Lo posible. Dicen que This is not a film escapó de Irán escondida en un pendrive que a su vez pasó la frontera camuflado adentro de una torta. Puede sonar a cliché de película carcelaria o incluso a comedia de espías, pero lo cierto es que la anécdota es totalmente creíble. La tecnología lo permite. El hombre lo hizo posible. Convirtió los rollos enormes de cinta en un archivito de bytes apto para adminículos casi microscópicos. Es un privilegio ser testigo de esa magia que se hace real y que a la vez nos hace bien. El hombre aterrizó en la luna cuando apenas un siglo antes la idea no era más que una fantasía de la ciencia-ficción. Un día despegó el Apollo 11, sí, pero mucho antes Méliès ya había transformado lo imposible en cine lanzando un cohete loco sobre su luna-pastel. This is not a film también tiene algo de nave espacial, diseñada por una de esas mentes que están siempre un paso adelante, que no se conforman con el mundo dado pues no creen que existan límites para el sentir o el pensar. Hace unos meses la nave se me incrustó en los ojos y no la quiero soltar. Del desayuno al crepúsculo, ahí estamos con Panahi en su confinamiento sin olvidar en ningún momento que cuelga sobre él una condena absurda y feroz: seis años de cárcel y veinte años de inhabilitación para realizar actividades artísticas o públicas. La melancolía lo empapa todo y, sin embargo, durante la proyección nos reímos más de una vez gracias a un anfitrión generoso y divertido que jamás intenta ganarnos desde la victimización. Panahi está entero. Aunque alguna ráfaga de ansiedad o preocupación surque cada tanto su rostro, lo que se impone en su temple es la seguridad de quien sabe que no puede hacer otra cosa porque no hay peor prisión que la claudicación. El artista debe insistir. El cineasta debe seguir rodando películas, aunque sea a través de un intermediario. Por eso lo llama a su colega Mojtaba Mirtahmasb para que lo ayude a dejar testimonio de un proyecto ya esbozado antes del arresto. Inspirado en un brevísimo cuento de Chéjov ("Del diario de una jovencita"), Panahi quiere narrar la historia de una joven iraní que sueña con estudiar arte pero choca con la prohibición de sus padres, quienes terminan encerrándola en su habitación para evitar que asista a clases. Ella se dedica entonces a mirar por la ventana, buscando algún resquicio por donde huir. Panahi lee partes del guión y utiliza su living como set, graficando sobre el suelo el cuarto de la muchacha. Enroscado en sus ideas, Panahi va y viene sobre ese espacio ínfimo, interpreta diálogos, duda, retrocede, retoma, por momentos se asemeja a un maniático en camino al hospicio, hasta que se pregunta: “Si podemos contar una película, ¿entonces para qué filmarla?” Silencio. El relato cambia de rumbo y Panahi focaliza en otras cosas. Sin embargo, yo me quedo enredada en un plano de la ventana que mostró unos minutos antes, la ventana de su departamento que vendría a ser a la vez la ventana de la joven ficticia que quiere atravesarla para ir a estudiar. En principio, no es alentador lo que ese marco devuelve: un hueco hacia un patio interno, una escalera y rejas varias (si esto no es exacto, al menos es lo que grabó mi recuerdo). ¿Acaso podemos ver más allá de lo concreto? ¿Podemos acompañar a Panahi y ver con los ojos de quien anhela salir, de quien vuelca el sentido en el objetivo y no en la primera valla? Es solo un plano desde una ventana. Es el espectador quien debe hacer jugar sobre ese plano su propia pintura mental, la imagen de otros mundos posibles. Ver es ver con los otros. El director se detiene en tres escenas de su filmografía y confiesa que aquello que más ama de sus películas es lo que no planificó, lo que escapó a su control. La nena de El espejo que decide decir no, cansada del rodaje y el fingir. El protagonista de Crimson Gold y su particular manera de entornar los ojos. Una mujer desesperada en El círculo y la arquitectura de Teherán que la envuelve como si fuera una jaula. Es allí donde respira el cine para Panahi: en lo que el hombre tiene de inalienable. El sujeto en su libre albedrío, en su individualidad, en las construcciones culturales que lo explican (y también lo someten). Panahi es un autor que observa, que nunca se impone por encima de sus personajes. No fabrica alternativas idealistas frente al dolor. Expone los hechos con penetrante elocuencia y nos invita a preguntarnos si la historia tiene que ser necesariamente así o si podría ser de otra manera. Asumir que el cuadro debería ser diferente es fácil. Lo difícil es inventar la imagen que se haga cargo de activar la diferencia. Una cuestión política. “El cuadro trata de lo que está ausente, de la libertad que es ausencia”, escribió John Berger en referencia a Magritte. Futuro. La trenza entre artificio y azar característica de Panahi también está presente en This is not a film. El dvd de Buried (Enterrado) que se asoma en un estante, por ejemplo, es un detalle de decorado deliberado que apunta a la ironía, mientras que el plano de la iguana trepando la biblioteca es bello justamente porque es espontáneo. Pero no resulta demasiado productivo ponerse a zanjar el límite entre una cosa y otra. En la extraordinaria secuencia final realmente no importa si el muchacho que recolecta la basura es un actor o no. El joven es estudiante y está terminando una maestría en economía. Como la chica del guión aún no filmado, el muchacho tiene deseos, ganas, busca en la educación una forma de emancipación. Así y todo, no consigue trabajo en lo suyo y sobrevive haciendo changas. A simple vista es una historia de desazón más, quizás marginal dentro del contexto de la película. Sin embargo, el caso aporta aún más complejidad al tapiz que el director venía hilando, porque en ese momento no importa ni la religión, ni la nacionalidad, ni el género del personaje, sino el hecho de pertenecer a una generación, la edad perfecta en la que el sueño político encuentra el calor preciso para germinar y encenderse. Un viaje en ascensor alcanza para reconocer la irrupción de la desesperanza, la pesada sensación de ser desterrados del futuro. Lo imposible posibilitado. Panahi se despide del joven mientras éste se dirige hacia un enorme portón que da a la calle, desde donde llegan estruendos y lenguas de fuego. Es año nuevo en el calendario persa. El joven sale y nos deja solos otra vez con Panahi, de este lado de los barrotes. Intento recordar que la distancia entre lo imposible y lo posible muchas veces es sólo una cuestión de tiempo, de perspectiva. Cuesta. Vuelvo a intentar y me asalta la tenacidad del artista, su voluntad. Maniatado por el sistema, Panahi decide seguir empuñando su cámara hasta el último minuto, capturando la frontera, la valla que lo encierra y a la vez confirma signos de la resistencia que grita detrás. O nos hundimos en la puerta oscura, o ajustamos el foco sobre los fulgores que la rodean para que iluminen una nueva imagen, sólo una más, que nos incite a creer en lo que hoy nos parece irreal. Fundido a negro total. Ahora empieza la otra película, la que uno está obligado a proyectarse a sí mismo luego de vivir una experiencia fascinante y libertaria.
