Polaroid de locura ordinaria El ensordecedor y atemorizante sonido de las aspas de un helicóptero que sobrevuela el conurbano bonaerense irrumpe en la pantalla y genera en el espectador una sensación extraña, que se mezcla con la desprotección y la incerteza de lo que podría llegar a pasar. Apenas pasan unos segundos y un distorsionado altavoz pone en estado de alerta a quienes permanecen en ese barrio privado o zona restringida y a partir de allí la seguidilla de micro situaciones siempre como detonante de una paranoia latente, oportuna mirada sobre el estado de la fractura o la grieta social si las hay, que nos caracteriza en estos convulsionados momentos. Historia del miedo no pretende establecer ninguna respuesta didáctica al interrogante sobre la inseguridad, ni siquiera pierde el tiempo en la dialéctica maniquea de la lucha de clases para concentrarse sencillamente en las formas de percibir la realidad desde los diferentes puntos de vista de un racimo de personajes, sometidos por el propio director y la puesta en escena meticulosa a distintas situaciones extraídas de la más pura realidad (cortes de luz intermitentes en épocas de calor, presencias amenazantes en plena calle o negocio, un ascensor que se detiene a mitad de piso, etc.) pero siempre atravesadas por un rasgo distintivo y artificioso que las aleja del corte realista para abrazar de manera sutil los códigos del género y así jugar -hasta el límite- con los climas de tensión, angustia psicológica, a la vez que abre la puerta al reflejo deformante de los prejuicios y las sospechas infundadas sobre los otros. Esos otros en esta trama que se maneja por viñetas y de manera coral se representan desde los rostros o los cuerpos, que por momentos invaden el espacio o el encuadre en un primer plano. No obstante, la distancia de la cámara y la precisión para desplazarse o detenerse en la quietud de la paranoia son claves y demuestran una habilidad poco frecuente que caracteriza a Benjamín Naishtat y lo ubica en el grupo de jóvenes directores argentinos que no temen al riesgo cuando la propuesta estética habla por sí sola. En ese sentido es casi obligatorio encontrar nexos con Lucrecia Martel y su tratamiento de la imagen en La ciénaga por citar un ejemplo al alcance de la mano y de los ojos. También el cine de John Carpenter dice presente, incluso admitido en algunas entrevistas por el propio Benjamín Naishtat, pero siempre como referencia conceptual más que como modelo a seguir. Por lo que se anticipa de la nueva película de Damián Szifrón, Relatos salvajes, que ahora se encuentra en la competencia oficial en Cannes, reflejo de la Argentina saturada de violencia que responde con más violencia, podría tranquilamente emparentarse con esta propuesta de este joven realizador egresado de la FUC desde la perspectiva del lugar donde se gesta la fractura social y las consecuencias de esa grieta que hoy no son más que una polaroid de la locura ordinaria.
Los paranoicos La ópera prima de Naishtat resulta toda una rareza y una audacia, de esas que sacuden al circuito de festivales (estuvo en las competencias oficiales de Berlín y el BAFICI y obtuvo premios en Jeonju y San Francisco). Es que -salvo en una larga escena no del todo lograda y demasiado explícita que aparece bastante cerca del final- este director formado en la FUC y autor de los cortos El juego (2010) e Historia del mal (2011) prescinde casi por completo de diálogos y apuesta, en cambio, por la construcción de climas perturbadores, de atmósferas ominosas para describir el estado de temor, de violencia latente (y no tan latente), de psicosis colectiva, de escisión (fractura) social y de diferencias de clase en la Argentina de hoy. Lo hace sin caer en la bajada de línea y -lo que es aún más interesante- apelando a elementos propios del cine de género (el thriller psicológico y el terror). Una búsqueda que -como él mismo indicó- bebe del cine de John Carpenter, pero también del de Lucrecia Martel (se podrían buscar paralelismos también con Caché/Escondido, de Michael Haneke; o con La zona, de Rodrigo Pla). Un helicóptero que sobrevuela el Gran Buenos Aires (en la impactante escena de apertura), el sonido de una alarma que tarda demasiado en apagarse dentro de un country, la aparición de gente “indeseable” en lugares públicos custodiados por seguridad privada o los crecientes cortos de luz en medio de un verano insoportable (premonitoria intuición del realizador) son algunas de las situaciones elegidas por Naishtat para construir tensión en este film de estructura coral que apuesta por un tono paranoico y un look apocalíptico. La veta experimental (las viñetas, en principio, parecen no confluir a un destino común) y el trabajo con los no-actores son otras apuestas arriesgadas de un film que no es todo lo sólido y riguroso que debía (en la segunda mitad hace algunas concesiones), pero que no deja de ser una muy valiosa carta de presentación para un director de indudable talento y múltiples ideas como Naishtat.
