El Tony Manero argentino Una ambiciosa y arriesgada propuesta es Gato negro (2014) de Gastón Gallo, con un protagonismo absoluto de Luciano Cáceres que sale victorioso con su interpretación. En la historia de Tito (Cáceres), un chico de la provincia de Tucumán, con sueños de grandeza, el director deposita muchas de las historias de miles de personas del interior del país que llegan con anhelos a la gran ciudad. En el caso de Tito, esta historia se ve atravesada por el abandono primero de su padre (Lito Cruz) y luego de su madre en un orfanato (con claras referencias a Las Tumbas de Javier Torre) por lo que decidirá dedicarse a la “mala vida” para subsistir. Luciano Cáceres trabaja con oficio las dicotomías que a lo largo de la película va desplegando Gallo en el guión, ya que si bien el personaje de Tito acepta pasarse a la mala vida para conseguir dinero, el cree que hay algo mayor que lo está esperando. El film trabaja con una idea de “salvación” en la metáfora de la “salamanca”, un sueño recurrente (secuencias oníricas trabajadas con trazo grueso) en el que Tito ve cómo su suerte cambiará. Pero la salamanca posee una maldición, te da algo y te quita otra cosa (punto que se develará avanzado el filme). Limpiando baños, supervisando una fábrica de medias y luego regenteando un negocio turbio relacionado al contrabando de camiones y pagos diferidos con cheques sin fondos, Tito se convertirá en el Sr. Humberto Pereyra, una suerte de Tony Manero argentino, sin drogas, y ahí comienza otro filme, uno que habla del ascenso y caída estrepitosa de un don nadie, vinculando siempre el presente del protagonista con hechos históricos (peronismo, dictadura, democracia, etc.). Hay un elenco secundario (Leticia Brédice, Luis Luque, Lito Cruz, Roberto Vallejos, Favio Posca, Juan Acosta, Paloma Contreras) que casi pasa desapercibido, no por malas actuaciones, sino porque en Gato negro Luciano Cáceres es el protagonista excluyente. La épica del pueblo, del trabajo forzado, de la corrupción como modo de vida, son algunos de los tópicos que el director Gastón Gallo trabaja en un filme que abarcó mucho y dejó algunos cabos sueltos.
Gastón Gallo, director y guionista de "Gato Negro", es un hombre vinculado, además del cine, a la actividad empresarial. Ha viajado mucho y eso se refleja en la visión del mundo que le imprime a su obra. Esta, es una película que muestra el camino de un hombre simple, del interior, destinado a ser proletario (por ponerlo en términos político-marxistas) y que logró torcer esa ruta para destacarse en una cierta actividad laboral. En ese devenir vital, nos adentraremos en la existencia de Roberto (Luciano Cáceres), desde su infancia hasta su madurez, pasando por varias etapas de la Argentina que aparecerán caracterizadas como fondo, para enmarcar los diferentes cambios frente a los que él tendrá que adaptarse para sobrevivir. En cierta manera, la idea de Gallo era ambiciosa. Elegir un personaje y hacerlo transitar por varios años de historia local. Poner el lente ahí, para ver cómo ese medio fue condicionando o propiciando nuevos direccionamientos en su accionar. Esa fue la mirada, eligiendo no profundizar demasiado en algunas cuestiones fuertes (la de los 70' con las detenciones, el trato con el oficial para liberar a una desaparecida; en los albores de la recuperada democracia, con las actitudes de un juez o de los funcionarios en la aduana) sino centrando siempre el relato en función de los sentimientos de Tito (Cáceres). Y él, está a la altura de lo esperado. Concentrado y cómodo en su rol, el actor de "Graduados" descolla en su primer protagónico. Sostiene, prácticamente, él solo el interés en la cinta. Desde que el actor comienza su trabajo hacia fines de la adolescencia, todo hace centro en él: a su alrededor pasan cosas (muchas, realmente), pero las que importan, las vive en el rostro. El resto, está ahí como fondo (el robo aquel donde sus amigos caen presos en la década del 60, sin ir más lejos), los secundarios, también. A pesar de contar con un vasto elenco de renombre (Lito Cruz, Leticia Brédice, Favio Posca, Pompeyo Audivert, Luis Luque), todos ellos (excepto Roberto Vallejos quien hace un gran trabajo y en pocas escenas muestra su calidad), por cuestiones del guión, no logran generar duetos dramáticos con Cáceres, quien se abre camino solo para llevar adelante la suerte del film. En el haber, hay un nivel de producción importante para el medio y se nota en el trabajo de ambientación y vestuario, el magnetismo de Cáceres hace de andamiaje para disfrazar las debilidades de la historia. En el debe, "Gato Negro" es larga y se siente en el cuerpo, a veces pareciera que hay subtramas que no revisten tanto interés y estoy seguro que un corte más ajustado quizás hubiese potenciado algunos segmentos (el del final, sin ir más lejos) que no lucen como deberían. Sin embargo, el cine nacional necesita de estos productos. Necesita explorar nuevos géneros y probarlos en las salas, traer actores de la tevé y probar cómo se lo recibe en la pantalla grande. Desde ese sentido, esta apuesta de Gallo es valiosa. También, su esfuerzo por llevar adelante una historia compleja, extensa, en la que retrata a un argentino imaginario, reconocible, que peleó por trascender a lo largo de toda su vida. Aceptable debut para Gallo y mucha expectativa por los próximos trabajos de Cáceres para el cine.
