Basada en una historia real, la película se introduce en un subgénero del melodrama que podría denominarse “films de niños enfermos y la lucha de sus padres por sacarlos adelante”, si es que existiese éste. Gerardo Olivares es el encargado de llevar adelante la narración sobre cómo Beto Bubas (Joaquin Furriel) se encontró con Lola (Maribel Verdú) y Tristán (Quinchu Rapalini Olivella), un niño con autismo que por primera vez se ve estimulado por el trabajo que el guardafaunas realiza con las Orcas en la Patagonia. Desde España llega la mujer con la idea de poder ayudar a su hijo, pero no sólo deberá sortear las trabas que Bubas le pondrá para poder compartir con él su trabajo, sino que, además, deberán de luchar juntos para poder evitar que nadie nunca más pueda estar con las Orcas. Técnica y visualmente lograda, “El Faro de las Orcas” emociona y entretiene, y principalmente logra conmover por la reveladora interpretación de Rapalini Olivella (debuta en el cine) como ese niño que en el océano encontrará cierta salvación, no sólo para él, sino también, para su madre y Bubas.
Se trata de una adaptación al cine de la novela “Agustín Corazón abierto”, de Roberto Bubas, sobre la relación entre un niño autista y su madre por un lado y un guardafauna apostado en un inhóspito faro de la Patagonia por el otro. Allí van, madre e hijo desde España en busca de algo que vieron por televisión: estas orcas especiales que se alimentan de pequeños lobos marinos de las costas. La reacción del niño frente al estimulo de los animales moviliza a la madre a viajar a ese lejano paraje de la Península de Valdes en busca de alguna mejoría para el niño. A partir de ese hecho real que devela la novela, esta coproducción argentino-española cuya pata argentina son los Puenzo, Luis produce y su hija Lucía participa del guión la película termina siendo una gran máquina de cine espectacular. Los paisajes, las orcas, las tomas submarinas, la intervención digital para la interacción entre los actores y los animales no bastan para hacer que este film caiga rápidamente en la trampa de vender sin desparpajo lo bello del paisaje y la idea de naturaleza sanadora a través de un manejo pulido, casi metálico diría, de los recursos. Empezando por el caballo blanco del héroe y por el mismo héroe, que lucha por un lado con un pasado trágico (por si faltara poco) y un sistema que trata de evitar a toda costa su contacto con los animales. Algo de cuento de hadas inverosímil en la construcción de este personaje, para el que Joaquín Furriel le pone toda la garra (hay que decirlo) pero que está diseñado a partir de una idea de personaje ciertamente muy básica. Maribel Verdú en un registro también poco creíble, como la madre desvivida por su hijo, o el pequeño actor que nunca termina de convencer. En los diálogos excesivamente declamatorios y explicativos y las metaforas deglutidas (como el guante negro que representa al padre y que en un momento determinado se pierde en el agua) es donde la película se debilita enormemente. Así, la Patagonia y sus panorámicas maravillosas, el mate, el tango, la fiesta improbable de la esquila y sus bailes típicos de personajes excesivamente armados y prolijos terminan armando más un combo fílmico para turistas desprevenidos antes que una película que no deja de mostrar las hilachas de sus verdaderas intenciones.
¿Orca terapia? En El faro de las orcas existe una puja de intenciones, las buenas por contar una historia que gira entorno a la inclusión social de un niño que padece autismo y que encuentra en el contacto con los cetáceos de la Patagonia argentina un modo de vincularse espiritual y emocionalmente con el mundo exterior, y otra intención menos noble como la de explotar los recursos for export que hacen del paisajismo y del cine turístico un recurso mercantil y falso, envuelto en una anécdota con fuerte base humanista y un subyacente discurso ecologista. Esa es la cáscara que recubre esta trillada historia inspirada en hechos reales que marcan el vínculo entre Beto, un guardafauna interpretado por Joaquín Furriel, el pequeño Tristán (Quinchu Rapalini) y su madre, a cargo de la española Maribel Verdú en la piel de Lola. La llegada de Lola y su hijo, motivada por un documental donde pudo captar el estímulo de Tristán –una repentina e inesperada conexión con el mundo circundante- al ser testigo del trabajo de Beto con las orcas, no encuentra por parte del guardafauna ermitaño la bienvenida esperable. La naturaleza del territorio y la del propio Beto son diametralmente opuestas a los modos de vida citadinos de la extranjera y marcan el comienzo de una tensión con escarceos amorosos desde el primer contacto. Es predecible y mucho más para los fines dramáticos de este film, dirigido por el documentalista Gerardo Olivares, el paralelismo entre el autismo de Tristán y el hermetismo de Beto, hermetismo que lo protege del pasado trágico que todo héroe requiere en relatos clásicos, sin dejar de lado el símbolo del caballo blanco que el guardafauna argentino monta para completar la idea. Y esa esquematización limita las posibilidades del desarrollo argumental para encauzar la trama en la curva de transformación de Tristán y su progresiva evolución desde lo emocional. El papel de Lola, arquetipo de la abnegación y el abandono de un padre ausente para Tristán, sumergen al film en el sinuoso efecto del melodrama familiar empático, que no deja de ser menos efectivo en la búsqueda de lo mejor para Tristán y su enfermedad. Ahora bien, la ficción, o mejor dicho la ficcionalización de historias de autosuperación como la precedente, distorsionan en varias ocasiones los aspectos singulares de una enfermedad como en este caso el autismo para homogeneizarlo. Y entonces se pierde de vista la complejidad del fenómeno, no así del sujeto padeciente. Gerardo Olivares hace caso omiso a la observación y tensa las cuerdas emocionales para conseguir sin demasiada inventiva ni esfuerzo una melodía agradable pero archi conocida que remonta al espectador a un reciclado de títulos como Liberen a Willy pero sin autismo.
Con una mirada que no escapa al registro documental, la película traslada a una madre y su hijo autista hasta un lugar aislado, donde un guardafauna argentino trabaja con las orcas. El film impone belleza y personajes que están al borde del acantilado. Basada en hechos reales ocurridos en la Península de Valdés, Provincia del Chubut, El faro de las orcas impone su marco de belleza natural y cuenta una historia que apunta a la emoción a través del descubrimiento de mundos opuestos. Lola -Maribel Verdú-, una madre desesperada que busca la sanación para su pequeño hijo autista Tristán -Quinchu Rapalini-, emprende su travesía desde Madrid hasta Punta Norte, donde irrumpe en la solitaria vida de Beto -Joaquín Furriel-, un guardafauna que descubre la conexión del niño con las orcas y lo ayuda para salir de su encierro. El director Gerardo Olivares - recorrió el mundo rodando documentales para televisión- muestra el choque de dos mundos opuestos a través de personajes que, a su manera, están encerrados en sus propias vidas y buscan la tranquilidad espiritual. Beto arrastra un pasado trágico mientras Lola escapa también de su ex marido y agota todas las posibilidades que aparecen en su camino para ayudar a su hijo. Todos están al borde de un acantilado, de un abismo que implica tomar decisiones y correr riesgos. La cámara de Olivares no escapa al registro documental y ofrece un relato en el que las soledades son interrumpidas ante nuevos desafíos que corren los protagonistas. La magnífica fotografía, las secuencias de caza de las orcas con lobos marinos, el faro ubicado en el fin del mundo, las tonalidades del agua y del cielo o el caballo blanco de Beto, forman parte de este melodrama familiar que, en determinados tramos, se paraliza dramáticamente para mostrar el entorno natural o los festejos lugareños. Sin embargo, tanto Furriel como Verdú, intérpretes de peso, logran sacar adelante este film sobre cetáceos que harán lo impensado para la vida de un niño incomunicado y con adultos que atraviesan una parálisis emocional.
