Una historia fuerte, sólida y muy bien actuada por todos sus protagonistas, especialmente por Tobey Maguire, que hace un trabajo soberbio. Si leyeron mi crítica anterior de Un sueño posible (The blind side) donde doy mi opinión sobre...
"Brothers" es la remake norteamericana de la película danesa "Brodre", sobre la cual escribí mi comentario hace un tiempo... http://martinocine.blogspot.com/2009/11/brdre.html El director Jim Sheridan ("My Left Foot", "In the Name of the Father", "The Boxer") respeta la versión original a rajatabla y no la destruye como suele pasar con las remakes que se hacen en Estados Unidos. La única razón para rehacerla es acceder al publico norteamericano, que no suele ver cine extranjero subtitulado. Habiendo visto "Brodre" hace poco tiempo y considerando que la mayoría de las escenas se repiten tal cual son en la original, no me aporto nada nuevo. Muchos de los comentarios que hice sobre "Brodre", también se aplican a esta. La versión original es superior principalmente por el elenco elegido. En esta versión norteamericana los tres actores principales son muy jóvenes, lo que le quita realismo a la historia. Natalie Portman, a pesar de tener una buena actuación, le faltan un par de años para interpretar a la madre de dos nenas. Jake Gyllenhaal tiene demasiada cara de bueno y blando para el rol del hermano ex-delincuente. Tobey Maguire logra la actuación mas convincente de los tres, como el soldado trastornado tras volver de la guerra. Maguire es un buen actor, que le cuesta encontrar roles luego de quedar encasillado con las tres "Spiderman". Considerando los desastres que suelen ser las adaptaciones norteamericanas del cine extranjero, esta versión es muy fiel a la original, aunque para ver una recomiendo la danesa.
Regreso sin gloria En 2004, la danesa Susanne Bier -una directora ya "adoptada" por Hollywood- rodó un drama psicológico sobre un militar de su país secuestrado por la guerrilla afgana tras la caída de un helicóptero durante una operación en esa región. Para sus superiores (y, por lo tanto, para sus familiares), él muere en acción, pero luego de sufrir un largo cautiverio y una experiencia límite (incluso desde lo moral), regresa al hogar, donde su díscolo hermano, la oveja negra de la familia recientemente salido de la cárce, había comenzado a entablar una relación cada vez más íntima con su esposa y sus dos hijas. La misma historia -por momentos, casi toma por toma- es la que cuenta ahora el irlandés Jim Sheridan (En el nombre del padre, El boxeador) en esta remake hollywoodense. La tensión emocional (y erótica) es similar, la mirada desoladora sobre los efectos externos e internos de la guerra se mantiene, pero -sin embargo- el resultado de esta nueva versión es menos interesante: mientras Bier mostraba una gran ductilidad en la puesta en escena y los actores brillaban en toda su dimensión con personajes muy exigentes, aquí -a pesar de contar con un notable DF como Frederick Elmes (colaborador de David Lynch en sus primeros trabajos),- Sheridan propone una narración bastante elemental, por momentos cercana a la de un telefilm o un culebrón, mientras que ninguno de los tres protagonistas (Tobey Maguire, Jake Gyllenhaal ni Natalie Portman) resulta un gran hallazgo de casting. Es el ex Hombre Araña el que luce más perdido -sin el physic du rol apropiado- en el papel del militar que regresa a casa con bastante más pena que gloria. De todas maneras, se trata de un film atendible, con riesgos asumidos y no pocos hallazgos, dentro de una factoría como la hollywoodense que suele huir de los dramas adultos sobre las aventuras bélicas de las grandes potencias.
Las esquirlas de un drama familiar No es novedad que Jim Sheridan es un director que filma esporádicamente, pero cuando aparece, no deja indiferente al espectador. Hermanos, remake de una película danesa, no es la excepción. El director de Mi pie izquierdo y En el nombre del padre afrontó dos riesgos: uno, rehacer un film y, el otro, despegar la imágen de Tobey Maguire del personaje de El hombre araña. Hermanos es un drama sólido, intenso, bien actuado, que mueve las piezas de una familia como si se tratase de un juego estratégico de guerra. Sam (Maguire), un sargento de la marina es enviado a Afganistán y su mujer (Natalie Portman) se queda al cuidado de sus hijas. También está el hermano de Sam, Tommy (Jake Gyllenhaal), un chico conflictuado y con problemas de relación. Todo estalla cuando Sam muere en el exterior y su ausencia genera una aproximación sentimental entre la esposa y su cuñado. ¿Y si verdaderamente Sam no está muerto?. Intrigante, dura en su exposición de las relaciones entre padres e hijos, la película atrapa y explota como si fuera una bomba de guerra, dejando heridas por las esquirlas que desparrama. Y con seres confundidos y al borde de la locura. El trabajo de Tobey Maguire, quien navega entre la lealtad, la hombría y la locura, es impecable. Ha bajado varios kilos para componer su personaje. Jake Gyllenhaal (Secreto en la montaña) también tiene a su cargo un personaje difícil, con varios pliegues dramáticos (los constantes roces con su padre) y lo hace correctamente. Pero la que sobresale es Natalie Portman con un rol impecable: una mujer atrapada entre los corazones de dos hermanos. Drama de costados bélicos (las escenas de Sam encerrado en un pozo es inquietante y mucho más la determinación que debe tomar con su compañero), en el que la presión es constante y prepara el campo para el alboroto familiar.
Todo queda en familia Basada en la película homónima de Susanne Bier, Hermanos (Brothers, 2009) trabaja por partida doble la revinculación, tanto en su faceta afectiva como social. Más tersa y reposada que su hermana mayor, aunque también más irregular y despareja, el opus siete del irlandés Jim Sheridan tiene un gran trabajo actoral de Tobey Maguire, en el rol de su vida. El Capitán Sam Cahill se prepara para retornar a la indómita Afganistán. En su Norteamérica natal quedarán su hermano (Jake Gyllenhaal), de reciente liberación carcelaria, junto a sus padres –él, veterano de Vietnam, no esconde la preferencia por el “servidor de la patria”-, una preciosa mujer (Natalie Portman, radiante aun de entrecasa) y las hijas pequeñas. Las promesas de retorno se esfuman cuando un RPG encuentra su destino en la cola de su helicóptero. Sin registro corpóreo del deceso, la desaparición en acción deviene en la aceptación de su muerte. Pero las estadísticas no siempre aciertan, y cuando Cahill sea liberado y retorne a su hogar, las cosas ya no serán como supieron ser. Seamos claros: no debe existir actor de Hollywood que no anhele ponerse en la piel de Sam Cahill, papel que aquí le tocó en suerte a Tobey Maguire: es ley tácita que las interpretaciones de veteranos de guerra –junto con las de discapacitados- son magnéticas a los premios y a la atención de la crítica especializada (vean sino el proceder del personaje del héroe de acción de Ben Stiller en la perfecta Una Guerra de Película). Sin embargo, el protagonista de El hombre Araña cumple y con creces. Sólo una parte de su ser vuelve de Oriente Medio. Incapaz de reír, agresivo, herido de muerte en su alma, Cahill mira sin ver, es un hombre ido, un muerto en vida. Resulta interesante que en plena desorientación acuda a las fuerzas armadas para pedir la reincorporación al servicio, acción que le otorga a la película de Jim Sheridan una faceta política ausente en Brødre (2004). De refilón y quizá de forma involuntaria, el irlandés flanquea la adicción que genera la guerra en quienes la vivieron en primera persona, temática que le permite dialogar con la ganadora del Oscar, Vivir al Límite (The hurt locker, 2008). Cómo el William Jones de Jeremy Renner, el Cahill de Maguire necesita la adrenalina de la batalla, el resoplido constante de la muerte que acecha para seguir viviendo. Es en la acción que encuentra el oxígeno de su cuerpo, la nueva razón que motoriza su existencia. No sería descabellado pensar que la ira del veterano no sea una manifestación de las secuelas psicológicas de la guerra sino que, quizá, es el primer síntoma de abstinencia de esa peligrosa droga. La construcción del vínculo entre la esposa del soldado y su hermano ex convicto también difiere. Bier retrataba a Jannik (Nikolaj Lie Kaas) como un ser hosco, despectivo y hasta agresivo con sus sobrinas, que recién luego de comenzar una relación más afectuosa con su madre (Connie Nielsen, Sarah) comienza a acercarse a ellas. Hay en todo el metraje sólo una escena donde tío y sobrinas juegan, se divierten. La preferencia se construye de forma más abrupta, menos gradual que en el film de Sheridan. Allí, en cambio, el director de Mi pie Izquierdo (My Left Foot: The Story of Christy Brown, 1989) y En el nombre del padre (In the Name of the Father, 1993) parte desde ese mismo punto de partida para luego retratar cómo lentamente Michael ocupa el espacio paterno. Desde la cimentación durante la cocción de los panqueques hasta la confección del muñeco de nieve, el beso entre éste y Grace es una consecuencia de ese nuevo rol que ocupa: Sarah encuentra en Jannik la posibilidad latente de una pareja; Grace la de un padre. El juego de las diferencias culmina con el aspecto formal y narrativo del díptico. Menos preciosista y más ríspida, de una puesta en escena más “casual”, con una cámara en mano más urgente, Bier estaba lejos de priorizar la empatía espectador-personaje, aspecto que prima su par norteamericana. Los primeros minutos de Hermanos apelan a cada sentimentalismo y lugar trillado existente cuando de delinear un personaje sacado de una matriz genérica se trata. Cahill es un paradigma con patas: buen padre, devoto esposo, soldado responsable, casa impecable, su tragedia es también la de quien mira. De allí la irregularidad del relato, que levanta vuelo cuando se despoja de esa matriz rígida y le da vuelo propio a las criaturas que habitan en ese mundo. Más allá de alguna moralina norteamericana demasiado notoria, Hermanos es una película noble y por momentos sincera, la historia de un hombre que en la guerra no perdió su vida, sino algo mucho más importante: la cordura.
