La destrucción familiar A la par de las otras óperas primas norteamericanas que pudimos ver recientemente, Ingrid Goes West (2017) de Matt Spicer y Thoroughbreds (2017) de Cory Finley, El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), debut del realizador y guionista Ari Aster, es también una propuesta muy interesante que hoy por hoy se sirve de una fórmula antiquísima del cine de terror -vinculada al pesar por la pérdida del ser querido, la clásica sesión espiritista y la dialéctica de las posesiones- para trastocarla sutilmente desde el apartado formal con el objetivo de brindarle al espectador un soplo de aire fresco. Dicho de otro modo, el director opta por conservar los resortes de siempre del subgénero sobrenatural pero los despoja de los artificios insoportables del mainstream de nuestros días y asimismo los combina con un desarrollo pausado, meticuloso y atento a la sensibilidad de los personajes y las durísimas transformaciones psicológicas que van experimentando a lo largo de un relato de una gran carnadura, capaz de entrelazar nervio pulsional, tragedias varias y un verosímil muy astuto. Definitivamente el elemento aglutinador del film es la destrucción familiar, la cual aquí aparece bajo la forma de un enemigo interno que termina corrompiendo a toda la parentela gracias a una manipulación enraizada en secretos de un pasado lacerante. El fallecimiento de Ellen Taper Leigh a los 78 años constituye el inicio de la trama: conocida como una mujer fría y reservada que a su vez arrastró tras de sí una verdadera catarata de suicidios y muertes de distinta índole entre los miembros del clan, a la susodicha la sobrevive su hija Annie Graham (Toni Collette) y su prole, léase su esposo Steve (Gabriel Byrne) y los dos hijos del matrimonio, el adolescente Peter (Alex Wolff) y la nena freak de 13 años Charlie (Milly Shapiro), sin duda la persona más apegada a Ellen. Justo cuando la convivencia volvía a la normalidad, Charlie perece en una salida con Peter, quien debe abandonar una fiesta para llevarla en auto a un hospital -producto de una asfixia por alergia- y así termina decapitándola accidentalmente contra un poste cuando la niña saca la cabeza por la ventana. Mientras que las esperables apariciones de las finadas no tardan en suscitarse de manera esporádica en el caserón bucólico de los Graham, Annie de a poco conoce a Joan (Ann Dowd), una mujer que dice recordarla de asistir a reuniones terapéuticas para allegados de individuos que han fallecido: pronto la convence de presenciar una invocación espectral en lo que será el puntapié para que una Annie algo “inestable” intente conjugar a Charlie en su propio hogar con la colaboración de Steve y Peter. Por supuesto que los resultados son desastrosos y a pesar de que las copas movedizas y el fuego autoinducido transformarían en creyente hasta al más cínico, cuando la matriarca tome conciencia de lo hecho ya será tarde para revertirlo porque el acoso será absoluto. Como decíamos antes, Aster demuestra un inusitado virtuosismo ya que consigue aprovechar con inteligencia y circunspección la premisa -vista hasta el cansancio en una infinidad de opus similares- volcándola hacia un costumbrismo tan prodigioso como fatalista y apesadumbrado que exprime cada situación. En vez de impostar el suplicio que atraviesan los personajes y recurrir a latiguillos huecos para rápidamente pasar a los sustos cronometrados de siempre de ese horror comercial facilista de la década del 80 al presente, el cineasta se inclina por lo que podríamos definir como una suerte de artesanía melodramática que ejercita su fortaleza a través de los detalles, los datos al paso y los callejones sin salida con los que Annie y los suyos se topan en el fluir de la pesadilla, ahora articulada al devenir narrativo en su condición de ardid orientado a encauzar -o a veces sublimar- el dolor tanto por el óbito como por las cuentas pendientes y la desconfianza mutua. Lo curioso del caso es que a la película no se la puede enrolar dentro de la vertiente indie del género ya que resulta demasiado clasicista en su idea de unificar por un lado la encerrona desesperante de El Bebé de Rosemary (Rosemary's Baby, 1968) y por el otro la obsesión con mantener un contacto con lo supraterreno de A Dark Song (2016) y aquel paganismo excelso y ascético de La Bruja (The Witch, 2015). Como en este último par de representantes contemporáneos del rubro paranormal y/ o satánico, El Legado del Diablo pone el acento en la dimensión humana del pánico, el alcance de las creencias de cada individuo -sean estas del tenor que sean- y cómo terceros desde un control subrepticio aunque poderoso pueden llegar a torcer la voluntad para que los que ponderan su autonomía terminen comportándose como esclavos inconscientes al servicio de entidades con una agenda bien maquiavélica; lo que desde ya trae a colación uno de los engranajes favoritos de los thrillers sobrenaturales, hablamos de la inversión de roles y la manifestación de un mundo patas para arriba como corolario de un “exceso de amor propio” que impide ver al enemigo oculto en el umbral doméstico. Con actuaciones brillantes de Collette, Byrne y Dowd, el film ofrece un desenlace y una experiencia general memorables que así como subrayan que todo sacrificio para serlo necesita de sangre y lágrimas, de igual forma las recompensas para los devotos parecen ser muy satisfactorias…
En su debut cinematográfico, el guionista y director Ari Aster nos presenta “El legado del diablo” (“Hereditary”), una película en donde cosas extrañas comienzan a suceder en casa de los Graham tras la muerte de la abuela y matriarca, quien le deja a su hija Annie su casa como herencia. Annie Graham, una galerista casada y con dos hijos, no tuvo una infancia demasiado feliz junto a su madre, y cree que la muerte de ésta puede hacer que pase página. Pero todo se complica cuando su hija menor comienza a ver figuras fantasmales, que también empiezan a aparecer ante su hermano. Si nos guiamos por el nombre podríamos decir que “es una película de terror más”, “unos pocos sustos que te hacen saltar de la butaca” y la realidad es que más o menos es así. Podemos ver que parece que estamos viendo dos películas, durante la primera hora y quizas un poquito más, la cinta se puede interpretar como algo más realista y psicológico en base a lo que le pasa a la familia, sobre todo a la madre. Pero luego durante la hora y media restante el film toma un giro brusco y termina siendo la típica película de terror con fantasmas, espíritus, screamers, etc. Además del cambio de un género hacia otro que no está mal sino que fue muy brusco, también creemos que el largometraje creemos falla al momento de unir las situaciones post conflicto o suceso que cambian el rumbo de la historia. Lo que nos hacían dar a entender en los primeros minutos con tal personaje, al final termina siendo poco relevante y parece sacado de último momento en los 30 minutos finales. Más allá de eso, podemos observar que es interesante la manera en la que los personajes van reaccionando a las acciones que otros papeles hacen o a los hechos que se presentan durante el orden cronológico. Sobre todo queremos destacar la excelente actuación de Alex Wolff, que demuestra a la perfección cómo personificar al adolescente promedio que suele reaccionar a este tipo de sucesos paranormales. También destacamos la actuación de Gabriel Byrne, que hace del típico padre que le cuesta asimilar las cosas que van pasando, pero que siempre es fiel a sus principios de proteger a su familia de cualquier cosa. Los planos y las escenas son bastante extensas en comparación a las otras películas de terror, se pueden apreciar más detalles y podemos entrar mejor al contexto de la escena en sí. La ambientación y la banda sonora no sobresalen tanto como uno espera en ciertas situaciones de la cinta. En resumen, “El Legado del Diablo” es una película que falla al momento de generar un conflicto con verdaderas repercusiones a futuro, pero que también es interesante la realidad que se muestra durante largo tiempo en pantalla y las actuaciones de los personajes que reaccionan como cualquiera de nosotros podría hacerlo en caso de experimentar lo mismo.
El legado del diablo: Lo que se hereda no se hurta. El film del debutante realizador Ari Aster es una operística tragedia griega con tintes sobrenaturales que oprime y perturba en igual medida. “[…]Es una ofrenda quemada constante durante todas las generaciones de ustedes a la entrada de la tienda de reunión delante de Jehová, donde me presentaré a ustedes para hablarte allí.” -Éxodo 29:38-46 Comenzar esta review con una cita bíblica es tan bello y lógico como, a la vez, una forma de proteger a los creyentes (y a los que no lo son, también), ya que “El legado del diablo (Hereditary, 2018)” no solo es uno de los films más perturbadores de los últimos tiempos, sino que se mete sutilmente en nuestras cabezas, jugando con temas que para la mayoría no son conocidos y, para los que los conocen, no quieren tener nada que ver con ellos. Cuando Ellen, la matriarca de la familia Graham, muere, la familia de su hija comienza a descubrir crípticos y secretos sobre sus ancestros cada vez más terroríficos. Cuanto más descubren, más intentan escapar del siniestro destino que parecen haber heredado. La sinopsis nos deja mucho a la imaginación, así como también la cinta que, con sus dos hora de duración, no descansa un momento en hacernos temblar, ya sea por su atmósfera opresiva, o sus situaciones incómodas a lo largo del metraje. Vamos a lo importante, ¿por qué “Hereditary” fue catalogada por quienes ya la han visto el último Festival Sundance como “El Exorcista (The Exorcist, 1973)” de nuestros tiempos? En principio, las comparaciones son odiosas. Si bien la película del debutante Ari Aster tiene la impronta de esos films de la década del 60 o 70 sobre cultos satánicos y familiares con secretos indecibles, la obra se sostiene por sí sola al ser un drama familiar bastante peculiar en la mayor parte de su tramo. Asimismo, ya desde el comienzo, el obituario de Ellen Taper Leigh nos introduce de manera casi obligada y nos mantiene de rehén en algo que quizás no queremos ver, o de lo que no quisiéramos ser parte, pero ya estamos adentro. Lo que sigue es el drama de su hija Annie Graham (Toni Collette), su esposo Steve (Gabriel Byrne) y los dos hijos del matrimonio: el adolescente Peter (Alex Wolff) y la niña de 13 años, Charlie (Milly Shapiro). Los días pasan y todos parecen volver a la normalidad demasiado rápido, aunque Annie lleva sus traumas a un grupo de gente que ha perdido un ser querido y se apoya mutuamente. Allí descubrimos que la madre tiene bastantes desgracias en su haber, relacionadas a su entorno, es más, una obsesión por sus nietos que terminó en insanidad. Allí, Annie conoce Joan (Ann Dowd) quien perdió a su hijo y nieto recientemente. Una amable señora que, si conocemos los papeles anteriores de la actriz, sabemos que algo anda mal. Más allá de este “drama cotidiano”, algo circunda el aire del film, no lo sabemos, pero se siente en la piel, casi como si se respirara y claro, pronto otra tragedia sacude a la familia, un hecho que desencadena no solo los instintos más primitivos en la mente de los protagonistas, sino que también esa fuerza que los rodea comienza a tomar forma para llegar a un clímax que termina perturbando tanto a los personajes como al espectador. No hay manera de hablar de “El legado del diablo” sin analizar más profundamente o contar literalmente qué lleva a los protagonistas a que les suceda lo que les sucede, sin embargo hay una figura de la que voy a hablar y, quisiera que tuvieran en cuenta al ver el film: Paimon. Éste es un demonio nombrado en antiguos grimorios o textos de ocultismo. Generalmente se lo representa con una cara femenina o andrógina y una gran corona en su cabeza. Supuestamente, a los que lo invocan, les provee sabiduría y conocimiento. El halo de esta entidad sobrevuela por todo el film, y creo, no es casualidad, ciertos paralelismos de su figura y los sacrificios que deben hacérsele con los descritos al comienzo de mi cita bíblica: los sacrificios que el pueblo elegido por Dios debía hacerle a Jehová para ser bien vistos a sus ojos y tener abundancia. Por último, el reparto de “El legado del diablo” es sobresaliente, destacando a Toni Colette pero sin desmerecer al entramado familiar que hacen de esta historia de horror familiar algo más cercana que cualquier película de fantasmas o posesiones que se haya visto. Y la cercanía con la que se cuenta la historia es, quizás, el punto más perturbador de un film que será difícil sacártelo de la cabeza.