Cuando el miedo se muerde la cola Historia del miedo (2014) -la ópera prima de Benjamin Naishtat que en febrero pasado compitió en el Festival de Berlín-, muestra el desequilibrio de la vida social en un barrio privado bonaerense. Con un clima peligroso en donde siempre algo parece a punto de estallar, la película narra las paranoias de la clase media nacional que vive encerrada en sí misma. En medio de un verano sofocante, el clima en un barrio cerrado en las afueras de la ciudad empieza a volverse perturbador: cortes de luz intermitentes, alarmas que se disparan solas, rejas agujereadas, quemas de basura y la aparente caída de un meteorito son parte de un escenario que se vuelve cada vez más inquietante. Historia del miedo es una película atrapante y perturbadora que se sostiene sobre un relato que insiste sobre el temor de lo inexplicable y llega a resultar asfixiante. La película, que por momentos parece carecer de sentido lógico, construye a través de las acciones y del silencio de los protagonistas la sensación de un final inevitable en el que una especie de paradoja hace que los espectadores se descubran en sus propios prejuicios. Capa sobre capa, Benjamin Naishtat construye una percepción posible de lo real para develar, justamente, cómo la realidad es en verdad pura interpretación y experiencia subjetiva. Con elementos del terror y del thriller psicológico, la banda sonora de Fernando Ribero es uno de los elementos técnicos que más colabora en la creación de la atmósfera “de miedo” sobre la que se suspende la narración. Junto con una imagen enrarecida que prefiere una “cámara quieta” y acciones desconcertantes o inacabadas, el uso de motivos de género es clave para generar el efecto terrorífico. Se destaca la naturalidad y la sutileza en la actuación de Mirella Pascual y el magnetismo del debutante y no-actor Jonathan Da Rosa.
Tensión + Paranoia = Miedo Cortita es en duración (casi 80 minutos) esta particular propuesta del joven realizador Benjamín Naishtat. Difícil resulta definirla dentro de un género en especial. Se puede decir que es un drama, quizás, que oficia de psicológico dado los retazos de intriga y de nervio que se esparcen sobre cada una de las situaciones que van aconteciendo de forma gélida, inquietante y oscura. También es complicado evaluarla en términos puntuables o del tipo calificativo buena-regular-mala, aunque lejos está de ser un producto que reúna mayor cantidad de elementos negativos que positivos. De hecho, el modo en que la película está filmada, con una estética interesante, ayuda o coopera a la hora de observarla con más atención. El relato nos sumerge en pequeños trozos de momentos en donde el temor contamina e invade el comportamiento de los seres humanos ante determinadas instancias que, por su extrañeza o por su cualidad de infrecuentes, suscitan conductas o respuestas en las que uno no sabe cómo moverse o actuar. Entre evento y evento se involucran diferentes personajes, de forma aislada, en una especie de mini fábulas; muchos de ellos comparten escena en algún que otro pasaje. No todo lo que ocurre en Historia del miedo tiene el mismo nivel de tensión, de hecho la intermitencia y la irregularidad entre disposición de unos y otros sucesos se percibe o se detecta con facilidad. Existe, para colaborar con la provocación propia de la proyección, elementos que juegan una pasada fuerte, como lo es el factor sonoro con la casi omnipresencia de ruidos derivados de alarmas, aspas de helicópteros y melodías agudas y punzantes. De igual forma se apela, además, a la inserción del silencio para generar resultados similares; la ausencia de lo estridente cobra protagonismo, cuando es necesario, abriendo paso a primeros planos, miradas y todo aquello que le corresponda a la función del ojo de la cámara, avispado e inteligente. A veces, es verdad, algunos corredores dan la apariencia de sonar de relleno. Su ritmo manso, lento y perezoso pero de naturaleza hipnótica requiere que el espectador esté armado de paciencia para visionarlos. Naishtat hace un paneo exploratorio sobre estratos sociales opuestos. La paranoia nace desde el interior para exteriorizarse frente a imprevistos de mayor y menor calibre, ya sea ante un corte de suministro de energía, un ascensor que se detenga o el acechamiento de algún sujeto intimidante. Los rostros, estupefactos, pasmados y los cuerpos inmóviles, reflejan la (no) reacción, el desconcierto y la incertidumbre. Una narración que no es para todos los públicos pero que lleva un sello distintivo gracias a la alternativa diferente que plantea desde el cómo. En Historia del miedo el denominador común es el asombro o la desconfianza hacia todo aquello que se exhibe como inusual o excéntrico, y nadie parece librarse de sentir esa incomodidad. LO MEJOR: el apartado técnico-sonoro. Sin ser una película de diálogos inquieta. Tensa, rara e hipnótica. LO PEOR: requiere tenerle paciencia por su tranco. Cuestiones irregulares. PUNTAJE: 6