Estigmas del corazón Más cerca del melodrama que de la denuncia de raigambre ecológica, El Faro de las Orcas funciona como un típico exponente de esa tendencia contemporánea basada en la despersonalización anti conflicto deudora del simplismo de los manuales de autoayuda… Encarar hoy por hoy una pequeña epopeya cinematográfica que tenga a la naturaleza como uno de sus pilares fundamentales es una tarea de lo más difícil porque a menos que exista un verdadero interés conservacionista de fondo, de seguro el bote se irá a pique gracias a la colección de clichés que suelen aparecer al momento de congeniar la magnificencia de lo salvaje con las necesidades mundanas de un relato clásico (el desbalance casi siempre deja muy mal parados a los humanos en general y su “vocación artística”). En un período hegemonizado por las grandes urbes y su fuente inagotable de desperdicios, contaminación y destrucción de todo lo indómito, si el film en cuestión peca de ingenuo o no se juega en serio en favor de la defensa de la flora y la fauna, corre el riesgo de caer en esas sonseras oportunistas que utilizan a la naturaleza en función de latiguillos vacuos o del melodrama. Por todo lo anterior, el cine infantil suele llevarse mucho mejor con estos tópicos que el orientado a los adultos, principalmente debido a que los mensajes aleccionadores se sienten más espontáneos cuando van dirigidos a los pequeños y bien decadentes cuando se construyen teniendo en mente el cinismo de los mayores, un enclave en el que hoy parecen prevalecer los discursos simplistas de los manuales de autoayuda y la despersonalización anti conflicto que pregonan los medios masivos de comunicación. Este es precisamente el ideario que domina en El Faro de las Orcas (2016), un opus de Gerardo Olivares que se vale de un conservacionismo endeble e inocuo para subrayar cada uno de los recursos del melodrama más tradicional, su verdadero horizonte narrativo, en un esquema que desconoce que los dilemas de los humanos son ínfimos frente al fluir de la esfera natural. Al igual que en los dos trabajos previos del realizador y guionista, Entrelobos (2010) y Hermanos del Viento (2015), aquí la trama comienza centrándose en la relación entre los animales y los hombres para luego desbarrancar hacia una catarata de estereotipos que hacen añicos la paciencia del espectador gracias a un metraje que roza las dos horas sin ninguna necesidad. La premisa primermundista -y muy ridícula, vista desde nuestros ojos latinoamericanos- involucra el viaje de la española Lola (Maribel Verdú) y su hijo Tristán (Joaquín Rapalini) al puesto del guardafaunas Roberto (Joaquín Furriel) en la Patagonia argentina, todo porque la susodicha vio un documental protagonizado por el señor, un especialista en orcas, y su hijo autista reaccionó positivamente ante los cetáceos. Por supuesto que Lola está triste, Roberto es un amargo y eventualmente ambos se enamoran. Los únicos dos elementos que salvan a la propuesta del desastre total son el convincente desempeño de Verdú y las bellas tomas de las orcas que consigue Olivares y su director de fotografía Óscar Durán, ya que ni Furriel ni el actor infantil ni todo el asunto del autismo cumplen su función asignada, entorpeciendo un desarrollo que podría haber ido mucho más allá del tono meloso y súper predecible (hasta tenemos a un superior del protagonista, interpretado por Osvaldo Santoro, que amenaza constantemente con echarlo por tocar a los animales, una práctica que debería haber sido condenada en serio en la realización porque representa la típica estupidez egoísta de los turistas). Sostenida en un pulso lánguido y backstories risibles para todos los personajes, El Faro de las Orcas es una obra muy fallida que promete denuncia ecológica y se queda en los estigmas más inofensivos del corazón…
Hombre de mar. No es ninguna novedad decir que el cine muchas veces se utiliza como máscara para transmitir algún mensaje que trasciende la barrera de lo narrativo. Mensajes político-sociales, religiosos, y en este caso ecologistas. El cine argentino tuvo varios ejemplos de películas que, de un modo más directo o encubierto, sirvieron para transmitir “enseñanzas” a favor de la protección de flora y fauna. Sin irnos demasiado lejos, Gigante de Valdés y Bahía Mágica, se presentaron como fuertes exponentes en esta materia, aún con resultados por lo menos discutibles. El Faro de las Orcas, co-producción con España, insiste en la materia; y en los papeles tiene buenas armas. La novela de autobiográfica de Roberto Bubas en la que se basa y la adaptación de Lucía Puenzo entre otras firmas; la dirección de Gerardo Olivares que ya cuenta con experiencia en cine paisajista y con animales en el medio; y un dúo protagónico de actores de fuste acompañados de fuertes secundarios. A veces, las fórmulas exactas, fallan. Joaquín Furriel es Beto Bubas, el encargado de un aislado faro en la Península de Valdés. Solitario, el hombre tiene una conexión especial con las orcas, en particular con una. Esa conexión le permite establecer un contacto cercano que, como en el pasado trajo algún inconveniente, actualmente tiene prohibido al igual que cualquier poblador o visitante. Las imágenes de Beto con las orcas dieron la vuelta al mundo, y llegaron hasta España, a los ojos de Lola (Maribel Verdú) y su hijo autista Tristán (Joaquín “Quinchu” Rapalini). Tristán no expresaba emociones hasta que lo vio a Beto y su orca por la televisión. Convencida de que puede ser de gran ayuda, Lola llega a la Península junto a su hijo en busca de Beto. Es imposible no encontrar similitudes entre El Faro de las Orcas y las múltiples adaptaciones que han tenido en el cine las novelas de Nicholas Spark, en especial Mensaje de amor. Mujer sola de cierta fortaleza que esconde fragilidad, con un hijo, una zona desconocida y alejada para ella; un hombre en principio hosco, pero protector de los suyos. Un romance que se supone de opuestos. No hace falta que Furriel y Verdú demuestren su talento, ambos son figuras convocantes, y más allá de su belleza física, se sabe que les ponen el cuerpo a sus personajes. Aquí, la excesiva miel que se desprende de cada fotograma, y ese tono entre lento y distante que plantea (tal vez propio de la autora de Wakolda), atenta en más de una ocasión con la química entre los personajes, a veces lograda y a veces no. Sus interpretaciones tienen destellos, pero no son constantes. Ana Celentano y Osvaldo Santoro necesitaron de mayor espacio, nunca terminan de ser más que un relleno compuesto por buenos actores. El niño Quinchu Rapalini convence aún sin necesidad de llevar el autismo a un extremo. La cámara capta la belleza natural de nuestra Patagonia, y se amalgama bien con las escenas de orcas (que tampoco son tantas); pero también, queda flotando una idea de ¿cuál es el agregado que la lente le hizo a lo que de por sí es bellísimo de filmar con una cámara estática? Quizás, El Faro de las Orcas se hubiese beneficiado en un formato documental repasando la vida del Beto real; más de una vez pareciera haber una puja entre los dos estilos, y la narración dramática no llega a progresar lo suficiente ni a despertar el interés que debió despertar. Es más, el “conflicto” pareciera ser algo difuso. Cuando sobre el tramo final pareciera alcanzar el ritmo necesario, un final abrupto e irresoluto nos deja con expectativas de más. Conclusión: Quienes busquen un drama romántico de manual sin la necesidad de escapar a los clichés, encontrarán en El Faro de las Orcas una propuesta que ofrece sus momentos, que puede colmar sus expectativas de estar casi dos horas (aunque parezcan más) pasando un momento agradable junto a su pareja. Los que busquen algo más, deberán seguir buscando.
En este film el director Gerardo Olivares, un gran experto documentalista de la vida salvaje y de las bellezas naturales, debe integrar la magnificencia del mundo que rodea a un experto en orcas, el mejor del mundo, con una historia de un niño autista y una trama sentimental que se teje en el mundo adulto. La maravilla de lo que se muestra, muy bien lograda la unión de escenas reales con la utilización de animatronics (hechas por los expertos premiados por “El laberinto del fauno) es espectacular. Desde la crudeza de la alimentación con pequeños lobos marinos hasta la recreación de la relación que logró el guardafauna que inspiro la historia. Esas escenas son bellísimas y emotivas. Joaquín Furriel se compenetra a la perfección con su personaje, un hombre sólido, de pocas palabras que se relaciona íntimamente con ese niño autista, cuya madre lo lleva a la Patagonia como la última esperanza de una comunicación mas profunda con el mundo. Entre el personaje de Furriel y Maribel Verdú, dos seres que soportaron duras pruebas, nace una relación que se alimenta con la buena química de los actores, pero que no deja de ser secundaria. Y un tanto forzada. Sin embargo en el balance final, entre la importancia de ese mundo natural que interactúa con un hombre y luego con el niño, tratado con la seriedad reconocida por expertos, ese paisaje único del sur y dos muy buenos actores, el film resultara gratamente sorprendente.
