Tras el comentado episodio que le atribuyeron a Benjamín Vicuña y Eugenia "China" Suárez durante el rodaje -y que captó la atención del periodismo farandulero-, finalmente se estrena El hilo rojo, la película que la reciente pareja protagoniza y en la que, pese al revuelo previo generado, poco hay de cine. El film de Daniela Goggi -que ya había dirigido a Suárez en Abzurdah (2015)- plantea una historia de segundas oportunidades donde los actores quedan aferrados a un guión sin demasiados matices.
La directora Daniela Goggi aborda la seducción y la posibilidad de "amar" a dos personas al mismo tiempo en este relato que protagonizan Benjamín Vicuña y Eugenia Suárez. El film alcanza buenos momentos y escenas apasionadas. El encuentro casual entre un hombre y una mujer en un aeropuerto dispara la historia de El hilo Rojo, la nueva película de la directora Daniela Goggi -después del suceso de Abzurdah- que tensa la cuerda de una atracción que trae complicaciones a los personajes. La trama coloca en el centro de la acción a Manuel -Benjamìn Vicuña-, un enólogo que viaja constantemente debido a sus obligaciones, y Abril -Eugenia Suárez-, una joven asistente de vuelo. Ellos cruzan sus caminos de manera inesperada y encienden una seducción que se transporta en el tiempo. Con estos elementos y sosteniendo el relato a partir de una vieja leyenda china que asegura que "un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romperse", la realizadora aprovecha los tópicos de la comedia romántica para abordar tenas como la posibilidad de "amar" a dos personas al mismo tiempo, porque cada uno de ellos tiene sus familias armadas siete años después de su primer "flechazo". De este modo, entran en acción Laura -Guillermina Valdéz-, una fotógrafa casada felizmente con Manuel, que se muda con su pequeña hija a Buenos Aires, y Bruno -el español Hugo Silva, visto en Las Brujas y recientemente en Mi gran noche-, una figura del rock, esposo de Abril. El juego dispone sus cartas y el epicentro tiene lugar en una encantadora Cartagena de Indias, Colombia, donde el encuentro entre los protagonistas será explosivo. El hilo rojo es una película que tiene muy claro al público al que apunta y encuentra momentos de lograda tensión romántica y escenas apasionadas, utilizando el marco escenográfico natural -de soleado a lluvioso- para potenciar la tormenta interior que afronta la dupla de enamorados. Más allá del comentado y promocionado romance que nació entre Vicuña y la "China" Suárez durante el rodaje, el film se asegura una muy buena cantidad de espectadores por la expectativa que genera en el público adolescente. Con una buena factura técnica, convincentes trabajos de Vicuña y Suárez, respaldados por un solvente Hugo Silva, la película logra acelerar los corazones y la escena final resume visualmente la idea central de la propuesta, abriendo a la vez otras posibilidades.
Cuando el hilo se corta Habría que ver qué vino primero, si Benjamín Vicuña se puso a salir con Eugenia Suárez a partir de El hilo rojo (2016) o la película surge a partir de dicho romance. Porque al ver la historia cuyo argumento gira en torno a una “leyenda china” que dice que dos personas están destinadas a encontrarse eternamente –por estar unidas por un hilo rojo invisible-, nos damos cuenta que el dato de color resulta ser de mayor atractivo que la débil trama que presenta. Ella (Abril, Eugenia Suárez) es azafata y él (Manuel, Benjamín Vicuña), empresario vinicultor en ascenso. Se encuentran en un aeropuerto, escuchan Amy Winehouse, y comparten vuelo. En la cabina del avión ella lo rechaza infinidad de veces, pero el tipo insiste por besarla. Quedan encontrarse en migraciones pero hay un incendio, desalojan unas cinco horas el lugar y no vuelven a verse hasta dentro de 7 años (¿?). Ahora ambos con una familia a cuestas, están por trabajo en Colombia y se reencuentran casualmente en el destino turístico de Cartagena. Ella lo vuelve a rechazar infinidad de veces y él, con su ingenua bondad romántica, insiste una y otra vez hasta el encuentro esperado. Si varias escenas mencionadas les resultan un poco incoherentes es porque no hay ninguna intención en la película de tomarse demasiado en serio el argumento. El hilo rojo es una telenovela filmada con una estética publicitaria, de esas en las que cada plano parece una postal para un aviso de Mastercard. La ciudad de Cartagena y sus pasajes turísticos elegidos para contextualizar ayudan a exacerbar el preciosismo visual del film, pero si quitamos esta máscara muy bien recreada por cierto, nos queda una historia vacía, de contenido, de ideas, de verosimilitud. Vicuña y Suárez están insoportables en los arquetipos que elaboran. Él como un dulce y tierno sentimental de antaño, ella como una fría y bella mujer que disfruta en mostrarse inalcanzable. Tanto es así que dan ganas de que su amor no se concrete nunca. No es culpa de los actores que están mejor en otras películas (Vicuña en La memoria del agua y Suárez en Abzurdah) sino del argumento al que le importa más mostrar sus torsos desnudos que sus personalidades. El mundo frívolo que construye el film justifica diálogos de discoteca y situaciones intrascendentes llevadas a la tremenda (el incendio de migraciones por ejemplo). Pensemos que él está casado con una fotógrafa publicitaria, ella con un mánager de rock, y que se encuentran en aeropuertos, hoteles de lujo o destinos turísticos. La película escrita por los responsables de El desafío (2015) y Extraños en la noche (2011), entre otras, arma un universo superficial desde los personajes hasta los escenarios. Ahora si sacamos la capa estética que recubre al film, nos queda una premisa débil para sostener 90 minutos de argumento previsible, salvo el atractivo dato de color que el affaire real -símil argumento- pueda generar. El sabor a poco puede convertirse en nada, según qué se mire primero.
Al momento de sentarme a escribir la reseña parecería que me veo obligado a pegarle a esta película como consecuencia del despliegue mediático de la vida privada de sus protagonistas, por lo tanto advierto que no será así porque El Hilo Rojo es un buen film. A mi criterio lo máximo que puedo objetarle es un error de concepto en su logline que es replicado en su campaña publicitaria porque se habla todo el tiempo de una película de amor y de que “no elegís de quien enamorarte” pero la verdad es que cuando uno ve el film lo que observa es una gran pasión y mucha química sexual pero no una historia de amor per se como se ha visto en muchos films sobre infidelidades. Dicho y remarcando eso también debo decir que me parece certero y original que sea así porque por más que haya clichés los mismos son revestidos por mucho erotismo, algo que no abunda en nuestro cine. La estructura es muy simple y lo mismo sucede con la narrativa pero está bien que así sea y la cinta no pretende ni busca más de lo que plantea en sus primeros 25 minutos. Daniela Goggi mantiene el estilo e impronta que mostró en Abzurdah (2015) y queda claro que sabe atrapar al público con el material que tiene para pasar a la gran pantalla. Otro aspecto no menor para destacar de su laburo es lo bien que logra capturar la sexualidad de los actores y convertir las escenas de sexo en el fuego mismo. Hacía rato que no veía escenas eróticas así de logradas en la industria local. Es un gran deleite para los sentidos (por ponerlo de forma educada). La China Suarez, quien es la gran protagonista no solo por su rol sino por la forma en la cual la cámara la ama, demuestra que se encuentra para más y dan ganas de verla en otro tipo de papeles ahora que ya sea a recontra probado como femme fatal. Su carisma es ineludible. Benjamín Vicuña está bien pero si uno se pone a analizar toda su filmografía se dará cuenta con facilidad que este es uno de sus papeles más básicos si lo comparamos con su trabajo en la reciente La memoria del agua (2015). En el caso de los otros co-protagonistas sus roles están bien pero se desaprovecha un poco a Hugo Silva, actor que da para más. Por ello, con sus grandes aciertos y pocos errores El hilo rojo es una película que no caerá indiferente.
Destino interrumpido. La notable factura técnica de El hilo rojo le da mayor vistosidad a un drama romántico donde lo más importante pasa sin dudas por la poderosa química entre Benjamín Vicuña y Eugenia “China” Suárez que traspasó los sets de rodaje para afectar sus vidas personales. En su segunda película la guionista y realizadora Daniela Goggi supera lo hecho en Abzurdah y consigue muy buenos resultados de sus actores que se lucen ampliamente.
Infielmente tuya Tras el éxito de crítica y público de Abzurdah, la directora y la protagonista de aquel film se reunen para un drama romántico que queda bastante lejos de su predecesora. Más allá de los condimentos extracinematográficos que ocuparon tanto espacio en la prensa del corazón, esta película sobre la pasión, la infidelidad, la culpa y la mentira resulta -en medio de su prolijidad formal- un estudio bastante obvio, torpe y banal sobre el amor y las segundas oportunidades. En El hilo rojo hay todo tipo de productos de Apple y múltiples nexos con servicios de Aerolíneas Argentinas (dos ejemplo contundentes de product placement), hay varios personajes con tatuajes, se usa (dos veces) un tema de Amy Winehouse, los personajes son enólogos, azafatas, estrellas de rock y fotógrafos, se chatea y se usa mucho Instagram, pero la sensación permanente cuando se está viendo El hilo rojo es que se trata de una película vieja, que atrasa bastante en el contexto actual del cine industrial / comercial argentino. Y digo vieja y no clásica (pese a sus explícitas referencias a Casablanca) porque -más allá de su incuestionable prolijidad- la película no funciona ni siquiera en los términos básicos: trama, estructura dramática, construcción de personajes, diálogos... Ni que hablar de cierta lógica o credibilidad. Cuesta entender cómo una directora que venía de realizar una valiosa película como Abzurdah, rodó este film cuya única justificación parece ser la del “gancho” de ver a la mediática pareja de la vida real en pantalla. Es que todo aquí es tan inverosímil, caprichoso y por momentos ridículo que sólo queda espacio para el morbo por los asuntos de público dominio (incluso para alguien que como yo que no consume los programas ni los sitios de chimentos). En ese sentido, hay que indicar que las escenas eróticas son bastante “subidas de tono” para los estándares del cine comercial local y que la China Suárez es de una belleza que encandila y que sostiene cualquier plano (y en cualquier situación). Sólo hay que indicarle a la diva que no hace falta que tenga triple capa de maquillaje cuando su personaje recién se levanta de la cama. No puede decirse lo mismo respecto del carisma de Benjamín Vicuña, un actor sin brillo, aunque aquí haga de un tipo ordinario en circunstanacias extraordinarias. Tras un breve prólogo que transcurre en 2007, en el que el enólogo Manuel (Vicuña) conoce a la azafata Abril (Suárez) y su apasionado primer encuentro se interrumpe de forma abrupta, la acción salta hasta la actualidad. Ella ahora está casada con Bruno (el español Hugo Silva), un astro musical, y él con Laura (Guillermina Valdés), una exitosa fotógrafa. Ambos, además de parejas y carreras, son padres y no están precisamente preparados para el fogoso romance cuando inevitablemente se reencuentren (en un hotel de lujo en la paradisíaca Cartagena de Indias para más datos). Cualquier parecido con la realidad, por supuesto, es mera coincidencia. Tras ese planteo -que ya de por sí no era particularmente inspirado-, la película abordará de la manera más obvia, superficial y torpe que pueda imaginarse cuestiones como la infidelidad, la culpa y la mentira. Una (no) película que, lamentablemente, tiene muchos más condimentos extracinematográficos que artísticos.