La suma de todos los miedos La habilidad de Benjamín Naishtat reside en poder contar algo fuera de la pantalla que en lo que realmente muestra en "Historia del Miedo"(Argentina, 2014). En eso que no vemos, en los límites borrosos de algo que no se llega a definir está el principal atractivo de una historia sencilla y compleja a la vez. Hay un grupo de personas que viven en un country, adinerados ellos, se mantienen al margen de todos los avatares de la vida cotidiana, y en algunos casos, el único contacto que llegan a tener con la realidad es a través de las pocas palabras que cruzan con sus empleados . El espacio del country a su vez está siendo invadido de a poco por personas ajenas al mismo que incendian basura en el límite. También hay otra persona, que vive con su hijo en la ciudad y que casi mantiene la misma rutina que el resto. Todos tienen miedo. Miedo de superarse, de vivir, de respirar, de acercarse al otro, de amar. Los cortes de luz que aceleran las interacciones además no ayudan a que todo fluya con normalidad y la resistencia a ceder espacios crece. En ese escenario simple Naishtat arma un complejo entramado de relaciones que terminan con el corolario de un festejo en el que cada uno tendrá miedo de qué hacer con los demás. Película de pocos diálogos, de sugerencias, de un estado de alarma latente, síntoma de época de visión inevitable. PUNTAJE: 6/10
Bejamín Naishtat debuta en el BAFICI con su primer largometraje, Historia del miedo: un filme que narra las diferencias sociales que se evidencian cotidianamente. Una clase trabajadora frente a la abundancia de un sector muy reducido de la sociedad es el eje de esta narración un tanto apresurada. No hablo del tiempo fílmico sino de la ansiedad con la que parecen actuar un grupo heterogéneo de personajes que se polarizan entre, “los pobres” quienes casi no hablan y se dejan llevar por sus pasiones, y “los ricos” que no pueden contener su descarada verborragia , excepto mientras saborean un opulento asado. La estructura se presenta en forma coral, y es Camilo quien con el pretexto de indagar en un mundo que les es por demás ajeno, intenta definir ciertos aspectos socioculturales del tiempo en el que vive, uno de ellos será el concepto del miedo. Con preguntas incómodas a entrevistados tomados por sorpresa y en momentos inoportunos, la cámara de Camilo bucea en el descubrimiento de los pensamientos e ideología de quienes comporten su vida a diario. Con una clara dicotomía entre “el afuera” y “el adentro”, el filme comienza cuando desde un helicóptero se ve un extenso muro de cemento que delimita dos zonas opuestas, por un lado el basural de una villa; por el otro, un barrio privado. Cada polo de esta diferencia se verá afectado una vez que los extremos se unan y permitan esa relación impensada que imposibilita la pesada muralla divisoria. Pero, si bien el cruce se produce, nunca podrán lograr una unión armónica. Comparten espacios a diario, sólo que algunos están para mandar y otros para servir; unos para mirar desde lejos y otros para disfrutar sin valorar. Extensa puede ser la lista de oposiciones, situación que Historia del miedo logra transmitir muy bien. La película es formalmente correcta pero deja algunos espacios vacíos. Se comprende lo que Naishtat quiere comunicar, sin embargo el conjunto revela algunas carencias importantes. Su tema es concreto pero a la hora de desplegarlo y ponerlo en escena, es en donde falla. Con una duración un tanto extensa para este tema tantas veces visitado, la sensación es de final abrupto o círculos sin cerrar. Así como la profunda división que muestra la toma aérea inicial del filme, lo que parece haber transcurrido es un desfile de pequeñas situaciones inconexas. Sin aprovechar del todo la secuencia del apagón, Historia del Miedo deja sabor a poco. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
El frágil universo de Historia del miedo de Benjamín Naishtat es asediado desde el off por amenazas sin rostro que toman la forma de basura quemada dejada en el patio de una familia o de un bombardeo de caca lanzado hacia el patrullero en el que se encuentra el vigilante del country. El mundo y sus convenciones parecen romperse, y la distancia entre los distintos grupos de personajes se mide no tanto por la clase social sino por cómo reaccionan frente a esa disolución: el silencio un poco inquietante de una señora que limpia y de su hijo jardinero se contrapone a la actitud de sus empleadores que se esfuerzan por mantener intactos rituales como el de la cena familiar. Las dos estrategias son solo variantes frente a un mismo peligro: el del fin de todo lo conocido. El guión elíptico produce un relato fragmentado en pequeñas escenas, a la manera de viñetas, y el encuadre se cierra siempre sobre los personajes escamoteando el entorno junto con los posibles riesgos que allí se larvan. Más allá de los protagonistas, el resto de la ciudad pareciera haberse entregado a un frenesí innombrable del que esporádicamente irrumpe algún signo enloquecido, como el chico que parece tener una especie de trance en el local de comida rápida, o los insistentes cortes de luz que dejan a los que los padecen en la penumbra más absoluta.