Terrorismo emocional Pocas veces sentimos el aroma a clásico cinematográfico al ver una película por primera vez y eso es lo que ocurre con Hereditary, (o El legado del diablo). Desde su primera imagen ya nos invita a admirar de su maravillosa fotografía a cargo de Pawel Pogorzelski. El debutante director (en largometraje) y guionista Ari Aster nos brinda un tópico conocido, pero lo resignifica de una manera sublime. Toni Collete será la encargada de interpretar (y de una forma digna de todos los galardones que existan) a una mujer notablemente afectada por la muerte de su madre. Quien vera como este duelo la lleva a las puertas de conceptos tan ajenos a ella como el espiritismo y la invocación de los ausentes. Todo esto atravesando una dinámica familiar tan endeble como su salud mental que incluye a un hijo adolescente (interpretado por Alex Wolff), un marido complaciente (Gabriel Byrne) y una inquietante hija menor (Milly Shapiro) que requiere cuidados especiales constantes. Annie Graham trabaja en la realización de miniaturas, perfectas reproducciones de ámbitos cotidianos en una escala reducida. Ari Aster trabaja de la misma forma que ella, con cuidado en los detalles y manipulando materiales nobles logra retratar de forma fidedigna la tenue línea que separa la sanidad mental de la alienación inminente. Y al igual que Annie nos iremos sumergiendo en ensoñaciones que cada vez nos parecerán tan aterradoras como humanas. El duelo, la familia, la tradición y el linaje son los elementos que continuamente delimitaran el accionar de la protagonista en un eterno devenir por no perder la cordura. Annie, desesperada por no lograr llevar adelante el duelo de la perdida de su madre asiste a un grupo de ayuda a deudos donde conoce a la apacible Joan (Ann Dowd, la mismísima Tia Lidia de Handmaids Tale), quien la acompañara en este nuevo sendero. Sin embargo los secretos de la vida de su fallecida madre comienzan a materializarse en la rutina de Annie llegando a transformar toda su vida para siempre. Luego de su presentación en Sundance muchos catalogaron a este film como una nueva El exorcista para los tiempos que corren y la comparación no es de ninguna forma exagerada. El ambiente de creciente opresión y de inminente quiebre es manejado a la perfeccion por Ari Aster apoyándose en un elenco sin fisuras interpretativas. El film puede dividirse en dos grandes actos: el primero dedicado a la elaboración del duelo de Annie y el segundo con un marcado tono sobrenatural y macabro. Pero en ambos casos el clima es tan intenso que termina sumergiendo al espectador en una sensación de agobio como pocas veces se ha visto en el cine de género moderno. El legado del Diablo se convierte así en una cita obligada para los amantes de una narración intensa, vivida y asfixiante. Una verdadera clase maestra del cine de suspenso y terror que resignifica lo mejor del genero.
Se está vendiendo este estreno como “la mejor película de terror desde El Exorcista”, y la verdad es que es una exageración. La película es muy buena, pero en los últimos años hemos visto obras superiores tanto en el cine industrial como en el indie. Las dos entregas de El Conjuro de James Wan entrarían en el primer grupo, y títulos tales como It follows (2014) o The Babadook (2014) en el segundo. Ahora bien, Hereditary (título original en inglés que significa hereditario) cumple muy bien con su cometido que es asustar, y a la vez entretiene. Lo que si tengo que objetarle es la duración. Se hace larga de forma innecesaria. Pero entiendo que los realizadores querían establecer bien el conflicto y sembrar dudas. La trama va in crescendo. Asimismo, también vale aclarar que se trata de una ópera prima. El director y guionista Ari Aster crea una atmósfera de tensión, dudas y muy buenos sobresaltos. Pero la verdadera riqueza del film se encuentra en sus personajes perfectamente compuestos y explotados por los actores. Una familia compuesta por Toni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff y la debutante en cine Milly Shapiro. Es esta última la que compone al personaje más enigmante y que sirve como centro y varios puntos de giro. Y esa es otra cuestión para remarcar: la película sorprende mucho porque engaña al espectador con recursos que ya hemos visto muchas veces para luego hacer algo diferente. Aún así no escapa a los clichés propios del género. En cuestión técnica, destaco la fotografía. Están muy bien los encuadres y la iluminación. Hereditary no será la mejor película de terror, pero es muy buena y un gran exponente del género que no va a pasar desapercibido.
Los cultos satánicos y las retorcidas historias de linaje regresan a la pantalla grande de la mano de El Legado del Diablo(Hereditary), el premiado filme de terror sobrenatural con ecos de drama familiar. Escrita y dirigida por el joven cineasta Ari Aster, esta ópera prima que debutó en el Festival de Sundance a principios de año invita al espectador a internarse dentro del tenso y desequilibrado hogar de una familia poseedora de un legado siniestro. La historia comienza con la muerte de la anciana Ellen Graham, la reservada matriarca de la familia que fallece luego de una dura enfermedad. Su hija, la talentosa escultura Annie (Toni Collette), intenta llevar tranquilidad a sus hijos adolescentes mientras lucha con sus propios demonios internos del pasado. La inestable atmósfera familiar alcanza su pico máximo de dramatismo cuando una tragedia impacta en la vida de los Graham. La nena creepy La actriz Toni Collette, quien tomo popularidad en 1998 gracias a su trabajo en Sexto Sentido y a la que pudimos ver también desplegando sus dotes cómicos como protagonista de la serie United States of Tara (2009-2011), lleva el papel más difícil dentro de este oscuro relato. Su personaje es una madre atormentada por los recuerdos de su infancia y la repulsiva relación con su dominante progenitora. Ella intenta sublevar sus traumas por medio del arte, diseñando miniaturas realistas que representan cada momento desgraciado de su vida. A pesar de que Annie ha hecho todo lo posible por proteger a sus hijos, Steve y Charlie (Alex Wolff y Milly Shapiro), de las miserias de su familia, no puede evitar que el estigma termine arrastrando a todos hacía el abismo. Cargada de situaciones angustiantes y con algunos toques de humor negro, El Legado del Diablo se aleja de las clásicos sustos efectistas para introducirnos en un drama desgarrador sobre las relaciones humanas sostenido por un clima de terror psicológico. Aunque lejos está de otros impecables filmes contemporáneos como The Babadook (2014) o la iraní Under the Shadow (2016), hay que reconocer que el director se esmera por marcar una diferencia dentro de la reiterada temática de las posesiones satánicas. Sin lugar a duda, las actuaciones son el punto fuerte de la película. La gran Toni Collette demuestra su versatilidad a la hora de hacernos emocionar, temblar y reír con la misma potencia. La manera en la que el personaje de Annie lleva al límite sus emociones reprimidas le otorga profundidad al relato. En el caso de Milly Shapiro, la pequeña es una verdadera revelación y logra robarse la atención del público en el poco tiempo que permanece en pantalla. El actor Alex Wolff también hace lo suyo como un joven gravemente afectado por su relación materna. Quien quizá queda un poco desdibujado en toda esta historia es el marido de Annie, Steve, interpretado por el irlandés Gabriel Byrne. El funeral El problema principal de la película radica en la poca utilización de los recursos a través de sus más de 120 minutos de duración. El paisaje frio y boscoso donde sucede la acción resulta bastante desperdiciado y gran parte de las escenas en la casa de la familia detentan varios minutos de sobra. Lo mismo ocurre con la niña que interpreta a Charlie. La espeluznante protagonista del afiche de la película no obtiene el lugar que se merece y esto es una verdadera pena, dado que las perturbaciones de este extraño personaje podrían haber sido mejor explotadas. En cuanto a la banda sonora a cargo de Colin Stetson, también deja mucho que desear. El final viene acompañado de un giro sorpresivo que seguramente deje a la audiencia con algunas preguntas durante los créditos. Y quien dice, tal vez coseche la oportunidad de una segunda parte. En resumidas cuentas, podemos decir que El Legado del Diablo es una cinta profunda e inquietante que resulta empañado por un hype desmedido. Quienes vayan con las expectativas controladas podrán disfrutar de una excelente demostración de como el terror independiente continúa firme y varios pasos adelante de aquellos refritos en forma de megaproducciones hollywoodenses.
El debut en la dirección de Ari Aster es sin dudas una de las grandes sorpresas del año y una de las películas de género más potentes y sólidas de los, al menos, últimos 20 años. Anclada en la nostalgia de un cine que supo, principalmente en los años ’70, jugar con el miedo fundador de todos los miedos, la muerte y lo sobrenatural, esta película trabaja con una familia y sus miembros para construir un relato de dolor y pérdida, de intriga y terror, de drama y vacío, que no quiere dejar de lado sus giros de guion para potenciar su historia. Toni Colette demuestra con solvencia su capacidad para crear personajes verosímiles y ricos.
No hay que dejarse engañar por el título local y el afiche callejero, que inducen al prejuicio de que El legado del diablo (Hereditary, en el original) es una más de esas películas de terror producidas en serie con afán recaudatorio. A diferencia de la mayoría de sus congéneres, la opera prima de Ari Aster no asusta con sobresaltos, no incurre en abuso de sangre ni en reciclajes evidentes. Es un drama familiar teñido de un clima ominoso, construido por detalles perturbadores que van in crescendo. Los Graham se enfrentan con dos fuentes de desasosiego. En la primera parte, la que más pesa es la emocional: entre los cuatro integrantes de esta familia tipo reinan la incomunicación, la incomodidad, la falta de eso que se conoce como “calor de hogar”. Y la muerte de la abuela, que vivía bajo el mismo techo pero sólo estaba afectivamente cerca de su nieta, no hace más que hacer el ambiente aun más irrespirable. Luego, a esos problemas vinculares se irán agregando los elementos sobrenaturales. Así termina de armarse un combo espeluznante, que gira en torno a las dificultades para elaborar un duelo. Y que, de todos modos, no está exento de humor. A veces buscado y otra veces, quizá, involuntario: hay un par de escenas que se desarrollan al filo del ridículo y trabajan como un alivio cómico no buscado, atenuando la atmósfera de miedo. Una atmósfera lograda en base a un buen elenco, elementos clásicos -como el escenario principal, la típica casona en medio del bosque, con ático y todo- y otros no tan transitados, como esas miniaturas que reproducen algunos escenarios a escala, mostrando a los Graham como meros muñequitos a merced de la voluntad de un ser superior. El parentesco más evidente de El legado del diablo es El bebé de Rosemary, pero Aster también menciona a Venecia rojo shocking (el aspecto de Charlie, la hija, con su extraño rostro y su buzo rojo, parece un homenaje) en cuanto a la temática de procesar la muerte de un ser querido. Y hay, en el tono y la estructura, una conexión con La bruja, otro reciente ejemplo de terror de calidad. Que, está demostrado, todavía es posible.
Si existe algo así como el cine de terror "de arte", El legado del diablo debería ser reivindicado como uno de sus mejores exponentes recientes junto con, por ejemplo, La bruja, de Robert Eggers. Es que esta ópera prima del guionista y director treintañero Ari Aster (estrenada en el último Festival de Sundance) tiene una puesta en escena tan virtuosa, una profundidad psicológica y un elenco tan notable que se desmarca por completo de los exponentes habituales de este género donde solo parece importar el impacto efímero y el golpe de efecto. En la primera de sus dos horas, El legado del diablo apuesta sobre todo por el drama familiar con la descripción minuciosa de la dinámica cotidiana de un matrimonio integrado por Annie Graham (Toni Collette, extraordinaria), una artista que diseña objetos en miniatura para galerías de arte, y Steve (Gabriel Byrne), un terapeuta racional, contenido y algo distante, y sus dos hijos: el adolescente Peter (Alex Wolff), que no la pasa demasiado bien en el colegio secundario, y la más pequeña y muy tímida Charlie (Milly Shapiro), que carga con unos cuantos traumas. En ese arranque de la película muere la madre de Annie -una suerte de matriarca que ha incursionado en las ciencias ocultas- y, a partir de ese entonces, se irán sucediendo hechos sobrenaturales cada vez más intensos e inquietantes. La película apuesta a recursos más propios de los clásicos del género de las décadas de 1960, 1970 y 1980 ( El bebé de Rosemary, El exorcista, La profecía, El resplandor) y a alguna vuelta de tuerca a-la- Sexto sentido (aquel exitoso film de M. Night Shyamalan, también con Toni Colette) que a la vertiente sádica y gore que se ha impuesto en los últimos años y que apreciamos en casi todos los estrenos de este rubro que llegan cada jueves. En ese sentido, si bien tiene unos cuantos sustos reservados para el final, puede que El legado del diablo resulte un poco lenta y ardua para un público ávido de propuestas más efímeras y pasatistas. Los cinéfilos que buscan nuevos caminos dentro del terror, en cambio, estarán más que agradecidos con la que seguramente quedará como una de las auténticas revelaciones del año.
