Habitar un espacio Desde que esas flores violetas rodeadas de espinas aparecen en la pantalla y se da comienzo al film, ya podemos observar el tema principal de Hombres de piel dura. El espacio, la carencia y abundancia del mismo, qué hay en esos espacios por los que los personajes transitan, por qué están allí. Abarcar esos espacios se torna imposible porque, como expresa el padre de Ariel, el tractor se está rompiendo, ya no existe un motor que permita aprehenderlos. La propia puesta en escena remarca esa inutilidad, donde amplias tomas cenitales filmadas con vistosos drones están confinadas a mostrar la nada, sea un campo desierto o una iglesia en ruinas donde varios hombres se reúnen. Los ínfimos poblados que circulan el campo de la familia de Ariel solo aparecen como masas amorfas. Allí está el pueblo donde habita el colega de Omar, el cura, quien está confinado a sufrir una y otra vez por su pecado de antaño, la pederastía. Es en ese pueblo donde se lo trata con indiferencia, como si este estuviera de igual forma a punto de desaparecer, pero constantemente presente de alguna manera. A esa iglesia caída a pedazos, a ese cura en vías de desaparición y a ese plano que muestra cómo el fuego consume unos troncos, se contrapone cierto espíritu juvenil, primerizo, enraizado en Ariel. Como si la unión entre estos mundos solo pudiese darse a través de la pasión descontrolada, que puede ser fuego, amor, o dos cuerpos que se encuentran. Lo nuevo necesita a lo viejo y lo viejo a lo nuevo. Lo viejo desaparece de los espacios que habitaba volviéndose casi un ente fantasmal; aquí el abandono se muestra en varios espacios: los prostíbulos, el campo, las iglesias, siempre parece que faltara algo. Y Ariel se mueve en pos de llenar esos espacios, como cuando se encuentra con su amante en los campos de su padre, o cuando se interna en esa iglesia abandonada (anteriormente había incursionado en una iglesia bastante poblada), e incluso cuando acaba por habitar una suerte de nuevo hogar. Es central en el film observar cómo los personajes, ante la imposibilidad de habitar un lugar, escapan: La madre de Ariel que parece haberse ido hace tiempo, la hermana de Ariel que necesita irse lejos para entablar relaciones, Omar que precisa crear una simulación en un rancho alejado para conocer hombres… Incluso él se debate si el irse lejos le traería algún tipo de consuelo o atisbo de solución a sus dilemas. Hombres de piel dura es como esos caminos de doble mano que se encuentran en las rutas y campos que el film habita. Hay dos caminos, lo nuevo y lo viejo, lo que arriva y lo que parte, y es solo el fuego de la pasión lo que puede conectar (aunque brevemente) ambos mundos. Luego, cada uno sigue por lado.
“Hombres de piel dura”, de José Celestino Campusano Por Ricardo Ottone Campusano no le tiene miedo a los temas problemáticos. Más aún, forman la materia prima principal de su prolífica filmografía que en casi 15 años y a razón de una o dos películas por año viene explorando los rincones más oscuros de la condición humana, brindando una exhibición de atrocidades cuya característica más perturbadora es estar basada en la realidad. Y no se domestica con el tiempo. En sus últimas películas abordó desde la trata de blancas (Fantasmas en la ruta) a la maldita policía (La secta del gatillo ), y siempre presentes la marginalidad, la impunidad y las diferentes formas de abuso y sometimiento. En hombres de piel dura se mete con el abuso infantil por parte de miembros de la iglesia y lo hace con la misma crudeza a la que nos tiene acostumbrados. Campusano contó que Hombres… se trata de un proyecto de hace varios años, contemporáneo a la realización de Vil Romance (2008). Y hay varios puntos de contacto con aquel primer largo de ficción. Su protagonista principal Ariel, es un chico gay, hijo del patròn de una chacra del interior de la provincia de Buenos Aires, que termina una relación amorosa y secreta con Omar, el cura del pueblo, un hombre además bastante mayor que él. No sabemos hace cuánto se remonta esta relación. A partir de ahí, Ariel hace un proceso de exploración a través de varias relaciones con otros hombres, relaciones que en su mayor parte lo ponen en el papel de objeto de violencia y sometimiento. Por su parte Omar emprende un retiro espiritual que, lejos de hacerlo replantearse su conducta, lo lleva a hacer buenas migas con otro cura, este denunciado por violación, y efectuar intentos de acoso en sus alumnos menores llamándolos al silencio mediante la amenaza. Campusano vuelve a hacer un retrato descarnado y brutal de las relaciones humanas, esta vez en el escenario rural de interior del país, pero la sordidez que se muestra, con el impacto y la incomodidad que esta genera están siempre en función de poner en evidencia los mecanismos de ejercicio del poder que se dan en estos ambientes de reglas rígidas y asfixiantes. Los que detentan algún tipo poder, patrones, líderes, padres, parejas, lo ejercen sometiendo, humillando y silenciado a los más vulnerables. Las autoridades nunca estan función de defender a los débiles y apañan a los victimarios (los curas ante la evidencia del abuso adoptan una actitud corporativa de complicidad y silencio). Ante este estado de cosas, la única salida parece ser la huida o el estallido de violencia que puede poner las cosas momentáneamente a mano pero no alcanza para derribar el status quo. Campusano agrega algunos breves momentos de humor para aliviar tanto agobio, y agrega algunos toques de sofisticación formal (steadycam, tomas aéreas desde un drone) a su habitual estilo de realismo sucio y desprolijo, pero en esencia sigue siendo el mismo cronista de una realidad despiadada. Esta reseña corresponde a la presentación de Hombres de piel dura en la Competencia Argentina del 21º Bafici. HOMBRES DE PIEL DURA Hombres de piel dura. Argentina. 2019. Dirección: José Celestino Campusano. Intérpretes: Wall Javier, Germán Tarantino, Claudio Medina, Juan Salmeri, Camila Diez, Malena Majul Lieun, Sergio Sarria. Guión: José Celestino Campusano. Fotografía: Eric Elizondo. Música: Claudio Miño. Edición: Horacio Florentín. Producción: José Celestino Campusano. Producción Ejecutia: Mónica Amarila, Leonardo Padín: Distribuye: Compañía de Cine. Duración: 96 minutos.
Un joven tiene una relación secreta con un cura, relación que termina y lo lleva a buscar nuevas relaciones en un entorno donde la homosexualidad está proscripta. Campusano deja de lado cualquier intención moralizante, cualquier corrección política, y eso es lo que, en su estilo directo y cada vez más preciso, logra que entendamos primero a los personajes y, luego, el paisaje moral que los contiene o los destruye. De lo mejor de un cineasta casi secreto.
Obstáculos para el realismo. Que en una película de ficción que se pretende realista los personajes hablen coloquialmente diciendo, por ejemplo, “No niego lo que me generás pero ya no estoy solo” o “Aquellos ojos juveniles que tanto nos han cautivado y nos han hecho soñar hoy nos miran desde lo más profundo buscando una explicación”, resulta un escollo difícil de sortear para que su historia resulte creíble. En realidad, la elaboración de diálogos verosímiles y la dirección de actores nunca fueron méritos destacados de la obra de Campusano, aunque sus defensores consideran esas falencias como marcas de estilo. “Nuestra compañía productora nació con la idea de representar a las personas, lugares, comunidades y problemas que no son presentados por el cine dominante”, ha sostenido el director quilmeño, y la dignidad de ese propósito está fuera de discusión; el problema está en que confía demasiado en la verdad que pueden transparentar sus no-actores y la omisión de complejidades. Su decimo quinto largometraje sigue a dos personajes: Ariel (interpretado por el youtuber Wall Javier, alias La Queen), hijo homosexual del autoritario patrón de una chacra bonaerense, y Omar (Germán Tarantino), sacerdote abusador. Ambos mantuvieron alguna vez un vínculo secreto y, una vez separados, continúan dificultosamente sus respectivos caminos llevados por sus deseos, culpas y miedos. La historia va despertando interés al sumar varios personajes y conflictos, ambientada en un paisaje rural por momentos bucólico. Como en films anteriores de Campusano, en Hombres de piel dura no hay glamour ni efectismos propios del lenguaje publicitario; además (por encima de algunas innecesarias tomas con drones), exhibe profesionalismo en todos sus rubros técnicos. Sin embargo, su mirada es más indolente que acusatoria y casi no consigue transmitir emoción, suspenso ni erotismo. Muchas decisiones del director resultan discutibles. La primera conversación entre Ariel y Omar, en la que se los ve parados frente a frente en pleno campo y a la luz del día, hace desear un primer plano o algún tipo de recurso que exprese intimidad, de la misma manera que ocurre con los paneos para mostrar a un personaje y a otro, sin cortes, en el transcurso de varias conversaciones, o con más de una escena arriesgada (como la de Omar disponiéndose a abusar sexualmente de un menor), con la cámara consignando lo que sucede medio a los tumbos, como cuando se documenta un hecho inesperado con un teléfono celular. Los actores, por su parte, con excepción de Claudio Medina (el padre) y Mauro Altschuler (el borrachín buscavidas), defraudan diciendo sus parlamentos sin convicción o esforzándose por simular que están representando a una clase social a la que no pertenecen, algo que se advierte especialmente en quienes encarnan a los sacerdotes y en los personajes femeninos (la chica que aparece fugazmente integrando la barra de marginales, la prostituta y su hija). Alguna nota autorreferencial (Vil romance, de Campusano, asomando en el televisor), subrayados (un partido de fútbol de fondo mientras Ariel se maquilla, para señalar el entorno machista), el afán de denuncia resuelto con frases ingenuas o demasiado explicativas: todo deriva hacia algo híbrido, cercano a cierto cine argentino habitual en los ’80. El interés del guionista-director por hurgar en abusos y represiones –incluyendo la decisión final del protagonista renunciando a su cómoda condición de “hijo del patrón” por una elección de vida más inestable, como una suerte de moraleja– puede valorarse, pero a su propuesta le faltó madurez.