En una comunidad cerrada en los alrededores de Buenos Aires, más que disfrutar de la seguridad que les da vivir protegidos de cierta amenaza que se intuye, pero apenas se manifiesta a través de señales dispersas, el grupo de burgueses dueños de casas rodeadas por gigantescos parques parece sobrevivir en medio de un permanente estado de sitio. El calor del verano es abrumador, los cortes de luz, frecuentes; los ascensores se detienen; las alarmas se encienden sin que nadie las ponga en marcha; un patrullero policial cae bajo una tormenta de barro venido de no se sabe dónde, y otro auto es interceptado por un hombre desnudo que le sale al cruce al llegar a una cabina de peaje. Nada importa tanto en el film como transmitir esa atmósfera de inquietud, de presagio, de violencia, de agresión (desde el principio los insultos y las palabrotas van y vienen entre los miembros del grupo; no todos son los dueños: entre ellos también están los pertenecientes a una clase más humilde, que les sirven de criados). Salvo alguna frase que los insinúa en el comienzo, durante la larga secuencia del helicóptero que sobrevuela el escenario de la acción, no se apunta a los hechos que generan la paranoia y el miedo sino a la paranoia y el miedo en sí. Naishtat filma lo más difícil: el sentimiento, como si al exponer al espectador a vivir ese estado en abstracto, sin explicarle su origen ni comprometerlo emotivamente en una historia, lo empujara a reflexionar sobre sus propios miedos. Y quizá también a analizar en qué consisten y de dónde provienen. ¿Se trata del miedo a perder lo que se posee, sea lo que fuere? Por algo, en algún momento, durante una reunión (¿familia?, ¿amigos?, ¿fiestas de fin de año?, poco importa: el realizador descarta todo lo explícito), alguien propone un juego que no es tan inocente como parece: se trata de que cada uno responda un par de preguntas: "¿Qué te gustaría ser?", "¿Qué te gustaría tener? No todos se atreven a contestarlas. Quizá sólo los que perciben cuánto de sí mismos revelarían con sus respuestas. La idea es ambiciosa -basta reparar en el título-, provocativa y exigente para el espectador, y si en su realización Naishtat no hace demasiado para facilitarle el acceso, en cambio, pone en evidencia talentos diversos en la búsqueda de un lenguaje personal desde su sensibilidad para la concepción de imágenes cargadas de elocuencia hasta el inteligente empleo del sonido, fundamental en la creación de climas perturbadores y de un montaje que -salvo en algunos momentos de la segunda mitad y en el discutible recurso de la larga escena en la oscuridad- es determinante de la tensión que la película mantiene hasta el final. Igualmente, habrá que señalar su firmeza en la conducción del heterogéneo -y en general eficaz- elenco.
Puesta al día del temor al afuera Espacio abierto pero cerrado, también vigilado, intimidatorio, claustrofóbico. Un helicóptero ronda el lugar, se producen cortes de luz, cunde el miedo y el temor hacia algo inasible, de compleja carnadura. Espacio abierto pero cerrado, también vigilado, intimidatorio, claustrofóbico. Un helicóptero ronda el lugar, se producen cortes de luz, cunde el miedo y el temor hacia algo inasible, de compleja carnadura. ¿Qué le ocurre a esta gente que vive en ese paraje idílico de puertas cerradas con control permanente? La opera prima de Benjamín Naishtat, hasta acá cortos y un trabajo para Historias breves 5, construye la psiquis de un grupo asustado por la presencia del otro o, en todo caso, del diferente que se les presenta de una manera ajena a su confort y tranquilidad económica de barrio privado. Pero los comportamientos de la mayoría también se modifican a raíz del miedo o, tal vez, a propósito de tenerle miedo al miedo: a un ruido inesperado, a una voz en la noche, a una presencia que corta el tránsito en la ruta, a un corte de luz que produce que las máscaras empiecen a caerse. Un chico insulta a su padre de manera inexplicable y un cuerpo fláccido que atemoriza impide el paso de un auto y asusta a una mujer que no sabe qué hacer. ¿O es ella que se asusta sin saber la razón? Historia del miedo es eso: la puesta al día del temor al afuera, a la derrota, a perder la seguridad, al rechazo de un cambio a la rutina de todos los días de un grupo de personas que viven tensionadas. Narrada como si se tratara de pequeñas viñetas que conforman un relato único, la pericia narrativa de Naishtat, sin embargo, encuentra sus obstáculos en cierto aroma a cálculo, a película que no respira más allá de lo que muestra, a la perfecta concatenación de planos que, al mismo tiempo, descarta un crecimiento dramático que la historia nunca ofrece. Los referentes cinematográficos de Historia del miedo, en cambio, son transparentes y tienen al cine de John Carpenter como centro (al mejor, aquel de hace dos o tres décadas) desde la recreación puntual de aquello tan complicado de lograr en imágenes como es transmitir "miedo al miedo". Sin embargo, el director de Halloween y The Thing siempre apuntó al terror fuera de campo; en cambio, en Historia del miedo, desde sus intenciones dramáticas, se describe como una pesadilla que agobia un sector del mundo (¿actual?), que padece otra clase de temores, ya respirándole en la nuca.
Sensación de inseguridad La historia comienza con una toma aérea de una zona del conurbano, de esas donde los descampados y las villas no parecen estar muy lejos de los custodiados barrios privados. Cuando la cámara se acerca vemos vecinos asediados por una ola de calor, y por humo que viene de una zona cercana. A partir de ahí la cámara sigue de cerca a los protagonistas, sin un hilo conductor, solo una cámara que espía cómo de a poco se va construyendo un clima de hastío, de miedo, que va por dentro de los protagonistas y que sabemos que en algún momento estallará. El director no pretende denunciar ni criticar, solo exponer situaciones, construir climas, sensaciones, no del todo explícitas. Este primer filme de Benjamín Naishtat, está narrado en tono experimental, y con actores no profesionales, lo que resulta en un producto no del todo acabado y que definitivamente no atraerá enormes cantidades de espectadores al cine, pero servirá como una buena oportunidad de ver algo diferente, si es eso lo que se busca por sobre otro género.
En su ópera prima Benjamin Naishtat logra con talento y agudeza mostrar el clima de miedo que se desata con pocos elementos: una sirena, un corte de luz, vecinos indeseables, prejuicios, discriminación. La película no es perfecta, pero tiene el enorme atractivo de poner en evidencia lo oculto. Por eso, a pesar de sus defectos.