No pude ver Hermanos, la película de la danesa Susanne Bier en la que se basa el film del mismo nombre dirigido por Jim Sheridan, pero me la imagino bastante más rigurosa y mucho menos gruesa que la versión estadounidense, que sufre varias de las taras del peor cine mainstream: la música extradiegética, incluso cuando ayuda a establecer un clima particular, es invasiva y subraya una enorme cantidad de escenas; la voz en off es despareja y su única función es la de aclarar algunos pasajes al principio y al final de la historia para hacer más comprensible el relato; muchas escenas explotan sin reparo a dos nenitas y se aprovechan desvergonzadamente de sus caras, ya sea para construir humor (cuando juegan, se ríen o hacen puchero) o drama (lloran, se arrepienten, se angustian). La presencia casi constante de la música es algo que puede llegar a disculparse: varias canciones (sobre todo las del principio) están bien y, cuando acompañan ayudando a imprimirle algo de espesor dramático a las imágenes, la banda de sonido funciona. Incluso el uso excesivo de los primeros planos es algo que, al menos esporádicamente, suma: hay veces en las que Hermanos parece ser un documental del rostro bellísimo de Natalie Portman y una exploración de los gestos erráticos y las formas amenazantes de la cara del escuálido Tobey Maguire; se trata de imágenes que, en su belleza y deformidad respectivamente, se repelen y complementan a la vez. Pero los primeros planos de las hijitas del matrimonio Cahill (la pareja Maguire-Portman) ya son otro tema: no existe tal cosa como un decálogo de lo que puede hacerse o no en cine, pero todos saben (sabemos), al menos desde Truffaut, que hay imágenes que deben ser repudiadas porque apelan de manera traicionera a lo más profundo de nuestra sensibilidad. Así, decía el director de Los 400 golpes, hay cosas que no se pueden filmar, como chicos sufriendo o gatitos (no es de extrañar que Truffaut sea considerado el primero –aunque antes estuvieron Melville y Rossellini- que supo filmar chicos respetándolos y sin recurrir a golpes bajos). Sheridan, en un gesto marcadamente oportunista, recala demasiado en las expresiones de las dos nenas, las hace parecer tiernas y dulces hasta el extremo o se sirve de ellas como un disparador de las emociones más básicas (¿cuánta gente puede resistirse a la carita de una nena llorando y pidiendo disculpas?). Fuera de eso, que es insoslayable y condena irremediablemente a Hermanos, la película de Sheridan cuenta con buenos personajes y sus actores despliegan actuaciones muy rescatables: especialmente Tobey Maguire, que aunque tiene un papel que invita a una gran caracterización, consigue que en algunos momentos su interpretación se vuelva realmente tenebrosa; sin contar los estallidos del final, que seguramente constituyan la explosión actoral más impresionante del año. Lo cierto es que de no ser por los excesos de la música, las irrupciones a destiempo de la voz en off y el abuso descarado de las nenas, Hermanos podría ser una película más o menos correcta, entretenida y con algunas zonas oscuras interesantes.
Hermanos es un estreno que va ser disfrutado por los afortunados espectadores que hasta ahora evitaron ver el trailer, ya que los productores idiotas de este film permitieron que el avance te contara de manera cronológica toda la película. Increíble. Si vistes el avance ya sabés por donde viene el final. No importa que no sea un thriller, realmente es un desastre lo que hicieron con el trailer. Lo cierto es que la falta de creatividad y vagancia que hay en Hollywood por estos días genera que la remakes ya no se hagan de filmes clásicos, como solía ocurrir en el pasado, sino de producciones recientes. En este caso Hermanos es un refrito de la película danesa protagonizada por Connie Nielsen (Gladiador) en el 2004 que pueden conseguir en los videos clubes. La historia es un buen drama que habla sobre los efectos psicológicos que causa la guerra en las personas que intervienen en estos tipos de conflictos. Si bien no está ni a palos a la altura de El Francotirador, la obra maestra de Michael Cimino con Meryl Streep y Robert De Niro, que trabajó este tema de una manera más cruda, la trama ofrece una muy buena historia que en ambas versiones se destaca por el laburo de los protagonistas. En el caso de la remake, el trabajo de los actores (Tobey Maguire principalmente) son quienes reman como dioses este refrito dirigido por un cineasta en decadencia como es Jim Sheridan. En el pasado hizo grandes filmes como En el nombre del padre, El Boxeador y En América, pero en los últimos años volcó por completo por motivos que son un misterio. Primero con la patética biografía del rapero 50 Cent (Get Rich or Try Die Tryin´), un desastre que no parecía dirigido por él y ahora con este refrito donde calcó prácticamente el trabajo de la directora danesa Susanne Bier. Es difícil objetarle cosas a este estreno porque es prácticamente igual a la producción danesa que ya brindaba una buena historia. La única diferencia entre la versión original y la remake es que en el refrito hollywoodense cerraron más la historia en algunas cuestiones argumentales como para que el público norteamericano entienda bien la historia. La versión danesa deja algunas cuestiones relacionadas con el personaje que interpreta Maguire más abiertas. Después es la misma película. No está mal pero Sheridan trabajó sobre un terreno seguro al copiar la obra de otra artista y no ofrece nada original en su versión de la historia. Un drama correcto por el que cobró su cheque y siguió adelante con otro proyecto.
Triángulo de ausencias Los hermanos Sam (Tobey Maguire) y Tommy Cahill (Jake Gyllenhaal) no podrían ser más distintos. Tommy transitó una adolescencia rebelde y se convirtió en delincuente, la oveja negra de la familia; Sam, en cambio, superó los conflictos y se convirtió en la luz de los ojos de su padre (Sam Shepard) eligiendo volverse un Marine como él. Tommy sale de la cárcel y se encuentra con que su hermano ha hecho una buena carrera, además de mantener una familia feliz con su novia de la adolescencia, la bonita ex porrista Grace (Natalie Portman). Pero todo cambia cuando, en mitad de una misión y a los pocos días de reencontrarse con su hermano, Sam desaparece en territorio afgano luego de que su helicóptero es derribado. Lidiando con el dolor de la familia y el propio, Tommy comienza a hacerse del lugar que nunca tuvo en la vida de su decepcionado padre y de sus sobrinas, a la par que Grace se reconcilia con este cuñado conflictivo pero de buen corazón. No tardará en surgir entre ellos una cálida y pospuesta atracción. Pero en el momento justo, regresa el hijo pródigo (que no estaba muerto, sino secuestrado por talibanes) y las cosas toman un cariz turbio; ni la casa, ni Sam parecen ser los mismos. En esta remake de la notable cinta de Susanne Bier, estrenada limitadamente en Argentina, el director de "Mi pie izquierdo" y "En América" sale de un ostracismo de cuatro años y nos recuerda cuáles son sus especialidades. La obsesión, la perturbación, la relación de una familia como un todo por sus partes y la esperanza de una redención que no siempre es subjetiva, sino que queda a cargo del espectador. En este caso, trabaja con material sensible al público norteamericano pero trata de darle un mayor relieve a la colateralidad del conflicto bélico, antes que a la sensiblería que este tema pueda generar. Consigue así un filme de buena factura, sólido en el aspecto técnico y actoral. Podría haber sido mejor sin tanta referencia obvia y remanida a la intervención estadounidense en Afganistán, que habría ganado sus buenos puntos con algo más de sutileza. Recursos que se derrochan en los personajes de Gyllenhaal y Portman (algunos planos que revelan la excelencia de Sheridan en la exploración de personajes) le quedan cortos a Maguire, que excepto por sus expresiones trastornadas post-conflicto es un personaje áspero, poco querible en el sentido cinematográfico de la palabra y bastante más molesto que perturbador.
La mujer del medio Remake made in Hollywood de la potente película danesa, con un poderoso elenco. Si hay algo que el cine danés ha hecho, y con lo que se ha ganado defensores y detractores a ultranza, es examinar las relaciones de pareja y familiares hasta deshilacharlas. Todo parece estar podrido en Dinamarca, de acuerdo a las obras de Lars Von Trier, Thomas Vinterberg y Susanne Bier, de quien el irlandés Jim Sheridan abordó Hermanos para una remake made in Hollywood, con un elenco poderoso. Tal vez nunca mejor utilizado el término remake para referirse a lo que el realizador de Mi pie izquierdo hizo con el original de 2004. El propio director lo ha manifestado: hay escenas que son un calco desde las puestas de cámara, los diálogos. Lo que le falta a esta historia del soldado que vuelve de la muerte y se encuentra con (o, mejor, cree) que su hermano lo engañó con su esposa es la potente intensidad y el dramatismo que alcanzaba la película de la directora de Corazones abiertos. Hasta la guerra a la que parte Sam (Tobey Maguire) es la misma: Afganistán. Poco antes de ir al frente, su hermano (Jake Gyllenhaal) sale de prisión. Cuando el helicóptero en el que viaja Sam sea derribado y las patrullas no encuentren rastros de su cuerpo, el Ejército lo dará por muerto. Y la esposa (Natalie Portman) y sus hijitas poco a poco irán encontrando consuelo en el cuñado y tío. Pero Sam no murió, sino que fue capturado, torturado y regresará a casa tras haber vivido en carne propia un hecho que le revuelve las tripas y cuestiona su ética. No era -ni es ahora- Hermanos una película sobre la moral. Sheridan prefiere descansar en las miradas y algún diálogo alrededor de una mesa para marcar los frentes de conflicto, y a veces, extralimitarse. Habiendo chicos de por medio, toda la historia va tomando ribetes que nunca llegan ni a codearse con el patetismo, pero que rondan la catástrofe que se avecina. Donde Sheridan vuelve a hincar el diente es en la familia. El padre de Sam, interpretado por Sam Shepard, es un modelo rústico de militar y pater familiae patriótico y machista. Si Maguire sorprende en un rol completamente alejado a todos los que le vimos al a esta altura ex Hombre Araña, es la ductilidad y sutileza con que Portman se entrega a Grace lo que ayuda a que Hermanos llegue a buen puerto. Gyllenhaal sabe cómo jugar a la ambigüedad, aunque el borrachín a veces le salga excedido etílicamente.
