Un policial ambientado en el año 2001 que transita por una trama de suspenso e intrigas de la mano del director Alberto Masliah e indaga en los vínculos familiares alterados, en la búsqueda de la identidad y en la corrupción. La vida de Marcelo -Pablo Rago-, un escritor devenido en periodista, cambia cuando su padre Tonio -Roberto Carnaghi-, un consagrado intelectual, muere de manera misteriosa en la bañera. Junto a Carolina -Calu Rivero-, la curadora de una sala de arte y ex secretaria de Tonio, Marcelo se sumerge en un mundo oscuro, en el que la violencia y la ambicion de poder es moneda corriente, y deberá enfrentar a “El Loco” Bertolini -Gerardo Romano-. Desde el comienzo, la cámara recorre la escena de un crimen en un basural y coloca a Marcelo en el ojo de la tormenta, presionado por la jefa del diario para el cual trabaja y donde debe lucirse para conseguir la primicia. Además de una descripción social caótica y de muchos contrastes, se pinta un panorama familiar resquebrajado: Marcelo tiene una relación distante con su padre y con su hijo adolescente. Entre un misterioso juego de mesa -que une a nieto y abuelo-, una sociedad secreta y la ambiguedad que presentan los personajes, se va articulando una historia que juega en varios niveles pero que tiene como denominador común la búsqueda de la verdad. Todos los caminos convergen en una ola de violencia y algunas subtramas quedan poco desarrolladas como la del sacerdote ligado al poder y acusado de abuso. Pese a algunas limitaciones en la producción y algunos personajes esquemáticos, la película cumple su objetivo de poner secretos sobre el tapete y una estafa que trae el pasado a la pantalla grande. Pablo Rago lleva el peso del filme como el investigador que sigue su olfato.
“El sonido de los tulipanes”, de Alberto Masliah Por Marcela Barbaro La crisis política que atravesó nuestro país en el 2001, ofrece el escenario perfecto para narrar una historia turbia, que desnuda viejos entramados políticos de corrupción. Bajo ese contexto de caos y desamparo, se desarrolla El Sonido de los Tulipanes del realizador Alberto Masliah (Schafhaus, casa de ovejas, 2010) ambientada en aquellos años y con un gran elenco de actores. Marcelo (Pablo Rago) es un escritor devenido en periodista de un diario local, y autor del libro “El Sonido de los Tulipanes”, en el cual revela un complot a través trabajos de inteligencia que involucra a muchas personas del entorno de su padre, Antonio Dimmarco “Tonio” (Roberto Carnaghi), un ex activista político y consagrado intelectual, con quien se distanció hace años a causa de esa publicación. Cuando Tonio aparece muerto, en circunstancias poco claras, comienza un proceso de investigación en manos del Laucha (Gustavo Garzón), quien sospecha que no fue un suicidio. Para Marcelo la pérdida de su padre lo desestabiliza emocionalmente y comienza a dudar de todos los que lo rodean. Entre ellos, aparece Carolina (Calu Rivero), la ex secretaria del padre, quien lo acompaña a develar el crimen, mientras él se enfrenta a El loco Bertolini (Gerardo Romano) y a su banda involucrada en aquel complot. Marcelo continúa para llegar a la verdad, a pesar del alto costo de su misión. Mientras las acciones avanzan para dar luz a los hechos, la trama se va complejizando y abriendo en varias subtramas que responden a temas vinculados a la dictadura, la apropiación, el exilio y la militancia política. En ese marco, todo está a punto de quebrarse, la desconfianza entre los personaje se acrecienta, y la sospecha presiona para sostener el policial. Al mismo tiempo, los protagonistas se mueven bajo la dualidad de un contexto adverso, donde les cuesta sostener los vínculos y mantener las ideas por las que lucharon, en otros tiempos. La película, enmarcada en el policial y con algunas características del cine negro, principalmente por los roles y estereotipos de los personajes, más que por el clima o la estética alcanzada, tiene puntos en común con Betibú (2014) de Miguel Cohan, en relación al escenario que presenta (una muerte a investigar), la realidad política argentina que refleja y las conductas sociales que se desprenden. Alberto Masliah, con una vasta experiencia en la producción y el documental (Negro Che, los primeros desaparecidos, 2006; El último quilombo, 2012; Yenú Kade: Cristiano bueno, 2015), sigue la línea temática de sus trabajos anteriores orientados a la identidad y los derechos humanos. En éste caso, según palabras del realizador, la identidad se remite más a un tema intrapersonal, en relación al vínculo padre e hijo, quienes van redescubriendo quienes son a partir de la pérdida, como quiebre. A pesar de la buena elección de los actores, que hacen lo posible por sostener la tensión, hay escenas donde la interpretación parece algo forzada, y otras, donde la mirada a cámara fracasa en su relación con el fuera de campo; no por lo que se preserva al espectador, sino en cuanto a lo formal. El sonido de los tulipanes trabaja sobre puntos oscuros de nuestra historia, pero en su afán por develar tantos frentes abiertos desde el guion, la puesta en escena no termina de alcanzar la fluidez y el ritmo necesario que exige el cine de género. EL SONIDO DE LOS TULIPANES El sonido de los tulipanes. Argentina, 2019. Dirección: Alberto Masliah. Guion:Alberto Masliah y Hernán Alvarenga, con la colaboración de Lucas Santa Ana. Intérpretes: Pablo Rago, Calu Rivero, Gerardo Romano, Roberto Carnaghi, Iván Masliah, Gustavo Garzón, Atilio Veronelli, Bernarda Pagés, Amanda Busnelli, María Lía Bagnoli, Víctor Malagrino, Daniel Di Biase, Pablo Palacio, Gustavo Pardi, Néstor Villa, Rodolfo Durán. Dirección de fotografía:Mariana Russo. Montaje:Emiliano Serra. Música: Mariano A. Fernández. Dirección de Arte: Augusto Latorraca. Dirección de Sonido Directo: Carolina Pérez Sandoval. Duración: 95 minutos.