El Faro de las Orcas es una película dirigida por Gerardo Olivares con las actuaciones de Maribel Verdú (Lola) Joaquín Furriel (Beto) y Quinchu Rapalini (Tristán) Film inspirado en hechos reales ocurridos en Península Valdés (en la Patagonia) con una bellísima fotografía y un colorido natural precioso. Beto es un guardafauna de vida solitaria, que vive al lado del Faro, y tiene una increíble conexión con las orcas. Recibe una mañana en ese paraje la inesperada visita de una madre -española- con su hijo autista (Lola y Tristán). Ella tiene la certeza que su hijo tiene una cierta estimulación con esos cetáceos a partir de haber visto unos documentales y observar en el niño reacciones inusuales. Integralmente los encuadres de la cinta son lindísimos. El libro es bueno, y el elenco está muy bien elegido. Lo que intuyo que no hubo una clara dirección de actores. Tampoco acompaña el orden de compaginación (montaje) y los tiempos que se necesitan para lograr que los diferentes momentos emotivos traspasen la pantalla. Tal vez tiene que ver con la formación de documentalista del director. En El Faro de las Orcas todos los paisajes son divinos, y las escenas con los animales están fantásticas. Gran trabajo de los especialistas en animatronic (técnica mediante el uso de mecanismos robóticos o electrónicos que simula el aspecto y comportamiento de un ser vivo) mezclado con el CGI.
El faro del fin del mundo El español Gerardo Olivares pone en escena un culebrón médico-ecológico, donde se destaca nuevamente Joaquín Furriel con una interpretación corporal, acompañado de Joaquín Rapalini y la española Maribel Verdú. El faro de las orcas (2016), que cuenta con un guion escrito a seis manos por Gerardo Olivares, Lucía Puenzo y Sallua Sehk, se trata de la adaptación al cine del libro Agustín corazón abierto, basado en los hechos reales narrados por Roberto Bubas, sobre un niño autista español de diez años que se fascina con la imagen que ve en televisión de Beto, un hombre jugando con ballenas. Lola, la madre del pequeño Tristán, cruzará el océano para que su hijo conozca a aquel cuidador de orcas en Península Valdés (Patagonia): la energía de la naturaleza y la interacción con los cetáceos obrarán milagros en el niño en la búsqueda por mejorar su calidad de vida. Las películas del cineasta español Gerardo Olivares pueden gustar más o menos, pero hay que reconocerle que su filmografía, tanto de ficción como documental, se caracteriza por un discurso coherente, en el que la naturaleza y la antropología juegan un rol fundamental. El faro de las orcas es otra prueba de ello. Tomando como punto de partida la historia real, el director construye un film en el que la trama argumental (la relación entre la madre y el hijo y un guardafaunas de traumático pasado que les recibe en su casa) le sirve para desarrollar un semidocumental que retrata maravillosamente la vida salvaje de la zona y disecciona los usos y costumbres de sus escasos habitantes, dizque náufragos en un hábitat extremo. Apoyada en una extraordinaria fotografía y un gran diseño de producción, la parte semidocumental está algo por encima de la dramática, en la que, a pesar de las grandes interpretaciones de Joaquín Furriel, el niño Joaquín Rapalini y Maribel Verdú, se aprecian ciertos desniveles, más narrativos (sobre todo cuando cae en lugares comunes) que de puesta en escena. El faro de las orcas oscila entre el drama sentimental, la película médica y el film de aventuras , aunque al final deriva en un cambio de registo hacia el cuento poético, buscando una salida emotiva, y no del todo consecuente con el planteamiento anterior, al serio problema del niño que sirve de nervio a la narración.
Basada en el libro Agustín Corazón abierto, del guardafauna Roberto Bubas, “el amigo de las orcas” -entrevistado para TN por Eddie Fitte-, la película del español Gerardo Olivares saca provecho de los bellos, áridos paisajes de Chubut para contar una historia sentimental, de romance y sanación. El romance entre el solitario Bubas -Joaquín Furriel- y Lola -Maribel Verdú- la española que llega desde Madrid hasta su cabaña remota. La sanación es la de su hijo autista, pues la mujer llega con el pequeño Tristán, movida por la convicción de que el contacto con las ballenas puede ayudarlo.A pesar del peso de lo que sucede en ese triángulo, cuya convivencia obligatoria, al principio tensa entre los adultos, decantará muy previsiblemente hacia el romance, es en las escenas entre orcas y hombre -que emplean un logrado trabajo de efectos visuales y digitales-, donde la película más se luce. Acercándose a la fuente del documentalismo a la National Geographic (donde Lola dice haber visto por televisión el trabajo de Buba), El faro de las orcas ofrece ahí sus secuencias de aventura, las más entretenidas. En cambio, el desarrollo de la historia de amor cae en una serie de lugares comunes o muy transitados por el género romántico, frases afectadas y subrayados actorales de culebrón que terminan por saturar la historia de sentimentalismo.
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La relación entre el animal y el hombre se ha ido modificando a lo largo de la historia de la humanidad, lo que ha dado lugar a diferentes estudios y expresiones que definían este vínculo. Podemos decir que una mascota es parte de la familia del dueño y estaríamos hablando de una redefinición muy explicita de la estrechez y la opinión que el humano posee de la naturaleza. El faro de las orcas intenta ser este canto hacia la integración con el espacio que nos rodea y todos sus seres.
Patagonia, sensible y melosa La singular relación del biólogo y guardafauna Roberto Bubas con las orcas, la lucha a tientas de una madre por su hijo autista, encauzada también de modo singular, esa experiencia alentadora de comunicación no verbal y ampliación de horizontes que Bubas poetizó en su libro "Agustín Corazón Abierto", y la belleza única, imponente, de nuestra costa patagónica, merecían reflejarse en el cine, y así ocurrió. El mérito inicial es del productor español José María Morales, que leyó el libro, y el director Gerardo Olivares, que venía de hacer "Entrelobos", basado en la historia real de un chico criado en el bosque. Olivares hace ficción, pero se formó como documentalista viajero ("La ruta de las Córdobas", "Moradores del Himalaya", "El hambre en el mundo explicada a mi hijo"); sabe filmar la naturaleza y, ante todo, emocionar limpiamente al público familiar. A él se dedica. Aportando otros méritos, acá se agregaron Joaquín Furriel, Luis y Lucía Puenzo, el propio guardafauna como asesor, el faro de Punta Delgado y sus alrededores, y, lógicamente, las orcas del título. Por supuesto, se trata de una película: vuelve sencillo lo que seguramente fue más complicado, tiene toquecitos for export (música, mate, fiesta criolla, lobos marinos); Furriel y Maribel Verdú son más lindos que los protagonistas reales, también la cabaña del guardafauna es muy bonita; en fin, nada que reprochar seriamente. Son cosas que hacen agradable la vista, y además ¿a quién no le gustaría que Maribel Verdú se instale unos días en su cabaña?
El faro de las orcas: refugio patagónico En la península Valdés vive Beto, un guardafauna cuya soledad es sólo mitigada por una familia de delfines que transitan junto a su faro. Su existencia se ve conmovida por Lola y Tristán, una mujer española y su pequeño hijo autista. La madre decidió emprender el viaje para intentar comunicarse con el niño a través de su entusiasmo por las orcas. Cuando la relación de la madre con Beto se transforma en un romance inesperado, él se convierte en un amigo y cómplice de Tristán. Bello y cálido, el film contó con la acertada dirección de Gerardo Olivares. Maribel Verdú, Joaquín Furriel y Joaquín Rapalini Olivella lograron introducir a sus personajes el candor necesario para iluminar esta enternecedora trama.