El derrumbe del armazón de la cordura, el juego con lo inesperado y lo cotidiano convertido en amenaza son parte de esta ópera prima deudora de la paranoia de cierto cine de terror de los ‘70. “Es raro ver tantas caras desconocidas hoy acá. Sé que mi madre se hubiera sentido conmovida por eso, aunque probablemente también le hubiera resultado un poco sospechoso”. La que habla es Annie, una mujer de cuarenta y tantos, esposa y madre de dos adolescentes, y los extraños a los que se refiere son las personas que asisten al sepelio de su madre recién muerta. Además de su marido y sus dos chicos, en la sala hay más de una docena de hombres y mujeres que la miran con desinterés. En su discurso de despedida Annie apela al humor ácido y el sarcasmo para aflojar la tensión del ambiente, pero en lugar de eso revela la impostación de su dolor. Mientras tanto, su hija Charlie, una preadolescente con una discapacidad visible pero incierta, dibuja en su libreta algunas escenas de lo que ve ahí. Entre ellas hay un retrato del cadáver de su abuela en el féretro y otro, revelador, en el que su madre tiene un gesto de enojo que contradice la pose superada con la que habla desde el púlpito. Toda la primera mitad de El legado del Diablo –abusivo título local de Hereditary (Hereditario), ópera prima de Ari Aster– está llena de este tipo de escenas ambiguas, en las que las verdaderas emociones de los protagonistas se esconden tras distintas máscaras. Mientras tanto una serie de hechos van preparando el camino para la aparición de lo imposible: una tumba profanada, los siniestros pasatiempos de Charlie, un accidente atroz, puertas cerradas con llave que aparecen abiertas de par en par. Antes de eso, la película había comenzado recorriendo una habitación llena de maquetas que en su interior reproducen ambientes domésticos. La cámara acaba metiéndose en una de ellas justo cuando Steve, el marido de Annie (Gabriel Byrne), entra al cuarto de Peter, el hijo mayor, y lo despierta para ir al velorio de la abuela. Lejos de ser una muestra gratuita de virtuosismo, el truco de cámara tiene varias razones que lo justifican. Por un lado, presentar el trabajo de Annie, a quien la actriz australiana Toni Collette le presta su impresionante arsenal de recursos dramáticos. Annie construye miniaturas realistas de diferentes escenas cotidianas, usando algunas de ellas para recrear momentos traumáticos de su propia vida. Como si se tratara de constelaciones terapéuticas, en esas escenas aparecen conflictos irresueltos que la familia arrastra y a la vez funcionan narrativamente como flashbacks que entregan pistas sobre el origen de la crisis que los envuelve. La consecuencia de esto es un escenario de dos caras, una de las cuales se mantendrá inicialmente fuera de campo, para comenzar a revelarse de manera lenta pero firme a lo largo de la segunda mitad. El uso oportuno y disrruptivo de “Both Sides Now”, canción de Joni Mitchell pero en la hermosa versión original que grabó la cantante Judy Collins en 1967, resulta una forma simpática de subrayar esa dualidad de lo real. Si en la primera parte el relato se concentra en el duelo y en los modos en que los miembros de la familia resuelven su forma de convivir con los huecos que la muerte deja a su paso, la segunda se volverá catártica. Por esa vía la familia le irá poniendo palabras a los conflictos que hasta ahí se mantenían sotto voce, pero también abrirá una puerta para que aquello que acecha pueda finalmente penetrar y vampirizar el núcleo familiar. Como aquellos extraños que invadían de forma pasiva la tensa intimidad del velorio, del mismo modo Annie y los suyos comienzan a ser rodeados por lo ajeno, lo otro. Un ello que se va metiendo entre las grietas de la disfuncionalidad para hacer estallar una estructura familiar que ya se encontraba internamente destazada. Deudora de la paranoia conspirativa de cierto cine de terror que tuvo su momento durante la década del ‘70 (imposible mencionar títulos sin caer en el pecado del spoiler), El legado del Diablo está condenada a convertirse en clásico. La solidez con que Aster maneja los recursos dramáticos, técnicos, visuales, sonoros y narrativos, sumado el timming con que pasa del drama a la tragedia o de lo sugerente al gore, convierten a su debut en un punto alto del cine de género independiente. Un lugar que el año pasado ocupó ¡Huye!, de Jordan Peele, que de forma tan sorpresiva como merecida se metió entre las candidatas al Oscar. Ambas estrenadas en el Festival de Sundance, las películas tienen varios nexos estéticos. El derrumbe del armazón que sostienen la cordura, la eficiencia en el juego con lo inesperado y lo cotidiano convertido en amenaza son algunas de esas coincidencias.
La reina ha muerto Son tiempos difíciles para los Graham. La madre de Annie (Toni Collette), abuela y matriarca, ha fallecido. La relación entre ambas no era la mejor, pero Annie se ve profundamente afectada por la partida de esta mujer reservada y de carácter dominante. Annie es una artista dedicada al modelismo, se desempeña realizando miniaturas de hogares en los que representa diferentes situaciones. Quizás reemplazando el hogar que nunca tuvo. Los plazos para una exposición de su obra la apuran, y a las obligaciones familiares se le suma esta trágica noticia que la coloca en un colapso en el cual se sentirá incomprendida, aún por su esposo (Gabriel Byrne). El legado del diablo, de Ari Aster (quien ya había cobrado relevancia con su cortometraje The Strange Thing About the Johnsons en 2011), tiene la facultad de poder ser apreciada como un drama intimista sobre las pérdidas y reconciliaciones familiares una vez que el ser querido cruzó el umbral. No es atípico encontrarnos con películas de terror con pinceladas dramáticas, o incluso viceversa. Lo llamativo de la obra de Aster es el balance exacto entre ambos, entre la introspección y el real espanto. Annie casi no se hablaba con su madre, determinadas circunstancias la habían llevado a mantener una prudencial distancia, pero su partida la siente como un hecho doloroso que hará rever más de una de sus seguridades, aunque quizás no las usuales. Todo queda en familia Annie tiene dos hijos, Charlie (Milly Shapiro) y Peter (Alex Wolf), con los que intenta ser mejor madre de lo que sufrió ella. Esa figura siempre está presente aunque ya no esté, y será crucial en la historia de El legado del diablo. Tras la muerte de su abuela, la introvertida Charlie comenzará a tener un comportamiento errático, lo que alertará aún más a Annie. Lo que ella no sabe es que su hijo mayor también está viviendo situaciones particulares. Con la aparición de Joan (Ann Dowd), una mujer que también sufrió una pérdida y que se presenta ante Annie cuando acude a un grupo de autoayuda, parece encontrarse una salida a tanto dolor. Joan le revela que puede tener la facultad de contactarse con los muertos. Aster se mete de lleno en los vericuetos de un drama familiar, y en los muy bien aprovechados 127 minutos de El legado del diablo se tomará su tiempo para presentar a los personajes y al conflicto de una manera muy compenetrada. No será difícil sentir el colapso que atraviesa Annie y comprender su fragilidad emocional. Pero también Aster juega a los laberintos y cajas chinas. El legado del diablo ofrece muchísimos giros, vueltas y secretos en su argumento, que pueden tanto sorprender como desorientar al espectador. Cuando finalmente las cartas estén echadas, estemos bien metidos dentro de su compleja historia y comiencen a cerrarse los círculos, prepárense. Porque lo que Ari Aster nos tiene preparado es un plato bien fuerte. Aquí vive el horror En un crescendo permanente el realizador va cambiando las reglas y paulatinamente nos introduciremos dentro del horror, que en su última media hora se convertirá en un verdadero frenesí terrorífico lleno de sobresaltos y pavores con imágenes y sonidos difíciles de olvidar. El director deja a trasluz cuáles son sus referencias, y está claro que no se anduvo con chiquitas. Si bien se trata de una película no demasiado ambiciosa en su armado, sí lo es en los conceptos que plantea, regresando a la idea de un terror clásico, artesanal, ligado a lo emocional. Títulos como El bebé de Rosemary y La novena puerta de Roman Polansky, o La Bruja de Robert Eggers, vendrán inmediatamente a nuestra cabeza. Aster maneja magistralmente los elementos que tiene, y si entramos en su juego estaremos aferrados a la butaca atentos a todo lo que sucederá. También es válido aclarar que El legado del diablo no es una película sencilla: aquellos que busquen algo más tradicional pueden sentirse decepcionados. Byrne, Wolf, Dowd, y Shapiro aportan lo necesario a sus personajes de un modo más que correcto, pero quien brilla una vez más es Toni Collette descubriendo que el terror también es lo suyo. Annie sufre con todo su cuerpo y su ser; Collette la atraviesa como una mujer al borde de una crisis nerviosa existencial. La referencia más cercana será Shelley Duvall en El resplandor. Conclusión El legado del diablo es una joya del cine artesanal que conjuga el terror con el drama; maneja elementos propios del cine más clásico para introducirnos dentro de una historia que no es lo que parece. Aquellos que acepten el desafío pueden descubrir la posibilidad de un nuevo clásico instantáneo del género.
Una película de terror que encantará a los amantes del género, que hace recuperar la confianza en un rubro tan bastardeado por films de cuarta que repiten situaciones hasta el hartazgo. En este el primer filme del escritor y director Ari Aster, que realizó una serie de cortos muy bien recibidos por la critica, basados en rituales y traumas domésticos, basado ligeramente en su propia historia familiar, con una sucesión de desgracias parecidas a una maldición. Este film fue definido por el realizador como “Ésta es una historia sobre personas que no tienen voluntad propia, ellos son como figuritas en una casa de muñecas maligna manipuladas por fuerzas externas”. Precisamente la madre de la familia se expresa artísticamente con esas casas de juguete y sus miniaturas, donde también representa a cada situación dolorosa. Un trabajo artesanal realizado por Steve Newborn. Es que el director supo rodearse de un gran equipo, como su director de fotografía Pawel Pogorzelski y un gran elenco encabezado por una actriz de grandes recursos. El resultado es un film hipnótico, atractivo que juega con una lógica interna de una familia que se enfrenta a hechos que no puede manejar pero intenta hasta el último momento encontrar una explicación racional, un costado que maneja el padre de familia (David Byrne). Pero su esposa tiene una historia impiadosa, un padre que se dejo morir, un hermano que se suicidó y una madre que acaba de morir con una historia oculta que comienza a aparecer. Una primera hora con esas historias que se emparentan con el dolor y el terror psicológico donde lo sobrenatural comienza a aparecer pero nunca de manera convencional. Con recuerdos de “El bebe de Rosemary” y “El resplandor”. Una madre que busca sobrevivir a dolores insoportables, pero que de a poco será no solo la victima, sino la victimaria. Hay como un desfasaje de una primera hora minuciosa a la segunda operística y desencadenada. La película duraba tres horas y se redujo a casi dos. Pero eso no significa que no funcione en su totalidad, aunque el final es discutible.
Un drama familiar En su debut cinematográfico, el guionista y director Ari Aster nos presenta El legado del diablo (Hereditary, 2018), un film que se zambulle en el género de terror pero que además le agrega una cuota de drama familiar pocas veces visto. Cuando Ellen, la matriarca de la familia Graham, muere, la familia de su hija (Toni Collette) comienza a desentrañar secretos crípticos y cada vez más terroríficos sobre su ascendencia. Cuanto más descubren, más intentan escapar del siniestro destino que parecen haber heredado. Esta sinopsis nos da la pauta que más que una película de terror es un drama familiar que envuelve a un grupo de personas que no están bien psicológicamente. La historia por momentos da la sensación de no arrancar nunca, sin embargo, ese el punto clave, el engaño al espectador es esencial para la trama y a medida que se va desarrollando todo va teniendo un sentido y un porqué de las cosas. Pero también eso le juega en contra a la película de Ari Aster, debido a que el espectador se puede aburrir en ese proceso de descubrimiento. El legado del diablo no es una colección de escenas de ventanas o puertas que se cierran solas, pero en el momento en que algo ocurre genera impacto desde lo visual, y cuenta con una de las mejores secuencias del año que termina con un gore espectacular y, si la amenaza es en principio algo psicológica, luego pasa a ser real. El pilar fundamental para que el film no decaiga y se mantenga es la actuación de Toni Collette que es una actriz que sabe llevar a sus personajes a un buen desarrollo en el diálogo y sus expresiones para generar en cada escena que lo requiera. A su vez, al tener en su entorno personajes de tono opaco y apagados de personalidad, en más de una situación Collette puede verse algo sobreactuada pero que de ninguna manera empaña su buena actuación. El legado del diablo es un film lúgubre que nos invita a ver el pasado de una familia que, desde el inicio, sabemos que no va terminar nada bien, pero lo importante está en el proceso por el cual llegamos a ese macabro punto.