Vamos por todo Irregular, imperfecta, desmesurada, ambiciosa, por momentos desprolija y siempre al límite del desbarranque: todo esto y mucho más es la curiosísima Gato negro. Curiosidad proveniente mucho menos de su forma y temática (una historia clásica de un self-made man que pasa de mendigo a millonario), sino más bien por el carácter extrapolado del actual contexto cinematográfico argentino. Así, cuando gran parte de las producciones apuestan por la pequeñez, el minimalismo y la falta de claridad conceptual al momento de definir qué contar y cómo hacerlo, Gastón Gallo va por absolutamente todo, construyendo una historia que por momentos parece ser más grande que la vida misma. Tito Pereyra no pegó una. Hijo de una madre pobre y un padre abandónico, emigró a Buenos Aires para terminar en un orfanato. La vuelta a Tucumán lo encuentra trabajando como mano de obra pauperizada en la industria azucarera, pero él quiere algo distinto y vuelve a la Capital, donde empieza a mezclarse en un ambiente de lúmpenes y ladrones de poca monta, hasta que descubre su talento para la retórica y, por lo tanto, para la venta. Así, progresivamente, irá construyendo un emporio de importación de distintos productos. Gato negro seguirá a Pereyra durante gran parte de la segunda mitad del siglo pasado, mostrando las distintas vertientes de su vida personal y laboral, todo atravesado por la ambición de trascendencia y una disposición constante a traspasar cualquier límite moral y legal con tal de conseguir sus objetivos. Como en Scarface, podría decirse. La comparación con el film protagonizado por Al Pacino es tan permitente como enojosa. Lo primero, porque aquí también el protagonista (Luciano Cáceres: impecable) está siempre al límite del desborde y se genera la empatía del espectador por un personaje inescrupuloso. Lo segundo, porque Gallo se aleja de la sofisticación del De Palma para, en cambio, construir un film más cercano al culebrón histórico, con personajes que entran y salen de la historia (en su mayoría interpretados por rostros conocidos: de Favio Posca a Luis Luque, pasando por Pompeyo Audivert, Lito Cruz y Leticia Brédice), metáforas obvias, música para subrayar emociones y una puesta en escena funcional a la utilización de los planos cortos propios del lenguaje televisivo. Es cierto que todo esto permitiría hablar de una película fallida, pero la autoconciencia en el uso de sus recursos y la aceptación de sus limitaciones, la sinceridad con la que se articulan los distintos elementos y las ganas de ir siempre por más hacen de Gato negro una película similar a su protagonista, una película con alma, vísceras y corazón. Justo aquello que gran parte del cine argentino parece haber perdido.
Hay que aplaudir de pie al equipo de producción y dirección de arte de esta película, la recreación de época es formidable en todo sentido: desde las locaciones hasta el vestuario pasando por el más mínimo detalle. Un producto nacional del bueno que quien lo ensucie porque la historia no le gustó o no lo atrapó no sabe contemplar un film como “un todo”. En su ópera prima, el director Gastón Gallo logra llevar adelante con mucha altura un film que ni por asomo parece ser el primero en la carrera de un director, no solo por lo señalado más arriba sino que también por su montaje y fotografía. Una gran mención aparte merece Luciano Cáceres por su enorme actuación componiendo a ese tipo despreciable -pero con matices queribles- a lo largo de varios períodos de tiempo, desde un pobre obrero en Tucumán de la década del 60 hasta un poderoso y corrupto empresario en los 80s de Buenos Aires. Su hablar, caminar y gesticulaciones de acuerdo al paso del tiempo y situaciones de la vida son formidables. Tanto lugar ocupa su papel que se come al resto del elenco: Leticia Bredice, Luis Luque y Lito Cruz. El único problema que tiene este estreno es su historia, no porque la misma sea mala porque no lo es, sino porque da la sensación de que tarda mucho en comenzar y llegar a un verdadero conflicto que atrape al espectador. Lo que ocurre es que el conflicto central es la transformación y vivencias del personaje de Cáceres y, aunque esté perfectamente actuado, uno se queda esperando a que ocurra algo y eso recién viene sobre el final. Lamentablemente esto le resta un par de puntos a la película porque si no sería perfecta. Últimamente querer a los villanos está muy de moda, sobretodo en televisión (El patrón del mal y Breaking Bad son los ejemplos por excelencia) y el cine ha hecho grandes trabajos con los antagonistas, una materia pendiente en la esfera nacional que comienza a saldarse con creces en Gato negro.
Un triunfador nada correcto Tres vías narrativas confluyen en la ambiciosa estructura dramática de Gato negro, ópera prima de Gastón Gallo. Por un lado, la construcción del personaje central, Tito (Cáceres), desde su estadía natal en Tucumán, recorriendo décadas de nuestra historia y edificándose como centro neurálgico del relato. Por el otro, el contexto económico y político, que se manifiesta a través de breves pinceladas e información rutinaria. El último vértice, por su parte, se relaciona con la invasión de personajes secundarios de escaso o nulo peso dramático, condicionados por el guión en forma estereotipada y sin demasiados matices. Tito crece como personaje, modifica el comportamiento en relación con los otros y se acomoda a una determinada sociedad por medio de su afán de no ser alguien parecido al resto. En ese punto, Gato negro presenta a una criatura particular, alejada de lo políticamente correcto, que solo confía en su capacidad para alcanzar el triunfo personal. Pero el entorno y el coro que lo acompaña actúa de manera contraproducente: son paisajes minusválidos y meros esquemas que terminan invalidando la construcción del centro del relato. Probablemente, esto se deba a la misma ambición narrativa que opera en el desarrollo de la historia. En ese sentido, Gato negro pelea con su propia omnipotencia: abarca cuatro décadas de la historia argentina como si fuera un manual para iniciados en el tema, con personajes que recitan textos "fechados" por la pereza y el aspecto discursivo. El segmento inicial, en cambio, resulta el más interesante, ya que allí la película puede desarrollar el conflicto de niñez de Tito, la turbia relación con su hermano y la ausencia de la figura paterna. En esos momentos, todavía no se pretende acumular personajes desvaídos e historias con poco sustento dramático. Son esos instantes en donde la película aún no refleja que sus materiales ameritaban una extensión y reflexión mayor sobre temas y situaciones. Pero ya es tarde, ya que la elección de un tono didáctico, donde lo casual y lo causal aparecen combinados de manera forzada, provoca que rápidamente se olviden las ocasionales virtudes del inicio.
