El principe del desierto es un entretenimiento válido para no dejar pasar si te gustan este tipo de historias. Su estética nos lleva a sentir desde el comienzo que estamos viendo una película como "las de antes" con una buena historia que va a enganchar a todos aquellos que gustan de las buenas aventuras que no están basadas en enormes cantidades de efectos...
Un clásico film de aventuras Este relato de aventuras y acción, atravesado por una historia de amor, fue concebido con una estructura clásica por el director Jean-Jacques Annaud, el mismo que dio títulos como La guerra del fuego, El amante y El nombre de la rosa, entre otros. Cineasta refinado si los hay, Annaud apuesta más a la tradición familiar que conduce el relato que a la acción gratuita. La historia está ambientada en los años 30, en los Emiratos Árabes, durante el boom del petróleo. En medio del desierto se libra una feroz batalla y el ganador, Nesib (Antonio Banderas), emir de Hobeika, llega a un acuerdo de paz con Amar (Mark Strong), sultán de Salmaah, por el que ninguno podrá reclamar el territorio denominado la "Franja Amarilla". Como garantía del mismo, Nesib adopta a los dos hijos pequeños de Amar, Saleeh (Akin Gazi) y Auda (Tahar Rahim). La trama sigue a Auda y Saleeh, convertidos en jóvenes: el primero sueña con escapar de las manos de Nesib y regresar con su padre; mientras que Auda siente atracción por los libros y por la Princesa Leyla (Freida Pinto), hija de Nesid. La llegada del petróleo, las ambiciones y su decisión cambiarán los acontecimientos. Rodada en Qatar y Túnez, El príncipe del desierto es una producción de gran despliegue artesanal, en su concepción visual, en sus escenarios, en la dirección artística y en la cantidad de extras que participan. En ese sentido, el film prescinde de todo artificio digital para aportar realismo. Este cuento, desarrollado entre arenas y camellos, presenta conflictos familiares (hijos adoptados que quieren cambiar su destino y el de su gente); misterio (la princesa que espía desde su reclusión y sigue los mandatos de su padre); contraste cultural (la riqueza y el poder versus la postergación de los pueblos) y obstáculos que se les presentan a los protagonistas (la falta de agua y la ansiada llegada al mar). El reparto se muestra sólido con Tahar Rahim a la cabeza, quien encarna al joven que desatiende los mandatos, se lanza a la aventura, se reencuentra con su hermano y hasta se enamora. Por su parte, Antonio Banderas entrega un Nesib medido, casi en un segundo plano, pero con una presencia que convence.
Con arena en mis ojos… El veterano francés Jean-Jacques Annaud -en cuya primera etapa de filmografía pueden encontrarse gemas como El Nombre de la Rosa, basada en la novela de Umberto Eco, El Oso, y la extremadamente sensual El Amante- incursionó, con el correr del tiempo, en otro tipo de relatos de carácter épico (emulando a David Lean quizás), y así logró altibajos entre la olvidable y aburrida Siete Años en el Tibet (filmada en Argentina), en contraste con la bien lograda Enemigo al Acecho. Annaud no estrenaba un film en nuestro país desde hacía 11 años.
"Lo que no saben es que estos minutos los impulsarán miles de años hacia adelante. Será un progreso en el vacío" (Werner Herzog, Ten Thousand Years Older, 2002) Sin la fuerza de sus producciones de fines de los años '80 a Jean-Jacques Annaud se le ha ido perdiendo el rastro, un desdibujamiento que se hace manifiesto solo con comprobar que su mejor realización de los últimos tiempos, Enemy at the Gates, ya lleva once años de estrenada. Con Or Noir el francés se adentra una vez más en una historia de época como aquellas que han sabido darle prestigio, aunque esta vez lo haga con menor tino y mayor infantilismo, algo que se ve potenciado por el título poco fiel que ha recibido en Argentina. Previo al boom del petróleo en los años '30, los estados árabes viven sumergidos en un retraso técnico que los ubica siglos por detrás de las potencias mundiales. En manos del realizador, este encuentro entre ambos hemisferios facilita una firme oposición entre tradición y progreso que no en todo momento es abordada con el mejor criterio. Para el caso, se abre la apreciada posibilidad de filmar a ejércitos árabes de vestimentas clásicas, portando armamento moderno e incluso conduciendo tanques. El problema es que el corazón del film de Annaud, el choque de culturas, implica solo una mirada parcial y tendenciosa, el mundo musulmán visto y juzgado a través del cristal de Occidente. Al mismo tiempo que hace avanzar a la película, esta elección simplista revela los hilos de la producción, dando voz a ciertos cuestionamientos a la Torá o a las costumbres que difícilmente pudieran tener origen en hombres anquilosados en la tradición. Las vastas extensiones desérticas y el uso de abundante luz natural, ofrecen una impecable fotografía, destacable aspecto al que se debe sumar el cuidado en el tratamiento de vestuarios y escenarios. Mark Strong, por otro lado, se impone como la cara más apreciable de una realización de interpretaciones irregulares, al mismo tiempo que se confirma como una presencia cada vez más convocante a la hora de dar vida a personajes complejos. Fuera de esto, el film sigue un lento derrotero de obviedades a lo largo de unos extensos 130 minutos, perdiéndose en algunas escenas estiradas, como la de los personajes al borde de la muerte por deshidratación, la cual tiene una resolución propia del más aniñado Disney, que no tienen ningún peso para la trama. Annaud ofrece un film de distintas líneas argumentales que conduce en forma desacertada, exudando un marcado optimismo y la certeza de que se podía haber entregado algo mejor con tantas herramientas a disposición.
En las arenas del cine El príncipe del desierto (Black Gold, 2011) viene a desarrollar la historia del personaje del príncipe Auda, líder de las tribus revolucionarias del desierto. Personaje que, en Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), interpretó Anthony Quinn. Auda y su hermano Ali son entregados por su padre, el Sultan Amar (Mark Strong), al Sultan de la tribu contrincante Emir Nesib (Antonio Banderas) como forma de sellar un pacto territorial: el Cinturón Amarillo no sería de nadie. Cuando un grupo de texanos arreglan la explotación petrolera de la zona con Nesib, comienzan los conflictos con la tribu enemiga. Auda y su hermano quedan en medio de la disputa territorial y deberán tomar decisiones trascendentales para uno u otro bando. El nuevo film de Jean-Jacques Annaud (El nombre de la rosa, Siete años en el Tíbet) viene a retomar la tradición épica de batallas libradas en el desierto, que supo tener su punto cumbre con la película de David Lean, Lawrence de Arabia en 1962. El personaje Auda, aquí interpretado por Tahar Rahim, dista del enaltecido por Anthony Quinn. Mientras que aquel personaje se caracterizaba por su rudeza y costado salvaje para contraponerse al civilizado –y afeminado- Lawrence de Peter O'toole, el protagonista de El príncipe del desierto es un personaje bueno y noble. El film comienza tiempo antes de los sucesos desarrollados en Lawrence de Arabia, y mostrará como el príncipe Auda se convertirá en líder revolucionario. La película que tiene lapsos muy bien logrados, no llega a desarrollar algunos temas puntuales que transita pero deja en la superficie. Temas quizás más interesantes que el conflicto de lealtades y traiciones entre tribus que plantea. Cuestiones como la invasión de occidente y sus quiebres en la cultura oriental a partir de la comercialización del petróleo (el oro negro del título original), quedan relegadas a lo anecdótico. El film menciona el conflicto en lo discursivo pero rápidamente pasa por alto el tema. Estas decisiones temáticas marcan la diferencia entre un buen film y un gran film, ligándose El príncipe del desierto a la primera de las opciones y, perdiendo la oportunidad histórica cinematográficamente hablando, de dejar la huella en el desierto.