Hereditary se estrena en cines luego de un auspicioso debut en Sundance, de donde emergió imbuida de elogios que la tildaban del film más aterrador en años. No se puede aceptar sin más esa aseveración, dado el entusiasmo que se produce por algunos proyectos en festivales, si se tiene en cuenta que apreciaciones similares se han hecho de las notables It Follows, The Witch o Get Out, para señalar algunos ejemplos recientes. El miedo, al fin y al cabo, es una emoción subjetiva. Pero por más cautela con la que uno se aproxime a la ópera prima de Ari Aster, no se puede estar del todo preparado. Inquietante a más no poder, vive a la altura de las expectativas y más.
Un indicio de lo original de este film de terror es que empieza con el típico aviso fúnebre que publican los diarios. Ha muerto la abuela de la familia, y su hija Toni Collette empieza un espiral de ansiedad y conflictos familiares con sus hijos adolescentes y su esposo, y sobre todo con el extraño legado espiritista que le dejó su madre, de la que en realidad sabía bastante poco. "El legado del diablo" se inicia con un tono demasiado hermético, y demora un poco en arrancar en serio, pero cuando lo hace hay que agarrarse. El director Ari Aster, que aquí debuta en el largometraje, tiene una deuda con Roman Polanski tanto en algunos climas como en el tema de esta película, lo que no quita que aporte detalles totalmente personales, empezando por el notable elenco, especialmente la protagonista, que brinda una de las actuaciones más excéntricas e intensas de su carrera, y la de la actriz Milly Shapiro en el perturbador papel de la problemática hija de 13 años que domina la pantalla en cada aparición. El film tiene una alta dosis de humor negro y escenas que dan miedo en serio, y un diseño de sonido brillante y aterrador.
No te dejes engañar por el título local, que remite a una más de una saga gastada. Hereditary, tal su nombre original, es lo opuesto: una de terror que se toma su tiempo para contar la caída de una familia, golpeada por la desgracia, para luego llevar la historia hacia otros registros, quizá algo caprichosos pero no menos creíbles y eficaces. El asunto arranca con un entierro, el de la madre de la protagonista, que comparte duelo con su marido, cariñoso pero distante -el gran Gabriel Byrne- su hijo adolescente y su hija menor, la de la foto, de raro aspecto y más rara conducta. La señora cultiva con enorme talento un arte particular, el de hacer maquetas plagadas de detalles en miniatura. Con una deslumbrante puesta en escena y muchas ideas, tanto en lo formal como en lo argumental, tremendas actuaciones de su elenco, con Toni Colette a la cabeza. Creativa, contundente y recontra terrorífica.
Horror doméstico no domesticado Hereditary comienza con un juego; con un plano que se cierra sobre una casa miniatura y que sin corte se convierte en el espacio real de la película. La ópera prima de Ari Aster deja en claro desde el prólogo su artificialidad, su juego de muñecas. Hereditary es, también, una reformulación, en ciertos aspectos aggiornada, de la obra maestra de Nicolas Roeg, Don’t Look Now (1973). Como en aquella, el conflicto central se desata a partir de la pérdida de la hija de un matrimonio. Y, también como en aquella, hay una vieja desconocida con el poder de comunicarse con los espíritus, que convence a la madre de que su hija está aún revoloteando en el plano terrenal. Si en Don’t Look Now, Roeg trabaja, entre varias cosas más, la destrucción metafórica de una pareja a partir de una desgracia insuperable (con la maestría suficiente como para no poner a la metáfora por sobre los procedimientos formales), acá, Aster se ocupa de representar una espiral de dolor y angustia que avanza hacia la transformación (y la desintegración) total de una familia, otorgándole al hijo del matrimonio un lugar central, algo que Roeg dejaba fuera de campo. Aster se ocupa además de la alienación de los hijos y se centra sobre todo en la relación madre-hijo, deconstruyendo al esperado comportamiento materno que se suele configurar desde los lugares comunes biologicistas. Ari Aster parece tan interesado por el cine de Roeg como por la simbología psicoanalítica. Vaciada de contenido fantástico, estamos ante un drama familiar de alienación y pérdida con el acento puesto en las consecuencias de una tragedia y el resentimiento y la culpa que ella conlleva. Drama familiar similar al que también podemos encontrar en otras dos óperas primas de los últimos años: The Witch (2015), primera película de Robert Eggers, y The Babadook (2014), primera obra de Jennifer Kent (así como también se pueden encontrar elementos de A Dark Song de 2016 también una primera película, sobre todo por la obsesión con el ocultismo, y de la festejada The Void (2016), si pensamos en el papel de parte de la comunidad retratada). Tanto acá, como en The Witch o The Babadook, el papel de una madre desbordada por sus hijos representa gran parte del conflicto y es clave para su resolución. El grupo familiar protagonista está conformado por la madre artista (que crea mundos miniatura con aspectos biográficos como método de catarsis ¿al igual que Aster?), un padre psiquiatra algo desconectado de los problemas, y dos hijos con fijaciones orales (una nena adicta a los caramelos y un adolescente adicto al faso), a los que se le suma una abuela recién fallecida con un pasado oscuro. A partir de esa composición, se generará la brutal descomposición mediante elementos fantásticos comunes del cine espiritista pero con mayor crudeza y un desarrollo ligado al horror paranoide del Polanski de la trilogía de los departamentos, cierta dinámica surrealista, en parte como la de Roeg en la mencionada Don’t Look Now (aunque con un conflicto ordenado cronológicamente y con premoniciones que provienen no sólo de los protagonistas sino también del punto de vista omnisciente) y un ritmo que se toma su tiempo tanto para desarrollar el drama como a los personajes, y que se diferencia de la cadencia del mainstream actual. Porque el terror por el que apuesta Aster dista bastante del modelo de horror comercial contemporáneo; un cine interesado también en la comunicación con el mundo de los muertos y el ocultismo pero dedicado casi exclusivamente a explotar la más recordada obra de Friedkin o los actuales productos de James Wan desde una perspectiva meramente efectista basada en los jump scares, y no en un cine de horror que podríamos considerar como total (no en un sentido meramente baziniano sino por el aprovechamiento al máximo de las posibilidades formales del cine de horror específicamente). El terror contemporáneo suele ser un cine incompleto, que no utiliza todas las herramientas del género sino que solo vampiriza ciertos aspectos. Y no por ser un cine banal que no se ocupa de lo importante –festejamos lo lúdico, lo mínimo y también lo anti intelectual-, sino por subestimar al género del que se nutre y reducirlo a un golpe de efecto (quizás con un espíritu arcaico y fiel al primer cine de feria, tal vez su mayor virtud). Pero Hereditary es otra cosa; la cinefilia de Ari Aster y seguramente el bagaje de los directores mencionados -a los que podríamos sumar a David Robert Mitchell (It Follows. 2014) y a Jordan Peele, director de Get Out (2017), película que también desnuda la paranoia bebiendo de Polanski- sumado a cierta rebeldía para con el statu quo del terror contemporáneo, le dan a este grupo de películas una mayor dimensión y más capas de sentido a un género que desde el mainstream (por ejemplo las últimas películas de James Wan y sus salieris) en lugar de complejizarlo, lo infantilizan. Enhorabuena, Aster.
Una buena película que se toma su tiempo en llegar a su propósito elemental que es el de asustar, pero el recorrido es tumultuoso y poco claro. Esta es la nueva apuesta de un estudio que trabaja como muy pocos los temas del terror psicológico y siempre intenta dar sustos que van más allá de lo convencional. Con un director debutante Ari Aster, quien también se encarga del guión, esta peli muta en si misma a medida que el metraje avanza. El Legado del Diablo, cuenta la historia de una familia que se encuentra muy dolída por la pérdida de su más longevo miembro y en busca de dejar atrás el dolor que una muerte siempre conlleva, se encuentra con oscuros secretos que la difunta abuela poseía, más detalladamente, su hija Annie Graham (Toni Collette) encuentra entre sus pertenencias unos libros antiguos de espiritismo bastante extraños y ahí es cuando todo empieza a ponerse bastante oscuro y su familia a tener extrañas situaciones inexplicables. La película puede dividirse en dos tranquilamente, y en dos géneros bastantes lejanos uno del otro. Por un lado, tenemos un drama familiero con pequeños toques sobrenaturales, pero por más música tenebrosa y planos que quieran denotar miedo, no lo logran. En la otra mitad, tenemos todo lo que intentaron en su primera parte, pero porque va al hueso directamente. Espíritus, posesiones, situaciones inexplicables y rituales satánicos para lograr una puesta en escena bastante creepy. Ahora bien, si para lograr eso hay que estar más de una hora esperando que algo emocionante suceda, algo mal hicieron. No es fácil hacer terror hoy en día, sobre todo por las grandes variedades que hay dentro del mismo género. Pero al querer establecer un nivel complejo de terror psicológico, muchas veces se peca de pretencioso. Es verdad que el clima desde un primer momento, da la sensación de que todo va a cambiar para peor de los personajes, pero la espera no tiene ritmo y a veces hasta aburrida. Este es uno de los casos en donde la narrativa, es inferior a la estructura, el guión diseñado por el mismo director es claramente lo mejor que tiene el film. Con diálogos súper cargados de gran dramatismo, y con unos movimientos de cámara excelentes, terminan siendo desperdiciados en la mitad de la película. Otro punto bastante flojo, es la sobre explotación sin sentido de algunos de sus personajes, que tienen un buen trabajo y desarrollo, pero no terminan siendo lo que quieren vender. Annie, Steve Graham (Gabriel Byrne), Charlie Graham (Milly Shapiro) y Peter Graham (Alex Wolff) conforman la familia en cuestión y el elenco, que se ve forzado a actuar en situaciones realmente espeluznantes con incomodidad, lo transmite durante toda la película. ¿Los más destacados? Toni Collete y Alex Wolff, sin lugar a dudas se roban la película y los niveles de tensión se incrementan cuando participan en pantalla. El Legado del Diablo venía asomando en portales internacionales de critica especializada como “La nueva El Exorcista”. La euforia por ver nuevas historias y nuevos puntos de vista en lo que al terror se refiere, denota un desesperado grito de ayuda. Heredity es una buena película que se toma su tiempo en llegar a su propósito elemental que es el de asustar, pero el recorrido es tumultuoso y poco claro. Lo que si está bien claro, es que A24 es el estudio que se necesita para salir de esta crisis que atraviesa el cine de horror.
Aunque El Legado del Diablo (en adelante, Hereditary, tal como es su nombre original libre de spoilers) se inscribe dentro de esta nueva ola de terror independiente de autor, le debe más a clásicos de otros tiempos como El Exorcista y, fundamentalmente, El Bebé de Rosemary de Roman Polanski, que a joyas del horror moderno como Get Out (Jordan Peele) y la reciente A Quiet Place (John Krasinski). En ese mismo sentido, su pariente más cercana acaso parece ser La Bruja (Robert Eggers), y aún así Hereditary va mucho más allá que varios de los exponentes mencionados. El film de Ari Aster comienza como un drama familiar, y permanecerá como tal buena parte de la película. Es aquí donde conviene aclarar algo importante: el espectador que busque apenas golpes de efecto dosificados con altas dosis de gore, posiblemente saldrá decepcionado. Hereditary parte de una situación dramática, luego se aferra a una tragedia (que, por supuesto, no parece estar aislada del anterior hecho) y finalmente desciende a los infiernos del terror psicológico más puro, entregando a la vez algunas de las imágenes más perturbadoras de los últimos tiempos en cine. Conviene no adelantar demasiado de la película: hasta resulta sumamente contraproducente mirar el trailer de la misma, que adelanta varias de las muchas sorpresas que el film de Aster depara. Basta con saber que el conflicto se gesta dentro de una familia típica americana, compuesta por una madre que acaba de perder a la suya (Toni Colette, como siempre, impecable), un padre gentil que busca mantener unida a la familia (Gabriel Byrne), un adolescente de rumbo perdido (Alex Wolff) y una niña perturbada que esconde más de un oscuro secreto (Milly Shapiro). En el núcleo del relato está la omnipresente muerte, y una sensación contínua de que algo está por estallar. El director Ari Aster maneja con habilidad el suspenso, primero de manera gradual y luego con estallidos que rozan lo surrealista. Así el horror permanece, finalmente, aún después de terminada la película, cuando el espectador intenta recolectar varios de los hechos acontecidos en pantalla.