Pálida remake de un film danés Jim Sheridan falla en la adaptación de esta historia sobre dos hermanos opuestos En 2004, la danesa Susanne Bier reflexionó en Hermanos sobre cómo una guerra que se desarrolla a miles de kilómetros de distancia puede trastornar bruscamente la vida de una familia y reavivar viejos y sordos conflictos nunca antes resueltos. Cinco años después, Jim Sheridan propone esta remake que sigue bastante al pie de la letra la historia original, aunque subrayando el tema de los daños colaterales e introduciendo algunas variaciones que debilitan el engranaje dramático. La comparación es inevitable. La historia habla de dos hermanos: uno, Sam, el hijo modelo, orgullo de su padre, casado con la chica más linda de la escuela y padre de dos hijas, se ha integrado a los marines para luchar en Afganistán (en el original, iba a cumplir tareas de reconstrucción). El otro, Tommy, acaba de salir de la prisión, donde estuvo encerrado por un robo que parece haber sido una travesura juvenil (en la versión danesa era la típica oveja negra: bebedor, violento e irrecuperable). Cuando el soldado es dado por muerto (en realidad, es prisionero de feroces talibanes), Tommy experimenta una total metamorfosis y asume de algún modo el papel de su hermano en un inesperado intercambio de identidades. El drama, obviamente, estallará cuando el equívoco se resuelva y el hijo pródigo regrese tras haber vivido experiencias terribles que lo marcaron para siempre. Culpa, perdón, incomprensión, malentendidos y celos se mezclan confusamente, mientras se desliza alguna duda sobre la legitimidad de la presencia de tropas norteamericanas en Afganistán. El guión de David Benioff es sólo el primero de los errores culpables de esta remake frustrada. Los personajes se explican por sus palabras y no por sus acciones. El diálogo (sobre todo el puesto en boca de las chicas) es tan elemental como poco creíble. Sheridan dirige con una chata calma que se parece a la indolencia, y el elenco (excepción hecha de Sam Shepard y Carey Mulligan) sufre las consecuencias de un casting despistado (Maguire, Gyllenhaal), o de la franca inexpresividad (Portman). En tales condiciones, no hay drama que conmueva por mucho histrionismo que se intente exhibir hacia el final. Todo suena falso e impostado. Difícil comprometer el ánimo del espectador con armas tan débiles.
Un melodrama que no se anima a decir su nombre Hace menos de un lustro, una película danesa del mismo nombre, dirigida por Susanne Bier (la primera discípula del Dogma inventado por Lars Von Trier en abandonar su famoso Decálogo) propuso un drama familiar con la invasión a Afganistán como telón de fondo. ¿Qué pasa con esos soldados que parten hacia una guerra lejana y ajena cuando vuelven a casa? ¿Pueden acaso ser los mismos? Alguien en Hollywood supuso que era una buena idea comprar el guión de la película original –tan sólido y previsible como una vieja obra de teatro– y volver a filmarlo en inglés, tal cual, casi línea por línea, con la única variante de poner dos o tres nombres relativamente famosos al frente del elenco. Quizás incluso se la tomara como una película seria, comprometida, capaz de pelear algún lugar en el Oscar. Pero aquello que en los papeles prometía una de esas historias “de hondo contenido humano” que suele fabricar Hollywood no pasa de ser siquiera una suerte de “película de la semana” como las que se cocinaban para la televisión un par de décadas atrás. No es que la película danesa fuera una obra maestra, pero la directora original no sólo sabía manejar los pequeños momentos, en apariencia intrascendentes pero reveladores, sino que contaba con un elenco particularmente macizo, capaz de darles vibración aun a los momentos más predecibles. No es el caso de esta chata remake dirigida por el irlandés Jim Sheridan, un director que nunca fue muy talentoso pero que mientras trabajaba en su país se las ingeniaba para hacer un cine si no menos convencional sin duda más logrado, como todavía hoy lo prueban Mi pie izquierdo, En el nombre del padre y El boxeador. El primer error es de casting e involucra nada menos que al protagonista. Se supone que Sam es el hombre fuerte de la familia, un militar de carácter firme, siempre seguro de sí mismo. Es joven, tiene una bella mujer (Natalie Portman) y dos pequeñas hijas. Su padre (Sam Shepard), veterano de Vietnam, está orgulloso de él, como siempre lo estuvo, tanto cuando era un joven atleta y practicaba fútbol americano como cuando lo ve partir hacia una misión especial en Afganistán. Pero lo que aparece en cámara es un Tobey Maguire tan flaco, triste y desteñido que no sólo es difícil de creer que alguna vez haya atrapado siquiera una pelota sino incluso de que Sam Raimi lo haya hecho célebre como El hombre araña. Por eso la película crece, un poco al menos, cuando el ejército estadounidense lo da por muerto en acción y cobra protagonismo la figura de su hermano, Tommy (Jake Gyllenhaal), que acaba de salir de la cárcel y parece la oveja negra de la familia. Tommy empieza a tomar responsabilidades, a acercarse a la casa, a sus sobrinas... y sobre todo a su cuñada. Hay algo del orden del melodrama en Hermanos: el destino que se interpone cruelmente en la vida cotidiana, el despertar de una relación que no se atreve a decir su nombre, el conflicto de una mujer que sigue amando a su marido aunque lo cree muerto. Pero es un melodrama que no se anima a ser tal, un poco como sucedía también en el film original. El tema de la culpa, la sombra de aquello que Sam llegó a hacer en Afganistán para volver a su hogar, parece querer interponerse, pero nunca lo suficiente tampoco como para que alguien –el personaje, el espectador– se pregunte, en primer lugar, por qué el ejército de su país está peleando a 20 mil kilómetros de su casa. En todo caso, queda claro que los malos de la película siguen siendo los talibán, “esos barbudos” (como los identifica claramente una de las niñas), y que si no existieran nada habría alterado la armonía familiar.
El desquicio de la guerra pudo con todo La versión estadounidense del film de la danesa Susanne Bier, en manos de Jim Sheridan, baja la tensión sexual entre dos hermanos y una mujer. Empujada por un público provinciano que se niega en redondo a ver películas que no sean de su propio país, Hollywood volvió a filmar Brodre, film que en 2004 había hecho la danesa Susanne Bier. Para eso contrató a un experimentado director irlandés, Jim Sheridan (Mi pie izquierdo, En el nombre del padre) y le encargó la traducción de un drama intimista con ecos bélicos. El capitán Sam Cahill (Tobey Maguire), esposo de Grace (Natalie Portman), antes de volver a la guerra en Afganistán tiene que pasar a buscar a su hermano, Tommy (Jake Gyllenhaal) que sale después de una temporada en la cárcel. Queda claro desde el principio que el ínclito Sam es el bueno-bueno-bueno de la familia, el sacrificado que continúa la estirpe militar del padre (Sam Shepard) en contraposición al díscolo y simpático Tommy. Sam va a la guerra y la película comienza a funcionar en paralelo. Mientras Sam cae prisionero en campo enemigo y es mantenido en reclusión, en el pueblito americano creen que ha muerto y eso revoluciona la casa de Grace, que se asume como viuda. Tommy, querible y tarambana, va entrando en el corazón de las dos pequeñas hijas de su hermano. De allí a la intimidad con su cuñada, débil por su presunta viudez, hay un paso que la película se encargará de dilucidar si dan o no dan. Con un pie en la desolación total de Afganistán y otra en la reconstrucción de Tommy, Grace y las nenas, la película prepara lo que el espectador ya sabe: todo va a explotar cuando Sam vuelva al pueblo, cosa que irremediablemente acontecerá. Lo que no es predecible es el instante, atroz y definitivo, que Sam protagoniza en Afganistán muy poco antes de volver, que da vuelta los roles y pone en tela de juicio toda la base moral de los personajes hasta ese momento. La versión Sheridan de Brothers, entonces, se dedica a bucear en las consecuencias de la guerra sobre Sam, mucho más que la versión danesa, que explotaba en sensualidad en ese triángulo atípico, de dos hermanos enamorados de la misma mujer ,que corresponde a los dos. Sheridan quita del medio toda tensión sexual y pone el foco en el desquicio que el horror afgano provocó en el capitán Cahill. Lo cual hace que la relación entre esposa y hermano pase a un segundo plano, desperdiciando un eje que la versión original privilegiaba. Hay una escena muy bien lograda: la cena de cumpleaños de una de las nenas, en donde la tensión va en aumento hasta hacerse insoportable, pero la explosión de Maguire es exagerada y autocomplaciente, una exigencia que el muchacho araña se tomó tan en serio que terminó solemnizando. Al descargar todo el peso del drama en las consecuencias de la guerra, hay un costado humano que se pierde y se termina desdibujando la actuación de la verdadera revelación del film, Jake Gyllenhaal. Es interesante observar cómo esta interpelación al público americano pasó inadvertida en la última entrega de los premios Oscar. No obtuvo ni una sola nominación.