Arenas movedizas cinematográficas. El príncipe del desierto es un relato épico de la vieja usanza, donde poca participación tienen los efectos especiales ni las animaciones computadas el film fue realizado en Túnez y Qatar. Básicamente el film narra la historias de dos familias enfrentadas por su concepción de las tradiciones y del avance de las tecnologías. Allí por los años treinta Nesib, Emir de Hobeika (interpretado por Antonio Banderas) es ganador en una batalla entre familias rivales, se impone una tregua, llevada a cabo a través de la adopción por parte del vencedor de dos de los hijos de su oponente Amar, el Sultán de Samaah (en la piel de Mark Strong). Entre ambas familias acuerdan la paz en la zona límite de ambos reinados la cual no deberá ser explotada por ninguno de ellos. Menudo problema se plantea al llegar los petroleros norteamericanos y anunciarles que esa zona es plausible de explotación petrolífera y traerá con dicha actividad la riqueza y el progreso a sus habitantes devastados por los avances del cólera. Nesib no duda en comenzar las excavaciones, desatando entonces la lucha con la concepción de las tradiciones y el progreso que sostiene Amar. Las negociaciones deberán iniciarse entonces incluyendo las mismas el matrimonio entre uno de los hijos de Amar el Príncipe Auda (en la piel del interprete de Un profeta Tahar Rahim) y la bella hija de Nessib la Princesa Leyla (encarnada por la bella Freida Pinto). Más allá de este tibio intento por conciliar posiciones la guerra esta planteada y en las arenas del desierto se enfrentarán no solo hombres contra hombres, sino concepciones sobre la familia, las tradiciones, el progreso y en definitiva sobre la vida misma y los diversos elementos que la componen El film tiene todos los ingredientes para ser una interesante aventura épica, sin embargo algo se queda a mitad de camino. Tal vez la interpretación realizada por Antonio Banderas que termina siendo más un pícaro Emir, con tonos burlones que un personaje mas enmarcado en su situación roba dramatismo a la situación. La atractiva Freida Pinto demuestra que a veces es necesario algo más que belleza para la composición de un personaje creíble. Estos despropósitos terminan desdibujando un producto que contaba con todos los ingredientes para ser una historia épica de importantes matices. A su favor el film cuenta con una maravillosa fotografía lograda a través de sus increíbles escenarios naturales como así también las excelentes interpretaciones del creciente Mark Strong y Tahar Rahim. Las escenas de combate en las arenas desoladas nos muestran que en ciertas ocasiones no solo basta la tecnología sino el conocimiento del terreno y la astucia. Una historia que se quedo a mitad de camino entre sus intenciones y el resultado, muriendo tal vez agobiada por el calor del desierto.
Una vuelta al cine épico El director Jean-Jacques Annaud (Enemigo al Acecho, El Nombre de la Rosa) vuelve al cine de la mano de un film épico que remite desde su fotografía, puesta de cámara e incluso desde la estructura narrativa a las producciones de este estilo en el cine hollywoodense de los años 50 y 60. La película transita por diversidad de temáticas, algunas más logradas que otras, que surgen principalmente del camino que transitará Auda (Tahar Rahim) para convertirse en el referente de la unificación de los pueblos, en ese sentido funciona como una precuela del film Lawrence de Arabia de 1962 en donde Auda era representado por el gran Anthony Quinn. En El Príncipe del Desierto se transita por situaciones que resultan demasiado predecibles pero éstas situaciones están contadas y mostradas de manera coherente lo que salva a la película del bochorno total. Las escenas de acción están muy bien dirigidas, el montaje resulta eficaz y junto con la fotografía y la dirección de arte crean un producto coherente y sin fisuras. La actuación de Mark Strong resalta por sobre las demás que por momentos entran en baches interpretativos bastante curiosos, por otro lado los toques de humor de la pelicula sobre todo de la mano de Antonio Banderas no resultan funcionales al film y terminan despegando al espectador del mundo en el que se intenta sumergirlo. El Príncipe del Desierto es una buena película épica a la que quizás le faltó guión y compromiso con ciertos temas que se dejan pasar por alto y que resultan aún más interesantes que la trama principal, sobre todo la "invasión cultural" de Occidente sobre Oriente y como eso polariza las ideas de Amar (Mark Strong) y Nesib (Antonio Banderas) es planteada de una manera demasiado simpática y casi argumentando que es algo natural y que estar en contra de eso resulta ir en contra de la evolución del ser humano, ser arcaico, éste y otros planteos dejan algunas dudas en el mensaje, algún sabor extraño que invita a la reflexión.
Antonio de Arabia Banderas protagoniza esta épica historia de los años ‘30. Una épica que pretende ser Lawrence de Arabia , pero con una conciencia petrolera post 9/11 que está a mitad de camino entre una nota de The New Yorker y un texto de Wikipedia es, probablemente, uno de los objetos más sinceramente multiforme que la coproducción internacional (Francia, Italia y Qatar) ha producido jamás. Y eso es decir algo. Como no podía ser de otra forma, el director es Jean-Jacques Annaud, francés responsable de, no diremos clásicos, pero sí de salvajes hitazos como El nombre de la rosa y El oso que en Guantánamo deben mostrar una y otra vez. Annaud debe contar una historia ambientada en Medio Oriente en los años ‘30, a instantes del boom petrolero, cuyo epicentro es el dilema del príncipe Auda, entregado cuando niño como ofrenda de paz por papá Amar (Mark Strong, cada vez más británicamente cadavérico) a Nesib (Antonio Banderas, aquí más cerca de Robert Rodríguez que de Peter O’ Toole). Auda, criado por ese Banderas jugando al árabe tan mercachifle como maquiavélico y marido de su hija (Freida Pinto, otra vez vestida con sábanas), debe asumir el mando de un pequeño ejército que se ve obligado a cruzar un imposible desierto cuando su padre biológico reactiva la vieja guerra entre los clanes. Lo sorprendente es como el factor Lawrence de Arabia –hay hasta retazos musicales de Maurice Jarre- deviene un híbrido tóxico pero no fatal (hasta divertido) que mezcla los ribetes a la Dallas , un clasicismo de tetra brik (tan cuadrado e irresponsable, como a veces embriagador y, las más, parecido a una resaca cinéfila) y un uso gore de la política (y una política -de izquierda- del gore). Sí, hay varios instantes donde El príncipe del desierto se empetrola, no vuela, no respira, no se mueve. Pero hay momentos-oasis donde el absurdo y/o un sentido de la aventura directamente decimonónico logran aprovechar los petrodólares de los productores. El cruce del desierto, instante más físico y cinematográfico del filme, se juega con todo por la épica con corazón, por la emoción primaria y destierra esa constante arena en el zapato que es el tonito editorialista. Banderas jugando a ser el Jafar de Disney y Strong bíblico hasta para la mala actuación son los vectores que definen todas las posibilidades de El príncipe del desierto , que incluyen críticas a la industria petrolera, un final publicidad, gore casi deportivo y lecciones religiosas dichas como credos dignos de Yoda.
Una película que, a pesar de sus fallas, tiene su atractivo El francés Jean-Jacques Annaud es un especialista en dramas épicos que suele rodar en todos los rincones del mundo. Luego de El nombre de la rosa , El amante y Siete años en el Tíbet , le tocó el turno a una historia ambientada en el desierto árabe durante los años 30. En este sentido, el guión de Menno Meyjes (quien escribió varios proyectos para Steven Spielberg, incluyendo Indiana Jones y la última cruzada ) propone un regreso al cine clásico de aventuras, que Annaud aborda con una narración y hasta con un look old-fashioned , casi como si se tratase de una producción de los años 40 o 50 (de hecho, la novela original de Hans Ruesch que sirvió de base para el proyecto es de 1957). La trama tiene un poco de todo: batallas con despliegue de masas, romance, conflictos familiares, luchas por el poder político y religioso, así como un trasfondo económico ligado al surgimiento de la industria petrolera y la avidez de los extranjeros por dominarla (en este terreno se puede trazar más de una analogía con el presente). Los problemas del film son varios: desde cierta superficialidad que sobrevuela todo el relato y que no nos permite identificarnos demasiado con los conflictos de los personajes hasta cierta sobreactuación de intérpretes que en muchos casos no se llevan demasiado bien con los diálogos en inglés (entre ellos Tahar Rahim, la revelación de Un profeta , y Antonio Banderas). Sin embargo, en medio de esas limitaciones, el guión de Meyjes nos regala más de una sorpresa y, en los momentos más impensados, brotan -cual agua de un oasis- varias notables secuencias, en las que Annaud y su director de fotografía Jean-Marie Dreujou aprovechan al máximo la imponencia de los paisajes desérticos de Túnez y Qatar. No será Lawrence de Arabia , está claro, pero esta película "a la antigua" tiene su nobleza y no pocos atractivos.