Al final, las ballenas asesinas eran tiernas En esta coproducción hispano-argentina, la historia, los diálogos y las actuaciones no están a la altura de los paisajes y los cetáceos. El español Gerardo Olivares se caracteriza por dar en sus películas un lugar preponderante a la Naturaleza y los paisajes exóticos. Lo hizo en una veintena de documentales de viajes para cine y televisión, y también en sus cinco ficciones: las tres últimas –Entrelobos, Hermanos del viento y esta, El faro de las orcas- constituyen, además, una trilogía sobre la relación entre el hombre y los animales. Inspirada en la historia real del argentino Roberto Bubas (es una adaptación de su libro Agustín Corazonabierto), aquí explora el vínculo entre un guardafauna de Península Valdés, las orcas y un chico autista. Joaquín Furriel es Beto, ese hombre hosco que vive en medio de la nada, en un acantilado al borde del Atlántico, con un caballo y los cetáceos como ocasional compañía. Un día caen a su cabaña una mujer (Maribel Verdú) y su hijo autista, llegados de España: viajaron porque el niño reaccionó al ver a Beto en un documental sobre las orcas, y ella cree que el contacto con esos bichos puede ayudarlo. No hace falta mucha perspicacia para adivinar lo que sigue. Filmada en Chubut y las Canarias, los escenarios naturales son lo mejor de la película, así como las impactantes escenas en las que aparecen las orcas –reales o creadas por computadora-, jugueteando tiernamente o devorando sin piedad lobos marinos. Estas secuencias contrastan con la historia, que no está a la altura y termina pareciendo una excusa para mostrar la inmensidad patagónica y la fauna marina. Se supone que debemos emocionarnos con la evolución del chico, las dificultades de su madre y la sensibilidad del guardafauna, pero eso no sucede. La trama transita por lugares comunes, muchas de las situaciones están forzadas, y tanto los diálogos como las actuaciones son demasiado acartonados: todos esos elementos impiden que el gran objetivo de la película –conmover- se cumpla.
Esta semana llegó finalmente la co-producción española-argentina, dirigida por Gerardo Olivares y producida por Lucía Puenzo, que también participó en la escritura del guion. Gerardo Olivares, quien viene más del ámbito documental, decidió lanzarse a esta historia de ficción que adapta el libro “Agustín Corazón Abierto” de Roberto Bubas. Dicho libro está basado las experiencias del autor como guardafaunas en la región de Península de Valdés, y dichos acontecimientos son los que va a tomar, con algo de libertad, el film del cineasta español. La película fue filmada, en parte, en la misma península y está protagonizada por Joaquín Furriel y Maribel Verdú. La cinta narra la historia de Lola (Verdú), que viaja con su hijo autista, Tristán, hasta el fin del mundo para encontrarse con Beto (Furriel), un guardafauna que tiene una relación muy especial con las orcas salvajes en la Patagonia Argentina. El motivo del viaje es la extraña empatía y respuesta de estímulos que tuvo Tristán ante las orcas. Lola busca a toda costa mejorar la calidad de vida de su hijo, y la respuesta parece residir en la relación de él con la naturaleza, haciendo que sus vidas cambien para siempre. Nos encontramos ante un bello y cálido film que tiene un buen elenco para salir adelante, al igual que una sensible dirección de Olivares que demuestra verdadera maestría para retratar la naturaleza, los animales y los sentimientos de soledad, lejanía y las cualidades inherentes al paisaje salvaje de la Patagonia argentina. Quizás por momentos la trama transita por lugares comunes y se lo nota más cómodo al director, presentando y describiendo la belleza salvaje de las playas, los acantilados y los animales en acción, que dirigiendo a los seres humanos. Sin embargo, Olivares se mete de lleno en la introspección del chico autista para mostrarnos su visión de las cosas. En resumen, “El Faro de las Orcas” es un film técnica y visualmente logrado, que apela a la sensibilidad del espectador a través de un melodrama con cierto mensaje ecológico. La actuación de Rapalini Olivella, que con esta película hace su debut cinematográfico, eleva la cinta que, a pesar de sus lugares comunes y clichés, logra entretener y conmover al espectador. Puntaje: 3,5/5
Es más una película europea filmada en suelo argentino, con protagonista y detonante de la trama argentinos, con un productor y su hija, exitosísimos, también argentos pero el hecho es que "El Faro de las Orcas", es una coproducción y se estrenó comercialmente, primero en España y ahora, llega a nuestras pampas para contar esta aventura que tiene, como decía una base de realidad y lo demás es un relato ficcionado para la ocasión. Los paisajes de la Patagonia argentina son el escenario imponente, con Roberto ‘Beto’ Bubas, un guarda fauna que creció en la cordillera pero su atracción por el mar y los documentales de Jacques Cousteau, lo llevaron a la costa para quedarse definitivamente allí. En la vida real, el hecho es que Bubas, como biólogo marino, comenzó a estudiar a las orcas, mal llamadas “ballenas asesinas” ya que pertenecen a la familia de los delfines. De todas maneras, la investigación de Bubas comenzó por la técnica de caza de estos animales imponentes que se acercaban tanto a la costa con riesgo de quedar varados, solo para atrapar a los lobos de mar que por esas playas pululan. Más aún, comenzó a conectarse y tener un vínculo con una familia de orcas que se presentaban cuando Beto las llamaba con su silbido o con los sonidos de una armónica. Los hechos de este excéntrico muchacho, llegaron a oídos del gobernador de ese entonces, cuando Bubas comienza su historia con Shaka, la orca que dicen que lo salvó de una tragedia donde fallecieron su hijo y su esposa, este funcionario quiere echarlo porque teme que se ponga en peligro a los turistas por tamaño atrevimiento. Sin embargo, parece que en la vida real todos apoyaban la labor del guarda fauna y Bubas se afincó en ese lugar inhóspito y al mismo tiempo fascinante. En la peli, un día, un niño con autismo y su madre, se presentarán en ese lugar del que Beto es el re, pero al mismo tiempo el único habitante junto a las orcas y su caballo. El asunto es que Tristán (en la vida real, el niño que hoy ya es un hombre es el Agustín del título del libro que escribió Bubas, "Agustín. Corazón Abierto" en el que se basa la película) y su madre, Lola, hacen que la rutina de Beto se vea trastocada. Tristán, un niño español, vio en un documental a las Orcas y a Beto en acción, él nunca se había emocionado o exaltado frente a la pantalla de la tele, en esa ocasión sí y deciden, no sin dificultades ir al encuentro del guarda fauna para ver si la mejoría de Tristán al relacionarse con las imágenes de las orcas por la televisión, se hacía mayor al entrar en contacto con las verdaderas. Las historias de estas tres personas se irán uniendo cada vez más, será un aprendizaje para todos y la naturaleza sorprenderá, librándose de etiquetas. Es impecable la fotografía de Mercedes Alfonsín, que retrata esas aguas azules, esos acantilados azotados por el viento, los colores, las distancias que podemos encontrar en ese rincón del país. Por otra parte, los Puenzo, Luis, el padre productor y ganador del Oscar como director de La Historia Oficial, y su hija Lucía, la guionista de este filme (directora de XXY), son una garantía de buen cine. Además, es increíble el parecido físico de Joaquín Furriel con Roberto Bubas, y es un intérprete con la calidad humana que merece el rol; Maribel Verdú, se emociona cuando cuenta que en tantos años de rodajes, nunca lloró como en esta ocasión que movió sus cuerdas más íntimas representando a una madre que ya no sabe qué más hacer para que su hijo tenga conexión con el mundo, incluso enfrentándose a su propia familia y; en tercer lugar, hay sin duda que reparar en la increíble actuación de Quinchu Rapalini, la chispa que encenderá la ternura en los espectadores. Párrafo aparte para la dirección de Gerardo Olivares, (Entrelobos, Hermanos del Viento), que no sólo tuvo que hacer una puesta en escena que incluyera actores de carne y hueso sino que el desafío se planteaba en las escenas en que aparecerían las orcas. Vamos a quitar un poco de la magia, aunque cuando lo vean en pantalla no lo van a creer, pero la mayoría de las tomas con estos animales son con animatronics y los responsables de estas maravillas mecánicas son los que se llevaron un Oscar por los FX de El Laberinto del Fauno, David Martí y Montse Ribé fueron los supervisores del equipo, con el respaldo de los efectos digitales de Javier Bollaín y Raúl Romanillos.Su sensibilidad por los temas sociales y de naturaleza, se hace notar en el trabajo que tuvo con los actores de este film y cómo los encaminó a sacar lo mejor de sí, sobre todo en el caso de Joaquín Furriel, que venía de recuperarse de un ACV y con temor de perderse en alguna escena. No es meramente un film que despierte la conciencia sobre la ecología, -Roberto Bubas es un ferviente defensor de las orcas en libertad-, sino también sobre síndromes como el del autismo y cómo los padres pueden lograr la estimulación de sus hijos atendiendo hasta la más mínima señal pero sin abrumarlos en la sobre protección. Es una peli para ver en familia y disfrutar, no tiene golpes bajos sino un mensaje de esperanza para todos. Mensaje que, como dijo Joaquín Furriel, también invita a mirar hacia esa provincia de Chubut, azotada por las inundaciones en Comodoro Rivadavia y que justamente, y muy cerca de allí, en Puerto Madryn, que es donde se encuentra este santuario natural de fauna marina, se hará el estreno oficial con el equipo de la película y seguramente Roberto Bubas, para que la cultura no sea indiferente con esta realidad.
