Rumbo a la cima Es lógico que en tiempos de hiperrealismo cinematográfico se realice una película como Everest (2015), un film que intenta por todos los medios reconstruir una historia existente pero no de modo realista sino sensorial, trasmitiendo las vivencias en escena a flor de piel. Everest retrata el verídico episodio ocurrido en mayo de 1996 cuando un grupo intentó escalar una de las montañas más altas del mundo con aciertos parciales. La historia sigue a Rob (Jason Clarke, Terminator: Génesis) guia de grupos con la enorme tarea de realizar la hazaña de llegar a la punta del monte Everest, hecho que sólo unos pocos pueden contar. El otro grupo lo dirige Scott Fisher (Jake Gyllenhaal, siempre acostumbrado a transformarse de papel a papel) que utiliza métodos más ortodoxos para subir a la cima. El amplio grupo permite a la película construir personajes con un elenco notable donde cada uno tiene su momento, entre ellos Josh Brolin, Sam Worthington, Keira Knightley y Robin Wright, entre otros. Enmarcada dentro del cine catástrofe, Everest cuenta las diversas vidas personales de cada integrante del grupo antes de emprender la hazaña para que luego el espectador sufra con los familiares en los momentos difíciles. Emily Watson será una suerte de Houston, quién desde el campamento base guia radialmente a los trepadores, y sufre con ellos los embates del clima. El film cuenta con monumentales tomas aéreas que ayudan a reconstruir la odisea de los escaladores, para lograr la sensación de estar ahí en medio de la montaña con ellos. Uno sale de la sala con la certeza de haber sentido frío y vértigo de igual manera. El islandés Baltasar Kormákur, después de Dos armas letales (2 guns, 2014) y Contrabando (Contraband, 2013), realiza su obra más grandilocuente y en 3D, con la que demuestra ser un narrador sólido y efectivo en tiempos de hiperrealismo cinematográfico. La historia también puede leerse como metáfora del ascenso social, donde lo más conflictivo no resulta ser la llegada a la cima sino el descenso, aquel en el que muchos no sabrán cómo realizarlo y encontrarán una serie de dificultades inesperadas. Sin embargo esta lectura no llega a desprenderse directamente –tampoco la del hombre versus la naturaleza- en un film que se limita a narrar de manera sólida y efectiva el periplo de los personajes.
La cima del mundo Basada en hechos reales, Everest es el relato de la tragedia ocurrida en dicha montaña el 10 de mayo del año 1996, durante uno de los ascensos más numerosos que se haya realizado. La historia es muy conocida pero aun así es mejor no contar cosas sobre el final de la película. El Everest siempre ha sido un imán para los aventureros del mundo y, por extensión, para los cineastas del mundo. Muchas veces, desde el inolvidable documental La épica del Everest The Epic of Everest, 1924) el registro oficial de la fatal expedición de Andrew Irvine y George Mallory, que las cámaras desearon mostrar la montaña y contar las historias que allí se vivían. Documentales y ficciones se sucedieron, contando diferentes historias y récords. Sin que falte, claro, los primeros en conquistar la cima: Edmund Hillary y el Sherpa Tenzing. Sin embargo, esta película pasa todo los límites y se convierte en la mejor ficción que se haya hecho sobre algún ascenso al Everest. Lo que resulta sorprendente y absolutamente único del film del director islandés Baltasar Kormákur es la combinación de elementos dispares y complejos que logra articular para crear una película inolvidable. Como film industrial lleno de estrellas y con grandes aspiraciones de taquilla, Everest sorprende por su perfección técnica sin fisuras. No podrá el espectador dudar, ni por un instante, que está viviendo la historia junto a los protagonistas en plena montaña. Nunca una película de ficción que contara un ascenso a una montaña ha sido filmada con este nivel de autenticidad. Efectos especiales imperceptibles se combinan con el paisaje real y está muy bien lograda la sensación de sobriedad aun en una película que transcurre en un espacio tan espectacular. Y la sobriedad es otra de las claves de la película. La película cuenta con un rigor poco habitual, con austera dureza lo ocurrido durante esos días. La idea de superproducción con actores famosos basada en una historia tan enorme puede engañar al espectador, tanto para acercarlo como para alejarlo, y hacerle creer que se trata de un film de aventuras simpático. Debe entender que se trata no solo de una historia terrible, sino también de un film que no hace concesiones a la hora de contarla. Esto, lejos de ser un defecto, es su mayor virtud. El film de dos horas es apasionante, sin trucos, ni recursos efectistas. Si la primera parte es interesante, hay que decir que la segunda hora tensa al espectador de una manera que lo deja pegado a la historia. No hay forma de no vivir de forma intensa todo lo que se cuenta. Esa hora que se hace difícil por lo que se cuenta, pero que es apasionante por la forma en que conmueve y moviliza al espectador. Por respeto y en homenaje a los que participaron y participarán alguna vez de un ascenso al Everest, la película cuenta todo. Cuenta la euforia, la alegría, la ilusión, el desafío, el dolor y también el serio peligro de muerte que implica esa proeza. La película tiene también la lucidez de buscar un equilibrio que habla muy bien de su inteligencia como obra de arte. Describe los errores y los aciertos. No subraya pero deja en claro todas y cada una de las cosas que ocurrieron. Todo lo dicho puede parecer sencillo, pero no suele convivir en un mismo espacio. Por eso Everest es una película diferente, una de las mejores de este año, la perfecta unión entre espectáculo, drama, aventura y reflexión sobre el espíritu humano.
Cada tanto, algún director intenta reflotar este género aventurero que mezcla adrenalina con la catástrofe y el drama basado en hechos reales. Baltasar Kormákur se esfuerza demasiado en captar la veracidad, pero se olvida que hay una gran historia para contar. “Everest” (2015), a diferencia de muchas de las clásicas aventuras de montaña –sobre todo de la década del noventa-, cuenta con unas cuantas ventajas tecnológicas que le aportan una verosimilitud casi única. Baltasar Kormákur es un director acostumbrado a las escenas de súper acción –véase “Dos Armas Letales” (2 Guns, 2013) o “Contraband” (2012)-, pero acá se concentró en captar con toda veracidad cada aspecto del proceso y su dramatismo. El problema es que se olvida de las tensiones y conflictos y, al final, la película esta más cerca del documental ficcionado que de una historia verdaderamente atrapante. “Everest” está basada en hechos reales. La tragedia que sufrieron dos grupos de escaladores que pretendían alcanzar la cima más alta y peligrosa del mundo, por puro deporte, el 10 de mayo de 1996. Aquel año se convirtió en el más mortal para la montaña, hasta que fue superado en 2014, y a pesar de que nos cuentan y nos muestran lo difícil y peligrosísimo que es dicha tarea, la película no se esfuerza por explicarnos las verdaderas motivaciones de estos hombres y mujeres que ponen en riesgo su vida por semejante hazaña. Sí, el estimulo se puede leer entre líneas pero, ¿vale la pena realmente? Acá no hablamos de un mero deporte de riesgo, sino de un reto a la supervivencia y a la fortaleza humana. No se dejen engañar, la gran protagonista de esta historia es la montaña, pero también la más grande antagonista. El resto son sólo simples mortales que harán lo imposible para vencerla. Rob Hall (Jason Clarke) es la cabeza más visible de esta historia, un escalador que se dedica (como tantos otros que han hecho de esto un negocio) a guiar a sus camaradas hasta la cima del monte para que puedan, o no, cumplir con esta hazaña. Rob cuenta con un gran equipo que lo acompaña en tierra y en las alturas, y también con una esposa embarazada (Keira Knightley) que, a pesar que ha hecho lo mismo en reiteradas ocasiones, se preocupa desde casa. La narración lo sigue a él y a su grupo de alpinistas, entre los que se encuentran la única mujer que ha escalado seis de las siete cimas más altas del mundo (Naoko Mori), un texano que prefiere las alturas a su familia (Josh Brolin) y un cartero (John Hawkes) que empeñó hasta lo que no tiene (la excursión tiene un costo de 65 mil dólares) por demostrarles a los niños de una escuela que cualquiera puede lograr hazañas imposibles. Este “negoción” esta en pleno auge y la montaña esta repleta de escaladores, por eso Rob decide hacer yunta con el grupo liderado por Scott Fischer (Jake Gyllenhaal) y así evitar los contratiempos y darse una mano para llegar a la cima. Eso es todo, lo demás es la hazaña en sí misma. Los problemas físicos que genera, las condiciones del clima, etcétera, hasta que son golpeados por una terrible tormenta y, es por eso, que esto se denomina una tragedia. Es una aventura por la aventura misma, una historia que carece de conflictos y tensiones (acá no hay egos que se choquen, todo es muy profesional y prolijo), pero que desborda de dramatismo novelesco. Hollywood suele manipular estos hechos reales en pos de una narración más efectiva, pero Kormákur se esfuerza por rescatar la “valentía” (alguno podría llamarlo estupidez) de estos hombres y mujeres que, al final, no tenemos tanto tiempo para conocer, relacionarnos y sufrir por sus infortunios. El elenco es colosal, aunque algunos casi que pasan desapercibidos, incluyendo a Jake Gyllenhaal que, con suerte, tiene quince o veinte minutos de pantalla. Todo recae sobre Clarke que, así, se redime de su paso por “Terminator Génesis” (Terminator Genisys, 2015). Visualmente imponente, aunque Kormákur no aprovecha al 100% las ventajas del 3D y no nos sumerge en el vértigo de la escalada por completo, “Everest” es un drama entretenido, pero le falta un golpe de horno para lograr que nos compenetremos en la historia y las vicisitudes de sus protagonistas. Dirección: Baltasar Kormákur Guión: William Nicholson, Simon Beaufoy Elenco: Jake Gyllenhaal, Jason Clarke, Josh Brolin, John Hawkes, Vanessa Kirby, Sam Worthington, Robin Wright, Thomas M. Wright, Michael Kelly, Clive Standen, Tom Goodman-Hill, Ingvar Eggert Sigurðsson, Martin Henderson, Emily Watson, Micah Hauptman, Naoko Mori, Keira Knightley.
Los riesgos por llegar alto y cumplir sueños "Everest" refleja la tragedia ocurrida en esa montaña el 10 de mayo de 1996 combinando aventura, drama y una reflexión por la ambición y el sueño del hombre. La montaña más alta del mundo despierta el fervor de los aventureros por llegar a la cima y la necesidad de los cineastas de plasmar esa aventura, el riesgo y el sueño de concretar el peligroso ascenso. El director islandés Baltasar Kormákur -Dos armas letales, Contrabando- asume ese desafío en esta realización basada en la tragedia ocurrida el 10 de mayo de 1996 en la que dos expediciones se enfrentan a una feroz tormenta de nieve. El temple de los alpinistas es puesto a prueba cuando deben luchar contra la furia desatada de la naturaleza, con poco oxígeno y a bajas temperaturas. El tema de la supervivencia aparece en primer plano en este relato que privilegia el drama de los personajes antes que la espectacularidad de las escenas a gran altura -que también las tiene-, entre precipicios y un camino helado lleno de obstáculos. Rob -Jason Clarke- es un guía de montaña que traslada con su equipo a hombres y mujeres que pagaron 65.000 dólares para cumplir su sueño, dejando atrás a familiares y alumnos. El contraste permanente entre el peligro que afrontan los aventureros y la seguridad del hogar con esposas que esperan un llamado telefónico o la llegada de un bebé, se ve reflejado a lo largo de esta caminata que también hace base en el campamento -donde Emily Watson y Robin Wrgiht siempre tienen su lucimiento- como punto medio con los guías. La camaradería, la amistad, la soledad, el cumplimiento del deber aún poniendo en riesgo sus vidas, y la comunicación con la monstruosa montaña son los tópicos sobre los que gira esta dramatización. Everest no está pensada como un exponente del cine catástrofe, sino que explora hasta dónde el hombre es capaz de llegar para cumplir anhelos propios y ajenos. Para contar esta historia el director reúne a figuras que tiene su destaque: Jake Gyllenhaal, Josh Brolin, Keira Knightley y Sam Worthington, entre otras. Riesgo total para alcanzar la cima, una oportuna metáfora sobre los vertiginosos tiempos que corren.
