Un Almodóvar en muletas. Los films de Pedro Almodóvar siempre se han destacado por el color y el melodrama psicológico, sexual y excesivo. Este no es el caso de Julieta, ya que estamos ante una especie de Almodóvar a media máquina, con velocidad reducida aunque correcto. Julieta sigue el drama de una madre que es abandonada por su hija de tan solo 18 años tras un accidente que cambió la vida de ambas. Varias subcapas de la trama van apareciendo en el transcurso del relato, algo a lo que nos tiene acostumbrados el español respecto de su manera de narrar. Así, sucesos que inicialmente no tienen explicación, luego solos van acomodándose y encontrando su causa. Quizás hablamos de un Almodóvar más adulto y, como muchas veces se destaca, un tanto fatigado. Por el lado argentino, Darío Grandinetti tiene una pequeña participación, muy fuera de tono con el resto del cast, y la “chica Almodóvar” Rossy de Palma apenas aparece como un plus. Julieta en cierta manera viene a demostrar que el director puede crear un film desprejuiciado, en el que se nota su marca personal como en todos sus opus, pero muy alejado de la exaltación de sus mejores obras.
La ciencia empieza con los estímulos. El ojo recibe señales, el oído también. Se pueden cerrar los ojos y taparse los oídos, pero eso no modifica la persistencia de un afuera sobre las condiciones mínimas de interacción con el mundo. Algo que no responde a ningún capricho del sujeto inviste la sensibilidad. El cine también nace de los estímulos, empezando por la luz dispersa de cualquier campo visual y lo sonoro que no puede identificarse en ningún espacio preciso. Se capta la llegada de la luz a un objeto, se percibe una voz que se propaga sobre lo que es visto. De las relaciones entre esos elementos puestos en una perspectiva se erige una serie de acontecimientos. Toda narración constituye una serie. El montaje alinea la autonomía irrevocable de un plano. Veía el film de Almodóvar y no podía dejar de preguntarme de dónde provenía Julieta. De un papel y del deseo de Almodóvar es la respuesta evidente, pero mi interrogación pedía algo más allá del autor empírico de la película. El encuadre inicial enrojecido por la tela de un vestido era un estímulo evidente. El cine de Almodóvar empezaba con un rasgo autoral verificable: la plenitud de los colores. Me dije entonces que una forma de ver Julieta consistía en desatender el relato y perderme en la intensidad lumínica de los rojos y los azules. En ciertos momento, vi el film como un documental de los colores, un documental barroco y expresionista de tonos. Así Julieta funcionaba a la perfección; era magnífica, precariamente. Mientras veía la película recordé este párrafo que Jorge Luis Borges le dedica a Luces de la ciudad de Chaplin en Discusión, libro de 1932: “Su carencia de realidad sólo es comparable a su carencia, también desesperante, de irrealidad”. Esa aserción, quizás injusta pero lúcida de Borges sobre un film de Chaplin, me resulta satisfactoria para algo que me parece ilustrativo del último cine de Almodóvar: su peculiar idealismo (filosófico), su poca convicción y su desgano para referenciar cualquier plano a la dimensión tosca pero tangible de lo real, una desaprensión respecto del mundo. Dicho de otro modo, su abstracción humanista y cinematográfica. En Almódovar, el estímulo parece provenir de otras películas, y rara vez se percibe la dialéctica innegable entre el mundo y el plano, excepto en los colores. Se podría decir que en esta ocasión el estímulo más evidente es un viejo y magnífico film de Hitchcock en el que el pasajero de un tren se esfuma inadvertidamente. La dama desaparee es la película, y hay que recordar que la trama de aquel se expandía a problemas de espionaje y eso se vinculaba con una dimensión política elemental de la época. El tema de Julieta es la culpa. Como tal, la culpa carece de atributos. No se adjetiva. No es ni culpa cristiana, ni psicoanalítica. Es culpa a secas. El argumento recae en un nudo familiar. La hija de Julieta decidió dejar de ver a su madre hace mucho tiempo atrás. El film empieza con una carta en tiempo presente y de ahí va al pasado para entender las razones de un distanciamiento, pero también para reconstruir la historia de un amor, nacido en un viaje en tren, que dio como consecuencia irreversible la existencia de Julieta. ¿Qué le falta a Julieta? ¿Qué sucede con el film de Almodóvar? Signos de época y la materia del mundo están elididos. Son imágenes de imágenes. En otras palabras, se trata de un film solipsista al que le importa señalar un problema universal: la imposibilidad de hablar con los que se quiere acerca de los sentimientos que se tienen. Es evidente que Julieta es ostensiblemente superior al film precedente de Almodóvar. Viajar en tren es mucho mejor que estar en un avión a la deriva.
Intensa-mente Tras su paso el mes pasado por la Competencia Oficial del Festival de Cannes, se estrena en la Argentina el más reciente largometraje de Almodóvar, que significa su regreso al melodrama y a las historias sobre mujeres. Emma Suárez (actriz-fetiche de Julio Medem en la década de 1990) y la joven Adriana Ugarte interpretan al personaje del título en distintas épocas para una propuestas que, esta vez, se admira más de lo que se siente. Además de esta reseña, OtrosCines.com presenta un especial con entrevistas al director, a las dos protagonistas y un listado de los films españoles favoritos del director de Volver y Todo sobre mi madre. El director de Atame, Todo sobre mi madre y Hable con ella regresa al universo femenino con Julieta, la historia de una conflictiva relación madre-hija narrada durante tres décadas (hay escenas que transcurren en 1985, 1998, 2003 y 2016 con una estructura no lineal que va y viene en el tiempo) que aborda el dolor de la protagonista cuando su hija la abandona con apenas 18 años y luego no sabe nada más de ella. El personaje principal -una profesora de filología clásica- es interpretado por dos actrices: Adriana Ugarte entre los 25 y los 40; y Emma Suárez (Vacas, La ardilla roja, Tierra), de los 40 en adelante. Ensayo sobre la ausencia, la culpa, el sino trágico, el castigo y la búsqueda de la redención, Julieta es un melodrama clásico -aunque un poco más sobrio y contenido que de costumbre- con varias muertes (por enfermedades, accidentes o suicidios), cartas desgarradoras, viajes en trenes que remiten al cine de Alfred Hitchcock (Pacto siniestro), un par de escenas de sexo apasionado, un único tema musical (de Chavela Vargas, por supuesto) y, claro, un diseño de producción extraordinario para una valiosa vuelta de Almodóvar al mundo de las mujeres con mayoría de nuevas intérpretes (por allí aparece, de todas maneras, la genial Rossy De Palma robándose cada uno de los planos en los que incursiona). Una renovación necesaria para un universo que sigue siendo reconocible. Más allá de sus indudables atributos de este y otros films recientes, con los años el realizador de Volver, Mujeres al borde de un ataque nervios, Los abrazos rotos y La piel que habito parece haber perdido cierta fluidez, desprejuicio, ligereza, ferocidad y encanto. Todo luce ahora mucho más articulado y calculado, virtuoso y manierista. Las referencias cinéfilas, el uso de las imágenes y la música de Alberto Iglesias generan un distanciamiento que se contrapone a la (no siempre lograda, pero sí anunciada) intensidad dramática de los conflictos. La empatía y la identificación, por lo tanto, se hacen cada vez más difíciles. El cine de Almodóvar, ese que antes se palpaba y se sentía en las entrañas y en el corazón, ahora simplemente se admira.
Ella nunca se fue. Pedro Almodóvar se inspira en Destino, Pronto y Silencio, tres relatos pertenecientes al libro Escapada, escrito por la autora Alice Munro, para desenvolver el melodrama que se narra en su último largometraje, Julieta. El film abarca el deterioro de una relación madre-hija, donde la protagonista (quien le adjudica su nombre a la película) se desmorona tras reencontrarse con alguien que la transporta al pasado. Como un adicto, no hace falta más que probar por un breve instante aquello que te ha hundido alguna vez, para volver a verte en la situación que parecía haber sido superada, dice ella: su nueva vida se cae a pedazos porque no es más que una falsa y débil superficie. Con todo el estilo de una obra realizada durante los años dorados de Hollywood, Julieta (Emma Suárez) busca redimirse y enfrentar la culpa a través de un escrito dedicado a su hija, en el cual le confesará aquellas cosas de su pasado que jamás le ha dicho; así, sin ir más lejos, es cómo nos adentramos a los flashbacks que constituirán en mayor parte el film. Julieta (Adriana Ugarte), a los veinticinco años, leyendo en un tren de larga distancia. Así se abre el entramado de recuerdos. Los hermosos colores de los decorados y vestuarios se destacan, acompañados por una acertada puesta de luces; todo lo que uno podría esperar en un buen film de Almodóvar. Una secuencia sólidamente guionada donde cada elemento está planteado desde una necesidad narrativa; la precisión se evidencia a cada segundo, mientras nos dejamos envolver en una atmósfera tan única que no querríamos dejarla jamás. Una secuencia que lo tiene todo: los personajes, la estética, el suspenso, el amor, la relación carnal y aquel hecho que cambiará la vida de algunos. Una secuencia que te hace creer en la magia del cine como lo han hecho los grandes maestros. Una secuencia que promete un enorme film. Lamentablemente, sin saberlo, nos encontramos en el punto más alto de la película y lo que quedará en nosotros es aquella promesa en falso. Al igual que su protagonista, el desarrollo de la obra sufre de repetidos estancamientos que ayudan a que el espectador nunca termine de empatizar al cien por ciento con el personaje. Almodóvar ha vuelto a contar esas historias que pocos conocen tanto como él: aquellas que giran en torno a las mujeres. Aun así, se queda a medias y no termina de alcanzar el alto rendimiento al que nos tiene acostumbrados. Julieta se acerca a Volver (2006) y Los Abrazos Rotos (2009), obras que se ven impregnadas por una mirada más oscura en relación a sus films previos, obras en las que encontramos una visión más crítica y reflexiva que acarrea la culpa del pasado. La diferencia reside en que en su más reciente película, estas cualidades se sienten más superficiales y no llegan a mover al público como antes si lograba. El cine de Almodóvar ya no se siente igual. Se extraña la ironía, el absurdo, la sátira y todo eso que lograba mover el piso de cada uno que viera alguna de sus películas. Hoy por hoy, sus obras pueden ser apreciadas desde un punto de vista analítico, pero están lejos de llegar a la altura de sus obras maestras; su marca, su huella, puede seguirse viendo en su filmografía más reciente, pero ha perdido la fuerza que antes se admiraba. Julieta es una buena película, pero uno saldrá de la sala igual a como ha entrado.
Almodóvar en su madurez. Julieta (Emma Suárez) vive sola en una casa moderna y minimalista, una casa despojada que no guarda recuerdos y no dice nada de ella; con determinados objetos y toques de rojo que nos indican que es Almodóvar quien está detrás de cámaras . Julieta tiene todo listo para ir a vivir a Lisboa con su pareja (Darío Grandinetti), pero un encuentro casual en la calle con alguien que no veía hace muchos años la hace cambiar de idea. Julieta deja todo y vuelve al departamento donde vivía hace más de una década, a buscar un pasado que abandonó, o que mejor dicho la abandonó a ella. Su hija Atía se fue de casa un día y nunca mas volvió, solo le envió una carta en la que decía que ya no quería que formara parte de su vida. Tratando de reconciliarse con el dolor y la bronca que le generó esa perdida, Julieta comienza a escribirle una larga carta a su hija a través de la cual recorre su pasado, al tiempo que trata de descubrir por qué sabía tan poco de ella. Así, el filme recorre su historia -ahora interpretada por Adriana Ugarte- desde que conoce al padre de su hija hasta la actualidad. Reconstruye su pasado, la complicada relación con su padre, la enfermedad de su madre, la muerte de su esposo, y la relación con una hija que tuvo que hacer de madre. Almodóvar armó el guión del filme sobre los relatos "Destino", "Pronto" y "Silencio" de Alice Munro, y construyó una película que lleva su sello en todas partes -especialmente en la estética- pero a diferencia de la mayoría de sus obras esta vez está contenido, aplomado, detallista y sin excesos, retratando el universo femenino como solo él lo sabe hacerlo, en un relato doloroso y denso que va más allá de la relación entre madre e hija, y refleja el dolor y las cicatrices que generan las culpas guardadas durante mucho tiempo. Emma Suárez compone extraordinariamente a Julieta adulta, la que lleva el dolor a cuestas y marca el tono apesadumbrado del filme. Del elenco también se destaca la clásica chica Almodóvar Rossy de Palma, esta vez lejos del glamour en un personaje que parecía creado para la inolvidable Chus Lampreave. Julieta es un drama femenino que refleja la madurez a la que a llegado Almodóvar, quien con su particular modo de interpretar a las mujeres ha construido un filme tranquilo, fuerte y profundo, con una enorme sensibilidad y sin impactos innecesarios.
SILENCIO Julieta es de esas películas que no te abandona cuando se encienden las luces de la sala… y no hay mejor definición que ésta. Vemos unos títulos muy almodovarianos pero de pronto un universo extraño… Exceptuando el rojo todo es algo ajeno, hasta la música… la casa de Julieta es fría… se siente raro. Pero el encuentro con Bea (Michelle Jenner) de a poco va normalizando el universo y ya se siente más cómodo, para nosotros, no para Julieta (Emma Suárez) que decide súbitamente suspender su mudanza a Portugal, dejar a su pareja (Darío Grandinetti) y quedarse en Madrid. Luego, una vez más, el pasado nos revelará lo que está pasando: Antía, la hija de Julieta, años después de la muerte de su padre (Daniel Grao), decidió marcharse sin dejar rastro. La estructura narrativa no lineal fluye sin conflictos. El pasado nos presenta una Julieta joven (Adriana Ugarte) que se funde con la Julieta actual de forma invisible. La primera vez que escuché que a Julieta le darían vida dos actrices me asustó la idea, ya nos desacostumbramos a ver algo así, pero claro señores dirige Almodóvar y para él, hay cosas que son más que posibles. Este no es un punto menor, ya que el hecho que las dos actrices se fundan tan bien en un sólo personaje nos habla de una detallada construcción emocional. La magia del cine más puro, sin efectos especiales, se hace presente una vez más. A través de un truco a lo Méliès o, cómo hablamos de cine español debería decir mejor, a lo Segundo de Chomón, se hace la transición -Claro, esto ya nos lo cuenta el afiche de la película-. Julieta nos habla de lo que no se habla: de las culpas que tal vez no son tan culpas pero que el silencio no nos permite descubrirlo. Nos habla del abandono, de esos lazos que son nuestra mayor fortaleza pero al mismo tiempo nuestra mayor debilidad, esos lazos que aunque se intente con todas las fuerzas serán imposibles de cortar. Esta vez no esperen la frase o situación cómica, se la extraña sí, porque es Almodóvar… pero realmente no es necesaria. En su película número veinte el manchego nos entrega un drama, drama que no en vano hace referencia a la tragedia griega, porque como siempre cada detalle visual, narrativo y sonoro, está pensado milimétricamente. Almodóvar lo hizo una vez más. Con una película madura en todos los sentidos sigue demostrando su justo paso a la inmortalidad en la historia del cine. Los infaltables: El plano detalle de un objeto que por recorte y movimiento es muy, muy sensual. El bolo del “hermanísimo” como lo llaman por ahí a Agustín Almodóvar. (Me parece un apodo divertido, googleénlo, todo tiene sentido.) La escena del portero. La mención o presencia de elementos/situaciones de sus películas anteriores (y seguramente futuras). Chavela Vargas y su expresiva melodía. (Si, recién al final, pero está!) La chica Almodóvar: Rossy de Palma. *Silencio, era el nombre original del film, cambiado gracias al próximo estreno de Scorsese. Sí, gracias a Scorsese una película de Almodóvar lleva mi nombre y me encanta! Al margen de esto creo que la película también lo agradece, si bien Silencio puede ser un buen nombre para titular la review porque sintetiza muy bien (casi literal) lo que se nos cuenta. A la película le sienta mucho mejor un nombre propio, Julieta. Por Julieta Lupiano
Tras la relativa decepción de Los amantes pasajeros (2013), Pedro Almodóvar llega a su película número veinte retornando al universo que más conoce (el femenino) pero a su vez alejándose de las estridencias que dieron origen al ¿subgénero? basado en su apellido (el "almodovariano"). En esta oportunidad, el director manchego sienta un contundente manifiesto sobre la culpa, el peso de las ausencias, las heridas abiertas del pasado y la tragedia que se repite como farsa.
