Un mundo de silencios Basada en hechos reales, la película aborda un tema delicado como el Autismo y lo hace a través del cambio que sufren las relaciones y los vínculos familiares cuando una persona del hogar padece este síndrome. Con una mirada realista, el director Rodolfo Carnevale narra los avatares que enfrenta un matrimonio (Eduardo Blanco y Patricia Palmer) que vive junto a su pequeño (Túpac Larriera) y Pilar (Ana Fontán), su hija de 26 años que sufre esta discapacidad. La trama se mueve entre el ámbito cotidiano alterado por estas circunstancias y el mundo interno de Pilar, plasmado con tono fantástico e idílico al que sólo ella tiene acceso. Los personajes atraviesan crisis de toda índole: la pareja entra en un paréntesis afectivo y las conductas de Pilar también repercuten en su hermano menor. El complicado panorama los lleva a plantearse un dilema: cuidar a Pilar en la casa o internarla, una solución viable pero no compartida por su madre. El Pozo radiografía con sumo cuidado las múltiples facetas que presentan los personajes centrales y agrega otros, pertenecientes a otros ámbitos: el compañero (Ezequiel Rodríguez) de Pilar que también sufre otra discapacidad; su madre (Adriana Aizemberg); la psicóloga (Dora Baret) y la directora del Instituto (Norma Pons). Bajo una dirección adecuada, la creación de climas dramáticos impactantes y una correcta dirección de actores (Ana Fontán y Ezequiel Rodríguez muestran un gran lucimiento y se llevan los aplausos), El Pozo explora este rompecabezas familiar cuyas piezas irán tomando forma a partir de un mundo de silencios y de búsqueda de respuestas que no siempre aparecen. El mismo mundo cuya realidad muchos desconocemos. El amor en todas sus formas dice presente en esta película que también se permite una fuga y algún toque de humor para descomprimir la tensión de la trama.
En principio, cabe aclarar que comparto el propósito de esta película. Creo, como los realizadores y quienes participan, en la importancia de informar sobre el tema del autismo. Sin embargo, no puedo dejar de lado que lo que hacemos aquí es hablar sobre una película, sobre cine, más allá de la intención que haya detrás de su origen. Nuevo opus de Rodolfo Carnevale, quien aborda la problématica de una enfermedad y su impacto en el núcleo familiar. Pilar (Ana Fontán) es una chica autista, cuya edad ronda los 20 años, que vive con sus seres queridos: padre (Eduardo Blanco), madre (Patricia Palmer), y hermano menor (Túpac Larriera). La trama presenta eso, un cuadro vincular y sus redes evidentes, girando lo que le sucede a la protagonista en su intento por acercarse a los demás. Podría decirse que es, en definitiva, un testimonio sobre la convivencia con alguien que posee capacidades diferentes, el “abismo”, como lo describe la propia madre, y el caos general en el que se sumerge este núcleo en crisis. El hermano no puede tener amiguitos, la pareja de los padres está en un momento delicado, y la agobiada madre, que pone todo lo que tiene y más, tiene su vida personal paralizada por los cuidados que le requiere Pilar. Quien más se destaca desde lo actoral es, justamente, Patricia Palmer. El problema con El Pozo es, por un lado, los trazos que construyen la historia. Por algunas deficiencias del guión, hay poco que sostenga un relato que profundice en la historia familiar y cómo se fueron encadenando los acontecimientos en el pasado. Por otro lado, si bien el objetivo es en cierto sentido pedagógico (hay que saludar esta intención), deja abiertas muchas más preguntas que las que responde sobre el autismo. Y es que se mezcla esta patología con otras, y recién a la hora y media de película, la madre aclara que además de autismo, Pilar padece un severo retraso mental. Las visitas a la psiquiatra sólo debaten qué medicación debe tomar, y no si hay terapias que puedan ayudarla. Basada en una historia real, el caso de la protagonista está bien alejado del de otra película que abordó el tema, como fue "Rain Man". Esto no es menor, ya que, probablemente el común de las personas crea que todos los autistas tienen alguna capacidad increíblemente desarrollada, cuando en realidad eso le ocurre sólo a un pequeño porcentaje. Sin embargo, tampoco se aclara que hay distintos grados de autismo, y que algunos chicos logran comunicarse, y hasta asistir a la escuela. Es decir, se plantea un caso opuesto al de aquél clásico con Dustin Hoffman, pero no se informa tanto como se pretende. El devenir de los hechos evidencia debilidades, en la caracterización de ciertos personajes. El padre queda casi demonizado como quien no se hace cargo, y sólo quiere desaparecer del cuadro de conflicto. Y la directora del instituto (Norma Pons), que en una escena parece una malvada carcelaria, en la siguiente está más cerca de una envejecida Mary Poppins cantando con los chicos del internado. Todo esto desdibuja el propósito de la película. Podrá hacerlo como disparador, pero no desde lo fílmico. La calidad tampoco ayuda, no hay demasiado cuidado de los planos, ni uso de la cámara, algo que podría haber hecho del film un producto aunque sea bello estéticamente. Las estadísticas indican que los casos de autismo en el 2006 eran 1 cada 150, y de cada 4 varones, una nena. En el 2012 aumentaron a 1 cada 88, y cada 5 varones una nena. Más allá de que la película no sea muy afortunada como hecho cinematográfico, es innegable que la intención es noble, que el tema es importante, y que hay que hablar de autismo.