Melodrama y cine catástrofe en las medidas justas. La Montaña Sagrada Escalar el Monte Everest es el reto máximo para cualquier aficionado al alpinismo. Las razones para hacerlo son tan diversas como personales, pero todos los que están dispuestos a intentarlo tienen una cosa en común: saben que están poniendo riesgo su propia vida, y los cientos de cuerpos que todavía se encuentran congelados en sus laderas dan prueba de ello. Dejando de lado lo complejo y peligroso que es el ascenso, el cuerpo humano simplemente no está capacitado para sobrevivir a casi 9 mil metros de altura. Lo que convierte a cualquier intento de alcanzar la cima en una verdadera hazaña. Pero la película está centrada en un hecho en particular y es lo sucedido durante lo que se conoce como "El Desastre del Monte Everest de 1996", donde entre los días diez y once de Mayo doce personas (evitaremos nombrar quienes para no caer en los spoilers) perdieron la vida. Aunque lo que convierte a este caso en algo especial (hubo desastres todavía mayores) es el circo mediático que se armó al rededor, ya que uno de los sobrevivientes fue Jon Krakauer (interpretado por Michael Kelly, Doug de House of Cards) periodista y reconocido autor de, por ejemplo, Into the Wild (adaptada al cine por Sean Penn) e Into Thin Air, libro que en el que cuenta lo sucedido durante el fatídico ascenso y donde pone en duda la seguridad de los grupos guiados a la cima del Monte Everest, uno de los puntos que de refilón toca este film. Everest es uno de esas películas de cine catástrofe donde los propios protagonistas lentamente comienzan a cavar su propia tumba. A diferencia de otros recientes exponentes más pochocleros del género como En el Tornado o Terremoto: La Falla de San Andreas, aquí son los propios personajes quienes caminan directo hacía su destino. Claro que ellos no lo saben y eso hace que rápidamente empaticemos. Esto ayuda a un guión que poco desarrolla el trasfondo de cada uno de sus personajes, si bien es lógico dado la cantidad de actores reconocidos que hay en el film, Everest solo hace lo suficiente solo con un puñado de ellos, y nos deja con ganas de ver más a gente como Emily Watson, Jake Gyllenhaal, Robin Wright o John Hawkes, quien por lejos tiene el mejor personaje de la película. Son mayormente Jason Clarke y Josh Brolin quienes llevan la cinta hacia adelante, ambos con interpretaciones justas y medidas que no llegan en lo sentimentaloide. Esto también gracias al director Baltasar Kormákur, que logra huirle con éxito al golpe bajo la mayor parte del tiempo. Vale aclarar que si entran esperando una aventura plagada de acción como lo fue Límite Vertical de Martin Campbell o más atrás en el tiempo una producción del "Maestro del cine catástrofe" Irwin Allen, es probable que salgan decepcionados. Everest es una drama de supervivencia, casi un melodrama. Que se toma su tiempo para ponerse en marcha y donde la lucha por mantenerse con vida en este ambiente tan hostil se entremezcla con escenas en las que se acentúan los lazos familiares de sus protagonistas. Pero al menos, como ya se mencionó antes, Kormákur encuentra el momento justo en el que cortar y pasar a otra escena. Más allá de esto, la película no escatima en escenas épicas y espectaculares, con efectos especiales y una edición de sonido impecable, y que alcanza su pico máximo en el tercer acto, cuando se vuelve una verdadera experiencia sensorial y visceral. Pero es durante ese tiempo cuando la película vuelve a sufrir del síndrome de los elencos grandes, deteniéndose muy poco en los personajes que comienzan a caer como moscas y donde al estar cubiertos de pies a cabeza con equipo de montaña, se hace difícil diferenciar quien es quien. Conclusión Everest es sin dudas una película que disfrutarán todos aquellos que vayan al cine buscando vivir de una experiencia intensa. En los rubros técnicos todo juega a su favor, y logra recrear con mucho realismo la difícil y peligrosa tarea de escalar la montaña más alta del mundo. Lo amplio de su elenco no le permite detenerse lo suficiente en sus personajes, llegando incluso a desaprovechar a mucho de ellos, pero el guión cumple con lo justo y necesario, logrando un satisfactorio balance entre el malodrama y el cine catástrofe.
Descenso fallido. Everest (2015) cuenta la historia real de una expedición de 1996 en la que Rob Hall (Jason Clarke), director de Adventure Consultants, y Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), de Mountain Madness, condujeron a un grupo de alpinistas a la cima del monte Everest, una proeza en la que debían escalar por encima de los 8000 metros y que muy pocas personas han logrado en la historia. El director Baltasar Kormákur se apega al más estricto realismo para ejecutar la puesta en escena del ascenso a la montaña con amplios planos aéreos y grandes planos generales donde construye la dificultad de estos grupos de alpinistas para trepar el monte: en esas escenas podemos observar la pequeñez del hombre versus la imponente e implacable naturaleza, y el espectador empieza a representarse una idea sacrificial de los escaladores ante semejante desafío. Kormákur hace hincapié en construir relaciones fraternales entre los alpinistas como eje moral narrativo de la película. Si bien los personajes de Clarke y Gyllenhaal eran competidores, con distintos estilos para escalar, el director se preocupa en desarrollar la idea de que en la montaña hay una comunión, una especie de hermandad de los escaladores que está por encima de todo. Paralelamente el realizador cuenta la historia familiar de Rob Hall y de Beck Weathers (Josh Brolin) con sus esposas esperando en casa, Jan Arnold (Keira Knightley) y Peach Weathers (Robin Wright). El montaje paralelo con estas historias debilita la narración en la primera parte de la película, cortando el ímpetu de la trepidante aventura con la idea de humanizar a los personajes y despojarlos de heroicidad. El díptico de “mujer + hijos” y “mujer embarazada”, del otro lado del cine de aventuras, resultan dagas que demuelen el género. Esta debilidad se profundiza en la segunda parte, en el descenso de la montaña. Kormákur ya no recurre a los planos generales como registro excluyente y filma en primer plano, contando el drama humano y mostrando el sufrimiento del cuerpo ante la fuerza bestial de la naturaleza. El director abandona casi todas las bondades del inicio de la excursión y comienza a dar rienda suelta a la más imposible de las cursilerías. Llanto, efectismo y golpes bajos (una mujer embarazada despidiendo por teléfono ¡dos veces! a su marido) toman la pantalla por asalto. Esta embriaguez de impostada ternura hace que Kormákur se olvide de resolver historias importantes en la narración, y lo más grave e imperdonable de todo; que abandone por completo las premisas básicas del cine de aventuras en pos de una reflexión moral sobre la responsabilidad de jugarse la vida en una hazaña deportiva: esto hace que un film que tenía todo dado para ser una gran película de cine de género, finalice como un telefilm al estilo Hallmark Channel con gente llorando abrazados y una semblanza de fotos patéticas e indignantes para conmover a algún desprevenido.
Jake Gylenhaal, Keira Knightley y Sam Wortington suben al Everest las pantallas de cine de este Jueves. Esta semana se estrena en nuestro país la película que retrata la expedición que en el año 1996 emprendió el ascenso al Everest, la montaña más alta del mundo. basada en hechos reales, y con un cast desparejo en popularidad pero no en calidad, la película se vende como una épica de acción, pero en realidad, está más cerca del drama, o incluso del documental, de lo que uno supondría. Jason Clarke es Rob, el guía turístico encargado de llevar y traer de vuelta con vida, a este ecléctico grupo de escaladores, que tienen como objetivo llegar a la cima de la montaña en cuestión. La descripción de los personajes es más bien escueta, y toda la introducción de la película apunta a lo mismo, contar descriptivamente todos los aspectos que hacen a la preparación para la gran hazaña. Los aspectos visuales del film son imponentes, y no solo las vistas de las montañas y paisajes, los recorridos de la cámara sobre Nepal, los templos e incluso las derruidas villas alrededor de la ciudad, están filmadas con una prolijidad que recuerda a los recorridos de Nolan sobre Hong Kong. Queda en claro muy rápido en Everest que el director Baltasar Kormákur, está más concentrado en mostrar los entretelones de la gigante empresa que emprenden los héroes, que en definir personajes, relaciones entre ellos o incluso jerarquías, que suelen ser las piedras sobre las que se alzan este tipo de películas, y esto es, justamente, porque Everest no es una película común, flirtea con la aventura, flirtea con el drama, flirtea con el cine catástrofe, pero al terminar la cinta, lo que queda claro es que se trata de un documental y que meramente vimos un relato de acontecimientos que llevaron la historia desde su inicio hasta el final. Aunque sus dos horas de duración la vuelvan una película larga, da la sensación que Everest fue pensada como una épica de por lo menos media hora más (una hora, supondría yo) ya que en algunos momentos, la trama salta tan rápidamente de un punto a otro, que algunos personajes no aparecen más de una vez, y algunas situaciones nunca se resuelven. Everest merece una buena afluencia de espectadores en sus salas, aunque es posible que aquellos atraídos por el tráiler que la vende como cine catástrofe se sientan defraudados. Mi recomendación para todos aquellos que puedan es verla en el Imax, ya que la experiencia de imagen y sonido en esa sala vuelven a esta película un verdadero espectáculo.
Una desventura de altura La reconstrucción de la historia real de una fatídica expedición a la montaña más alta del mundo es la nueva excusa para otra épica que se convierte en espectáculo cinematográfico asombroso en 3D, pero también, por momentos, en un ejercicio lindante con lo sádico. El Everest es el pico máximo del planeta con 8.848 metros. Y es, por lo tanto, la principal tentación para montañistas deseosos de alcanzar la gloria. Claro que en esa zona del Himalaya que divide a Nepal de China han muerto decenas y decenas de escaladores. Lo que el director islandés Baltasar Kormákur (Invierno caliente, Contrabando, Dos armas letales) reconstruye en este caso es una de esas catástrofes; más precisamente la que ocurrió en mayo de 1996. Todo arranca con un breve prólogo que nos permitirá conocer ciertos antecedentes familiares de algunos personajes, que servirán luego para la construcción de la tensión dramática en el terreno psicológico: el instructor y supervisor de la expedición que interpreta Jason Clarke, por ejemplo, tiene a su esposa (Keira Knightley) embarazada. Pero a los pocos minutos el grupo de alpinistas ya estará en pleno Nepal preparándose para la aventura y no tardará mucho en iniciar la subida en varias y cada vez más tortuosas etapas. Hasta que llegan a la cima y, lo que en principio parecía sería la culminación de la expedición, es sólo el comienzo del desastre. Es que se avecina una tormenta perfecta y una sumatoria de malas decisiones, imprevisiones, errores organizativos y, claro, mucha mala suerte convierten la aventura en tragedia. Bajar es lo peor... No conviene adelantar cómo se desarrollan ni mucho menos cómo terminan las cosas para cada uno de los personajes (el elenco, además de Jason Clarke, incluye a otros buenos actores como Josh Brolin, John Hawkes, Sam Worthington y Jake Gyllenhaal), pero todo queda servido para un festival de efectos visuales que en la comparación dejan a otros exponentes del subgénero de épicas de montaña (Riesgo total, Límite vertical) como juegos de niños Kormákur es un eficaz narrador y cumple con lo que le encargaron. La película tiene la espectacularidad necesaria para fascinar a los seguidores del cine-catástrofe (con un buen uso del 3D que se amplifica en salas IMAX), pero para mi sensibilidad (que el lector no necesariamente tiene que compartir) este tipo de exploraciones de tragedias humanas (gente agonizando o muriendo por hipotermia) con tono épico y música grandilocuente tienen un costado sádico y se transforman en auténticos suplicios que hay que tener muchas ganas de soportar. Bienvenidos sean, entonces, los que disfrutan de este tipo de experiencias extremas. No cuenten con mi entusiasmo.
Cine catástrofe y sin humanidad Entre el cine catástrofe y el drama de superación humano, este film que recrea la tragedia ocurrida en 1996 con unos inexpertos montañistas decididos a ascender al Everest. Claro que el relato de la lucha del hombre para doblegar a la naturaleza (por más que se enmascare apenas ese absurdo propósito) no se decide por ningún punto de vista sobre el que apoyarse. Y en esa indefinición pierde un valor necesario para que este tipo de film funcione: la identificación con alguno de sus personajes. Tan frío y distante como el escenario magnífico que muestra, el desarrollo de la película dirigida por el islandés Kormákur cuenta con un elenco de excelencia encabezado por Jason Clarke, John Hawkes y Josh Brolin, que no puede hacer mucho por otorgarle carnadura a lo que se ve en pantalla. Y mucho menos pueden hacer las actrices Emily Watson, Keira Knightley y Robin Penn, relegadas al lugar de llorosas espectadoras del desastre.