El faro de las orcas, de Gerardo Olivares El autismo es una enfermedad que padecen miles de niños en el mundo y se caracteriza por la imposibilidad de establecer vínculos con otras personas, incluso con los miembros de su propia familia. Son niños hiper sensibles y desarrollan una inteligencia emocional que pocos pueden comprender (y practicar). El cine, por su parte, con su misión no sólo de entretener sino también de educar y sociabilizar, es esta vez el encargado de transmitir el mensaje que El faro de las orcas desea divulgar; un mensaje de esperanza y solidaridad. El nuevo film del español Gerardo Olivares presenta la historia de una madre que cruza el océano en búsqueda de un tratamiento para su hijo con autismo. Llegados al confín de la Patagonia argentina se encuentran con Beto (Joaquín Furriel) un fotógrafo cuidador de la reserva natural de orcas que vive al pie del faro a metros de la costa. En soledad y acostumbrado a vivir aislado rechaza la presencia de Lola (Maribel Verdú) y Tristán, hasta que la empatía con el niño y la incipiente relación con la madre lo convencen de que debe cumplir su tarea. ¿Podrán las orcas curar a Tristán? Olivares retrata en el Faro de las orcas una paisaje sureño soñado de la mano de imágenes dignas de los documentales de la National Geogrhapic y una puesta en escena austera que hacen del film no sólo un conjunto de bellas imágenes sino también, y sobre todo, una radiografía autóctona de la vida en la Patagonia. A su vez, se compromete al tocar un tema tan delicado (y poco tratado en el cine) como lo es el autismo, y sale triunfante cuando logra despegarse de los lugares comunes y ofrecer una mirada sensible y realista de la enfermedad que afecta a millones de niños en el mundo. Con actuaciones medidas pero fieles al tono que la película logra crear, El faro de las orcas parece querer contar algo más allá de su trama. Tal vez, ofrecer un mensaje de esperanza a todos aquellos padres que luchan día a día para mejorar la vida de sus hijos, pero también plantear una mirada diferente acerca de la medicina tradicional y los tratamientos alternativos aportando material de archivo para compartir con toda la sociedad. EL FARO DE LAS ORCAS El faro de las orcas. Argentina, 2017. Dirección: Gerardo Olivares. Intérpretes: Joaquín Furriel, Maribel Verdú y Joaquín Rapalini. Fotografía: Oscar Durán. Montaje: Iván Aledo. Duración: 110 minutos.
La novela “Agustín Corazón abierto”, de Roberto Bubas, es llevada al cine por el documentalista Gerardo Olivar es quien logra captar muy buenas imágenes, desde lo emocional, además se va apoyando con el gran atractivo que le da su fauna, paisaje y con cierto toques poéticos. Construye un interesante personaje en el que se luce Joaquín Furriel (tuvo la posibilidad de charlar con el verdadero protagonista Roberto "Beto" Bubas), están correctos: Joaquín Rapalini Olivella y la española Maribel Verdú (aunque por momentos no convence demasiado).Tiene un ritmo pausado, contiene mensajes ecologistas y abunda en metáforas (como el guante negro, el caballo blanco, entre otras). El elenco secundario lo integran: Ana Celentano, Osvaldo Santoro, Federico Barga, Ciro Miro, Alan Juan Pablo Moya, Zoe Hochbaum y Juan Antonio Sánchez. Cabe destacar que Luis Puenzo formó parte de la producción y su hija Lucía participó en el guión. Dentro de los créditos finales se muestran una serie de fotografías que corresponde a los personajes reales en la Península de Valdés, Chubut.
El Faro de las Orcas: conmovedora historia de vida Basada en una serie de hechos reales ocurridos en la provincia de Chubit, esta co producción con España cuenta con una soberbia actuación de Joaquín Furriel y un gran trabajo de efectos especiales Si de algo hay que estarle agradecido a Adrián Suar es de haber lanzado definitivamente a la fama a Joaquín Furriel con “Soy Gitano” que ya venía desarrollando una interesante carrera desde años anteriores. El talento interpretativo de este actor crece con cada película que hace y “El Faro de las Orcas” es una buena muestra de este argumento. La película dirigida por Gerardo Olivares tiene su génesis en “La Puta y la Ballena”, un film de Luis Puenzo rodado en 2004 y que despertó el interés del productor José María Morales por la historia de Roberto “Beto” Bubas, un guardafauna al que conocieron en ese inhóspito lugar y que es autor de la novela en la que está inspirada el guión. El proyecto tardó 12 años en materializarse hasta que Olivares –realizador de la premiada “14 kilómetros” sobre la inmigración africana- se hizo cargo contando con capitales españoles y argentinos. La película está inspirada en hechos ocurridos en la localidad patagónica de Península Valdés (Chubut). Furriel interpreta a Beto, el guardafauna de Punta Norte cuya soledad es mitigada, cada tanto, por la llegada de orcas, y en especial con Shaka, con la que tiene una especial relación. Hasta su casa llegan desde Madrid una mujer (Maribel Verdú) y su hijo autista (Joaquín Rapalini) que desde que vio a Beto interactuar en el mar con las orcas en un documental en TV busca conocerlo. Si bien en un comienzo Beto se muestra un tanto reacio a recibir a los visitantes, con el correr de los días se va encariñando con el niño… y también con su madre. Sin embargo, los acontecimientos se precipitan de tal manera que la posibilidad de que Tristán mejore de su condición se ve lejana. La película se presenta con un melodrama con todas las letras pero con el agregado de una maravillosa fotografía que convierte cada paisaje patagónico en algo épico y efectos especiales de última generación para las escenas en las que los actores “interactúan” con las orcas, que en realidad son animatronics. Furriel se toma muy en serio su trabajo y no sólo rema, nada y realiza todas las tomas acuáticas sino que también se anima a andar a caballo, con lo que su interpretación se ve notablemente enriquecida. Verdú y Rapalini también se llevan mucho mérito a la hora de otorgarle calidez y emoción a la historia, en tanto que Osvaldo Santoro realiza una serie de puntuales intervenciones que le agregan a la película el drama necesario para que el relato se mantenga vivo y no dependa sólo de las fantásticas tomas.