Un hilo que enreda. El Hilo Rojo nos reenvía hacia distintos tópicos. En primer lugar, a su origen oriental, el cual refiere a la leyenda que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper. Por otro lado, han desbordado las preguntas a los protagonistas de la película homónima, acerca de si esta leyenda -que se traduce en Occidente como el encuentro de dos almas gemelas- les ha ocurrido a ellos, fuera de lo recreado en pantalla. Y en tercer lugar, tenemos el estreno de la obra resultante, inspirada en esta leyenda y con dos protagonistas que efectivamente han traspasado el amor de pantalla a la realidad. Este último ítem es el que realmente importa a la hora de hablar de este “hilo rojo”. Benjamín Vicuña interpreta a Manuel, un enólogo chileno que conoce a Abril (María Eugenia “China” Suárez), una bella azafata: ambos cruzan miradas en la previa a un vuelo que los volverá a reunir y comparten un momento que los conecta. Vale la pena mencionar que la película brinda un abanico generoso de dispositivos tecnológicos para conectar con el otro; esto quizás choca un poco con la leyenda oriental, en la que predomina la idea de “conectar” desde una dimensión más humana. En el momento que comparten los protagonistas, ambos escuchan una canción de Amy Winehouse (You Know I’m no Good, “Sabes que no soy bueno”, la cual será el leitmotiv de la película, interpretada luego en un cover por Suárez). Ahora bien, en ese instante el flechazo mutuo se materializa, no pueden dejar de mirarse y sonreír. Esta fuerte atracción seguirá su curso allá por las nubes, paradójicamente donde uno se desconecta de todo. Las vueltas del destino, o del hilo en cuestión, los separan cuando llegan a destino, un suceso en migraciones -que no queda muy claro- hace que no puedan seguir lo que iniciaron y ambos parten cada uno por su lado, dejando de manera inconclusa esta historia que acababa de comenzar. Luego de siete años, vuelven a encontrarse en la idílica ciudad de Cartagena, donde el deseo y el amor no pueden contenerse más, solo que en esta realidad ambos están en pareja y con hijos, entonces quedan de manifiesto los dos caminos a seguir: no continuar con la pasión que los embarga y dejar pasar la oportunidad de encontrar el amor verdadero, o “soltar” la vida que llevan construida con sus actuales parejas y arriesgar todo por la posibilidad de vivir un amor pleno junto a su alma gemela. La película oscila entre un puñado de decisiones correctas por parte de la directora Daniela Goggi (quien ya había dirigido a Suárez en Abzurdah, una película con mucho más contenido que la actual) y algunas fallas que presenta el guión; lo verosímil queda muy cerca del límite con el ridículo en algunas situaciones y ciertas escenas parecen demasiado forzadas. Acuña no desentona como casi siempre, pero tampoco deja algo que nos pueda sorprender o emocionar, todo es muy lineal; en cambio Suárez -que posee un rostro que se adueña completamente de la pantalla- logra una versatilidad que ya había demostrado en su película anterior y salva en varias ocasiones una historia que no termina de convencer. En línea con lo actoral, los personajes secundarios acompañan en el tono de drama romántico que se busca. Guillermina Valdés y Hugo Silva (esposa y marido engañados por la pareja protagónica) explicitan dos maneras distintas de reaccionar ante la infidelidad. Y por su parte Leticia Siciliani, como la amiga de Abril, pone la cuota de humor y funciona también como una proyección de aquello que a su amiga le cuesta tanto decidir, o permitirse vivir. No hay nada novedoso en el film: sobre el amor y la infidelidad se han contado infinidad de historias, seguramente con personajes mucho mejor construidos y líneas argumentales más complejas. Aun así, se logra cierta empatía con una historia pequeña sobre las segundas oportunidades, sobre la posibilidad de amar a más de una persona a la vez y sobre el miedo de abandonar el lugar seguro donde nuestra vida transcurre sin sobresaltos pero también sin sorpresas. La clave puede que esté en seguir ese hilo rojo hasta la persona correcta, sin terminar completamente enredado.
Aun en el siglo XXI, es inevitable seguir pensando si de verdad existe el destino. En caso de que la respuesta sea afirmativa, ¿es posible que dos personas puedan estar ligadas, sin importar los obstáculos ni los dilemas que eso pueda acarrear? Ese es el terreno por el que transita El Hilo Rojo. Manuel (Benjamín Vicuña) y Abril (María Eugenia Suárez) se conocen durante un vuelo a España. Él es un tímido aspirante a enólogo; ella, una joven azafata. La atracción entre ambos es inevitable y terminan a los besos. Pero al llegar al aeropuerto español, se separan y no vuelven a verse… hasta varios años más tarde. Ahora Manuel es un reconocido especialista en vinos, casado con Laura (Guillermina Valdés) y padre de la hija de ambos. Por su parte, Abril tiene una hija que va a jardín de infantes y está de novia con Bruno (Hugo Silva), un músico y productor discográfico. Manuel y Abril coinciden en un viaje a Cartagena, Colombia, donde la relación volverá a empezar, y con fuerza y pasión. Lejos de poder disfrutarlo del todo, deberán lidiar con conflictos íntimos, ya que no quieren abandonar sus respectivas familias. Eso no impide que el fuego que los une deje de crecer. El éxito para toda película de estas características reside principalmente en la química entre la pareja protagónica. Y ahí es donde no falla. Como en Abzurdah (también dirigida por Daniela Goggi), María Eugenia Suárez cautiva con su sola presencia y es el espíritu del largometraje. Su belleza, sus movimientos, sus diálogos, su sensualidad natural, su talento como actriz, hacen que cada una de sus apariciones valga la pena y le dan cuerpo a esa muchacha y sus sentimientos. Benjamín Vicuña también hace creíble a un personaje de perfil bajo, pero dispuesto a dejarse llevar por sus deseos. Las escenas que comparten le dan forma a un drama romántico con pocas pero buenas dosis de erotismo, donde el desempeño actoral genera todavía más excitación que la cantidad de piel mostrada en pantalla. El film tampoco incurre en juicios, de manera que no toma partido ni por uno ni por otro, y evita los lugares comunes de las historias de infidelidades. Daniela Goggi vuelve a demostrar que tiene un muy buen manejo de los momentos tiernos, lacrimógenos y ardientes, que acompaña con un timing y un estilo visual propio de las producciones independientes y series que llegan de los Estados Unidos. Se nota en las secuencias ambientadas en Cartagena, donde sabe utilizar las locaciones sin caer en el exotismo for export. Si bien les saca el jugo a los protagonistas, la directora desaprovecha al español Hugo Silva y no explota lo suficiente a Guillermina Valdés, aunque se las arregla para permitir el lucimiento de Leticia Siciliani como la amiga azafata de Abril. A El Hilo Rojo se le pueden objetar cuestiones y detalles (sobre todo, en cuanto al guión), pero lo primero que tiene que funcionar, funciona, y deja pensando en cómo muchas historias de amor no siempre son cómodas e ideales.
La directora Daniela Goggi y Eugenia Suárez vuelven a trabajar juntas en El Hilo Rojo, que sigue los pasos de Abzurdah pero se queda en el camino repitiendo esquemas con poco éxito. Se trata de una historia de amor de esas que no logran concretarse. Manuel (Benjamín Vicuña) es un enólogo que viaja a España y en el aeropuerto se enamora a primera vista de Abril (Suárez), que resulta ser la azafata de su vuelo. Arriba del avión se desata la química y acuerdan verse una vez que aterricen, pero cuando llegan al suelo español pierden su rastro.
Cuenta la leyenda que “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper”. Bajo esta premisa, navega el film “El hilo rojo”, cuando el destino es casi inevitable y obstinado. Irreversible. Los protagonistas de esta historia de amor, tensada por el hilo rojo, son Eugenia “China” Suarez (Abril) y Benjamín Vicuña (Manuel). Una pareja que se confundió entre la realidad y la ficción y que seguramente, gracias a esta confusión, tenga mucho público que la quiera ver. La película te atrapa de principio a fin, es un film romántico, pero no necesariamente una comedia. Por momentos, es un drama. Cuando uno ya tiene la vida armada y vuelve ese amor tan profundo que hace que todo lo construido se vea amenazado por un tornado, qué pasa?. Lo difícil para el espectador, es decidir si quiere que la historia de amor termine bien, o mal, juntos o separados. Y esto es, quizás, porque vemos las parejas que ellos tienen armadas, los conocés, ves la relación que ellos tienen y al involucrarte, te da lástima por ellos, te duele. Te ponés en el lugar del dejado. Complicado. El hilo rojo es una de esas películas que te deja pensando, pasan los días y se te vienen a la cabeza las imágenes, sensaciones. Es un film redondo, buen guión, buenos sets y locaciones, muy buenas actuaciones tanto de los protagonistas como de Guillermina Valdés (la mujer de Manuel, fotógrafa), Leticia Sicialini (amiga de Abril) y Hugo Silva (marido de Abril, rockstar). Con todo el misterio, el romance en la vida real, y luego de haberla visto, sí, la recomiendo. Vas a vivir una historia de amor, contradictoria, los querés juntos o separados? Será imposible escapar del destino del hilo rojo? Descubrílo. No te la pierdas.
Amores con delay. Manuel (Benjamín Vicuña) y Abril (Eugenia Suárez) se conocen en 2007 en un vuelo a España; él era un pasajero tímido y ella una azafata aventurera, solo bastó con cinco minutos de charla en el avión y un par de miradas para que el flechazo quedara servido. Pero un desafortunado evento hizo que no puedieran encontrarse en migraciones como habían quedado, y ese amor en ciernes quedó inconcluso. Ninguno se olvidó del otro. Siete años despues vuelven a encontrarse de casualidad en un hotel de Cartagena, y comprueban que esa enorme atracción está intacta y que aun hay algo entre ellos, pero ahora ambos tienen pareja, hijos y las responsabilidades que eso conlleva. La pareja deberá plantearse si vale la pena arriesgar todo por lo que pudo haber sido una pasión momentánea, u olvidarse de lo que pasó y tratar de seguir con sus vidas. Mientras los personajes se debaten entre la pasión, el amor y las obligaciones familiares, la película pone demasiado énfasis en que todo sea hermoso; las locaciones, las casas, la ropa, los protagonistas. Básicamente el filme tiene la estética de una publicidad donde todo luce tan espléndido que los protagonistas pueden vender cualquier cosa. Tanto es así, que por momentos la película parece hecha pura y exclusivamente para vender la belleza y la gracia de Eugenia Suárez. En un contexto tan cinco estrellas es difícil tomarse en serio el conflicto de los protagonistas, y la premisa de la historia basada en una leyenda china que dice que hay un hilo rojo que conecta a las personas destinadas a encontrarse más allá del tiempo y del lugar. A pesar del estereotipado y flojo guión ambos actores realizan buenas interpretaciones, y la química entre ellos funciona tan bien que hace creíble la relación a pesar del contexto tan superficial en el que está planteada. El filme funciona como una novela efectiva de esas con mucha producción, prolijamente dirigida, con toques de humor y hermosos exteriores. Es lindo, simple, entretiene, y viene anunciado con bombos y platillos gracias al escandaloso romance de sus protagonistas, lo que hará que muchas señoras que ven los programas de la tarde compren entradas para extender sus livings hasta las salas de cine.