Sufrimiento en lo más alto Basado en un hecho real, tiene momentos que acercan cierta emoción. ¿Por qué los productores de una película deciden colocar el cartelito Basada en una historia real? Las razones difieren. A veces, lo que sucederá luego en la pantalla es tan increíble, que creen reforzar el sentimiento de credulidad del espectador avisándole que sí, avalancha más, avalancha menos, un escalador muerto o congelado más, lo que pasó en 1996 fue cierto. Y de las películas que transcurren en las montañas, allí en lo alto, donde parece que nada podrá salvar a los protagonistas, con alto peligro de fatalidad, entre Riesgo total, con Stallone, y ¡Viven!, Everest se acerca más a la segunda. Y no sólo porque ambas estén basadas en una historia real. Promediando la proyección, cuando los expertos escaladores de altas cumbres y los novatos, amateurs, ya no la pasan tan bien en su intento de llegar a la cumbre del Everest, por mayo de 1996, uno todavía se pregunta ¿para qué decidieron subir hasta allí, pasando tantas penurias? Luego, cuando el drama parece irremediable y se desencadena, la respuesta que antes podía encontrarse, ya no tiene lugar. Everest no es un filme del género catástrofe. Es un mix entre el drama -basado en una historia real- y el de aventuras. Para sentir empatía con los personajes, el director Baltasar Kormákur (101 Reykjavik, o Invierno caliente) se preocupó porque los conociéramos en la escala previa a la subida. El neozelandés Rob Hall (el australiano Jason Clarke, de La noche más oscura) comanda un grupete ya adiestrado, deja a su mujer embarazada (Keira Knightley), y con lo suyos, tras la paga de varios billetes verdes, entrena amateurs para escalar el Everest. No es el único. Scott Fischer (Jake Gyllenhaal) tiene un método distinto de escalar. Pero, llegado el caso, y ante una terrible tormenta de nieve, deberán congeniar esfuerzos. Por si los efectos especiales no fueran suficiente atracción, la producción puso rostros conocidos y -cotizados- para encarnar a los personajes verdaderos. Y allí están Josh Brolin, Robin Wright, Emily Watson -todos nominados a un Oscar-, más Sam Worthington (que esta semana también estrena El gran secuestro de Mr. Heineken), ellos con barba, ellas, no, pero con el sufrimiento recorriendo cada centímetro de sus facciones. Como drama, Everest, es largo. Y como filme de aventuras, le falta espectacularidad. No llega a ser un híbrido, porque tiene momentos que acercan cierta emoción, y antes del final es ciertamente movilizante.
Everest, cuenta la historia real detrás de dos expediciones de escaladores que en 1996 debieron hacer frente a una furiosa tormenta en la cima del monte que titula el film. Baltazar Kormakur dirige este filme épico, plagado de imágenes de impacto, utilizando un elenco sólido que debió someterse a un duro rodaje en escenarios naturales. A diferencia de otras cintas del genero, aquí no hay una búsqueda de la aventura o la acción pochoclera. Este es un drama humano, una historia de supervivencia a más de ocho mil ochocientos metros de altura. Y en esta elección, la de narrar una película intimista en un marco imponente radica el secreto de Everest, un filme que te atrapa en la base la montaña y no te suelta hasta que llegas al pico más alto. Un espectáculo cinematográfico de altura, no apto para personas con vértigo.
Publicada en edición impresa.
Después de ver "Everest" te vas a replantear una y otra vez la decisión (sí es que lo pensaste alguna vez) de escalar una montaña (yo ni loooco). Los avances que se iban estrenando mes a mes, subían más y más la expectativa. Lo relatado en la peli está basado en una historia real, y eso, al menos para mí, ya es un plus que me sumó nerviosismo para sufrir aún más con todo lo que sucede en pantalla. La película tiene una primera hora super extensa de presentación de personajes, a la que, a mi parecer le faltó profundidad y más exploración de las relaciones. Analizándolo desde otro lado, quizás se tomaron una hora de relato a modo presentación para que en la última hora la pasemos realmente mal. Y claro, el tema es que cuando se desata la tormenta, en lo más alto del Everest, agarrate fuerte de la butaca porque ahí es cuando arranca todo. No vas a poder bajar nunca de la sensación de ahogo, miedo, frío y todo lo que les sucede al elenco. Una peli un poco desbalanceada, pero que si pasas la primera hora, lo que queda hasta el final es increíble. Animate a subir el Everest, al menos como espectador.
Deslumbrante suspenso de alta montaña En 1996 el Everest dejó de ser escalado solamente por alpinistas profesionales y comenzó a ser explotado por empresas que intentaban llevar a amateurs a la cumbre más alta del planeta. El resultado fue un desastre con varios muertos y heridos, y esta película cuenta la historia de esos sucesos con un énfasis especial en lo dramático del asunto y sin apelar al estilo de cine catástrofe hollywoodense que podría haberle cabido a la tragedia. Baltasar Kormakur, el director islandés llevado a Hollywood por Mark Wahlberg para dos excelentes policiales, "Contrabando" y "Dos armas letales", hace un film con un estilo narrativo e imágenes personales, además de un minucioso realismo y exactitud para tratar los hechos verídicos en los que una serie de notorios errores humanos llevó al desastre. Técnicamente, "Everest" es un tour de force donde el espectador es transportado a los Himalayas, especialmente en la versión en formato IMAX que en algunas escenas logra las mejores imágenes 3D, con el logro adicional de que estos efectos nunca distraen del drama. La película se filmó en el Nepal, pero también en Italia y en los estudios Pinewood de Inglaterra, sin que los lógicos efectos especiales luzcan nunca artificiales. El guión establece primero la mayor dificultad de llevar personas a la altura propia de los aviones de línea, donde la falta de oxígeno puede generar edemas cerebrales y serios problemas pulmonares. Dada las condiciones climáticas, varias expediciones tenían las mismas fechas de ascenso, y el argumento marca el difícil entendimiento entre los distintos alpinistas que genera inexplicables errores, incluyendo la ausencia de sogas en puntos esenciales y la falta de tanques de oxígeno. El suspenso está marcado por una hora en la que, habiendo llegado a la cima, deben descender forzosamente, y por la llegada de una terrible tempestad de nieve. A los 40 minutos de proyección ya hay una terrible escena de vértigo protagonizada por Josh Brolin, uno de los mejores actores del elenco, pero en realidad el último tercio del film es una oscura pesadilla dramática sobre las angustiantes experiencias de las diferentes víctimas de la montaña. La música y la fotografía confluyen para que algunas de las mejores escenas de "Everest" resulten sobrecogedoras, con un rescate final en helicóptero que agrega la acción de la que el film prescinde, ya que por momentos casi se podría decir que Kormakur apela al estilo del antiguo "cine de montaña", género que era muy popular en Europa desde el período mudo y que no tenía que ver tanto con la acción como con el alpinismo en tanto disciplina. Por motivos obvios que tienen que ver con el paisaje, casi ni hay que aclarar que "Everest" debe apreciarse en pantalla grande.
El peligro de medirse con la naturaleza El 3D viene como anillo al dedo a una historia de supervivencia entre vientos huracanados y laderas que caen a pico. Y aunque el tema se prestaba para ello, el director islandés consigue relatarla reduciendo al mínimo los golpes bajos. A lo largo de 1996, doce personas murieron tratando de escalar el Monte Everest. La cifra fue record hasta el año pasado, en que la cantidad de bajas anuales se elevó a dieciséis. Eso no es nada: en abril de este año, los muertos fueron dieciocho. Hasta que sobrevenga un nuevo record y los editores del Guinness tengan que salir corriendo otra vez a actualizar sus datos. En lugar de preguntarse cuánto de deporte tiene una práctica con semejante nivel de mortalidad y por cuánto tiempo más se seguirá esponsoreando esta clase de suicidios en masa, en Hollywood llegaron a la conclusión de que pocas cosas podían ser más emocionantes que ascender a la montaña más alta del mundo y encontrarse allí con que no sólo falta el oxígeno, sino que la temperatura es de unos 50º bajo cero y los vientos de tal magnitud, que podrían arrancar de un solo soplido al Increíble Hulk, en caso de que éste haya decidido dedicarse al escalamiento. El resultado de ese razonamiento es Everest, rendición cinematográfica de la tragedia que tuvo lugar en mayo de 1996.La cuestión de fondo es la de siempre en esta clase de historias: el coraje de medirse con la naturaleza en versión triple X. Y la plata para hacerlo, también, teniendo en cuenta que el guía cobra 65 mil dólares por barba. El guía (el australiano Jason Clarke, conocido por sus protagónicos de La noche más oscura y El planeta de los simios: confrontación) arrastra, como corresponde también, cierto pasado traumático, que no le impide comportarse como líder firme y sensato. Está casado con una mujer escaladora, embarazada para la ocasión, que cuando el desastre se desate será capaz de entenderlo (Keira Knightley). A su grupo se suman un hombre que se está separando de su esposa (Josh Brolin y una morocha Robin Wright) y uno con problemas de alcoholismo (John Hawkes). Completan la plana Jake Gyllenhaal como rival histórico del protagonista, Emily Watson en el papel de encargada de la estación de control y el también australiano Sam Worthington como rescatista al que llaman cuando lo único que queda por hacer es consolar por handy a los que están muriendo congelados allá arriba.“Llamen a uno que se banque estas temperaturas”, parece haber sido el criterio de los productores, y dieron en el clavo. En el que es su trabajo más sólido desde que está en Hollywood, el islandés Baltasar Kormákur (conocido por su comedia 101 Reikiavik, donde Victoria Abril tenía un affaire muy hot con la mamá del protagonista) se muestra capaz de capear vientos huracanados, laderas que caen a pico, un 3D como anillo al dedo y chivos de la marca de ropa The North Face, que en 1996 todavía no existía. Personajes casi no hay, y en un punto, para lo tipificados que suelen ser los de esta clase de películas, es mejor. A Kormákur debe agradecérsele que aunque la cosa se prestaba, los golpes bajos están reducidos al mínimo, mientras que el drama de sobrevivencia contra los elementos está narrado como para poner los pelos de punta. A quien sea capaz de empatizar con un grupo de señores que meten la cabeza en la boca del lobo porque no tienen nada mejor que hacer, claro está. Y porque cuentan con los 65 mil dólares que sale el caprichito de matarse a 8800 metros de altura, en pleno Himalaya.