La viveza criolla al poder Tito Pereyra (Luciano Cáceres) es un Tony Montana de cabotaje, un self-made man a la argentina: se sobrepone a una infancia difícil -hogar pobre en Tucumán, fallida migración a Buenos Aires, internación en una suerte de reformatorio porteño, vida en la calle, changas en las azucareras- hasta convertirse, abriéndose camino por sus propios medios, en un poderoso empresario. En su ascenso social, va atravesando distintos períodos históricos -desde los años ‘50 y ‘60 hasta la primavera alfonsinista, pasando por el Proceso- y, como un gato, siempre cae bien parado. En su opera prima, Gastón Gallo -también autor del guión- eligió a este personaje individualista, ambicioso, a veces inescrupuloso, fiel exponente de la viveza criolla, para representar a una parte del empresariado nacional. Un objetivo que está muy subrayado: después de un comienzo prometedor, en el que la lenta e inexorable escalada de Pereyra consigue atrapar, la película cae en una bajada de línea demasiado evidente. Durante gran parte de las -excesivas- dos horas de duración, Gallo se cuida de mantener a su protagonista -que, por otra parte, es el único personaje bien desarrollado- en la ambigüedad: no es un héroe ni un villano, simplemente un hombre tratando de sobrevivir. Pero con el correr de los minutos, el trazo se va volviendo más grueso. A medida de que Pereyra se va hundiendo en el fango y la tragedia, la película cae con él. Aparecen diálogos obvios, gritos, puteadas, sobreactuaciones: elementos que recuerdan a un cine argentino del pasado que es mejor olvidar.
Esta película dirigida por Gastón Gallo es sumamente ambiciosa, recorre 30 años de nuestra historia, tiene una gran producción de época y es la historia de un niño desgraciado, abandonado por su padre y luego por su madre, que se transforma en un hombre poderoso y corrupto. Como una densa telenovela, pero que si bien tiene a Luciano Cáceres como el intenso protagonista, muchas veces está cerca del desborde, la desmesura, la acumulación de males y situaciones, con cortas intervenciones de Leticia Bredice, Luis Luque y Favio Posca. Imperfecta, aunque hay que elogiar las intenciones.
Ascenso, apogeo y caída de un tucumano Por su ambición, duración (120 minutos, infrecuente para una película argentina) y arco dramático-temporal (la historia atraviesa casi medio siglo), Gato negro, escrita y dirigida por el debutante Gastón Gallo, tiene todas las características de una superproducción. Pero por el presupuesto puesto en juego, que no excede lo mediano, no lo es, más allá de contar en su elenco con nombres de primera línea. Esa desfase genera un efecto de incomodidad, cierto extrañamiento dramático. La historia es la de un antihéroe, un individualista que comienza comportándose como un rebelde y termina haciéndolo como un arribista sin escrúpulos. Su recorrido, marcado por un punto de vista moral que el curso de la película va haciendo cada vez más evidente, es asimilable, en su ascenso desde la pobreza y posteriores apogeo y caída, al de un film de gangsters: cualquiera de la Warner de los años ’30 y ’40, la Scarface de Brian de Palma o Buenos muchachos. Con una diferencia: la correspondencia, que el film busca, entre el antihéroe y la historia argentina, desde tiempos de la Revolución Libertadora hasta los del menemismo. Desde chico, Tito siente que el horizonte tucumano le queda corto. Ante ese límite, de pequeño es capaz de reaccionar con descontrolados arrebatos de violencia y una rebeldía que terminará con él en un reformatorio. Allí conoce a Pirata, un pibe que se las sabe todas y le enseñará unas cuantas. Cuando salga partirá directo a Buenos Aires, donde en los años ’60 e interpretado por Luciano Cáceres, no tendrá problema en “carnerear” una huelga, ganándose la confianza del encargado de la hilandería. No así de unos chorros que viven en el mismo conventillo que él, liderados por un Luis Luque al que parece haberle caído un flequillo sobre la cabeza. Se planea el robo a un banco, Pirata (Favio Posca, a esa altura) interviene, Tito se borra y la cosa sale muy mal. Tito empieza otra vez de cero, hasta que su buscada amistad con cierto coronel de la dictadura (Pompeyo Audivert) le permita encumbrarse con chanchullos de patria financiera, deviniendo nuevo rico, dueño de terrible mansión y con una esposa de esas que a los poderosos les gusta mostrar (Leticia Bredice). Gato negro acierta más en lo colateral (los ambientes de época, el habla marginal o arrabalera) que en lo global, donde peca de obviedad en el carácter emblemático del protagonista con relación a los tiempos históricos que se toman como hitos. El realizador debutante Gastón Gallo reparte de modo sumamente desigual los tiempos dramáticos: la infancia de Tito se hace excesivamente larga, la fase crucial de su parábola (la del salto de vendedor de alfajores a industrial peso-pesado, con contactos ídem) está contada a los saltos, de modo apurado y entrecortado. Parecidas disparidades se registran en las actuaciones: mientras que Luciano Cáceres anima con fiereza al protagonista, Leticia Bredice parece como perdida, no por desorientada sino porque apenas se la ve, y Lito Cruz tiene la mala fortuna de hacer de fantasma por segunda vez en su carrera (la primera fue en Sur). Por no dar con el tono justo, el final, que redondea su subrayadísima moraleja mediante el cumplimiento de una leyenda tradicional del noroeste (la de La Salamanca), bordea lo calamitoso.