Crepúsculo. Más allá del estreno local excesivamente tardío, Esto no es un Film representa el triunfo de la resistencia a muchas cosas: lo absurdo de una condena (los seis años de prisión y los veinte de prohibición para desempeñar cualquier actividad cinematográfica) y la ausencia de resignación ante el peor de los panoramas posibles. Jafar Panahi no se muestra iracundo ni irritado ante semejante delirio, sino que expone su lado más lucido para sortear -probablemente para él- la parte más dolorosa de la condena: la imposibilidad de filmar. Este pequeño documental tiene numerosas capas que representan ni más ni menos que el triunfo de la creatividad ante la limitación impuesta. El día de Panahi comienza con un desayuno y una llamada a su abogada para consultarle por novedades en la causa, sin embargo él se muestra más impaciente por la llegada de su amigo, el director Mojtaba Mirtahmasb (quien oficia de camarógrafo también). Junto a la figura del director se acrecientan los problemas con el Estado iraní, quien comienza a denegarle los permisos para filmar: de ahí parte una de las ideas para Esto no es un Film, la de leer un guión y tratar de representarlo en su casa. Los impedimentos técnicos, arquitectónicos y de clase (Panahi es claramente un hombre privilegiado en un país con un alto nivel de pobreza), le empantanan el deseo de mostrar al mundo este guión que no le dejaban transformar en película, en función de la susodicha condena. A pesar de una nueva traba, continúa sin mostrarse abatido, saca una copia de Crimson Gold (una de sus grandes películas) y evalúa, junto a su amigo, una escena de ese film. El día pasa y la historia pasa por otras capas: la interacción con su iguana que se mete por diferentes recovecos (alertada por la tranquila cámara de Mirtahmasb), la presencia de una vecina que le pide el favor de cuidar a un perro y -principalmente- una realidad exterior que se cuela a través de ruidos y estruendos que confunden, ya que al principio no se distingue si son productos de una celebración o una manifestación.
Esto no es una crítica Las alusiones al confinamiento y a la falta de libertad son más que evidentes pero a la vez poéticas en la elección expresa del director iraní Jafar Panahi sobre quien pesa la condena a seis años de prisión domiciliaria sumados veinte años donde se le prohíbe filmar, para concebir esta obra que más allá de sus valores cinematográficos es un manifiesto político quizás más contundente que toda su filmografía hasta el día de hoy. ¿Cómo expresar la lucha silenciosa contra la censura; contra la cerrazón del pensamiento sino a través del arte? Porque un artista transforma la realidad y modifica lentamente la percepción sobre esa realidad con la responsabilidad de quien busca una verdad a pesar de la condena social o el prejuicio que dictan las mayorías. Pero el cine en su rol artístico construye además con sus recursos audiovisuales una mirada o discurso que poco tiene que ver con ese fenómeno que aborda desde la cámara y que se ancla con conceptos abstractos, los cuales solamente se reconocen en su poesía de imágenes como en el caso de Esto no es un film. Poco importa lo extra cinematográfico que ha tomado características de mito (se cuentan con los dedos de la mano las versiones de cómo llegó el film a estrenarse fuera de Irán) sin dejar de rescatar esa sensación de gustito dulce de venganza por parte de Jafar Panahi y sus cómplices (sobre todo Mojtaba Mirtahmasb) para salirse con la suya sin violar las condiciones de espacio restringido y reglas preestablecidas por quienes lo condenaron al encierro, pues el director nunca toca una cámara, permite que se registre su testimonio y por ende deja plasmado su pensamiento en este documental ingenioso y modelo de perseverancia ante tantos obstáculos absurdos. El pretexto que no es otra cosa que la anécdota y que abriga el subtexto del film es bucear entre los límites de lo permitido y lo no permitido (o acaso el arte no es transgresor por esencia) para crear esa película que el realizador iraní anhela llevar a cabo, consciente de su imposibilidad concreta de llegar alguna vez a filmarla. Es la puesta en escena de un cuento de Anton Chéjov (Del diario de una jovencita), que suscita mente narra el drama de una joven iraní que desea estudiar artes y sus padres la encierran como parte de un castigo y cuyo único consuelo es una ventana por la que observa cómo pasa la vida, sin que su imaginación pueda ser reprimida por la otra cárcel: el prejuicio. Así las cosas, la cámara es la que se metamorfosea para transformarse repentinamente en esa ventana a donde el régimen no llega y por la cual el director escapa cinematográficamente y rompe la barrera espacial en un abrir y cerrar de ojos. Lejos de acomodarse en el rol de incomprendido por el sistema pero sin ocultar esa melancolía y el cansancio por tanta injusticia a cuestas, lo que prevalece en Esto no es un film es la insolencia de aquel que se cree libre solamente porque pretende pensar y expresar lo que siente ante otros que seguramente no piensan igual. No estamos frente a un film que baje línea discursiva o esconda esa intención bien pensante sino simplemente somos testigos de un aquí y ahora en el que la creatividad y la voluntad transforman el presente para que en el futuro el final de la película no sea siempre el mismo.
Filmar la injusticia El notable cineasta Jafar Panahi, realizador de El globo blanco (Badkonak-e Sefid, 1995) y Offside (2006), fue condenado por el gobierno iraní a 6 años de prisión y a 20 años de prohibición para filmar, dar entrevistas y viajar al exterior, por el simple hecho de oponerse a sus ideas. En Esto no es un film (This is not a film, 2011), codirigida con Mojtaba Mirtahmasb, retrata la espera del resultado de su apelación, mientras está con arresto domiciliario. ¿Cómo filmar la injusticia? ¿Cómo retratar el régimen totalitario de un país sin recurrir a lo obvio? ¿Cómo transponer en una obra la desazón social a partir de un caso íntimo? Todas estas preguntas están respondidas (sin una intención “adrede”) en Esto no es un film, filmado en secreto en el propio departamento de Panahi mientras espera el resultado de su apelación. Este documental fue hecho con una cámara HD y un celular, y llevado en un pendrive de manera clandestina a Cannes, el puntapié para un recorrido por festivales que incluyó el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. La película no tiene un sesgo experimental, pero inevitablemente refleja el modo de actuar frente a un hecho excepcional para cualquier ser humano: la interrupción de su libertad. Por ende, seguir el derrotero cotidiano de Panahi genera en el espectador una empatía inmediata. Sobre todo, cuando dialoga con gente de su entorno inmediato. Allí nos sentiremos como acompañantes y, aunque no esté en una cárcel tradicional, el mero transcurrir del film nos instaura en una situación plomiza, tensa. El director nos abre la puerta de su hogar y allí lo vemos dialogar por teléfono con su abogada (en una charla no muy esperanzadora), cuidar a su mascota (una iguana), y hacer otras actividades cotidianas. Pero claro que Esto no es un film es más que un “registro”; es un relato que indaga la ontología del cine, la especificidad del dispositivo cinematográfico para dar cuenta de una verdad como consecuencia del trabajo sobre el plano. En esa misma línea, la secuencia en la que Panahi desarrolla un guion trazando líneas en el piso es conmovedora y a la vez honesta: a través de la explicitación de un contenido imaginario se distancia de lo documental y dialoga con la ironía del título: esto no es un film. Ironía, claro, destinada a aquel régimen que condena a Panahi y le pide que deje de hacer films.