Un Drama con Aires de Campo. Crítica de «Hombres de Piel Dura» de José Celestino CampusanoInicioEstrenosUn Drama con Aires de Campo. Crítica de «Hombres de Piel Dura» de José Celestino Campusano 5 agosto, 2019 Bruno Calabrese Ariel es un chico que vive en el campo, en la provincia de Buenos Aires. Cuando su relación secreta con el cura Omar termina, inicia un proceso de redescubrimiento. Por Bruno Calabrese. En un pueblo a las afueras de Buenos Aires, Campusano se traslada a un ambiente rural para contarnos la historia de curas pederastas. Cuando Ariel y Omar, el cura del pueblo deciden poner fin a su relación secreta, ambos deciden iniciar un camino de descubrimiento que los llevará por terrenos peligrosos. Sin demonizar a nadie, Hombres de Piel Dura es una película que habla de la sexualidad y de los abusos. Podemos ver al cura sufrir por un impulso que no puede controlar. Un joven, que no entiende por que se burlan de él por su homosexualidad y solo busca amor. Un padre que no acepta la condición de su hijo y que su hija no tenga pareja; pero que sufre por el abandono de su esposa que escapó sin dejar rastro, dejándolo solo con la crianza de ellos. La elección de planos generales y el aprovechamiento de la profundidad de campo resultan muy efectivos. Así como el uso del dron, simulando ese dios que todo lo ve. Este trabajo estético se corresponde con un tratamiento complejo y original del trauma del abuso sexual, dentro y fuera de la Iglesia, y las dificultades para ejercer libremente la sexualidad que aún persiste en ambientes rurales.Sumado a algunos personajes que rozan lo bizarro, de apariencia temerosa, pero que a la hora de conocerlos nos llegan a enternecer. Una historia dura, que no se guarda nada, estilo inconfundible de Campusano. Hombres de Piel Dura es una película sobre seres que sufren, que tratan de escapar a sus demonios internos y externos. Puntaje: 80/100
En un pueblo rural, de algún rincón de la Argentina, vive Ariel (Wall Javier), un adolescente homosexual enamorado de Omar (Germán Tarantino), un cura pederasta del colegio religioso de la zona. Este último le pide un tiempo a su joven amante, quien, luego de esta decepción amorosa, busca donde satisfacer su ardiente deseo. En esta película se tocan varias aristas como la (homo)sexualidad, el deseo, el hermetismo machista y arcaico de la sociedad rural, los curas abusadores y el encubrimiento de la Iglesia sobre sus actos. La alquimia de Campusano funde las diversas temáticas en una amalgama vivaz y estimulante para el espectador. Si en “Vil Romance” se retrata, en un ambiente urbano, la relación entre un adolescente y un adulto, Roberto (Nehuén Zapata) y Raúl (Oscar Génova), respectivamente, con un estilo poético brutal y una estética rústica, en “Hombres de piel dura” se visualiza una variación en dichas formas. Se nota como el montaje y los planos evolucionaron de una película a otra. La experiencia obtenida por Campusano a lo largo de su filmografía y su oficio convierten a la cámara en un narrador más locuaz. Sin embargo, su estilo, aunque más depurado y estilizado, sigue teniendo esa sordidez mundana. Ariel padece su vida en el campo, tiene que ocultar su homosexualidad ante la gente del pueblo que rechaza a las personas con su “condición” e, incluso, a su padre, que al enterarse de esto lo lleva a un prostíbulo para que “cambie” y solo consigue humillarlo. Si bien el espacio en el que se mueve es abierto y tiene libertad para ir a donde quiera, se percibe la opresión que tiene que soportar a diario. Esta situación hace que Ariel reprima su sexualidad ante la vista de todos, pero, como su deseo es tan visceral, termina teniendo arranques pasionales ante los hombres que alimentan su fuego interior. Ahora, si hablamos de derroteros sexuales, Omar no puede estar exento. Su espíritu se doblega ante el deseo pecaminoso que le incitan los cuerpos púberes. Sabe que su ansia por la carne no está bien y, aun así, no puede hacer nada para evitarlo. Él, en contraste con Ariel, representa la sexualidad corrompida que solo busca, alejado de toda pasión, saciar el placer que le brindan los jóvenes. Campusano filma, sin miramientos, historias de una crudeza insoslayable y, como no podía ser de otra manera, “Hombres de piel dura” no es la excepción.
El director José Celestino Campusano estrena su décimo noveno film y como de costumbre nos presenta una historia bastante controversial. “Hombres de Piel Dura” cuenta la historia de Ariel, un chico de campo, en la provincia de Buenos Aires que tiene una relación secreta con el Cura del pueblo, Omar, y que cuando ésta concluye, Ariel inicia un nuevo proceso de autodescubrimiento. La historia tiene un relato muy visceral, crudo y que va directamente al choque, logrando así un eficiente efecto realista que explora distintas problemáticas sociales atemporales y que pueden aplicarse en cualquier ámbito como son: los abusos sexuales y de poder, la corrupción, el encubrimiento, el machismo y la marginación sexual. Todo se desarrolla en acertados ambientes rurales y contados a través de dos líneas narrativas simultáneas. En esta nueva producción se evidencia una evolución estética en pantalla respecto a las técnicas poco ortodoxas de Campusano y que hacen de él como cineasta, una marca registrada. ---> https://www.youtube.com/watch?v=WZ-yvRdPuXQ ACTORES: Wall Javier, Germán Tarantino, Claudio Medina. GENERO: Drama . DIRECCION: José Celestino Campusano. ORIGEN: Argentina. DURACION: 94 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 18 años FECHA DE ESTRENO: 08 de Agosto de 2019 FORMATOS: 2D.
Jaque mate al macho de campo En Hombres de piel dura (2019) el siempre polémico José Celestino Campusano retrata con una descarnada crudeza y sin ningún tipo de pudor una historia de abusos y manipulaciones en medio de un pueblo provinciano donde la masculinidad es puesta en jaque. Ariel es un adolescente que fue abusado por el cura del pueblo con quien mantiene una relación. Cansado de la manipulación y el dominio que sufre decide darle un final a la situación para comenzar un derrotero experimental con otros “hombres” del pueblo. Así Ariel se irá sumergiendo en un laberinto donde el sexo y el deseo se entrelazan con los tabúes y secretos que envuelven a esos hombres de piel dura. Campusano ya había abordado el universo gay en Vil Romance, la provocativa película que compitió en 2009 en la sección oficial del Festival de Cine de Mar del Plata provocando reacciones contrariadas. En esa oportunidad se sumergía en el conurbano bonaerense donde un joven entablaba una relación con un mayor de actitudes violentas. Ahora se traslada a la zona rural para abordar el tema de la homosexualidad entre aquellos que a priori derrochan masculinidad, sacando a la luz temas y conflictos tabúes. Pero Campusano va más allá y pone toda la carne sobre el asador exponiendo también la pedofilia religiosa y el silencio tácito que se esconde tras de ella. Hombres de piel dura sigue la línea estética e ideológica que el director de Fango (2012) y Fantasmas de la ruta (2013) ha ido desarrollando a lo largo de su vasta obra. Hoy ya considerado uno de los cineastas más audaces y arriesgados del cine argentino que no tranza con el sistema y se aleja de todos los cánones que lo rigen.