Una obra para ver y reflexionar Los miedos hacia lo diferente pasa, por lo general por la imaginación de las persona y esto queda plasmado en este muy buen film nacional “Historia del miedo” no es una película de terror. Lejos de eso. “Historias del miedo” es un film que plantea más las situaciones sobre lo psicológico que sobre los hechos en si. Con un muy buen guión y una excelente fotografía narra la historia de diferentes personas donde sus miedos pasan más por su imaginación y su psiquis que por sobre los hechos mismos. La historia cuenta la vida de un barrio privado donde afuera de su perímetro, pero demasiado cerca del mismo, comienzan a verse diferentes focos de humo que desata el miedo en una de las familias que vive en dicho lugar. Pero también los habitantes que viven en un barrio marginal detrás del alambrado del parque tiene sus propios miedos. Todo esto visto con una visión muy especial sobretodo cuando unos cortes de luz comienzan a generarse en la escena. Las actuaciones donde se diferencian bien tanto en los de clase alta, clase media y clase baja, van teniendo sus propios temores, Cada uno de estos seres muestran sus sentimientos sin tener que decirlo oralmente, solo por lo que la misma imagen nos muestra. “Historia del miedo” es una película distinta, original y bien filmada donde su director y guionista muestra una visión sociológica de la sociedad actualidad.
El inquietante contraste de dos mundos La opulencia de los barrios cerrados y la precariedad del paisaje que a veces los rodea son uno de los disparadores del film, que evita lugares comunes pero pierde algo de naturalidad. El sonido del motor de un helicóptero monopoliza la atención de los tímpanos del espectador mientras una cámara sobrevuela una geografía constituida por una concatenación de riqueza y pobreza. O, mejor dicho, de sus símbolos: a un barrio privado, compuesto por esas callecitas prolijamente desprolijas y casonas con piletas, le continúa un asentamiento precario, pleno de caminos de tierra y chapones operando como techos. De pronto, una voz desde un altoparlante irrumpe la monotonía auditiva reclamando, con ínfulas imperativas devenidas en hilarantes, el fin de la ocupación. Historia del miedo plantea, desde su escena inicial, la búsqueda de un carácter inquietante, perturbador, por momentos distópico y decididamente elusivo, evadiendo explicaciones tanto acerca de las causas del emisor del mensaje y las acciones previas del receptor como del contexto en que se producen. Pero con el correr de los minutos, justo después de que un chico trate a su padre de “pajero”; otro hombre, a la postre el jardinero del country, presencie una particular escena policial en un local de comidas rápidas y que la alarma de una de las casas suene sin razón aparente, se verá que no todo es lo que parece, y que las inventivas formales y técnicas son condiciones necesarias, pero no suficientes para constituir una gran película. Estrenada en la Selección Oficial de la última Berlinale y vista aquí en la Competencia Argentina del Bafici, el film está construido como un encadenamiento de secuencias aparentemente inconexas que sin embargo terminarán englobándose más temprano que tarde. Así, a las coordenadas iniciales le seguirá una breve descripción de la rutina zonal en la que se verá que el jardinero (Jonathan Da Rosa, uno de los bailarines de Los posibles, el film de Santiago Mitre y Juan Onofri Barbato) es hijo de una empleada doméstica y que su habitual laconismo es parte de una personalidad implosiva, cultivada tanto por contexto como por su representación mediática. Allí está la televisión, siempre lista para filtrar la violencia urbana a través de su óptica tremendista. Las cosas tampoco andan mejor en el barrio cerrado, donde los mismos que en su momento eligieron parapetarse en la falsa ilusión de la seguridad entre rejas hoy temen ante la certeza de un entorno supuestamente hostil. Lo supuesto proviene de la firme decisión de Naishtat de mantener a ese “otro” en un perturbador fuera de campo, convirtiéndolo en una entidad nunca manifiesta, casi fantasmal. Tanto que quizá ni siquiera exista. En ese sentido, si hay una nómina de temas que atraviesan a Historia del miedo esos van desde el temor por lo desconocido hasta su equiparación con lo maligno. No por nada John Carpenter es uno de los referentes citados por el operaprimista. Pero llegando a la media hora, la decodificación simbólica mostrará el sentido detrás de la forma, haciendo que lo evocativo devenga en unívoco. Es cierto que el film nunca se transforma en una de esas muestras de cine social latinoamericano pintoresquista tan en boga en los festivales europeos, aun cuando elige situarse en el conurbano bonaerense, pero la acumulación de sinsabores grupales (allí está la larga secuencia del asado) e individuales, el empuje constante de todos y cada uno de los personajes hacia situaciones emocionalmente límites y la creación de un mundo imposibilitado de ofrecer un atisbo de esperanza, son variables dispuestas por Naishtat para vehicular la validación de una hipótesis antes que elementos naturalmente amalgamados al relato. En ese sentido, da la sensación de que todo el dispositivo (incluidos los actores, que más allá de excelencia parecen ser portadores de mensajes antes que criaturas autónomas) es consecuencia de la necesidad de mostrar las rispideces socioculturales, desplazando por momentos la necesidad de contar aquello propuesto desde su título a un segundo plano.
