Hace un año salí de sala de ver "The Hobbit: an unexpected journey" con cierta sensación de incompletud. Si bien los elementos clásicos de Tolkien estaban ahí (y Jackson entiende perfecto que como presentarlos en este tiempo sin que pierdan frescura), sentí que los protagonistas de la historia, tenían poco carisma para llevar adelante semejante trama con éxito. Me pareció además, que su ritmo era lento (más de lo aconsejable) y que además, no tenía intensidad dramática. Sí, estaba bien como producto de esa franquicia, pero, sin dudas era menos que la demoledora trilogía "The Lord of the Rings". Pero todo aquello que en la primera te parece sin consistencia, empieza a tenerla en forma en esta segunda parte. Peter Jackson comienza a enfocarse en sus personajes como se debe, seguramente por los ajustes en su equipo de escritores: Fran Walsh, Philippa Boyens y Guillermo del Toro (quien estuvo a punto de sentarse en la silla del director) y orquesta una segunda parte, tremenda, no sólo ya desde lo visual sino desde la intesidad narrativa que logra. Epica, a la altura de los mejores exponentes del cine de aventuras de la historia. "The Hobbit: the desolation of Smaug" arde, y no sólo porque tenemos un dragón como gran antagonista, lo hace porque matiene el calor de la acción trepidante a lo largo de todo su extenso metraje. Aquí, continuamos la historia que ya arrancó en la casa de Bilbo Bolsón (Martin Freeman) cuando Gandalf (Ian McKellen, qué sería esta saga sin él?) reunió a 13 hobbits para invitarlos a una gran aventura: llegar a la Montaña Solitaria y recuperar una gema que hará que su pueblo y el resto de la Tierra Media, reconozca su linaje y el resurgimiento de su imperio. El tema es que un dragón muy poderoso (y locuaz, debo decirles) fue quien la robó y es el guardián de dicho tesoro. Lo que veremos en esta segunda parte es como el grupo liderado por Thorin-Escudo-de-Roble (Richard Armitage) atraviesa bosques, ríos, poblados y montañas para llegar a ese lugar con la intención de cumplir la profesía y recuperar el poder de su reino. Sin embargo, hay un peligro mayor que acecha y Gandalf lo sabe: las fuerzas de lo Oscuro están incrementando su fuerza y amenazan con arrasar todo a su paso si nadie los detiene... En términos técnicos, Jackson ha "empoderado" sus herramientas CGI y su manejo del 3D, por lo cual, logra que el film luzca increíble en escenas como el escape de los hobbits via acuática en la tierra elfa, los enfrentamientos con arañas y orcos y el gran finale en el templo de la Montaña. Pero no sólo eso, sino que ha logrado que sus personajes estén auténticamente conectados con la historia en sentido dramático (al gran trabajo de McKellen hay que sumarle el progreso de Freeman y el aporte de Orlando Bloom, en un Légolas más crudo y visceral -aunque no figure en el texto original de Talkien, pero bueno!), por lo cual, en ningún momento podemos despegar los ojos de la pantalla. Seguramente si conocen la obra original, sabrán ya que hay cambios interesantes e incluso un desarrollo de subtrama de otro manuscrito llamado "The Quest for Erebor" que conectaría eventos con la trilogía de la década pasada. Todos los cambios operados fueron para mejor y si bien hay algunas cosas que discutirle (estos hobbits son un súperequipo que no sufren ninguna baja luchando contra orcos más grandes, feroces y letales?), lo cierto es que la película es un festín de aventuras. Sin lugar a dudas, "The Hobbit: the desolation of Smaug" es uno de los films del año. Salve Jackson, lo hiciste otra vez. Como en los viejos tiempos. Excelente.
La gran aventura Esta segunda entrega de la trilogía cinematográfica basada en la obra de Tolkien, supera a la anterior estrenada el año pasado. En realidad, se trata de una kilométrica superproducción dividida en tres partes, pero ésta concentra más aventura y acción a través de secuencias espectaculares. Y, como si fuera poco, deja al espectador con ganas de ver más. El Hobbit: La desolación de Smaug sigue la vertiginosa aventura del personaje principal Bilbo Baggins (Martin Freeman) en su viaje con los trece enanos, liderados por Thorin (Richard Armitage), en su búsqueda épica para reclamar el reino enano perdido de Erebor. En el camino enfrentarán varios peligros y al dragón Smaug (Benedict Cumberbatch) que siembra terror entre los hombres. Peter Jackson no pierde tiempo en la narración, aprovecha todas las puntas argumentales del guión (el pescador perseguido que ayuda a los protagonistas y tiene a su familia amenazada) y coloca el acento en el gran despliegue pero sin olvidarse de la tensión que ofrece la trama y los móviles de los personajes, Aquí brillan la secuencias del ataque de las arañas gigantes: el escape de los enanos escondidos en barriles y arrastrados por la corriente del río; el feroz ejército se orcos que se lanzan tras sus los pasos para llegar a una llave que abrirá la puerta del reino prohibido y también peligroso. Todo está colocado en su medida justa y el resultado no da respiro a los fans de la saga, que percibirán las referencias a Los cazadores del arca perdida en el último tramo del film. Por su parte, regresan Orlando Bloom con su papel de Legolas, Cate Blanchett como Galadriel y hasta el mismo Peter Jackson se reserva una fugaz aparición en la primera escena. Grandes escenarios creados digtialmente, criaturas monstruosas y el eterno enfrentamiento entre el Bien y el Mal plasmado entre las luces y las sombras, alcanzan en la historia niveles insospechados cuando todos se lanzan tras el Anillo que sirve como disparador de las diferentes situaciones. Una excusa para encender la mecha de la gran aventura.
NUNCA TANTOS PUDIERON TAN POCO Hace muchos, muchos años, apareció desde Nueva Zelanda un film llamado Mal gusto. En aquella época un título así era una provocación. Aquella comedia de ciencia ficción mostraba un director primitivo pero con mucha imaginación. Con dificultad, años más tarde se consiguió en video otra joya, Muertos de miedo (Braindead), tal vez la mejor película gore de todos los tiempos. El director de estos films era Peter Jackson, que se haría famoso un poco después con Criaturas celestiales. Su fama crecería muchísimo más y su punto más alto sería la trilogía de El señor de los anillos, películas basadas en eso legendarios libros de culto escritos por J.R.R. Tolkien. El ambicioso proyecto terminó con éxitos de taquilla enormes y un Oscar a mejor película y director por la última de las tres películas. Impulsado por eso, Jackson decidió producir un film sobre El Hobbit, escrito también por Tolkien. En el proceso el film pasó a ser dos films y finalmente se convirtió en una nueva trilogía, aun cuando se trata de un solo libro. Primero el director iba a ser Guillermo Del Toro, pero todo terminó recayendo en las manos del propio Peter Jackson. La diferencia entre ambas trilogías es más que evidente. Mientras que El señor de los anillos toma como base tres libros, El Hobbit es tan solo uno y convertirlo en tres películas resulta un proyecto menos logrado. Es más, El Hobbit es un libro pequeño que hasta para un solo film quedaría algo estirado. El cine industrial tiene que ser comercial, sin duda. Si uno invierte mucho dinero para hacer una película, lo hace para recuperarla y no hay nada de malo en eso. Pero estas películas muestran algo que no está bien: muestran que para obtener un nuevo éxito millonario dividido en tres, se estira de forma lamentable un relato. Podría haber salido airoso Jackson, si lograba que La desolación de Smaug tuviera vida propia, si del comienzo hasta el fin la historia de Bilbo fuera algo interesante o atrapante. Pero no lo es. Casi tres horas de película necesita Peter Jackson para contar prácticamente nada. Nada hacen los personajes realmente en esta película. Enormes y espectaculares escenas que no conducen a ningún lado. Que prolongan el film anterior y nos preparan para el siguiente. Y aunque la producción sea impecable en muchos aspectos, tampoco es que las escenas son maravillosas o atrapantes. El desperdicio de talento y energía se nota y la absoluta arbitrariedad en pos de alargar la trama es por momentos irritante. Los muchos personajes tienen un desarrollo algo tosco y por momentos patético, como la naciente historia de amor entre una elfa y un enano. Martin Freeman como Bilbo tiene mucha simpatía, pero apenas puede desarrollarla en semejante contexto. El Gandalf de Ian McKellen aparece poco y el actor ya no tiene la gracia que supo tener. La cámara siempre “flotante” y movediza del director, dejó de ser interesante y comienza aquí a volverse un recurso gastada y hasta molesto. Largas escenas injustificadas, salvo por inventar una historia donde no la hay. Tal vez El Hobbit debería haber sido un film dividido en dos partes y no en tres. A juzgar por lo visto acá, La desolación de Smaug está simplemente de más. Dicho de forma directa: el mejor consejo es pasar de la primera película a la tercera, sin más vueltas.
El espíritu de La Desolación de Smaug lleva a que El Hobbit finalmente se sienta mucho más cercano a la trilogía original, ya dejando de lado la aventura picaresca y subiéndole el calor poco a poco al caldo problemático en el que se ve envuelvo la cofradía de la Tierra Media. El territorio family friendly se va esfumando a medida que los ataques orcos y de otras naturalezas se van sucediendo y lo que antes se podía sentir como una precuela parca cobra un sentido de urgencia y euforia que sorprende, sobre todo dado el amable nivel de entretenimiento que presentó la anterior. Esta segunda entrega cuenta con la ventaja de no necesitar presentar a los personajes, lo que le permite largarse directamente a una carrera desbocada en la cual el grupo de aventureros enfrentan un peligro tras otro, sin apaciguar el pulso narrativo durante las bien balanceadas dos horas y 40 minutos. Aún sin verla con el detalle de los 48 FPS en todo su esplendor, la avasallante cantidad de efectos computarizados que colmaban el metraje de Un Viaje Inesperado se ven reducidos, o al menos pulidos, en la secuela. El nivel de detalle de Peter Jackson es para aplaudir y la capacidad de poder sacarse de la galera una nueva película que le compita cabeza a cabeza en epicidad a su anterior viaje a la Tierra Media es indiscutible. El director hasta se permite un cameo en los primeros minutos -parpadeen y se lo pierden- e incursiona también en un par de planos experimentales dentro de la escena más grandiosa filmada para esta ocasión: el escape en barriles gigantes, lejos la parte que todos recordarán del film, momento que se ubica dentro de los mejores de la saga al completo. Es hasta ahora que me sigue resonando en la cabeza esa batalla épica entre orcos, elfos y enanos en donde hasta la música instrumental se detiene -al mismo tiempo que la respiración del espectador- para dejar paso a todo el asombro que se sucede en pantalla. Fuera de la ecuación queda Gandalf, quien por arte del guión apenas aparece dentro del marco narrativo y le da la excusa para llenar la pantalla a la dupla de improbables héroes que son Martin Freeman y Richard Armitage, el primero aumentando la dimensionalidad de su Bilbo con la adquisición de su nuevo trofeo y el segundo con la odisea de Thorin por recuperar su reinado de las garras del tirano dragón Smaug, una delicia técnica por donde se la vea, amén de la adusta y profunda voz que le otorga Benedict Cumberbatch -en serio, ¿alguna vez descansa este británico?-. Entre las novedades del elenco, se encuentra el regreso del talentoso arquero elfo Legolas en la piel del claramente avejentado Orlando Bloom, que no ha perdido ninguna de sus mañas a la hora de realizar todo tipo de tareas acrobáticas para el alucine de la platea, mientras que la incorporación de la elfa Tauriel de Evangeline Lilly -personaje inexistente en la prosa de Tolkien- le aporta al film un costado femenino aguerrido necesario para alivianar la carga de testosterona que abunda en la saga. Mientras tanto, el rol del Rey elfo Thranduil se expande y le da la oportunidad a Lee Pace de sacarle jugo a un papel interesante, y el Kili de Aidan Turner destaca con un inesperado giro romántico en la trama que le aporta un gusto diferente a su historia, una variación que se deja ver. No queda claro, sin embargo, el heroísmo del Bardo de Luke Evans, con claro porte masculino pero sin llenar los zapatos del otrora salvaje Aragorn. Su fuerza actoral no es lo suficiente como para generar un interés genuino en su historia y quedará ver qué puede ofrecer en la tercera y última parte de esta inesperada y extendida trilogía. Lejos de acabarse en buena ley, el acto final que conlleva un épico tire y afloje verbal entre Smaug y Bilbo explota literalmente en pantalla para dar paso a un final que comparte con la reciente secuela de Los Juegos del Hambre el mismo sentimiento: el desasosiego infernal que supone esperar para ver qué sucede a continuación. Mientras que la primera parte era más familiar y tranquila, larga y pesada por partes, es inevitable incluso para los acérrimos a la obra de Tolkien ver que delante de ellos se encuentra una aventura que cobra la intensidad y el poder vistos en El Señor de los Anillos, que combina las historias de una manera satisfactoria. Éste es el verdadero viaje inesperado.
La desolación de la síntesis cinematográfica La saga de El Hobbit, basada en los manuscritos de Tolkien, parte de un hecho que es insoslayable: se trata de una versión cinematográfica de una obra literaria que no es extensa, hasta incluso su adaptación a la gran pantalla en un sólo film hubiera sido excesiva. Por lo que dividir esta obra en tres entregas y más aún cuando cada una de ellas supera el metraje promedio requiere de una gran maestría narrativa para que el producto final no sea demasiado kilométrico y por sobre todo aburrido. La primera entrega tuvo presente justamente este elemento: el alargamiento de las escenas fue tan notorio que por momentos volvía el relato carente de ritmo y aletargado, pero esto se veía compensado por el preciosismo de las imágenes y las actuaciones de los protagonistas (sobre todo la de Martin Freeman en una perfecta interpretación de ese complejo personaje, mezcla de torpeza y heroísmo latente, que es Bilbo). En esta nueva aventura el intencional alargamiento de la historia original se hace menos palpable y si bien existen momentos donde el relato se vuelve algo más moroso estos son compensados con escenas de acción tan bien logradas que hacen que el espectador se sienta sumergido en ellas (particularmente una escena que transcurre en un río y con barriles logrará que el espectador se sienta parte de esa banda de enanos aventureros). Bilbo se embarcará en una épica aventura por la Tierra Media en la cual rodeado de otros enanos tratará de recuperar el reino perdido custodiado por el maléfico dragón Smaug (con la impactante voz de Benedict Cumberbatch). En el camino a su objetivo final deberán cruzarse con las más diversas y terribles amenazas: bosques con arañas gigantes; grupos de orcos que pugnarán por darle muerte y también interactuarán con elfos que los apresarán en su castillo. Legolas volverá a ser parte de la épica travesía pero esta vez no estará solo sino que en compañía por Tauriel (una convincente Evangeline Lilly) quien con este personaje se convierte en una de las heroínas cinematográficas más interesantes de este año que termina. Así, la obra transita por paisajes donde el artificio digital logra crear un universo entrañable y encantador como pocas veces se ha visto, puesto al servicio de una narrativa que no decae y que nos regala el espíritu épico y aventurero que Tolkien retrató en su obra que ya es un clásico de la literatura de aventuras y fantasía. Sin lugar a dudas, la saga de El Hobbit no llegará a instalarse en el imaginario cinéfilo de la misma forma que lo hiciera El Señor de los anillos, pero esta segunda entrega muestra un interesante avance con respecto a su predecesora. Peter Jackson hace lo que mejor sabe hacer: contar historias fantásticas, con una contundencia visual pocas veces vista y que va imponiéndose como una marca personal distintiva.