Narración de trazo grueso Tito es un chico de un pueblito de Tucumán, abandonado por su padre y criado en la pobreza por su abnegada madre y luego, en un viaje a la gran ciudad, internado en un orfanato donde con actos de rebeldía demostrará su conflicto interior. En la gran metrópoli, vivirá de adulto en un conventillo compartiendo su habitación con ladrones que sueñan con el robo perfecto. Sin embargo, Tito va a las fábricas y pide trabajo, pero nunca dejará de estar atento a cualquier oportunidad y en su afán de progresar no se preocupará por si esos avances son lícitos o por participar en negocios turbios. Si algo debe destacarse de Gato negro es su cuidada dirección de arte, que reconstruye el devenir argentino desde la primera mitad del siglo XX hasta entrado el gobierno de Alfonsín. En esa cabalgata de décadas se suceden costumbres, modas y vaivenes político-sociales que el film no omite en busca de una construcción que tuviera también anclaje en la historia argentina reciente. Por razones productivas (aunque también estilísticas), el cine argentino contemporáneo se encuentra mucho más vinculado a la urgencia cotidiana que a la reconstrucción histórica, con lo cual este esfuerzo -acertado en su matriz visual- debe valorarse. Con guiños al cine de los grandes estudios, la épica del hombre común y la ambición desbordada se conjugan como elementos del relato, pero el film de Gastón Gallo sucumbe por la misma debilidad que endilga a su protagonista. Lo profuso del relato, la cantidad de personajes y los anclajes en la realidad política culminan por desdibujar al conjunto en virtud del inevitable trazo grueso ante tanto caudal narrativo. Pero algo más vincula a Gato negro con su personaje central: el valor de los riesgos que corren. Así como Tito no trepida en convertirse en el señor Pereyra, el debutante Gastón Gallo no duda en arriesgar los límites de un relato que hubiera tenido más fortuna acotando sus intenciones o desarrollándolas en una serie televisiva. En una galería de actores reconocibles prevalecen algunos intérpretes secundarios de gran carisma (Juan Acosta, Pompeyo Audivert, Eduardo Cutuli) y la gran solvencia con la cual Luciano Cáceres disimula las flaquezas narrativas de una interesante propuesta. El director debe depurar mucho más su estilo para conquistar el vuelo creativo que requiere una película, aunque supera con creces a muchos productos que, con similar planteo, se exhiben por televisión.
Irregular pero atractivo elogio de los “malos” Gastón Gallo, reconocido artista de grandes espectáculos pirotécnicos, vencedor de las principales competencias del mundo en la materia, quiso ampliar sus horizontes y los del cine argentino con una película "que alumbre la bondad de los malos", según sus palabras, a través de la historia de un tipo cualquiera, que empezó mal en la vida, luego se fue encauzando como vendedor para salir de pobre, entendió que trabajando honradamente se hace más difícil llegar a rico, llegó a rico, pero siempre hay alguno que quedó abajo y lo odia por eso. El también odiaba todo, cuando chico. Quizá los momentos más objetables de la película sean, precisamente, los referidos a la infancia en Tucumán y Buenos Aires allá por 1956. Estiran el comienzo, provocan rechazo hacia el personaje -un pibe resentido, respondón y dañino-, son un gasto enorme, y hubieran podido reducirse, o incorporarse como flashbacks del segundo capítulo. Cuando éste al fin llega, y tras algunas vueltas el personaje se asume como un joven buscavidas en un conventillo de malandras y quiere salir más o menos por derecha, la historia empieza a caminar y logra llevarnos, cada vez más ligero. El ascenso comercial y social de quien hasta entonces fuera el Tito Pereyra, y pasa a ser el dueño de Tito Pereyra SA, el modo tramposo en que hace sus primeros negocios fuertes, enseñado por dos pícaros comerciantes, la cancha para intercambiar más adelante, con los militares, un favor por otro (nada menos que la vida de una joven de Acción Católica, "buena, lo que pasa es que es un poco solidaria"), la pulseada con los sospechosos directivos de la Aduana, ya en democracia, los acuerdos con los chinos, la presión a la justicia apelando a viejos métodos, en fin, todo eso es atractivo y está contado con nervio y buen poder de síntesis. Paralelamente, corren otras dos historias. Una es la familiar, con el odio hacia los padres, la paciencia del hermano, la mediana cordura y la reconciliación que trae el tiempo. Esa también se plantea mal, pero va mejorando cada vez que reaparece. Y la otra, es la historia con El Familiar, temible monstruo de los ingenios tucumanos, que es donde empieza todo, y donde la Salamanca promete y cumple, pero también cobra. Nadie se puede quedar tranquilo sabiendo que un día habrá de pagarle. La película es irregular, ambiciosa, excedida, con varios defectos que incomodan al espectador, pero también se hace atractiva, y hacia el final también atrapante, con destacable esfuerzo de ambientación, y un amplio elenco haciendo caracteres vivaces, creíbles, para pintar además un costado poco visto de nuestra historia, sin caer en maniqueísmos. Evoca a veces el espíritu de otro realizador tucumano, Gerardo Vallejo, y lo hace bien, con un paso adelante en algunas cosas.