Julieta y otras películas del montón. La última producción del reconocido director y guionista español, basada en los relatos Destino, Pronto y Silencio de la novelista canadiense Alice Munro, se caracteriza por una fotografía, un guión y una dirección de actores impecable, que refleja la estructura típica del drama “almodobarense” de los últimos años y que a pesar de sudar virtuosismo no supera a la mayoría de sus hermanas fílmicas y menos a La Piel que Habito (2011). Si con La Piel que Habito Pedro había conseguido cumplir el objetivo culmine de toda su filmografía, adentrarse en la piel de una mujer, con Julieta da unos pasos hacia atrás en su carrera para revivir vitales historias como Volver (2006), Los Abrazos Rotos (2009) y Todo sobre mi madre (1999). Julieta es, al igual que toda chica Almodóvar, una mujer marcada por un destino trunco y trágico. En la temática de Julieta juegan -dialogando con el presente- la inmersión en los “retiros espirituales” característicos de una época donde el posmodernismo juega con la new age y a la vez con el nudo narrativo clásico del drama familiar. En efecto Julieta está rota. Un antes y un después luego de la desaparición de su hija la envuelven en una depresión de la que quizás nunca podrá librarse. La película apela al recurso del flashback para rememorar esta historia dividida, y lo hace espectacularmente. Como también cumplirán su rol de manera efectista y elocuente Darío Grandinetti y una Rossy de Palma a la que los años no parecen haberle quitado su inherente talento. Julieta se entrevera con el drama truculento y a la vez se entrecruza con un discurso patriarcal, siempre presente a modo de desaliento e intento de subversión que aparece en las palabras de la ama de llaves (Rossy de Palma), quien le advierte a la protagonista que si se va de su casa en pos de seguir sus sueños perderá a su familia. Pero Julieta sigue como puede, construyéndose y reconstruyéndose a través de la tragedia en una búsqueda constante del nido perdido que puede sintetizarse en un primer plano de una foto hecha pedazos, donde intervienen las condiciones de producción de los films remarcados anteriormente. En Julieta (ex Silencio) todo esta cuidado, inclusive la esperanza que hilvana este dramón hacia el final, pero a pesar de sus múltiples virtudes y de su infaltable tinte pop ochentoso que llena la trama de colores intensos y de una femineidad lúcida, no consigue trascender en ningún orden puntual el recorrido que emana de las producciones anteriores de un Almodóvar ya adulto.
En lo profundo del relato Da gusto ver un film planeado desde cada imagen donde el más mínimo detalle, movimiento de cámara o elemento tienen un significado en función del relato. Pedro Almodóvar nos tiene acostumbrado a ese dominio absoluto del dispositivo cinematográfico en su obra, pero no sólo desde un manejo cerebral sino también mediante una sensibilidad única con aquello que cuenta. Julieta (2016) es a simple vista un melodrama de madre, una definición que le queda corta a la película número veinte del realizador de Matador (1986). Porque si bien en ella se plantea un misterio acerca de la relación trágica entre una madre (Emma Suárez) y su hija (Blanca Parés), será la construcción simbólica de los elementos del relato (los colores -el siempre pasional rojo-, los mitológicos muñecos griegos, o el mar), aquello que otorga sentido al profundo destino de sus personajes. Almodóvar va sembrando de este modo huellas en la película anticipándonos por dónde tenemos que “leerla”. Ya en los títulos de crédito dos letras coinciden en el color planteando la idea del doble pero no en el sentido hitchcockiano del término, aunque la película tenga un misterio con suspense acerca de los sucedido, sino en la repetición de situaciones por asociación visual al vincular a dos personas para describir su relación. Así Julieta (de joven personificada por Adriana Ugarte) tendrá un extraño intercambio de palabras con un hombre en el vagón de un tren (Tomás del Estal), que depara en los hechos futuros con el padre de su hija (Daniel Grao), mientras que el vínculo con su madre enferma/depresiva (Susi Sánchez) se reitera luego con su propia hija Antía, por citar dos casos. Como buen director posmoderno que es, Almodóvar utiliza los recursos formales, materia expresiva del lenguaje del cine, en función de una historia cuya propuesta estética (los rojos en las prendas, vagones de tren, muñecos griegos que indican fertilidad, del mismo modo que las paredes de la cancha de basquet) representan el estado de ánimo de la protagonista (plena, quebrada, etc, en el caso de la pared). De igual manera las fotografías o cartas se rompen como las relaciones, y el mar sugiere recorrido o profundidad como cuenta la misma Julieta en una clase de literatura universal. Pequeñas huellas que sugieren caminos de lectura para el espectador atento. Julieta es una película intimista sobre una mujer que debe purgar en su pasado para recomponer su relación con su hija, y para hacerlo escribe un diario en el que cuenta -y nos cuenta- los sucesos del pasado que la llevaron a distanciarse de ella. No falta el dolor, la angustia y la nostalgia hacia el paso del tiempo como destino inevitable de la existencia. Quizás pueda criticársele al film el uso excesivo de ciertas metáforas y simbolismos, reiterando en demasía algunas ideas. Al igual que otros realizadores contemporáneos se aferran a la forma fílmica en desmedro de la verosimilitud de la narración forzando algunas situaciones. Sin embargo, el armado de las mismas es tan armonioso y sutil que no deja nunca de generar placer y deleite en su contemplación. De las últimas películas de Pedro Almodóvar, entre las que se encuentran la sórdida La piel que habito (2011), la comedia ligera Los amantes pasajeros (2012) o el melodrama pasional Volver (2006), Julieta se parece más a esta última, por su colorida fotografía, por su femenina visión de mundo y por el acento puesto en la importancia de las relaciones familiares, tiernas y complejas a la vez. Un escenario conocido en el universo del cineasta sobre el que edifica sus inquietudes como autor.
UN ENSAYO SOBRE EL DOLOR Esta nueva película de Almodovar tiene su sello, pero sin desborde, ni delirio ni humor. Hay mucho color en los decorados, en la ropa, pero este regreso al universo femenino del director, es un ensayo sobre la culpa, la ausencia pero por sobre todas las cosas el dolor. No hay en este melodrama la búsqueda de la lágrima fácil, el dolor es lacerante, corta la carne sin anestesia, es inapelable. El suicidio de un desconocido, la muerte de la pareja que acontece casi como consecuencia de una discusión, la ausencia de una hija querida, demasiado para una sola mujer. Y sin embargo quizás quede espacio para una reparación tardía. Grandes actrices, Emma Suarez, Adriana Ugarte para un mismo personaje, Rossy de Palma en un rol diferente y único. Almodovar va y viene en su relato con maestría desde l985 al 2016. Todo es cuidado hasta el mínimo detalle. Sus mujeres sufren hasta abismos definitivos y se entregan casi siempre a un destino devastador. Una película que hay que ver.
Julieta es el nombre de la protagonista del nuevo filme de Pedro Almodóvar. Una mujer que vive en Madrid con su hija Antía. Las dos sufren en silencio la pérdida de Xoan, amado esposo y padre. Cuando Antía decide abandonar la casa paterna, su madre la busca por todos lados solo para descubrir lo poco que sabe de su hija. El abandono, un tema recurrente en el cine del realizador español, vuelve a estar presente en este melodrama de pura cepa "almodovariana". Emma Suárez, tremenda actriz, se luce en el papel principal. Su rostro, sus gestos, su voz transmiten el sufrimiento de una madre intentando sobrevivir ante la incertidumbre. Una performance lograda gracias a su enorme talento y a las líneas de un guión sin giros estrambóticos, que se mantiene dentro de un solo género en una película adulta y carente del humor kitch ochentoso y festivo que se podría esperar de Almodóvar. El resultado es un filme cautivante, con imágenes de enorme belleza visual y una banda de sonido que acompaña los fotogramas acentuando la experiencia cinematográfica.
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Negociar con el pasado y el presente. El opus 20 del realizador manchego presenta una relativa sencillez narrativa que marca una diferencia. Su base fue una serie de relatos de la canadiense Alice Munro, punto de partida para una historia de pérdidas con tono espistolar. La tragedia griega se llama el libro que la filóloga clásica Julieta lee en el tren, poco antes de conocer, en el vagón comedor, a quien será su marido. Fatalidad, destino y repetición: si pudiera concebirse una tragedia griega sin catarsis y con final feliz (feliz, aunque pasajero quizás), tal vez el nuevo Almodóvar se parezca a eso. Por más que se base en relatos de una escritora realista, la canadiense Alice Munro, Premio Nobel de Literatura 2013. Relatos que Almodóvar se ocupó de hacer encajar en una sensibilidad mediterránea, introduciendo un componente de culpa que en el original no había. Pero esa culpa no deriva en catarsis sino en angustia y depresión, según Almodóvar porque el original pedía contención emocional e internalización. Pero si al cada vez más sideralmente lejano chico fiestero de la Movida no le importó incorporar en los relatos de Munro una culpa que no había, ¿por qué habría de importarle mantener una implosión que no fuera propia? Desde hace tiempo que las películas de Almodóvar se ponen cada vez más tristes; años ha que aquel Pedrito desde hace rato canoso pasó los 60, su cuerpo le trae dolor y, según parece, su ánimo también. De modo siempre indirecto, frecuentemente laberíntico, en sus películas el realizador de La ley del deseo siempre habló de lo que le pasaba. La malherida Julieta no parece ser la excepción. Es llamativo que uno de los encuentros recientes que más huella dejaron en Almodóvar haya sido el que tuvo, de modo casual, con la escritora estadounidense Joan Didion, autora de dos libros de duelo: uno en el que relata la muerte súbita del marido y otro, la de su hija. Interpretada en la juventud por Adriana Ugarte y en la madurez por la reaparecida Emma Suárez, la heroína titular de Julieta parece signada por la enfermedad y la muerte. En algún caso, de gente a la que apenas conoce. En otros, de seres queridos. Y sin embargo, lo que más le duele no es una enfermedad ni una muerte sino el distanciamiento de su hija Antía, a partir del momento en que ésta sale de la adolescencia. El comienzo del film toma a Julieta a los 50, cuando había logrado olvidar la definitiva partida de Antía y se halla a punto de iniciar una nueva vida junto a su nueva pareja, el escritor Lorenzo Gentile (un trabado, teatral Darío Grandinetti). El Destino hace su primera aparición bajo los rasgos de la mejor amiga de adolescencia de Antía, a quien Julieta se cruza azarosamente por la calle, y que le trae su recuerdo, como si fuera un puñal. Julieta pone en suspenso su vida presente e inicia una larga carta para su hija, dispuesta a pasar en limpio para ella su vida pasada. Esa carta, que marca el regreso de la novela epistolar al cine, en pleno tiempo de chats y tweets, le da su estructura al relato, que como es frecuente en Almodóvar viaja hacia atrás. Lo que no es frecuente es la (relativa) sencillez narrativa y sobre todo visual y de puesta en escena del opus 20 del manchego. El relato es fragmentario, pero una vez establecido el plano del racconto tiende a avanzar cronológicamente, salvo dos o tres puntuales vueltas atrás, para finalmente volver al presente del comienzo. No hay exuberancia, disrupción humorística ni de ninguna otra clase (llamativamente, Rossy de Palma, en un papel que en otra época hubiera sido para Chus Lampreave, compone aquí un ama de llaves que más recuerda a la de Rebecca), no hay digresiones narrativas y casi no hay subtramas, como no ser la de las visitas de la protagonista a sus padres. Que en realidad entroncan temáticamente con el nudo central, y hasta funcionan como un espejo invertido o deformante (y anticipatorio), en relación con lo que más tarde sucederá con su hija. Contrariamente, algunas notaciones que parecen exclamar a gritos su carácter significante tal vez sean inconducentes. El caso del ciervo macho que corre junto al tren en la noche, bella imagen que no conecta con ningún otro elemento de la trama por el lado sexual, como tampoco lo hacen cierta escultura príapica que se muestra con reiteración, o la idea del pontos griego: el mar como aventura. Aunque esto último podría verse como indicio anticipatorio, cruelmente irónico. La idea de Almodóvar de reducir la puesta en escena a la mayor sencillez, como forma de concentrar en las emociones, desdice la esencia del melodrama y de su propio cine previo, que cree/creía en exacerbarlas por medio del manierismo. La sencillez de Julieta hace que la puesta se deslice en el borde de la transparencia –que da vía libre al juego de la verdad, a cargo de Ugalde y Suárez– y la chatura, que suele sobrevenir cuando no son ellas las que están frente a cámara. Podría decirse de Julieta que en ella funciona el núcleo duro, el sentimiento del dolor, encarnado en sus portadoras (y en este punto el libro–cita es uno de Marguerite Duras) y no tanto sus partes blandas –todo aquello que las rodea–, buena parte de lo cual en otros tiempos recibía el apelativo de "Almodovariano".
Hace tres años en la crítica de Los amantes pasajeros escribí: “que para su próxima película Almodóvar vuelva al pedestal que le corresponde”. Con mucho agrado y placer puedo decir que lo hizo de forma soberbia pero no tan arrolladora como con otros de sus films. El gran cineasta español regresa con lo que mejor sabe hacer: crear enormes apeles para mujeres y en esta ocasión el espectador es testigo preferencias de una total deconstrucción de Julieta desde sus 25 años hasta ya entrada en la tercera edad. Vemos la relación con el amor de su vida y la relación con su hija bajo la lupa luego de que una tragedia las sacude. La incomunicación y la culpa en su máximo esplendor. Todo a modo de flashbacks y flashfowards lo que permite trasladarnos a diversas locaciones muy bien usadas por el director. Y como siempre el plato fuerte en sus films son las actuaciones y aquí las “Chicas Almodóvar” vuelven con todo. El trabajo tanto de Adriana Ugarte y Emma Suárez como Julieta -versión joven y versión entrada en años, respectivamente- es formidable. Ambas actrices le dan vida por completo a una persona que pasa por todos los estados y con la cual es imposible que el espectador no empatice en algún momento. Su trabajo es tan pero tan bueno que Inma Cuesta pasa medio desapercibida. En tanto Darío Grandinetti acompaña muy bien. Lejos del frenesí de sus obras cumbres donde los excesos y lo sexual predominaba, Julieta presenta una mirada un poco más madura del director, quien tal vez se encuentre un tanto cansado y no quiere repetirse a raja tabla aún cuando su sello se nota en toda la cinta. Julieta es muy buen cine de autor y su único problema es que el maestro detrás ya ha dado lo mejor sí.
Cine español, con letras mayúsculas El gran cine nos pone frente a problemas. Durante la película, por la incertidumbre: ¿el cineasta traicionará nuestra confianza, cada vez mayor, frente a la obra en curso? Después de la película, a los críticos nos enfrenta a cuestiones prosaicas: ¿cómo hacer para transmitir el entusiasmo? Y, en particular Julieta de Almodóvar, nos pone frente a una disyuntiva habitual, pero en este caso intensificada: ¿cómo hacer para no traicionar al film contando el argumento? O -claro- parte del argumento. No deberíamos. Julieta es una película que descubre, mediante capas de tiempo, de emociones, de peripecias, a su protagonista y sus circunstancias. Ni siquiera deberíamos decir que el personaje central de este melodrama esplendoroso de un cineasta en pleno uso de sus facultades está interpretado por dos actrices, en diversos tiempos: las debutantes para el cine de Almodóvar Emma Suárez y Adriana Ugarte. Al principio no nos impresionan como parecidas, pero el relato y el ojo del director/autor consigue que las veamos como lógica continuidad y antecesora. Hay un pensamiento sobre la identidad del personaje que va más allá del mero parecido, va hacia lo esencial. El pase de Ugarte a Suárez en una misma secuencia es de una brillantez cinematográfica inusual. Basada con libertad en tres relatos de Alice Munro, Julieta se cuenta -película y personaje, que se confiesa escribiendo- desde un presente en movimiento, hacia su pasado, desde una rubia y un tren hitchcockianos que no funcionan como citas sino como textura, porque Almodóvar maneja sus propios medios de locomoción cinematográfica y, más que nunca en su carrera, no depende de ninguna demostración de elegancia ni de ninguna provocación ni de ningún guiño freak. Almodóvar narra como pocos otros directores contemporáneos. Con aplomo, con confianza, con tersura, convencido del poder del cine y de su legado. Con la capacidad para elegir, o disponer, o provocar un instante felizmente baziniano como el de Lorenzo (Darío Grandinetti) cerrando dos veces la puerta del taxi. Almodóvar narra con respeto, decide trabajar mayormente en off cuando se adentra en los grandes dolores, en los mayores desgarros, esos que no debemos contar acá. Debería bastar con decir que Julieta es una de las mejores películas de un cineasta que tuvo su período extraviado pero ya volvió, para hacer cine español no con marcas para turistas cinematográficos sino para hacer cine desde su voz, que es española, madrileña y también de adopción temporal gallega, territorio que le sienta muy bien y le permite ubicar a sus personajes en esa casa que mira al mar y se mete en él. Al principio, la música es de intriga, pero ese tinte se va abandonando cuando ya sabemos que cada vez hay menos lugar para interrogantes, cuando ya tenemos la certeza de que no habrá espacio para acercarse al misterio de estas vidas, cuando no haya más opción que abrazar a Julieta y saber que apostar por el mundo -amores, hijos, trabajo, amistades, movimiento- conlleva el riesgo del dolor y su recurrencia. La cita a Átame en el plano del coche es una declaración, la certeza de Almodóvar acerca de la validez de esa apuesta vital. Drama sin comedia no significa, en este caso, drama sin calidez: además de enormemente placentera por su hechura de una rara perfección que combina sin ripios lo clásico, lo moderno y lo autoral, Julieta es una película entrañable.