Aprovechando el éxito de Abzurdah, regresa la dupla Goggi-Suárez a la pantalla grande. Esta vez, la excusa es un melodrama romántico llamado El hilo rojo, junto a Benjamín Vicuña, que se hunde antes de despegar. A veces, solo basta una escena para comprender que entre dos intérpretes falta química. No importa si afuera del set son la pareja perfecta, pero si en la ficción, dos seres que deben transmitir pasión no se conectan mutuamente, el resto de la película se viene a pique. Solo basta ver Capitán América: Civil War para comprender el concepto. Tony Stark y la Tía May, o mejor dicho, Robert Downey Jr. y Marisa Tomei. Juntos nuevamente –fueron pareja en la vida real, en Chaplin y Solo tú– en una escena pobremente escrita y ausente por completo de sensualidad, y aún así, se siente la química entre ellos. Se conectan. Un hilo rojo los comunica. Ese hilo rojo que, en teoría conecta a Manuel con Abril, los protagonistas de la película de Daniela Goggi, no existe entre Suárez y Vicuña. Y el resto es como un castillo de naipes: un guión flojo, insostenible desde la verosimilitud, diálogos que parece salidos de una mala telenovela, interpretaciones muertas, vacías, sin una sola posibilidad de generar empatía con el espectador. El histeriqueo de dos personajes débiles. Los personajes se conocen en un aeropuerto. Él es sommelier, ella azafata. En la primer secuencia, entre tire y afloje, nace un romance “a primer vista” entre ellos. Circunstancias del destino, ambos se separan sin conocer el nombre del otro. Pasan los años, cada uno está con su respectiva pareja. Ella incluso acaba de ser madre. La vida de ambos, en forma individual, parece perfecta: amor, fama, dinero y sin embargo… Un avión los vuelve a unir, está vez, en Cartagena, Colombia, lejos de sus respectivas parejas. Allá aprovecharán para revivir la llama, solo que esta vez, ya no estarán tan seguros de cómo continuar sus vidas. Sin embargo, un hilo rojo, invisible une el destino de ambos personajes –no de los actores, por supuesto- ¿podrán romperlo? Sensualidad para adolescentes, romance “prohibido” que incluye escenas de infidelidad y poco más, es lo que ofrece este film previsible y reiterativo que nunca encuentra un tono particular, además de generar poca emoción. No existe la tensión. Se habla mucho, se piensa poco. Visualmente prolija –como una publicidad de alguna aerolínea- pero hueca, a nivel narrativo, obvia metafóricamente, El hilo rojo cumple con un acumulación de lugares comunes, potenciados por la inexpresividad de la pareja protagónica. Hay que admitir, que Vicuña está un poco mejor: contenido, aunque inexpresivo. En cambio, Eugenia Suárez parece una perezosa salida de Zootopia. Cada respuesta que brinda es precedida por una larga pausa. El hilo rojo es una obra tan pretenciosa como monótona. Un producto comercial al que se le notan demasiado los hilos -valga la redundancia- cuyo conflicto dramático no alcanza ni la densidad y profundidad que el tema podría ameritar. La ausencia de humor, carisma y química entre los protagonistas es alarmante. Se confunde sexualidad con sensualidad. Un coctel imperdonable para un film romántico. Mejor, mirar por la ventana.
Detrás de “El hilo rojo” (Argentina, 2016), de la realizadora Daniela Goggi, se ha urdido un sinfín de teorías que seguramente impactarán a la película directamente. Inspirada en una vieja leyenda que indica que los destinos de las personas están unidos por un hilo, la misma leyenda que el hilo puede enredarse, estirarse, pero nunca cortarse. Desde esa simple y a la vez profunda anécdota, el guión de la propia Goggi, profundizará en la complicada relación de Abril (Eugenia Suarez) y Manuel (Benjamín Vicuña), dos personajes que se conocerán circunstancialmente en un aeropuerto, y que a partir de ese encuentro intentarán satisfacer la profunda atracción que sienten el uno por el otro sin un resultado positivo. Los caprichos de la historia querrán que sigamos el hilo de los protagonistas siete años después, cada uno con sus respectivas parejas (Guillermina Valdéz y Hugo Silva), hijos, mundos armados, rutinas, y con un nuevo viaje a un lugar paradisíaco que los pondrá frente a frente una vez más. Colombia es el lugar escogido para que Abril y Manuel se reencuentren, un espacio que al no tener referencia de sus familias, les permitirá, o no, acceder al deseo sin medir las consecuencias sobre cómo esto repercutirá en el futuro. Goggi avanza en el relato a paso firme y certero, sabiendo que su historia cuenta no sólo la potencia de la irrefrenable pasión y tensión sexual de sus protagonistas, sino que suma la lábil línea sobre si aquello que se ve en la pantalla trasciende las líneas de diálogo del guión que ella imaginó. Hay un exceso de intención por construir los espacios como no espacios, es decir, como lugares que bien podrían ser cualquier lugar del mundo sin un anclaje específico, que generan cierto ruido en la información que se desprende de la pantalla. Además los protagonistas están impecables todo el tiempo, restando verosímil a la construcción que cada uno hace de su personaje, que por suerte, en algunos momentos, pecan o de soberbios o de ingenuos, según el momento que atraviesen de la historia. Eugenia Suarez y Benjamín Vicuña están correctos, no hay intentos por parte de ellos de hacer otra cosa más que contar aquello que “El hilo rojo” plantea, esto de sentirse innegablemente atraídos por una persona más allá de lo bien que se esté con la pareja. “No tomar decisiones en un punto es un alivio” dice Abril, y sobre esa frase, más que sobre alguna otra idea, el filme va contextualizando el entramado narrativo que la atraviesa y que la define como un melodrama aggiornado a la época. El encuentro en la película se demora demasiado, y por momentos algunas situaciones no pueden sostenerse del todo desde la construcción narrativa. Pero así y todo, “El hilo rojo”, gracias al oficio de Goggi, quien en una constante búsqueda continua saliendo de la clásica puesta en escena y dirección de cámara, más una banda sonora, que acompaña el melodrama al que asistimos (la BSO es de Sebastián Escofet), sale airoso, con la convicción de haber logrado cumplir la propuesta que planteaba originalmente.
Luego del inesperado éxito de "Abzurdah" el año pasado, convirtiéndola en uno de los films más taquilleros de 2015, la realizadora Daniela Goggi habrá tenido el espaldarazo para realizar rápidamente otra película repitiendo en parte el equipo. Justamente un año después nos llega su tercer opus (su inicio fue en la más pequeña Vísperas hace ya once años), el "Hilo Rojo", en el cual repite mucho de la fórmula con la cual adaptó la novela autobiográfica de Cielo Latini. El punto inicial que da título al film es una Leyenda Oriental con diferentes orígenes, que también sirvió de base para diferentes novelas y obras cinematográficas. El texto, que podrá leerse recién sobre los créditos finales reza “Cuenta la leyenda que existe un hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper”. Según la mitología china se anuda un hilo rojo en los tobillos de las almas gemelas, según la correspondiente en Japón (aparentemente la utilizada para el film a modo de explicitarlo todo), será en el dedo meñique. Las almas gemelas en este caso son Abril y Manuel (Eugenia Suarez y Benjamín Vicuña, respectivamente), ella azafata, él enólogo. En 2007 sus instantes se cruzan en la fila para la admisión en el Aeropuerto de Ezeiza. El flechazo, al ritmo de Amy Winehouse es inmediato, ambos se desean, comparten el vuelo y parece que nada podrá separarlos… salvo la Aduana. Siete años después, Abril y Manuel, cansados de buscarse sin siquiera saber sus nombres, han rehecho sus vidas. Los dos están casados, Manuel con la fotógrafa Laura (Guillermina Valdés) y Abril con el rockstar y productor musical Bruno (el español Hugo Silva), ambos también cuentan con un hijo cada uno. En las parejas no parecen existir (grandes) grietas. Pero el destino, ese hilo rojo, vuelve a meter la cola. Manuel debe viajar a Colombia a promocionar unos vinos de su finca, y Abril retoma su trabajo después de una suspensión causada por aquel encuentro furtivo; y sí, su primer viaje será a Colombia. Lo que resta es el encuentro entre ambos, la vana resistencia inicial, y la atracción y el romance vivido en ese lapsus temporal en el país del café. La historia, expresada como grandes crisis existenciales pero que no deja de parecernos una anécdota, necesita de la conexión de la pareja protagónica que casi en un 95% de la película se encuentra defendiéndola sola. Ese dato, esa química, se encuentra. Suarez y Vicuña hacen creíble el fuego que sienten sus personajes en las entrañas, ese deseo irrefrenable. El detalle, para nada menor, es que el resto de los elementos no acompañan esa unión. Con mucho de Closer: Llevados por el deseo, y del estilo francés de dramas románticos complejizados; "El Hilo Rojo" cuenta con un guión, escrito por la propia realizadora en compañía de Alejandro Montiel y Milagros Roque Pitt, que se olvida de la humanidad de sus personajes. Todos, los cinco (incluyo a las parejas de ambos y una amiga de Abril interpretada por Leticia Siciliani), se presentan con el único propósito de ser funcionales al acotado argumento. La vida en "El Hilo Rojo" es tan glamorosa como simplificada. Abril usa vestidos de diseño hasta para salir de ducharse o levantarse de la cama; puede ir a buscar a su hija al jardín con el vestido que usó para una sesión fotográfica, y no hay otro problema que la aqueje que no sea lo relacionado a su amor prohibido. Lo mismo diríamos de Manuel que desconoce los joggings o el estar desalineado. No hablemos de pobreza, la clase media regular está desaparecida de la película, si bien no se muestran como una alcurnia de clase alta, todo es lujo y tranquilidad, de modo naturalizado. Esta sectorización ya se había percibido en "Abzurdah", en donde uno podría pensar que eran arrastre de la historia real; ahora hablamos de ficción, y no solo no disminuyó, se acrecentó a un modo totalmente molesto. Esto, que escrito parece una nimiedad, no permite la conexión que el espectador necesita para con los personajes, viéndolos ajenos, extraños, ¿soñados? Sí, pero vacíos. La suma de errores de continuidad y congruencia, algunos – varios – muy notorios; sumado a que durante el tramo del viaje a Colombia (la mayor parte del film) los diálogos incitan a una risa deliberada por su falta de verosimilitud; nos hacen sentirnos en la comodidad de una comedia involuntaria que podría mejorar la experiencia. Sensación que el último tramo, elipsis temporal y regreso Buenos Aires incluido, destierra en medio de resoluciones caprichosas y un ritmo lento, aburrido y absurdo en los que las decisiones de todos se tornan lisa y llanamente incomprensibles. "El Hilo Rojo" promete mucho más de lo que cumple. El erotismo explícito se ve reducido a solo dos escenas recortadas en medio de un montaje difuso, y la copia a un sobrevalorado clásico hollywoodense de la materia como "9 Semanas y media". El resto son miradas y escarceos, quizás lo más logrado de un film que no llega a pisar firme en ningún segmento.
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En El hilo rojo se vive un amor demasiado atado a las convenciones En El hilo rojo hay dos protagonistas excluyentes: el enólogo, que encarna Benjamín Vicuña, y la azafata, interpretada por la China Suárez. Se conocen en un aeropuerto en la escena inicial de la película, se besan por primera vez en pleno vuelo y de ahí en más se encontrarán y desencontrarán a lo largo de casi una década, transformándose en prueba viva de la veracidad de la conocida mitología oriental que habla de ese hilo entre dos personas que se puede enredar pero nunca cortarse. La película arranca como una comedia romántica ligera y va virando de a poco hacia el melodrama. En los dos terrenos elige la mesura: no hay un humor demasiado subrayado ni sucesos excesivamente dramáticos en el film de Goggi, la misma directora de la exitosa Abzurdah, también con la China Suárez, acompañada esa vez por Esteban Lamothe. Esa inclinación por evitar los excesos favorece por momentos al film y lo vuelve demasiado apagado en otros. El hilo rojo es una película más conservadora que Abzurdah, luce demasiado atada a esquemas conocidos, sobre todo en sus tramos más "serios". Pero aún ajustándose mayormente a los mandatos del género, podría haberse permitido algún desliz, alguna grieta que le permitiera respirar, volar un poco más libre. Combinar el beso bajo la lluvia que prescribe el manual con algún otro condimento un poco más inesperado, aprovechar mejor la posibilidad de una pareja protagónica que luce suelta y con química para generar alguna situación algo más anómala. El runrún mediático alrededor del romance entre Vicuña y la China seguramente será un motor poderoso que impulsará el rendimiento comercial (apuntalado además por un decidido product placement) de esta película que también cuenta con correctos trabajos del español Hugo Silva y Guillermina Valdés en los secundarios. Había margen para asumir algún riesgo. Pero, más allá de alguna escena erótica osada para sus estándares, primó la lógica de este tipo de cine, muy reacio a alejarse de las convenciones, aún con la protección de un aparato de marketing que por lo general no falla.