Por un lado, loable intento de contar la Argentina de cuatro décadas -desde los sesenta hasta los ochenta- a partir de la historia de un personaje que pasa de la marginalidad al éxito económico y la omnipotencia siempre en el filo de lo legal. Por otro, cierto desorden y énfasis en las actuaciones hacen que el film resulte en general fallido. Hay sin embargo buenos momentos, incluso si el queda a mitad de camino de sus intenciones.
Un hombre que desafío a todos para lograr su único objetivo. Esta es la ópera prima de Gastón Gallo quien ilustra la primera parte con imágenes en blanco y negro, mapas, entre otros datos y lo importante que era el tren (se me cayó un lagrimón recordando la importancia de este medio de transporte cuantos pueblos unía, producción, amores e ilusiones nos brindaba). Aquí todo comienza en 1956 cuando un niño” Tito Pereyra”en Tucumán con su bicicleta corre al tren con la idea de alcanzarlo solo desea irse a otro lugar en busca de una vida mejor y no acepta su vida actual, allí vive humildemente con su hermano Claudio (Roberto Vallejos, de adulto), una madre depresiva y su padre los abandono, estos hechos lo marcan a lo largo de su vida. Su madre finalmente lo lleva a Buenos Aires pero lo deja en un internado, este con el tiempo logra escapar junto a otro compañero, “el pirata” (Favio Posca, adulto, le pone mucho humor) y con el correr de los años lo vemos a este Tito Pereyra (Luciano Cáceres) que no le importa nada, trabaja por una propina, hace changas, lustrabotas y hasta se encuentra con su padre (Lito Cruz) un jugador empedernido, a quien desprecia y no olvida. Pereyra es un ser ambicioso Y excesivo, esto lo lleva a distintas situaciones de vida y el título del film tiene relación con el protagonista. Este es un film con una buena producción, un gran elenco (Luis Luque, Leticia Bredice, Lito Cruz, Juan Acosta, Pompeyo Audivert, Paloma Contreras, Fabio Posca, Roberto Vallejos, entre otros). Paloma Contreras como la novia de la adolescencia y Leticia Bredice como su esposa Elvira, ambas logran su personaje pero aparecen poco; la actuación de Luis Luque muy lograda y soberbia; Luciano Cáceres, se destaca, una interpretación excelente (tiene varios momentos pero me llegaron tres, frente a dos muertes y cerca del final, por razones obvias no puedo dar mayor detalle), y el resto del elenco tienen sus tiempos para enfatizar. Este film habla de una persona que venció todos los obstáculos, su objetivo era ser poderoso, conquistar al mundo, sin medir las consecuencias, se van combinando elementos de acción, drama y suspenso, muestra la población de distintas épocas y va matizando con los colores de esos períodos. Dentro de la ficción, se tocan temas relacionados con la política y la historia de un país, resulta bastante ambiciosa atravesando 30 años de historia, recorriendo diferentes sucesos históricos como la dictadura y los primeros años de la democracia y abarcando tanto tiempo no logra desarrollarse bien (desde 1956 hasta 1989), resulta algo irregular y se producen algunos baches.
Un callejón sin salida Cuando algunos directores argentinos mandan a sus personajes a remotas y solitarias locaciones del Sur para pensarse y pensar en si ser o no ser, Gastón Gallo decidió para su ópera prima tomar el camino opuesto. El realizador y guionista aborda un arquetipo argentino tan arraigado en el imaginario como el buscavidas, mezclado con el chanta, el chamuyero, un ejemplar destacado de la viveza criolla, o como se lo quiera llamar, pero claramente reconocible. Gallo cuenta la vida del protagonista, Tito, desde su origen paupérrimo en Tucumán, a fines de los 50, hasta convertirse en un empresario exitoso en Buenos Aires. Tito, a cargo de un muy correcto y contenido Luciano Cáceres, es todo eso y mucho más. Tito es un personaje complejo, nunca unidimensional, ni inocente ni villano en términos absolutos. Puede bordear o concretar algún delito como el soborno, pero allí hay alguien que se deja coimear, sea un pinche o un alto cargo político. ¿Un juez de la joven democracia lo amenaza y le recuerda que algunas de sus actividades no son lícitas? Tito le recuerda al magistrado su actitud durante la dictadura. ¿Su mujer le dice que se comenta que "anda en cosas raras"? Le responde que él trabaja desde de las 6 de la mañana y le da trabajo a decenas de personas. Como si apelase a la vigencia de "Cambalache" a ochenta años de su estreno, Gallo parece rendir tributo a la letra de Enrique Santos Discépolo. El filme, a pesar de algunas desmesuras de este prometedor director, pone en pantalla una propuesta con un diseño de arte excelente, atento a los mínimos detalles de los años 60, 70 y 80, y con un elenco que responde a las exigencias del guión, además de rescatar a Juan Acosta en un breve y contundente personaje que aporta cierta cuota de humor.