Magnífica obsesión Pedro Almodóvar vuelve al melodrama y la relación madre e hija, esta vez sin excesos ni caer en lo telenovelesco. Don Pedro ya no es el iracundo de los ’90. El rupturista de las formas a pura histeria ha dado paso, con el correr de los años, a un narrador que no le escapa a algún quiebre de las formas, pero retornando al melodrama clásico, al universo femenino y a la relación madre hija, que es donde mejor se ha sentido el director de Volver y Mujeres al borde de un ataque de nervios. La agudeza, claro, se mantiene, porque Almodóvar taladra de nuevo en una obsesión suya y que tiene género: una madre. Aquí juega con la mutación, como en La piel que habito, pero distinto, ya que para interpretar a la protagonista se valió de dos actrices que no se parecen físicamente. Emma Suárez es la Julieta que lamenta, encerrada en su departamento, la ausencia de su hija, quien dejó de verla hace muchos años, y Adriana Ugarte es la Julieta joven. Almodóvar construye su melodrama de a retazos. Julieta se cruza de casualidad en la calle de Madrid con la que era la mejor amiga de su hija, y entiende que “si no sale”, difícilmente pueda volver a encontrarla. El por qué de la separación habrá que descubrirla en la sala. Tanta mortificación tiene sus respiros, porque la película toma tres décadas (de 1985 casi al presente), pero yendo y viniendo en el tiempo. Como si Almodóvar quisiera dar pistas al espectador, que descubre fácil que la mejor etapa de la vida de Julieta, cuando fue feliz -cuando era libre-, fue en su juventud, y no ahora, que su vida es casi una catástrofe. La película trata sobre el dolor, la angustia de no tener a mano -y no poseer- alguien tan amado como una hija. Julieta está incompleta, como muchas protagonistas del mundo almodovariano en el pasado. Está sola y si no comprende qué fue lo que pasó, probablemente siga con el alma corroída. El juego de identidades con Suárez y Ugarte es un gancho que tira el realizador manchego antes que una necesidad, un requisito para construir la historia. Como son tan distintas la Julieta de los años ’80 y la actual -no ya en lo físico, sino se diría en lo espiritual, en el motor que las anima- no es fácil equiparar las actuaciones de Suárez y Ugarte. Por allí, como la última pareja de Julieta está Darío Grandinetti en un papel pequeño en tiempo, no tanto en peso. Pero se sabe: cuando Almodóvar prefiere trabajar con la arcilla de sus personajes femeninos, el resto queda en un plano voluble. Almodóvar no cae en lo telenovelesco. Tampoco en los excesos. De ahí que Julieta sea una película atípica, pero igualmente fácil de descubrir su autoría.
Siempre decimos “volvió Almodóvar”, pero no tenemos muy en claro dónde se había ido. Sus películas son cada vez más “de Almodóvar” sin que esto implique el viejo molde gráfico del color, el teselado y los maquillajes disparatados. Lo de don Pedro es el melodrama, siempre, incluso el que se esconde detrás del humor a veces bestial. En Julieta, ese humor ha desaparecido (aunque no la ironía). Película múltiple que habla del dolor y la pérdida, este film de mujeres tiene el defecto -muy frecuente en el director- de que su artificio aparece en primer plano. Y tiene el acierto -muy frecuente en el director- de contar las emociones de sus personajes con el corazón en la mano. Esa doble perspectiva, en un film especialmente doble, hace de Julieta un ejemplo de comprensión de personajes a través de la precisión en la puesta en escena. El trabajo de Adriana Ugarte como la joven Julieta es un imán, y no desmerece en lo más mínimo el de Emma Suárez. Las escenas en el tren, puro sueño, son bellísimas.
"Julieta" es un agradable melodrama que se suma a una lista numerosas de obras del autor, que sin dudas no será la mejor pero si recordable. El clásico melodrama español que rodea al universo femenino vuelve a las pantallas de la mano de Pedro Almodóvar. Una más para su carrera, después de la fallida Los Amantes Pasajeros (2013), donde de alguna manera se comenzó a notar la decadencia de sus films. En esta ocasión, Julieta es una adaptación de la novela “Escapada” de la escritora canadiense Alice Munro, ganadora del Premio Noble de literatura. La historia gira en torno a Julieta, una mujer adulta que cree tener todo en orden en su vida. Pero un encuentro inesperado con una conocida del pasado abre una herida que le costo curar: su hija. Julieta y su hija no están en contacto desde que ella terminó su secundaria. Julieta en modo de encarar una reconciliación comienza a escribir una carta contándole su historia con su padre desde el primer momento y aclarando los conflictos que acabaron con su relación de madre e hija. La película transcurre entre el pasado y el presente, planteando dudas e intrigas al principio que se van contestando a medida que avanza la historia. Almodóvar vuelve a tratar la psiquis femenina, en una historia contada en primera persona donde se la ve a Julieta atravesar los momentos más duros de su vida, mientras lucha por el cariño de su hija. El desamor y el dolor son los aliados del autor para mantener el hilo de la historia coherente. La verdad que busca Julieta quizás está a los ojos del espectador pero no a los de la protagonista, por momentos se puede volver un cliché pero la naturalidad con la que manejan las acciones crea un relato agradable. En el protagonismo están dos actrices que interpretan a Julieta en distintos momentos de su vida: la joven Adriana Ugarte la encarna durante los 80′; y la excelente Emma Suárez en la actualidad. Ambas trabajan por primera vez con el director y el resultado de su trabajo es muy bueno. Si bien el elenco es dominado por mujeres, también hay lugar para los galanes: el español Daniel Grao, como el marido ideal; y Darío Grandinetti como una nueva atracción para Julieta, pero que en personaje no termina de convencer.
Sobre madres e hijas con el espíritu del melodrama clásico Basado en cuentos de la Premio Nobel canadiense Alice Munro, el nuevo film del director manchego tiene el nivel dramático, el estilo refinado y la madurez reflexiva que caracteriza esta etapa de su trayectoria. Una mujer destrozada, porque su hija se mandó mudar hace ya años, porque dentro del alma le duele algo que nunca dijo a quien debía, y que tal vez ahora, de algún modo, lo diga. Una mujer que no se decide a rehacer su vida con un buen tipo, hasta que no haga las cuentas consigo misma. Esa es Julieta, encarnada a fondo, admirablemente, por dos actrices, pintada a pleno por un artista. En un comienzo, Julieta fue Juliet, personaje que, con sus bemoles, entusiasmos, enfrentamientos, desconsuelos y tardías comprensiones, habita tres cuentos de la escritora canadiense Alice Munro, describiendo diversas etapas de una vida. Esos cuentos pertenecen al libro "Escapada" (Runeway), que la autora publicó poco después de haber ganado el premio Nobel. Pedro Almodóvar admira a Munro, tanto que pensó filmar una adaptación del tercer cuento, "Silent", en Canadá, en lengua inglesa. Por suerte recapacitó y la hizo en español, y en España. La rodó bajo el título "Silencio", que después rebautizó "Julieta", con algunas diferencias argumentales respecto del original y, claro, con el nivel dramático, el estilo refinado y la madurez reflexiva que caracteriza esta etapa de su trayectoria. Vale decir, la mirada comprensiva y dolorida sobre esas mujeres que van madurando en el dolor, sobre la crispada relación entre madres e hijas. La mano experimentada en la puesta en escena de gran teatro, de hipnótico sueño, y en la pintura de rostros y de fondos intensos. El oído hábil para los diálogos como cuchillos o como fruslerías, y para la música inquietante o lastimera. El espíritu de los viejos melodramas del cine clásico. Y también el sentido de la respiración que le hace mantener a su público asombrado, acongojado y expectante a todo lo largo de la película, y el habitual sentido del humor y del ridículo que permiten al público respirar en medio del dolor. Pero hay algo a tener en cuenta. Dijo Almodóvar: "Es tal el nivel de destilación al que ha llegado Alice Munro, es tal su enorme sabiduría, que no necesita narrar la trama de cada relato, ni siquiera lo esencial, sino sus alrededores más cotidianos. Arte mayor". Esa es la manera con que la escritora nos sumerge en el mundo de sus criaturas, y eso es lo que el realizador ha querido hacer, y lo ha hecho. El espectador se pierde a veces ante algunas situaciones que nadie explica, como pasa en la vida. Pero queda fascinado, algo que no siempre ocurre en la vida. Buenas compañías Adriana Ugarte y Emma Suárez en las diversas etapas del personaje ("dos actrices, porque la vejez de los ojos no puede maquillarse"), Darío Grandinetti en un papel clave, el compositor Alberto Iglesias, muy buena gente lo acompaña. Dato para cinéfilos: el libro que está leyendo Elena Anaya en "La piel que habito" es, precisamente, "Escapada". Y otro dato: los cuentos de Alice Munro también han inspirado a su paisana Sarah Polley ("Lejos de ella", con Julie Christie), la norteamericana Lizza Johnson ("Hateship, Loveship"), y hasta el persa Mani Haghighi ("Canaan", película enteramente iraní).
Con el estreno de "Julieta" volvemos a encontrarnos con el Almodóvar que tanto nos gusta... obligado es olvidarse de "Los Amantes Pasajeros" (esa peli nunca sucedió). Sutileza, composición de planos impecables, colores agresivos y balanceados y con un rojo casi presente en cada escena, eso es "Todo sobre mi hija"... o mejor dicho, "Julieta" la nueva obra de arte del aclamado director español que vuelve a sus raíces, al mundo femenino y con una película comandada por grandes actrices que cuentan, quizás, una de las historias más lineales en la carrera del director, en donde no juega con el cambio de géneros sino que se queda en el melodrama y escarba a más no poder para entregarnos un final, a mi parecer, para la ovación. Emma Suarez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Inma Cuesta, Darío Grandinetti, Rossy de Palma y el resto de los actores entregan lo mejor de ellos bajo la mirada de Pedro quien sabe muy bien que pedirles a la hora de actuar frente a su lente. Hermoso guión, planos que parecen cuadros en movimiento y la magia que siempre nos gusta volver a cruzarnos cuando vamos al cine y la firma es la de Pedro Almodóvar. Un placer de película.
“Julieta” es la última gran película escrita y dirigida por el maestro Pedro Almodóvar. Es un drama, donde se pone en juego el amor, el desamor, la culpa, el abandono. Esa necesidad del ser humano, ante un hecho trágico, de aferrarse a una creencia religiosa, casi como de volver a empezar una nueva vida, y poder olvidar tan fácilmente el pasado y a esas personas que amamos tanto. Cargándolos de culpa a ellos y a nosotros mismos. Julieta es la protagonista, interpretada por dos bellas actrices (Emma Suarez y Adriana Ugarte). El film aborda sobre su vida desde sus años de juventud hasta la madurez. Su relación de pareja actual es Lorenzo (Dario Grandinetti) cuando por intermedio de largos flashbacks regresamos a su pasado, su esposo era Xoan (Daniel Grao) con quien tiene una hija llamada Antía. También tiene un hermoso papel el personaje de Ava (Inma Cuestas) y la expresiva e inconfundible Rossy de Palma como sirvienta en ese hogar. La fotografía, los colores, esos cuadros que miran… o te miran, objetos, todo ese mundo que aborda este gran director hace de sus películas obras únicas. Mucha personalidad. Y elige cómo tema musical de “Julieta” y seguramente como una suerte de homenaje e inspiración en su propia escritura, “Si no te vas” de Chavela Vargas. Si no te vas te voy a dar mi vida si no te vas, vas a saber quién soy vas a tener lo que muy pocas gentes algo muy tuyo mucho, mucho amor hay cuanto diera yo por verte una vez más amor de mi cariño por Dios que si te vas me vas a hacer llorar como cuando era un niño si tu te vas se va a acabar mi mundo el mundo donde sólo vives tu no te vayas, no quiero que te vayas por que si tu te vas en ese mismo instante muero yo
Luego de "La piel que habito" y "Los amantes pasajeros", "Julieta" marca otro giro en la filmografía del español, que interpretarse como su regreso al mundo femenino, a ese Almodóvar que se mete en la cabeza y en la vida de las mujeres, que él sabe interpretar de manera tan única y personal. En este caso, no lo hace desde el humor y la desfachatez de producciones anteriores, sino desde los códigos del melodrama. Este es un film más grave, más trágico. [Escuchá el audio completo]
Luego de la delirante Los amantes pasajeros, Pedro Almodóvar vuelve al drama con Julieta. Julieta (Emma Suarez y Adriana Ugarte, en distintas edades) es una mujer de mediana edad que vive en Madrid. Tiene un novio, Lorenzo (Darío Grandineti) con quien está a punto de mudarse a Portugal. Unos días antes de su partida, Julieta se encuentra por azar en la calle con Bea, antigua amiga de su hija Antia, de la que no tiene noticias desde hace 12 años. Bea le revela que se encontró de casualidad con Antia en Suiza, y que está casada y tiene tres hijos. Julieta decide cancelar su viaje y mudarse al antiguo edificio que habitaba con su hija, con la esperanza de que al menos esta se comunique con ella. Empieza a escribir una larga carta contando su vida, que es la excusa para ir atrás en el tiempo y conocer los pormenores de la relación madre-hija. Basada libremente en relatos de la escritora canadiense Alice Munro, ganadora del premio Nobel, Almodóvar toma el espíritu de tres cuentos: Destino, Pronto y Silencio, contenidos en el libro Escapada , en lo que iba a ser su primera película en inglés y que luego decidiera trasladar la acción a Galicia, Madrid y los Pirineos españoles. Si hay un elemento simbólico en Julieta, es la red, la red del pescador, pero tiene que ver más con el entramado que con la captura. Así, el realizador de Tacones lejanos, teje referencias a su propia filmografía y homenajea a otros realizadores, vuelve la historia a los ’80, donde comenzó su cinematografía, con la mención a Kim Basinger en algunos planos, con un gran parecido a Adriana Ugarte, además de peinados y vestuarios icónicos de aquella época; Escapada, el libro de Munro que sirve de base a la película, aparece en La Piel que habito, leído por Vera, la protagonista; la madre de Julieta aparece en un momento vestida con ropa de los ’60, como detenida en el tiempo, igual que el personaje de Julieta Serrano en Mujeres al borde de un ataque de nervios; los rojos y azules vibrantes de sus películas siguen estando. Así como también las referencias a otros realizadores, como Alfred Hitchcock en las escenas en el tren y en esa ama de llaves al estilo de Rebecca, del mismo realizador, en la interpretación de Rossy de Palma, actriz que saltara a la fama de la mano del director de Átame!; está también el melodrama de los ’50, con guiños al estilo del cine de Douglas Sirk, especialmente con Imitación a la vida y a Michael Curtiz con Mildread Pierce. En ambas las madres sufren el abandono de sus hijas y pasan por situaciones casi humillantes para recuperarlas: “Tu ausencia llena mi vida por completo y la destruye” escribe Julieta en uno de los cuadernos que son en realidad una larga carta de memorias de toda su vida. Todo esto para quienes dicen que Almodóvar ya no es el mismo, y ocurre que si lo es, concentrado y tamizado por su propia obra. Julieta es una película en la que los fanáticos de Almodóvar extrañaran los momentos cómicos, porque su autor se ha decantado en una obra seca, gélida y sin lágrimas. En una maestría en el ir y venir en el tiempo, sin necesidad de decirnos en qué año estamos y sin embargo que todo eso se comprenda. Y demuestra sus medallas en una transición temporal que es brillante y que no conviene anticipar.