Épica y aventuras como ya no se hacen Ya no hacen películas como ésta. Pero por otro lado, J.-J. Annaud es un director que nunca hizo películas parecidas a las de ningún otro director, y desde los tiempos de obras maestras como «La guerra del fuego» o «El oso» demostró que podía tomar un género cualquiera y hacerlo resurgir con todos sus ingredientes originales, más el agregado extra de la inteligencia y el punto de vista del público actual. «El príncipe del desierto» es la historia de la irrupción del factor petróleo en dos reinos árabes que, en plena década de 1930 coexisten casi como en tiempos medievales. Mark Strong es un sultán sumamente ético pero totalmente apegado a tradiciones reaccionarias, mientras que su vecino Antonio Banderas es más práctico y bastante más tramposo, pero él intenta darle a su gente algo de modernizacion que evite que los árabes sigan siendo «los meseros en el banquete del mundo». Ambos reinos tuvieron una guerra por el cinturón amarillo, es decir el enorme desierto entre las dos ciudadelas, y el conflicto terminó con Banderas tomando como rehenes a los dos hijos de su enemigo vencidos a quien le promete que los educará junto a sus propios príncipes. Con eso logra que ese gigantesco desierto llamado «Jardín de Alá», y que en realidad todos consideran inservible, termine siendo una tierra de nadie que ninguno de los dos sultanes puede reclamar para sí. La bendición del descubrimiento de petróleo, oro negro que puede servir para crear hospitales o traer la luz eléctrica (una de tantas escenas impactantes de este film) trae también el problema de que los yacimientos están en el cinturón amarillo que nadie podia tocar, desatando otro conflicto. Tahar Rahin, que ya hacía de príncipe celta en la extraordinaria película épica «La legión del águila», es uno de los hijos tomados como rehenes pero para ser criado como propio por uno de los sultanes. Ya adulto, y siempre enamorado de la princesa local, luce como un torpe intelectual dedicado tanto a los libros que su padre adoptivo lo pone a cargo de la flamante biblioteca del reino, mientras todos sus hermanos sueñan con armas y aviones modernos. Luego de una primera mitad que se toma todo el tiempo necesario para contar la historia y describir las situaciones con imágenes fascinantes, la película explota a increíbles niveles épicos para narrar la transformación de ese torpe bibliotecario en un príncipe guerrero capaz de unir a todas las tribus nómades del desierto y sorprender a sus dos padres en el campo de batalla. Annaud nos da un film de aventuras a la antigua, que no tiene escenas de acción gratuitas inverosímiles sino formidables momentos épicos. Todo cargado con humor, diálogos inteligentes, buenas actuaciones (las de Mark Strong y Banderas son notables, sin hablar de la metamorfosis de Tahar Rahin) y sobre todo la intención de contar algo distinto sobre el mundo árabe, mostrado sin los estereotipos ni prejuicios esperables de una superproducción de este tipo. En este sentido sólo los ascéticos decorados muestran algo totalmente distinto al momento de ofrecer imágenes sobre una cultura de la que aún hay mucho para descubrir. La hermosísima banda sonora de James Horner completa un film extraordinario hecho para ser disfrutado en la pantalla grande sí o sí.
El director francés Jean-Jacques Annaud (Siete años en el Tibet, El Nombre de la Rosa) regresó al cine con una propuesta clásica de aventuras que por estos días son especies en extinción. Me refiero a esa clase de filmes donde tenés dos ejércitos que combaten entre sí y los guerreros no son creados por animación computada, sino que podés ver en acción a los extras de carne y hueso como antes. Si sos amante del cine es absolutamente imposible sentarte a ver este film sin pensar en la legendaria obra de David Lean, Lawrence de Arabia, a la que el director nos recuerda con distintos elementos como la música, la fotografía y esos increíbles paisajes en el desierto. No estoy diciendo con esto que la película esté al mismo nivel que ese gran clásico, pero si me parece obvio que Annaud intentó evocar ese tipo de relatos de aventuras. Es interesante porque desde aquella producción de 1962 la verdad que no se hicieron grandes filmes memorables con esta clase de historias que los tiene a los sultanes como los heroicos protagonistas. Una de las virtudes de esta producción es que conserva ese espíritu artesanal que tenía el viejo cine hollywoondense donde las secuencias de acción contaban con cierto realismo. Annaud hizo un muy buen trabajo con la reconstrucción histórica y la manera en que trabaja el choque de culturas entre Oriente y Occidente que es uno de los principales motores del conflicto. Lo mejor de este film y el motivo por el que en mi opinión vale la pena darle una oportunidad son los trabajos de Antonio Banderas y Mark Strong. Banderas compone un villano inescrupuloso, que por momentos llega a ser algo grotesco, pero te saca una sonrisa por su falsedad y capacidad de manipulación. Algunas de las escenas más simpáticas de este film son protagonizadas por él. La verdad que no sé si me convenció del todo que era un jeque árabe, pero es muy divertido lo que hace. Al menos logra capturar mejor tu atención que el verdadero protagonista de la historia, interpretado por Tahar Rahim, cuya ultra pasividad frente a los conflictos que enfrenta lo convierten en un héroe flojo y aburrido. Por otra parte, tuvo que ser una producción francesa la que le permitiera a Mark Strong demostrar su talento como actor. Últimamente en Hollywood lo encasillaron en el papel de villano y si revisás sus últimos trabajos vas a ver que viene interpretando personajes muy similares. El Sultán Amar que encarna en El príncipe del desierto no sólo es el rol más humano de su filmografía reciente, sino que es un papel interesante porque le permitió desarrollar un trabajo más dramático En esta película Strong está excelente y me atrevería a decir que es la figura más destacada del reparto. En términos generales El Príncipe del desierto está bien hecha pero le juega en contra una narración algo lenta, que hace más larga a la trama de lo que debería, y un guión que nunca termina ser del todo emocionante para la clase de género que aborda. El director Annaud no logró superar con esta producción su labor en la excelente Enemigo al acecho (Jude Law), pero dentro de todo ofreció un film decente de aventuras
Superproducción con poca plata y menos energía Basada en un novelón del suizo Hans Ruesch (uno de esos autores que mucho tiempo atrás estuvieron alguna vez de moda, sobre todo gracias a su novela El país de las sombras largas), El príncipe del desierto es un tipo de superproducción tan antiguo como su propio origen literario. Superproducción pobre, en verdad. Ubicada en pleno desierto árabe en 1930, la película de Jean-Jacques Annaud (autor de aparatos fílmicos como El nombre de la rosa, La guerra del fuego, El amante) cuenta en su elenco con un solo actor famoso (Antonio Banderas, disfrazado de jeque árabe) y bastantes menos extras y decorados de lo que su tamaño anhela. Lo antiguo de El príncipe del desierto (el título en inglés es Black Gold) consiste en la aspiración de ser a la vez una de aventuras exóticas, un drama romántico y una película “con mensaje político”. En todos esos terrenos, el de Annaud parece más un borrador escrito a medias que una película terminada. Con guión coescrito por el realizador junto al belga Menno Meyjes (cuya densa foja incluye El color púrpura, El imperio del sol, la tercera Indiana Jones y hasta El sueño del mono loco, de Fernando Trueba), El príncipe del desierto opone, a lo largo de su metraje, dos pares de personajes. El primer par lo forman dos jeques enfrentados. Uno frontal y honesto, Amar, sultán de Salmaah (el británico Mark Strong), y otro más astuto, más “político”, llamado Nesib (Banderas, con barba candado). El segundo par es el que constituyen los hijos del sultán, que éste se ve obligado a “ceder” a Nesib de pequeños, como extraño pago tras su derrota en una disputa territorial. Con un par de anteojos que revelan su condición ilustrada, el apocado príncipe Auda (Tahar Rahim, protagonista del film francés Un profeta) resulta arrastrado por la rebeldía de su hermano Saleeh, que, rompiendo con el pacto, huye del palacio del apropiador. Sospechado de traicionar a ambos clanes, en manos de Joseph Conrad Auda hubiera sido un personaje fascinante. En las de Jean-Jacques Annaud terminará siendo un árabe civilizado y prooccidental que en lugar de combatir a una gigantesca corporación petrolera yanqui (que descubrió la existencia de petróleo bajo el terreno en disputa) apelará a vías más diplomáticas. Como si la película se hubiera propuesto demostrar que hay árabes “buenos”, de esos que no andan tirando torres abajo. En el medio, y como escapada de Las mil y una noches, hay una historia de matrimonio arreglado, entre Auda y la hija de Nesib (la actriz india Frieda Pinto, a quien ¿Quién quiere ser millonario? convirtió en belleza internacional), cuya condición de relleno vistoso nadie parece haber tenido el tino de disimular. Todo suena cansado en una película que aspira a superproducción sin tener ya no la plata, sino sobre todo la mínima energía y convicción que hasta las malas superproducciones requieren.