"Everest": el ascenso hasta los Oscars El Everest, la montaña más alta del mundo, ese milagro de la naturaleza que desde que fue descubierto fascinó al hombre. Y esa fascinación se convirtió en obsesión por tratar de conquistarlo, algo que fue logrado en 1953 por el neozelandés Edmund Percival Hillary y el sherpa Tenzing Norgay. Pasaron 62 años de ese hito y más de 3 mil personas han logrado esa hazaña, pero también más de 200 perecieron en el intento. Y el peor año en que más escaladores perdieron la vida fue en 1996, con un total de 15: ocho de ellas, pertenecientes a tres expediciones distintas, murieron el día 10 de mayo por una tormenta tremenda que azotó la montaña. Por las lesiones producidas ese día, cuatro personas más murieron el mes siguiente. Ese terrible acontecimiento es lo que relata esta gran película del director islandés Baltasar Kormákur. La historia se centra en dos expediciones de las cuatro que participaron en esa fatídica jornada del intento de ascenso y hace un poco de foco en la terrible idea de "masificar" el escalar el Everest, esto quiere decir hacer expediciones "comerciales" que al mismo tiempo intentan llegar a la cima. Rob Hall (Jason Clarke), dueño de Adventure Consultants, lideraba una en la que se encontraban, entre otros, Beck Weathers (Josh Brolin), Doug Hansen (John Hawkes), Yasuko Namba (Naoko Mori) y Jon Krakauer (Michael Kelly). El otro líder era Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), fundador de Mountain Madness. Aunque ambos expertos se pusieron de acuerdo en trabajar juntos para llevar a sus clientes sanos y salvos a la cumbre, ciertos contratiempos, decisiones equivocadas y un fenómeno climatológico que desató una tormenta con vientos de 167 km/h y temperaturas de 40 grados bajo cero (resultando que nivel de oxígeno se redujera en un 14%), hizo que ocurriera una de las peores tragedias del alpinismo. Un dato curioso es que el film iba a contar el peor desastre ocurrido en el Everest, pero ese hecho fue superado en abril de año pasado cuando una avalancha mató a 16 personas. Eso ocurrió mientras se filmaba la película, e hizo que la filmación se pospusiera. No es la primera vez que este hecho es retratado, ya que en 1997 se hizo la película para televisión Into Thin Air: Death on Everest, basado en el libro Into Thin Air, de Jon Krakauer -sí, uno de los alpinistas que también era periodista para una revista especializada-. Uno de los puntos rutilantes de Everest es que no cae en lugares comunes, no hace un relato lacrimógeno, ni recurre a sensiblerías baratas para contarnos la historia. El espectador puede sentir el frío, la inmensidad de esa bestia blanca y hasta la desesperación de los protagonistas, algo muy bien logrado por la forma de filmar y el uso de imágenes utilizadas. Otro dato curioso es que se usaron escenas del corto para IMAX titulado Everest (1998), que fue filmado en el mismo momento que ocurría la tragedia. De hecho, los documentalistas socorrieron a varios alpinistas. Dos puntos más a resaltar son el montaje supremo que tiene el film y las grandes y muy creíbles actuaciones; la de Jason Clarke conmueve hasta las lágrimas. Al final van a poder ver las fotos de los verdaderos protagonistas, un recurso que por más utilizado que sea siempre es efectivo para terminar de contar una historia verídica. Everest comienza así un lento recorrido hacia los Oscar.Es un camino complicado y tempestuoso pero tiene todo a su favor para alcanzar la cima y colocarse en lo más alto del mundo. Ojalá lo logre.
Alto en el cielo La efectividad de Everest (2015), dirigida por el islandés Baltasar Kormákur, reside tanto en su potencial dramático, por contar con un nutrido grupo de personajes secundarios, que con el correr de los minutos encuentran -por parte del público- la simpatía al punto de que cada obstáculo o adversidad que se les presenta, cuando la aventura del ascenso comienza, importa y llega a lo más profundo. Sin necesidad de secuencias espectaculares, la segunda mitad es realmente impecable en dosis de adrenalina y drama propiamente dicho. Cada aliento –o la falta- traspasa la pantalla, cada movimiento del cuerpo –o la falta- realmente se sienten, y de esta manera por algún sentido, uno se olvida del artificio de la ficción. Uno de los secretos que hacen que Everest sea una película que no necesita del cine catástrofe para entretener y mantener la atención en aquello que sucede, es precisamente que cada uno de los involucrados tiene una motivación diferente que, en resumidas cuentas, va desde la propia ambición, el ego, la necesidad de auto superación, o el escape de la rutina en pos de una enorme proeza para seguir en la vida con un sentido mucho más importante. Los contrastes entre los líderes, a cargo de Jason Clarke y Jake Gyllenhaal esquivan el estereotipo una vez que comienza el verdadero viaje iniciático, devenido ascenso a una de las montañas más desafiantes para cualquier alpinista, y mucho más aún no alpinista. Y a partir de allí, el relato fluye sin ningún traspié ni concesión a la hora de evaluar quien se salva y quien no, teniendo en cuenta semejante reparto -Josh Brolin, John Hawkes, Robin Wright, Emily Watson, Michael Kelly, Keira Knightley, Sam Worthington-, más allá de estar basado en un hecho real, que muchas veces para la dialéctica hollywoodense no significa absolutamente nada. Demás está decir que los rubros técnicos son impecables; los efectos visuales casi ni se notan y la dirección de Baltasar Kormákur aparece en los momentos necesarios para consolidar una película sin fisuras, y que a más de uno dejará con la boca abierta.
Lamento paisajista. No hay una sola escena en Everest que mueva el amperímetro, que quiebre con la monotonía rítmica, con la avalancha de lugares comunes y el sentimentalismo exacerbado. Claro que visualmente todo es fabuloso, pero atrás de los lentes que nos acercan las locaciones reales de Nepal y de Italia (se filmaron varias escenas en Val Senales para reemplazar algunas partes del Everest) no queda casi nada. Filmada con ojo turista, el islandés Baltasar Kormákur realizó un audiovisual para que los adeptos a la aventura masoca del orgullo de vencer a Dios, a la naturaleza, a la montaña, lo disfruten en un IMAX; como también podrían disfrutar de los documentales de la vida acuática, muy buenos algunos, pero sin el peso cinematográfico necesario como para generar suspenso con el relato o profundidad desde algún subtexto. Lo del artesano islandés es un clasicismo amputado de verdad cinematográfica, alejado de un punto de vista que nos emocione realmente, sin necesidad de sinfónicas efectistas. La lejanía con sus propios personajes es clave para ese acercamiento a un estilo contemplativo de la nada misma, de lo perecedero del paisajismo más genérico. De todos modos, no podemos negar que algo contagian esos planos blancos azulados deseosos de impartir fobia, un poco del miedo de estar ahí arriba respirando mal nos transmiten, pero eso ya lo había logrado casi dos décadas atrás el documental también llamado Everest, filmado en 1998 con cámaras IMAX. “Basado en una historia real” arranca Everest, bien trash, aunque después nos quieran vender grandilocuencia y pomposidad sin asumirse como un ejemplo lúdico audiovisual. Los personajes centrales son dos: Rob Hall (Jason Clarke) y Beck Weathers (Josh Brolin); el Jake Gyllenhaal de los posters queda desaprovechado, interpreta al competidor de Rob, Scott Fischer, con un estado de ánimo que representa muy bien la falta de oxigeno de las alturas. Scott es un canchero, Rob es el profesional buenazo y Beck es el aventurero que se fuga de su familia. Todo el contexto familiar (tanto de Beck como de Rob) sobra y distrae. La narración nunca se impone, Kormákur no confía en la trama, ni en el suspenso ni en sus personajes, necesita rellenar esas vidas que se la juegan toda por ningún motivo, por desquiciados; necesita completarlas con una familia esperando, con el fuera de campo sensiblero, como si el sacrificio de sus personajes no fuera suficiente. La historia directa de los tipos jugándosela contra el mundo le importa tan poco que las muertes comienzan a sucederse con la misma potencia de una charla telefónica, con la misma cadencia tranquila de la llegada al campamento; el descenso infernal tiene casi el mismo ritmo impersonal de la subida, todo es accesorio del paisajismo. Los personajes son olvidados por el director y no llegamos a conectar nunca con ninguno, simplemente nos quedamos mirando la montaña desde bien lejos, ahí donde nos pusieron.
Alta cumbre l Everest narra la expedición de varios escaladores que intentan llegar a la cima de la famosa montaña en medio de una tormenta fatal. A la mayoría de las personas les resulta difícil comprender la psicología de quienes practican deportes extremos o de los que quieren marcar algún récord. Sólo los que alguna vez lo hicieron son capaces de entender hazañas como las de Rob Hall, famoso por haber llegado varias veces a la cumbre del Everest. Everest, la película dirigida por Baltasar Kormákur que lleva el nombre del gigante de más de ocho mil metros de altura, ubicado en el Himalaya, se encarga de contar la última expedición suicida encabezada por este célebre montañista el 10 de mayo de 1996. Detrás de toda aventura riesgosa está el negocio, y así es que Hall (Jason Clarke) es ahora (a mediados de la década de 1990) el director de Consultores de aventuras, agencia especializada en montañismo. Pero la empresa de Hall no es la única que está en el negocio. En la vereda de enfrente está la competencia, Locuras de montañas, liderada por Scott Fischer, otro alpinista, interpretado por Jake Gyllenhaal, quien, a pesar de estar deslucido, se impone con su carisma. Pero esta vez el clima de la montaña es sumamente traicionero y nadie sabe si podrán subir; mucho menos si podrán bajar sanos y salvos. Los excursionistas lo viven como un desafío personal y ni la falta de oxígeno los detiene. Para ellos, más que una cuestión de altitud es una cuestión de actitud, y no van a bajar los brazos hasta plantar bandera en esa alta cumbre. Hay un momento clave para entender lo que lleva a estos personajes a semejante odisea: antes de emprender el camino más empinado, el periodista y alpinista Jon Krakauer (Michael Kelly) les pregunta a sus compañeros por qué lo hacen. Las distintas respuestas no dejan satisfecho a Krakauer, ni al espectador. Hasta que en otra escena, Beck Weathers (Josh Brolin), otro de los integrantes, se sincera y da una respuesta indirecta a la pregunta de Krakauer: reconoce sufrir una terrible depresión, y escalar la montaña es lo único que lo hace sentir bien. Uno de los problemas principales de Everest es que su director elige un realismo natural, potenciado por el 3D, con elementos inverosímiles que producen interferencia en la trama. Por ejemplo, ¿cómo puede ser que con semejante tormenta los teléfonos sigan funcionando a la perfección? Es este detalle el que entrega la situación más irrisoria: en el exacto centro de la tormenta, moribundo y congelado, Hall se comunica por radio con su mujer (Keira Knightley) para decirle que la ama. El patetismo de la escena escala bien alto y hace que la película descienda al nivel del mar. Sin embargo, el filme logra atrapar a fuerza de un suspenso vertiginoso y desesperante, que ayuda a que los momentos más álgidos se transmitan al público con éxito.
Con su estreno mundial en el Festival de Venecia 2015 como película de apertura y un grupo de profesionales de primera linea en su equipo, Everest invita a una aventura de alto riesgo con un grupo de reconocidos actores tapados por la nieve. Con Baltasar Kormákur (2 Guns) como director experimentado en el género acción, el duo de guionistas William Nicholson (Gladiator, Los Miserables) y Simon Beaufoy (Slumdog Millionaire) premiados por La Academia, la montaña más famosa del mundo vuelve a pisar fuerte en Hollywood recargada de una serie de paisajes y efectos increíbles que se vuelven los protagonistas del film en busca del reconocimiento alrededor del mundo. La historia gira entorno a la gran hazaña que se imponen miles de personas todos los años: poder alcanzar el pico mas alto del Everest. Situada en 1996, época en la que crecía día a día el negocio de la montaña y sus excursiones millonarias aunque estas sean de alto riesgos para sus participantes. Rob Hall (Jason Clarke) es un alpinista experimentado que trabaja para la empresa Adventure Consultants y se dedica a dirigir un grupo de diez personas a la cima de la montaña con todos los riesgos incluidos. A su vez, se une con otra compañía que emprende el mismo desafío, Mountain Madness, donde el encargado es Scott Fischer (Jake Gyllenhaal) y esperan que juntas puedan cumplir su misión y regresar todos a salvo. Tras un mes de entrenamiento y varios campamentos en distintos puntos de la montaña, los escaladores emprenden el último tramo el 10 de mayo de 1996. Pero lo que les espera en el descenso no es nada parecido con lo que planearon, el Everest se enfrenta a la tormenta mas grande de sus historia complicando el panorama de los excursionistas. Aferrados a la esperanza de poder llegar a salvo al campamento base, Rob y los demás alpinistas tendrán un catastrófico recorrido de descenso. Everest es un film basado en hechos reales como también lo son las cientos de adaptaciones para cine o TV que tratan la cima mas alta del mundo como centro de la historia ¿Pero que la hace diferente en este caso? Aunque tenga una trama de personajes un poco débil, la historia profundiza en el personaje de Jason Clarke, su relación con el resto del equipo en las montañas y su mujer (Keira Knightley) a punto de dar a luz que lo espera a su regreso. Sin muchos detalles de su vida ni cuales son los verdaderos motivos que lo lleva a tomar el desafío de la montaña, se convierte en un casi el único personaje interesante de explorar. El resto del elenco no brindan muchos detalles de su vida fuera del desafío, mucho menos los motivos por la cual la escalan aunque sean representados por un grupo de excelentes actores que deja un sabor agradable. Pero el verdadero corazón de la película es la montaña y sus perspectivas, tanto en como juega con el relato, como juega con la imagen y como lo introduce al espectador en la fría realidad de esas excursiones. La fotografía, a cargo de Salvatore Totino, de lo mas destacable del film que te ayuda a disfrutar en todo su esplendor los espectaculares paisajes invadidos de nieve. Everest no llega a ser un film catástrofe pero no se impone como el drama biográfico modelo de Hollywood. En esta oportunidad la valentía y coraje del hombre en situaciones extremas se llevan todas las luces de un relato que carece de detalles pero logra ser entretenida con su acción.