Un drama que se enreda Una leyenda china cuenta que un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romperse. Abril (Eugenia Suárez) es una azafata que sueña con viajar por todo el mundo antes de los 25 años. Manuel (Benjamín Vicuña) es un enólogo que viaja a una competencia internacional, ambos se cruzaran escuchando música en el aeropuerto, coinciden en el mismo vuelo donde se besan apasionadamente y prometen verse al aterrizar para ir a almorzar. Un hecho hará que no puedan cumplir con el encuentro. Siete años después ambos volverán a encontrarse en Cartagena, Colombia, pero ahora los dos están casados: ella con Bruno (Hugo Silva), un rockero español exitoso con el que tiene un hijo; él con Laura (Guillermina Valdez), y también tiene una hija pequeña. En la ciudad caribeña dejarán que se despierten los sentimientos más intensos en ellos pero con conciencia de que todo lo consiguieron esos años, incluidas sus familias, están en juego. Basada en la atractiva leyenda china y con una historia interesante, la película plantea un amor que supera todas las barreras dado existe una conexión especial entre dos personas, pero no logra llevarlo del todo bien. Con algunos baches en el guion y escenas un poco largas por demás, hace que se vuelva pesada y atrasa la resolución del dilema que se le plantea a la pareja. Además una parte del relato en Cartagena la emparenta con Un buen día y para quienes vieron esa película se les va a hacer imposible tomarse esos momentos en serio. En actuaciones los momentos más logrados son de Benjamín Vicuña, y por su parte Eugenia Suárez saca una veta actoral más adulta que por cuestiones de historia no pudo demostrar en Abzurdah, y que combinada con la química con su compañero, lleva el sufrimiento del personaje a buen puerto. En cuanto a los personajes secundarios ambos cumplen pero Guillermina Valdés se destaca como la amorosa mujer del personaje de Vicuña. Técnicamente correcta y con la fotografía de Sol Lopatín como destacado, Daniela Goggi logra dar una película bien filmada, pero con problemas narrativos, lo que no impide que entre a dar batalla dentro de la industria local en la que son muy pocas las mujeres y solo hay un puñado de nombres reconocidos entre los que se destacan Lucrecia Martel, Anna Katz y Lucía Puenzo.
PASIÓN, CULPA Y DESPUÉS… Una película que en el orden local provoco la atención mediática por un supuesto escándalo y una relación real que se inicio durante el rodaje entre los protagonistas, tan famosos. Pero sería injusto por ellos, la directora y el equipo de producción, distraerse por eso del contenido honesto del film. La historia intensa, gozosa y dolorosa al mismo tiempo de una pareja predestinada al romance y al desencuentro, pero que también le escapa al lugar común del romanticismo obvio. Hay pasión e innegable química entre esos personajes que ven suspendido en el tiempo el concretar una pasión inevitable que solo puede ser realidad cuando sus vida ya tienen otros compromisos. Este desarrollo permite no pocas escenas de seducción y encuentros eróticos como sufrimiento y desencuentro. Los fans estarán de parabienes pero también gozaran del film quienes saben apreciar el buen cine.
Drama romántico de buena factura, pero no siempre creíble Una azafata y un pasajero asustado sufren lo que se llamaría un levante interruptus. Siete años más tarde (bíblico tiempo de espera) se reencuentran. El lugar es idílico, la ocasión es propicia, y, para mayor efecto, una vieja turca les cuenta una leyenda china según la cual ellos están unidos por un imaginario hilo rojo imposible de romper. El problema es que a esa altura cada uno ya formó su familia: cónyuge, descendencia, hogar cálido, pan y cebolla. ¿Conviene concretar ciertas fantasías? ¿Por qué no? ¿Son cosas del destino? Es una buena excusa. ¿Pero después conviene insistir en el asunto? Ahí vienen los problemas: cuarenta y tres días más tarde (la famosa cuarentena) los amantes de esa ocasión celestial volverán a encontrarse, pero no estarán solos ni en lugar propicio. El riesgo es grande, la ansiedad también. El tono luminoso de la primera parte se va oscureciendo. Las lluvias pueden significar cosas muy distintas. La música crece, como si fuera el final de la primera temporada de una novela muy bien hecha. ¿Qué resolución habrán elegido los responsables de este drama romántico? La mayor responsable es Daniela Goggi, directora y coguionista junto a dos de sus productores, Alejandro Montiel y Mili Roque Pitt. Y la principal figura (que luce su figurita) es la China Suárez, vale decir, vuelve el mismo cuarteto de "Abzurdah". Ahora con Benjamín Vicuña, actor, coproductor y propulsor de la idea original, Guillermina Valdez y el español Hugo Silva como los cónyuges afectados, Leticia Siciliani en rol de simpática cómplice, Cartagena de Indias con el mar azul, Vicente López frente al ancho y turbio río, fotografía de Sol Lopatin, dirección de arte de Graciela Oderigo, que dispone bolsos rojos junto al título en rojo de la película, etc., todo perversamente bien cuidado. Un cine comercial de factura casi impecable. Pero, es cierto, esto pudo haber sido mejor. Falta un mayor proceso emotivo, hay cositas agarradas de los pelos (por ejemplo, ¿cómo pudo tomar "esas fotos" la esposa del bodeguero?) y otras manchas que desmerecen el relato. Si el público las deja pasar, ésa será la medida de la seducción que la película logre entre la audiencia.
La leyenda china de El hilo rojo habla sobre un lazo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper. Con esta premisa, la nueva película de Daniela Goggi llega a los cines argentinos, después de un rodaje que se vio envuelto en varios escándalos y unas cuantas portadas de revistas de chimentos. Manuel (Vicuña) y Abril (Suárez) se conocen en el aeropuerto de Ezeiza y se enamoran horas más tarde en pleno vuelo, donde ella es azafata y él viaja a España para un concurso de vinos del que va a participar. El flechazo es tan fuerte que deciden verse una vez que aterricen, pero por una amenaza de bomba en el aeropuerto, ambos se desencuentran y pierden cualquier rastro posible uno del otro. Siete años más tarde, coinciden en un hotel de Cartagena de Indias, donde los sentimientos vuelven a florecer, pero con el problema de que ambos formaron una familia con otras personas. Lo que durante los primeros 45 minutos parece ser una película romántica, con algunos elementos sólidos (la escena donde se conocen con la música de Amy Winehouse; su encuentro en Colombia bajo la lluvia), se desaprovechan en la segunda mitad, donde el filme se llena de momentos que no conducen a ningún lado y que derivan en un final abrupto que dejará a muchos espectadores insatisfechos. La leyenda de El hilo rojo es sólo una excusa utilizada como premisa, pero que está forzada para que tenga que ver con el contenido de la película. Los personajes de Suárez y Vicuña se desarrollan muy poco, lo que hace difícil comprender por qué ponen en jaque la relación con sus parejas –que en ambos casos el filme muestra como buenas personas, simpáticas y con un profundo sentimiento hacia sus compañeros-por un amor que no se llega a afianzar, más allá de unos encuentros. La química entre la dupla protagónica es innegable y los llevó a concretar un romance fuera de las cámaras, pero también las escenas que el actor chileno y la China comparten con Guillermina Valdés y Hugo Silva respectivamente, dificultan la tarea de que quien la mire desee que los personajes dejen todo y se entreguen a “su destino”. Daniela Goggi-que ya había trabajado con Eugenia Suárez en Abzurdah- aborda temas como la infidelidad, el destino, el amor y la culpa, de forma superficial y obvia. La construcción de los personajes y el guión es tan pobre que ni la correcta performance de los actores ayudará a que la película tenga más trascendencia que lo que sucedió unos meses antes en torno a ella.
Encantos y flojeras del drama romántico. Aunque por momentos se deje llevar por los lugares comunes y nunca se anime a patear el tablero, la película tiene sus virtudes. Sobre todo por su convincente pareja de actores protagonistas, que va más allá de los programas de chimentos. Tras el éxito de Abzurdah, sus pilares básicos –compañía productora, realizadora, guionistas, estrella– se reúnen para un proyecto más comercial. Lo que no quiere decir que sus elementos más sensibles –los de la segunda parte de la ecuación, digamos– hayan vendido el alma al diablo. Más que un melodrama, género que remonta su venerable tradición hasta el siglo XVII y en cine reconoce obras maestras por doquier, El hilo rojo es equiparable a una novela romántica, género utilitario, con legiones de lectoras fieles de este lado del mundo y permanente volumen de producción. La diferencia entre ambos reside en el nivel de riesgo estético y subversión potencial del melodrama, que suele arrastrar a sus protagonistas al extremo, mientras que los “novelones” explotan, por el contrario, la ilusión vicaria de las lectoras. Melodrama era, de hecho, Abzurdah, cuya enfermiza heroína adolescente no podía evitar esclavizarse, humillarse ante el macho que la despreciaba, llegando al límite de la autoflagelación y el intento de suicidio. Drama burgués, El hilo rojo no patea el tablero: juega un juego de convenciones mutuamente aceptadas. No por ello la oposición que plantea entre amor a largo plazo y pasión de mecha corta es descartable o necesariamente conservadora. Le puede pasar a cualquiera. De hecho, le pasa a cualquiera. La capacidad de interpelación de El hilo rojo es universal. Siempre y cuando se esté dispuesto a aceptar la convención más tramposa del género: la de que los ricos pondrán en peligro su estabilidad económica por amor. El choque de planetas Suárez–Vicuña debe ser el más promocionado desde el de Susana y Monzón en La Mary. Abril Saguier (nombre como para que quede claro que la chica no nació en Villa Soldati) es azafata. O, como aclara ella, “auxiliar de a bordo”. Como corresponde a un ciudadano chileno, Manuel es enólogo. Ella tiene 23, él algunos más. Se conocen en el check in de Ezeiza, los dos escuchando en las play lists de sus celus el mismo tema de Amy Winehouse (¿una referencia al oficio de él? No.) Se miran, se sonríen, está claro que se gustan, arriba del avión se vuelven a ver y, de modo insólito, en la zona reservada para las azafatas o auxiliares de a bordo se trenzan en tremendo chape, lo cual a la chica podría costarle el puesto. Arreglan para verse en Barajas pero un accidente que no se entiende muy bien (se entenderá sólo cuando se reencuentren y lo expliquen) les impide hacerlo. Cartel sobre fondo negro: “Siete años después”. La pucha, qué salto, piensa uno. Siete años después los dos están casados y con hijos. Ella (Eugenia “La China” Suárez) con un actor español muy bueno, Hugo Silva, que hace de músico y productor de rock. El, Benjamín Vicuña, con Guillermina Valdés, que hace de fotógrafa (la escena en la que les saca una foto a marido e hija en el viñedo, los tres vestidos de blanco y con unos sombreritos remonos, parece una publicidad del vino Bordolino de los años 70). Por una de esas casualidades de biógrafo (lo cual no tiene nada de malo; si no fuera por estas casualidades no existirían los melodramas, las comedias y varios géneros más), Abril y Manu se reencontrarán en la paradisíaca Cartagena de Indias, que provee su fondo de tarjeta postal, un hotel 5 estrellas, un paseo turístico y un chaparrón entre tropical y genérico para que finalmente ambos consumen lo que la platea está esperando. El choque de planetas Suárez-Vicuña debe ser el más promocionado desde el de Susana y Monzón en La Mary, otro drama romántico bastante despreciado en su momento. Aquél era un melodrama, claro, con todos esos gritos, esos fantasmas y esa sangre, y éste no, como ya se dijo. Pero como La Mary y disculpando una fotografía destinada a que se vea todo con la mayor claridad posible, El hilo rojo va más allá de su guión, gracias a tres elementos: las buenas actuaciones en general, la de Eugenia Suárez en particular, y la utilización dramática de los primeros planos. En su debut en un protagónico cinematográfico, Suárez había sorprendido en Abzurdah, con un nivel de entrega infrecuente a un papel sumamente tortuoso, que por otra parte se prestaba al peligro contrario: el de la sobreactuación, el camelo, la actuación para la tribuna. Todo ello limpiamente sorteado por la autenticidad de esta actriz de origen televisivo, cuyos antecedentes hasta ese momento eran de mera rubia linda. En El hilo rojo Suárez ratifica, en los momentos en que la cosa se pone densa, su grado de compromiso. El resto del tiempo es pura presencia, que la tiene y mucha, realzada por los justísimos primeros planos de la realizadora Daniela Goggi. Que serán de manual, destinados a intensificar los momentos eróticos o dramáticos, pero cumplen elocuentemente su función. ¿Académicos? No, lo académico carece de pasión y estos planos la transmiten. Lo que sí es sumamente acomodaticio es el final, diseñado para todos los gustos: cerrado para la espectadora que prefiera que Abril vuelva con su marido, abierto para la que quiera verla próximamente en brazos de su amante, y hasta fatal para las más pesimistas.