Tu mundo y el mío Rodolfo Carnevale debuta en el cine, luego de su logrado corto Aporía (2009), con un tema no muy común como lo es el autismo y las consecuencias de la enfermedad, no sólo en aquel que la padece sino en el núcleo familiar. El Pozo (2011) es un film difícil pero esperanzador que como un vómito catártico le sirvió a su director para contar un conflicto vivido en carne propia. Una familia tipo, compuesta por un matrimonio y sus dos hijos, descubrirá que la mayor padece de autismo y parálisis cerebral. Qué es lo que pasa en el seno de esa familia a partir del hecho es lo que cuenta el film. Un terreno escabroso, difícil de peregrinar, pero no imposible, es lo que Carnevale retrata en una ópera prima cargada de buenas intenciones y actuaciones para destacar. El Pozo es un film cásico desde lo narrativo. Su estructura dramática tiene más que ver con el cine de Alejandro Doria que con el denominado NCA, aunque Rodolfo Carnevale sea un egresado de la FUC. Toda la carga está puesta en los textos que toman vida en las muy buenas actuaciones de Patricia Palmer y Eduardo Blanco como los padres de esa familia que lucha por seguir viviendo de manera normal a pesar de la enfermedad de uno de sus miembros, pero sin duda los mayores aplausos se los lleva Ana Fontán, como la joven autista. Una actuación soberbia en la que se ve todo el histrionismo de la actriz que ya es una de las revelaciones del año. También hay que destacar a Ezequiel Rodríguez y Túpac Larriera quienes logran junto a Fontán darle al relato la fuerza dramática necesaria. En la historia no se apela al golpe bajo, si bien de por sí el tema lo es, aunque si hay mucha verdad que por ahí molesta, y que para algunos puede resultar innecesaria. Pero lo cierto es que el tema amerita que se muestre y se diga lo que es y como se lo vive, sin máscaras ni mentiras. Si la mirada hubiera sido de un realizador no involucrado se pudiera cuestionar el modo de reflejar el hecho, pero al ser parte de la problemática uno ya sabe que lo que cuenta es su propia visión y experiencia, asi que nada estará de más y todo será verdad, aunque duela. Si Rain Man (1988) tocó allá por los años 80 el tema del autismo con un tono más condescendiente y superfluo, Rodolfo Carnevale lo trata desde el lado opuesto. Toma el costado más difícil, el menos banal, el más profundo para acercarnos a un tema que muchos desconocen por ignorancia, con la visión de un director que es parte de esa historia y que lo lleva al cine como desahogo personal pero también para romper con el prejuicio y el tabú.
Existen realidades que nos resultan incomodas, dolientes y difíciles. Hacia esas realidades es difícil voltear la mirada y hacerles frente. El film El pozo de Rodolfo Carnevale, nos entrega justamente esa visión y nos ayuda a acercarnos a ese mundo casi inexplorado por el cine que es el autismo. Si bien existen películas sobre el tema (Rain Man, Nell, Testigo en Peligro, Yo soy Sam, Su nombre es Sabine, etc.) siempre la mirada suele ser ligera , casi sin intentar adentrarse en este mundo que nos exige comprometernos con su realidad. Este pedregoso camino es el que recorre el director para narrarnos en primera persona como esta patología afecta el núcleo familiar del niño autista. La historia personal del director fue el móvil y el norte para que esta mirada resulte franca y creibledado que su hermano padece esta patología. Su estreno viene precedido por el reconocimiento obtenido en el Festival Internacional de Cine y Video Independiente de New York donde gano seis premios (mejor película en lengua extranjera, mejor director, mejor actriz, mejor actor, mejor música y el premio del público) El film nos narra la historia de Pilar (una soberbia Ana Fontán) una joven de veinticuatro años cuyo cuadro ha sido diagnosticado hace veinte. Junto a ella tenemos personificados en su familia las diversas reacciones que la sociedad manifiesta frente a su realidad : su madre (Patricia Palmer) amorosa y comprensiva la cuida con un esmero y desgaste notable, su padre (Eduardo Blanco) tal vez menos tolerante plantea la necesidad de una internación , su hermano menor (Tupac Larriera) ve limitada su vida social frente a los recurrentes ataques de Pilar. Luego de mucho dialogo se decide la internación de Pilar en un instituto dedicado al tratamiento de su patología donde Pilar empezará a tener contacto con otros jóvenes que comparten con ella ese mundo onírico y distante . Los conflictos propios de su madre , hermano y padre saldrán a la luz acallados por los años de cuidado a Pilar y a su vez ella trabará una relación con otro joven del instituto, encarnado magistralmente por Ezequiel Rodríguez. El amor fraternal, los vínculos, la mirada de la sociedad, el desamparo, la esperanza y por sobre todo los sueños (particularmente los que Pilar vivencia cada vez que cae en el pozo que le da el titulo al film) atraviesan medularmente el relato de Carnevale. Sin concesiones ni generando empatía con sus personajes, mostrando la vida en su carácter mas crudo y real el film es un vivo retrato de como impacta este tipo de patologías en una familia con el paso de los años y tal vez en esto resida su mayor acierto.