Cuando se estrena una remake estadounidense de una película clásica o de alguna que no sea de Estados Unidos, es inevitable hacer una comparación con la película original, que generalmente, supera a la remake. Hay casos aislados de versiones que superaron o igualan en calidad a la anterior, ya sean fieles o apenas inspiradas. No vi la película original de Bier. Se trata de una deuda pendiente. Hace tiempo que la vengo postergando… desde el momento en que se estrenó. Pensé que esta debía ser la oportunidad ideal, una excusa para armar un crítica comparativa. Sin embargo, al notar que los demás críticos, no pueden ver objetivamente esta versión de Sheridan, porque se le viene a la memoria la película danesa, tomé la decisión de seguir postergándola para armar una nota genuina. Es cierto, que si se tratara de otro realizador, probablemente me gustaría compararla, pero al tratarse de Jim Sheridan, un director con una notable filmografía, distinguida marca autoral, prefiero venerar la manera en que Sheridan, hace propia una historia ya filmada. Durante la guerra de Irak, Sam Cahill, un capitán estadounidense (Maguire), es tomado como rehén de los talibanes en Afganistán. Su familia y el ejército lo dan por muerto. En su casa, su hermano Tommy, un ex presidario, la oveja negra de la familia, trata de ocupar el lugar del mayor: para compensar sus “faltas” del pasado, cumple el rol de padre y marido ausente. Pronto, Tommy muestra su perfil más vulnerable y sentimental, las hijas de Sam lo aprecian, y el resentimiento, que Grace, la esposa de Sam, sentía hacia él, se van disipando. Entre ambos se cosecha una relación que empieza a traspasar la barrera de simples cuñados. El problema surge cuando Sam es liberado y vuelve a casa, con un grave trastorno psicológico, y un secreto entre manos. Sin descuidar el contexto histórico bélico, Sheridan hace hincapié en el conflicto familiar. En la película hay tres relaciones que generan tensión: la fría y distanciada relación entre Tommy y Sam, la relación de Tommy y su padre Hank y la relación de Isabelle, la hija mayor de Sam y Grace, con Tommy, su propia hermana y posteriormente con Sam. Estas tres relaciones, que son periféricas al “supuesto” conflicto principal: el triángulo amoroso entre Grace, Tommy y Sam, cobran mayor protagonismo gracias a las poderosas actuaciones de Shepard y la joven Bailee Madison. Al igual que en Mi Pie Izquierdo, En el Nombre del Padre y Tierra de Sueños, la relación padre e hijos, le importa mucho más a Sheridan, que el sheakspereano conflicto de celos de hermanos. La tensión va in crescendo, y mucho ayuda mostrar, la evolución del deterioro psicológico de Sam. Evitando una clara bajada de línea política, al igual que hizo Bigelow con Vivir al Límite, el director muestra como la violencia acumulada, termina explotando dentro del contenido capitán, y como esa “bomba de tiempo” en el interior del personaje, explota en el campo, y cuando vuelve de la guerra. Al igual que la última gran ganadora del Oscar, Hermanos, hace énfasis en el hecho de las consecuencias en la mentalidad del soldado estadounidense, en el carácter adictivo de la violencia. Sin embargo, no hay que dejar de lado, el “incidente” que Sam trata de ocultar. Así como en Pecados de Guerra de Brian DePalma, lo que sucedió durante la guerra tendrá graves consecuencias en la moral del soldado “perfecto” cuando vuelve. Sheridan critica sutilmente el carácter nacionalista y orgulloso de las familias estadounidenses, que tienen un veterano de guerra por generación, y cuan vergonzoso es tener un “rebelde” dentro. El gran problema de este producto no son los momentos cursis, previsiblemente románticos. Tampoco las situaciones o diálogos más obvios del guión básico de Benioff (una buena promesa tras la gran Hora 25). Inclusive, tanto Tobey Maguire y Natalie Portman, dos actores con un registro interpretativo bastante limitado en el pasado, demuestran gran madurez y contención emocional. Los momentos de explosión no resultan forzados, y las escenas más sentimentalistas no terminan convirtiéndose por suerte en un mar de lágrimas. El resto del elenco, Shepard, Winnigam, y especialmente Gyllenhaal muestran la solvencia, a la que nos tienen acostumbrados hace tiempo. El problema, es que toda la tensión acumulada que explota en dos soberbias escenas, clases ejemplares de dirección actoral, sumado con una puesta de cámara sutil, invisible pero precisa, y un trabajo sonoro y fotográfico meticuloso, derivan en un final banal, superficial, simplista, similar al de un drama de Hallmark para televisión. ¿Es posible acaso, que Sheridan decida tirar toda la potencia que supo elaborar de forma más que solvente, durante hora y media, que cierre cada una de las subtramas, que le daban mayor volumen a la narración, con un final tan inverosímil, tan previsible y grasoso? ¿Por qué no darle un epílogo mejor? ¿Cómo puede simplificar y olvidarse de cada uno de los personajes secundarios y sus conflictos? No voy a dar detalles, pero a Sheridan le falló el tiro del final. A falta de imaginación Benioff, decide optar por dar el final conciliador que le gusta al público más conservador estadounidense. La crítica social queda a mitad de camino. No logra llegar totalmente. Si bien, no podemos decir que se trata de un producto ni siquiera mediocre, es desilucionante tal resolución. A pesar de todo, destaco las soberbias interpretaciones del trío protagonista (más que nada, porque superaron mis expectativas), de algunos secundarios (vuelvo a destacar la increíble interpretación de la joven Madison), así como es una lastima que algunos buenos actores como Clifton Collins Jr. y Carey Mulligan (la eligieron antes que sea nominada por Enseñanza de Vida) estén desperdiciados. Como es costumbre, donde hay un director irlandés, U2, aporta una melancólica canción para los créditos finales. Reivindico las intensiones de Jim Sheridan y su mano de artesano para crear un drama intenso, que no da respiro, que trata de dar un mensaje reflexivo, y que a pesar de no completar las expectativas previas, termina siendo una propuesta atrapante y atractiva. Seguramente, en el futuro nos obsequiará trabajos mejores.
En la ausencia del padre No son tanto los estereotipos ni la historia en sí aquellas cosas que fallan en Hermanos (remake norteamericana de la película danesa dirigida por la realizadora Susanne Bier) sino la tensión y la falta de agudeza en el drama, como así también el ritmo que el director irlandés Jim Sheridan imprime a las imágenes. Si bien el creador de Mi pie izquierdo prácticamente trasladó escenas calcadas de la original, resulta innegable el apego a ciertos patrones Hollywoodenses que dan contención al desborde dramático, sin duda el elemento clave del film danés. Así las cosas, el resultado final no supera al de cualquier melodrama con tinte serio por tratar temáticas que se suponen también serias. Al dar por muerto al marine Sam (sobreactuado, Tobey Maguire) tras una emboscada en Afganistán, su hermano Tommy (Jake Gyllenhaal) de a poco comienza a ocupar su lugar: primero con el pretexto de contener y ayudar a la joven viuda (Natalie Portman) en el cuidado de sus dos hijas pequeñas, para finalmente instalarse en el hogar de su hermano desaparecido. Sin embargo, Sam no murió en ese ataque sino que fue atrapado junto a otro soldado; torturado y obligado a cometer un acto aberrante al punto de dejarlo tan trastornado que al regresar a su casa parece un extraño.. Esa es la bisagra que separa la acción dramática y encauza la trama hacia el terreno del drama familiar, cuyo trasfondo no es otro que las consecuencias y las heridas que deja la guerra en un sobreviviente. No obstante, no se trata aquí de manifestar un alegato antibélico, dado que los villanos son los que torturaron a papá y lo volvieron medio loquito; tampoco de reflexionar sobre las rupturas familiares cuando la ausencia del padre deja espacios vacíos y de alguna manera hay que volver a ocuparlos. Pese a estos reparos y comprobando una vez más que las remakes norteamericanas nunca están a la altura de sus originales, el director de En el nombre del padre cumple con su cometido sin desentonar, así como también lo hace un elenco de buenos actores (entre quienes se destaca Gyllenhaal y Sam Shepard en un rol menor) que se adapta a las mínimas exigencias, pero que sin lugar a dudas daba para mucho más.
Jim Sheridan venía en picada desde Tierra de sueños (In America, 2002) y Rico o muerto (Get Rich or Die Tryin'', 2005): hoy continúa cayendo en una catarata de estereotipos que ya ni siquiera sabe administrar con la calidad propia de los comienzos de su carrera. Su última realización, Hermanos (Brothers, 2009), es un melodrama bélico rutinario que para colmo reproduce escena por escena el film original de Susanne Bier, que por cierto tampoco era gran cosa que digamos. Este rip-off de El francotirador (The Deer Hunter, 1978) tocaría fondo si no fuera por la química del trío protagónico, la participación de Sam Shepard y el maravilloso desempeño de Bailee Madison como la hija mayor de Tobey Maguire. Sin embargo los recursos no alcanzan y mejor ni hablar de la “reincidencia U2” del final…
Remake del film homónimo de la danesa Susanne Blier, ahora a cargo de Jim Sheridan (“Mi pie izquierdo”). El capitán Sam Cahill (T. Maguire) se embarca en su cuarto viaje de servicio rumbo a la zona de combate. Deja atrás a su esposa Grace y a sus dos hijas. Cuando el helicóptero en el que viaja es baleado en Afganistán, se presume lo peor. No hay noticias de él y, ante la enorme desazón de la familia, Tommy (J. Gyllenhall), el hermano carismático y de pasado brumoso, toma las riendas de ese hogar y se hace cargo de Grace y las niñas. De a poco, se establece un nuevo vínculo entre ellos. Acaso sin proponérselo, Tommy ha venido a llenar el espacio dejado por el hermano ausente, con quien en apariencia nunca tuvieron nada en común. La reaparición de Sam, cuando ya todas las esperanzas parecían perdidas, no hará otra cosa que agravar un cuadro de relaciones sumamente delicado. Se han puesto en juego sentimientos muy profundos. Sheridan maneja el drama con intensidad.