Hay algo en la manera en que se desenvuelven las circunstancias en El sonido de los tulipanes que produce cierta desconfianza. Desde la primera toma, todo parece demasiado calculado en cómo son desarrolladas las sub-tramas. Y las actuaciones no ayudan a asirnos a escenas específicas. El melodrama de Amanda Busnelli, por ejemplo, resulta exagerado. Sus lágrimas no parecen más que una imposición. La película además juega a referirse indirecta pero obviamente a los medios nacionales (NT por TN o Paladín por Clarín, ambos con tipografías y colores similares), y hay sugerencias sobre las problemáticas actuales porque se basa en una época de crisis. Esto le da a la película un aire engañoso de urgencia que no puede sostener. Hay incluso una escena de juego entre abuelo y nieto que nos propone visualmente una estrategia entre los personajes: el nieto hereda los conocimientos del abuelo. Es aquí donde la propuesta resulta más interesante: en cómo se adentra en las complicaciones del entramado político. De todas maneras, la fotografía no deja a un lado la composición de planos interesantes. Una muerte o una noticia sirven de catalizador y de aviso para lo que se nos viene. Una y otra vez, la cinematografía cuida los planos aunque no se sepan aprovechar los actores para escenas mejor resueltas. El melodrama no resulta convincente y la severidad de los personajes no sirve más que para explayarse en el histrionismo impostado de los intérpretes. A pesar de los diversos intentos que lleva a cabo la película por componer un conflicto, cae en la relación con films que resuelven con muchísima más fuerza problemas morales y familiares incrustados en la corrupción. Por carencia intencional o indirecta, es difícil no pensar en Una separación cuando vemos la dinámica de padre e hijo a través de un parabrisas roto. Pero siquiera una alusión efímera a aquella obra da ganas de verla de nuevo o rellenar los matices faltantes en esta trama con los del guión de Farhadi. Por otro lado, la musicalización de la película desentona en varios momentos. La banda sonora está forzando el melodrama de la familia dividida pero que lucha por un bien social común. Probablemente tenga mucho que ver con las actuaciones tan poco convincentes de casi todo el elenco. La búsqueda del protagonista no convence, ni por el lado del típico periodista desencantado con las historias que consigue porque está decepcionado con su propia trama familiar; ni por quien encarna tal búsqueda. Hay además un giro final que hace todo demasiado conveniente para la resolución de la trama. Es aquí donde se notan las costuras del guión. Y a partir de ese momento las circunstancias se vuelven previsibles y, finalmente, lo que provoca es reírse sin quererlo. Si al menos los actores pudieran sostener las escenas con su presencia, todo fluiría mejor. Pero no puede surgir convicción de una trama repleta de lugares comunes que no llegan a buen puerto. Los paralelismos entre la película y la política actual se agotan y están dispuestos nada más para el fluir de una trama calculada, mas no orgánica.
[REVIEW] El Sonido de los Tulipanes. El nuevo film protagonizado por Pablo Rago llega al cine y acá te contamos un poco de lo que te podés esperar. El nombre no es exactamente el más atractivo para esta historia pero, para nuestra sorpresa, no es lo peor del film. Quizá es una forma un poco brusca de empezar, así que será mejor ir paso por paso. El inicio es, en realidad, bastante prometedor. Tenemos una escena del crimen que se recorre con la cámara parte por parte antes de ampliar la toma y darnos un plano general del lugar donde ocurrió y se nos presenta al protagonista, Marcelo (Pablo Rago), quien está allí investigando un homicidio para el periódico en el que trabaja. Lo primero que desconcierta fue la elección de celular del personaje. Suena tonto, ¿no? ¿El celular? Sí, el celular. Porque es un modelo muy específico que se usaba hace como 20 años. Pero me dije: «será un descartable o habrá una razón de fondo» y lo dejé pasar, porque era una cosa mínima para centrarme apenas empezaba el film (resulta que la historia transcurre durante el año 2001, en medio de la crisis, pero a eso llegaremos más adelante). Pero a medida que avanzaba la historia, otras cosas más allá de la elección de telefonía móvil (y tecnología en general) fueron llamando nuestra atención. Y no exactamente para bien. Una de ellas es lo forzado que se sentía el diálogo en general. Esto es notorio principalmente con una escena donde el personaje de Rago se cruza con el de Roberto Carnaghi, que hace de su padre. Se da a entender que la relación entre ambos es tensa como mínimo, así que se lo atribuimos a eso. Pero no es el único. No importaba qué diálogo, todos se sienten igual de forzados. Y el efecto es enfatizado por el uso de vocabulario innecesariamente rebuscado. Como si las frases y conversaciones fueran sacados de un libro de hace cincuenta años, donde es todo propio, cuidado y desactualizado, lo cual generaba una sensación bastante bizarra de oír. Lo segundo es la trama base de la historia. Como ya hemos mencionado en otras ocasiones, los clichés bien utilizados suelen resultar en buenas historias. Porque por algo son clichés: porque funcionan. Por el contrario, la situación actual es la opuesta. El cliché en cuestión es la típica «organización secreta y complot«. ¿Cuál es el principal problema? No parece haber un verdadero enemigo para la organización. Se da a entender que el padre de Marcelo Di Marco (Pablo Rago) les puede hacer frente, pero nunca se lo muestra como una amenaza en sí. En realidad, si hubieran dejado al viejo en paz, probablemente habría muerto de viejo y ellos no hubieran tenido problemas con los que lidiar. Tercero, las actuaciones en sí mismas no están a la altura (la cual de por sí no es mucha, considerando lo que hemos mencionado sobre la historia). Todo se siente falso y, en teoría, no debería ya que son actores profesionales. Particularmente, Calu Rivero como Carolina es difícil de ver. Esto es debido a que el personaje es casi innecesario y porque ella se siente como si estuviera pensando diez veces cada movimiento, incluso respirar. Y ni hablar de Bertolini, interpretado por Gerardo Romano, cuyo personaje parece salido de un film de Bond de los primeros, con monólogos y todo. Si hasta en un momento le dice a alguien algo similar a «si yo los hago esperar, esperan«. Aunque en su caso particular podemos debatir si el problema es la caracterización del personaje o el personaje en sí. Cuarto, y último, resulta que la película está ubicada temporalmente en el año 2001, durante la gran crisis que Argentina sufrió. El problema es que esto lo sabemos porque fuimos a buscar información extra sobre el film. Nunca se le da lugar en la historia, lo cual en restrospectiva, hubiera ayudado a entender algunos puntos. No significa que todos los aspectos del contexto tengan que estar detallados uno por uno, pero sí darle un marco claro al espectador, no solo celulares de hace casi 20 años. Al final del film, la historia en su totalidad se siente como un proyecto estudiantil: poco cuidado, tenso y casi amateur. Fue, simplemente, predecible y poco entretenida. Nunca dudás del curso que va a tomar la historia y, para eso, es mejor quedarse viendo alguna vieja favorita.
