteniendo utópicamente aquel mandato, ante los abusos a que son sometidos los actuales derrotados por el ejército de la Unión. La película tiene la clásica estructura de la película de juicios, en la cual el abogado debe luchar solo contra los jueces, el jurado, la policía, las pruebas, los testigos manipulados. En ese sentido Redford organiza el relato siguiendo los modelos clásicos y si bien su trabajo es correcto, cierta reiteración de situaciones y la propia obviedad de la historia, conspiran contra el mantenimiento de interés en la película. La irregularidad y la obviedad de la trama se llevan de la mano con algunas actuaciones (especialmente la de los hombres más jóvenes) y con la omnipresencia dramática de la ambientación. No nos corresponde a nosotros decir que hacer ante las injusticias en el ejercicio del poder de la principal potencia del mundo. Lo que seguro demuestra la historia del cine es que estos intentos son vanos y solo sirven para limpiar la conciencia blanca de un hombre bonito. Y tal vez para aportar algo más de valor a su ya bastante auto publicitada figura.
El actor y director estadounidense Robert Redford (75) ganador de los premios Óscar y Globo de Oro, nos va introduciendo en el atentado contra Abraham Lincoln (Gerald Bestrom), (12 de febrero de 1809 – 15 de abril de 1865) quien fue el decimosexto Presidente de los Estados Unidos y el primero por el Partido Republicano; vamos conociendo a cada uno de los personajes; a raíz de este asesinato siete hombres y una mujer son detenidos y acusados de conspirar para matar al Presidente, al Vicepresidente y al Secretario de Estado. En este caso la única mujer procesada, Mary Surratt (Robin Wright), de 42 años, es la dueña de la casa de huéspedes donde John Wilkes Booth (Toby Kebbell) y otros se reunieron y planearon los ataques. Estos no son los mejores momentos de Washington que recién se encuentra saliendo de la Guerra Civil, y el abogado Frederick Aiken (James McAvoy), un soldado de la Unión, de veintiocho años de edad, acepta de mala gana defender a Surratt ante un tribunal militar que quiere la horca. En un principio cuenta con la única ayuda de la hija de Mary, Anna (Evan Rachel Wood), pero a medida que va avanzando el juicio y Aiken va investigando sacando sus propias conclusiones, se va dando cuenta de que su cliente puede ser inocente y que se la está utilizando de forma engañosa con el fin de capturar al único conspirador y que a pesar de una intensa persecución logró escaparse que es John Surratt (Johnny Simmons) el hijo de Mary Surratt. Cuenta con una ambientación, vestuario, fotografía y reconstrucción de época impecable, con un buen movimiento de cámara, tiene intriga, suspenso y tensión,el lenguaje es más bien clásico, contiene tal vez algún registro parecido a cierto films de los dirigidos por Clint Eastwood, resulta ser un film sólido y profundamente critico. Contó con un maravilloso elenco: Alexis Bledel, Justin Long, Evan Rachel Wood, Norman Reedus, Stephen Root, Danny Huston, Kevin Kline, Toby Kebbell y Tom Wilkinson.
”El conspirador” (“The Conspirator”) fue filmada en el 2010 y estrenada en Estados Unidos hace un año. Su tardía llegada a la Argentina seguramente responde a las dificultades comerciales implícitas en este tipo de películas históricas, que interesan sólo mayormente en el país donde la trama real transcurrió. Se trata del asesinato de Abraham Lincoln acaecido en un teatro de Washington a pocos días de finalizar la Guerra Civil norteamericana. Fue un 15 de abril de 1865 que el actor John Wilkes Booth segó la vida del 16º presidente de los Estados Unidos con un único disparo. Los primeros minutos de “El conspirador” recrean con maestría dicho hecho en rápidas y simultáneas tomas. Gran parte del resto del film está consagrado al juicio aplicado a siete hombres y una mujer, acusados de ser los culpables materiales o intelectuales del tremendo asesinato. La única mujer fue Mary Surratt, dueña de una pensión donde se alojaban y/o reunían los presuntos asesinos. Hasta el día de hoy se mantiene la duda sobre la posible culpabilidad de ella y el film dirigido por Robert Redford no pretende dilucidar tal cuestión. En verdad lo que al célebre actor le interesa es mostrar cómo ya hace un siglo y medio en su país la Justicia, según su visión, privilegiaba sanciones ejemplares en juicios viciados como el que se le aplicó a la madre de John Surratt, quien estaba prófugo. Uno de los mayores hallazgos de la película es la composición que logra la ex de Sean Penn, Robin Wright, en la que probablemente sea su mejor actuación desde su papel en “Forrest Gump”. La acompaña el joven actor inglés James McAvoy (“El último rey de Escocia”, “X-Men: primera generación”) componiendo al abogado Frederick Aiken a quien el senador Reverdy Johnson encomienda la defensa de la señora. En el rol del senador sudista se destaca otro