Para la fiebre del petróleo nunca ha habido tratamiento Ambientada en 1930, cuando los países árabes se dan cuenta que debajo de su suelo de arena volátil, yace un gran tesoro: llamado petróleo. El francés Jean-Jacques Annaud, con su filme permite una interesante mirada a un mundo arraigado en las tradiciones más ancestrales. Annaud retrata el misterio que parece parte de la cultura árabe a través de la relación entre un emir y un sultán, aunque en verdad sus protagonistas son las nuevas generaciones, las que redescubren a través de sus mayores, el valor de la defensa de sus tierras, las dolorosas renuncias que a veces se deben hacer en medio de la guerra y en pos de la defensa de los pueblos y la conquista de territorios. "El príncipe del desierto" tiene dos vertientes que se terminan fusionando en un todo: la relación entre la herencia familiar y la guerra, el engaño y la traición que es capaz de despertar la ambición por el dinero, que se recibe de manera casi inesperada, simplemente, porque a un estadounidense se le ocurrió investigar ese suelo repleto de oro negro. TIERRA HUERFANA Pero si bien el punto de partida es el trato de paz que en principio hacen el emir y el sultán, los protagonistas y el acto que siembra la discordia entre ambos, es la posible boda por conveniencia de la hija de uno, con el hijo del otro. En medio de esa alianza política preparada por el astuto emir Nesib, se encuentra un conflicto que surgirá de manera inevitable, es que el petróleo está ubicado precisamente en una tierra huérfana que no pertenece a ninguno de los dos, pero que ambos tendrán que luchar si la quieren obtener para provecho propio. "El príncipe del desierto" tiene una armónica y equilibrada narración que incluye acción, romance, negocios sucios y escenas rodadas en el desierto, que le aportan un magnetismo especial a una película poblada de ropajes blancos y de colores claros, que funcionan como cuadros cinético, por momentos para deleite del público. Antonio Banderas se mueve de manera algo especial en su papel, al que le aportó un tono a veces paródico o de engañoso dramatismo, a su lado los dos jóvenes protagonistas Tahar Rahim y Freida Pinto, despiertan entusiasmo y también un particular lirismo en sus papeles de víctimas de la ambición de sus mayores.
Príncipe de dos reinos En las modernas discusiones y perspectivas sobre la ambición occidental por el petróleo de medio oriente, casi siempre quedan soslayadas las históricas contiendas tribales por el espacio vital y el dominio que han sostenido los clanes del desierto desde hace miles de años. En este contexto casi tangencial para el cine mainstream se desarrolla (o al menos esa ha sido la intención) la historia del príncipe Auda (Tahar Rahim), que desde su más tierna infancia quedó al cuidado del sheik rival de su familia, Nasib (Antonio Banderas) como prenda de paz. Alejado de su padre, el sultán Amar (Mark Strong), el joven príncipe se revela más bien como un intelectual que como un hombre de acción. Pero esto va a cambiar drásticamente a raíz de una serie de eventos que en cuestión de pocos años invertirán el precario equilibrio de poderes. La ambición de Nasib ante la probabilidad de que las tierras neutrales en litigio puedan ser explotadas por empresarios petroleros norteamericanos, con pingües beneficios para su pecunio, es tan fuerte como para pasar por encima de años de tradición y honor tribales. Y Auda quedará en medio de un conflicto de ribetes que exceden el aspecto personal, involucrándose cada vez más en el aspecto político a la par que se reencuentra con su envejecido padre y crecen sus perspectivas de convertirse en el nuevo líder de las naciones árabes. Jean-Jacques Annaud sostiene una larga tradición de cine contemplativo, moroso, con gran apoyatura en la fotografía y una afición por los espacios abiertos que también encuentran lugar en esta, su producción más moderna. No sólo por la contemporaneidad y vigencia del argumento, sino porque su marca personal (como quedó demostrado en "Enemigo al acecho", lo último que estrenó comercialmente en nuestro país) mejoraba con la inclusión de las relaciones y pasiones humanas en un contexto de conflicto, en este caso bélico. El guión es sólido y hace de esta una película que puede verse desde la perspectiva cinéfila más conservadora, pero también como un entretenimiento con contenido. Si bien se nota en su factura los aires a superproducción, "El príncipe del desierto" no es un blockbuster ni busca serlo (como sí sucedió con la fallida "Cruzada", de Ridley Scott) y esta aparente contradicción entre el espíritu épico y un trasfondo interpretativo más bien aséptico (en el que no colaboran las tibias interpretaciones de Antonio Banderas y Freida Pinto, que se llevan bastante metraje) hacen que la propuesta se revele por momentos incierta, descuidada en su narrativa.
Casi una parodia al cine aventuras Siempre que surge una película con príncipes y reyes recorriendo la arena del desierto se invoca el recuerdo de Lawrence de Arabia de David Lean, uno de sus clásicos gigantescos de décadas pasadas en duración y pretensiones. El francés Annaud, responsable de una impersonal obra quién sabe porqué motivos sobrevalorada (El oso; El amante; En nombre de la rosa y la descartable Siete años en el Tíbet) pretende retomar el clasicismo de antaño y las peripecias entre jeques y herederos junto a algunas batallas por el trono y, claro está, la muda presencia de un centenar de camellos igualmente desganados como la mayoría de los intérpretes. El príncipe del desierto sorprende, antes del inicio, por la decisión de cambiar el título original, ya que el oro negro –una de las tantas subtramas que el director no decide explorar–, allá por los años ’20, es el motivo principal de disputa entre los clanes. Pues bien, la película anuncia que tratará el tema tradición versus progreso pero lo abandona rápido. Más tarde, se dedica a contar una historia inexpresiva entre los nada carismáticos Tahar Rahim y Freida Pinto (muy linda y sólo eso). Luego, viene la media hora que le corresponde a Antonio Banderas, el malo de la película, haciendo piloto automático como estrella internacional de excelente remuneración. Por si fuera poco, El príncipe del desierto cita, como si fueran frases de manual, textos de la tradición arábiga en un contexto poco creíble que parece provenir de un producto Disney previo a la Edad de Piedra. La ineptitud de Annaud, en ese sentido, enfatiza aun más las carencias: el film intenta sin suerte rememorar a los clásicos de aventuras del viejo Hollywood pero sólo lo hace desde la superficie, convirtiéndose sin desearlo en una parodia de aquel cine en donde el verosímil no importaba con tal de que se construyeran personajes heroicos que quedaban en la memoria del espectador. En este caso, el único heroísmo posible es superar las más de dos horas de una película tapada por la arena y el nulo talento de su director. Y dejen en paz a Lawrence.
Con mucho presupuesto, con grandes expectativas, esta película parecía destinada a ser una moderna Lawrence de Arabia, pero se quedó a mitad de camino. El director, Jean Jacques Annaud, no logra imprimirle ese aliento trágico, épico, otorgarle un corazón a un film que naufraga en las buenas intenciones. El descubrimiento del petróleo y el enfrentamiento de las tribus entre tradicionalistas y modernos. Momentos logrados y otros vanos.
Jean-Jacques Annaud es uno de los más prestigiosos directores del cine francés, cuyo debut en 1976 con “Blanco y negro en color” fue toda una revelación. Siguieron varios títulos exitosos como “La guerra del fuego”, “El nombre de la rosa”, “El oso”, “El amante” y “Siete años en Tibet”. Pese a la diversidad de temáticas todas esas películas tenían algo en común al estar filmadas (y en general transcurrir) fuera de Francia. Hacía más de 10 años que no se presentaba una obra suya, siendo la última que aquí se vio “Enemigo al acecho”, ambientada en el sitio de Stalingrado. De hecho hasta allí (2001) todo lo que había dirigido tuvo estreno local, pero luego vinieron dos títulos que no llegaron a verse en Argentina. Ahora regresa con “El príncipe del desierto” un título posiblemente más comercial y banal que el original “Black Gold”, que claramente alude al petróleo y en particular a su descubrimiento en un “desierto” en pleno Medio Oriente, en la década del ’30. En verdad la historia refiere a la rivalidad entre el sultán Amar, interpretado por Mark Strong, muy frecuentemente visto en las últimas semanas en nuestras pantallas al punto que actualmente está además en cartel en “El topo”, “John Carter: entre dos mundos” y “El guardia” (¿será acaso un record?) y el emir Nesib. A este último lo corporiza Antonio Banderas, a quien preferimos en “La piel que habito” y que aquí se expresa en un algo ridículo inglés (además de hacer de… Banderas). Más interesante es el personaje de Auda, hijo de Amar pero que por acuerdo con Nesib fue adoptado por este último. Quien lo interpreta es Tahar Rahim, virtualmente desconocido por estas latitudes pese a su extraordinaria actuación en “El profeta”, que debió haber sido estrenada localmente. (No lo fue porque los derechos los tenía una distribuidora “major”). El tema central es el descubrimiento del “oro negro” en una zona de nadie entre ambos reinos, conocida como el cinturón amarillo” y la lucha por su posesión, mientras es explotada por un consorcio estadounidense. La historia no resulta demasiado impactante, aunque sí lo son las imágenes que muestran una gran producción con miles de camellos, caballos y extras filmadas desde diversos ángulos. A ello se agregan las batallas con tanques primitivos (de inicios de la década del ’30) y aviones también antiguos. Hay además una historia de amor, protagonizada por el príncipe Auda y la princesa Leyla, hija de Nesib, en aceptable interpretación de Freida Pinto (“¿Quién quiere ser millonario?”). En síntesis, un film recomendable sólo para quienes desean o se conforman con pasar un momento entretenido y gozar de bellas imágenes y de la buena música de James Horner.