Esto no es un film, avisa Jafar Panahi desde la amarga ironía del título. No podría serlo porque responde a la insensata lógica de un autoritarismo que, para impedirle que con su franco lenguaje neorrealista siga desnudando la realidad cotidiana de Irán, lo ha condenado al encierro y le ha prohibido por veinte años empuñar una cámara, filmar, viajar fuera del país, ejercer cualquier actividad política o conceder entrevistas. No, no es un film. Es más que eso: es la respuesta a la censura, la demostración -tantas veces verificada por la historia- de que nada incentiva más al genio que la prohibición de manifestarse. Una obra que es a la vez un gesto de resistencia, de valentía, de coraje y de dignidad y un canto de amor por el cine. Filmada clandestinamente en cuatro días con la ayuda de la cámara de Mirtahmasb o con su i-Pod y hecha llegar al Festival de Cannes de 2011 por un intermediario en un pendrive oculto en un pastel. Confinado a su departamento de Teherán, Panahi convierte su frustración y su circunstancia en materia del documental, hace cine con su situación, pero también vuelve a apuntar al estado de su país, y no sólo se vale de su memoria, de su imaginación y de la ventana desde la que puede asistir a los festejos de fin de año (las detonaciones de los fuegos artificiales se oyen como disparos), sino también de sus breves diálogos con las voces del otro lado del teléfono o con los vecinos que tocan a su puerta por motivos banales. Es magistral la última secuencia del film: la conversación con el joven que ha venido a recoger la basura y a quien acompaña piso por piso mientras el muchacho, estudiante de artes, cumple su tarea y le cuenta sus esfuerzos, sus sueños y sus esperanzas. Mirtahmasb lo ha convencido de mantener la cámara encendida: las imágenes perduran. Y a través de ellas o de las que capta el teléfono hemos seguido la jornada del gran artista que hoy está solo en casa porque su mujer y su hija han ido a entregar regalos a la familia. Él desayuna solo, atiende a su mascota (la iguana Igi), habla por teléfono con su abogada (en esos días aguardaba una presunta reducción de su pena), con familia, con amigos, alude a la situación comprometida de los colegas iraníes que corren riesgos si se manifiestan a favor de su liberación, como lo han hecho tantas personalidades del cine internacional, de Scorsese, Coppola, los Dardenne, Loach y Varda a Isabelle Huppert o Robert De Niro. En otra secuencia admirable, cita escenas de sus films que doblan su situación actual (la de El espejo , por ejemplo). Y también lee su nuevo guión prohibido e ilustra la pensada puesta en escena sobre la alfombra. Al fin y al cabo, la prohibición no dice nada de leer, actuar o contar una película. Y en manos de un artista de su calibre, estos momentos, y todo el film, son puro cine.
Esto es una obra maestra El gran evento artístico y político del Festival de Cannes 2011 fue el estreno de Esto no es un film, documental íntimo que Jafar Panahi -uno de los principales líderes de la oposición al régimen iraní- rodó apenas un par de meses antes de que arrancara esa muestra dentro de su hogar con la ayuda de su colega Mojtaba Mirtahmasb. La película, de hecho, fue sacada de forma clandestina de su departamento -y luego del país- en un pequeño Pendrive. Sentenciado en ese entonces a 6 años de prisión y a 20 años de prohibición para filmar, dar entrevistas y viajar al exterior, el notable director de El espejo, El globo blanco, El círculo, Crimson Gold y Offside muestra -con la ayuda de una cámara profesional HD, pero también de su iPhone- un día de su vida, entre charlas con su abogada para presentar la apelación (le informan que -más allá de una probable reducción en su condena- tendrá que ir a la cárcel), sus tareas culturales y políticas, y otras actividades más banales como alimentar a una iguana, que es la mascota de su hija. Pero Esto no es un film no se queda sólo en esa mera descripción: en esta pequeña gema el director explica a cámara (“no me lo impide la sentencia”, dice) el guión de una película -no autorizada por el gobierno, claro- sobre una joven a la que sus padres religiosos le prohíben estudiar arte en la universidad, cuenta jugosas anécdotas de sus rodajes (con imágenes de los making of) y, más tarde, entrevista al portero de su edificio mientras éste saca la basura hasta llegar a la puerta, desde donde se ven violentos enfrentamientos callejeros. Todo eso construido con una fluidez, una sensibilidad, una credibilidad, una lucidez y una furia propia de los grandes creadores. Se dice (y se ha discutido bastante al respecto) que en cine muchas veces menos es más, que la austeridad de recursos obliga a redoblar la imaginación y la creatividad. Al menos en este caso, esa idea puede darse como cierta y probada. Una obra maestra concebida en las peores circunstancias. Doble mérito, entonces.
La llama de la libertad sigue ardiendo Realizada hace tres años cuando el gran director de El círculo estaba bajo arresto domiciliario e impedido de filmar, la película de Panahi sigue estando tan vigente hoy como entonces en su reflexión sobre el ejercicio del cine y el compromiso con la libertad. Las últimas noticias, llegadas ayer nomás desde el Festival de Rotterdam a través de la actriz Mahnaz Afshar (la protagonista de La separación), indican que –con el nuevo gobierno de Irán– las cosas han cambiado para el gran director Jafar Panahi. “Está en Irán y está libre. Las nuevas políticas han sido buenas para él”, declaró Afshar a la revista especializada Screen Daily. Pero este acto de justicia, largamente reclamado por la comunidad cinematográfica internacional, no impide valorar en toda su dimensión a Esto no es un film, la obra maestra que hizo hace tres años cuando estaba bajo arresto domiciliario, que llegó de manera clandestina al Festival de Cannes, y que ahora tiene su merecido estreno en la renovada sala del Cine Arte, acompañada por una retrospectiva de su obra (ver aparte). Descubierto en Cannes en 1995, donde ganó la Cámara de Oro por su ópera prima El globo blanco, Panahi fue cosechando luego los principales premios del circuito de festivales de primera línea: Leopardo de Oro de Locarno por El espejo (1997), León de Oro en Venecia por El círculo (2000), el premio Un Certain Regard en Cannes por Crimson Gold (2003) y un Oso de Plata de la Berlinale por Offside (2006). Ninguno de estos reconocimientos le impidió al régimen iraní de Mahmud Ahmadinejad condenar a Panahi a 20 años de inactividad profesional y a seis años de prisión, por acciones políticas contrarias a la línea oficial de gobierno. Recluido en su departamento, a la espera del resultado de la apelación (luego denegada) que sus abogados presentaron a la Suprema Corte, Panahi se las ingenió aun así para desafiar la prohibición que pesaba sobre él y para realizar –con la complicidad de su amigo, el documentalista Mojtaba Mirtahmasb– una obra que, para evitar sanciones, desde su título mismo niega ser lo que es, pero que lleva la marca de fuego de lo mejor de su cine: la frontera siempre inasible entre la ficción y el documental, la reflexión sobre el ejercicio del cine y el compromiso permanente con la libertad. El film de Panahi comienza mientras desayuna y convoca a Mirtahmasb para que lo visite en su departamento. Su amigo se inquieta, pero Panahi lo tranquiliza y le dice que prefiere no mencionarle nada por teléfono (se intuye ya allí la larga mano del régimen). Mientras lo espera, habla con su abogada, quien le informa que tienen que esperar todavía el resultado de la apelación, pero que no es muy optimista: “Seguramente te reducirán la prohibición laboral y te quitarán unos años de cárcel, pero vas a tener que ir a prisión; no conozco ningún tribunal que haya desestimado completamente todos los cargos. Y esto no es judicial, es ciento por ciento político”. Evalúan entre ambos insistir con la presión internacional, prefieren no comprometer a los cineastas y colegas iraníes para evitarles consecuencias y, luego de cortar, Panahi se ocupa de alimentar y mimar a la iguana familiar, que se mueve por el departamento como si fuera un gato. Cuando llega Mirtahmasb, Panahi le delega la cámara y le explica la película que estaba preparando y que debió interrumpir cuando fue detenido y luego procesado. Y ya que no puede filmar esa película tal como la había concebido, quizá pueda “ponerla en acto” en su propio departamento, leyendo el guión y actuando él en lugar de su protagonista, una chica de provincia a quien sus padres encierran en su casa para que no pueda matricularse en la universidad. Hay allí un pequeño rasgo de genio, en la manera en que casi sin elementos, apenas con marcas en la alfombra, Panahi consigue que el espectador imagine no sólo los personajes y las situaciones, sino también el ambiente de esa película. Pero la rabia y la frustración (¿actuada, real?) no tardan en sobrevenir y Panahi abandona su improvisado set. Y recuerda que eso mismo hizo la pequeña protagonista de El espejo y le muestra a su amigo (y a los espectadores) unos outtakes de esa película que reflejan y explican su estado de ánimo. Afuera se escuchan los petardos que anticipan el Noruz, la fiesta de año nuevo iraní, pero por diversas llamadas telefónicas se alcanza a percibir que esa celebración se está convirtiendo también en una oportunidad de expresar la oposición al régimen, que la considera “antirreligiosa” y que inunda la calle de policías. Ya se hizo de noche y suena el timbre: es una vecina que quiere dejarle a Panahi un perrito en custodia para ir a festejar a la calle. Pero el perro es tan escandaloso que Panahi no acepta. Vuelve a sonar el timbre: un muchacho que Panahi no conoce dice que viene a recoger la basura. Sobreviene allí una leve sospecha, que da la pauta del estado de tensión y suspicacia en el que se vive en Teherán. Pero resulta que el muchacho (¿un actor no profesional?) es el hermano de la portera. Mientras Panahi lo acompaña por los diferentes pisos para buscar las bolsas de residuos, el espectador se va enterando de la vida y las ilusiones no sólo del muchacho, sino de las de los vecinos. Y para cuando llegan a la planta baja, el sonido de los fuegos artificiales es ensordecedor. El muchacho advierte: “Señor Panahi, no salga, que lo van a ver filmando”. Pero la lente alcanza a mostrar unas fogatas, cada vez más altas. Son, quizá, las llamas de la libertad, que Panahi ayuda a encender con su pequeño gran film.