Días de furia Tras su paso por la Berlinale y nuestro último Bafici, actualmente en competencia en el Festival de Jeounju (Corea), la ópera prima de Benjamín Naishtat es un film desafiante, dotado de imágenes magníficas pero poco convencionales y con una polisemia rara en el cine argentino. Siempre de modo transversal, Historia del miedo cuenta (vale aclarar nuevamente, por las dudas, que el término es alegórico) una serie de días álgidos en la vida del Pola. Compuesto de manera magistral por Jonathan Da Rosa (integrante del colectivo multidisciplinario KM 29), el Pola es un muchacho apocado y algo tontulón que vive en los márgenes de un barrio privado. Cuando una serie de incendios intencionales alteran la vida de sus habitantes, Carlos (César Bordón) organiza investigaciones en el country mientras el Pola, suerte de mascota de la vigilancia, es un espejo del miedo de sus vecinos, los bienaventurados. De principio a fin, exceptuando alguna escena graciosa, el film se adueña de una atmósfera incierta (no precisamente amenazante), emparentada de manera casi obvia con el cine de Lucrecia Martel pero también con films independientes como Buena Vida Delivery, el primer Trapero de El bonaerense e incluso hay ecos de Blair Witch Project. Alguien dirá “¿qué?”. Prueben y vayan a verla.
Paranoia clasista Es difícil definir a Historia del miedo, ópera prima de Benjamín Naishtat. Película de terror, de suspenso, drama: pertenece a todos estos géneros y a ninguno. Lo claro es que el realizador, que por su precisión narrativa y estética no parece debutante, partió de la observación de conductas sociales. Más exactamente del miedo y del prejuicio de clase, abordados desde diversos puntos de vista, sobre todo del de la gente de un country aterrada por el afuera. Un afuera presumiblemente pobre, que Naishtat deja -en una decisión correcta- en el campo de lo abstracto, salvo por un par de personajes lacónicos. Al principio, la película parece una sucesión de viñetas, sintéticas y contundentes, que cumplen con el viejo axioma de que lo siniestro es lo cotidiano cuando se vuelve extraño. En este sentido, Historia del miedo es bien argentina -toma los rasgos de nuestra decadencia para reformularlos a través del terror- y así se vuelve internacional (tuvo un gran paso por festivales). También es bien urbana. Por momentos, transmite el mismo agobio que ciertos noticieros. Naishtat procura no ser maniqueo ni sentencioso: todos los personajes, sin divisiones sociales, parecen a punto de explotar de furia y nadie, a la vez, intenta explicarla. Alguien podría decir que el horror en un country ya fue tratado, por ejemplo, por Rodrigo Pla en La zona. O que Naishtat -que mencionó a John Carpenter como una de sus influencias- abrevó en el cine del enorme Michael Haneke, cuya marca registrada es la irrupción de la violencia extrema en medio de la (supuesta) calma burguesa. Pero hay que marcar otro acierto del joven realizador argentino. Al modo de los mejores ajedrecistas, Naishtat comprende que, casi siempre, la amenaza es más efectiva que su concreción. Y así construye un filme en el que la que desesperación supera -por mucho- a las situaciones que la generan, lo que es un modo, nada enfático, de hablar de paranoia, sin obviar que los paranoicos también tienen enemigos. En algún momento, una mujer mira ShowMatch, sin sonido. “Estoy cansada de las peleas. Miro sólo el baile”, dice. El humor irónico también entra en el universo de Naishtat.
Antes que miedo, hermetismo muy bien fotografiado Entre el film fantástico y el cine experimental, esta opera prima se niega a explicar qué es lo que perturba a un montón de gente de un suburbio de Buenos Aires, y al hacer esto también perturba bastante al espectador, no siempre en el buen sentido. Es que desde la primera y larguísima toma desde un helicóptero, el director mantiene al espectador en ascuas acerca de qué demonios está sucediendo, dando solamente pistas de fenómenos que no son normales, y a veces son realmente preocupantes, pero por otro lado, no ofrece situaciones atractivas para que el público siga con atención los escasos 80 minutos de una historia que más de miedo es de hermetismo. Como es un relato de comportamiento colectivo, casi no hay personajes protagónicos con los que el espectador pueda sentir identificación o rechazo, y esto si bien quizá pueda ayudar al concepto teórico del realizador, tampoco es muy útil a la hora de tratar de contar una historia. Sin embargo hay que reconocer que los rostros y looks que elige para las distintas escenas son apropiados, a pesar del ya mencionado hermetismo que abarca todas las situaciones y conflictos. Hay unos pocos momentos en los que la tensión propuesta por la trama funciona bien, como cuando una alarma se prende sola dejando en el misterio si anda mal o realmente hay una emergencia. Ese tipo de escenas, con una aproximación menos teórica y un poco más de entendimiento de los engranajes del género fantástico hubieran derivado en algo más atendible. Digamos que "Historia del miedo" es el típico caso de película más rara que buena, pensada más que nada para el circuito de festivales antes que para una sala comercial tipo multiplex. A su favor se puede decir que puede resultar interesante y que cuenta con una notable fotografía que aprovecha al máximo los exteriores suburbanos.