La luz al final del túnel Escribir sobre una película tan singular y apremiante como El Pozo –opera prima del joven realizador Rodolfo Carnevale, con un guión basado en su propia experiencia familiar por tener un hermanito, Guillermo, que padece de autismo- se hace en extremo difícil. Por un lado, el desconocimiento general del síndrome de autismo, y por otro, la descarnada visión que nos presenta Carnevale en un admirable tour de force, digno de encomio por su valentía y honestidad, tornan casi imposible la tarea de separar las aguas. Es decir, estamos juzgando (“comentando” sería mucho más justo y apropiado) una pieza cinematográfica por sus cualidades intrínsecas como propuesta estética y narrativa, pero el valor temático, de incuestionable peso y dureza, nos enfrenta a la disyuntiva de tratar de analizar separadamente ambos enfoques. Es lógico que así sea, porque Carnevale, desde un guión que le demandara años de ardua tarea profesional y un viaje emotivo desde su infancia hasta el presente, se hace cargo de hablar por aquellos que, de otra manera, no tendrían manera de expresar lo que produce, tanto en el paciente como en su entorno familiar directo, un síndrome complejo como el autismo, no siempre de temprana detección, muchas veces mal diagnosticado y erróneamente tratado. El más que apropiado título, El Pozo, sumerge al espectador, desde las primeras imágenes, en un universo que, de tan insospechado y poco divulgado, se vuelve incomprensible: la protagonista, Pilar, autista y con un grado de discapacidad cognitiva, sufre un episodio del mal que la aqueja. Pilar, la figura creada por Carnevale como única salida para enfrentar la imposibilidad de escribir, de modo alusivo directo, sobre su propio hermanito, se retuerce físicamente y su rostro se distorsiona en una mueca irreconocible. A medida que nos internamos en su historia, en su padecimiento y en el de toda su familia, llegamos a atisbar, tal vez a vislumbrar, que convivir con un paciente con síndrome de autismo puede, y de hecho lo hace, trastornar a los espíritus más bondadosos y ecuánimes. El entorno familiar de Pilar es el típico hogar de clase media: un buen pasar con un padre con un buen empleo, una casa bien puesta y confortable, y los medios económicos necesarios como para asegurarle a la enferma los cuidados médicos y personales necesarios. Pilar (nombre no elegido al azar, seguramente) tiene el afecto y la contención de sus familiares: sus padres, Franco (Eduardo Blanco) y Estela (Patricia Palmer), y su hermanito menor, Alejo (Túpac Larriera. Lo que Carnevale nos muestra, sin apelar a golpes bajos ni facilismos, es el gradual derrumbe, la caída en el abismo, si se quiere, de una familia que, llegado el momento de elegir, de tomar una decisión vital, debe pasar por una serie de crisis que testean su capacidad de resistencia, y también su gran capacidad de amar. En su desarrollo narrativo, El Pozo atraviesa espacios y situaciones inevitables: aceptación casi obligada, reacomodamiento ante la llegada de un hermanito para Pilar, los problemas que se suscitan en el chico, Alejo, a medida que va creciendo y comprende que su hermana es diferente, y el resquebrajamiento de la pareja ante sus divergentes posturas sobre la solución más adecuada y justa para todos. Se trata, en gran medida, por la seriedad del caso, de la disquisición entre institucionalización o no institucionalización del paciente, decisión que determinará el presente y el futuro de toda la familia. En el proceso de deconstrucción y rearmado de su historia familiar y de su propia vida, el director y coguionista Carnevale arremete, casi sin tropiezos, contra los obstáculos que surgen, inevitablemente, al lidiar de frente con una lacerante historia y con el modo más lúcido y efectivo de contarla. El resultado es encomiable, tanto por la labor de los protagonistas, en especial la madre (Palmer), el verdadero pilar y soporte de todo el entramado. Tal como sucede en la realidad (y no es simple conjetura, sino observación), en una familia es casi siempre la mujer la poseedora de mayor fuerza, de obstinación, casi, para sostener un peso que doblegaría a los espíritus más fuertes. En este Pozo narrado por Carnevale, la actriz Patricia Palmer se lleva los mayores lauros por su conmovedor retrato de una madre en constante tensión entre el amor por su hija y los tironeos simultáneos de un padre y marido, y otro hijo que también reclama, y necesita, tanto sostén como todos. En el exigente papel de Pilar, la actriz Ana Fontán parece haber hallado todos los matices necesarios para conmover sin apelar a estereotipos, y lo mismo puede decirse de Ezequiel Rodríguez, quien interpreta a un muchacho, de la misma edad que Pilar, autista él también. En el papel de Alejo, el hermanito menor de Pilar, Túpac Larriera se muestra convincente y provoca identificación y empatía, tanto en los momentos más dolorosos (cuando expresa, ante un grabador, que desearía no ser el hermano de Pilar), como en las instancias en que la vida ofrece un respiro a tanto dolor y sufrimiento. Con un buen manejo de tiempos y emociones, El Pozo cumple, ampliamente, con la meta que se propone: concientizar, conmover, y enseñarnos a no ser indiferentes. En suma: una película abrumadora, contundente, necesaria.
Una lección de vida Crudo drama sobre el autismo. Su valor didáctico supera al cinematográfico. Primero: el mayor respeto a Rodolfo Carnevale, por su coraje y honestidad para hacer una película –tarea siempre titánica- desde el dolor íntimo. El pozo , basada en su vida, gira en torno de la historia de su hermano (en esta ficción, una chica llamada Pilar) con autismo y un retraso mental. La finalidad principal del realizador fue crear conciencia. Si la crítica se limitara a juzgar este objetivo, la película merecería la calificación más alta. Pero, en el plano meramente cinematográfico, El pozo es irregular. Sus elementos son: una base de realismo crudo (por momentos, de trazos demasiado gruesos), un salpicado de secuencias fantasioso/subjetivas (en las que se transmite lo que siente Pilar a través de imágenes oníricas) y una resolución muy subrayada, moraleja para el alivio y el objetivo didáctico. En la primera parte, el filme se centra en el desgaste familiar. Eduardo Blanco interpreta al padre, un hombre agotado, evasivo, convencido de que el mal menor es internar a Pilar. Patricia Palmer es la madre, que suprime su vida para entregarse al cuidado de su hija. Su otro hijo es un adolescente que oscila entre la angustia, la vergüenza y la culpa. Otro eje del filme. En la segunda parte, menos consistente, crece otro personaje: un joven con parálisis cerebral, con el que Pilar irá vinculándose en un centro de tratamiento. En su intención por mostrar la realidad sin rodeos, Carnevale toma decisiones discutibles, como exhibirlo a él con los pantalones manchados de excremento, o a ella en brote, mientras la cámara baja hacia su entrepierna ensangrentada para mostrar lo que Pilar no comprende: que acaba de indisponerse. Hay líneas no sostenidas, como la de un enfermero (Juan Palomino) en una actitud que sugiere abuso, y excesos retóricos. Aclaremos: nadie cuestiona lo que se muestra sino, en todo caso, cómo se lo hace. Cuestiones de cine. El resto es noble, indiscutible.