Manuel (Benjamín Vicuña) por cuestiones laborales debe viajar, y en el aeropuerto, donde está por tomar su vuelo, conoce a Abril (Eugenia “La China” Suarez), una joven azafata de 23 años. Manuel tiene un flechazo de amor a primera vista con ella. Una vez que llegan a destino quedan en verse nuevamente en migraciones, pero por un incidente se alejan y no vuelven a encontrarse. Años después cada uno de ellos formó sus familias. Él se casa con Laura (Guillermina Valdez) y ella con Bruno (Hugo Silva). El destino se empecina con Manuel y Abril. Surge un nuevo reencuentro en el que explota el amor en todos los sentidos, pero luego de ese encuentro fogoso cada uno debe volver con los suyos. Ahí es donde se desencadenan los sentimientos y la culpa, ellos deben de tomar la decisión sobre si es posible un futuro entre ambos. El Hilo Rojo se estrena luego de la gran polémica que hubo en torno a ella, en donde sus protagonistas terminaron enamorándose en la realidad y generó cierta controversia que lleno horas y horas en programas de chismes. En cuanto a la película no se entiende el clima que hay entre ellos en lo mas mínimo, de por sí el arranque es flojo. Ellos se ven en una tienda de teléfonos móviles que se encuentra dentro del aeropuerto, ambos se colocan los auriculares y suena “You Know Im Not Good” de Amy Winehouse para luego enamorarse en pleno vuelo. El personaje de Vicuña (La Memoria Del Agua) es totalmente cansador, que además de no recibir una respuesta positiva de ella insiste, insiste e insiste hasta llegar a fastidiar al espectador. Es el segundo trabajo de la directora Daniela Goggi junto a Eugenia Suarez, ya que ambas trabajaron en “Abzurdah”, pero si decimos que “El Hilo Rojo” trata sobre una historia de amor estamos realmente equivocados, no es de amor, drama, ni siquiera llega a ser una comedia, ninguno de ellos se siente a gusto con sus personajes y ni hablar de sus expresiones faciales casi nulas. Eugenia Suarez se expone en una escena de desnudo (casi explícito) pero ni eso llega a levantar el nivel de la película. Lo poco destacable de la película son las escenas filmadas en Colombia, lo único. Sin quieren llevar a su novios o novias a ver esta película pseudo- romántica les aseguro que se llevarán una gran decepción por pagar por ver dicho film. Probablemente El Hilo Rojo sea un gran éxito entre los estrenos nacionales de este año (sería muy triste si llega a pasar) debido al morbo que se generó alrededor de ella. Lo bueno: Cuesta buscarle algo positivo a esta película, pero en tal caso lo más agradable de ella son Las locaciones donde se filmaron algunas escenas.
Mucho se habló de la pareja protagonista (Suarez y Vicuña), quienes ahora ya son pareja en la vida real, durante su filmación los rodeó el escándalo. La trama contiene fuertes escenas apasionadas subidas de tono en un lugar paradisíaco y ellos juntos tienen bastante química. La protagonista de tan solo 24 años luce bella frente a las cámaras y es poseedora de un cuerpo armonioso, mientras que Vicuña acompaña con sus miradas. El guión no los ayuda demasiado para lucirse, ella estaba bastante bien en “Abzurdah” y Vicuña en “La memoria del agua”. Su trama y desarrollo tiene un estilo de telenovela aproximada al:¿ hasta donde sos capaz de llegar por amor? Hay mentiras, infidelidad, secretos y culpas, todo muy cuidado y prolijo, Suarez por ejemplo siempre esta perfecta hasta cuando se levanta de dormir, entre otras situaciones. En los roles secundarios se encuentra, aunque desaprovechado, el actor español Hugo Silva “Mi gran noche”; "Las brujas de Zugarramurdi"; "En fuera de juego". Un final abrupto y que deja cierto sabor amargo.
El hilo roto Desafortunadamente El hilo rojo será más recordada por el amorío real de los dos actores protagonistas – relacionado con el periodismo del corazón – que por lo estrictamente cinematográfico que pueda ofrecer el film. La directora Daniela Goggi tenía el poder de hacer caso omiso a todo el revuelo publicitario que pudiera opacar la potencial evolución profesional de su segundo largometraje y hacerlo brillar por sus propios medios, pero se sabe que a mayor notoriedad en los medios (sin importar la buena o mala prensa), mayor la venta de entradas. Y es que ya no importa la cantidad de veces que haya aclarado en conferencia de prensa que su película trata sobre el amor, las infidelidades o la culpa, ahora el morbo pasa por ver a Benjamín Vicuña y a Eugenia Suárez finalmente como pareja en pantalla. Teniendo esta suposición bien presente es que podemos hablar de El hilo rojo como una obra casi publicitaria, digna del comercial de una tarjeta de crédito, desde la grosera locación de marcas y escenarios de postal hasta la frívola impronta con la que se intenta representar el enamoramiento de dos personas. Vicuña y “la china” Suárez son Manuel y Abril, dos desconocidos que por casualidad coinciden en un aeropuerto e inevitablemente reciben el flechazo del amor a primera vista. Él es un experto en vinos, algo tímido pero decidido. Ella una joven y bella azafata con ganas de llevarse el mundo por delante. La atracción de ambos es evidente, lo que hace que las sonrisas y miradas cómplices que comparten durante ese corto tiempo de pre-embarque sean la antesala de un apasionado beso durante el vuelo. Ya en tierra arreglan volver a verse, pero lamentablemente un confuso incidente en migraciones (magistralmente no explicado) hace que se separen y que cada uno continúe con su vida. Las vueltas de la vida hacen que se vuelvan a encontrar siete años más tarde en la paradisíaca ciudad colombiana de Cartagena, aunque la situación ya no es la misma: Ambos están en pareja, con hijos y más responsabilidades que cuando se cruzaron por primera vez. Sin embargo esto no les impide volver a seducirse el uno al otro y terminar consumando por fin la relación que había quedado trunca en el pasado. Ahora el dilema de Manuel y Abril será elegir entre regresar con sus familias y olvidar esta fugaz pero intensa aventura, o hacer frente a la culpa y concretar lo que podría ser en esencia el amor verdadero. El hilo rojo 2016 El argumento dice basarse principalmente en la milenaria leyenda oriental del hilo rojo (de ahí el título), el cual sostiene que dos almas gemelas estarán por siempre destinadas a estar juntas sin importar los obstáculos ni dificultades que se crucen en el camino. Una determinación que nunca llega a ser del todo puesta en práctica porque el supuesto amor sincero que se intenta exponer jamás deja de ser una simple atracción física. En ningún momento existe un conocimiento mutuo por parte de los personajes que no sea el del contacto sexual. Es más, con suerte saben cómo se llama cada uno y que a ambos les gusta Amy Winehouse (pieza fundamental de la musicalización cada vez que Vicuña y Suárez comparten escena). Esta desidia se traslada también a la manera en que los protagonistas se relacionan con sus respectivas parejas (el español Hugo Silva y Guillermina Valdés), simples espectadores de un conflicto en donde no tienen la más mínima injerencia. Pocas situaciones nos hacen saber de qué manera reaccionan frente a la infidelidad los verdaderos perjudicados en este asunto. Nos queda la espina de tener una mirada más extensa de estos dos personajes, que claramente podrían haber enriquecido una narrativa enfocada en dos amantes con muy poco en común. Es así que ni la utilización de productos Apple, los trasbordos por Aerolíneas Argentinas o la hermosa oferta turística colombiana hacen que podamos empatizar con una historia vacía de contenido y fundamento. De más está decir que esto significa un retroceso para Daniela Goggi al pasar de trabajar las relaciones desde una óptica sensible en Abzurdah (2015) a encarar la pasión de una manera que redunda en lo superficial, como también en lo actoral para Benjamín Vicuña (de buen desempeño en La memoria del agua, 2015) y Eugenia Suárez (prometedor debut con Goggi en Abzurdah), una actriz que posee un magnetismo con la cámara digno de ser mejor aprovechado. El problema de El hilo rojo no radica solamente en que no aporta nada nuevo, sino en que lo que intenta contar no resulta interesante en la forma que es representado. Amores, desencuentros e infidelidades hay por montones en el cine y la ficción, y es por eso que la clave está en la forma en que se manifiesta en escena, junto a las distintas perspectivas que conformen el argumento. De esta manera la película sería mejor vista como un proyecto original, con errores y aciertos, antes que ser recordada únicamente por las circunstancias faranduleras que la rodean.
“Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper”. La película arranca con dos personas que se conocen en el Aeropuerto de Ezeiza antes de un vuelo a Madrid allá por el año 2007. El es Manuel, un enólogo que viaja para presentar un vino en una feria con la idea de poder hacer de ello su futuro. Ella es Abril, una joven azafata soltera y sin compromisos, para quien volar resulta muy placentero y liberador. Primero cruzan miradas, se sonríen, y de inmediato se gustan, pero recién abordo del vuelo logran poder conversar y se besan apasionadamente. Quedan en verse al bajar del avión pero algo sucede que los separa y no volverán a encontrarse hasta varios años después. Siete años más tarde, en el presente del relato, Manuel esta casado con Laura, una fotógrafa, y tienen una hija de cinco años, Rita. Viven en Mendoza, donde él tiene algunos viñedos y la bodega de vino propia, y planean mudarse a Buenos Aires. Abril, por su parte, vive en pareja con Bruno, un cantante y productor de rock bastante conocido, y ellos también tienen un hijo en común, Felix, de tres años que recién comenzará a ir al jardín. Abril se siente culpable por retomar su profesión de azafata debiendo separarse de su hijo por varios días, ya que no había volado desde hace más de dos años. Será entonces en ese viaje a Cartagena de Indias, Colombia, donde Abril y Manuel volverán a verse, pero el reencuentro se produce en el hotel cuando ambos están registrándose. Se miran y se reconocen. Manuel intentará acercarse a ella, quien al principio se halla renuente a tener cualquier trato con él porque ama a su familia y prefiere enterrar el pasado. En cambio Manuel aunque también es felíz en su matrimonio, siente curiosidad sobre esa mujer que lo cautivo siete años atrás. Finalmente a pesar de no querer involucrarse ambos caerán bajo el hechizo de la pasión desenfrenada y del sexo sin poder evitarlo, porque a veces aunque la razón diga una cosa el corazón puede pedir algo diferente. Entonces: ¿Se puede amar a más de dos personas a la vez? esté es el interrogante que plantea el film sobre la relación que surge entre estas dos personas que no son libres, y porque cada uno de los ellos se debatirá entre la pasión intensa de una nueva pareja y el amor seguro de la estabilidad familiar. Pero en medio de esa incertidumbre aparece una leyenda que habla de una unión invisible: “el hilo rojo”, que da título a la novela en la cual se basa esta película, y que tiene que ver con el destino y con aquellos que estan destinados a encontrarse. El hilo rojo del destino, o “cordón rojo del destino”, es una creencia de Asia oriental, presente en las mitologías china y japonesa. Y en Occidente tiene que ver con las llamadas “almas gemelas”. Según este mito, los dioses atan un cordón rojo alrededor del tobillo, o del dedo meñique en el caso de la cultura japonesa, de los que han de conocerse o ayudarse en un momento concreto y de una manera determinada. Así las dos personas unidas por el hilo rojo están destinadas a ser amantes, independientemente de la hora, el lugar o la circunstancia. Por lo tanto, este cordón mágico se puede estirar o enredar, pero nunca puede romperse. El film está protagonizado por Benjamín Vicuña y Eugenia Suárez, acompañados por Hugo Da Silva y Guillermina Valdez. La directora es Daniela Goggi, quien co escribió el guión junto a Alejandro Montiel y Mili Roque Pitt, y esta basado en la novela de Erika Halvorsen. Como se puede apreciar se vuelve a repetir la dupla de Abzurdah entre la directora Daniela Goggi y la protagonista Eugenia Suárez, quien sin duda mostraba un poco más de esfuerzo actoral en aquella película. Los diálogos resultan un tanto flojos especialmente los de Abril, mientras que Manuel resulta un poco más convincente. Lo que no se puede negar es la química entre ellos debido a la intensidad lograda en las escenas íntimas. El resultado es una historia romántica que podría haber sido mucho más de lo que es. Diferencias y similitudes entre el libro y la película: La película respeta la idea original del libro en relación al tema central del relato. Difiere con este en el inicio ya que la versión literaria comienza en el presente y luego los protagonistas van contando lo sucedido en el pasado (5 años antes) mediante un flashback, resultando menos lineal, pero también ese primer encuentro es diferente en ambas versiones. El personaje de Manuel en el libro se llama Anton, pero Abril sigue siendo Abril, al igual que Laura y Bruno, aunque sus profesiones son otras. Laura es psicóloga, y Bruno maneja una inmobiliaria familiar a traves de la cual conoció a Abril. Tambien son distintos los nombres de sus hijos, Anton tiene dos en el libro, mientras que Manuel solo una hija. El primer viaje es a Nueva York en lugar de Madrid como se ve en la película, es allí cuando tienen sexo por primera vez, algo que los marcará de un modo inesperado, y esta es quizás una de las diferencias más importantes entre ambas versiones. El segundo encuentro se produce en un viaje a Tanger, Marruecos, pero para la versión fílmica se debió modificar ese destino debido al peligro de ataques terroristas en la zona, y se cambio a Cartagena, Colombia; este dato lo aclaró la directora Daniela Goggi durante la conferencia de prensa. Luego de este segundo encuentro el relato sigue mas o menos el mismo camino hacia el desenlace tanto en el libro como en la película, aunque en esta última se agregan algunas situaciones que no existen en la novela, dando lugar a cambios importantes para los personajes. De todos modos la conclusión es muy parecida en ambos formatos, pero el relato en si mismo resulta mucho más atrapante en el libro debido a la intensidad y la pasión con que esta contado por parte de sus protagonistas.
No se deje enhebrar Tras la gran polémica generada por el “motorhome gate” y el romance surgido entre sus protagonistas durante el rodaje, llega este film romántico que no enamora en lo más mínimo Tras seis meses de escandalosas revelaciones ("había olor a sexo") y rumores ("En Chile dicen que Vicuña y la China son pareja"), llega a los cines argentinos "El Hilo Rojo", la película protagonizada por la ahora formal pareja compuesta por Benjamín Vicuña y Eugenia "China" Suárez, y que supuso el final del matrimonio de 10 años entre el primero y la modelo Carolina "Pampita" Ardohaín. Y lo cierto es que, tal como se suponía una vez vistos los tráilers y la publicidad que se le dio al escándalo denominado "motorhome gate", la película basa su atractivo sólo en el "morbo" de ver cómo los protagonistas se fueron enamorando a lo largo de la filmación. Lo cierto es que, con todos estos elementos a mano, se torna por demás difícil encarar una crítica de la manera más subjetiva posible porque si de algo se puede estar seguro al ver el filme es que su realizadora, Daniela Goggi (la misma que dirigió a la China en "Abzurdah"), estuvo muy consciente de lo que pasaba entre los actores desde el minuto uno y quiso reflejarlo en la gran pantalla, fotograma a fotograma. Sin embargo, este experimento que ha salido muy bien en varias ocasiones –Steve McQueen y Ali MacGraw en "The Getaway" por citar un ejemplo- acá queda en una suerte de "documental del romance" en el que la responsable de canalizar el presupuesto usa el dinero para retratar a los protagonistas (con especial énfasis en el rostro y el busto de la China, eso sí) mientras éstos recitan (no hay manera de llamar interpretaciones a la infinidad de caritas y gestitos de adolescentes coqueteando) unos diálogos escritos por la propia Goggi y otros guionistas que parecen haber aprendido mirando culebrones de bajas aspiraciones. Esta falta de ideas, tanto en lo estético como en lo literario -sumado al hecho de que hay una escena plagiada del filme francés Ils se marièrent et eurent beaucoup d'enfants (Happily Ever After) protagonizada por Johnny Depp-, no se queda ahí sino que el film busca instalar una suerte de "moraleja" con el leivmotiv de la película según el cual "una leyenda china cuenta que un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper". Esta premisa sirve para contar la historia de Manuel y Abril, quienes luego de conocerse en un avión (él pasajero, ella azafata), quedan flechados instantáneamente, y sienten que son el uno para el otro. Pero el destino hace que se separen en el aeropuerto y no vuelvan a encontrarse hasta siete años después en un hotel de Colombia. El tiempo ha pasado y ambos están felizmente casados con Laura (Guillermina Valdés) y con Bruno (Hugo Silva) y han formado sus familias con hijos incluidos. Esto parece no significar nada para los protagonistas que vivirán un fogoso romance (con dos o tres escena de sexo incluidas como para generar interés) y pondrán en riesgo todo lo que han construido y blah, blah... Además de Vicuña y Suárez, el elenco está integrado por la modelo Guillermina Valdez, que hace algunos años también protagonizó un escándalo algo polémico cuando pasó de los brazos de su esposo Sebastián Ortega a los del ex jefe de éste, Marcelo Tinelli, con quien incluso tuvo un hijo. Lo cierto es que "El Hilo Rojo", que tiene equipo para ganar la Libertadores, no ha puede pasar ni siquiera la fase de eliminatorias debido principalmente a que es una película sumamente aburrida y cursi, llena de situaciones forzadas y lugares comunes, y que no encuentra el rumbo en toda su extensión, al punto de que en algunos momentos, el espectador sentirá que se encuentra frente a un comercial turístico de Colombia. Maneras de relatar una relación extramatrimonial o con una femme fatale (como el personaje de Abril) hay miles pero Goggi parece no haber encontrado ninguna válida y se decidió por un dramón que por momentos deja de ser tal y se sumerge en la comedia de enredos involuntariamente. Para los que van a verla por la "China" Suárez , sí hay "escenas de sexo justificadas" con muchos cm2 de piel al descubierto –que seguramente alguien subirá a Internet en las próximas horas- pero ni siquiera eso logra levantar la puntería ni mucho menos en el duro arte de generar interés. Como corolario, Goggi repite la dura experiencia de hacer que Suárez entone un cover de un artista consagrado; y si en "Abzurdah" le tocó a Cerati, esta ocasión el ultraje le cae en suerte a Amy Winehouse con su versión de "You Know I´m not Good". ¿Eran muy caros los derechos? De todas maneras, es muy probable que mucha gente haga caso omiso a esta crítica y desembolse entre 100 y 150 pesos (más pochoclo y gaseosa porque lo único que genera este producto es ansiedad y angustia oral) y la película se convierta en una de las más taquilleras del año (acá calculamos unos 300 mil espectadores) pero no será por el valor artístico de este film sino por el morbo que genera toda esta lamentable situación que llegó a los medios de comunicación hace seis meses y ahora tiene una "película oficial". Desde este humilde lugar, tenemos la obligación de contarle con lo que se va a encontrar. No diga que no le advertimos.
"El hilo rojo" no busca ser un ensayo de autor sobre el amor y la fidelidad. Es netamente cine industrial con fines comerciales. Todo lo que propone, estética, narrativa, estilística y conceptualmente, está más cerca de los ideales que propone la publicidad que de la realidad que aspira a construir el cine. [Escuchá la crítica completa]
LOS CALIENTES Voy a hacer una comparación exagerada -y por eso mismo injusta- pero que sirve para ejemplificar. El final de El hilo rojo tiene puntos de comparación con el de Los puentes de Madison, empezando porque ambos incluyen un vehículo y la lluvia, y además una toma de decisiones que no se da (o que sí, pero en el sentido contrario del deseo). En el film de Clint Eastwood, es Meryl Streep quien decide no bajarse de una camioneta, permanecer con su marido y ver alejarse al amor de su vida. En El hilo rojo, es Eugenia Suárez la que se acerca en un remise para encontrarse con su amante, pero decide no bajar, mentir por medio de un mensaje de texto y abandonar esa historia prohibida. Si con Streep sufrimos, es porque Eastwood construye unos personajes exquisitos y porque en esa escena se desarma un mundo, el de los protagonistas: es un momento realmente angustiante, calibrado magistralmente por el montaje y en el que el peso de lo que los personajes pierden es tangible. En cambio, lo de Suárez nos resulta hasta inverosímil, porque los personajes no son más que conceptos apenas esbozados y ni siquiera entendemos qué pueden llegar a ganar o perder, más que su vida cómoda de clase media alta. Que en todo caso sería reemplazada por otra vida cómoda de clase media alta, como se está usando cada vez más en el cine mainstream argentino: los protagonistas de la mayoría de las películas son gente que vive bien. Lo acepto, comparar Los puentes de Madison con El hilo rojo es de mala persona: una es una obra maestra, uno de los mejores films románticos de las últimas décadas y encima dirigido por un genio absoluto, y este es apenas un dramita de diseño con algo de erotismo ligero, y sostenido en base a escándalos mediáticos que poco tienen que ver con el cine. Sin embargo, ambos cuentan más o menos lo mismo. Ojo que El hilo rojo no debe ser descartada de antemano y por sus antecedentes escandalosos, ya que sobre la base de un libro poco interesante como Abzurdah, la misma directora Daniela Goggi y Eugenia Suárez habían logrado un producto mucho más digno, que incluso sorprendía por la manera en que capturaba lo más interesante del material de base. Si en aquella el shock y el impacto morboso del libro autoconfesional quedaba relegado a un segundo plano, la directora no puede hacer nunca aquí que la película se justifique más allá de darle material a un público que irá al cine influenciado por la mala televisión. El hilo rojo es casi el registro de una calentura, y dos o tres escenas de cama filmadas más o menos a reglamento para que nadie se incomode y la taquilla sea buena. Se parece de alguna forma a todos esos malos imitadores de Bajos instintos que surgieron en los 90’s. El problema del peso del morbo en la película tiene que ver con cómo la directora desatiende algunas resoluciones, para hacer avanzar el relato en dirección a la historia de los dos amantes. Si hasta las escenas en que ambos comparten con sus respectivas parejas parecen hechas a las apuradas porque la película lo que necesita en pantalla es a Suárez y Benjamín Vicuña. Y a Suárez y Vicuña empelotados en la cama. Esta necesidad de avanzar está tan torpemente expresada en la película, que incluso una situación como la del desenmascaramiento de los amantes se resuelve de una forma tan abrupta, que uno duda de las capacidades de estos dos para sostener una doble vida: lo de Vicuña reconociendo velozmente su amorío por una foto que en realidad no dice nada, es de una tontería inusitada. Algunas cosas están bien, como cierto diálogo en que una compañera y amiga de Suárez le cuenta que su novio la dejó por whatsapp. Ahí aparece, tenue y apenas insinuada, una reflexión sobre los sentimientos en los tiempos de redes sociales, que incluso se reflejaría en el espectador tipo que es el que concurre a ver este tipo de “acontecimientos” cinematográficos: “¿fuiste a ver la de la China Suárez en pelotas?”, seguro que preguntan algunos esta semana. Y ese hubiera sido un camino interesante, una dosis de autoconsciencia que le hubiera sumado algo de sustancia al relato. Por el contrario, tenemos una comedia romántica primero -ni tan graciosa, ni tan romántica- y un drama romántico luego -también, ni tan dramático ni tan romántico-, pero todo demasiado lavado, desapasionado, ni siquiera erotizante. Y no lo es porque los personajes no tienen mundo, a pesar de pasársela volando. No nos importan, nunca dejan de ser Vicuña y Suárez, los que salen en los noticieros. El hilo rojo son 100 minutos de nada, de reflexiones sobre el amor cercanas al aforismo y frivolidad disfrazada de osadía.