Una película clásica no nace por generación espontánea y menos en esta época en que la demagogia del "me gusta" ha sustituido al despotismo ilustrado de la crítica especializada. No obstante, El legado del diablo parece tener destino de clásico del terror o, al menos, puede aspirar a un lugar de privilegio en el top cinco de los últimos años, junto a Te sigue, La Bruja, Huye o Fragmentado. El primer largometraje de Ari Aster es una obra maestra por donde se la mire: la fotografía, la puesta en escena, el guion y la narración. Empieza siendo el minucioso retrato de un duelo familiar y va ampliándose gradualmente hasta trasformarse en un fresco sobre las intricadas relaciones entre el inconsciente, la realidad, la muerte y lo sobrenatural. En ese sentido, se trata de una ficción tremendamente ambiciosa, incomparable con las compilaciones de sustos que se estrenan casi todas las semanas. El director no pretende provocar miedo sino que el miedo sea una consecuencia lógica del mundo que explora con su cámara. Un mundo entendido como un misterio permanente, en el que es imposible distinguir lo subjetivo de lo objetivo y que, por lo tanto, se define más en términos de complejidad (una trama de sensaciones, creencias, pesadillas, convicciones, sugestiones, etc.) que de distorsión perceptiva. En el centro de la historia están los Graham, una familia en duelo. La mujer que acaba de morir –una anciana con cierta afición por el espiritismo– es la madre de Annie (Toni Colette), una artista que confecciona casas en miniaturas, casada con un terapeuta distante y racional (Gabriel Byrne) y madre dos hijos, Peter, un adolescente más o menos normal, y Charlie, una chica que sufre diversas afecciones y que era muy apegada a su abuela. La gran virtud narrativa de la primera parte de la película es la manera a la vez inquietante y sugestiva en la que muestra el impacto de esa muerte en cada uno de los personajes principales, una remoción de aguas profundas que pronto se verán agitadas por un impacto aún más terrible. A partir de ahí, empiezan a sumarse nuevas magnitudes a la historia, todas manejadas con sutileza y ambigüedad por el director. Las miniaturas de Annie exponen a la perfección las dos dimensiones principales del drama, la íntima y la metafísica, algo que queda marcado desde la primera escena, cuando en un mismo plano secuencia (técnicamente falso, pero cinematográficamente verdadero) se pasa de una réplica de la habitación de Peter a la habitación misma. Esa capacidad para volver fluidos los límites entre lo psíquico, lo social, lo real y lo sobrenatural es la gran contribución de El legado del diablo no sólo al cine sino a nuestra forma de pensar. Se dirá que no toma ninguna posición definitiva, pero lo que hace es anular las posiciones extremas del escepticismo y de la superstición, con el agregado genial de una última escena donde consigue a la vez una distancia crítica respecto del satanismo y una angustiante apertura al misterio de lo visible y lo invisible.
Con esta película, Ari Aster pasa a engrosar el listado, junto a otros que incursionan en el género de terror, de directores que se atreven a hacerlo con su ópera prima. Si bien están atados a las premisas básicas del género, lo hacen con una mayor cuota de originalidad, no tanto en la temática sino en la ambientación de los climas y la dirección. Todos evidencian un conocimiento que se manifiesta tanto en su cinefilia como en la manera en que tratan de alejarse de los clichés, a esta altura cristalizados por el uso y abuso que se hicieron de ellos, y en el que muchos otros caen ofreciendo parodias que en lugar de inquietar, hacen reír. - Publicidad - Esta nueva camada está representada en películas como The babadock (2014) de Jennifer Kent, en esa obra maestra del gótico que fue The witch (2015) de Robert Eggers y, más recientemente, por a A dark song (2016) de Liam Gavin. Precisamente uno de los productores de El legado del diablo —Lars Knudsen— fue también productor asociado en The witch. En El legado del diablo (2018) —título por demás efectista y que no hace honor al original, Hereditary— el tema a tratar, sacando de escena el elemento fantástico y de terror, es el derrumbe de una familia cuando uno de los integrantes —en este caso, la hija menor del matrimonio, Charlie (Milly Shapiro) — fallece de manera trágica. El desgarro de la madre —una actuación brillante de Toni Colette como Annie Graham— es el detonante para que los demás, Peter (Alex Wolff), el hijo mayor y Steve (Gabriel Byrne, conocido actor que hizo de psicólogo en la serie En terapia, emitida por HBO) como el marido, se vean envueltos en la desesperación de una madre que, arrastrando otros dramas familiares, parece avasallarlo todo. La culpa, la ira y el duelo con consecuencias imprevisibles podrían ser los materiales propicios para que El legado del diablo sea una película dramática. Aquí está la pericia del director y, por cierto, del guión. Podríamos quedarnos con este drama familiar, excelentemente narrado, que ocupa la primera parte de la película. Hay grandes secuencias como en la que Annie descubre los pormenores de la muerte de su hija —absolutamente sobrecogedora— o la secuencia en que Peter, responsable de esa muerte, vuelve a su casa después del accidente en un estado absoluto de shock. Ambas escenas están tan bien logradas que bien podrían ser dignas de las grandes películas ganadoras de Oscar. Steve, con su dolor a cuestas, busca atemperar el cataclismo haciendo todo lo posible para unir a la madre con el hijo y a él con ambos, y lo hace desde una cierta lejanía, como en esa otra gran escena que transcurre en torno a la mesa familiar, cuando el hijo se enfrenta a la madre, la madre se enfrenta al hijo y el padre, atónito, no logra emitir una palabra. Pero claro, es una película de terror, entonces tiene que haber elementos que lo acerquen al género. Entonces nos encontramos con el pasado siniestro de la madre de Annie —al parecer realizaba extraños rituales satánicos—, con el espíritu de la niña muerta que parece querer —desde el más allá— vengarse de su hermano y, por supuesto, con las alucinaciones diabólicas que empieza a padecer Annie. La ambigüedad es también uno de los aciertos de la trama ¿Hasta qué punto Annie alucina? ¿O realmente hace cosas que no recuerda en esos estados de sonambulismo que cae desde hace años? Ella misma le cuenta a una amiga (Ann Dowd) que se ofrece a ayudarla —después veremos que esa ayuda tiene un costo demasiado alto— que en una ocasión se les apareció a sus hijos mientras dormían, con un fósforo en la mano dispuesta a quemarlos vivos; antes los había rociado con solvente. Por suerte, el rasguido del fósforo logró despertar a su hijo que comenzó a gritar, a ella, que no recordaba estar consciente de lo que hacía y a su hija, que quedó traumada de por vida. El legado del diablo es una buena carta de presentación del director neoyorkino Ari Aster. Las tomas en que las maquetas —Annie se dedica a la construcción de miniaturas increíblemente detalladas para galerías de arte, como así también a recrear con maquetas episodios de su vida como catarsis— se mimetizan con la realidad es sumamente original, como si de alguna manera todo fuese un guiño al mismísimo pacto de ficción que existe con el espectador. Como una gran puesta en escena, tanto los decorados que Annie pinta con extremo cuidado, como los de la película, nos hace recordar que estamos en presencia de la ficción dentro de la ficción. La película es sombría y claustrofóbica. Iluminada muy por debajo del umbral de claridad al que estamos acostumbrados, produce un clima asfixiante y de permanente incertidumbre. Para lograr esa atmósfera, mucho tiene que ver la fotografía de Pawel Pogorzelski, como así también mucho tiene que ver la música de Colin Stetson que, ubicada con gran eficacia en los momentos claves, es capaz de despojarla por completo en una de las escenas más aterradoras —casi al final de la película— en que la música no forma parte del clímax, echando por tierra la idea de que cuánto más atronadora o cuánto más sobresaltos logre una escena determinada, el terror es más eficaz. Es de por sí destacable que ese recurso, el del sobresalto, no sea tan explotado en esta película ya que todo se va desarrollando lentamente —la película dura dos horas— mediante una gran dosis de orfebrería cinematográfica. Han comparado esta ópera prima de Aster con El exorcista (1973). Un exorcista de nuestro tiempo. Si bien todas las comparaciones son odiosas, es verdad que así como The witch fue una película espeluznante —y considerada por muchos y más allá del género en que se la clasifica, una de las mejores películas del 2015—, El legado del diablo no se queda atrás. No será esa obra maestra de William Friedkin que aterrorizó a los espectadores de la década del 70 —y que aún sigue aterrorizando—, pero sí estará en el podio de las mejores películas de género de un grupo de cineasta noveles que apuntan a dotar de una gran dosis de originalidad a un tema tan vapuleado como el terror, una temática que está presente desde que el cine es cine.
La traducción de su título original es “Hereditario” con el cual tiene cierta relación. Tiene un buen desarrollo, se encuentra bien actuada y crean interesantes personajes por el lado de: Toni Collette (esta sobresaliente, su rostro resulta impactante, es una muy buena actriz), Alex Wolff, Gabriel Byrne y Milly Shapiro, esta última en su debut cinematográfico. Cuenta con una buena trama, crea buenas atmósferas, tensión, misterio, sobresaltos, imágenes aterradoras y perturbadoras, momentos asfixiantes, gracias a los buenos encuadres, iluminación, sonido y la maravillosa fotografía de Pawel Pogorzelski (“Agua para elefantes”) con una casa entre sombras y con maderas crujientes, logra intranquilizar. El film cumple en la ópera prima del director y guionista Ari Aster, asusta, con algunos giros, entretiene, pero no se desprende de ciertos clichés del género y algunos momentos se alargan, se torna densa, se sienten y uno registra que le sobran unos minutos. Una historia ideal para los amantes del género podríamos decir una cita obligada.
Me tomé unos días después de ver "Hereditary" para dejar reposar mi opinión y reponerla, en virtud de una construcción que le sume al lector, en un escenario donde la crítica, en forma unánime (o casi), consagra a "El legado del diablo" (qué título local Dios!), cómo la mejor peli del género en este 2018, casi sin chances de ser desplazada de ese lugar. Luego de ponerla en perspectiva, creo que es cierto que "Hereditary" está muy bien hecha y tiene detalles sutiles y profundos que no son visibles habitualmente en este tipo de cine (al menos en el que nos llega a salas argentinas). Eso es innegable. Pero también, hay que decir que siento que a nivel internacional, no estamos viendo demasiadas propuestas innovadoras... o si? En ese marco, desde James Wan para acá, (aunque hay algunos cineastas coreanos que podrían asomar) no encontramos un director original, curioso y que no tenga miedo a ir al fleje. Siento que Ari Aster, en ese sentido, es una figura fresca, que logra la interesante alquimia de apegarse a los clásicos (hay mucho de los 70' aquí) pero no dejar de apostar a la sorpresa y los climas asfixiantes. Aster escribe y dirige una película sombría, que hace centro en el dolor por aquello que no puede aflorar a la superficie. Vincula complejos vínculos familiares y los expone a un tratamiento tortuoso altamente logrado. Se que suena complejo leerme, pero es así: "El legado del diablo" es una invitación al lado oscuro. Propone un tablero de juego engañoso, enmarca la acción al inicio en un drama familiar (la muerte de una mujer que experimentaba una fuerte relación con espíritus oscuros y la etapa del duelo posterior por parte de su núcleo íntimo) y se guarda lo mejor para la segunda parte, donde despliega todo su arsenal para hacernos pasar un mal momento. En el buen sentido!! En pocas palabras, podemos decirles que hay una dedicada familia que tiene problemas de comunicación y en la que fallece, una personaje central: la abuela. Esta partida, establece nuevos parámetros para las relaciones entre los 4 habitantes de la casa y habilita una serie de presencias que mejor no deberíamos anticipar... Con el correr de los días los hechos sobrenaturales se empiezan a hacer perceptibles y... bueno, ya se imaginarán cómo progresan... Muy bien actuada por Toni Collette (sobresaliente) y apuntalada por un recuperado (estaba perdido no?) Gabriel Byrne (Steve, su esposo) y la inquietante Milly Shapiro (Charlie, la nietita con algunos problemitas), "Hereditary" invitar a vivir una experiencia distinta en el género. Tiene sus valores y un gran espíritu de clásico. Luego de repasarla mentalmente, debo coincidir con mis colegas. No es sólo que hay mucho poco original en el mercado, sino que "Hereditary" es un debut soñado para un talentoso director: long life Ari Aster.