Una acertada visión sobre el autista y su entorno familiar, con una magistral interpretación de Ana Fontán, en el papel protagónico El matrimonio de Franco y Estela (él, un importante ejecutivo, ella, una aplicada ama de casa), parece no tener demasiados problemas cotidianos. Sin embargo, y aunque ambos intenten ignorarlo, el sufrimiento ya se instaló en ese hogar ya que Pilar, su hija de 26 años, es autista. Esta situación rompe día a día con los lazos que desde siempre mantenía la pareja y, además, se convierte en un infierno diario para Alejo, el hermano menor de la muchacha, ya que sus amigos del barrio y sus compañeros de escuela le hacen objeto de burlas. Pero los consejos de una psicóloga (un buen trabajo de Dora Baret) harán que Estela acceda, entre la desesperación y la soledad, a una discutida internación. En esa casa de rehabilitación, Pilar conocerá a Román, un autista como ella, y ambos iniciarán una extraña amistad que, de alguna forma, podría ser la antesala del amor. El director Rodolfo Carnevale ( Con las manos de mi abuela, Génesis ) sabe mucho de este tema, ya que uno de sus hermanos es autista, y así logró ahondar en esta historia que penetra como un estilete en esa enfermedad ya no desde una mirada documental o médica, sino desde el núcleo mismo de sus problemáticas y particularidades, asumiendo los claroscuros de esa condición. Así, y dejando de lado el simple melodramatismo, el realizador relata una historia de vida que emociona, sorprende y concientiza sin apelar al golpe bajo y superando todos los clichés y malos entendidos que la ficción generó sobre el autismo. Relato sin duda emotivo, por momentos duro y siempre cálido, El pozo queda como una lección de cine tomando como eje central un tema del que muchos le vuelven la cabeza. Un elenco de notables intérpretes sostienen la trama, ya que tanto Eduardo Blanco como Patricia Palmer componen con honda sobriedad a esos padres dispuestos a hallar una solución a esa cotidiana pesadilla. Pero sin duda es la labor de Ana Fontán la que descuella en su personaje de autista, algo que hace con enorme convicción y profundidad. El resto de los personajes hallaron en Túpac Larriera, Ezequiel Rodríguez, Adriana Aizemberg y Norma Pons a esas criaturas que danzan en torno de la joven envuelta en su pequeño mundo y así, con todos estos atributos a su favor, más un impecable equipo técnico, el film logra emocionar y, por sobre todo, hacer comprender al espectador el dolor de aquellos que deben enfrentarse al autismo.
Un film con las mejores intenciones El cine como propósito didáctico explorando una historia compleja donde el autismo que padece Pilar (Ana Fontán) repercute en una familia. El cine buceando en el territorio de la medicina y escarbando en un drama familiar de acuerdo a las ideas y vueltas de los padres de Pilar (Eduardo Blanco y Patricia Palmer) y en la alterada paz interior de su hermano menor (Tupac Larriera). Una película como El pozo, opera prima del platense Rodolfo Carnevale, no merecería discusión alguna si no se tratara, simplemente o más que eso, de una película, una representación cinematográfica sobre un tema por primera vez abordado en la pantalla nacional. Es que la puesta en escena de El pozo es refractaria de la televisión de los años ochenta (los ecos de Nosotros y los miedos y Compromiso resuenan con bastante fuerza) donde los conflictos aparecían “afuera” para ser analizados por un espectador/televidente presto al debate y la discusión. En ese sentido, el personaje de Pilar “actúa” en un mundo paralelo, exhibido de manera enfática y sin misterios por la película, un universo ajeno al de la descomposición familiar y a las decisiones que tomarán sus padres. En efecto, ese mundo propio y personal de Pilar está mostrado de manera “realista” porque así es el autismo, donde la película no deja ningún enigma suelto a través de imágenes y contenidos que se subrayan como si se tratara de un manual de medicina avanzada sobre un tema tan doloroso y de imposible curación. Por lo tanto, en la segunda mitad de El pozo desfilarán los guardapolvos blancos y las internaciones para la protagonista y hasta la posibilidad de que Pilar encuentre a un semejante. El pozo, intenciones aparte, articula su discurso desde los lugares comunes y las secuencias de inmediato impacto, emotivas y repletas de didactismo médico y familiar. Tan cerca de la verdad absoluta, tan lejos del lenguaje cinematográfico.
Una buena intención Con la clara intención de concientizar acerca de la problemática de personas con retraso mental, y en especial las circunstancias por las que deben atravesar sus familias, el guionista y director Rodolfo Carnevale construye una película por momentos publicitaria, incluso en su estética y puesta artística, y hasta inverosímil dentro de la historia misma. Pero afortunadamente cuenta con un elenco encabezado por el siempre eficaz Eduardo Blanco y la talentosa Patricia Palmer, quienes interactúan con una sobresaliente Ana Fontán, que compone a su hija autista con descarnado realismo. Franco y Estela viven con comodidad, gozan de un bienestar económico que tiene como contraste el sufrimiento por su hija Pilar, autista con retraso mental. Alejo es el hijo menor de la pareja, quien más sufre por el estado de su hermana ya que por eso no puede tener una vida social normal, llevar compañeros de la escuela a su casa ni escapar de las burlas de muchos de ellos. Ante el empeoramiento en la salud de Pilar se impone la toma de una decisión: internarla o no. El conflicto invade a la pareja y la consecuente elección deriva en situaciones que atentan contra el verosímil del propio relato. Poco rescatable en lo cinematográfico, "El Pozo" se destaca por sus actuaciones y el abordaje de una temática difícil que sin dudas debe tener su espacio dentro del mercado.