Se estrena un nuevo policial enmarcado en el año 2001. El comienzo atrapa, mientras vemos forenses trabajando en un reciente crimen que Marcelo Di Marco (Pablo Rago) periodista y escritor, investiga para el diario en el que trabaja. Marcelo mantiene una tensa y competitiva relación con su padre Antonio Di Marco, “Tonio” (Roberto Carnaghi) y también un vínculo complicado con su hijo adolescente, aunque nieto y abuelo se llevan de maravillas. Con la extraña muerte de Tonio comienza la investigación para aclarar lo sucedido. Un candidato político guiado por una organización turbia liderada por “El loco” Bertolini (Gerardo Romano) está vinculada a un proyecto en barrios marginales y resulta ser el centro de la trama. Un sacerdote con acusaciones que no se terminan de establecer, un pintor, un policía apodado “Laucha” (Gustavo Garzón) y Carolina (Calu Rivero), vinculada a todos los personajes, hacen que el guión abra muchas historias, aunque Carolina será un comodín para enlazarlas. Los diálogos forzados que mezclan frases de libros terminan siendo contraproducentes para las diferentes actuaciones. Todo lo que va sucediendo tiene algo inusual, muchas veces un tanto bizarro. Personajes que aparecen con mucha carga no se terminan de desarrollar y terminan creando más confusión que interés. Se destaca Romano, y una buena música que acompaña una trama que no termina de convencer. ACTORES: Pablo Rago, Calu Rivero, Gerardo Romano. Roberto Carnaghi, Gustavo Garzón. GENERO: Thriller , Policial . DIRECCION: Alberto Masliah. ORIGEN: Argentina. DURACION: 96 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas FECHA DE ESTRENO: 09 de Mayo de 2019 FORMATOS: 2D.
El sonido de los tulipanes es una de esas películas en las que casi nada funciona. Intenta ser un policial con resonancias de la historia y la política argentina pero choca contra un muro de lugares comunes, malas actuaciones y escenas de acción que causan gracia. Pablo Rago es Marcelo, un periodista de investigación peleado con el mundo. Un de sus vínculos complicados es con su padre (Roberto Carnaghi). Cuando el viejo muere, deja un misterio que involucra a una misteriosa organización, y Marcelo no tendrá más remedio que intentar resolverlo. Mezcla entre el antiguo estereotipo del periodista bohemio y un detective de novela negra, Marcelo toma de una petaca, suele dormir en su oficina y es un seductor. En su vida no pueden faltar las apariciones de una mujer fatal (Calu Rivero) y de un villano siniestro (Gerardo Romano). Poco puede hacer el elenco con un guion que pretende decir verdades y termina siendo una confusión cargada de frases huecas que equivalen a lo que puede repetir cualquier indignado hijo de vecino: “¡Qué barbaridad, todo está podrido!”.
En Buenos Aires, y durante la crisis de 2001, Marcelo, un escritor devenido en periodista, deberá volver sobre los últimos pasos de su padre, un intelectual de quien se halla distanciado cuando este muere en condiciones extrañas. De la mano de la exsecretaria de su progenitor, Marcelo se sumerge en un mundo oscuro lleno de violencia que lo arrincona en medio de misteriosas alianzas y de secretos bien guardados. El director Alberto Masliah logró construir un film policial en el que el suspenso recorre toda su estructura hasta desembocar en un final inesperado. Pablo Rago aportó su eficiencia interpretativa a esta historia que habla, con hábiles pinceladas, de una Argentina inserta en el miedo y la traición.
El film de Alberto Masliah, con el guión del director y Héctor Alvarenga, con la colaboración de Lucas Santa Ana se ubica en los convulsionados años del comienzo del milenio en nuestro país. Una historia que se centra en la investigación que realiza el protagonista, Pablo Rago, un escritor devenido en periodista, que deberá relacionar una serie de crímenes con el supuesto suicidio de su padre, los manejos mafiosos, la corrupción, curas abusadores, y una serie de secretos donde muchos aspectos no son lo que parecen. Si bien el film está bien realizado, es ágil, y tiene muy buenos actores, el nombrado Rago, eje del film, Roberto Carnaghi, Gerardo Romano, con personajes bien logrados como el de Calu Rivero, el problemas es la acumulación de objetivos. Tramas y subtramas no del todo bien resueltas que confunden el relato y debilitan el contenido. Sin embargo lo policial y lo político, lo social y la oscuridad del poder siempre son temas atractivos que de la mano de populares actores tendrán el suficiente atractivo para los espectadores.
Policial y estratega La clave para esclarecer un hecho criminalístico, se relaciona aqui con un juego de estrategia, en el cual dos partes, aparentemente antagónicas, se enfrentan entre sí. En prinipio encontramos una relación conflictiva padre e hijo. A partir de allí, la investigación develará el misterio que se esconde detrás de esta hostilidad. El sonido de los tulipanes (2018) nos sitúa en una Buenos Aires durante la crisis de 2001, Marcelo (Pablo Rago), un frustrado escritor quien por descarte oficia de periodista en un medio vinculado al poder de turno, debe desandar el camino que recorrió Tonio, su padre (Roberto Carnaghi), un reconocido pensador, quien es hallado sin vida en misteriosas circunstancias. Acompañado por Caro (Calu Rivero), ex secretaria de su padre y curadora de una galería de arte, Marcelo naufraga en un mundo turbio, en donde conlfuyen la violencia y la ambición de poder. Se enfrentará a “El Loco” Bertolini (Gerardo Romano). Marcelo y su padre se encuentran distanciados por diferencias ideológicas, y a su vez, el primero no logra mantener una relación fluída con su propio hijo. Comienza entonces, una intensa investigación sobre la muerte en cuestión, que expondrá toda la suciedad escondida en diferentes sectores sociales y con la que convivimos a diario. Este policial negro, es dirigido y co-guionado por Alberto Masliah quien consigue aqui, plasmar su impronta. Nos introduce en el relato con un travelling extenso y muy bien logrado desde la escena del crimen, lo cual resulta muy interesante. Desde lo estético, cabe destacar que utilizó por un lado: colores, flores y una casona de paredes blancas, aludiendo una supuesta limpieza; y por otro lado la basura y la suciedad de un asentamiento, trazando un importante contraste entre ricos y pobres, y qué es lo que cada uno desde un lugar prejuicioso podría pensar. Sin embargo, lo que sucede es todo lo contrario, y más cercano a nuestra realidad sociopolítica. Es remarcable el poético trabajo de fotografía y sobresalen las impecables actuaciones de Gerardo Romano, Roberto Carnaghi y Gustavo Garzón. La película contiene todos los elementos de un policial en cuanto al ritmo de la acción e intriga, se nutre de flasbacks para comprender la relación padre e hijo y de sueños con un efecto de cámara ralentizada atractivo, manifestando la verdad que el protagonista se rehúsa a aceptar, aún cuando la tiene ante sus ojos. Este film, expresa de forma sincera y profunda e idílica, una realidad oscura de nuestra sociedad, relacionada con durísimas épocas tan sufridas por los argentinos, las crisis sociales y la falta de oportunidades en las que se encuentra sumergida gran parte de nuestra población.