SOMBRAS, NADA MÁS Un film como éste intenta proseguir un experimento ya intentado con todo “éxito” muy poco antes por It. En lugar de un largometraje se trata de pegar sin ton ni son sucesivos cortometrajes de diez minutos, que no tienen un ardite que ver con el anterior. Para sumarle un final más que inesperado, traído de los pelos, que podría ser el de cualquier film y que podría intercambiarse con muchos otros. En rigor estamos frente a unas novedades inquietantes. Un film de terror amnésico. Luego, un catálogo de lugares vueltos comunes y tomados al voleo de todos los films clásicos y semiclásicos de que se tengan memoria. Al igual que ciertos escritores actuales de habla inglesa dedicados al horror y al terror, se trata de amontonar caprichosamente situaciones clásicas de todos los films de las últimas cuatro décadas y embutirlas en una máquina que funciona como una multicopiadora insaciable e ignara que vuelve a esas secuencias, situaciones y motivos, en los más socorridos ripios. Así levitaciones, cuerpos en diferentes grados de monstruosidad, sevicias de todo tipo, y sobre todo cansinos recorridos por pasillos interminables –éste supera a los de Chicho Ibañez Serrador en sus Historias para no dormir-, que no conducen a nada. Ruidos de todo tipo. Luces estrambóticas y sobre todo actores -aquí más que nada la actriz protagonista- entregada a una suerte de camelo estrepitoso que parece gritar y enervarse y crisparse hasta el retorcimiento, seguramente por desesperación de no saber siquiera qué cuernos está haciendo allí. Por cierto, la cara del ya muy sufrido Gabriel Byrne lo dice todo. Demonios, posesiones, brujerías, dotes paranormales, cultos abominables, son temas que la imaginación fantástica lleva en su propia razón de ser. Pero ya no se trata, como hemos dicho aquí en otra oportunidad, de volver inflacionarios los motivos y situaciones. No. Faltaba un paso más. Se trata de amontonar situaciones tópicas para convertirlas en estúpidas. No es que falte puesta en escena. No hay puesta de ningún tipo. Más bien una apuesta a que el espectador sea sobresaltado por situaciones repelentes, pero que no tengan correlato objetivo alguno. No solo correlato, sino que carezcan del más mínimo atisbo de relato. Aquí más que fuera de campo hay campo abierto. Un desierto imaginativo intentado malamente disimular con espejismos de la peor factura. Restaría para otra oportunidad -si Dios nos asiste-, ensayar sobre este peligroso sistema de amnesia programada. Aquí ya no se trata de propaganda subliminal ni de Brainwashing. Se trata de que nada tenga sentido más allá de la inmediatez. Es como una suerte de tren fantasma que circula repetidamente a través de la misma ringlera de fantochadas, y donde expresiones tan peliagudas, arcaicas y delicadas como el miedo y el terror, sean más que nada electroshocks en la conciencia del espectador para probar cuánto es capaz de olvidar cada diez minutos, o menos, para retomar la historia de cualquier manera. Es como si el film fuera contado ya no por “un idiota lleno de sonido y de furia, y que no significa nada”, al decir de Macbeth; sino por un tartamudo que fuera también amnésico. Desde luego tampoco significa nada.
El Legado del Diablo intenta imponer interés presentando un mensaje de pesimismo desde sus primeros segundos. Con una invitación lúgubre inicial la película dirigida por Ari Aster explora la vida de una familia en los suburbios de Utah, Estados Unidos, después de una tragedia que marca un antes y un después en la vida de ellos. Lamentablemente Hereditary – título en su idioma original – posee una campaña de marketing que vende pretensiosamente a la película de una forma engañosa. Hablamos de una película que genera falsas impresiones en el público para lograr un objetivo elevado en ventas; esto por un lado es aceptable ya que la incertidumbre sobre lo que se va a encontrar en el film se manifiesta fácilmente; no obstante al finalizar la película el espectador se puede sentir engañado con lo que acaba de ver. Hereditary se presenta en marketing ala Conjuring/Insiduous (hasta el infalible método de venta de humo y presentarla como la nueva Exorcista) y al final, cuando todo termina, se crean similitudes con The VVitch – película que en su momento me encantó –. La película no es mala pero resulta una estafa solapada por lo menos tras los minutos después de salir de la sala. Con un ritmo lento que no consigue pegar en el blanco sobre la atención total del espectador la película es potencialmente un fastidio con una vistosa fotografía a cargo de Pawel Pogorzelski (Sigma, Ifeel). Absurdamente densa, el peso de Hereditary se ve en la presentación de escenas de factor shock impensadas que se ven a cuenta gotas en un guión algo rebuscado pero con efectivas resoluciones. Una súbita escena a destacar mezcla el silencio con un impacto en pointblank sobre un poste de luz: esto es brutal, contundente y sumamente desgarrador. Fuera de la burda insatisfacción de su ritmo, Hereditary ofrece grandes interpretaciones de actores reconocidos. Toni Collette (About a Boy, Krampus) es el alma innata de esta película caracterizando a una madre en plena crisis exitencial por los hechos trágicos que la rodean, también acompaña correctamente el gran Gabriel Byrne (Usual Suspects, Shade) como el padre de la familia que imparte desconexión de los hechos simplemente por no estar “ahí”, el resto de elenco cumple pero no impresiona. Si se quiere disfrutar una película que posee una sobrecarga de imágenes espiritistas con un inevitable desenlace anticipado Hereditary consigue su cometido, por otro lado, si se busca escapar y disfrutar algo rápido que sirva como entretenimiento momentáneo, éste no es ese tipo de películas; si hay algo que nos enseña este film es que tienen que dejar de nombrar productos como si estuvieran a la par del El Exorcista en este siglo. Valoración: Buena.
La creciente locura “El Legado del Diablo” (Hereditary, 2018) es una película de terror psicológico que constituye el debut como director de Ari Aster, que también se encargó del guión. El reparto incluye a Toni Collette (Little Miss Sunshine, Miss You Already), Alex Wolff (Día del Atentado, Jumanji), Ann Dowd (The Handmaid’s Tale), Gabriel Byrne y Milly Shapiro. Fue presentada por primera vez en la sección Midnight del Festival de Cine de Sundance. La familia Graham, compuesta por la pareja de Annie (Toni Collette) y Steve (Gabriel Byrne) y sus hijos Peter (Alex Wolff) y Charlie (Milly Shapiro), se ve afectada por el fallecimiento a los 78 años de Ellen (madre de Annie). La anciana era una persona muy reservada que, debido a sus trastornos mentales, tuvo una relación distante con su hija. Ellen en su momento quiso cuidar a Peter desde su nacimiento, sin embargo Annie no se lo permitió. Sí cedió su lugar materno con la llegada de Charlie, por lo que la niña es muy retraída ahora que su abuela ya no está. Debido a otro hecho aún más trágico, Annie decidirá asistir a un grupo de autoayuda; allí conocerá a Joan (Ann Dowd), una mujer que la convencerá para que inicie un ritual espiritista y así poder comunicarse con los muertos. Esto agravará aún más el estado mental de Annie, llevándola a la inminente locura. Desde que la cinta fue exhibida en Sundance a principios de año mucha es la expectativa que generó por ser calificada como “la mejor película de terror de todo el mundo” o que sería como “El Exorcista de nuestra generación”. Aparte, su productora es A24, empresa que en el pasado trajo filmes de gran calidad como “La Bruja” (The Witch, 2015), “Viene de Noche” (It Comes At Night”, 2017) y “El Sacrificio del Ciervo Sagrado” (The Killing of a Sacred Deer, 2017). Teniendo en cuenta estos datos, debo decir que el furor muchas veces juega en contra, siendo “Hereditary” un ejemplo perfecto. Y eso no significa que la película sea mala, por el contrario cuenta con una factura técnica deslumbrante: desde la primera escena vemos una maqueta (Annie se dedica a construirlas) y la cámara se acerca a tal punto a una de las habitaciones que luego ese pasa a ser el plano central, como si la estructura fuera la casa de los Graham en miniatura. La iluminación, la música penetrante y cada fotograma están súper cuidados, lo que hace que seguramente en su primer visionado no hayamos podido captar todos los detalles que el director dispuso. Por otro lado, ya sabíamos que Toni Collette es una buena actriz pero aquí pasa a estar a otro nivel. La australiana debió interpretar a una mujer muy compleja, que tuvo un pasado familiar con bastantes sufrimientos y en la actualidad cree ser una mala persona por no sentir tanta tristeza ante la muerte de su madre. El director se toma su tiempo para que Annie explote, y Collette nunca llega a sentirse forzada a pesar de sus potentes gritos. El problema a mí parecer recae tanto en la campaña publicitaria del film como en su historia. La mayoría de los pósters tienen centrada su atención en Milly Shapiro, aprovechándose de su aspecto y dando a entender que ella será la protagonista. Aunque la nena otorgue una correcta actuación y tenga cierta relevancia, está muy alejada de ser un personaje principal. Aparte, con el correr de los minutos el relato se vuelve pretencioso y realmente sólo llega a perturbar en sus escenas finales. “El Legado del Diablo” pretende mostrar cómo el árbol genealógico de una persona puede influenciarla a futuro. No es un terror que será aceptado por la mayoría ni es una de las mejores obras del género, por lo que te recomiendo que si querés disfrutarla no tengas muy en cuenta la aclamación que obtuvo.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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Esta opera prima sorprendió en el Festival de Sundance al contar una historia de fantasmas y posesiones diabólicas en un estilo más cercano a películas como “El bebé de Rosemary” y “El exorcista” que a las modas actuales y más efectistas del cine de terror. Pese a su genérico título local, esta historia protagonizada por una extraordinaria Toni Collette tiene mucho de inquietante y muy poco de convencional. Si uno se guía por el título local no debería esperar demasiado de HEREDITARY. Es esa clase de título que hace pensar que se trata de una película de terror más, de una de las que se estrena semana a semana y es rápidamente olvidada. Titularla EL LEGADO DEL DIABLO puede ser una inteligente decisión comercial tal vez, pero la película es muy distinta a las mínimas expectativas que ese título puede generar. De hecho seguramente terminará por confundir a los que esperan un relato de suspenso y terror convencional. Al menos durante su primera hora hay muy poco de horror convencional en HEREDITARY. Es la historia de una desintegración familiar –psicológica y luego física– producida por el trauma y la muerte. La película arranca con el entierro de la madre de Annie, una mujer que –cuenta su hija– fue siempre un poco reservada y rara. Annie (Toni Colette) ha formado una familia que aparenta mucha normalidad pero rápidamente logramos ver las turbulencias: marido frío y distante (Gabriel Byrne), un hijo adolescente un tanto desganado/deprimido (Alex Wolff) y una chica de unos 13 años (Milly Shapiro), de extraño aspecto y aún más extrañas costumbres. La puesta en escena de Aster tampoco condice con los códigos habituales del cine de terror. Los planos son largos y sostenidos, manteniendo la cámara mucho tiempo y muy encima de los rostros y dejando muy de a poco entrever algo relacionado a lo fantástico, un poco como sucedía en las películas de terror de los ’60 y ’70, como EL BEBE DE ROSEMARY y EL EXORCISTA, dos títulos con los que es justo relacionarla tanto en temática (si se quiere, “diabólica”) como en tempo y ritmo. La actividad principal de Annie (una artista que trabaja con realistas miniaturas y que se inspira en su vida para hacerlas) también genera un curioso juego de “caja de muñecas” que cobrará más peso cuando el relato avance hacia el abismo. Algunos elementos fantásticos ligados a la abuela muerta y su posible conexión con la nieta empiezan a ser revelados por Annie cuando va a un grupo de apoyo para superar el duelo. Allí ella no solo cuenta la muy mala relación que tenía con su madre sino lo difícil que ella era y la especial relación que había establecido con la pequeña. Si bien allí parece establecida la dinámica del resto del relato, la película dará un inesperado golpe de timón con otro shock emocional que desestabilizará aún más a la familia. Para Annie la desesperación es tal que termina enganchándose con Joan (Ann Dowd), un miembro de ese grupo de apoyo que ha optado por conectar con los muertos de maneras más típicas del cine de terror. Esto es solo el principio de lo que será en su segunda hora una brutal cadena de horribles acontecimientos que conmueven especialmente porque el espectador, durante media película, logró conectar con ese grupo humano de una manera mucho más profunda y compleja de lo que suele suceder en una película convencional del género. Si bien ese giro de drama familiar a historia de fantasmas, posesiones y dominación diabólica es un tanto brusco y produce la sensación de estar viendo dos películas en una (la primera más realista y, si se quiere, “psicologista”; la segunda, una completamente fantástica con horribles apariciones y raros “libros sagrados”), a la larga esa operación funciona por que el espectador se involucra con los personajes más allá de los golpes de efecto. De hecho, esa segunda parte puede ser más convencional en su guion pero no lo es en lo que respecta a la forma. Ari Aster no parece tener apuro ni apuesta por una estética clipera ni efectista a la hora de incentivar el terror. Si bien los asuntos (un ático lleno de insectos, cadáveres, personas que se prenden fuego y todo tipo de sucesos extraños) están más cercanos a los de una película tradicional de posesión diabólica, el director no se deja tentar por el shock y en su estilo más cercano al de cineastas como Polanski o Friedkin, construye sus escenas de una manera casi parsimoniosa, haciendo que cuando el golpe de efecto llega golpee doblemente. En la construcción de la casa como el espacio en el que los terrores familiares se manifiestan, Aster también se muestra deudor del Kubrick de EL RESPLANDOR, con una madre no tan diferente en cierto punto al Jack Nicholson de aquel aterrador filme. Para eso es necesario un elenco que sostenga la credibilidad del asunto cuando la trama empieza a girar en mil direcciones, no todas igualmente efectivas. Y Toni Collette es el principal “efecto especial” de la película. Como en SEXTO SENTIDO, aquí encarna a otra madre preocupada por sus hijos y completamente atravesada por los acontecimientos, siendo víctima y victimario al mismo tiempo, repartiendo su dolor y su desesperación a los miembros de su familia y convirtiendo en diabólica catarsis ese doble duelo traumático que tiene que atravesar. Los hijos (Wolff y Shapiro), de modo muy distinto, aportan muchísimo a crear esa atmósfera que es pesadillesca pero tiene sus fuertes raíces en la vida real. HEREDITARY, un título mucho más acorde a los temas del filme, busca establecer claramente esa conexión que siempre flota sobre el cine de horror: los fantasmas y las posesiones diabólicas pueden ser “creíbles” en tanto y en cuanto estén relacionadas con una perturbación psicológica personal irresuelta. Aquello de que las personas tienen que “lidiar con sus demonios” toma forma literal aquí pero, aún en sus momentos más extraños y salvajes, la película deja en claro que importan más las personas que los demonios.