Ambiciones bienvenidas En el panorama del cine argentino actual, Gato negro es una bienvenida rareza. No porque aporte algo significativamente novedoso, sino porque siendo una opera prima su nivel de ambición es bastante poco habitual (incluso para realizadores con una trayectoria), arriesgándose a fallar en no pocos momentos. Si el cine argentino del presente se bambolea entre una producción indie adocenada, efectista y festivalera, el sistema industrial aporta una cuota de conservadurismo absoluto, tanto formal como temáticamente. En ese panorama, el debut de Gastón Gallo se anima a contar casi cuatro décadas en la vida de un hombre, y como telón de fondo la vida de ese país que habita, que es nuestro país: la Argentina, con todos los bemoles que pueden haber existido entre las décadas de 1950 y los 90’s. El combo es seductor por momentos, excesivo por otros y fallido en muchos, pero, como decíamos, bienvenido por animarse a ir siempre por más. El Tito de Gato negro es lo que los norteamericanos llaman un self-made man -como Tony Montana, como Donald Draper- uno de esos tipos que habiendo nacido en medio de una gran pobreza se las arreglan para convertirse en prósperos representantes de su sociedad a como sea. Gallo, entonces, recurre a los tópicos habituales de este tipo de producciones que en filmografías como la norteamericana, por ejemplo, abundan: los orígenes pobres del personaje, la demostración de algún talento que permita el acceso a espacios de poder, su progresivo ascenso en la escala social, su degradación personal una vez en la cima. El director debutante toca todas y cada una de las teclas, aprovechando una muy correcta dirección de arte y un abordaje un poco superficial a la historia del país, pero que le aporta un marco al protagonista: Tito parece estar con todos y a la vez con ninguno, más allá de que de algún círculo de violencia no pueda escapar completamente. La película avanza en aquellos momentos en que la narración es más libre, especialmente en su primera parte -con dejos del Favio popular y salvaje-, que es cuando la alegoría sobre el país no está tan presente, y cuando el personaje se forma y construye sólidamente a partir de sus pérdidas y sus rencores. Luego se dedica a citar momentos históricos del país un poco mecánicamente, aunque nunca deja de ser del todo inquietante el vínculo entre ese protagonista y la violencia institucionalizada. Tal vez el mayor inconveniente radique en que el único personaje constituido con dimensiones es Tito, y los demás son meros elementos que transitan la puesta en escena con el fin de generar acciones o reacciones del protagonista, caso máximo el de la esposa de Leticia Bredice que nunca pasa de ser una peligrosa maqueta. Que esto no resulte misógino se debe a que la película no termina de sentir empatía por su protagonista, al que mira por momentos con fascinación y en otros con desprecio. Aún con sus fallas a cuesta, Gato negro es una producción que cuando pifia es por ambiciosa y nunca por críptica o elusiva. El director decide contar una historia más grande que la vida misma, y elige para eso múltiples recursos expresivos, desde planos secuencia a metáforas visuales, incluso imágenes poéticas para mostrar el delirio de su protagonista y actuaciones que deliberadamente están varios tonos por encima. En cierta forma el film se parece al personaje, ya que ambos buscan cierto tipo de trascendencia que no terminan de hallar. La diferencia radica en que mientras Tito se moviliza por el rencor y la inconsciencia de clase, la película lo hace por una pulsión narrativa siempre consciente de sus limitaciones pero no por eso menos apreciable. Esa apuesta es lo mejor que tiene para ofrecer el director, alguien con un futuro promisorio y que logra en Gato negro un tipo de relato que no abunda en el cine argentino actual.
"La opera prima Gastón Gallo resulta un debut tan ambicioso como el personaje que construye, lo cual tiene un lado positivo y otro negativo..." Escuchá el comentario. (ver link).
La mala sangre Palito Ortega no fue el único tucumano que triunfó en los años sesenta. De los ingenios azucareros también llegó Tito Pereyra, alias Cabeza, que en Buenos Aires supo conquistar al sector librero, a las mujeres calientes y hasta realizó el primer vuelo transpolar de la Argentina para hacer negocios en China y Japón. Todo un logro, lástima que el personaje también se dedicó al contrabando, y lástima que el espectador no pueda seguir esta mini épica más que de modo fragmentario, como si estuviera viendo bocetos. El director Gastón Gallo filma de un modo atropellado: ahora Tito busca empleo; a los cinco minutos ya tiene una fábrica y en otros cinco es padre. Gato negro alude a la inclinación de Tito por los felinos, que utiliza como un talismán. Gallo usa este recurso en modo discontinuo, así como la figura de un padre muerto que revive y atisbos de realismo mágico; pareciera que desea hacer cosas a lo Favio sin parecer obvio, cuando Gato negro sería un gran éxito de haberse hecho al estilo Favio. Los recortes tampoco permiten el desarrollo de los personajes; Luciano Cáceres hace bien su protagónico, pero no logra que el mundo gravite sobre Tito, ese que un día era bolita en los ingenios y una hora más tarde se hizo rico.
"Gato Negro" es una película muy ambiciosa por parte de Gastón Gallo que termina funcionando por el excelente trabajo de Luciano Cáceres, quien da una clase de actuación en este largometraje. Leticia Brédice nos entrega un personaje diferente al que estamos acostumbrados, mientras que Posca, Luque y Lito Cruz dan vueltas cumpliendo con su rol, pero no sorprenden. La película tiene momentos históricos muy bien realizados, pero quizás te mareas un poco. Más allá de todo eso, es una película muy interesante para ver y analizar. Cine argentino con nivel y eso está buenísimo.