El nuevo film de Alberto Masliah, El sonido de los tulipanes, es otro caso del emergente cine en época de crisis social. Aún con cuestiones a rever, posee atractivos para el género. El cine, como hecho cultural, no suele estar ajeno a las coyunturas sociales. Menos aún el cine argentino caracterizado por su compromiso. Ante cada contexto histórico, se cuentan de a decenas las películas que retratan el sentir social del momento. Cine obrero, post dictadura (y dictadura mediante analogías evasoras de la censura), destape, corrupción, crisis moral, esperanza de barrios bajos; y llegamos a la época actual. Al igual que en el post dictadura, aflora un aire a “que se vayan todos”, podredumbre en todos los estratos, y el mejor es el menos corrupto. En este marco, "El sonido de los tulipanes" es un claro ejemplo de época, tal como la estrenada a fines de 2018, "El jardín de la clase media". Un policial, con personajes profesionales, altos contactos, la política en el medio, entramados familiares, y hechos espurios que manchan aquí y allá. Posiblemente herederos del policial de principio de los ’90 ("Delito de corrupción", "Al filo de la ley"), y de principios del Siglo XXI ("Nada x Perder", "Cargo de Conciencia", "Gallito ciego", "El séptimo arcángel", y hasta "Nueve reinas"). Si revisamos la filmografía de Alberto Masliah ya podremos intuir hacia dónde irá el asunto. Un puñado de documentales de contenido social, mayormente enfocado en minorías; y una única ficción, Schafhaus, casa de ovejas; con la cual "El sonido de los tulipanes" mantiene varios puntos en común. El linaje familiar marcado por asuntos políticos, las relaciones padres e hijos quebradas en un marco difícil, el hijo redescubriendo su historia, y una ambigüedad ideológica llamativa. En esta oportunidad quien lleva la historia adelante es Marcelo Dimmarco (Pablo Rago), un periodista investigador de policiales, que carga con el éxito de una novela “El sonido de los tulipanes al doblarse”, que le trajo tantos beneficios como pérdidas. Texto efectista, aquella novela le dio una popularidad que no pudo sostener y retener; y lo apartó de su padre, que siempre rigió la conducta de su hijo, y consideraba que ese texto estaba plagado de inexactitudes con tal de vender. Marcelo trabaja para un diario que no tiene ningún escrúpulo, y parece aceptar el juego. También tiene una relación muy distante con su propio hijo fruto de un matrimonio roto. La repentina muerte de su padre, Antonio Dimmarco (Roberto Carnaghi), en circunstancias muy extrañas, trastocará la vida de Marcelo, que se verá envuelto en una investigación con ribetes en un inicio impensados. Mediante una serie de flashbacks iremos conociendo la relación entre ambos, y descubriremos una asociación que implica contactos de todo tipo, y se eleva a tiempos pasados. En el funeral, se hacen presentes dos persones. Carolina (Calu Rivero) la secretaria de Antonio, que se une a Marcelo para llegar a la verdad, ya que ella misma parece verse acosada por quienes asesinaron a Antonio; y “El Loco” Bertolini (Gerardo Romano), socio de Antonio, pata política, con intereses propios nada limpios. "El sonido de los tulipanes" crea una red en la que entran la corrupción política, lo exiliados durante la dictadura y el pasado previo de los mismos, la suciedad mediática, y las nuevas actividades de estos personajes no acostumbrados a vivir de la legalidad. En ese marco, hay cuestiones que se le escaparán de las manos, y otras que resulten algo redundantes. Lo diálogos remarcan las situaciones, y algunos personajes presentan trazos gruesos. Sin embargo, en su propuesta de crear un policial de ribetes altos, resulta efectiva, y deja en claro el mensaje de algo turbio enquistado desde hace mucho tiempo en el país, y del que ningún sector está exento. La solvencia de actores como Rago y Carnaghi, le aportan peso a sus papeles; y Gerardo Romano logra sacar provecho a sus habituales sobreactuaciones (entendido no como como algo negativo) que en esta oportunidad son muy favorables a un personaje megalómano. Calu Rivero, con aún escasa participación cinematográfica, mejora la performance entregada en "Tesis sobre un homicidio", so nota suelta, y cumplidora en el rol de una semi femme fatale joven y con un grado de inocencia y misterio. Niveles de producción altos, y una consciencia de lo que se pretende entregar, como heredera de una tradición fructífera en nuestro cine, apuntalan esta producción. "El sonido de los tulipanes" presenta una sociedad corrompida, personajes que muestran bajezas, y una suciedad que no se ahorra detalles. Varios tramos pueden resultar sobrecargados, con un lenguaje visual algo evidente; u obligarnos a cuestionarnos su posicionamiento ideológico ambiguo, con dardos para aquí y para allá. Alberto Masliah construyó un thriller cuyo mayor mérito es no esconder sus intenciones.
Marcelo Di Marco (Pablo Rago) es un escritor frustrado convertido en periodista, que debe rastrear los hechos ocurridos alrededor de la muerte de su padre, Tonio Di Marco (Roberto Carnaghi) en circunstancias extrañas. Este policial negro decide, desde un comienzo, mezclar géneros, pasando de los tópicos del film noir al film político, mezclando bajadas de líneas confusas con situaciones casi nunca logradas, ya sea por el guión, por la puesta en escena, por las actuaciones o por la suma de todo eso. Si quisiéramos olvidarnos del costado político el policial negro queda muy corto, casi cómico, demasiado forzado y poco creíble aun para los poco verosímiles códigos del género. Si nos quisiéramos aferrar a la trama política estaríamos en un terreno un peor, con referencias a la realidad que fluctúan entre lo obvio y tonto y lo contradictorio y accidental. Si hay algo claro en la película es que no se logró el objetivo, posiblemente mucho más ambicioso que otros films nacionales, pero aun así sin nada para destacar.