La furia del dragón Cuando el año pasado vi El Hobbit: Un Viaje Inesperado no pude menos que decepcionarme. Pensé, quizás la mitología de Tolkien ya no me sorprende como antes, quizás el mejor momento cinematográfico de Peter Jackson pasó, o tal vez, ahora no me interesa ver enanos corriendo por la pradera mientras son acechados por orcos con voz ronca. Por fortuna, estaba equivocado. Peter Jackson lo hizo de nuevo. El Hobbit: La Desolación de Smaug brinda un feliz regreso al fantástico universo de Tolkien. La película comienza en Bree, lugar donde se encontraron hace ya otra trilogía Frodo (Elijah Wood) y Aragorn (Viggo Mortensen). Este momento puede resultar una escena inútil, sin demasiado aporte, pero es todo lo contrario. Es desde ahí, en ese encuentro entre Gandalf (el gran Ian McKellen) y Thorin (Richard Armitage), que uno entiende que está frente a otra película. Un riesgo latente y una oscuridad que observa, eso es lo que va definir esta aventura. Aquí ya no hay un hobbit torpe y sin maldad, canciones de enanos, ni simpatías élficas, el mal está al acecho, uno que se percibe invencible. Como en lo mejor de El Señor de los Anillos, lo que nos estimula es que sabemos que nuestros héroes van con las de perder. En ese tono más sombrío y pesimista, es desde donde se distingue el peligro, algo vital para una buena aventura. Y un mal latente, no incluido en el libro original, va tomando (literalmente) forma. En esta segunda parte el abanico de personajes se extiende, y a pesar del habitual trazo grueso, logran una complejidad más atractiva. La primera parte fallaba en cuanto a sus protagonistas, la aparición de viejas glorias de la trilogía pasada era meramente calculada para el guiño al espectador. Además, esa turba de enanos no lograba crear una empatía suficiente, siempre sentíamos que todos eran intercambiables, sus personalidades eran muecas y no mucho más. En la segunda parte la irrupción élfica en la historia con un agrio Rey Elfo Thranduil (Lee Pace), su hijo Legolas (Orlando-Bloom-quedate-elfo-para-siempre) y Tauriel (Evangeline Lily) dan espacio para mostrar la oscuridad de la historia a través de estos seres, mostrándolos con un sistema de castas, y menos héroes y sabios de lo que uno podría suponer. Bilbo, nuestro protagonista, se vuelve más siniestro por la posesión del anillo único robado a Gollum. También el heredero enano Thorin recobra brío, y la inclusión del humano Bardo (Luke Evans), ciudadano del pueblo del lago bajo la montaña usurpada por Smaug, mejora el espectro de interlocutores. La ampliación de personajes y el viaje a través de la Tierra Media permite desplegar el universo Tolkien, no solo como algo visualmente bello, sino como una tierra cruel, desprovista de héroes, donde rige la miseria individual y la desconfianza hacia el otro. Visualmente la película se construye sobre unos increíbles efectos digitales, y aunque por momentos resienta el relato tanta acción carente de fisicidad, uno queda envuelto en el imaginario de la aventura sin dejar de creer lo que esta pasando frente a sus ojos, retomando lo mejor de la trilogía de El Señor de los Anillos: el riesgo de un viaje por un mundo fantástico. No faltan enfrentamientos, monstruos, y coreografías élficas marca registrada, que divierten pero que por el abuso de los efectos puede llegar a agotar un poco. Si algo que caracteriza al bueno de Jackson, es que se pasa de rosca. Siempre hay una vuelta de más, pero a diferencia de la primera parte, eso no impide que disfrutemos de los acontecimientos. Eso si, que afloje con el primer plano a los elfos, enanos y orcos, porque agotan, y puntualmente, en el caso de las caras de bonachonas o enamoradas, inspiran deseos violentos. La narración fluye a fuerza de acción, el peligro, y que sus personajes resultan más creíbles con su dosis de oscuridad. No está la derivativa lentitud del film anterior, con un ritmo vertiginoso, uno olvida la amplificación de un solo libro. Para el final, cuando aparece el dragón (y aunque la resolución peca de excesiva, Jackson quizás se engolosinó con mostrar a su dragón), uno no puede más que dejarse llevar por la oleada de fuego que destila de forma voraz y gigante, como el cine de Peter Jackson, como el mundo de Tolkien.
Las relaciones entre el cine y la literatura siempre han sido productivas. En oportunidades algún ultra fanático de un libro, autor o saga literaria, puede llegar a denostar alguna adaptación, pero esto siempre surge del propio amor exacerbado por sus ídolos de papel. También la decepción puede llegar a surgir porque el director de turno o las actuaciones de los protagonistas no estén al nivel de la ocasión. No es el caso de “El Hobbit: La desolación de Smaug” (USA/Nueva Zelanda, 2013), segunda parte de la extendida trasposición de “El Hobbit”, de J.R.R. Tolkien, realizada por Peter Jackson, porque todo está hecho con pasión y amor por la obra original. El director transforma en imágenes generadas en 48 fotogramas por segundo y 3D una vertiginosa carrera fílmica para todos los amantes de la saga con personajes que atraviesan universos imaginarios y maravillosos, y hasta aún más logrados que los descriptos por Tolkien en sus libros. Porque Jackson continúa analizando la lucha entre el bien y el mal retomando la acción que “El Hobbit: Viaje Inesperado”(USA, 2012) dejó en suspenso y con un sabor amargo. Esta antagonía se potencia y arranca todo con una persecución (que continuará toda la película) de los orcos al grupo de hobbits. Así, la antigua sensación de: “acá faltó algo”, de la primera parte, es superada en esta entrega (y esperamos ansiosos ya la tercera y ¿última? parte) con una incorporación casi hacia el final que impacta e hipnotiza. Esta incorporación es la de Smaug (con la voz de Benedict Cumberbatch), que da nombre al título, y que no es otra cosa más que un enorme y avaro dragón, que aún en su ocaso, sigue tratando de mantener su poderío a fuerza de miedo y opresión. Jackson se sirve de las últimas tecnologías de animación para dotar al personaje de una inmensa credibilidad hasta el punto que asusta en cada una de sus intervenciones y mucho. Hasta llegar al lugar en donde habita este animal mitológico, y que en “El hobbit: Viaje Inesperado” inició el camino a la libertad con el hallazgo de Bilbo Bolsón (Martin Freeman) del misterioso anillo, deberemos atravesar varias peripecias del grupo de doce enanos, Gandalf (Ian Mckellan), Thorin (Richard Armitage) y los elfos (que pese a no estar incluídos en el libro original, e interpretados por Orlando Bloom y Evangeline Lily) hasta llegar a Smaug. En el medio toda la imaginería que Jackson tan bien ha creado y que se potencia narrativamente a medida que avanzan los 161 minutos de duración del filme (9 menos que la primera entrega) con un guión del que han participado grandes como Fran Walsh, Philippa Boyens y Guillermo del Toro (que por cuestiones económicas y de agenda finalmente dejó el lugar a Jackson en la dirección). Hay una continuidad con las anteriores adaptaciones de “El señor de los anillos” y con su antecesora “El Hobbit: Viaje Inesperado”, una superación y una necesidad de reflejar en detalle la obsesión que Bilbo comienza a sentir por el anillo y hace olvidar que en esta entrega no esté el Gollum (Andy Serkis, quien se encargó de la dirección de la segunda unidad), personaje clave en todas las partes de la saga. Climas y paisajes conocidos, tonos cálidos en las imágenes para reflejar la paz del día y oscuros para la opresión y el miedo. Música que incita a prestar atención en cada momento y escenas claves que dividen la película en capítulos (la pelea con las arañas, mucho más logradas que cuando Frodo luchó con Ella-Laraña en “La comunidad del anillo”, o en el momento que Gandalf se enfrenta con Sauron) hacen que este sueño por tierras ancestrales sigan buscando respuestas a una pregunta que uno de los protagonistas se hace en un momento clave del film “¿Cuándo permitimos que el mal fuera más fuerte que nosotros?”. La destrucción de ese mal es el motor de una gran aventura para disfrutar sólo en la oscuridad de una sala.
Luego de la trilogía de El Señor de los Anillos y El Hobbit: Un Viaje Inesperado, El Hobbit: La Desolación de Smaug nos presenta mundos y seres conocidos que, en teoría, ya no sorprenden al espectador. Sin embargo, Peter Jackson vuelve a demostrar que sabe apostar fuerte y logra mantener el interés y el cariño por la Tierra Media. Luego de los acontecimientos de la película anterior, Bilbo Bolsón (Martin Freeman) sigue acompañando a Gandalf (Ian McKellen) y al ejército de enanos en su camino hacia Erebor, reino ahora ocupado por el dragón Smaug. En el trayecto se toparán con distintas razas, como los Elfos Silvanos (muy distintos de los que habitan en Rivendel) y los Orcos, atravesarán obstáculos, y Bilbo tendrá que demostrar todo su valor, al tiempo que se encontrará cada vez más fascinado por el misterioso anillo arrebatado a Gollum...
Este (no) es el fin Los primeros minutos de El Hobbit: La Desolación de Smaug son asediados por una sensación de deja vu general, de estar perdidos en ese Bosque Negro que es esta franquicia de nunca acabar y que parece pisar sobre sus huellas una y otra vez. Pero a diferencia de la primera parte de este tríptico, La Desolación de Smaug es tan estruendosa como un rugido de dragón porque esta vez los personajes son puestos en verdadero peligro. Un peligro palpable, ya sea al punto de ser devorados por arañas que parecen salidas de la Isla Calavera, perseguidos por los deformes y temibles orcos, o perdidos en un bosque borgeano (circular, infinito y laberíntico). Los personajes son arrojados a la aventura y Gandalf no los acompañará en el viaje ni vendrá con su magia al rescate, por lo que deberán ingeniárselas para llegar a Erebor por sus propios medios...
La segunda parte de El Hobbit sobresale principalmente por los aspectos técnicos de realización, donde se destaca la soberbia ejecución de Peter Jackson en las secuencias de acción. En lo personal no le encuentro sentido analizar estos filmes como si fueran producciones independientes cuando se trata de un larga película que vamos conociendo por entregas. Por eso me cuesta entender frases como "esta es mejor que la primera", ya que en realidad se trata del mismo film del año pasado, con la diferencia que la trama se hizo más interesante con su desarrollo. Jackson ya se tomó el tiempo de presentar el conflicto y los personajes en la primera mitad de la historia y acá se metió de lleno con la acción y la aventura. Desde lo técnico hay escenas que son de una opulencia visual escalofriante y en materia de acción brinda momentos que superan a todo lo que él hizo con las historias de la Tierra Media hasta la fecha. Secuencias como la batalla de Bilbo con la arañas gigantes (gran momento clásico de la novela de Tolkien), el memorable escape de los enanos en unos barriles por un río y la pelea con el dragón Smaug son pequeñas obras maestras de realización que brindan algunas de las mejores secuencia de acción que se vieron en este 2013 en el cine. Queda claro también con La desolación de Smaug que Jackson estuvo más interesado en construir la precuela del Señor de los Anillos que adaptar El Hobbit. En esta cuestión encuentro el único elemento que se le podría objetar a esta producción. La segunda mitad de El Hobbit está plagada de escenas adicionales que expanden la historia sin mucha necesidad más que para justificar la división de esta propuesta en una trilogía. Los momentos relacionados con la investigación de Gandalf se pueden entender y los demás porque se conecta de manera directa con la trilogía del anillo. Ahora el resto de las largas escenas con los elfos, que aparecen nada más que para justificar la presencia de Orlando Bloom y Evangeline Lilly en el film, no tienen razón de ser. Son escenas que si se eliminaban de la película no afectaban para nada la saga porque no tienen un aporte concreto en el argumento más que alargar la duración del film sin sentido. En consecuencia, la llegada de Bilbo a la montaña de Smaug se hace interminable. La buena noticia es que Peter Jackson por lo menos recompensa la paciencia del espectador con la participación de dragón que se luce a lo grande después. La presentación que hace de Smaug es brillante y en la versión en 3D hasta hay momentos que parece que la cabeza de la criatura sale de la pantalla del cine. Pero bueno, te queda al final esa sensación de que se podía haber evitado la demora de esas grandes escenas si la expedición de Bilbo no hubiera tenido tantos desvíos innecesarios. Va a ser muy interesante ver como siguen las cosas el año que viene porque la historia concreta de El Hobbit ya se contó en un 90 por ciento y lo que sigue será el puente a la trilogía del anillo. Si bien La desolación de Smaug se me hizo larga en la butaca, disfruté de la película como propuesta de fantasia y me quedo con sus virtudes visuales que son increíbles.
El Retorno del Rey Resulta innecesario afirmar que Peter Jackson siempre caerá preso de las comparaciones. Aunque, en realidad, el neozelandés parece no contemplar ese tipo de asociaciones. Después de todo la remake que decidió confeccionar en el 2005 no fue adaptada de una pieza particularmente intrascendente. Pero esta vez corría el gran riesgo ante el cual sucumbieron muchos grandes directores que son expuestos al éxito y terminan recluidos en sus propias esferas de gloria y se vuelven aburridos, muy aburridos, e intolerablemente autorreferenciales. Pero Jackson prevalece y El Hobbit: La desolación de Smaug (2013) es una gran película. El Hobbit: La desolación de Smaug - Trailer 2 subtitulado Ir a la galería de imágenes Película relacionada El Hobbit: La desolación de Smaug (2013) Los enanos, el hobbit, y Gandalf continúan su travesía hacia la montaña solitaria. A las viejas adversidades, las aberraciones fantásticas y la persecución incansable de Azog el trasgo, se suma la aparición de un nuevo enemigo que articula todo desde las sombras: El Nigromante (Benedict Cumberbatch). La historia es cíclica y el fenómeno de El Señor de los Anillos parece volver a repetirse. El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo (2001) a mucha gente no terminó por seducirla. Las primeras partes siempre cuentan con ese carácter introductorio, poco conclusivo, en donde la prioridad está en cubrir las formalidades más elementales. Tanto El Señor de los Anillos como El Hobbit fueron pensadas en formato de trilogía. En la distribución de los conflictos y las tensiones fueron estrictamente respetadas las diferentes funciones de las instancias narrativas. Cada una cumple un objetivo y tiene una utilidad específica. El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (2003) es la mejor de todas. ¿Pero puede atribuírsele el mayor mérito cinematográfico? Quizá sea simplemente la conclusión anhelada de una saga de proporciones astronómicas. Y quizá nunca hubiese funcionado sin la preparación preliminar de las películas anteriores. Sin esa perfecta orquestación de Peter Jackson. Sin esa admirable proyección estratégica. En esta nueva saga eso es lo que viene sucediendo. La primera fue sólida pero careció de mucha espectacularidad. Esta segunda parta lo compensa y termina excediendo ampliamente a su antecesora. Muchos en comparación encontrarán a El Hobbit aburrida o prescindible. Aburrida no es. Lo que pasa es que hay mucho menos en juego. Y es que en El Señor de los Anillos pasan tantas cosas simultáneamente que es difícil no sumergirse en el entusiasmo y entregarse ante tantas manifestaciones de lo épico. La superación del débil, resignar el paraíso por un propósito noble, la lealtad, la traición, la redención del humano, el coraje del Hobbit, el sacrificio del Elfo, una inmortalidad tediosa o una mortalidad intensa, la alienación de la codicia, la voluntad de supervivencia, el amor al prójimo. Prescindible puede ser. Es que, en rigor, parece no sumar nada a la historia de la epopeya emprendida por la comunidad del anillo. El gran error está en depositarle tanta presión a una historia que ni siquiera narra un paralelismo o hecha luz sobre una posible bifurcación. Esto es anterior. Es precuela. Tiene su propia autonomía, aunque va entrelazándose cada vez más. Jackson se mantuvo fiel a la historia, efectuó una jugada osada y ofreció atisbos y conexiones estrechas con la historia del resurgimiento de Sauron y la destrucción frustrada de la tierra media. ¿Algún desliz? Bueno, uno puede observar que la excesiva digitalización de las criaturas fantásticas de alguna forman reducen el impacto que producían los orcos de El Señor de los Anillos. Pero no es difícil deducir que se trata de una decisión deliberada que responde a la naturaleza ingenua de la historia de El Hobbit. El esquema tradicional de Introducción-Nudo-Desenlace se conserva con rigor. Este vendría a ser el nudo. Y, por el amor de Isildur, qué manera de anudar.