Volver a filmar. Tomar historias ajenas, en este caso de la laureada escritora Alice Munro, tres para ser más específicos, y recuperar con ellas una manera de narrar que hace tiempo había dejado de lado y que se extrañaba. Tras algún impasse (traspié para muchos) y vuelta a la comedia más gamberra o bizarra (“Los Amantes Pasajeros”), el realizador manchego, el más famoso de su país, con este nuevo filme sólo reafirma la imperiosa necesidad, para él y sus seguidores, de regresar al melodrama, aquel género que le permitió obtener sus mayores logros y al que también tanto le ha aportado. Pedro Almodóvar vuelve con “Julieta” (España, 2016) a un cine intimista, de sentimientos, de personajes inmensos, de emociones, de sensaciones, y con una impronta que lo acerca a historias profundas y sentidas como “La flor de mi secreto”, “La piel que habito” o “Todo Sobre mi Madre”, pero sin el espíritu coral de éstas y sin relegar su control sobre, ya no sólo el dispositivo, sino, principalmente, la imagen y su capacidad para manipularla y empatizar con ella. Así, si en “Julieta”, una mujer (Emma Suarez/Adriana Ugarte) ve como la tragedia golpea a su puerta en varias oportunidades es el disparador del relato, Almodóvar evitarla la linealidad y jugará con la narración de estas tragedias para urdir una compleja trama que con la utilización del racconto y el flashback le permitirá introducir la historia principal, la de una desgarrada madre partida por la desaparición de su hija. “Julieta” está a punto de cambiar de vida, acompañando a su pareja (Dario Grandinetti) se mudará a Portugal sin otro plan más que pasar el tiempo entre recuerdos y lecturas de clásicos que la han marcado a fuego. Mientras hace las valijas, prepara todo, ordena la casa que dejará y elige libros, ropa, utensilios, y cosas que siente que necesitará en el país vecino, reflexiona sobre su presente, pleno, completo, con un horizonte inmenso al frente y en el que, al menos en apariencia, podrá cumplir todo lo que se propuso. Porque mientras Julieta cree tener un control sobre su vida, alejada de oscuros secretos y temas que la han alejado de su verdadero yo, inevitablemente el pasado la volverá a atrapar, literalmente a la vuelta de la esquina, sin posibilidad de mirar hacia otro lado o desatender al llamado que éste le realiza. Y en ese encuentro fortuito con el pasado, breve, fugaz, ella deberá reflexionar sobre sí misma y cómo a partir del silencio de un ser amado y una ausencia que la desgarra y la deja con una herida dolorosa, su vida no ha tenido el sentido que originalmente imaginó para su futuro. Almodóvar narra esto con sutileza y control, algo que no sólo se refleja en los primerísimos primeros planos con los que decide contar el cuento, sino también, por la elección de colores (colorado pasión, azul calma, etc.) que configuran el escenario en el que la joven y la madura Julieta atraviesan sus días. Una serie de secundarios, algunos prescindibles (Ava: Inma Cuesta) y otros necesarios y precisos (Marian: Rossy de Palma), también conforman el contexto en el que Julieta desandará su amor irrefrenable por su pareja, hija y allegados. Si por momentos en “Julieta” el director declina a continuar con su manierismo y explosión de artificios a las que nos tiene acostumbrados, también habla de su necesidad de reencontrarse con un cine que no abusa de mañas, al contrario, en lo despojado de algunos cuadros, con tan sólo ver un plano, es en donde Almodóvar vuelve a su cine más intenso y en el que aún se puede reconocer y reflejarse.
LA MADUREZ DE UN GRAN ARTISTA Hay un lugar un poco abstracto que los críticos señalamos como horizonte deseable de un director de cine, y esa estancia es la madurez. No sabemos muy bien qué es ni de qué se trata, pero tal vez tenga que ver con cómo un narrador encuentra los símbolos exactos de su cine sin caer en la tentación de los guiños exacerbados y los gestos para la tribuna. Se podría decir que una vez que el realizador ya vació su valija de novedades y trucos, se asienta en una solidez formal que antes que ocultar su presencia la explicita a través de la sabiduría que imprime el relato. Es verdad que a veces esa madurez puede ser conservadurismo, y que no siempre significa crecer: que un tipo tenga 60 años y haya pasado 30 filmando no quiere decir necesariamente que haya madurado. A lo sumo, está más viejo. En todo caso, y si no podemos encontrar una explicación acorde, por suerte Pedro Almodóvar estrenó Julieta, una película que representa empíricamente aquello de la madurez del artista. En Julieta están los temas recurrentes del autor, incluso los colores de siempre, pero el nuevo opus de Almodóvar se preocupa menos por hacer evidente el gesto y más por contar, por narrar, por desandar una historia que en otras manos se hubiera enredado mortalmente, y que aquí goza de una claridad meridiana. El centro es una mujer que tiene noticias de su hija después de muchísimos años sin verla: decidida al reencuentro, suspende sus planes y emprende la escritura de una carta con la que quiere clarificarle algunas cosas a su hija Antía, cosas que tal vez llevaron a distanciarse. Lo que veremos de ahí en más serán una serie de flashbacks que narrarán la vida de Julieta, desde que conoce al padre de Antía hasta el presente. Claro está, al otro lado del túnel en el viaje introspectivo que emprende la protagonista no está su hija, si no ella misma (por eso el corte final es perfecto y uno de los mejores finales del director). Almodóvar borda este recorrido con sorpresas y giros, que a la manera del film de misterio que la banda sonora y un tren hitchcockneano insinúan, va haciéndose cada vez más sinuoso y nos va comprometiendo cada vez más como espectadores. Si en el director el melodrama ha sido siempre la lengua madre, aquí todos los elementos que integran el género están pero atomizados por una puesta en escena que elige muchas veces el off para contar el horror: y qué melodramáticamente bellas son las voces en off de este film. Porque lo que importa antes que nada en la películas es mostrar cómo impactan los hechos en Julieta. Su rostro, desdoblado en Emma Suárez (presente) y Adriana Ugarte (pasado), es el territorio perfecto por el que además la historia del cine de Almodóvar transita para encontrar un espacio de paz y extrema lucidez: si desde Volver pareciera que el director está filmando una única película con variaciones, donde lo que importa es lo autorreferencial y la necesidad de canibalizar su propio cine (como lo explicitó en la notable Los abrazos rotos), Julieta es la más perfecta de estas piezas talladas desde la autoconsciencia. Porque si la sabiduría formal está en cada movimiento de cámara (brillante el puente entre pasado y presente utilizando un toallón y desde la economía de recursos), la misma es casi imperceptible y no está puesta para el lucimiento personal. No es un lugar fácil el que arriba Almodóvar aquí, porque exige la total honestidad y grandeza de querer pasar desapercibido: lo que importa es el cuento. Y el cuento, sobre la ausencia y la culpa, es increíble. Julieta es una película de aspecto simple, casi sin subtramas y concentrada en la experiencia de su protagonista. Pero logra el milagro de que el espectador llegue al final del recorrido, terso y sin grandes sobresaltos, no sólo conmovido por la experiencia sino sorprendido por la forma progresiva en que el relato lo va involucrando, y eso se debe a las múltiples capas que sabe administrar el director; múltiples capas como las de esa memoria de la protagonista que se desgrana ante nuestros ojos. Como buen demiurgo, Almodóvar duda de otros dioses. Y por eso construye un relato que habla de la culpa sin involucrar directamente el componente cristiano. Sin los excedentes habituales (algunos de ellos, incluso, muy disfrutables) Julieta es claramente -vaya obviedad- una película de Almodóvar, y bajo sus propias reglas es que la protagonista sufre, teme y padece entre las tinieblas que siembra la cruel y angustiante ausencia. Porque Julieta es una película tan bella como dolorosa, una síntesis y una cima.
La protagonista es un ser perturbado por su destino que va narrando su vida a través del flashback, de esta forma el espectador se va metiendo en esta historia y conociendo ciertos comportamientos de esta madre y su dolor. Todo acompañado a la perfección por la esplendorosa banda sonora de Alberto Iglesias que forma parte de ciertos climas. La trama contiene: suspenso, misterio y tensión, habla de la conflictiva relación de una madre con su hija, de la soledad, el abandono y el dolor. Estupendas actuaciones, traspasan la pantalla las madrileñas Emma Suárez y Adriana Ugarte, sus rostros, sus gestos y sus quiebres ante el sufrimiento, ambas interpretan el mismo personaje en distintas épocas. Visualmente bella y con una buena utilización en su relato del plano corto y los silencios, también se complementa con la intensidad de sus colores. La historia goza de buenos giros, toques de humor y personajes interesantes como: Rossy de Palma quien ayuda en un caso algo especial, Inma Cuesta y Darío Grandinetti, entre otros.
POINTS: 5 A loose adaptation from three short stories by Nobel Prize-winner Alice Munro, Julieta, the new film by Pedro Almodóvar, tells the story of Julieta (first played by Adriana Ugarte in the character’s youngster years, then by Emma Suárez in her middle-age golden years) as she undergoes a typical, if subdued, melodrama: first she falls madly in love, then she has a child, and later as times goes by she faces the loss of almost everybody she loves most dearly. Julieta starts with a chance encounter. The title character is a fifty something woman who’s about to leave her fashionable apartment in Madrid to move to Portugal with her significant other Lorenzo (Argentine actor Darío Grandinetti). But as she’s walking across the city one day, she runs into her friend Beatriz, who tells Julieta that, the week before, she’d accidentally met Julieta’s daughter Antia at Lake Cuomo, a placid leisure spot where Antia was vacationing with her children. Bea says that that Antia knows her mum still is in Madrid, which makes Julieta feel visibly moved. Right away, she decides she won’t move to Portugal at all. What she does is actually quite different: she rents an apartment in the building where she raised Antia. And from then on, she’s determined to find her. Or perhaps Antia will look for her. Later on, we learn that Julieta hasn’t seen her daughter since Anita turned 18 and fled her home to go to a religious retreat in the mountains, never to come back. Julieta did everything in her power to find her — including hiring a private eye — but to no avail. With a broken heart, she decided it was best to forget her for good — that is, until her chance encounter with Beatriz brought everything back to the present. On the one hand, Julieta is a true improvement over Almódovar’s previous film, the too flimsy Los amantes pasajeros (“I’m So Excited”), which honestly is not saying much. On the other hand, it’s considerably inferior to the superb La piel que habito (“The Skin I Live In”). For that matter, Julieta is less accomplished than many others of his films — especially his early features. For starters, for being a melodrama, it’s perhaps too restrained. Though multiple events take place, oddly enough the narrative feels flat and never gripping. It’s as though it lacked even the minimum dramatic drive to keep the story flowing instead of dragging. Then, it’s not of much help that almost the entire main conflict, with its many detours, is conveyed through self-explanatory dialogue that sounds written rather than spoken. Scene after scene, you have to listen to every single actor explain what’s going on, what went on before, and what will happen next — that’s one of the reasons why Julieta’s voice-over is tedious, the other one being it’s sort of aloof. In the third place, there’s an almost continuous musical score that is meant to add some drama to the story and yet it fails to do so. In fact, it’s quite annoying. Some characters that should be important are barely developed — take Grandinetti’s Lorenzo or Rossy De Palma’s Marian — whereas others lack all possible ambiguity and nuances. On the plus side, Julieta as played by Emma Suárez is an achievement in many regards as this well-known Spanish actress brings some sentiment and a more visceral approach to the drama. Hadn’t it been for her, Julieta would have been hard to sit through. Almodóvar is a gifted filmmaker who has made many films where he showed a personal mark in both daring genre blending and an appealing set of aesthetics, which you don’t see at all in Julieta. It comes as an unpleasant surprise that it looks like a film made by a beginner with not much luck. Let’s hope Julieta is an occasional misstep. Production notes Julieta (Spain, 2016). Written and directed by Pedro Almodóvar, based on stories by Alice Munro. With Emma Suárez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Inma Cuesta, Dario Grandinetti, Pilar Castro, Rossy de Palma. Cinematography: Jean Claude Larrieu. Editing: Jose Salcedo. Running time: 96 minutes. @pablsuarez
Adaptación de tres historias de la Nobel canadiense Alice Munro, el vigésimo film de Almodóvar iba a tener como protagonista a Juliet Henderson en Vancouver, pero el manchego arrugó y jugó de local en la seguridad madrileña: una pena, porque su debut angloparlante lo hubiera forzado a soltar el rimbombante camp para focalizarse en una historia de naturaleza ascética. Lo almodovariano surge de entrada, con un aparente telón rojo carmesí que referencia a Hable con ella, y cuyas ondulaciones resultan los movimientos de la blusa de Julieta. Grandinetti como Lorenzo, marido de la protagonista, es otra referencia al exitoso film de 2003 que refuerza la estrategia de conexiones, externas e internas, usadas por Almodóvar para amplificar el secreto de la protagonista. En el rubio de Julieta (Suárez) hay más referencias, tintes de Kim Novak en Vértigo, y la alusión hitchcockiana es un indicio del misterio de la mujer, que se desarrolla dentro del film con una implosión de escritos y flashbacks. A punto de partir a Portugal con Lorenzo, Julieta descubre que tiene asuntos irresueltos en Madrid donde, al visitar su viejo departamento, la memoria la devuelve treinta años atrás, y la película se abre como una serpentina. La joven Julieta (Adriana Ugarte) conoce en un tren a Xoan (Daniel Grao), queda embarazada y da a luz a Antía (representada por dos actrices, lo que muestra las capas del film). Pero en el medio queda enredada en la complicada vida de Xoan, que acababa de perder a su esposa y no escatimaba en amantes. En el rol de Lorenzo como espía de su mujer se objetiva una ventana, la curiosidad del espectador. El misterio de Julieta tarda en revelarse; hay cosas de La piel que habito como de Hable con ella. Es un Almodóvar ambicioso y no lineal, que, aunque placentero, se mueve mejor en su elemento de labios carnosos y tacones lejanos.