Durante la crisis de 2001, Marcelo Di Marco (Pablo Rago), un escritor devenido en periodista, descubre que su padre (Roberto Carnaghi) murió en condiciones sospechosas. Es así como deberá involucrarse nuevamente en su vida, luego de un largo tiempo distanciados. Con la ayuda de Carolina (Calu Rivero), ex secretaria de su padre, el protagonista se sumergirá en un mundo oscuro lleno de violencia y ambiciones de poder que lo enfrentarán con “El Loco” Bertolini (Gerardo Romano), poniendo en peligro a su familia. “El Sonido de los Tulipanes” empieza de una manera muy potente, con la introducción de un escenario misterioso que poco a poco va revelando su contenido y cobrando sentido, con una música intensa que lo acompaña. De esta manera nos enteramos de la profesión del protagonista como también este panorama se convertirá en un indicio que marcará el rumbo del film, tanto en cuanto a los asesinatos como a la temática que toca. Sin embargo, con el correr del tiempo la trama se vuelve confusa por momentos, debido a su complejidad política y social, a la gran cantidad de idas y vueltas que tiene y a la variedad de subtramas que presenta sin un desarrollo demasiado profundo, que podrán hacer que el espectador pierda el hilo del relato. De todas formas, se realiza un buen abordaje del tratamiento que le dan los medios de comunicación a las distintas historias como también los manejos que existen detrás de la información, donde se priorizan intereses personales. En cuanto a los aspectos técnicos, los mismos son correctos en su ejecución, sobre todo la fotografía, que prioriza los colores oscuros para llevar adelante la historia, aunque la ambientación no nos permita determinar concretamente la época. Si bien se nos presentan algunos elementos que nos dan la pauta de que la historia se desarrolla en otro año (probablemente a principios de los 2000), como celulares y computadoras más antiguas, en ningún momento cobra interés el contexto en el cual se sumerge la trama. La misma podría suceder tranquilamente en cualquier período temporal, solo nos enteramos de su época por la sinopsis. Con respecto al elenco, tenemos nombres muy importantes, aunque con interpretaciones dispares. Se destacan las actuaciones de Pablo Rago como el protagonista de la historia y Gerardo Romano, quien se desempeña bien como villano. Hay otras que no son muy creíbles, un poco por la sobreactuación de los mismos actores y otro poco por los diálogos que les toca desarrollar, que suenan un poco extraños en su recitar, como si estuvieran impostados. En síntesis, “El Sonido de los Tulipanes” podría haber sido más por la atractiva propuesta que presenta y los nombres dentro de su elenco. Un policial que se perjudica por su compleja y confusa trama, algunas actuaciones que no terminan de generar credibilidad y algunos diálogos un poco forzados.
La sombra del pasado. Quien haya seguido la carrera cinematográfica del director, productor y guionista Alberto Masliah sabrá que todos sus trabajos giran alrededor del tema de la identidad. Desde su primer largometraje, Schafhaus, casa de ovejas (2011), donde el protagonista volvía a Buenos Aires para hacerse cargo del negocio familiar después de haber tenido que viajar a Alemania con sus abuelos tras desparecer sus padres en la época de la dictadura, hasta los documentales Yenú Kade, cristiano bueno (2015) y En el cuerpo (2018), obras artísticas que circulaban entre la tensión entre lo estético y la reconstrucción de espacios simbólicos y/o reales, de la historia de la Argentina reciente, el bonaerense nutre su idea central a partir de diversos puntos de vista como excusa perfecta para hacer hincapié en las repercusiones de los actos políticos y sociales del pasado en las nuevas generaciones. De heridas que, por lo que parece, aún tardarán mucho tiempo en cicatrizar, también trata su reciente estreno, El sonido de los tulipanes, una ficción amparada en el género policiaco donde se vuelven a poner de relieve esas mismas maneras exploratorias identitarias. Intriga y crítica social visten un traje donde el ¿quién lo hizo? y la memoria histórica acabarán por darse la mano. El guion, escrito por el propio Masliah y Hernán Alvarenga, con la colaboración de Lucas Santa Ana, se ambienta en Buenos Aires durante la crisis del 2001. Trata sobre Marcelo Di Marco (Pablo Rago), un escritor devenido en periodista, quien debe volver sobre los últimos pasos de su padre, Tonio Di Marco (Roberto Carnaghi), un consagrado intelectual de quien se encuentra profundamente distanciado cuando muere en condiciones extrañas. De la mano de Carolina (Calu Rivero), la ex secretaria de su padre, Marcelo se sumerge en un mundo oscuro lleno de violencia y ambiciones de poder enfrentándose a “El Loco” Bertolini (Gerardo Romano). Pero el peligro no solo lo acechará a él sino también a los suyos. Si bien se puede poner en el debe de la función una proliferación de clichés y escenarios trillados vistos una y mil veces en el vademécum del género (crimen, pistas, sospechosos, más muertes…) el realizador acierta a la hora de introducir en el desarrollo argumental el drama intergeneracional para entender la huella psicológica que afecta a unos y a otros. Toda la estirpe necesita poner orden en su árbol genealógico y gracias a la progresiva comprensión de la verdad se saldarán cuentas y un halo de esperanza aparecerá en el horizonte de las, hasta entonces, emponzoñadas relaciones paterno-filiales. El filme se ve con agrado gracias a lo bien perfilados que están todos los personajes, desde los protagónicos hasta los que completan el elenco actoral. Se nota que detrás existe una depuración del libreto y el cariño por unos caracteres que intentan huir del arquetipo para abrazar una complejidad emocional que nos lleva tanto a la resolución del caso planteado como a la capacidad de asumir un conflicto familiar privado que se puede extrapolar perfectamente a una sociedad con muchas preguntas y muy pocas respuestas.