Preparando el camino... La segunda parte de “El Hobbit” es el aperitivo energético para el desenlace crucial. Energía es la palabra que mejor define lo que proporciona El Hobbit: La desolación de Smaug. Como los hijos del medio, la segunda de las tres partes en que Peter Jackson fraccionó el libro de J.R.R. Tolkien tiene un peso específico que, cotejado con Un viaje inesperado, y previendo Partida y regreso, es un aperitivo ideal. Bilbo, Gandalf y los enanos son retomados en el camino, antes de llegar a Esgaroth, la Ciudad del Lago, desde donde -ya sin Gandalf- irán hacia Erebor. Allí, el Hobbit deberá ingresar a la guarida del dragón Smaug con la ayuda del Anillo, y tomar la Piedra del Arca. Peter Jackson es menos fiel a la palabra escrita y dispuesto a adaptar la trama de Tolkien a su gusto. La esencia como siempre no cambia, sí se alteran encuentros, aparición de personajes y la preponderancia de los elfos. Y aquí para los fans entra en discusión la irrupción de Taurel, pelirroja comandante de la guardia élfica, un personaje creado por Jackson y sus guionistas que no está en el original. Interpretado por Evangeline Lilly (Lost), le agrega un costado entre romántico y épico a la saga, abriendo un sendero nuevo a los varios que a Jackson le gusta echar mano para narrar las aventuras. Más allá de lo que opinen -y sientan- los puristas, el neozelandés demuestra que ha decidido apoderarse del universo de Tolkien, hacerlo suyo y contarlo como le plazca. La estructura de El Hobbit es similar a la de El Señor de los Anillos -presentación, viaje, arribo al destino y desenlace- y la de La desolación de Smaug a la de Un viaje inesperado, en cuanto a que por momentos hay no tres, sino cuatro historias narradas de manera paralela (la de Bilbo, la de Gandalf, la de Taurel y Ergolas, y otra que no vamos a adelantar). No tiene La desolación de Smaug tanto humor como Un viaje…, ni la dramaticidad que los personajes de El Señor... tenían como marca en el orillo. No, no la tiene ninguno de El Hobbit. En eso sí Jackson entendió la naturaleza de lo que escribió Tolkien. El Hobbit es mera aventura, tal vez hasta con un tono infantil, y salvo la violencia de algunas escenas -decapitaciones de orcos, ferocidades varias- se diría que hasta es para ver con el pochoclo a mano. En las proyecciones de El retorno del rey no se escuchaba un solo crujido. Y como en las cuatro películas (la trilogía de El Señor... y la primera parte de El Hobbit), aquí hay una secuencia de persecución alucinante, con los enanos en barriles huyendo por el agua. Ya se sabe la importancia que Jackson le da a esas escenas para aflojar tensiones, descomprimir la trama y dejar que el público disfrute distendido en su butaca. Y también el valor que le da al agua, al líquido, como ingrediente de su imaginería visual. La aparición de Smaug también da para el debate. Se generó tanta expectativa en Un viaje inesperado en cuanto a cómo despertaría el dragón, que para algunos podrá ser frustración o desengaño. No importa: lo mejor, se presume, está por venir.
La desolación de Smaug, segunda entrega de la trilogía cinematográfica basada en el clásico literario de J.R.R. Tolkien, empieza con un chiste: un cameo del propio director, Peter Jackson, emulando a los que solía hacer en sus películas Alfred Hitchcock. Esa efímera broma cinéfila sintetiza de alguna manera los logros nada menores de esta segunda entrega, que resulta bastante más fluida, alegre, articulada y llevadera que la primera. Aun sin las escenas musicales del film inicial e incluso con la inevitable acumulación de diálogos pomposos recitados con voces graves y solemnes, La desolación de Smaug ofrece -por un lado- una mayor densidad dramática y -por otro- más y mejores escenas de acción. En este sentido, se destaca, por ejemplo, un escape de los enanos a bordo de unos barriles por un río correntoso en medio de un enfrentamiento entre elfos y orcos, que constituye una maravilla coreográfica. Este segundo episodio sigue el siempre tortuoso derrotero de los pequeños y aguerridos protagonistas en su largo viaje hasta la Montaña Sagrada (Montaña Solitaria en el libro original) custodiada por el dragón Smaug con el objetivo final de que Thorin (Richard Armitage) pueda recuperar el reino de Erebor. Como si fuese un recorrido por un parque temático, Bilbo Bolsón (Martin Freeman) y la docena de compañeros de aventuras -ocasionalmente ayudados por el mago Gandalf (Ian McKellen)- se enfrentarán con arañas gigantes en un bosque, contra los elfos (que los encarcelarán durante un tiempo) y los horrendos orcos (que también buscan las riquezas de Erebor), mientras reciben ayudas esenciales, como la del personaje del contrabandista Bardo (Luke Evans). Esta segunda película -que si bien no alcanza la jerarquía de El señor de los anillos significa una sustancial mejora respecto de Un viaje inesperado- tiene un humor menos obvio y más logrado e intenta construir cierta tensión romántica a partir del triángulo amoroso entre el guerrero Legolas (Orlando Bloom), la bella Tauriel (Evangeline Lilly) y el enano Kili (Aidan Turner). Mucho se ha discutido sobre el exceso de convertir las menos de 300 páginas del libro de Tolkien en una saga de tres películas y 9 horas en total, pero mientras Un viaje inesperado tardaba demasiado en arrancar y su duración se sentía en el cuerpo, aquí la experiencia resulta mucho más satisfactoria. A Peter Jackson, esta vez, habrá que darle la razón.
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Sólo apta para tolkenianos federados La segunda parte de la saga del Hobbit convencerá únicamente a los fans incondicionales de J. R. R. Tolkien en general y de la serie en particular. Para los simples habitantes de la Tierra Media, puede ser un ladrillo difícil de tragar. Puede ser que, así como se requería ser un trekkie con credenciales para apreciar Viaje a las estrellas –hasta que J. J. Abrams la reinventó por completo y la hizo buena para todos– haya que ser un hobbitiano auténtico o tolkieniano federado para disfrutar de esta segunda parte de El Hobbit, de la serie El Hobbit en su totalidad e, incluso, de la saga de los anillos en general. Eso hace pensar la calificación de 9,2 que 8654 usuarios le daban a La desolación de Smaug el martes pasado a las 13.35 hora local (momento de cerrar esta nota) en la página Imdb, después de haber asistido a las premières de la película que se hicieron en Londres, Los Angeles y otras capitales (en esos países la película de Peter Jackson se estrena recién mañana). ¿Cómo puede ser que toda esa gente le ponga a la nueva El Hobbit una calificación cercana al ideal absoluto, y a este crítico no le dé para más que para un ajado 4? Muy sencillo: este crítico no tiene, nunca tuvo, un pelo de tolkieniano, hobbitiano, comarquino o terramediense. Por lo cual La desolación de Smaug, que en sus distintas versiones (35mm, 2D, 3 D, Imax) copa en la Argentina 362 salas de estreno, le resultó un ladrillo difícil de digerir. Tanto como las tres de los anillos, digámoslo de una vez. Como se sabe, con la trilogía de El Hobbit, Peter Jackson adhiere a una de las modas o tendencias más marcadas de las sagas heroicas del cine contemporáneo: la del regreso al origen. Tanto en la novela original como en su traslación cinematográfica, la ficción tiene lugar en el año 2941 de la Tercera Edad del Sol, y si a esta altura el lector ya siente que hay demasiada información para procesar, más le valdrá ni pisar las salas donde den La desolación de Smaug. El protagonista es un jovenzuelo Bilbo Bolsón (Martin Freeman), tío de Frodo, protagonista de El Señor de los Anillos, quien para esta época aún no había nacido. Lo que sí aparece es el anillo, en manos de Bilbo, quien lo lleva secretamente a lo largo de todo el viaje. Como El Señor de los Anillos, como toda clásica historia de aventuras, lo que narra La desolación de Smaug es el largo y accidentado periplo de maduración que los héroes emprenden con la tierra enemiga como meta, buscando recuperar el tesoro que un poderoso villano les ha arrebatado. Los héroes son Bilbo y los miembros de las siete tropas de enanos, bajo la guía del mago Gandalf (Ian McKellen) y contando, a partir de determinado momento, con el refuerzo de un grupo de elfos. Notoriamente, Legolas (Orlando Bloom) y Tauriel (Evangeline Lilly, la chica de Lost), que no aparecen en la novela original (de hecho, Tauriel es inventada), y que Jackson y su esposa, coproductora y coguionista Fran Walsh, decidieron incorporar. Los anima, seguramente, la intención de solidificar el puente con la saga de los anillos, en procura de que, tras una desalentadora Hobbit 1, los fans no deserten para siempre. Legolas y Tauriel cumplen importantes roles en este Hobbit 2, tanto en su carácter de experimentados guerreros como por la love story que desarrollan entre ambos. Todos se dirigen a Erebor, con la intención de arrancarle al dragón Smaug el tesoro que guarda bajo sus garras en la Montaña Solitaria. En el camino hallarán enemigos y aliados, los Orcos notoriamente entre los primeros y el barquero llamado Bardo (Luke Evans) entre los segundos. Combatirán contra una araña gigante, lanzarán flechas mientras navegan a bordo de barriles en unos rápidos (la única secuencia, en los enteros 160 minutos, jugada a un grado de lúdica inverosimilitud y sentido del humor propios del cine de aventuras) y finalmente contra el Dragón. Mientras, al fondo va cobrando cuerpo la sombra del Nigromante, suerte de Voldemort de los Anillos. El desarrollo de estas presuntas aventuras es tan burocrático como su descripción: los episodios se suceden como línea de puntos, los personajes son meras funciones del relato, los héroes son tan poco interesantes o carismáticos como los villanos (Bilbo no genera ninguna empatía, Gandalf predica como maestro ciruela, la araña gigante y el dragón no asustan a nadie), todo se estira infinitamente, los desplazamientos parecen los de un mamut cansado, los diálogos se envaran y la gravedad pesa sobre cada plano como un manto de amianto. Pero los fans la califican con un 9,2. Hasta hace un par de días, al menos: habrá que ver si las masas terramedieras coinciden, de hoy en más, con esos ocho mil y pico de adelantados.
En esta segunda entrega de la trilogia, Peter Jackson redobla la apuesta, logrando mas intensidad dramatica y un espiritu epico digno de las mejores aventuras filmicas. La presencia de un claro antagonista, como es el dragón del titulo, le da a la historia mucha mas tensión, y a la vez ayuda a que el espectador empatice con los "heroes" del filme. A esto, hay que sumar la perfeccion de todos los rubros tecnicos, y la pericia del director a la hora de rodar las escenas de acción: secuencias cargadas de adrenalina (el escape de los enanos en barriles, es sencillamente brillante). Es verdad que el material de fondo no tiene el vuelo de la trilogia original de "El señor de los Anillos", pero esta secuela funciona en todos los niveles artisticos y nos deje el camino abierto para un final que avisoramos como una verdadera epopeya filmica.
Bilbo Bolsón vuelve para continuar su viaje inesperado liderado por Thorin, Escudo de Roble y junto a la compañía de Enanos y Gandalf. En esta segunda parte el grupo deberá enfrentarse al malvado dragón Smaug, el cual ha despertado de su largo sueño. La Desolación de Smaug Llegó la segunda parte de la adaptación cinematográfica del libro escrito por J.R.R. Tolkien. Esta nueva entrega de El Hobbit, con el subtitulo La Desolación de Smaug, continua de manera inmediata el relato de la primera (Un Viaje Inesperado). Recordemos que para esta etapa, la compañía conformada por Bilbo Bolson (Martin Freeman), Gandalf ( Ian McKellen) y los trece Enanos, están cada vez más cerca de la Montaña Solitaria o el Reino Enano de Erebor, el cual fue arrebatado de los Enanos por el dragón Smaug (Benedict Cumberbatch). Ahora bien, la compañía debe apurarse a llegar ya que faltan pocos días para que la última luz del día de Odin ilumine la puerta secreta que se encuentra en la Montaña Solitaria y así, con la llave que posee Thorin (Richard Armitage), poder entrar y recuperar la ArchStone y así poder salvar el reino de Erebor. Pero para esto deberán cruzar el Bosque Negro, luego llegar hasta la Ciudad del Lago y allí hacer un corto viaje hasta la Ciudad Enana. Para ser sincero, en esta película pasan muchas cosas y es por eso que esta review es un tanto larga. Está llena de acción, mucho más que la primera, y a pesar de durar casi tres horas se pasan bastante rápido ya que tiene un ritmo más llevadero que su antecesora, o quizás también porque tiene mas cosas en común con la trilogía del Señor de Los Anillos. Por un lado tenemos a los Elfos, que gracias a la incorporación de los personajes de Tauriel (Evangeline Lilly) y Legolas (Orlando Bloom) podemos disfrutar de muchas escenas acrobáticas donde ellos decapitan y descuartizan Orcos con la naturalidad y eficacia característica de su raza. ¿Se acuerdan de las maniobras que hacia Legolas en las anteriores películas? Bueno, acá todo el tiempo se está mandando una nueva y son realmente genial, aunque hay que destacar que esto pasa gracias al CGI que en este film fue bastante utilizado y en algunas ocasiones se nota a leguas. A estos personajes nuevos le tenemos que sumar a Bardo (Luke Evans), un Hombre que vive en la Ciudad del Lago y el cual ayuda a la compañía a ingresar a dicha ciudad para poder llegar más rápido a la Montaña Solitaria. Pero al parecer Bardo no es un hombre cualquiera y guarda secreto que será fundamental para el desarrollo de la historia. Luego tenemos varios acontecimientos que no suceden en el libro pero que la verdad están bastante buenos. En la historia original, cuando Gandalf se separa de la compañía no sabemos que es de su vida, pero Peter Jackson nos muestra lo que fue a hacer el Mago Gris. Obviamente no vamos a “spoilear” nada, pero les puedo comentar que todo lo que realiza Gandalf serán fundamental para los eventos que se desencadenan en la historia de El Hobbit. También pasan cosas que repercuten en la historia de El Señor de los Anillos, así que fanáticos (entre los que me incluyo) prepárense, porque esto les puede gustar, o no. Aunque hay datos muy interesantes que suman un poco a la historia, me dejaron con ganas de ver la tercera entrega ya que parecieran contradecirse un poco con la anterior trilogía. My Precious En cuanto a las actuaciones tengo que destacar que vemos a un Bilbo (Martin Freeman) bastante distinto, más valiente, confiado, seguro y engreído entre otras actitudes, todas ellas gracias al anillo. Así es, Bilbo cambio bastante en esta secuela, hasta descubrimos quien le dio la idea a de comenzar a referirse al Anillo como My Preciuos. Nuevamente sigue mandándose sus macanas como todo Hobbit pero está más aventurero, hasta se le impone cara a cara a Smaug, quien posee la voz distorsionada pero siempre genial de Benedict Cumberbatch, compañero de Freeman en Sherlock. El momento en que se encuentran ambos es increíble. La conversación que lleva Bilbo con Smaug es muy buena, el diseño del Dragón está perfecto y sumando la voz de Benedict lo hace más perfecto aún. Por su parte, los Enanos digamos que todos siguen igual. Lo único digno de destacar es que vemos a un Thorin un poco más codicioso por conseguir lo que es suyo y poder coronarse como El Rey Debajo de la Montaña. Ian Mackellen la vuelve a descocer como Gandalf, quien a esta altura ya ES Gandalf y no hay nada más para agregar, hace un papel genial. Ahora bien… a este punto quería llegar: los Elfos. Evangeline Lilly hace un excelente papel, por ser un personaje agregado según los escritos de Tolkien da en la tecla, ya que aporta emoción, acción y que haya un mujer en la película quiere decir que puede haber una situación amorosa ¿Con quién? Habrá que ver la película. Por su parte, Orlando Bloom retoma luego de una década su rol como un Legolas más joven (gracias el CGI, que se nota) pero que es más guerrero que el visto en la saga anterior, no tiene compasión ni nada por el estilo, solo quiere decapitar a cualquier ser que atente contra su reino. En cuanto a la dirección, todos conocemos el estilo de Peter Jackson: muchos planos generales, escenas de acción por doquier, relato de la historia un tanto lento, paseos por toda la tierra media en puntos donde la tensión en la escena es enorme y una cuestionable duración final de la película. Y esto último es algo que encuentro negativo, ya que amplían varias escenas que se pudieron resolver más rápido, aunque no terminan cansando tanto como en la anterior entrega. Algo para remarcar es que en la famosa secuencia de los barriles hay una escena filmada con una cámara Go Pro, y esto hace que se note muchísimo cambio de imagen y, aunque definición no está mal, dista bastante de lo logrado con las cámaras de 64 FPS (usadas durante todo el resto del film). Conclusión El Hobbit: La Desolación de Smaug es superior a su antecesora, pero igualmente se nota que están alargando innecesariamente un libro muy corto para realizar en forma de trilogía. Pero volvemos a la Tierra Media que Jackson nos presentó en El Señor de Los Anillos con esta digna secuela que rompe con mito de que las segundas partes siempre son peores. Espero ansioso la última entrega de la saga para saber cómo seguirá la historia paralela que no sucede en el libro y también por como llevarán a la pantalla el desenlace de la trama principal.