SORPRESAS A MEDIO CAMINO Es un grosero error pensar en El legado del Diablo como la nueva El exorcista, no sólo por su temática diferente sino porque el clima conseguido en el film de los 70’ aún no es superado por nuevas propuestas como la presente. Sin embargo, Hereditary -su título original, que al menos parece no revelar tanta información- se las trae con una correcta ambientación de terror psicológico. La crítica y muchos fans del horror quedaron a sus pies desde su estreno en el Festival de Sundance, donde dicen que algunos despavoridos de miedo abandonaban la sala. Pero ante tantas flores, creo que a falta de buenas películas del género en el circuito comercial, muchos enloquecen con que El legado del Diablo sea la “propuesta” ignorando films de mayor efectividad que no corrieron la misma suerte de marketing. A favor de esta historia basada en un drama familiar donde mamá, papá, hijo adolescente e hija pequeña -de aspecto y desenvolvimiento extraño- atraviesan la muerte de la abuela de la casa, se deba a que su tráiler nos vende otro relato totalmente diferente al que vamos a ver. Ese punto estratégico y acertado, que cumple su inesperado giro al pasar los 30 minutos, es considerado de lo más logrado en este debut de Ari Aster, quien buscó inquietar en todos los aspectos. Como espectadores esa vuelta de tuerca nos descoloca en buen sentido y nos comienza adentrar en esa construcción progresiva hacia el horror. Un horror que pretende desestabilizar la tranquilidad cotidiana en ese hogar. Y es que el director dice haber tomado ciertos momentos de su vida para construir esta historia maligna, algo que también se vio reflejado en sus raros cortometrajes que son dignos de visitar en la web. Lo que parecía una historia clásica de terror con un caserón en el medio del bosque alejado de todo, y sumado a esa niña extrañísima de fisonomía que es perseguida por espectros fantasmales, muta a la máxima paranoia en los otros miembros familiares. Serán los responsables -por maldito destino- de descubrir el malicioso pasado de la difunta anciana. Y aquí se lleva todos los aplausos la australiana Toni Collette (Pequeña Miss Sunshine) en su soberbio papel de una madre incómoda al principio y desesperada luego por evitar más situaciones trágicas en su seno familiar. Y si bien Alex Wolff (Jumanji: bienvenidos a la jungla) está muy correcto como un adolescente tradicional que pasa a sufrir la mayor de las culpas, el caso del reconocido Gabriel Byrne (Estigma, Mundo Cool) está totalmente opacado en su rol de padre de turno. Tristemente de relleno. Ese aire de El legado del Diablo se acerca más a los rituales satánicos de la excelente La bruja (de la misma productora indie A24) pero con cierto guiño narrativamente paranoico a lo El bebé de Rosemary o de espiritismo y tragedias explicitas de la trilogía La profecía. Por eso confirmamos una estética a film setentoso pero, de allí a El exorcista, dista mucho por más que Aster dio un buen puntapié a la seriedad del género en EE.UU. Sus contemporáneas más directas serán esa locura alegórica llamada ¡Madre!, de Darren Aranofsky, y la deliciosamente perturbadora El sacrificio del ciervo sagrado, del particular Yorgos Lanthimos. Tal vez el film con los años se convierta en un clásico solemne de terror por su logro en generación de climas oscuros que se adentra a los más profundos misterios de la psiquis humana. Un mini Infierno dantesco que alcanza su esplendor -un poco ridículo- en sus minutos finales, pero que sin embargo construye durante el nudo narrativo laberintos espeluznantes con la información necesaria para seguirles de cerca la pista. La poca explicitud en el terror es mostrado a través de los ojos de los integrantes que sortean esta tragedia griega -algo que es referencial en un pasaje escolar del profesor de literatura del chico-. Pero prepondera ese terror mental donde la imaginación de los espectadores, durante las escenas de poca profundidad de campo y máxima oscuridad, da rienda suelta a la más oscura imaginación. Allí reside el juego de Aster: jugar con lo que no vemos. A destacar en la película, el uso de la profesión de Collete como minuciosa maquetista que comienza a obsesionarse metafóricamente con lo que ocurre en los distintos ambientes de su hogar. Un recurso excelentemente utilizado para pasar a la sofocante realidad familiar. Ellos son también parte de ese encierro, de ese legado maldito. También la poderosa y alarmante banda sonora de Colin Stetson. Básicamente, El legado del Diablo es una correcta tesis visual en el género con destacados efectos de iluminación, cuidadoso uso de diseño de producción, efectivos movimientos de cámara y una alarmante banda sonora que deleitará a algunos, pero no contentará a todos ante tanta locura expuesta y hasta por cierta pizca de humor negro.
Por momentos pareciera asistirse a un espectáculo grotesco, absurdo. Cuando Annie (Toni Collette), la madre desesperada por la muerte que circunda a su familia, se desahoga entre los asistentes del centro de ayuda, su historia pareciera estar al límite de lo verosímil. Son demasiadas las desgracias, todas juntas. Y esperan otras. El legado del diablo --título alejado del matiz supuesto por el original: Hereditary‑- llega con instantes así a tocar un equilibrio delicado, para trocar el relato de manera más honda, en una espiral donde yace otra historia. La película se transforma, de a poco, y hunde las uñas en un abismo que guarda razones en el árbol genealógico. Ahí, entre todos y todas, la abuela. Porque es éste, precisamente, el inicio del film: la muerte de una matriarca de quien sólo quedan ahora recuerdos persistentes, caricias difuntas, una habitación vacía, y fotos en un álbum familiar. Un legado que todavía habita la casa, entre voces, sombras y cajas con libros, que parecieran ejercer una impresión indeleble. Para adentrarse en esta situación de extrañamiento progresivo, el plano secuencia inicial delinea en el film lo que habrá de ser: lo hace al relacionar el afuera con el adentro --la casita exterior, de madera, vista desde la ventana de la casa familiar-‑, para luego ingresar en el vientre de una de las maquetas con las que Annie replica su mismo hábitat (esto es algo que se sabrá después). Allí dentro, comienza la acción, en el vientre, puede decirse, de una casa que está circundada por sí misma. Las razones del devenir argumental habrá que buscarlas en este planteo formal: como si fuese un hoyo cavado en el centro de la casa; y en ese hoyo, la casa reaparece. La dualidad --o reiteración interior, porque se trata de una historia de suerte ya decidida, cuya lógica descansa en algo/alguien que ya ha deglutido a los personajes-‑ habilita a pensar la repetición de una maldición, un legado congénito, familiar, un mismo comportamiento del cual no poder salir. Hija vuelta madre, por un lado. Pero el destino de la nieta promete algo diferente, maniatada como está entre la madre y la abuela. Al respecto, el hacer de la actriz Milly Shapiro es excepcional como la púber Charlie, con su rostro de herida honda, en quien la pérdida de la abuela duele. Entre lágrimas sin secar, nariz sin limpiar, de un perfil casi geométrico y expresionista, en ella, con ella, algo hubo. Entre abuela y nieta alguna instancia secreta sucedió. Algo tendrá que ver esa paloma que se estrella contra el vidrio de la escuela, y esa tijera con la que la niña se aplica al pájaro. También con su alergia a las nueces. Una serie de elementos que terminarán por delinear un panorama que, vistas las consecuencias, todo el tiempo estaba a la vista. Este descubrir tendrá, así como a Annie con sus maquetas neuróticas (algunas de ellas, por trabajo, pero son las que más les cuesta hacer) y los encuentros de amigas con dolencias similares, también a Peter (Alex Wolff) por protagonista. En verdad, este chico de adolescencia maniatada --tironeado entre los mandatos maternos y el cuidado de su hermana-‑ terminará quizás por descubrirse a sí mismo, pero desde el lugar menos pensado, en medio de un entuerto que le engendrará un sentimiento de culpa que tal vez no pueda nunca redimir. Él y la madre habitarán sueños compartidos, que pondrán en duda el origen de éstos así como la veracidad que de ellos se desprenda: no sólo en cuanto a lo que se ve, sino en cuanto a las palabras que entre ellos se digan, palabras que esconden rencores de años y explican mucho sobre el destino fatal que se cierne. Es por todo esto que la "herencia" sugerida en el título original aparece como una maldición legada entre generaciones. La abuela, se decía, aparecerá como el agente de un plan trazado de forma minuciosa. En este camino o periplo maldito, la ópera prima del norteamericano Ari Aster se codea, evidentemente, con cierto clima ya trabajado en películas como la magistral El bebé de Rosemary, de Roman Polanski, o El hombre de mimbre, de Robin Hardy: la atención cuidadosa de ciertos amigos o vecinos comienza a provocar, así como en aquellos films, cierta sospecha. Una telaraña engañosa que culminará por revelar un plan maléfico, en donde los protagonistas serán títeres de la fatalidad. Cuando se den cuenta de esto tal vez sea tarde, o quizás decidan ser parte activa de lo que ¿involuntariamente? engendraron. Lo mejor de El legado del diablo es la preparación de este banquete de pesadilla. Esos momentos pequeños, de matices sugerentes y sucesos horribles. Sobre todo el que tiene por protagonistas a Charlie, Peter y la fiesta, son momentos de tensión palpable, resueltos desde el fuera de cuadro y la elipsis. Luego habrá algunas --tal vez varias-‑ situaciones un tanto previsibles, enmarcadas en tópicos del género fantasmal, con invocaciones y médiums, además de un fuego con conciencia propia. Más algunos golpes de efecto quizás inevitables, entre puertas que se cierran solas, apariciones veloces y chasquidos de lengua invisible. Nada de todo esto se sitúa a la altura de la primera hora del film. Como comentario inmanente, El legado del diablo es también un film capaz de perfilar al grupo familiar como nido de una enfermedad sostenida en el tiempo, neurótico y dedicado al bienestar propio, aun cuando esto le suponga el castigo y la represión sobre sus integrantes. Cuando alguno de ellos decida salirse, tal vez sus acciones no hagan más que continuar una misma inscripción casi genética, hereditaria, sujeta a un pacto con fuerzas tan extrañas como las que significan ciertos mandatos que siguen vigentes, aun en ausencia de sus responsables.