Hermanos es, sobre todo, una película que demuestra que Tobey Maguire es mucho más que El Hombre Araña. Maguire es Sam Cahill, algo así como el tipo ideal para su familia. Como hijo, es el favorito. Tiene un padre ex militar, y nada mejor para un hombre de uniforme que el hecho de que su hijo siga sus pasos en la Fuerza -sobre todo, aparentemente, en Estados Unidos, donde uno es un patriota con todas las letras si hace caso al “Join the army“. También tiene una vida exitosa en su núcleo más íntimo: está casado con la siempre hermosa Natalie Portman y es padre de dos hijas chiquitas divinas. Está cumpliendo tareas en Afganistán, pero en uno de los lapsos que tienen los soldados en el campo de batalla se toma unos 3 días y viaja nuevamente a Estados Unidos. El breve regreso a su patria coincide con la liberación de su hermano, Tommy -Jake Gyllenhall-, que cumplió un período en prisión por un robo. Evidentemente, Tommy es la oveja negra de la familia: no sólo es un ex presidiario, sino que no sienta cabeza, no tiene un trabajo estable, no ha formado familia… Digamos que el padre lo hostiga con el clásico reproche “porqué no podés ser más como tu hermano”. Tobey Maguire vuelve a Afganistán, una vez allí su helicóptero tiene un accidente y lo dan por muerto, con funeral y todo. Pero no había muerto, sobrevive y lo toman como rehén los talibanes. Lo hacen hacer cosas que no olvidará nunca, pero después de varios meses lo largan. Mientras tanto, en Estados Unidos, Natalie Portman como madre soltera está devastada, y el hermano “malo”, Tommy, le da una mano. Roce va, roce viene, las niñas juegan con él, y resulta que el presunto hermano malvado no lo era tanto en realidad. Es previsible que después de mucho tiempo, hay una especie de relación. Cuando vuelve Maguire se da el choque: una familia que recibe a un hombre que quedó absolutamente traumado frente al otro, hermano que estuvo en la mala… La película está buena, basada en una danesa del 2004, que es superior. Creo que lo mejor es el trabajo de Tobey Maguire, nominado al Globo de Oro por este trabajo. Recomendada: A los que disfruten de un buen drama, duro, pero muy interesante. No recomendada: A los que vieron la danesa y a los que rechacen imágenes y temas duros. No hay medias tintas a la hora de mostrar lo que pasa con los rehenes talibanes, además de la violencia psicológica.
Sufro Sam Cahill (Tobey Maguire) es marine, su hermano Tommy (Jake Gylenhall) es un delincuente, el padre de ambos es un militar retirado, alcohólico y golpeador. En el comienzo de la película se ve a la familia de Sam horas antes de que él vuelva al frente. La última cena de la familia se completa con los padres de ambos y la llegada de Tommy, que acaba de cumplir una condena en prisión. Las relaciones familiares son, por decirlo suavemente, tensas y la comida no es precisamente como un encuentro de los Campanelli. Con el marine ya en el frente, su hermano se va acercando a Grace (Natalie Portman), la mujer de su hermano, y en ese plano se maneja todo hasta que desde Afganistán llega la noticia de que el helicóptero de Sam se cayó y el ejército lo declaró muerto. Pero en realidad el marine está en manos del enemigo, en cautiverio y sometido a distintas torturas físicas y psicológicas. Mientras tanto en Estados Unidos los vínculos familiares se van acomodando a la realidad del integrante muerto y entre Grace y Tommy la relación se va haciendo más estrecha y las hijas del marine aprenden a querer al tío. Después de pasar cosas horribles Sam es rescatado de las garras del enemigo y vuelve a su país, pero las huellas de las atrocidades que vivió como prisionero empiezan a incidir en la vida familiar. Y si la relación entre los miembros nunca fue una fiesta, a partir de ahí son directamente un infierno. Hermanos es una película solemne pero no profunda, grave pero no seria, y tensa aunque no por eso interesante. Da un poco de tristeza asistir al trabajo de un grupo de actores a los que hemos visto en situaciones más agradables, entregados a una especie de festival de venas hinchadas y gestos dramáticos, metidos en una trama que no termina de convencer nunca.
Hermanos esta inspirada en una película llamada Brode de origen danés que lamentablemente no pude ver la versión original y es por esto que no voy a poder brindarles una comparación sobre cuál de las dos es superior. Lo que si puedo afirmar es que el laburo de Jim Sheridan fue bastante bueno al darle un gran dramátismo a esta conflictiva historia familiar, aún si copió tal cuál la cinta del 2004, como muchos críticos han aseverado sin dudarlo en sus reseñas. Brothers cuenta la historia de dos hermanos totalmente distintos que andan por caminos opuestos en la vida, pero cuando uno de ellos se lo da por muerto los roles cambian sustancialmente. Tobey Maguire interpreta al hermano militar, que es un ejemplo para cualquiera de nosotros. En la primer hora es buen padre, buen marine, buen amigo y es en esta primer parte cuando el actor de Spiderman no me termino de convencer. Jake Gyllenhaal lleva adelante con toda esa cara de bueno, al hermano problemático con mucha credibilidad y realismo a lo largo de toda la cinta. Natalie Portman es la más destacable de los tres protagonistas y aunque es jovén para ser madre de dos hijas, esto no es un inconveniente para ella logrando una actuación dotada por un dolor y dramátismo realmente excelentes. Volviendo a Tobey, la mejor expresión de su papel se puede ver cuando el film da un vuelco, con la vuelta de él a su hogar. Hay dos momentos puntuales que son dignos de destacar por la tensión que tuvieron. El primero es la cena familiar en el cumpleaños de la hija menor, cuando los gestos y caras tanto de Sam como de la hija Isabelle son muy buenas. La otra gran escena es cuando Sam pelea con Grace en la cocina y se lleva adelante el mayor conflicto de la cinta del cuál no voy a dar más detalles para no revelar la mejor parte de la película, pero si les voy a contar que es allí cuando Maguire realiza una tarea descomunal llevando al límite su personaje. Como conclusión Hermanos es un muy buen drama, potenciado por las grandes actuaciones de sus tres protagonistas.
Pese tratarse de un film interesante Hermanos no logra superar la media del cine contemporaneo. El estreno de Hermanos, remake de un film de igual nombre rodado por la danesa Susanne Bier en 2004, nos sirve para comprobar hasta dónde pueden ser falsas las frases con las que se promocionan las películas: tal vez por necesidad de vincularlo con su cine, el irlandés Jim Sheridan dio en su reversión un mayor lugar al trasfondo bélico que a la intensidad erótica del triángulo conformado por dos hermanos y la esposa de uno de ellos. En el camino, ganó en tragedia pero perdió en complejidad y ambigüedad. Eso resume que esta Hermanos, si bien no un film desechable, resulte mucho menos interesante. Sam Cahill (Tobey Maguire) es un capitán del ejército norteamericano que parte rumbo a Afganistán. Atrás deja a su mujer Grace (Natalie Portman), a sus dos hijas y a su hermano Tommy (Jake Gyllenhaal), recientemente salido de la cárcel. Es el preferido de su padre (Sam Shepard) y, parece, un ejemplo de rectitud y patriotismo. Sin embargo cuando se lo dé por muerto en aquel lejano país, las piezas en su familia se irán modificando: y Tommy empezará a ocupar más lugar en la vida de Grace y sus dos hijas. Sheridan acierta en no jugar al falso misterio. Sabe que Hermanos fue una película más o menos conocida (Bier es una típica directora europea con un pulso hollywoodense para narrar, cuya obra es reconocible) y por eso no hace hincapié en la aparente muerte de Sam. Enseguida nos muestra que ha sido tomado rehén y lo enfrentará a una serie de decisiones morales que se potenciarán en la última parte del relato. Como lo ha hecho siempre, lo mejor en sus películas es la forma en que recrea los problemas familiares, sobre todo entre padres e hijos. Por eso los momentos intensos de verdad (hay de los otros, esos de venas hinchadas, casi todos protagonizados por un desconcertado Maguire) son aquellos en los que Tommy intenta ser comprendido por su padre. Es verdad, Gyllenhaal y Shepard saben cómo actuar, sobre todo desde los gestos. Sin embargo Hermanos no logra traspasar cierta medianía y, carente de todo hallazgo formal, cuenta lo suyo con corrección y prolijidad -ese es tal vez su mayor acierto-, pero sin convocar a ningún tipo de fascinación para el espectador. Ni siquiera cuando Sam retorne a su casa y comience a dudar acerca de qué tipo de vínculo han construido, en su ausencia, Grace y Tommy. Ahí el que toma una decisión fundamental es el director, quien prefiere anular la potencialidad sexual de la historia para contar, una vez más, una sobre las consecuencias y las marcas que deja la guerra. La reaparición de Maguire no sólo le resta interés a la película, sino que además saca casi de escena a Gyllenhaal, el único que parecía poder aportarle complejidad al asunto. Y, para colmo de males, este Maguire no es el relajado de Spiderman, el de porte clásico de Alma de héroes ni el deliberadamente ambiguo de Fin de semana de locos. No, es un Maguire que supone que actuar con intensidad es hinchar las venas, poner cara de loquito y tener el temperamento de una olla a presión. Ahí Hermanos, que hasta entonces ostentaba cierta amabilidad, se desborda hacia el melodrama exacerbado. Más allá del acertado diálogo final, el film pierde potencia porque siempre elige el camino más fácil y menos interesante.