Hacer cine entre cuatro paredes Jafar Panahi, director iraní con prisión domiciliaria, y su colega Mojtaba Mirtahmasb llevan adelante este proyecto experimental y documental que muestra al cineasta intentando pensar la posibilidad de hacer cine desde el encierro. El director Jafar Panahi sigue cumpliendo la condena impuesta por la teocracia iraní: encerrado en su casa y sin posibilidad de salir a la calle y seguir haciendo cine, el realizador recurrió a la tecnología valiéndose de un pendrive y desde allí mostrar esta película que recorrió festivales internacionales y provocó el repudio de la familia cinematográfica del mundo al gobierno de su país. Aclaradas estas cuestiones, de público conocimiento, con un poco de atraso se exhibe Esto no es un film, película con bastante de monólogo y catarsis simbólica del mismo Panahi registrada por su colega Mirtahmasb. Jafar Panahi es el director de El espejo, Offside y El círculo, cálidos relatos sobre la infancia y la adolescencia que se oponen a la mayoría de las historias adultas del gran Abbas Kiarostami; pero Esto no es un film, debido a sus condiciones de producción. apunta a otro lado. Ver al director encerrado en su casa, hablando al teléfono y relatando un guión, hipótesis de una supuesta futura película, ya de por sí, manifiestan una particular construcción del espacio cinematográfico. Un espacio que deja entrever el fuera de campo –sonidos de sirenas, ruidos extraños– que vigila y controla al acusado por el régimen, pero que también permite sospechar cierta incomodidad externa que nunca se observa con detenimiento. Un espacio que el mismo director elabora en sus reflexiones sobre el cine, mostrando escenas de sus otras películas, opinando sobre ellas en una transparente comparación con su situación de preso de entrecasa. Un espacio lentificado y necesario, donde además de la mínima presencia de su colega-cámara, adquiere una semejanza por medio de la aparición de una iguana, temible por sus uñas pero cariñosa y bella debido a su caminar en ralentí. Así transcurre la breve duración de Esto no es un film, una proeza única, una película ombliguista de matices políticos, una sutil reflexión del cine y sus posibilidades frente a circunstancias límite. Mientras tanto, cerca del final, la calle parece a punto de estallar por medio de decenas de lenguas de fuego. Pero eso no se ve con claridad, el fuera de campo es el que está prohibido.
El director iraní Jafar Panahi fue detenido en su país y se le prohibió filmar durante veinte años. Durante ese primer arresto domiciliario y con la ayuda de Mojtaba Mirtahmasb apeló a su talento y su creatividad para crear un documento conmovedor. Con nada, una cámara, por momentos sin camarógrafo, su teléfono y haciendo caso omiso de su precariedad mostró con libertad su angustia, la situación de su país, el aire irrespirable de la censura. La película fue sacada del país a través de un pendrive. Él sigue detenido.
Crear desde el encierro El director iraní Jafar Panahi dirigió esta película mientras cumplía arresto domiciliario en Teherán. Puro ingenio y coraje. “Es importante que las cámaras estén encendidas”. La frase de Mojtaba Mirtahmasb, amigo y colaborador del director Jafar Panahi, resume la potencia de Esto no es un film, una película ingeniosa que demuestra cómo contar una historia sin necesidad de actuarla. Pero la historia del realizador iraní no es fácil, fue detenido en marzo de 2010 por sus filmes críticos hacia el gobierno y condenado por la justicia de su país a seis años de reclusión y la prohibición por 20 años de ejercer cualquier actividad cinematográfica. Panahi quedó libre de las rejas (previo pago de fianza de 200 mil dólares) aunque continúa bajo un estricto régimen de arresto domiciliario. Por todo esto, el forzado encierro doméstico es el ámbito para esta película con un mensaje de cabecera: “¿si podemos contar una película, para qué hacerla?”. Entonces Panahi se dejó filmar por su colega Mirtahmasb y, no pudo con su genio, también registró a su amigo con un teléfono celular. De esta forma el director explicó a cámara el guión de un proyecto (hasta 2011) trunco: la historia de una muchacha inspirado en un breve cuento de Antón Chéjov. Desdoblándose como actor y guionista, el iraní (quien en 2013 sacudió la Berlinale con Closed Curtain) marcó en su casa, con cinta adhesiva y sobre una alfombra, los límites de la imaginaria locación en donde una chica transcurre sus días. Y allí está el nudo del filme: en el plano por plano, secuencia por secuencia (con logradas referencias a filmes de su autoría, como Crimson Gold), donde Jafar explica el devenir de su imaginaria protagonista. Guía al espectador, metro por metro. Con movimientos muy medidos, el realizador de las premiadas El globo blanco, El círculo y Offside hace sentir en carne propia el agobio de la muchacha. Una sofocación que atrapa a Panahi y lo hace viajar mentalmente hacia dos situaciones del exterior: su situación judicial, que le comentan por teléfono, y las detonaciones de los fuegos artificiales que anticipan el nuevo año del calendario persa. Pero él sabe que está solo, aislado en una vivienda que choca con la condición de la mayoría de la sociedad iraní. Es grande, muy decorada y puede pecar de una opulencia que no se condice con la frágil situación de su dueño. La iguana que se trepa al iraní parece ser esa presencia invisible que lo vigila, un estado autoritario al cual Panahi casi no hará mención, excepto en la brutal metáfora punteada de los créditos finales. Lo ponderable de este filme (que viajó al Festival Internacional de Cannes 2011 en un pendrive y pasó la frontera iraní ¡camuflada adentro de una torta!) es que el realizador no se mostró como víctima del sistema que lo condenó sino que, a pesar de destilar melancolía en sus declaraciones, se armó de fuerza en las penumbras de su hogar. Sin resentimientos. Panahi ensambló a un personaje dócil y algo risueño, que no reprocha, sino que asiente. En silencio. Su grito es el cine, por más mordazas que lo quieran callar.