Escalar el Everest es la máxima ambición de todos los montañistas. Es la aventura soñada pero también puede convertirse en una trampa mortal. “Everest”, la nueva película del islandés Baltasar Kormákur (“Dos armas letales”, “Contrabando”), reconstruye la historia real de una accidentada expedición a la montaña más alta del mundo que ocurrió en mayo de 1996. Con sus aires de superproducción en 3D y su elenco de primeras figuras (Jason Clarke, Josh Brolin y Jake Gyllenhaal, entre otros), “Everest” podría pasar como una película más de cine catástrofe con aspiraciones en la taquilla. Pero no es así. Kormákur filma la aventura y la odisea de este grupo de montañistas con un realismo seco y crudo, sin efectismos, y se acerca por momentos a un tono documental. Es cierto que en algunos tramos sacrifica el ritmo cinematográfico, aunque en este caso “menos es más”. Un mérito de la película es estar desprovista de vicios hollywoodenses: es clara y rigurosa, sin trampas ni vueltas de tuerca; no presenta a sus protagonistas como héroes ni como mártires; no abusa del flashback ni de la frase hecha y tampoco tiene pretensiones de grandes metáforas. Con una narración rigurosa, espectaculares tomas aéreas y un uso realmente eficaz del 3D, el director muestra la pequeñez de la obsesión humana frente a la belleza brutal y amenazante de la naturaleza. En ese contrapunto apoya toda la tensión dramática y acierta.
Desafiar a la montaña suele costar caro Para asaltar la cumbre del Everest, la más alta del mundo, dos expediciones unen fuerzas. El acceso a los campamentos es de por sí una odisea para el grupo, integrado por algunas montañistas desacostumbrados a esos rigores. Y en el día clave todo se complicará... Los hechos que relata “Everest” datan de 1996 y dan cuenta de cómo el negocio siempre puede prevalecer, por más que se trate de escalar el techo del planeta. A cambio de 65.000 dólares, las empresas lideradas por Rob Hall (interpretado por Jason Clarke) y Scott Fischer (Jake Gyllenhaal) brindaban un servicio cinco estrellas para aspirantes a héroes de la montaña. Como si de un paseo se tratara y no de un desafío a más de 8.000 metros, donde el cuerpo y la mente dejan de funcionar. Hall y Fischer llevaban a la cima a quien pudiera pagarlo, más allá de las condiciones físicas y psíquicas de los clientes. Semejante falta de respeto a un coloso natural equivale a un pasaporte al desastre. Al guión firmado por William Nicholson y Simon Beaufoy le faltó profundizar este aspecto central de la historia. El tema sobrevuela la película, ocasionalmente cruza algún diálogo. Nada más. Hay una charla entre los expedicionarios, a pocas horas del asalto a la cumbre, que intenta rasquetear las motivaciones que los llevaron allí, Alguien confiesa que su objetivo es motivar a un grupo de chicos. “Si un tipo común como yo puede hacer algo así, es un gran mensaje”, explica. Pero no cualquiera puede, está claro. Entre thrillers y policiales, terreno en el que se mueve cómodamente, el islandés Baltasar Kormákur había filmado “Lo profundo”, otro capítulo del tópico hombre vs naturaleza (en ese caso, un pescador intentando sobrevivir en las aguas heladas cercanas al Ártico). El rodaje de “Everest” fue una aventura en sí misma, porque Kormákur llevó al elenco a Nepal y lo obligó a reconocer las condiciones a las que se someten los montañistas. Más de un actor sufrió horrores la experiencia. La imponencia de la montaña y las amenazas que acechan en el blanquísimo camino a la cima están capturadas con solvencia por Kormákur. Pero el de “Everest” es un drama en toda la línea y la gran cantidad de personajes -y de figuras en el reparto- motivó un tratamiento demasiado superficial. De esos hombres ambiciosos y decididos termina conociéndose más bien poco. Lo épico de la historia se refleja en numerosos y terribles planos de la tragedia.
A veces decimos que no, que el 3D y la cámara que sumerge al espectador en la historia en realidad no suman nada. Cuando lo decimos es porque es cierto: son chiches que no suman nada. Pero cada tanto aparece una película que parece darle a esos artilugios un estatuto expresivo. Es el caso de Everest, ni más ni menos la historia de dos equipos que tratan de conquistar la montaña más alta del mundo y se enfrentan a los peligros -tormenta de nieve incluida- que tal desafío implica. Cosas buenas del film: uno, los actores parecen seres humanos y uno está preocupado por ellos todo el tiempo. Dos, cuenta la historia sin irse demasiado por las ramas, consciente de que ya de por sí se trata de un relato poderoso. Tres, no aburre nunca. Hay algo de documental, incluso, en cómo se muestra el peligro, algo que ata la película a las primeras experiencias del cine primitivo, ese que solo deseaba llevarnos donde no podríamos estar. El realizador Baltasar Kormákur (que, hace muchos años, supo narrar historias de puros personajes, como la comedia independiente Rejkiavik bajo cero) simplemente se dedica a acompañar la historia y a los protagonistas, aunque a veces caiga en la tentación de querer “decir algo más”. De todas formas, el solo juego del film alcanza para que tales enseñanzas de vida pasen más bien inadvertidas. Una de las pocas películas que justifican absolutamente la tecnología que les permite existir.
Infierno en la montaña Everest es, como Gravity, un film donde el vértigo inunda la mente del espectador. Basada en una de las mayores tragedias en la historia del alpinismo, ocurrida en 1996, la película explora efectivamente tanto la fascinación del hombre por entornos (nuevamente, como Gravity) que no fueron hechos para él, como la cultura de veinte años atrás, cuando las expediciones a sitios inaccesibles eran un boom comercial. Pero a diferencia del film de Alfonso Cuarón, este no es el drama de una o dos personas sino de muchas, y eso explica lo mejor y lo peor del trabajo del islandés Baltasar Kormákur. En principio, la clara definición de roles funciona como estímulo para el suspenso. Kormákur es como un escenógrafo que pinta el vértigo con camaritas de 3D. La lucha contra la naturaleza, a esa altura, es tan desigual que uno se pregunta quién será el primero en encontrar el destino fatal. ¿Será Rob Hall (Jason Clark), el simpático líder de la expedición? ¿Beck Weathers (Josh Brolin), el millonario texano? ¿O Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), el fan de los deportes extremos? Sólo el velo melodramático que se tiende sobre los personajes y sus relaciones conspira contra un irrefrenable y angustiante desenlace.
Lo más difícil curiosamente fue el descenso Acostumbrados a ver tanto cine que evoca catástrofes, siendo el más reciente “Los 33” sobre el desastre minero en Chile, “Everest” nos sorprende gratamente al evitar mayormente regodearse en las desgracias ajenas, que las hubo. Con ello se está afirmando que también está basada en una historia real, acaecida en mayo de 1996. Por momentos el espectador siente que el director ha privilegiado el género documental, pese a que finalmente se trata de un film de ficción aunque muchos de los personajes existieron realmente como lo muestran las consabidas fotos e incluso filmaciones al culminar la proyección. Otra virtud del film es que no todos los intérpretes son actores que, a nivel de popularidad, estén en la cresta de la ola, pese a que varios son conocidos. Es el caso de Emily Watson (que será homenajeada en San Sebastián), Keira Knightley, Josh Brolin, Robin Wright y Jake Gyllenhaal. Pero otros como Jason Clarke, Sam Worthington (“Avatar”), Elizabeth Debicki, Michael Kelly o el islandés Ingvar Eggert Sigurdsson (“De caballos y hombres”), todos en roles relevantes, son menos populares. El director Baltasar Kormákur conoce seguramente muy bien la nieve dado su origen islandés y su interesante filmografía muestra títulos interesantes como “Invierno caliente/101 Reykjavik”, “Dos armas letales” y la no estrenada (aquí como actor junto a Eggert Sigurdsson) “Reykjavik – Rotterdam”. El uso del formato 3D está plenamente justificado en esta oportunidad y uno de los reparos que se puede hacer es algún momento melodramático en la segunda hora del film, que coincide con el complicado descenso de los alpinistas. Afortunadamente hacia el final este desliz del guión se corrige y en el balance “Everest” resulta una experiencia donde el espectador casi se siente partícipe. Vale la pena hacer notar que buena parte de los que se embarcaron en esta aventura era gente dispuesta a pagar varias decenas de miles de dólares, con lo que se resalta que las dos expediciones simultáneas tenían fines comerciales. Hay notables tomas como la de un helicóptero en búsqueda de uno de los alpinistas y no todas fueran filmadas en el Himalaya sino en estudios en Inglaterra e Italia, aunque en verdad no se diferencian de las realmente allí fotografiadas. Entre los planteos más interesantes de la película está el móvil que lleva a los seres humanos a emprender riesgos mortales y aquí las motivaciones no son unánimes y la respuesta no resulta única.
Puede fallar Prepárense. Volvió el fenómeno Avatar, ahí donde las historias por más buenas que sean parecen quedar en segundo plano. Lo ¿importante? es cómo se filman. Everest visualmente es maravillosa, tanto que obnubila y nos cuesta identificar la acumulación de lugares comunes. Una película es buena cuando trasciende en el tiempo, esta en unos meses -sin la parafernalia 3D encima- probablemente sea otra película de montañistas. El caso es real, circa año 1996, una tragedia en la meca de los escaladores donde el ascenso no es un simple hobby sino motivo de explotación de empresas de turismo extremo. Suben los más aptos, paradas más o menos, y llegan. El tristemente célebre terremoto de Nepal encuentra a este grupo de casi desconocidos en la cima de la montaña más alta del mundo y podemos elucubrar sus vidas gracias a que el director Baltasar Kormákur nos reseña la de cada uno para ese entonces. Tienen que bajar a contrarreloj, las tormentas impiden la asistencia de otros colegas y la altura el ascenso de helicópteros. Los guionistas William Nicholson y Simon Beaufoy se apegan la mayor parte del tiempo a la leyenda que precede al film: “basado en una historia real”. Usan como Biblia Mal de altura, el best seller que cuenta la tragedia en primera persona por uno de sus sobrevivientes; el periodista (Jon Krakauer) es interpretado por Michael Kelly, quien comparte reparto nuevamente con Robin Wright (esposa de uno de los alpinistas), compañera de elenco de la serie House of cards. El vértigo de la historia es condimentado con lo que se proyecta en la pantalla, 8000 metros de altura y la niebla que se confunde con la lluvia y la nieve. A veces es lenta y previsible, sobre todo en los campamentos que sirven de escalas para llegar a la cúspide del Everest, y se deja poco librado a la imaginación. Everest es un drama que atraviesa una película de aventuras y la tensión queda relegada para el final: el hombre se enfrenta con la naturaleza con todas las de perder. El trabajo del director de fotografía Salvatore Totino es para sacarse el sombrero, a veces no sabemos si estamos en presencia de Hollywood o National Geographic. El film deja sabor a poco pero cumple los objetivos, aunque el exceso de primeros planos parece orientar a la figurita conocida antes que a la épica de la historia, con lo que se infiere que podría haber funcionado mejor quizás con actores ignotos. El reparto se completa con nombres magnánimos como el presupuesto asignado: Jake Gyllenhaal (Scott Fischer, líder de un grupo de expedición), Jason Clarke (Rob Hall, otro líder de los alpinistas), Josh Brolin (Beck Weathers, un médico), John Hawkes (Doug Hansen, escalador), Vanessa Kirby (Sandy Hill, escaladora), Sam Worthington (Guy Cotter, alpinista experimentado), Thomas M. Wright (Michael Groom, montañista australiano), Clive Standen (Ed Viesturs, sexta ascensión), Tom Goodman-Hill (Neal Beidleman, escalador y documentalista), Ingvar Eggert Sigurðsson (Anatoli Bukréyev, escaló sin oxígeno suplementario), Martin Henderson (Andy Harris), Emily Watson (Helen Wilton), Micah Hauptman (Breashears, montañista y documentalista), Naoko Mori (Yasuko Namba, montañista y segunda mujer japonesa en llegar a las siete cumbres) y Keira Knightley (Jan Hall, esposa embarazada de Rob Hall). El paso por Katmandú es fugaz, vemos pocos lugareños o símbolos culturales que permitan anclar o ubicarnos en tiempo y espacio. Es que Everest es una historia netamente occidental, donde tanto el lugar en el que ocurren los hechos como los protagonistas asiáticos -y los femeninos- quedan como parte del decorado. El cosmopolitismo es un poco tirado de los pelos, esta expedición la pueden hacer personas de una clase social tan similar que se confunden entre sus dramas familiares y existencialistas. Con el perdón de los alpinistas, Everest es una película de micros de larga distancia o digna del programa de Virgina Lago. La mayor parte del tiempo floja, pero espectacular. Entre muchos errores, el que ya no se puede perdonar es el final con los protagonistas reales: ya colapsó con Los 33 mineros almorzando a orillas del océano pacífico. También son burdas las publicidades a bebidas energizantes y de empresas especializadas en equipamientos para los montañistas.