José Celestino Campusano explora la figura masculina en la ruralidad, los deseos, pasiones y los mandatos en esta nueva propuesta en la que además juega con los límites de lo representable en el marco de una narración tradicional. Transgrede, denuncia, juega con sus personajes, sin perder nunca, el sentido original de la propuesta.
Siguiendo con sus películas de mensaje moralizante, el guionista y realizador José Celestino Campusano sale del conurbano y se interna en la Pampa húmeda para abordar el tema de los curas pedófilos. Muy a tono con estos tiempos, uno de sus protagonistas es un religioso que abusa de cuanto niño llega al comedor comunitario de su parroquia. El otro personaje principal es Ariel, un muchacho del cual el cura ha abusado y hoy rechaza. El chico, desesperado al principio, no tarda en asumir su condición sexual, se introduce en el mundo gay del pueblo y seduce a los peones de su padre. Película con varios giros, áspera como todo el cine de Campusano, Hombres de piel dura vuelve a mostrar una galería de actores no profesionales que funciona mejor que otras veces. Pero la historia resulta cruda y obvia, sin sutilezas -el cura es en todo miserable, la hermana en todo fiel- y sin ahorrar detalles en las relaciones sexuales y en su desmitificación del peón argentino machote.
Con un grupo de fieles seguidores atentos a sus estrenos pero siempre lejos de las luces del centro, José Celestino Campusano es, en silencio, uno de los cineastas argentinos más prolíficos. Su“cine bruto”, protagonizado por actores desconocidos o no actores, suele mostrar a personajes marginales en historias crudas, jamás suavizadas para favorecer la digestión del espectador. Una constante que se repite en Hombres de piel dura, donde el despertar sexual de un adolescente se entrelaza con los devaneos morales de un cura pedófilo. Lejos del Gran Buenos Aires donde transcurre la mayoría de sus películas, aquí todo sucede en el campo. Al verse rechazado por el cura católico que lo inició, el hijo de un patrón de estancia (interpretado por Wall Javier, popular en redes sociales y la escena del trap como la drag queen La Queen) se lanza a la exploración de su sexualidad con diversos hombres de la zona. Mientras tanto, el cura lucha contra sus deseos venéreos. La doble moral está a la orden del día. Tanto el padre del protagonista como sus peones y la mayoría de la comunidad rechazan la homosexualidad, pero hombres con mujer e hijos la practican a escondidas. Por su parte, las autoridades eclesiásticas no castigan sino que encubren la pedofilia (en beneficio de la película, el propio Campusano humaniza al cura y también se cuida de condenarlo). El estilo naturalista de la narración -aun en las escenas de sexo, que hacen caso omiso de los tabúes- tropieza con un obstáculo insalvable: las actuaciones. La poca experiencia de la mayor parte del elenco queda evidenciada en parlamentos dichos de memoria, de manera casi escolar, sin ningún tipo de entonación. Así, este drama rural pierde peso y credibilidad, y termina siendo una maqueta de lo que podría haber sido.
José Celestino Campusano pasó por una etapa de transición entre un cine que tenía una potencia casi instintiva a uno más cuidado en las formas, pero que había perdido cierta fuerza. EnHombres de piel dura la recupera y equilibra la crudeza para narrar, con una mayor sofisticación en la puesta en escena, historias de vidas signadas por la violencia. El guionista y director continúa adentrándose en temas complicados, esta vez poniendo el foco en el abuso sexual, dentro y fuera de la Iglesia, y las dificultades para ejercer libremente la sexualidad que aún persisten en ambientes rurales. Todo está contenido en la historia de Ariel, muy bien interpretado por Wall Javier, un adolescente que sufrió el abuso y la manipulación de un sacerdote, y se libra de ese vínculo, buscando otros hombres con los que relacionarse sexual y afectivamente. La elección de planos generales y el trabajo con la profundidad de campo potencian el contraste entre la calma de los escenarios rurales y las situaciones violentas que allí suceden. No resulta tan efectiva la insistencia en el uso de imágenes de un drone (¿tal vez representa al ojo de Dios que mira los pecados de sus representantes en la Tierra?), pero hay una búsqueda estética que corresponde al tratamiento complejo y original de temas tan difíciles. Como es habitual en su filmografía, Campusano demuestra su talento para mantener la atención del espectador, aun enfrentándolo a escenas bastante crudas.
José Celestino Campusano es siempre el director personal y distinto que suele tomar temas candentes, sin atenuantes, que no le esquiva a la crudeza de las imágenes y tiene la fuerza contundente de su “cine bruto” pero que cada vez es más sofisticado. Aquí trata el tema de la homosexualidad en un ambiente rural donde se lo rechaza, soslaya y reprime, pero también se mete con los curas pedófilos, con una mirada terminante, concluyente, pocas veces vista. Dos sacerdotes, uno que está en el final de su vida y otro activo, los dos que han naturalizado sus abusos y que provocan repulsión con su poder en escenas rigurosas, algunas de enorme tensión. Por otro lado los deseos que no pueden concretarse en un mundo rural donde la masculinidad se resalta a cada paso. Igual que la hipocresía, la violencia y la prostitución. Con la utilización de drones para mostrar esa inmensidad apenas poblada o una iglesia derruida punto de encuentro de gays, quizás la mirada de un dios contrariado. Buenas actuaciones, convincentes escenas, diálogos con el sello del director.
Pensar en lo que no se nombra El cineasta aborda el abuso por parte de un sacerdote, aunque el protagonista del film es un adolescente gay. Podría pensarse que en Hombres de piel dura, su nueva película, José Celestino Campusano vuelve sobre el terreno de su film consagratorio, Vil romance (2008), pero narrando ahora desde el contracampo. Esto es, desde el lugar del chico gay, que allí ocupaba un rol secundario. Desde ya que no se trata de la misma historia, ni siquiera de personajes semejantes o el mismo ambiente. Mientras que el opus 2 de Campusano, asentado en el conurbano y protagonizado por un veterano metalero, se veía habitado por una fauna marcada por la violencia, quince películas más tarde el cineasta de Berazategui continúa aventurándose por fuera de su zona de confort, ubicando su nueva historia en la zona de Marcos Paz, en plena pampa, con un cura en lugar de aquel heavy. Así como antes abordó (o intentó abordar, según el caso) la violencia doméstica, la autodefensa femenina, los ajustes de cuentas entre “pesados” y la corrupción de clase alta, Campusano encara ahora el tema del abuso por parte de miembros de la Iglesia católica. Como en casos anteriores, no lo hace tanto para denunciar como para pensar en aquello que muchos no se atreven ni a nombrar. Pero el cura abusador no es el protagonista de Hombres de piel dura, sino algo así como una plataforma de lanzamiento para que el verdadero protagonista, un adolescente gay, inicie una vida sexual más próxima a sus deseos. El campo de los chacareros no es, con sus tareas pesadas, el clima asfixiante en el que todo se sabe y los hombres de piel dura a los que el título alude, el lugar más amigable para que Ariel (Wall Javier) pueda desarrollar libremente su sexualidad no tradicional. El comienzo de la historia lo muestra enganchado con el padre Omar (Germán Tarantino), el sacerdote que abusó de él y a quien él paradójicamente acosa, tal vez por ser el único objeto de deseo a mano. Cuando Ariel comience a diversificar la oferta amorosa, estará en condiciones de dejar atrás esa relación de abuso, a la vez que mantiene una tensa relación con su padre, que a los hijos los prefiere machos. Campusano también diversifica el relato, como suele hacerlo, abriendo líneas narrativas: la amistad del cura con un colega que es como un espejo culposo, un viaje sexual emprendido por el propio Omar con varios peones de la zona, una chica promiscua que el padre le presenta al protagonista. También, como de costumbre, más de un diálogo suena tan forzado como recitado, aunque a diferencia de las películas más fallidas esta vez no todas las actuaciones semejan estatuas parlantes. El protagonista está bien y más aún la actriz que hace de su hermana (Camila Diez), que da toda la sensación de tener experiencia previa. Desde hace rato que el cineasta de Fango y Vikingoviene puliendo su estilo visual, aunque es tema de discusión que esto sea preferible a la muy expresiva tosquedad de las primeras películas. A Campusano se lo nota entusiasmado con los movimientos de cámara, incluso cuando estos resultan tan estentóreos como poco explicables. Como un impresionante travelling cenital ascendente, que finalmente no muestra nada.