Operativo Retorno La relación entre Marcelo (Pablo Rago) y Tonio Dimarco (Roberto Carnaghi) está rota hace años, desde que el hijo publicó una novela que disgustó al padre por exponer historias del pasado que lo involucraron en un supuesto asesinato para encubrir una estafa. Tampoco está entera la relación entre Marcelo y su hijo, quien lógicamente prefiere dedicarle su admiración a un abuelo que invierte tiempo en él. Alejado de la mayor parte de su entorno y sin poder replicar el éxito de su primera novela, Marcelo solo parece funcionar como cronista de policiales en el diario más importante del país, que en tiempos tumultuosos le exige detonar todas las noticias que encuentre para profundizar la situación y sacar provecho. Es mientras investiga un posible vínculo con el narcotráfico del mayor referente político del momento, que su padre aparece muerto en la bañera aparentando suicidio, pero al mismo tiempo con una escena bien diseñada, casi pictórica. Ello lo fuerza a reconectar con su memoria, sus viejos compañeros de lucha, y con los secretos de aquella época que pudieron haberlo matado. Novela policial de hojas amarillas No es por nada que la película lleva el nombre del libro escrito por el protagonista, El sonido de los Tulipanes bien podría ser una novela policial basada en hechos y personajes que recuerdan a algunos de nuestra historia reciente, aludiendo a la lucha armada de los 70s y los conflictos sociales de principios de este siglo. El problema es también eso mismo, porque la película suena como una mala adaptación de una novela donde los personajes tienen que explicar todo lo que sucede, declamando en cada escena frases complejas y acartonadas que no salen con naturalidad de los intérpretes. La trama, con potencial de ser interesante, se pisa los cordones cada vez que quiere tomar envión, perdiéndose en intentos de explicar complejidades añadidas artificialmente para dar volumen a una historia deshilachada e inconexa, cargada de un montón de personajes apenas esbozados que hubieran funcionado mejor en una miniserie. Allí tendrían más tiempo de profundizar en sus historias, y quizás hasta darle oportunidad de lucirse a ese elenco lleno de nombres importantes que apenas logra unos pocos momentos interesantes cuando se cruzan Rago y Carnaghi, contrapuestos a una serie de villanos caricaturizados y una joven con la participación justa para calificar como eye-candy, con el único rol de justificar una escena de sexo intrascendente para la trama. Todo deja la sensación de tener material para ser mejor. Si funcionara mejor narrativamente, podría perdonársele la puesta en escena televisiva, las actuaciones inverosímiles o los problemas de sonido, pero juntar un par de buenas ideas con la esperanza de que solas se acomoden no alcanza para salvar a El sonido de los Tulipanes.
Marcelo Di Marco nunca se llevó bien con su padre. Ahora que su muerte dudosa le da un cachetazo a su vida, piensa que es hora de rebobinar y no sólo indagar sobre lo que pasó. Su hijo parecía llevarse bien con el viejo, quién sabe cómo ese desconocido que fue para él su padre pudo establecer ese tipo de relación. Su trabajo en la redacción de un diario puede ayudarlo y se propone investigar, aunque el peligro lo esté rondando. A su alrededor, una serie de personajes dudosos que de una u otra manera manejan o creen manejar el poder, y una chica con cara de ángel (Calu Rivero), relacionista de una galería de arte, que con su ambigüedad puede mezclarse muy bien con el agua y el aceite. "El sonido de los tulipanes" es un filme policial que, ambientado en el 2001, intenta reflejar el marco de corrupción e ilegalidad de un determinado período que preside el estallido social y donde viejas fórmulas reaparecen y condicionan cualquier intento de reorganización social y democrática. La reaparición de las clásicas figuras de "padrinos políticos", cómplices religiosos, políticos en los que la ambición parece obnubilarles la acción y chicas oportunistas, son el entorno de eclosiones de imprevistos resultados. PUNTOS FUERTES La idea era buena pero abundan los lugares comunes, clichés en los diálogos, los personajes se quedan en tipos y la interioridad se resiente. Lo mejor es el ritmo y los actores: Pablo Rago creciendo en su carrera de actor, la eficiente participación de Gerardo Romano con el "loco Bertolini" y el profesionalismo de Gustavo Garzón y Roberto Carnaghi, como Toño, el padre del protagonista.
Se supone que este thriller político-periodístico debería recordarnos los prolegómenos de la crisis de 2001, tal vez con la idea de que aquellos conflictos nos recuerden los problemas actuales. O tal vez no, ya que las teorías conspirativas del argumento no ayudan a armar una idea coherente sobre lo que sucede en esta insondable película. El asunto es que el reportero, hijo de un periodista venerable, no logra ser considerado escritor, sobre todo por su editora ninfómana. Pero el asunto se complica cuando el patriarca intelectual muere en un episodio extraño que implica mucho más que lo que los medios querrían publicar. La trama es mediocre, y los diálogos, por momentos, inaceptables. Pero lo que de vez en cuando redime el asunto son los actores. Empezando por Pablo Rago, que se las arregla para sostener lo insostenible en el papel del escriba que trata de renegar del legado de su padre Roberto Carnaghi. En algunas escenas cuasi surrealistas también se lucen Atilio Veronelli y Gerardo Romano.
Pese al intento de su director Alberto Masliah, de construir un policial diferente, y a un elenco encabezado por Pablo Rago, y con interpretaciones de Calu Rivero, Gerardo Romano, Roberto Carnaghi, entre muchos otros, “El sonido de los tulipanes” falla por su ambición de abarcar demasiadas líneas temáticas en su narración. El otro y grave problema de la propuesta es la potencia con la que maneja el relato, con una gran habilidad para confundir al espectador en varios pasajes de su desarrollo con una puesta que atrasa y que pierde verosimilitud escena tras escena. Así como el público, el personaje central (Rago), intenta desandar un laberinto en el que se ve involucrado y que se acentúa tras la misteriosa muerte de su padre (Carnaghi) y en el que hay una oscura mafia que atraviesa todos los ámbitos de desarrollo. Su personaje, un periodista que intenta desnudar la corrupción y complicidad política en una historia que remonta vestigios aún no esclarecidos del pasado, es dibujado de manera muy liviana, con una taza de café siempre pegada en la mano, y en la otra un cigarrillo. Este estereotipo del periodista de investigación, ha sido abandonado por las producciones culturales hace muchísimo tiempo, y en ese dato, con el que Masliah desde presentar al personaje, hay un intento por superar las falencias generales de la fallida propuesta. La película trabaja la acción con la contraposición de fuerzas, así, hay buenos y malos, buenos demasiado buenos, malos malísimos, y con eso se cree armar el campo para la batalla de fuerzas, en las que con poco tino se hablan de temas de agenda y actualidad pero sin una dramaturgia acorde al género. “El sonido de los tulipanes” es una ambiciosa propuesta que se queda a medio camino entre el thriller y un policial de características costumbristas y que pierde fuerza ante la dualidad de la configuración de los personajes, que deambulan entre el estereotipo más acentuado y una mirada un tanto confundida sobre el periodismo, la justicia, la libertad, y otros valores y conceptos que son sólo dibujados con trazo grueso y poca profundidad. Así, por ejemplo, si aparece un juez, éste es trabajado como un grotesco ser malvado, lo mismo con los periodistas que se alinean al poder, que en un primer momento tal vez se los dibuje como seres en busca de la verdad, pero luego, dinero mediante, cambian esa épica heroica de la investigación hacia un lugar poco feliz. Entre el trazo grueso y la caricatura los actores hacen lo que pueden, con un Pablo Rago sólido, que vuelve a calzarse el rol de periodista (ya lo había hecho en la teleserie “Primicias” de Canal 13, producida por Pol-Ka), solvente, que hace lo que puede con los parlamentos y situaciones que el guion le propone, en una propuesta que cae en lugares comunes, estereotipos, confusiones, expulsando al espectador del relato y haciendo odiar a cada uno de los personajes que se presentan.