Tensión y emoción de altura en “Everest” La película de Baltasar Kormákur recrea la tragedia de un grupo de excursionistas en mayo de 1996. El monte Everest es la montaña más alta del planeta Tierra. En el Himalaya, a 8.848 metros sobre el nivel del mar entre Nepal y China, es el sueño dorado de todo escalador. ¿Qué lleva a un hombre a querer puntear la última piedra alcanzable del mundo, cuando su sólo intento conlleva un importante riesgo de salud, y hasta de vida? Las motivaciones individuales son tantas como la existencia de hombres dispuestos a enfrentarse a la montaña. Durante la temporada de escalada de 1996, quince personas murieron en el Everest convirtiendo a ese año en el más mortífero de su historia. Ocho de ellas, pertenecientes a tres expediciones distintas, murieron el día 10 de mayo debido a una tormenta. El desastre levantó gran controversia sobre la masificación de las excursiones al monte. El periodista Jon Krakauer de la revista "Outside", era parte de uno de los grupos y publicó el libro Mal de altura, contando su experiencia. Anatoli Bukréyev, un guía que se sintió señalado por Krakauer escribió un libro en respuesta llamado La escalada. Estos y otros, varios, protagonistas de aquel suceso son incluidos en el actual relato en pantalla. Baltasar Kormákur es el encargado de contarnos esta historia conocida y repasada, donde muestra su fuerza como narrador. Contó con 66 millones de de dólares para lograrlo, es cierto. Pero los bien utilizó para darle al espectador una experiencia --en 2D o 3D-- de tensión y emoción constante durante las dos horas de película, acompañando a hombres y mujeres diversos e igualmente fascinados por la idea de conquistar el confín entre la tierra y el cielo, el hielo, la piedra, la presión y el frío extremos. Los créditos finales informan sobre la suerte de las personas involucradas en la tragedia y extreman la sensación vivida en la sala.
Basada en la increíble historia real que rodea el intento de llegar a la cima de la montaña más alta del planeta, el monte “Everest” (8848 metros sobre el nivel del mar, en el continente asiático), se dedica a mostrar, con muy buenas herramientas técnicas, el viaje incitante de dos expediciones diferentes, de dos compañías distintas, desafiadas más allá de sus límites e involucrando a la naturaleza, que esta historia parece haber dejado el habito de ser madre. En plena descenso del Everest, la subida y la llegada a la cima, fue increíble, cuando las dos expediciones se encuentran con graves problemas debido a una tormenta de proporciones insospechadas que incluso pondrá en peligro sus vidas. Los escaladores se enfrentarán a obstáculos casi imposibles, y la obsesión de toda una vida se convertirá en una lucha por la supervivencia. Dirigida por Baltasar Kormákur, nacido en Islandia, responsable entre otras producciones de “Dos armas letales” (2013) “Contraband” (2012), se coloca en el lugar del director técnico, el que responde de maravilla a los deseos de la producción construyendo un relato grandilocuente desde las imágenes. Casi se podría decir que la producción de ésta película llega en el momento adecuado reconstruyendo una historia real ocurrida hace casi veinte años, pero lo hace con la idea, dentro del subgénero del cine catástrofe, tomando al cine como espectáculo, si se busca realismo en éste caso se verá decepcionado. Encontrará, si, un sinfín de emociones dadas por la factura de las imágenes, casi como que la transmisión de las vivencias de ese grupo de personas se le traslada al espectador, en gran parte por el bien aprovechado recurso del 3D. Sin embargo es tanto lo que se inclinan a fomentar las bondades del filme desde lo técnico que parece se han olvidado del relato, ya que en sí mismo pierde dramatismo y los conflictos no son del todo bien planteados y/o desarrollados. En este rubro el conflicto humano que planteaba “Limite vertical” (2000), la relación entre ambas realizaciones es directa, y si las comparaciones son odiosas, le daba a la citada otra posibilidad como construcción y desarrollo que la que nos ocupa no tiene. Al margen de un par de detalles descuidados, como que parecen demostrar que nunca leyeron “Moby Dick” de Herman Melville que comienza con la frase del narrador “llamadme Ismael”, pues hay situaciones en “Everest” que no tienen verosimilitud en el cierre de las mismas. Ni siquiera lo puede lograr con el desfile de grandes interpretes, no tan taquilleros como deberían, empezando por el protagonista, el australiano Jason Clarke, el John Connor de “Terminador: Genesis” (2015, aquí en la piel de Rob Hall, muy bien acompañado por Emily Watson, Josh Brolin, John Hawkes, Keira Knightley, Robin Wright, y Jake Gyllenhaal, toda una selección de grandes actores que se lucen, pero quedan relegados por los efectos especiales y la belleza del paisaje. Lo dicho, muy buen montaje, de excelente factura técnica, muy buen diseño de sonido, incluyendo la banda sonora, pero deficiente en cuanto a la presentación, construcción, desarrollo de los personajes, sus conflictos particulares y los generales del grupo.
Hace tiempo que no teníamos una aventura en las alturas. Sin más que algunos exponentes aislados (que uno recuerda sencillamente porque no hay muchos que recordar, como "Riesgo total" o "Límite vertical"), es un género que por lo costoso de su producción, no es de los preferidos para producir en Hollywood. Sin embargo, Working Titles se animó al reto y convocó a un director de no tantos buenos antecentes para llevarla adelante (Baltasar Kormákur) y un cast importante de actores maduros que ostentan buena actualidad. "Everest" está basada en eventos reales que tuvieron lugar en mayo de 1996 donde varias expediciones intentaron llegar a la cima de la montaña nepalesa y se encontraron en su descenso, con una gran tormenta que se cobró varias víctimas entre los alpinistas. La historia aquí presentada funciona como un prolijo documental (sí, eso se siente) donde los hechos serán descriptos y caracterizados desde una distancia emocional perceptible. A ver, si, es cierto que en el elenco están Jake Gyllenhaal, Josh Brolin y Jason Clarke como figuras centrales pero eso no garantiza que la tensión dramática alcance niveles de alto voltaje. Hay poca intención por parte del guión de dibujar los personajes y mucha para describir los eventos en una sucesión más bien lógica, aunque no tan bien lograda. Ya saben, si bien William Nicholson y el gran Simon Beaufoy (ganador de un Oscar por "Slumdog Millionarie") tienen sobrado oficio para escribir libretos, lo cierto es que aquí la abrumadora cantidad de hechos desafortunados (ya sea por las condiciones del tiempo o la impericia humana) define un poco el destino de "Everest": subimos, nos agarra la tormenta y hay que ver como salimos de esta, presenciando como vamos quedando menos en el descenso... Apoyan desde lejos a los hombres de las expediciones, Emily Watson, Robin Wright y Keira Knightley, tratando de oficiar de conexión de fe para quienes están tratando de volver a casa y no quedarse enterrado en las nieves eternas de la majestuosa montaña. El tema con "Everest" es que nunca termina por definir su línea de abordaje. De a ratos parece un film de aventuras, aunque por ratos, es un drama humano extremo y en algunos pequeños tramos, se permite un suspenso lógico, en situaciones puntales. Todo esto va en detrimento de la sensación física que tiene el espectador: nunca terminamos de acomodarnos en la butaca. No es que esté mal. Simplemente en lo personal hubiese preferido menos gente para seguir, o directamente otra expedición (porque hubo y muchas luctuosas). Porque parece ser que la intención es mostrar ejemplos de heroísmo en condiciones adversas y revindicar el papel de ciertos líderes. Entonces, ¿para qué tantos personajes que no alcanzan a ser siquiera delineados? Cuestión de gustos. Desde lo visual y la banda de sonido, todo de primera. Impacta la peli en pantallas como el IMAX y está bien también (se nota la diferencia) la versión en 3D. La espectacularidad está garantizada y el vértigo de algunos segmentos, hacen la película entretenida, más allá del punto de vista que todos podamos tener.
¿Por qué algunas personas deciden someterse a semejante sufrimiento? ¿O incluso a exponerse a la muerte? Dejando de lado la sensación de logro personal (sólo algunos pocos llegan a cumplir la hazaña), llega un momento en que las condiciones climáticas en el Himalaya terminan siendo una odisea para aquellos individuos -sean profesionales o novatos- que se sienten atraídos por conquistar la cima más alta del mundo (8.848 metros sobre el nivel del mar). Este dramático e impresionante thriller de aventura dirigido por el islandés Baltasar Kormákur (“Contrabando”, “Dos Armas Letales”), está basado en un hecho real ocurrido el 10 de Mayo de 1996 cuando escaladores de dos expediciones diferentes enfrentaron una severa tormenta de nieve al momento de descender. Esa tragedia registró 8 muertes (el terremoto ocurrido el pasado Abril en Nepal causó 19). En el centro de la trama se encuentran el neozelandés Rob Hall (Jason Clarke), el guía de montaña que lidera uno de los grupos que contrató su agencia, “Adventure Consultants”, y Scott Fisher (Jake Gyllenhaal), el responsable del otro a cargo de la empresa “Mountain Madness”. Ambos, con métodos diferentes de escalada, trasladan a personas que pagaron hasta 65.000 dólares para cumplir su sueño, dejando atrás a familiares y responsabilidades laborales. Uno de esas personas es el escritor y montañista Jon Krakauer (papel a cargo de Michael Kelly de “House of Cards”), quien documentó la trágica experiencia en su libro de no-ficción “Into thin Air” (Mal de Altura), en el que planteó el cuestionamiento sobre la seguridad de las empresas que explotan “turísticamente” el Monte Everest. Además de Clarke, Kelly y Gyllenhaal, el elenco está compuesto por Josh Brolin como Beck Weathers, John Hawkes como Doug Hansen y Sam Worthington como Guy Cotter. Todos personajes reales sobre los que no se profundiza demasiado. Los papeles femeninos recaen en Robin Wright como Peach Weathers, esposa de Beck; Keira Knightley como Jan Hall, la esposa embarazada de Rob, Naoko Mori como la escaladora Yasuko Namba, y Emily Watson como Helen Wilton, manager de la expedición en el Campamento Base. La película, que se filmó en escenarios naturales (en la base del Everest, en Nepal y en los Alpes Italianos, además de Cinecittà Studios en Roma y Pinewood Studios en el Reino Unido), no es un exponente del cine catástrofe sino un relato del drama que estas personas, con sus aciertos y errores, sufrieron allí en pos de realizar esta proeza en el también llamado “Cementerio más Alto del Mundo”. “Everest” es verdaderamente imponente (el 3D potencia el vertigo y el desolado paisaje) y a la vez realista, tanto que los espectadores sufrimos lo mismo que los personajes: el frío extremo, la falta de oxígeno, el congelamiento de las extremidades, el miedo, el dolor en esta lucha por la supervivencia. Y también plantea una reflexión: ¿hasta dónde es capaz de llegar el ser humano para lograr la satisfacción personal?