La zona Debe haber pocos directores tan móviles como Campusano. Un poco como Rossellini, cuyo cine tuvo siempre la forma de un itinerario (que incluyó Roma, Alemania, la India, la corte francesa del siglo XVII, etc.), Campusano viaja y allí a donde va recorta un terreno que le es conocido solo a él. Su filmografía dibuja un trayecto que incluye distintas área del conurbano bonaerense pero también Bariloche, Puerto Madero o Acre, en Brasil. Hombres de piel dura es una película rural que encuentra en el campo las señas de un territorio particular: una comunidad rígida, predominantemente masculina, que pone en marcha mecanismos de regulación con el objetivo de reparar una falta. Se trata de la fragilidad de la justicia, viejo tema del western, un género que corre siempre silencioso por el cine del director; en Hombres de piel dura, una vez más, el centro lo ocupa la ejecución de la ley, pero ley en el sentido antropológico de la palabra, norma que nada sabe de regímenes legales modernos. Más bien: regla sostenida brutalmente por hombres que también la padecen. El padre de Ariel es patrón de chacra y no puede lidiar con la sexualidad desatada del hijo: el chico es gay y amanerado, y como si fuera poco se acuesta con peones del lugar. Ariel parece haberse iniciado con Omar, un cura con el que tiene una relación que se interrumpe al comienzo del relato. Ese quiebre amoroso abre las dos principales líneas narrativas: despechado e inexperto, Ariel sale a buscar nuevos compañeros sexuales; Omar entra en una crisis de fe y habla largamente con un cura mayor condenado por abuso. Solo Campusano puede filmar los diálogos entre los dos religiosos con semejante aplomo y serenidad: la película no señala con el dedo, no se pelea con la Iglesia; en cambio, se aproxima con interés a un par de seres rotos que son movidos por pulsiones incontrolables. El cura más viejo cree que lo suyo puede ser una enfermedad y, así como él mismo fue abusado de chico por varias personas, se pregunta finalmente si sus violadores no habrán sufrido el mismo trastorno. El momento, de una fuerza y una incorrección impresionantes, no busca sentar una posición sobre el tema del abuso, sino capturar algo de la potencia cinematográfica que proveen esas criaturas y sus razones insondables. Después de todo, los dos curas actúan dirigidos por los mismos resortes elementales que conducen a Ariel a coger con el primer peón que se le cruza, o al padre a visitar frecuentemente a una mujer pobre que prostituye alegremente a su hija menor de edad (“cómo te gusta la chiquita a vos, eh”, le grita antes de entregársela como si todo fuera un ritual cotidiano). En Hombres de piel dura no faltan los marginales que sobreviven en los bordes y en torno de los cuales se traza una zona de peligro, como sucede con el primo de la chica prostituida, que lleva a Ariel a una casa desvencijada habitada por una banda de lúmpenes. Ese grupo tiene su eco en los gays que se refugian en una casa abandonada y escapan así de las imposiciones del pueblo. Los chicos parecen vivir fuera de la sociedad, una especie de paraíso gobernado por una justicia hecha a medida, aunque igual de violenta que la otra: un obrero borracho hace pis en una pared, y con la pija afuera exige a los gritos que alguien le haga sexo oral; los chicos, guiados por su líder natural, lo atacan entre todos. Los mundos delimitados por Campusano son esencialmente trágicos por la doble condición que los atraviesa: sus historias transcurren en comunidades rígidas que imponen a sus integrantes mandatos duros; los protagonistas quebrantan las reglas del lugar y sellan su destino. La moral vive en conflicto con la ley: el cura viejo pasea por el barrio y se somete de buen grado al escarnio público como si se tratara de alguna forma de expiación. Omar ve en su nuevo amigo y mentor el reflejo de lo que podría llegar a convertirse, pero después, al hablar con un nene que es devuelto por su familia adoptiva, el personaje se lo lleva inmediatamente a una habitación para violarlo. La escena es prodigiosa menos por el tema que por la visceralidad con la que se la filma: el cura no diseña una emboscada, ni siquiera tiene un plan, es más bien como si un impulso irrefrenable se apoderara de él y el hombre ya no fuera dueño de sus actos. Si pocos directores se atrevieron a una filmar un intento de violación infantil, Campusano agrega además un elemento perturbador: la observación de mecanismos atávicos que empujan a los protagonistas a saciar con desesperación los apetitos más terribles.
José Celestino Campusano ha realizado un cine de prestigio dentro del reducido espacio de los festivales de cine. Esta aclaración es para quien se sorprenda cuando encuentro elogios y valoraciones para el director de Hombres de piel dura como si se tratara de uno de los mejores directores del cine actual. Acá vuelve a mostrar todos sus defectos, sus contradicciones y en definitiva los límites que su cine tiene a la hora de llegar a un tema o contar una historia. La película transcurre en una zona rural de la provincia de Buenos Aires. Allí vive junto a su padre y su hermana Ariel, un joven gay que ha nacido y se ha criada en ese lugar. Al comienzo de su adolescencia fue seducido por el sacerdote católico de su comunidad. Ariel decide rebelarse contra el entorno de abusos de la iglesia y la ideología homofóbica y machista del lugar. Su padre, hombre de campo, insiste en que esté con mujeres, avergonzado por la condición homosexual de su hijo que no quiere aceptar. Campusano pasa del realismo más crudo y brutal a los giros más estándar y tradicionales del cine clásico. Por momentos es salvaje y por momentos es insólitamente inocente. Su constante insistencia en poner a no actores a decir parlamentos claramente artificiales y guionados choca una y otra vez, distanciando de forma no efectiva al espectador. No es distancia, simplemente falla su ensayo excéntrico y produce rechazo a la obra. Como siempre en su cine, la película consigue de todas maneras algunas buenas situaciones y estéticamente tiene no pocos hallazgos.
José Celestino Campusano es uno de los autores más prolíficos del cine argentino actual, y también de los más arriesgados. Hombres de piel dura, su 19º trabajo si contamos cortometrajes y co-direcciones, no es una excepción a esta tendencia fundada en el abordaje de temáticas complejas. En esta oportunidad nos adentramos en un territorio que no suele ser trabajado por este director: el campo. En estos espacios inmensos, alejados del ruido y el asfalto del conurbano bonaerense, se desarrolla la historia de Ariel (Wall Javier), un chico homosexual que emprende el camino hacia la superación de su relación con un sacerdote llamado Omar (Germán Tarantino), y en dirección a la construcción de su propia experiencia sexual. Para lograr esto deberá enfrentar los prejuicios y el machismo de su padre Pablo (Claudio Medina), un patrón de estancia testarudo, quien no solo lo presiona a él sino también a su hermana Betina (Camila Diez), para que continúen con el legado familiar y asuman una posición de mando que no les interesa en absoluto.