Un buen reflejo La constante del cine estadounidense de presentar historias que tienen relación con los conflictos militares en los cuales el país interviene ya no sorprende a nadie. Desde la Primera Guerra Mundial hasta los actuales enfrentamientos en Afganistán son materia prima atractiva para los realizadores y más aún en la actualidad, si en la última entrega de los Oscar el film que se llevó el galardón más importante contenía esa temática. Es por ello que Hermanos, de Jim Sheridan (basada en la película homónima de Susanne Bier), aborde el antes, durante y después en la vida de un soldado que fue a Medio Oriente, no sorprende a nadie, pero si atrae su visión centrada en lo personal y no tanto en el conflicto en si mismo. La cinta se centra en el Capt. Sam Cahill, un hombre que tiene una exitosa carrera militar, una bella mujer, Grace, y dos hijas. Su hermano menor, Tommy, recién sale de la cárcel y va dando tumbos por la vida, siempre al borde de la ley. Cuando Sam es enviado a Afganistán en una misión y desaparece, Grace es consolada por Tommy, que contra toda previsión demuestra ser capaz de asumir responsabilidades. Cuando Sam regresa a casa, traumatizado por su experiencia como prisionero en las montañas de Afganistán, ya nada es lo mismo. El film se inicia presentando al militar dentro de su rol como padre, esposo e hijo, en el cual realiza una tarea casi perfecta siendo mimado y amado por todos. En contra partida se exhibirá a su hermano como la oveja negra, al cual nada le sale bien pero por su propia voluntad. Sin embargo, cuando el soldado sea enviado a Afganistán a pelear, los lugares comenzarán a rotar y la desaparición de Sam en Medio Oriente potenciará aún más esta tendencia, que irá aumentando gradualmente junto con la tensión dramática, que sobre el final alcanzará su punto máximo Dentro de este juego se moverá la trama, que en todo momento logra exhibir perfectamente los sentimientos que provoca la guerra, desde los más nobles hasta los más bajos y oscuros. En este punto es donde la película se destaca porque en ningún instante se detiene para provocar la típica “lágrima fácil” que se podía haber usado para una historia así. Sino que todo lo contrario, apunta a exhibir que es lo que le pasa a los seres humanos inmersos directa o indirectamente en un conflicto bélico de una manera sincera y prolija, sin golpes bajos, y con noción de lo que se esta contando. Tal vez la precisión por no salirse de sus límites provoque cierta falta de emoción real al film, que quizás se torne un poco distante y frío pero que sin lugar a dudas por momentos impacta y estremece notoriamente. La trama logra su objetivo basándose en las buenas actuaciones de un atractivo elenco, en el cual cada uno se destaca en el rol que personifica aportándole lo necesario para que la historia sea bien narrada. La sensatez y locura de Tobey Maguire, el carisma de Jake Gyllenhaal, la belleza y calidez de Natalie Portman, los breves pero importantes aportes de Sam Shepard y las magistrales tareas de Bailee Madison y Taylor Geare como hijas del Capitán. Desde los aspectos técnicos no hay nada que reprocharle a Sheridan y su equipo, ya que realizan una destacada labor en la construcción del film marcando acertadamente los tiempos, exhibiendo una bella fotografía y presentando una atractiva banda sonora, que terminan de completar perfectamente con esta atractiva producción. Hermanos en su concepción es una interesante cinta que muestra el lado humano de una guerra feroz y delirante, presentando su repercusión dentro del ámbito social y no desde el aspecto gubernamental. Quizás si se hubiese logrado un poco más de profundidad dentro de cada personaje se estaría hablando de una película que marca una época, ya que el film se queda a medio camino en enfocar los sentimientos profundos de los soldados y sus familias. Sin embargo, esa mitad de recorrido alcanza como para destacarla y mostrarla como un buen reflejo de la realidad actual.
El regreso del infierno para recuperar el orgullo La aparición de un film de Jim Sheridan siempre es motivo de interés. Desde Mi pie izquierdo (1989), el realizador irlandés mantuvo una mirada crítica y sensible que se continuaría, con el mismo actor, Daniel Day Lewis, a través de títulos como En el nombre del padre (1993) y Boxer (1997), donde el conflicto entre ingleses e irlandeses haría de estos films lugares de referencia. Tierra de sueños (2002), por su parte, ahondó en las rasgaduras y quiebres del denominado "sueño americano". Hermanos, remake del film danés de Susanne Bier, de 2004, deposita su mirada en un conflicto triangular que, en verdad, deriva en una situación familiar y social más profunda. El inicio sitúa la acción en las puertas de una prisión, durante el reencuentro entre Sam y Tommy (Maguire y Gyllenhaal), marine y ex convicto respectivamente. Una balanza que podrá tanto equilibrar como desequilibrar hacia lados diferentes. Sam es padre de familia, hijo de orgullo para un padre otrora combatiente en Vietnam (el gran Sam Shepard), también para su mujer (Natalie Portman), alguna vez porrista de este héroe deportivo ahora devenido esposo y soldado de la patria. El deber llama a Afganistán, y la familia deberá sobrellevar otra vez la ausencia paterna. La simetría entre Sam y Tommy comienza a jugar en otro sentido. La ausencia de uno será presencia del otro. Y si bien el triángulo es uno de los lugares narrativos, será otra la importancia del relato. Pocos films recientes han mostrado la figura del soldado norteamericano de una manera tan vencida. En Hermanos la problemática es más cercana. Más afectiva. También más cruel. Uno de sus mejores momentos se circunscribe a la mesa familiar, con el cumpleaños de una de las hijas delineado desde un clima de tensión creciente, a punto de estallar. Más el antes y después que se evidencia en la composición actoral y el estado físico derruido de Tobey Maguire, aquí alejado del estereotipo adolescente de Hombre Araña. Hermanos se vuelve una mirada despiadada, pero profundamente humana. Es capaz de mostrar el infierno desde el hombre solo, desde quien pelea por los valores inculcados y por su patria. Pero familia, patria e infierno, se han vuelto términos analogables, y el orgullo del apodado "héroe" deberá sobrevivir ahora al callejón sin salida al que fuera arrojado.
Volver del infierno es imposible En otros tiempos, había un cine pro bélico estadounidense cuyo deleznable mensaje era difundido por los medios masivos de ese país intervenidos por el gobierno (como también otros países lo hicieron a su turno). Hoy, es muy difícil defender desde una película norteamericana la postura de ir a la guerra. Pareciera que el tejido social desgarrado ha llegado hasta Hollywood. Y en este contexto es normal que cada vez más filmes como Hermanos emerjan del territorio que gobernó George W. Bush y lleven su traumático mensaje al resto del mundo. Otra vez, las consecuencias humanas y psicológicas de la guerra son el tema principal de la historia, y aunque haya cierta repetición, tal vez sea necesario comprender algo respecto a ellas, aun cuando estén silenciando a otras voces. Que tal vez sea preciso un mar de películas estadounidenses, al menos, para ahogar el holocausto desatado por algunos de sus hombres menos dignos. Jim Sheridan, un cineasta irlandés que hace varios años concitó elogios con un largometraje llamado En el nombre del padre, es el director de esta historia. No se trata de un guión original, sino que fue tomado de una película danesa que, entre paréntesis, tuvo un enorme éxito en su país. Es una aproximación a la vida de un hombre que va a la guerra por convicción y vuelve mal de la cabeza. No es para menos, después de lo que tuvo que hacer para no ser asesinado. El sujeto es hijo de otro militar, tiene dos hijas pequeñas, y un hermano que se confundió y se pasó de la raya en los cuidados hacia su bella cuñada, a la que le habían dicho que el marido había muerto (en realidad lo tenían prisionero los afganos). Tan complicado como eso. Y realmente vale la pena observar cómo un buen equipo de artistas aborda el tema. Mención aparte, eso sí, para Tobey Maguire, que de ser El hombre araña pasa a interpretar a un individuo al borde de la alienación, que guarda un arma en su hogar, después de haber regresado del infierno.
Parece un lugar común la afirmación de que la remake norteamericana de un film europeo no esté a la altura de la obra original. En el caso que nos ocupa, se trata de una versión casi idéntica de “Hermanos”, que la danesa Suzanne Bier (“Corazones abiertos”, “Después del matrimonio”) dirigiera en el 2004 y que pasó casi desapercibida por nuestras pantallas. En efecto, apenas unas dos mil personas la vieron en su breve estadía por unas pocas salas, en proyección en DVD. De manera que para la mayoría de los espectadores no será posible hacer una comparación entre la primera versión y la dirigida ahora por Jim Sheridan, cuyo título original (“Brothers”) y local es idéntico al original. Del notable director irlandés se tenían varios antecedentes destacables, dado que tres de sus siete largometrajes, incluyendo el primero (“Mi pie izquierdo”), contaban con trascendentes actuaciones de Daniel Day-Lewis, quien por ese film ganó el Oscar como mejor actor. También tuvo varias nominaciones “En el nombre del padre”, completando la trilogía “Golpe a la vida” (“The Boxer”). En los último años la carrera cinematográfica de Sheridan ha venido declinando, a tal punto que su sexta y muy criticada película (“Get Rich or Die Tryin’”) no se estrenó localmente. “Hermanos” se ubica en un punto intermedio desde el punto de vista de su calidad e interés. Contra la opinión mayoritaria de la crítica local, este cronista opina que hay algo para rescatar en este drama, que cuenta con sólidas actuaciones de sus dos protagonistas masculinos centrales. Tobey Maguire, muy conocido por “El hombre araña”, se había destacado previamente en “Las reglas de la vida” (“The Cider House Rules”), basada en la excelente novela de John Irving, uno de los más grandes escritores contemporáneos. Aquí compone a Sam, un marine que es enviado a Afganistán y que como resultado de la explosión de su helicóptero es dado por muerto. A señalar que en la versión danesa, esta escena resultaba casi inverosímil, lo que no sucede aquí. Por su parte, Jake Gyllenhaal (“Secreto en la montaña”, “La prueba”, “Soldado anónimo”) es Tommy, casi la imagen opuesta de su hermano, dado que al inicio del film lo vemos salir de prisión. El tercer personaje relevante es Grace, la esposa de Sam, en una actuación algo fría aunque correcta de Natalie Portman, de la cual debe destacarse su atrayente belleza. De todos modos, la actuación de la actriz de los primeros episodios de “Star Wars” y de “La otra Bolena” no consigue superar la de Connie Nielsen, en idéntico papel, en la versión original danesa. En esta oportunidad adquiere mayor relevancia el personaje del padre de Sam y Tommy, una acertada composición del veterano Sam Shepard. Es esa figura la que desencadena varios de los momentos más graves y dramáticos del film, al realzar la figura del hermano ausente frente a las aparentes carencias del otro. A ello se agrega una creciente aunque algo equívoca relación entre Grace y Tommy y el cariño que éste despierta en la hija de su cuñada. La parte final de la película reserva algunos momentos de alto dramatismo, haciendo del conjunto una obra de cierto interés, sobre todo para quienes no hayan visto el original y desconozcan por lo tanto su contenido y desenlace.