inglés, Tom Wilkinson, con recordadas participaciones en “Todo o nada” (“The Full Monty”) y “Shakespeare apasionado”. Las buenas interpretaciones no terminan en el terceto ya mencionado pues también hay un aporte interesante de Kevin Kline como el Secretario de Guerra de Lincoln, Edwin Stanton. Kline parece haber recuperado en esta película el nivel de los ‘80s cuando se lo vio en títulos como “La decisión de Sophie”, “Reencuentro” y “Los enredos de Wanda”. No desluce Evan Rachel Wood (“Secretos de estado”, “Que la cosa funcione”) como la hija de la Surratt y Danny Huston como el feroz fiscal Holt. Los alegatos de Aiken tropiezan contra la arbitrariedad del jurado, integrado por oficiales de la Unión. El pedido de “habéas corpus”, aprobado por un juez, que habría permitido un nuevo juicio esta vez civil (y no militar) llegó pocas horas antes del momento fijado para la ejecución. Al final se señala que el abogado abandonó su profesión legal para incorporarse al recién creado “Washington Post”. Redford, en lo que es su octavo film tras las cámaras, mantiene un buen nivel directorial aunque sin llegar a la altura de la que fue su mejor y primera obra: “Gente como uno” (“Ordinary People”). Muchos ven en “El conspirador” una crítica a situaciones legales como la de los prisioneros en Guantánamo en la actualidad, un gesto que lo enaltece. ”El conspirador” (“The Conspirator”) fue filmada en el 2010 y estrenada en Estados Unidos hace un año. Su tardía llegada a la Argentina seguramente responde a las dificultades comerciales implícitas en este tipo de películas históricas, que interesan sólo mayormente en el país donde la trama real transcurrió. Se trata del asesinato de Abraham Lincoln acaecido en un teatro de Washington a pocos días de finalizar la Guerra Civil norteamericana. Fue un 15 de abril de 1865 que el actor John Wilkes Booth segó la vida del 16º presidente de los Estados Unidos con un único disparo. Los primeros minutos de “El conspirador” recrean con maestría dicho hecho en rápidas y simultáneas tomas. Gran parte del resto del film está consagrado al juicio aplicado a siete hombres y una mujer, acusados de ser los culpables materiales o intelectuales del tremendo asesinato. La única mujer fue Mary Surratt, dueña de una pensión donde se alojaban y/o reunían los presuntos asesinos. Hasta el día de hoy se mantiene la duda sobre la posible culpabilidad de ella y el film dirigido por Robert Redford no pretende dilucidar tal cuestión. En verdad lo que al célebre actor le interesa es mostrar cómo ya hace un siglo y medio en su país la Justicia, según su visión, privilegiaba sanciones ejemplares en juicios viciados como el que se le aplicó a la madre de John Surratt, quien estaba prófugo. Uno de los mayores hallazgos de la película es la composición que logra la ex de Sean Penn, Robin Wright, en la que probablemente sea su mejor actuación desde su papel en “Forrest Gump”. La acompaña el joven actor inglés James McAvoy (“El último rey de Escocia”, “X-Men: primera generación”) componiendo al abogado Frederick Aiken a quien el senador Reverdy Johnson encomienda la defensa de la señora. En el rol del senador sudista se destaca otro inglés, Tom Wilkinson, con recordadas participaciones en “Todo o nada” (“The Full Monty”) y “Shakespeare apasionado”. Las buenas interpretaciones no terminan en el terceto ya mencionado pues también hay un aporte interesante de Kevin Kline como el Secretario de Guerra de Lincoln, Edwin Stanton. Kline parece haber recuperado en esta película el nivel de los ‘80s cuando se lo vio en títulos como “La decisión de Sophie”, “Reencuentro” y “Los enredos de Wanda”. No desluce Evan Rachel Wood (“Secretos de estado”, “Que la cosa funcione”) como la hija de la Surratt y Danny Huston como el feroz fiscal Holt. Los alegatos de Aiken tropiezan contra la arbitrariedad del jurado, integrado por oficiales de la Unión. El pedido de “habéas corpus”, aprobado por un juez, que habría permitido un nuevo juicio esta vez civil (y no militar) llegó pocas horas antes del momento fijado para la ejecución. Al final se señala que el abogado abandonó su profesión legal para incorporarse al recién creado “Washington Post”. Redford, en lo que es su octavo film tras las cámaras, mantiene un buen nivel directorial aunque sin llegar a la altura de la que fue su mejor y primera obra: “Gente como uno” (“Ordinary People”). Muchos ven en “El conspirador” una crítica a situaciones legales como la de los prisioneros en Guantánamo en la actualidad, un gesto que lo enaltece. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 7-04-2010 Publicado en Leedor el 7-04-2010