Recobrando el impulso Hay una secuencia que es realmente estupenda en El hobbit: la desolación de Smaug: se trata de la huída del hobbit Bilbo y los trece enanos metidos en barriles, a través de unos rápidos, siendo perseguidos en primera instancia por un grupo de elfos liderados por Legolas y Tauriel (Evangeline Lilly), pero luego también por una banda de orcos. Allí Peter Jackson exhibe toda su pericia para brindarle al caos que representa la escena la fluidez justa, haciendo que todo se entienda y construyendo unos minutos de máxima diversión. Lo que se ve es la más pura aventura, la acción más subyugante, entretenimiento en su máxima expresión. Es decir, cine. Esos instantes, aunque suene exagerado decirlo, valen el precio de la entrada. Y algo de ellos se contagian al resto de la película, que aunque conserva unos cuantos vicios de su predecesora, evidencia a la vez un notorio repunte. Es medio raro cómo en apenas cinco años lo que nos gustaba de El señor de los anillos en El hobbit nos molesta. ¿Cómo es que las virtudes de repente se convierten en defectos? Eso quizás tenga que ver con una mezcla de factores bastante interrelacionados: por un lado, El señor de los anillos podía presentarse ante nosotros como una obra monumental, una adaptación de alto riesgo, que no le quedaba otra que ser una trilogía porque en realidad estaba llevando al cine tres libros en uno, que ya venía posicionada como una literatura de grandes ambiciones; mientras que El hobbit es claramente un solo libro, de estilo casi infantil, que podía tener una versión cinematográfica de algo más de dos horas, pero termina siendo una trilogía porque a Jackson se le va la mano con el estiramiento de las acciones y porque hay mucha gente detrás del proyecto con ganas de juntarla con pala, aprovechando al público cautivo. Por otro lado, como ya sabemos que las ambiciones artísticas quedaron de lado, que no hay riesgo real y que lo que se presenta es un relato que podría estar orientado claramente hacia la aventura más pura, termina molestando (y mucho) que se quiera seguir vendiendo el producto como algo súper trascendental. Además, hay que hacerse cargo de algo: habían varios (bastantes, hasta demasiados) momentos donde el aire de autoimportancia que tenía El señor de los anillos ahogaba al espectador, aunque eso se compensaba en gran forma gracias a los momentos de acción descollante que montaba Jackson, junto a un desarrollo más que interesante de las tensiones entre los diversos protagonistas. De ahí que la narración se impusiera a los diálogos y descripciones redundantes. Jackson sigue abriendo varias subtramas en El hobbit: la desolación de Smaug, aunque por suerte eso, que en la entrega anterior sólo entorpecía la narración, acá en algunos casos la potencia. Sí es indudable que la aparición de Beorn, el “cambia-pieles” que puede tomar la forma de oso, es sólo un guiño a los fanáticos y que no aporta nada al relato. Sin embargo (y atención, porque el que escribe esto no es precisamente un fan del personaje), la decisión de introducir a Legolas dentro de la película -a pesar de que no aparecía en el libro- aporta y mucho al dinamismo del film: el personaje interpretado por Orlando Bloom siempre estuvo destinado a la acción pura (de hecho, cuando hablaba, era bastante insoportable) y que en este caso contribuye a darle impulso a la historia. Asimismo, el triángulo amoroso que se establece entre él, Tauriel (personaje especialmente creado para la versión cinematográfica) y el enano Kili está tratado con sorprendente cuidado: realmente se puede creer y sentir empatía con las tensiones románticas establecidas; y al vínculo entre Kili y Tauriel hasta puede vérselo como una reversión de Corazón de León sin la moralina idiota y el clasismo hipócrita. Por otra parte, Martin Freeman confirma el gran actor que es, brindándole la entidad apropiada al hobbit Bilbo: es notorio que el protagónico no le pesa, que se toma el papel hasta un poco en joda, y eso le permite lidiar con los momentos más tensos con gracia y humanidad a la vez. De hecho, el duelo dialéctico (y no físico) que establece con el dragón Smaug es tan gracioso como terrorífico. Esto no quiere decir que El hobbit: la desolación de Smaug sea totalmente redonda, porque de hecho no puede devolverle (u otorgarle) un verdadero sentido a la trilogía a la que pertenece. Pero sí funciona mejor como parte dentro del todo, se sostiene por sí misma y abre cierta expectativa de cómo Jackson vaya a cerrar el asunto en The hobbit: there and back again. Hay elementos fuertes (batallas, decisiones trascendentes, enfrentamientos de fuste) que permiten albergar esperanza, aunque no hay que olvidarse que el realizador mostró serias dificultades a la hora de cerrar las diversas subtramas en El señor de los anillos: el retorno del rey. Será cuestión de ver qué sucede dentro de un año, para hacer la necesaria evaluación global.
El hechizo Tolkien no cesa El cine de super accion en 3D alcanza niveles inéditos en esta segunda parte de la trilogía de "The Hobbit", con un Peter Jackson decidido a potenciar al máximo, en lo visual, las posibilidades de la literatura de J.R.R. Tolkien. Como en el film anterior, la historia describe el peligroso viaje de un grupo de enanos junto al hobbit Bilbo para devolver al heredero de su raza, Thorin, su lugar como monarca del reino subterráneo de Erebor, perdido en la temible batalla descripta al principio del film anterior. Al salir, los acompaña el mago Gandalf una de las grandes composiciones de Sir Ian McKellen--, pero cuando el hechiciero debe tomar otro camino, los enanos y el hobbit tienen que arreglárselas solos en un viaje lleno de peligros, emepezando por las hordas de orcos que matan todo a su paso. Ni bien empezada la extensa proyección de 160 minutos, Jackson transporta al espectador a paisajes maravillosos (el uso de las locaciones de Nueva Zelanda, ya vistas en la trilogía de "El señor de los anillos", es uno de los puntos fuertes del director de "King Kong") pero sobre todo a lugares terroríficos, como un bosque lleno de espejismos e invadido por las más espantosas arañas gigantes. El uso del sonido, cuando los personajes se encuentran con las telarañas, es realmente magistral en su creación de suspenso, y una vez que atacan estos monstruos Jackson empieza a dar una verdadera clase sobre el uso del 3D digital, logrando que el espectador salte de su butaca ante el ataque de alguno de estos bichos. Promediando la película, están las partes más sazonadas con acción, especialmente cuando los protagonistas llegan al mundo de los elfos.Dado que la idea en esta trilogía es terminar alcanzando las nueve horas de metraje para adaptar un único libro de alrededor de 300 páginas, Jackson y sus guionistas no solo tuvieron que arreglárselas para incluir cada elemento de la novela de Tolkien, sino agregar también algunos elementos nuevos o sacados de "El señor de los anillos". En este caso el aporte es la reaparición del príncipe elfo Legolas (un serio Orlando Bloom), y de una nueva heroína que se roba cada escena donde aparece, generalmente exterminando orcos a diestra y siniestra. Se trata de Tauriel, capitana de la guardia de rey elfo, decidida a salir del reino para combatir los orígenes del mal que los acecha. El subtitulo del film es "La desolación de Smaug", y todo el final está dedicado al encuentro con el gigantesco y malvado dragón, honor que le toca en principio a Bilbo, pero que luego se convertirá en una lucha a muerte entre la bestia y los enanos. El tamaño del dragón y su capacidad de escupir fuego también están aprovechados al máximo por Jackson, que aquí narra el asunto con la mayor minuciosidad posible, dejando por supuesto la resolución para el tercer film, en un final abrupto pero convenientemente avisado. En un superproducción tan extensa y rica en situaciones e imágenes es difícil destacar todo, aunque simplemente la dirección de arte para el pueblo construido sobre un lago, o los túneles del reino subterráneo bastarían para recomendar esta gran película de aventuras fantásticas, tal vez lo mejor que haya filmado el talentoso y taquillero Peter Jackson.
"El Hobbit 2 entretiene y es visualmente deslumbrante, pero aporta muy poco en términos narrativos. Se puede comprender, artística y comercialmente, la intención de adaptar el libro de Tolkien en una trilogía. Lo que no se justifica es la necesidad de hacerlo en filmes de 160 minutos". Escuchá el comentario. (ver link).
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Despertando al gigante dormido Llegó el momento de resurgir, de ir al grano y de convocar a la acción. Peter Jackson se despabila al fin y le pone mucho empuje a esta segunda entrega de El Hobbit. La siesta llegó a su término, no hay más lugar para bostezos. Aquel manso preámbulo presenciado en la primera edición quedó en el olvido. Se acabaron los cánticos, el culto en demasía a los extraordinarios paisajes y los diálogos extensos. Lo que en Un viaje inesperado desbordaba, de a ratos, de cierta lentitud en su transcurso, es reemplazado por pasadizos de un ritmo mayor, en donde la adrenalina y la tensión ayudan a construir todo lo que se necesita para hacer de La desolación de Smaug una aventura más que disfrutable. En esta oportunidad, Gandalf, Bilbo y los trece enanos emprenden camino hacia la Montaña Solitaria, la cual se encuentra bajo la protección del inmenso dragón Smaug. El objetivo radica en que Thorin pueda recuperar el reinado. Elfos, una banda inconmensurable de orcos y una serie de complicaciones se contraponen en el andar de nuestros protagonistas. Nuevamente los planos y recursos técnicos vuelven a estar a la orden del día como elementos destacados (brillante y súper dinámica sucesión en la escena de la fuga en barriles), combinados a la perfección con enfrentamientos llenos de entusiasmo y energía, dignos de deleite visual. Además, Peter Jackson embelesa la narración añadiendo ingeniosamente pequeñas subtramas de diferentes personajes que, aunque aisladas, se conectan de una forma u otra con la historia y hazaña principal. En El Hobbit: La desolación de Smaug, todo es sinónimo de desvelo y renacimiento, dos gigantes dormidos despiertan para confort y satisfacción del espectador: uno, tiene que ver con el despabilamiento del enorme dragón; el otro, con el rebrote de la trilogía gracias al fervor y vigor propio de la película. LO MEJOR: supera ampliamente a la primera. Menos diálogos y más acción. Escenas muy dinámicas de pelea. De impecable factura técnica. Smaug, impresionante por donde se lo mire. LO PEOR: dura más de dos horas y media. PUNTAJE: 8
El viaje debe continuar El viaje de Bilbo Bolsón y los enanos para recuperar la ciudad de Erebor, esa historia de 300 páginas que Peter Jackson convirtió en ¡480! minutos de película, llega ahora a su segunda parte. Con un flashback breve, que funciona como prólogo y retoma el origen de la aventura (y un cameo fugaz en el que aparece el mismo Jackson) el relato continúa con un ritmo sostenido, como si hubiéramos visto el primer filme hace apenas una semana. El personaje de Bilbo (al que Martin Freeman le da ese justo perfil de yonqui del anillo) ya no funciona como eje central y ahora ese protagonismo se reparte con Thorin "escudo de roble" (impecable, Richard Armitage), el líder de los enanos, que encabeza la expedición. Como bisagra entre principio y fin, esta segunda parte de la saga es un durante, un eslabón que integra este relato de amistad y coraje. Como tal, por momentos late con fuerza, y en otros baja sus pulsaciones, como si le costara respirar de manera independiente. Sin embargo, El Hobbit: la desolación de Smaug, jamón del medio de esta trilogía, confirma la habilidad de Jackson para contar una historia de aventuras ATP, sanamente alejada del tono épico de El señor de los anillos y oxigenada con escenas de humor. Como en la primera parte de El Hobbit, la fórmula para estirar las escuetas líneas de Tolkien apuesta a la creación de escenas de acción en las que el lenguaje visual se impone. Y así hay secuencias de pura adrenalina, como la huida de los enanos a bordo de barriles de vino; y otras menos logradas, como las coreografías de luchas en las que Legolas mata orcos como si estuviera pasando niveles de un videojuego. El regreso de los elfos viene con perfume de mujer, el personaje de Tauriel, creado especialmente para el filme. Evangeline Lilly cumple con su rol de heroína, menos etérea que las elfas ya conocidas (Cate Blanchett y Liv Tyler) y encaja naturalmente en el paisaje del filme. Lo que queda fuera de contexto y de sintonía es el triángulo romántico en el que Tauriel es un vértice, que parece obedecer más a un requerimiento de manual del guion (acción, aventuras y, claro, una pizca de amor) que a una decisión que emane de la misma historia. Si en la primera parte, el highlight era el encuentro entre Bilbo y Gollum, aquí esa promesa está en la presentación de Smaug, el dragón codicioso que se robó el tesoro de la estirpe de Thorin. Anunciado detrás del marketinero nombre de Benedict Cumberbatch, el actor inglés de moda, lo cierto es que la impronta del actor no se nota en la voz gutural y los movimientos del dragón. Es decir, si hubiera estado en ese rol un NN, la cosa no cambiaría demasiado. Ello no quita que el encuentro entre el hobbit y la bestia es otro de los puntos altos del filme, como la armoniosa relación entre mapa y territorio que convierte a Nueva Zelanda en increíbles escenarios del Bosque Negro, la Ciudad del Lago o la Montaña Solitaria. ¿Significa esto que El Hobbit 2 es una película menor? En absoluto, Jackson entrega una película de acción que no defraudará a ningún tolkiniano de ley, pero cede a la tentación (o a la obligación de los estudios) de estirar (y esta vez se nota). Y cuando la cola del dragón es muy larga, corre el riesgo de mordérsela.
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Una segunda entrega donde la fantasía vuelve a desatarse, con animales enormes y la encarnación de la más obscena codicia, el enorme dragón. La comunidad del hobbit, enriquecida con elementos más oscuros que presagian al “Señor de los anillos” y el propósito de la conquista de un reino se torna atractiva, visualmente portentosa, llena de efectos especiales que harán las delicias de sus seguidores. Peter Jackson se divierte y nos divierte.
MANTENLO PRENDIDO, ¡FUEGO! Luego del extenso (aunque entretenido) preámbulo que significó la primera parte, la aventura de Bilbo (Martin Freeman) y compañía avanza, ahora sí, con mejor ritmo en EL HOBBIT: LA DESOLACIÓN DE SMAUG (THE HOBBIT: THE DESOLATION OF SMAUG, 2013). Claro que, teniendo en cuenta que es el segundo tercio de una novela corta, es evidente el agregado de bastante material de relleno para lograr una extensión de casi tres horas: desde la aparición de personajes que no estaban en el libro hasta la inclusión de sub-tramas (algunas, interesantes; otras, no tanto), el guión exhibe una total falta de síntesis, aunque logra equilibrar estos elementos de forma más satisfactoria que la primera parte. En su contra, esta secuela se siente menos autónoma: su abrupto final dejará a algunos espectadores pensando en lo amarrete que es Peter Jackson como narrador. Bilbo, Gandalf (Ian McKellen) y la compañía de enanos, liderada por Thorin (Richard Armitage), continúan escapando de los orcos que los atacaron al final de la película anterior (¿no era que las águilas se los habían llevado lejos de la batalla?). Así, se ven obligados a refugiarse en casa de Beorn, uno de los tantos personajes prescindibles del film. Desde allí, sortearán muchos peligros rumbo a la Montaña Solitaria: hay momentos destacables, como el asfixiante (y por momentos gracioso) paso por el Bosque Negro o la llegada al reino de los Elfos. Pero una de las mejores secuencias es, sin dudas, la del caótico y emocionante escape en barriles, todo un logro técnico y de planificación que exuda cinefilia y puro tono festivo. Narrativamente, los nuevos personajes no aportan demasiado y si logran imponerse en la pantalla es gracias al talentos de los actores que le dan vida: pasa, por ejemplo, con Tauriel (Evangeline Lilly), que no aparecía en la novela y que está aquí para cubrir la cuota femenina. La elfa demuestra sus habilidades guerreras, pero también está ahí para ser parte de un risible romance (afortunadamente, sutil) con uno de los enanos: gracias a su carisma y belleza, Lilly domina sus escenas, pese a que no tienen mucho sentido en la historia de Bilbo. Por su parte, Legolas (Orlando Bloom) no hace más que matar orcos en combates bien coreografiados, pero a veces demasiado extensos. Y Bard (Luke Evans) corre de aquí para allá, inmerso en su propia película: su historia, al menos por el momento, no importa demasiado, pero se da a entender que la presencia del personaje será fundamental en el desenlace de la trilogía. En EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO (THE HOBBIT: AN UNEXPECTED JOURNEY, 2012) había algunas escenas en las que faltaba pulir los efectos especiales, como las de los trolls, las de los interiores de Erebor en flashbacks y las de las águilas. Por suerte, no sucede lo mismo en esta segunda parte: uno de los mayores logros, en ese aspecto, es el dragón Smaug. Intimidante e hipnótico, el lagarto escupe-fuego ya tiene su lugar asegurado entre los mejores villanos del año. Gran parte del mérito es de Benedict Cumberbatch, quien con su profunda voz y un timing perfecto para expresar sus líneas logra darle vida al monstruo más allá de las escamas generadas con computadora. Y aplausos de pie para la escena que comparten Bilbo y Smaug: como sucedía con el teatral encuentro con Gollum en la primera película, Martin Freeman exhibe un arsenal de gestos y titubeos para retratar al hobbit, que pilotea como puede el tenso encuentro con el gigantesco reptil. El final abierto es lo más polémico de EL HOBBIT: LA DESOLACIÓN DE SMAUG. ¿Terminar la película así es un movimiento audaz? ¿O, por el contrario, es una estafa narrativa? Es cierto que ese no-cierre deja con ganas de más, inscribiéndose así en la tradición de desenlaces con "Continuará" de las segundas partes. Recordemos algunos ejemplos: pasó en EL IMPERIO CONTRAATACA, VOLVER AL FUTURO 2 y, más recientemente, en LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EN LLAMAS. Sin embargo, en todos esos casos, una historia se cerraba para abrir otra. Aquí, Peter Jackson intenta generar expectativas de cliffhanger, pero no hace más que mutilar la narración con un corte aguafiestas y anticlimático. Sin embargo, el fuego de dragón no se apaga con tanta facilidad. Y quienes fueron testigos de ese fulgor que seduce, esperarán lo que haga falta esperar para verlo brillar nuevamente.