Una película de Almodóvar. Sin el Pedro. Como acostumbra. Así arranca JULIETA. Y eso es lo que es, ¿qué otra cosa si no? Una película que solo podría hacer el manchego y ninguno más. Se dirá que es menos rebuscada narrativamente que las últimas y es cierto. Se dirá que es más sentida y emocional y menos barroca que las recientes. También. Pero no hay que confundir JULIETA con realismo ni mucho menos. Es una película que funciona en ese circuito cerrado que es el cine de Almodóvar y los que viven a gusto dentro de él lo disfrutarán. Los otros, ¿quién sabe? JULIETA cuenta una historia emocionalmente más directa, como si fuera un regreso a películas tipo LA FLOR DE MI SECRETO y VOLVER. Acaso las diferencias principales con ellas es que los manierismos y estilizaciones visuales del director están mucho más marcados, por lo que le resulta imposible salir del micromundo, por más “abierta” que sea esta película en relación a LA PIEL QUE HABITO y LOS ABRAZOS ROTOS (la comedia LOS AMANTES PASAJEROS prefiero pensar que ni existió). Arranca desde el final, cuando la tal Julieta en su versión adulta (interpretada por Emma Suárez) está por irse de Madrid con su nueva pareja (Darío Grandinetti, cuyas idas y vueltas con el español más castizo son un tanto problemáticas) pero se arrepiente el día que se encuentra a una mujer más joven que dice haber visto a su hija en Italia. Eso la lleva a revisar su historia y contarnos, mientras escribe en un cuaderno, que pasó entre ellas. Es así que retrocedemos unos treinta años, cuando Julieta (encarnada ahí por Adriana Ugarte, lookeada de manera muy parecida a lo que era Emma Suárez entonces) tenía 25 años, daba clases de Literatura Clásica y conocía al padre de su hija, Xoan. De a poco avanzará la historia contando su entrecortada relación que empezó de manera muy extraña en un tren, la pequeña pero clave figura de la mucama de Xoan (Rossy De Palma), la relación con sus propios padres y el nacimiento de su hija Antía hasta llegar a la serie de eventos, malos entendidos y confusiones que terminaron por romper la relación entre Julieta y la chica en la adolescencia. La película es, claramente, una reflexión sobre el dolor, sobre la culpa y la distancia emocional. Antes de llamarse JULIETA el proyecto –que se basa en historias de Alice Munro– llevaba por nombre SILENCIO (se lo cambiaron porque la nueva película de Martin Scorsese se llama así también) y tal vez ese título le quedaba mejor, ya que son los silencios y las cosas no dichas y calladas las causantes de muchas de las confusiones que generan la distancia entre Julieta y su hija, y entre ella y su primer marido, además de otros personajes que irán apareciendo en el filme. Narrativamente la película es un poco más desorganizada y subrayada que otras del realizador español y, por momentos, la estilización extrema de ciertas escenas no condicen del todo con la búsqueda más directa de empatizar emocionalmente con los personajes. Pero cuando la emoción sobreviene –la fractura emocional de la separación entre madre e hija deja huellas tremendas en Julieta y las dos actrices que la interpretan saben aprovecharlo muy bien–, JULIETA crece notablemente. No quedará entre las mejores películas de Almodóvar, es cierto, pero es bienvenido su intento de regresar a ciertas emociones esenciales tras el mal paso de su ¿comedia? previa.
Atrapante melodrama sobre el amor, sus secretos y sus pérdidas El dolor no siempre une. A veces, rompe y separa todo. Algo de esto nos dice este Almodóvar, menos juguetón y más trágico. Apeló a tres relatos de la canadiense Alice Munro, para meterse dentro del alma de esa madre que, tras la muerte de su esposo, siente que se quiebra la relación con su hija. Julieta se muda y encuentra como alivio una nueva relación, pero vive penando tras esa hija que, sumida entre preguntas y dudas, ha elegido la distancia como la única forma de poner lejos su pena y su decepción. “Julieta” es un melodrama estupendamente contado, algo frío, al que quizá le falta lo que en Almodóvar antes sobraba: la fuerza y el desparpajo de ir más allá de lo escrito para dejar a sus criaturas libradas a la suerte de un destino que les pedía estar en carne viva. Cine maduro, detallista, con un relato que a medida que avanza se abre a nuevas historias, con ese mundo almodovariano donde siempre hay lugar para la nostalgia (los personajes se envían cartas) y los afectos ocupan el centro de esta película construida sobre el dolor que provocan las partidas. El suicidio en un tren, el desafío de meterse en el mar después de una disputa, la decisión de marcharse bien lejos para empezar otra vez, todo ese mundo de viajes hacia dentro y hacia afuera le dan clima y sentido a este melodrama que no es redondo, pero que tiene momentos soberbios (toda la secuencia del tren es deliciosa) y dos actrices fenomenales que le dan a Julieta el rostro, la belleza y la intensidad de un ser que aprendió desde la cultura griega, que ella enseña como docente, que el fatalismo siempre envuelve a los seres que cruzan del amor al dolor, entre soledades y reproches. Desde una estructura clásica, Almodóvar organiza un espacio dramático donde el amor se disfruta y duele, donde los seres se expresan y se mueren, un film entrecruzado por enfermedades, dolencias y secretos que acechan la felicidad y que obligan a sus personajes a repensar constantemente su lugar, sus afectos y su futuro. Julieta un día tomará conciencia de lo poco que conoce a sus seres queridos (hija, padre, esposo, nuevo amigo) y que no tiene otro plan que inventariar sus ausencias y pedirle explicaciones a un destino que la fue dejando cada vez más sola y más pendiente de sus recuerdos. Una historia expuesta de manera clara y rotunda, que atrapa con su desarrollo y seduce con su envoltura. La escena final cierra (¿o abre?) el trágico círculo: en un auto tan pequeño como su esperanza, Julieta se pone en camino, mientras las estrofas de Chavela Vargas -“Si no te vas/te voy a dar mi vida”- nos recuerda que el amor es también un viaje, entre enormes montañas, hacia la ilusión y la incertidumbre.
Todo sobre mi madre Después del tropiezo con la comedia "Los amantes pasajeros" (2013), Pedro Almodóvar volvió con sabiduría al drama puro y duro en "Julieta". También regresó a un terreno conocido: el universo femenino y la maternidad, un mundo íntimo y complejo que él aborda como pocos. No conviene adelantar detalles del argumento. Sólo decir que la Julieta de Almodóvar es una mujer abatida en la mitad de su vida. Hace 12 años que no sabe nada de su única hija, que cuando cumplió los 18 se fue de la casa materna sin dejar rastros ni mensajes. Ella trata de iniciar una nueva vida con un escritor que la ama, pero el pasado la vuelve a envolver y la asfixia. El pasado de la protagonista se va revelando en capas, con una precisión en la narración que no deja cabos sueltos. "Julieta" no es un melodrama desbordado. Esta vez Almodóvar elige un tono sobrio y contenido, pero no por eso menos profundo y potente. El director sabe dejar silencios como para que el espectador elabore su propio duelo con respecto al trayecto del personaje. Cada plano, cada acción, cada mirada están pensados para expresar, para decir mucho con muy pocas palabras. Desde ese lugar Almodóvar reflexiona sobre la ausencia, las pérdidas, el engaño, la angustia y el sentimiento de culpa, y cómo estas heridas van dejando huella en su protagonista. "Tu ausencia llena mi vida y la destruye", escribe Julieta, y aún así deja un espacio abierto para la redención.
El melodrama frente al espejo Sin la distancia irónica ni el humor provocador característico de buena parte de su filmografía, Almodóvar se sumerge en un espléndido melodrama. Las primeras imágenes instalan una atmósfera cargada de maleficios. La cámara acaricia los pliegues de una tela roja que rodea a un objeto misterioso. El autor nos invita a dejarnos llevar por la plenitud de los colores, por la belleza como camino hacia el dolor. La mezcla justa entre el calor pictórico y la frialdad estilística de sus imágenes impregna la historia con una infinidad de tonos. Dos épocas, dos actrices, dos caras de un mismo personaje: la omnipresencia de una mujer doblemente encarnada frente a una ausencia inexplicable. En el cine de Almodóvar la ficción es movimiento. En el corazón de la historia, la heroína se precipita en un tren donde todo se pone en juego: el encuentro con el amor de su vida, la primera confrontación con la muerte, el deseo y el miedo, el dolor y el placer. En el punto culminante de una secuencia de notable intensidad, Julieta ve a un ciervo a través de las ventanas del tren. La aparición del animal profetiza la agitación por venir. Pero el destino importa menos que la ruta tomada por la protagonista para alcanzarlo. A través de un espejo con el filtro de la experiencia, una mujer habla con sus fantasmas para apaciguarse. La Julieta de cincuenta años dialoga con la de treinta, los cuerpos interactúan. La protagonista no puede escapar de su vida anterior. La película está construida alrededor del vacío que la rodea. Julieta deberá esperar que las capas de un pasado inextricable emerjan para entender la naturaleza de su implacable destino. En un instante maravilloso, Almodóvar esgrime su esencia, resume a todas sus heroínas en dos cuerpos y condensa todo su cine en dos rostros que se funden en un soberbio planomágico.
Elogio de la película enamorada Depurada, sin altisonancia, con lo necesario como para ratificar la maestría de quien dirige. El nuevo film de Almodóvar reitera obsesiones temáticas y estéticas. Un personaje falsamente escindido, que dialoga consigo mismo. Una gran película para disfrutar. El cine de Pedro Almodóvar está en un momento sublime, depurado de excesos (esos tan lindos excesos), con la mira en una puesta en escena despojada de adornos, sin distracciones. No se trata de ningún cambio o de alteración radical alguna, sino que su cine continúa un mismo camino de obsesiones, como si se tratase de una misma y sola película, cada vez mejor. Tampoco será suficiente ni criterioso detenerse en la mayor o menor cantidad de comedia o de drama como parámetros "explicativos" en su filmografía, ya que cualquiera de ellos se liga al otro (botón de muestra es la caracterización admirable, y nada inesperada, de Rossy de Palma en Julieta). Caras ambivalentes, así como en el cine de Woody Allen, que tienen en Almodóvar a la fantasía como relevo inmanente: esa órbita de vuelo -que Los amantes pasajeros expresa de manera literal-, donde la alegría es también melancolía cuando pisa tierra. Consciente o no de este quiebre esencial, el enfermero Benigno (Javier Cámara) culminaba sus días encerrado pero enamorado en Hable con ella. Un ángel de la guarda maldito, un eslabón necesario para que la película sea. Ahora bien, ¿quién es Julieta? Julieta (Emma Suárez) está a punto de viajar, de irse de Madrid en compañía de su pareja (Darío Grandinetti). Pero el cruce casual con una antigua amiga de Antía, su hija, le devuelve recuerdos. Hace demasiados años que madre e hija están distanciadas. ¿Qué ha sucedido? La pesadumbre apresa a Julieta, ya no viajará, mientras elige revisar esas palabras que el azar le ha obsequiado: Antía está delgada pero guapa, con tres hijos. Julieta, entonces, vuelve a su viejo departamento. O a uno que se le parece. Y se dedica a escribir esas palabras como líneas primeras. Comienza la historia. Desde los Lumière, el cine viaja en tren. Con él aparece en Julieta la digresión, el viaje al pasado, pero sobre todo un cruce de tiempos parecidos, apenas separados, como imágenes que el mismo espejo devuelve sobre sí mismo. ¿Cuál será el momento repetido? Julieta se divide en dos edades, entre Emma Suárez y Adriana Ugarte. Dos momentos cuya cronología no puede separarse de lo que sobrevendrá, de lo que ya pasó. Los ecos de la tragedia griega se subrayan: Julieta era/es profesora de literatura, y explica a sus alumnos sobre los diferentes significados del mar, con la aventura como uno de sus horizontes. Partir hacia otro lugar era, vale recordar, el impulso inicial de la película. En verdad, el viaje sucede, pero a bordo del tren, en donde Julieta se cruza con extraños, y entre ellos con quien será parte fundamental de su vida, padre de su hija. El azar mezclará muerte y nacimiento -la secuencia del tren está cercana, espiritualmente, a La dama desaparece de Hitchcock-, mientras un alce casi onírico surge entre la nieve, cuya carrera misteriosa la ventanilla del tren recorta. Ventanita-rectángulo que tendrá, como la ventana indiscreta hitchcockiana, función metalingüística, al ser remarcada como segunda pantalla. En esos momentos, los planos elegidos por Almodóvar son de homenaje y amor al cine, así como síntesis perfecta de sus preocupaciones formales: la realidad desdoblada, necesariamente replicada: Julieta y el extraño que la acompaña viajan enfrentados, separados por el rectángulo cinemascope que es la ventana; cuando Julieta y su amante tengan sexo, ella se desdoblará como un fantasma sobre el mismo vidrio del tren, empañado de frío, ella tan cálida. (El extraño, por otra parte, oficia a la manera de ese ángel maldito que era el enfermero Benigno, tal es su sacrificio). De todas maneras, no habrá que aceptar tan rápidamente lo que se ofrece como lo que parece. O sí, tal el encanto del cine. Mejor aún -y esto es algo que permite solamente un cineasta consumado- es dejarse llevar por la reiteración rítmica de sucesos, colores y emociones. Julieta, película y personaje, invitan de esta manera a recorrer las penurias de una madre desesperada, a asistir a la serie de tragedias que le han marcado. Esos momentos están, son incontestables, pero también habrá otros, casi mágicos. La casualidad se cuela de manera misteriosa, y articula de modo equilibrado y cíclico. La escritura de esa carta con la que Julieta se ofrenda -que no es otra cosa que la película con la que también lo hace su realizador- cumple su función catártica, hermosa. (Otra referencia aparece acá: la de Nana (Anna Karina) cuando escribe sobre sí misma en Vivir su vida, otro acto de sacrificio así como de amor hacia su actriz por parte del director, Jean-Luc Godard). Por eso, ¿qué es la película Julieta? Quizás no sea otra cosa más que un acto de escritura (literaria o cinematográfica, lo mismo da). Nada más, nada menos. Un acto de soledad creadora. Un momento de ajuste de cuentas poético. Que no reniega de lo sucedido, sino que lo transcribe y transgrede, al tiempo que sabe de la inevitabilidad. Uno de los secretos del film, uno de sus MacGuffin (Hitchcock, otra vez), descansa en una escultura, siempre a punto de ser envuelta o desenvuelta, con el que la película abre sobre un falso cortinado rojo: suerte de ídolo o amuleto, convertido en regalo o maldición, a la vez que portada del libro escrito por Lorenzo (esa réplica misma que de la figura del escritor encarna Grandinetti). La misma mujer que componen Emma Suárez y Adriana Ugarte (así como Angela Molina y Carole Bouquet en Ese oscuro objeto del deseo, de Buñuel; o Mia Farrow y Gena Rowlands en La otra mujer, de Allen), también lo serán Antía y Beatriz, la mejor amiga. Julieta es una porque es dos: cuando está con su pareja, cuando está con su hija. Cuando deja de estar con ellos, la desesperación. Hasta que dialoga consigo. Acá debe estar el asunto, en ese diálogo interno y disociado, condenado a reiterarse, traducido de manera poética, hasta arribar a un punto donde la distancia entre lo cierto y lo supuesto se desvanece. ¿Hay un despertar? ¿Lo supondrá el golpe del automóvil? ¿La carta con esa respuesta tan esperada? Tal vez, sólo tal vez.