El año pasado, Daniela Goggi demost´ro con su adaptación de Abzurdah que tenía suficiente mano -e inteligencia- para recuperar y aggiornar el melodrama romántico a la sensibilidad de la era smartphone. Realmente aquella película era buena. Esta no. Pero no porque sea “mala” sino porque hay una falla de cálculo. La historia es la de una pareja que se flecha, se separa, y vuelve a encontrarse al tiempo, cada uno ya con su propia pareja. La primera idea es la de cuestionar el “flechazo” y la segunda, la de separar las diferentes formas de amor. La verdad es que, más allá del material de base (que es trivial) alcanzan esos elementos para lograr un buen film. Pero lo que sucede en la pantalla es que los actores parecen transitar las escenas sin comprometerse con ellas. Y hay poca química entre Suárez y Vicuña. OK: el lector pensará que es cargada, pero no. Incluso más: habiendo pasado “lo que pasó” en los sets (pasto para periodismo del corazón), tal intensidad no ha sido captada en película (si creen que esto es irrelevante, sugerimos revisar los films de la dupla Taylor-Burton). Una pena.
Se enreda y se corta La publicidad para "El hilo rojo" estaba servida. Hace meses que se viene hablando de la película donde se conocieron Eugenia "La China" Suárez y el chileno Benjamín Vicuña. De hecho se espera que sea un éxito de taquilla, y tiene muchas posibilidades, pero la película de ninguna forma está a la altura de las expectativas. También es cierto que se esperaba más de la directora Daniela Goggi, que había convencido al público y a la crítica con "Abzurdah". En "El hijo rojo" la realizadora se mete con temas como la pasión, la infidelidad, los celos y la culpa, pero sin profundidad y sin el menor vuelo, como si se tratara de una telenovela. Los protagonistas son Manuel, un enólogo, y Abril, una azafata. Los dos sienten un flechazo en pleno vuelo, pero el destino (digamos) los separa y se reencuentran siete años después, cuando ella ya está casada con una estrella de rock y él con una exitosa fotógrafa. El lugar del encuentro es un hotel de lujo en Cartagena de Indias y bueno... todo el mundo sabe lo que va a pasar. La película se transforma lentamente en un melodrama pero nunca conmueve ni sorprende. Es prolija, la factura técnica es impecable, pero poco más que eso. La supuesta pasión desenfrenada que une a la pareja choca con el tono monótono, gris y frío que la directora elige, filmando con una estética cuasi publicitaria donde no existen los matices. Y los actores no tienen margen para moverse dentro de los estereotipos que le tocaron en suerte: él es el lindo de corazón bueno, medio inocente, y ella la mujer bella, liberada y también inalcanzable. ¿Qué queda después de tanto ruido con "El hilo rojo"? Eso, el ruido: la anécdota del romance de la ficción que se transformó en realidad y las horas y horas que los programas de chimentos le dedicaron al escándalo.
Un ovillo demasiado enredado En "El Hilo Rojo" Manuel y Abril quedan flechados instantáneamente, pero el destino hace que se separen y no vuelvan a encontrarse hasta varios años después. Lo más drástico es lo que trasciende la pantalla. Siendo una relación romántica en pleno crecimiento durante el rodaje del filme. Manuel (Benjamín Vicuña) se cruza en el aeropuerto con Abril (Eugenia Suárez). Ambos son tan lindos que parecen destinados el uno al otro. Toman el mismo vuelo, se conocen por cinco minutos y la atracción es tan grande que deciden seguir la historia cuando pisen tierra. Pero por un problema en el aeropuerto al que arriban nunca llegan a encontrarse, y los pajaritos del amor los tenían tan atónitos que nunca se dijeron los nombres siquiera. Siete años después, un viaje a Cartagena los reencuentra en el mismo hotel, pero las circunstancias cambiaron: ambos están casados y tienen hijos. Un par de horas juntos y se olvidan de ese obstáculo (él primero que ella, pero terminan amnésicos los dos) y le dan rienda suelta a su pasión. Llega el momento del retorno y las culpas y las obligaciones los ponen en una situación de crisis. El filme trata desde ese punto de empatarnos en su mundo y nos fuerza a ver situaciones de “tira y afloje” en este “hilo rojo”, que no se puede cortar pero sí puede quedar deshilachado de tanto forcejeo. Gente bella en una película visualmente atractiva, en un paraíso romántico, usando ropa a su altura y sufriendo de manera sexy en sus casas lindas con sus parejas lindas. Lo más drástico es lo que trasciende la pantalla. Siendo una relación romántica en pleno crecimiento durante el rodaje del filme, en escena no existe nada de química entre Suárez y Vicuña, a pesar de que sus personajes, que no dicen mucho por cuestión de guión y dirección, están bien en este contexto estético -que carece de alma-, y su actuación no es brillante pero eficiente.
Mucho ruido y pocas nueces El promocionado filme, con el romance de Benjamín Vicuña y Eugenia “China” Suárez, sus protagonistas, fuera del set, deja mucho que desear. De buenas intenciones pero de una previsibilidad y liviandad abrumadora en el tratamiento de temas complejos. Y, seguramente, el mediático noviazgo es lo que llevará gente a las salas. “El hilo rojo” es una película predecible. No hay nada nuevo acerca de lo que ya se haya dicho sobre amores furtivos. Daniela Goggi, su directora, tiene muy buenas intenciones de hacer una película para que el espectador reflexione sobre temas tan complejos como el destino, el deseo, la infidelidad y las culpas, entre otros. Lamentablemente, el sano propósito de Goggi muere en el intento y la historia, contada en base a un guión, que luego se convirtió en el libro homónimo de la guionista y dramaturga argentina Erika Halvorsen, termina dispersándose sin encontrar el norte que oriente y fundamente la esencia de esa relación tan especial, y sexual, que se establece entre Manuel y Abril, los personajes interpretados por Benjamín Vicuña y Eugenia “China” Suárez. En “El hilo rojo” no hay giros sorprendentes que le permitieran dar más brillo a un argumento lineal, monótono y anodino. De no ser por las muy buenas y necesarias dosis de humor y el evitar caer en excesos dramáticos, la película naufragaría por completo. En “El hilo rojo” hablan los cuerpos, con un erotismo a flor de piel. Es un lenguaje que Goggi aprovecha al detalle en la agraciada anatomía de la “China” Suárez. A la actriz, a quien ya dirigió en “Abzurdah”, no le mezquina tomas para mostrar, en forma sugerente en algunos planos, esa belleza inconmensurable que enamoró a Vicuña en el plató como en la vida misma y provocó la ruptura con su esposa, Carolina “Pampita” Ardohain. Y como una bitácora de su propia vida, de sus deseos, en el muslo derecho de Abril está estampada la palabra “Maktub”, que en árabe significa, palabras más palabras menos, “está escrito”. Y es precisamente con esta frase la que se quiere justificar la tensión dramática de la relación entre los personajes del actor chileno y la modelo argentina. Sumado a ella hay otras frases escritas en los brazos de Suárez que en la ficción tiene el apellido árabe Saiegh. Y es en árabe que una mujer anciana, sabia y contemplativa, cuando los ve junto en un mercado artesanal de Cartagena de Indias (Colombia) les dice que “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper”. Pero, tanto “Maktub” como la intervención de esa venerable anciana más parece puesta a propósito para justificar el título que otra cosa. La directora respeta el manual de estilo de la comedia romántica: dos personas se conocen, bromean entre ellas, pero a pesar de la atracción obvia para la audiencia no se ven románticamente involucrados por algún tipo de factor interno o por una barrera externa (uno de ellos tiene una relación amorosa con otra persona, por ejemplo). En algún momento, después de diversas escenas cómicas, ellos se separan por alguna razón. De todos modos, se toma algunas licencias con las cuales gana puntos. “El hilo rojo” quiere ser una comedia romántica sofisticada, al estilo de las que hacía el director y productor norteamericano Samuel Billy Wilder. “El hilo rojo” no es “Antes del amanecer” ni tampoco “Antes del atardecer y “Antes del anochecer”, todas ellas del cineasta y guionista norteamericano Richard Linklater. Suárez y Vicuña no son Céline (Julie Delpy) y Jesse (Ethan Hawke) de las historias románticas de Linklater sino se parecen, sin la virulencia de la trama de ese filme, a Brad Pitt y Angelina Jolie en “Sr. y Sra. Smith”, película donde Brad y Angelina se conocieron y se gestó el amor, tan mediático como “la palta y una manta amarilla de Nepal” de la “China” cuando quiso eludir lo que ya era un secreto a voces: la denuncia de “Pampita” de lo que había visto en el motorhome en los días en que se rodaba “El hilo rojo”. En esta película argentina, donde los protagonistas se debaten entre el amor y la virtud o el tener que escoger entre dejarse llevar por ese “hilo rojo invisible” o hacer lo correcto, tampoco son Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Esa obsesión por el cigarrillo del enólogo que compone Vicuña no se asemeja en absoluto a ese galán poco convencional que hacia Bogart con su estilo insolente y su infaltable cigarrillo entre sus dedos. La construcción de la azafata de Suárez y el enólogo de Vicuña tiene solo chispazos, pero carecen de profundidad en las caracterizaciones. En cambio, para destacar los trabajos del español Hugo Silva como el marido engañado de Suárez, y el de Guillermina Valdés como la esposa de Vicuña. Aunque, por momentos, le cuesta resolver actoralmente cuando su personaje descubre la infidelidad de una manera increíble, el resto del trabajo de Valdés está muy bien. Por parafrasear al bardo popular inglés, William Shakespeare, “El hilo rojo” es mucho ruido y pocas nueces.