"This is not a film" es, precisamente, algo distinto a una película: la experiencia de ver a Jafer Panahi (el director iraní de "El espejo", cumpliendo arresto domiciliario e imposibilitado de hacer cine por su oposición al gobierno) confinado en su departamento mientras un amigo registra sus intentos de representar el guión que no puede plasmar en imágenes, hasta que, finalmente, se asoma a la calle y se enfrenta con una fogata cargada de significados. Un ejercicio casi periodístico, de indudable valor político, que permite compartir con Panahi su asfixia, con algo de esa capacidad que tiene el cine iraní para reflexionar sobre el medio y jugar con las fronteras que separan la realidad de la ficción.
Una película condenada a muerte se escapa Como todo el mundo sabe Jafar Panahi está preso en su país y a pesar de las muestras generalizadas de solidaridad con su causa no parece que su suerte se vaya a modificar en lo inmediato. Contra todo pronóstico, quizá estos datos acerca de su injusta situación personal conspiren para que esta extraordinaria película que es Esto no es un film a Film haya sido percibida como un objeto acaso demasiado serio, cuya importancia real descansa no en sus valores cinematográficos intrínsecos sino en la coyuntura biográfica de su director. En realidad, resulta que Esto no es un film es cualquier cosa menos solemne, quejosa o pesimista. La película se dedica más bien a hacer un breve pero contundente diagrama del cine actual y a devolver de un golpe y con el mismo impulso la figura del autor al centro de la escena: Panahi demuestra que el guión puede ser nada más que literatura. Y que el cine que importa se sostiene siempre a pulso, en la cámara y en la vitalidad misteriosa y muchas veces inasible de eso que se agita delante, lo que descubre el ojo y registra el cineasta. La iguana que el director tiene de mascota, que se le sube encima para espiar por la ventana qué es lo que pasa afuera mientras este habla por teléfono con su abogada parece una señal furtiva: cuando Panahi toma finalmente la cámara y sale a la calle asistimos a uno de los finales más hermosos que se hayan filmado. El futuro de las películas es siempre incierto y allí radica su fuerza principal. Ese final tiembla, porque el cine tiembla.
Llamativo “no film” del convicto Panahi Éste es el famoso manifiesto que Jafar Panahi hizo en su propio departamento, adonde lo redujo el Gobierno iraní con prisión domiciliaria para que no filme. Pues bien, el hombre filmó igual, ayudado por un amigo que luego, esquivando la censura, llevó la película a Europa en un pendrive. ¿Y qué filmó? Un curioso "no film", breve, llamativo, con un cierre de inesperado suspenso y grata emoción. En él recibe gente y cuenta con pelos, señales, puesta en escena y reparto de cintas cómo hubiera sido la película que estaba por hacer cuando lo arrestaron, la historia de una chica que quiere estudiar pero no la dejan, y que se enamora y piensa cosas tristes, y él la representa con lo que tiene a mano. La silla, por ejemplo, puede ser una ventana, y el almohadón una cama. Y escribe, mientras la mascota de la casa, una tremenda iguana, camina por la alfombra persa, se asoma a ver lo que hace el dueño, sube a su falda, sigue hasta el hombro y se acomoda sobre el respaldo del sofá, indiferente a las aflicciones humanas. La iguana es de sangre fría. Él no, y sabe demasiado de injusticias, arrestos y prisiones. No sólo porque haya investigado para rodar "El círculo", aquel formidable drama de cuatro mujeres en un solo día de desesperada libertad, sino porque iraníes y hasta norteamericanos lo han tenido a maltraer. Esto último ocurrió en 2007. Apenas llegó al aeropuerto de Los Angeles, invitado para un festival, fue inmediatamente esposado, vejado y expulsado "por las dudas", según recordaba, ya medio distendido, en su visita al Festival de Mar del Plata de ese mismo año, donde vino a presentar su comedia "Offside", sobre las mujeres que quieren ir a ver los partidos de fútbol en Irán (lo tienen prohibido). En julio de 2009 el Gobierno iraní lo detuvo unos días en Teherán, junto a su esposa, una hija, y otros manifestantes que habían ido al cementerio para rendir homenaje a las víctimas de la represión. En 2010 le prohibió ir al siguiente Festival de Berlín. En 2011 al de Cannes, donde iba a ser jurado. Y lo metió en la cárcel, acusado de actuar contra la seguridad nacional y contra el presidente Ahmadineyad. Con él cayó Mohammad Rasoulof, conocido por sus relatos de obreros en zonas inhóspitas, como "La isla de acero", y por un cuento alegórico sobre un recolector de lágrimas que aprovecha la tristeza de la gente, "Keshtzar haye sepid", lágrimas blancas. Para cada uno, el fiscal pidió seis años de cárcel y 20 (veinte) de inhabilitación para filmar, escribir, asesorar, dar entrevistas y salir del país. Hubo gran revuelo internacional, varios cancilleres reclamaron contra la medida, aquí el maestro Martínez Suárez armó una manifestación frente a la Embajada de Irán y Directores Argentinos de Cine sacó un comunicado a favor de su libertad, aclarando "más allá de sus ideas que pueden o no ser compartidas". En mayo, tras los reclamos mundiales, una huelga de hambre y el pago de una fianza, ambos realizadores pasaron a prisión domiciliaria. La condena fue suavizada para Raosulof, y confirmada para Panahi. Seis años sin salir de casa, veinte sin hacer nada. Tendrá 69 cuando quiera retomar su obra. Mientras esperaba la confirmación de sentencia, alcanzó a hacer este "no film". Cosa formidable, un pendrive. Más formidables todavía, la fuerza, la dignidad humana, y el respaldo internacional.
Exhibida en nuestro país en el marco de la 14º edición del BAFICI, This is Not A Film, del director iraní Jafar Panahi, es una declaración de amor al cine, un manifiesto político cinematográfico contundente, y un disparador creativo contra la censura. Si bien las circunstancias en las que fue concebido el film son de público conocimiento, no dejan de resultar extraordinarias: el director de los films El círculo y El globo blanco, y uno de los líderes de la oposición al régimen iraní, había recibido una condena a seis años de prisión domiciliaria y veinte años de prohibición de filmar (además de no poder salir del país, ejercer actividad política, etc.). A pesar de esto, con astucia y creatividad, este documental llegó al Festival de Cannes de 2011 vía un intermediario, en un pendrive oculto en un pastel. Mientras espera el veredicto del tribunal de apelación recluido en su departamento, el director se propone contar en primera persona la situación por la que está atravesando, a la vez que realiza un manifiesto. Para ello, recurre a su amigo Mojtaba Mirtahmasb, quien lo asiste con una cámara profesional HD, pero también utiliza su iPhone. Así, registra su experiencia cotidiana; la espera, entre llamados telefónicos a su abogada, tareas diversas (como el cuidado de una iguana), los contactos con sus amigos y colegas, y la posibilidad de imaginar proyectos futuros. El director se plantea cómo es posible filmar sin hacer una película, sin quebrantar la ley. Y para ello las imagina, las visualiza, y realiza la puesta en escena de un posible film, todo capturado por la cámara de Mirtahmasb. A Panahi las historias se le hacen cuerpo y, en su encierro, se le escapan libremente, asumiendo un gesto de resistencia. Sin necesidad de apelar a golpes bajos, sin demostraciones de animosidad, el director entrega este íntimo film como acto de valentía, como apuesta a la libertad de la creación artística, reforzada con una secuencia final soberbia. Esto no es una película no es una película, sino muchas. Entre sus diversas capas, encontramos un documental personal que es una declaración de principios, que fluye, que cuestiona. El arte como liberador, el cine como manifiesto político. Con gran sensibilidad y lucidez, y sin romper las prohibiciones impuestas, Panahi responde a la censura, ahí, en las grietas.