La oveja descarriada Dos sustanciosas horas dura la curiosa ópera prima de Gastón Gallo que nos cuenta la historia de Cabeza (así lo llaman los amigos), un pibe del interior tucumano que sueña con vivir en Buenos Aires y al que la película presenta, luego de un fragmento inicial que documenta el trabajo en los ingenios azucareros de la década del cincuenta, doblando una esquina de su pueblo. Después lo vemos con enorme esfuerzo correr con su bicicleta a la par del tren que va hacia la Capital: una carrera que siempre pierde, en el intento de saltar al andén como polizonte. Se llama Tito Pereyra y vive una infancia paupérrima en un hogar lleno de necesidades, donde el padre ha dejado a su esposa y a los hijos. Desde pequeño Tito-Cabeza se manifiesta como una oveja descarriada, tiene un angélico hermano que no parece nunca enterarse de las diabluras de ese indómito Caín, de carácter violento pero, eso sí, con una tenacidad a toda prueba. La primera vez que cumple su sueño de arribar a Buenos Aires, la experiencia es negativa: su madre lo encierra en un reformatorio de mano dura, del que termina escapando en compañía de “Pirata”, otro niño marginal con el que subsisten lustrando zapatos o abriendo puertas de autos, hasta que un hecho puntual los separa y Tito-Cabeza regresa a Tucumán. Un cartel sobreimpreso avisa que corren los años sesenta y el protagonista (Luciano Cáceres) es ya un joven alto y fornido, que busca trabajo en los ingenios, una especie de infierno por los hornos que procesan la caña, alimentados por el esfuerzo de los peones. Su ambición de superar esas condiciones de vida miserables, lo lleva a tomar otros atajos y no vacila en estafar o hurtar hasta regresar al objetivo de vivir en la Capital, aunque sea en una pensión promiscua, donde duerme con los zapatos puestos por miedo a que se los roben. Progresivamente se vuelve un obsesivo del trabajo: empieza limpiando baños, sigue vendiendo alfajores al menudeo, hasta que alcanza un mediano bienestar que tampoco le alcanza: como una sed abrasadora, su ambición crece junto con asociaciones non sanctas y más complejas. La mueca de lo soñado Si en instancias anteriores Tito-Cabeza había rechazado incorporarse a bandas de ladrones improvisados, progresivamente empieza a ganarse la confianza de prósperos estafadores de guante blanco -con trampas financieras y negocios de plata dulce-, a la luz de la importación abierta de principios de los años ochenta, que funden a la industria nacional. La película expone un vergonzante friso delictivo, protagonizado por hordas de pícaros varios que truecan favores por fuera de la ley. Y nadie queda excluido del entrevero, incluyendo militares, profesionales graduados en Harvard o políticos y comerciantes de distintos niveles. El personaje se va transformando en cada cambio de traje y domicilio, hasta acabar en una lujosa mansión, con mucama, esposa enjoyada y un solo hijo, al que llama “rey”, aunque solamente le dedica los retazos de tiempo libre que le quedan entre negocios y viajes, atiborrándolo de juguetes para compensar soledades. Entre el registro documental y un realismo que se vuelve expresionista, con alteraciones y visiones, el periplo continúa entre metáforas obvias, lugares comunes, escenas improvisadas y otras construidas con rigurosidad y maestría. Desbordada, desigual, cambiante, pasional, contundente son la andanada de adjetivos que podrían atribuirse a esta película atípica y arbitraria. Luciano Cáceres asume el enorme esfuerzo del protagonismo y su personaje es convincente pero no conmovedor, algo que sí logra el debutante Santino Gallo, cuando lo encarna en los años infantiles. La moraleja de que el patito feo en el fondo es un cisne y se transformó en un monstruo por las circunstancias no alcanza para justificar al triunfador tramposo, al que le cabe un remate discepoliano a su medida “... somos la mueca de lo que soñamos ser”. El film es una especie de culebrón histórico, con personajes que entran y salen. Al respecto, resultan muy efectivos y profesionales los desempeños de Luis Luque, Lito Cruz, Favio Posca, Paloma Contreras, Pompeyo Audivert y Leticia Bredici como esa mujer florero, vistosa pero inútil, totalmente manipulable por la enfermiza personalidad del protagónico. Incluso con sus desaciertos, la sinceridad y convicción con la que está construida hacen de “Gato negro” una película similar a su protagonista, con la misma ambición narrativa operando en el desarrollo de la historia que siempre interactúa con su propia omnipotencia.
Luciano Cáceres anda loco y enojado Es un intento ambicioso para un director debutante: contar las peripecias de un tipo singular, Tito Pereyra, nenito en Tucumán, trepador en Buenos Aires, sufrido y sufridor, violento, omnipotente, ligero, desalmado, le gusta andar por la banquina y se las cree. La historia hace agua por varios lados y sólo la buena ambientación consigue darle cierta veracidad. No están mal las estampas de la niñez en Tucumán, pero se demora demasiado. Y el guión no explica cómo ese vendedor de alfajores llegó tan alto y en tan poco tiempo. El final se ve venir y todo respira un aire trágico y algo grandilocuente. De cualquier manera, algunos momentos están bien resueltos, aunque peca otra vez –como mucho film nacional- de querer meter por la fuerza la historia del país en medio del drama de sus personajes. Empieza como una viñeta costumbrista y va girando hacia el testimonio histórico y el thriller. Abarca más de lo que aprieta, pero tiene aciertos parciales a la hora de pintar la vida en las orillas.
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Las ambiciones de Gato negro tampoco son pequeñas. El director invita al espectador a ponerse en los zapatos del personaje evitando cualquier juicio de valor. Los recursos técnicos aplicados a la película brillan como en una superproducción. Y, finalmente, actores de prestigio y reconocimiento popular se prestan al juego al apropiarse de la historia, incluso los que no tienen más que una o dos escenas en el film. Así, amparado en el apoyo de generosos productores y el buen trabajo de figuras como Luciano Cáceres, Leticia Brédice, Luis Luque y Lito Cruz, Gastón Gallo da inicio a la que podría ser una carrera sostenida como director de cine.