La letra sagrada En 1863, en el cementerio de Gettysburg, uno de los escenarios clave de la guerra civil estadounidense, Abraham Lincoln llamaba a sus compatriotas, tanto del sur como del norte, a sentirse convocados "a la inmensa tarea que nos aguarda en el futuro… que, con Dios, esta nación renazca para la libertad… Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la tierra". Lo que expresa el primer presidente republicano y decimosexto de su país es precisamente lo que intenta canalizar Robert Redford en su nuevo filme (detrás de cámara), tan didáctico como estratégico: el espíritu de la democracia, la gran metafísica norteamericana, defendiéndola a través de un elogio monocorde de su libro fundacional, la constitución (y su ejercicio). Dos años antes de la muerte de Lincoln, en 1865, el capitán Frederick Aiken no imaginaría jamás que sería el abogado defensor de uno de los cuatro acusados por el asesinato de su líder. El senador Johnson, que le entrega el caso a Aiken, entiende que un sureño como él no es la persona ideal para alegar por la inocencia de Mary Surratt, una mujer católica de 42 años, dueña de la hostería donde uno de sus hijos, junto con otros rebeldes, entre ellos John Wilkes Booth (quien mató al presidente), planificaron el atentado. Lo que sucede en un principio con Aiken, que por su ideología descree de la inocencia de su cliente, es la posición de la mayoría. El tribunal militar que juzga a Surratt es prácticamente una pantomima. El veredicto del jurado antecede al juicio, lo que no impide que Aiken busque probar la inocencia de su defendida una vez que entienda que los principios prevalecen frente al discurso partidario y la coyuntura política. "Se trata de la constitución", le dirá a su adversario jurídico. ¿Fue Surratt inocente? Es posible, pero no es la prioridad de Redford demostrarlo; más bien se trata de impartir una lección abstracta y elemental sobre derecho constitucional. Lo que importa aquí no es el cine sino ilustrar el valor supremo e indudable de esa biblia secular llamada constitución. No será la última vez que se sacrifiquen las imágenes en nombre de la patria.
Publicada en la edición digital de la revista.
Drama histórico con resonancias actuales Hoy por hoy, a Robert Redford le interesan menos las veleidades actorales, que concentrar sus esfuerzos intelectuales y económicos en exponer una historia crítica de su país y dejar planteados algunos mensajes para el presente y la posteridad. Y todo eso, al margen del cine de Hollywood. Para ello creó la American Film Company, cuya declaración de principios está sintetizada en El conspirador , la película que le sirve de carta de presentación. Se puede decir que es un drama histórico con resonancias contemporáneas, que trata sobre el asesinato del presidente Abraham Lincoln y sus secuelas judiciales y políticas. Lincoln fue baleado en la noche del 14 de abril de 1865, pocos días después de concluida la Guerra de Secesión, mientras asistía en la ciudad de Washington a la puesta en escena de la obra Nuestro primero de América , y murió en la madrugada del día siguiente. El autor del disparo fue John Wilkes Booth, uno de los actores más famosos de su tiempo. El asesinato de Lincoln formó parte de un complot organizado por partidarios de la Confederación, que no admitían la derrota de su causa. El plan incluyó también la ejecución del vicepresidente Andrew Johnson y del secretario de Estado William Seward. Casi todos los involucrados en la conspiración fueron arrestados y sometidos a juicio. Entre ellos, Mary Surrat, una orgullosa dama del Sur, acusada de albergar en su pensión a los complotados. Además, era la madre de John Surrat, un agente al servicio de la Confederación. Redford centra la atención sobre esa mujer, aunque narra la historia desde la óptica de Frederick Aiken, un joven capitán del ejército devenido en su abogado defensor. Y se detiene sobre el conflicto ideológico que surge entre la acusada y su abogado por pertenecer a bandos opuestos, y porque su defendida se niega a traicionar a los suyos, a pesar de su manifiesta condición de chivo expiatorio. En la intención de Redford también figura la discusión de un tema actual: el juzgamiento de Mary Surrat por un tribunal militar, contra la opinión del secretario de Marina Gideon Welles y del ex fiscal general Edward Bates, quienes entendían que debía intervenir una corte civil. A través de esta y otras cuestiones afines, plantea un paralelismo con el 11-S, relacionando la utilización política del asesinato de Lincoln con la oleada paranoico/represiva desatada tras los atentados a las Torres Gemelas. Y por esta vía, también cuestiona la modalidad jurídica aplicada a los detenidos en la base de Guantánamo. Por eso, el juicio contra los asesinos de Lincoln, en particular de Mary Surrat, es presentado por Redford como una farsa política. El cine de Redford exhibe un estilo clásico. Elude los efectos visuales, expone una rigurosa lógica narrativa y se sostiene sobre varias actuaciones valiosas: las de McAvoy (Aiken), Robin Wright (Mary Surrat), Kevin Kline (Edwin Stanton) y Danny Huston como el fiscal de la causa.