Una aventura empetrolada Si pensamos en una historia de aventuras y épica, pocos nombres generan menos interés y convocan más al bostezo que el del francés Jean-Jacques Annaud (bueno, sí, Michael Apted también), un tipo que se ganó un prestigio totalmente injustificado con aquella El nombre de la rosa y que desde entonces se ha convertido en el típico director europeo de “cine arte” que toca temas importantes en producciones costosas, siempre con un estilo refinado desde lo visual y contando con alguna que otra figura internacional: ya sea Brad Pitt en Siete años en el Tíbet o Antonio Banderas, en esta El príncipe del desierto. Basada en una vieja novela de Hans Ruesch, la película está ambientada en la década de 1930 en el marco de la avanzada occidental sobre Oriente en búsqueda de petróleo, algo así como los orígenes de lo que más de medio siglo después serían las guerras preventivas y demás sandeces de los Bush, padre e hijo. Pero lo curioso de la historia -y tal vez lo más interesante, de haber contado el film con un director que tuviera ganas de divertirse- es que este elemento político está mezclado con una serie de traiciones e intrigas entre diferentes clanes, con olor a telenovela de las cinco de la tarde. Claro, decíamos, en el caso de que Jean-Jacques Annaud fuera un tipo ameno y no alguien que cree estar contando algo realmente serio y profundo. Dos clanes, entre muchos otros, han encontrado una tregua y dejado de pelear por un territorio, cuando el jefe de uno de ellos entrega como rehenes a sus dos pequeños hijos al jefe del otro. Con el tiempo, los chicos crecen, y al lugar arriba un empresario petrolero norteamericano con intenciones de perforar la zona y encontrar allí el “oro negro” que le da el título original al film: así los chicos, ya crecidos (uno de armas tomar y el otro más sumiso e “intelectual”, convenientemente), se convertirán en botín de guerra. A partir de allí, El príncipe del desierto desandará diferentes líneas narrativas que se pisarán, entorpecerán e impedirán cualquier tipo de fluidez narrativa, especialmente por la incapacidad del director, que se cree que está homenajeando a David Lean y al Hollywood clásico de gran presupuesto, y lo más cerca que está es de un folletín clase B. Si bien aquellas películas estaban repletas de lugares comunes y en la mayoría de los casos eran bastante ridículas si uno las pensaba más de dos minutos, tenían personajes que podían bancarse la épica, directores que sabían mostrar esto con un trabajo de planos asombroso y actores que generaban gran empatía con el espectador. No es el caso de El príncipe del desierto, que tiene a Tahar Rahim como Auda, el personaje con aspiraciones de héroe, en una actuación tan deslucida que uno no puede creerle para nada su crecimiento personal. Como los dueños de los clanes enfrentados aparecen Mark Strong y Antonio Banderas, y es el español el único en toda la película que parece haber entendido de qué iba la cosa. Si bien su actuación parece mañosa y exagerada, con un inglés que vuelve a estar mal pronunciado, sin embargo aquí esa falla de origen es aprovechada inconscientemente por Annaud como la única posibilidad de que nos creamos algo de lo que estamos viendo. Su pomposidad física, su arrastre de las palabras, su movimiento dentro del plano se emparenta mucho más con esa clase B involuntaria que termina siendo El príncipe del desierto. Su Nesib es un villano de pacotilla, alguien adicto al poder que seduce a los integrantes de otros clanes regalándoles relojes de oro hechos en un lugar llamado “Switzer… ¡land!”. Allí hay una clave, si el director fuera otro. Pero no, Annaud se toma demasiado en serio esas intrigas palaciegas imposibles, pone a sus personajes a decir cosas religiosas con intenciones de profundidad, y se toma más de una hora en entrar en el relato. Demasiado. Para cuando la aventura estalla, en la segunda hora, el partido ya está perdido, sin decir que el director es bastante incapaz de darle movimiento a la aventura (salvo aquella escena en la que los hombres de a camello luchan contra unos tanques blindados en medio del desierto) y cree que acumular extras en un plano general ya es épico. Como si fuera poco, el final nos muestra al nuevo emir como alguien occidentalizado y en plan de hacer negocios con los petroleros. El problema es que Annaud, luego de haber bajado línea durante 120 minutos contra el petróleo y las invasiones extranjeras (en una obvia analogía con el presente), no nos deja una pista sobre qué opina de eso que está ocurriendo: ¿el final es cínico, conformista, concesivo o tibio? Así la película toma partido por uno de sus temas, el del petróleo, y se empantana para siempre en un mar de ordinariez y aburrimiento.
Extraña producción ésta del buen realizador Jean Jaques Annaud, responsable, entre otras, de “El nombre de la rosa” (1986), “El amante” (1991) o “Enemigo al acecho” (2002). Dos clanes árabes se la tienen jurada mutuamente desde tiempo inmemorial. El Sultán Aman (Mark Strong) y el Emir Nasib (Antonio Banderas) son los líderes que a principios de los años ’30, cuando comenzaba la fiebre del petróleo, pelean por un territorio al que de común acuerdo declaran neutral, sellando así la paz entre ellos. Por cuestiones más dadas a entender que explicadas el Sultán le deja (entrega) a sus dos hijo al Emir, con tanta mala suerte para éste que, pasados los años, el mayor muere en la renovación del conflicto entre ambas tribus, y el menor se enamora de la hija de Sultán cuando comienza a oficiar de mediador entre ambos bandos, en el marco en el que representantes de los Estados Unidos llegan a Medio Oriente para descubrir y explotar el codiciado oro negro, como lo indica el título original de la producción.. El mayor problema de “El Príncipe del desierto” es que sus responsables nunca terminaron de decidir si quieren contar una épica sobre el nacimiento de las guerras en la región, que perduran hasta hoy, o una aventura dentro del mismo marco histórico. La consecuencia natural de la falta de decisión es la confusión del espectador, pues hay diálogos y situaciones muy al borde del ridículo, como algunas instancias de negociación o cuando se encuentra petróleo. La película queda dividida entonces en tres segmentos muy claros. Tres líneas narrativas que jamás llegan a redondearse del todo. Por otro lado está el rigor histórico. Hay una sensación de poca investigación en el caso de que alguien quiera tomársela en serio, justamente porque Annaud propone y luego esquiva el bulto para resolverlo. Dicho esto, casi todos los rubros de la obra quedan sujetos a la lupa con que se la mire. Por ejemplo, si la vemos como una de acción épica, el elenco está bastante bien (aunque algunas de las poses de Antonio Banderas parecen una continuación de la campaña de su propio perfume), dentro del marco en el que se mueven. Acaso le falta humor y algo de acción. Sólo la secuencia en la que un grupo de hombres atraviesa el desierto está realmente bien realizada. Música, fotografía, compaginación y dirección de arte se lucen durante esos minutos. “El príncipe del desierto” pareciera querer dejar en claro cuál fue la semilla del mal que terminó por desatar el conflicto como lo conocemos hoy, poniendo un personaje casi fantasmal, un texano, al que le interesa mucho la zona en disputa para hacer negocios petroleros. (¿Le suena?). Sucede que esa jugada de discurso queda arruinada por un guión que no es capaz de sostenerlo. Ni cine de acción, ni cine político. Un híbrido mitad entretenido, mitad bodrio. Como para comprar pochoclo azucarado... y agregarle sal.
Antes de que existiera Luc Besson, ese director francés que busca recrear Hollywood, existía -y sigue existiendo- Jean-Jacques Annaud, un artesano a veces cumplidor que también busca que cada una de sus películas sea un evento internacional. Es lo que sucede con esta abentura político-ideológico-romántica que mezcla el relato tradicional, el cuento en estado puro, con el peso contemporáneo de las guerras por el petróleo. El problema de Annaud es que no puede decidir si lo que pesa más es el espectáculo o la política, y en ese indecidido término medio todo queda en una serie de postales, alguna buena secuencia y poco más.