La ópera prima de Rodolfo Carnevale -sin vínculo sanguíneo con su colega Marcos- se propone, desde su misma génesis, divulgar sobre el autismo y los pesares no sólo de quien lo sufre sino también de su entorno. Allí están, entonces, la madre (Patricia Palmer), el padre (Eduardo Blanco) y el hermano menor (Tupac Larriera), todos girando en derredor de la enfermedad de la hija mayor, Pilar (Ana Fontán). No hay nada malo per se en la construcción de una historia como objeto pedagógico. El problema es cuando esa decisión nubla el mínimo cuidado requerido por las formas: el cine exclusivamente como vehículo antes que como expresión. Y ese es justamente el pecado principal -y letal- de El pozo, una película mal actuada (los llantos de la Palmer), construida casi en totalidad en primeros planos, narrada sin una escena de transición (los personajes siempre están “ahí”, nunca llegan, nunca se van, nunca caminan), repleta de subrayados sonoros (la música, voces en off) y que incluso esboza una línea argumental sobre el abuso sexual que, claro está, nunca se desarrolla.
Un drama sin un arreglo real La opera prima de Rodolfo Carnevale trata sobre una situación de quebrantamiento familiar, motivada por un trastorno de la hija mayor de veintiséis años, a la que su madre se niega a internar. La chica es autista. El autismo genera problemas de socialización y comunicación que afectan a los que lo rodean y enrarece el entorno educativo, familiar y la vida cotidiana en general. El problema se da especialmente cuando Alejo, el hermano menor, más allá de los problemas que a veces sufre con Pilar, se ve afectado por sus compañeros de escuela, que no entienden y se burlan de los problemas de su hermana. La madre deberá decidir el alejamiento de la hija mayor y la primera internación traerá más problemas para la familia. El director, que es hermano de un joven autista, se propuso hacer conocer una enfermedad no popularizada por los medios y que recién en los años ochenta comienza a difundirse entre el público en general. SIN EFECTISMO La película está cuidada estéticamente y los distintos problemas de discapacidad son presentados en forma respetuosa, eludiendo todo tipo de efectismo, sin generar golpes bajos. "El pozo" aborda la problemática de la discriminación por falta de conocimiento, el entorno escolar y cómo la escuela puede ayudar en una situación límite; así como ciertos problemas que se desencadenan ante la concurrencia en lugares de internación. Un equipo actoral de primer nivel se desenvuelve con naturalidad y eficacia. Desde la familia interpretada por Patricia Palmer, Eduardo Blanco, con el pequeño Túpac Larriera, hasta la amiga de la familia con un hijo afectado de un problema similar, papel a cargo de Adriana Aizemberg, pasando por las profesionales encarnadas por Dora Baret y Noemí Pons. Pero los que, realmente, se llevan todos los elogios son Ana Fontán como la chica autista y su amigo encarnado por Ezequiel Rodríguez, dos revelaciones de interesante futuro. Buen inicio profesional de Rodolfo Carnevale en un tipo de cine tradicional, de contenido social.
El Pozo narra la historia de Pilar, una chica autista, y su familia. Concentrándose, principalmente, en los conflictos que acarrea la enfermedad dentro del núcleo familiar, y la responsabilidades que implica para sus allegados, especialmente sobre los padres. A su vez, vale la pena destacar que el film refleja la historia de la familia del director Marcos Carnevale, dentro del marco de una ficción.
Verosímil acercamiento al autismo Conviene discernir adecuadamente entre la mayoría de los chicos autistas de la vida real, y ciertos personajes autistas estilo Hollywood, raros, destemplados, pero con notorias, comprobables y muy útiles capacidades diferentes. Por ejemplo, son capaces de contar al vuelo el total de fósforos que están cayendo de una caja. Pero solo existen en las películas. Y en alguna serie norteamericana. O en algunas especulaciones según las cuales el propio Leonardo Da Vinci era medio autista, y por eso era genio entero. «El pozo» no integra esa lista de películas. Su autor no nos pinta personajes hollywoodenses. Nos expone una criatura dolorosamente cercana a las que él conoce. Su hermano es así. Por eso, al hablarnos sobre una joven con ese sindrome, con marcado retraso mental y reacciones muy difíciles de manejar, nos expone también los conflictos familiares que el mismo acarrea. La madre sobreprotectora concentrada solamente en ella, el hermano que se siente abochornado ante los compañeros de la escuela, el padre a veces ausente, el aislamiento social, y también el cansancio, la irritación, el peregrinar por consultorios donde apenas pueden ofrecer paliativos, alguna contención, consejos difíciles de aceptar para una madre. Hay que internarla, le dicen. Interesante, la descripción del internado como un lugar donde los chicos pueden progresar, sociabilizarse y sentirse bien. Lo mismo, la conclusión a la que se llega respecto a las expectativas de los padres. Y algo novelesca, pero puede ocurrir, la anécdota de la escapada de una parejita para andar por el pueblo, precisamente porque se sienten mejor y más sociables. Conviene discernir, también, entre Rodolfo Carnevale, que recién hace su primera película, y Marcos Carnevale, que ya tenía larga experiencia cuando hizo «Anita» (dicho sea de paso, no son parientes). Digamos, acá hay varias cosas mejorables. Pero igual hay mucho de elogiable, y necesario. A destacar, el trabajo de caracterización de los jóvenes Ana Fontán y Ezequiel Rodríguez. Y la reaparición de Patricia Palmer en la pantalla grande. Para ver en otro momento, el trabajo de equinoterapia que acá apenas ocupa una escena. Y para tener en cuenta: según recientes estadísticas médicas, en Argentina cada 88 niños nace uno autista.