Un miedo sonso Con una impactante y significativa secuencia inicial, donde un helicóptero sobrevuela el Gran Buenos Aires dejando ver un extenso muro de cemento que delimita el basural de una villa con un barrio privado, da comienzo esta ópera prima del director Benjamin Naishtat, con cierta veta experimental propia de una sección como Vanguardia y Genero del BAFICI. Apelando a elementos propios del cine de género como el thriller y el terror (desde el sonido, la iluminación y el suspenso) y apoyándose más en la construcción y creación de climas inquietantes y perturbadores, que en los diálogos de los personajes protagónicos, el film plantea una realidad social en la Argentina de hoy. Con una estructura coral, el relato se centra en los quehaceres cotidianos de los habitantes de un barrio privado que paradójicamente deben convivir con aquellas personas de las cuales intentan resguardarse. La fractura social y de diferencias de clase que caracterizan a la Argentina actual permite la construcción de un escenario donde la paranoia colectiva se acrecienta en una clase bien acomodada que debe convivir con su máxima amenaza. Si bien el film logra tensión en algunas escenas muy bien logradas (el sonido de una alarma que tarda demasiado en apagarse dentro de un country o los crecientes cortes de luz en medio de un verano sofocante), las vidas demasiado corrientes y rutinarias de sus personajes envueltos en situaciones que nunca llegan a cristalizarse no resultan inquietantes, y lo que parece haber transcurrido es un desfile de pequeñas situaciones inconexas que desaprovechan justamente las posibilidades del género. Incluso la última media hora recurre a elementos que se alejan de esa lógica y el relato pierde solidez y hasta algunas situaciones se tornan inverosímiles. Historia del miedo propone un ejercicio de estilo que combina una temática social abordada con elementos del género de terror o el thriller, pero que en la práctica logra resultados en muy pocos fragmentos del film y condicionado por la realidad social de la Argentina de hoy.
Después de dos cortometrajes cuyas búsquedas se conectan con las de esta película, Naishtat lleva sus preocupaciones temáticas e intenciones estéticas a un escenario más grande: los conflictos sociales y de clase en Argentina. Así como su corto que pasó por Cannes EL JUEGO proponía una mirada casi metafísica a un mundo violento dentro de un sistema tipo HUNGER GAMES, su largo procede más por la acumulación de momentos y por la transmisión al espectador de una sensación de incomprensible y casi metafísica violencia. Es el espectador el que debe, durante buena parte del metraje del filme, ir armando las piezas de esta narración. Lo que Naishtat propone, a la manera de acumulación de momentos, es una serie de situaciones suburbanas en las que los personajes experimentan miedos difíciles de comprender pero que tienen que ver con esa sensación de malestar urbano que nos rodea. Un hombre empieza a actuar raro en un McDonald’s, una alarma suena sin explicación, pilas de basura aparecen tiradas dentro de un country, un hombre corre desnudo en una autopista tirándose arriba de los autos, personas que no vemos lanzan barro a los coches que pasan y la tele siempre transmite algún caso policial terrible. Todo sucede más como en una película de ciencia ficción que como en un policial. historia miedoNaishtat hace algo que pocos intentan en la Argentina: cuenta visualmente. La película no apuesta ni al desarrollo psicológico ni a un entramado narrativo que levante tensión en el espectador. No. Naishtat cuenta como si fuera una película de terror, con la cámara, el sonido, el silencio y las miradas como las conductoras de los nervios de los espectadores. El director habló de la influencia de John Carpenter en su cine y eso es obvio: su película es más un filme político disfrazado de thriller que un drama sobre el miedo de las clases pudientes. La película recuerda un poco también a cierto cine austríaco (Seidl, Haneke) en su estilo algo gélido y hasta agresivo con el espectador. La actuación de Jonathan De Rosa, lo más parecido a un protagonista que tiene esta película coral, va por el mismo lado. Es poco lo que dice y menos lo que sabemos de él, pero su mirada penetrante y hasta su estructura ósea parece ser suficiente para transmitir al espectador confusas sensaciones: no sabemos qué le pasa, no sabemos qué es capaz de hacer. historia del miedoEs cierto que algunos espectadores podrían llegar a preferir mayor claridad dramática, pero no es el mejor camino para el filme. De hecho, sobre el final, cuando casi todos los personajes se juntan en un mismo lugar y aparece una mesa familiar (mesa similar a la que había en EL JUEGO), esas relaciones se clarifican pero también muchos miedos se ponen en palabras y el misterio se vuelve algo más convencional. Durante su primera hora, sin embargo, con cortes de luz y calores insoportables, con noticieros que transmiten cualquier cosa y con situaciones cotidianas que nos asombran y que no comprendemos nunca del todo bien, HISTORIA DEL MIEDO transforma nuestra realidad en una película de ciencia ficción. Acaso no sea nada descabellado…