El príncipe del desierto amaga con ofrecer un relato épico a la vieja usanza pero termina siendo una película desprolija y curiosamente anómala. La historia con aventuras de grandes dimensiones que incluye romance, política y una mirada exótica que barre un mundo árabe pintoresco se deshace por culpa de un guión incapaz de construir buenos personajes: el Emir Nesib de Antonio Banderas, con sus one liners, su interpretación afectada y su acento extranjero forzado es el mejor ejemplo de la pobreza que demuestra Annaud a la hora de elaborar un universo propio. El relato resuelve de manera tosca las apariciones y las salidas de los personajes, los conflictos se abren y cierran a las apuradas y sin atender demasiado a lo que pasa en entre medio; lo que importa es el golpe de efecto, hacer creer que hay un relato vital y cargado de vértigo. No es raro que varios personajes fundamentales para el relato sean brutalmente eliminados con disparos: la película pretende sumar una reflexión sobre lo intempestivo de la violencia y la muerte cuando en realidad no sabe suturar con inteligencia una línea narrativa. Lo llamativo es que esa torpeza se percibe cada vez más seguido y de formas cada vez más extremas: que el hermano mayor del príncipe Auda sea asesinado de un tiro en la cara y casi en primer plano, vaya y pase, pero que el personaje de Freida Pinto desparezca durante casi toda la película para volver recién sobre el final y comunicándole al protagonista que está embarazada (ni bien muere el padre de este), resulta por lo menos cómico. Eso sí, no se trata de autoconciencia o de una risa deliberada sino de una falta de compromiso absoluta con los materiales del relato: Annaud no tiene idea de cómo acercarse a la historia, a sus criaturas y mucho menos a una narración convencional más o menos aceitada. El francés piensa que el cine de aventuras y romance de trasfondo exótico se reduce apenas a una mera exhibición de pintoresquismos locales (el paisaje desértico a la cabeza) y a una vana reflexión sobre la vorágine de la vida, la muerte y los lazos familiares. Lo más simpático del asunto es que, contrariamente a lo que podría pensarse, El príncipe del desierto no solo no condena la búsqueda y extracción de petróleo (causa de la guerra entre los reinos de Nesib y Amar) sino que hasta la defiende y propone como signo último del progreso. En el debate tradicionalismo-modernidad que la película propone de manera solemne y rutinaria, los que siguen la marcha de los tiempos y se adaptan a los dictados de Occidente (encarnado por una petrolera estadounidense) son los que cuentan con el favor discursivo del guión. En cambio, los que se manifiestan en contra de la explotación petrolífera se revelan como atrasados y resistentes al progreso. Es por lo menos curioso que en una época en la que el cine mainstream aparece mayormente copado por consignas ecologistas y por un pretendido respeto por las diferencias étnicas y culturales (aunque ese respeto muchas veces devenga en un exotismo for export bastante deleznable) una película postule que los responsables de las penurias de todo un pueblo son aquellos que no acompañan las medidas económicas del mundo “civilizado”. En el universo más bien chato y ruidoso de El príncipe del desierto, un comentario políticamente incorrecto como ese no deja de ser un hallazgo más o menos entretenido, aunque más no sea por su rareza. Claro que, al igual que sucede con el resto de los errores y desprolijidades narrativas, formales e ideológicas que exhibe la película, se trata más de una carambola azarosa que de un verdadero comentario sobre la Historia.
Historia ambientada en la década del 30 en los emiratos árabes que gira en torno de un príncipe árabe dividido entre la lealtad a su padre conservador y a su moderno y liberal suegro. La historia gira en torno a cómo llegó a Arabia a principios del siglo XX la explotación petrolífera, fiebre inicial por el oro negro. Se encuentran dos sultanes en el campo de batalla, rodeados por los cuerpos de sus combatientes, donde resulta ganador Emir Nesib de Hobeika (interpretado por Antonio Banderas), surgen las condiciones de paz a su rival El sultán Amar, de Salmaah (Mark Strong) ellos realizan un acuerdo sobre la propiedad de este perímetro, que sería la franja amarilla llamada la "tierra de nadie". Según las costumbres del lugar, el rey de Hobeika es quien se lleva a los hijos de Amar, luego de este perder la guerra, ellos son Saleeh (Akin Gazi) y Auda (Tahar Rahim), es la forma de garantizar el tratado. Pasan algunos años y el hijo mayor del sultán se convierte en un guerrero ávido de escapar del reino de Nesib para volver a la tierra de su padre, en cambio su hermano Auda, el más joven, pasa la mayor parte de su tiempo en la biblioteca, sólo está interesado en los libros y la búsqueda del conocimiento. Pero a la zona no tarda en llegar el capitalismo, con Thurkettle (Corey Johnson), quien descubre en Nesib en esa franja amarilla oro negro, el más preciado “el petróleo”, (esta sería la traducción del film “oro negro”). Llegan los tiempos de negociar para ello se debe arreglar el matrimonio entre uno de los hijos de Amar el Príncipe Auda (Tahar Rahim) y la bella hija de Nessib la Princesa Leyla (Freida Pinto), pero todo no termina ahí, ahora el Príncipe Auda debe encontrarse con El sultán Amar (su padre)y cuando se produzca dicho encuentro surgirán una seria de conflictos inesperados para Emir Nesib. El film tiene un romance apasionado (que queda a mitad de camino), aventura y acción, un líder inesperado, traiciones familiares, muchos extras, la escenografía y el vestuario están bien, el film tiene mucho del cineasta Jean-Jacques Annaud (Siete años en el Tibet, La guerra del fuego, El amante, El nombre de la rosa, entre otros), pero su narración queda a mitad de camino. Los diálogos no son atractivos y no llega a sostenerse, resulta larga y un tanto aburrida, con actuaciones deslucidas, un Banderas que no convence en absoluto (parece sacado de una publicidad), y muchos nostálgicos recordarán la obra maestra de la película, “Lawrence de Arabia” (1962) protagonizada por Peter O'Toole y Anthony Quinn.
Petróleo sangriento "El príncipe del desierto" se sostiene con buenas dosis de aventura, intriga y escenas bélicas, pero no termina de convencer. El rico y poderoso corazón del mundo árabe está echando raíces dentro de la industria internacional del cine. Al estilo de muchas realizaciones hollywoodenses de las décadas de 1950 y 1960, El príncipe del desierto es una historia épica en la arena, con sultanes, amores prohibidos, imperios y guerras tribales, aunque con una marca distinta en el orillo. Esta vez, con equipo europeo y con un director francés de renombre, Jean Jacques Annaud (El nombre de la rosa, La guerra del fuego), los hilos del espectáculo son manejados por un grupo de qataríes. Se habla del Instituto de Cine de Doha, y de un productor llamado Tarak Ben Ammar, que empezó convenciendo a los norteamericanos de las bondades de filmar entre las dunas (a gente como George Lucas, en tiempos de La guerra de las galaxias) y que muchos años después ha puesto en órbita la primera superproducción originaria de ese país islámico. La trama logra por momentos contagiar un creíble dramatismo. Comienza tras una guerra, a principios del siglo 20, en la que el vencido acepta entregar a sus dos hijos varones como prenda de paz. Los niños son criados junto a los hijos del sultán más poderoso, y se espera que pronto vuelvan a su pueblo de origen, cuando la segunda parte de aquel pacto es violada y comienzan las hostilidades. Existe una franja de tierra neutral entre ambos reinos, y de pronto uno de los bandos comienza a extraer petróleo de ella de manera clandestina. Sus contrincantes se opondrán a ello por considerar que es abrirle la puerta al colonialismo occidental, y en mitad de la tirante red quedarán atrapados hijos, esposos y esposas, padres y leales aliados. Buena fotografía, acertada aunque algo omnipresente música, impactante vestuario y trabajo de extras. Eficientes actuaciones, buen dramatismo, logradas escenas bélicas. Muchas cualidades, pero aún así, no tan buen resultado, pues la película pocas veces se arma del todo.