Julieta: el regreso al melodrama de madre Julieta (2016) es el último film del talentoso Pedro Almodóvar, el cual narra uno de los vínculos más primarios de la humanidad: la relación madre-hijo (hija en este caso), marcando así el regreso del director al "melodrama de madre". Basado en tres relatos de Alice Munro: “Destino”, “Pronto” y “Silencio”; Julieta (2016) es el último film del talentoso Pedro Almodóvar, el cual narra uno de los vínculos más primarios de la humanidad: la relación madre-hijo (hija en este caso). Con un inicio a puro latir mediante una tela color rojo que se contrae y relaja, conoceremos a Julieta el personaje principal de esta historia llena de secretos, que solo podremos entender mediante un viaje al pasado. A través de la escritura como expresión y alivio de la protagonista se revelará que la misma se encuentra escindida entre pasado y presente. Julieta narra la historia de una madre y una hija a las cuales lo único que las une es el dolor por la pérdida del hombre más importante en la vida de ambas, en el caso de Julieta su pareja y en el caso de su hija Antía, su padre. Como es habitual Almodóvar maneja con soltura los relatos anacrónicos, lo cual se evidencia especialmente en dicho film, en donde la emoción no es intensa y aun así nos mantendrá intrigados de comienzo a fin. Pues si hay algo que Almodóvar sabe es contar historias, lo que no es para nada poca cosa, no sólo desde el cómo sino que sabe qué contar. Con Julieta el director vuelve al género del “melodrama de madre” -presente con variantes y reescrituras en otras películas de su creador como en ¿Qué hecho yo para merecer esto! (1984), Tacones lejanos (1991), Todo sobre mi madre (1999), y Volver (2006) -dejando de lado por completo otra de sus temáticas recurrentes referidas a la sexualidad y a las transgresiones de las normativas sociales. Lo cual puede observarse visualmente en uno de sus encuadres, cuando Julieta se encuentra con Beatriz (amiga de la niñez de Antía), los amigos queer de la misma quedan al costado del encuadre. Pues en este relato Almodóvar ha decidido dejar a un lado su usual conjunción de opuestos sexuales para centrar la historia en el vínculo madre-hija, incluso no se profundizará sobre la aparente homosexualidad de Antía y Beatriz. En adición, varias películas del director oscilan entre la “mala madre” y la “buena madre”, sin embargo aquí luego de una larga trayectoria cinematográfica, Julieta se encuentra en un linde no es ni la una ni la otra, quizás simplemente podemos definirla como imperfecta. En consecuencia, otro estilema del director es derrumbar la estructura canónica de la familia. Debido al dolor de la pérdida ella ha quedado tan consternada que su hija pasará a ser madre, y se invertirán los roles. Hecho que marcará el vínculo madre-hija para siempre dejando un vacío entre ambas y Julieta se volverá entonces una mater dolorosa, una madre en la eterna espera. Según Jean-Max Méjean, Almodóvar no puede dejar de arremeter contra el símbolo maternal, pero finalmente no se atreve a atacarlo tan directamente como a los demás íconos que se ha dedicado a ridiculizar en sus otros filmes. Los misterios entorno al pasado de Julieta y la relación con su hija se irán develando a lo largo del relato en donde todo resultará una incertidumbre, puesto que como es típico del melodrama “de eso no se habla”. Otro estilema del director es la recurrente referencia a la mitología griega, se hará referencia al mito de Ulises y Calipso, simbolizado en el mar azul el cual estará presente en todo el largometraje como metáfora del vínculo entre Julieta y el padre de Antía. Lo griego también estará presente en el nombre que ella ha elegido para su hija Antía, el cual simboliza florida y quienes encarnan dicho nombre son fuertes y tenaces. Las relaciones de intertextualidad continúan en el film, no es casual en una de las primeras escenas el libro de Marguerite Duras, lo que nos lleva a resaltar otro rasgo Almodóvar: la obsesividad por el detalle. Puesto que como buen conocedor del género del melodrama, el autor sabe que los elementos de la utilería poseen un significado en sí mismo que sostiene todo el relato, ya que el espectador de cine trabaja por acumulación. Asimismo, son notables la elección del vestuario según las épocas y la psicología del personaje, en donde los estampados, aretes y colores estridentes serán una vez más protagonistas. Incluso Julieta poseerá una bata cuyo estampado nos remite al artista Klimt, quien al igual que él retrataba mujeres constantemente. Del mismo modo que en Volver, el contraste entre el rojo y el celeste estará presente no sólo en el vestuario, sino también en el maquillaje. Pues este magnífico director no libra nada al azar, no es casual que la Julieta de los 25 años tenga el pelo corto igual que la Julieta de la madurez que decide revivir el pasado. En consecuencia, en este relato prima la circularidad y el destino de predestinación típico del melodrama. Como en casi todas sus creaciones, y en todo melodrama en general, el tema musical tendrá un estrecho vínculo con la psicología de los personajes. Aquí “Si no te vas” interpretado por Chavela Vargas (ícono popular de la cultura mexicana) hablará por Julieta, tal como sucedía en otro típico melodrama como Frida (2002), de Julie Taymor, en el cual sonaba constantemente “Llorona”. En efecto, es típico de Almodóvar convertir canciones populares en verdaderos lamentos. Finalmente, Julieta no es tan provocador o perverso como otros de sus filmes, ya que no está presente su típico (y esperado por algunos) paroxismo. Sin embargo, quizá la provocación este aquí en volver al melodrama de madre, cuando este parecía ya un género olvidado. La narración se desdibuja un poco llegando a su desenlace, ya que como he dicho en otras ocasiones, uno de los problemas más grandes del cine actual es la confección de buenos finales. Aunque Julieta no es la más sublime de sus obras, sigue resultando interesante y denota que la gran originalidad del director sigue vigente. Ficha Artístico/Técnica: Origen: España. Año Realización: 2016. Director: Pedro Almodóvar Guión: Pedro Almodóvar y Alice Munro. Elenco: Adriana Ugarte, Emma Suárez, Inma Cuesta, Daniel Grao, Rossy de Palma Michelle Jenner y Darío Grandinetti. Dirección de Arte: Antxón Gómez. Dirección de Fotografía: Jean-Claude Larrier. Montaje: José Salcedo. Música: Alberto Iglesias. Productor: Agustín Almodóvar y Esther García. Distribución en Argentina: UIP. Duración:99 minutos. Fecha Estreno en Argentina: 23/06/2016
EL CAMINO DE UNA HEROÍNA “Muchas gracias por no dejarme envejecer sola”, le comenta Julieta a Lorenzo el día previo a la partida de ambos hacia Portugal. Ya desde ese momento se trasluce el sentimiento de angustia de la protagonista, sensación que se intensifica por la culpa tras un encuentro inesperado y bastante revelador en la calle. Es evidente, entonces, tanto para Lorenzo como para los espectadores, que Julieta esconde un secreto, un misterio perceptible, en principio, en un sobre azul. Quizás sea por su profesión (enseña literatura antigua) o por ciertos motivos que se desprenden de ello como el libro sobre mitología griega o el significado de Ponto, que la protagonista del nuevo film de Pedro Almodóvar se configura como una heroína trágica, con un destino que parece esbozado (incluso podría tratarse de un designio divino), muertes, angustia y culpa pero, por sobre todas las cosas, la necesidad de expiación. Almodóvar trabaja la catarsis en Julieta de forma íntima y femenina no sólo porque implica el punto de vista de una mujer, sino por la elección del medio para hacerlo, es decir, a través de un diario íntimo. La puesta en escena es delicada: ella sólo está vestida con una camisola blanca, inclinada en una mesa de vidrio con una biblioteca repleta y la ventana abierta por la que se filtran los rayos del sol. Entonces, la cámara se centra en la escritura que se desliza por la página blanca como inicio poético del camino de reconocimiento. La operatoria se replica luego en el uso de tres aspectos: el más evidente es el temporal, que tiene una doble función: por un lado, el juego entre presente y pasado; por otro, el desarrollo de la protagonista en el tiempo puesto que, por ejemplo, no se viste igual a los 25 años que a los 35 o 50. Los restantes son los componentes sentimentales y familiares que completan la conformación de Julieta o la contextualizan. Asimismo, el director se vale del uso de ciertos motivos, aunque no siempre se comprende su funcionalidad. Por ejemplo, la escultura de un hombre sentado, que si bien remite a un lazo entre pasado y presente, no termina de entenderse su importancia o el significado del color azul, que aparece por primera vez en el sobre y luego en la vestimenta de Julieta pero de forma esporádica. Por tal motivo, la película se compone de situaciones interesantes o poéticas y de otras monótonas, en las que tanto las acciones como el tiempo quedan suspendidos en gran medida. Tal vez el azul del sobre o de la ropa sea una forma de internalizar el color del mar, del Ponto griego dispuesto para iniciar una nueva aventura. Julieta se dispone como Ulises para comenzar el viaje en ese mar blanco, rectangular y limitado, con la única protección de la tinta negra que, con cada página llena, busca acercarse hacia su destino para revertir el fatal designio de los dioses. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Almodóvar regresa al universo femenino de sus mejores films, pero con uno que está muy lejos de aquellos. Melodrama intimista, Julieta es la historia de una mujer interpretada por dos buenas actrices: en el pasado por Adriana Ugarte y en el presente por Emma Suárez. Hay una tragedia y un trauma que marca la relación entre una madre y una hija. Hay referencias a Hitchcock, artificialidad, diálogos imposibles. Y nada hay de la frescura del Almodóvar under de los ochenta, así como poco o nada queda de esa España, que tan bien supo mirar el manchego, en esta poseuropeizada de hoy. Como si este Almodóvar, que ya no es Pedro ni en los títulos, tuviera poco o nada para decir. En su lugar, la olvidable Julieta exhibe una ampulosidad, un extravío narrativo, unos encuadres vacuos, y una pereza la convierten en una experiencia árida, difícil de atravesar; a veces cercana al ridículo. Está basada en tres relatos de la Nobel Alice Munro, pero parece durar como un novelón de dos mil, interminables páginas.
Julieta Arcos, una mujer de mediana edad, decide permanecer en Madrid y no mudarse a Portugal con Lorenzo, su pareja actual, a quien no le da explicación alguna por el inesperado cambio de planes. Tras la separación de Lorenzo Julieta se muda al edificio donde había vivido años atrás, y una vez allí afloran los viejos recuerdos de un pasado doloroso que no pudo compartir con él, y que se relacionan con su primer esposo Xoan Feijóo y su hija Antía, y es por ello que decide llevar esas memorias al papel, a modo de catarsis tardía. Mediante un flashback el film nos lleva al pasado de Julieta y la vemos de joven a bordo de un tren en el cual conoce a Xoan, con quien luego se muda a la ciudad costera donde el vivía. Allí Julieta conoce a Ava, una escultora y vieja amiga de Xoan. Unos años más tarde cuando Antía es casi una adolescente, Xoan muere en un accidente a bordo de su barco debido a un fuerte temporal, siendo el primer hecho dramático que marca a Julieta de tal manera que ya no volverá a ser la misma. Julieta regresa a vivir a Madrid, y en esos duros momentos Antía y su nueva amiga Beatriz se convierten en su único sostén emocional. Pero algo más sucede cuando Antía tiene 18 años, y sin poder comprender lo ocurrido Julieta pierde el rastro del paradero de su hija. Con el paso del tiempo irá enterrando ese pasado trágico para continuar con su vida, olvidando a Xoan y a Antía durante varios años, hasta que el recuerdo de ambos re aparece en el presente. Julieta es la película n° 20 del realizador español Pedro Almodovar, quien asegura que se trata de una adaptación muy libre de una serie de relatos de Alice Munro, aunque quizá empezó a pensarla allá por el 2009 trás conocer a Joan Didion, una periodista y escritora estadounidense que había perdido a su esposo y a su hija. Originalmente estaba pensada en inglés pero finalmente la hizo en España. Aunque Almodovar también escribió el guión del film, puede parecer que es menos Almodovar que sus trabajos anteriores, lo cual se debe a que quizo tratar el dolor de una manera discreta, y por ello les prohibió a las actrices llorar en cámara a pesar del sufrimiento que padecían sus personajes, y si debían hacerlo, tendrían que mantener el rostro lo más inexpresivo posible a fin de que este pareciera una máscara. La película no solo habla del dolor y de la pérdida, sino también del perdón, de intentar comprender al otro, y de como sanar heridas tan dolorosas. Si bien es un relato de ficción, toca bastante de cerca la realidad, pudiéndose identificar el espectador con algunas situaciones o personajes. Cabe destacar las actuaciones de las dos actrices que interpretan a Julieta: Adriana Ugarte, la más jóven, y Emma Suarez, la más madura, dando como resultado una historia intensa, dramática y bien narrada.
Almodóvar, un creador que inventa y se reinventa a sí mismo Pensar que cuando seamos viejos les podremos contar a los nietos que uno fue contemporáneo de Pedro Almodóvar. Que uno vio toda su filmografía en el cine en tiempos de su estreno. Si el melodrama en el séptimo arte tiene un bastión del cual sostenerse, éste está plasmado a la perfección como sub género por el gran director español. El hombre que inventa y se reinventa a sí mismo como cronista de su tiempo. Desde esos conflictivos mediados de los ’80. en los cuales la sociedad parecía acelerarse imbuida en la imposición de la cultura pop, a esta década de reciclaje, el responsable de varios de los mejores retratos de la histeria del hombre logra con “Julieta” una prefecta dosis de equilibrio que da paso a un análisis aún mucho más profundo. Sería injusto para el espectador hacer una sinopsis del argumento de éste estreno, pues no habría forma decir que no atente contra la sorpresa. No de la historia a descubrir, sino de la enorme posibilidad de decodificarla a partir de la forma. Sí podemos decir que una vez más la relación madre-hija está presente (a partir de entender el pasado) y que, en todo caso, agregar otro eslabón a la gigantesca cadena de personajes que conforman el universo almodovariano. Parece ilógico relacionar “Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón”(1980), con “Tacones lejanos” (1991) y “Los amantes pasajeros” (2013), y sin embargo esos abismos existentes entre unas y otras, pertenecen lujosamente a una manera de hacer y decir cine que sólo unos pocos privilegiados han creado a lo largo de los años. ¿Y por qué citamos su primer título? Habrá que descubrirlo en la franja de años en las cuales se desarrolla la historia como guiño fenomenal que hasta se da el lujo magistral de anclar un ratito en “¡Atame!” (1991), como para trazar boyas temporales. El guión aborda nuevamente temáticas como la carencia de afecto, el dolor frente a las ausencias, y el oscuro transitar de “lo no dicho”, como eje central del distanciamiento afectivo. Él (visto desde lejos) es como un flipper cuya bola va rebotando contra las elpisis y contra elipsis que se ejecutan mágicamente, entregando cada una la dosis justa de información para que el espectador vaya armando su propio espejo. El rubro inherente a guión las actuaciones tiene uno de los puntos mas altos de la historia del director. Pocos pueden tener a dos actrices de formación y registros distintos como Emma Suarez y Adriana Ugarte, componiendo a un mismo personaje, y a la vez amalgamadas por una dirección que las acerque tanto. “Julieta” es, además, una muestra concreta de sublime dirección de arte (¡el manejo de los colores!!!), pulsión dramática y un montaje exquisito sin el cual, claramente sería un producto menor. Pedro Alomdóvar estuvo, y está, a la vanguardia. Marca tendencia como realizador, pero sin perder la oportunidad de mostrarle a la sociedad las miserias del comportamiento humano yuxtaponiendo la imagen por sobre los conceptos. Puede ser tan oscuro como tierno y en esa búsqueda de equilibrio encontramos la fragilidad emocional del ser humano, la comprensión de lo enfermizo en las relaciones familiares y un cine sincero, honesto y sublime.
'Julieta': La marca autoral de Almodóvar sigue más vigente que nunca Almodóvar vuelve al ruedo con un melodrama de alto contenido emocional, con tintes poéticos, donde el dolor y la pérdida también son protagonistas. El último film del gran Pedro Almodóvar comienza con la escena de una mujer recogiendo sus pertenencias porque está a punto de mudarse de España a Portugal con su nueva pareja. Entre sus objetos halla una foto despedazada y acto siguiente, en la calle,Julieta, la protagonista, casualmente se encuentra con una joven. Gracias a esta coincidencia nos enteramos, además de su incomodidad, que tiene una hija. Como esa fotografía fragmentada, y vuelta a pegar, se construye el relato en la película. Una historia en la que a través de un extenso flashback se van acomodando las piezas. Julieta tiene un pasado, con una gran historia de amor y una hija en fuga. Julieta y su hija hace años que no se ven y el gran motivo es la culpa. Una culpa que duele, que separa… una culpa que volverá a unir. Almodóvar, además, tiene la habilidad de crear un clima noir, de suspense hitchcockiano en el contexto de un melodrama. Allí donde emerge la tragedia y el sufrimiento nos mantenemos en vilo esperando descubrir más. Y son esos primeros planos en los rostros los que desnudan con autenticidad los sentimientos, por más que se intercalen con tomas tan bellas y oníricas como la del alce en medio de la nieve persiguiendo al tren. Aquí la hibridación entre el melodrama y el suspense responden tanto a las decisiones estéticas como narrativas. Julieta da cuenta de esa sensibilidad especial con la que el director trata a sus historias y personajes: almas signadas por la tragedia y el sufrimiento, pero que al final del camino encuentran alguna forma de redención. También da cuenta de que la marca autoral y la solvencia narrativa del realizador manchego siguen más vigentes que nunca.
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La restitución identitaria. Cuando un artista llega a la madurez por regla general tiende a profundizar determinados aspectos de su obra y a obviar muchos otros que puede -o no- haber trabajado en el pasado, ya que la necesidad de quietud que traen los años suele ir de la mano de una especie de conservadurismo íntimo/ personal que privilegia las “zonas de confort” por sobre la experimentación asociada con la juventud. Estas reconversiones cíclicas reaparecen una y otra vez a lo largo de todas las artes y por supuesto el cine está muy lejos de ser una excepción, situación que lamentablemente en ocasiones desencadena respuestas un tanto condenatorias por parte de la prensa y algunos sectores del público. Lo curioso del caso es que son estos últimos quienes terminan embanderándose en una postura en verdad regresiva al no juzgar en su justa medida a la madurez, fase fundamental de toda evolución creativa.