Otro film sobre las secuelas de guerra, en este caso dirigido por Jim Sheridan (el de Mi pie izquierdo y En el nombre del padre), y remake de un film danés realizado unos años atrás. La adaptación de la película original podía servir para un planteo atractivo sobre las culpas que afloran en una familia, a partir del momento en el que una mujer comienza a aferrarse a su cuñado, luego de que su marido partió a la guerra. Más aún si el marido es Tobey Maguire, la mujer Natalie Portman y el cuñado Jake Gyllenhaal, un potente trío de estrellas, para un triángulo amoroso bastante problemático. Pero no, nada de eso. Esta adaptación utiliza como excusa seductora el triángulo en cuestión, pero se enfoca en una mirada sobre la guerra terriblemente parcial y maniquea. El film presenta el primer quiebre cuando los oficiales le dan a entender a Grace que Sam, su marido, puede haber muerto en combate. Grace hace el duelo pertinente, y Tommy, el cuñado, quien hasta ese momento era un alcohólico perdido que acababa de salir de prisión, hace un giro radical en su vida y comienza a comportarse como corresponde, hasta empezar a reemplazar a su supuestamente difunto hermano. Sin embargo, mientras vemos cómo se reconfigura la familia, presenciamos, a su vez, el derrotero de Sam, que no está muerto, sino que ha sido tomado como prisionero de guerra y sometido a las torturas físicas y psicológicas más cruentas. Tiempo después, un irreconocible Sam regresa al hogar y su familia debe enfrentar no sólo que no murió, sino que se ha convertido en un ser enajenado, producto de un hecho específico sucedido en medio de las torturas, mientras que Grace debe lidiar con la culpa que siente por haber besado al hermano de su marido (sí, el conservadurismo de turno ha reducido el planteo triangular a un simple beso) cuando a éste se lo daba por muerto. El triángulo pierde peso desde el momento en el que se lo presenta en paralelo a la pesadilla vivida por Sam, la culpa de Grace no tiene sentido frente a lo que carga Sam de sus días en Afganistán, y es este hecho el que lo convierte a Sam, a su regreso, en un sujeto alienado y con una carga irracional de furia, que estalla cuando se entera, de manera distorsionada, lo de su mujer con su cuñado. Al tomar a las torturas de los islámicos, como el detonante crucial de la errática conducta posterior de Sam, notamos que a Sheridan, o a los productores, les interesó apelar a la versión americana del conflicto en Afganistán, ensañándose con una imagen bruta y despiadada de los islámicos. Nótese el comportamiento grotesco de ellos, frente al exceso de civilización de los representantes militares yanquis, la antítesis perfecta del cúmulo de films antibélicos que, desde Hollywood, han sabido escarbar sin concesiones en la naturaleza de estos conflictos bestiales. Independientemente de las sólidas actuaciones del terceto principal, especialmente de un sorprendente Tobey Maguire, cuyo rostro aniñado desencaja a priori con el vuelco que da su personaje, a fin de cuentas, estamos ante una película que se viste de film antibélico, narrando lo que supuestamente son las heridas de guerra, pero que, en definitiva, no son otra cosa que las heridas provocadas por los “malditos islámicos”, tal como los cataloga la película en cada fotograma en el que aparecen. El triángulo está más cerca de la telenovela que del drama romántico, el aspecto bélico y su componente dramático, ha sido viciado por un discurso muy ligado al prejuicio, a la paranoia y al maniqueísmo yanqui, y en el medio, Jim Sheridan, quien hace las cosas bien, aunque viendo lo previsible y lo unilateral del planteo de esta película, su intervención suma demasiado poco.
Sam Cahill (Tobey Maguire) es mucho más que un soldado. Es un ejemplo de ciudadano norteamericano: hijo adorado, buen marido, correcto padre, joven valiente y trabajador, todo lo que su hermano menor Tommy (Jake Gyllenhaal) no es. El papá de ambos (Sam Shepard), militar retirado, se ocupa de remarcar esa diferencia en las primeras escenas del film, cuando nos informan que Tommy acaba de salir de la cárcel mientras que Sam se prepara para cumplir una misión en Afganistán. Sam no es cualquier marine: es un marine de Hollywood. Debe mostrarse orgulloso de su uniforme kaki y sobrevolar el desierto enemigo con una sonrisa cuasi orgásmica al afirmar: “Se siente como en casa”. Parece demasiado peso para el pobre Tobey Maguire. Y lo es. Algo rechina desde los primeros minutos del film, cuando lo vemos calzarse un traje que lo excede. Maguire luce tan esmirriado y pálido que casi se vuelve transparente, muy lejos del recio Capitán de Infantería que esta historia reclamaba. Encima sufrirá situaciones muy feas que lo dejarán alienado y perturbado, actitudes que el actor traduce en petrificación y ojos bien abiertos, tan abiertos que uno cree que en cualquier momento podrían salirse de sus cuencas, como en un dibujito animado. Aunque Maguire le ponga el alma entera, no da con el physique du rôle del personaje, y cuesta palpar su dolor cuando se antepone el artificio de la interpretación. Tampoco hay un gran aporte de las otras estrellas, ya que Gyllenhaal no tiene pinta de ex convicto, ni a Natalie Portman se la nota convencida como madre de dos niñas no tan pequeñas (ellos, cuñados en la ficción, compartirán cierta intimidad que traerá consecuencias). Estos problemas llaman la atención en un dotado director de actores como lo es Jim Sheridan, quien en películas como Mi pie izquierdo, En el nombre del padre y The Boxer supo explotar en su justa dimensión nada menos que a Daniel Day Lewis. Pero mientras aquellos eran proyectos personales, Hermanos (Brothers) se delata como un trabajo por encargo, con una puesta en escena arrinconada en la obviedad y un relato maniqueo, sobre todo cuando explica la relaciones padre-hijo y el accionar de los afganos invadidos. Sin otras inquietudes estéticas que las presumibles en un mainstream de manual, Sheridan se limitó a trasladar de Dinamarca a Estados Unidos la historia que ya había filmado, con mucha mayor destreza, la realizadora Susanne Bier. Volvamos entonces al physique du rôle de Maguire, a quien varios críticos calificaron como “error de casting”: es cierto, y ya lo señalamos, que en principio no resulta el actor ideal para encarnar a un militar violento. Pero no lo culpemos, porque esto es cine y una película es un todo, una red de voluntades, un sistema de fuerzas invisibles que, bien calibradas, pueden decir lo que el semblante calla. Nadie hubiese apostado a Maguire en la piel del Hombre Araña, o en la del repentino amante de Charlize Theron en Las reglas de la vida (The cider house rules, precioso film de Lasse Hallström); y sin embargo, él brilló en esos personajes, sin perder nunca esa mirada de perplejidad compulsiva. En Hermanos podría haber ocurrido lo mismo si no se tratara de un producto tan mecánico, un calco descolorido incapaz de entender la tragedia que narra. Finalmente, el núcleo caliente de la película -las llagas psicológicas de la guerra en los que ex combatientes y en sus familias- queda reducido a un ensayado melodrama de ademanes.
ATORMENTADO DRAMA SOBRE LA GUERRA Y SUS SECUELAS Hondo y reflexivo filme del irlandés Jim Sheridan, recordadísimo por sus profundos dramas como “Mi pie izquierdo”, “En el nombre del padre” o “Golpe a la vida”. La presente historia es una más de entre miles que, seguramente, se deben haber vivido en el golpeado país norteamericano desde la declaración de guerra con Afganistán. Miles de soldados que vuelven de la guerra (de ésta y de cualquiera), deben luchar para volver a la normalidad y cotidianeidad de la vida que tenían antes de partir al frente. Se sabe que participar de una guerra resulta terrorífico; las contiendas bélicas del siglo XX han hecho estragos en las psiquis de los soldados, llevándolos, en muchos casos, al suicidio y a la incapacidad psicosocial. La película, una remake del filme homónimo danés de 2004, cuenta la historia de dos hermanos: el capitán Sam Cahill (Tobey Maguire), y su hermano menor Tommy (Jake Gyllenhaal), de caracteres muy distintos. Sam, a punto de salir para su cuarta misión, es un hombre seguro y devoto de su familia: de su mujer Grace (Natalie Portman), con la que tiene dos hijas pequeñas, y de su padre (Sam Shepard) y hermano. Tommy, recién salido de la cárcel, es la oveja negra de la familia, pero Sam es el que más lo apoya y contiene. En plena misión en Afganistán, Sam desaparece en combate y es dado por muerto, y los Cahill se enfrentan a tener que vivir sin la cabeza de familia. Tommy, de alguna manera, intenta ayudar a Grace y a las niñas, ocupando ese vacío dejado por Sam, acompañando a diario a su cuñada y sus sobrinas o haciendo arreglos en la casa. Pero Sam no ha muerto; ha sido capturado por los talibanes y sometido a torturas que amenazan con destruir sus sentimientos. En medio del dolor y el desconcierto de una nueva vida, Grace y Tommy se sienten cada vez más cerca. Cuando Sam regresa inesperadamente, la tensión se instala en la familia, y la tragedia está muy cerca de estallar. Lo fuerte de este intenso drama está en las actuaciones: Maguire hace muy bien en sacarse las telarañas de su famoso Spiderman y entrega un rol digno de aplausos, protagonizando escenas de alto contenido de violencia y desasosiego, transformando su interior y exterior para este rol. Gyllenhaal y Portman le ofrecen toda su sensibilidad a sus personajes, intentando contener lo que parece incontenible. Las húmedas mejillas de Portman, llenas de tristeza y desvelo, resultan conmovedoras. Sheridan consigue momentos de gran vigor dramático que asfixian al espectador al ver el estremecimiento de ese capitán que ha perdido uno de sus bienes más preciados: la cordura. Y con ella se van, tal vez, la posibilidad de volver a conectar nuevamente con el mundo que lo rodea, especialmente con sus adorables hijas y su fiel esposa. La última escena del filme y, especialmente, la última línea de diálogo de Tobey Maguire, son de una tristeza tan cruel como verdadera, que posiblemente, la mano de un director norteamericano se habría encargado de edulcorar, con un final edificante y esperanzador. Jim Sheridan no es concesivo con sus personajes y su realidad, y firma una obra mayor que no resulta indiferente bajo ningún aspecto y reclama con sordos gritos un “No a la guerra”.