Auda (Tahar Rahim) es un príncipe árabe. Es el segundo hijo del conservador sultán Amar (Mark Strong). Fue criado desde pequeño junto a su hermano mayor, Taleq, por el sultán Nesib (Antonio Banderas), un gobernante mucho más modernista, frustrado por la pobreza de su reino. Los niños quedaron bajo su custodia como “garantías” del cumplimiento del tratado de paz de una guerra de la que resultó ganador. Una de las condiciones de ese tratado era que la franja de tierra (más bien, arena), que separaba los reinos, no pertenecería a ninguno de los dos. Las cosas van bien, hasta que un grupo de investigadores norteamericanos se entrevista con Nesib, y le muestra que hay petróleo en esas tierras, y el valor que ese petróleo tiene. Corren los años ’30, los príncipes Auda y Taleq ya son mayores, y el conflicto por la posesión de esa tierra intermedia se complica una vez conocido su valor. Para mediar entre los reinos, Nesib decide enviar como emisario al propio hijo de su enemigo, Auda. Pero no se imagina cómo las cosas pueden cambiar a partir de esa decisión. La película es excesivamente larga, sobre todo en el medio: la travesía por el desierto se hace casi tan pesada para los hombres de Auda, como para el espectador. A diferencia de El Amante, película en la que Annaud maneja un ritmo lento, pero consistente, aquí el tiempo pasa sin demasiado sentido. Por suerte mejora hacia la última media hora, haciendo que la película no termine con la gente saliendo del cine antes del final. Los personajes tampoco son demasiado claros. No es que defienda el maniqueísmo de personajes “buenos” y “malos”, al contrario, me interesan los personajes que evolucionan a partir de lo que les suceda en la historia que se cuenta, que muestren los matices propios de nuestra naturaleza humana. Sin embargo, eso no es lo que ocurre en este film: en un punto Banderas, por ejemplo, parece ser puramente ambicioso (a pesar de sus obras progresistas, como escuelas, bibliotecas, hospitales), para terminar siendo el guardián de los intereses del reino. Mientras que Amar, que sería “el bueno” (el padre sacrificado, que no vio crecer a sus hijos), tampoco lo es tanto, sino más bien un musulmán extremista, que no acepta siquiera que sus médicos utilicen medicamentos. Entre ellos se debate el buen Auda, una suerte de ratón de biblioteca inexplicablemente devenido líder militar, a pesar de sí mismo. Si bien la fotografía es impecable, la historia no logra atrapar demasiado. Ni siquiera Annaud pudo dirigir bien a Antonio Banderas, a quien no se le borra la sonrisa socarrona aún en las escenas en que hace falta. Un resultado raro, difícil de clasificar: con algo de épica, algo de aventura, un poco de drama, apenas romance, y mucha, mucha arena. Llévense una botellita de agua a la sala: son dos horas de desierto, la van a necesitar.
El clásico que no será... "El príncipe del Desierto" es una película épica y de aventuras de las que le gusta filmar a Jean-Jacques Annaud, veterano del género y responsable de entregarnos algunos trabajos fabulosos como "Enemy at the Gates", "El Oso" y "El Nombre de la Rosa". En esta caso vuelve con una gran apuesta cuyo resultado no está siendo muy favorable, sobre todo en los resultados de taquilla. Quizás el problema haya sido la promoción o la poca difusión... En el plano de lo cinematográfico, creo que parte del problema está en la trama, que siendo en su esencia muy interesante, no toma el vuelo que debería tener una épica de este estilo. La enemistad entre las dos casas, el descubrimiento de petróleo en la tierras del rey menos honesto, el choque entre occidente y oriente, la historia de amor, todo es buenísimo y debería haber sido mejor manejado para realmente dejar una huella en el mundo del cine y pasar a ser un nuevo clásico de la gran pantalla, lamentablemente le faltó un poco más de fuerza. Hay grandes baches de narración y algunas escenas mal actuadas, el rol de Freida Pinto es pobre y Antonio Banderas como jeque árabe es menos creíble que un turco queriendo hacerse pasar por yanqui. Aún así, tiene encanto aventurero y de cine clásico, es de esas pelis para ver un domingo de aburrimiento, de esas que transportan a otro mundo donde la aventura es la moneda corriente y puede vencer la resaca más dura del fin de semana. Por momentos Annaud juega con el género de aventura pop y en otros se pone dramático, cuestión que también creo le jugó en contra. Debería haberse concentrado más en uno de los dos géneros. Es como que todo el mundo que tuvo la oportunidad de verla dice; "está buena... que se yo... es entretenida...", no noté a nadie copado y es la misma sensación que me produjo a mí. Como entretenimiento sirve, sobre todo para esos días en que extrañás las pelis épicas o estás con ganas de ver una de aventuras con buena fotografía y muchos gente en cámara antes de una buena batalla. Mark Strong en su papel del Sultán Amar está muy bien y definitivamente le suma unos puntos extras a la peli al igual que Tahar Rahim como el Príncipe Auda. Lo demás es aceptable y entretenido sin maravillar ni dejar una marca significativa en el género.
EN BUSCA DEL OASIS A veces les pasa a los que caminan con sed por el desierto: ven, a lo lejos, un oasis, con palmeras que prometen una necesaria sombra y un manantial de agua dulce y refrescante para saciarse. Corren con sus últimas fuerzas, caen de rodillas y beben frenéticamente: a veces, se trata de vistosos -pero decepcionantes- espejismos; a veces no. En EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO (BLACK GOLD), hay una muy buena ambientación, una espléndida fotografía y un imponente despliegue de producción que apunta a emular la épica de grandes clásicos “desérticos” anteriores, como LAWRENCE DE ARABIA (LAWRENCE OF ARABIA, 1962). Sin embargo, una historia algo pesada y ciertos fallos que afectan la verosimilitud hacen que la película tenga más de desierto que de oasis. El film cuenta la historia de dos líderes árabes que se enfrentan por un territorio conocido como “la Franja Amarilla”. Para llegar a una tregua, el Sultán Amar (Mark Strong) entrega a sus dos hijos a su rival, Nesib (Antonio Banderas), para que los críe, pero también para que los mantenga como rehenes y así asegurar la paz. La otra parte del trato prohíbe a ambos todo intento de apropiarse de la Franja Amarilla. Años después, los representantes de una compañía estadounidense le ofrecen a Nesib extraer el petróleo que hay bajo la tierra de la zona que había estado en disputa. El soberano, seducido por las futuras riquezas, acepta: su decisión detonará una serie de conflictos que afectarán la vida de todos los personajes, especialmente la del joven Auda (Tahar Rahim), el debilucho y nerd hijo de Amar. No hay nada para criticarle a la película en cuanto a ambientación, locaciones y vestuario, todos muy bien logrados. Los problemas del film vienen por otro lado: la historia, adaptación de una novela de 1957, se vuelve algo pesada y la duración del film se siente excesiva. También hay otras cuestiones que afectan la verosimilitud. Aunque no nos vamos a quejar porque todos los personajes árabes hablan en inglés (eso lo hace Hollywood desde hace años y ya está totalmente aceptado), la elección de actores de diferentes nacionalidades (Banderas es español, Strong es inglés, Frieda Pinto es hindú y la mayoría de los secundarios son verdaderos árabes) lleva a un caos de acentos bastante berreta. Por otra parte, a veces los personajes se refieren a su dios como “Alá” (lo cual sería lo correcto) y, en otras ocasiones, directamente dicen “Dios” (God, en inglés). Sí, quizás podrían significar nimiedades para algunos, pero estos aspectos dañan la bien lograda ambientación y no permiten que uno como espectador se compenetre totalmente con la historia. Las actuaciones de Banderas y Strong son acertadas: Banderas compone, con gestos de desprecio, a un Nesib que conoce los manejos políticos y que se muestra superior a los demás. Pero el actor también es capaz de plasmar las otras caras de su personaje (por ejemplo, al final), no sin caer, a veces, en ciertas exageraciones actorales que le restan credibilidad a su papel. Strong, quizás un escalón más arriba que Banderas, interpreta con oportunos silencios y miradas cargadas de intensidad al profundo y derrotado Amar, pero algunas líneas de diálogo resultan demasiado presuntuosas para este tipo de película. Tahar Rahim como el protagonista, el príncipe Auda, es más sólido como la versión nerd/débil/inocente del personaje que en su modalidad “héroe de guerra”, pero hay que decir que el recorrido de Auda tampoco es demasiado creíble (aunque esto está vinculado al pretendido estilo de película épica y de aventuras). Lo de Frieda Pinto es lamentable y lo más preocupante es que se viene haciendo costumbre: como en INMORTALES (2011) y en EL PLANETA DE LOS SIMIOS: (R)EVOLUCIÓN (2011) su rol es meramente ornamental y la relación amorosa entre su personaje y Auda sólo se podría describir como insustancial. EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud (EL NOMBRE DE LA ROSA; SIETE AÑOS EN EL TIBET), es una película que habla sobre la lealtad, las relaciones entre padres e hijos y lo difícil que son los cambios. También pretende dejar un mensaje –algo superficial- en contra del capitalismo y confronta dos formas de ver el mundo. Quizás lo más valioso sea esto último: poder conocer en una superproducción una forma de pensar diferente. La escena en la que Auda debate con líderes ancianos qué hacer con el petróleo, con citas al Corán incluidas, es un buen ejemplo de cómo el film lleva a la reflexión. En conclusión, EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO logra saciar sin dejar satisfecho al espectador, que, como un caminante del desierto, tendrá que seguir buscando un oasis.