Ya sé que estoy piantao. El cine argentino tiene aún varios desafíos que enfrentar en lo que respecta a largometrajes. Sin embargo, de a poquito va decantando muchos productos que colman las expectativas tanto de realizadores y productores, como de espectadores. En esa línea se encuentra Gato Negro, un film dirigido por Gastón Gallo y protagonizado por un ENORME Luciano Cáceres. En primer lugar sorprende gracias a que abarca unos 40 años de tiempo a lo largo de toda la trama. Eso implica cambios drásticos en el vestuario, la fotografía, el diseño de producción, y lo más complicado de todo, la realidad político-social argentina durante cada una de esas épocas. La película comienza cuando Tito (Cáceres) es apenas un niño tucumano rebelde, cuyo único sueño es dejar atrás su ciudad natal y trasladarse a Buenos Aires, donde todo lo que él desea podrá volverse realidad. Pero, pese a su valentía y decisión, necesitará tiempo y trabajo hasta que la suerte se ponga de su lado y a su depresiva madre se le presente una oportunidad laboral en tierras porteñas. La llegada a la capital no es para nada lo que Tito anhelaba, ya que es metido en un colegio pupilo, donde su rabia por un padre ausente apenas cesará una vez que decida escapar de ese lugar, intentando dejar rezagado un pasado pueblerino que nunca termina de convencerle. A partir del momento en que el joven decide comenzar a correr un camino que parece no tener rumbo, todo en su vida serán oportunidades que sabrá aprovechar como buen campesino interino, humilde y perseverante. Así es; Tito jugará en las grandes ligas, consiguiéndolo todo a fuerza de trabajo duro y algún que otro ‘tejemaneje’. Casa, auto, esposa, hijo, empresa… Más de lo que el pibe se animaba a aspirar. Pero no todo lo que brilla es oro en la vida de cualquiera de nosotros, y es por eso que más de un gato negro se le cruzará por delante al protagonista, poniéndole varios obstáculos familiares, sociales y laborales. Texto Se trata de una metáfora de la vida misma y de un retrato social que se enfoca sobre todo entre los años 60 y 80, en nuestra golpeada Argentina. Personalmente la recomiendo fervientemente; se trata de un producto osado, que asume riesgos, muy bien actuado y con un trabajo de producción verdaderamente notable. Luciano estrena un acento tucumano excelente, lentes de contacto oscuros y una energía impresionante a la hora de plasmar su personaje; sin duda, es el alma de la película. Denle la oportunidad a Gato Negro porque es otra de las apuestas locales que sorprende. Tiene drama, tiene acción, tiene humor, tiene historia y hasta tiene ‘poesía’. Completan cartel: Lito Cruz, Luis Luque, Leticia Brédice y Favio Posca, entre otros. Y no puedo no mencionar el elaborado trabajo con los niños, una regla difícil de romper a la hora de hacer cine. Mismo pensamiento para con la banda sonora, la cual muchos directores obvian cometiendo el grave error de dejar a un lado la música, uno de los condimentos más importantes a la hora de mover emociones en el espectador. Y ya sé que suena feo, pero lo voy a decir igual; ¡Suerte Gato!
La ópera prima de Gastón Gallo llega a los cines con una biopic apócrifa protagonizada por Luciano Cáceres y con la participación de Luis Luque, Leticia Bredice, Lito Cruz y Favio Posca. Del interior a la Capital Tito es un chico de un pueblito de Tucumán que fue criado, junto a su hermano, por su madre en la pobreza más absoluta. Pero estas limitaciones no concuerdan con sus ambiciones y conlleva a que el pequeño sea un rebelde difícil de criar, por lo que deciden llevarlo a la ciudad e internarlo en un orfanato. En ese lugar forja una amistad con otro interno apodado “Pirata”, un pequeño pillo que lo aviva un poco a Tito en su estadía y con el cual escapan y se las arreglan para subsistir en la calle. Ya más grande, Tito (interpretado por Luciano Cáceres), comienza a ambicionar un porvenir próspero desde muy abajo, conviviendo con ladrones (liderados por el personaje de Luis Luque), reencontrandose con Pirata (interpretado de adulto por Favio Posca) y así jugando todo el tiempo en una delgada línea que lo llevará a una codicia desmedida. Eh Gato! “Gato Negro” tiene varios aciertos, sobre todo en su calidad de imagen. La dirección de Arte a cargo de María Eugenia Sueiro y la de Fotografía realizada por Claudio Beiza es realmente destacable ya que representan de manera impecable cada una de las épocas en las cuales se va desarrollando el relato. Asimismo, la película, posee unos movimientos de cámara sumamente prolijos y un montaje de género acordes. En cuanto las actuaciones podemos decir que el desempeño de Luciano Cáceres está muy bien en el rol de Tito, su primer protagónico importante, y es un actor que película a película va mejorando. Después nos encontramos con actores los cuales ya nos tienen acostumbrados a sus buenas performances como Favio Posca, Luis Luque, Leticia Bredice y Lito Cruz que acompañan y por momentos opacan al protagonista. El mayor inconveniente de “Gato Negro” es su guión ya que al tratarse de una suerte de biopic apócrifa, carece notablemente del poder de síntesis propia de este tipo de películas. Es un film pretencioso, y no porque quiera revolucionar el cine nacional, sino porque busca ser abarcativo y trata de narrar demasiadas secuencias en la vida de Tito y eso conlleva a un cúmulo de situaciones que hacen perder los puntos fuertes y el in-crescendo de cualquier guión de género. Conclusión “Gato Negro”, la ópera prima de Gastón Gallo, es una película que si bien tiene una calidad a la cual no solemos estar acostumbrados en el cine nacional, presenta deficiencias a nivel narrativo que no permiten un disfrute de la película. De todas formas siempre es bueno que si tienen la oportunidad, evalúen por ustedes mismos qué les pareció.