Abordando la temática del autismo en nuestro país, el debutante Rodolfo Carnevale propone un fuerte acercamiento a este síndrome y las consecuencias que producen en un seno familiar. El pozo presenta a una mujer joven, Pilar, que padece distintos trastornos de comportamiento producidos por el autismo, lo que ocasiona serios conflictos dentro una casa en la que su hermano menor tiene dificultades para aceptar la situación y sus padres se debaten entre la internación o el tratamiento hogareño. Finalmente la determinación que tomen ocasionará cambios sustanciales en sus vínculos y una evolución particular de la chica autista. El film no puede evitar caer en el melodramatismo y la sensiblería, con una narración lineal adosada con algunas imágenes fantásticas no muy logradas que intentan traducir la imaginación y los deseos de Pilar, y en las que surge el espacio profundo al que alude el título. El empleo de la sólo aceptable música de Pablo Borghi se torna excesivo y no ayuda a alcanzar los efectos deseados. El pozo, con correctas interpretaciones de un elenco de figuras y sensibles y esforzadas labores de Ana Fontán y Ezequiel Rodríguez, como Pilar y su compañero con dificultades motrices; puede atraer especialmente a aquellas personas vinculadas a estas problemáticas.
Antes que nada, este es menos un film que un intento de lograr la toma de conciencia por parte del espectador respecto del autismo y sus consecuencias, toda vez que está basado en hechos reales que tocan de cerca al realizador. Dentro de esos parámetros, la realización es correcta -salvo ciertos pasajes oníricos que resultan innecesarios- y ajustadas al tema que desarrolla el film. Un ejercicio didáctico al que no le falta nobleza.
Basándose en una historia real y tomando sus propias vivencias, Carnevale cuenta la difícil historia de Pilar, una chica autista de 26 años, y su entorno familiar. El tema principal pareciera ser la cuestión de un autismo jamás superado por la madre, pero el foco se va corriendo hacia la familia, ya desgastada por la dolencia, que se niega a bajar los brazos con sus altibajos y el dolor a cuestas...
Que el cine argentino pretenda contar una historia sobre el autismo es más que auspicioso, ya que se trata de una temática que casi no se aborda, y lamentablemente hay muchas personas que lo sufren. Pero que ese tema se termine convirtiendo en una especie de culebrón, y la historia haga agua por los cuatro costados resulta penoso y lamentable. Sobreactuada por momentos y con serios desconocimientos sobre el autismo (ver al pie la nota complementaria), “El Pozo” termina cayendo en lugares comunes, denotamdo una vez más que a los guionistas algo les está pasando a la hora de contar una historia. En definitiva “El Pozo” tiene como base a Pilar (Ana Fontán), autista desde los 4 años, en el momento de la narración ella tiene 26 años, a Franco, el padre (Eduardo Blanco), quien sostiene la conveniencia de su internación en un estableciminto apropiado para su adecuada atención, y Estela, la madre, (Patricia Palmer), quien se niega a que ello se concrete, situación que genera un distanciamiento en la pareja que aparentaba ser feliz. Mientras ello sucede Alejo (Túpac Larriera), el hijo menor, debe enfrentar problemas con las autoridades de la escuela y con sus amigos. Al sufrir ataques cada vez más frecuentes la situación de Pilar torna imposible la convivencia y la vida se transforma en un caos. Este conflicto que se desata en esta familia explotará de una manera muy convencional, hasta se lo llega a adivinar, lo que provoca en el espectador un desencantamiento para una historia y un tema que prometía. Lamentablemente “El Pozo” no llega a construir una idea más aproximada de lo que en realidad es el autismo.
El primer largometraje de Rodolfo Carnevale se arriesga doblemente, trata un tema arduo como el autismo y además habla del ser de su hacedor, inmerso en esa experiencia. por Carlos Folias En el mes de diciembre del año pasado dimos cuenta de la participación de la ópera prima de Carnevale en el Festival Internacional de cine de Nueva York "The New York Independent Film and Video Festival" y de los premios logrados en varias de las categorías: El Pozo multipremiada, asi como también su exhibición en la 8va. edición de Pantalla Pinamar en el mes de marzo. Ahora llega el momento, 19 de abril, de su estreno comercial. Si hablar de una diferencia, no la llamaré discapacidad por lo discriminador del término, es muy complejo, hablar de la diferencia y sus síntomas en el seno de la propia familia es una tarea de mucha valentía. El film de Rodolfo Carnevale realiza un detallado compendio de los avatares que sufre una familia que contiene en su núcleo a un niño autista y a la vez es un auto relato del yo, que en un tiempo imposible de medir en horas o años, modifica la vida cotidiana de todos los que atraviesan los sinsabores que la imposibilidad de comunicación con el ser querido produce, con la consiguiente angustia y necesidad de ayuda, porque siempre esperamos esa palabra que nos aliente a creer, a no bajar los brazos y a pensar que algo podemos hacer. Desde el punto de vista del desarrollo del tema, la película transita todos los momentos esperables y previsibles para estos casos pero no por ello menos dolorosos y necesarios de ser contados. Las escenas, por momentos marcadamente didácticas, cumplen su función de difusión de esta patología de la personalidad, sus posibles tratamientos y a la vez muestra las instancias por las que atraviesa la familia, como se afectan las relaciones entre sus integrantes, la repercusión en el afuera y los sentimientos y las distintas posturas que frente a la situación adopta cada uno en particular. Es evidente que como lo inefable es renuente a ser narrado de modo mimético o autobiográfico sin desvíos, el director decide colocar en el rol a una mujer (su hermano es quien padece autismo en la vida real). Pero cuando decimos que la película es un detallado compendio no nos referimos a que el cine de Carnevale sea un manual de cómo representar este drama basado en hechos reales sino que exhibe los pasos que invariablemente arman en su derrotero todos aquellos que lidian día tras día con un hijo diferente y con otro que llega al mundo y no comprende al principio esa imposibilidad de entrar al espacio fraternal y como ese universo puede ser angustiante hasta la asfixia. Y así como en Un milagro para Lorenzo (Lorenzo's Oil - G. Miller:1992 con S. Sarandon y N. Nolte) la tragedia del que jamás sería como el resto corroe por momentos la armonía familiar, el film de Carnevale transita esas fases y las que devienen en la dolorosa y recapacitada decisión de internar o externar a una Pilar, que no puede salir de su ensimismamiento y de enfrentar la imposibilidad de saber lo que hay dentro de ese círculo cerrado que es su pequeño cosmos. Desde el punto de vista cinematográfico, el director parece desplegar todos los elementos que tiene a su alcance, en especial una intensa edición, para poder incluir en los 120’ que dura el film todas las secuencias que considera imprescindibles. Algunos elementos, como la excesiva presencia de la música manipulando emociones, podrían haberse dosificado para darle más protagonismo a gran parte de las imágenes que por sí solas resultan contundentes. Si bien las actuaciones son desparejas y eso se evidencia en algunas secuencias, hay escenas muy bien logradas, principalmente en los roles de Patricia Palmer y Eduardo Blanco, que trasmiten orgánicamente las distintas instancias emocionales sin estridencias ni golpes bajos y en los intensos y por momentos conmovedores trabajos de Ana Fontán y Ezequiel Rodríguez. Es difícil establecer si el valor artístico se subsume bajo el valor pedagógico de una historia que nos debe interpelar no sólo desde la empatía que sentimos hacia los personajes y su lucha, sino hacia la concientización de una enfermedad que puede aparecer en cualquier sujeto y que considerando que no todas las familias acceden por recursos u otras cuestiones a la información temprana, al diagnóstico certero (muchas veces los padres emprenden derroteros interminables hasta que la palabra autismo se impone) es necesario conocer, indagar y por sobre todo mirar con atención. En el balance, ese binarismo arte/didáctica, se resuelve con acierto por la sensibilidad que necesariamente despiertan los actores de este drama que no debe sernos ajeno.
El abismo tan temido Hay películas en la historia del cine como “Rain Man”, “Forrest Gump” o “Mi nombre es Sam” que se han acercado a las anomalías mentales a través de guiones que priorizaron otros aspectos antes que la enfermedad, para narrar ante todo una historia sazonada de ingredientes ficcionales. No es el caso de esta ópera prima del joven realizador Rodolfo Carnevale, que sin ser un documental médico, se acerca al autismo desde una experiencia directamente personal. Con elementos cinematográficos, se busca reflejar las aristas más difíciles de un tema que se desconoce masivamente, aunque está presente en muchas familias que (como ocurre con el director) tienen algún miembro afectado por esta misteriosa enfermedad, donde no hay dos casos iguales, porque el autismo no tiene cura pero también puede y debe tratarse. “El pozo” quiere indagar frontalmente en la problemática y particularmente en la repercusión sobre las relaciones familiares. El argumento consiste en mostrar la convivencia de una chica autista -que ha pasado largamente los 20 pero vive con sus padres (Eduardo Blanco y Patricia Palmer), como si tuviese cuatro años-, ya que además padece de un acentuado retraso mental. La joven (interpretada soberbiamente por Ana Fontán), también tiene un hermano menor (Túpac Larriera), sin problemas de salud pero con dificultades en la sociabilización y el estudio. La trama es ante todo un testimonio sobre la convivencia con alguien diferente y el caos general en el que se sumergen todos los miembros de una familia. El film muestra la evolución de los vínculos, con sus idas y vueltas; la toma de conciencia de las limitaciones y los riesgos que necesitan de un espacio y una contención especial. El amor fraternal y filial, la mirada de la sociedad, el desamparo, la esperanza y hasta una dosis de humor y fantasía circulan por el relato, valiente, veraz, sin concesiones edulcoradas. Intimista y emocional A pesar de su tema ríspido, la película busca crear climas amables, cálidos e incluso introducir algunas partes oníricas similares a las ensoñaciones de la niña que cortaban el realismo agudo en “El laberinto del fauno”, intentando crear un lenguaje distinto para transmitir lo diferente. No es una película de tiempos lentos, tiene un ritmo narrativo propio de una estructura por ahí más industrial sin llegar a ser una obra comercial. Aunque Rodolfo Carnevale sea un joven egresado de la Universidad del Cine, su obra se acerca a lo clásico desde lo narrativo. La construcción dramática tiene más que ver con el cine intimista y emocional de Alejandro Doria que con el denominado Nuevo Cine Argentino. En el caso de esta ópera prima, logra desde lo actoral uno de los soportes más sólidos, donde se advierte un gran tiempo de preparación para llegar a esos personajes especiales, mucha investigación, horas de visitas a centros especiales para informarse, con energía y pasión. En cierto sentido “El pozo” tiene un tratamiento de película norteamericana, no a lo “Rain Man” (donde el autista tiene rasgos de genialidad) pero sí cercana a la de Nick Cassavettes (“My sister’s keeper”), que habla sobre los derechos de quienes conviven con una persona enferma y se calza todos los zapatos del grupo familiar. Son para resaltar las buenas actuaciones de Patricia Palmer y Eduardo Blanco, como los padres de esa familia que lucha por seguir viviendo de manera normal a pesar de la enfermedad de uno de sus miembros, aunque los mayores aplausos se los lleva Ana Fontán, como la joven autista. Una actuación soberbia, una de las revelaciones del año. Junto a ella, también se destaca Ezequiel Rodríguez, consolidando la intensidad dramatica que da su fuerza al relato. El film cuenta con el respaldo de las principales asociaciones vinculadas al autismo y se convierte en un fenómeno que trasciende al hecho meramente cinematográfico, donde los espectadores podrán encontrar una historia de vida que emociona, sorprende y concientiza sin apelar al golpe bajo. Más allá del incipiente reconocimiento nacional, en su reciente paso por el New York Independent Film and Video, festival de los Estados Unidos, este filme ha sido distinguido en múltiples categorías como: mejor película internacional en lengua extranjera, mejor director de largometraje, mejor actriz internacional (Ana Fontán), mejor actor internacional (Ezequiel Rodríguez), mejor música original (Pablo Borghi), y también ha recibido el siempre aspirado premio del público.