Una historia de códigos compartidos. La película de Gerardo Olivares tiene como protagonistas a un guardafauna ermitaño, una madre española, su hijo con autismo y una orca entrañable. En la relación de los personajes hay una dosis de verdad que trasciende la mera suma de tópicos gancheros. Como se sabe, el cine industrial suele construir sus historias apelando a fórmulas dramáticas y “pernos” narrativos, que bien ajustados permiten, se supone, hacer andar la máquina. Pero un relato cinematográfico no es una máquina inhumana: para no bajarse y tomarse otro, el espectador necesita creer que en ese rodado viaja gente de veras. No es lo mismo gente que actores: actores pueden ser simples muñequitos al servicio de ideas, guiones, tramas o efectos especiales. En la pantalla tiene que haber gente en la que el espectador pueda proyectarse: el cine es un fenómeno de proyección. Últimamente, algunas películas industriales logran traspasar el carácter inhumano que de por sí define a esa clase de cine. El de El faro de las orcas es un caso, con la particularidad de que ese traspaso se da en el curso mismo, dejando ver las dos versiones: la maquinal y la que no lo es. Los pernos de esta coproducción hispano-argentina –basada en una novela y dirigida por el andaluz Gerardo Olivares– son Beto, un ermitaño guardafauna de Península Valdés (Joaquín Furriel), Lola, una bonita española (Maribel Verdú) y el hijo de ésta, un niño de once años llamado Tristán, que padece de autismo (Quinchu Rapalini). Lola ha viajado estos 16.000 km junto a Tristán porque viendo en televisión un documental en el que Beto jugaba con unas orcas, detectó en su hijo una emoción inusitada, y tiene esperanzas de que el contacto con esos cetáceos permita su curación. Todo está preparado para encajar: el guardafauna buenmozo y solitario, la bella mujer separada, la posibilidad de curación de un mal grave, siendo el cine tan afecto como es a toda forma de superaciones, segundas oportunidades y curaciones, y hasta la orca amiga de Beto, que acude presta al llamado de su armónica (¡como si fuera el fiel alazán de algún cowboy!), para dejarse acariciar por su “amigo costero”, como el propio Beto se denomina (¿son en verdad las orcas tan sociables con los humanos como los delfines?). Y esos dos solitarios que son Beto y Tristán, que tal vez puedan encontrarse más allá de las barreras del comportamiento. Todo esto conforma El faro de las orcas-máquina. La diseñada en distintas computadoras, teniendo en cuenta estadísticas sobre gustos del público. Pero en algún punto se produce una conspiración entre el realizador y sus actores, que no subvierte ese diseño pero le provee una verdad que no tenía. Entonces las miradas entre Furriel y Verdú hacen creíble lo que hasta ese momento era pura imposición de guion, un gesto de Tristán se convierte en encantador código compartido entre los tres, puede creerse que el chico huya a caballo y se interne en el mar en busca de su nueva amiga, y que ésta lo reciba también como tal, abriendo su bocaza no para devorarlo sino para festejarlo, emitiendo esa clase de ultrasonido típica de los delfines. Y que el guion, coescrito por Lucía Puenzo, tenga la delicadeza de dejar la relación de Beto y Lola en estado de suspensión. Al que habría que darle un tirón de orejas es al compositor Pascal Gagne, cuya banda sonora no para casi un minuto.
Ver para creer El cineasta y guionista español Gerardo Olivares debuta en la cartelera nacional con su El Faro de las Orcas (2017), un drama basado en hechos reales que completa su trilogía dedicada a la relación hombre-animal con el objetivo de remarcar cómo a partir de esta conexión con la naturaleza el hombre logra redescubrir sus capacidades; temática también abordó en la exitosa Entrelobos (2010) y luego en Hermanos del Viento (2015). Sin embargo, en esta ocasión presenta una nueva arista: la conexión entre el reino animal y los niños con capacidades diferentes. Es una historia de amor inspirada en la novela Agustín, Corazón Abierto, del guardafauna Roberto Bubas, donde cuenta su peculiar relación con las orcas y cómo este mamífero marino salvaje es capaz de producir estímulos en niños con autismo y despertar en ellos una mejor relación con el mundo que los rodea. Pero la premisa no muere en la génesis del proyecto: si bien cuenta la relación que Beto tiene con las orcas no es una simple adaptación de la novela autobiográfica. La trama avanza y focaliza su atención en la psiquis de los personajes. Para empezar, Lola (Maribel Verdu), cómo una joven madre soltera que viaja desesperada desde Europa hasta la Patagonia argentina para encontrarse con el biólogo Beto Bubas (Joaquín Furriel). Él podría ayudar a que su hijo autista Tristán (Quinchu Rapalini) se recupere del síndrome de Asperger, ya que milagrosamente un buen día el niño vio a Beto jugar con las orcas en un documental de televisión y, a partir de ese momento, demostró una extraña empatía y respuesta de estímulos. Sobre este eje gira el guión que pivotea entre el último recurso de Lola para encontrar una terapia alternativa que despierte a Tristán de su mundo interior y, cómo este pequeño cambia la vida de todos, incluso la de Beto a raíz del amor, el respeto y la admiración que todos sienten por estos animales. Al mismo tiempo, es interesante cómo se interpela lo sentimental al jugar con la soledad que ambos sienten en el mismo espacio-tiempo: Beto al permanecer en un lugar alejado del mundo, y Lola, que pese a tener a su hijo, se siente en soledad, hasta que algo ocurre en esa interacción con el mundo animal que les cambiará esta visión. No sorprende que Olivares haya aceptado llevar esta historia de vida a la ficción: siempre presenta a la madre naturaleza y su entorno como único refugio y lugar en el mundo, al que se debe proteger por estar en constante peligro de extinción. En este sentido, resulta interesante ver cómo desmenuzó el hilo conductor de la historia para llegar a la vida de Tristán. Es desde el documental que emerge el rodaje, y éste tinte se hace presente a lo largo de la película gracias a la capacidad de Olivares de llevar a buen puerto documentales para televisión. El director se inspira y apoya netamente en ése material de archivo donde se ve cómo el guardafauna Beto vive y se desvive por los animales, pese a la existente ley que prohíbe el acercamiento del ser humano hacia ellos, para retratar el documental del documental. Aquí lo que nutre al guión justamente es rever por qué está prohibido el acercamiento teniendo en cuenta la historia peculiar de Tristán. El film sirve como instrumento para poner sobre la mesa temas como autismo que, resaltan, no es una enfermedad sino un desorden en el cerebro. Sin duda, en esta historia la herramienta del documental es el balón de oro para que Tristán gane el partido, pero técnicamente hubiese sido imposible llevarlo a cabo sin el enorme trabajo del equipo de producción, a cargo del productor Luis Puenzo, ganador del Oscar a Mejor Película Extranjera con La Historia Oficial (1985) que supo dónde poner el ojo para dar rienda suelta a este tipo de cine pocas veces visto en materia nacional por la complejidad de filmar con animales salvajes y hoy es posible gracias a animatronics. Para esta coproducción entre España y Argentina se utilizaron dos animales para emular los movimientos salvajes de la orca: una cabeza de orca que movía la boca y el “submarino orca” a escala real de 6 metros, ambos construidos por David Marti, multipremiado por el maquillaje y los efectos de especiales de films como El Laberinto del Fauno. Este trabajo en conjunción a las locaciones paradisíacas en los escenarios naturales de Camarones, Península Valdés, las Islas Canarias y Fuerteventura, hacen que la película cobre vida. La dupla que encarna los protagonistas no podía pasar desapercibida: la española Maribel Verdú y el talentoso actor Joaquín Furriel, que vuelve al ruedo con una performance impecable en la encarnación de Beto y demuestra que, luego de 100 Años de Perdón (2016), donde interpreta un delincuente, es capaz de desenvolverse en cualquier personaje. Ambos intérpretes logran transmitir la magia de la naturaleza y despertar todos los sentidos mediante escenas donde se ve cómo Beto se zambulle en el mar, llama a las orcas con su armónica y juega con ellas mientras el niño contempla la escena y comienza a contactarse con la naturaleza, a tal punto que despierta en él nuevos estímulos. Al elenco lo completan el pequeño Joaquín Rapalini, Ana Celentano, Ciro Miró, Osvaldo Santoro, Federico Barga, Zoe Hochbaum y los trelewenses Juan Antonio Sánchez y Alan Moya. El Faro de las Orcas es una caricia al alma y cumple en materia de producción artística, sonora y actoral. Podría deducirse, quizás, que Olivares siembra con este trabajo la esperanza de aportar luz en este terreno incierto pocas veces visto en cine nacional. El realizador, fiel a Beto, desliza en su largometraje el siguiente mensaje “Hay gente que no quiere entender aquello que no entiende y otra que no quiere entender aquello que le molesta”, e invita al público a disfrutar de una película en familia que deja una enseñanza y emana amor y ternura.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
Paz en el fondo del mar La Patagonia argentina es el escenario que atraviesa toda la historia de “El faro de las orcas”. Porque sólo desde ese lugar, desde ese paisaje y desde ese espacio tan bello como salvaje, se puede entender la angustia y la desolación de los tres protagonistas. Beto (Furriel) es un guardafauna hosco, de pocas palabras, que sólo sonríe cuando tiene delante suyo a Shaka, una orca con quien lo une un vínculo entre afectivo y místico. Beto es un estudioso obsesivo de la vida de las orcas, y está convencido que esa especie marina puede estimular la comunicación humana. Incluso difundió públicamente ese mensaje, que no es visto con tanta alegría por las autoridades patagónicas. Osvaldo Santoro es quien representa al antagonista, y es quien amenazará a este guardafauna con trasladarlo a otro destino si sigue promoviendo ese “peligroso” acercamiento humano al mundo animal. En este contexto aparece Lola (siempre impecable Maribel Verdú), quien llegará desde España a este paisaje perdido en el mundo junto con su hijo Tristán, que es autista. Ella comprobó que su hijo movió las manos, como signo de alegría, cuando vio en televisión cómo Beto se comunicaba con las orcas. El vínculo entre los tres no tardará en llegar a buen puerto, quizá lo más cuestionable por lo previsible. Sin embargo, la historia toma otra dimensión cuando sobre el final se atestigua que se trata de un caso real, lo que le quita esa mochila de endulzar el relato con que se le puede caer al realizador. Olivares tiene experiencia como documentalista y aprovechó ese pulso en beneficio de la imagen, en la que combinó realidad con tecnología. La película habla de la búsqueda de la felicidad y los motivos íntimos por los que se recurre a la naturaleza como metáfora de la paz.