La vida sexual Así como Fuego (1969) de Armando Bó fue pionera en tener una escena lésbica en el cine nacional, seguramente Hombres de Piel Dura (2019) sea la primera en tener un beso negro explícito: Ariel, el protagonista (Wall Javier), está apoyado contra una pared despintada de una casa abandonada que los hombres gays de un pueblo de Buenos Aires usan como punto de encuentro, mientras un amante ocasional le come el culo con ganas. Campusano vuelve a mandarse un melodrama marica como en Vil Romace (2008) pero esta vez ya no en los límites entre lo urbano y lo rural sino directamente en el campo; su “secreto en la montaña”, con gauchos y peones en lugar de vaqueros. Y en lugar de centrar su mirada -y la nuestra- en el maduro activo (en ese caso Oscar Génova y acá su figura especular, el cura Omar protagonizado por Germán Tarantino), el punto de vista es el del joven pasivo. Relación asimétrica usual aunque suene a lugar común, como algunos otros que Campusano explota, como por ejemplo la asociación entre la promiscuidad y la sordidez (recordemos que los encuentros sexuales se dan entre escombros en un inmueble abandonado y la casa familiar del último amante de Ariel parece la entrada de un psiquiátrico venido a menos), pero que además de estar a tono con la filmografía de Campusano son cuestiones que a veces se dan en el mundo real y están en escena por eso y no por ser delirios conservadores del director. La película se reparte el relato y el discurso en dos; por un lado vemos el comienzo de la vida sexual de Ariel y los problemas con su padre y sus parejas, y por otro el final, o las consecuencias, de la vida sexual del cura Omar y los problemas con la culpa y el miedo al escrache. Porque Omar, además de ser la primera pareja de Ariel, es un pederasta al que vemos tratando de abusar de un chico. El énfasis discursivo de Campusano está puesto en la historia de un padre tradicionalista que no acepta tener un hijo puto, y en la historia de los “padres” abusadores que se absuelven entre ellos. “Sería tan amable de tomarme la confesión”, le pide otro cura pedófilo (que en otra toma aparece detrás de las rejas pero de su casa) a Omar después de hablar de la muerte, y Campusano corta y los manda al infierno mediante el plano de unas llamas en ralentí. En este último Campusano, que habla más desde los planos que antes, hay un proceso de estilización; porque no solo hay uso del ralentí (como cuando muestra a los peones del campo, uno de ellos amante de Ariel, trabajando la tierra en cámara lenta) sino también en los travellings, los zooms y los planos cenitales de drone; recursos técnicos que parecen más caprichos estéticos que discursivos y que aportan cierta belleza tradicional a un cine que parecía no preocuparse por eso, y que se suman a una narrativa más aceitada que también demuestra Campusano en esta película, sin dejar de lado sus yeites usuales de representación.
HONESTIDAD BRUTAL Como suele ocurrir con las películas de José Celestino Campusano, los temas son fuertes y no parece haber demasiadas concesiones en aquello que se quiere contar. Allí donde otros no se atreverían a poner la cámara, el realizador de Quilmes lo hace con la misma falta de pudor que encara situaciones pesadas, socialmente encubiertas o ignoradas. Si hay algo destacable en toda su filmografía es que su método se muestra como es. Esto lo diferencia de una gran parte del cine argentino refugiado en la pose o en el virtuosismo estético. En varias oportunidades se le ha criticado (con y sin argumentos) el trabajo con los actores y cuestiones vinculadas con el guión, incluidos los diálogos y el registro verbal de los personajes. No obstante, sigue depurando un sistema de filmación y continúa con la firme voluntad de abordar tópicos y espacios desde diversos ámbitos que pueden ir desde el conurbano, la cárcel, una ferretería, hasta el altiplano en Bolivia o determinada zona rural de la provincia de Buenos Aires. Los escenarios varían pero el imperativo moral que guía su mirada, no. Sin embargo, como toda poética y carrera prolífica, las cosas a veces funcionan y otras no. Hombres de piel dura es parte de ese sector del cine de Campusano donde las ideas que se subrayan devienen en arquetipos, son escasos los matices y la fuerza de las imágenes ceden ante la necesidad discursiva. De este modo, la historia se extravía en varias tramas que no parecen quedar bien resueltas y los mejores momentos están relegados por esa obligación de marcar los temas con una pintura similar al grito mediático. El punto de partida es la relación secreta entre un joven y un cura. Dos personajes y dos instituciones retrógradas y represivas cuyo principal fundamento es la prohibición del deseo, lo que conduce al desastre. La pedofilia atraviesa a la película, por supuesto, pero la dirección que toma una de las tramas es el camino del goce sexual masculino en un ámbito impensable para ello, el del campo en su versión más retrógrada. De allí, que el tema de la Iglesia parece forzado porque aparenta ser una excusa argumental (bastante grave como para soltarla o descuidarla) como disparador del itinerario de Ariel y su vía crucis en un medio hostil, de doble moral, de represión y de mandatos. Solo dos mujeres podrán comprender su elección sexual. Su hermana, la única que no lo cuestiona y que se atreve a enfrentar al padre en sus intentos de forjar un machito, y la adolescente cuya madre la presta al capataz para que se acueste con Ariel. Lejos de acceder, el chico le ofrece comida y dinero a cambio de la complicidad y ella no solo accede sino que será quien le encuentre una nueva pareja. En esta dirección, la película se conecta con los melodramas: la búsqueda desesperada del amor, el deseo que gobierna el cuerpo por sobre la razón y situaciones que bordean el disparate (la casa donde viven paisanos que aceptan las decisiones sexuales de los otros es tan inverosímil como genial). El problema es que las elecciones formales de Campusano eluden el candor del melo y apuntan al discurso, al recitado y a variables arbitrarias en cuanto a los movimientos de cámara que nunca terminan de convencer. Pese a esto, no faltan las señas particulares del realizador: los insertos de humor dentro de la tragedia social, los grandiosos planos generales y el trazo de ciertos ambientes como solo el mismo puede lograr. Sumado a lo anterior, una fija: siempre el último plano es una puerta abierta al abismo.
Llega a las salas la nueva película de José Celestino Campusano que pone el foco en la búsqueda de identidad de un joven gay quien trata de sobrevivir mientras el pequeño pueblo rural donde vive lo discrimina. Ariel termina la relación secreta que tenía Omar, el cura del pueblo quien es mucho más grande que él, eso será el punto de partida para embarcarse a conocer otros hombres con los cuales entablar una nueva relación, pero la hostilidad de ese lugar lo expone ante las críticas y las cargadas de esos supuestos “hombres rudos” de campo. Mientras tanto Omar busca “contener sus impulsos”, pero en su retiro espiritual se apoya en otro cura, denunciado por abuso sexual, quien pide que vayan a pegarle de una vez así deja de lidiar con la indiferencia que les transmiten los habitantes. Hombres de piel dura es una película descarnada y directa que va al grano en donde Campusano expone claramente las miserias y los prejuicios de los vecinos de ese lugar, estos no aceptan que exista otra elección sexual y frecuentemente se burlan de los gays e incluso tratarán de que “corregir” lo que creen que es una desviación o inmoralidad, algo que en pleno siglo XXI ya no debería ocurrir.
Nada más intenso que el terror de perder la identidad”, Alejandra Pizarnik. Un comedor infantil donde algunas monjas sirven la comida, cruces, una parroquia y el campo lleno de plantas espinosas, cardos, son los primeros planos de Hombres de piel dura, el último film de José Celestino Campusano. Así es como el director se mete de lleno con un tema tan actual como inquietante: el abuso sexual eclesiástico. Ariel, interpretado por el youtuber Wall Javier, es un joven que vive en una chacra con su padre, el patrón, en una interpretación categórica de Claudio Medina, y su hermana. El film se desarrolla en el ámbito rural, pequeño y asfixiante, y gira en torno a la vida de Ariel, un joven gay, abusado por el cura del pueblo, que empieza a despertar a la vida sexual. Su padre desaprueba y censura, y su hermana, que mantiene sus relaciones lejos del pueblo y de la chacra, lo apoya incondicionalmente. Ya en la primera escena, una cena familiar, el director muestra la tensa relación entre el padre y el hijo cuando el padre hace referencia a “que el físico no te da”. El prolífico José Celestino Campusano maneja dos ejes narrativos: por un lado el abuso sexual dentro de la Iglesia Católica y por el otro, el despertar sexual del protagonista. Terminada la situación de abuso con el cura, Ariel comienza relaciones con otros hombres, entre ellos un peón de la chacra, buscando compulsivamente el placer y la autoafirmación. Otros personajes refuerzan el relato: los trabajadores de la chacra, machistas y duros, las prostitutas y el ambiente del proxeneta del pueblo, lugar al que recurrirá su padre para obligarlo a mantener relaciones con mujeres, y una joven prostituta, con quien entablará una relación de amistad. El film habla del abuso, de las relaciones de poder y sumisión, no solo a través de su personaje principal, sino también mostrando la condición de las mujeres, oprimidas y abusadas. Campusano denuncia lo que la Iglesia Católica tapa, evidenciando el accionar de la institución que lleva a los curas abusadores a otros espacios para protegerlos. Es impresionante la escena que muestra la casa de retiro, con curas sentados en reposeras tomando sol, como lagartos, esos reptiles de sangre fría que miran de costado buscando presas. En Hombres de piel dura, Campusano vuelve a hablar crudamente de las márgenes, de la realidad, de “lo que pasa” y lo hace fiel a su estilo: descarnado, brutal y genuino. Las denuncias de abusos por parte de curas e integrantes de la Iglesia Católica no tienen fronteras, se incrementan y salen a la luz cada vez más en distintas partes del mundo, con testimonios de las víctimas y la permanente búsqueda de impunidad por parte de las autoridades de esta institución. El retrato audiovisual específico de un caso sucedido en algún pueblo rural del interior actúa como muestra de un pequeño infierno que puede verse espejado en miles. A diferencia de Vikingos o El Perro Molina, el cineasta afila más el lápiz componiendo un guión más complejo, planos cuidados y el uso del dron. Campusano no juzga, solo lee la realidad, levanta la vista, abre los oídos, escucha y lleva al celuloide lo que lo rodea, la realidad le provee y a partir de allí y brutalmente, golpea, sacude y perturba. Relata descarnadamente, desprovisto de coreografías que hermoseen las relaciones y los cuerpos que se encuentran en el placer. Los diálogos son claros y brutales. Los curas hablan de sus abusos como si estuviera bien lo que hacen. No son ni tiernos ni compasivos. El patriarcado y la carga de vivir en la clandestinidad, a escondidas, ocultando el deseo y la identidad, son parte del tejido de esta película. Sin respiro ni colchón que amortigue ningún jab de esos que suele tirar el director, sin ninguna mañana que signifique un corte con la dureza, la película golpea sin tregua. La claraboya por donde escapar llegará cuando Ariel encuentre un lugar donde sea aceptado y querido. Es un relato salvaje, alejado de toda hipocresía y de lo políticamente correcto. Se sumerge en las relaciones humanas, la sumisión, el poder, el patriarcado, la pedofilia y la lucha permanente contra un sistema que reprime cualquier intento de vivir de acuerdo a lo que cada ser humano ha elegido.