Este largometraje cuenta con un gran elenco de destacadas figuras, por lo tanto, se encuentra llena de personajes pero con actuaciones desparejas. La trama cuenta la relación entre padres e hijos donde el personaje principal es un antihéroe, separado y padre de un adolescente, Marcelo (Pablo Rago), ahogado por las exigencias de la jefa del diario Carrizo (Bernarda Pagés) para el que trabaja y no está pasando por su mejor momento ni en lo laboral ni en lo personal. Cuando matan a su padre, Tonio (Roberto Carnaghi) se enloquece y quiere descubrir al culpable, entonces la trama se va metiendo en el género policial, se va entrecruzando entre la política, la corrupción, los estafadores, pandilleros, la delincuencia y los negocios sucios. Además va a ir entrelazándose con metáforas literarias, el director va creando climas, intensos de oscuridad, con una buena estética para contar lo que quiere hacer resaltar, contrastando el basural, los barrios marginales y como viven los ricos. Su desarrollo termina siendo algo pretencioso y algunas subtramas y personajes quedan poco desarrollados no terminando de impactar.
Pablo Rago, Calu Rivero y Gerardo Romano protagonizan este policial argentino. La historia de un periodista de policiales de un diario en crisis, y con una vida en crisis. Se lleva mal con su hijo, se lleva mal con su padre (Roberto Carnaghi). Pero la muerte de este último, en circunstancias muy extrañas que emulan la de Marat en el cuadro neoclásico, son extrañas excepto para él, que se supone es experto en el tema. Serán los asuntos de su padre los que van a ocuparlo ahora, cuestiones que tienen que ver con política y corrupción y que quizá le ganaron al padre algunos que lo querían mal. Hasta ahí, uno ya se preguntó varias veces, ¿pero cómo, no era...? Porque la cosa va y viene como movida por impulsos sin conexión, como si caprichosamente los realizadores tuvieran ganas de hacer una escena erótica, y luego una de acción, y así. Porque sí. Demás está decir que nada sale bien, en este desfile de clichés y lugares comunes que, además, pretende bajar algún tipo de línea.
Durante el tormentoso año 2001, que castigó a nuestro país, se sucedieron distintos hechos que desembocaron en la revuelta y posterior destitución del presidente en ejercicio. Dentro de ese descontrol institucional grupos de distintos ámbitos aprovecharon ese caldo de cultivo para desarrollar negocios ilícitos, sin contemplaciones. Como el que dirige Bertolini (Gerardo Romano), cara visible de una organización internacional, que pretende instalar en un asentamiento del conurbano bonaerense un lugar de desecho de basura tóxica. En esta producción, creada y dirigida por Alberto Masliah, con su primera ficción, aborda un tema denso, enmarcada dentro del género policial. Donde, quién tiene la misión de descubrir y desarticular a la banda delictiva es un escritor mediocre que, para ganarse la vida, trabaja de cronista en un diario. Marcelo (Pablo Rago) es presionado desde varios sectores para que oculte o destape el "negocio". Porque la historia tiene varias aristas para atender, y el protagonista está presente en todas. Por un lado, es separado y tiene un hijo adolescente Ramiro (Iván Masliah), que no lo quiere. También hace un trabajo que no le gusta mucho. Y por el otro, el más importante y decisivo en esta película, es la presencia de su padre Tonio (Roberto Carnaghi), un importante e influyente intelectual de nuestro país, con quién está distanciado y forzosamente debe involucrarse en el medio artístico donde asistía y era respetado su progenitor. Pero en extrañas circunstancias, dentro de su casa, es hallado muerto Tonio y el periodista tiene que reconvertirse por la fuerza, en un investigador. Narrada con un gran ritmo, junto a sonidos incidentales que resaltan escenas importantes y, como ambientación de época, la utilización de teléfonos celulares chicos y básicos, además de las antiguas computadoras y monitores, tan característicos en ese entonces. Las actuaciones son bien marcadas, lo mismo que las personalidades. Marcelo es el prototipo de perdedor, que lo único que recibe son reclamos familiares, no tiene un lugar donde dormir y la petaca es una buena compañía. Pese a todas las dificultades, es honesto y valiente. Su máximo adversario, Bertolini, es un malo bien malo, caracterizado por el eficaz Gerardo Romano, a quien siempre le quedan bien este tipo de personajes. Al intentar acaparar varios frentes de batalla, desenfoca un poco el objetivo central de la historia. Pero, de todos modos, el director la lleva a buen puerto, para alcanzar el objetivo principal que tenía en mente desde un comienzo.
UN BERENJENAL INNECESARIO El policial no es un género desconocido para el cine argentino, que ha tenido grandes exponentes en el período clásico, e incluso algunos muy buenos en la etapa más contemporánea con películas dirigidas por Adolfo Aristarain o Fabián Bielinski. Se podría decir que el policial requiere de un director que conozca los mecanismos del género y que no se detenga exclusivamente en lo iconográfico. Precisamente esto último es lo que ocurre en El sonido de los tulipanes, pobrísimo film de Alberto Masliah que pretende descansar su poder en los clichés y lugares comunes del film noir sin darle a eso mayor profundidad. Si hablamos del peligro de caer en lo iconográfico, precisamente ese abordaje al policial conocido como noir es uno de los más riesgosos porque hay una estética reconocible que funciona como síntesis. La tentación es creer que con representarla alcanza. Y no. La película de Masliah tiene como protagonista al típico perdedor involucrado en cuestiones que lo superan, en este caso el escritor y periodista interpretado por Pablo Rago, convertido en el habitual investigador que fuma, bebe y termina seducido por alguna mujer peligrosa. Tras la muerte de su padre en una situación poco clara, el personaje se pone a investigar con la seguridad de estar ante un crimen y no un suicidio. La trama se relacionaría con una vieja historia que hace eco con los tiempos de la última dictadura argentina, y pone en el foco a una agrupación que parece estar atando los cabos sueltos del pasado. Es decir, a los problemas para representar los códigos del cine negro El sonido de los tulipanes le suma superficie del film político: ambientada en 2001, la película tira líneas directas al presente del país con un nivel de confusión que termina alarmando. No sólo porque lo político se instala a partir de diálogos subrayados y torpes, sino porque además no se alcanza a apreciar cuál es la mirada que el film termina teniendo sobre la derecha, la izquierda, los poderes concentrados, el peronismo, las agrupaciones subversivas, entre otros berenjenales en los que se mete sin necesidad. O tal vez sí. El sonido de los tulipanes precisa de cierto colchón de prestigio aportado por el Tema (así con mayúsculas) para simular complejidad. Complejidad que, claro, nunca llega y por el contrario se somete a una falta de rigor absoluta en todos los niveles: narrativamente el género se expone con inverosimilitud, los político es puramente discursivo, e incluso en su última parte quiere convertirse en un film de acción con pobres resultados. Y todo esto sin contar unos matones absurdos sacados de una película de los Coen, pero de las malas, tipo El quinteto de la muerte. Ni siquiera la presencia de intérpretes que han sabido estar bien en otros films como Pablo Rago, Gerardo Romano o Gustavo Garzón resulta un aliciente. Y ni qué decir de la pobre Calu Rivero que carece de cualquier rugosidad interpretativa como para convertirse en una mujer fatal. En todo caso, El sonido de los tulipanes funciona como comedia de humor involuntario.