Siguiendo lo que es ya una tradición de oscuros, densos y notables episodios medios de trilogías, EL HOBBIT: LA DESOLACION DE SMAUG marca una mejora sustancial respecto al primer capítulo de la saga. Con la aventura en plena marcha, Peter Jackson logra centrarse aquí en lo que mejor sabe hacer: narrar escenas de alto impacto visual capaces de generar potentes reacciones adrenalínicas y combinarlas con un mapa de ricas intrigas palaciegas extraídas de los libros de J.R.R. Tolkien. De todos modos, será difícil para esta saga llegar a las alturas creativas de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: su mundo ya no sorprende como lo hizo al principio pero, sobre todo, los personajes no son tan ricos ni variados como en la anterior trilogía. Desde EL IMPERIO CONTRAATACA a LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EN LLAMAS pasando por EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: LAS DOS TORRES y muchas otras, parece haber ya una tradición de episodios medios de trilogías que tienen en común lograr profundizar y oscurecer historias que fueron presentadas de forma algo liviana y accesible, complejizar el universo de los personajes -tanto psicológico como, si se quiere, político- y terminar a media res, dejando la resolución de la aventura pendiente para el capítulo siguiente. LA DESOLACION DE SMAUG cumple con todos esos requisitos: no hay canciones ni largas comilonas, el humor simplón se mantiene en su mínima expresión y el universo de personajes y villanos se agranda, liberando a los espectadores de una continua sucesión de orcos que emiten sonidos guturales. la_ca_1205_the_hobbit_desolation_of_smaugLo más interesante de este episodio, que continúa con el viaje de los enanos y el hobbit Bilbo rumbo a la Montaña Solitaria protegida por el dragón Smaug es su muy bien organizada dramaturgia. Si bien la sucesión de nombres de ciudades, reinos y personajes pueden confundir aún a los iniciados, Jackson logra llevar a los personajes a través de nuevos desafíos: un bosque de pesadillas controlado por gigantescas arañas, una conflictiva relación con los elfos (con el regreso de Orlando “Legolas” Bloom), una fuga en barriles por un tormentoso río (la secuencia más “parque de diversiones” de ambas sagas) y otras aventuras que no conviene develar, hasta llegar a enfrentarse con el majestuoso dragón que da su título al filme (con voz de Benedict Cumberbatch). Hay orcos montados en sus enormes criaturas pero -por suerte- cada tanto dan paso a otras razas de la Tierra Media. Se podría decir que la película, narrativa y visualmente, es irreprochable: todo fluye con un ritmo envidiable para una historia tan larga, los desafíos se van volviendo más importantes y casi no hay elementos dentro del filme que sean obviamente cuestionables. Pero de todos modos, tengo la sensación de que la saga HOBBIT nunca logrará atrapar la imaginación ni volverse un evento memorable como lo fue EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Los motivos, entiendo yo, son varios. Veamos: THE HOBBIT: THE DESOLATION OF SMAUGLos personajes no son tan ricos. Más allá de Bilbo, Thorin, Kili y, un poco, Balin (el viejito de barba blanca), hay casi una decena de enanos indistinguibles que no extrañamos cuando faltan porque ni sabíamos que estaban ahí. Parte de la atracción de una batalla por la supervivencia está en poder identificarse y sufrir por las complicaciones que atraviesan los personajes, y acá eso no se termina de conseguir. De hecho, los viejos conocidos Legolas y Gandalf aparecen poco pero siguen siendo más interesantes que casi cualquiera de los enanos. Y si bien los nuevos personajes (Bard, la elfo Tauriel y bueno, Smaug) logran subir el interés nunca lograrán alcanzar las alturas de la riqueza de personajes que tenía EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, que lograba hacernos interesar hasta en árboles parlantes… EL SEÑOR… generaba narrativas paralelas que permitían ir y venir por distintas historias en camino a Mordor, todas ellas interesantes. Aquí se intenta algo de eso, pero sin el mismo poder dramático. Y lo mismo pasa con el villano y el objetivo de la campaña que, al menos hasta la última media hora, sigue siendo bastante más difuso que en la trilogía original. Y, obviamente, aquí falta un personaje que terminó transformándose en el corazón dramático de aquella saga: el inolvidable Gollum. hobbit2En ciertos momentos, LA DESOLACION DE SMAUG intenta alcanzar las alturas dramáticas de LAS DOS TORRES: en la compleja disputa político/palaciega que surge cuando los enanos llegan a Esgaroth, la empobrecida ciudad en el lago, en el comportamiento cada vez más ambiguo de Thorin con respecto al tesoro de Smaug, en la “frodiana” (!) relación de Bilbo y el tan mentado (y muy útil) anillo. Y si bien las escenas son eficientes y efectivas, el peso dramático está asordinado. El propio Jackson admitía que EL HOBBIT no tiene el volumen literario de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS (saga que Tolkien escribió después) y que funciona casi como una novela infantil. Y eso está claro viendo su filme, en el que consigue entretener sacando el mejor partido posible de un universo narrativo mucho menos rico y generoso en personajes y situaciones, pero no logra transformarlo en gran cine.
Magia y aventuras en estado puro Bilbo y la compañía de 13 enanos continúan su viaje rumbo al encuentro del dragón Smaug. A Una vez más, la valentía y creatividad del hobbit será clave para que el grupo supere los mayores peligros. La desolación de Smaug hiela la sangre. Todo el mal que el dragón es capaz de infligir queda expuesto en las ruinas, la pobreza y el terror que rodean la Montaña Oscura. Pero más vale no adelantarse a los hechos, porque la presencia estelar de esta secuela de El Hobbit se reserva para la segunda parte de la película. Antes, a la compañía de enanos, a Bilbo y a Gandalf los aguardan numerosas aventuras. Es admirable la capacidad de Peter Jackson para sacarle todo el jugo al libro de JRR Tolkien. Junto a su esposa, Fran Walsh, y a Philippa Boyens desmenuzaron página a página la novela hasta transformarla en ocho horas de cine de calidad. Y cuando El Hobbit entregó todo de sí, el trío de guionistas no dudó en agregarle condimentos que modifican -levemente- la trama. A los puristas de la obra de Tolkien se les erizó el espíritu apenas descubrieron la inclusión de un nuevo personaje. Es Tauriel (Evangeline Lilly, archiconocida por su papel en “Lost” -foto-), una elfa todoterreno capaz de cargarse una banda de orcos y de ¿enamorarse? del enano Kili (Aidan Turner). Pero es tal el dominio que ejerce Jackson sobre el universo Tolkien que esta generosa licencia fluye con naturalidad en el relato, para tranquilidad de los ortodoxos de la literatura. Después de la trilogía de “El señor de los anillos” y con el 66% del camino de El Hobbit recorrido no hay arista del imaginario tolkieniano que a Jackson le pase inadvertida. La perfección de la puesta es tal que deslumbra. “La desolación de Smaug” es el nudo de la trilogía. Y si a la primera parte Jackson la había vestido de poesía y de nostalgia, a la secuela le imprimió un ritmo trepidante. Los personajes ya están expuestos, así que es tiempo de empujarlos a que descifren su destino. En el corazón del Bosque Negro, en las ruinas del castillo del Nigromante, donde Gandalf (Ian McKellen) y Radagast El Pardo (Sylvester McCoy) se juegan la vida, y -en especial- en la Montaña Oscura. El retorno de Legolas (Orlando Bloom) es una caricia a los fans de “El señor de los anillos”. No es la única referencia a esa trilogía: atentos a algún dato sobre el enano Gimli y, sobre todo, a la escena clave de Gandalf en el castillo en ruinas. Recordemos que todos los hechos de El Hobbit son anteriores a la saga de Frodo, Aragorn y compañía. Claro que el gran regalo de Jackson es Smaug, sin dudas el mejor dragón que se ha visto en el cine. Mucho tuvo que ver el hecho de que hay un actor -el omnipresente Benedict Cumberbatch- detrás de la construcción digital. Jackson lo filmó con la misma técnica que convirtió a Andy Serkis en Gollum. Por eso el rostro de Smaug es un compendio de emociones. Este dragón está vivo, siente, piensa. Y actúa, por supuesto. Richard Armitage capturó la esencia de Thorin Escudo de Roble, ese enano ambicioso, injuriado, en apariencia inmune al sufrimiento de quienes lo rodean. Esa oscuridad contrasta con el optimismo y buen corazón del excelente Bilbo que viene entregando Martin Freeman. En plena adrenalina por la velocidad del relato, Jackson va pintando matices y desarrollando sus personajes. Ese es otro mérito del filme, más allá de la explosión visual que propone cada plano. Es cierto que “La desolación de Smaug” es una estación intermedia y que todos los cabos quedan sueltos. Razones de sobra para contar los días (o los meses) hasta el desenlace.
Más grande, más heroica, más impactante. Con ese perfil llegó a los cines la esperada segunda parte de la trilogía de “El Hobbit” que nuevamente lleva la firma del neocelandés Peter Jackson. La continuación entra de lleno e inmediatamente en la aventura y la acción, y de eso se trata “La desolación de Smaug” a lo largo de casi tres horas y hasta, literalmente, el último segundo. El libro en el que se basa, de su coterráneo J.J.R. Tolkien y de apenas casi 300 páginas, fue dividido por el director en tres partes. En la primera, “Un viaje inesperado” se presentan los personajes que llegan recargados a “La desolación de Smaug” y de los cuales se conocerá el destino en “There and Back Again” con estreno previsto para enero de 2015 cuando. Jackson creó así un maravilloso prodigio tecnológico y argumental basado en una historia fabulosa escrita en 1937. De aquellos pequeños hobbits que vivían en medio de un clima pastoril, quedan la inocencia y los sentimientos puros, atributos a los que ahora el protagonista, Bilbo Bolsón (Martin Freeman) le sumó -tal como el mismo lo reconoce hacia el final- el coraje y la audacia. Así es como esta parte de la historia se hace más grande y más heroica. Cuando Thorin (Richard Armitage), heredero del reino de Borodor -perdido a garra y fuego del dragón Smaug- se encuentra cara a cara con Gandalf (Ian McKellen) es el punto de partida. La aventura llevará a los descendientes de Borodor, a Bimbo y al hechicero Gandalf a una accidentada marcha hacia la Montaña Solitaria donde el astuto Smaug duerme bajo toneladas de oro. Gran narrador, Jackson se aseguró en el último segundo que nadie se pierda qué pasará con los enanos, el Hobbit, los elfos, los orcos y el mismo reino de Erebor. Para eso Jackson se tomó algunas licencias junto a su equipo de guionistas como es la inclusión de un personaje inexistente en el texto original. Se trata de Tauriel, una elfa bella y valiente interpretada por Evangeline Lilly (Kate Austen en “Lost”) que introduce el romance, algo inexistente hasta ese momento. De ese modo el cineasta abrió una cuarta línea narrativa que se suma a la trama que sigue las aventuras que se desarrollan casi paralelamente en la Ciudad del Lago, en el camino a la Montaña y con Gandalf enfrentándose a las fuerzas de la oscuridad en este deslumbrante entretenimiento que pone el acento en algunos de los valores tradicionales.
Tolkien-Jackson: dos pilares que sostienen y amplían la obra literaria Ya lejos de la polémica suscitada por la decisión de hacer una trilogía basada en un libro de poco más de 300 páginas, polémica sin sentido por otra parte, queda claro que cinematográficamente hablando el universo de J.R.R Tolkien se desdobló con la aparición de Peter Jackson, formando entonces los dos pilares que sostienen y amplían la obra literaria. Lo escrito y lo filmado ahora van de la mano. Se amalgaman. Forman un binomio perfecto del cual se puede hacer o deshacer (si siguen sus propias reglas), aun cuando en algunos casos no aportase nada sustancial al núcleo de la historia. El caso de agregar se da con ambos creadores. Por ejemplo, así como los seis apéndices de “El señor de los anillos” crean decenas de posibles subtramas, explican en detalle elementos de la tierra media, agregan personajes de tercera o cuarta línea, y hasta enseñan el idioma elfo (basado en sonidos de la lengua inglesa), en el otro extremo Peter Jackson desarrolla y agrega personajes apenas (o nunca) escritos por Tolkien para fortalecer los elementos dramáticos básicos en cualquier aventura. Es decir, ambos expandieron sus obras más allá o más acá de sus fronteras, pero respetando la mística original. Por caso, Azog (voz de Manu Bennet) es un jefe Orco apenas mencionado por el escritor. Para el director es una de las figuras principales de la nueva trilogía. Por su parte, Tauriel (Evangeline Lilly (Kate, en la serie “Lost”, 2004/2010), una suerte de capitana del ejército Elfo, encaja perfectamente en esta segunda parte y aporta una tenue insinuación de amor/seducción que se permite llegar hasta la periferia de lo escrito en los libros. La adaptación, entonces, se sale de lo literal de la historia pero no la traiciona, salvo para los fanáticos ortodoxos, claro. Todo lo que sucede en “El hobbit: la desolación del Smaug” sube la apuesta iniciada el año pasado en todos los aspectos. Desde lo visual, se vuelve más oscura. La fotografía de Andrew Lesnie se emparenta con la trilogía anterior como para ir enganchándola. Lo mismo sucede con la música del multipremiado Howard Shore. También (más sutilmente) las escenas de acción cobran un tinte más serio, en especial los enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Para cuando termine la saga, y todo esté editado en DVD, cualquiera que decida transitar la maratón de seis películas irá de una coloratura casi infantil iniciada en esa comilona de media hora en “El hobbit: un viaje inesperado”, 2012), a una textura entre blanquecina y gris cuando Gandalf y Froddo se disponen a iniciar su último viaje en “El señor de los anillos: el retorno del rey” (2003). Si esto no es planificación… La última toma que vimos en 2012 fue un plano detalle del ojo de Smaug (voz de Benedict Cumberbatch), un dragón gigante que yace bajo toneladas de monedas de oro dentro de Erebor, también conocida como la Montaña Solitaria. La segunda entrega de esta saga sigue continúa con el viaje del rey Thorin, alias Escudo de Roble (Richard Armitage), y sus doce coterráneos en busca de recuperar Erebor, y por ende matar a su actual morador. Esta gesta es la columna vertebral de la cual se ramifican otras dos: La ida de Gandalf (Ian McKellen) a Dol Guldur, en donde descubrirá que Sauron está recobrando sus fuerzas y el seguimiento a Bilbo Bolsón (Martín Freeman, otra vez sensacional), quien, pese a ser parte del grupo que lo adoptó por sus dotes de “ladrón”, ya va tejiendo su propia leyenda para conectarla con el futuro. A estos incidentes, que el director vuelve a mostrar en montaje paralelo, ha de agregarse la aparición con creces de los Elfos oscuros comandados por Legolas (Orlando Bloom) y la mencionada Tauriel. Ambos se convertirán en esa suerte de ayuda latente que vigila de cerca los acontecimientos. Aparecerá la codicia, la ceguera ante el poder, pero también la posibilidad de redimirse por virtudes como la fidelidad, la entrega y el sacrificio. Se sabe que hay una tercera a estrenarse el 17 de Diciembre de 2014, con lo cual el final queda tan abierto como los de los viejos seriales. Lo dicho, será difícil pensar en el resto de la literatura de Tolkien sin emparentarla con el director neocelandés. Una vez más propone aventura en estado puro, batallas con tinte épico, profundidad en los personajes y las situaciones y la garantía de filmar como pocos estos géneros.