Esta vez el escenario es rural. Hay un chico, hijo del dueño de una estanzuela, que, siendo adolescente, no puede dejar de acosar al hombre que lo inició sexualmente: un cura. El sacerdote que atiende comedores suele abusar de algunos de los jóvenes asistentes. Otra vez José Celestino Campusano aborda temas polémicos con su particular estilo. Sin metáforas ni vueltas, acorde con el nombre de su productora, Cine Bruto. La película elige como tema los comienzos sexuales de Ariel, el protagonista, y el tema del abuso por parte del sacerdote. La seguidilla de relaciones con los peones de la propiedad, para escándalo de su padre, se desarrollan luego del abandono del sacerdote. Sin embargo, la actitud del padre del chico, que intenta reorientar su inclinación sexual, lo conduce a una serie de problemas con jóvenes vecinas de la zona, hasta que logra iniciar una amistad con una de ellas. Campusano esta vez muestra un mayor cuidado formal en su producción y esto se suma al buen manejo narrativo, especialmente del tiempo, que redunda en un ritmo ágil. Pero no puede evadir uno de los problemas clásicos de sus filmes, el desempeño de los actores (profesionales o no), que deslucen la puesta en general. La película no es lo mejor del director, se extraña la autenticidad de "Vil romance" e incluso algunos de sus protagonistas, totalmente identificados con el tema y los espacios utilizados. "Hombres de piel dura" es plana, con personajes sólo en blanco y negro, con diálogos que remedan ciertos excesos del lenguaje periodístico y abundan en lugares comunes. A esto se suma cierta moralina que molesta el desarrollo general del filme.
Hombres de piel dura. El nuevo film de José Celestino Campusano se mete de lleno en la vida de un joven gay de campo, sus relaciones y como sobrelleva el día a día con su entorno. Ariel es un joven de pueblo gay que, luego de una relación con un cura de la iglesia que frecuenta ayudando al comedor, con el corazón roto por el desamor decide emprender un derrotero para alcanzar el pináculo de su sexualidad. El mundo de campo es un lugar para «machos», y así se lo hace saber su padre una y otra vez. Su hermana, quien estudia en facultad (seguramente en Buenos Aires) es testigo ausente de las decisiones de un hombre en una casa regida sin figura materna, y fiel confidente de Ariel. Hombres de piel dura (2019) es la decimonovena película de Campusano, director independiente de la Zona Sur de Buenos Aires. Paralelamente a la historia de Ariel, el film se mete en la vida del sacerdote abusador que (quizás) lo llevó al joven a determinar su rol sexual. La maestría de Campusano ante la cámara, que hace de este film una obra de arte en cada plano pensado milimétricamente, choca con la mayoría de los actores que parece leyeran un guión al momento de filmar la toma. Además, la decisión de no musicalizar escenas clave que podrían terminar siendo algunas intimistas, otras dramáticas, y otras de un suspenso arrollador, le quitan peso a la trama dejándola a la deriva y sin tomar partido o posición, por ejemplo, del accionar perverso de los curas y su insistencia en tapar a sus colegas abusadores. Si bien Hombres de piel dura viene a desmitificar la figura del «macho de campo», desde este humilde punto de vista, le falta hacer hincapié más fuertemente en algunas cuestiones técnicas y en el trato que se le da a la historia.
Expresión más extrema de la miseria humana Merleau Ponty en “Fenomenología de la recepción”, refiriéndose a lo que él llamaba lenguaje indirecto, usaba una metáfora para hablar del trabajo del escritor, y decía que era semejante a la labor del tapicero que trabaja con sus hilos en el canavá. Del revés va haciendo los nudos y trabajando los colores hasta que del otro lado del tapiz reproduce una imagen que representa su pensamiento. Desde ese punto de vista se puede percibir en “Hombres de piel dura”, el último filme de José Celestino Campusano, como un tapiz al que sólo se le ve la figura final, pero no el entramado ni sus nudos. Porque en esa representación se puede distinguir que el realizador articula con la proximidad para dar agudeza y con la distancia necesaria para dar objetividad. “Hombres de piel dura” fue escrito por Campusano basándose en una historia real sobre un sacerdote pedófilo que salió impune de la justicia. Pero también sobre la vida de los habitantes de un pueblo que, como reza el dicho “pueblo chico, infierno grande”, se las ingeniaban para enjuiciar, pero no para ayudar a una víctima. Pero también sobre la población rural y su modo de entender el amor. En el protagonista, el amor, que en primera instancia debió haberlo recibido a través del padre y la madre, no lo obtuvo (salvo por su hermana que entendía su situación), y lo sustituyó por un cura que lo inicia en la perversión. El amor es el gran ausente, en casi todo el filme de Campusano, en cambio el sexo funciona como generador de pulsiones, y en algunas secuencias hasta de modo animal. También se lo muestra como una expresión de poder y dominio sobre el otro. Sin embargo sí se especifica con claridad los deseos sado-masoquistas, de aquellos que son víctimas y victimarios. El cine de Campusano es realista, visceral y cruel, como la misma realidad. Su postura es a la vez crítica con lo que ve a su alrededor y amorosa con lo que deja que el espectador entrevea en la singularidad de los gestos y las acciones de sus actores. La cámara sería para él una herramienta más fijada en el entrever, en lo sugerido, en lo que se relaciona con en el inconsciente, que con lo que muestra. No es la ausencia de actores profesionales lo que caracteriza su realismo social, es más bien la manera, como diría André Bazin como articula los personajes. Éstos son antihéroes y como tales incapaces de controlar por sí mismos ninguno de los acontecimientos buenos o malos, cuyas consecuencias deben sufrir. Ese antihéroe fue Ariel (que interpretó Wall Javier y cuya actuación es excelente), que busca por todos los medios posibles no sentir la soledad a la que es condenado por ser diferente. Hay algo más atroz que un niño manipulado, maltratado, abusado, sí, la venta de órganos, la prostitución de esos niños, etcétera. Campusano en “Hombres de piel dura” se limitará a exponer o revelar esa maldad al mundo. En esa maldad, lo que importaba era mostrar la miserabilidad de un cura pedófilo. Esos actos de decadencia humana han hecho que la iglesia perdiera credibilidad y fe por parte de sus fieles. El palíndromo es aquella figura literaria consistente en formar frases o palabras que se leen igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. En manos de Campusano el palíndromo se convierte en una metáfora del determinismo existencial: da igual la ruta que recorramos, porque hay algo esencial que jamás cambiará: la vida en el campo, en el pueblo, y en ese famoso “debut” que desde tiempo inmemorial practican los jóvenes adolescentes (no en las ciudades) para iniciarse en el camino de las relaciones sexuales mediante una madrina, que siempre fue una prostituta. El prostíbulo aún en los pueblos continúa siendo una vía de escape al tedio de los jornaleros. Campusano muestra todo ese universo y es consciente que asesina la retórica narrativa para hacer triunfar la evidencia: el hecho realizado por un pervertido sacerdote sobre el símbolo de la bondad eclesiástica. Crea un cine de hipérbole sobre una realidad siempre sepultada por el mito religioso del premio o castigo a los feligreses, en el que no existe infierno o excomunión para los pedófilos. José Celestino Campusano, más que denunciar desenmascara y se atreve a mostrar la realidad con obscenidad quirúrgica, porque no elude nada, ni esconde nada. Esto obliga al espectador a ser coparticipe de su búsqueda en los aspectos extremos de la persona. Esta historia de “Hombres de piel dura”, tan sombría como perturbadora se basa más en los hechos que en los personajes: desprecio sexual, insatisfacción, restricción cultural, vejación, prostitución, violencia sobre los niños. Campusano como David Lynch, saca a la luz todo aquello de malsano que se agazapa bajo una superficie aparentemente sostenida por una hipócrita verosimilitud moral. Sus películas son provocadoras, denunciadoras de todas las mentiras sociales y morales, y a veces resultan de una crueldad intolerable: herencia de Goya, Spilimbergo, Ricardo Carpani, y de todo el sentido trágico del ser humano que esos artistas claramente comprometidos con su tiempo y su contexto expusieron en la expresión más extrema de la miseria, la decadencia humana, y sus podredumbres