El jueves pasado se estrenó una cinta de terror inusual en los cines de Argentina y una de esas películas de la cual todos van a estar hablando este año, El legado del diablo (Hereditary), ópera prima de Ari Aster. El film sigue a Annie (Toni Collette), casada con Steve (Gabriel Byrne) y madre de Peter y Charlie. Viven en una casa antigua y ella pasa la mayor parte del tiempo haciendo maquetas y pequeñas figuras por encargo. Cuando la abuela de los chicos fallece, su pasado comenzará a invadir las vidas de la familia, afectando especialmente a Charlie. Todos los años se estrena una película de terror que quiere definir el género. En un momento fue Te sigue, después fue Huye!, el año pasado fue Vienen de noche y hace unos meses tuvimos el estreno de Un lugar en silencio. El hecho de que el género se esté fusionando con otros estilos demuestra que hay nuevas y frescas ideas, especialmente, de directores primerizos. Ari Aster, que debuta en su primer largometraje con El legado del diablo, conforma una película que se apoya en el drama de una familia que se enfrenta al constante acecho de la muerte y que en el medio de todo esto se arma una subtrama espiritual que, sin darnos cuenta, se intensifica al final de la historia. Tanto el drama como el terror es sostenido por las increíbles actuaciones de Toni Collette y Gabriel Byrne. Cada uno en un extremo opuesto del dolor y la locura. Mientras que Byrne se toma con mucha paciencia y silencio el conflicto que lleva la familia, Collette estalla en su paranoia y control de los hechos. Hay mucho trabajo en el guion, desde las sutilezas de las maquetas y su doble sentido, hasta los pequeños guiños y apariciones de personajes que irán reforzando la idea final. Se podría criticar que demora demasiado tiempo en contar su historia y que el final es un poco predecible para el espectador (aunque no para los protagonistas). La dirección también es de un gran carácter. La cinta pasa de mantener la tensión en el fuera de campo a explícitamente mostrar la violencia sangrienta en el final.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La opera prima de Ari Aster no apela a recursos cliché, sino que ofrece un estilo de terror pocas veces visto en el cine, generando climax que no sobresaltan pero que impactan visualmente. No es fácil hacer una película de terror exitosa, el miedo es un sentimiento difícil de transmitir a la audiencia. Cada persona tiene algo distinto a que temer y quienes consumen mucho material de terror terminan generando acostumbramiento a las recetas repetidas (entonces ya no van al cine a experimentar miedo, sino a ver una hora y media de muertes y persecuciones creativas) de forma que que los fanáticos que ya no se asustan con tanta facilidad tienen que recurrir a formas más fuertes o distintas para sentir miedo, ya sea con videojuegos, libros, cortos, creepypastas o formatos afines. Ésta película trae un aire de originalidad al género que no percibo desde hace tiempo, asusta, perturba y angustia. El argumento no se presenta de inmediato, sino que hay que descubrirlo a medida que avanza la película y luego de terminada esta, todavía no se entiende del todo, siguen quedando cosas por descubrir y entender (Uno incluso puede ver artículos o videos en youtube con la explicación más completa de la trama) lo cual la hace muy interesante para aquellas personas que disfrutan de analizar películas, ver a fondo sus aristas, buscar detalles en el fondo de las escenas o incluso elaborar teorías. Las personas que solo buscan una película para pasar el rato también la podrán disfrutar si la entienden a fondo (o casi) a la primera vez que la ven, pero no creo satisfagan sus expectativas. Todo el filme se encuentra atravesado por un aire siniestro, malvado y estresante similar a los títulos mencionados. El director se tomó su tiempo para contar la historia: con dos horas de duración es más larga que las películas convencionales de terror (No apta para impacientes) y durante casi todo este tiempo logra transmitir una profunda sensación de angustia, en una parte por las situaciones que atraviesan los personajes y por otro lado por las excelentes actuaciones de los mismos. Debe destacarse el papel de la madre (Toni Collette), quien realiza un trabajo de composición impecable. Pocas veces podemos ver interpretaciones tan convincentes y profundas en un género que apela más a mostrar sangre o gritos que buenas actuaciones. De los rubros técnicos, además del diseño de producción impecable, maquillaje e y los efectos especiales, pocos pero determinantes, el sonido tiene un protagonismo que se aprecia a la perfección en el cine, donde la tecnología de sonido 3d nos sumerge de lleno en la historia. Es el primer largometraje del director Ari Aster, y definitivamente el mundo del horror quedará a la espera de sus nuevos proyectos.
Crítica emitida por radio.
Qué feo que es cuando una gran película descarrila en la recta final. Hereditary no es el primer ejemplo de esto (que vengo viendo bastante seguido en los últimos tiempos), pero tampoco será el último. Si uno lo ve en retrospectiva, lo que hace Hereditary es cumplir la premisa inicial – escondida, camuflada en el libreto -, pero termina por irse al garete a la hora de concretarla. En el medio hay un sinfin de desvíos posibles – apasionantes, horripilantes – que el guión evade… ¿para llegar a esto?. Si no fuera por esa media hora final, yo pondría a Hereditary entre los mejores filmes de terror del año y hasta me animaría a postular a Toni Collette para un Oscar. El elenco es súper sólido pero Collette es una fuerza de la naturaleza, sutil cuando se precisa, y explosiva en el momento mas inesperado. De todos los caminos posibles, Hereditary toma el mas estúpido. Es una macana porque la primera hora es una exquisita obra de terror kubrickiana. La madre de la Collette ha muerto y ella no logra hacer el duelo porque la mina era mala y retorcida, y en los últimos tiempos – cegada por la demencia senil – era un peligro ambulante que hasta intentó acuchillar a su nieto. La cabeza de la Collette funciona de maneras extrañas para lidiar con el duelo – como ella es una artista de renombre especializada en miniaturas, hace maquetas de su madre postrada en su lecho de muerte, o apareciendo en la puerta de su cuarto a medianoche -. Todo el tema de las maquetas es escalofriante porque te da la impresión de que el filme va a rumbear por ahí – creo que hay un episodio parecido de la serie Galería Nocturna -, donde ella ve cómo el fantasma de su madre deambula por la casa a través de los muñequitos que se mueven por las recreaciones de juguete de la casa. Incluso el director cambia de planos – por ejemplo, amanece en la casa – y vos lo que ves no es la casa real sino una miniatura de la Collette, con arboles y todo. Es como un juego de dimensiones, donde no sabés si lo que pasa es en la casa o en la maqueta. Para colmo el espíritu ambulante de la vieja va dejando señales y Collette de manera enfermiza las escribe en las paredes de la casa que viven. Si ese fuera el único problema… el drama, por otro lado, es que la familia es disfuncional y viven en una casa espantosa. Todo es deprimente, de colores opacos y madera barnizada, oscuro, apagado, sin vida. Al director le encantan los corredores, los planos simétricos y jugar con la luz, incluso la nena (Milly Shapiro que, no quiero ser malo, te da la impresión que tiene alguna enfermedad deformante porque definitivamente no tiene un rostro normal) tiene visiones y costumbres raras como coleccionar cabezas de pájaros muertos (¿alguien dijo Hotel Overlook?). El pibe (que lo venden como hijo natural pero Alex Wolff – el de la última de Jumanji – tiene mas pinta de hindú que de hijo de la Collette y Gabriel Byrne) es un fumón y calentorro de aquellos, y al ir tras una piba, accede (ordenado por Collette) a llevarse a su hermana a una fiesta. El drama es que la nena es rara, es alérgica, come algo que no debe y Wolff sale pitando hacia el hospital… justo cuando ocurre algo desgraciado que es por lejos la escena mas shockeante del filme. La Guerra Fria, la Segunda Guerra Mundial, proyectos faraonicos argentinos... todo eso esta en HistoriaDeCulto, el portal sobre historia argentina y mundial del siglo XX Toda historia de fantasmas puede ser reinterpretada en terminos sicológicos – tu mente te engaña y te hace ver cosas que no existen para poder lidiar con un drama real que te tortura – y acá el director Ari Aster toma prolija nota del detalle. La Collette, en un momento, explica cómo las enfermedades siquiátricas abundan en la familia, y cómo su hermano, su abuela y su padre se chiflaron y se suicidaron. Como no hay dos sin tres, la explicación mas racional es que la Collette – ante la avalancha de muertes que acumula su familia – terminó por trularse, imaginacosas y hace cosas mas raras aún. Hasta ese momento el filme va genial, y uno puede decir que el tema de la pelícuka es gente real, con problemas, que no sabe lidiar con el duelo y termina enloqueciéndose e imaginando cosas. El problema es que – como decía mi abuelo – si empezás con vino, tenés que terminar con vino, no con vodka y tragos estrafalarios, porque sino la mezcla te pega mal en la cabeza… y algo así es lo que sucede con la historia. (alerta spoilers) Si Aster ha estado construyendo un drama tremendamente realista y posible, atado a la Tierra con todos los pies en el suelo, la introducción con calzador de un festival de shocks baratos, cosas físicamente imposibles y leyendas paganas suena a un escupitajo en la cara del espectador. La última media hora está tan plagada de momentos WTF que ni aún la bravura de la Collette puede salvar a que el filme decida lanzarse al precipicio (fin spoilers). Aún con el horrendo final (por lo mal escrito, no porque sea aterrador) Hereditary me resulta recomendable. Tiene muchos buenos elementos, desde las perfomances hasta el clima y el principio de la historia. Lastima que el director se pasó de cocción y de condimentos y terminó arruinando algo que amenazaba ser una pequeña obra maestra, ya que la primera parte estaba construida como los dioses. Una lástima ya que pocas veces se ve una combinación de elementos en estado ideal y una idea con mucho potencial para convertirse en algo genuinamente aterrador.
A poco más de un año de su estreno en el Festival de Sundance, Hereditary ya es un clásico, cosa que no puede decirse de ninguna de las nominadas a mejor película. Al igual que ocurre con la notable novela de terror gótico Los elementales (La Bestia Equilátera, 2017), la muerte de una abuela matriarcal funciona como disparador para narrar la historia de la desintegración psicofísica de una familia “tipo”. Entre el terror y el drama familiar, entre el miedo y la angustia y en sintonía con El bebé de Rosemary (1968) y la más reciente The Babadook (2014), la ópera prima de Ari Aster va del duelo al delirio, de la sugerencia al gore puro y duro y presenta a una Toni Collette descomunal que merecía, al menos, una nominación como mejor actriz. Incluso siendo una ficción tremendamente ambiciosa, Aster logra un soberbio manejo de los recursos técnicos y narrativos para hacerse un merecido lugar entre los clásicos del terror psicológico y también sobrenatural.
Los placeres de lo macabro Estas películas son las que me ponen contento! "Hereditary" demuestra no sólo que el cine no está perdido, sino que el género del terror no se gastó aún todos sus fichines. Cuando uno creía que ya no había nada de calidad en este género, llega una nueva ola de proyectos que devuelven las esperanzas y nos hacen asustar como cuando teníamos 10 años. Los productores de la excelente "The Witch" nos traen esta historia de posesiones, sí, de posesiones, algo que hemos visto hasta el hartazgo, pero no de esta manera, no con esta crudeza y pericia para hacernos sentir que estamos hipnotizados por algo que no deberíamos estar viendo ni disfrutando. La historia se centra en una familia disfuncional que a la mirada rápida es como cualquier otra, con la diferencia de que esconde un legado del que resulta difícil escapar. Los 4 personajes principales son exasperantes en su propia forma. Annie (Toni Collette), la madre, es una artista escultora de miniaturas con muchos traumas de haber crecido en la familia en la que se crió, Steve (Gabriel Byrne), su esposo, es el que parece más normalcito de la familia pero con una actitud super pasiva hacia los demás miembros del clan, luego tenemos al hijo más grande, Peter (Alex Wolff), que es un joven que parece tener muy pocas aspiraciones en la vida más que fumarse todo lo que encuentra, y por último la hija menor Charlie (Milly Shapiro), una niña con muchos problemas de sociabilización y de salud. Vendrían a ser una especie de Simpsons de la depresión. Todo comienza con la muerte de la madre de Annie. A partir de este acontecimiento, se empiezan a suceder una serie de hechos extraños que incluyen muertes de animales, visiones, accidentes fatales y la aparición de algunos personajes extraños que parecen estar vigilando a la familia. Los hechos se van tornando más graves y difíciles de ver a medida que va pasando el metraje hasta que el momento del desenlace final termina siendo una tortura exquisita. El primer elogio que se le puede hacer a este film es el timing del director para ir llevando al espectador hacia lo más hondo del infierno. La dinámica del film aliena, hipnotiza y mantiene al espectador consumiendo de esta droga infernal que sabe va a darle pesadillas en la noche pero importa... vale la pena el martirio. Las escenas están muy bien concebidas y filmadas, sin grandes efectos especiales pero con mucha vocación. Otro elogio va para las inerpretaciones, sobre todo la de Collette... ufff, ¡qué actriz de terror grosa que es! No hace acordar a su rol de "Sexto Sentido" pero acá se supera ampliamente. Otro elemento muy positivo es la crudeza con la que se van mostrando los sucesos. Cuando uno piensa... "no se van a animar a esto...", te sorprenden y te muestran una secuencia salida del mismísimo infierno. Una película para sufrir con gusto y creer nuevamente en el cine de terror de calidad. Super recomendable.