Con más y con menos de lo mismo La cosa viene de capa caída. O, a decir verdad, demasiado fue lo que se infló a El Señor de los Anillos. Lo que se lamenta es el lugar pantanoso desde el cual su director, Peter Jackson, decide seguir el juego. El de hacer cine. Pantano que mezcla hordas de fans que saben desde lo más excelso hasta lo más nimio de todo lo que haya sido tocado por la varita de Tolkien. Más la presión de quienes financian. El abandono del barco por parte de Guillermo del Toro (quien habría dado algo de oxigenación al mamotreto). La exageración de tres films. Y la persistencia en la duración exorbitante. El carácter de "precuela" de este Hobbit no es más que anecdótico. Porque en verdad se trata de una remake, con todas las características de su predecesora, tanto a nivel producción como dramático: siempre y cuando se atienda como válido un devenir narrativo que suma situaciones como niveles que trascender, a la manera de un videogame. Desde este entender, serían tres los momentos álgidos de esta segunda entrega: el combate con las arañas, el escape dentro de los barriles flotantes (lo mejor), el duelo con Smaug, el dragón. Al menos, como guiño superficial hacia un cine que alguna vez Jackson supo reverenciar mejor, los cinéfilos atentos encontrarán ecos de El increíble hombre menguante (1957) entre tantas arañas. Si bien ateridos de travellings interminables, de ánimo legendario asumido, ya vistos y revistos en cualquiera de las otras entregas. Hay momentos que son aburridísimos. Explicativos y tendientes a hacer profusa la sapiencia verbal, con códigos que sólo los aficionados en serio pueden descifrar: quién dominó dónde, qué pasó con tal o cual rey, quién quiere más a quién, de dónde es la leyenda no sé cuál, etc. Lo que no hace más que volver a El Hobbit una película obvia, que sabe muy bien quién es su espectador modelo, y al que ya ni siquiera interroga o sorprende. Porque este Hobbit es más de lo mismo. Pero todavía peor, porque su rango jerárquico debiera estar por debajo de toda la serie, ni qué decir respecto de la filmografía del alguna vez mejor Peter Jackson (su cúspide: compartida entre Braindead y Criaturas celestiales). Se podría argüir que con presupuestos millonarios, temáticas que son marcas registradas, un realizador tal no podría distinguir una mirada autoral (porque Jackson, alguna vez, la tuvo). Basta pensar en Sam Raimi o Del Toro para contradecir. También en Tim Burton. Tal vez el último intento de hacer algo alternativo, que regresara a Jackson a sus fuentes, sea Desde mi cielo. Mejor fue King Kong, a pesar de que se la desmerece y sigue hablando de esta interminable serie de anillos en donde, dado el caso, la única en sobresalir es Evangeline Lilly (Tauriel), incorporada como contrapunto de Legolas (Orlando Bloom), si bien para vender un muñequito más.
EL HOBBIT SEGÚN JACKSON ¿Hasta dónde es legítimo pensar en el mejor Tolkien –el que construye mundos autosuficientes cargados de misticismos, lenguajes propios y por lo tanto universos consistentes, mitos que sostienen un orden trascendente y una moral- al enfrentarse a la película de aventuras fantásticas que sobre la obra homónima realiza Peter Jackson? Si bien El Hobbit no es una obra de la envergadura constructiva de El señor de los anillos tampoco es una pieza que pretenda la trascendencia que Jackson parece querer imprimirle con esta adaptación de la misma magnitud que tuvieron las tres de la saga principal. Como si hiciera falta contar todo ampliando hasta el hartazgo e inventando personajes y situaciones para llegar a las casi 9 horas de película, el realizador repite estructuras –camino, escollo, escape, camino- sin darle mayor sentido que la aventura misma y sin tramar un crecimiento dramático en este supuesto “camino del héroe”. Lejos de toda tradición de la aventura mítico-fantástica, Peter Jackson hace de El Hobbit una película de persecuciones. Vertiginosas, cargadas de efectos especiales, desarrolladas en espacios fantásticos, pero todas y cada una hechas de puro fuego artificial, sin demasiado vínculo con el sentido del viaje. El viaje y las luchas de los elfos y sus aliados son el único sentido de la película. En alguna secuencia, la huida de los elfos en barriles de madera, logrará articular la aventura pura a un alto nivel y entonces, al menos, tendrá algo de sentido el tiempo insumido. En otras, como la inexplicablemente larga e inconsistente secuencia de las arañas, ocurre exactamente todo lo contrario. El modo en que despoja a los monstruos de su sentido mítico para llevarlos al puro terreno de la amenaza y la maldad, vacía a El Hobbit de cierta pretensión mayor incubada para su autor. Tal vez los fanáticos de Tolkien se reconforten con esta nueva aventura de enanos, orcos y elfos (incluida una historia de amor algo traída de los pelos). Lo cierto es que la película es irregular incluso en tanto cine de pura acción. Se detiene en escenas simples y se repite a lo largo de la trama. Hasta la riqueza de un de sus mejores personajes, Gandalf, se pierde en una presencia narrativamente desarticulada. Jackson parece haber quedado presa de las ambiciones comerciales que sin dudas el proyecto acarrea y con ello ha perdido el riesgo narrativo y la precisión visual de la que hizo gala en los justificados tres opus de El señor de los anillos. Habrá una tercera película sobre El Hobbit. Ojalá sus fanáticos e incondicionales disfruten de estas películas, pues para ellos parecen estar hechas. Por Daniel Cholakian redaccion@cineramaplus.com.ar
Después de una primera película accidentada que imitaba sin demasiado éxito la trilogía de El señor de los anillos, Peter Jackson logra con El Hobbit: La desolación de Smaug algo más parecido a un relato bien contado, que explora con un poco más de inteligencia su universo. Si El Hobbit: Un viaje inesperado apostaba más a explotar la cantidad de elementos que a aprovecharlos (había acumulación de personajes, de chistes, de conflictos y hasta las reapariciones de El señor de los anillos se amontonaban), la secuela encuentra un equlibrio siguiendo a unos pocos protagonistas como Gandalf, Bilbo o Bard, y cuando narra las aventuras del grupo de enanos consigue darles a casi todos una personalidad más o menos reconocible; a diferencia de la anterior, donde la compañía liderada por Thorin era una especie de masa informe de guerreros y bebedores, ahora finalmente se los humaniza (aunque quizás sería más correcto decir que el guión los “enaniza”). La aparición de Légolas, ausente en el libro, confirma la debilidad innata que exhibe El Hobbit como proyecto cinematográfico, pero el director se las arregla para volver interesante al personaje imaginándolo con un carácter menos bondadoso y más violento (quizás debido a su inmadurez). De a ratos el guión corre el peligro de convertirse en una mera seguidilla de aventuras, pero esta vez la película puede detenerse a retratar momentos y escenarios, mientras que la anterior parecía estar distraida y no poder fijarse en nada con demasiada atención. La entrada a la Montaña Solitaria, por ejemplo, representa un momento notable tanto de suspenso como de drama, y el pueblo marítimo de Esgaroth, antiguo centro comercial ahora sumido en la decadencia, se convierte en un espacio con habitantes reales (no estoy pensando en la caricatura que hacen Stephen Fry y su ayudante sino en los vecinos de Bard) que terminan por imprimirle carnadura a la misión de los protagonistas. Eso sí, al igual que en la primera El Hobbit, Jackson tiende a engolosinarse con la tecnología y es capaz de pasar de la creación atardeceres digitales impresionantes a abusar de las posibilidades técnicas y llega hasta arruinar a Smaug, probablemente el personaje que más interes despertaba de la secuela. El cierto que el dragón, con su tamaño, su textura y su relación imposible con el espacio (está encerrado en un lugar muy pequeño y repleto de objetos) es un prodigio de la animación digital, pero Jackson, una vez develada la criatura, pone en su boca diálogos interminables y termina por quitarle cualquier misterio que hubiera podido conferirle al principio, cuando el monstruo apenas asomaba sus extremidades a través de las montañas de oro. Algo similar ocurre en la escena del escape de la guarida de los orcos: de tan exageradas las proezas que los personajes realizan mientras son arrastrados por la corriente en los barriles no solo no consiguen el impacto esperado sino que cansan y pierden intensidad; pareciera, por ejemplo, que Légolas es capaz de cualquier hazaña física imaginable, entonces todo resulta poco creíble incluso para un relato fantástico. Para cualquiera que haya disfrutado de la trilogía de El señor de los anillos, el diagnóstico de El Hobbit sigue siendo el mismo que el de la primera película: Peter Jackson trata de emular, todavía sin demasiada suerte, la justeza y la belleza del trío original, compensando lo que aquella tenía de corazón con la mera suma de actores, conflictos y efectos digitales. Sin embargo, a pesar de ubicarse bastante lejos de esas tres cumbres del cine de aventuras, esta segunda entrega supera a la primera y muestra a un director más seguro, capaz de comprender mejor a los personajes y sus problemas, de esquivar un poco mejor la tentación de la simple acumulación y observar más en detalle el mundo que tiene delante suyo, que no por notoriamente artificial resulta menos subyugante. A su vez, esta capacidad para entender mejor ese mundo y sus criaturas permite que surjan relaciones impensadas con El señor de los anillos: por ejemplo, una y otra trilogía parecen contener en verdad el relato de unos herederos al trono amargados y taciturnos, que lidian como pueden con la misión inmensa que se les adjudica de un momento a otro: recuperar lo que les pertence, ganarse el derecho de ser reyes, gobernar y devolver la paz a los que serán sus súbditos. Más allá de los hobbits, elfos, dragones y todas las criaturas y los peligros que habitan en la Tierra Media, los libros de Tolkien parecieran ser antes que nada el cuento de reyes caídos en desgracia como Aragorn y Thorin que deben aprender a confiar en otros y a hacer amigos nuevos, como si todo fuera una suerte de road movie en clave fantástica.
Vuelven Bilbo Bolsón, los enanos y Gandalf el Gris, develando nuevos secretos y transitando por nuevas aventuras. Esta es la segunda parte de la trilogía cinematográfica basada en la obra de Tolkien, bajo las ordenes del mismo director que la anterior "El hobbit- Un viaje inesperado” que se estrenó en Argentina el 13 de diciembre el año pasado, y cierra con "The Hobbit: There and Back Again" cuyo estreno se encuentra previsto para el 18 de diciembre de 2014. Todo comienza con una breve apertura, y luego se encuentra Gandalf (Ian McKellen) junto a Thorin (Richard Armitage) en una taberna donde debe reivindicar su trono. Doce meses después ellos se unirán a Bilbo (Martin Freeman) y los enanos, para juntos emprender un viaje peligroso lleno de dificultades y aventuras, para reclamar el reino enano perdido de Erebor, cruzando montañas y Bosques entre otros escenarios espectaculares. Nos encontramos frente a una gran superproducción, viendo la espalda de los Orcos, un feroz encuentro con ellos (son un ejército) y sus ataques, arañas gigantes y quienes envuelven a su presa, criaturas monstruosas, un escape en barriles por el río y una sucesión de secuencias increíbles visualmente, peleas, luchas, flechas y el peligro con el que se encuentran constantemente. Llena de personajes: Cate Blanchett como Galadriel, Orlando Bloom con su papel de Legolas, Evangeline Lilly como Tauriel una guerrera (una élfica, parece que se enamora), entre otros y hasta el mismo Peter Jackson se da un gustito al aparecer brevemente en una escena (estén atentos). También se encuentra presente el anillo. Las batallas son constantes, bien épica, con buenas coreografías, muy dinámica, su narración es precisa, con varias historias, secretos, llena de humor y suspenso, el ritmo no decae y una de las estrellas del film, al dragón Smaug (Benedict Cumberbatch), es el terror de los hombres.
"La desolación de Smaug", a mi parecer, supera la primera parte de esta trilogía. Peter Jackson demuestra que sabe lo que está dirigiendo y el elenco, como un reloj, funciona a la perfección. Acción, cantidad de efectos especiales, y un 3D espectacular, hacen que la espera de El Hobbit 2, haya valido la pena. La historia continúa, avanza (hablando del guión) y eso es genial para quienes no son tan fans de esta historia. Sus seguidores saldrán felices del cine y todo indica que la última parte será impresionante. Gran estreno que tenes que ver si o si, ¡¡¡con anteojitos 3D!!!
Una aventura que aún se disfruta De las cintas más esperadas del año, se instala por varios días en pantalla. Habrá que esperar un año para conocer el final. El Hobbit, la desolación de Smaug es la segunda de las tres partes en las que se dividió la novela El hobbit, del británico J.R.R. Tolkien, para su adaptación al cine. La idea venía desde 1995 y después del éxito de la trilogía de El Señor de los Anillos y vaivenes más y menos, Peter Jackson se ocupó de la dirección y puso en marcha esta nueva serie que salió el año pasado con El Hobbit: un viaje inesperado y algunos de los actores que habían interpretado personajes de El Señor... La desolación de Smaug narra la continuación de la aventura de Bilbo Bolson en su periplo junto al mago Gandalf y trece enanos liderados por Thorin Escudo de Roble, en una épica búsqueda para recuperar la Montaña Solitaria y el Reino Enano de Erebor. Tras sobrevivir al inicio de su viaje, el grupo sigue hacia el Este, se encuentra por el camino con Beorn con el cambiador de piel, y con un enjambre de arañas gigantes en el peligroso monte Mirkwood. Después de evitar que los Elfos del Bosque los capturen, y prosiguen hacia Ciudad del Lago y hasta la Montaña Solitaria, donde tienen que enfrentarse al mayor de los peligros, el terrorífico dragón Smaug. Mientras tanto, Gandalf deriva su viaje hacia la búsqueda del misterioso Nigromante. Dicho y repetido fue, que para lograr una trilogía de largometrajes que hagan buen honor al prefijo, Jackson debió tomar prestados personajes y situaciones de otros libros de Tolkien, una tendencia continúa en la segunda parte, innecesariamente extensa, a sabiendas de que se trata del tránsito hacia el final de la historia que se conocerá dentro de un año. Para los puristas de la obra literaria, habrá incluso algún que otro personaje de más en este segmento donde aparecen el elfo Legolas (Bloom), ya conocido por la secuela narrativa que es El Señor de los anillos, o la elfa Tauriel ( Lilly). No obstante, es innegable que con recursos y equipos al servicio de la creación todo es posible, y que los universos que encierra la Tierra Media y las acciones que le deparan a los personajes siguen siendo de maravilla ante los ojos de un espectador dispuesto a sorprenderse constante con una película que todavía se disfruta. Está en cada quien elegir hacerlo desde el 2D, una experiencia cercana al clásico 35mm; el 3D, que todavía guarda algo de la pátina velada que separa al cinéfilo de la pantalla, o el hiperrealista 3D de 48 cuadros por segundo.
El Hobbit, la desolación de Smaug, es puro espectáculo visual con escenas de antología que harán las delicias de los fans y de todos los amantes de los films de aventuras. Esta película es una verdadera historia épica repleta de acción, intrigante, imponente y estimulante, realizada con la mejor técnica digital, con un gran despliegue y con una fotografía maravillosa. La intensidad dramática...