René Magritte es recordado por su célebre serie de cuadros “La traición de las imágenes”, en la que destaca “Ceci n'est pas une pipe”(Esto no es una pipa) como la obra que puso en juego los límites de interpretación del espectador y sus significantes. Con esa idea de utilizar al público como cómplice y coautor, el realizador iraní Jafar Panahi, que se encuentra en su país privado de la posibilidad de dirigir nuevamente, aun cuando sus filmes (“El Globo Blanco”, “El espejo”, “El círculo”, entre otras) han sido premiados en los festivales más importantes del mundo, es que imaginó y plasmó “Esto no es una película” (Irán, 2011). Junto con Mojtaba Mirtahmasb logra llevar en imágenes la idea de su último guión de una manera particular, que no voy a desarrollar aquí para que puedan acercarse de natural e ingenuamente a ella. La cámara lo sigue durante su rutina diaria, dentro de su departamento, atendiendo llamados (algunos de ellos con mucha ansiedad, ya que contienen información sobre su situación legal), comiendo, alimentando a su iguana, y de a poco vamos conociendo su intimidad y sus ganas de sacar de su mente todas las ideas. La inmensa necesidad de filmar y de hablar de cine están presentes todo el tiempo, y la imposibilidad de hacerlo lo expulsan a que cualquier disparador dentro de su clandestina realización lo lleven hacia el séptimo arte y a repasar su carrera. “Los cineastas iraníes no hacen películas” le dice el camarógrafo siempre que él intenta darle una orden para ubicar la cámara en un plano que le sirva a su propósito, y él se contiene, pero le duele y trata de retomar alguna actividad hogareña para olvidarse. Sigue concentrado. Nada lo saca de su foco. La misma dificultad que erige esta película, la que lo devuelve a las pantallas le presenta más obstáculos, porque pese a haber creado un clima ideal para volver al mundo del cine, las trabas que se le van presentando lo obligan a buscar alternativas, no ya desde lo visual (donde se sigue con planos casi fijo su día), sino desde lo conceptual. Más allá de las anécdotas de lo que le pasa a Panahi dentro de su departamento, hay una nueva posibilidad de exposición de su situación, que recientemente en el 28 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata también fue denunciada.Siglo XXI y aún métodos del pasado para coartar la expresión. En “Esto no es una película”, una vez más el cine dentro del cine y la posibilidad de una cámara que registra en imágenes una situación particular, y que gracias a las nuevas tecnologías termina viajando en pendrive de Irán a París y haciéndose pública. Planos fijos de un realizador que necesita expresarse y que la prohibición de hacerlo impulsan alternativas que impactan de una manera no convencional en nuestras retinas. Relato digno y honesto desde el cine y para el cine.
Ser o no ser Esto no es un film pero, ¿es arte? Al despuntar la noche de fin de año, cumpliendo prisión domiciliaria y la prohibición de filmar por veinte años, el iraní Jafar Panahi enciende dos cámaras y hasta el iPhone mientras su familia está de visitas. Lo que registra (el 90 por ciento adentro de su casa) no es un film, claro; es una declaración de principios. Panahi no está autorizado a filmar, pero sí a hablar con su abogada, a acariciar la iguana de su hija, a acompañar al portero a recoger la basura e incluso (en un rapto de osadía) a recrear el guión prohibido del film que sí hubiera sido. El experimento se contrabandeó (eso cuenta la historia) dentro de una torta que llegó a Cannes, adonde ganó el apoyo inmediato de la crítica. ¿Será Esto no es un film el urinal de Duchamp del siglo XXI?; ¿el 4’33’’ de las artes visuales? La diferencia con esos y otros hitos más populares, como Warhol y el free jazz, es que el formato de Panahi no rompe ninguna tradición; por el contrario, refuerza la ambigüedad de la filmación casera. ¿Lo que pasa es real o está guionado? ¿Qué ocurre con el encargado tras sacar la basura? Más allá del terrible alegato y el don de Panahi para entretener con mínimos recursos, la película (no el film) no logró que los críticos ladren. Y en el arte eso es señal de algo.
Para la libertad En Esto no es un film partimos de una circunstancia específica: sí, Panahi fue condenado por la Justicia de su país a no filmar durante 20 años y a pasar 6 en prisión. Y a propósito tenemos una acción/reacción: encerrado en su casa, Panahi ayudado por el documentalista Mojtaba Mirtahmasb filma casi de contrabando una “película”, en verdad, un monólogo del realizador explicando un guión para el que no tuvo el visto bueno del Gobierno y por el otro, reaccionando ante las noticias negativas que le llegan sobre su situación judicial. Todo esto que conforma el relato es como una bola de sensaciones que llevan -poniéndonos en el lugar de injusticia que ocupa el realizador- a la rápida exaltación de genialidad. Siendo concretos, Panahi es lo suficientemente inteligente y lúcido como para no hacer un ejercicio ombliguista y, desde la más prosaica de las situaciones, hacer una película que diga algo sobre su situación y que a la vez, irónicamente desde el título, le diga a la Justicia que esto “no es una película” y que ese “no lo es” signifique, también, que esto es algo más, un grito de libertad. En lo que se ve hay bastante de reflexión sobre el poder de la imagen y la representación, incluso Panahi sabe qué es aquello que no se debe mostrar: cuando está a punto de quebrarse, se aleja del plano y desaparece. Esto no es un film tiene momentos intensos, cómicos, y hasta incluso un prodigio de puesta en escena en los últimos diez minutos cuando aparece el conserje del edificio donde vive: si esto fue planificado o no, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que se trata de un instante de cine mayúsculo, que indaga incluso en los propios temas y formas ensayados por el realizador en su filmografía. Por lo tanto, y más allá de todo, estamos ante una pieza curiosa, simpática, necesaria, pero lejos de la obra maestra que algunos han querido ver.
Egolatría encerrada Condenado a seis años de prisión y a veinte años sin poder realizar cine ni salir de su país, Jafar Panahi se las arregla en Este no es un film para construir una narración cinematográfico a partir de esta especial situación que atraviesa en su vida. Sin embargo, el relato adquiere algunas cierto carácter cuestionable cuando se demuestra un mero ejercicio que alimenta su ego. Acerca de la condena decretada por su tarea como cineasta, no hay para nosotros motivo suficiente para tal castigo a una persona por expresar sus ideas. Panahi hace en esta película que no lo es -al menos según su título- un relato sobre esa condena, sobre la historia que pretendía filmar y no fue, y un relato sobre lo que no se puede decir en el cine iraní, a partir de sus propias escenas. Más allá de lo condenable del castigo, el tono de la película de Panahí es meramente autocelebratorio y no abre ninguna puerta a la reflexión, ni a la crítica, ni al contexto. Es un registro ególatra y confuso, que poco aporta al cine y a la difusión de la situación interna de Irán y al ejercicio de la libertad de expresión en ese país.