La funesta maquinaria industrial de Hollywood parece no saber de limitaciones, no es la primera vez (ni será la última), que retoman un texto fílmico de otras latitudes y la rehacen al uso propio. En este caso el realizador irlandés Jim Sheridan (“Mi Pie Izquierdo”) adapta para el espectador estadounidense un film del mismo nombre realizado por la directora danesa Susanne Bier, en el año 2004. Cuando se habla de adaptar, se esta poniendo en juego una serie de variables que hacen al lenguaje cinematográfico, de las diferencias entre Hollywood y el cine europeo. Como ejemplo es muy común escuchar que tal o cual película es “lenta”, no voy a entrar en discusión sobre eso, sí tengo que decir respecto del tema de ajustar los tiempos narrativos a lo que han acostumbrado al público en general, y al yankee en particular, que la producción de Sheridan cumple con todos y cada uno de los puntos de quiebre necesarios y estipulados por la producción media hollywoodense. Pero esto no sería importante, ni significativo, si no fuese por los cambios de discurso que instala el texto copia del original. Un patrioterismo tonto, reaccionario en relación a una cuestión claramente antibelicista de la original. También hay modificaciones en cuanto a los personajes, más que nada en su construcción, hay una marcada diferencia de edad entre los personajes de la europea, ya entrados en los treinta y pico largos, en relación a los veintipico de los personajes del film de Jim Sheridan. Siendo honestos con el producto y sabiendo que la original fue muy bien recibida por la critica especializada, pero no tuvo la repercusión esperada en cuanto a cantidad de público, habría que decir que la apuesta de lo productores es buena, citar a jóvenes actores, consagrados, convocantes, como Jake Gyllenhall (Tommy) y Tobey Maguire (Capitán Sam Cahill), rodearlos de actores secundarios de la talla de Natalie Portman (Grace Cahill, la esposa), Sam Shepard (Hank, el padre) o Mare Winningham (Elisie, la madre), darle las riendas de la filmación a un conocedor del séptimo arte como Jim Sheridan, el resultado al que aspiran de recaudación parecería estar asegurado. La historia se centra en un capitán de los marines, Sam Cahill, quien regresa de Afganistán después de mucho tiempo y de haber sufrido una experiencia atroz como prisionero de guerra, sólo para descubrir que lo habían dado por muerto. En su ausencia, su hermano Tommy, vago y ex convicto, intenta hacerse cargo de la viuda, tal como el precepto bíblico, y con su accionar termina ganándose el corazón de la mujer de Sam, Grace y de sus dos hijas. Sam se imagina traicionado y reacciona con violencia. Lo dicho buenas, actuaciones, buen diseño de arte, buena fotografía, muy buenos recursos técnicos, pero lejos de la original.
Historia sin muchos ribetes y profundidad sobre un triángulo amoroso que involucra a dos hermanos y la mujer de uno de ellos. Sam Cahill (Tobey Maguire, Spiderman) es un fiel marine que pelea en Afganistán -¿se sabe que Obama reforzó en miles los soldados en este país?- y, cuando puede visita a su esposa en EEUU. En uno de sus viajes, recoge a su hermano Tommy (Jake Gyllenhaal, el morocho de Secreto en la montaña y el de El día después de mañana), que acaba de salir de la cárcel, tras ser condenado por un asalto. En uno de sus viajes al país asiático, Sam es secuestrado por talibanes, pero en EEUU lo dan por muerto, lo cual provoca que Tommy comience a acercarse a la bella esposa de Sam, Grace (Natalie Portman), y a sus hijas, quienes terminan prefiriendo a su carismático tío por sobre su pétreo padre. Si surge el amor, eso lo tendrá que decir el espectador, pero fuere lo que fuere lo que haya ocurrido, es suficiente como para despertar la suspicacia de Sam, quien retorna inesperadamente con trastornos asociales de un sádico cautiverio. El film, dirigido por Jim Sheridan (En el nombre del padre, Mi pie izquierdo), es una remake de una película holandesa (que confieso no haber visto), de Susan Bier. De todos modos, con o sin originalidad, la película carece de las sutilezas que una historia tan sencilla requeriría. Las escenas en Afganistán no aportan, tampoco, reflexión alguna sobre la situación de los EEUU en la zona, y dudo que triángulos cuasi incestuosos y locuras post-guerra puedan sorprender demasiado. Una obra con actores bonitos (excepto por vos, Tobey), sin muchas destrezas en ningún aspecto y con los mismos mecanismos dramáticos de siempre.
Otra postal made in USA La sociedad norteamericana parece sufrir de un provincianismo patológico: todo debe comenzar y terminar en ellos, o bien para entrar allí todo debe ajustarse a sus propios términos. Se trata de un paradigma cultural, social y hasta existencial, que en el séptimo arte se traduce en una especie de fruición por adaptar obras extranjeras, bajo el supuesto de que el público local jamás iría a ver una película que no fuera norteamericana. Ya le tocará a El secreto de sus ojos, que según se conoció luego del Premio Oscar tendrá su debida remake en el imperio del norte (algo que aquí se festejó como un gol en el mundial de fútbol, lo que revela nuestro propio provincianismo). Pero lo cierto es que los resultados de estas adaptaciones suelen ser patéticos, por más que en una gran parte de ellas se copien los planos, conflictos, situaciones y hasta los propios diálogos del original. El último ejemplo es Hermanos, del irlandés Jim Sheridan, remake estadounidense del filme homónimo de 2004 de la danesa Susanne Bier (editado aquí por el sello 791CINE), una directora que no casualmente ha desembarcado en los últimos años en el imperio del norte (con Cosas que perdimos en el fuego, de 2007, protagonizada por Benicio del Toro) a pesar de que en sus inicios fue integrante del Dogma de Lars Von Trier. Aquél Hermanos era un filme que, si bien con sus desniveles, lograba explorar las complejidades del alma humana a partir de las consecuencias que la guerra tenía en un núcleo familiar mínimo, donde la ausencia del pater familis terminaba generando un triángulo amoroso inesperado. Era una película que se inclinaba decididamente al melodrama, pero sin volverse pomposa, con una intensidad dramática considerable, en parte gracias a sus excelentes actuaciones. La cuestión es que, como en tantos otros ejemplos, la nueva versión made in America parece una traslación lavada, artificiosa, insustancial, casi una sombra de aquella otra película, por más que la copie textualmente en gran medida. La primera escena ya hace temer su carácter artificial: como en una postal, se iza la bandera norteamericana (casi omnipresente en el filme) mientras unos soldados trotan al frente. Le seguirán escenas homónimas donde se mostrarán visiones idílicas de la familia perfecta, formada por el capitán Sam Shepard (un errático Tobey Maguire) su hermosa mujer Grace (Natalie Portman) y dos pequeñas hijas. Claro que la postal no durará mucho: Sam ha sido llamado nuevamente al frente, y apenas tendrá tiempo de compartir una tensa cena con su hermano Tommy (Jake Gyllenhaal, el mejor), la oveja negra de la familia, que acaba de salir de la cárcel. Ya en el frente, Sam no tardará en ser atrapado por los talibanes, aunque su propio Ejército lo dará por muerto, y la familia se verá obligada a hacer un funeral simbólico en su honor. Devastado por la noticia y la culpa que le genera su propia vida, con un padre que lo acusa de todo a él, Tommy comenzará a acercarse a la familia de su hermano y terminará enamorándose de su mujer, y viceversa. El problema surgirá cuando Sam vuelva del frente, completamente cambiado por los tormentos sufridos en la guerra, y comience a percatarse de que algo ocurrió en su ausencia, certidumbre que potenciará además sus desequilibrios psicológicos. Si bien en el último tramo alcanza cierta intensidad, el filme de Sheridan tiene un problema esencial: su naturaleza de postal, su artificialidad mayúscula que lo lleva a ser más una novela de televisión que una película para el gran público. Se nota además un grado alto de improvisación: desde el casting, ostensiblemente errado en el papel de Maguire, hasta ciertas resoluciones dramáticas y narrativas que conspiran contra la verosimilitud de la película. Estereotipado y mediocre, el filme no se anima ni siquiera a criticar de frente la invasión norteamericana en Oriente Medio, aunque por allí exponga una especie de reparo en los cuestionamientos que balbucea Tommy (claro que se preocupa mucho más por mostrar que los talibanes son unos bárbaros desalmados). Eso que incluso por aquí está su mayor virtud: sugerir que la guerra no es un videojuego, que los soldados no son robots, insinuar al menos las consecuencias que puede tener sobre la psicología individual de las personas que van al frente, y contradecir por momentos el discurso oficial sobre la heroicidad intrínseca de los marines. Martín Iparraguirre