El faro de las orcas, film dirigido por Gerardo Olivares, está basado en una historia real ocurrida en la Península de Valdés, que luego sería registrada en el libro “Agustín Corazón Abierto”. En primer lugar el film nos presenta a Beto (Joaquín Furriel), un solitario guardafauna que vive junto al faro, y que pasa sus días en compañía de las bellas orcas, a quienes considera su familia. Un día mientras Beto intenta auxiliar a un lobo marino conoce a Lola (Marivel Verdú), una mujer española que ha llegado hasta ese inhóspito pero calmo lugar, junto a su hijo Tristán (Quinchu Rapalini). Lola le explica a Beto que su hijo tiene un trastorno del espectro autista y que debido a eso, ella ha visitado a muchos especialistas y han abordado diversas terapias, pero nada funciona. Sin embargo, estando en Madrid, luego de ver documental de National Geographic sobre el trabajo que el guardafuanas realizaba con las orcas, Tristán mostró signos de felicidad y emoción, algo poco usual en niños con este padecimiento, por lo que Lola halló una pequeña esperanza para su hijo y su mejoría en ese lejano lugar. Beto al principio se resiste, pero luego observa como la percepción del niño cambia en relación a las orcas, por lo que poco a poco no sólo decide ayudarlo a acercarse a las orcas -alqo que esta prohibido y por lo que Beto arriesga su trabajo-, sino que comienza a brindar herramientas para que Tristán -que mantiene una relación de apego cuasi patológico con Lola- pueda manejarse solo. En el medio está la madre, quien entre desbordada y desesperada, protege a capa y espada a su hijo y con esa protección, con esa acción de tomarlo como un-objeto-a-proteger más que a un sujeto al que acompañar, inconscientemente frustra muchos de los posibles progresos del niño. De esta forma, El faro de las orcas retrata muy bien no sólo el padecimiento que Tristán atraviesa, sino también el miedo de esa madre, miedo a volver a confiar, miedo al cambio y miedo a las críticas que recaen sobre ella por su sobreprotección desmedida. En ese sentido, Beto viene a funcionar como una cuña que permite que ambos se separen, en pos de comenzar a trabajar la autonomía y confianza del niño, y correrlo de ese lugar de niño frágil o débil en el que la madre lo ha puesto. Desde los aspectos visuales y técnicos, la película resulta impactante y emocionante, ya que permite reflexionar y valorar a la naturaleza en su máxima expresión, rozando así el género documental. Sin embargo, el relato recae cuando se aborda -previsiblemente- una historia de amor entre Beto y Lola, cargada no sólo de lugares comunes, sino de diálogos torpes plagados de sentimentalismo. El faro de las orcas resulta una película bella y emotiva, que narra mucho más que la relación de Tristán con las orcas, ya que muestra como cada uno de los personajes aborda su propio proceso de mejoría, frente a resistencias pasadas. El mensaje final es claro, mientras sea por la vía del amor, hasta lo imposible puede ser un poco más posible.
UN LUGAR EN EL MUNDO Una película como El faro de las orcas, coproducción hispano-argentina dirigida por Gerardo Olivares, gana en verdad cuando concluimos que la suma de sus partes un tanto dudosas, terminan construyendo un relato aceptable y que está por encima de sus posibilidades. A saber: un niño autista, un hombre hosco y solitario, una mujer igual de solitaria y algo dolida, una cierta tendencia al paisajismo, y una estereotipada mirada sobre la naturaleza como bálsamo que reconforta los conflictos interiores. Con todo esto podíamos esperar una película manipuladora, cuyo motor se movilice gracias al transitar de emociones simples, lugares comunes y buenas intenciones. Y si algo de eso hay, también es cierto que tanto el realizador como sus intérpretes (Joaquín Furriel, Maribel Verdú, Quinchu Rapalini) logran aminorar los efectos ampulosos de la historia y exhibir una verdad bastante pudorosa. En El faro de las orcas una mujer española llega a la Patagonia argentina para contactarse con un guardafauna que se vincula con las orcas de manera directa, contrariando a las autoridades que se molestan con esta actividad. La mujer jura que, al verlo en televisión, su hijo autista manifestó emociones que no había demostrado anteriormente. El objetivo es entonces realizar, en el contacto con las orcas, alguna terapia que permita a su hijo mejorar su situación. La película continúa algunos carriles previsibles: en el comienzo, el guardafauna se muestra como alguien duro, inaccesible, que progresivamente va dejando caer su cáscara para mostrarse humano. Igual que la mujer, que de a poco va ganando confianza y abriéndose a una posible relación sentimental. Se trata de personajes lastimados, con dolores del pasado que se van revelando de a poco. Esa falta de apuro para instalar conflictos marca un poco la sabiduría del director. Tanto Furriel como Verdú componen sus personajes con inteligencia: él aporta una fisicidad que funciona tanto en el drama introspectivo como en los esporádicos momentos de aventura o suspenso, donde se convierte en una suerte de héroe mínimo. Ella, por su parte, carga con el mayor peso emocional, exteriorizando sus conflictos, trabajando con sutileza una cuerda en la que resulta tan débil por dentro como fuerte en esa coraza que construye a su alrededor. Y si por momentos Olivares se tienta ante el paisajismo, también es cierto que logra incorporar el espacio como un personaje más, e incluso desarrollar ese verosímil particular (casi fantástico) que aporta el contacto de los protagonistas con la fauna marina de una manera bastante acertada. El faro de las orcas es un drama que no fuerza situaciones para generar una empatía tramposa, sino que juega sus cartas en los lazos que construye, además de utilizar recursos de un cine contemplativo tanto como del mainstream con bastante coherencia. Y se vale de mínimos recursos de guión para ir movilizando una trama que puede padecer cierto quietismo, generando los giros necesarios que alcanzar algún tipo de definición no del todo conclusiva ni asertiva.
Una mujer (Verdú) con un hijo autista viaja de España a las costas de la Patagonia en busca de algo así como una cura. Lo que encuentra son orcas, al hombre que las cuida (Furriel) y un paisaje que es también metáfora de libertad. Más allá de cierto paisajismo y lugares comunes, el film está contado con corazón y nervio, y nos vuelca hacia sus personajes. Verdú, como corresponde, está perfecta.