No debe ser nada fácil crear por encima de las expectativas, ni ser Almodóvar y tener casi cuarenta años de cine sobre las espaldas, con películas que construyeron un estilo verborrágico y chillón del que Almodóvar no tardó en correrse para convertirse, sin pudores, en un cineasta maduro. Cuando salí del cine después de ver Julieta alguien sentenció como en broma: “Película para viejos”, y a mí, que abandonaba una sala donde el promedio de edad era de setenta años, me pareció una maravilla. No hay muchas películas para viejos y cuando las hay, los subestiman. En ese sentido, Almodóvar está donde tiene que estar, no se tienta ni por un segundo con acudir a viejos trucos para complacer a los espectadores y está haciendo películas en las que la juventud (la de los personajes, la del cine, la de él mismo) no es un valor, sino todo lo contrario. Quizás por eso demuestra una soberbia merecida. Cuando empieza Julieta, la pantalla se llena de rojo, se satura hasta los bordes de los pliegues rojos de una tela que parece formar, con un poco de imaginación, la forma de una concha textil, elegantísima. Sobre esa textura sensual se dibujan unas letras blancas que dicen “Un film de Almodóvar”, así, sin el “Pedro”, como si no se tratara de un nombre propio sino de una marca. Toda Julieta, desde el principio hasta el final, es una delicia para los sentidos que se podría disfrutar incluso si no se tratara de nada porque es deslumbrante: los cuerpos, la luz sobre los cuerpos, las poses, los sentimientos filmados como si fueran tramos de una historia policial, la música que recuerda a Hitchcock para desnaturalizar el melodrama y volverlo algo más parecido a un thriller donde la incógnita profunda, casi irresoluble, no tiene que ver con la identidad de un criminal o la locación exacta de un objeto robado sino con ese misterio, ese abismo que son las razones detrás de la conducta de los otros. Julieta (Emma Suárez,y Adriana Ugarte en la juventud) es una mujer madura que está en pareja con Lorenzo (Darío Grandinetti), y se están por mudar juntos a Portugal. Lorenzo nunca se lo dijo, pero sabe que en su pareja hay un silencio, algo guardado, que a él le pone un límite. Pronto se sabrá que ese secreto tiene que ver con una hija (Blanca Parés) de la que Julieta nunca habla, y a la que no ve hace doce años. Podría ser bastante simple contar una vida, pero lo que Almodóvar cuenta de la vida de Julieta es la culpa, las recurrencias, simetrías, las causas puramente subjetivas que determinan elecciones inexplicables si se las mira desde afuera. En definitiva, todo aquello que puede hacer de la vida de una mujer un melodrama lleno de intrigas antes que un relato lineal, simple como lo suelen ser las biografías. Lejos de eso, Julieta está en el centro de un rompecabezas que la película recorre circulando el tiempo, y retratándola no solo como mujer, sino desde el lugar que ocupa entre generaciones de mujeres: de un lado su madre, y lo que el padre hace con la vida compartida entre los dos; del otro su hija, y su posibilidad cada vez más escasa de ocupar ese lugar de hija. Además, Julieta es profesora de Literatura Clásica y la película no se priva de construirse sutilmente como una fábula mitológica en la que el mar tiene un papel tan importante como esa bruja, esa Parca o Erinia interpretada acá por Rossy de Palma y el primer plano de sus ojos desviados, que casi parecen estar dando una advertencia en su imposibilidad para enfocarse en una misma dirección. La película es fluida y perfecta cuando construye el relato de la vida de Julieta y la intriga en torno a la relación con su hija; quizás su punto más vulnerable –y esto genera una serie de revelaciones novelescas llegando al final– sea el personaje de la hija, forzadamente enigmático, cuyo silencio parece por momentos el McGuffin imprescindible para que el drama exista.
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Almodóvar y un regreso a su forma Pedro Almodóvar es uno de esos cineastas con un estilo tan marcado, al extremo de que si no figurara su nombre en los títulos, me daría cuenta igual que se trata de una película suya. Eso fue lo que sentí desde el primer hasta el último encuadre de Julieta, un título que tras La Piel Que Habito y Los Amantes Pasajeros nos devuelve —al menos a los que seguimos su cine asiduamente— al Almodóvar arquetípico, el de sus primeras épocas. Todo Sobre mi Hija Julieta, una mujer de mediana edad, se encuentra por casualidad en la calle con una amiga de su hija, a quien no ve desde hace 12 años. Este encuentro le detona la necesidad de volver al departamento donde vivía con ella y empieza a hacer un racconto de los hechos que llevaron a que se separara de su lado. Estamos ante una historia quintaesencialmente Almodovariana, con las mujeres adelante de todo, con una compleja relación madre-hija, y una sucesión de eventos inscriptos en la tradición del mejor melodrama. Estamos ante un Almodóvar que regresa a su forma; el de Todo Sobre mi Madre, Tacones Lejanos y Volver. No me gusta referenciar tanto a otras películas en una reseña, pero me veo obligado a hacerlo por la sencilla razón de que es un poco más difícil vender una película así a un público general. Y si se la mira desde esa óptica, debe aclararse que hay subtramas que empiezan pero no desarrollan completamente, y su desenlace, aunque lógico, puede tener gusto a poco para quien esté acostumbrado a una narrativa más tradicional. Lo que sí tiene a favor es que una vez sembrada la curiosidad de saber como termina todo, esta no te deja, y eso es la señal de que estamos ante el trabajo de un narrador hábil cómo lo es Almodóvar. Habitualmente en una película, cuando tenés a dos actrices interpretando a la versión joven y la versión vieja de un personaje, sus caminos nunca se cruzan, o cuando se termina la historia del pasado se corta volviendo a la del presente. En Julieta, Almodóvar esquiva esto y se anima a hacer una transición de una actriz a la otra en el mismo encuadre, acentuando no tanto el pase de la juventud a la vejez, sino de la alegría a la tristeza, de la inocencia a la pérdida de la misma. Cómo diciendo que no es la edad lo que nos envejece, sino nuestras vivencias y cómo reaccionamos ante ellas. Una movida de guion y dirección notable, y la única que no me da temor decir es una genialidad. Por el costado actoral, Emma Suárez y Adriana Ugarte se reparten el peso protagónico de la película con gran talento y sensibilidad. Dario Grandinetti acompaña apropiadamente, a pesar de algún que otro momento en donde desentona. Por el costado técnico tenemos una dirección de arte con todos los colores y las texturas intensas que nunca faltan en una película del director. Un ambiente acentuado por la estridente pero sensible música de Alberto Iglesias. Por el costado de la fotografía, aunque goza de una iluminación apropiada, en más de una oportunidad el encuadre le corta la cabeza a los personajes, un error de párvulos que sorprende haya dejado pasar un director del calibre de Almodóvar. Conclusión Julieta es una película mandada a hacer para los seguidores incondicionales del cine del realizador, quienes la disfrutarán a pesar de que dista muchísimo de ser uno de sus mejores trabajos. Por otro lado, un público general puede sentirse defraudado por su desenlace y por la película como un todo, por seguir inquietudes narrativas y dramáticas comprensibles pero poco habituales.
El realizador manchego resiste en su trinchera con un drama sin tregua. El hijo más célebre del destape español necesitaba volver a contar una historia potente luego del paso en falso de Los amantes pasajeros. Así es que, por tercera vez en su carrera (luego de Carne trémula y La piel que habito), Pedro Almodóvar apeló para su nuevo opus a textos que no son de su autoría y se animó a tomar tres cuentos de Alice Munro: Destino, Pronto y Silencio, todos del libro Escapada. Julieta nos presenta a la atribulada protagonista del título a punto de abandonar Madrid junto a su pareja. Sin embargo, el reencuentro con una amiga de la infancia de su hija (homenaje a Bowie incluido) le abre una grieta que creía haber cerrado: la desaparición voluntaria de su primogénita, ocurrida años atrás. Lo que llevó a Julieta a ese lugar en su historia personal es lo que cuenta el film a través de un relato que va de menor a mayor y que pone en pantalla las buenas armas de su narrador. Durante los primeros minutos, la trama deambula por pasillos que sin destino aparente, como si Almodóvar hubiera elegido cierta confusión teñida de a ratos por colores brillantes, contrastantes con las sombras de su personaje central. Pero, luego de una larga introducción, el guión se mete de lleno en la tragedia ascendente de una Julieta que vemos en su juventud en la piel de Adriana Ugarte y en la madurez hecha carne por Emma Suárez. No hay desahogo para la ninfa parida por Munro/Alomodóvar y lo que en las primeras escenas puede sentirse como una mera acumulación de malos momentos, con el correr de los minutos adquiere forma de pequeña épica personal, ilustrada en esas tortas de cumpleaños que una madre en estado de desolación cocina en cada fecha clave para celebrar sin invitados ni cumpleañera. Las flojas interpretaciones del tándem masculino Grandinetti-Grao no llegan a ecualizar de forma negativa al grupo de actrices que elevan el promedio general de la producción. En este rubro, medalla y beso para el logrado rol de Suárez y, sobre todo, para la siempre justa Rossy De Palma. El derrotero de la anti-heroína es el lugar que mejor le queda a las mujeres de Almodóvar y Julieta lo conjuga con la entereza de un narrador todavía fértil. Porque don Pedro es el juguetón errático de Los amantes pasajeros o Kika pero también el realizador sin fisuras de Todo sobre mi madre o la hoy icónica Mujeres al borde de un ataque de nervios. En ese marco, este nuevo trabajo es un regreso al contador de historias que sabe donde pegar con elegancia y marca de autor.
Al ir por la calle, la cincuentona Julieta (Emma Suárez) se encuentra con una chica mucho más joven que ella. Por la reacción de ambas, pareciera que hace mucho tiempo que no se ven, y todo señalaría que les une cierta complicidad, un pasado en común, cuando menos tormentoso. De apenas unos minutos, ese encuentro casual y algo incómodo supone un suceso lo suficientemente perturbador como para que la protagonista decida súbitamente cancelar su mudanza a Portugal, dejar a su pareja (Darío Grandinetti) y quedarse en Madrid. Es así que el gran Pedro Almodóvar despliega, con esa breve escena, un mar de incógnitas que suponen una sólida y portentosa base para esta película. A partir de allí comenzará un gran flashback que retrotrae a los años ochenta y a la juventud de Julieta, interpretada entonces por la fenomenal Adriana Ugarte. Ambas actrices encarnan un mismo personaje con una coherencia emocional notable, lo que lleva a recordar que el cineasta manchego es de los más grandes directores de actores de nuestros tiempos. Pero además, la originalísima transición que implementa al cambiar una actriz por la otra está notablemente impuesta a través de un "montaje invisible" que se vuelve visible (o no, algunos espectadores aseguran no percatarse del cambio), y al mismo tiempo carga de significación al artificio: las circunstancias llevan a que la protagonista literalmente envejezca de pronto. Hay otro personaje que también es encarnado por varias actrices: Antía, hija de Julieta, que cuando es adolescente brilla como nadie, es en ese lapso interpretada por Priscila Delgado, una sobresaliente actriz televisiva de quien seguramente volveremos a oír muchas veces. Si bien la primera mitad de la película cuenta con una construcción psicológica, un suspenso y una progresión dramática dignos del mejor Hitchcock, sobre su desenlace el enfoque retrotrae a los más cargados melodramas de Douglas Sirk. La narración fluye como un río, cada personaje tiene sus razones, sus conflictos propios y palpita en los fotogramas, y hay un notable esmero en la puesta en escena, en los colores, en los decorados y en los objetos; una sucesión inagotable de detalles visuales y sonoros precisados al milímetro. Pero Julieta no es sólo una película elegante e intensa por donde se la mire sino que es de esas que se quedan con el espectador por lo que no dice o, mejor expresado, por aquello que los personajes no verbalizan pero habita dentro de ellos. De hecho, la película iba a llamarse "Silencio", pero el título fue cambiado ya que Scorsese le ganó de mano a Almodóvar nombrando así su próximo opus. (El que no quiera enterarse de detalles importantes del desenlace de la película debería dejar de leer por aquí). El hecho de que una niña pierda de un sólo golpe a sus dos sustentos vitales –uno de ellos muerto, el otro hundido en un pozo depresivo– supone un shock psicológico mayor, que la coloca en una situación de inestabilidad, perdida, sin un rumbo. Que un personaje tan querible como Julieta se convierta en una prisión para su hija es algo que no es perceptible en un comienzo, pero puede deducirse más adelante. Almodóvar además explora cómo los grandes tabúes, lo que no puede nombrarse al interior de un núcleo familiar, es quizá más influyente en la formación de un individuo que todo aquello de lo que sí se habla.
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Una crónica del silencio Pedro Almodóvar ha sabido construir un universo de mujeres fuertes, que empezó con la comedia en los libertinos '80 y migró hacia el drama en los últimos tiempos. A partir del encuentro de “Escapada”, libro de relatos de Alice Munro (más específicamente de los cuentos “Destino”, “Pronto” y “Silencio”), el manchego dio forma a “Julieta”, que ya desde el título nos habla de la centralidad de su protagonista; rol que divide en dos actrices: Adriana Ugarte para los años mozos y Emma Suárez para el período de madurez. Pero no se trata aquí de una sustitución etaria, como es habitual en el cine (Alexandra Roach y Meryl Streep en dos etapas de Margaret Thatcher en “La dama de hierro”, por poner un ejemplo); sino que hay un sentido en el salto, que se puede ver en pantalla casi como un pase de magia (eso es el montaje, diría Georges Méliès): el director decide allí mostrar el día en que Julieta dejó de ser mozuela para entrar en la senectud. ¿Pero quién es Julieta? Al principio se le revela al espectador como una señora madrileña, dispuesta a mudarse a Portugal con su compañero tardío (“gracias por no dejarme envejecer solo”, dice él), un escritor argentino que habla de tú, llamado Lorenzo Gentile. Pero un encuentro callejero con una tal Beatriz nos revela que tiene una hija a quien no ve hace bastante (veremos cuánto). En ese momento, decide dejar que Lorenzo se vaya por libre y se muda a su antiguo edificio, donde comienza a escribir en un cuaderno una larga carta sin destino a Antía, la hija ausente. Allí empieza a recapitular su historia, desde la noche en que conoció a Xoan (el padre de Antía), y a modo de flashback se despliega ante nuestros ojos el devenir dramático de una familia, con sus miserias, sus pérdidas y sus abandonos. Quizás como una forma de exorcizar el dolor y las culpas, que también han ido y venido. Tragedias contingentes La cinta está planteada como una saga generacional, y quizás paralela a la de todas las mujeres de Almodóvar: la Julieta joven, con su pelo a lo Nina Hagen, luce contemporánea a “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón” y atraviesa la época de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” y “¡Átame!”, mientras que la Julieta madura está más cerca de la Manuela de “Todo sobre mi madre”. Y la apuesta estética está orientada hacia allí: a reforzar la situación cronológica, sin abusar de artefactos que sobrecarguen la reconstrucción de época. También en destacar el paisaje de los lugares involucrados (Madrid, Andalucía, Galicia, los Pirineos), con el concepto de que todo tiempo en la vida ha sido también un lugar: un hábitat y unos hábitos que le son propios. Por supuesto que también hay un eje visual almodovariano en el que las referencias plásticas exceden la mera cita para entrar en el plano (la figura humana recortada contra un cuadro abstracto, las esculturas). De todos modos, es una imaginería despojada, y nunca descentrada del carácter diurno del filme (la noche está reservada para uno o dos puntos de inflexión). Desde el punto de vista del relato, hay algo de tragedia clásica: no en el sentido de un destino manifiesto (todo lo que pasa no es otra cosa que una acumulación de contingencias) sino como artificio narrativo (como las cosas que fallan en “Edipo rey”, o el emisario que no llega en “Romeo y Julieta”), aunque con una vuelta de tuerca que podríamos pensarlo como propio del policial (el hecho de que en un punto previo al presente de la narración una conversación revela otras conversaciones previas que echan luz sobre ciertas acciones), aunque aquí el conocimiento no resuelva el entuerto: eso, si podemos decir que ocurre, lo resuelven otras contingencias de la vida. Tracción a sangre Suárez y Ugarte asumen el desafío de compartir un personaje y, seguramente apoyadas en la dirección, “sincronizar” su modo de mostrar las emociones, una forma de sufrir con estoicismo y en silencio: juntas se ponen al hombro la película. Inma Cuesta acepta su propio reto interpretando en diferentes edades a Ava, la escultora gallega que terció en las vidas de Julieta, Xoan y Antía. Quizás debamos introducir aquí a la histórica Rossy de Palma con su interpretación del ama de llaves Marian, tanto por su potencia escénica como por el rol eficiente del personaje. Sobrios están los dos hombres de la vida de la protagonista: a Darío Grandinetti su Lorenzo le sale de taquito, con una serenidad proverbial, mientras que Daniel Grao entrega un Xoan Feijoo afectuoso y contradictorio. Michelle Jenner hace lo suyo como una Beatriz bastante diferente de la adolescente que interpreta Sara Jiménez. Priscilla Delgado es fresca y acertada en el rol de la Antía adolescente, la que mayor tiempo y peso tiene en pantalla (Blanca Parés tiene unos cameos como la Antía mayorcita). Joaquín Notario y Susi Sánchez suman en esta historia como Samuel y Sara, los padres de la protagonista, con sus propios dramas y una tercera en discordia de la mano de la empleada Sanáa (Mariam Bachir). De todos ellos se vale Almodóvar para darle combustible a este relato austero sobre la soledad, la pérdida y la esperanza.