Elogio a la estupidez humana El cine catástrofe y el cine que bucea en historias de superación humana sabe que con el correr del tiempo y los avances tecnológicos se pueden terminar por hacer películas que logren un verosimil tal que no haga falta acudir a buenas actuaciones o a un guión sólido. "Everest" (USA, 2015) de Baltasar Kormakur es el claro ejemplo de la idea anterior, potenciada por una serie de efectos visuales y sonoros que introducen en la escena a los espectadores sin poder lograr que en algún momento salgan de ella. Un elenco internacional, encabezado por Josh Brolin, Jake Gyllenhaal, Keira Knightley, Jason Clarke y Sam Worthington, entre otros, serán los encargados de encarnar a los personajes que Kormakur creo tomando la historia real de los 13 expedicionistas que quedaron varados durante días en diferentes partes del monte Everest. La película propone una división, en la que una primera etapa será para conocer las particularidades de cada uno de los protagonistas, exagerando las caracterísitcas (el bohemio, el superado, el competidor, el perdido, etc.) para luego enfatizar sobre estas en una segunda instancia en la la montaña avanzará sobre todos luego que una terrible tormenta se desate sobre todos. Kormakur aprovecha los recursos de la actualidad para situarnos en un espacio en el que los humanos serán tan solo una parte del relato para avanzar sobre la descripción de la inalcanzable meta (la cima) a partir del detalle de la nieve, las rocas y los peligrosos senderos improvisados por lo que deberán deambular para ascender y descender. Lugares comunes, muchos clichés, cierta misoginia (las mujeres son personajes unidimensionales y estáticos) narrativa, y la explotación de la lágrima para generar una empatía que se convierte en alejamiento, distancia y frialdad, tan sólo terminan por redondear casi dos horas de relato en la apelación de la lágrima fácil en el espectador que sólo llegará si se puede superar el tedio que por momentos las largas caminatas y los diálogos vacíos de sentido se presentan. Puntaje: 6/10
Basada en la fantástica historia real que cuenta el intento de llegar al pico de la montaña más alta del mundo. El monte Everest es la montaña más alta del mundo con una altura de 8848 metros sobre el nivel del mar, se encuentra en el Himalaya, en el continente asiático, y marca la frontera entre Nepal y China, está atrae cada año a escaladores con la idea de conquistarla, queriendo superar todo tipo de peligros y no todos logran salir airosos del reto. En 1996, la montaña fue testigo de una de las mayores tragedias en la historia del alpinismo, donde murieron unas quince personas. Aquí distintas expediciones desafían todos los límites, pero estos son sorprendidos por una feroz tormenta de nieve, terribles son las imágenes que se reflejan. Los escaladores se enfrentan a todos los obstáculos, luchan por la supervivencia pero está presente la obsesión por la conquista. Y muchas veces queda demostrado que nadie puede enfrentar a la naturaleza. Se ha escrito mucho acerca de aquel fatídico día en mayo de ese año. Uno de los libros más reconocidos fue el del escritor y periodista Jon Krakauer (interpretado por Michael Kelly), quien se encontraba en la montaña haciendo un reportaje y tuvo la suerte de sobrevivir. Esta tragedia le costó la vida a ocho personas, entre ellas Rob Hall (interpretado por Jason Clarke, "El gran Gatsby") y Scott Fischer (encarnado por Jake Gyllenhaal, “Zodiaco”). Mucho de los espectadores recuerdan este hecho y otros le servirá para conocerlo, pero casi todos tendrán la posibilidad de analizar qué fue lo que paso, quienes tuvieron la mayor responsabilidad y sacar sus propias conclusiones. La gran protagonista aquí es la montaña, sus imágenes son imponentes y de alto impacto. Esta es una súper producción dirigida por el islandés Baltasar Kormákur (“Dos armas letales), quien intenta recrear aquella expedición, otorgándole un toque de aventura y rindiendo un respetuoso tributo a todos aquellos que perdieron la vida en Everest. Filmada en escenarios naturales, estupenda fotografía, tiene vértigo, tensión, dificultades, el riesgo es constante y se podría decir no apto para cardiacos. Solidas actuaciones de: Jake Gyllenhaal, Josh Brolin y Jason Clarke y quienes no aportan mucho son quienes hacen de esposas como: Keira Knightley y Emily Watson. Ideal para disfrutarla eligiendo una buena sala desde la pantalla hasta el sonido. Dentro de los créditos finales se muestran las fotos de los verdaderos protagonistas.
La última película de Baltasar Kormákur (The Deep, 2 Guns), basada en hechos reales, nos cuenta la trágica historia de un grupo de montañistas que escalaron el Monte Everest en 1996. Al parecer, lo que ocurrió durante los días 10 y 11 de mayo de ese año, fueron los eventos más trágicos de la historia de la montaña hasta la fecha. La película transcurre a mediados de los 90’s, momento en que estalla la movida “vamos todos a escalar el Everest” y, a las empresas que ya existían y ofrecían este tipo de viaje, se le sumaron unas cuantas más: En abril del ‘96, veinte grupos distintos se dirigieron a Nepal con el motivo de escalar el pico más alto de este planeta. Everest hace foco en el grupo liderado por Rob Hall (Jason Clarke), un neozelandés dueño de una empresa de turismo llamada Adventure Consultants que ya había escalado el monte varias veces, y sus clientes: una montañista experimentada (Naoko Mori), un tejano pedante (Josh Brolin), un reportero, que escribiría la novela en la cual está basada la película (Michael Kelly) y un cartero sin un peso partido al medio (John Hawkes). Como en ciertos tramos de la escalada la montaña estaba hasta las manos, generando así congestionamientos peligrosos -onda la cola del Hoyts del Abasto un domingo a las cinco de la tarde en vacaciones de invierno-, el grupo de Hall se termina aliando a otro liderado por Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), un yanki cancherito que te escala el Everest mientras se clava un faso y se toma un whisky. En casa se quedaron Keira Knightley, la preñadísima mujer de Hall, y Robin Wright, la jermu de Brolin. Emily Watson interpreta a la jefa del campamento base (Helen Wilton) y también aparecen Sam Worthington (Guy Cotter) -que no entendemos bien qué está haciendo ahí pero que gracias a google descubro que al día de hoy es el CEO de Adventure Consultants- y Harold (Martin Henderson), a mi entender, una especie de mano derecha de Hall. Última en esta enumeración, pero no por eso menos importante, vale mencionar a un personaje más: la montaña. Frases como “la montaña hace su propio clima”, “la montaña es la que decide” y “no existe competencia entre nosotros sino entre nosotros y la montaña” le otorgan un poder absoluto y tirano al Everest, el principal archienemigo del escalador. Es que escalar el Everest no tiene que ver con estar en buen estado físico, tener las nalgas, los bíceps y las gambas duras, ni con estar dispuesto a soportar el frío, bancarse el vértigo o a fumarse toda esa nieve pegándote en la jeta sin parar. Escalar el Everest es enfrentarse a la muerte misma, ya que, literalmente, el cuerpo humano empieza a morir poco a poco cada vez que se subimos más alto. Porque el oxígeno ahí arriba es tan, pero tan fino que los humanos no lo podemos respirar y es por eso que nuestro cuerpo empieza a dejar de funcionar lentamente, produciendo cosas re copadas tipo edema cerebral, hipotermia, hipoxia, alucinaciones, congelamiento de las extremidades y finalmente la muerte. “Ustedes me pagan (¡65 mil dólares!) para que los baje con vida, no para que los suba” dice el amigo Hall. Y aquí es donde la película empieza a hacer agua-nieve. ¿Por qué cualquier persona de este universo arriesgaría una manito, una nariz e inclusive su propia vida para escalar esta montaña? “Porque está ahí” es la mejor respuesta que parece encontrar Kormákur. Si bien tampoco es necesaria una respuesta mística y mega profunda, y si bien hay algunas pistas del por qué mal articuladas, hubiera sido necesario explorar más a fondo la psicología de estos personajes, que terminan siendo bastante planos en contraste con la inmensidad de los efectos tridimensionles de la película. Quizá sea por un intento del director o de los guionistas de respetar las motivaciones de quienes murieron o sobrevivieron, pero hay un momento en que la película se torna descriptiva, algo así como una recreación de un hecho catastrófico, perdiendo dramatismo. A esto habría que agregarle otro reto que se le suma a Kormákur y del que no sale airoso. Por momentos no entendemos nada: no sólo porque el fondo es blanco con más blanco y los tipos están encapuchados hasta la médula obligándonos a deducir su identidad por lo poco que se ve del color del traje que tienen puesto, sino que no entendemos muy bien cómo es la movida de la escalada. Hay datos técnicos que tienen que ver con cómo se manejan los escaladores con los cuales uno no está familiarizado y, sumémosle a todo esto, la presencia de muchos personajes pobremente delineados a los cuales les tenemos que seguir la pista sin entender bien ni cómo es que se relacionan entre sí. ¿En dónde está Sam Worthington y qué corno está haciendo ahí? Escalar el Everest es enfrentarse a la muerte misma. A favor de Kormákur, alto laburo a la hora de meternos en el paisaje. Esta película hay que verla sí o sí en 3D, es obligatorio, si no, no tiene sentido. No tendré el ojo muy afilado para este tipo de detalles, pero me resultó casi imposible diferenciar las imágenes generadas por computadora de las reales. La montaña se ve hermosa, aterradora e infinita, se puede ver, escuchar y, con un poco de imaginación, hasta sentir el viento que atraviesa las grietas de la montaña, frío y cortante, embistiendo a los escaladores. Sentimos lo frágiles que son esos cuerpecitos, agarrados tan solo con un hacha que, puesta en contexto, parece de juguete y unas fuckin’ cuerdas, atesorando hasta el último aliento, en medio de esa inmensidad blanca. La tensión, el estrés, la incertidumbre, la falta de oxígeno, el vértigo, se suman y combinados logran una experiencia que te mantiene con el culo en el borde del asiento y el pañuelo en la mano. Pero, lamentablemente, a este clima muy bien logrado se le oponen situaciones inconclusas, que supongo tendrán que ver con esto de mantener una neutralidad sobre los eventos o con el respetar a los muertos y a los vivos, pero que en un punto hinchan las bolas. La película en ningún momento juzga a sus personajes, tan solo te los presenta pero, al tratarse de la vida de unas 5 personas y al plantear que hay cosas que no salieron como deberían haber salido por errores humanos, el espectador pide una resolución, un responsable, alguien a quién putear más que al clima del Everest. Queremos saber ¿qué es lo que pasó con los tanques de oxígeno y con esas malditas cuerdas? ¿Por qué corno Hall, un tipo experimentadísimo y que está esperando un hijo, toma las decisiones que toma? ¿No era que le pagaban para bajar a los escaladores del Everest con vida y no para subirlos? ¿Cuál es el papel que juega el personaje de Jake Gyllenhaal, al que nunca entendemos bien qué le pasó? Porque por algo me lo pusiste acá y le pagaste unos billetes… Esta historia es terrible y deprimente. Estos escaladores, como muchos otros, siguen ahí en este mismo momento, conservados intactos, como Walt Disney, por el hielo, como si se hubieran quedado dormidos tapados por un infinito acolchado de nieve, en pausa. Después de una secuencia larguísima y devastadora, Kormákur nos muestra las fotos de los verdaderos protagonistas de esta historia y nos revolea los créditos por la jeta, con la fuerza de una soga tensa que se corta, sin darnos un minuto para desagotar toda esa angustia que acabamos de acumular. Parece que a él también se le acabó el oxígeno y nos larga de la sala con un pie todavía en el Everest, conteniendo el aire, el que recién sentimos que empieza a circular por nuestro cuerpo cuando se prenden las luces o cuando llegamos a las escaleras.
Everest es una película visualmente impactante, pero lamentablemente insulsa y fría. En este caso no se busca conmover con escenas desgarradoras o de tensión extrema, sino que se cuenta la historia de una forma muy humana y natural, cercana más al drama que a la aventura, pero a pesar de ello carece de...