El Faro de las Orcas: la realidad y ficción unidas. La película “El Faro de las orcas” se estrena mañana en los cines argentinos. El proyecto es una coproducción española-argentina filmada en escenarios naturales de Península Valdés y está protagonizada por Joaquín Furriel y Maribel Verdú. La ficción y la realidad se unen en el film dirigido por Gerardo Olivares y producido por Luis Puenzo. La película cuenta una historia basada en el libro “Agustín Corazón Abierto” del guardafaunas Roberto Bubas, el cual está basado en una historia real que ocurrió en Península Valdés en 1998 por lo tanto fue filmada en el mismo lugar y España. La historia de la película transcurre en torno a Tristán, un niño autista cuya madre, Lola, decide emprender un viaje de 10.000 kilómetros juntos ya que él reacciona efusivamente cuando ve a Bubas en un documental por televisión. Un hombre primordial en la historia ya que no solo tiene una gran relación con las orcas, sino que ayuda al niño. Joaquín Furriel, desde su actuación como Bubas, remarcó en una entrevista televisiva: “Había una escena en la que el personaje cuenta gran parte de su historia. Hay un trabajo muy importante con las emociones. Cuando uno entra a una escena, si vos te pasás de emoción está mal resuelta la escena. Tenés que tener un gran control de cuánto comprometer de tu emoción para también darle espacio al espectador. Ni hablar en cine. Para que el espectador pueda involucrar su propia historia”. El rodaje de la película fue en paisajes de la Patagonia y también en España. Las Islas Canarias fue donde un equipo técnico de primer nivel puso en el agua un animatronic, es decir una reproducción a tamaño natural de una orca, con movimientos y características que permitieron filmar las tomas de interacción entre los protagonistas con estos grandes cetáceos. “Es una película de apariencia sencilla, pero de una enorme complejidad técnica, y en el guión lo que hicimos fue ir sacando lo superfluo para que el público recibiera más directamente este relato de una madre que llega a Península Valdés para encontrarse con Beto”, explicó José María Morales, productor del film. Desde el mundo real, el niño en el que está basado el libro es un joven argentino sordomudo con tendencia autista y ya supera los 20 años. Él logro integrarse a la sociedad y la película refleja cuando a sus siete años cuando conoció a Bubas y pudo a partir de allí acercarse al mundo no solo de las orcas, sino que también a la realidad. Además de Furriel y Verdú, en el elenco de la película participan reconocidos actores Joaquín Rapalini, Ana Celentano, Ciro Miró, Osvaldo Santoro, Federico Barga, Zoe Hochbaum y los trelewenses Juan Antonio Sánchez y Alan Moya. “El Faro de las orcas” ya fue estrenada en España a mediados de diciembre del 2016 y fue difundida este mes por Netflix de México. Luego de la recorrida internacional, en América Latina la película la distribuirá Disney y se estrenará en todos los cines de Argentina, incluido el de Puerto Madryn.
Película edificante. Basada en una novela que cuenta una historia real. Una madre española viaja con Tristán, su hijo autista, hasta la Patagonia. Ella ha visto que Tristán ha reaccionado favorablemente cuando por TV un documental de la Patagonia sobre un guardafauna, Beto, que tiene un vínculo especial con las orcas. Y hacia allí viaja. Ella es una madre separada y triste. Y Beto, un ermitaño que ha perdido un hijo y prefiere refugiarse en la soledad y el silencio. Como siempre sucede en el cine, la relación empieza siendo hostil, pero al final todo cambiará. No sólo al nene le cuesta sentir. Ellos también prefieren estar callados y aislados. No es el único lugar común. Y bueno, entre los tres, ayudados por la orca,otra solitaria, se las arreglarán para ir descubriendo algo de luz entre vidas tan sombrías: el nene se reanima, la mujer y el Beto también, la orca ayuda y el único que complica las cosas es un funcionario -¡cuándo no!- demasiado molesto. Historia emotiva a la que le falta intensidad y rigor. Todo suena muy armado. Algunos pincelazos costumbristas y un reencuentro con la naturaleza redondean una historia tan edificante como previsible.
En la solitaria costa de Chubut, donde el mar frío y azulado se reposa mansamente contra los acantilados arenosos, y el viento es el único testigo de todo lo que sucede alrededor, vive Beto (Joaquín Furriel) al pie de un faro, guía de los barcos. Basada en una historia real, aunque se hayan tomado varias licencias con respecto al libro original para que el relato sea más cinematográfico, el director Gerardo Olivares nos lleva hacia las cercanías de uno de los lugares turísticos más visitados de la Argentina como lo es Puerto Madryn y la Península de Valdés. Allí Beto vive solo, es guardafauna, se dedica al cuidado y preservación de los lobos marinos, orcas, ballenas, etc. Su obsesión son las orcas, las mira, las admira, las reconoce, les saca fotos, estudia sus comportamientos y mantiene un contacto cercano con ellas, pese a que hace dos años le prohibieron hacerlo. Su vida es rutinaria, pero está feliz con lo que hace, no necesita nada más. Pero todo se altera con el arribo desde España de Lola (Maribel Verdú) y su pequeño hijo Tristán (Quinchu Rapalini) quienes llegan sorpresivamente a la casa del protagonista sin haberse conocido previamente. Desde el primer momento el gesto serio y adusto de Beto, apoyado por su tratamiento hosco y distante con los visitantes, provocan los primeros conflictos. Lola llevó a su hijo que padece autismo para tratar de que Beto lo ayude, porque la única vez que lo observó interesarse por algo fue cuando lo vio en un documental interactuando con las orcas. Es su última esperanza, ya que el padre del chico los abandonó hace tiempo, y no tiene en quien apoyarse. Pero algo cambió internamente en el distante guardafauna que se decidió a ayudarlos, y la relación cambió, toda la historia se volvió previsible. La evolución de Tristán fue notoria día a día, la relación de los adultos entre sí, también. La demostración de las habilidades que tiene el protagonista le llama la atención tanto a la madre como al chico. La relación entre los tres crece y el incipiente amor se avecina, pero no se concreta. El ritmo de la película es cansino, tal vez para estar acorde al lugar de la realización. Los diálogos carecen de fluidez, en la boca de Beto, por sus características está bien que hable así, pero en los demás personajes no, suena demasiado acartonado. Por otro lado, el envío de una carta del padre del chico, denunciándola por habérselo llevado, es bastante tirada de los pelos. Primero porque él los abandonó, y segundo, si la potestad es compartida, tendría que haber firmado una autorización para que el chico pueda salir del país. Estos motivos hacen empalidecer un poco este film, que tuvo un buen comienzo, con una gran producción detrás, pero que no tienen que subestimar al espectador para que la historia fluya sin inconvenientes.
Joaquín Furriel y Maribel Verdú protagonizan El faro de las orcas, un drama ambientado en la Península de Valdés y basado en la historial real del guardafauna Roberto Bubas. ¿Dé que se trata El faro de las orcas? Beto (Joaquín Furriel ) vive solo en Punta Norte, con las orcas como única compañía. Su conexión con los animales fue registrada por la televisión y vista por el mundo entero. Entre ellos Lola (Maribel Verdú), una madre española cuyo hijo Tristán (Quinchu Rapalini) tiene autismo. Lola viaja hasta la Patagonia argentina con la esperanza de que su hijo mejore al contacto con los animales marinos. ¿Con qué te vas a encontrar? Con “El faro de las orcas”, el director Gerardo Olivares logra entregar una película apacible que tiene la virtud de ahorrarse el golpe bajo aunque, como contrapartida, puede resultar demasiado tranquila en tiempos de lo efímero. La línea argumental que sigue la relación amorosa que va surgiendo entre Lola y Beto avanza bien por su curso, a riesgo de no mostrar tanto como se espera de la posible mejoría del niño con autismo y su relación con las orcas. Además de la gran labor de sus experimentados protagonistas, se destaca el pequeño Quinchu Rapalini que interpreta con un talento notable al niño con autismo. Aunque al terminar queda la sensación de que faltó algo, vale destacar la mirada que aporta sobre el autismo, en especial para quien no conoce el tema. Cuando una película ayuda a entender ciertos asuntos, su valor se eleva más allá de lo cinematográfico. Puntaje: 6.5/10 Duración: 110 minutos País: Argentina / España Año: 2016