Una peli épica de alguna manera interesante, pero un poquito larga también. La peli transcurre en los años 30 y se centra en la historia del Principe Auda, que junto con su hermano es adoptado por el enemigo de su padre con el objetivo de traer paz a la guerra entre 2 pueblos. El padre Mark Strong, acepta este acuerdo y queda en claro que la tierra por la que estaban peleando no va a ser de ninguno de los 2. Antonio Banderas cumple su parte del trato, hasta que muchos años desp, en medio de la desesperación viene un yanqui a ofrecerles sacar petroleo de la tierra de nadie y darle una tajada a Antonito, que felizmente acepta. Ahí se pudre el rancho y el Principe Auda tiene que decidir a quien serle fiel, a su guardián Antonio Banderas, (que ademas es un potencial suegro, si saben a lo que me refiero) o a su verdadero padre, Mark Strong, que se mantiene muy conservador en cuanto a no ayudar a los infieles a sacar esta agua impura de la tierra de nadie. En fin, un quilombo. Pero un quilombo interesante, en el que se puede investigar de alguna manera, como pudo haber sido todo el surgimiento de la guerra del petroleo. Y ademas se dan algunas discusiones copadas en cuanto a las reacciones de los musulmanes y su manera de ver las cosas. Jean-Jacques Annaud dirige esta peli. Y a decir verdad esperaba algo más del tipo que hizo Enemigo al Acecho, El Oso, 7 años en tibet. Como que un tipo con esta trayectoria podria haber hecho una obra maestra. La peli esta bien filmada y dirigida, pero a veces tiene esas cositas que te hacen pensar que estas viendo una pelicula animada. No se como explicarlo…es un poco naif a veces. Pero de repente sale con cosas bien crudas y epicas y mas a la segunda mitad se pone mas movida, con mas acción y escenas con mas despliegue. La música me encantó. James Horner hace un muy buen laburo que ademas sigo escuchando mientras laburo, si eso significa algo. Los actores están bien. Banderas hace de Banderas, Mark Strong hace de capo sabio genio super actorazo, y Tahar Rahim, el protagonista hace un laburo bastante convincente. Si alguien lo vio en Un Prophete, entonces sabe que hay que estar atento a lo que haga. En finoli, la peli esta muy bien. Creo que tiene varios puntos fuertes, y vale la pena verla, pero de ninguna manera es mas que un 7. Una lástima sabiendo que es la primer pelicula con presupuesto que se hace sobre este tema y esta cultura desde el Principe de Arabia. Ademas Dirigida por Annaud, que me parece un gran director. Saludos desde el desierto.
El León del Desierto Uno vé "El Príncipe del desierto" -mejor su título original: "Black gold"- y si se es cinéfilo parece sumergirse en la cápsula del tiempo, es un volver al disfrute de las grandes aventuras en amplios espacios, sin recurrir a los hoy tan utilizados efectos especiales. Nosotros vemos 100 guerreros cabalgando bajo el implacable sol y sin dudas lo son en verdad, aquí no hay dibujo que valga, ese mérito del director Jean-Jacques Annaud ("La guerra del fuego", "En nombre de la rosa", "El Oso", "El amante", "Siete años en el tibet",etc) le otorga un algo especial que lo convierte en plato de alto paladar para aquellos que aún hoy buscan en el cine los grandes relatos descendientes del mentado folletín que intercalaba la acción con el romance en ambientes exóticos, y que dió grandes clásicos del cine. Aquí aparece el enfrentamiento entre dos tribus y como acuerdo de paz supondrán que nadie toque el llamado "Cinturón amarillo", pero un día algún perdido buscador yanqui hallará en ese sitio una veta de "Oro negro", y así el capitalismo productivo volverá millonario a un pueblo y el otro hará carne de dignidad sin aceptar el potentoso líquido elemento. Obvio, llegarán asi los enfrentamientos, pero clave de la historia es que los hijos de uno de los jeques -que perdió la primera batalla- dió como entrega de rehenes sueltos a sus dos pequeños hijos, ellos se harán grandes y para suerte o desgracia del guión, se verán entre dos fuegos. Cuando algún crítico aplaude la banalidad y la estupidez fílmica de "Los juegos del hambre", que deberían decir de esta aventura servida en bandeja, y entretenida ciento por ciento...? En el elenco actoral sobresale con nota alta, la presencia del estupendo Mark Strong como el jeque abatido y que dado a su vencedor sus hijos, su antagonista es Antonio Banderas, quién no desentona en su rol, aunque juegue al árabe con tonos de voz similares al del "Gato con botas".
Publicada en la edición digital de la revista.
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El realizador francés Jean-Jacques Annaud ("El Nombre de la Rosa", "Siete Años en el Tibet", "Enemigo al Acecho") dirige esta superproducción de aventuras con trasfondo político. La historia que el propio Annaud se encargó de adaptar junto a Alain Godard (el guión estuvo a cargo de Menno Meyjes) está basada en la novela "South of the Heart: A Novel of Modern Arabia" (algo así como "Al Sur del Corazón: Una Novela sobre la Arabia Moderna"), del escritor suizo Hans Ruesch. La misma fue publicada en 1957. La historia se desarrolla a principios del siglo XX justo cuando el descubrimiento de petróleo cambiaría para siempre las vidas de las tribus beduinas de la península arábiga y, por lo tanto, de nuestro mundo, ya que el conflicto que aborda la película sigue vigente en esa zona rica en "Oro Negro" (título original del film), por el que se originan luchas y guerras. En el centro del relato están dos líderes enemigos, Nesib (Antonio Banderas), emir de Hobeika, y Amar (Mark Strong), sultán de Salmaah, quienes bajo el inclemente cielo del desierto sellan un pacto de paz. El acuerdo establece que ninguno de los dos reclamará el territorio neutral que existe entre ellos, un pedazo de arena sin dueño conocido como el "Cinturón Amarillo". Los dos pequeños hijos del personaje encarnado por Strong -Saleeh (Akin Gazi) y Auda (Tahar Rahim), están incluidos en el trato, ya que éste los debe entregar a su contrincante como garantía de que no habrá más enfrentamientos entre ambos… hasta que aparece un texano (Corey Johnson) que encuentra petróleo justamente en esa zona neutral y que comienza a hacer negocios con Nesib. En medio de esta nueva disputa territorial entre ambas tribus, los ya crecidos hermanos (uno guerrero, el otro un tímido bibliotecario) se ven obligados a tomar importantes decisiones que afectarán tanto a uno como al otro bando. La mayor responsabilidad recae en Auda, a quien se le encarga negociar la paz entre sus dos padres, el biológico y el que lo crió. A lo largo del film, este joven príncipe irá descubriendo su destino como líder. En "El Príncipe del Desierto", su director decide dejar a un segundo plano algunas líneas argumentales secundarias para ahondar más en el viaje épico de quien termina siendo el verdadero protagonista del film, a cargo del actor francés Tahar Rahim (el mismo de "Un Profeta", la cinta ganadora del Oscar al mejor film extranjero en 2010). El joven logra transmitir de manera convincente la transformación de su personaje: de un inocente académico a un aguerrido guerrero. No se puede decir lo mismo del español Antonio Banderas, cuyo papel como tirano árabe pasa por momentos convincentes y por otros que no lo son tanto. Su contraparte, Mark Strong, está muy correcto. Por su parte, la actriz Freida Pinto ("Slumdog Millonaire: Quién Quiere ser Millonario?, "El Planeta de los Simios (R)Evolución") interpreta, sin aportar demasiado a la trama, a la princesa Leyla, la hermosa hija de Nesib, y el interés romántico del personaje de Rahim, por lo que la clásica historia de amor no está ausente en este relato. A lo largo de las dos entretenidas horas que dura, el film despliega -sin decaer en su ritmo- un escenario con asombrosos paisajes, espectaculares enfrentamientos y batallas que transcurren en un mar de arena.
Hombre de empresas de gran aliento, Jean-Jaques Annaud (“Siete años en el Tíbet”, “El amante”), ubica la acción de este drama épico en Arabiaen los `30, cuando estalla el boom del petróleo en los emiratos. El joven príncipe Auda se verá tironeado entre la lealtad a su padre Avar, espíritu conservador, y el ímpetu liberal y renovador que impulsa Nessih, rey de Obeika y padre de Leida, el gran amor de Auda. Nessih acaba de derrotar en una guerra inacabable a Avar y quiere poner al reino a tono con los tiempos. Ambicioso, su personalidad avasallante fascina a Auda, más aún cuando se entera de que este aspira a convertirlo en su brazo derecho. Sin embargo, los lazos de sangre todavía pesan. Annaud parece empeñado en reeditar los grandes momentos de “Lawrence de Arabia”. No siempre lo consigue. El film, de presupuesto generoso, se debate entre el culebrón romántico y las grandes epopeyas.