El hilo rojo (2016) está basada en una antigua leyenda china, según la cual hay personas predestinadas a estar juntas. Eugenia Suárez y Benjamín Vicuña protagonizan una película dirigida por Daniela Goggi, en la que se ponen de manifiesto, de forma liviana, diferentes tópicos como el destino, los deseos y el amor. Abril (Eugenia Suárez) y Manuel (Benjamín Vicuña) se conocer en un aeropuerto. Las casualidades, o el destino, hacen que suban al mismo avión: ella es azafata y él pasajero. Durante el vuelo charlan y no pueden negar la atracción que siente el uno por el otro, razón por la que deciden encontrarse en migraciones cuando lleguen a tierra firme. Pero una circunstancia inesperada no permite que se vuelvan a ver en ese momento, sino que el reencuentro se produce 7 años después en un viaje a Cartagena, cuando cada uno ya tiene su familia armada. Manuel está casado felizmente con Laura (Guillermina Valdés) y Abril con Bruno (Hugo Silva). El film de Goggi parte de un supuesto atractivo: la existencia de un hilo rojo que une a aquellas personas que están destinadas a estar juntas, sin importar tiempo o lugar, y que aunque se estire o contraiga jamás se corta. La idea es idílica y podría funcionar, pero el producto final resulta vacío y poco interesante. Estéticamente las escenas se asemejan a las publicitarias. Porque la mayoría son primeros planos en los que los protagonistas se ven bellos, casi perfectos. Y aunque tienen algunas disyuntivas, toda la película sigue esa línea, bastante alejada de la verosimilitud. Vale mencionar que durante la filmación existió un hecho personal entre Suárez y Vicuña que provocó que se hablara mucho de la película. Y su relación amorosa se entrecruza con la que se plantea en El hilo rojo porque es difícil, en este caso, diferenciar ficción de realidad (en especial por el tono de las escenas de sexo). Goggi puede tener buenas intenciones, pero el argumento no acompaña y se queda en la superficialidad. Al igual que un ovillo que se desenreda fácilmente.
El Hilo Rojo es una película que está en boca de todo el mundo más por el escándalo ocurrido tras bambalinas entre sus protagonistas que por la película en sí misma, y considerando el visionado del producto terminado, llego a la conclusión de que la historia de ese affaire es más interesante que el de la propia película; algo a lo que van a tener que sacarle jugo de naranja ya que el producto, por sus propios méritos, no les hace ningún favor. Se contrae, se estira, se enreda… y se rompe El Hilo Rojo cuenta la historia de Manuel y Abril, que se conocen en un vuelo a Madrid. Coqueteo va, histeriqueo viene, la cosa termina en un acalorado hockey de amígdalas que parece ser la antesala a un mambo horizontal de antología, pero que no llega a producirse por un problema de seguridad una vez llegados al aeropuerto. No obstante, se encuentran siete años más tarde, para tratar de iniciar una historia, a pesar de que ahora ambos están casados y con hijos. El guión de la película no aprovecha el potencial de su premisa sobre el amor predestinado. No obstante, su problema mayor es que el desarrollo narrativo es tremendamente aburrido, por no decir inverosímil. Las escenas de sexo, que se supone son el punto fuerte de la película, son precoces y antieróticas; esta palta no despierta ni a un muerto, damas y caballeros. Los personajes, lloran, se tiran en la cama pensando, caminan por Colombia, y el poco conflicto que tiene digamos que tiene la pinta de serlo, pero no se siente como tal. Las confesiones no son sufridas y menos que menos meditadas, y las infidelidades no se sospechan sino que directamente se asumen con evidencias que podrían significar cualquier otra cosa. A esto debo agregar que cuenta con un desenlace completamente insatisfactorio por no decir groseramente derivativo. En lo que al aspecto técnico refiere, la película no tiene nada para ser criticado; bien fotografiado y bien montado. Por otro lado, el aspecto actoral lamentablemente sí deja bastante que desear. Eugenia Suarez no es creíble como una mujer de 30 años, Benjamín Vicuña no puede remontar las cursilerías que le hace decir el guion y Guillermina Valdés parece demasiado forzada. El español Hugo Silva parece ser el único que sale indemne en este apartado. Conclusión El Hilo Rojo es una historia que se contrae, se enreda, se estira pero se termina rompiendo por lo flojo de su narración y su aspecto interpretativo. Más que ser una historia sobre una acalorada pasión o un amor predestinado es en realidad —y cito un episodio de Los Simpson— un océano de lujo decadente y sexo sin sentido. El escándalo detrás de escena muy probablemente le juegue a favor en las recaudaciones del fin de semana del estreno, pero los pingos se verán en el boca a boca, y ahí sí que va a ser difícil sostener a flote un barco que, lamentablemente, hace agua por todos lados. Eso sí, el mercado de la palta, sin importar el resultado, está de parabienes.
Publicada en la edición #284.
El filme, con la fotografía de Sol Lopatin* que parece sacada de un comercial televisivo, emula a la perfección paisajes atractivos que nos tientan a los espectadores como a los personajes. Son ambientes que, vistos como lugares turísticos, atraen a la mirada. Y ésta es la mayor fortaleza de la película. Va de Argentina, a Chile y Colombia con una fluidez y atención a los paisajes que atrapan. El problema reside en que ahí se queda la película: es una postal de estos amantes que coinciden en diversos lugares, amantes consumistas y consumidos por la aparente pasión. De por sí las actuaciones acartonan los encuentros entre los personajes. No hay química sino una excusa para los encuentros amorosos. No hay drama sino diálogos comunes que no llevan a momentos que interesen. Benjamín Vicuña, Guillermina Valdez, Hugo Silva y María Eugenia Suárez se encuentran ante personajes que cometen los errores típicos en el amor y que dicen las mismas palabras de los amantes torpes. No son personajes enfrentados por ellos mismos, sino por circunstancias que olvidaremos con facilidad. De tal manera, el guión no es más que una excusa para enredar el hilo, tensarlo y, a ratos, distenderlo. No es una trama orgánica, sino un artificio para que siga en movimiento la acción; un movimiento aparente que apenas se ve aliviado por la música y uno que otro toque de humor brindado por quien interpreta la amiga de Abril (Suárez). Incluso el final no hace más que complicar sin razones sustentables la película. Quiere dejar en suspenso la trama, aunque todo parece "destinado" a que haya un final feliz. Será un final feliz que satisfaga a los protagonistas sin que haya mucho conflicto ni diálogos que nos hagan pensar. Por otro lado, la música resalta el melodrama con tonos que recuerdan a rato a la composición de Michael Nyman para The End of the Affair (Neil Jordan, 1999). Es una música que empantana el fluir de la película con un ritmo que desentona. Lo que terminamos viendo en el filme es la serie de encuentros y desencuentros de estos amantes para enamorarse, amantes que no se diferencian de gente común a pesar de lo bellos que son. A fin de cuentas, serán amantes olvidados por los mismos paisajes que visitan. *Es un placer ver mujeres en la escritura del guión y tras la cámara entre oficios tan llevados por la mirada masculina.
Con un escandalete mediático como imprevisto motor publicitario, y una legión de fans incondicionales de Eugenia "La China" Suárez; El hilo rojo debutó por lo alto en la taquilla de los cines conquistando el primer lugar en su día de estreno, y sacándole una buena diferencia al tanque de Hollywood de esta semana, X-Men: Apocalipsis. Está más que claro que una buena porción del público que asiste a las salas, lo hace movilizada por la historia de celos, traición y pelea; desatada el año pasado en pleno rodaje de esta película, cuando Pampita irrumpió en un motorhome y sorprendió a Benjamín Vicuña y la China Suárez en pleno momento hot. La modelo encargada de desatar aquel episodio de furia, y que hoy es tapa de revistas con sus fotos junto al tenista Juan "Pico" Mónaco, jamás sospechó que se transformaría en la encargada de encender la mecha publicitaria del film protagonizado por su ex pareja. Completando el irresistible combo promocional, semanas antes del estreno, la dupla protagónica mostró su romance consolidado y enfrentó las cámaras de programas televisivos de toda calaña. Tamaño dispositivo mediático no podía fallar. Basándose en una leyenda china, esta nueva apuesta de la directora Daniela Goggi, que el año pasado fue responsable de la exitosa Abzurdah, también con la China Suárez; gira alrededor del mito del hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, más allá de las adversidades que se interpongan en el camino. Manuel (Benjamín Vicuña), es un enólogo exitoso que en un vuelo conoce a la bellísima azafata Abril (Eugenia Suárez), y queda automáticamente deslumbrado. Tanto en ese primer acercamiento, como en los restantes, ella procederá con el sistemático manual del "primero rechazo y después cedo"; mientras él insistirá hasta el hartazgo multiplicando su calidad de felpudo mullido. No hay mucho más que eso. La película es una mala telenovela en versión comprimida. Con una estética publicitaria, acumulando situaciones inverosímiles y personajes tan lineales como poco atractivos; El hilo rojo descansa sobre la insuperable belleza de la China Suárez, capaz de iluminar cada plano en el que aparece con su irresistible fotogenia; y apoyándose en locaciones de ensueño como las de la ciudad de Cartagena, donde los personajes se reencuentran años después de haberse conocido. El film es superficial y banal, que no es lo mismo que decir que es una película sobre la superficialidad y la banalidad. No hay ironía ni profundidad, solo un liviano paneo sobre temas como el matrimonio, los hijos y la infidelidad. En cuanto a las actuaciones, el trabajo de Suárez y Vicuña navega a la deriva de un guión imposible. Es evidente que cada uno hizo lo que pudo, sonriendo/llorando en piloto automático, y haciendo el intento de poner en las escenas de sexo un poco de condimento al asunto. Los personajes secundarios tampoco agregan demasiado. Guillermina Valdés interpreta a la mujer de Manuel, una fotógrafa cool que no tiene mayor peso en la trama. Mientras el español Hugo Silva, a cargo del rol de pareja de Abril, cae en el más burdo cliché del músico famoso. Ni siquiera Leticia Siciliani logra aportar una cuota de gracia, con su performance de la atribulada azafata a quien su novio abandona por WhatsApp. Sumada a una historia que jamás levanta vuelo ni se juega por nada, la música omnipresente y redundante se encarga de subrayar cada intento de clima dramático. Amy Winehouse suena no una, sino dos veces, con su hit You know I'm no good. Seguramente la cantante debe estar revolcándose en la tumba, o intentando arrojar desde el más allá una botella contra la pantalla. Ni siquiera su fuerte impronta logra insuflarle una dosis de intensidad a una película tan "fome" como Vicuña. Cuando llega el final, constatamos que el episodio de furia en el motorhome, con palta y manta de Nepal incluidos; es mucho más contundente que este desabrido canapé del anti cine. En un subtexto algo forzado, dado que tamaño engendro ni siquiera es sólido desde lo que enuncia; se podría decir que El hilo rojo va sobre cierta fascinación por la belleza sin contenido. Con un mirada nada moderna y bastante machista, en la que se pretende ubicar a la mujer en el lugar de quien lleva las riendas de la historia; el guión pone en boca de Abril unas cuantas frases solemnes y seudo filosas, reduciéndola de manera sistemática al mote de zorra histérica. En la otra esquina, el eterno chongo sin swing podrá ser vapuleado una y otra vez, pero aún en lo más profundo de su supuesta desgracia; se erige como el inexplicable epicentro del asunto. "Nadie te va a querer como yo", dice desde una impostada pose de entereza la corneada mujer de Manuel. En apariencia, la directora Daniela Goggi no ensaña su dedo acusador sobre ninguno de los protagonistas. Pero si se escarba un poquito, queda al descubierto que su película es más culpógena y falocrática de lo que parece. El hilo rojo / Argentina / 2016 / 100 minutos / Apta para mayores de 13 años / Con: Eugenia Suárez, Benjamín Vicuña, Hugo Silva y Guillermina Valdés.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030