Aventuras en la Oscuridad creciente Cuando comentamos la primera parte de esta nueva trilogía, afirmamos que Peter Jackson buscó expandir el relato del texto original hacia lo que habría sido la versión definitiva de “El Hobbit” que podría haber hecho el propio J.R.R. Tolkien a la luz de su propio legendarium. Es así que a la vez que por un lado se deleita desarrollado escenas de acción, por el otro incorpora diversas subtramas. Una de ellas, la de Galdalf contra el “Nigromante” de Dol Guldur (cuya verdadera identidad quedará clara aquí), organizada a partir de sucesos que se cuentan en “El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo”, en el extenso capítulo “El concilio de Elrond”. Pero también se permite crear otra subtrama desde cero, recuperando a Legolas (a quien hace encontrarse con Óin, padre Gimli, quien será su amigo), a quien suma un personaje peculiar. En un acto de osadía, crea un personaje novedoso, quizás un poco impensado en la época del profesor Tolkien: se trata de Tauriel, una mortífera guerrera elfa, capitana de la guardia de Thranduil, a la vez poseedora del celestial encanto de las doncellas élficas, y a la sazón pelirroja (la única elfa de pelo rojizo que Tolkien menciona expresamente es la pretérita Nerdanel). A pesar de todos estos méritos, Tauriel es una elfa silvana, de una estirpe inferior a la de Thranduil y Legolas, que son del linaje de los Sindar de Doriath (esto no se explica en el filme, pero opera en él), por lo que el soberbio Rey del Bosque Negro busca desestimar una posible relación entre ella y su blondo hijo, que parece interesado. Gracias a estas expansiones Jackson se da el placer de incorporar cosas de color, como el uso del athelas (las hojas del Rey), como hierba medicinal, o el rumor de la lengua negra de Mordor en la frase “Ash Nazg durbatulûk, ash Nazg gimbatul, ash Nazg thrakatulûk agh burzum-ishi krimpatul” (“Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”). Coherencia y despliegue En esta segunda parte ya entramos directamente al nudo de la acción. Si la primera terminaba en el nido de las águilas, aquí el relato recomienza directamente en tierra, con los orcos pisándoles los talones, y pasa muy rápido por la estadía en la casa de Beorn, el Cambiador de Pieles. Este personaje les prestará los ponies para llegar rápido al Bosque Negro, donde se encontrarán con los elfos liderados por Thranduil. Otra vez será el ingenio y la invisibilidad que el Anillo le otorga a Bilbo el camino para el mítico escape en los barriles, con el condimento de un ataque orco que hiere a Kíli, en una épica secuencia que suma a Legolas y Tauriel, que aportará a la subtrama de estos personajes y su relación con el joven enano. Así lograrán entrar a la Ciudad del Lago, donde crecerá el personaje de Bardo, allí conseguirán apoyo para llegar a la Montaña Solitaria, donde arriesgarán el cuero en las fauces del temido dragón Smaug, lo que brindará escenas no menos espectaculares, antes de tirar el anzuelo para las nuevas aventuras que sobrevendrán en la tercera película. Para todo esto el neocelandés contó en el guión con la colaboración habitual de su esposa Fran Walsh y su coproductora Philippa Boyens; también aparece la firma de Guillermo del Toro, quien estuvo por hacerse cargo del proyecto y finalmente revista como consultor. Otro apoyo fundamental, como “El Señor de los Anillos”, es el aporte en el diseño conceptual de Alan Lee y John Howe, los dos históricos ilustradores oficiales de la obra del Profesor de Oxford. Otro que repite es Howard Shore en la música, otra de las marcas identitarias del constructo que Jackson ha impuesto. Las compañías Weta Workshop y Weta Digital se pusieron al servicio de la plasmación visual, desde la construcción de prótesis y el diseño de vestuario a la realización digital de los más mínimos detalles, que lucen en el 3D y la visión hiperrealista de HFR (48 cuadros por segundo). Personajes míticos A pesar de la desmesura visual a la que apuesta el director, siempre buscando expandir las potencialidades del cine, su propuesta se basa en actores que se ponen en la piel de personajes inolvidables. Martin Freeman vuelve a lucirse como Bilbo (quien empieza a sentir los cambios que le produce el contacto con el Anillo), y de Ian McKellen como Gandalf ya no podemos destacar decir mucho más que lo que ya hemos manifestado. Pero mucho del peso dramático de este tramo recaerá en otros, como la profunda interpretación de Richard Armitage como Thorin (también víctima de la codicia de sus ancestros por la Piedra del Arca). Orlando Bloom reaparece como un indiscutible Legolas (rubio, aniñado, guerrero preciso e incansable, y ahora al parecer algo celoso), y Lee Pace se mete en la piel de un lánguido y glamorosamente detestable Thranduil (los lectores del “El Silmarillion” saben que la soberbia y el ánimo de venganza de los elfos puede ser tan grande e imperecedera como sus vidas y su magnificencia). Pero en esta estirpe inmortal resalta Evangeline Lilly como Tauriel: sólo la ex Lost puede hacernos creer que es una doncella élfica etérea y mortífera, y tan humana en sus sentimientos, que la acercarán al enano Kíli (Aidan Turner, bastante facha para la raza de Dúrin, y algunos buenos momentos). Todo esto se apoya en el lucimiento colectivo de la compañía de enanos: Ken Stott (un fantástico Balin), Graham McTavish (Dwalin), William Kircher (Bifur), James Nesbitt (Bofur), Stephen Hunter (Bombur), Dean O’Gorman (Fíli), John Callen (Óin), Peter Hambleton (Glóin), Jed Brophy (Nori), Mark Hadlow (Dori) y Adam Brown (Ori). Por lo demás, Luke Evans empieza a despuntar como Bardo (seguramente su mayor lucimiento será en el próximo filme) y Benedict Cumberbatch (el villano de “Star Trek: into darkness”) pone las ominosas y procesadas voces de Smaug y el Nigromante. Mikael Persbrandt tiene unos pocos minutos para mostrar su Beorn, y como villanitos de poca monta y graciosos, tiene su momento Stephen Fry (señor de la Ciudad del Lago) y Ryan Gage (su secuaz Alfrid). Como condimento, hay pequeñas intervenciones de Sylvester McCoy (el taimado mago Radagast) y la oscarizable Cate Blanchett (la resplanciente Lady Galadriel). Las cartas están echadas. Se vienen más peligros, las batallas definitivas, las pérdidas dolorosas, y las pruebas últimas al valor y al sacrificio de los héroes.
Esto no es una crítica Después de darle muchas vueltas al asunto y no encontrar el lugar desde donde encarar esta nota, finalmente opté por usar la primera persona, cosa de la cual no soy partidario ni me genera fervor, pero no tuve más alternativa dado lo subjetiva de mi posición. Aclaro, para los que vayan a leer las siguientes líneas, que voy a contar algunos detalles puntuales, y otros no tanto, de la película en cuestión. Fui al cine un domingo a la tarde, acompañado por mi primo Luciano, nos ubicamos en la fila cinco, bastante al centro, buena posición, aire acondicionado, vaso gigante de gaseosa. Pasó una hora de película y los enanos, el hobbit y el mago, que venían de una larga travesía que había comenzado en otra película, estaban metidos dentro de una montaña, un bosque o algo así, y me quedé dormido profundamente. Me desperté sobresaltado una hora después y vi que los enanos, el hobbit y el mago seguían metidos y perdidos dentro de una montaña, un bosque, o algo así. Entonces le pregunté a mi primo qué es lo que me había perdido y me dijo que habían aparecido algunos elfos, unos orcos, y pocos bichos más. De repente, apareció el dragón en pantalla, hubo un duelo verbal, una disputa y la película terminó. Así, de golpe y porrazo, con la promesa de una continuación. Habiendo leído El Hobbit, aquel simpático librito de aventuras que Tolkien publicó en 1937, se me hace cuesta arriba toda esta nueva trilogía de Peter Jackson, aquel genio que con dos mangos creó magníficas películas, por caso Bad Taste o Braindead. O sea, para ser claros, el tipo convirtió una sencilla historia de aventuras, que bien se pudo haber adaptado en una sola película, en tres películas de tres horas de duración cada una. Como que es mucho, ¿no? Sucede que la solemnidad, lo protocolario y lo ceremonioso se han adueñado del espíritu de esta adaptación. La sumatoria de excesivas subtramas, personajes ignotos (¡que ni siquiera aparecían en el libro!) y las constantes referencias a la oscuridad que se avecina, hace que todo sea pesado, denso, impidiendo el goce, incluso calcando conceptualmente a la saga de El Señor de los Anillos, es decir, la idea del viaje como metáfora de maduración, de descubrimiento interno. Pero todo, lamentablemente, es como una fotocopia mal hecha, ya que los personajes están desdibujados, difusos, como la sombra/humo de ese proto-Saurón. Pero, es justo decirlo, vale rescatar al gran Martin Freeman, que en los pocos momentos que le son concedidos hace vibrar la pantalla; no pasa lo mismo con sir Ian McKellen que se lo ve algo deslucido, apagado, ni con ninguno de los trece enanos, que jamás logran conjurar una sonrisa o algo que pueda hacer que los recordemos una vez finalizada la película. A todo esto, tengo que hacerme cargo de que es poco serio (o poco ético, si así lo prefieren aquellos lectores más dramáticos y extremistas) hacer una crítica de El Hobbit habiéndome echado una regia siesta en la mitad de la película, pero eso no le resta importancia a mi opinión ni me disminuye como espectador, pero antes de empezar a escribir esta nota me pareció que era bueno que aclarara cuales fueron las condiciones en las que vi dicha película y que no la había visto entera y que no pienso volver a verla hasta que la den en cable. Momento en el cual me dispondré a verla en una cómoda posición para repetir la gran siesta a la cual Peter Jackson me indujo.
Como si se tratara de un acontecimiento anual imposible de saltear en el calendario llega una nueva entrega cinematográfica de ese mundo que alguna vez concibiera J.R.R. Tolkien en literatura. El intérprete privilegiado para poner en marcha esta gema mitopoética en imágenes en movimiento es Peter Jackson. Especies diversas, criaturas parlantes, mitos difusos, monarquías anacrónicas no sólo poblaban la Tierra Media sino también aquellas páginas publicadas en un tiempo en el que materializar visualmente este cosmos alternativo resultaba imposible. Pero, ¿quién iba a profetizar un par de décadas atrás que un elfo se pasearía por los aires como un skater del siglo XXI? Los enanos y el hobbit ladrón de patas desproporcionadas llegan finalmente a la famosa montaña en la que se encuentra el temible dragón Smaug (y la Piedra del Arca), cuya desolación parece haberle estimulado unas ganas bárbaras de hablar; más que cumplir con su instinto y por consiguiente carbonizar a sus presas de una buena vez, Smaug demuestra ser una monstruosidad entrenada en Cambridge. Gandalf acompañará de cerca y de lejos a la comitiva que intenta restablecer el perdido Reino Enano de Erebor, mientras que los elfos, moviéndose en el espacio como bailarines de un videojuego, no paran de despachar orcos y cada tanto degollarlos. El mejor pasaje del film reside en una contienda entre los enanos y una arañas gigantes, aunque una secuencia en las que los enanos escapan flotando en unos barriles es otro de los escasos aciertos de la película; Jackson es capaz de cartografiar el espacio cinematográfico y trabajar coreográficamente sobre él, y no mucho más en esta segunda entrega. La pertinencia del 3D dependerá mucho si la sala de exhibición está al día con el mantenimiento de las lámparas de sus proyectores, pues el universo de Jackson al ser demasiado oscuro requiere de buenas condiciones de proyección; no obstante, el rostro de un araña en primerísimo plano y una abeja volando en el medio de la sala son instancias simpáticas de un dispositivo tan obligatorio como innecesario. Si uno de los placeres de las dos trilogías reside en la construcción de un héroe colectivo que sostiene el relato, en esta oportunidad la chatura de todos los personajes, pese a la simpatía de Bilbo o el magnetismo de Gandalf, desdibuja la fuerza del grupo y las virtudes que los define: la nobleza y el espíritu de camaradería. Diez minutos de Gollum hubieran sido suficientes para levantar un film cuya mediocridad se pretende conjurar, sin éxito, a golpe de efectos especiales, estrategia formal para insuflarle vida a un film hundido en su ostensible insignificancia.
El Hobbit: La desolación de Smaug es más entretenida que su antecesora y deja preparado el terreno para el gran final. Con escenas de acción coreografiadas hasta el más mínimo detalle y con la suma de varios personajes, Peter Jackson vuelve a cautivar con su visión de la Tierra Media. La película comienza con un prólogo a la gran aventura que comenzó en El Hobbit: Un viaje inesperado. Y, como chiste, el director vuelve a hacer un cameo como el que hizo en El Señor de los Anillos: La comunidad del Anillo. Gandalf se reúne con Thorin para comenzar a delinear el plan que necesitará de Bilbo para recuperar lo que era de los enanos. La próxima secuencia ubicará a Bilbo y a los enanos en pleno viaje hacia la Montaña Solitaria para reclamar el reino de Erebor. En su camino se toparán con distintos peligros entre los que se encontrarán los elfos que los tomarán como prisioneros. El regreso de Legolas (Orlando Bloom) y la incorporación de Tauriel (Evangeline Lilly), concesión hecha por el propio director y los guionistas, agregarán un interés romántico a la historia. La secuencia mejor lograda es sin dudas aquella en la que los enanos se escapan dentro de barriles mientras los orcos los acechan. Peter Jackson se mueve como pez en el agua y despliega todo su arsenal visual para sorprender y mantener en vilo al espectador. Otro de los momentos esperados era la aparición de Smaug, el dragón. Con la voz de Benedict Cumperbatch, el momento tan ansiado por los fanáticos cumple con las expectativas y también será una delicia para los seguidores de la serie Sherlock, que reúne a este y a Martin Freeman como compañeros. Lo único que podría llegar a reprochársele al director es el uso excesivo de la digitalización en la creación de las distintas criaturas. En El Señor de los Anillos los orcos sorprendían por el gran trabajo de maquillaje para darles vida a estos seres. En conclusión, la segunda parte de El Hobbit supera a su antecesora y deja listo el camino para que dentro de un año se estrene la ultima parte, que promete todavía más acción y aventura. 4/5 SI Ficha técnica: País de origen: Estados Unidos, Nueva Zelanda Año: 2013 Estreno en Argentina: 12 de diciembre de 2013 Dirección: Peter Jackson Guión: Peter Jackson, Fran Walsh & Philippa Boyens Género: Acción, Aventura Distribuidora: Warner Bros.
Una buena peli de aventuras... Sorpresa, sorpresa... "El Hobbit: The Desolation of Smaug" no es de lo mejorcito del año, de hecho está muy bien como extensión cinéfila del deseo ñoño de una legión de fans, entre los que me incluyo, pero no es fantástica, maravillosa, como muchos esperábamos. Lo mejor de la película está en las escenas de Smaug con Bilbo, en sus diálogos pícaros y en la secuencia del escape de los enanos río abajo en barriles de vino que es realmente acrobática y divertida. Lo peor, tiene que ver con estirar y estirar una historia que se puede resolver en 2 películas tranquilamente. Es raro, pero como fan de la tierra media y sus historias, de cierta manera agradezco a Jackson por seguir ofreciéndonos más aventuras y minutos de pantalla para nuestros héroes y villanos favoritos, pero a la vez me está invadiendo una sensación de cansancio, no porque me fatiguen los personajes o sus historias, sino porque en pos de lograr más beneficios económicos los estudios cinematográficos alargan y quitan contundencia a una trama casi sagrada de la literatura. Ya lo expliqué en la crítica de "Los Juegos del Hambre: En Llamas", entiendo como funciona el negocio, pero no puedo evitar sentirme fatigado por el porcionado de historias que no dan para tanto estiramiento. Si uno analiza parte por parte a "La Desolación..." va a encontrar que todo es muy correcto, los efectos visuales fantásticos, los escenarios muy bien construidos, los personajes cumplen sus roles de manera convincente, pero hay una falta de sensaciones que viene dada en primer lugar por el estiramiento innecesario, pero además hay que partir de la base de que la historia de "El Hobbit" es menos épica que la trilogía de "El Señor de los Anillos". Querer emular aquel gran éxito trayendo personajes que no aparecen en "El Hobbit" como Légolas o inventar nuevos como Tauriel, no ha surtido el efecto deseado. Para no darle muchas vueltas al tema; esta nueva entrega de aventuras hobbiteanas está pensada para fanáticos absolutos de la historia de Tolkien, esos que tienen a la trilogía de "El Señor de los Anillos" dentro de su top ten de películas preferidas y le perdonan la falta de sopa en el carisma a esta nueva adaptación. Los que se encuentren por primera vez con este tipo de cine, lo verán, lo disfrutarán un poco, pero no se convertirá en una de sus pelis favoritas, les parecerá sólo una buena película de aventuras fantásticas.
Esos locos bajitos El neocelandés Peter Jackson tiene al reino bajo control. Nadie como él puede dar connotaciones visuales a términos como “infestado de orcos”, o “memoria”, para definir la luz de las estrellas. Sólo él puede imaginar un castillo que sea el súmmum del gótico, la residencia del rey elfo, que humillaría al mismísimo Gaudí, o hacer del pueblo costero de Esgaroth, la Ciudad del Lago, una maravilla por la que Tim Burton resignaría un Oscar. Jackson no se contenta con haber dado la versión definitiva de El señor de los anillos una década atrás; sigue puliendo el ideario Tolkien como un obsesivo compulsivo; perfecciona el mundo mágico de la Tierra Media film tras film, sin que nadie se lo pida. ¿O sí? Esta segunda entrega retoma la epopeya de Bilbo Baggins (Martin Freeman) acompañando a los enanos de Erebor, cuyo líder Thorin (Richard Armitage) pretende recuperar el territorio que les quitó el dragón Smaug. Antes de llegar a la Montaña Solitaria, donde duerme el dragón y se aguarda la profecía de Durin, Jackson hilvana con talento el derrotero del ejército bajito. Gandalf (Ian McKellen) los pondrá a resguardo de los orcos bajo la protección de un mutante, mitad ogro, mitad oso; Bilbo encontrará un misterioso anillo. Habrá un enfrentamiento de elfos y enanos y, tras la huida de estos últimos, una espectacular batalla contra los orcos de Azog. También hay nuevos protagonistas: Bardo (Luke Evans), un humano hobbit-friendly al estilo Aragorn, y la guerrera elfa Tauriel, que trae de regreso a Evangeline Lilly (la Kate de Lost, más bonita que nunca). Martin Freeman es un auténtico comediante inglés; su inocente hobbit, en la tradición de Stan Laurel y Michael Palin, es un logro que supera al Frodo de Elijah Wood. Pese a un nuevo final abrupto (un alevoso bancátela hasta el próximo film) y al estiramiento de algunas escenas, que desnudan la endeblez de esta trilogía en comparación con El señor de los anillos, Jackson mueve los hilos con tal maestría que hace de El Hobbit otra saga imperdible para fans del cine de aventuras.