En ese terreno que a los cineastas iraníes les encanta manejar (“esto que ves es realidad, pero en realidad no lo es”), THIS IS NOT A FILM podría ser una secuela de EL ESPEJO, la que también podría titularse “Esto no es una película”. En sus charlas con su abogada, con su mujer, en su intento de contar a cámara (y actuar) cómo era una película que quería hacer pero no le permitieron, en un encuentro fortuito sobre el final, en su mirar la televisión, en contestar emails, en su cotidiano, Panahi construye un personaje de sí mismo y pone en primer plano la dificultad de la situación que vive, como lo compromete, lo fuerza y lo obliga a negociar cosas que preferiría no negociar, pero siempre teniendo en cuenta que su intención primera es proteger a los demás, no dejar que nadie “se inmole” por salvarlo. jafar_panahi_iguanaCreativa y vibrante, llena de giros inesperados, el filme de Panahi es un notable documento “contrabandeado” que pone en primer plano las contradicciones de la situación política iraní, pero también se da espacio para respirar, para la salida humorística, la casualidad. Yo admito tener alguna dificultad con el cine en primera persona, en el cual los directores se “expresan” ante la pantalla transformando el cine en un indisimulado monólogo (me pasa lo mismo con las películas de Nanni Moretti o Avi Mograbi, que me gustan pero siempre me hacen pensar que ellos se reserva la última palabra y la posibilidad de quedar como “el más piola del barrio”), pero más allá de eso es indudable que se trata de una película de enorme complejidad y que evita la compasión y la “denuncia” más previsible.”
Clandestino y Autorreferencial No es fácil hacer cine político cuando la libertad de expresión esta restringida. Mucho menos en el caso de que el realizador sea un prisionero político del Estado. En Argentina, nombres como Jorge Cedrón o Raymundo Gleyser son ejemplos de cine creado y distribuido en la clandestinidad. Por eso resulta necesario y fundamental la distribución de films como Esto no es un Film. La última frase resulta paradójica sin dudas. Jafar Panahi está cumpliendo una injusta condena como prisionero político simplemente por ser un director de cine que promueve la reflexión y la crítica a normas políticas y sociales – recordemos Offside, en la que critica que una mujer no puede ver un partido de fútbol en un estadio - a través del uso de la ficción, del arma de la narración. Acaso el peor castigo que recibió el director es haber sido censurado. Haberlo condenado a no filmar por 20 años. Como legalmente no tiene herramientas para luchar, decide filmar con medios caseros y enviar la película al exterior de manera clandestina. El título parece ser una advertencia a las autoridades. “Esto no es un film”. Pero resulta que es mucho más que eso. Es una autobiografía, una visión del mundo, del cine. Una lección de la pasión de un hombre por ser libre de prejuicios y seguir exhibiendo su arte hasta las últimas consecuencias. Panahi, sin salir de su casa, aprovecha la tecnología digital para hacer un autorretrato, una suerte de reflexión sobre su situación, ficcionando situaciones – charlas con el abogado y su familia – y analizando su filmografía, poniendo en perspectiva escenas de sus obras con su presente como prisionero. Pero eso no es todo. Panahi demuestra sus virtudes no solo como cineasta, dirigiendo a su camarógrafo en su propia casa, con él como único intérprete, sino que también de narrador. Como si fuera una película dentro de otra, nos cuenta la historia de una chica a la que se le prohíbe asistir a la universidad por normas religiosas y eso termina por enfrentarla con su familia. No es difícil adivinar la metáfora. Panahi es la chica, el estado representa la familia. Desde la intimidad, Panahi desnuda sus miedos, su incertidumbre. Se convierte en un antihéroe de una película que no es una película, dirigida por un director que no puede dirigir. Esto no es un film, es una propuesta ingeniosa y acaso humorística por la ironía y absurdo del caso legal, honesta porque está representada en primera persona, y sensible porque es imposible no sentir empatía e impotencia por el presente – y futuro – de un hombre cuyo crimen es mostrar su verdad al mundo. Como si fuera el protagonista de un film de Hitchcock, Panahi está encerrado y debe demostrar su inocencia con todo en contra. Esto no es un film es la prueba de su inocencia. Y aunque tenga gusto a testamento artístico, es solo el comienzo de una nueva etapa en la filmografía del realizador de El Espejo. Poco tiempo después de que Esto no es un Film se exhiba en festivales de todo el mundo, Panahi realizó Close Curtain donde llevó su cautiverio a un lugar más extremo, llamando a un actor para que lo interprete y posteriormente interviniendo en la acción, haciendo aún más difusa la línea entre la ficción y la realidad. Aunque para Panahi sea una forma de manifestarse, para la historia del cine, este díptico significa muchas cosas: en primer lugar una demostración que la tecnología digital no solo es una herramienta que permite ahorrar dinero en proceso y revelado, sino que le permite a un director filmar con solo un teléfono o una cámara casera sin que nadie se entere. De ninguna manera Panahi habría logrado esto con FILM. En segundo es una nueva muestra que ninguna condena política puede impedir que un artista se exprese aun cuando su vida corre peligro. El cine clandestino está de vuelta en las calles. Por último es una confesión y lección sobre como cruzar límites de géneros, como narrar sin narrar, reflexionar de la existencia de la representación con elementos simples. Sin descuidar nunca la estética, y pensando cada palabra que expresa, Panahi con Esto no es un Film consigue una de las más crudas y directas películas sobre la importancia de que el cine y los directores sigan filmando, sobre la libertad de expresión y su coartación.