El realizador José Celestino Campusano lo hizo otra vez, perpetra (elija la acepción que más le conforme este término) un audiovisual, donde el título es casi un calificativo de las personas que viven en y del campo, Ahí se acaba la bonhomia de ésta producción Por primera vez se aleja del conurbano bonaerense para filmar esta realización en su totalidad en zona rural de Argentina. Pueblo chico, infierno grande. El problema no es que quiere decir, sino los recursos que utiliza y como lo hace, el punto que el cine es el arte de la insinuación, si bien enarbola la bandera de la ausencias de sutilezas, parecería ser que ese uso tiene dos posibles lecturas. No sabe de alusiones, o es sólo para incomodar al espectador, al desprevenido. No se toma su tiempo para nada, presenta los personajes y así son, no hay variables, ni variaciones, ni desarrollo de los mismos, el padre es un déspota, el cura un maldito perverso, la hermana es todo bondad para con el protagonista. Si bien el relato se construye, (de alguna manera hay que decirlo) a partir de dos subtramas, ninguna se plasma como conflicto a desarrollar: una, la del cura pedófilo que pervierte al joven protagonista desde muy pequeño hasta que lo abandona, y dos, la de éste en busca de reemplazar eso que sentía que creía que era amor. En los primeros dos tercios del filme todas son escenas sueltas sin conexión entre sí, sin conformar una mínima secuencia, luego se intenta pegar todo, pero queda aglutinado. En medio el espacio rural, exagerando los maniqueísmos para todos y cada uno de los personajes. Sin dejar pasar por alto que los diálogos de los personajes nunca los reflejan exactamente, pueden hablar tanto como un citadino o como filósofos, muy pocas veces como hombre de campo, por momentos da la sensación de que hubiera una sola voz dispersa entre los personajes, eso hablaría de la ausencia de un dialoguista que le diera a cada uno una voz propia. Como parámetro Pedro Almodóvar o Woody Allen, pero sería muy cruel de mi parte establecer estas comparaciones. Los temas que quiere denunciar no son originales en la historia del cine, de muchas maneras, desde distintas filmografías y numerosos directores los han tratado, creadores de verdaderas joyitas del séptimo arte. En esa búsqueda es que el realizador, queriendo ser crudo sin medias tintas, cae por demás en situaciones que no puede desarrollar y menos resolver. Plagada de escenas sin sentido, en el sentido que sino están da lo mismo, nada aportan, con una muy mala utilización del sonido, sin respeto de los planos sonoros, es lo mismo que los personajes estén a 50 centímetros de la cámara que a 500 metros, todo se oye exactamente igual. Lo mismo sucede cuando queriendo copiar a Jean Luc Godard los diálogos son fuera de plano, o sea vemos al personaje que escucha de espalda en planos alternados, Todo un descubrimiento, mire. Sin Justificar, claro Lo mismo sucede cuando en una escena utiliza el ralentado de las acciones de los personajes con música diegética y empática, sólo para mostrar que lo puede hacer, tampoco tiene alguna excusa estética o teórica para concebirlo. Ni que hablar de lo seducido que esta, por lo que se ve en la proyección, de los travelling, técnica que su uso aplica una cuestión moral, según una frase atribuida al director galo nombrado anteriormente. En este caso no se sabe a ciencia cierta cuál es el motivo, queda lindo, eso sí, pero su uso indiscriminado, exagerado y en mucho pasajes sin una adecuada guía para su progresión, termina agotando. Como ejemplo claro de paneo de una cámara y continuidad con travelling, una escena abre con un falcón que pasa por detrás del protagonista sentado, éste se pone de pie y va a buscar a su nuevo amante. Alguien podrá hasta explicarlo como metáfora de una época de la Argentina que nadie quiere que vuelva. El problema para sostener esta interpretación es que el auto en cuestión es de color rojo y nunca más vuelve a aparecer en pantalla, paso por detrás y se esfumó. Ni que hablar de las actuaciones, no son actores y se nota, claro que quien es el máximo responsable de todo esto, también como guionista, claro, no es Carlos Sorin ni el Ken Loach de “Tierra y libertad” (1995), ni se acerca. La ausencia de respeto de las reglas ortográficas del lenguaje audiovisual da cuenta que más allá de la productora llamarse “Cine Bruto”, da la sensación de estar en presencia de mucha ignorancia de las reglas del lenguaje cinematográfico. Alguien hablo de la “poética” de Campusano, para mi esta más cerca de la prosa de trazo grueso que de la poesía, y esto no es un verso.
La desviaciones sexuales han estado presentes últimamente en la filmografía de José Celestino Campusano: el violador serial en Cícero impune (2017) y el incesto en El silencio a gritos (2018). Ahora es el turno de la pedofilia en el ámbito eclesiástico, un tema de gran repercusión mediática no sólo en la Argentina sino también a nivel mundial. Si bien la trama gira en torno a Ariel, un joven homosexual nacido en el ámbito rural que intenta encontrar nuevos rumbos en su búsqueda sexual luego de haber sido seducido y manipulado por un sacerdote de su comunidad, el punto álgido del film que despierta debates y manifestaciones acaloradas como se pudo comprobar en el último BAFICI, son los abusos sexuales infantiles cometidos por miembros de la iglesia. Cuando el film se sitúa en el entorno familiar de Ariel, resulta previsible y remanido. La familia está compuesta por el clásico padre despótico y tirano que no tolera la orientación sexual de su hijo, y la hermana tolerante y comprensiva ante la ausencia de la madre que los abandonó. Campusano, al menos podría haber evitado al espectador la tan trillada escena en la que el padre lleva al hijo a un prostíbulo para que se haga «hombre», con un final negativo y frustrante. María Luisa Bemberg en Miss Mary (1986), por mencionar uno de los tantos ejemplos, lo había recreado en una recordada secuencia. Por el contrario, Hombres de piel dura cobra fuerza cuando se introduce en terrenos religiosos, los diálogos son más sustanciosos y las situaciones más tensas e inciertas. La imagen de los sacerdotes sentados en las reposeras en el retiro espiritual, en la cual exponen sus aberrantes conflictos con poco remordimiento, recuerda la ligereza del grupo de clérigos sancionados en El club (2015) del chileno Pablo Larraín. Los conflictos de fe del cura compuesto por Germán Tarantino, sus frecuentes recaídas en el pecado y la indebida protección de su superior, son los aspectos más positivos al comprometerse en la denuncia de manera cruda y sin rodeos. Otro aspecto no menor a considerar son las actuaciones. Al nutrirse Campusano de actores locales no profesionales, los resultados por lo general son dispares. Puede ser excelente como el conflictivo trabajador social compuesto por Kiran Sharbis en El azote (2017), endeble como todo el elenco boliviano en El silencio a gritos, en bruto sin pulido pero realista en Fantasmas en la ruta (2013). Aquí distan de ser homogéneas. Es buena la de Juan Salmieri (tiene cierto recorrido profesional) en el rol de un peón de campo, crudas y a tono las de la prostituta y su hija adolescente, poco convincente y afectado la de Wall Javier y decididamente flojas la de los dos sacerdotes. En este último caso, en las dos escenas que los encuentran dialogando mientras caminan, los intérpretes adoptan ciertas posturas inamovibles que tornan lo dramático en cómico, sumado a ello una exposición oral rígida y sin matices. Pese a todos estos reparos, el film de Campusano se impone como una denuncia rotunda, valiente, por momentos brutal, que produce indignación al saber que parte del relato está basado en hechos reales. Valoración: Buena.