REBELIÓN FALLIDA Una relectura del cuadro La muerte de Marat (Jacques-Louis David, 1793) parece ser el disparador narrativo y, por momentos, estético de Alberto Masliah para promover semejanzas histórico-político-sociales entre la revolución francesa y la crisis de 2001, analogía que coquetea también con puntos de encuentro entre la debacle de hace 18 años atrás y el complejo presente. Ya desde el inicio, la cámara se muestra como un personaje más entrometiéndose sin sutileza en la escena del crimen para evidenciar objetos personales, de descarte y el cuerpo tapado con el brazo ensangrentado fuera, como si diera a entender que la guillotina fue reemplazada por otros métodos de castigo, mientras que las razones humanas se mantienen aunque con aditamentos contemporáneos. Por tal motivo, la mirada sobre la obra de Jacques-Louis David no sólo la aleja del neoclásico, del cuidado de las formas, sino que pretende imprimirle un sello de salvajismo nacional e ironía gracias a la mezcla de pop art con kitsch, el travestismo, el uso de matices del pintor francés o Charlotte Corday en personajes completamente diferentes o la leve intervención del director para que aparezca del otro lado o que el papel que debe sostener la mano del difunto permanezca escondido en el escritorio. Una promesa que se esfuma con rapidez reduciéndose a una mera intención. El inconveniente central es la construcción narrativa así como diálogos superficiales, inconexos y forzados. Si La muerte de Marat funciona como motor o lazo entre los dos relatos paralelos, enseguida pierde eficacia porque nadie repara en el simbolismo dentro de la pantalla. Marcelo, hijo de un intelectual, escritor que aspira a recuperar su buen nombre y devenido en periodista medio pelo, jamás se pregunta por qué el padre aparece muerto de esa forma; por el contrario, se limita a pensar que le gustaba vestirse de mujer. Los investigadores no se inquietan por un posible mensaje oculto; ni siquiera Alicia, su compañera, se inmuta por la escena de muerte, aunque sí refuerza la idea de homicidio. Tampoco la sostiene la subrayada distancia entre las clases sociales para actualizar los estamentos del siglo XVIII: la humilde que aguarda la promesa trunca de viviendas en la zona, el medio/ burgués que vive fuera de la realidad por descreimiento o alienación propia y aquellos pocos con demasiado poder como candidatos o dirigentes políticos, sacerdotes pedófilos, artistas y la prensa. De hecho, los medios de comunicación –en este caso el diario El paladín y el canal NT, una clara referencia a Clarín y TN– son más corruptos que cualquier institución a través de una jefa que pide a los reporteros que manipulen los datos o aprieten a testigos sin miedo porque los directivos van a mirar para otro lado. La alusión, entonces, se invalida a sí misma volviéndose accesoria, arbitraria y desperdiciada. La clara preferencia por la historia familiar, donde Marcelo se replantea quién es luego de la muerte del padre, con un leve atisbo de culpa por el desconocimiento entre ambos y el inexistente vínculo con su hijo jamás abandona el tono ligero y trivial. Frente a un hombre que posee rasgos del policial negro como la idea de duro, desconfiado de todos, solitario y seductor, el protagonista descubre aspectos del pasado que desconocía y termina apoyándose en cierto sentimentalismo extraño y aún frívolo que lo vuelve plano, aburrido, sin capas. Mientras que los personajes que conforman el pasado de Tonio y con un fuerte anclaje socio-político quedan desdibujados en un segundo plano, desarticulados con aquello que pretenden representar en medio de numerosas problemáticas y subtemas que la película opta por no profundizar. Las revelaciones se suceden sin dar tiempo a que estos villanos ocupen los roles o afiancen psicologías, ni a los espectadores a asimilar la información, ni a la trama a desplegar ritmos, silencios, sarcasmo o funciones acordes al tono y mezcla de géneros. Ligado a esto, el doble uso de la cámara tampoco se afianza por completo. Al comienzo interactúa, se vuelve una personificación más en la escena del crimen pero también es utilizada para interpelar al público en un falso plano/contraplano donde, por ejemplo, Tonio le habla al nieto mirando a la pantalla y luego Ramiro le contesta de la misma manera o cuando Tonio habla mientras cocina y no se muestra a sus interlocutores. De esta forma, El sonido de los tulipanes se queda en la base, con el sabor amargo de una cantidad de personajes desaprovechados, capas narrativas inexploradas, articulaciones suprimidas, intrigas vaporosas, con una mirada a cámara para interpelar al público como si fuera un detonador aplacado que conspira contra sí mismo. Una mixtura que no termina de apropiarse del relato, de la denuncia ni de su propia lectura. Por Brenda Caletti @117Brenn
Un periodista de un diario quiere saber el origen de la muerte de su padre, con quien tenía diferencias afectivas y profesionales. Todo está ambientado en una Argentina de 2001, que tampoco queda demasiado claro, y en una seguidilla de venganzas, la trama se vuelve confusa, aburrida y previsible, con guiños al caos político. Encima, los roles de villano y héroe aparecen demasiado expuestos y la historia nunca termina de despegar. Como si fuera poco las actuaciones son un punto muy flojo. Ni siquiera el oficio de Gerardo Romano y Roberto Carnaghi salva las papas. Pablo Rago y Calu Rivero lucen demasiado estereotipados y la escena de cierre de la película es un cliché poco creíble.