Condenado a no ser Jafar Panahí está molesto, cansado del encierro. La cámara lo enfoca entretanto desayuna, se prepara un té, recibe al delivery de comida y alimenta a su iguana. También conversa telefónicamente con su abogada, se asesora y se informa. La situación lo inquieta y no es para menos. El iraní quiere hacer cine pero no puede. No lo dejan. Mientras aguarda el veredicto final en su casa, nos cuenta acerca de algunas de sus películas anteriores, de puestas en escena, secretos y fragmentos que hasta reproduce en unos DVDs. La sentencia consta de 6 años de prisión y 20 de prohibición para dirigir. Panahí no mató ni robó a nadie pero cometió un “delito”. Al menos eso dictaminan desde la justicia. Jafar pensó distinto, apoyó a un grupo político opositor al de turno; entonces lo encasillan en conceptualización de “actividades contra la seguridad nacional”. El artista al que le cortaron las alas. De eso se trata. Sus ideas están intactas, pero no las puede exteriorizar o materializar en una proyección que se lleve a cabo desde su dirección. No puede culminar de esculpir sus obras ni ordenar siquiera un “corten”. Pero el creador de El espejo se las rebusca y no toma la cámara: para ello lo llama al documentalista Mojtaba Mirtahmasb y le delega dicha función. Y a partir de allí da sus testimonios, despliega conocimientos y hasta se da el gusto de recrear secuencias del producto que no le permitieron concebir. Toma unas cintas y en un santiamén construye un escenario mientras ensaya, con énfasis y el guión en su poder, un puñado de diálogos. Y se frustra, se pregunta por qué puede contarlo pero no desarrollarlo. Se percibe natural, tampoco escandaliza ni se victimiza. Es fin de año y los fuegos artificiales suenan fuerte. La gente está de festejo, en contraste con Jafar. Él juega con su celular, utiliza el modo de video y conversa con su colaborador. Y por las dudas aclara, que esto no es una película. LO MEJOR: la propuesta, distinta, natural, sincera. La utilización de un audiovisual como modo de denuncia y forma de expresión. Los conocimientos del director. LO PEOR: no funciona más que como un producto diferente que despierta curiosidad. PUNTAJE: 7
Esto no es una película es una de las grandes películas del año, y quizás la primera obra maestra con varios pasajes rodados con un teléfono celular. Precisamente allí esta la gracia y el misterio del film de Panahi, pues esta home-movie, cuyo título niega su entidad cinematográfica, es un ejemplo de puesta en escena. Como es sabido, Panahi no podrá filmar por veinte años, quizás treinta. En el film todavía desconocía que le darían seis años de cárcel. El plano inicial consiste en la preparación de un desayuno. Sonará el teléfono un par de veces. Su mujer y su hija no están en casa. Aparentemente, alimentar a la mascota de su hija es un tópico central. Primero se la nombra, después se la verá, y en toda la película la mascota tendrá una función humorística. Como si fuera una tortuga punk salida de una alucinación psicodélica, Igi, la iguana de la casa, es una presencia cómica, la invención de una figura reptil de un gag fabuloso. Dado que la prohibición consiste en filmar, Panahi decide que se lo filme contando una posible película suya. Relatar un guión, después de todo, no forma parte de la interdicción escrita. Panahi materializa un topos imaginario y transfigura el living de su casa en una locación. Una cinta demarcará la habitación. Una silla funcionará como la ventana. Los objetos en este juego imaginario se transforman en mobiliario, su relato en imágenes en movimiento. Cada vez que Panahi cuenta su película se devela la pasión del cineasta, su sed por filmar, su urgencia por hacer cine. Rodada como si fuera un día completo en la vida del director (en verdad fueron cuatro días de rodaje), la cotidianidad de Panahi es un evento cinematográfico. Un viaje en ascensor, penúltima secuencia del film, puede transformarse en una comedia de situaciones, y resulta, además, una lección magistral de uso del fuera de campo. Y llegará el final: una reja, el fuego en las calles, las explosiones de una festividad popular y la espera infinita que jamás cesa. Los títulos dicen “un esfuerzo de” en vez de “dirigida por”. Los nombres de los actores y los agradecimientos serán imaginarios, aunque el film está dedicado a todos los cineastas iraníes.
Una película pequeña y a la vez enorme Como consecuencia del arresto domiciliario que el realizador iraní Jafar Panahi debió cumplir, en vistas a una condena mayor, con una prohibición de no filmar más durante veinte años, aparece esta pequeña obra maestra de 2011. Que hoy Panahi esté libre es un motivo de festejo que replica en la oportunidad que ofrece El Cairo Cine Público, la de poder acercarse a uno de sus últimos y polémicos films. Panahi puede ser comparado con esa otra artista extraordinaria que es Marjane Satrapi, cuya historieta Persépolis -también llevada al cine animado por su mano hábil- es mirada interior hecha explosión, entre infancia y adultez, entre exilios y la historia de un país que es mucho más que la inmediatez epidérmica de los medios de comunicación. Se lo señala porque Esto no es un film expone no sólo la situación de prohibición, las ganas de filmar irrenunciables, sino también un propósito discursivo que enuncia mucho más que un pedido de ayuda -el film llegó clandestinamente a Cannes, Persépolis obtuvo ediciones europeas y estadounidense, vuelto bestseller-. Ambos artistas apelan a la grandeza de un país caído en manos autoritarias, con un fanatismo religioso que amenaza con descomponer cualquier atisbo racional. Si Satrapi puede realizar Persépolis desde el exilio, Panahi hace su cine desde el encierro. Por eso el título, pero también la evocación a Magritte, dúctil a su vez de vincular con la novela-experimento de David Markson: Esto no es una novela (2001, editada por La Bestia Equilátera). Lo visto no es lo que parece y sin embargo sí. De manera tal que a no confundir lo dicho por Panahi mientras tribula, descansa, conversa con su amigo el realizador Mojtaba Mirtahmasb. Hay un fuera de campo que se dibuja desde los rostros, los gestos, que traen quienes ingresan al departamento de Panahi, o los llamados telefónicos con voces más allá de las paredes. Son las que traen noticias sobre el resultado de la apelación de Panahi, cuyas novedades son recibidas por el cineasta mientras la cámara registra. Registro hecho desde recursos hogareños, cercanos, inmediatos. Lo que expone la ventaja extraordinaria que las nuevas tecnologías han aportado al discurso audiovisual, a la vez que ratifica el saber necesario para un lenguaje articulado. Esto no es un film es pura puesta en escena. Hay conciencia de cine. Ni qué decir cuando lo que se dramatiza es el guión de la película que no podrá filmarse, entre cintas de papel en el suelo mientras se evocan líneas de diálogo nunca dichas por los intérpretes elegidos. En síntesis, es una lección de cine, hecha cine. Sobre el desenlace habrá un atisbo del afuera, a partir de la visita del encargado de la basura del edificio. Un pequeño viaje descendente, en el ascensor, hacia un exterior esbozado entre los fuegos de artificio del año nuevo iraní. Toda una ironía, genial, encontrada allí, delante de la cámara. Lo que importa, por eso, es saber cómo filmar.
Primero: hay que ir a ver este film porque solo asistir a su proyección es un acto en defensa de la vida y la libertad de su realizador, Jafar Panahi, injustamente puesto en arresto domiciliario por el régimen iraní. Por una vez, ver una película es también un acto de solidaridad y de justicia. Segundo: hay que ir a ver este film porque es excelente, y esto debería colocarse primero. Con una cámara, en su casa, encarcelado, Panahi narra el absurdo laberinto burocrático y la causa imbécil por la que se lo encarcela, sin perder nada –pero nada– de humor. Lo hace de modo documental. Pero también narra o muestra la intrusión de vecinos, la vida de una iguana que lo acompaña, las discusiones breves por las compras con su esposa y, en el tramo final, la posible intervención de un oscuro agente de la inteligencia iraní disfrazado de muchacho inofensivo. O no, pero la paranoia es indescriptible y todo se vuelve un perfecto cuento de suspenso. Que no sería más que un cuento, si no fuera que Panahi, por hacer campaña contra el rival de Mahmoud Ahmadinejad, por defender en sus films sobre todo el derecho de las mujeres a ser ciudadanas de primera en una teocracia (puede ver “El círculo”, una de sus mejores películas), por querer el regreso a un Irán laico y moderno, por ser un enorme artista, sigue encarcelado. Además, va a ver una obra maestra realizada en absoluta clandestinidad.
"This is not a Film", pese a no querer serlo, es una película, la cual profundiza y aporta la mirada en primera persona sobre la vida de Jafar Panahi. Un relato con momentos muy interesantes, que son imposibles de poder desgarrarlos de la realidad. Para conocer un poco la intimidad del director, su entorno, trabajo y secretos. Un documento histórico polémico y diferente.
Publicada en la edición digital #260 de la revista.
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