Es la primera vez que me animo a escribir sobre una película de Pedro Almodóvar, las palabras surgen con una verborragia poderosa, veo Julieta, su última película, pero también viene a mí su filmografía completa. Ví la primera película del director español casi a escondidas, como esa picardía de temprana juventud. La ley del deseo, película icónica de una época, género y formó mi inquietud cinéfila: el desenfado y la transgresión de Almodóvar me acercaron al cine y a la idea de disfrutar del color, de la explosión sensual de cada primer plano, de contemplar y emocionarme con una banda sonora, de sonrojarme ante el atropello del sexo. Recuerdo a Carmen Maura (Tina), bellísima, bailar en medio de la noche y empaparse ante los ojos del gran Eusebio Poncela (Pablo): su ropa mojada en plano detalle y la armonía y la belleza de los cuerpos en movimiento - la rapidez del primer cine de Almodóvar me pareció alucinante- hicieron que esa escena, entre tantas, perduraran en mi mente a lo largo de poco más de tres décadas. Yo quería ser Bibi Andersen, la rubia despampanante que bailaba “El baile carcelario”, esa especie de cuarteto, en la gran Tacones Lejanos, quizás por ese deslumbre, que me inyectó el genial Almodóvar, fue que imité muchos años el “batido” de la cabellera de la blonda. Todas las películas de Almodóvar me marcaron y en todas mi sensibilidad femenina se despertó como una huracán, a veces delineado en la carcajada -Que hecho yo para merecer esto, fue una película que me hizo reír muchísimo- o muchas veces en el llanto – las escena de Marisa Paredes cantando “Piensa en mí” de Luz Casal, es conmocionante- o me sentí libre y espléndida como esos segundos de plenitud que tiene el personaje de Lucila (Julieta Serrano) con sus pelos al viento, en Mujeres al Borde de un ataque de nervios. Porque las películas de Almodóvar son liberadoras y siempre placenteras. Con Julieta se me vino todo “Pedro” encima. El fetiche del color rojo como mecanismo estético para macar un personaje, la historia clásica del melodrama que lleva al espectador de las narices de una manera apasionante. Julieta es sensual, desde los créditos iniciales, con ese primerísimo primer plano de una blusa roja de seda, muestra a una mujer sofisticada, terriblemente bella. Su departamento es moderno, en ese espacio minimalista, un hombre, Lorenzo, la anima a un viaje a Portugal, ella se muestra feliz. Pero un encuentro ocasional en la calle, en algún lugar de la gran Madrid, dará un giro a la historia. Julieta – Emma Suarez- es la “Julieta” de la madurez, la que reflexiona y se anima a contar el cuento desde la narración en off, el “había una vez” se reemplaza por “Tengo que contarte como conocí a tu padre”. Julieta escribe, cuenta – nos cuenta- y el flashback la encuentra jovencísima, con un corte ochentoso, pero la misma belleza, ahora de juventud, Adriana Ugarte es la Julieta de la temprana edad. En esta historia de idas y vueltas en el tiempo, Almodóvar construye una película hipnótica. Las dos Julietas – los outfit de las protagonistas son increíbles- son por igual atrayentes, y la historia, trágica- Julieta ama la tragedia- marca una discurso plagado de pasiones amorosas. Almodóvar vuelve a hacer radiografía de sus personajes, se detiene en cada detalle – el rojo como pulsión de deseo embellece cada una de las escenas- elige minuciosamente cada sonido, cada melodía puntúa las peripecias y las emociones de los protagonistas. Hay que ir a ver Julieta obligatoriamente, porque Almodóvar en ella celebra al cine.
Podemos pensar que nos construimos no solo partir de nosotros, que no somos una esencia en sí misma, un concepto etéreo de ser, sino que como sujetos somos producto de lo que nos rodea, de la gente con la que nos relacionamos, de los errores que cometemos, las historias que albergamos y así, nosotros mismos nos convertimos en una historia. En su más reciente film, Pedro Almodóvar eligió meterse en Julieta, en sus temores, sus secretos, su pasado, su ropero, sus casas, sus amores… en toda ella. Y la elección del título no podría ser más adecuada: esta nueva película retrata todo aquello que hace a Julieta, incluso vemos las diferentes “Julietas” a través de los años, transformadas por el dolor y las experiencias. Este film forma parte de lo que podríamos llamar los dramas de Almodóvar. Su carrera se caracteriza por habernos entregado desde las comedias más bizarras y provocadoras a los dramas más profundos y emocionales. Julieta está allí, entre esos dramas duros, con personajes aniquilados emocionalmente pero con la fortaleza de un roble, con la fineza de los colores que abruman y de los espacios que parecen realmente habitados. Comparte con los otros dramas almodovarianos la historia intrincada, los hechos tan dolorosos que parecen inverosímiles. También está presente el leit motiv de la mujer en todo su esplendor, transitando la tristeza y siendo su propio sostén. Que, si bien esta vez no participa ninguna Chica almodovar como protagonista, Adriana Ugarte interpretando a la joven Julieta se lleva todos los corazones y las miradas. Podemos decir que esta es una historia de las ausencias: Julieta es todo aquello de lo que carece, los amores que ha perdido y los que la han abandonado. Julieta va creciendo y cada vez es más débil por dentro, pero para el exterior ha creado una coraza con lentes negros envolventes, finas telas y nuevos departamentos. La película llega para contar el momento en que Julieta decide enfrentarse a ese débil interior, escribirlo y relatarlo mientras va reconstruyendo los episodios de su vida que la trajeron a donde hoy está. Así, mediante una narración enredada por flashbacks y flashfowards, vamos conociendo todo aquello que es Julieta. Es la transformación, una de las temáticas más fuertes en el film (que de hecho ilustra el poster de la película), lo que determina lo fuertemente emocional: cómo la historia transforma al sujeto, y cómo este se deconstruye y reconstruye a partir de la misma historia. La maestría del realizador madrileño reside sobre todo, en este film, en la narración que orienta la transformación. Al mismo tiempo, como marca registrada y cada vez más afianzada está la maestría estética y artística que lo caracteriza. Almodóvar se apropia de los colores: en este caso son el rojo o carmín y el azul los protagonistas de la pantalla; creando obras de arte en cada escena en la que son protagonistas. La intensidad de una mujer como Julieta no podía ser representada de otra forma. También son los espacios que transitan los personajes gran parte de este sublime decorado, provocando un suspiro cada vez que la puerta de una nueva habitación se abre. Julieta es una película sin dudas madura, cercana en algunos aspectos a Todo sobre mi madre o Los abrazos rotos. Es una historia contundente que deja ver una obsesión por relatar las vidas de otros de manera tan atrapante que el espectador, a los pocos minutos de inicio, ya está dentro de la historia.
Mientras leía algunas notas que se publicaron en Argentina sobre la magnífica película de Almodovar que llena los cines en Buenos Aires, me topo con esta recomendación de Roger Koza en su reconocido blog de cine: “Ver Julieta como un documental de los colores, un documental barroco y expresionista de tonos.” Qué interesante esta disociación ¿no? Ser estimulado por algún elemento de la puesta en escena a punto tal que su estallido de colores nos permite enfrentar estoicamente la trágica historia que relata. Julieta, el personaje, enseña filología clásica, “no es artista” como Aba la escultora, o Lorenzo, el escritor, y se vale de los mitos griegos para enseñar la lengua. La única lección a la que asiste el espectador es a la que dicta con las diferencias entre las palabras con las que el griego refiere al mar: Thalassa y Pontos, el mar como terreno amenazante y el mar como medio para la aventura. Almodovar puntea elementos en la narración como si fueran hilos (de colores) de los que colgar conceptos: el mar es uno de ellos. Yo no puedo separar esos azules, verdes, naranjas o rojos de la historia que Julieta cuenta. Es que no se puede separar a Almodovar de esos colores: los de la madre, la hija, y la nieta cuando aparecen en el patio de la casa de campo. Tampoco de su generosidad en la abundancia de primerisimos primeros planos o planos cerrados de una exquisita composición de imagen. Y la manera que lo hace: en un tiempo de por lo menos 20 años, o algo más. Es que la manipulación fílmica del tiempo en Almodovar hace natural lo antinatural: resulta tan antinatural, a la vez que trágico, que una hija joven abandone a su madre como tan ilógico romper con la lógica real de atravesar 20 o 25 años desde el pasado hasta el futuro (o viceversa) o que la madre joven se transforme en la madre madura y la hija siga adolescente, mientras le seca a su madre la cabeza con una toalla. Esas rupturas del verosímil que demuestran que el cine puede hacer lo que se le cante y en el momento que se le cante, diría yo desde “La dama desaparece” de Melies. Qué le puede tentar más a un hombre que la juventud eterna y la inmortalidad, pregunta en aquella clase Julieta, la profe, hablando de la Odisea. Hay algo de esa juventud eterna en Almodovar, y en Julieta. En ese paso del tiempo denso y trágico que esculpe el gran Pedro en su película numero 20, como la figurilla que parece frágil y liviana como una cerámica pero que es pesada y eterna como el bronce. Julieta es, además, una rara avis en nuestros tiempos: disfrutable cien por cien viendola en pantalla grande, y bien vale cada peso que cuesta su entrada.
Regresa Almodóvar en gran forma Pedro Almodóvar vuelve a reunir un elenco primordialmente femenino en “Julieta”, su largometraje número veinte. En lo que va del siglo sólo “Volver”, seguramente la mejor de este periodo, tenía un reparto similar con el regreso de Carmen Maura (luego de casi dos decenios de ausencia), Chus Lampreave (sólo la dirigiría una vez más en su octava aparición, récord por nadie superado hasta ahora), Lola Dueñas y Penélope Cruz (su nueva musa con cinco apariciones desde 1997). En su nueva película el personaje que le da nombre es interpretado por no una sino dos actrices, en diferentes periodos de su vida. Y ambas nunca habían sido dirigidas por el genial manchego. El proyecto original era en inglés con Meryl Streep como única actriz. Era posible entender esta posibilidad dado que el guión está basado en una autora de habla inglesa, nada menos que la premio Nobel de Literatura Alice Munro, y más concretamente en tres cuentos de su obra “Runaway”. La Julieta actual es interpretada por Emma Suárez, actriz preferida de Julio Medem en sus primeras realizaciones. Ella sufre la prolongada ausencia de su hija Antía, quien la abandonó cuando tenía dieciocho años por causas que tienen que ver con la temprana muerte de su ex marido Xoan (Daniel Grao) y que el film irá develando de a poco. Retrocediendo en el tiempo en numerosos y bien justificados flash-backs el espectador regodeará su vista con la joven Julieta (Adriana Ugarte) y sus coloridas vestimentas, un rasgo en el que muchos reconocerán al Almodóvar de “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. No es casual que este film haya sido realizado en 1988, año en que transcurren varias de las escenas del personaje central en su etapa más joven. Podría decirse que la película adhiere a un género cultivado entre otros por Hitchcock y hasta puede adivinarse su influencia en la música (similar a la de Bernard Herrmann) y en algunas escenas en un tren como la de un célebre film del mago del suspenso. De las actrices “clásicas” de Almodóvar la única que vuelve a aparecer es Rossy de Palma, ya que Inma Cuesta (“Blancanieves”, “Kóblic”) tampoco lo había hecho antes. De los pocos actores el único reincidente es Darío Grandinetti, quien tenía un rol más importante en “Hable con ella”. Pero como se afirmaba al inicio, “Julieta” es fundamentalmente un film sobre el mundo femenino, que sin duda es el que mejor retrata el director de “La flor de mis secretos”. Fue presentada en Cannes con buena respuesta de crítica y público.
Pedro Almdóvar viene de pasar el revés más duro de su carrera. Tras la presentación de Julieta en el Festival de Cannes, y con el escándalo de "Panamá Papers" encima; su último film se transformó en el estreno con menor convocatoria en sus últimos veinte años de carrera. Sin embargo, una vez vista la película, y constatando que está a la altura de algunas de las mejores creaciones del manchego; subyace una tesis por demás inquietante: no hay lugar para la nobleza y el clasicismo en los cánones de la cartelera actual. Y Julieta es precisamente eso. Un melodrama clásico hecho y derecho, en el que Almodóvar visita nuevamente el universo femenino e hinca el diente en la maternidad. Basándose en tres cuentos de la canadiense ganadora del Nobel de Literatura Alice Munro, el director sigue el derrotero de Julieta, una madre abatida que se enfrenta al abismo de la prolongada ausencia de su hija. ¿Hay dolor más grande para una madre que la pérdida de un hijo? Aunque parezca imposible encontrar sufrimiento más grande que ese, existe todavía uno más abrumador: la decisión de un hijo de desaparecer de la vida de su madre. Sobre esa inquietante premisa navega la película número 20 de Almodóvar; y lo hace con el aplomo necesario para no transformar el relato en un festín de golpes bajos. Adriana Ugarte y Emma Suárez dan vida a Julieta a lo largo de diferentes etapas en una historia que atraviesa tres décadas. La elección de dos actrices que no tienen parecido físico alguno, es uno de los puntos más significativos de este film. El espectador naturaliza que esos rostros tan distintos tengan su correlato en los fuertes cambios de la atribulada protagonista. Más allá del misterio y de la causa del distanciamiento, reforzado en la omnipresente música de Alberto Iglesias, la película adquiere un espesor que sobrepasa los dramáticos sucesos que expone de manera literal. Porque además de su abanico de tragedias, Julieta recorre las luces y sombras de uno de los vínculos más complejos de la naturaleza familiar: el de madre e hija. La culpa y la fatalidad del destino, son dos de los componentes esenciales del melodrama clásico que Almodóvar domina aquí con maestría. La imagen de esa mamá que deambula como alma en pena, es retratada con justa sobriedad. Más allá de que algunos críticos hayan señalado cierta tentación manierista, lo cierto es que Pedro no se regodea en piruetas visuales, sino que hoy más que nunca, filma con una depurada belleza que no hace alarde de virtuosismo. Es cierto que con el paso de los años, el realizador ha perdido algo de garra emocional, y algunos incluso podrán extrañar su galería de personajes excéntricos. En esta oportunidad, la presencia de Rossy de Palma no se reduce al gesto de fidelidad o guiño al fan del mundo almodovariano. Su rol aquí funciona como puente entre aquel cine histriónico por el que el manchego se hizo famoso, y este más introspectivo, que algunos desacreditan con cierto desdén a través de etiquetas como "maduro" y "reposado". Que una película como Julieta cuente con pocas pantallas y funciones en las salas, es un injusto declive en la consideración de uno de los cineastas más estimulantes de las últimas décadas. Lejos de amedrentarse, Pedro Almodóvar se mantiene fiel a sus convicciones y resiste con nobleza. En tiempos de una cartelera dominada por la estridencia, aquel director que alguna vez sacudió al mundo con su desenfado; hoy se transforma en el inesperado guerrillero del clasicismo. Julieta / España / 2016 / 96 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Pedro Almodóvar / Con: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Inma Cuesta, Darío Grandinetti y Rossy de Palma.
El pintoresco y descontrolado Pedro Almodóvar regresa a la pantalla grande con una de las mejores películas que ha dirigido en los últimos años. “Julieta” no es solo un placer para la vista por sus colores y planos, sino también un sentido y doloroso relato sobre la maternidad.