Es una historia basada en hechos reales sobre la familia del Director Carnevale que tiene un hermano autista que hoy tiene 26 años. Aquí muestra a la hija mayor de una familia que sufre de autismo y como es su entorno a partir de lo que ella genera. Narra cómo es la vida de un matrimonio: Franco y Estela (Eduardo Blanco y Patricia Palmer), que tienen dos hijos, Alejo (Túpac Larriera) de unos diez años y su hija mayor Pilar (Ana Fontán), una joven de 26 años que sufre el síndrome del autismo desde los cuatro años de edad. Esta guarda en su interior el deseo de ser bailarina, pero su condición no la deja expresarlo. Los integrantes de esta familia van sufriendo la crisis, el matrimonio sufre las dificultades y entran en conflicto cuando el padre quiere internarla y su esposa se niega, está familia rápidamente se va resquebrajando, Alejo, el hijo menor, tiene conflictos en la escuela, y con los amigos y compañeros de escuela, no puede llevar a nadie a su casa porque Pilar sufre ataques cada vez más frecuentes que tornan imposible la convivencia. Cada día que pasa es peor, se altera terriblemente su capacidad de comunicación y de las relaciones con todas las personas que la rodean, ya nada se sostiene, pese a la oposición de su madre terminan internando a Pilar, es la única forma que encuentran para poder vivir. Es una familia casi desecha, pero algo sucederá que cambiará el rumbo de la misma. El Director va intercalando la vida de Román (Ezequiel Rodríguez) quien sufre otra discapacidad; su madre Esperanza (Adriana Aizemberg) que también lucha para tenerlo junto a ella, contrata para ello a Carmen (Norma Argentina) pero esta no está capacitada para tal situación; ambas familias en forma paralela pero cada una por su lado consulta con la psicóloga Amanda (Dora Baret) y terminan en un Instituto, la directora está interpretada por Norma Pons y uno de los enfermeros es Martin (Juan Palomino). El Director tiene gran conocimiento sobre este tema tan complejo y lleno de interrogantes, en su vida personal es hermano de un joven con esta condición, este se convirtió en el inspirador y decidió exponer sus vivencias, es en parte como nace esta historia. Lleva a la reflexión e intenta ayudar a padres, hermanos, parientes, y aquellas personas que les interese este tema, la historia es muy dura, penosa y muy fuerte. Hay que tener algo de fortaleza a la hora de verla, pero tampoco uno puede esconder la cabeza, va metiendo a los espectadores a través de las imágenes y sus diálogos en el caso, intentando que conozcan y se interesen sobre este tema. El elenco se encuentra conformado por Eduardo Blanco, Patricia Palmer, Ana Fontán, Túpac Larriera, Adriana Aizenberg, Dora Baret, Norma Pons, Juan Palomino, Ezequiel Rodríguez, Maite Zumelzú, Gustavo Garzón y Natalia Denegri. Recientemente el 2 de abril en Argentina se conmemoro a nivel mundial el” Día de Concientización del Autismo”, en relación con esto se estrenó en Teatro el 13 de abril "Rain Man" con dirección de Alejandra Ciurlanti. Esta es la adaptación de la exitosa película que protagonizaron Tom Cruise y Dustin Hoffman, donde dos hermanos se conocen después de la muerte de su padre y uno de ellos es autista (afecta a uno de cada 88 niños).
BUENAS INTENCIONES Cuenta la historia de Pilar, una joven que padece autismo y un grave retraso mental. Y cuenta cómo estos aspectos repercuten primero en su familia y después en el medio que la rodea. El director ha informado que ha experimentado en carne propia este problema porque que tiene un hermano autista. Las buenas intenciones nunca están de más, pero no bastan. El filme muestra cómo esa familia se va deteriorando. Pero cobran demasiado protagonismo los ataques de la enferma y lo que pasa en el centro de rehabilitación. Patricia Palmer es lo mejor de un elenco que da vida a personajes mal delineados. El tema importa y técnicamente está bien hecha. Pero los golpes de efecto y los subrayados ayudan poco.
Publicada en la edición digital de la revista.
De entrada, vale la pena aclarar que a este cronista y al director del film, a pesar de portar idéntico apellido, no los une ningún lazo familiar y ni siquiera se conocen. El asunto se inspira en hechos y personajes reales. Franco y Estela, él ejecutivo, ella ama de casa, lucen en apariencia como un matrimonio sin problemas. Fieles a su rutina, pretender ignorar que Pilar, su hija de 26 años, es autista. Esta persistente negación irá estropeando los lazos afectivos de la pareja en una crisis que habrá que enfrentar. Alejo, el menor de la familia, se convertirá en objeto de burla por parte de sus compañeros de colegio, a causa de la conducta de su hermana. Los consejos de una psicóloga convencerán a Estela de la necesidad de una internación. En el Centro de Rehabilitación, Pilar conocerá a Román, un joven con parálisis cerebral y empezará otra historia. La hora del amor por caminos nada frecuentes. Conmueve sin golpes bajos.