Quien esto escribe es fan de Tolkien y fan de la versión fílmica de El Señor de los Anillos. También admira mucha de la obra de Peter Jackson. Quien esto escribe, además, no considera que la fidelidad a un texto sea un valor fílmico. Dicho esto, el gravísimo problema de El Hobbit -mucho más notable en esta segunda parte que en la primera- es que padece de inflación. Compárese: El Señor... es una novela de 1.500 páginas condensada a diez horas fílmicas. El Hobbit es una novela de 400 estirada a diez horas fílmicas. En el proceso, se nota mucho lo superfluo, el relleno. En esta segunda parte hay notables secuencias de acciòn que podrían recortarse del film y servirían como perfectos cartoons de aventuras. Y hay una cantidad gigantesca, desproporcionada, de diálogo cursi, de palabras rimbombantes que no quieren decir nada, de subtramas imposibles. Al mismo tiempo, Jackson apela incluso al material que Tolkien no publicó en vida. Pero esto es un defecto del autor: a estas alturas, es un niño que quiere el álbum de figuritas completo, cuya única ambición es darle movimiento a una serie de libros adorados. Desgraciadamente, falla en lo principal: contagiarnos al menos la razón por ese amor a Tolkien, o al menos su pasión por la lectura fantástica y el cine. Hay buenos actores (Martin Freeman quizás es el único que entiende el juego) y lo que le hicieron a Orlando Bloom es infame.
Cuando hablaban de adaptar el Hobbit muchos soñábamos con que la dirección de Guillermo Del Toro haría maravillas. Se salió del proyecto y Peter Jackson entró al quite. La idea no era mala, considerando que había hecho una buena adaptación de la trilogía del señor de los anillos. Se habló de la necesidad de dividir el corto libro (que nació como un cuento para dormir para los nietos de Tolkien) en dos partes ante lo pesado de la trama. Con la tecnología que existe no parecía tan descabellada la idea que le dieran más tiempo en pantalla al imponente Smaug y las aventuras de los enanos. Pero cuando se habló de hacer una trilogía, muchos de los fans de Tolkien temblamos ante las desiluciones que nos esperaban. No estábamos lejos de la realidad. La desolación de Smaug, película puente de la trilogía es un absurdo totalmente innecesario. Tenemos que hablar de la primera parte porque van totalmente ligadas una de la otra, y es que si bien la historia del Hobbit sucede antes de lo narrado en El señor de los anillos, no tenía necesidad alguna de convertir en precuelas las películas metiendo referencias que jamás aparecen en los libros. Ese fue el primer error. El segundo error, y estamos hablando específicamente de esta segunda parte, fue crear personajes innecesarios, planos y sin sentido, por no mencionar el hecho de hacer que otros personajes que no tienen cabida alguna, aparezcan solo por "complacer a los fans". Y es que la segunda parte bien pudo haberse llamado "Légolas y Tauriel" al ocupar casi la mitad del filme de una forma infantil y tonta. Eso sn mencionar la trama romántica que simple y sencillamente no tiene cabida. No va. Y para rematar, si bien no podemos quejarnos de lo espectacular que se ve Smaug (y con la imponente y elegante voz de Benedict Cumberbatch), no justificamos que le dejen sólo 40 minutos de un filme que se alarga repitiendo la misma fórmula una y otra vez: enanos en peligro, Bilbo los salva, durante más dos horas (sin contar la versión extendida). Smaug es impresionante, cierto. Y los efectos en la montaña solitaria son innegablemente buenos. Pero tan innecesaria era la trilogía, que la misma academia prefirió nominar a "El Abuelo sinverguenza" que a este filme en la categoría de maquillaje por lo repetitivo que es. Y si, mi critica también es muy repetitiva, pero no puedo encontrar más adjetivos que definan lo aburrido que me pasé las dos horas y media de duración sólo para contemplar un final demasiado abierto que no vale la pena ni siquiera por Cumberbatch.
El Hobbit: La Desolación de Smaug es la segunda entrega de la planeada trilogía basada en el libro de J.R.R. Tolkien El Hobbit, y que actúa como precuela de El Señor de los Anillos. Con Peter Jackson nuevamente al mando, la nueva trilogía viene recaudando millones de a centenares, pero éxito no siempre implica calidad. Ciertamente la saga de El Hobbit no entra en la misma categoría de desastre que los episodios I, II y III de La Guerra de las Galaxias, pero uno siente que los nuevos filmes no están a la altura de La Trilogía del Anillo. Aún con todos los esfuerzos de Jackson por expandir la historia (tomando retazos de argumentos extractados de otros libros y apéndices escritos por Tolkien) y hacerla mucho mas adulta, El Hobbit se siente tremendamente estirada. Es entretenida y tiene sus momentos, pero le falta substancia y le sobran efectos especiales; y eso resulta patente con La Desolación de Smaug, la cual parece más un paseo tipo Joy Ride de los estudios Universal o Disney (esos en donde uno se sienta en un carrito y lo llevan por un montón de túneles saturados de videos y animatronics) que como un filme hecho y derecho. Ciertamente El Hobbit: La Desolación de Smaug es superior a Un Viaje Inesperado. No hay tiempos muertos, hay acción de sobra, hay deliciosos cameos, y hay un par de momentos emocionantes. Entra en acción Smaug el dragón - con una excelente perfomance vocal de Bendedict Cumberbatch -, el cual se roba cada uno de los minutos que está en escena - no sólo desborda personalidad sino que su diseño es impresionante -. Por contra, la trama funciona de manera lineal y mecánica: la troupe de aventureros va al punto A y les pasa algo; después van al punto B y les ocurre otra cosa; y así con el punto C, D, E, etcétera, sin que haya en algún momento un desarrollo de caracteres. Al menos en La Trilogía del Anillo los personajes mutaban, crecían a medida que padecían las inclemencias del viaje, y terminaban convirtiéndose en versiones más perfeccionadas y valientes de sí mismos. Y si bien el rey enano Thorin me sigue pareciendo un gran personaje, acá da muestras de ser un necio caprichoso y arrogante, lo cual termina corroyendo la validez de su causa. Por otra parte Bilbo sigue siendo mi hobbit favorito - es perspicaz y valiente, y está a años luz del aniñado Frodo y su quejosa compañía -, pero tampoco tiene su momento de reflexión; obra por reacción más que por acción y, a lo largo de todo el filme, sólo se la pasa resolviendo los entuertos provocados por la pedantería de los enanos. En cambio el libreto se dedica a desarrollar - en algunos casos con más fortuna que otros - la mayoría de los personajes nuevos, los cuales son interesantes: el beligerante rey elfo de Lee Pace, la enamoradiza elfa de Evangeline Lilly (quien fuera en la vida real pareja durante años de Dominic Monaghan, el hobbit Merry de la primer trilogía) y, en menor medida, el tenaz arquero que compone Luke Evans, cuyo abuelo tuvo la desgracia de fallar el intento de matar a Smaug durante su primer ataque a la Tierra Media. El Hobbit: La Desolación de Smaug es demasiado episódica. El encuentro con el "cambiador de pieles" - un tipo que, por culpa de un hechizo, se transforma en oso gigante durante las noches y vuelve a su forma humana durante las mañanas - es desabrido. La secuencia en el Bosque Negro es intensa y divertida. El apresamiento en la ciudad de los elfos es pasable - reaparece Legolas, aunque en una versión tan irritable e intolerante que resulta desconocido (asumo que terminará madurando al final de este viaje) -; y el peor episodio de todos es el de la Ciudad del Lago, el cual está poblado por personajes molestos y descolgados (el rey que compone Stephen Fry es puro cartón pintado, y las rencillas internas de su reino no le interesan a nadie). Incluso el desvío de Gandalf - para investigar una pista que le envió telepáticamente la bruja elfa Galadriel, de que el lider de los orcos podrían ser una versión revivida de Sauron - carece de intensidad. Viendo todas estas cosas uno no se aburre - siempre ocurre algo en pantalla -, pero el desarrollo de cada una de ellas es dispar. Recién el filme gana sus pies cuando Smaug aparece en escena, simplemente porque reconectamos con la trama principal - la recuperación de la ciudad enana -; y aún cuando la perfomance del dragón es espectacular, Peter Jackson termina enviciándose con los efectos especiales, lo cual disminuye el valor de la escena. Todos los artilugios que usan los enanos para intentar combatir al dragón está recargados de CGI - saltos imposibles por parte de los protagonistas, tomas de cámara pasadas de volteretas -, con el adicional de que, cuando el climax empezaba a ponerse apasionante, el filme simplemente se detiene (¿acaso éste es un nuevo vicio moderno de los cineastas?; ya son varias las peliculas en donde no resuelven nada sino que cortan la acción a mitad de camino y aparecen los títulos finales). Sí, si, es algo tan frustrante como cuando congelaron a Han Solo en El Imperio Contraataca o cuando frenaron en seco el climax de El Conjuro. El Hobbit: La Desolación de Smaug es una película que entretiene cuando uno la está viendo; pero no es un filme que me atraiga para verlo una segunda vez. Es un compendio de piruetas que tiene, esparcidos en su larga duración, un par de momentos interesantes, pero no deja de ser una hamburguesa gloriosamente adornada. Carece de substancia como para hacerla memorable, con lo cual se transforma en un espectáculo pochoclero algo superior a la media.
Quienes hayan refunfuñado con la primera parte quejándose de que: a) se sentía demasiado estirada b) contenía escenas innecesarias como la de las canciones de los enanos y c) las batallas o situaciones de aventura no eran lo suficientemente emocionantes, se alegrarán al saber que esta segunda entrega poco tiene que ver con esos vicios que agobiaban a su predecesora. El Hobbit: La Desolación de Smaug no sólo es muy superior al anterior episodio (que de por sí tampoco fue malo, y de hecho era un producto más que entretenido y decente) sino que además es una muy buena película por sí misma. Ahora bien, para aquellos que ya tienen un concepto formado acerca de la calidad de estos films, o pueden pasar interminables horas explicando porque "la única saga que vale es la de Star Wars", el mejor consejo es: no la vean. Al resto de los mortales le conviene tener en cuenta que, al igual que como sucedió con la primera parte, El Hobbit fue filmada a 48 cuadros por segundo para conseguir una mayor nitidez y fluidez de imagen en su versión 3D. El resultado es notable y ésta es, sin dudas, la versión definitiva (así dispuso su director) y la más curiosa. La historia retoma sobre sus pasos, apenas introduciendo un breve flashback a modo de "ayuda memoria" para el espectador, recordando rápidamente el porqué de la aventura. A partir de allí, nada de canciones ni chistes infantiles: batalla tras batalla el armamento de valientes enanos y el gran Bilbo deben enfrentarse a criaturas infernales (las arañas gigantes del bosque, los orcos sedientos de sangre y, especialmente, el feroz Smaug del título) y salir airosos de una misión en apariencia imposible: encontrar una aguja en un pajar, extraerla, robarla y todo esto sin despertar a la bestia que la cuida incansablemente. Al igual que en Las Dos Torres, Jackson consigue justificar la prolongada duración de esta saga a través de momentos visualmente increíbles, y es por eso mismo que da la sensación que mientras que la anterior entrega fue una suerte de "prueba y error" (con múltiples problemas de producción, como la salida de Guillermo del Toro de la silla director), éste sin dudas es un producto más parejo, mejor concebido. Habrá que ver si el capítulo final adquiere el mismo buen resultado.
AVENTURAS A LA ANTIGUA La anticipadísima segunda parte de la trilogía de “El Hobbit” llegó para sorprendernos con casi tres horas de rítmicas aventuras. Esta vez dejando un poco de lado a Bilbo (Martin Freeman) y Gandalf (Sir Ian McKellen) para centrarse en los demás personajes, la historia sigue a la compañía de enanos en su épica búsqueda a través de la Tierra Media. Habiendo despertado la atención poco deseada de orcos y otros enemigos en la primera entrega, ahora deberán enfrentar muchos más problemas si quieren llegar a Erebor y recuperar el trono bajo la montaña. Entre ellos, el infame dragón que da nombre a esta segunda parte: Smaug, el magnífico. Así como Peter Jackson se las arregló allá a principios de milenio para convertir la trilogía literaria más épica de todos los tiempos a formato fílmico, ahora nos deslumbra con su habilidad para estirar una novela de aventuras infantil en tres entregas. No sólo se disfruta inmensamente el aspecto visual de esta película, como era de esperarse, sino que además nos hace sentir como niños durante las más de dos horas que dura la cinta. Los elfos hacen su aparición estelar con Thranduil (Lee Pace) a la cabeza, un rey mucho menos amistoso que Elrond. Sin embargo, como en toda peli de aventuras que se precie de tal, los protagonistas tendrán que unir fuerzas -muy a su pesar- en pos del bien común. Mientras tanto, el misterio que acecha a la Tierra Media se va develando poco a poco, para dar pie a los sucesos que tendrán lugar 60 años después en “El Señor de los Anillos”. Conocemos a un Legolas más joven e intrépido (que supo colarse en el guión a fuerza de carisma a pesar de no estar en el libro original) y a Tauriel, otra elfa inventada para la ocasión como presencia femenina entre tanta testosterona (interpretada por Evangeline Lilly). Además hay un par de guiños y referencias a la primera trilogía, y la aparición de algunos de los personajes más queridos de la novela de Tolkien. Pero el verdadero protagonista es el que pudimos ver brevemente en los trailers: el magnífico dragón realizado digitalmente. Una hazaña improbable en las películas de aventuras que veíamos de chiquitos, que sin embargo nos remonta a esa época. Si van al cine a ver esta película, su niño interior se los agradecerá por siempre.
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Hobbits y dragones: el día que Peter Jackson reencontró su camino Es complicado encontrar una secuela que supere a su predecesora, y más aún si se trata de una saga posterior a la aclamada franquicia de El Señor de los Anillos. Pero La Desolación de Smaug brilla de una manera imprevista, más teniendo en cuenta la desilusionante Un Viaje Inesperado, la primera parte de El Hobbit que se estrenó el año pasado. La nueva adaptación de Peter Jackson del libro de J.R.R. Tolkien (anterior a El Señor de los Anillos) continúa con la aventura por la Tierra Media de Bilbo Bolsón (Martin Freeman) y el grupo de enanos liderado por Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage), en su épico viaje para recuperar el Reino de Erebor, del que fueron despojados por el temible dragón Smaug (Benedict Cumberbatch). El Hobbit: la Desolación de Smaug triunfa maravillosamente y nos recuerda aquellos años gloriosos cuando la Comunidad del Anillo era la protagonista. Con el regreso de Orlando Bloom como Legolas, y la siempre impecable y mística presencia de Ian Mckellen como Gandalf, el film vuelve a tomar el camino, más oscuro y épico, de la saga del 2001. La primera escena ya le recuerda a la audiencia que el humor será también un elemento constante durante las más de dos horas y media que dura la película: un cameo de Peter Jackson masticando una zanahoria, una costumbre hitchcockiana que siempre parece divertirle. Nueva Zelanda ofreció nuevamente sus inalcanzables montañas, lagos infinitos, bosques amenazantes y majestuosos paisajes, que, junto con el espectacular y detallista diseño de producción, crea la perfecta Tierra Media. Musicalizada acorde a la historia, la canción principal estuvo a cargo del británico Ed Sheeran con "I See Fire" Con una fidelidad casi extrema a la obra original, La Desolación de Smaug arranca desde el comienzo con un objetivo claro y un ritmo rápido y bien construido. Defensor de los 48 cuadros por segundo -una innovación muy criticada en la primera parte de El Hobbit- Jackson volvió a usar la técnica por ser, según proclama, la mejor para esta película y el futuro del cine. Pero no hay sólo caras viejas. El brillante Benedict Cumberbatch (Sherlock, El Quinto Poder) es la encarnación del mal en todas sus formas: le pone la voz y el espíritu a Smaug el dragón –una de las mejores representaciones de esta mítica criatura en toda la historia cinematográfica- y al misterioso Necromancer. Cumberbatch es sin duda el broche de oro de una aventura fascinante. Su poderosa y enigmática voz, junto con los hiperrealistas movimientos del cuerpo creados por CGI, crea una de las bestias más esplendorosamente fascinantes y aterradoras del mundo de Tolkien. Por otro lado, la elfa Tauriel, interpretada por Evangeline Lilly (Lost), es un personaje que no aparece en la novela original, pero que agrega un elemento romántico que muchos de los fanáticos del amorío Aragorn-Arwen apreciarán bastante. Batallas épicas, peleas desopilantemente graciosas –después de todo, la mayoría de los protagonistas son los enanos- criaturas fantásticas, y peligros acechantes conforman una obra maestra que le abre paso a la tercera parte de la saga con fecha de estreno para el 2014, y le agranda el desafío.