Morir de a poco En el ascenso a los 8848 escarpados metros de altura del monte Everest, uno de cada diez aventureros muere, ya sea por hipotermia, edemas pulmonares y cerebrales, arrastrados por tormentas perfectas, sepultados por avalanchas o aplastados contra las rocas y el hielo luego de prolongadas caídas al vacío. En el año 2014 hubo diecisiete muertos y en lo que va del 2015 han sido 22. Aún así, escaladores de todo el mundo se empeñan e invierten decenas de miles de dólares en la hazaña. Y como veremos claramente en esta película, ni siquiera se trata de una experiencia "placentera" sino una que coloca a los aventureros en una situación física sumamente desagradable; indefectiblemente el cuerpo humano, a determinada altura, por el frío, la presión atmosférica y la falta de oxígeno comienza a morir de a poco. Para llegar a la cima es necesaria, en el último tramo, una auténtica lucha contra el tiempo, llegar a la cúspide y bajar a contrarreloj, forzando al organismo a una prueba de resistencia extrema. Esta película sitúa su acción en el año 1996. La base del Everest se ha convertido en una puja competitiva de empresas de alpinismo, que dan a los turistas la oportunidad de una escalada guiada. Pero la sobredemanda y el caos en los procedimientos generan una situación atípica: embotellamienos de aventureros en las vías de ascenso, un servicio no personalizado y mayores riesgos en general, entre otras cosas porque los numerosos grupos pueden retrasarse por la lentitud o el decaimiento físico de algunos de sus miembros. En un registro a medio camino entre la austeridad y el registro documental y la épica grandilocuente, el relato nos lleva de la mano de un guía protagonista (Jason Clarke) y nos introduce a un puñado de alpinistas abocados a una empresa desquiciada. Entramos en el terreno propio del cine de Werner Herzog: la lucha del individuo contra la magnificencia de la naturaleza, las iniciativas descomunales y difíciles de comprender. Con este atractivo como único motor, la primera mitad de la película avanza sin demasiado punch, con personajes poco llamativos –menos aún lo son sus familias– y conflictos difusos; lo más interesante aquí es la información previa, durante los preparativos para el ascenso. Es en la segunda mitad, donde se inician las últimas fases de la escalada y la película se convierte claramente en un exponente del cine catástrofe, que el director islandés Baltasar Kormákur da muestras de su talento, incorporando efectos especiales imperceptibles y adentrando al espectador en el epicentro de la tragedia, volviéndolo partícipe del viento, el hielo, el cansancio y el dolor. Las cámaras se acercan a los personajes convirtiendo la película en una experiencia vivencial, casi física. Lo único malo de esta segunda mitad es el laconismo o la altisonancia de ciertos tramos, subrayados con una música excesiva. Sin particular énfasis, la anécdota va dando cuenta de una sucesión de diversos errores humanos que, luego de desencadenar hechos trágicos, se volverán cruciales para el espectador. Es allí donde pareciera estar la verdadera profundidad conceptual de la película, en saber mostrar pequeñas pasiones, falencias y excesos, que bajo esta clase de circunstancias pueden cobrarse vidas. Así, Everest podría ser leída como una interesante parábola sobre la defectuosa condición humana y sus absurdas ambiciones.
Me acuerdo que cuando Discovery, History y National Geographic se dedicaban a mostrar documentales, vi varios sobre el Everest, y siempre me pareció impactante tanto el deslumbre por llegar al punto más alto de mundo, como el impacto visual de las imágenes del propio Everest. Pero si hay algo que esta película consigue realmente sorprender es dar la sensación de la grandiosidad y peligro de la montaña, con imágenes deslumbrantes en 3D muy buenos, realmente merece ese formato y una sala de cine lo más grande posible. A pesar de no estar acreditado como fuente, la película utiliza mucho del libro Mal de Altura de Jon Krakauer (interpretado en la película por Michael Kelly), que retrata con detalles lo vivido en los acontecimientos de 1996, concentrado en los esfuerzos de los veteranos Rob Hall(Jason Clarke) y Scott Fischer(Jake Gyllenhaal), en llevar de forma comercial a alpinistas menos experimentados a la cumbre de la montaña más alta del mundo. Creo que muestra bien como algo que hasta antes de los años 90 era solo para alpinistas profesionales, se transforma en un asunto de negocios. Se ven como los grupos compiten entre ellos por espacio y por llevar sus clientes a la cima. Sin caer en el cliché de poner algún villano como parte de los acontecimientos que llevan a la tragedia, siendo un punto positivo. Por otro lado, retrata bien la camaradería de los veteranos de Hall y Fischer cuando viendo las dificultades que tienen, se ayudan mutuamente, mostrando una dinámica que trabaja entre la provocación, amistad y respeto. Volviendo a la parte técnica, es un trabajo primoroso, un excelente trabajo de fotografía y efectos especiales que consiguen retratar de forma grandiosa el Everest, sin que en ningún momento se note que fue echo con computación gráfica, set o donde fuere filmado en la locación. El 3D como ya comenté, mostrando una profundidad sin par para las imágenes hermosas que son mostradas. Infelizmente no solo de parte técnica es hecha una gran película, la última parte pierde mucho ritmo comparado a la primera hora donde se siente muy bien la tensión y como es sufrida la preparción para subir a la montaña. Siendo la parte final prácticamente solo de diálogos, a pesar de emotivos, la sensación me dejó fue como que faltó un brillo, siendo en momentos yo diría hasta aburrida. Pero en general como comenté, termina siendo buena por mostrar la fascinación que el Everest ejerce sobre el ser humano y también lo implacable que puede ser con nosotros.
“Everest” es una película que cuenta con un cast amplio y lleno de grandes actores. Cada uno cumple un rol en el film y ninguno está de más. Desde Keira Knightley (“Piratas del Caribe”) hablando por teléfono a Emily Watson (“Hilary y Jackie”) yendo de un lado para el otro en una carpa tenía que estar. El film dirigido por Baltasar Kormákur y escrito por William Nicholson (“Gladiator”) y Simon Beaufoy (“Los juegos del hambre: En llamas”) está basado en hechos reales. Pero a diferencia de “Salvaje” de Jean-Marc Vallée, que te proponía el viaje como momento paz y reflexión extrema, hace algo completamente distinto, triste y muy violento. Algo que se entiende porque nuestros protagonistas tienen que escalar el “Everest”.
El drama de enfrentarse a la naturaleza "Everest" es una película que esperaba con ansias ya que la temática del ascenso de montaña me parece super interesante y además porque quería ver una propuesta cinematográfica moderna que superara lo ya visto. Cuando miré el trailer promocional me gustó lo que vi, pero la impresión que me había quedado es que era una especie de "Límite Vertical" pero de mucha mejor calidad. Cuando fui al cine a ver la película, me sorprendí gratamente al darme cuenta que más que una película de acción y aventuras era más bien un drama biográfico. ¿Por qué es bueno esto? Porque ya venía haciendo falta un film serio y de calidad sobre el desafío de escalar una montaña tan adversa como el Everest, que se centre en los desafíos mentales y físicos que esto implica individualmente y como grupo para los valientes alpinistas, y no en una trama de fantasía que plantee acción. Los espectadores que vayan esperando ver una "Límite Vertical" mejorada, deben tener cuidado y estar abiertos a ver algo totalmente distinto. Tomar como base para este film a la tragedia ocurrida en 1996 creo que también fue un acierto ,así como el casting definido para llevar a cabo la propuesta. En "Everest" podemos encontrar grandes nombres como Josh Brolin, Jason Clarke, Jake Gyllenhaal, Robin Wright, Keira Knightley, John Hawkes y más, todos al servicio de una historia que no conoce de vedettes hollywoodenses. Acá la mayoría tiene roles sobrios y bien definidos, destacándose únicamente el de Jason Clarke que es quien sirve de eje de la trama. La propuesta está enfocada en mostrarnos sin concesiones y sin exageraciones lo que una persona vive cuando se enfrenta a un desafío de este tipo. La sed de gloria, la euforia, el miedo, el sufrimiento físico, la camaradería, las contradicciones psicológicas; todas engarzadas en una narración con el pulso de un reloj suizo. El director Baltasar Kormákur ("2 Guns", "Contraband") combina muy bien la espectacularidad del paisaje y la majestuosidad de una montaña como el Everest con la sobriedad y seriedad de una historia que necesitaba su adaptación al cine. La película está llena de efectos especiales muy bien logrados, pero todos ellos son funcionales a la dinámica de la historia, a resaltar eso que sucede dentro de una persona cuando se ve inmersa en una situación adversa de este tipo. Una gran propuesta para disfrutar el drama de enfrentarse a la naturaleza y a nuestras propias limitaciones como seres humanos. Recomendable!
Previo a acomodarnos en una butaca y calzarnos los anteojos 3D (se recomienda fervientemente la experiencia tridimensional), Everest es una película que intimida de antemano desde su título. No estamos hablando de una montaña cualquiera, se trata de la cumbre más alta de la Tierra, cuya arrogancia supera los 8.800 metros. Allí, en 1996 murieron quince personas pertenecientes a distintas expediciones, una tragedia que encendió un debate sobre las condiciones y el negocio montado alrededor de la conquista del techo del mundo. El director islandés Baltasar Kormákur (Contrabando, Dos armas letales) se plantea el doble desafío de orquestar un film tan espectacular como intimista. Una mixtura difícil de lograr, que en este caso sale por demás airosa en su veta épica, y un tanto estereotipada en su plano reflexivo. En su afán de ceñirse a la historia real, Kormákur introduce demasiados personajes en esta odisea, dificultando el plano de empatía entre el espectador y el abanico de protagonistas. No hay mucho tiempo disponible para explorar o profundizar en los conflictos de cada uno de ellos, de manera tal que la película avanza sobre los marcados matices diferenciales que existen entre los guías de dos expediciones que inician un riesgoso ascenso a la cima. Rob Hall (Jason Clarke) es cuidadoso y paternalista con sus escaladores, y espera regresar a su hogar para el nacimiento de la hija que tendrá con su bella mujer (Keira Knightley). Scott Fisher (Jake Gyllenhaal) es tan vehemente como altanero, y no está dispuesto a resignar que su grupo quede por debajo del nivel del que capitanea Rod. Para potenciar el drama de estos montañistas, Everest pivotea entre la tortuosa travesía y algunas referencias hogareñas. Invariablemente, el rol de la mujer aquí será el de intermediaria que hará lo posible por lograr que su pareja regrese a salvo, o bien el de testigo que deberá resignarse a esperar lo peor. Además de la llorosa Knightley, tenemos a Robin Wright encarnando a la mujer de Beck (Josh Brolin), un texano adicto a las alturas que en su casa se siente como si estuviera bajo "una nube negra", y a Emily Watson oficiando de puente y resguardo del dolor, siendo ella el nexo de comunicaciones desde el campamento base. La película no escatima en momentos de musicalización recargada y golpes bajos, pero se eleva por encima de todo eso a puro pulso de adrenalina e intensidad. A diferencia de otros films de este tipo en el que la conquista de la cima constituye el punto de éxtasis, aquí la espectacularidad alcanza su mayor apoteosis en el trágico descenso, con una terrible tormenta azotando a los personajes. Y es aquí donde Everest ingresa en una hora verdaderamente alucinante, atrapando al espectador y haciéndolo no sólo testigo, sino también protagonista de la debacle. Ya poco importa si a lo largo del primer tramo del relato establecimos algún vínculo afectivo con los protagonistas, sólo queremos que el viento y la nieve los deje (y nos deje) de azotar. En tiempos en que tanta superproducción tiende a lucir aséptica por tanta post producción digital, la película de Kormákur apuesta por una desgarradora experiencia física y sensorial, lanzándonos en picada en un espiral asfixiante y sin salida. En términos de producción, el rodaje se desarrolló en el Nepal, a la mitad de la altura real del Everest, sumando locaciones repartidas entre los Alpes italianos, y tomas en los estudios Cinecitta (Roma) y Pinewood (Reino Unido). A medida que la película intensifica el despliegue de la brutalidad de la naturaleza, resulta imposible no pensar en las enormes dificultades por las que habrá pasado todo el equipo de realización. Pero por sobre todas las cosas, Everest instala una incómoda dualidad, que se debate entre la épica y su propósito. ¿Qué es lo que lleva a estos escaladores a emprender una gesta tan demencial? La belleza imponente que se levanta en forma de rocas y nieve, que están allí para sepultar a sus víctimas o para ser vencidas, parece ser la visceral respuesta. Mientras tanto, este espectáculo vibrante nos deja tambaleando en los aturdidos pasillos de algún centro comercial, reptando entre la hipotermia y un mareo alucinado. Como los sobrevivientes de esta travesía apasionante y agotadora, sólo tenemos dos chances: ir por más, o anhelar un urgente regreso a casa. Everest / Estados Unidos-Reino Unido-Islandia / 2015 / 121 minutos / Apta mayores de 13 años / Dirección: Baltasar Kormákur / Con: Jason Clarke, Jake Gyllenhaal, Josh Brolin, John Hawkes, Robin Wright, Emily Watson y Keira Knightley.