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El infierno son los demás (…) GARCIN. – La estatua… (La acaricia.) ¡En fin! Este es el momento. La estatua está ahí; yo la contemplo y ahora comprendo perfectamente que estoy en el infierno. Ya os digo que todo, todo estaba previsto. Habían previsto que en un momento…, este…, yo me colocaría junto a la chimenea y que pondría mi mano sobre la estatua, con todas esas miradas sobre mí… Todas esas miradas que me devoran… (Se vuelve bruscamente.) ¡Cómo! ¿Sólo sois dos? Os creía muchas más. (Ríe.) Entonces esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… Ya os acordaréis: el azufre, la hoguera, las parrillas… Qué tontería todo eso… ¿Para qué las parrillas? El infierno son los demás. (…) De A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre Las imágenes se suceden con un ritmo quirúrgico, el montaje es clínico, los primeros planos permanecen en las miradas y se distienden por interminables segundos espectralmente hasta finalmente abrirse y volver a la acción, la realidad. Historia del miedo, de Benjamín Naishtat, quizá no sea una película redonda en todos los apartados que se proponen desde su ambicioso título, pero encuentra en sus atributos técnicos momentos de lucidez expresiva que se complementan para crear climas sombríos que es donde reside el peso de la película. La expresividad que logra en cada uno de sus apartados (montaje, sonido, fotografía) se complementan para dar lugar a una pesadilla donde el miedo al otro termina por invadir las vidas de este espacio residencial que -se intuye- forma parte del Gran Buenos Aires en cada una de sus locaciones fragmentadas. Si en un comienzo hablábamos de una fragmentación del montaje y luego de una fragmentación de las locaciones que ilustran el espacio ficticio donde se desarrolla la película, hay que hablar también de la fragmentación del guión que, a pesar de su linealidad narrativa convencional, elige ilustrar situaciones antes que desarrollar una continuidad de espacio y tiempo, con la excepción del clímax en el country. Estas situaciones cargadas de tensión, de silencios, están acompañadas de actuaciones que logran, en un registro que puede tornarse artificioso, una fluidez que logra darle naturalidad a cada una de estas secuencias. Esta complejidad barroca del film no aleja, sin embargo, de ninguna manera al espectador del relato o los personajes. En todo caso, lo que no termina de convencer del reside más bien en cómo se ilustra a determinados personajes. La burguesía acaudalada que vive en el country, a pesar de no ser tan llana como en Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro, resulta en personajes acartonados de los cuales sólo en algunos casos podemos entender que se trata de una sinécdoque. Por lo general esto se va a perder, porque el retrato que sugieren algunas líneas de diálogo está más cerca de una visión clasista segmentada que de una visión más amplia que nos permita sentir algún tipo de empatía por el miedo que están experimentando. Sin embargo, a diferencia de la película de Piñeyro, Naishtat decide enriquecer sus personajes con detalles (esas miradas, esos gestos, esas interrupciones tan bien llevadas) que les dan mayor relieve y, por lo tanto, verosímil. Con Historia del miedo, Naishtat logra un auspicioso debut que demuestra que tiene una voz lo suficientemente personal como para contar una historia utilizando recursos expresivos con una admirable fluidez para tratarse de una ópera prima.
Llega a sala la ópera prima de Benjamín Naishtat, “Historia del miedo”, que compitiera en febrero pasado en la Berlinale y que además hace un corto tiempo se alzara con premios en el festival de Francisco (New Directors) y en Jeonju, Corea del Sur (premio principal de la competencia!). Dentro de la industria ya se reconoce a este cineasta como un tipo talentoso, y no hay dudas de que lo es. Le sobran ideas para la creación de climas opresivos y paranoicos incluso, manejando presupuestos más que modestos en cuanto a recursos físicos. Esta es una propuesta distinta a lo que estamos acostumbrados a ver en la escena independiente local, Naishat trae en este relato coral, un silencioso debate donde se juegan conflictos que nos atraviesan como sociedad y que estamos lejos de resolver: el precio de la seguridad individual, los prejuicios ante quien pertenece a una clase social distinta a la nuestra y el abismo que separa a los que tienen, de los que no. Es otras palabras, esa falta de percepción de las necesidades de nuestros semejantes, que incomoda, molesta y precipita acciones violentas cuando hay diferencias de clase. La historia no se presenta de forma clara, al principio. Comienza con una serie de pequeños episodios sugerentes, en los cuales nos vamos adentrando en el conflicto principal, la sensación de amenaza que viven un grupo de personas, residentes de un barrio privado en la provincia de Buenos Aires. Una serie de incidentes, que parecen aislados e inconexos, (alarmas que se activan solas en casas quintas, alambres perimetrales cortados, basura en las inmediaciones del lugar, sujetos con conductas extrañas que no parecen tener sentido) van cobrando fuerza y procurando un universo asfixiante, en el cual la sensación es que, cualquier cosa puede suceder. Y no buena, precisamente. Es cierto que en “Historia del miedo” hay poco diálogo desde lo formal y que algunas escenas parecen retazos de un conflicto que no termina de estallar, nunca (aunque lo haga, en cierta manera, en el tumultuoso clímax). Naishat narra de manera particular, prefiere que la imagen hable y que los elementos que rodean a sus personajes, no sean marco sino forma. Este es un film que habla, desde el silencio. Logra transmitir la violencia simbólica como pocas veces se ha visto en el cine local últimamente. En lo personal, creo que el relato es austero y no tan accesible para los que buscan un cine simple y directo. Presenta muchas aristas abordadas de una manera poco convencional y si no estás preparado para el desafío, probablemente te cuesten los primeros treinta minutos de la historia. Después, todo comienza a ponerse en su lugar y se visualiza claramente la dirección del conflicto. Un muy buen debut para Naishat, con palmas especiales para el trabajo realizado por el magnético Jonathan Da Rosa, un hombre que dará que hablar en el medio. Vale la pena.
Publicada en la edición digital #262 de la revista.