Nadie sale indiferente a las películas de José Celestino Campusano. Existen sus fans, sus haters, y si eso ocurre es porque su cine, con aire irreverente, provoca al espectador. Pero ¿qué es lo que interpela? Para empezar, podemos hablar del mix que resulta del trabajo con actores no profesionales, las decisiones (in)formales, los personajes que esboza, como así también los escenarios sórdidos y sus temáticas que abordan lo más oscuro de la sociedad.
Lo nuevo del prolífico director José Celestino Campusano es un drama rural que gira en torno a un joven homosexual víctima de la pedofilia. Ariel es un adolescente al que el abuso por parte de un cura local lo hace creerse enamorado de este hombre con quien mantenía una relación secreta y que ahora se aleja de él buscando recuperarse a medida que la culpa lo persigue. Mientras este adulto, Omar, se aleja -y en un retiro espiritual conoce a un sacerdote mayor que pasó por lo mismo que él está pasando-, Ariel, hijo menor de una familia comandada por su padre, se siente solo y busca relacionarse con otros hombres, no busca mero sexo, busca contención, compañía. Campusano retrata por un lado la vida de Ariel en el campo, tratando de escapar de un padre que hace de patrón y nunca le permitirá ejercer su sexualidad libremente si no es del modo pautado por él mismo, y comenzando a buscar amantes para tapar su decepción amorosa; y por el otro el encuentro entre los dos curas que sólo pueden entenderse entre ellos. El director apela a su manera cruda, directa, áspera de narrar historias. Acá introduciendo una temática que ya de por sí resulta compleja, ni más ni menos que la de los abusos que surgen en un ambiente que siempre finge ser bondadoso y solidario. Pero también se muestra hábil narrando esa época de emociones turbulentas y autodescubrimiento que puede ser la adolescencia. A la hora de filmar también se puede apreciar a un Campusano más maduro, con planos generales y movimientos de cámara que terminan de acentuar momentos. Hay personajes que podrían estar desarrollados con mayores contradicciones y hay varios puntos de giro a lo largo del relato hasta llegar al mejor final que se podía conseguir. ¿Qué se puede esperar de tanto sufrimiento, sufrir un poco menos? En su afán de buscar actores no profesionales y apuntar a un registro natural, las interpretaciones siguen siendo un punto flojo de su filmografía. No ayudan tampoco algunas líneas de diálogo inverosímiles. Hombres de piel dura es un film que aborda una temática compleja y lo hace con la aspereza propia del cine de Campusano. Sin embargo no se queda sólo en esa arista y aprovecha su relato para retratar el autodescubrimiento y, al mismo tiempo, un mundo masculino y rural distinto al que nos suelen presentar.
Tejido vivo Con la venalidad que lo caracteriza, José Celestino Campusano retrata la vida sexual de un adolescente rural en Hombres de piel dura. Los grupos de low fi terminan puliendo su sonido, los directores independientes terminan asociándose a las grandes productoras, pero el quilmeño José Celestino Campusano sigue obstinado en su crudeza, en su cine abroquelado de aparente precariedad, como un andamio improvisado, como algo temporal, un work in progress listo y dispuesto, bravío y desafiante. Nada detiene a Campusano en su interminable búsqueda de un cine descarnado. No basta con decir que filma a espaldas de las instituciones y las estéticas, ya sea de los gustos por los tanques como del cine arte. Lo suyo es una apuesta en cuerpo y alma para retratar las disfunciones de la sociedad. Y él mismo ha confesado los riesgos de haber filmado en ámbitos exclusivos de la maldita policía y los narcotraficantes. “Se filma o se filma”, el lema de su productora, la explícita Cinebruto, pone de manifiesto esa voluntad a prueba de balas y facas, que ha redondeado una estética personal y sin compromisos. A esta altura, cuando alguien va a ver una película de Campusano sabe con qué va a encontrarse. Se muestra todo. No hay nada librado a la imaginación, con las ventajas y desventajas que esa propuesta trae. Oriundo de zona sur, Campusano filmó a diversos antihéroes del conurbano (los motorizados Fantasmas de la ruta, de 2013, y Vikingo, el breakthrough de 2009), retrató el mundo carcelario (en El sacrificio de Nehuén Puyelli, rodada en una prisión patagónica) y hasta la hipocresía de las clases acomodadas en Puerto Madero (en la no tan lograda Placer y martirio, de 2015). Su último opus, presentado en el último Bafici, se aleja del cemento y muestra una vida campestre muy alejada de los estereotipos oficiales. Acorde a los tiempos que corren, Hombres de piel dura toma por las astas la temática LGBT enconada con curas pederastas y pedófilos en lo que pareciera ser un film con buen timing. Sin embargo, Campusano lleva varios años trabajando en el guion de Hombres, que tiene como disparador algunas experiencias personales. El realizador conoció a jóvenes abusados y a un cura pedófilo que años después acabó suicidándose. Esa matriz recorre de inicio a fin la película. Sus curas abusadores no son seres despiadados sino humanos atravesados por el deseo y la culpa, una realidad que suele ser evasiva a los medios denunciantes. El protagonista de Hombres de piel dura es Ariel (Wall Javier), un adolescente gay hijo de un poderoso chacarero, tirano y homofóbico, que se niega a reconocer la naturaleza sexual de su único heredero varón. La hermana de Ariel se relaciona con hombres mayores que ella y es celosa de su privacidad. Ella aconseja a Ariel a seguir su modelo, pero el adolescente es consciente de que no debe nada a nadie y nada tiene que ocultar. Este conflicto se desarrolla en sincronía con otro: la ruptura con Omar, el cura de ese recóndito rincón rural de Marcos Paz. Omar es mucho mayor que Ariel y pese a desearlo se ha resuelto a ajustarse a las normas de la Iglesia Católica. Campusano muestra que esto no es del todo así, en una escena donde el sacerdote intenta infructuosamente violar a un menor de edad. Es una atmósfera de grises, y eso es lo que distingue a la película de otras más estereotipadas, como la mencionada Placer y martirio. Estilísticamente, los cambios parecen ser menos el producto de algo buscado que de la mera contingencia. Hay algún travelling inusual y vistas aéreas de los sembradíos recogidas por un drone. El registro es crudísimo, quizás incluso más que en sus cruzadas de motoqueros del conurbano. Quizás, también, porque lo que entra en juego en este film es el sexo. Si típicamente, como en cualquier largometraje de Campusano, los diálogos de los actores no profesionales son toscos, accidentados, como los de actores secundarios de una pésima soap opera, el director hace escasas o ningunas concesiones a los parámetros clásicos de belleza. Y al igual que Ariel no tiene nada que ocultar. Cuando el adolescente decide olvidar a Omar e iniciar relaciones con un peón de su padre, Campusano muestra a un muchacho apenas esbelto y no distrae la cámara cuando le muestra su miembro viril al deseoso hijo del hacendado. Más extremo aún es el modo en que el realizador imagina el desenlace. Queriendo hacerlo machito, el padre de Ariel lo relaciona a la fuerza con una prostituta del campo. Es una chica retacona y obesa, de pelos largos y desgreñados, que no dudará en recibir la paga de Ariel a cambio de contarle al padre que todo funciona, normalmente y acorde a lo convenido. Pero la relación entre ambos, entre parias, deriva en un trato de compinches, y la chica acaba siendo celestina, al presentarle a su primo, un hombre huraño, de a caballo, que vive junto a una secta de desclasados en una suerte de toldería. Ariel visita a la secta, representativa de una tribu indígena, como si hiciera una visita antropológica. El contacto entre extraños se huele con desconfianza, a distancia, hasta que ambos se aproximan. El hombre, andrajoso y gauchesco, ve el acercamiento firme del adolescente con resquemor. Pero accede. Muestra el miembro. Ariel se lo acaricia, se engarza. En esa escena lujuriosa existe un dejo de candor. Es la escena romántica menos arquetípica que podrá verse en el cine. Una puesta que sólo hace posible José Celestino Campusano.